Untitled - Trapalanda

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Cuestiones cristianas
León Rozitchner
Cuestiones cristianas : - 1a ed. - Buenos Aires : Biblioteca Nacional, 2013.
136 p. ; 23x15 cm.
ISBN 978-987-1741-86-1
1. Filosofía. 2. Política.
CDD 190
León Rozitchner. Obras
Biblioteca Nacional
Dirección: Horacio González
Subdirección: Elsa Barber
Dirección de Administración: Roberto Arno
Dirección de Cultura: Ezequiel Grimson
Dirección Técnico Bibliotecológica: Elsa Rapetti
Dirección Museo del libro y de la lengua: María Pia López
Coordinación Área de Publicaciones: Sebastián Scolnik
Área de Publicaciones: Yasmín Fardjoume, María Rita Fernández, Ignacio Gago,
Griselda Ibarra, Gabriela Mocca, Horacio Nieva,
Juana Orquin, Alejandro Truant
Diseño de tapas: Alejandro Truant
Corrección: Graciela Daleo
Selección, compilación y textos preliminares: Cristian Sucksdorf, Diego Sztulwark
La edición de estas Obras fue posible gracias al apoyo de Claudia De Gyldenfeldt, y a
su interés por la publicación y la difusión del pensamiento de León Rozitchner.
© 2013, Biblioteca Nacional
Agüero 2502 (C1425EID)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
www.bn.gov.ar
ISBN: 978-987-1741-86-1
IMPRESO EN ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Índice
Presentación
9
Palabras previas
15
La Biblia judía y el calefón cristiano
Pablo, los muchos libros te han vuelto loco
23
Malas lenguas
Lenguas de fuego para alcanzar el cielo
77
Cristo, el hijo que se vuelve loco
de amor por su madre
119
Esta edición de las Obras de León Rozitchner es la debida
ceremonia póstuma por parte de una institución pública hacia
un filósofo que constituyó su lenguaje con tramos elocuentes de
la filosofía contemporánea y de la crítica apasionada al modo
en que se desenvolvían los asuntos públicos de su país. Sus temas
fueron tanto la materia traspasada por los secretos pulsionales
del ser, de la lengua femenina y de la existencia humillada, como
las configuraciones políticas de un largo ciclo histórico a las que
dedicó trabajos fundamentales. Realizó así toda su obra bajo el
imperativo de un riguroso compromiso público. Durante largos
años, León Rozitchner escribió con elegantes trazos una teoría
crítica de la realidad histórica, recogiendo los aires de una fenomenología existencial a la que supo ofrecerle la masa fecunda de
un castellano insinuante y ramificado por novedosos cobijos del
idioma. Recreó una veta del psicoanálisis existencial y examinó
como pocos las fuentes teológico-políticas de los grandes textos de
las religiones mundiales. Buscó en estos análisis el modo en que
los lenguajes públicos que proclamaban el amor, solían alejarlo
con implícitas construcciones que asfixiaban un vivir emancipatorio y carnal. Su filosofar último se internaba cada vez más
en las expresiones primordiales de la maternalidad, a la que,
dándole otro nombre, percibió como un materialismo ensoñado.
Leído ahora, en la complejidad entera de su obra, nos permite
atestiguar de qué modo elevado se hizo filosofía en la Argentina
durante extensas décadas de convulsiones pero también de
opciones personales sensitivas, amorosas.
Biblioteca Nacional
Presentación
La obra de León Rozitchner tiende al infinito. Por un lado, hay que
contar más de una docena de libros editados en Argentina durante las
últimas cinco décadas, la existencia de cientos de artículos publicados
en diarios y revistas, varias traducciones, muchísimas clases, algunas
poesías y un sinnúmero de entrevistas y ponencias que abarcan casi seis
décadas de una vida filosófica y política activa. Por otro, una cantidad
igualmente prolífica de producciones inéditas, que con la presente
colección saldrán por primera vez a la luz pública.
Pero esta tendencia al infinito no consiste simplemente en una
despeinada sucesión de textos, tan inacabada como inacabable; es
decir, en un falso infinito cuantitativo de la acumulación. Lo que
aquí late como una tendencia a lo infinito cualitativo surge de la
abolición de los límites que definen dos ámbitos fundamentales: el
del lector y el de su propia obra.
El del lector, porque para abrirnos su sentido esta obra nos exige
la gimnasia de una reciprocidad que ponga en juego nuestros límites:
sólo si somos nosotros mismos el “índice de verdad” de esos pensamientos accederemos a comprenderlos. Pues esta “verdad” que se nos
propone, para que sea cierta, no podrá surgir de la contemplación
inocua de un pensar ajeno, sino de la verificación que en nosotros –ese
cuerpo entretejido con los otros– encuentre.
Para Rozitchner el pensamiento consiste esencialmente en desafiar los propios límites, y en ir más allá de la angustia de muerte que
nos acecha en los bordes de lo que nos fue mandado como experiencia posible. Pensar será siempre hacerlo contra el terror. Como
lectores debemos entonces verificar en nosotros mismos la verdad
de ese pensamiento: enfrentar en nosotros mismos los límites que
el terror nos impone.
Pero habíamos dicho también que ese infinito cualitativo no sólo
se expandía en nuestra dirección –la de los lectores– sino también en
9
León Rozitchner
la de su propia obra. Y es que la producción filosófica de Rozitchner,
que se nos presenta como el desenvolvimiento de un lenguaje propio
en torno de una pregunta fundamental sobre las claves del poder y
de la subjetividad, despliega su camino en el trazo arremolinado de
una hondonada. Paisaje de múltiples estratos cuyos límites se modifican al andar: cada libro, además de desplegar su temática particular,
incluye de algún modo en sus páginas una nueva imagen de los anteriores, que sólo entonces, en esa aparición tardía, parecen desnudar
su verdadera fisonomía.
Así, podríamos arriesgar –apenas con fines ilustrativos– un ordenamiento de este desenvolvimiento del pensamiento de Rozitchner en
cuatro momentos fundamentales; estratos geológicos organizados en
torno al modo en que se constituye el sentido. Estas etapas funcionan
a partir de algunas claves de comprensión que ordenan la obra y posibilitan ese ahondarse de la reflexión.
En la primera, el sentido aparecería sostenido por la vivencia
intransferible de un mundo compartido. La filosofía será entonces la
puesta en juego de ese sustrato único –fundante es el término cabal–
de la propia vivencia del mundo, a partir de la cual se anuda en uno lo
absoluto de ese irreductible “ser yo mismo” con el plano más amplio
del mundo en el que la existencia se sostiene y en el que uno es, por
lo tanto, relativo. La posibilidad del sentido, de la comunicación,
no podrá ser entonces la mera suscripción al sistema de símbolos
abstractos de un lenguaje, sino la pertenencia común al mundo,
vivida en ese entrevero de los muchos cuerpos. Entonces, constituido
a partir de lo más intransferible de la propia vivencia, el sentido
crecerá en el otro como verdad sólo si éste es capaz de verificarlo en
lo más propio e intransferible de su vivencia. El mundo compartido
es así la garantía de que haya sentido y comunicación.
En lo que, a grandes rasgos, podríamos llamar la segunda etapa,
este esquema persiste; pero al fundamento que el sentido encontraba
en la vivencia común de mundo, deberá sumarse ahora la presencia del
otro en lo más íntimo del propio cuerpo. Es este un amplio período
10
Cuestiones cristianas
del pensamiento de Rozitchner, cuyo inicio podemos marcar a partir
de la síntesis más compleja de la influencia de Freud en la década
del 70. Encontramos, entonces, una de sus formas más acabadas en
el análisis de la figura de Perón, el emergente adulto y real del drama
del origen y su victoria pírrica; la derrota de ese enfrentamiento
imaginario e infantil en el que nos constituimos será el correlato de
la sumisión adulta, real y colectiva, cuyos límites son el terror: “lo
que comenzó con el padre, culmina con las masas”, cita más de una
vez Rozitchner. Pero en el extremo opuesto del espectro, el trabajo
inédito sobre Simón Rodríguez establece nuevas bases: el otro aparecerá ahora como el sostén interno de la posibilidad de sentido. No ya
como el ordenamiento exterior de una limitación, sino como la posibilidad de proyectarme en él hacia un mundo común. Sólo entonces,
sintiendo en mí lo que el otro siente –la compasión– podrá darse un
final diferente al drama del enfrentamiento adulto, real y colectivo,
camino que es inaugurado por ese “segundo nacimiento” desde uno
mismo que señala León Rozitchner en Simón Rodríguez como única
posibilidad de abrirse al otro.
El tercer momento estaría marcado por un descubrimiento
fundamental que surge a partir del libro La Cosa y la Cruz: la experiencia arcaica materna, es decir, la simbiosis entre el bebé y la madre
como el lugar a partir del cual se fundamentaría el yo, el mundo y
los otros. En esta nueva clave de la experiencia arcaica con la madre
se aúnan las etapas anteriores del pensamiento de Rozitchner en un
nivel más profundo. Pues el fundamento del sentido ya no será sólo
esa co-pertenencia a un mundo común, sino la experiencia necesariamente compartida desde la cual ese mundo –como también el
yo y los otros– surge y a partir de la cual se sostendrá para siempre.
Pero esto no es todo, porque también las formas mismas de esa
incorporación del otro en uno mismo –que según vimos podían
estructurarse en función de dos modalidades opuestas, cuyos paradigmas los encontramos en Perón como limitación (identificación)
y en Simón Rodríguez como prolongación (com-pasión)– serán
11
León Rozitchner
ahora redefinidas en función de esta experiencia arcaica. El modelo
de la limitación que el otro instituía en uno mediante la identificación –como en el análisis de Perón– será ahora encontrado en un
fundamento anterior, condición de posibilidad de esta forma de
dominación: la expropiación de esa experiencia arcaica por parte
del cristianismo, que transforma las marcas maternas sensibles que
nos constituyen en una razón que se instaura como negación de toda
materialidad. Pero también será lo materno mismo la posibilidad de
sentir el sentido del otro en el propio cuerpo, entendiendo, entonces,
ese “segundo nacimiento” como una prolongación de la experiencia
arcaica en el mundo adulto, real y colectivo. Esta nueva clave redefine
el modo de comprender la limitación que el terror nos impone, que
es comprendido ahora como la operación fundamental con la que
el cristianismo niega el fundamento materno-material de la vida y
expropia las fuerzas colectivas para la acumulación infinita de capital.
El cuarto momento es en verdad la profundización de las consecuencias de esta clave encontrada en la experiencia arcaico-materna y
que en cierto modo se resume en la postulación programática de pensar
un mater-ialismo ensoñado, es decir, de pensar esa experiencia arcaica
y sensible desde su propia lógica inmanente, pensarla desde sí misma y
pensarla, además, contra el terror que intenta aniquilarla en nosotros. Y
esta última etapa del pensamiento de Rozitchner, que se desarrolla especialmente a partir del artículo “La mater del materialismo histórico” de
2008 y llega hasta el final de su vida, será también la de una reconversión
de su lenguaje, que para operar en la inmanencia de esa experiencia sólo
podrá hacerlo desde una profundización poética del decir.
No obstante este desarrollo que hemos intentado aquí, estas claves
y sus etapas no pueden, de ningún modo, ser consideradas recintos
estancos, estaciones eleáticas en el caminar de un pensamiento, pues
su lógica no es la de un corpus teórico que debe sistemáticamente ordenarse, sino la síntesis viva de un cuerpo que exige, como decíamos más
arriba, que lo prolonguemos en nosotros para sostener su verdad. Sólo
queda entonces el trato directo con la obra.
12
Cuestiones cristianas
La actual edición de la obra de León Rozitchner, a cargo de la
Biblioteca Nacional, hace justicia tanto con el valor y la actualidad
de su obra, como con la necesidad de un punto de vista de conjunto.
La presente edición intenta aportar a esta perspectiva reuniendo
material disperso, y sobre todo, dando a luz los cuantiosos inéditos
en los que Rozitchner seguía trabajando.
Hay, sin embargo, una razón más significativa. La convicción de que
nuestro presente histórico requiere de una filosofía sensual, capaz de
pensar a partir de los filamentos vivos del cuerpo afectivo, y de dotar al
lenguaje de una materialidad sensible para una nueva prosa del mundo.
Cristian Sucksdorf
Diego Sztulwark
13
Palabras previas
Parecería que, como precursor del retorno del
contenido reprimido, un creciente sentimiento de
culpabilidad se apoderó del pueblo judío, y quizá
aun de todo el mundo a la sazón civilizado, hasta
que por fin un hombre de aquel pueblo halló en la
reivindicación de cierto agitador político-religioso
el pretexto para separar del judaísmo una nueva
religión: la cristiana. Pablo, un judío romano
oriundo de Tarso, captó aquel sentimiento de
culpabilidad y lo redujo acertadamente a su fuente
protohistórica, que llamó “pecado original”, crimen
contra Dios que sólo la muerte podía expiar.
Sigmund Freud, Moisés y la religión monoteísta
I
Con Cuestiones cristianas se presenta el tercer libro inédito de la
colección León Rozitchner. Obras que lleva adelante la Biblioteca
Nacional. El libro está compuesto por tres artículos escritos y reescritos en múltiples ocasiones entre los años 2002 y 2010.
Acaso no sea demasiado osado deducir del título que hemos
puesto a esta compilación que estos artículos giran en torno al cristianismo. Esto, evidentemente, es acertado. Pero no lo es del todo.
Pues para León Rozitchner la expresión “cuestión cristiana” tiene –en
coincidencia con el filósofo y poeta francés Henri Meschonnic– una
connotación particular; a saber, la de ser la correcta formulación de
otra expresión de tradición mucho más extensa: “cuestión judía”. De
modo que la afamada “cuestión judía” no sería otra cosa, finalmente,
que una cuestión cristiana. Y es que la “cuestión judía” no es ni puede
15
León Rozitchner
ser un problema judío, ni tampoco pagano, y mucho menos aún un
problema de la humanidad en general, sino que constituye exclusivamente un problema cristiano, pues ha sido sólo a los ojos cristianos
que los judíos se han convertido en un “problema”, una “cuestión” a la
que se debería, de un modo u otro, dar una “solución”. Y es por esto
que sólo en términos de un análisis de las determinaciones propias
del cristianismo se hace posible plantear el verdadero problema: qué
es aquello que los cristianos temen de los judíos, qué cosa es eso que
una y otra vez intentan aniquilar al aniquilarlos –ya sea por la fuerza
o por la conversión–, con sangre derramada o sangre redentora, con
la cruz o con la espada.
Es por esto que, para Rozitchner, el planteo de la “cuestión cristiana”
no puede reducirse al mero análisis de las determinaciones del cristianismo, sino que, por el contrario, se deben prolongar estas determinaciones hasta encontrar en ellas la clave de esa persecución a los judíos
que organiza la sensibilidad occidental desde hace casi dos siglos, y de
la cual la solución final representa su empeño más monstruoso, aunque
no por ello incoherente.
Ese “secreto” que los judíos tienen para los cristianos, aquello que
los cristianos han buscado aniquilar –también en ellos mismos– al
aniquilarlos, es para Rozitchner la cifra misma del origen del cristianismo: la reconversión de las huellas de la madre arcaica que guarda
nuestra propia existencia corporal –el borramiento de la experiencia
de simbiosis a partir de la cual se viene al mundo y en la que el mundo
se sostiene– en atributos de un Dios padre abstracto, inmaterial y trascendente. Esta operación cristiana de negación de lo arcaico materno
que debe actualizarse en cada cuerpo que viene al mundo bajo el
dominio cristiano –el de su mitología, el de su organización afectiva,
no el de su mera “religión”–, debió darse, en el momento de su aparición histórica, sobre el fondo de otra respuesta mitológica: la judía. Es
en la mitología judía que León Rozitchner encuentra la persistencia de
los contenidos arcaicos maternos, aunque sometidos por el patriarcalismo religioso judío, que la mitología cristiana suprimirá –sin lograrlo
16
Cuestiones cristianas
jamás del todo, pues borrarlos sería borrar el sentido humano y vivido
de lo que llamamos mundo.
En palabras de Rozitchner, esta operatoria del cristianismo consiste
en “transformar los sueños y las visiones judías que vienen de la infancia
tal cual fueron vividas como arcaicas, para metamorfosearlas en sueños
y en visiones actuales, adultas y reales. Para nosotros, en cambio, se
trata de transformar lo añorado del ensoñamiento materno para actualizarlo y prolongarlo –enderezado diríamos– como adultos en una
realidad colectiva, terrestre e histórica presente”.
Los tres artículos que aquí presentamos se inscriben entonces en
el intento por dar cuenta de esa operatoria cristiana, esa modificación
de la mitología judía para borrar los rastros corporales y materiales de
nuestro origen. Dar cuenta entonces, como sostiene Rozitchner, no
de la escisión entre el cuerpo y el alma (lo que ya implica que cuerpo
y alma son dos cosas distintas), sino de la escisión en el cuerpo mismo,
para que una parte del cuerpo quede como una mera cosa y la otra,
vaciada de lo que tiene de madre arcaica –de mater-ialidad diría el
último lenguaje de Rozitchner–, aparezca como la verdadera existencia, más allá de la vida y del mundo.
II
El primero y más extenso de los artículos, “La Biblia judía y el
calefón cristiano”, aunque fechado en 2005, surge de una versión
originaria del año 2002. Este artículo, a pesar de las diversas reformulaciones y correcciones que van de 2002 a 2006, es el único de este
libro que ha quedado inconcluso. Su tema central lo insinúa el epígrafe
de Freud que hemos colocado al inicio de este prólogo: las modificaciones mitológico-afectivas que el judío Saulo (san Pablo) debió operar
sobre sí mismo para “salvarse”, creando entonces como (di)solución de
su propio drama “edípico”, esa novedad subjetiva que llamamos cristianismo. Encontramos entonces en este análisis el primer tránsito
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León Rozitchner
de una solución edípica judía a una cristiana, la reducción –como
señala Freud– de esa culpa colectiva a su fuente protohistórica. Pero
con una diferencia fundamental, pues esta protohistoria no la remite
Rozitchner, como hizo Freud, al “mito científico” de la horda primitiva, sino a la relación arcaica con la madre.
El segundo artículo, “Malas lenguas”, comenzado en 2008 y
finalizado en 2010, explora esta misma operatoria cristiana desde
el punto de vista del origen arcaico-infantil de la lengua. Para ello
compara el mito judío de la torre de Babel, en el que una lengua
originaria comprendida por todos es suplantada –intervención
divina mediante– por la confusión de los muchos lenguajes, con
el mito cristiano de Pentecostés, narrado en Hechos de los Apóstoles,
en el que el Espíritu Santo, descendiendo como lenguas de fuego,
permite a los apóstoles hablar lenguas para ellos desconocidas. El
texto de Rozitchner da cuenta del modo en que el lenguaje patriarcal
(llamado erróneamente lengua materna), marcado por la escisión
que el signo impone entre significado y significante, reemplaza a la
verdadera lengua materna (esa que hablan las madres y sus bebés en
un continuo de sentido, en el que cuerpo y sonido son una y misma
Cosa, sin palabras o signos) y se constituye como un momento central
del vaciamiento de los atributos de la madre arcaica para dar cuerpo a
la figura espectral del Dios padre.
“Entonces –afirma Rozitchner– podemos volver a las lenguas, pero
para comprender eso que la lingüística no nos enseña. Por eso tuvimos
que volver al origen del habla, porque la palabra se macera y circula
en el elemento del ensoñamiento materno, ese que está antes de que
los estructuralistas analicen su funcionamiento. La lengua se crea en
el abrazo de los cuerpos sexuados que el hijo recibe en su boca con la
leche del pecho del cuerpo materno”.
Finalmente, el artículo “Cristo, el hijo que se vuelve loco de amor
por su madre”, escrito en la misma época que el anterior, da cuenta de la
transacción alucinada que se debate en la figura misma de Cristo y cuya
única resolución es un ir al muere. Para ello la comparación será ahora
18
Cuestiones cristianas
entre el mito judío de Jonás, devorado por una ballena (símbolo de la
madre devoradora) y rescatado por Jehová, y el evangelio de Mateo.
Estas “cuestiones cristianas” no son sin embargo un insistente
compendio de las respuestas mitológicas con las que el cristianismo
ha transformado y negado al judaísmo y a la figura sobreviviente de
la madre arcaica, sino –y quizás mucho más importante– una advertencia de lo que sigue haciendo, día a día, con cada uno de nosotros.
Buenos Aires, diciembre de 2013
19
Cuestiones cristianas
La Biblia judía y el calefón cristiano
Pablo, los muchos libros te han vuelto loco
Martes, 12 abril 2005
Si vamos a Pablo, a la Epístola a los Romanos, vemos algo notable:
Abraham se salvó por su fe, antes de ser circuncidado. A Abraham le
fue contada la fe por justicia: en la in-circuncisión. “No por la ley le fue
dada la promesa a Abraham, sino por la justicia de la fe”. Pero su crítica es
más radical: “la ley obra ira; donde no hay ley tampoco hay transgresión”.
Se refiere entonces a un “ordo amoris” anterior a la ley, grabado en el
corazón de los hombres. La dialéctica entre ley y fe (o gracia) desaparece:
no hubiera sido necesaria la ley si la fe hubiera predominado antes de
establecerla. Pero más aun: la ley produce la transgresión, la ley obra ira.
Esto puede ser entendido de dos maneras: donde no hay ley tampoco
hay transgresión, por lo tanto es un estado de inocencia donde todo vale,
nada está prohibido, todo es permitido. “Ama y haz lo que quieras”, de
San Agustín. Pero también podría pensarse que en la inocencia él obra
en justicia, no peca. (Scheler podía decir entonces que donde no hay
conciencia de que es un ser humano, matar al otro no es un asesinato:
ejemplo los indios). Es el pecado el que introduce la necesidad de la
ley judía, y la amenaza y la circuncisión como marca de su aceptación
externa. Entonces todos somos pecadores en potencia, se desconfía de
nosotros, produce ira en quien debe ser visto como realizando los actos
que la ley ordena, cuando sin necesidad de ella tampoco los cometería.
Habría un ordo amoris, una revelación de los valores humanos en el espíritu, con la que el Espíritu divino nos insemina desde el nacimiento del
nuestro. Habría internamente una ley inconsciente de serlo.
Pero veamos la historia en Pablo mismo. La Ley judía le ordenó a
Pablo que aprobara con su voto la condena a muerte del infractor. La
culpa lo persigue luego, y declara su horror ante ese acto. [No es cierto:
no declara su horror ante sus actos anteriores, más bien los utiliza como
23
León Rozitchner
una disculpa ante los judíos cuando los persiguen a muerte, y les dice que
hasta tal punto era de ellos, que hizo lo que hizo (Hechos, 22:19; 25:9).
Lo que sí hay es una conversión, el perseguido (Cristo) se le aparece y lo
increpa y le pregunta por qué lo persigue. Y Pablo (Saulo) se convierte
en perseguidor de sí mismo, de ese que antes era]. Quizás hubo en él un
sentimiento ambiguo frente al perseguido, un antes de aprobar lo que
la ley sancionaría, que lo declaraba inocente a ese culpable que iba a ser
muerto, que dio lugar al después de la condena, que pasó por encima de
ese juicio propio primero, antagónico con la ley: su identificación con el
perseguido y con el transgresor de la ley sacerdotal y paterna.
Pero si fue así, la relación con la ley que prohibía fue la que le hizo ver,
desde la ley aplicada, lo injusto de la justicia judía. ¿Acaso Abraham no
fue justo antes de la ley, todavía incircunciso?, se dice sin embargo Pablo,
excluyendo como índice a su experiencia, y tomando su ejemplo no en sí
mismo sino en el racconto de la historia judía. Sin embargo él mismo es
el ejemplo vivo de que no hay anterioridad de la inocencia amorosa: que
él mismo fue culpable por no haber tenido la fe anterior a la ley, sino la fe
en la ley misma. Y después de aplicarla, por sus consecuencias, se levanta
contra ella. Es claro, luego la culpa lo lleva a presuponer un estado ideal,
anterior, que no fue el suyo pero que debe presuponer, porque si no la
cosa no cierra: la justicia sería un asunto humano.
Y sólo en un segundo nacimiento, la revelación en el camino de
Damasco (su “acontecimiento” según Badiou), le hace creer que sólo
la fe en Cristo salva: cuando el muerto lo acusa desde el poder soberano de la divinidad revelada en un rapto, en una crisis, en un brote
(que el gobernador romano califica: ¡Saulo, te has vuelto loco!). Y
aquel contra cuya creencia mataba en nombre de los sacerdotes y de
la ley judía, ese mismo Cristo por el cual otros habían sido con su
complicidad asesinados, se le aparece para acusarlo: la escena es la del
padre que vuelve, resucitado dentro de sí mismo, Edipo redoblado
en su segundo tiempo, y que al reconocer su culpa le da vida nuevamente en sí mismo: se hace creyente en Cristo, adquiere la fe en el
Hijo del Padre.
24
Cuestiones cristianas
Está claro: el padre primero se convierte en hijo-padre segundo, y
conserva al primero como el Dios-Padre que está en el cielo. Hay un
espacio intermedio subjetivo que aquí se abre: entre el padre-Dios y el
hijo, que mató en su nombre a un hermano; en este segundo momento
se amplía la serie divinizante: el hermano muerto, con el que se identifica, ahora divino, se convierte en el intermediario entre el padre
primero y ese hijo segundo, que por su muerte lo prolonga. Paga las
dos deudas y se salva: paga la muerte primera del padre (imaginaria)
–arrepentimiento– y el asesinato (real) –culpa– posterior, del hermano.
Al aceptar la muerte del hermano, del otro rebelde (que ocupaba desdoblado su lugar primero como hijo rebelde en el Edipo), prolongaba la
ley del padre y asumía su lugar, pero ahora era culpable de haber matado
en el otro a ese sí-mismo rebelde que fue antes, y cumplía así la castración
con que el padre lo amenaza en ese otro rebelde nuevo, y se salvaba,
creía. El drama de la culpa caía en la tensión insoportable como un
destino trágico insoslayable. Hasta aquí Saulo es también Caín.
A partir de aquí o se incrementaba su fervor asesino en la aplicación
de la ley a los otros, y ocupaba el lugar del padre, aplicaba con fervor
la Ley y se mataba a sí mismo como rebelde al matar a los otros (que
es lo que los curas y los militares hacen), o por el contrario asumía la
figura del rebelde, se identificaba con el (asesinado) que enfrentó a la
ley, y asumía su destino de hijo que debía enfrentar al poder absoluto y
aterrorizador del padre.
Pero esta disyuntiva hubiera sido posible para él si no hubiera
ido, en su identificación primera con la ley del padre, tan lejos: si no
hubiera sido culpable en la realidad de haber aceptado la complicidad
de la muerte real de los transgresores a esa ley, y si no los hubiera perseguido a muerte por orden de los sacerdotes judíos. La ratificación de lo
imaginario en la realidad asesina, donde no mató ahora al padre sino
que mató en sí mismo al hijo en la realidad (puso la muerte temida
fuera de sí mismo para evitarla), lo pone en la disyuntiva donde o
admite que su propio crimen merece –ojo por ojo– la misma muerte
que le dio en la realidad al otro, o retornando al campo imaginario
25
León Rozitchner
primero disuelve su culpa con la muerte que otro pagó: que ese mismo
hijo asesinado, al que él persiguió, lo perdone y lo salve.
Pero para lograrlo tiene que retrotraerse a un momento anterior
donde la ley se disuelve, donde el hijo es antes que el padre, donde la
fe es antes que la ley, donde antes del Edipo el hijo y el padre están
confundidos por identificación primera: donde los valores morales, el
amor, están inscriptos como si no fueran producto de ninguna inscripción: donde uno y el otro es lo mismo, sin distancia. Por eso Saulo
de Tarso regresa nuevamente a la revelación que tuvo en el camino de
Damasco: actualiza por regresión oral la identificación primera, pero
ahora con él mismo asesinado en el otro, en el delegado de Cristo, ese
rebelde que en el hermano persiguió a muerte. Y resuelve el problema
por puro proceso primario, por la dialéctica imaginaria y fantasmal: no
sólo mantiene vivo al primer padre muerto, sino que ahora se da vida
eterna a sí mismo. (¿Nos convierte a todos en asesinos?).
Porque el rebelde asesinado, él mismo exteriorizado, vuelve en
una identificación segunda garantizada con la resurrección que él
mismo alucina, que también ese hijo exteriorizado que lo perdona
y que vuelve a interiorizar en sí mismo, se confunde consigo mismo.
Doble identificación oral: tuvo necesidad de matar al padre y matar
al hijo para poder asumirlos en sí mismo, dialéctica alocada, como
viviendo ambos resurrectos: no sólo el padre muerto primero había
recibido la vida que él le había quitado en sí mismo (primer asesinato
imaginario), sino que ahora también volvía resurrecto el hijo rebelde,
condenado por el padre (sí mismo) pero que él había ayudado realmente a matar afuera en otro rebelde y que, exculpando la culpa de
este segundo asesinato, recibía por identificación nuevamente la
vida que él mismo le prestaba en su propio cuerpo. La exculpación
quedaba doblemente cerrada.
Pero al mismo tiempo esta solución subjetiva requería que hacia
afuera, en la objetividad social, entraran todos a creer lo mismo. Si los
demás, “primero los judíos, y después el griego”, no lo creían, si ellos insistían en que sólo la ley del padre era la cierta y la única salida, entonces
26
Cuestiones cristianas
realmente Pablo estaba perdido. Tenía razón el romano que le dijo:
“Pablo, te has vuelto loco”. Antes de la ley había otra cosa, que era el
retorno a una ley sin ley, a un valor sin escala, a una gracia o una fe
puramente presente en lo subjetivo, que viniera de Dios mismo antes
de toda experiencia humana, antes de toda relación entre los hombres:
antes de la relación sexual entre la mujer y el hombre. Era preciso actualizar ese rastro sin rastro, esa huella sin huella, esa coincidencia primera
sin distancia, esa fusión incandescente, la identificación con el padre que
se apoyaba entonces en otra negación asesina: en la anulación cálida de la
madre viviente, del cuerpo materno excluido y negado como fundamento
de ese enfrentamiento. Que fue un enfrentamiento con el padre por el
cuerpo viviente de la madre.
Sí, lo salva de la muerte que él mismo aprobó que se la dieran a
otro. Y su crimen fue un asesinato. Y un asesinato sólo se salva si hay
un salvador que nos promete la vida eterna como remisión del Pecado.
Pero al mismo tiempo para que esto funcione debe fundar el espíritu
más allá de la ley judía, que mantiene la carne como lugar donde el
espíritu se revela y se verifica, sin que haya un más allá que nos salve.
Por eso el corte, acentuado en él, del asco del cuerpo, el corte brutal y
tajante como un hacha, que separa en sí mismo a su carne sufriente del
espíritu que así se salva:
Como está escrito: Que por padre de muchas gentes te he
puesto [a Abraham], al cual creyó; el cual da vida a los muertos
[él mismo Pablo era ya un muerto en vida] y llama a las cosas que
no son, como las que son” (Ro., 4:17).
Es decir: que llama a las cosas que no son (al no ser ya del ajusticiado) como las que son (les da vida en las palabras que lo llaman): da
vida a ese hombre muerto, y le concede la vida eterna a Pablo. Sólo así
pudo conciliarse con su pasado: salvar al asesinado y al asesino, para el
caso él mismo, y se aplaca. Y todo está más claro:
27
León Rozitchner
Y no solamente por él fue escrito que le haya sido imputado.
Sino también por nosotros, a quienes será imputado, esto es, a
los que creemos en que se levantó de los muertos a Jesús Señor
nuestro, el cual fue entregado por nuestros delitos, y resucitado
para nuestra justificación (Ro., 4:23-25).
La clave de la comprensión la tenemos cuando un hecho personal,
que implica en su vida al discurso, nos da la clave de lo que proclama.
Pero lo más importante es el carácter sintético, fetichista, de la
salvación personal que allí se encuentra como solución al drama
humano de la culpa. Así como todos los hombres fueron pecadores
por el pecado de uno, de Adán, así todos los hombres serán salvados
por uno, que murió por todos, por Cristo (pero que no fue el autor
del pecado). Pero no es sólo la salvación personal sino la solución al
problema social de la salvación colectiva. Y lo que en el judaísmo quedó
como un planteo incierto, mítico, porque no existía aún más hombre
que ese único que era Adán, el primero, aún sin otros, simiente originaria de los demás hombres, pareja engendradora primitiva, pero que
luego se prolonga en la familia humana ampliada hasta igualarse a los
granos de las arenas del desierto, en el cristiano Paulo lo mítico del
origen vuelve a ser la figura del término: si caímos por uno, al término
también por uno nos salvamos todos. Así de simple, así de subjetivo: el
uno, por identificación nos hace a todos semejantes: uno a uno, sin nada
colectivo, sin historia humana en el desarrollo y el descubrimiento de la
ley, como nos lo muestran los judíos.
“Mas Dios encarece su caridad para con nosotros, porque siendo
aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. “Luego mucho más ahora,
justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (de la violencia
contra sí mismo, de su propia ira o la del muerto que lo persigue, por
ese hecho de sangre que, por obediencia a la ley del padre, a la ley judía,
llevó al asesinato de un pecador contra la ley del padre, no contra
ningún hombre vivo). La ley del talión, por la muerte imaginaria del
padre, operó en la ley judía como si fuera un acto cierto: imaginario
28
Cuestiones cristianas
(el padre Jehová) contra real (ese hijo transgresor a su memoria). Esa
anterioridad de la inocencia que postula lo devuelve inmaculado a la
vida. La inocencia anterior a la ley debe ser postulada, o más bien es
la premisa, sobre fondo de la cual puede poner a la carne y al cuerpo
como causante del crimen. Y forma cuerpo con la infinitud del espíritu
y con la salvación en el más allá.
Con esta solución, verificada en el hecho de que su salvación misma
depende de que los judíos se conviertan, le crean a él como si fuera
Dios mismo quien les habla, o más bien el espíritu divino realizado en
Cristo como aquel que llegó al extremo límite de asumir la muerte y el
martirio para justificar su verdad individual, cosa que Pablo no hace. O
quizás hasta podemos decir que también él lo hizo: para la verdad de la
solución no interesa. Cuando quizás asume al fin la muerte, la asume
como un delirante, un alucinado, que cree que al recibirla la evita,
porque se salva. Cristo mismo en cambio duda y reniega: “Dios mío,
Dios mío, por qué me has abandonado”. El planteo judío cuenta con la
imposibilidad de la inocencia primera: el lugar del espíritu comienza
desde la madre, y su tachadura en la religión del Padre, y las vicisitudes de la historia judía donde todo está contenido, los avatares de
ese largo camino lleno de asesinatos individuales y en masa, cobardía,
violaciones, traiciones, avaricia, despechos, pero también de sacrificios
individuales y colectivos, de coraje, de amor, de fe, de generosidad y de
nobleza. Ese camino nos muestra que no hay inocencia antes de la ley,
porque la ley primera es la que instituyó al padre como lugar de la ley, de
la castración y de la muerte –y la negación de la madre que la sustenta.
(La inocencia primera es anterior a la castración lacaniana: allí imperaba, digo, la ley de la madre, que es la negación de todo otro imperio).
“Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos
por su vida” (Ro., 5:10). Siempre la solución por interpósita persona
29
León Rozitchner
de otra muerte, la del padre por el hijo, que anima todas las muertes
posteriores, cuando ocupamos el lugar del padre, y todo vuelve de
nuevo, como de nuevo vuelve la amenaza del hijo que fuimos y que
ahora está presente en la que, como padres ahora, tenemos. El dilema
está presente, el interrogante vuelve a abrirse con el primogénito, al
que le damos todo para aplacarlo, y por el que, en la religión judía,
debemos hasta pagar su rescate para mantenerlo en vida. La ecuación
se complica, y parecería que la culpa por la muerte del padre ocupa
todo el campo de la atención analítica. Y la necesidad de la ley para
no volvernos locos.
Es cierto, pero la locura quizá venga desde otro sitio: ante la
amenaza de ocupar luego, ya adultos, el lugar del padre, sabiendo por
experiencia hasta qué punto puede llegar la ira del hijo, de ese que ya
fuimos y que ahora nos suplanta en la generación histórica. Por eso
quizá la mujer espera su “realización” del hijo que la salve, por amor,
del oprobio. Y por eso los hombres que escriben la historia de su salvación, sólo de la suya, como hombres, crearon a María como la madre
virgen, que engendra a un hijo pacificado, al niño que fuimos, y ya
adulto repite el acto de la traición a nuestras esperanzas: se mata a sí
mismo para pagar las culpas de todos. Nos quedamos con la madre
pura, impoluta, virgen, que resistió la prueba del dedo en la vagina
para que verificaran lo intacto de su himen, y nos salvamos adultos
en todos los frentes: en el infantil y el adulto, en el proceso primario
y en el secundario. A costa de quedar escindidos para toda la vida: la
pulsión de vida restringida, por un lado, y la pulsión de muerte, que
sigue su camino, creemos, librándonos de nuestros enemigos de afuera,
por si acaso. Por eso la religión del amor se convirtió en la religión del
odio y del dominio: fue creada para eso.
De consiguiente, vino la reconciliación por uno, así como el
pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, y la muerte pasó así a todos los hombres, pues que todos
pecaron (5:12).
30
Cuestiones cristianas
Así con el cristianismo entró la muerte en la historia, nos dice Freud,
que leyó bien a Pablo. La dialéctica fetichista del uno y del todo, que
sólo la palabra enuncia, y la confusión imaginaria de la identificación
con el Uno a uno, que se convierte en la difusión de un modelo que
da por realizada la ecuación primaria. La culpa actualiza la primera
dimensión afectiva del hombre, y reanimando ese lugar histórico y
psíquico en cada uno, pretende darle su solución –también imaginaria
aunque con efecto real– como solución social –aunque los efectos de
esta sumisión en masa permitan que la historia de horror, de crímenes
y muertes, de dolor humano, prosiga su camino.1
Al tomar el mito del origen, planteo imaginario, como si fuera la
historia real misma, la historia se configura sobre el fondo de lo imaginario convertido en real: la solución mítica. La solución histórica es
mítica. Por eso Freud dice que su mito es un mito científico: endereza al mito y lo utiliza para desarrollar su contenido oculto y presente
al mismo tiempo en el mito del cual parte: encuentra su contenido
de verdad y lo desarrolla, lo convierte en histórico. Freud da cuenta
del origen histórico de lo imaginario, y lo devuelve, comprendido,
a la realidad misma que lo origina. Pablo parte del mito de la caída
de Adán, y soluciona la historia humana en otro mito: el de la redención por Cristo. Uno nos pierde, y otro nos salva. Pero es lo mismo.
La historia real, bien gracias. Y la mística es la experiencia humana de
vivir el mito en la exaltación extrema, en el paroxismo de la carne que
alucina al otro y se entrega. Y allí coinciden lo místico y lo mítico: uno
mismo hecho el lugar humano de la coincidencia en el supremo goce
de alcanzarlo. Yo el Supremo: yo mítico.
Porque hasta la ley, el pecado estaba en el mundo; pero no se
imputa pecado no habiendo ley. No obstante reinó la muerte
1. Antes yo había escrito que mientras exista la negación del otro por el hecho de serlo, la inhumanidad de lo humano, del anti-judaísmo, esa sería la prueba de que la revolución comunista
era una revolución limitada a lo económico-político. Pero ahora tendría que afirmar que esa
prueba pasa por la negación del otro puesta en lo femenino. [N. de L. R.]
31
León Rozitchner
desde Adán hasta Moisés [los hombres morían, no había salvación eterna] aun en los que no pecaron a la manera de la rebelión
de Adán; el cual es figura del que había de venir. Mas no como
el delito, tal fue el don; porque si por el delito de aquel uno
murieron los muchos, mucho más abundó la gracia de Dios a los
muchos, y el don por la gracia de un hombre, Jesucristo.
Quiere decir que los que no cometieron el delito de Adán sin
embargo también murieron, pero con Jesucristo el don consiste en
que no hay delito: hay pecado inocente, no delictivo. Pero entonces
las culpas humanas ante la ley no pueden ser sancionadas: no hay ley
que valga. El ámbito humano de la justicia deja su paso al don de la
gracia que excluye al delito. Y si excluye el delito excluye el juicio de los
hombres: que el perdón nos valga. (Con eso nos exculpa de la muerte
primera fantaseada).
No hay dominio externo sobre los hombres, que no pueden ser
juzgados (como él mismo necesita ser excluido de la mirada enjuiciadora de sus iguales por el asesinato). La justicia no es un avatar
humano que sucede y se produce como una conquista humana: no
sólo lo interno queda separado de lo externo de los otros hombres.
El poder del juicio pasa, por medio de Cristo, al Papa. Y el Papa es
la figura humana del papá redivivo: la palabra absoluta. Lo interno
se separa en lo interno mismo de sí mismo, y abre el campo de la
mala infinitud en la propia conciencia, dividiendo la carne en el
afecto escindido como resonancia en la carne misma. No hay separación, como decíamos antes, entre espíritu y cuerpo: hay separación
entre cuerpo y cuerpo, en el cuerpo mismo, dividido, mediado por el
afecto y el asco (como lo está en la conciencia como culpa y necesidad de
castigo). Hay una parte espiritual del cuerpo, y hay otra parte animal,
demoníaca. De la cual escisión del cuerpo se produce la escisión de
la conciencia, que reposa en ese cuerpo que aniquiló por terror el
sentimiento del dolor en sí mismo. Y por lo tanto aparece el amor
amenguado y el placer anestesiado. Placer separado en uno mismo de
32
Cuestiones cristianas
sí mismo, la hendidura está en la carne aterrorizada, que teme morir
cuando ya está muerta.
“Ni tampoco de la manera que por un pecado, así también el don:
porque el juicio a la verdad vino de un pecado para condenación, mas
la gracia vino de muchos delitos para justificación” (5:16). ¿Cómo
entender esto? Juicio, condenación, gracia, justificación. El don por la
gracia de un hombre, Jesús, pero el don directo por la gracia de Dios.
Había pecado, pero no había ley que lo imputara. Había gracia, ¿don
de Dios? Dios salvó del delito por la gracia: ¿no había delito? “El juicio
viene de un pecado para la condenación, pero la gracia vino de muchos
delitos, para justificación”. El pecado no es delito: produce el juicio
y la condena. ¿La gracia aparece cuando existe el delito, y lo justifica,
porque la ley lo produce?
Retomemos desde el comienzo la Epístola a los Romanos. Allí se
aclara esto de la ley.
Todos cuantos han pecado sin la ley perecerán también sin la
ley, y todos los que pecaron bajo la ley serán juzgados por la ley.
No son los que escuchan la ley los justos ante Dios, sino los que
practican la ley los justificados. En cuanto a los paganos, que no
tienen la ley, hacen naturalmente lo que prescribe la ley –ellos
que no tienen ley– tienen una ley por sí mismos. Muestran que
la obra de la ley está escrita en sus corazones; sus conciencias
dan testimonio y sus razonamientos los acusan y les prohíben
cada vez. Es lo que aparecerá evidente el día en que, según mi
Evangelio, Dios juzgará –por Cristo Jesús– las acciones secretas
de los hombres (2:12-16).
Pese al desvarío de juicio, del pensamiento en la conciencia, a veces
aciertan y otras se equivocan: pero tienen los valores que Dios decantó
en ellos, aunque inseguros.
Aquí está claro que hay una espontaneidad valorante antes de la ley
judía, en las leyes paganas, y sin la legalidad, pues hacen “naturalmente”
33
León Rozitchner
lo que la ley ordenaría pero sin conocerla. Hay un ordo amoris espontáneo. Es a ese lugar de la ley anterior a la ley lo que él llama “las acciones
secretas de los hombres”. La conciencia es segunda: sólo da testimonio.
El judío se enorgullece de dar con la ley “la fórmula del conocimiento y de la verdad”. Pero puede darla e infringirla al mismo tiempo:
es algo exterior que ordena a los otros sin implicarlo a sí mismo en lo
que proclama. El de Tarso va a descubrir esta implicación en Cristo
interiorizado. Hay que estar implicado: formular la ley no quiere decir,
por eso mismo, cumplirla. (Pero esto ya lo sabían de sobra los judíos).
Pero lo que la letra ordena tampoco tiene importancia en la marca del
cuerpo. ¿Un incircunciso que cumple la ley es lo mismo que un circunciso? Exterioridad de la ley y de la marca en el cuerpo.
“La circuncisión es útil si practicas la ley”: la marca del cuerpo es
secundaria. “Judío no es aquel que tiene las apariencias [la circuncisión,
como la ley, es una apariencia]; y la circuncisión no es la apariencia en
la carne” [aquí la carne es desechada, como no siendo el lugar donde
se es espíritu] “Sino que Judío es aquel que lo es interiormente; y la
circuncisión es la del corazón, según el espíritu y no según la letra. La
distinción de ese Judío no viene de los hombres sino de Dios”. [La letra
es la escrita, las tablas de la ley que recoge Moisés de manos de Dios].
Aquí se consuma la separación fundamental entre cuerpo y alma,
carne y espíritu. O más bien, como señalé antes, entre cuerpo y cuerpo.
Para que haya escisión entre espíritu y cuerpo debe haber simultáneamente escisión en el interior del cuerpo mismo. O entre corazón
materno y pene paterno. Pene y corazón son metáforas del cuerpo sin
órganos. El corazón es una metáfora del espíritu encarnado, mediador
entre el cuerpo y el alma, que allí se expresa. El corazón circuncidado
expresa la marca del fundamento de la ley en un lugar que excluye la
carne pero que la ordena: está en el hombre por encima de su propio
cuerpo. El judío era marcado en su pene: la castración era en el
miembro principal donde se ejercen las pulsiones fundamentales que
lo ligan a la sociedad y a los otros a través de la prohibición impuesta
por el padre, aunque no por eso resuelta. Hay que hacerse cargo de esa
34
Cuestiones cristianas
marca, y hay que saber si esa inscripción obra o no en lo inconsciente:
no podemos saberlo claramente.
Zona claro-oscura de la marca judía. No impide sin embargo que
el judío sea un infractor y un paranoico: los rabinos. Organizan todo
afuera, férreamente, para impedir que aparezca la transgresión sin
lograrlo. Marcan lo puro y lo impuro sobre las cosas que convertirían
en pura o en impura al alma: alfabeto objetivado de la ley en-marcada
en los objetos. La ley aparece reafirmando afuera la marca inicial de
la circuncisión, primera (o segunda) en el tiempo de la vida, pero no
es suficiente. El judío marca en el cuerpo y en la conciencia, pero no
es suficiente. Persigue lo más subjetivo en lo objetivo, como sangre y
como letra que relaciona lo interno con lo externo. Pero no basta, y no
basta porque lo hace afirmándose en el origen mítico del hombre, y
allí pretende grabar lo social, sintéticamente, marcando, para siempre.
Pero en la sociedad, en la ceremonia misma de la marca, esa marca
oculta el origen de la madre engendradora de la cual se lo separa al hijo
por la castración-circuncisión, pretenden, para siempre. Ineficacia pues
de la sociabilidad judía, que sin embargo mantiene la referencia a lo absoluto como una imposición no siempre soportable, generadora de enfrentamientos, desafíos, caídas, incumplimientos, en fin pecados contra la ley
y Jehová que amenaza. Y nadie entiende del todo nada: se discute, se
contradice, se interpreta lo que Dios quiso decirles a los hombres. Hay
campo de debate, y la verdad no es una, conocida: hay que desarrollarla
con la lógica contradictoria de los hombres y de sus perspectivas.
Intermedio sobre la identificación para Pablo
Retomando lo del animal totémico, donde el padre asesinado y
amado era desplazado, aparece en Pablo una síntesis de esa trayectoria.
En ese lugar vacío de figura humana que dejó el judaísmo con el monoteísmo de Jehová, nos dice Pablo:
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León Rozitchner
Diciéndose ser sabios, se hicieron fatuos. Y trocaron la gloria de
Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de animales de cuatro pies, y de serpientes. Por
lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de suerte que contaminaron sus
cuerpos entre sí mismos.
Los cuales mudaron la verdad de Dios en mentira, honrando y
sirviendo a las criaturas antes que al Criador, el cual es bendito
por los siglos. Amén (Ro., 1:22-25).
Y aparece el terror a la homosexualidad que resulta de esta adoración (la relación homosexual con la imagen del padre, identificación
primera exaltada de Pablo):
Por eso Dios los entregó a afectos vergonzosos [siempre la confusión entre lo primario y lo secundario, el tránsito de un nivel al
otro, la mezcla impura donde el concepto trabaja con contenidos
alucinados, imaginarios, que utilizan la mediación de lo actuado
en la sociedad, pero que está alimentado por la actuación contenida en sí mismo]; pues aun sus mujeres mudaron el natural uso
en el uso que es contra naturaleza; y del mismo modo también
los hombres, dejando el uso natural de las mujeres, se encendieron en sus concupiscencias los unos con los otros, cometiendo
cosas nefandas hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos
la recompensa que convino a sus extravíos (1:26).
La homosexualidad es la amenaza siempre latente de la carne que
al identificarse con el otro abre el ámbito temido de la confusión en lo
mismo, pero ahora en el sexo. La identificación es riesgosa: el espíritu,
en el amor al otro, arrastra la penetración en el cuerpo. La identificación
primera con la madre y el padre, conservada en el cuerpo y reavivada, se
actualiza y se actúa en el cuerpo adulto con el otro hombre, borrando las
distancias que la ley sanciona. La amenaza psicótica está siempre latente:
36
Cuestiones cristianas
¿cómo desgajar al amor del cuerpo que lo sostiene, y pide la fusión carnal
que el sexo con su pulsión abarcadora abre com-pulsiva-mente, borrando
los límites que el espíritu y la sociedad le imponen? En el amor que viene
desde sus entrañas, ilimitado, carne extendida y abarcadora desde las
primeras presencias del otro en su propio cuerpo, está el peligro mortal,
que el mismo Dios (el padre) condena: la inmundicia, las concupiscencias, la contaminación de los cuerpos (1:24). Todo lo viviente puede ser
animado y amado con el vigor del sexo: aves, animales, serpientes, y la
diferencia sexual borrada en la mujer que busca a la mujer y el hombre al
hombre. La carne es loca (o está loca).
De la locura de lo Mismo con lo Mismo, con lo idéntico, encarnada
en la temida homosexualidad de los cuerpos, resultan todos los pecados
humanos: “Y como a ellos (los homosexuales) no les pareció tener a
Dios en su noticia, Dios los entregó a una mente depravada, para hacer
lo que no conviene”. Dios es el que castiga lo mismo con lo mismo:
al cuerpo depravado le sucede, como castigo que prolonga desde ese
mismo sitio donde el engaño los llevó a encontrar en el otro semejante
el goce del cuerpo enloquecido por su imagen, desde donde Dios “les
entrega a una mente depravada, para hacer lo que no conviene”.
“Estando atestados de toda iniquidad, de fornicación, de malicia, de
avaricia, de maldad; llenos de envidia, de homicidios, de contiendas,
de engaños, de malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males,
desobedientes a los padres; necios, desleales, sin afecto natural,
implacables, sin misericordia”. Y por lo tanto dignos de muerte: “Que
habiendo entendido el juicio de Dios que los que hacen tales cosas
son dignos de muerte, no sólo las hacen, más aun consienten a los
que las hacen”. Desafían a la muerte, pese al juicio de Dios. La Ley no
basta ni la justicia humana. ¿Cómo resolver el problema de la ineficacia
para enfrentar la maldad del hombre, hacer que la distancia infinita al
mismo tiempo desaparezca y Dios amenace más eficazmente desde dentro
mismo? ¿Cómo hacer que lo más distante se haga más próximo sin llevar
a la homosexualidad, cómo hacer para que el amor triunfe cuando desde
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León Rozitchner
dentro mismo surge contradictoriamente como lo que debe ser negado?
¿Cómo separar al espíritu del cuerpo, como dividir al cuerpo haciendo que
una parte sea casi incorporal, volátil? La clave está en el fantasma y en lo
imaginario y en el afecto: se siente o se imagina, como si todo viniera
desde fuera de uno, como una corriente de aire, etéreo, alado, puro. Es
decir: carne de-purada.
Pablo debe luchar contra la locura que lo atrapa. Debe haber algo
por encima que pueda ser amado. Pero ese Dios distante de los judíos,
que separa la propia finitud de ese infinito que sólo la ley conecta con
las cosas que la violan, esa distancia interna entre Dios-Padre y la identificación primera, sensible, que desde el padre infantil la alimenta,
pugna por buscar su objeto a su manera en las cosas vivas mismas. Es
el Edipo judío resuelto a su manera. Necesita una mediación encarnada, que es el otro hombre (homosexualidad) o la mujer prohibida
por ese hombre mismo: no hay salida. Sólo la ley férrea de lo puro y
lo impuro organizando obsesivamente los actos más menudos de la
vida cotidiana, como en el judío, podía mantener esa distancia abierta,
reservando la distancia con el Padre eternizado, sin poner a ningún
otro que ocupara ese sitio: la prohibición de crear imágenes adorables
que prolongaran el propio cuerpo en el cuerpo de la madre o de otro
hombre. Ese sitio debía permanecer vacío, infigurable, y sólo la letra
podía nombrarlo al mismo tiempo que lo ocultaba: la letra misma
debía sugerir su nombre al nombrarlo recortado: circuncidado en
la palabra misma que lo nombra. Hasta allí, en la letra misma, debía
aparecer el vacío incolmable, la distancia hecha palabra escrita, el
extremo límite de lo intocable. J’h’va.
A la palabra escrita de J’h’va le falta algo: está ella misma castrada,
no está completa: palabra desprepuciada, palabra circuncidada. Las
vocales, más suaves, las que se dicen con la boca infantil que succiona,
son las primeras letras-palabras maternales.
En Pablo la homosexualidad temida lleva a que no haya identificación del hombre con el hombre, reconocimiento desde el afecto
encarnado, del cual surja la posibilidad del reconocimiento y del amor
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Cuestiones cristianas
y la hermandad humana. Sólo se identifica con el hombre-muerto,
aunque resucitado. No hay identificación directa tampoco con Dios
mismo (que era la solución judía) porque dejaba abierta esa distancia
interna entre el padre y el hijo, y la ley abstracta, escrita: la palabra
que abre el hiato entre la imagen y lo representado. Es la identificación con la figura de Cristo hecho Dios la mediadora, identificación
con el Sacrificado, con el Hombre muerto, con el Torturado, con el
supremo culpabilizado, el que sintetiza las culpas, el que más amó al
Padre y pudo realmente morir por él, por predicar que realmente existía,
y la prueba estaba dada: murió en su nombre, como Pablo no puede
hacerlo. No hay distancia de palabra con Dios interiorizado. Cristo
realiza el Edipo judío fantaseado llevándolo hasta el extremo de lo verificable: acepta asumir la muerte, como hijo, y pone de relieve la intención encubierta de los padres judíos contra el primogénito, la figura
fundadora de Abraham.
Y no hubiera tenido que hacerlo, llevarlo hasta ese extremo, por su
propio padre: era el niño que en el Edipo infantil, imaginario e individual lo había cometido (Freud afirma que en realidad pagaba con su
vida la culpa de haber matado al protopadre en el origen de la historia,
y luego al Moisés bíblico). Pero Pablo realmente fue culpable por el
asesinato de otro hombre que no cumplió lo que la severidad de Jehová
ordenaba, y aprobó que se lo condenara a muerte en nombre de Dios
mismo. Por eso luego tiene Pablo que venerar a Cristo: Pablo se reconoce en quien murió para que él mismo ganara la vida eterna: siempre
la muerte afuera, en el otro hijo, aquí en el hermano.
El problema es pues la exterioridad de la ley del hombre que sin
embargo recurre a ella para juzgar a los otros: no se juzga a sí mismo
con la misma vara. Es el poder lo que aquí aparece, y la excepción que
da el violarla. Por eso lo encubierto en el corazón del hombre debe ser
des-cubierto: ¿cómo interiorizar la ley, cómo encarnarla? Ya vimos el
peligro: debe obrar a la manera de lo idéntico: hacer que mi ser encarnado sea idéntico en su contenido mismo a la forma del otro desde el cual
se inauguró la semejanza.
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León Rozitchner
Pablo toma al fracaso y la caída de los judíos como prueba del
camino errado. La experiencia del fracaso de la religión de la ley le sirve
para proponer su evangelio, y la divinización de Cristo. Su mensaje
(el de Cristo) no está muy explícito, porque toma a los profetas, y a
Moisés y a Abraham, en apoyo de su propuesta: “Mas por el tropiezo
de ellos vino la salud de los Gentiles. Y si la falta de ellos es la riqueza
del mundo, y el menoscabo de ellos la riqueza de los Gentiles, ¿cuánto
más el henchimiento de ellos?” (11:11).
La responsabilidad criminal y asesina de Pablo
Y yo dije: Señor, ellos saben que yo encerraba en cárcel, y hería
por las sinagogas a los que creían en ti;
Y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo
también estaba presente, y consentía a su muerte, y guardaba las
ropas de quienes le mataban (Hechos, 22:19).
Yo ciertamente había pensado hacer muchas cosas contra el
nombre de Jesús Nazaret;
Lo cual también hice en Jerusalem, y yo encerré en cárceles a
muchos de los santos, recibida potestad de los príncipes de los
sacerdotes, y cuando eran matados yo di mi voto.
Y muchas veces, castigándolos por todas las sinagogas, los forcé
a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí
hasta en las ciudades extrañas.
En lo cual ocupado, yendo a Damasco con potestad y comisión
de los príncipes de los sacerdotes, en mitad del día, oh rey, vi en
el camino una luz del cielo, que sobrepujaba el resplandor del
sol, la cual me rodeó y a los que iban conmigo;
Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me
hablaba y decía en lengua hebraica: Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? (...) Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el señor
dijo: Yo soy Jesús, a quien persigues. (...) para que reciban, por
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Cuestiones cristianas
la fe que es en mí, remisión de pecados (...) Que Cristo había de
padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para
anunciar luz al pueblo y a los Gentiles (Hechos, 25:9) (...)
Festo, a gran voz, dijo: Estás loco, Pablo: las muchas letras te
vuelven loco (25:24).
Aquí se produce la conversión: el perseguido persigue al perseguidor, el asesinado al asesino, pero le promete el perdón y encima la
vida eterna: allí, por identificación depurada, sin carne, con el muerto, la
homosexualidad no es temida: a los muertos el pene no se les pone erecto.
Freud: Moisés y el monoteísmo según Pablo
“Parecería que, como precursor del retorno del contenido reprimido,
un creciente sentimiento de culpabilidad se apoderó del pueblo judío
(!), y quizás aun de todo el mundo a la sazón civilizado, hasta que por fin
un hombre de aquel pueblo halló en la reivindicación de cierto agitador
político-religioso (Jesucristo) el pretexto para separar del judaísmo una
nueva religión: la cristiana. Pablo, un judío romano oriundo de Tarso,
captó aquel sentimiento de culpabilidad y lo redujo acertadamente a su
fuente protohistórica, (LR) que llamó ‘pecado original’, crimen contra
Dios que sólo la muerte podía expiar. Con el pecado original la muerte
había entrado en el mundo. En realidad ese crimen punible de muerte
había sido el asesinato del protopadre, divinizado más tarde; pero la
doctrina no recordó el parricidio, sino que en su lugar fantaseó su expiación, y por ello esta fantasía pudo ser saludada como un mensaje de
salvación (Evangelio). Un Hijo de Dios se había dejado matar, siendo
inocente, y con ello había asumido la culpa de todos. Era preciso que
fuese un Hijo, pues debía expiarse el asesinato de un Padre”.2
2. Sigmund Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, en: Obras Completas, t. III, Madrid,
Biblioteca Nueva, 1972, p. 3293.
41
León Rozitchner
Y Freud agrega: “La elaboración de la fantasía redentora probablemente sufriera el influjo de tradiciones originadas en misterios orientales y griegos, pero lo esencial de ella parece ser obra del propio Pablo,
un hombre de la más pura y cabal disposición religiosa, en cuya alma
acechaban las oscuras huellas del pasado, dispuestas a irrumpir hacia
las regiones de la conciencia”.
Lo esencial es aquí la particularidad de Pablo. En él “acechaban
las oscuras huellas del pasado”: huellas históricas en su subjetividad.
¿De su propio pasado familiar o de su pasado histórico-social? Parecería que Freud deslinda el influjo en él de las tradiciones orientales
y griegas, como secundarias. Lo importante fue él mismo, obra del
propio Pablo. ¿Qué quiere decir “la más pura y cabal disposición
religiosa”? ¿La más pura y cabal disposición a fantasear el drama de
su propio origen, es decir buscar la salida por lo imaginario en el
elemento de lo imaginario? Sin embargo el de Tarso piensa, y agudamente: la lucha contra la ley, por ejemplo. ¿Lo simbólico le sirve para
anular lo simbólico? ¿La aceptación de la ley para poder negarla en
el elemento de la ley misma, en el pensamiento, y mantener el privilegio de las fantasías, de lo imaginario? ¿El pensamiento quiere abrir
el lugar de lo imaginario y del afecto como negándose a sí mismo por
lo que él mismo produce como acceso a la conciencia, que al mismo
tiempo produce la muerte del que piensa?
Freud construye la “realidad histórica” sobre la creencia en la transmisión hereditaria de la experiencia vivida en el pasado. Este presupuesto, que la biología invalida, pero que a su manera también debe
de algún modo explicarse por las modificaciones que introducen los
estímulos externos en la determinación de los instintos, se convierte
quizás en un presupuesto espiritualista de los caracteres heredados:
Freud pide demasiado espíritu a la materia del cuerpo biológico. ¿No
será esa herencia la que se transmite en los mitos, en los operadores
totémicos que describe Lévi-Strauss, y que sin ser puramente formas
estructurales, reciben junto con la estructura un lleno actual que las
hace realmente eficaces como estructuras? Si no hubiera mujer deseada
42
Cuestiones cristianas
que prolonga a la madre no habría regla que prohíba el incesto, no
habría estructura social que encuentre la necesidad de su vigencia en la
experiencia vivida que da qué pensar a los hombres –y que la inventarían aunque no pensaran nada objetivamente, sino que lo asignaran a
fantasías e imágenes que actualizan en el presente los dilemas vividos
desde la infancia como enfrentamientos y amenazas y asesinatos reales.
Si las fantasías se resolvieron socialmente en normas y reglas que
hicieron posible realmente la vida social, quiere decir que la prohibición del incesto, por ejemplo, fue una norma eficaz que se desarrolló
espontáneamente desde la dramática humana vivida y fantaseada
como estructuras sociales que se elaboraron eficazmente, sin crear el
poder de nadie (salvo, quizás, el que se deriva del patriarcado, pero
tampoco el patriarcado terminó en el poder de uno). Hay una elaboración social de las fantasías que quedaron como residuo de lo no satisfecho, que la religión contenía como residuo que se seguía elaborando
y satisfaciendo en el campo imaginario objetivado en los dioses y en
los fetiches, y también en el campo de las relaciones sociales y de las
satisfacciones colectivas (ritos, ceremonias, sacrificios) que también
formaban parte de ellas.
El psicoanálisis como teoría elabora la verdad histórica y material,
por primera vez confluyendo en un modelo de integración, y esto en
oposición a la elaboración religiosa y política. Y por eso su mito es
mito científico: se produce desde lo mismo que la religión mantenía
como su forma humana, la única posible, pero que detuvo la objetivación social de los dramas que los hombres se planteaban. El psicoanálisis ocupa, en ese sentido, el lugar que antes ocupaba la religión, en
el elemento mismo que la religión trabajaba, pero situando –por la
interpretación– a lo fantaseado en otro nivel de verdad que la religión
contenía y detenía con formas de transacción imaginarias. Y aparece
transformando, como la religión, al hombre que debe por su mediación
convertirse: hacerse otro en relación con el todo que lo determina y
donde se sitúa. Por eso no es una mera “concepción del mundo”: sus
pretensiones son mucho mayores. Una concepción del mundo es aun
43
León Rozitchner
un mito, aleatorio si se quiere. Pero el psicoanálisis freudiano es un
mito científico: abre el campo de una verdad, una resolución verdadera, del drama social y humano y del destino de cada hombre.
Es el anuncio de un hombre nuevo. Y se produce también con
su Mesías, lugar que Freud ocupa. Y en la secta que se desprende del
judaísmo, Freud ocupa de otro modo el mismo lugar que Pablo: anuncia
la necesidad de universalizarse, y expandirse, como nueva creencia, en
el mundo (cosa que Moisés no se propuso). Sobre fondo de su práctica
tiene también su “revelación” en los sueños: es su camino de Damasco
en un pueblo veraniego. Allí hay una placa que rememora la revelación
de la llave de los sueños: igual que le pasó a José con María, y a tantos
otros. Freud descubre la llave de todos los sueños anteriores soñados
por los hombres de fe: descubre el secreto de los sueños, la interpretación de las fantasías, de las imaginaciones. Tiene el secreto de la religión revelada: se le reveló no en el sueño, sino en el análisis despierto
de lo que él mismo soñaba. Y tiene después su Iglesia, y sus sacerdotes,
sus sabios, sus rituales, sus templos, sus reuniones, sus comidas totémicas, sus sacrificios y celebraciones, sus óbolos sobre todo. Tiene
pues su casta sacerdotal que administra la participación de los fieles,
y la jerarquía. Las conversiones y las purificaciones tienen sus modalidades propias: deben modificar y crear otras fantasías, modificando las
anteriores: la interpretación permite exorcizar los demonios. Tiene su
principio de realidad, distinto a todo lo anterior: autoriza sus propios
goces, sus místicos y rabinos o sacerdotes y sus sacrificadores. Transforma a los poseídos y su sabiduría abarca a los alucinados, a las brujas
y a los perseguidos por fantasmas. Como Jesús, expulsa a los demonios.
Cobra a su manera su diezmo con la forma mercantil que es propia a la
economía de su época. Tiene sus reglas estrictas, y genera sus desvíos,
sus sectas, sus apóstatas lacanianos que mantienen el fundamento
revelado como la creencia básica de la cual parten todos. Tiene sus
excluidos y sus réprobos.
Pero junto a la casta sacerdotal y a la Iglesia está el pueblo, en el
cual esta verdad se difunde a su manera: va ganando espacio aun en las
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Cuestiones cristianas
deformaciones con que se lo transmite a través de los media: abre una
reflexión interior sobre cada uno, un espacio social nuevo donde se
debate de otro modo lo que antes las religiones anteriores proporcionaban para pensar los propios dramas del origen. Sólo que esta interioridad así abierta puede ser, y lo es de hecho, llenada de múltiples
maneras, pero algo sin embargo se elabora pese a la insidia de los que
lo combaten y se introducen en ese mismo terreno. Quizá lo que las
religiones tratan de llenar ahora, y parece un éxito en la manera como
reciben a sus fieles, señale lo que se perdió con las modificaciones que
el mismo psicoanálisis freudiano planteaba: el fracaso de los socialismos muestra al mismo tiempo la limitación en la expansión de la
verdad de ese mito científico que Freud elaboró para todos. Y que
apareció en ese marco, y hubiera necesitado que se desarrollara para
que pudiera expandirse. El fracaso del socialismo quizá signifique al
mismo tiempo un retroceso del psicoanálisis, en la medida en que sus
sacerdotes no prolongaron y ampliaron la verdad de su Mesías como
hicieron con Jesús los cristianos.
El psicoanálisis no expandió la verdad que está en su Biblia: la “cura
de almas” se mantuvo en el campo de las relaciones científicas y de la
terapia individual: no comprendió la proyección de su descubrimiento,
cosa que Freud sí había hecho, contradictoriamente. Su modelo fue el
tradicional: el de la religión científica y de las profesiones liberales. No
se hizo político, no tuvo su caudillo verdadero, ese que Freud designaba con el nombre de “agitador político-religioso” a Jesús: fue solamente “religioso científico”. No advirtió la magnitud de la tarea que
sus sectarios mantienen como sacerdotes, solidificando con su organización y sus encuadres obsesivos y rituales lo delimitado de su poder
para que su peligrosa verdad no se expanda: no se hizo político. No
juntó la religión con la política y la guerra: dejó que se desangraran
los que combatían también por sus verdades, y no interpretaron las
“resistencias” de los políticos para acercarse a ellos, como lo hacen
pacientemente con sus pacientes merced a los honorarios con los que
salvan su vida, y la detienen en el umbral de su “especificidad”, como
45
León Rozitchner
llaman ahora a sus recortes de vida en el propio ejercicio de las vidas de
sus cuerpos. No comprendieron que la verdad del psicoanálisis ponía
en juego un potencial histórico inmenso, la promesa de otra forma
de relación humana y social; que su verdad venía a destruir el asiento
fantaseado del núcleo despótico del poder en lo subjetivo. Que era una
“religión” a–religiosa, que lo suyo se debatía en el mismo campo en que
se debate la alienación política y económica y militar que la religión
fundamenta a partir de su modelo de hombre.
Pero quizá su límite estuvo dado porque mantenía ferozmente el
poder del patriarcado, ratificado tanto en su teoría histórico-religiosa
como en sus sacerdotes y sus fieles.
Parecería que en Freud mismo la relación con el padre queda congelada en la configuración individual y narcisista que produce como resultado. Pero el campo de lo imaginario real, que debió prolongarse con
la culpa para absolverse de ella en la historia adulta de los hombres, eso
desaparece. Y predomina en el Edipo la forma infantil en la sumisión
adulta. Como descripción de lo que se presente es cierto, pero no hay
detrás una teoría que esboce la negación de lo materno como la contradicción fundamental del patriarcado que sostiene. ¿No hay sin embargo
dentro de esa misma forma la preeminencia del hijo a través de cómo la
madre, el cuerpo de ella digo, se filtra y permanece haciendo que algo de
la solución oscile? ¿No hay nada que hacer contra la castración paterna
cuando a ella le sucede la confirmación traumática que el poder político realiza? Para que haya trauma, o neurosis, debe haber ratificación
de la primera situación en la segunda, que la confirmaría como cierta a
la amenaza. Y allí no habría ventana, espío, lucecita a lo lejos, llama de
esperanza entreabierta y sentida. La religión cristiana contiene todos los
elementos dispersos de la perversión infantil, y los integra en un orden
cerrado donde todo está contenido: la Santa Madre, el Santo Padre, el
Santo Cristo, y los santos, y los animales que hacen guiños: todo está
reunido y contenido en un nuevo orden que no deja nada afuera, salvo
“la vida entera” (“La indiferencia paulina hacia el mundo”, “aceptarlo tal y
como es, obligación estrictamente religiosa”, Weber, Max).
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Cuestiones cristianas
Según Weber los rabinos judíos consideraban que es (se lee en el
Talmud) “mejor y más ricamente recompensado por Dios el hacer
algo bueno por deber que el realizar una buena acción a la que no
se está obligado por la ley –con otras palabras: el frío cumplimiento
del deber es moralmente superior a la filantropía sentimental– y la
ética puritana aceptaría este principio lo mismo que Kant que (…) se
aproxima mucho (…) en su imperativo categórico. (...) Pero al mismo
tiempo, las raíces de la ética talmúdica se sumergen en el tradicionalismo oriental. ‘R. Tanchum ben Chanilai ha dicho: Nunca cambie
el hombre un uso’ (Gemara en Mischna, VII, I, Nº 93: se trata del
sustento de los jornaleros). …naturalmente, no es extraña al judaísmo
la idea de que el éxito evidencia la bendición de Dios. Pero la significación fundamentalmente perturbadora que, desde el punto de vista
ético-religioso, alcanzó en su judaísmo a consecuencia de su doble
moralidad, interior y exterior, impide afirmar en este punto decisivo
la existencia de una afinidad esencial”.3
Esto sucede porque el monoteísmo judío es una religión patriarcal
de un Dios absolutamente trascendente: un momento en la dominación externa impuesta para excluir la pulsionalidad materna. La
Madre es lo que habla buenamente desde el corazón interno, lo más
íntimo del hombre. La Ley de Jehová suplanta el orden del corazón
de la madre. Por eso el judaísmo impone la obediencia a la ley divina.
Y los cristianos, como san Pablo y Agustín, se avivan de esa contradicción, y la resuelven redoblando y transformando lo materno interno
en paterno interno –previa castración del corazón, por supuesto.
Porque la madre es la primera marca del acogimiento, la primera
figura universal para tornar habitable un mundo humano. Freud se
mantiene en la religión del Padre.4
El poder que se verifica en la realidad histórica como disminución del antes ejercido, tiene que ser compensado en la religión: “las
3. Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, Península, 1969, n.
58, pp. 231-232.
4. Cfr. Sigmund Freud, “El malestar en la cultura”, en: Obras Completas, cit., I, pp. 3017-3023.
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León Rozitchner
divinidades maternas surgieron en la época de limitación del matriarcado, con el fin de indemnizar a las madres destronadas”.5 (Quiere decir
que se convierten en Diosas porque primero los hombres, al destronar
el poder de las madres, impusieron la religión de los Dioses-Padres).
No a las verdaderas madres solamente, sino a las madres “destronadas”
que estaban vivientes en el seno de los hijos. La religión es escisión
objetivada, imaginaria, entre la realidad histórica del poder efectivo
y lo que fue relegado, desplazado, pero al mismo tiempo satisfecho
intensamente en la adoración subjetivo-objetiva.
Freud está planteando un nuevo esquema de comprensión histórica: trata de completar el existente leyendo en el campo religioso lo
que la sociedad elabora en el margen que esta le deja, como aquellos
contenidos relegados, excluidos, pero que permanecen requiriendo su
satisfacción fantaseada. Nada se pierde de lo que nos abre a la vida de
la historia: todo se inscribe, aunque distintamente. Y este proceso es
necesario para que el hombre no se vuelva loco: hay que normalizarlo,
y para ello la religión le da sus respuestas en el mismo nivel desde el
cual surgen y al cual vuelve a relegarlas. Las saca del espacio histórico real, objetivo, colectivo y adulto y las devuelve al planteo infantil,
individual y fantaseado.
Pensar: dado el corte entre lo primario y la realidad que se mueve
en el elemento de la eficacia, parecería que no hay prolongación
en la realidad del sistema productivo, y de sus relaciones y objetos,
de aquello que se debate en el campo imaginario de la religión. La
realidad se muestra sin aureola: no se ve ni se comprende qué efecto
tiene allí. Parecería que lo primario no pasa a la realidad adulta, y de
allí el corte: separación entre lo espiritual y lo material. Pero ese corte
no existe: sólo hay corte entre cuerpo y cuerpo, el cuerpo que la letra
ordena, o la palabra dicha, y el cuerpo que prolonga esa otra dimensión de la substancia maternal. (No hay significante “corazón” sino
la víscera más sensible del cuerpo, no hay significante “falo” sino el
5. Óp. cit., III.
48
Cuestiones cristianas
órgano más sensible del cuerpo que se dirige hacia el Otro diferente,
no a lo Mismo, afuera).
Pero esa substancia no se refiere a ese primer objeto perdido para
siempre: el objeto se pierde, pero no su impronta que abrió a la vida
desgajándonos de él. La impronta persiste como lo único que nos salva
de ir al encuentro temporal de la muerte que desde la separación nos
espera al final de la vida. Cada día es la verificación horrorizada de
ese final que ningún patriarcalismo ni eternidad tranquilizan. No hay
“seno de Abraham” para ese reposo. Hay que ir distinguiendo en lo real
de las relaciones sociales la prolongación, presente allí, de ese modelo
cristiano que determinó la forma de la sociabilidad actual. Hay que
poder leerlo entonces en el modelo de sociedad que el cristianismo
organizó contra el modelo judío, que Spinoza criticó.
Por lo tanto hay que poner el acento en este problema: la sociabilidad cristiana.
Identificación: tiene imitación e incorporación. Tiene siempre el
intento de incluir el cuerpo de la madre, diluir la diferencia, anular la
separación sexual. Es como si la identificación fuera siempre un calco
interpuesto entre ella y el otro que la desplaza al ocultarla.
Si en el origen de la sociabilidad está el asesinato, y el asesinato es
la condición del enfrentamiento con el poder, por más amado que él
sea, el problema se plantea entre el amor o el odio al déspota: la liberación o el sometimiento. Pero el asesinato debe ser soportado como
una necesidad sin la cual la propia vida no sería: asumir la necesaria
muerte del otro implica comprender que la propia vida encuentra su
límite en la muerte –y en la amenaza si infringiera su propio pacto: el
de no someter a otros. En el comienzo hay un pacto que es primero:
con uno mismo como liberado en común con los otros. El duelo del
enfrentamiento a muerte sólo es una fantasía infantil e individual; en
realidad el asesinato del padre fue colectivo y adulto. ¿Pero esto es
acaso cierto para siempre?
¿Qué pasa con el cristianismo, y sobre todo con Saulo de Tarso, el
judío griego? Parecería que allí hay un redoblamiento que es el que
49
León Rozitchner
lo convierte en el personaje que fue: el doble crimen: el asesinato del
padre y el asesinato del hijo, los dos extremos como muerte, y ninguno
como vida. Muerte al padre primero, y luego muerte (para seguir
salvándose) a los hermanos que se rebelan y no se someten, por culpa,
como él lo hizo. La primera es una identificación sin rostro, sólo con la
estela del protopadre, con la Ley sin madre. La segunda es el rechazo
de la identificación consigo mismo y con los hermanos como rebeldes:
les da muerte identificado con los sacerdotes y los rabinos, que personifican y prolongan el poder del padre.
En ambos casos renuncia a sí mismo: en el primero, porque oculta
su propia rebeldía (el primer tiempo del Edipo freudiano) y sólo
emerge como sometido (bien cerrada la ecuación para que no se
filtre nada). Y cuando mata y asesina al excluir (esa es su necesidad)
al rebelde que desde afuera le anuncia a ese anterior suyo, que fue él
mismo, que no pudo asumir y que quedó inconsciente, reprimido,
renegado, la culpa de su ser doblemente asesino –con el otro, y luego
consigo mismo (nunca llegó a ser padre, pero sí fue hijo)– no le deja
salida: ambos crímenes fueron para nada, nada justificaba la muerte,
porque a dos puntas se revela consolidando el sin sentido de la rebeldía.
¿Para qué haber matado al padre si uno quedó luego sometido? ¿Para
qué haber matado al rebelde –hermano repudiado– si en él niega su
propio pasado, y se da de alguna manera muerte a sí mismo, a lo mejor
que tenía: su libertad como meta que sólo su madre podría anunciarle
bajo la figura ahora de la virgen María? En fila india luego vuelven
unidos el Padre al Hijo, y les devuelve a ambos –a sí mismo– la vida
eterna, la sin muerte, en el cuerpo de la madre primera de la cual había
huido sin memoria. En la realidad, doblemente criminal y asesino; en
la fantasía, doblemente moral y espiritual y amoroso. En la fantasía
se exculpa del asesinato fantaseado, en la realidad se exculpa –sobre
fondo de la primera– del asesinato realmente realizado.
El cristiano repite el episodio mosaico, la muerte del padre, que en
el judaísmo estaba oculta, pero al mismo tiempo lo vela. Si creían en lo
inconsciente que realmente habían asesinado al Padre, en la reverencia
50
Cuestiones cristianas
a Jehová se redimen de la culpa por medio de la sumisión y adoración.
Pero los cristianos, para descargarse de su culpabilidad, lo hacen bajo
la “buena nueva” de la redención, pero arrojando sobre los judíos sus
propias culpas como chivos emisarios y asesinos. Para eso se requiere
desdoblar la realidad en dos mundos: de la tierra y el de los cielos. Solamente un judío traidor pudo hacerlo, no un judío del pueblo, sino un
privilegiado, del riñón mismo del poder sacerdotal, culpable de verdaderos asesinatos. Los judíos seguimos pagando el no reconocimiento
de ese asesinato, y sobre ese pacto del ocultamiento se formó la religión
y la sociedad de los hermanos. Una misma culpa y un mismo ocultamiento los hermana. Pero hay disociación en la religión: están los
que están en la trampa, los que entrevén y, de ese poder de saber lo
que se escamotea, y que no quieren revelar –ese es el poder sobre el
pueblo– producen el dominio sobre los otros. La sociedad religiosa es
una sociedad jerarquizada y dominadora. Matriarcas-patriarcas.
¿Qué circula en los sueños, en los locos, en los in-sanos, de lo cual
los cristianos no quieren saber nada? Aun, decimos, los cristianos revolucionarios, que quieren transformar al mundo pero sin tocarse a sí
mismos, aunque enfrenten la muerte al hacerlo. La Biblia (Levinas)
muestra en el análisis de los sueños una razón que circula por la sexualidad y los afectos y las imágenes, de los cuales la razón despierta no
quiere saber nada. El cristiano reprime hasta los sueños: solamente
cuenta los sueños anodinos donde no se transgrede nada. Reprime los
sueños, cosa que los judíos integran. No los judíos de la diáspora, los
religiosos, sino los judíos del pueblo judío cuando aún estaban en su
tierra o eran dominados en ella y se fugaban. Y fue un judío, Freud, el
que prolonga, no desde la religión que congela sino desde la interpretación que comprende, qué es lo que verdaderamente circulaba en toda
la tradición vivida judía. Los judíos elaboraban los fantasmas, estos se
hacían presente, estaban vivos, y trataban de descifrarlos para integrarlos en la razón del pueblo.
Winter, Jean-Pierre: interesa investigar la línea de la muerte del
hijo, que aquí aparece señalada como ausente en el psicoanálisis de
51
León Rozitchner
Freud. Pero además: “Es tal vez el golpe genial del monoteísmo: darles
a los esclavos ¿un amo que no tiene necesidad de ellos?, que consiente
por amor en ocupar este lugar de Amo instituyendo la servidumbre
[‘Devuélveme a mi pueblo para que sea mi esclavo en el desierto’,
Éxodo, 7:16], en la dimensión de la deuda (...) esclavos de los cuales,
por otra parte, no tiene ninguna necesidad (...) ofreciéndole la causa de
nuestro deseo como sacrificio, hacer siempre algo más en el sentido de
la donación”.6 Y antes había escrito: “Abandonar Egipto para hacerse
esclavo de un amo que ofrece, él, todas las garantías en cuanto a la
inmortalidad: está muerto de toda eternidad”.7 (Qué otra eternidad
sino la de saberte eternamente muerto).8
Antes que esclavo de alguien empírico y real, sobre fondo de una
esclavitud al padre muerto, que nos ata y nos hace sufrir la humillación
de la dependencia efectiva a otro semejante, es preferible hacerse esclavo
de la verdadera prolongación de ese padre muerto hecho ahora Dios.
Antes que ser esclavos de un hombre hagámonos esclavos de Dios.
Antes de caer en la repetición de la horda primitiva que vuelve a
repetir en la realidad social la dependencia respecto del Ideal de yo,
que nos somete en lo empírico a la ilusión de haberlo reencontrado
en la realidad, es preferible –esa es la sabiduría– atarse a alguien que
nos impide, desde lo alto, atarnos aquí abajo a nadie. Creo que aquí
está la diferencia real, básica, fundamental, que separa al judaísmo
del cristianismo: el cristianismo ataca precisamente, al destruir la ley
en su acentuamiento y riesgo como pura exterioridad y objetivación,
este aspecto objetivo-absoluto así abierto como liberación de todos
6. Jean-Pierre Winter, “Sobre Moisés y el monoteísmo. Psicoanálisis del antisemitismo”,
en: El psicoanálisis, ¿es una “historia” judía? Coloquio de Montpelier de 1980, Buenos Aires,
Ediciones Nueva Visión, 1990, pp. 95-96. Rozitchner trabaja sobre una traducción propia
que por momentos difiere de esta versión castellana; el texto original puede consultarse
en: La psychanalyse est-elle une histoire juive? Colloque de Montpellier 1980, París, Ed. Seuil,
1981. [N. de los eds.].
7. Ibíd.
8. Con estas palabras León Rozitchner dedica su libro Ser Judío (1968) a la memoria de su
padre Salomón Motje Rozitchner. [N. de los eds.].
52
Cuestiones cristianas
los demás (Massada), para introducir una mediación que devuelve el
poder a una forma humana, a otro empírico, como fundamento de la
aparente liberación: la trampa que nos tienden los poderosos, los que
para vivir necesitan la domesticación de los demás, se profundizó. La
distancia infinita, siempre abierta, imposible de llenar, se transforma
en finitud para hacernos caer una vez más en la dependencia alegre y
satisfecha con el Faraón: el goce de la esclavitud entre los hombres, la
jerarquización de los humanos, la dominación justificada.
Y aquí se acentúa entonces el tema del hijo muerto, que es lo que
siempre me llamó la atención en el judaísmo (y en el análisis): al poner
el acento en la muerte del padre y descubrir el fundamento de la culpa,
se soslaya algo fundamental que tiene que ver con el niño-padre, que
no puede dejar de serlo cuando se reconoce sólo como padre: que para
serlo tuvo que dejar de lado la fantasía de ser una sola carne con la
mujer-esposa, y que ese lugar lo ocupará sólo el hijo, en exclusiva, para
siempre. La trampa del padre es haber renunciado, esperanzado, a su
propia madre, aunque no a su marca deseante: la esperanza de que otra
mujer lo colmará en su amor como aquella lo amó.
“El hijo es el padre del hombre”: (W. Wordsworth).9 En toda esta
historia que estamos planteando es desde el hijo desde donde se descubre
cómo ser padre de sí mismo, y del hombre. El hombre, si deja su lugar
de hombre y retoma (por envidia) su lugar del hijo que fue (reverdecido por el suyo), sólo desde allí podrá comprender su segundo nacimiento: nacer desde sí mismo como hijo, es decir pensándose desde
ese lugar que ocupó y que seguirá ocupando para siempre, de ese originario del que nunca podrá ser desplazado, cualquiera sea el otro lugar
que luego pretenda o haya pretendido ocupar. Actualizar la infancia
para comprender su ser adulto, porque el niño sigue presente como
el fundamento actual de mi ser hombre. ¿Soy acaso hombre? ¿Puedo
llegar a serlo alguna vez en serio? ¿Se puede ser hombre seriamente?
Cuando Freud se pregunta: ¿Cosa vuole una donna?, y luego: ¿Qué
9. Óp. cit., p. 96.
53
León Rozitchner
significa ser padre?, se está preguntando en realidad ¿Se puede ser
hombre (sin dejar de ser niño)?
“El asesinato del padre es el único mito del cual ha sido capaz la
modernidad” (Lacan).10 Es decir, suplanta con un mito lo que el mito
judío ocultó. ¿No será, por el contrario, la necesidad imperiosa al fin
descubierta, a lo largo de la historia, de que el patriarcado se reproduce por el padre? ¿El patriarca no será el gran enemigo de la cultura,
que sólo en la modernidad se descubre a sí misma como culminación
de un largo ciclo? ¿Ahora, la post-modernidad creará el mito del
asesinato del hijo, porque los padres han recuperado el poder de los
hijos rebeldes? ¿Y no coincidirá quizá simplemente con el asesinato
del hombre, descubierto en su verdad: querer asesinar al hijo para no
hacer posible al hombre? Hay entonces un paulatino descubrimiento
de lo que constituye al hombre, para poder vivir como hombre. Pero al
mismo tiempo ese descubrimiento del asesinato del hijo que se prolongaba –es la verdad básica– en la realidad de la historia judía, puede
ser comprendido también por el dominador: descubrieron que es necesario asesinar al niño que está en el hombre vivo, precisamente cuando se
descubre que su secreto, el de ser hombre, reside allí.
La doble sorpresa de la lectura de la Biblia, luego del Moisés y el
monoteísmo: el lugar que ocupa el hijo, desde el Génesis. ¿Por qué
Freud no partió de allí y sólo lo hizo desde el Éxodo, es decir desde
Moisés? ¿Por qué tampoco desde Abraham? El rescate que hay que
pagar por salvar del asesinato al hijo, todavía presente, y el lugar del
primogénito como el lugar del hijo muerto.
“La tradición cristiana sólo sustituirá al mito de la esterilidad el mito de
la virginidad”.11 Siempre se trató de la relación de la mujer con Dios para
que este le dé un hijo cuando, estéril ella, no podría por la sola intervención del marido. “Todo sucede como en la mejor tradición griega entre
Raquel y Dios”.12 Jacob no interviene: es Dios quien se acuerda de Raquel.
10. Cfr., óp. cit., p. 98.
11. Óp. cit., p. 106.
12. Óp. cit., p. 105.
54
Cuestiones cristianas
La orden del Faraón: asesinar al primogénito de todo judío.
Comienzo de una larga serie de masacres de inocentes: la orden de
Herodes en Belén. Y el interrogante: ¿por qué todo hijo, en la novela
familiar, quiere ser hijo de Dios?
La primera marca es la marca de sangre: del sacrificio del cordero
pascual, devorado rápidamente, hasta sus intestinos, su cabeza y sus
pies (Éxodo, 12:9). La primera circuncisión es el asesinato de un
cordero de un año, sin defecto. Y su sangre marcará la casa del hijo de
Jehová, para no ser destruido, porque Jehová herirá a Egipto destruyendo al primogénito de hombres y animales.
¿Por qué el hijo primogénito es rescatado para Jehová? ¿Por qué
cada primogénito es santificado a Dios? ¿Por qué Dios lo debe
resguardar? Porque el hijo todavía no es hombre y con el primogénito
el hombre-padre deja de ser hijo, y quiere asesinarlo por descubrirle
que ese lugar, que debía quedar vacío, lo llena en su mujer el primogénito. El primogénito es el lugar del descubrimiento de que la fantasía
de ser una sola carne se desmorona trágicamente: no hay solución. Se
precipita en el abismo de su ser adulto, de su ser separado, de quedar
definitivamente a la intemperie, para siempre. Carne aislada, desamparada, sola, sin fantasía de plenitud posible: desolada. Y humillada
por “su majestad el niño”: para la madre, que suplanta al hombre-rey
que el marido creía ser.
La leche y la miel de la tierra, que prolonga el pecho de la madre, es
una figura inicial en la Biblia: “tierra que destila leche y miel” (Éxodo,
13:5). No hay miel ni leche para Hamlet.
Los machos han de ser de Jehová (id. 12). ¿Por qué Dios debe salvar a
los primogénitos? ¿De quién los salva? ¿Y si la Biblia la hubieran escrito
las mujeres para salvar a sus hijos? La Biblia: dictada por mujeres a los
hombres-niños. Pero como ya son hombres-hombres, no pueden escucharlas. ¿Por qué quiso Abraham entonces sacrificar a su primogénito,
ese hijo que Dios le concedió a Sara anciana? Era el despliegue de la
promesa que Dios le había hecho: de ser la simiente de todo un pueblo.
Pero al mismo tiempo era el límite verificado al final de su vida de amor
55
León Rozitchner
con Sara: Sara se ríe cuando Dios le promete que ha de realizar en su
cuerpo viejo esa maravilla que tanto la frustrara. Abraham siente la ira
de la suplantación: debe sacrificar su hijo a Dios, no circuncidarlo, la
marca ya no basta: debe matarlo, aniquilarlo. Freud quiere reposar en el
regazo de Abraham, el padre que perdonó la vida al hijo en el momento
de querer matarlo. ¿Freud sintió ese deseo perdurable del padre, que no
pudo perdonarlo cuando le nació el hijo a su joven mujer?
“Dios de mi padre” (Éxodo, 15:2): todos son hijos, aun el hijo. El
padre es hijo.
Esta igualación de los hebreos en Jehová, este reconocimiento de
que hay un Padre (distante y poderoso) pero que está en el cielo, es
celebrado por todas las mujeres que ven caer al perseguidor, al hombre,
al marido, de su pedestal ecuestre: “María, la profetisa, hermana de
Aarón, tomó un pandero en su mano, y todas las mujeres salieron en
pos de ella con panderos y danzas (habían salvado a sus hijos del poder,
porque eran las madres de todos los vivos). Y María les respondía:
‘Cantad a Jehová; porque en extremo se ha engrandecido, echando en
la mar al caballo, y al que en él subía’”. Las mujeres festejan que Dios a
los hombres los baje del caballo.
Así, pues, Winter subraya lo que yo pensaba: que los judíos no quieren
reconocer el asesinato del hijo, y sólo lo hacen con el del padre. Pero
es Freud quien lo dice. Y eso es lo que los cristianos le reprochan. Sin
embargo, ¿es posible reconocer el deseo del propio asesinato al desear el
del otro, a su vez hijo? Entonces la verdad histórica es la que se desarrolla
en el espacio abierto en la fantasía infantil y verificada como insatisfecha
o no en la realidad adulta. Esto sería lo general de la ecuación humana.
Extraño encontrar el mismo pensamiento que estaba desarrollando, expresado casi tal cual en Winter: “Si Dios es un padre perdido,
la supervivencia en el adulto de la imagen del padre que percibió
cuando era niño, Dios es también la supervivencia en el adulto de este
niño en él [¿en quién?] que es preciso suprimir. Dios mezcla la imagen
gozosa del paraíso perdido de la infancia con la atracción irresistible
del infierno adulto. De ahí que proponemos nosotros considerar al
56
Cuestiones cristianas
hecho Dios como efecto de un proceso que condensa Yo ideal e Ideal
del yo, en el sentido en que Freud escinde estos dos conceptos en ‘Para
Introducir al narcisismo’”.13
Con esto niega la oposición entre patriarcado y matriarcado, y hace
de Dios una condenación travestida: hermafrodita. Pero en lo que
no estamos de acuerdo es que no aparece aquí la clave de este doble
asesinato, ese que tendría que ver con una situación fundamental del
hombre no explicada: el derrumbe de la fantasía de no formar ya una
sola carne con la esposa, como lo fue con la madre.
Hay que arrancar desde aquí para explicar el asesinato del primogénito. Esto no quiere decir entonces, como Winter dice, que el
cristiano le reprocha al judío lo que él quizá pagó al reconocerlo: la
muerte de Jesús-hijo. Porque la solución cristiana no sirve para que
todos los hombres se sometan a Dios-padre para salvarse todos, sino
que aquí la solución implica que sólo algunos se salven, los Pablo de
Tarso, para que queden sometidos al poder todos los demás, cuya
atadura deben mantener viva. Pero casi diríamos algo más: tal vez
pase lo mismo con los judíos y la relación con Jehová. Al fin y al
cabo es Moisés quien toma el poder, aunque es verdad que no entrará
nunca a la tierra prometida. Dios tampoco lo salva a él. Ni Dios lo
salva del fracaso final y de la muerte: esa es la dura lección recibida por
los judíos. No hay ningún beneficio extremo como es el de evitar la
muerte y la satisfacción anhelada. No hay dios-padre que salve definitivamente a nadie de la muerte, y eso es lo que pretende en cambio el
hijo-Jesús. Quizá la solución cristiana se abrió en la valencia que dejó
libre el judaísmo, esa que nadie podrá salvar, porque en el campo de
la religión nadie se salva en verdad: ni Dios lo salva, se dice reconociendo que su poder está limitado en el más acá.
Y termina muy bien Winter: “Asesinato del padre y asesinato del hijo,
como mitos, ¿no son acaso el efecto de esta misteriosa tendencia suicida
del narcisismo” (!) (de la cual habla Lacan en “Propos sur la causalité
13. Óp. cit., p. 112.
57
León Rozitchner
psichique”)?”.14 Lo que cita de Lacan es para pensar, porque da en el
clavo de algo que permanecía indeciso para mí, pero que lo veo en mí
mismo: el suicidio narcisista (¿narxista? ¿marxista?). “…La cuestión del
niño se articula con la pulsión de muerte y con el masoquismo primario,
definido como equivalente del narcisismo”.15 Pero la pulsión de muerte
no existe: es la pulsión materna a la que así se la llama en un retroceso al
origen de la vida que pasa por encima, salta, sobre el origen de la criatura
humana, que cuando se desciende regresivamente sólo se la alcanza a ella.
Arrepentimiento y culpa: judaísmo y cristianismo
La Ley del talión (el ojo por ojo de los judíos) y la de “la otra mejilla”
(amor lleno por ojo vaciado de los cristianos), que llevó a lo inverso:
que los judíos no la aplicaran nunca y en cambio sí lo hicieran los cristianos.16 Ojo por ojo es una evaluación objetiva y empírica: el que a
hierro mata a hierro muere. Lo que cada uno destruye en el otro debe a
su vez ser destruido: no hay impunidad sino identidad sin equivalencia
de lo que cada uno pone en juego. Vida por vida es su fundamento. El
ojo por ojo implica la no impunidad y el pago efectivo de cada acto
por la misma pérdida que el otro ha sufrido. Niega la transformación
psíquica de la culpa como equivalencia simbólica: una vida sufriente,
pero vida al menos, a cambio de una muerte dada. Muerte por muerte,
vida por vida, ojo por ojo, diente por diente. No existe la dimensión
del arrepentimiento. El arrepentimiento es un espacio de impunidad
que se juega en el infinito del tiempo imaginario abierto por la religión
para pagar la culpa inocente de un asesinato no realizado, irreal por lo
tanto, puramente fantaseado.
El arrepentimiento, ¿existe en realidad? Freud parte del arrepentimiento luego de haber realizado efectivamente el crimen. Pero el arre14. Óp. cit., p. 113.
15. Ibíd.
16. Cfr., óp. cit., p. 114.
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Cuestiones cristianas
pentimiento propio del hijo es otra cosa: es culpa (e inconsciente), lo
cual implica que también lo ama, y por eso le da vida (identificación) en
su propio cuerpo al padre muerto. En realidad no fue asesinado, y en el
fondo lo sabe de algún modo: no hubo sangre derramada sino sólo dolor
interno, drama de la intimidad y del “alma”. Allí sí el arrepentimiento no
cabe: al acto no cometido sucede sólo un sentimiento sin acto. Y como
en realidad no le dimos muerte el arrepentimiento se convierte en culpa:
al crimen fantaseado, con realidad menguada, le corresponde el sentimiento de culpa, pago amenguado, realidad del acto imaginario sólo
sentida. Porque las ganas de hacerlo fueron profundas: a la intensidad
de esas ganas sentidas le corresponde la intensidad del sentimiento de
culpa. Y por eso más que arrepentimiento es culpa: dolor sólo interno
cuyo motivo ignora: se transformó en inconsciente.
Si realmente hubiera cometido el asesinato la percepción de la
sangre derramada y del sufrimiento de su rostro querido sería imborrable, imperecedero: no habría “inconciencia”, habría conciencia
unida al cuerpo, el hecho no desaparecería una vez percibido como
consecuencia de nuestro acto: no podría borrarse. Para borrar ese
hecho de haber destruido el cuerpo del otro mi propio cuerpo tendría
que ser borrado: tendría que darme muerte, suicidarme. Siempre hay
ojo por ojo porque hay identidad –identificación– fundamental del
cuerpo a cuerpo. La “incorporación” sería aquí el resultado de encarnarse en uno, como un hecho real cometido, lo que el cuerpo vivió en
el espacio de una exterioridad que lo tuvo a todo él inmerso y activo.
No habría habido sólo “incorporación” oral, fantaseada, primaria:
habría habido “ex-corporación”, destrucción efectiva del otro, atravesamiento del espejo: realidad efectiva. Esto es lo que pasa en el cristianismo, donde el padre es suplantado por otro Padre “adoptivo”.
El arrepentimiento fue en el origen el resultado de un hecho colectivo: todos fueron cómplices de la muerte de uno, el padre. Y había
motivo. (A mí me llamaban los chicos “haymotivo”. Porque cuando
querían pegarme o me recriminaban algo que merecía sus castigos, frente
a todos juntos, indefenso, les preguntaba con insistencia desafiante, la
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León Rozitchner
única defensa que tenía: “¿Hay motivo”, para que lo hagan? Quería
decirles, acaso: el ojo por ojo vale, no pido clemencia sino juicio: establecer si realmente soy culpable. Y creo que hay que pagar todo lo que
se hace). Pero en ese origen colectivo, la muerte de uno dada por todos,
¿debería llevarlos a morir en masa para pagar el crimen? Fuenteovejuna.
Pero al mismo tiempo el asesinato fue para abrir la posibilidad de vida
que él les cercenaba: el poder colectivo de los hermanos creó una contrafuerza adecuada a la que enfrentaba: fue más bien un duelo, donde los
dos juegan lo mismo y saben que puede llevar a la muerte, porque está
en juego la vida de los otros tanto como la de uno.
La existencia de la otra mejilla implica, por el contrario, la cobardía
de no aceptar que hay motivo para la defensa, que la muerte del otro
si me amenaza con matarme, o ya mató a alguno, debe ejecutarse.
Pero una sociedad que mata impunemente, sistemáticamente, ¿puede
asumir que la muerte sea aplicada a alguno, a los indefensos, y que
los otros, impunes, se salven? No hay autoridad para hacerlo, por eso
estamos contra la pena de muerte. Porque la muerte como pena no
alcanza a los más culpables, a los que pueden pagar para que los otros
la ejecuten, o sólo crear las condiciones para que desaparezcan. Pero
establecer como principio la otra mejilla es abrir sólo un campo de
juicio donde sólo un Dios externo y absoluto sabe la verdad del crimen,
y creer que todos somos culpables de lo mismo: que todos somos asesinos
y que no podemos juzgar a nadie. Este es el supuesto del cristianismo.
Pero si Cristo era un alucinado, no pasa lo mismo con Pablo: Pablo
fue realmente un asesino, y el ojo por ojo y diente por diente hubiera
tenido que llevarlo a una sola decisión, al suicidio, si realmente su
juicio del ojo por ojo del Antiguo Testamento (él era judío) resultara
de su propia negación de la Ley como ley puramente externa.
Si hubiera jugado la interioridad de la ley en su conciencia como
juez y parte, implacable dentro de la coherencia que debía ser la suya,
él que decía que había que estar circuncidado en el corazón y no en el
pene, hubiera tenido que darse, desde su propio corazón asesino, la
muerte a sí mismo. Pablo comienza por poner la muerte fuera de sí
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Cuestiones cristianas
para excluirse del pago. Por eso el cristiano zorro en que se convierte
no está pagando sólo el asesinato del padre (fantaseado, no realmente
cometido, ese que llevamos todos adentro) sino que aprovechándose
de esa muerte que llevamos todos adentro la utiliza para pagar la
muerte real, los asesinatos cometidos, y hacerlos pasar como fantasías
de muerte. Trae los actos del proceso secundario, del principio de realidad,
y les aplica el espacio subjetivo de la muerte fantaseada del proceso
primario. La astucia consiste en este retroceso miserable por medio
del cual los verdaderos asesinos acuden a nosotros, a los que no lo
somos, para confundir en un mismo espacio imaginario, abierto por la
culpa en la conciencia infantil, para darse, ellos sí, los verdaderos criminales, el espacio nuestro como justificatorio del de ellos. Pueden seguir
apareciendo como puros y amorosos en la medida en que nosotros, los
judíos, no denunciemos la trampa que han creado para absolverse de
la muerte y aparecer como puros. La otra mejilla en la realidad que nos
piden es poca cosa con la que pagan el crimen: se trata sólo de poner
una parte de la cara, no la verdadera cara que el otro no ve cuando sólo
nos golpea y nos deja vivos. Lo contrario sería poner todo el cuerpo
para que sea muerto como fue muerto por Pablo el cuerpo de los otros.
Cristo trabajaba, como alucinado, él que no era un criminal como
Pablo, en el campo de la alucinación primaria expuesta afuera: representaba una fantasía, el pobre, y se sentía perseguido por un crimen
que no había cometido. Proyección del proceso primario que la
realidad recibía. Por eso lo verifica cuando es crucificado: “Dios mío,
Dios, mío, por qué me has abandonado” era la reflexión final de su
alucinación, que encontraba en el supremo acto de la muerte final y
definitiva la realidad de la que se había alejado. Como el melancólico
que se suicida: en el momento de caer inexorablemente en la muerte
que se da a sí mismo debe descubrir, fatalmente, y no quedan huellas,
de que “en realidad”, en el supremo instante de la caída infinita y ya sin
espacio para otro acto, al querer matar al otro que estaba en él destruyéndolo, se había dado muerte a sí mismo al destruirlo.
61
León Rozitchner
Lacan y el significante
Aparece aquí la productividad absoluta del discurso suplantando
las relaciones materiales efectivas como productoras. La superestructura se convierte en infraestructura, o el Significante Imperial en el
Discurso Productor de la Realidad. ¿Y si el Significante fuese ese
niño muerto, uno mismo suicidado, ese por el cual se interroga tanto
el judaísmo (al negarlo) como el cristianismo (al resucitarlo) como el
lacanismo de Winter (al imperializarlo), que vuelve a la vida en tanto
no lo produce nadie, salvo el discurso hablado de la palabra del padre,
es decir parido por la boca de Lacan, del espíritu paterno, sin cuerpo,
de sus in-seminarios sonoros, pero que tiene la capacidad de decirlo
todo y crearlo todo de la nada en la palabra? ¿Y no es lo mismo que
Jehová: al principio era el Significante?
El Significante es el extremo límite del discurso que pretende contenerlo todo en una palabra que lo contiene todo en la medida que en
ella el sentido está absorbido en la pura letra que lo representa, fetiche
erguido que ya no es ni siquiera concepto, porque el concepto al menos
guarda en su forma racional una referencia pensada al contenido
racional de la “cosa” que designa, implícita y desandable al deducirse
de él, es decir desde el concepto. El concepto es mediador: la definición lo sostiene. En cambio el significante es otra cosa: desarticulado
del significado, in-sostenible por sí mismo, sólo tiene su ser en el otro,
por el efecto que produce: en sí mismo no es nada. Por eso, en el pensamiento, no me dice nada. Además es difícil trabajar con una palabra
separada de otra o unida a otra por un índice mínimo, que se diferencia sólo por una sílaba terminal que no tiene arraigo en el lenguaje
natural de las cosas diferentes: es una creación artificial pensada desde
el concepto. Significante/significado: toda la diferencia está sostenida
en el “nte” y en el “do” en que la palabra termina: no tengo de dónde
agarrarme para pensarlo. Se me escapa como la derecha y la izquierda:
pero allí habilito mi cuerpo y muevo la mano para diferenciar desde
62
Cuestiones cristianas
allí la referencia al espacio.17 Sonido y sentido, valor de uso y valor de
cambio, cuerpo y espíritu: los dos extremos están presentes: dan qué
pensar desde el vamos. Si en el campo del discurso lingüístico pensamos
en el elemento de las palabras tomadas como objetos, significante y
significado tienen un sentido: el discurso tomado como objeto las
soporta, es su última referencia. Pero cuando pasamos al habla la cosa
se complica: pensamos en las personas que las expresan, hay un más
allá cuyo lugar deben ocuparlo las palabras dichas para entenderme y
entenderlas. Debo hacer aparecer un análisis referido a la particularidad
de lo que se expresa, y entonces aparece el sentido desde la situación
que las define como intercambio. Pero si pienso en los significantes en
las relaciones psicológicas, no me queda nada con qué llenarlas: salvo
un vacío imaginario, un imaginario despojado por efecto del discurso,
que lo separa y lo excluye como negativo, no me permite pensar desde
allí: giro en el aire y permanezco en la repetición absurda de un discurso
que no piensa sino que repite, incansablemente, para tener sentido, el
discurso del Amo, Lacan digo, como referente y garantía que lo sostiene
de su ser nada propia que no puedo habilitar desde mí mismo. Lacan
sostiene mi discurso, y lo imaginario que se excluye como no debiendo
interferir en el pensamiento, ocupa por identificación, identificado
con Lacan, llenado todo yo con su imagen imperial, única, invisible e
indistinguible ya, ese lugar vacío que sería el propio. La importancia de
mantener, como Freud, el lenguaje natural como punto de partida para
pensar las ciencias humanas, el elemento en el cual se mueve el sentido
y desde el cual se piensa: desde lo colectivo que me habilitó a la palabra.
Y sigue diciendo Winter, el invertido judío, que no es lo mismo
que decirse mujer o femenino: “Lo que precede esclarece d’un jour
nouveau (!) el papel sorprendente asignado a las mujeres (como
madres) en la tradición judía”.18
17. De allí la incertidumbre y el equívoco: algunos llaman significante al significado lacaniano,
y otros llaman significado al significante. Y siguen hablando como si se entendiera todo y no
dijeran algo contrapuesto y hasta incoherente. [N. de L. R.]
18. Óp. cit., p. 117.
63
León Rozitchner
Aquí es donde se nota que diferimos completamente. Cuando
digo que el papel de la madre está situado en el judaísmo monoteísta,
patriarcal, como resultado de verificar un imposible humano en su tránsito del proceso primario infantil prolongado en el acceso al principio
de la realidad social, secundario, estoy diciendo que no es producto
del discurso. Digo en cambio, como los judíos que lo dijeron, que
las palabras, el Verbo, expresaban un drama humano que el discurso
retenía y permitía, quizá, simbolizar la relación vivida donde predominaba un discurso referido a la relación entre los cuerpos en la sucesión de las generaciones. Que el discurso era un intento de expresar la
incoherencia vivida en la coherencia del pensamiento que expresaba al
mismo tiempo un residuo que para ser interpretado tenía que activar
y comprender la experiencia total de los hombres, individual y colectiva, para alcanzar quizás otra cosa, otra forma de vivirse y anudarse,
en un movimiento donde los vacíos del discurso, y sus lapsus, y sus
sentidos, remitían nuevamente, a las relaciones vividas en referencia
al todo, desde la pareja hasta lo más colectivo del reinado y de Dios
mismo como garantía que se revelaba falsa. Decimos que la fantasía
infantil, que no depende del discurso y es anterior a él, de formar con la
madre un solo cuerpo, es anterior al discurso. Y que desde allí se construye la relación posterior que el padre, como modelo de poder en el
patriarcado, construye como independiente de la madre. Pero lo que el
discurso excluyó queda grabado en el cuerpo como un deseo insublimable: pide ser llenado por una mujer que lo contenga como aquella.
Y el descubrimiento es que ese lugar, cuando nace el hijo, es ocupado
por ese otro que nosotros trajimos también a la vida: para satisfacerla a
ella, que no podía quedarse estéril sin sentirse aniquilada como mujer.
La verdadera productividad de la mujer es el hijo que le nace desde las
entrañas. Y nosotros quedamos desplazados, inconsolables, caídos en la
confirmación de la verdadera errancia, la diáspora que no es sólo judía: la
intemperie inconsolable que no tiene ni tierra ni suelo propio donde afincarse. “El año próximo en Jerusalem” es la tierra prometida que vamos
a alcanzar a plazo fijo, pero renovable: “El año próximo en la madre
64
Cuestiones cristianas
tierra, en la mujer-madre”. Eso es lo intolerable del judío, confirmado
sin consuelo en la segunda diáspora, en el judío errante que no cesa de
vagar a la intemperie, sin tierra patria, es decir sin tierra madre, perdido
el cuerpo de la madre para siempre: hijito guacho. Todos somos expósitos,
decía con Simón Rodríguez: todos estamos expuestos a la vida. Todos
estamos ex-puestos: puestos fuera de ella, expelidos. El rabino necesita
que la religión y sus ritos sostengan, inmodificables, siempre repetidos, la
permanencia de un orden externo, límite al desborde de su propia mujer,
a la temida infidelidad mortal e intolerable. Es el cuerpo de la mujer
desbordada y temida que necesita crear la institución férrea y dadora de
muerte que sostiene al Padre-Jehová como garante: el propio padre no
bastó para hacerlo, y por otra parte ningún padre podría: todo padre fue,
y sigue siendo, un hijo. Dios es el único Padre-padre. ¿Por qué le pedíamos
lo que no podía? Lloramos por haberlo hecho. Y nos hacemos fuertes de
saberlo muerto. ¿Cómo explicar todo esto, tan encontrado y complejo, tan
contradictorio, con una frase, con un concepto, con un significante?
El debate del poder en el vientre de la madre
“Y creció el niño, y fue destetado; e hizo Abraham gran banquete el
día que fue destetado Isaac” (Gn., 21:8). La primera separación de la
madre es celebrada por el padre: deja a la madre libre como mujer para
él: sus pechos son recuperados.
Sara le dice que eche a Ismael y a su madre Agar para que no
herede de Abraham sino sólo Isaac. “Este dicho pareció grave en gran
manera a Abraham a causa de su hijo” (Ismael, que tuvo con Agar).
Pero entonces Dios lo refuerza para que acepte lo que Sara, su mujer,
quiere: “Entonces dijo Dios a Abraham: no te parezca grave a causa
del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz,
porque en Isaac te será llamada descendencia” (21:12). Oír la voz: la
palabra autorizada. “Y también al hijo de la sierva pondré en gente,
porque es tu simiente”. Pero en realidad Agar está por morir en el
65
León Rozitchner
desierto, echada por Sara-Abraham, y sólo un ángel de Dios la salva.
Por lo tanto: aquí está claro que la descendencia viene por parte de la
madre, pero sobre todo por parte del padre. Tienen que ser los dos
hebreos, no sólo ella. Y sin embargo parecería que Abraham ama
a Agar y a su hijo: le suena mal la dureza cruel de Sara, “Este dicho
pareció grave en gran manera a Abraham a causa del hijo”. No era
fácil: pero Dios le ordena dejarlos. (Después Dios le ordenará matar
al hijo de Sara, y se someterá a la prueba).
Pero atención: el amor de Sara por su propio hijo lo lleva a contrariar el amor que Abraham siente también por su primer hijo con Agar.
A Sara no le importa el hijo de Abraham sino sólo el propio: manda
a que los echen a la muerte. Y la Biblia acentúa el dolor enorme de
Abraham: a Sara no le importa lo que él sienta por el hijo que tuvo
con otra, aunque cuando no podía tenerlo ella se lo pidió a él. Ella no
lo quiere a Abraham, o no quiere lo que Abraham quiere: sólo quiere
a su propio hijo por sobre todos los demás: Abraham, Ismael y Agar.
Odio mortal contra Isaac y le demuestra que él sólo es el querido por
ella. No es el amor por los hijos de su hombre lo que quiere, lo que sale
de la simiente de él: ella sólo quiere al hijo de él que sale de su vientre.
Y hay que señalar que cuando Isaac se desteta hace una fiesta. Por eso
la escena posterior del sacrificio que Dios le pide a Abraham que haga
de su hijo tiende a compensar el deseo de Sara: es Dios mismo quien le
ordena que mate al hijo que tuvo con ella. Es, digamos, su propio odio
el que quiere matarlo, lo detesta, y aparece como si Dios le ordenara lo
que él quiere hacer, pero no puede. “Toma ahora tu hijo, tu único hijo,
a quien amas” (22:2). ¿Ismael no era entonces también su hijo? Está
todo acentuado extrañamente: único y amado. Desdoblamiento en la
conciencia: para contrariar a su mujer, aceptar su odio, que no puede
sentir que salga de él, le pide al otro de él que se lo ordene. Y sólo así lo
podrá hacer. Pero en la oscilación dramática del odio y del amor el acto
lo decide: llevado hasta el extremo de levantar el puñal y darle muerte,
degollarlo, en ese mismo instante donde se confunden las ganas y
la realización que le daría término, allí Dios detiene su mano. ¿Qué
66
Cuestiones cristianas
pasa en la conciencia de Abraham? No lo sabremos. Hay que seguir el
derrotero de Isaac para averiguarlo.
Primero: cuando Isaac toma como mujer a Rebecca que llega
y se cubre con su velo, ¿qué hace? La pone en el lugar de su madre:
“E introdújola Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebecca
por su mujer, y amola; y consolose Isaac después de la muerte de su
madre” (24:67). La mujer-esposa, consuelo de la madre que lo eligió
contra el padre, y en la misma cama. Pero, ¿qué sucede con los hijos de
Isaac? Primero: se repite con Rebecca lo de su madre: comienza por
ser estéril. Quiere engendrar del hombre y al mismo tiempo no quiere.
Primer desprecio y desafío en ambas: el hombre es impotente con ellas.
El hombre es rechazado en un comienzo, y la verdad circula en ese
solipsismo femenino, del máximo narcisismo: de ella no sale nada que
la disturbe. Si quiere tener un hijo, que lo haga con la sierva: que se lo
dé ella. Ella, Sara, no quiere darle un hijo. Y cuando se lo da, y Jehová
tuvo que hacer el milagro de animar su matriz de vieja, y ambos se ríen
sin poder creerlo, ese hijo es como si fuera sólo de ella, no de Abraham
que tuvo que mandar a la muerte a Ismael, el hijo que tuvo de Agar.
Fue grave para Abraham: quedó marcado por la crueldad de Sara. Esta
madre judía es muy judía: no se quiere más que a sí misma y sólo a lo
que sale de ella. ¿Como toda madre?
Y cuando Rebecca al fin queda preñada, tiene mellizos, que se
combaten entre sí dentro de su vientre: la mujer-madre engendra desde
su vientre lo contradictorio, la lucha es interna. El drama progresa.
Isaac le pide a Dios que engendre: ¿quién es ese otro dentro de sí a
quien le pide? ¿Es a su Madre o a su Padre? La separación anterior,
que él arrastra, de los hijos divididos de su padre, que su madre Sara
separó en Abraham al elegirlo a él, a Isaac, y condenando a la muerte
a su hermano Ismael tanto como a su madre, siendo como eran del
mismo padre, se reproduce ahora en el vientre de su mujer Rebecca.
La dimensión del drama se internaliza, se dramatiza en los cuerpos:
se hace visible lo que la interpretación ahora debe agregarle al mito
para intentar comprender qué sucede en la historia del hombre. (La
67
León Rozitchner
Biblia misma es una sucesión de narraciones, donde la una prolonga
a la anterior, retomada por el nuevo que la escribe y se hace cargo de
lo que la anterior planteaba. Sucesivas vueltas donde la herencia de
los problemas humanos circula en la herencia de las generaciones. Y
al final, el puro círculo donde quedan encerrados. Y el fracaso). Y lo
que se debate en el vientre de la mujer que el hombre Isaac preñó son
los deseos contradictorios del amor y el odio por uno o por otro: cada
uno elige al que más quiere, por lo arbitrario de lo cualitativo, y por
lo amado de lo cualitativo. El amor que une a Rebecca y a Isaac se
revuelve, espeso y contradictorio, en lo que ella engendra: tiene que
darle satisfacción, desde el vientre, a ambos. A Isaac y a sí misma. Uno
para cada uno: la tierra se reparte desde el vientre de la madre. Y de allí
saldrán los pueblos, y unos dominarán a otros.
Y los hijos se combatían dentro de ella; y dijo: ¿si es así, para qué
vivo yo? Y fue a consultar a Jehová. Y respondiole Jehová: Dos
gentes hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus
entrañas; y un pueblo será más fuerte que el otro pueblo. Y el
mayor servirá al menor (25:22).
Pero el orden en que salen de su cuerpo, visto desde afuera, no establece la primacía realmente objetiva, el orden de aparición, o de parición, no es jerárquico para ella: el orden proviene de lo que ella retiene
dentro de sí para que no salga: es un orden subjetivo que viene no desde
el padre sino desde la madre. (Visto desde afuera, el primogénito es el
primero que sale; visto desde adentro, el que sale último, y obligado,
es el que prefiere la madre). Es el suyo, será el pueblo que quedará
sometido al hijo mayor, el que saldrá primero a pesar de haber sido
engendrados juntos.
Y si primero sale Esaú, predilecto de Isaac, el más macho, rubio y
velludo, cazador osado, ese no será el elegido de ella. El elegido de ella
será Jacob, trabada su mano al calcañar de Esaú: salió porque Esaú lo
arrastró en su salida. Si fuera por Rebecca, lo hubiera retenido. Es la
68
Cuestiones cristianas
retención que Rebecca hace de su hijo en el vientre, el que no quiere
que salga, el que será el elegido por ella. Quiere darle un hijo afuera a
Isaac, el hijo de ella-él, y otro hijo querría seguir teniendo dentro de
ella: el hijo de ella-ella. ¿Quiere protegerlo para que no quede sometido al primero? Pero la ley de la vida obliga a que salga, y la fantasía
de retenerlo no puede realizarse adentro: tiene que dramatizarla en la
lucha y en el engaño de lo que en realidad quiere Isaac, contrariándolo.
Es como si la organización del pueblo, la jerarquía que entre ellos se
establecerá luego, quedara aquí determinada por el enfrentamiento
entre el hombre y la mujer, entre padre y madre, pero que prolonga
algo anterior, el debate (o combate) que existía antes, en el origen
del pacto creador del pueblo judío: entre Abraham y Jehová, cuando
todavía no había verdadera historia y Sara era estéril. (¿No serán todas
estas lucubraciones un debate sobre las fantasías que los hombres se
hacen de las mujeres-madres? Así como hubo génesis contradictoria
en el nacimiento del hombre y la mujer primeros, Adán y Eva, hay
génesis contradictorias, que prolongan el enfrentamiento entre padre
y madre, en el origen de lo colectivo, de los pueblos).
Se dan simultáneamente, por lo tanto, el origen de una pareja y el
pacto para generar un pueblo. Los hijos de él, de ella, y la descendencia
de la simiente de Abraham que habría de llenar la tierra. Inseminación generalizada, en la mujer abarcada –inabarcada– y en la tierra,
también ella extensa y en lucha contra otros hombres. Y cuando Isaac,
su hijo, el de ambos, aquel que ella sólo reconocía (y Dios también,
que la avalaba; la madre internalizada en Abraham, la anterior), tiene
por fin sus hijos de Rebecca, que también se negaba a dárselos, estos
se debaten en el vientre de la madre: uno para el padre, el que expulsó
primero, y otro para ella, el que retenía, Jacob, y que salió porque su
mano quedó trabada al tobillo de Esaú, que lo arrastraba. Y así salen
dos que marcan una diferencia en el modo de ser hombres en la tierra:
Esaú, cazador aguerrido, “diestro en la caza, hombre del campo”; Jacob,
sedentario y tímido, “varón quieto, que habitaba en tiendas”, que
se queda en casa con la madre. Desde aquí aparecen ambos deseos
69
León Rozitchner
sociales, debatiéndose en la cifra de los padres enfrentados en el vientre
de la madre. Dos formas diferentes de la producción económica, pero
que definen una relación humana al mismo tiempo, afectiva, un modo
de habitar la tierra diferente. Es como si ahora la madre eligiera que
su hijo sea doctor, o boticario, o sastre, o filósofo o contador: eligen
en la sociedad una manera de habilitar el mundo social que aquí, en el
origen, está en debate como enfrentamiento que prolonga la relación
hombre-mujer-hijo-sociedad y Tierra.
Lo que yo pienso es que en el campo humano, contradictorio,
quiere expulsar a la mujer de la dominación vivida y crea este sistema
de hermandad con la fantasía de que todos los hombres prolongarán
el cuerpo bueno de los pechos de la madre primera en la realidad
adulta final: leche y miel para todos, tal como les promete Jehová si se
portan bien y respetan su Ley. Pero también pienso que el esquema del
torturador encubierto bajo la piel del cordero es precisamente el del
cristianismo, donde la ferocidad de la mujer que defrauda al judío se
machiembró en Pablo, el torturador arrepentido.
Winter dice que “Isaac cede sobre su deseo (de ver elegido a Esaú)
para que triunfe la voluntad de Dios que debe expresarse por la boca
de Rebecca”.19 Y así Isaac aparentemente no cedió, se presenta como
víctima y amenaza con maldecir a quienes lo traicionaron, pero
Rebecca tiene la seguridad de que no lo habrá de hacer. Esta es “la
esencia misma de la pareja, curiosamente fundada sobre una disimetría de la cual podemos pensar que tiene un valor universal”. “El deseo
del padre es un deseo que se cuida muy bien de someterse a la prueba
de la realidad. Más específicamente: el padre judío se presenta como
víctima, posición confortable en lo que se refiere a la evitación de la
castración”.20 Lo cual quiere decir: no se separó del deseo de la madre,
el padre no ayudó al hijo ahora hecho padre. Es lo que está presente en
la figura primera del Génesis, cuando la mujer sale de él. ¿Qué quiere
19. Óp. cit., p. 121.
20. Ibíd.
70
Cuestiones cristianas
decir que no se presta a la prueba de la realidad? ¿De eso se puede realmente zafar? “Castración que para él se jugó una vez por todas [pero
entonces no sirvió tampoco] en el deseo de castración que soporta la
circuncisión, cuando tenía ocho días”.21 ¿Hay deseo de castración a los
ocho días en él o en la tradición que el padre prolonga y la cual se
obliga a ejercer? Pero el padre que castra es al mismo tiempo un ser que,
sometido, no se atreve a castrar a su hijo (separarlo de su madre) en la
realidad. Sometido a la Ley, delegó en el Otro, en Dios, en Jehová, en la
figura paterna que no tuvo realmente, la capacidad delegada de castrar.
Es un sometido que no interiorizó la castración: nunca fue separado.
¿Y lo hubiera sido si Abraham en lugar de amenazarlo a él de
muerte la hubiera amenazado a Sara, en vez de delegar en ella la decisión de echar a Agar? Pienso en el sufrimiento contenido de Abraham,
la fuerza con la cual lo comenta. Y cómo Dios lo reconforta reconociendo lo duro de lo que le pasó: me ocuparé también de Ismael, un
premio consuelo. Y el pobre padre se consuela, él que no puede tener
un hijo sin que lo traicione, que fundará pueblos y naciones, que su
semilla inseminará al mundo, que la esterilidad de la mujer, la negación de engendrar de él, expresa esta amenaza de su propia esterilidad
como hombre, su impotencia sobre la mujer y su impotencia sobre la
sociedad, en su relación con los demás: no podrá generar un mundo
mejor, lleno de hombres que salgan de él. La trampa de Jehová que así
se produce –tanto más fuerte el padre imaginado cuanto mas débil en
la realidad que no lo separó– quizá constituya una forma generaliza
de la relación hombre-mujer que cada cultura resuelva a su manera,
porque no hay ninguna quizá (pensar en Clastres y en esas otras sociedades donde no existe el poder centralizado) que lo haya logrado hacer.
El poder centralizado resulta de ese mismo poder que le debemos
entregar al líder para que nos proteja, como buscamos protegernos en
Dios. Pero el poder centralizado significa la exclusión del poder del
cuerpo individual, producto este del desamor de la mujer: la naturaleza
21. Ibíd.
71
León Rozitchner
está depreciada a dos puntas: no prolonga el cuerpo de la madre, a no
ser como cuerpo dominado. No prolonga el cuerpo pulsional, a no ser
como cuerpo despreciado. El valor de todo lo que hace el hombre viene
de la mujer. La lucha contra la pulsión en Freud mismo, y la ausencia
de un padre fuerte que él proyecta sobre Moisés, está puesta en la masa
de la musculatura como atracción de su poder fundamental.
Pero al mismo tiempo este poder del cuerpo está negado en la
sublimación que lo posterga para siempre jamás, que sólo reconoce
su poder en la máxima negación de su poder sublimado: “vencer su
propia pasión en nombre de una misión a la cual él se destinó; lo
sobrehumano, la potente masa así como la musculatura exuberante de
fuerza del personaje no es más que un medio material que sirve para
hacer posible el desafío más formidable de que un hombre sea capaz:
vencer su propia pasión, etc.”.22 Todo está determinado por la imagen
invencible de la madre: un hombre digno de ser amado por la mujer en
el momento mismo en que la masa de su fuerza, que estaría destinada a
provocar su deseo, se convierte en la realización del deseo de la madre:
dominar la pasión en el momento mismo que la desvía para ser amado
como ella lo amó: por lo que de ella arrastra de grande y de sublime,
pero que no puede satisfacer. Todo está contenido aquí. No hay Dios
que salve. No hay Dios sin tres.
La doble vertiente del Edipo en Freud
Hay que analizar, y desbrozar, ese doble aspecto que presenta el
Edipo y la psicología de las masas en Freud. En Psicología de las masas y
análisis del yo considera la formación de las masas artificiales (y también
las espontáneas) a partir del Ideal del yo, es decir donde el sujeto abre la
distancia interior pasiva (tener al padre como objeto) en distancia exterior: el reencuentro con ese objeto de su identificación. Esta es la salida
22. Sigmund Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, citado en: Winter, cit., p. 123.
72
Cuestiones cristianas
aparentemente “normal” del Edipo, y acentúa el momento de la ley casi
sin combate con el padre. Este momento correspondería a una de las
explicaciones que se dan para hacer aparecer el determinismo necesario
de la ley del incesto: el predominio absoluto de la ley. El lacanismo acentuaría este extremo “normal”, o al menos lo hacen los lacanianos para no
volverse locos: la separación completa de la madre, o al menos la máxima
distancia que es posible establecer con el espacio sensible y sensual que esta
dejó en el niño. No que nos digan (como hace Masotta) que es un momento
de equilibrio el que hay que encontrar. Que se lo haya encontrado o no
se muestra en el modo como exponen la necesidad de distanciarse del
terror de lo político, de la sociedad, y el intento de ser ellos (él) quienes
ocupan el lugar del Líder, aunque sea sólo intelectual. Pero sin mostrar,
en la teoría que les muestran a los otros, la verdad de esa estructura que
determina el lugar que cada uno de los que se manifiestan sus adeptos
han de encontrar respecto de él, el que ocupa el lugar central.
El Ideal del yo acentuado y predominante es el que ocupa el lugar
fundamental en la estructura de la masa artificial. Y es lo que determina la “miseria psicológica de las masas”: ya no se necesita siquiera
que haya allí un fetiche, el becerro de oro, que compense este acentuamiento del padre respecto de la madre, y la necesaria sumisión. “Lo
que comenzó con el padre termina con las masas”, dice Freud. El Yo
ideal es en cambio lo que permanece sin mención, es decir el fundamento
materno que dejó su impronta en el fundamento psíquico y sensible y
pulsional de la subjetividad.
Si hiciéramos el esquema del cual parte Freud, habría entonces que
poner en el lugar del yo, vacío, el yo ideal, y por lo tanto no retroceder
hasta mostrar su investimento, el del ideal del yo, sólo en el padre, sino
que en ese retorno habría que incluir la pareja parental, al lado del padre
la madre, y mostrar cómo esta quedó borrada, escotomizada, del esquema
que nos presenta Freud. Porque el padre remite a la familia, no sólo al
pater-familias, sino a los dos.
A partir de aquí podríamos decir que Freud nos está mostrando que
las masas artificiales, su miseria, responden a la reunión de los sujetos
73
León Rozitchner
“normales”, es decir aquellos que fueron separados tajantemente de la
madre, en quienes impera férreamente el lugar del padre que los separó.
El corte es escotomización. Podríamos también pensar que en estos el
primer momento que correspondería al Edipo, la rebeldía frente a la
amenaza de castración, no fue muy fuerte en ellos: no defendieron las
pulsiones que los ligaban al cuerpo de la madre. La castración simbólica
aquí implicó que el intento de defender su pasión por la madre no tenía
mucha vida: no había sido fuerte su relación con ella, o quizá no tenía
tela para amar activamente a la madre. Son pues, serían pues, los sujetos
menos pulsionales, menos dramatizados en la concesión de lo que la
cultura les quiere hacer abandonar: la marca del deseo no fue muy fuerte
en ellos. O quizá, se podría postular, la lucha de la madre por defender
su lugar respecto del poder del padre, el combate que ella mantenía por
defender su dignidad semejante de mujer frente al poder del hombre, no
encontró en ella el lugar desde el cual imbuir con ese deseo el deseo del
hijo en su ser hombre: para que tenga en cuenta el valor de la mujer.
Por eso habría que comprender qué pasa con el líder, y en este caso
distinguir allí dos tipos de líder: el que utiliza el poder de la madre
para dominar al hombre (y en ese sentido se muestra la solución de
Perón conductor y dominador) y el que lo utiliza para abrir el campo
de la verdad para todos, para romper el dominio del poder del hombre
sobre los hombres, y encontrar que allí, en esa cifra que se debatía en su
propio cuerpo, la fraternidad y la igualdad habrían de convertirse en el
contenido subjetivo, histórico y objetivo, de la verdad que rompa con toda
dominación. La dominación de la mujer por el hombre sería entonces el
fundamento de toda otra dominación. Marx implícitamente lo enuncia
cuando afirma que en la familia está el germen de la esclavitud.
Podría decirse que aquí la teoría encuentra su verdad, con lo que
el hombre que cree decirla anima en su propia vida: si la utiliza para
dominar o no a los demás. En Masotta y en Lacan la cosa estaría clara,
sobre todo en el primero: dice su verdad a medias, acentúa el momento
del corte como cortándose uno a uno mismo, como si no hubiera combate,
como si el niño a esa edad temprana quisiera realmente separarse de la
74
Cuestiones cristianas
madre. Masotta tiene que animar a ese niño con una independencia
adulta o ya mayor: como si la angustia viniera no por la distancia
( fort-da) sino por lo que la cercanía con la madre produciría. Tiene que
incluir este sentimiento de angustia propio y posterior al Edipo, asignándoselo al niño pequeñito para dramatizar en la teoría del Edipo freudiano su propio drama adulto e ignorado: aparece como si fuera verdad
en la propuesta de aceptación que necesita y requiere, para que sea verdad
también para él, de la afirmación dominada de los demás. Si los demás
lo aceptan como dominador –que en eso consiste su solución aparente
del reconocimiento de la ley del padre–, entonces puede estar seguro
objetivamente de que la teoría que les propone es verdadera: triunfó
sobre su propia defección, sobre su propia ignorancia, sobre su propio
terror de amor. Pero al mismo tiempo lo utilizó. En ese sentido hace lo
mismo que Perón: simula ser de una pieza, macho entre los machos, para
mostrar que él sí se separó él mismo, por su propia osadía, por su clarividencia en el amanecer de la vida, aunque quizá la verdadera se negó al
final, en la muerte temprana donde la verdad crepuscular enmudeció la
palabra –la lengua madre que el cáncer acalló– y la vida. Creo que la
locura –el tiro disparado en la universidad de la calle Viamonte contra
su primera mujer– quizá nos diga más de su verdad sobre el terror a la
mujer que la que enunció en la teoría.
Pero lo que me interesa es subrayar esto que ya vi en Perón, y que
Mandel muestra también en Hitler: el lugar del acentuamiento de
la madre en el que luego aparecen fungiendo de hombres acabados, y
la dominación sobre los demás hombres. Es la madre –sordamente
rebelde contra el padre. Pero es evidente que esto no basta para definir
el problema político, aun cuando esté en su fundamento primario como
ecuación también social. No es un determinismo, y al mismo tiempo sí lo
es. Porque cuando triunfan, si bien todos los que han sido así marcados
no lo logran ni tampoco necesariamente se lo propongan, cuando
triunfan sin embargo encontramos que allí está esa ecuación fatal.
75
Malas lenguas
Lenguas de fuego para alcanzar el cielo
En recuerdo de Ramón Alcalde, continuando un
diálogo que la muerte dejó inconcluso.
¿Quién habla en mí cuando yo hablo? Esa es la pregunta que uno
se hace cuando enfrenta ciertos rechazos: “Sos un mal hablado. ¡Qué
cosas dices! ¿A quién se le ocurre decir esas cosas? ¡Hablas como un
descosido! ¡Lengua sucia! ¡Limpiate la boca!”.
La filosofía siempre habla con la boca limpia. Como la computadora que marca con un trazo rojo las malas palabras. Y cuando me
pregunto ella me contesta que es “el habla” la que “habla”: es el Ser
que habla confundido con mi propia boca, nos dicen. Las cosas no
hablan entonces: las cosas están mudas. ¿Y si la Cosa fuese la que habla
cuando se nos dice “cierra esa boca” o “no sabes lo que dices”? Uno
sabe de una cosa, y otro sabe de otra Cosa. ¿No hay acaso diálogo de
sordos en la filosofía?
Entonces, para huir de esas galimatías, uno vuelve a preguntarles
a las mitologías. Las mitologías son mucho más ingenuas: como no
se mueven con conceptos puros y se mueven hablando en el elemento
de lo afectivo y de lo imaginario, de los cuerpos que se interpenetran
y se desgarran o se gozan o se acarician, en su inocencia narrativa
dicen la verdad y al mismo tiempo nos hacen guiños para mostrarnos
la verdad que ocultan: siempre al darlas vuelta aparece visible la otra
cara oculta de Jano. La filosofía en cambio borra las huellas del sujeto
que habla: tiene una sola cara. A diferencia de la tragedia o de las
narraciones se planta sólo para decirnos la verdad absoluta. Repite
la escena del dios único a su manera: se hace divino por la omnipotencia de su sabiduría, toma como origen su palabra única, y entonces
se igualan con el modelo prosaico: tienen de común el Verbo. El Ser
suplanta al dios masculino, el de la lengua erecta, y como la mujer y la
77
León Rozitchner
hembra y las diosas femeninas no importan, todos somos penetrados
deliciosa e indiscriminadamente por la oreja. No nos dice cómo un
filósofo accedió al habla, como si la suya fuera la palabra única. ¿No
habrá dos lenguas en aquella única con la cual nos hablan? ¿No habrá
quizás otra lengua que se quedó muda? Es difícil saberlo pues ellos
tienen siempre la última palabra.
En la filosofía de nuestra cultura occidental europea, ¿no nos seguirá
hablando el mismo dios de siempre, el de la mitología cristiana que
trata a su vez de ocultar aquella judía de la cual proviene? Volvamos
pues a ellas, a las lenguas del paraíso como nos aconseja Olender,1
porque sólo la mitología se pregunta por el origen de la palabra allí
donde la lingüística lo olvida –junto con la mitología que la determina.
Veamos entonces cómo ellas nos cuentan cómo se originó el habla. Esa
que se hace presente cuando escribo esto.
Lengua originaria y lengua política
Se narra en el Génesis bíblico: pasó enseguida después del diluvio.
Toda la tierra tenía una sola lengua y las mismas palabras. Y aconteció que al ir viajando hacia el este finalmente descubrieron
una llanura en la tierra de Sinar, y se pusieron a morar allí. Y
empezaron a decirse, cada uno al otro: “¡Vamos! Hagamos ladrillos y cozámoslos con fuego para que queden duros”. Y fueles
el ladrillo en lugar de piedra y el betún en lugar de mezcla. Y
dijeron: “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya
cúspide llegue al cielo. Y démonos un nombre, por si fuéremos
esparcidos sobre la faz de la tierra”.
Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban
los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: “He aquí que todos
1. Maurice Olender, Las lenguas del paraíso, Buenos Aires, FCE, 2005.
78
Cuestiones cristianas
son un solo pueblo, y tienen un mismo lenguaje, y este es el
comienzo de su obrar, y nada se opondrá a que hagan lo que se
les ocurra. Bajemos, pues, y confundamos sus lenguas para que
ninguno entienda el habla de su compañero”. Así los esparció
Jehová desde allí sobre la faz de la tierra, y dejaron de edificar la
ciudad. Por eso se la llamó Babel, porque allí confundió Jehová
el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz
de toda la tierra.
(El comentarista cristiano anota e interpreta este trozo bíblico
judío: “La unión [que la lengua originaria había hecho posible] sólo
quedará restaurada en Cristo salvador con el milagro de las lenguas
en Pentecostés”. Y cita Hechos, 2:5-12, “asamblea de las naciones en
el cielo”. Se refiere a las naciones que formó el pueblo originario que
Jehová dispersó al mezclar las lenguas).
La narración del Génesis bíblico relata la existencia de dos lenguas:
una originaria, que hablan todos los hombres desde niños, y otra nueva
que la suprime: la lengua patriarcal que la suplanta.
En el Génesis se cuenta que en el origen “todo el mundo era de un
mismo lenguaje e idénticas palabras”. “Al desplazarse, la humanidad se
asentó en una vega, en el país de Sennar”. Y allí se propusieron, ladrillo
tras ladrillo, “edificar una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos”
(Gn., 11). Era la lengua materna la que hablaban, la que todos los
humanos compartían, el “lenguaje de todo el mundo”: la palabra que
las madres hablan con los infantes antes de que se instaure la palabra
del padre. Por eso, y porque no la olvidaron nunca, cuando llegaron a
hombres se propusieron construir una torre para volver a encontrarla.
Era la primera universalidad concreta, por lo tanto, que los hombres
producían en la tierra con el trabajo de sus propias manos, luego de ser
producidos por las madres.
Al verlos Jehová, que para ser Todopoderoso debía sustituirlas, se
dijo: “He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje
(…) Ahora nada (…) les será imposible. Confundamos su lenguaje,
79
León Rozitchner
de modo que no entienda cada cual el de su prójimo”. “Y desde allí
los desperdigó Jehová por toda la faz de la tierra”. Jehová impone su
poder: los hace pasar de un lenguaje a otro, del materno femenino al
patriarcal masculino y disuelve la lengua originaria. ( Jehová sabe por
lo tanto que la Diosa madre se quedará enmudecida para siempre. Se
pierde el origen infantil de la lengua materna y se separan los cuerpos
adultos que en adelante hablarán sólo la lengua divina. Había una
lengua primera, ahora habrá sólo una lengua segunda tras de la cual la
primera se oculta. El mito muestra cómo se lo logra. Cada uno en su
propio lenguaje paterno ocultará ahora el lenguaje común que todos
los niños hablan con la madre. La palabra del Dios masculino, que el
soplo sostiene sin cuerpo, impone la separación de los cuerpos adultos
que la palabra de la madre en la infancia había unido cuerpo a cuerpo.
Los pobres judíos, entonces, se quedaron sin lengua materna
cuando después del Diluvio bajaron a tierra.
De la Torre de Babel a la catedral gótica
Eso que pasó en el origen de la creación del hombre dejó paso, luego
de muchísimo tiempo, a un hecho histórico que los judíos vivieron hace
dos mil años, cuando frente a las tropas imperiales de Tito el reino de
los judíos fue aniquilado, su Templo destruido, donde murieron miles
de judíos y volvieron de nuevo a dispersarse por la tierra, sin patria.
En medio de la desolación y del terror, cuando ni siquiera Jehová, el
dios poderoso, pudo protegerlos, sucede una situación nueva: ¿de
dónde sacar fuerzas para recuperar la patria destruida allí donde todas
las esperanzas se habían esfumado, sin Dios que los proteja, sin suelo
propio, viviendo desolados lejos de esa tierra perdida?
Entonces sucede la aparición de Cristo y una nueva promesa de
salvación eterna que contraría y debería reorganizar la subjetividad
de todos los creyentes judíos, tal como Pablo y los Apóstoles se lo
proponían. Tienen que volver a unirse nuevamente para enfrentar al
80
Cuestiones cristianas
Imperio que los somete. Y aparecen dos formas político-religiosas, en
oposición la una con la otra.
Una, la de alcanzar a vencer el terror y organizarse para crear las
condiciones de la reconquista de su propia patria como los profetas lo
plantearon, creando las condiciones de una ciudad nueva a partir de
las condiciones que Jehová les había impuesto: en la tierra misma y con
el trabajo de sus propias manos, de sus cuerpos nuevamente reunidos.
Deberían volver entonces más atrás del pasado donde Jehová al unirlos
los había separado de la lengua materna: incluir en la segunda lengua
javista las huellas al menos de la primera, esa que venía de una unidad
más profunda. Y otra diferente, la que Cristo trae, volviendo a la
lengua originaria pero transformada en la lengua de un Dios-padre
abstracto que da como cierta a la que Jehová había rechazado como
peligrosa, sólo que abriendo como un nuevo horizonte que parte del
deseo de alcanzar el cielo como si ese cielo, al que no llegaron, apareciera de pronto como realizado. Como si la palabra materna que estaba
en el origen viniera ahora desde el cielo, ese cielo al que apuntaban
antes sin haberlo logrado. Se deja de lado el trabajo colectivo adulto
de construir con ladrillos de tierra el Cielo. Como si, siendo ya adultos,
volvieran de nuevo a ser niños.
Aparecen entonces dos soluciones para alcanzar el cielo. Una, la
judía, que requiere para poder anhelarlo recuperar el poder de los
cuerpos que estaban unidos en el origen: cuerpos adultos unidos que
hablaban una misma lengua, unidad simultánea de lengua y de cuerpo:
espíritu, lengua y cuerpo estaban unidos en el origen del habla, esa que
Jehová había separado. Y otra, la cristiana, que viene desde ese cielo
que nadie aún había alcanzado y que, disociando al cuerpo del lenguaje,
afirma que la lengua espiritual existe totalmente separada del cuerpo,
que se basta a sí misma, que tiene una existencia propia, descorporizada,
mater sin mater-ia, porque viene de una madre virgen. Y entonces el
cuerpo aparece como desechable, y abre de pronto un reino celeste,
contrapuesto al terrestre, que sería alcanzado sin el trabajo colectivo
humano: por un acto de fe solamente. Elijan.
81
León Rozitchner
Hay sin embargo, es posible pensarlo, una tercera posibilidad
que el mito nos abre, que no es totalmente judía pero mucho menos
cristiana: recuperar la lengua primera que Jehová había excluido, esa
lengua infantil originaria que en vez de plantearse su acceso al cielo
de la infancia, para el cual no hay regreso, se planteara en cambio
prolongar la unidad de la infancia materna en la unidad de los
hombres que esa lengua había abierto en la unidad arcaica del hijo y
la madre (pero ahora entre los hombres adultos). Hacer que el Dios
Uno se haga nuevamente Dos con la madre: que luego del divorcio
la madre y el padre vuelvan a reconciliarse. Que “la madre de todo lo
viviente” vuelva en primera persona tras los rastros de “las diosas del
cielo” que la Biblia recuerda.
Esa prolongación del ensueño materno en las obras humanas cuyo
ideal los lleva a querer subir hasta el cielo nuevamente, como si no se
lo hubiera perdido para siempre, es lo que aquí Jehová destruye, pero
al mismo tiempo aprovecha para separarlos y dominarlos luego con
su Ley externa, cuando logra que hablen con las nueva lenguas y se
olviden de la que hablaban juntos primero. (Ese pueblo originario,
donde todos hablaban la lengua que desde la madre de la infancia
habían aprendido, es lo que la Biblia judía confiesa: declina el origen
de su nuevo origen, no oculta el pasado que está en el comienzo).
Pero que para lograrlo habría que aceptar separarnos del cuerpo de la
madre más allá de la fantasía de la unidad arcaica de la simbiosis que
vivimos con ella antes de que este Uno se separara en dos –madre por
un lado, hijo por el otro– en las nuevas condiciones que el cuerpo de la
madre encuentra cuando se extiende en la tierra común que todos los
hombres añoran. La solución de esta oposición todavía se está debatiendo entre los judíos: Israel es la prueba. La ortodoxia religiosa del
Dios patriarcal único está aún vigente: no pueden volver a la primera
lengua para entenderse con los palestinos: siguen bajo el yugo de la ley
del Padre porque nadie escucha la palabra aborigen de la madre (que el
dios judío, al ocultarla, al mismo tiempo revelaba).
82
Cuestiones cristianas
La solución cristiana frente al terror político
Decimos: la solución cristiana forma sistema con el poder político romano: está al servicio de la servidumbre. No lo decimos nosotros: lo dicen sus sabios intérpretes de la Biblia y hasta el actual Papa
Ratzinger cuando afirma que la Iglesia católica es de Cristo, no del
pueblo; que la Iglesia es monárquica, porque Cristo es rey, que por lo
tanto no es democrática. Y por último, que la Iglesia de Cristo es ortodoxa, no orto-práctica. Y agrega que estas tres condiciones la diferencian de la religión judía.
Entonces los escritores astutos del Evangelio deben continuar retomando la historia del hombre desde las lenguas, porque ellos serán
quienes han de definir el alcance del Verbo divino. ¿Hasta dónde
llega la palabra materna? Los judíos lo habían dejado planteado en ese
primer relato de la Torre de Babel. Recordemos lo que los cristianos
mismos dijeron de los judíos que perdieron el reino en la tierra. Lo
que está en juego entonces es el problema del Reino: en el terrestre
del reino de Judea con las diosas del cielo, o en el reino cielo del DiosPadre abstracto con la madre cristiana.
El Nuevo Testamento describe una solución diferente. Y nos dice
que hay que tomar otro camino
Un reino nuevo
Los judíos quieren reconquistar el Reino de Israel. Pero en el capítulo 1 de los Hechos de los apóstoles, Jesús después de ser crucificado y
enterrado en una tumba vuelve, resurrecto por cuarenta días, después
de haber sido “recibido arriba”. Los 120 que se habían juntado abajo
para despedirlo aprovechan para preguntarle, impacientes, sobre su
retorno: “Señor, ¿restituirás el Reino a Israel en este tiempo?”.
De eso se trata para los judíos todavía: ¿volverán los judíos al Reino
de la tierra de la cual los romanos los habían despojado? Luego verán
83
León Rozitchner
que con el retorno de Cristo no se trata de eso: el reino que se les abrirá
por primera vez, como una solución extraña, es un nuevo reino, el
Reino de los Cielos. Lo que Jesús les traerá desde arriba, ese cielo que
alcanzó de un salto, sin ladrillos ni torre, con el glorioso advenimiento
de la Parousía, será el Espíritu Santo: un cielo hecho de lenguaje. Con
este advenimiento, nos dicen los intérpretes, “se inaugura la era de la
salvación” cristiana: la salvación por la Palabra. Después veremos que la
salvación de ellos también depende de lo que hagamos nosotros, como
san Pablo lo expresa: “la salvación por los judíos”. Luego veremos por
qué –“los judíos primero” según dice san Pablo– necesitan que los
judíos se salven para salvarse ellos.
El Espíritu Santo es el que ahora desciende desde el cielo y nos trae
la Palabra Primera que los niños hablan: el Espíritu Santo, a diferencia
de la madre carnal engendradora, no tiene cuerpo sensual ni boca
sensible ni tampoco lo engendra en un acto amoroso donde el placer
la hubiera unido con el cuerpo de un hombre. No viene desde abajo
sino desde arriba. Es puro soplo, viento: aire en movimiento, suspiros
de fuego. Y si Jehová insufló el espíritu divino en las narinas de Adán
para animarlo, ahora con la resurrección de Cristo la cosa se complica:
1. el soplo no viene del Dios masculino sino de una diosa madre
femenina, pero travestida de masculina;
2. porque –y esto es lo más importante– la madre Virgen con su
Espíritu femenino –Espíritu Santo tras del cual su feminidad se oculta–
sólo enuncia la palabra del padre, no la suya;
3. y entonces la palabra de Dios-Padre ocupa de golpe el lugar en
que la madre hablaba con su hijo en la primera infancia: las palabras
celestes, en vez traernos las palabras de las Diosas del Cielo judías,
nos las devuelve convertidas ahora en la palabra del Dios masculino.
La Diosa madre, transformada en soplo asexuado en tanto queda
nombrada en la Santísima Trinidad como Espíritu Santo, se ha metamorfoseado en vocera, portavoz de la palabra de Dios Padre.
84
Cuestiones cristianas
La des-materialización de la madre
Jehová solamente había despojado del poder de la palabra a la
madre para que los hombres hablen sólo la que él les dicta. Ella seguirá
hablando quedamente el lenguaje del “oficio mudo”, sin hablar y sin
reír, como siguen jugando los niños. Pero debemos recordar que, a
diferencia de ella, la madre judía de la Biblia pone el cuerpo para que,
con la ayuda de Jehová, la genealogía judía sea cierta. Los judíos le
reservan una verdad escondida, cantante y sonante: sólo los que nacen
de cuerpo de madre judía son judíos.
La “operación cristiana” es muy diferente, tal como el Evangelio la
cuenta. Estaban todos los discípulos de Cristo, unánimes, junto a otros,
y de pronto se produjo el hecho inesperado:
Y se le aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se
asentó sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el espíritu les daba que hablasen.
Resulta ahora que, apoyándose en la primera astucia del Dios judío,
quien para separarlos y dominarlos les hace hablar lenguas diferentes
y los mezcla para que no logren entenderse, la solución cristiana da
vuelta la historia. Lo que fue un fracaso se convierte en logro. Ahora
es la madre quien, cómplice de la separación de sus hijos, aparece
hablando, con las lenguas en que se había disuelto la suya, su lengua
propia-propia en cada lengua diferente. Desciende desde el cielo como
si los hombres lo hubieran alcanzado, desmiente el fracaso, retorna en
cada uno a la fantasía de la infancia y tras de la palabra opresora se
esconde –ocupando el espacio que la madre propia desplazada había
dejado a la espera en lo imaginario– la madre postiza del nuevo DiosPadre. Ya no es lengua amorosa, ni apasionada ni afectuosa ni cálida:
son las “lenguas de fuego” que esconden la hoguera donde el cuerpo
materno ha sido calcinado.
85
León Rozitchner
Repasemos. En los Hechos, luego de muerto Cristo, mientras sus
discípulos esperan su retorno, todos los habitantes escuchan hablar a
los cristianos en la misma lengua, diferente a las diversas lenguas que
gente de naciones muy distintas hablan. Todos la entienden siendo
diferente a las diversas que cada uno habla. Es la Torre de Babel invertida: los hombres que hablan la lengua materna quieren construirla
para subir al cielo. Aquí está claro cómo los cristianos están en contrapunto con la Biblia judía para darla vuelta y ocultar las verdad que
había alcanzado el pensamiento humano en el campo de lo mitológico.
El mito cristiano lucha aquí contra el mito judío porque el poder ha
descubierto que allí, en el judaísmo, está el germen de una resistencia,
esa que llevó a enfrentar al poder romano y donde los judíos dejaron
un millón de muertos. Massada, Massada: ese ejemplo judío humilló
a los vencedores, a los legionarios romanos, y sobre todo a los Brutus
como Tito, que por algo en su Arco de Triunfo que está en Roma
puso entre sus más preciados trofeos al candelabro judío de las siete
velas. De la Roma de Tito a la Roma de Ratzinger hay sin embargo un
continuo. (Pero Massada no era todavía ni el Gueto de Varsovia ni la
Shoá cristiana en que se convirtió luego). Aquí, en cambio, los devotos
de Cristo ven descender del cielo a la madre hecha Espíritu Santo
que vuelve a hablarles travestida en vocera de Dios-Padre. Por querer
subir hasta el cielo con el empuje de la Diosa Madre Jehová los castigó,
hemos visto, disolviendo el habla materna; ahora, derrota mediante,
desde el cielo nos baja la lengua materna trayéndonos el mensaje invertido: la madre se ha transformado en el portador etéreo de Dios-Padre
nuestro. Por eso su lengua es de fuego.
Pero el Nuevo Testamento no lo dice. Quienes lo escriben lo hacen
pero también lo saben; si no, no hubieran podido inventarlo: la tenían
clara. Lo que sí nos dice es que este advenimiento de la nueva lengua se
produce cuando ahora los alcanza a los cristianos el Espíritu Santo, es
decir ese espíritu que, como sabemos, es el nombre que recibe el tercer
miembro de la Santísima Trinidad que reúne al Padre y al Hijo, pero
deja sin nombre a la Madre: esta, despojada de cuerpo, casualmente
86
Cuestiones cristianas
carece de nombre. Lo que de ella queda aparece como algo etéreo y
vaporoso: Espíritu Santo, sin olor siquiera a zarza quemada. Lo más
carnoso al hacerse cristiano se ha convertido en lo más espirituoso.
La madre se hará lengua sin cuerpo cuando, en camino inverso al del
hijo, baje ahora del cielo a la tierra: perdió el cuerpo en el camino,
como teme perderlo san Pablo en el camino de Damasco cuando se
le aparece Cristo y lo acusa de haberlo matado. Serán el fundamento
sacro de la Sagrada Familia. Madre travestida, convertida en Palabra
masculina: Espíritu Santo para ocultar la presencia de la Cosa de la
cual el espíritu surge desde la infancia. Por eso los cristianos no tienen
que proponerse construir otra Torre de Babel para ascender al Cielo:
lo hacen en redondo, como en una vuelta carnero. Al cielo se llega
jugando rayuela. El Paraíso perdido o más bien olvidado de pronto
aparece en el encuentro de la madre de afuera con la madre que está
adentro, pero con otro nombre.
Entonces Espíritu Santo es el nombre de la madre tachada, travestida, convertida en palabra masculina: madre sustraída, enmascarada, la
que así habla ahora en cada judío convertido en cristiano. ¿Qué tienen
de madre ahora los cristianizados? Tienen lo necesario para suscitar el
Edén perdido sólo con palabras. Su lugar, que hasta entonces era el más
carnoso, jugoso y generoso con sus pechos turgentes y vertientes como
fuentes de leche, se ha volatilizado al convertirse en espíritu etéreo del
que nos llegan sólo sus palabras, tan vaporosas como aquello a lo cual
ha quedado reducida: mater in-mater-ial, in-corpórea. Y todos los
seguidores de Jesús la entienden, porque a cada uno le ha tocado una
lengua, pero ahora ardiente. La lengua arrulladora de la madre acogedora al transformarse en espíritu santo se ha convertido en lengua
abrasadora: en “lengua de fuego”. (Esto de las lenguas, dice Maccoby,
era común en las revelaciones bíblicas y de los rabinos).
Estas “lenguas”, pero “de fuego”, lenguas de la boca materna que
todos escuchan sea cual fuere la que cada uno hable, les dice un mismo
mensaje que surge por debajo de la lengua que cada uno habla, ahora
desde más abajo. Hay entonces dos lenguas por lo menos, aunque
87
León Rozitchner
hablemos una sola. Lengua bífida, para decir lo menos. Esta es la
palabra que viene del Dios cristiano y que, como veremos, la escuchan
como niños para entenderla: Cristo les habla con la lengua de la madre
en nombre del padre y para despertar lo más hondo los convierte en
infantes. (Necesitan que la fantasía de la infancia, reprimida, quede sin
madurar ni crecer, en el adulto: necesitan que el hombre sea un niño
insatisfecho que nada real pueda colmarlo. La fantasía adulta se colma
con la fantasía eclesiástica. Vivimos simultáneamente en dos mundos).
Porque la lengua materna, a diferencia de las otras, es la única que habla
de profundis, desde lo más escondido, porque hasta ahora la lengua del
Dios judío les hablaba con la misma lengua que hablaban los profetas
patriarcales. El nuevo Dios-Padre cristiano, si quiere penetrar hasta lo
más profundo y tocar las huellas más sensibles, para hacerse escuchar
debe ocupar el lugar de la madre. (Es así como el cristianismo, en la
larga lucha histórica de las mitologías, donde los dioses masculinos
enfrentan a las diosas madres originarias, es el único mito que pretende
eliminar de manera absoluta, y más contundente, a la madre; en lo más
profundo del hombre, en sus marcas más elementales, allí justamente
ocupa su sitio, es decir, se instala en su útero y la convierte en campo de
Marte. Ni el polvo de sus huesos los hombres tendrán).
Por eso lo escuchan como si hablaran y escucharan con la lengua
primera, que es una para cada uno e igual para todos porque todas
expresan el amor materno, y unifica sin embargo todos los idiomas,
como lo será luego “la vida feliz” para san Agustín, esa vida que todos los
hombres han conocido y que está grabada en la memoria de cada uno
de nosotros. El cristianismo les ha expropiado la lengua a las madres.
La lengua materna era una lengua lechosa y sabrosa. La “zarza
ardiente” judía, silenciosa, se hizo “lenguas de fuego” al cristianizarse:
Dios no se anuncia por interpósito follaje que de pronto se enciende:
de “símbolo” anunciador sensible que era, se convierte ahora en Cosa
espiritual ardiendo que habla: por eso es de fuego. Recordemos: los
judíos temían verle la cara a Dios y le piden a Moisés que suba hasta
el monte y acuda a su presencia: temen, esclavos liberados, verle la
88
Cuestiones cristianas
cara a Dios y escuchar su palabra. A Dios no se le mira la cara: es un
Espectro temible. Y entonces Moisés, que es valiente, y conoce a su
pueblo, desciende del Sinaí luego de grabar sus mandamientos escritos
en la piedra: a los judíos, que no tienen todavía la cerviz erguida hay
que enseñarles cómo comportarse. La palabra divina se hace escritura:
pierde el sonido. La divinidad judía no mata a la madre: sólo la deja de
lado, porque Moisés amó mucho a Xephora y hasta tuvo ganas, celoso,
de matar a su hijo, y sabe que por haberlo pensado Dios se le apareció
de pronto para amenazarlo.2 A partir de aquí esa primera escritura se
prolongará en el Libro, mientras que la plebe seguirá hablando sin
tener registro escrito: quedará inscripta en los cuerpos memoriosos de
las madres que “publican” hijos.
Ahora, cuando aparece la figura de Cristo y la palabra de Jehová se
ha revelado vana porque los romanos a los judíos los hicieron polvo, la
nueva palabra de Dios, que los escogidos oyen, nos habla en cambio
a uno por uno, a cada uno, y nos pide que habilitemos una antigua
“escucha” –como los lacanianos a fuer de cristianos, con su taparrabos
que oculta que están castrados, quieren– y una antigua lengua para
entender aquello que el Espíritu Santo quiere que escuchemos. Pasan
del hebreo al griego, como confiesa Levinas cuando mucho más
tarde cambia su identidad y se proclama griego. Y que la hablemos
para reunirnos sólo como espíritus, no como los cuerpos y la lengua
materna nos habían reunido al principio de la vida terrena, porque
ahora se trata de la vida celeste.
2. “Y dijo Jehová a Moisés: Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón
todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón, de modo que
no dejará ir al pueblo. 4:22 Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. 4:23 Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo
ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito. 4:24 Y aconteció en el camino, que en una
posada Jehová le salió al encuentro, y quiso matarlo. 4:25 Entonces Séfora tomó un pedernal
afilado y cortó el prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un
esposo de sangre. Así le dejó luego ir. Y ella dijo: Esposo de sangre, a causa de la circuncisión”
(Éxodo, 4:21-26). [N. de los eds.]
89
León Rozitchner
¿Qué piensan los judíos y los cristianos en Jerusalén?
¿Cómo reaccionaron los judíos cuando la escucharon hablada
por la boca de los discípulos de Cristo? Por lo menos los evangelistas
antiguos tenían una sinceridad que sus continuadores perdieron y lo
cuentan, a fuer de sinceros:
Moraban entonces en Jerusalem judíos, varones, religiosos, de
todas las naciones debajo del cielo. Y hecho este estruendo, se
juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía
hablar su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados,
diciendo: He aquí, ¿no son gentiles todos los que hablan? ¿Cómo,
pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra propia
lengua materna? (...) Les oímos hablar en nuestras lenguas las
maravillas de Dios (Hechos, 2:6).
En la misma lengua hablaban otra lengua: “estaban confusos, porque
cada uno les oía hablar en su propia lengua” otra lengua que también
entendían. “¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra
propia lengua materna?” En la propia lengua había otra lengua que de
pronto descubrían, que también entendían.
Era la lengua materna-materna, no la paterna mal llamada materna
para disfrazarla, la que evocaban con la glosolalia:3 como hablan
gorgojeando el arrorró del cielo con la madre todos los niños, sea cual
fuere luego la lengua del padre.
3. La glosolalia remite a la capacidad mítica de hablar una lengua desconocida, tal como este
mito de las lenguas de fuego de pentecostés lo relata, Hechos, 2: 1-13. [N. de los eds.]
90
Cuestiones cristianas
¿Con quién habla la madre cuando le habla al hijo?
La madre habla aquí de su padre idealizado: de su padre, no del
esposo cuyo hijo es carne de su carne y huesos de sus huesos, sino
del Hijo Divino que tuvo simultáneamente con su Padre, porque
ese Dios-Padre no es José el Carpintero con que cada madre tiene
siempre el suyo, sino que prolonga ese que de niña tuvo con su padre
cuando jugaba a las muñecas imitando a su madre. Es el padre de su
propia infancia con quien lo engendró imaginariamente en su cuerpo
virgen femenino, y como corresponde a la inocencia perdida el padre
lo hizo con cautivantes palabras. Madre desdoblada: una madre que
hace el amor con el cuerpo del hombre que la ha penetrado y con el
que suponemos que también ha gozado; pero por el otro lado, mujerhija que copula místicamente, en lo imaginario, con su propio Padre
de la infancia que resuena en su imaginario adulto como Dios mismo.
Vuelven a escuchar a Dios en la misma lengua, la materna: en la lengua
sin diferencias, la lengua primigenia que el Dios judío confundió en
Babel para que no accedieran desde la tierra madre al cielo. (El comentarista cristiano del texto lo dice claramente: “la unidad perdida en
Babel”, “símbolo y anticipación maravillosa de la misión universal de
los apóstoles” (Biblia de J., nota p. 1551).
La unidad perdida era en realidad la que vivieron, infantes, con la
propia madre. Y se convierte, en esta operación cristiana, en lengua
futura que anticipa las delicias de la lactancia como si esta señalara un
mismo camino de liberación para todos: “anticipación maravillosa”
pero retroactiva, la de la etapa arcaica, que se convierte en la misión de
los santos varones: “la misión universal de los apóstoles”.
91
León Rozitchner
Los niños que la Iglesia devora
Jueves, 1 mayo 2008
Pero entonces la lengua deja de ser materna infantil para convertirse en lengua patriarcal adulta apostólica. Lo arcaico ensoñado se
convierte ahora en el imaginario de los adultos alucinados: seréis como
niños, y dejad que esos hombres-niños vengan a mí. La realidad adulta
de los hombres aterrorizados por el poder romano encontrará su cobijo
adulto volviendo a transformar en mundo real el mundo alucinando
de lo que fue ensoñación vivida en la primera infancia. Proyectarán en
el mundo otro mundo más allá del mundo, poniendo adelante, anhelado, lo que había quedado atrás, congelado.
Entonces el cristianismo descubrió que también la madre interna,
arcaica, intocada por los judíos, era el lugar donde el poder podía
triunfar definitivamente, luego del fracaso y la dispersión que los
romanos habían producido. La Torre de Babel mostraba, con su
alegoría, el triunfo de la lengua patriarcal judía sobre la materna. Dios
no quería que todos hablaran la lengua materna, que todos entienden
y escuchan. Y para que no se entiendan el patriarcalismo monoteísta
debía disolverla, lograr así que Jehová reine y pueda al fin reunirlos
como un solo pueblo para un dios Uno: pretendían alcanzar el cielo
desde la misma tierra.
Ahora, en cambio, en este relato del Nuevo Testamento, parecería
como si siendo adultos han regresado los cristianos, como niños, a
lo arcaico de la primera infancia. Pero es una apariencia y al mismo
tiempo una técnica nueva de dominio sobre la lengua materna. En los
judíos todos hablan dos lenguas: la de la madre, que queda inconsciente, y la del padre para seguir su mandato como la Ley ordena desde
afuera. La religión judía mantiene a los contrarios –opuestos pero
complementarios todavía. La madre sexuada y de cuerpo ardiente no
queda enmudecida ni en la religión ni en la vida de esa cultura, como
lo prueba su presencia en la mística judía que enfrenta a la religión
92
Cuestiones cristianas
patriarcal dentro de la religión misma. La religión judía reprime a la
mujer-madre, pero su lugar en nosotros queda intacto. Si no, que le
pregunten a los rabinos ortodoxos que les temen y al mismo tiempo
las adoran. Y el enfrentamiento entre diosas y dioses se prolonga en la
historia que vivimos en el reino terrestre, no en el celeste.
El cristianismo, en nombre de lo más profundo, habla una sola lengua,
porque deja a la madre balbuceando, sola y virgen, descarnada y vacía,
para congelar la lengua de la madre y hacerle decir a ella, desde su lugar
vaciado en nosotros, la única palabra, la del Padre que todas las mujeres
desde niñas adoran. Por medio de esta conversión las madres cristianas
no pueden hablarle al niño, cuando lo engendran y lo amamantan, con
sus propias palabras: ocupan el lugar de la virgen, no de la madre carnal
que hizo el amor con su esposo, porque siguen siendo la mujer del Padre
con el que siguen haciendo el amor a escondidas.
Y veremos aparecer entonces en este texto una transformación: la
lengua del Dios judío no es entonces la misma lengua del Dios cristiano:
habilitan para el espíritu un lugar distinto. Aunque, como se dice, sea
para alcanzar una universalidad (católica) más amplia; lo hace para
disolver las diferencias en una unidad infantil primaria que se actualiza cuando Cristo les habla. Cristo les habla del Padre con las palabras
de la madre (negada) que cada uno tuvo. Recurre a ella sólo para que
permanezcan en el ensueño ilusorio materno de la primera infancia
como adultos-niños. “Para comerte mejor”, como la madre cocodrilo
lacaniana exclama con palabras de un cuento infantil. La madre, la
verdadera, cuya voz fue aniquilada en el adulto, al hacerse cristiana se
ha convertido en pulsión de muerte.
De la lengua paterna judía se pasa a la lengua materna cristiana: la
del cuerpo de una madre Virgen que no es de este mundo. Por boca de
Cristo ya no habla su propio padre sino el Padre de su madre: en lenguaje
materno congelado, transmutado en lengua romana latina, que de ahora
en adelante les dictará las palabras del nuevo Dios masculino.
93
León Rozitchner
Volviendo a los textos sagrados (continuando las citas)
Debemos verificar en los textos si la interpretación que aquí proponemos cierra. La confirmación de esta diferencia la veremos en el texto
mismo, comparando los trozos que se citan del profeta judío Joel, y que
Pedro transforma claramente de terrenales y finitas en celestes y eternas.
El Dios judío, en sus palabras paternales, les devolvería la abundancia en la tierra si acataban su ley, sin salvarlos de la muerte ni
prometerles una vida eterna: sólo les daría una vida mejor y más justa
aquí abajo. Por eso su lengua era nacional y adulta: Moisés, que realiza
la acción política de salvarlos de la opresión egipcia, escucha lo que el
Dios paterno dicta y escribe las Tablas de la Ley para sus hijos. Volvemos
a despertar, ahora repetida, la experiencia histórica de la infancia ensoñada: hubieran podido, los judíos ex esclavos, verle la cara a Dios como
Moisés lo hace, pero no se atrevieron a subir al monte. La alegoría judía
era terrenal en sus dos extremos: desde el nacimiento hasta la muerte.
En cambio el Dios cristiano habla por el Espíritu Santo (que es el de
la madre) una lengua que –canción de cuna arrulladora– todos escuchan como niños, con la propia originaria, común a todos en la significación sonora y afectiva que las alegorías describen, que les trasmite
y donde resuena su mensaje: les promete ahora la salvación en la vida
eterna, si se someten a los mandamientos ascéticos en la vida de aquí
abajo: si vuelven al ensueño de la infancia que se transformará entonces,
así actualizado, de ilusorio infantil en adulto alucinado. Investirán las
representaciones materiales en figuras fantásticas: lo ensoñado de la
infancia, cuyos anhelos quisieran ver realizados en la edad adulta, se
transfigurará en espectros persecutorios, que invisten la ausencia de
imagen de Dios-Padre que esconde la negación-muerte de la madre
que ha asesinado: ya están en el cielo. Si los judíos son acusados de
matar a Cristo, los cristianos pueden ser acusados de matar a la madre.
Una lengua habla desde lo arcaico materno sin negarla: el Dios judío
no se separa definitivamente de las Diosas madres: sigue el combate
terrestre, él desde afuera, ella desde adentro, una desde lo materno, la
94
Cuestiones cristianas
otra desde lo paterno. Aunque lo importante es esto: con la lengua de
la madre, como a niños, Cristo les habla para que escuchen en la lengua
de la madre las palabras que proclaman la ley del padre.
Pues, ¿cómo cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra
propia lengua materna? Partos, medos y elamitas, habitantes
de la Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia,
Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros
romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos
hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios (Hechos, 2:8-11).
Y estaban todos atónitos y perplejos, diciendo los unos a otros:
¿qué quiere ser (decir, significar) esto? Mas otros (judíos) burlándose decían: que están llenos de mosto (2:13).
Es decir: los discípulos de Cristo, que querían convertirlos al nuevo
Mesías que por fin se había hecho presente (mientras los judíos esperaban sabiendo que sólo al final de los tiempos habría de llegarles),
hablaban como borrachos. Esta glosolalia que ellos escuchan en boca
de los cristianos es como un lenguaje de niños, que hablan con la boca
llena de mosto, de aliento y de alimento embriagante: la boca del infante
que trata de repetir y articular, borracho de amor, las palabras de fuego
de la madre ardiente. Y entonces interviene Pedro-Jonás para poner
las cosas en su sitio, corregir el asombro de los incrédulos judíos, que
seguían escuchando como adultos, y se negaban a transformar el aliento
borracho en aliento divino. Debe hacerles entender a estos hombres
bastos que se burlan y toman lo que están viendo como un chiste judío:
como si fuera un delirio colectivo lo que estaban escuchando.
Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó su voz, y
hablóles diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en
Jerusalén, esto sea notorio y oíd mis palabras. Porque estos no
están borrachos, como vosotros pensáis, siendo la hora tercia del
día; Mas esto es lo que fue dicho por el profeta Joel.
95
León Rozitchner
Y los judíos burlones de Jerusalén escuchan que Pedro el cristiano, que transformó el cuerpo de la madre en Iglesia de piedra,
recurriendo a la autoridad de los propios profetas judíos, Joel para
el caso, les repite un fragmento para avalar como cierto lo que están
negando. Nosotros sólo prolongamos lo que los judíos sostienen, les
dice. Pedro el apóstol cristiano quiere poner a los judíos en contradicción con la palabra de sus hombres santos. Los apóstoles están
haciendo prosélitos, y quieren engañarlos.4
Y Pedro, a quien Jesús extrañamente le asigna una genealogía mítica
para transformarlo en hijo del judío Jonás, el del cetáceo materno que
lo devoró por desobedecer una orden que Jehová le había dado, y que
le devuelve la vida sacándolo del antro materno de la ballena sólo
cuando lo reconoce como Dios verdadero y jura obedecerlo, cita unos
fragmentos elegidos del profeta Joel. Seguiremos viendo cómo los
cristianos utilizan a la Biblia judía para apoyarse en ella y darla vuelta.
Aquí es el Dios judío quien habla, de quien el cristiano Pedro sólo cita
un pequeño y escogido párrafo. Precisamente aquel en el cual Joel el
profeta judío acude a las visiones y a los sueños:
Y será en los postreros días, dice Dios, derramaré mi espíritu
sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán,
y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros viejos soñarán
sueños: Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en
aquellos días, derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré
prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, Sangre y
fuego y vapor de humo: el sol se volverá en tinieblas, y la luna en
sangre, antes que venga el día del señor, Grande y manifiesto,
Y será que todo aquel que invocare el nombre del Señor, será
salvo ( Joel, 2: 28,32).
4. Es lo que confiesa Pablo en 1 Corintios, 9:20-22: “Con los judíos me he hecho judío para
ganar a los judíos (…) Me he hecho débil para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos
para salvar a toda costa a algunos”.
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Cuestiones cristianas
Ya está más claro: prolongando el lenguaje de la madre volverán a
actualizar los sueños y las visiones del ensueño materno en el mundo
terrestre y patriarcal de los judíos: los sueños metamorfoseados se realizarán en los hechos de la buena vida. No subirán al cielo. Los vuelve,
como cuando entran a la vida y cuando está por salir de ella, a aquello
con lo que sueñan los púberes y los viejos: con la madre añorada en la
buena tierra que su cuerpo prolonga. Los devuelve a un mundo ensoñado no para prolongar el ensueño transmutado en delirio alucinado
del amor materno como adultos, sino haciéndose adultos actualizando
en el presente las delicias de la infancia.
Estos sentimientos son los que el cristianismo necesita metamorfosear para organizar el aparato psíquico de un modo diferente: para
instrumentarlos al servicio del poder político religioso.
Lo ensoñado judío se transforma en alucinación cristiana
Si volvemos al texto judío completo que Pedro-Jonás deja de
lado, veremos la operación mistificadora que realiza el bueno de
Pedro con las palabras del profeta Joel. Primero, el profeta en el
texto de la Biblia hebrea quiere que los judíos, vencidos, deshechos,
caídos en desgracia, hambreados y dominados por el poder de otros
pueblos, reconquisten nuevamente su propia tierra para recuperar
una felicidad perdida. Todo sucedía mucho antes de la conquista
romana emprendida por Tito, pero bebiendo en las fuentes del
propio pasado reencontrarían ahora, nuevamente, las fuerzas y el
coraje para enfrentarlos. Se trataba de una acción política guerrera
y religiosa a la que Joel se refiere. Y para hacerlo deben actualizar la
palabra de Dios-padre, Jehová, dios masculino y poderoso, vengador,
para vencer al enemigo por medio de las armas y el coraje, y poder
así alcanzar nuevamente la abundancia en las propias tierras reconquistadas. Pero no hay más salvación que esta vida en la tierra, en la
abundancia y en el goce de los cuerpos y de los frutos.
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León Rozitchner
Los judíos que enfrenta Pedro y a los cuales quiere convertir en cristianos ahora son, en cambio, los judíos vencidos y dominados a muerte
por el Imperio romano. Jehová mismo debe ser metamorfoseado en el
Dios-Padre cristiano cuyo destino Cristo cumple, al morir en la cruz
para pagar nuestros pecados. La culpa judía se metamorfosea en culpa
cristiana por haber pecado en el Edén: la fornicación prohibida se
convierte en el Pecado Absoluto, olvidando que el Edén era un sueño en
el cual Jehová los había metido. Que esa culpa era por haber fornicado
en el Edén con la madre, donde ni siquiera en el Paraíso está permitido.
Lamentaciones por la ruina del país
Veamos primero qué dice Joel, conservado su texto y su contexto, y
cómo distorsiona el apóstol Pedro (o quien escribe o lo corrige en su
nombre) a Joel el profeta judío cuando lo cita, pues excluye el contexto
que el texto total expresa claramente. Transforma radicalmente su
sentido y lo invierte:
“Palabra de Jehová que fue a Joel hijo de Pethuel”. Joel el profeta judío
le habla al pueblo como si Jehová le hubiera hablado antes.
“Despertad, borrachos, y llorad; aullad todos los que bebéis vino, a
causa del mosto, porque os es quitado de la boca”.
Jehová quiere que los judíos se despierten del sopor etílico, y que
no se evadan de la realidad que los aterra hundiéndose en una fantasía
individual y separada. Vuelve a destetarlos del sucedáneo de la leche
materna que el alcohol evoca y que los consuela. Y describe la desolación de Judea, ocupada, y por la invasión y la pobreza, por haber abandonado la ley de Jehová:
Porque una nación subió contra mi tierra, fuerte y sin número;
sus dientes de león y sus muelas de león; asoló mi vida, y descortezó mi higuera (...) Llora tú, como moza vestida de sayal por el
marido de su juventud. Pereció el presente (…) En duelo están
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Cuestiones cristianas
los sacerdotes, los ministros de Jehová. El campo ha sido arrasado, en duelo está el suelo, porque el grano ha sido arrasado. Ha
faltado el mosto, y se perdió el aceite. (...) Se secó la vid, y pereció
la higuera, el granado también, la palma, y el manzano, se secaron
todos los árboles del campo; por lo cual se secó el gozo de los hijos
de los hombres. (...) he aquí un pueblo grande y fuerte, nunca
desde el siglo fue semejante, ni después de él será jamás en años,
de generación en generación. Delante de él consumirá fuego,
tras de él abrasará llama; como el huerto de Edén será la tierra
delante de él (...) Delante de él temerán los pueblos, se pondrán
mustios todos los semblantes. (...) Delante de él temblará la tierra,
se estremecerán los cielos; el sol y la luna se oscurecerán, y las
estrellas retraerán su resplandor. (…) ¿Y quién lo podrá sufrir?
Por eso pues ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro
corazón, con ayuno y lloro y llanto. (...) Reunid el pueblo, santificad la reunión, juntad los viejos, congregad los niños y los que
maman: salga de su cámara el novio, y de su tálamo la novia. (...)
Y Jehová celará su tierra, y perdonará a su pueblo. (...) Tierra, no
temas; alégrate y goza; porque Jehová ha de hacer grandes cosas.
(...) y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía
como al principio. Y las eras se hincharán de trigo, y los lagares
rebosarán de vino y aceite. (...) Y comeréis hasta saciaros (...) y
nunca será mi pueblo avergonzado.
Jehová, con su fuerza, les promete todo lo materno de lo que habían
sido despojados. Los judíos, vencidos, acobardados, sin salida, habían
vuelto al ensueño materno para protegerse: habían retornado a la experiencia del cobijo arcaico con la madre que la embriaguez despierta.
Jehová trata de despertarlos y provocarles otros sueños situados ahora
en el futuro: hasta les promete reencontrar el Edén del cual habían
sido expulsados, pero ahora en las alegrías, los goces y placeres de
la tierra. Hasta los niños y los que maman son congregados, como
hombres, a la reconquista de la tierra perdida en busca nuevamente
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León Rozitchner
de la alegría y del gozo. Habían cambiado madre por padre, es cierto,
para protegerse, y sin embargo, lo perdieron todo. Y en momentos de
derrota, ya vencidos, cuando Jehová vuelve y necesita que retornen a su
ley, les promete que recibirán de vuelta todo lo materno de que fueron
despojados. Jehová mismo hace reverdecer los goces de la madre extendidos para todos en la tierra. Porque la madre primera permanecía viva
dando sentido a los goces terrenales.
Y recién aquí aparece el trozo recortado mezquinamente por Pedro
y desvirtuado su sentido. A Pedro, cristiano, sólo le interesa retener las
expresiones referidas a los sueños y a las visiones infantiles para transformarlas, de terrestres maternales que aún eran, sólo en celestes adultas:
buscar lo arcaico para que permanezca inconsciente y encapsularlo en
la vida individual adulta, para mantener lo ensoñado materno fuera de
la vida terrenal despreciada: convertir lo ensoñado infantil en fantasma
alucinado. Necesita que la vivencia primera de lo arcaico infantil, en el
sin tiempo anterior al tiempo, por lo tanto infinita, adquiera primacía
y se sostenga como verdadera al lado y por fuera de las coordenadas
del tiempo y del espacio de los hombres adultos: en un mundo celeste
radicalmente contrapuesto al mundo mater-ial humano. Porque de eso
se trata: cómo transformar los sueños y las visiones judías, que vienen
de la infancia tal cual fueron vividas como arcaicas, para metamorfosearlas en sueños y en visiones actuales, adultas y reales. Para nosotros, en cambio, se trata de transformar lo añorado del ensoñamiento
materno para actualizarlo y prolongarlo –enderezado diríamos– como
adultos en una realidad colectiva, terrestre e histórica presente.
La única parte extraída del texto del profeta judío y transcripta en
el Nuevo Testamento es esta:
Y será que después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda
carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros
viejos soñarán sueños, y vuestros mancebos verán visiones.
(...) Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego,
y columnas de humo. El sol se tornará en tinieblas y la luna en
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Cuestiones cristianas
sangre antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y
será que cualquiera que invocare el nombre de Jehová será salvo...
Y además, el evangelista omite en la conclusión de la misma frase,
lo que sigue:
...porque en el monte de Sión y en Jerusalem habrá salvación,
como Jehová ha dicho, y en los que quedaren, a los cuales Jehová
habrá llamado.
Es decir, habrá salvación, sí, para los judíos, pero en la tierra: no
en el cielo ni por identificación con el cuerpo eterno de Cristo resurreccionado en el más allá infinito tal como promete la interpretación
de Pedro. Y comienza el capítulo 3º del texto judío (fin del azote y la
liberación del pueblo).
Los sueños de los viejos y las visiones de los mancebos judíos no
son las que invocan a una madre Virgen: no son las que provocan
las “lenguas de fuego” del Espíritu Santo que bajan del cielo. Jehová
las terrenaliza y los vuelve de la Ciudad de Dios celeste a la ciudad
terrenal de Jerusalem y al valle de Josaphat, no les promete lo infinito de una arcadia arcaica infantil imposible, que el cristiano
congela, sino el goce y el placer finito y posible que brota del cuerpo
y de la tierra.
Porque he aquí que en aquellos días, y en aquel tiempo en que
haré tornar la cautividad de Judá y de Jerusalem, juntaré todas
las gentes, y las haré descender al valle de Josaphat, y allí entraré
en juicio a causa de mi pueblo, y de Israel mi heredad, a los cuales
esparcieron entre las naciones, y partieron mi tierra.
Describe Joel las venganzas de los judíos sobre los pueblos que los
sometieron, y luego dice:
101
León Rozitchner
Pregonad esto sobre las gentes, proclamad guerra, despertad
a los valientes, lléguense, vengan todos los hombres de guerra.
Haced espadas de vuestros azadones, lanzas de vuestras hoces;
diga el flaco: fuerte soy. Juntad y venid, gentes toda de alrededor, y congregaos; haz venir allí, oh Jehová, tus fuertes. Las
gentes se despierten, y suban al valle de Josaphat, porque allí
me sentaré para juzgar todas las gentes de alrededor. (...) El sol
y la luna se oscurecerán, y las estrellas retraerán su resplandor.
Y Jehová bramará desde Sión, y dará su voz desde Jerusalem, y
temblarán los cielos y la tierra: mas Jehová será la esperanza de
su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel.”
Los instrumentos del cultivo de la tierra materna se transforman
en armas de guerra paterna. ¿Cuál era el objetivo de la reconquista de
la tierra propia? No, por cierto, salvar el alma para que resida eternamente en el más allá que Dios-Padre les promete:
Y será en aquel tiempo, que los montes destilarán mosto, y los
collados fluirán leche, y por todos los arroyos de Judá correrán
aguas: y saldrá una fuente de la casa de Jehová, y regará el valle
de Sittim. Egipto será destruido, y Edom será vuelto en asolado
desierto, por la injuria hecha a los hijos de Judá; porque derramaron en su tierra sangre inocente. Mas Judá para siempre será
habitada, y Jerusalem en generación y generación. Y limpiaré la
sangre de los que no limpié; y Jehová morará en Sión.
Más allá de que este texto resuene en los oídos de los creyentes de
ahora para justificar su retorno actual a Israel, como si la palabra de Jehová
se cumpliera despojando a los actuales palestinos de su territorio para
implantar en la antigua Judea el triunfo del moderno capitalismo cristiano,
y cristianizar a su pueblo al someterlo a aquello que como judíos deberían
oponerse, sigámoslo leyendo para comprender la metamorfosis que el cristianismo pregona y con el cual muchos judíos se han confundido.
102
Cuestiones cristianas
Retengamos lo principal del texto de Joel. El pueblo judío cayó
cautivo, fue dispersado, subyugado y su tierra asolada porque se alejó
de Jehová. Para salvarse el pueblo en vida –y nunca se hace referencia a
la salvación eterna que no sea esta salvación en la tierra–, se le promete
que volverá a la tierra madre que él insemina con su lluvia para que
vuelva a dar sus frutos; que volverán al Edén del que antes Jehová los
expulsara. Y si vuelven al Edén es porque Jehová se reconcilió con la
madre con la cual Adán soñaba. Para eso pide que se conviertan en sus
corazones, que se arrepientan con ayuno, lloro y llanto. No porque
hubieran pecado sino porque vencidos se dieron por vencidos, abandonaron toda resistencia y no tienen fuerzas para recuperar lo perdido.
Cualquiera que invoque su nombre será salvo cuando Jehová venga.
Pero sobre los dominadores, deben triunfar con la fuerza que deben
crear desde sí mismos (que no eran precisamente palestinos los culpables, como de la Shoá lo es ahora la Europa cristiana). Entonces volverá
la realidad ensoñada con sus promesas de futuro: los viejos soñarán
sueños y los adolescentes volverán a tener visiones; los viejos realizarán
en sus sueños los deseos no realizados en sus vidas para ver si ahora,
por fin, se animan, antes de volver para siempre al antro materno, y
los mancebos tendrán visiones: tendrán ideales terrenales del tiempo
futuro. Realizarán los sueños de las madres judías prologándolos en
la edad adulta. No porque estén borrachos, ni porque todos sueñen
y vean visiones: no porque se hayan hecho nuevamente “como niños”.
Por el contrario, quieren que se hagan adultos: “vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán”, es decir volverán a esparcir la palabra de Jehová
que les promete la buena vida ensoñada realizada, animándolos nuevamente a creer en la fuerza protectora del Dios patriarcal judío para
emprender la reconquista del bienestar en la tierra. El Dios paterno,
fuerte, reclama la fortaleza de sus hijos, los convoca a resistir y les pide
que sean como él, justos y fuertes, que enfrenten ahora sí la tiranía
de quienes los habían vencido y se habían propuesto aniquilarlos,
con la guerra y las armas: que dejen de aferrarse, lamentándose, a la
tierra mustia y transformen sus instrumentos de labranza en armas de
103
León Rozitchner
combate. Que el terror no los venza. Y para eso les pide que les vuelvan
las ganas que la madre suscita al prolongarse en los bienes de la tierra.
Los judíos se salvarán, como pueblo elegido por Jehová-padre,
luchando por la tierra madre como hombres, haciéndose fuertes
como el Padre, para despertarse de la borrachera que vivían vencidos y
soñando como niños siendo grandes.
Y la visión final de la tierra conquistada vuelve a encontrar la imagen
profética terrenal, puesta en la mujer-madre como tierra ubérrima: y
“los montes destilarán mosto, y los collados fluirán, y por todos los arroyos
de Judá correrán aguas, y saldrá una fuente de Jehová”.
Metáforas que dicen lo materno –sus fluidos, su leche, sus sabores,
su abrazo amoroso– que la lengua patriarcal dice en forma poética y
sólo alusiva: que regará a la madre tierra para fertilizar sus valles, como
corresponde al esposo, Dios masculino y paterno que los protege y en
el cual aún creen y que acude a las fantasías de la infancia para realizarlas, al prolongarlas, en la tierra.
Hay una distancia infinita entre Jehová y sus hijos: nadie participa
de la eternidad divina en la que sólo Él está situado. Por eso, volviendo
a lo que vimos antes, para entender lo que dice Pedro, los judíos que
lo escuchan deben sentir que sólo borrachos podrían creerle: embriagados del terrestre vino con el cual sueñan que reciben, en la lengua de
fuego, la materna leche. Eso hicieron los judíos vencidos, volviendo
a las fantasías arcaicas tal como fueron vividas con la madre en la
infancia. Jehová los quieres adultos que prolonguen la infancia, no
hombres-niños que se emborrachan para volver a soñar en el presente,
derrotados, la infancia perdida para siempre, como los judíos que
cambian de Dios, toman como modelo al hijo vencido y vuelven a la
madre arcaica, pero ahora como madre Virgen, lo opuesto a la madre
carnosa que en verdad tuvieron.
El cristianismo, en cambio, quiere a los hombres derrotados,
hombres-niños vencidos aunque resistentes, para vencerlos de nuevo,
pero para siempre. Necesitan vencer ese lugar de resistencia que los
judíos y los hombres tienen aún disponible en lo más primario de
104
Cuestiones cristianas
sí mismos. Esto es lo que han comprendido los hombres de Iglesia:
deben crear una tecnología que se apodere del lugar más profundamente humano donde la tenacidad de la vida persevera.
La propuesta del profeta
La verdad sería esta: Joel le habla a un pueblo derrotado pero no
vencido. Le habla a un pueblo de hombres adultos para que enfrenten
la realidad histórica. En cambio Pedro le habla a un pueblo no sólo
derrotado sino también vencido, para que busque su refugio ilusorio
en la regresión arcaica a una madre encapsulada: no la prolongación
del ensueño materno en la realidad adulta y colectiva. Y la respuesta
cristiana fue otra: encontrar en lo materno transfigurado, travestido,
consumido, consustancializado en puro Verbo inmaterial, el método
para mantenerlos eternamente como esclavos.
Consecuencias político-religiosas
Dos épocas, dos filosofías, dos religiones: dos políticas. La diferencia entre una y otra es creer en esta vida que es la única y combatir
por ella para hacernos libres o, renunciando a combatir en ella, creer en
otra celeste y eterna que en la pasividad nos salve, pero como esclavos.
El evangelista le habla al pueblo judío antiguo, que venía de otros
momentos históricos, los originarios de miles de años antes, que Pedro
encubre en otra etapa de la historia: cuando acaban de ser vencidos
por los romanos. Y la disyuntiva es esta: o creer en el padre divino que
prolongó él, el Uno, a la madre sólo deslindada y que permanece viva
pese a haber perdido la palabra, y que sigue presente todo a lo largo
de la Biblia, o creer en el Padre de la madre arcaica, pero que quedó,
travestida, congelada en la infancia que quisieran infinita en la vida
finita: en lo absoluto sin tiempo ni espacio de la primera infancia. O
105
León Rozitchner
creer en esta vida finita y terrestre o en la eterna resurrección celeste.
O creer en Jehová o en Cristo. La disyuntiva histórica, que nos vienen
planteando con el terror y la muerte desde hacen ya dos mil años, es
ahora esta. Pero a los judíos se les pide además otra cosa para que esta
operación teológico-política se realice: primero que creamos que
matamos a Cristo y luego, para salvarnos de la culpa, creamos que ha
retornado de la muerte para pagar nuestros pecados. Pero el pecado
es este: haber actualizado a la madre arcaica y volver a su cuerpo ido
para protegernos y sacar fuerza de ese germen de vida que ella ha depositado en la nuestra. Pero para hacerlo hay que aniquilar el objeto del
pecado y transformar a la madre sensual, sensible y amorosa judía en
una madre frígida, la Virgen María, cristiana, sin pecado concebida,
que nos ofrece a su hijo muerto como destino. Y luego: que nos identifiquemos con el muerto como si fuera Dios mismo y con su muerte
muriéramos doblemente cada uno de nosotros. Quieren incrementar
el miedo a la muerte con el terror persecutorio que, para vengarlo,
despiertan en nosotros. Transformar nuestra muerte en muerte insensible, como la que nos ofrecen en la nueva madre descarnada. Esa es
la clave. Pedro, y con él los cristianos, quieren que caigamos también
en el delirio del Dios espectral, paranoico y vacío. Necesitan que lo
hagamos para que su historia cierre: somos sus testigos. Para lograrlo
de las dos lenguas judías deben hacer una sola: la verdad del Verbo cristiano en un cuerpo aterrado. Que ni la lengua de la madre nos quede,
para siempre acallada. Donde la lengua materna, ahora convertida en
lengua de fuego, también hable la lengua del padre: hacerlas iguales.
Una acusación necesaria para que el sistema cierre
Podríamos decir que el cristianismo debe necesariamente destruir a
los judíos para que su sistema cierre: no debe quedar ningún testigo de
la operación político-religiosa cuyo secreto los judíos tienen mientras
la madre enmudecida permanezca viva y nos hable en silencio desde el
106
Cuestiones cristianas
cuerpo sintiente. Convertir lo cristiano –y su cuerpo de palabras– en
ontológico. Todo el problema está planteado: deben desmaterializar a
la madre para que por fin Dios-Padre reine sin resistencias como Dios
abstracto, cuya verdad sólo se hace presente en el hijo crucificado de
una madre que se hace la santa. Porque la madre-virgen quiere borrar
las huellas del connubio que en su imaginación alucinada tuvo con
su propio padre –sublimado como Dios-Padre– al engendrar a Jesús
como hijo divino. Que nada de lo materno carnal quede vivo tras
convertir su estela ensoñada corpórea, por donde el sentido y toda
significación se desliza, en divinidad espectral incorpórea. Que bajo
su apariencia paterna alucinada encierra el cuerpo mustio de la madre
aniquilada en su carnalidad viviente.
Este resultado, como lo experimentó Hamlet, sólo la transacción
cristiana en toda la historia de las religiones lo ha logrado. Para ser
universal y católica debe convertir “primero” (Pablo, Ro., 1:16) a
los judíos: si no los vencemos en su subjetividad resistente siempre
pueden revelarla. Si el “espíritu” del judaísmo necesita un cuerpo
y un vientre de madre judía para sostenerse y prolongar la genealogía judía, se entiende entonces el problema de la “raza” aria y la
raza semita, que en el “modernismo” del cristianismo ha alcanzado:
el exterminio de la “raza” judía alcanza al cuerpo como residencia
y resistencia última de la madre que enfrenta al cristianismo. Por
eso los judíos deben ser aniquilados en sus cuerpos: aniquilar a los
abuelos y a las abuelas, a los padres y a las madres, a los hijos y a las
hijas, a los nietos y las nietas. La solución final para que la verdad
cristiana se instale en la tierra.
La solución cristiana encierra la necesidad de aniquilar a los judíos
¿Qué les contesta Pedro –según el relato de Lucas– leyendo esos
trozos escogidos fuera de contexto para desviar, desde ellos, la incredulidad judía en Cristo y convencerlos? Los acusa de haber matado
107
León Rozitchner
al hijo de Dios, que murió por sus pecados. Lo que comenzó con san
Pedro y san Pablo culmina con Hitler.
Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús Nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros en maravillas y prodigios y señales,
que Dios hizo por él en medio de vosotros, como también vosotros sabéis. A este, entregado por determinado consejo y providencia de Dios, prendisteis y matasteis por mano de los inicuos,
crucificándole. Al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la
muerte, por cuanto era imposible ser detenido por ella. (…) A
este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
(...) Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este
Jesús que vosotros sacrificasteis, Dios ha hecho Señor y Cristo
(Ungido y Mesías). (...) Varones hermanos, ¿qué haremos? –Y
Pedro les dice–: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros
en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hechos, 2:22).
Si se bautizan recibirán a cambio una madre postiza: el don del
Espíritu Santo, de la tercera personal de la Trinidad santa, donde está
el Padre y el Hijo, pero la madre tachada y disfrazada, al descorporizarse y convertirse en invisible, en la Tercera persona del Espíritu
Santo. Esa es la madre que de madre judía se hizo madre cristiana.
Para ello tiene que metamorfosear la simple lógica y convertir al razonamiento humano en un retorno al fetichismo del Uno y del Todo. La
lógica cristiana es primitiva en su fundamento pensante: porque Adán
pecó, pecamos todos; porque unos judíos inicuos lo mataron a Cristo,
donc lo mataron todos los “varones israelitas”: “vosotros lo sacrificasteis”. Uno=todos; todos=uno. La barbarie más primitiva vuelve
a instaurarse en el racionalismo que prolongarán inocentes nuestros
metafísicos de la racionalidad espiritualista. Este es el fundamento de
la lógica incorpórea y sobre el cual se funda el aniquilamiento de la
Shoá: la “solución final” de la civilización cristiana para que no quede
108
Cuestiones cristianas
ningún cuerpo judío que dé testimonio del secreto cristiano: haber
aniquilado el espíritu encarnado en la madre judía.
Entonces el pecado no es aquí el asesinato del padre eterno, como
diría Freud, o haber dejado de cumplir sus leyes. El texto de Joel no
autoriza tal interpretación ni admite que se lo prolongue de ese modo,
sin tergiversar radicalmente el planteo religioso y moral judío.
Pero pensemos: ¿quién le mandó a Cristo que lo asumiera con su
vida y lo pagara con su muerte, algo que ni Jehová les pide los judíos?
A los judíos que enfrentan sus mandamientos Jehová no los manda al
muere: quiere sólo que se arrepientan, que vuelvan a creer en él y en sus
leyes, que tomen fuerzas y que gocen de la vida prolongando en la tierra
a la madre judía, aunque pongan límites a su desborde temido. No que
sigan sufriendo, pagando eternamente las culpas del pecado mortal del
Edén: sólo porque en su segundo sueño, dentro de ese primer sueño que
Jehová les había abierto para no ser menos que la madre, la siguieron
haciendo objeto de su amor que el Padre no podía darles. Por eso Adán
al despertarse y ver a la mujer de sus sueños exclama: “Esta vez sí es carne
de mi carne y huesos de mis huesos”.5 La verdad sea dicha. Mientras haya
sueños el hombre nunca podrá dejar de soñar con la madre. ¿Quién lo
mandó a Cristo para que se haga, como hijo, intermediario entre Dios
y los hombres, y acepte morir en su nombre? ¿Quién puede ocupar ese
sitio, a la diestra de Dios padre? Sólo el hijo de una madre alucinada
que se volvió loca por amor a su propio padre sublimado en Dios-Padre:
que lo convenció al hijo de que lo tuvo con Dios mismo para ocultar
su incesto imaginario, ese que todas las hijas deben soñar con su padre
(como los hijos varones sueñan con la madre). Porque de eso se trata
nuevamente: qué hacen los cristianos con las mujeres que van a ser
madres, porque ellas se refugian en el padre de su infancia.
La explicación freudiana según su “mito científico” –así lo
llama– del asesinato del padre originario, se inscribe todavía en el
5. Un desarrollo pormenorizado de esta lectura que Rozitchner realiza del Génesis se encuentra
en un libro inédito de pronta aparición en esta colección de la Biblioteca Nacional de las
Obras de León Rozitchner. [N. de los eds.]
109
León Rozitchner
patriarcalismo que Freud sostenía, y que le impedía leer la Biblia judía
en otra clave: en clave materna, y que lo llevó a deslindar entonces la
otra vertiente del planteo bíblico, la vertiente mística, donde lo femenino vuelve a ser recuperado y actuado aún en clave religiosa. Freud
todavía se inscribe en el iluminismo racional del cristianismo, porque
el judaísmo no había desarrollado todavía su propio “iluminismo”, es
decir un racionalismo que no partiera de la mitología cristiana y de la
racionalidad absoluta del Verbo.
La salvación por los judíos
“Primero los judíos, luego…” (san Pablo)
Pedro debe hacerlos sentir a los judíos que son culpables: culpables
no solamente por haber asesinado al Padre, como Freud pensaba, sino
ahora de haber asesinado también al Hijo. Doble asesinato: asesinato
redoblado el de los judíos, al que ningún judío escapa. Los judíos de
cerviz altiva habían renunciado a las Diosas del cielo maternas y eso se
produce cuando aceptan que Jehová se convierta en Dios único. Pero
hasta en el Edén que Jehová les abre seguían rebelándose contra sus
leyes. No eran hijos divinos en la carne, porque reconocían la maternidad histórica y terrestre: ninguna eternidad los esperaba salvo la que
se conquistaba en el momento histórico en que su ley era cumplida
como pueblo para merecer ser felices y gozar de la vida, de los hijos,
de la leche y el vino.
Además: los prodigios y señales de Jehová que describe Joel, y
que Pedro transforma en milagros, son fenómenos naturales, no
frecuentes pero reales: días intensamente nublados, de tinieblas y
oscuridades; la aurora enrojeciendo las montañas; el sol cambiándose en tinieblas como en los eclipses, y la luna en sangre como a
veces pasa en ciertas noches nubladas, y columnas de sangre, fuego
y humo como las que surgen del combate. Estos son los prodigios
110
Cuestiones cristianas
divinos que el profeta enuncia en sus metáforas: fenómenos naturales “prodigiosos”, poco comunes pero que existen como fenómenos
naturales o humanos. Lo demás son metáforas poéticas. Pero lo
que Lucas describe son alucinaciones orales y maternas reprimidas:
arcaicas y primarias, y actualizándose como si pudiéramos nuevamente volvernos niños de pecho y rehacer nuestras vidas retornando
a una infancia siendo adultos, para someternos nuevamente al César
sabiendo que nuestro reino no es de este mundo.
Pedro, fiel al César y a Cristo, divide entonces al mundo en dos
mundos, uno terrenal y otro divino: uno, en el que estamos sometidos
a Roma, y otro, eterno y futuro, en el que participaremos del reino
de los cielos.6 La Iglesia Católica sigue apoyando al Imperio y al yugo
político como cuando fue fundada.
Recordemos: “…Varones hermanos, ¿qué haremos? Y Pedro les dice:
Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”
(Hechos, 2:37-38).
Para que los judíos se salven sólo les pide una cosa: que se conviertan
en cristianos. Que pasen de lo ensoñado materno a lo alucinado del
espectro del Padre: que a la lengua corporal materna ahora la sostenga
el Espíritu Santo y se convierta en abstracta. Lo único que puede en
verdad salvar a los judíos es esto que Pedro les pide: que transmuten
la carne materna y la conviertan en espíritu paterno. Y desde allí nos
hable el espíritu de Dios-Padre con las palabras ahora de fuego del Espíritu Santo: en el mismo lugar donde la lengua materna, con su cuerpo
pleno, antes nos hablaba. Así la espiritualización cristiana culmina y el
círculo de la alucinación se cierra: la Madre, el Padre y el Hijo, descarnados, pueden los tres juntos habitar y hablar desde el cielo.
6. El comentarista católico de la Biblia dice que Lucas, autor de este texto, “tenía derecho a
defender”, con Pablo, “la lealtad de este último [Pablo] al poder romano” (p. 1547).
111
León Rozitchner
La transacción cristiana y el modelo de Cristo
Si aterrorizados y vencidos ante el Imperio los judíos habían retornado al refugio materno más arcaico para protegerse, es porque Jehová
los había castigado por infieles. Como el monoteísmo se mueve entre
el Dios uno patriarcal y la Diosas maternas del cielo, la existencia
eminente del uno no aniquila al otro extremo: la madre judía, limitada
pero no vencida, encarnada en el hijo, está siempre allí para acogerlos
nuevamente y perdonarles las faltas castigadas por el Padre. El Dios
judío no aniquiló a la madre: la ley racional y sus mandamientos sólo
le pusieron límites al temido desborde de su cuerpo y de sus ganas.
Y puede hacerlo porque su cuerpo de hembra no fue elevado, como
Jehová, a lo divino. Si las palabras de Dios son absolutas, y un libro
o una piedra las sostiene, a las palabras y el arrullo de la madre judía
las sostiene un cuerpo de carne: sigue siendo para el hijo, a diferencia
de Dios, “carne de su carne y huesos de sus huesos”. Por eso el lugar
arcaico del cobijo materno es el último e invencible lugar de la resistencia cuando el poder del Dios protector había flaqueado.
Al menos desde allí podría resistir cada uno, aunque solo, de la
dispersión que la guerra les habían nuevamente impuesto. Sólo así se
salvaban del terror: volviendo como niños a la madre que seguía viva
dentro de sí mismos: a la calidez protectora de su vientre. Algo diferente pasa ahora con los judíos cristianizados que buscan otra salida.
Pensemos la diferencia. La vida es incompatible con la muerte que
viene de la mano del hombre –mientras estamos en vida. Hay contradicción entre la dominación despótica de un poder terrenal que se
quiere absoluto porque puede aniquilarnos, y el sujeto libre que tiene
aún la madre viva dentro de sí para defenderse. Esa permanencia judía
de una madre des-sacralizada ante la sacralidad del Dios judío es lo
único que nos salva: no hemos entregado a la madre.
Pero cuando el terror se impone aniquilando hasta la conciencia
de la resistencia, de esa conciencia cuya nueva Ley arrasa con todos
los pensamientos y las imágenes que sostienen desde que nacimos el
112
Cuestiones cristianas
pensamiento, la salvación puede buscarse, para eludir el espanto, identificándose con el torturador y el asesino: modificando la organización
social del sujeto hasta transformar radicalmente su estructura psíquica
y por lo tanto corporal. Es decir: transformando al sujeto judío en
sujeto cristiano. Es decir: dejando que el lugar vivo de la madre se
convierta en el lugar donde el poder despótico de la razón se engendra.
Es decir, de una madre servil al poder del Padre que engendra al hijo
como sometido cuyo destino será morir, renunciar al valor y al goce
de la única vida, para salvarse eternamente. Y ello se consigue convirtiendo a la madre en una figura tan divina e inhumana como la del Dios
mismo. Esta nueva creación histórica se produjo hace dos mil años y
nosotros somos la consecuencia de esa modificación histórica. Por eso
decimos: quienes proclaman un judeo-cristianismo no saben lo que
dicen ni han entendido nada de sí mismos. Eluden, para cobijarse, la
contradicción fundamental que los separa y los opone. La Shoá es la
verificación más contundente de esta afirmación que aquí hacemos.
Pero ya no era la madre la que allí los esperaba: el retorno al refugio
arcaico de la madre para enfrentar el terror político al judío que no
aceptó el consejo cristiano les da un tiempo de espera todavía: hasta
recuperar las fuerzas nos ponemos como infantes a su abrigo. Aún en
momentos de la desolación extrema la madre arcaica es un refugio vivo
dentro de nosotros mismos cuando se sufre mucho. Mientras haya
madre en el hombre, es decir mientras podamos avivar su huella en
nuestro cuerpo y protegernos, siempre habrá resistencia aunque el
pavor de la amenaza de muerte política por un tiempo nos persiga.
¿Qué ha descubierto el cristianismo para que el poder político
alcance la dominación extrema? Que la madre debe ser aniquilada en
el lugar mismo del engendramiento y transformado su útero cobijante
en el trono divino del Dios-Padre abstracto convertido en espectro.
El lugar donde ella reside desde que nacimos debe convertirse en la
fortaleza del poder de Cristo-rey, para que así el círculo de la dominación más profunda y subjetiva cierre. Si el hijo quiere volver a la
madre huyendo del terror que lo amenaza, de ahora en adelante sólo
113
León Rozitchner
muriendo para la vida puede hacerlo. Lo más profundo del hombre
fue alcanzado por la dominación político-religiosa.
El padre protector de los judíos, el Jehová celoso de la madre, en el
cristianismo se ha transmutado en un padre abstracto enemigo, separado radicalmente de los sentimientos y del amor materno, enfrentado
al hijo para darle muerte en vida. El hombre con el cual la mujer tuvo
el hijo queda desplazado, y el Padre alucinado, convertido en Esposo,
ese que ahora engendra con su lengua pura en la Madre pura, se hacen
Uno: padre de palabras racionales habla como propias las palabras
sensibles de la madre, despojadas ahora y para siempre de su calentura.
Y ese incesto sacro, donde dos fantasmas –el Espíritu Santo y DiosPadre– se unen para dar a luz a un espectro, engendran al Hijo que –el
mito nada nos oculta– debe ir al muere para poder salvarse del destino
siniestro y renacer como Hijo. La Santísima Trinidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo se ha convertido en Sagrada Familia.
Denle al César lo que es del César, no hay nada que hacer contra
su poder invencible en la tierra del Imperio terrestre. Pero denme a
mí, al hijo, por lo menos la posibilidad de volver al reino del Padre
materno: la madre Virgen, que no conoció hombre, es la única que
tiene un padre poderoso y bueno: el que me engendró con ella, con el
abuelo entonces como padre, como Freud mismo lo reconocerá en el
inconsciente de todas las mujeres. Vuelven al espectro del padre donde
se oculta ahora el rostro de la madre muerta y añorada: como Virgen,
madre fantasmal que desplaza y ocupa el sitial de la madre verdadera,
gestadora y sensible. La madre virgen le ofrece al Dios cristiano un
fantasma de madre que se esconde en el espectro del Padre, porque el
ensoñamiento que sostiene el sentido necesita cuerpo sexuado, es decir
humano, es decir caliente, y eso es lo que la madre Virgen no tiene.
Para el hijo la madre no puede ser un fantasma que viene de
afuera: la madre es la presencia sentida que sólo puede venir desde
adentro con el ensoñamiento que dejó en nuestro cuerpo afectivo. El
fantasma de madre pura, como Espíritu Santo, es la madre disuelta
en el espectro del padre que viene, pero ahora de afuera y de adentro,
114
Cuestiones cristianas
con su amenaza persecutoria y siniestra: el fantasma de madre pura se
lo ofrece al creyente el padre cuando la evoca convertida en espectro:
con su presencia muerta. La nueva madre cristiana es un fantasma
externo, que nos meten de afuera para que reemplacemos a la madre
viva que tenemos adentro. Para decirlo más brevemente: una madre
ensoñada sin cuerpo es sólo el fantasma de su ensoñamiento. Un
ensoñamiento que ya no tiene cuerpo porque, como todo lo sólido,
se disolvió en el aire.
Las lenguas de Babel y de la Parousía
Entonces podemos volver a las lenguas, pero para comprender eso
que la lingüística no nos enseña. Por eso tuvimos que volver al origen
del habla, porque la palabra se macera y circula en el elemento del
ensoñamiento materno, ese que está antes de que los estructuralistas
analicen su funcionamiento. La lengua se crea en el abrazo de los
cuerpos sexuados que el hijo recibe en su boca con la leche del pecho del
cuerpo materno. Quizás esté allí el único sitio donde podamos volver
a buscar el origen perdido en las tinieblas del tiempo que no dejó otras
huellas que estas. Porque si las palabras se disuelven en el aire sin dejar
rastros, el cuerpo materno vuelve en cada engendramiento a repetir
sin saberlo la creación del mundo. Esa es la operación cristiana que se
realiza cuando el ensoñamiento se abre al escuchar la melodía arcaica
en la lengua sensible de la madre: su melodía se confunde con nuestro
propio cuerpo de tan metida adentro. El fuego de las lenguas es lo que
de retorno le agregó el espectro del padre para simular que arde, como
también brotan las llamas en la imagen del corazón de Cristo: el fuego
fatuo del espectro frío que se le agrega al corazón materno, circuncidado y coronado de espinas.
Con la Virgen María el cristianismo quiere apoderarse del ensoñamiento materno, como si este sentimiento pudiera ser nuevamente suscitado desde afuera, ahora por el poder despótico que
115
León Rozitchner
ha convertido a la Iglesia en madre de piedra sustituta. Necesitan
quedarse sólo con el ensoñamiento sin mater-ia, sin cuerpo: como si
el ensoñamiento pudiera vivirse como puro éter imaginario-afectivo,
una vez suprimido el cuerpo de la madre que lo sostenía al sostenernos. Por eso puede pensarse que el soporte sensible del signo
puede ser arbitrario. Para suscitar un sentimiento que sirva como
sostén materno y la remplace debe acudir a otro sentimiento que se
sitúa en el mismo lugar donde reside en nosotros la madre, y desplazarlo. Eso sólo puede lograrlo un sentimiento nuevo, que reemplace
a la vida que surge de adentro ahora con la muerte que viene de
afuera: un sentimiento que viene desde un espectro amenazante. Un
sentimiento tan profundo y tan intenso como el suyo, que la venza
en su pujanza de vida con el terror de la muerte. El terror de muerte
es también un afecto: un afecto que mata todos los afectos. Sólo la
amenaza del terror político y religioso agigantado puede vencer al
ensoñamiento del cobijo materno. Quedamos entonces vivos, pero
en capilla: alucinando un Dios abstracto, hecho de palabras: una
transacción mortal contra la muerte.
Hay que convertir al afecto materno, que melodizó nuestro cuerpo
para que sea humano, en sostén del espectro de Dios Padre invisible
que le da su sentido verdadero. El Espectro nunca tiene cuerpo
propio que sustente su ser espectral: necesita que alguien se lo preste.
Un espectro de padre no puede ser soportando por la imagen del
cuerpo del padre: falta todavía, para construirlo, una mediación que
cubra la distancia que separa al ser de la nada. La madre es el primer
cuerpo poderoso del cual todos los cuerpos reviven. La madre es su
ser cuerpo, el espectro es una nada vaciada: la Virgen es la mediadora
que le da su sustento, cuando le quitamos al ensoñamiento materno,
lo que arrastra de cuerpo, y lo mantenemos como puro ensueño.
Porque para que Dios-Padre se convierta en Espectro necesita el áurea
de un cuerpo que pueda sostenerlo, ingrávido, en el aire. Necesita un
sustento ensoñado, un cuerpo poderoso evanescente. Un cuerpo que,
como Jano, tenga dos caras: una parte que mire hacia la carne, la otra
116
Cuestiones cristianas
que la disuelva y se quede con su áurea, porque sólo con ese cuerpo
evanescente se construye un fantasma de madre. Detrás de la Madre
Virgen está el Dios-Padre que la inseminó para hacer que esa madre
engendre el hijo que el sistema histórico de dominación necesita:
un Hijo que va hacia la muerte en busca del Padre-espectral que la
madre fantasmal le ofrece. Este es el único instinto de muerte que el
psicoanálisis busca en vano: el que desde afuera nos lleva a matarnos
porque el terror aniquiló primero a nuestra madre. El espectro está
ahora adentro y afuera: no tenemos salida.
117
Cristo, el hijo que se vuelve loco
de amor por su madre
No sé ya exactamente dónde leí la aventura bastante
ingenua de ese anciano caballero que presidía en su
calidad de distinguido notable un sínodo reunido
para el juicio eclesiástico de un rabino turbulento
que había puesto en circulación ciertas vituperables
glosas contra la Virgen María.
Después de una larga disputa en que el audaz
circunciso había confundido fácilmente a los teólogos
ignaros que se le oponían, y cuando el equívoco
silencio que precede la evacuación de un fallo sin
misericordia había comenzado ya, el anciano
revestido de hierro, que no había dado hasta ese
momento señal de vida, descendió lentamente del
alto sitial donde había parecido dormitar y, aproximándose al talmudista, le dijo: “Judío, has hablado
muy bien, pero queda un argumento que tú no
habías previsto y que te dejará sin respuesta”.
Tras estas palabras, desenvaina una inmensa espada
de Ptolomeo o Antíoco y lo parte en dos, como a un
Sarraceno felón, de la cabeza a los pies.
León Bloy, La salvación por los judíos
El Nuevo Testamento repite el Génesis y el Éxodo de otro modo: de
manera abreviada. Pero introduce modificaciones substanciales en el
mito judío al retomarlo y corregirlo, cree, para resolver sus conflictos y
dilemas, esos que el judaísmo planteaba, y lo hace de una manera más
fantaseada y más distanciada de la tierra y de la historia.
La primera escena del origen del hombre es transmutada en virginal
y espiritual, desgajada de la carne y del cuerpo. El personaje adulto
119
León Rozitchner
del Génesis de la Biblia desaparece, y se suplanta por un niño que una
madre-virgen da a luz. En cambio Adán y Eva son creados ya adultos;
Cristo nace niño. El combate contra la madre-naturaleza, Abel y Caín,
Noé, Abraham y su hijo, desaparecen. Vuelven a incluir la fantasía
infantil materna de Adán durmiendo, y soñando con una mujer-madre,
que la Biblia combate, y contra la cual el patriarcado judío lucha, para
contarnos la historia desde la infancia arcaica realizada: seguir siendo el
hombre carne de su carne y huesos de sus huesos, no separado nunca de ella.
El sentido adulto de la historia desaparece, y la vida eterna prometida suplanta su sentido terrestre, desvalorizado, hasta imponer la
bienaventuranza de la muerte como fantasía de retorno al vientre
amado. En el Nuevo Testamento el enfrentamiento contemporáneo
de los romanos contra los judíos es suplantado por una matanza de
Herodes contra el niño Jesús, evitada, y los santos inocentes, que
perecen a manos de los soldados. Drama social individualizado: el
terror a la muerte individual e infantil lo suplanta. Todos los muertos
adultos del terror que se vivía desaparecen: los amenazados y muertos
por el poder del Estado Romano sólo son niños, anteriores al Edipo
–desde el nacimiento hasta los 2 años– y son asesinados por los soldados
de Herodes. Nada nos dicen de las luchas judías contra el Imperio:
quedan silenciadas. Ahora no se trata de un pueblo: se trata de la salvación individual de los infantes. La destrucción y el aniquilamiento del
pueblo judío en Palestina son suplantados por el aniquilamiento de un
pueblo de niños en Belén. Y Jesús, luego de su bautismo por Juan el
Bautista, reduce los 40 años pasados en el desierto, con Moisés, por el
pueblo judío, con una permanencia similar, pero ahora abreviada, de
40 días y 40 noches, para enfrentar no al poder ni al exilio, sino sólo a
los demonios individuales y subjetivos.
El bautismo paterno judío, y la circuncisión sufrida, es suplantado por un nuevo bautismo, más anodino y sin corte respecto de la
sociedad humana, que es el símbolo del nacimiento en lo materno:
desde el agua del Jordán donde se sumerge y desde la que, dado a luz,
se eleva nuevamente a los cielos que lo iluminan desde arriba.
120
Cuestiones cristianas
Todo Mateo es una fantasía de retorno a lo materno. Estaba en la
clave el santo, y nos da su origen en el nacimiento puro de la Virgen,
completo. Este es ahora el nuevo bautismo, sin rito de iniciación
masculino, distanciado de la circuncisión: redoblamiento espiritual
del materno nuevamente, que recibe de Juan:
Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he
aquí los cielos fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que
descendía como una paloma, y venía sobre él.
Y he aquí una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo amado,
en el cual tengo contentamiento (Mt., 3:17).
Típica escena que reproduce, adulto, el nacimiento infantil desde el
vientre acuoso: el hijo es recibido por la madre, se le abren los cielos, ve
el Espíritu Santo (que es la madre que lo mira), descienden sus pechos
como una paloma tibia y muelle. Y desde ese mismo cielo materno
una voz, la de ella, virgen que no conoció varón, le dice al reconocer con
quién lo tuvo: este es mi Hijo, no cualquier otro, es el Hijo de mi Padre,
y con este sí tengo contentamiento, no con los otros. Es el primogénito
que la madre tuvo con su propio padre, divinizado.
Continuamente exalta la llegada del Reino de los Cielos, es decir
el cielo donde habitan las Diosas judías. Los lazos reales de engendramiento deben ser negados para que la fantasía de la madre y del hijo se
cumpla: deben privilegiarse los lazos espirituales, es decir los arcaicos.
Más adelante hay dos fragmentos cuyo objeto es la disolución de los
lazos del parentesco humanos que conflictivamente desencadena el
drama del Edipo. Necesita actualizar los nuevos lazos celestes, descarnados, para que prevalezca un estadio anterior a la relación adulta
entre padres e hijos:
Porque he venido a hacer disensión del hombre contra su padre,
y de la hija contra su madre, y de la nuera contra la suegra, y el
hombre tendrá como enemigo los de su casa (Mt., 10:35).
121
León Rozitchner
El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; y
el que ama hijo o hija más que a mí, no es digno de mí (10:37).
El Apóstol parte de aceptar como realizado el Edipo femenino, la
perspectiva de la mujer que podrá luego mantener al padre, a nivel
inconsciente, como padre imaginario de su hijo: la descripción de
los enfrentamientos omite la disensión entre el padre y la hija, precisamente la que permite el lazo de amor que el padre seductor mantiene
con la hija. Sólo se acepta la oposición del padre con el hijo, de la
madre con la hija, y de la nuera contra la suegra: pero no la oposición y
la separación necesaria del padre con su hija, que queda excluida de este
texto. Confirma entonces el Edipo femenino y lo da como realizado.
Es la condición para que luego ese hijo, que le nacerá adulta con otro
hombre, desplace al padre real, de-preciado, por el padre ilusorio de
su madre. Esa hija seducida por el padre luego será la madre-virgen,
la Virgen María, la que tendrá un hijo concebido por el Espíritu del
padre. Y la conclusión se sigue: el Padre Dios queda excluido de las relaciones carnales parentales y reales. El padre real y la madre, así como
el hijo y la hija reales deben, todos ellos, aceptar la preeminencia del
Padre supremo, el arcaico, sin el cual no sería engendrado nadie.
A partir de aquí todas las madres cristianas engendrarán dos hijos
simultáneamente en el mismo hijo: uno con su esposo real, y otro con
su padre arcaico idealizado. (O un hijo cortado en dos, como el rey
Salomón proponía para resolver el litigio). Y los padres e hijos de
la carne requieren que exista un presupuesto extremo para reconocerse “espirituales”, que no todos cumplen, pero que todos viven en
su imaginación necesariamente. Para que esta ascensión al espíritu
arcaico se realice es necesario que los muertos resuciten y vivan en
otra vida, no en la realidad a la que se sacrifican: la vida eterna. “Los
muertos son resucitados” (Mt., 11:5).
Esta tercera dimensión que abre la lógica alucinada como si fuera
real (lo arcaico infantil encuentra su réplica adulta en la creación del
reino de los cielos) permite entonces que el horizonte histórico de los
122
Cuestiones cristianas
enfrentamientos reales desaparezca: los sujetos adultos vuelven a ser
desviados hacia la infancia. Al inconsciente que conserva lo materno
se le contrapone un inconsciente que correspondería a lo paterno: el
uno en la tierra, el otro en el cielo.
Y el aniñamiento necesario del cristiano se prolonga en Mateo,
como un modo de concebir la vida diferente a la de los hombres sabios,
que intentan resolver sus dilemas con la razón y el entendimiento. Hay
que retornar a los ensueños infantiles: allí está la verdad que buscamos.
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, que hayas escondido estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las hayas
revelado a los niños (11:25).
Todas las cosas me son entregadas de mi Padre: y nadie conoció
al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo lo quisiera revelar (11:27).
Ni el hijo conoce a su madre, ni la madre conoce al padre: la relación primera queda entre machos. Es el Hijo (Cristo) del Padre de
la Madre (Dios Padre, enunciado por boca del Espíritu Santo, que
es materno y femenino) quien habla y sabe la verdad de estos nuevos
enlaces transmutados. La madre quiere que su hijo no le sea arrebatado: quiere real-izar el sueño de la unidad primera añorada, donde
su propio padre engendraba en ella un hijo que nadie le arrebataría.
El hijo quiere quedar con ella, unidos para siempre, como todos los
hombres sueñan todavía.
Jesús combate la ley de los judíos. La Ley contra la ley. La Ley
marcada en el corazón (materno) contra la ley paterna, externa y
creada, bien o mal, por los hombres mismos.
Y vuelve el Apóstol a Isaías (53:12), donde el profeta judío hace
de la mujer no casada, o repudiada, la engendradora de un hombre
nuevo, la esposa de Jehová: “tu marido es el Hacedor” (54:5). Concibe
pensando en el propio padre para crear un hombre nuevo, sometido a
sus leyes. Y Dios le promete que nunca más las aguas anegarán la tierra
123
León Rozitchner
para destruirla, como lo hizo con el diluvio –el arca de Noé– para
destruir toda la madre naturaleza. Pero el hijo judío no es eterno. Será
sólo un modelo de hombre justo y bueno, que prolongará la leche y la
miel que bebió en la madre en la leche de las becerras y la miel de las
abejas cuando cultive, adulto, la buena tierra.
Metáforas de la unión materna, no dividida: “Todo reino dividido
contra sí mismo es desolado; y toda ciudad o casa dividida contra sí
misma, no permanecerá” (Mt., 12:25).
Cofre y caja de joyas robadas que el vientre materno encierra, contra
la intrusión del marido que la goza. El Edipo judío soslayado: el hijo
vence al padre, le roba las joyas al valiente y le saquea su casa. “Porque,
¿cómo puede entrar alguno en la casa del valiente, y saquear sus alhajas,
si primero no prendiere al valiente? Y entonces saqueará su casa” (12:29).
Hay que enfrentar al dueño de casa, dominar al padre, para acceder al
útero materno y recuperar las joyas de la corona.
Defensa del Espíritu Santo (la Madre): con esas joyas robadas al
padre, habitando su espacio, saqueando sus tesoros –que es el corazón
materno en el hijo– del vientre puro de la madre, será diferente al padre:
“el hombre bueno del buen tesoro del corazón saca cosas buenas y el hombre
malo del mal tesoro saca cosas malas” (12:35). Del tesoro debe ser excluido
el padre valiente que detenta las joyas que el útero materno encierra. El
hombre bueno es el que participa del Dios espiritual materno; el otro, el
malo, es el hijo perdido de la carne gozada. Y hay joyas buenas y joyas
malas en ese vientre femenino: de la mala madre, que goza concupiscentemente con el hombre-marido, y la buena madre, que goza y concibe
puramente al hijo con su propio padre.
Y evoca Jesús a Jonás, cuando los judíos incrédulos de su divinidad
como Hijo de Dios, le piden una señal de su origen divino: “la señal
no le será dada, sino la señal de Jonás el profeta” (12:39). ¿Por qué esta
súbita referencia de Cristo al Jonás de la Biblia judía?
Se trata del mito de Jonás en el vientre de la ballena que lo había
engullido, quien le grita a Dios para que lo salve de sus entrañas, a
las que fue arrojado por desobedecerlo. Y como es Jehová quien pone
124
Cuestiones cristianas
límites al desborde materno con el hijo: es Dios-padre quien lo circuncida para separarlo de la madre. Jonás, judío, se había querido evadir
del mandato de Dios, que lo había mandado a la ciudad de Nínive para
que pregonara el retorno a su Ley, “porque su maldad había subido
delante de mí” ( Jonás, 1:2). Jonás desobedece huyendo: se tomó el
barco para irse a Tarsis y no a Nínive: porque se le da la gana se niega a
aceptar el mandato de la ley paterna. Y en medio de la tempestad desencadenada por Jehová, que azota al barco en el que huye, Jonás se echó
a dormir. Los marineros aterrados le dicen: “¿Qué tienes, dormilón?
Levántate y clama a tu Dios. (...) “¿Qué te haremos para que el mar se
aquiete? (...) Y tomaron a Jonás y echáronlo a la mar, y la mar se aquietó
de su furia. (...) Mas Jehová había prevenido un gran pez que tragara a
Jonás: y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches”. Retorno
adulto a la madre gestadora: lo devora. Dios lo castiga, lo devuelve al
vientre de la madre, naturaleza abisal y desbordante por desobedecerlo:
no aceptó el límite paterno y lo devuelve al seno materno para que se
asfixie. Cuando se desobedece a la separación impuesta por el padre, es
porque no se acepta la realidad de la vida separada de la madre, y sus
obligaciones: Jonás quería retornar al placer primero del vientre que
añoraba. Y Jehová le hace sufrir en lo más hondo de lo más deseado: la
naturaleza madre turbulenta y devorante. Un rito de iniciación renovado al que se ve sometido. Y el hijo conoció el lado oculto de la luna,
el peligro de permanecer unido a ese paraíso devorante, y oró pidiendo
que el padre Jehová nuevamente intervenga, y lo que sigue es esto:
Jonás, en el vientre de la ballena, pidió al Eterno, su Dios. Dijo:
“Clamé de mi tribulación a Jehová, y él me oyó. Del vientre del
sepulcro clamé, y mi voz oíste. Echásteme en lo profundo, en
medio de los mares, y rodeome la corriente, todas tus ondas y
tus olas pasaron sobre mí. Y yo dije: echado soy de delante de
tus ojos: mas aún veré tu santo templo. Las aguas me rodearon
hasta el alma, rodeome el abismo; la ola se enredó a mi cabeza.
Descendí a las raíces de los montes; la tierra echó sus cerraduras
125
León Rozitchner
sobre mí para siempre: mas tú sacaste mi vida de la sepultura,
oh Jehová Dios mío, cuando mi alma desfallecía en mí, acordeme de Jehová; y mi oración entró hasta ti en tu santo templo.
Los que guardan las vanidades ilusorias, su misericordia abandonan. Yo empero con voz de alabanza te sacrificaré; pagaré lo
que prometí, la salvación pertenece a Jehová”. Y mandó Jehová
al pez, y vomitó a Jonás en tierra ( Jonás, 2:2).
La situación dramática de este texto tremebundo es la verificación
realizada del retorno anhelado, la permanencia del hijo en el seno
materno, “seducido por las vanidades que, ahora descubre, son ilusorias”. Y ora y clama a Jehová, al padre, para que lo saque: pagaré lo
que prometí, le dice. Cumpliré el pacto de separación y la ley que me
impusiste. Y Jehová lo salva: lo hace vomitar –parido oralmente– del
claustro de la madre, nace otra vez a la vida de hombre adulto y separado. La salvación no es aquí, como en Cristo, la vida eterna a la que
accede en el nuevo bautismo acuoso: es ser salvado sólo de la devoración
materna, y el Dios invocado no es el Dios de la madre sino que es su propio
padre sublimado, el que engendró carnalmente en su madre.
Jonás luego discute con Dios y le reprocha lo que sucedió a su
llegada a Nínive, cumpliendo su mandato, y le pide que se arrepienta
de la destrucción que quería hacer de esa ciudad pecadora. Es un hijo
tierno y sensible: siente como su madre lo sentía. Pero también, no
pudiendo soportar la crueldad del padre, le pide a Jehová que lo mate
porque no tolera ver el castigo divino que destruiría a Nínive. Todos los
hijos somos pecadores, parecería decirle, y el padre debe perdonarnos.
Ya en tierra, desolado y solo, Dios le hace crecer una planta de calabaza (zapallo, otras traducciones dicen: árbol de ricino) para que lo
proteja de la intemperie, un sucedáneo de útero, ahora externo. Pero
deposita en la calabaza protectora un gusano que seca el fruto continente, y lo deja nuevamente a la intemperie, donde el sol lo abrasa. Le
pide a Dios Padre otra vez que lo mate para evitar el sufrimiento del
calor que lo consume, y la tristeza que siente por la calabaza muerta. Y
126
Cuestiones cristianas
Jehová le contesta, enseñándole que no es un Dios insensible, que es él,
Jonás mismo quien, como hombre, debe crearse un refugio contra la
intemperie, con su propio trabajo: “Tuviste tú lástima de la calabacera,
en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una
noche nació, y en el espacio de otra noche pereció: ¿Y no tendré yo piedad
de Nínive?”, etc. Y luego de esta enseñanza, Dios se muestra piadoso
con Nínive, porque sus habitantes son ignorantes.
Hasta aquí la moraleja judía. ¿Cómo sigue la reinterpretación cristiana de este hecho? Jesucristo habla de retornar a la casa de dónde salió.
Pero, ¿qué pasa con la casa-vientre de la ballena, y la intemperie posterior
a la que Jonás fue arrojado en su segundo nacimiento? Dice Jesús:
Generación malvada y adúltera. Una señal pide, y no le dará otra
señal que la señal del profeta Jonás. Porque de la misma manera
que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del cetáceo,
así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres
días y tres noches. (...) La Reina del Mediodía se levantará con
esta generación, y la condenará. (...) Cuando el espíritu inmundo
ha salido del hombre, anda por lugares áridos, buscando reposo,
y no lo halla. Entonces dice: me volveré a mi casa de donde salí; y
cuando viene, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces
va y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados
moran allí; y son peores las cosas últimas de tal hombre que las
primeras: así también acontecerá a esta generación mala.
Primero habla de ese mismo retorno al vientre de la ballena, convertido en seno de la madre tierra, donde permanecerá como antes Jonás
ahora el Hijo del hombre. Es el hijo inmundo de la carne, el que retorna
al útero de la madre, de donde emerge purificado por el agua. Pero
aquellos que, pecadores, vagan aún por el desierto como vagaba Jonás
buscando protección y sombra, se ven asediados como el gusano que
carcome y pudre la calabaza. Y se refiere nuevamente al antro materno
penetrado por “el espíritu inmundo que ha salido del hombre”, del que
127
León Rozitchner
Jesús nació como hijo puro de ese vientre virgen y aseado, y al que el
espíritu inmundo de los hombres pecadores vuelve a hollar otras siete
veces engendrando hijos terrestres luego del nacimiento celeste. Cristo
quiere permanecer en el vientre puro de las diosas, mientras que Jonás
aterrado le pide al dios paterno que lo salve. Cristo vive la fantasía
arcaica del engendramiento celeste, mientras que Jonás se ve arrojado a
la vida real y humana. La madre es vientre aterrorizante, pero es posible
volver a nacer vivo para la vida. En la alegoría cristiana está acentuada
la muerte como aquello de lo cual se nace: la tierra madre es la tumba,
y los tres días que Cristo señala son los tres que permanecerá muerto
antes de su resurrección: de su nuevo nacimiento. Pero su nuevo nacimiento lo sitúa en el reino de los cielos, que es el vientre aún no hollado
de la madre. Ese es el modelo cristiano: la amenaza materna de muerte,
que es salir de ella, nos arroja fuera de la vida, en el reino del más allá de
la vida: en el regazo muerto del cielo paterno. Esta interpretación que
hago, introduciendo la figura de la madre que no está nunca señalada
en el texto, se ve corroborada por lo que a renglón seguido dice Cristo,
inesperadamente:
Y estando él aún hablando a las gentes, he aquí su madre y sus
hermanos estaban fuera, que le querían hablar. Y le dijo uno:
He aquí tu madre y tus hermanos están fuera, que te quieren
hablar. Y respondiendo él al que decía esto, dijo: ¿Quién es mi
madre y quiénes mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia
sus discípulos, dijo: he aquí mi madre y mis hermanos. Porque
todo aquel que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los
cielos, ese es mi hermano y hermana, y madre (Mt., 12:46).
La madre real, esa que está presente y que engendró otros hijos en
la carne como hermanos suyos, es desconocida como madre propia. La
madre celeste y virgen está dentro suyo, inseparable: no puede ser esa
que aparece afuera. Tampoco sus hermanos, producto ellos de la inseminación inmunda, no como la suya de la fecundación divina. Parte de la
128
Cuestiones cristianas
fantasía infantil de Adán, pero frustrada y negada: ni en la misma madre
se reconoce como carne de su carne y huesos de sus huesos. No puede
incluir el espíritu en el cuerpo. Prefiere ahora el regazo celeste, que le
confirma el nacimiento puro. Jehová no lo protege ya. Está claro: repudia
a madre y hermanos carnales, que no participan del engendramiento
suyo, que fue diferente: con el Hombre de los hombres, el padre ideal
de su madre. No hay padre carnal presente: impotente para protegerlo,
está muerto sin recuerdo, para siempre el pobre José, carpintero. Sólo el
padre de la madre arcaica lo protege ahora y encuentra a Dios dentro de
ella. Y los lazos de hermandad, y hasta la misma madre visitada luego por
los “espíritus inmundos” que produjo, en su vientre ya barrido de pecado,
otros hijos, los hermanos suyos, toda su familia desaparece en una nueva
genealogía del espíritu, excluyente del cuerpo, de la que forman parte
sólo los que se reconocen nacidos de ese Padre que sale de los cielos: los
nacidos a la cofradía de los cristianos. Que reconocen ese nuevo Dios
materno que Cristo les anuncia como una buena nueva.
La lengua de Cristo: las palabras y las cosas
Cristo habla, en parábolas, una segunda lengua: una lengua que
resuene en lo arcaico y despierte los ecos de los deseos infantiles y
primarios, una lengua en realidad primera, anterior a la significación
de las palabras:
Porque a vosotros es concedido saber los misterios del reino de
los cielos; mas a ellos no es concedido. (...) Por eso les hablo en
parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden
(Mt., 13:12-13).
Han olvidado la cercanía y las palabras del cuerpo de la madre de
la infancia. Les habla como la madre habla al niño recién nacido, a los
que “viendo no ven” y “oyendo no oyen ni entienden”: hombres-niños
129
León Rozitchner
a quienes el Hijo les habla con el lenguaje de la madre. Y sigue con la
siembra en la buena tierra madre con sus parábolas, que son sólo la
lengua materna que repercute y se actualiza de nuevo en el afecto y en
lo imaginario arcaico de los adultos:
El reino de los cielos es semejante al hombre que siembra buena
simiente en su campo (13:24). El reino de los cielos es semejante
a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de
harina, hasta que todo quedó leudo (13:33).
También la otra, la pequeña semilla de mostaza: todas parábolas
maternas. Quiere decir: cerca de lo arrojado, que es el recién nacido.
Las parábolas siguientes se refieren a los hijos malos y buenos, los
hijos del hombre y los hijos del diablo: hay dos clases de hijos. Los
hijos del Hijo del hombre, que son del Padre de la madre, y los hijos
del hombre común, el hijo sin mayúsculas, es decir los hijos del padre
en la carne. Aquí claramente, a diferencia de la Biblia judía que habla
de Jehová, a Dios se lo sustituye por el Padre, que ocupa el lugar del
Dios nuevo.
“El que siembra la buena simiente es el Hijo del hombre... y el enemigo
que la sembró es el diablo”. El padre terrestre, diabolizado, en lucha
(¿sexual?) contra la madre, es sustituido por el Padre de ella, como
el Padre bueno que le hizo el Hijo a la Virgen Madre. La simiente
divina contra el esperma humano, el “espíritu inmundo”: dos formas
de engendramiento.
Pero los judíos incrédulos, que se guían por la sabiduría adulta y no
deliran, le responden: “¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llamaba
su madre María, y sus hermanos Jacobo y José, y Simón y Judas? ¿Y no
están todas sus hermanas con nosotros?” (13:55).
130
Cuestiones cristianas
La conversión como delirio psicótico
Define Cristo la maldad: sale del corazón del hombre, de la víscera
materna cuando habla. Porque habrá en adelante dos corazones:
el corazón materno que dice las palabras de su Padre, y el corazón
materno sensible, directo, sin cobertura divina, sin límites: el que en
el hombre late concupiscentemente por la madre carnal y deseada. Un
esquema: el oral, que en su circuito de inclusión-excreción, una vez
de ida, y otra vez de vuelta, se engendra desde la boca y se pare por el
ano. Pero también lo que se pare desde el corazón por la boca, desde
el amor sensible por lo tanto, es fruto de concupiscencia, malo: por la
boca sólo se paren las palabras puras del alma. La realidad adulta del
engendramiento sexual es sustituida por la teoría infantil que imagina
que los niños nacen por el ano:
¿No entendéis aún que todo lo que entra en la boca va al vientre,
y es echado en la letrina? [Los niños del adulterio] Mas lo que
sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. [lo
pare por la boca, hijo de palabras]. Porque del corazón salen los
malos pensamientos, muertos, adulterios, fornicaciones, hurtos,
falsos testimonios, blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; que comer con las manos por lavar no contamina al hombre (Mt., 15:18).
El corazón, lo materno en el hombre, pero de la mujer madre
concupiscente, lasciva, fornicadora con el padre, hacia lo cual vuelve a
refugiarse, contamina la vida. Lo materno debe encontrar un límite en
un Dios que la contenga. Este corazón es el que va a circuncidar luego
san Pablo. Y ese Dios judío del padre del hombre divinizado ya no
alcanza: debe encontrar un límite en la fantasía realizada de la mujer
que engendra puramente, con su propio padre idealizado.
Encuentro con el hijo de Jonás. “Y respondiendo Simón Pedro, dijo:
Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces respondiendo Jesús,
131
León Rozitchner
le dijo: bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás; porque no te lo reveló
carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos. Mas yo también
te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves
del reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será ligado en
los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”
(Mt., 16:16-18).
Está más claro: Pedro es hijo de Jonás, que enfrentó a Dios pero
que al quedarse entonces en el vientre materno recurrió a él nuevamente, y la hizo vomitar a la ballena. Jonás con su trabajo debía
producir su propio cobijo, fuera de la madre: saliendo de la ballena no
podía acogerse ni al zapallo horadado por gusanos. Debía construir en
la tierra una morada, diferente a Nínive, una ciudad terrestre buena
trabajada por sus manos. Generar algo fuera de la madre con su propio
trabajo, alejado de la fantasía de su vientre cobijante. La solución judía
no sirve. Entonces surge la propuesta cristiana, la de un Dios nuevo
que no nos aleje y nos deje a la intemperie, fuera de la madre, sino que
dentro de ella la contenga y nos contenga con sus límites desde dentro de
ella misma. La Iglesia es el antro materno hecho de piedra: la Santa
Madre Iglesia. Cuerpo de piedra, sustituto de la madre carnal judía, la
ballena de piedra en la que permanecerá eternamente el hijo contenido.
Y aquí Cristo le propone al hijo de Jonás construir en cambio una
Iglesia, de la cual él sería la piedra fundadora, porque en esa historia
Jonás quería volver a la madre, desafiando al padre que se la prohibía
con su modelo que lo arrojaba en el abismo, y había fracasado. El hijo
de Jonás, Mateo lo descubre, será el que recibe esa herencia: es el que
entiende y realiza el deseo insatisfecho de la madre de su padre. (A la experiencia fracasada de retorno al vientre de la madre, que Jehová castiga,
le sucede una segunda vuelta esta vez lograda: la Iglesia de piedra sustituye a la ballena). Ese deseo imaginario de la infancia que Dios hizo
real en la ballena, pero que Jonás no pudo aguantar y pidió tregua: y
por eso aseguró que cumpliría la promesa a Jehová. El hijo de Jonás
sabe esta historia y la asume: realiza en su imaginario lo que el padre
132
Cuestiones cristianas
no pudo. Porque Jonás luego se casa y tiene un hijo: no permaneció
sólo en la fantasía materna, Dios padre lo había curado. Pero el hijo
de Jonás, descubre Cristo –que también es hijo–, tiene una misión:
fundará en la tierra un cobijo materno, la Iglesia católica, cuerpo de
madre sagrado exteriorizado en la piedra. Jonás [¿Pedro?] aprendió la
lección del padre. Es evidente que esta genealogía de Pedro y Jonás,
entre la Iglesia y la ballena, es producto de una necesidad alegórica
para que el sentido imaginario circule y se realice.
Y entonces, luego de ligar a Pedro con Jonás, y a Jonás con la madre, y
a la madre con la Iglesia, Cristo decide que debe morir y resucitar como
Jonás, también a los tres días y tres noches de haber permanecido en la
ballena, pero él ahora como hijo muerto y resucitado en el vientre mismo
de la Madre, protegido por Dios Padre, el padre interior de la misma
madre. (El hijo hace del cuerpo de la madre su tumba pétrea). Un Dios
nuevo aparece, distinto al Dios judaico. Cristo actualiza la verdad de
Jonás sin la metáfora judía: como un nuevo nacimiento esta vez cristiano,
en un vientre materno puro y virgen, que tuvo otro padre. Pero lo contiene
como hijo muerto para la carne.
Cristo realiza la fantasía de Jonás y le da cumplimiento. Está todo
claro: Cristo muere y resucita a los tres días, como Jonás pasó tres días
y tres noches en el vientre de la madre, antes de ser vomitado. Cristo
no es vomitado del vientre materno: resucitado a los tres días de haber
regresado, nuevamente, al vientre de María, su madre, pero resucita
como hijo eterno, en el vientre acogedor de la santísima madre para
siempre. (La realización delirante enfrenta a la frustración de Jonás y la
vence). Construye un Dios distinto: un Dios que encuentra en la madre
arcaica misma y hace sobresalir su bondad materna femenina como
masculina. Los hombres se apoderan así de lo bueno femenino, transformado en masculino, y arrojan la devoración temida de la madre, lo
malo, sobre Satanás y las mujeres atractivas. (Por eso los hijos de ese
antro de piedra materno no se casan: la realidad destruiría la permanencia delirante de la madre intacta y pura). La fantasía interna realizada requiere fundar afuera, en el mundo adulto, un cobijo materno y
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León Rozitchner
sagrado que lo contenga. Por eso, lo primero que hace, con Pedro, el
hijo de Jonás, es fundar la Santa Madre Iglesia, como cuerpo místico
exteriorizado. Pero su destino como modelo extremo está sellado.
Desde aquel tiempo comenzó Jesús a declarar a sus discípulos
que le convenía ir a Jerusalem, y padecer mucho de los ancianos
y de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas; y ser muerto
y resucitar al tercer día (Mt., 16:21).
Cristo se vuelve loco: entró en otra esfera y se cree eterno. Tiene
que verificar que su delirio cierra, y sólo al precio de la vida puede
hacerlo. Para matar a la mala madre viva en su cuerpo debe matarse:
sólo así verificaría la eternidad espiritual de la madre inmaculada y de
su Padre celeste. Creyó que Pedro, confundido como hijo de Jonás, le
comprendería. Porque Pedro habría comprendido la cobardía de su
padre al huir de ese vientre en el que estuvo tres días y tres noches,
pensaba Cristo. Pero Simón Pedro, su discípulo, no era en verdad el
hijo que Jonás tuvo; Jesús lo había convertido a Pedro en hijo de Jonás,
de alguien que había vivido muchas generaciones antes, porque era
la secuencia negadora de Jonás la que debía borrar de la experiencia
judía. Entonces dentro de la lógica fantaseada que transforma la del
Antiguo Testamento, debe el hijo de Jonás alcanzar lo que Jonás había
intentado vanamente. El deseo negado en Jonás se realiza en la figura
de Pedro. Era su delirio: asociaba imágenes que se sintetizaban en su
espíritu como si fueran reales.
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