ENFOQUE LAS MUJERES, LOS NIÑOS Y NIÑAS, LOS DESASTRES Y LA RESISTENCIA Filipinas es uno de los 12 países del mundo más vulnerable a los desastres y al cambio climático. Desde 1980 a 2009, unas 33.000 personas murieron y otros 109 millones se vieron afectadas por catástrofes naturales. La vulnerabilidad de la nación es en gran medida el resultado de sus 1.500 municipios y 120 ciudades que se sitúan a lo largo de sus costas. Muchas de ellas, como la zona metropolitana de Manila, con una población de 11 millones de habitantes, incluyen zonas situadas por debajo del nivel del mar. Los desastres se ciernen de manera más amenazadora sobre el futuro del país conforme el clima se vuelve más extremo e impredecible. A primera hora de la mañana del 26 de septiembre de 2009, la tormenta tropical Ketsana (en Filipinas se la llamó Ondoy) alcanzó Manila causando las peores inundaciones de los últimos 50 años. A ésta le siguió una semana después el tifón Parma (localmente llamado Pepeng). Unas 220.000 familias sufrieron especialmente sus efectos en los vecindarios urbanos más pobres, donde, ubicadas a lo largo de vías fluviales y zonas bajas, se encontraban sus endebles viviendas. Dichas familias están acostumbradas a reaccionar ante los tifones. A las primeras alertas suben los enseres a las vigas de sus viviendas y llevan a sus niños a casas de familiares o amigos que vivan en lugares más elevados. Sin embargo, Ondoy pilló a todo el mundo por sorpresa. La valoración de pérdidas y daños tras el desastre reveló que Ondoy y Pepeng habían afectado directamente a unos 9,3 millones de personas. Se registraron cerca de 1.000 muertes. Se desconoce el número de mujeres, niñas y niños que perecieron o resultaron heridos porque los datos no se desglosaron por edad o sexo. Sin embargo, un equipo especial sobre el terreno que se encargó de la búsqueda de niñas y niños perdidos, o que se encontraban solos en Manila y sus alrededores, registró que 47 habían muerto y 257, con edades comprendidas entre los 6 y los 18 años, habían quedado separados de sus familias, estaban perdidos o necesitados de otro tipo de asistencia. Varios niños y niñas habían perecido ahogados. Otros, habían sucumbido al hambre, la diarrea, el dengue y las enfermedades respiratorias. Los jóvenes dieron muestras de resistencia y creatividad. A no ser que sus teléfonos móviles dejaran de funcionar, la red de SMS podía seguir el rastro de los lugares donde se encontraban en los vecindarios más desamparados y guiar a los equipos de rescate. Improvisando botes con cualquier cosa que flotara, incluido un frigorífico sin puerta, transportaban a la gente a un lugar seguro. Ayudaron a limpiar las montañas de lodo y retiraron los residuos acumulados, vendiendo parte de ellos como chatarra. Muchos de estos jóvenes tuvieron que abandonar la escuela para poder trabajar y mantener a sus familias. La interrupción de los ingresos familiares en una población ya de por sí pobre afectó gravemente la salud y el bienestar de los niños. Las madres y los padres que ya sufrían dificultades económicas incluso antes de la inundación, tuvieron que racionar la comida y aprovechar la poca que tenían para repartirla lo mejor posible. Las mujeres que se encontraban en mejor situación compartieron sus alimentos con los menos afortunados y se ofrecieron a cuidar a los niños mientras sus madres buscaban trabajo, dinero o artículos de socorro. Algunas madres contaban historias de sus hijos que partían el corazón, como que durante meses, tras el desastre, los niños se aferraban a ellas histéricamente cuando trataban de salir de la casa. Las mujeres mostraron una firme capacidad de liderazgo, especialmente en las fases de recuperación y reconstrucción. Con su enorme voluntad de ayudar a los demás, organizando respuestas comunitarias, encontrando formas de ganarse la vida y exigiendo que los funcionarios locales mejorasen los programas de gestión de desastres, poco a poco las mujeres restablecieron entre la población las costumbres habituales antes de que hiciera su aparición la tormenta Ondoy. Junto a los hombres, las mujeres protestaron o se resistieron a que se les reubicara en lugares distantes, alegando que las escasas oportunidades de conseguir ingresos podrían llevar a que sus hijos murieran de hambre. En 2011 se aprobó una nueva legislación para estar preparados ante futuras calamidades relacionadas con el cambio climático y se fortalecieron los programas de gestión de desastres. De manera que cuando el tifón Falcon produjo unas inundaciones similares a las de la región metropolitana, la ciudad de Marikina ordenó la evacuación y dirigió los rescates y ayudas de emergencia a su debido tiempo. La ciudad de Muntinlupa City se benefició de la prohibición sobre el uso de las bolsas de plástico. Sus vías de agua, ya claras ahora, facilitaron el drenaje. Los beneficios completos de estos empeños se materializarán demasiado tarde para aquellos niños y niñas desaparecidos o traumatizados por la tormenta Ondoy. Pero unos datos comunitarios más completos sobre su identidad y el lugar donde se encuentran, unido a la capacitación de funcionarios locales y miembros de la comunidad para que se realice una distribución de ayuda más eficiente y una reconstrucción basada en los puntos fuertes de las comunidades, ofrecen una esperanza a la próxima generación. por Mary Racelis Investigadora científica del Instituto de Cultura Filipina, y catedrática en el Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad del Ateneo de Manila, Filipinas. %JTQBSJUJFTBGGFDUJOHDIJMESFOJOVSCBOBSFBT Problemas urbanos 41 41