CARTA ABIERTA Y PROVISIONAL A UN COLEGA SOBRE LA PARTICIPACION DE LOS NIÑOS José Sánchez Parga 1 1. Preámbulos aclaratorios y críticos. En estos debates no hay razón alguna para tratar de maniqueas las posiciones adoptadas, ya que no se trata de buenos y de malos, sino de planteamientos más o menos coherentes o mejor justificados unos que otros, y que por consiguiente explican de manera más o menos clara y convincente. En este sentido de ninguna manera se trata de descalificar al discrepante sino simplemente sus argumentos y planteamientos. Lo que en definitiva contribuye al mejor conocimiento y tratamiento de la infancia. Y puesto que las ciencias humanas ni son ni pueden ser exactas, los conocimientos sobre sus objetos se prestan a comprensiones y explicaciones cuestionables, ilimitadas y perfectibles. Pero esto no exime de un cierto rigor, y por consiguiente es necesario que toda discusión empiece conceptualizando o al menos definiendo qué entiende cada uno por participación, por necesidad y por opinión. Por ejemplo, si participar significa compartir algo común o que se vuelve común por el hecho de ser compartido, lo que a su vez significa una cierta relación o intercambio, vinculo o comunidad con quienes se participa una misma realidad compartida, resulta obvio que el concepto de participación se entiende y explica al margen de la idea de poder y de opinión y de las relaciones entre ambos. Y por esta misma razón el poder de una opinión, que se ejerce al margen de quien la exprese, y la opinión del poder, que este ejerce prescindiendo del valor y verdad de aquella, no tienen directamente qué ver con la idea de participación. De la misma manera si hablamos de sujeto (pudiendo distinguir entre el titular de derechos y el sujeto de derechos), conviene aclarar si pensamos en el sujeto del estructuralismo (sujeto sujetado a procesos), o el sujeto lacaniano (subjetivamente constituido), y si pensamos en el actor habrá que distinguir el actor funcionalista o el actor social de Touraine (el que además de constituirse en sus prácticas y discursos, estos tienen efectos de sociedad) o consideramos más bien el agente de Bourdieu, definido por lo que hace, por sus obras, prescindiendo de que estas tengan efectos de sociedad. Sin estas precisiones de los conceptos empleados y sin ponerse de acuerdo sobre su significación no es posible una real discusión, productora de conocimientos, sino más bien confusiones y encontronazos. No se trata de sutilidades teóricas ni de elucubraciones gratuitas e inútiles, ya que sólo comprendiendo y explicando los fenómenos de la infancia y no simplemente denominándolos como nos da la gana son posibles acciones e intervenciones efectivas, que mejoren las condiciones de los niños. De lo contrario los discursos ideológicos y las meras opiniones además de confundir u obscurecer la situación de la infancia en el 1 Docente de la Maestría en Política Social para promoción de la Infancia y Adolescencia, UPS Ecuador. mundo actual contribuyen a reforzar aquellos automatismos, que en la sociedad moderna más bien violentan, dañan o corrompen la condición infantil. En lugar de emprender aquí un recorrido por todos los tópicos, a los que ha dado lugar el discurso sobre la infancia (derechos, necesidades, actoría, protagonismo, etc.),me limitaré aquí a una cuestión que parece haber acaparado la mayor inversión ideológica, las más emotivas posiciones y me sospecho que también los más gruesos intereses financieros. Sin embargo, por lo que respecta a la moderna obsesión por los liderazgos, protagonismos, actores sociales, se ignora en qué medida todas estas interpelaciones ideológicas responden a una profunda crisis institucional, a una más profunda crisis de autoridad vinculada con la anterior, a un encubierto imperativo y frenético elogio de la competitividad más desalmada y del espíritu emprendedor sin escrúpulos. Bajo todas estas ideologías compensatorias hay que detectar el subterráneo retorno de un neopatrimonialismo y neo-patronalismo. Finalmente se ignora también en qué medida el concepto de actor social no sólo ha dejado de tener sentido, porque ya no explica lo que hasta ahora había explicado, sino que encubre el hecho de que en un mundo global y en una sociedad post-societal, los grandes procesos, cambios y transformaciones ya no son producto de “actores” identificables, sino de fuerzas e intereses económicos y políticos arcanos y anónimos, de mecanismos y automatismos tan ocultos como anónimos. Los escenarios son hoy redes y flujos, “contactos” y “conexiones”, y quienes siguen creyendo en aquellos desconocen que en un escenario, en su acepción más teatral, no digamos ya sociológica, cuando todos quieren ser protagonistas, resulta que ninguno lo es y todos quedan reducidos a comparsas. El objetivo de las reflexiones siguientes no pretende desacreditar las buenas ideas y mejores intenciones cifradas en todo trabajo en torno a la participación de los niños sino: a) cuestionar algunos presupuestos conceptuales; b) despejar ciertos equívocos en sus usos; c) poner de manifiesto los alcances y consecuencias de algunos abusos de la idea y tratamiento de la participación; d) y sobre todo destacar la forma propia de participación infantil en la realidad correspondiente a las propias formas de representación infantil de la realidad. 2. El concepto de participación Es un error definir un concepto a partir de unos usos y prácticas a los que simplemente se aplicaría tal concepto. Por esta razón no se puede definir la participación después de haber catalogado ámbitos de participación e indicadores de participación y fases y procesos de participación; más bien tengo que saber antes qué es la participación para poder definir tales ámbitos y tales procesos, que a lo mejor no se propiamente de participación. Tampoco la participación nada tiene que ver con “el ejercicio del poder” ni tampoco con la “opinión”, ya que participar consiste en compartir algo en común o hacer algo común para que sea compartido; y en este sentido la participación supone una particular relación entre quienes comparten algo. Y por el contrario tampoco cuando se piensa “el poder de la opinión”, que se impone por la propia fuerza de la opinión al margen del poder que la expresa, o “la opinión del poder”, que se ejerce por la fuerza de quien la expresa y al margen de la verdad o valor de la opinión, en ningún caso aparece el concepto de participación. Ateniéndonos ala etimología (que ya aparece en el origen griego del concepto y en sus usos sociales y políticos, met—ejein, tener parte), parti-cipar significa com-partir, y sólo se participa en aquello que es compartido, que es común o que se convierte en común por el hecho de ser compartido. Y si bien la participación consiste en una cierta apropiación de aquellos que se comparte con otros, tal apropiación – participación colectiva o presupone o produce una cierta relación entre los participantes marcada por la igualdad o la equidad. Cuando la participación no es compartida se convierte en usurpación. Un ciudadano podrá compartir con otros el uso de un bosque, sin que este deje de ser su propiedad. Precisamente en la participación infantil (segùn Piaget), como veremos más adelante, podrían estar ausente está dimensión com-partida que tiene la participación y que el niño irá adquiriendo ya desde el juego. La idea de participación puede ser usada en términos tan restrictivos, que encubren una real no-participación. Allá por los años 80 se hablaba ya de participación de los campesinos indígenas en los proyectos y programas de desarrollo rural, cuando estos programas no compartían absolutamente nada con las condiciones, realidades, posibilidades y características de aquellos campesinos indígenas. Hubiera sido necesario haber pensado e implementado aquellos proyectos y programas que participaran en aquellas condiciones y realidades, estrategias y proyectos de aquellos sectores. En otros casos la idea de participación es tan vaga y general, que para entenderla se requiere precisar: la participación de mujeres en un programa de micro-créditos no significa más que la forma como usan, comparten y se benefician de un recurso o servicio. La participación de niños en un programa de capacitación, en un encuentro con otros niños o en una manifestación infantil, no es más que aplicar la idea de participación a las acciones, actividades o actuaciones más o menos compartidas en cualquier hecho o acontecimiento. También de esta manera el niño participa de los bienes y servicios de su familia, de las experiencias y opiniones de sus padres, etc. En este sentido el concepto de participación se vuelve tan genérico, que perdiendo su significado específico puede ser aplicado a cualquier hecho o actividad. Ahora bien, esta generalización y canalización del concepto de participación no es inocente ni mucho menos casual en una sociedad donde todo lo público se privatiza y donde el mercado impide que nada sea común, ya que todo ha de quedar sujeto al imperativo de la oferta y a la demanda del intercambio mercantil. En la actual sociedad de mercado nadie comparte lo que posee privadamente, y todo lo común, colectivo y público sufre la presión privatizadora. El caso de la política es tan evidente como ilustrativo: ante el fracaso de la democracia representativa se postula y reivindica una democracia participativa, como si esta pudiera resolver los problemas y deficiencias que aquejan aquella; cuando las mismas razones que hacen fracasar la representación política de la democracia (ausencia de intereses comunes y proyectos colectivos compartidos, que puedan ser representados como tales) hacen aún mucho más difícil la participación democrática. A lo más que se llega es a crear artificialmente residuos o reductos de participación, para compensar la falta de ella a nivel global o nacional. Por eso los parlamentarios en lugar de representar intereses comunes se convierten en delegados de intereses particulares y privados de personas o grupos (“democracia delegativa” como la llama O`Donnell). 3. La participación infantil De lo que conozco de participación de los niños (que reconozco no es mucho), llama poderosamente la atención no haber encontrado nada sobre la participación infantil tal y como ha sido teorizada y tratada por Piaget en su obra magistral (La representación del mundo en el niño, 1993/2001), pero que ya aparece como tema importante no sólo en la obra de Henri Wallon, sino incluso en las lecciones del Colegio de Francia en 1954 de Merleau-Ponty. Es partir de estos aportes, que parecen tan ignorados u olvidados, que me parece obligado preguntarse ¿por qué en lugar de recurrir a una acepción más política o ciudadana de participación para aplicarla a los niños y sus actividades, no pensamos más bien cómo el niño concibe su participación en el mundo? ¿cuáles son las experiencias de participación infantil, y en qué medida es el “realismo infantil” o la representación del mundo en el niño, lo que realmente condiciona su específica participación en la realidad? No es el caso de tratar aquí, ni siquiera de modo sucinto, cómo el niño se representa el mundo y cómo se opera su participación en dicho mundo, pero conviene recordar que el realismo infantil le lleva a identificar o asociar todo lo que piensa, siente y hace con la misma realidad. Tal identificación con lo real confiere un cierto carácter mágico a todo lo que el niño hace y lo relaciona con lo real. El realismo del niño significa que lo que piensa y desea está vinculado al sujeto, los nombres a las cosas y que los sueños o imaginarios no son exteriores. Este realismo se prolonga en participaciones infantiles que actúan en la realidad y en actitudes mágicas que la cambian e influyen en ella. La participación de orden mágico del niño se explica “en parte gracias a un fenómeno de orden individual, que es el realismo infantil o la confusión del pensamiento y de las cosas, o del yo y del mundo exterior, y de otra parte gracias a un fenómeno de orden social, que es la transposición sobre el mundo físico de las actitudes que favorecen e el niño sus relaciones con las personas que lo rodean” (J. Piaget, 2001: 135). No se debe ignorar esta forma propia y específica de la participación infantil en la realidad, tal y como el niño se la representa, por dos razones principales: a) es precisamente esta forma de participar del niño en la realidad con todos sus aspectos y cualidades mágicas, lo que prepara al niño para después poder participar (de acuerdo al modo adulto de participación socio-política) en una realidad que no sólo es diferente de lo que el piensa, siente y desea, sino que además ha de participar en ella compartiéndola; b) si se proyecta sobre el niño y sus comportamientos una idea y modelo de participación adulta y política no sólo se confunde al niño, imponiéndole un modelo de realidad y de participación que no corresponde a sus representaciones, sino que además se le impide desarrollar y madurar sus formas propias de participación en la realidad. Es participando de manera infantil en la realidad, que el niño irá modificando poco a poco sus representaciones de dicha realidad, una realidad cada vez más diferente y más exterior de su persona; que se le va resistiendo cada vez más a sus ideas, sentimientos y deseos sobre ella, y a sus propias actuaciones en ella. E ira descubriendo que su participación ha de ser compartida. De lo contrario se convierte en un depredador de la realidad a costa de todos los demás que participan en ella. El malentendido y torpeza que se puede cometer imponiendo al niño una participación no infantil o adulta, es que puede hacer que el niño, al no madurar su propia representación y participación de la realidad, siga proyectándolas sobre ésta, cuando ha dejado de ser niño, y tomando la realidad como si fuera parte de sus deseos, afectos y comportamientos. Este es el real y verdadero – educativo – proceso de participación infantil. Tanto más importante cuanto que está abocado a ejercerse en una sociedad de mercado dominado por la razón de mercado, donde todo es mercancía y todo se encuentra regulado por la oferta y la demanda. Sin una participación educadora o una educación de la participación los niños actuales difícilmente podrán sobrevivir a un futuro dominado por la lógica y la fuerza del consumo o de la exclusión, en una sociedad donde quedará muy poco de común y de público, donde nadie compartirá lo particular, propio y privado. Aplicar a la infancia una idea y un modelo de participación tomado de las prácticas adultas y de la política, ignorando lo que significa la participación infantil como una forma exclusiva y propia del niño de relacionarse con la realidad y de acuerdo a su representación de la realidad, pero también como una forma del desarrollo personal del niño, tiene consecuencias graves. En primer lugar se genera en el niño una confusión de comportamientos, al superponer un modelo de participación sobre el otro, haciendo que el niño participe en la realidad no de manera infantil sino de manera adulta, adoptando formas de participación que no corresponden a su experiencia subjetiva de participación en la realidad. Aunque a veces el adulto cree que el niño participa en la realidad según el modelo adulto, de hecho el niño seguiría participando de manera infantil, modificando la realidad según sus pensamientos, sentimientos y deseos. En segúndo lugar la participación política, según el modelo adulto, proyectaría sobre el niño unos dispositivos de participación, que sólo serán posibles en la participación en el mercado. Dos participaciones antagónicas en la sociedad actual. 4. La dimensión social del sujeto, del actor y de la participación Por mucho que un sociólogo pretenda pensar el niño como sujeto y actor al margen de la sociedad, sus procesos e instituciones, la sociología le obliga a pensar el niño como un hechos social – con la objetividad de las cosas como sostenían Mauss y Durkheim – producto de una acción social, que en toda sociedad es siempre compartida. De la misma manera que el ejercicio de los derechos es una forma de participar en las libertades o en el sistema jurídico que una sociedad produce y pone en común. ¿Quién decide el nacimiento de un niño? No ciertamente el niño ¿Sus padres? Sólo en parte. No todos los padres que quieren y deciden tener un niño lo logran. La sociedad tiene mucho que ver con el nacimiento de un niño, con sus cambiantes procesos demográficos, por nadie decididos y más resultado de factores múltiples y diversos. Durante los últimos veinte años muchas sociedades han reducido sus tasas de natalidad a un promedio de menos de un niño por pareja. El sistema de relaciones familiares y parentales, que determinan la condición infantil de un niño, tampoco son decidas por el niño. ¿Quién le garantiza, por ejemplo, a un niño su condición filial, tan decisiva para su futura condición infantil? Es en definitiva la sociedad, cada modelo de sociedad de acuerdo a sus características históricas, la que define los parámetros de participación y de actuación social de sus actores. Un joven de 23 años puede hoy en un país de larga tradición ciudadana y de consolidados derechos civiles, querellarse contra el Estado y hasta contra sus padres, ya que le permitieron nacer con una enfermedad degenerativa fácilmente diagnosticada o diagnosticable. Es evidente que antes de nacer ya el niño, en cuanto persona (sujeto de relaciones personales) es titular de derechos, pero que sólo en el futuro podrá ejercer en cuanto sujeto de derechos en una determinada sociedad, la cual habría desarrollado las condiciones para un tal ejercicio. Es por consiguiente la sociedad la que hace posible que una persona se convierte en sujeto de derechos, capaz de participar de las libertades y sistema jurídico de esa sociedad, y por ello mismo se descubra (a posterior !) titular de tales derechos cuando no estaba en condiciones de ejercerlos. Este mismo ejemplo sirve para precisar no sólo que los derechos no se tienen sino en la medida que se ejercen; pero su ejercicio, por muy depositarios que seamos las personas de tales derechos, sólo será posible en la medida que son compartidos y que participamos de su común o social producción. Sólo en una sociedad que ha desarrollado tales bienes y servicios, tales libertades y derechos, y que los convierte en un recurso político y en bienes e intereses comunes es posible participar de ellos y ejercerlos. Los sociólogos, como los buenos políticos, saben que sólo conociendo muy bien los procesos y las estructuras a los que se encuentra sujeto puede un actor social actuar con la mejor y la máxima eficiencia. Lo que por otra parte nos remite a Hegel, Marx y Freud, para quienes la libertad (como actor) es el reconocimiento de las propias determinaciones y condicionamientos sean estos sociales o psicológicos (en cuanto sujeto). Por eso las políticas y los programas sociales destinados a los niños garantizarían mucha más eficacia, si conocieran mejor las condiciones actuales de la infancia; si en definitiva supieran mejor ¿qué es hoy un niño?