1 VARIACIONES SOBRE EL TIEMPO ¿Tiempo? - se asombró el dios – ¿Necesitamos tiempo para hacerlo? ¡Si tiempo es precisamente lo que sobra! J.E.Bowles, The God and the Rabbit Cuenta el historiador francés Marc Bloch que, en el siglo X, Alfredo de Inglaterra - ese rey legendario cuya leyenda es verdadera - mandaba encender cirios de gran tamaño, uno tras otro, para tener una idea del transcurso del tiempo. En un mundo carente de relojes (los de Sol y arena eran escasos, los de agua casi inexistentes), la idea del tiempo que tenía el hombre medieval era más bien confusa: al estar la noche y el día divididos, a la usanza antigua, cada uno en doce horas, éstas se acortaban y estiraban según las estaciones del año, monótonamente marcadas por el tañer de las campanas de los monasterios llamando a laudes o maitines. Las horas tenían una cualidad elástica y rural, los años y las décadas eran biológicos, los siglos pertenecían a la esfera de la mitología y se inscribían en el aire de la fábula: el tiempo, en fin, era subjetivo, jaleoso, impreciso, un tiempo que sonaría extraño al hombre moderno, acostumbrado a su reloj digital para llegar puntualmente al trabajo o al consultorio del dentista. Lo cierto es que el concepto de tiempo físico, esto es la idea del tiempo como una magnitud, susceptible de medida y con contenido físico, tardó mucho en formarse: primero en las ciudades artesanales los relojes empezaron a marcar el ritmo municipal, pero sólo en el siglo XVII Christian Huygens perfeccionó el reloj de péndulo: todavía Galileo calibraba sus experimentos mediante el pulso. El advenimiento de la mecánica newtoniana marcó un hito en la historia del tiempo: no sólo lo independizó de toda subjetividad, unificando y reduciendo cualquier otro concepto al de tiempo físico, sino que, de un saque lo extendió a todo el universo, La verdad es que, como tiempo, era sensacional, pero como todas las cosas buenas, no habría de durar. De hecho, Einstein lo hizo trizas en 1905. En efecto, la Teoría de la Relatividad destruyó la idea de tiempo universal y devolvió al pobre tiempo la cualidad de estirarse y acortarse según las circunstancias: los segundos que transcurren en un sistema en movimiento uniforme parecerán más largos a quien lo observa desde el reposo: el segundo de un reloj que se moviera muy cerca de la velocidad de la luz para el observador en reposo podría durar minutos u horas. Pero esto no fue todo; en 1915 la generalización de la Teoría de la Relatividad introdujo un ingrediente aun más sabroso: los campos gravitatorios retrasan el transcurrir del tiempo, cuanto más intensos, más. Así, un reloj colocado en el Sol atrasaría respecto de uno situado en la Tierra, y un reloj que cayera en un agujero negro iría deteniendo progresivamente sus agujas hasta pararse por completo. Por supuesto, la idea de un Gran Reloj Universal, que - en teoría - diera la hora para todo el universo, quedó reducida a añicos y cualquiera que soñara con semejante artificio sería condenado al ostracismo y a la vergüenza pública. La hora que marcan los relojes depende de las velocidades relativas y de los campos gravitatorios que actúan sobre ellos. En la edad poseinsteiniana, cada observador lleva su reloj en el que mide su tiempo y que no tiene por qué coincidir con el tiempo de los demás. Si dos hermanos gemelos sincronizan sus relojes y cada uno de ellos se va de vacaciones por su lado a las estrellas, cuando se vuelvan a encontrar sus relojes marcarán horas, días y años diferentes, y se encontrarán con que, tras el largo viaje, tienen edades distintas, todo el azar de las velocidades relativas que llevaron y los campos gravitatorios que tuvieron la suerte o la desgracia de encontrar en su camino. Aunque ninguno de estos fenómenos puede observarse a simple vista - dado que las velocidades involucradas en la vida cotidiana son muy bajas - la dilatación del tiempo ha sido ya comprobada en los 2 aceleradores de partículas, en los rayos cósmicos y mediante el corrimiento al rojo del espectro solar. El tiempo ha corrido, pues, su aventura. El tiempo antiguo, que era muchas veces pura circularidad, se volvió elástico y fragmentario en el medioevo occidental; el siglo XZVII inventó el tiempo único y uniforme, que estalló en fuegos de artificio a principios del siglo XX. Y los cosmólogos van todavía más lejos. Pero eso ya es otra historia.