El Alma de Lebrija Pregón de la Semana Santa de Lebrija 2011 Antonio Joaquín Bellido Ramos Pronunciado el 10 de abril, Domingo de Pasión de 2011 en el Teatro Juan Bernabé A mis Padres, por haberme educado en la Fe, y a mis hermanos, compañeros en la devoción. • Canto a mi tierra. Hueles a Marisma y a su brisa a pan horneado y barro cocido a tierra sembrada y trigo recogido al caldo de la uva cuando se pisa. Sabes a todo lo que has vivido observando desde una cornisa cómo la vida pasaba con prisa por dónde el tiempo estaba detenido. Tus muros tienen como custodia encerrados en la cal y su pintura el paso por tu piel de la historia. Y en tu cara luce la blancura que guardan tus secretos y memorias de Dama hermosa y pura. La luz que el rostro te dora viene a saludarte en la mañana y recorre tus calles de filigrana de las que el visitante se enamora. Hiciste lo que te vino en gana nunca perdiste tu gesto de señora fuiste antes romana y mora y terminaste siendo cristiana. Permite que mi voz se dirija rompiendo el nudo de mi garganta a las Devociones que cobijas. Este Pregonero hoy te canta a Ti, a mi tierra, a Lebrija y a tu Alma, a tu Semana Santa. • Saludo a las Autoridades. - Rvdo. Sr. Cura Párroco de Santa María de Jesús. Sr. Presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Lebrija. Hermana nº 36 de mi Hermandad de la Oración en el Huerto y Alcaldesa de Lebrija. Hermano Mayor de mi Hermandad de la Oración en el Huerto. Querida Hermana y Presentadora. Dignísimas Autoridades. Hermanos y Cofrades. A todos, buenas tardes y muchas gracias. • La Juventud. Con permiso del Poeta, mi infancia son recuerdos de un patio de Lebrija, dónde la yedra trepaba hacia el cielo en el que habitan los sueños de los cofrades. Allí dónde se reunían los juegos y la imaginación de aquellos para los que una cuaresma y, menos aún una semana, no era suficiente para saciar su apetito de vivir la Pasión entendida según Lebrija. Aquella casa de la calle Trinidad era el norte de las brújulas que dirigían los pasos de una juventud que tenía en la Hermandad su casa y, en su Casa de Hermandad, su lugar de reunión, de charla, de confidencias y de los primeros pasos como cofrades. Las horas caían unas sobre otras sin que consiguieran cansar los ojos que no paraban de recorrer las mismas fotografías, de ver los mismos vídeos y de releer viejos libretos de Semana Santa cuyas páginas estaban literalmente borradas por el uso. Era esa nuestra manera de vivir la Hermandad porque así lo habíamos visto hacer. Éramos herederos directos de aquella generación que hizo florecer en Lebrija, en aquél mismo lugar dónde limpiábamos la plata, montábamos el Belén o recibíamos las charlas de formación en las tardes de los viernes, los primeros brotes de la Juventud Cofrade de Lebrija. En la calle Trinidad seguían resonando los ecos de los redobles de tambor que dirigieron los primeros pasos de unos Jóvenes Cofrades que no eran exclusivos de la Hermandad de la Oración en el Huerto, sino que reunían a una representación de las distintas devociones lebrijanas y que, juntos, fueron artífices y testigos del crecimiento exponencial de los hermanos y de los nazarenos que hoy en día participan en nuestras Estaciones de Penitencia Y así sigue siendo. La Juventud sigue viva en Nuestras Hermandades, en las que tantas y tantas veces la sabiduría y la jerarquía se confunden con la cantidad de canas que se peina. Los jóvenes han sabido encontrar su lugar, su posición y su importancia dentro de las mismas. Hemos asistido, en estos treinta y pocos años que conocen mis huesos, al impulso definitivo de nuestras Corporaciones y eso se debe, en enorme medida, a la labor ingente desempeñada por los jóvenes cofrades, los que lo fueron, los que lo son y los que serán en el futuro. Antaño, era mi Hermandad de la Oración en el Huerto el epicentro y el nexo de unión de los jóvenes cofrades lebrijanos. Hoy, la figura de su Patrón San Juan Evangelista ejerce de imán y convierte a las dos corporaciones lebrijanas que le rinden culto como titular en las más claras exponentes de la presencia de la Juventud en nuestras Cofradías. Curiosos son los giros que da la historia y las vueltas del carrusel de la vida. Aquella que el pueblo bautizó como la Hermandad de los Zagales vuelve a tener zagales en su seno. Zagales que, a ritmo de campanilleros, se arremolinan el año entero con el punto de encuentro localizado en la Capilla de la Aurora. Vueltas da la historia recordando lo inolvidable y a la calle Cataño han vuelto los zagales. Están aguardando su hora reuniendo despertares para acompañar a la Aurora con sus cantos celestiales. Vueltas da la historia con huellas imborrables vestidos de costalero han vuelto los zagales. El Miércoles Santo se colocan sus costales y bien juntos los cuerpos van recorriendo las calles paseando por Lebrija al que es Hijo del Padre. Y meterán el cuello pidiendo por sus males. Y se ceñirán la faja pensando en sus bondades. Y fijarán los costeros evitando vanidades. Y arriarán los zancos suspendidos en el aire. Y estando todos juntos sentirán la soledad que sintió en su martirio el Señor de la Humildad. Vueltas da la historia repleta de mil detalles con sus voces afinadas han vuelto los zagales al son de campanilleros para cantarle a su Madre la del Manto de estrellas la del porte elegante la de la belleza encendida y el perfecto semblante la de la lágrima viva y la mirada penetrante. Aquella de la que dicen que su cuna fue trianera pero que alegra la cara con la toná de las corraleras. Vueltas da la historia y en Cataño suena la salve son campanas de Gloria que le cantan los Zagales a su Bendita Madre Victoria. • La Pasión. Antes de que todo comenzara a consumarse, un hombre robusto, de tez morena y buen porte, ya sabía lo que venía a acontecer. No era de extrañar, era Él el protagonista. Él era el hombre al que prenderían, torturarían y matarían. Y sólo él lo sabía. No lo sabían los traidores, ni los torturadores, ni los ejecutores. Sólo Él caminaba hacia el Huerto de los Olivos con la seguridad de que eran sus últimos pasos en libertad. Junto a él, aquellos que, aún siendo sus apóstoles, sus discípulos y sus amigos, dejaron patente cuál es la verdadera condición humana con sus actos cuando todo se puso feo. Jesús les había dicho que había que ir a rezar y allá que fueron ellos. Tranquilitos iban, seguro que incluso bromeando y, cuando allí llegaron, se quedaron frititos. Natural, venían “jartitos” de la cena. Una cena que ignoraban iba a ser la Última suya con el Maestro y la primera del resto de la Cristiandad con Dios. Quien no podía dormir era el Señor, que estaba Orando en el Huerto. Como no podría dormir cualquiera de nosotros que tuviera la certeza de que, a la vuelta de la esquina, está la parca con su guadaña afilada y dispuesta a llevarnos por delante. Allí es dónde se resume la Pasión. Una cosa es el martirio, el sufrimiento propio del dolor por el castigo que se está recibiendo y otra muy distinta es el conocimiento y la certeza de lo venidero, de que el mal acecha, de que está ahí y es inevitable, que no tiene escapatoria posible. No hay mayor ternura que la que despierta el Señor Orando en el Huerto, el hombre que acepta su destino y que recorre las calles entregándose al Pueblo. Aquí lo tenéis, Dios hecho hombre que como hombre sufre pero como Dios acepta su sino. Dios hablando con Dios respetando sus designios. Dios que todo lo puede pero que no consiente en evitar nada. Dios encerrado en su oración a la sombra de un olivo un Dios que está vivo que se entrega a su Pasión. Un Dios de verdad que no duerme que en su angustia se desvela que ante su martirio se rebela pero que acepta lo que se le cierne. Un Dios poderoso y valiente con la firmeza en sus manos en sus labios, en sus ojos y en la sangre de su frente. Un Dios que al Cielo mira esperando lo esperado por todos abandonado cuando está entregando su vida. Aquí en Lebrija, Dios mío queremos rezar contigo velar la noche a tu vera no quedarnos dormidos sentir siempre tu presencia y el calor de los olivos que siguen estando de pie como lo sigue estando tu ejemplo de hombre que se entrega a la Fe y a los designios del Dios eterno. Que no nos durmamos, Señor que sigamos Orando en el Huerto, dónde te entregaste a tu Pasión dónde tu presagio se hizo cierto dónde es más fuerte el amor y más fuertes fueron tus gestos. Los gestos de amor y de perdón que te llevaron a la cruz en la que se consumó la Redención del Pueblo que vio la luz en el momento de tu Resurrección. Llévanos junto a los Olivos que estaremos todos despiertos ahora sí velaremos contigo sabemos que no has muerto porque sigues estando vivo y estás Orando en el Huerto. • La Alegría. Y la Pasión, la celebramos. Esa es la paradoja que cada año se repite por las calles de Lebrija. En nuestra Tierra festejamos la Pasión y Muerte de Jesucristo a través de Nuestras Hermandades y Cofradías. Y lo hacemos devotamente, con respeto y con conocimiento de causa de lo que representamos. Pero como festejo, tiene que tener un motivo de alegría, de gozo. La Fe y la seguridad de la Resurrección es lo que nos da fuerzas y vía libre a expresar nuestros sentimientos en torno al Sufrimiento del Redentor. Debemos hacer siempre las cosas sin traicionarnos a nosotros mismos. Dejando patentes nuestra forma de ser y de comportarnos. Sin querer esconder nuestra verdadera condición y sin pretender demostrar que somos distintos a como nuestro interior nos empuja a ser. Si celebramos la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, hagámoslo apasionadamente. Hagámoslo manteniéndonos fieles a nuestra manera de vivir y sentir la fe. Hagámoslo con alegría. En Lebrija, hay una Hermandad que hace de esto su seña de identidad. Que se mantiene fiel a sí misma sin traicionar sus valores y sin ofender en modo alguno. La Hermandad de los Gitanos es como es, y como es debe permanecer. No se puede evitar. Hay una fuerza extraña que conduce al Pueblo hacia Belén. No, no me he confundido ni esto es el pregón de la Navidad. Cada Miércoles Santo, ya de madrugada, los pasos y los cuerpos de los lebrijanos no encuentran otro destino que el de subir la corredera al mismo tiempo y al mismo compás con el que la Hermandad de los Gitanos se dirige hacia su casa. Esencia pura de la Semana Santa de Lebrija es ese momento, a partir del cual, se deja a un lado el recogimiento y la compostura debidas en toda Estación de Penitencia para rezar de la mejor manera que saben, cantando. Y Jesús del Ecce-Homo y la Virgen del Mayor Dolor lo saben, y aguardan impacientes, tras pasearse derramando bendiciones, a que llegue el momento en que se desnuden los sentimientos de sus devotos y se derramen las cascadas de las gargantas de los Gitanos de Lebrija. El Cristo de los Gitanos cuando la fontanilla baja tiene atadas las manos y va sujetando una caña. De espinas le han coronado púrpura el color de su capa le obligan a estar sentado sin decir una palabra. Bajará cuesta Cataño y la plaza del Pilar y pensará que se va otro año cuando pase por Trinidad. Pero al llegar a la corredera su Reino le está esperando para que el Cristo pueda llegar a su casa cantando. Cuando se doble la esquina y enfile calle Almenas no importarán las espinas atrás quedarán las penas tendrá una sonrisa en la cara la caña la habrá tirado y en el suelo estará su capa. Se habrá soltado las manos porque ha llegado hasta Belén el Cristo de los Gitanos. ese que llaman el Manué con sangre de reyes en las manos y bonitos hasta los pies. ¿Y a la Madre? ¿Qué se le canta a la Madre? A esa Madre que viene soportando el dolor y la angustia por las calles. Esa Virgen gitana cubierta bajo un palio que cada día brilla más, como brillaban las estrellas que la cobijaron durante tantos años sin que ningún varal las sostuviera. ¿Qué se le canta a una Madre que viene llorando y que con su llanto riega el romero que sujeta en su mano? Una Madre que no puede ni mantener la mirada y la lleva perdida posándose en cada uno de los gitanos que le acompaña. ¿Qué se le canta a la Madre? Si del Mayor Dolor se llama y de soleás y seguiriyas tiene llena la garganta si su voz tiene el desgarro con que canta esa gitana lebrijana a la que visitó la Buena Muerte y se llevó una guitarra hermana. ¿Qué se le canta a una Madre? Si en su corazón han “prendío” siete afilados puñales gitanos que son el mayor de los “quejíos”. Pero le canta la gente que para eso ha “venío” para que no llore sola caminando entre el gentío. Cantarle, por Dios, Cantarle que esta noche ha “perdío” al fruto bendito de su vientre al Mejor de los “Nacíos”. • La Devoción. Es la nuestra una celebración universal. No discrimina. No excluye absolutamente a nadie. Todos están convocados con independencia de su condición, de su edad, de su credo, de su personalidad… Y todos tienen la libertad de participar o no de la misma, de estar presentes o no en las calles de la ciudad durante estos días. También aquellos que quieren pero no pueden acercarse al discurrir de las Imágenes de su devoción en Estación de penitencia tienen la oportunidad de seguirlas a través de los medios de comunicación. Hay que resaltar la labor ingente que realizan los mismos, a través de la imagen, del escrito o del sonido, para llevar a quienes no pueden, por edad, por enfermedad, por trabajo o por encontrarse lejos de su tierra, un mensaje que se ha de convertir en sentimiento. Como también llegará este Pregón. Muchos lo estarán oyendo a través de la radio y a lo mejor piensan algo así como “vaya tela este Lobo, que lleva media hora hablando y no dice cómo va el partido”. Porque, hay que ver qué mal lo pase aquél año en que, después de tantos y tantos partidos narrados, sin solución de continuidad, me tocó ser la voz de la Semana Santa en la televisión. Había llovido el Domingo de Ramos y el Martes Santo hice Estación de Penitencia. Así pues, mi estreno fue con la Hermandad de la Humildad, y solo me faltó decir que el capataz había tirado al palo. A los pocos minutos recibí la llamada de un amigo pensando en que eran ánimos lo que quería transmitirme. “Tranquilo Antonio -me dijo- yo lo he visto bien. Ha sido fuera de juego claro”. Ya todo se ve. La Semana Santa ya no solo son unas calles determinadas y unas horas concretas. Gracias a la sociedad de la información la Semana Santa se vive y se rememora durante todo el año, y allá dónde uno se encuentre. Así, no es raro que salgan tantos “jartibles”. Si universal es nuestra celebración, particular es la devoción que tiene cada uno en su interior y que le pone en contacto con Dios. Para ello, para llegar a Dios, el camino más corto es el de hacerlo a través de su Madre. A nada puede negarse un hijo si es por la mediación de su Madre por la que se le pide. A la madre se le ruega, se le agradece, se le pide. La Madre siempre está atenta y preocupada por el bien y la paz de sus hijos. Siempre está dispuesta a oír aquello que inquieta a sus devotos y presta a cumplir con su labor intercesora ante el que todo lo puede. Lebrija tiene a su Madre, que desde su atalaya divisa y protege a su pueblo de todo lo que le amenaza. Hoy, cuando seguimos viendo en el mundo catástrofes, terremotos, epidemias, guerras o asesinatos, tu gente está sufriendo por males que se cuelan en las casas por debajo de las puertas. Muchos de tus hijos, cada vez más, no tienen a dónde ir cada mañana al levantarse, y vagan por las calles buscando una ocupación que no llega a aparecer. Y se les multiplican las malas noticias. La única correspondencia que reciben es la de facturas que no pueden pagar y últimos avisos de cortes de suministro. Tus Hermanitas de la Cruz, esas que te reciben con una sonrisa de oreja a oreja cada vez que pasas por delante de su puerta, van perdiendo la alegría en la cara al ver que no pueden dar abasto a una demanda que cada vez es mayor por parte de tus hijos, que ya no saben dónde acudir. Y no piden nada. Únicamente encontrar la manera de llevar adelante una familia con el esfuerzo propio, con la recompensa del fruto de su trabajo. Eso es lo que te ruegan tus devotos. Hoy más que nunca, Virgen del Castillo, tu pueblo necesita de tu intercesión. Te pide auxilio en forma de mediación ante el Todopoderoso nacido de tu vientre. Y tú miras con la dulzura que derraman tus ojos y ves que tu hijo tiene las manos atadas y que va recibiendo y soportando los latigazos que le laceran la espalda. Igual que tus hijos de Lebrija, que van soportando el dolor sin que puedan hacer nada. Pero tú eres Poderosa. no te das por vencida y tu hijo que te escucha que por nosotros dio la vida, harto de latigazos en su espalda escarnecida no quiere más dolor en su pueblo de Lebrija. Se soltará las manos a la columna atadas y enseñará el camino que su pueblo le demanda. Y dará luz a los hombres les devolverá la confianza de conseguir lo que se proponen con trabajo, fe y esperanza. Que no haya más azotes ni más manos atadas que tus hijos de Lebrija ya tienen rotas las espaldas. Por tantas y tantas gracias, por tantas y tantas cosas, la devoción del Pueblo a su Patrona es totalmente desmedida, apasionada, inquebrantable, inmutable e incomparable. Si tu Lebrija te presenta a sus hijos, te lleva flores en Mayo, te pasea por sus calles una y mil veces, e intenta retenerte hasta el punto de que tienes que volver a tu morada de puntillas y al alba de una mañana de octubre, ¿cómo no iba a querer pasearte bajo palio en Semana Santa? ¿Que no eres Dolorosa? ¿Quién lo dice? Si cada día del año recurren a ti tus hijos para contarte sus penas. ¿Que no estás llorando? ¿Quién lo dice? Si tú le has prestado las lágrimas a tu Hijo atado a la Columna, porque tus ojos deben ser reflejo y consuelo para todo el que se mire en ellos. El Pueblo es sabio y no solo te dio un paso de palio, sino que también te dio el día más importante para pasearte como Reina. El día del Amor Fraterno que es el que hacia ti siente todo el que haya nacido en esta Tierra. Y no conformes con eso, tus hijos han querido que tengas el reconocimiento que merece tu Majestad. No podía ser que la Reina de los Lebrijanos reinara sin Corona. Así se ha conseguido, lo que sólo puede conseguir la fuerza de la Devoción a tu Figura. En las tierras de la Marisma este año han sembrado oro porque quieren para su Reina el mejor de los tesoros. Se ha contratado a un orfebre cuyas manos son divinidad hombre bueno y ermitaño que se llama San Benito Abad. Y la obra ha comenzado por canasto, el Castillo que es tu ermita coronada por imperiales con la finura de la Giraldilla que rematan en la bola del Mundo que en la mano de tu hijo cabe y que corona una cruz que es el mástil de tu nave. Las ráfagas que la cubran llevarán las letanías que repiten tus devotas en repique de mes de María. y terminarán en estrellas como las que adornan tu manto que son el reflejo de tu inexistente llanto. Cada lebrijano, un rubí cada lebrijana, una perla en tu Frente Virginal formarán esta diadema. El trabajo está terminado tu pueblo lo ha conseguido el Obispo lo ha firmado el Papa lo ha bendecido y tú lo lucirás orgullosa porque en ti, Reina y Soberana tiene Lebrija a su Patrona y tú tienes en tu Pueblo la Mejor de las Coronas. • La labor de las Hermandades. Las Hermandades tenemos como fin principal el culto público. Así nos lo encomienda la Iglesia Nuestra Madre y así cumplimos tanto con nuestras Estaciones de Penitencia como con los cultos que a lo largo del año celebramos en honor de nuestros Titulares. Así lo contemplan las Normas Diocesanas por las que nos regimos. Es por ello que se me hace raro, que no llego a entender, que el mero cumplimiento del “fin principal y específico de las Hermandades y Cofradías, que es la promoción del culto público” sea el principal objeto de crítica del que somos objeto los Cofrades. Nuestra manera de escenificar la pasión, acompañada y revestida de joyas, bordados, música, plata y oro, no es más que la forma en la que la Iglesia de la que formamos parte ha ornamentado sus celebraciones a lo largo de dos milenios. Somos parte activa de la Iglesia y en esta Tierra Bendita de María Santísima, conformamos el más efectivo de los medios de acercamiento de fieles a la misma. Nuestras Veneradas Imágenes, a través de la devoción que despiertan en el pueblo, se convierten en el mayor de los atractivos para adentrarse a conocer la Palabra de Dios y a participar de la Eucaristía. No es esta una cuestión baladí, ni mucho menos, dentro de una sociedad que ha ido evolucionando en busca de un laicismo oficial y de un anticlericalismo oficioso. Las Hermandades, que nadie lo ponga en duda, realizamos una función por y para la Iglesia que como tal debe ser considerada y tenida en cuenta. Las Hermandades llenamos la Iglesias. Los Cofrades no somos cristianos de segunda, ni portadores de una Fe vacía de contenido y basada únicamente en la tradición y el folclore. Los Cofrades somos, cada vez más, personas comprometidas con la Iglesia. Cada vez hay más y mejor formación dentro de Nuestras Hermandades, para de ese modo poder formar mejor a aquellos que se inician en el camino de la Fe a través de su incorporación a una Cofradía. Pero las Hermandades hacemos mucho más. No nos quedamos únicamente en lo superfluo del festejo que va unido a la celebración de una salida procesional. Tenemos un vida riquísima a lo largo del año que, lamentablemente, ni tiene la transcendencia de lo que se hace de cara al exterior, ni es lo suficientemente conocida por la mayoría de la gente. Cada vez son más necesarias y más importantes las labores que en pro de la Caridad se realizan a través de Nuestras Corporaciones. Tanto es así que, en estos últimos tiempos en los que ha crecido de manera alarmante la demanda de ayuda por parte de los más necesitados, los Diputados de Caridad se han convertido en los más atareados de los Oficiales de nuestras Juntas. Son muchas las personas, familias enteras, que han visto paliada su desventura, aunque sea mínimamente, gracias a la ayuda que, en un momento determinado, han recibido de cualquiera de Nuestras Hermandades. Esta tarea, claro está, no tiene el eco de unos fastos cargados de flores y de música, de incienso, de saetas, de chicotás eternas y mecidas costaleras. Se hace, además, de manera callada, sigilosa, haciendo valer el mandato de que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha. Para todo esto nacen las Hermandades. Para seguir realizando su labor evangelizadora más de dos mil años después de que acontecieran las escenas que rememoramos a lo largo de la Semana Santa. Se hace, además, renovándose continuamente. Porque no todas las Hermandades buscan su origen perdiéndose en la memoria de los tiempos. No todas son instituciones con siglos de existencia a sus espaldas. La Sociedad precisa del surgimiento de nuevas Corporaciones que complementen a las existentes en todos los aspectos. Aquí, en nuestra Lebrija, hemos asistido orgullosos al germen de una Nueva Hermandad que, desde hace justo un año, luce con orgullo su título. Una Hermandad que nació del empeño y de la ilusión de un grupo de lebrijanos que tenían entre sus objetivos que el luminoso día del Domingo de Ramos no estuviera huérfano de nazarenos y de pasos en la calle. Para ello escogieron el único misterio en el que se trata al Redentor de la manera que se merece, el único momento en el que se le alaba proclamándole Mesías y Salvador, antes justo de que se cernieran sobre sus carnes los martirios de la Pasión. Y pensaron que su casa sería el mayor de nuestros Templos. Una joya celosamente guardada que no tenía en su seno Cofradía alguna. También pensaron que saldrían por ese pequeño trozo de Jerusalén que los lebrijanos tenemos en el Patio de los Naranjos. Y salieron a la calle para que Lebrija también les diera la Bienvenida a su nueva Hermandad. Sabían que el camino, igual que el del Señor de la Sagrada Entrada en Jerusalén, no sería fácil. Empezaban veinte años de vicisitudes, de largas esperas, de despachos cerrados y de documentos devueltos. Hasta el tiempo parecía ponerse en su contra cuando en forma de lluvia interrumpía su Estación de Penitencia. Pero no cejaron en su empeño. Siguieron adelante acompañando al Señor en su Triunfal Entrada. Hebreas, niños y pollinos florecieron junto a la palmera que le da cobijo en la tarde del día más marcado en el calendario del corazón de los Cofrades. Cada vez eran más largas las filas de los nazarenos que no solo portan cera, sino también palmas. A pesar de los gritos y los vítores de los saludos y Hossannas se seguía sintiendo solo el Señor de la Triunfal Entrada. Veía cera y veía ramos veía palmas rizadas veía el azul del cielo y a la gente entregada. Veía repletas las calles que de flores se alfombraban y veía a su Apóstoles que todavía le acompañaban. Veía la sonrisa del niño veía la pollina que lo llevaba y a la hebrea que de rodillas lo recibía entusiasmada. Pero se sentía solo Jesús cuando más Triunfal entraba no veía a su Madre que demoraba su llegada. Mas de pronto una luz cegó del todo su mirada y comprendió Jesús que su Madre cerca estaba. Era la luz de una Estrella de hermosura desmedida de llanto sereno y dulce que resplandece en la atardecida. Una luz que deslumbra dejando su fulgor en el aire que se enciende y alumbra cada rincón y cada calle. Una luz de cara joven tiene esta Virgen en su talle. son apenas veinte abriles los que pasean sus andares los mismos que tardaron aquellos locos cofrades en consumar su idea bendita: Poder llamarse hermanos de la Hermandad de la Borriquita • La Tradición. La noche siempre hace que las percepciones de los sentidos sean distintas. Nos hace sumirnos más íntimamente en aquello que vemos, que oímos, que olemos. La noche pide recogimiento y contrición. Pide rezo y plegaria. Pide meditación y examen de conciencia. Hay muchas noches en la Semana Santa. La noche que apaga el vigor de la palmera de Jerusalén. La noche oscura de los Olivos del Huerto de Getsemaní. La noche hecha quejío gitano. La noche que nos conduce hasta el Castillo, o la noche de la muerte en la que sólo hay Soledad. De entre todas las noches, está la noche de las noches, que en noche no quiso quedarse y llegó a convertirse en Madrugá. La Madrugá nos lleva hasta San Francisco. Un haz de luz manado de los cirios que acompañarán al Nazareno se izará hasta el cielo desde el patio del Convento de los Padres Franciscanos. Es Semana Santa en estado puro. Compendio de Cofradía y ejemplo de Estación de Penitencia, la que acompaña a Jesús camino del Calvario con la Cruz a cuestas. Cada persona en su sitio. Cada Insignia en su lugar. Cada mirada, dónde hay que mirar. ¿A dónde mira Jesús Nazareno? ¿Mira la cancela entreabierta? ¿Mira su sombra en la pared encalada? ¿Mira los lirios de su canastilla? ¿Mira las huellas que dejan sus pisadas? ¿A quién busca el Señor con su mirada? ¿Buscará al devoto que le acompaña? ¿Buscará el susurro de una voz entrecortada? ¿Buscará al monaguillo que le antecede? ¿Buscará al penitente con cruz pesada? ¿Será al niño que lo ve por vez primera? ¿Será al hombre que sujeta su medalla? ¿Será al anciano de albina cabellera? ¿Será a la mujer que sigue su zancada? ¿Qué irá mirando Jesús Nazareno en las tinieblas de una nueva Madrugada? ¿Mirará el cirial cuando se eleva? ¿Mirará el vuelo de su túnica morada? ¿Mirará la luz que quema la vela? ¿Mirará el paño con su cara reflejada? ¿Qué es lo que va mirando Jesús con su cruz al hombro clavada? Te va mirando a ti, lebrijano que estás aguardando su llegada. a ti, que lo llevas esperando con el deseo de aliviar su carga queriendo convertirte en Cirineo, agarrar su cruz y llevarla para quitarle así el sufrimiento al Señor de la Dulce Mirada. Te va buscando a ti, lebrijana a ti, que le vas rezando desde que sale hasta su entrada cuando ya le saludan los pájaros trinando sobre su Plaza. A ti, lebrijano, es a quién busca que le das sentido a su Palabra para que siga vigente su mensaje de Amor, de Fe y de Esperanza. Y a ti te ha encontrado, paisano dispuesto y con el alma entregada con el rostro y el gesto serenos con la alegría desbordada porque Jesús el Nazareno te buscó con su mirada. Si son ustedes impacientes. Si no soportan la espera eterna de la llegada de los Días grandes, no lo piensen. Vayan el Viernes de Dolores al Convento de San Francisco. Entonces se darán cuenta de que la Semana Santa comienza cuarenta y ocho horas antes de lo que marca el calendario. Reunidos ante ti, Virgen de los Dolores, en el día al que diste nombre, tus hijos serán testigos de tu Fuerza y tu Grandeza. Tomarán tu escapulario y con la voz temblorosa dirigirán hacia ti sus miradas y entonarán tu himno con la mente puesta en la cercana Madrugá. Al cabo de una semana, llegará la noche mágica. Los sones de una marcha fúnebre acompañarán los primeros pasos del altar más bello de cuantos andan en la Semana Santa de Lebrija. Apoteosis del bordado, majestuosidad de la plata, un sinfín de detalles repartidos por el paso que parecen que han sido colocado al arbitrio divino, como esas bolitas de arte que manda Dios de las que hablaba Rafael de Paula. En la noche, ese trono se convierte en faro luminoso de llamas incandescentes que iluminan una joya en bellísimo joyero entronizada. Así viene a vernos la Virgen, caminando hacia nosotros reflejando en su rostro los dolores provocados por los siete puñales que penetran en el abigarrado corazón de su pecho. Camina la Virgen Angustiada vestida con manto azul bordado mientras lleva el llanto quebrado que llena de angustia su mirada. Tras los pasos del hijo amado viene María desolada triste, rota y desconsolada y con el corazón atravesado. Camina la Virgen llorosa sentenciada por una condena que de horror su alma llena y entristece su cara hermosa. Su rostro que es de azucena se marchita como una rosa dejando a María Dolorosa rota de dolor y de pena. Camina la Virgen vacilante por la calle de la Amargura sin que se rompa la hermosura que ilumina su semblante. Sentirá por un instante que todo se queda a oscuras imponiendo su dulzura a cualquier pena que le espante. Que angustiada, llorosa y vacilante camina en el silencio de la noche al compás de sus bambalinas que acunándola la mecen, la van durmiendo y la miman. Pinta la madrugada de colores esa Virgen Bendita criada en jardín de flores con la que Lebrija palpita y a la que rinde honores proclamándose Servita de la Virgen de los Dolores. • La Luz. El Sol se presentará puntual a su cita en la Mañana del Viernes Santo. La noche habrá dejado paso al día al tiempo que se van despertando las calles con el sonido de las verjas que se abren para dar cobijo en su seno al avituallamiento del Cofrade. En muchas de esas mañanas, cuando subo la corredera con la intención de despojarme de la intimidad de la Madrugada para vestirme con los brillos del Viernes Santo, observo cómo dos nazarenos cruzan sus caminos con distinto semblante. Nada más verse, se reconocen mutuamente, son vecinos puerta con puerta. Uno estrena blancura inmaculada de túnica tableada, con el color del cielo a sus espaldas y en el antifaz que cubre su cabeza. El otro, habrá visto cómo el negro de su hábito se ha manchado con la cera quemada en la Penitencia. Se saludan sin más gesto que el realizado con sus ojos y en el que se desean suerte por un lado, en tanto que se da la enhorabuena por el otro. Pasadas las horas, cuando una cruz de guía que fue enseñada a portar de padres a hijos abra el paso de quienes toman como suyo el mensaje de tomar su cruz y seguir a Jesús, volverán a encontrarse los vecinos. Uno ya va vestido de calle y ahora sí sonreirá visiblemente cuando ve que se le acerca aquél nazareno que le saludó con la mirada camino de su Capilla y que ahora le estrecha la mano fuertemente dejando en ella las Imágenes de su devoción. En ellas va el compromiso de volver a encontrarse, cada uno con su hábito nazareno, cuando llegue el próximo Viernes Santo. Entretanto, la mañana habrá ido reuniendo a una multitud que terminará dirigiendo sus pasos hacia las mismas entrañas del Barrionuevo, allí donde residen las devociones antiguas, los sentimientos centenarios y el Amor inquebrantable por el portentoso Cristo de la Vera+Cruz y por la belleza suprema de la Madre de Consolación. La luz de la mañana es un oasis de sol entre la oscuridad de la madrugada y la tenebrosa tarde luctuosa donde se entierra a Cristo. Es la sensación y el ánimo de un pueblo que presiente que el final está cerca y que no quiere que llegue nunca. Es la plenitud de los colores, de los olores y de los sonidos. Es la despedida de una forma de vivir la Pasión para comenzar a vivir el duelo de la Muerte. El Sol quiere quedarse a tu lado bañando tu esbelta silueta quiere ver tu rostro iluminado mientras la muerte de ti se apodera. El Sol quiere ser tu compañero alumbrando con luz certera tu cuerpo clavado en el madero después de una muerte serena. El Sol no quiere marcharse quiere quedarse a tu vera iluminando tu canastilla para que brille más la madera. El Sol no quiere apagarse que no lo tape una nube siquiera a tus pies quiere agarrarse igual que la rosa que los besa. El Sol quiere estar contigo en el momento supremo que llegará en el instante en que vuelvas al Barrionuevo. El Sol quiere ser costalero de tu cuadrilla de hombres capaces que recibieron la herencia del Maestro de los Capataces. El Sol quiere ser discípulo tomar su cruz y seguirte porque así lo dejaste escrito justo antes de morirte. El Sol puede estar tranquilo porque siempre estará presente en la mañana del Viernes Santo cuando el final ya se presiente. El Sol no faltará a su cita estará bañando los tejados y los balcones de las casas hará que brillen los azulejos y cieguen las paredes encaladas para que se pueda ver a Jesús sin que la sombra oculte nada. El Sol brillará más que nunca pintando de azul el cielo inundando por completo de luz cada esquina del Barrionuevo al marcharse el Cristo de la Vera+Cruz con el Sol de compañero. Pero el Sol no se ha ido sigue arriba en el cielo entrando por la malla del palio para que sea más blanco el terciopelo para que brille más la plata y brillen más los candeleros que le den luz a la luz que ilumina el barrio entero. El Sol por entre los varales quiere tocar tus mejillas como si fuera un rostrillo hecho con blanca mantilla. El Sol busca los destellos que derraman las bambalinas esas que te bordaron devotas manos divinas. Y quiere competir contigo porque está celoso de tu brillo de la luz que vas derramando cuando recorres el Mantillo y sus casas vas blanqueando. Cuando vas dejando luceros llenos de rezos y oración y de andares costaleros que forman una loca devoción de un Barrio entregado que por ti siente pasión porque no hay Sol que brille como brillas Tú, Consolación. • La Muerte. Es verdad, Cristo ha muerto. Casi sin darnos cuenta, el tiempo, que es fugaz y que siempre viene a visitarnos sin quedarse a dormir, habrá cumplido con su encomienda y habrá convertido al hombre recibido con aclamación el Domingo de Ramos en un cadáver que cuelga de la cruz. Pero fue Buena su Muerte. Fue buena por entregada, por dispuesta, por prevista, por redentora. Acordaos del Huerto de los Olivos. Esta era la muerte que quería Jesús. Una muerte visible, que aturdiera a los que la presenciaron y retumbara en el corazón de los que supieran de ella en el futuro. La muerte de Jesús es la Buena Muerte de Dios. La Buena Muerte del Maestro que enseñó el mensaje del Amor a todos los que decidieron, deciden y decidirán seguirle. Por eso, la Imagen de la Buena Muerte es dulce, es pacífica, es complaciente, es cercana, es amable, es consoladora, es enternecedora… En la perfección de tu hechura en la finura de tus líneas en tu rostro que es dulzura en tus llagas ya secadas en la magia de tu figura en tus manos clavadas en tu silueta a oscuras. En tu monte de clavel rojo en tu cera color tiniebla en la oración de tus devotos en tu paso y su madera, es tu muerte tan serena es tan gentil y generosa que tuvo que valer la pena. No pudo ser el fin de tu obra algo más nos espera porque detrás de tu muerte hay una vida que sí es eterna se sabe sólo con verte con estar contigo cerca hay algo que va más allá que traspasa a tu cuerpo inerte la vida que Tú nos das Cristo de la Buena Muerte. • La Oscuridad. La costumbre se hace ley. Así se asevera popularmente lo que en Derecho es principio y es que la costumbre es fuente del mismo. Así es, y así se establece desde antiguo, debiendo permanecer inmutables aquellos usos cuyo origen se pierde en la memoria de los tiempos. En Nuestra Semana Santa, varios eran estos ritos que hoy, por un motivo u otro, han dejado de celebrarse. De oídas únicamente tengo conocimiento de aquellos sermones de la Hermandad Servita pregonados desde el balcón del Casino y que no eran sino el último reducto de los varios que se pronunciaban en Lebrija a lo largo de la Semana Mayor. No llegué nunca a ver cómo se rasgaba el velo en la Parroquia, ni tampoco cómo era descendido de la cruz el Santísimo Cristo de las Cinco Llagas de la Hermandad del Santo Sepulcro. Por no saber, no sé siquiera los motivos que llevaron a que desaparecieran aquellos ritos que los mayores rememoran con tanta nostalgia. Pero siempre suele ocurrir que los usos dejan de serlo, precisamente, por la falta de uso. Por la falta de asistencia y de participación del Pueblo que los implantó. Por fortuna, no todos se han perdido. Difícil es que desaparezca una tradición que nos acompaña no sólo en Semana Santa, sino a lo largo de todo el año. Son los ritos funerarios los que con más fuerza y más identidad permanecen en la cultura popular. Es tanta la identificación que se hace con el entierro de Cristo por parte del pueblo, que se aplica hasta en su horario porque, ¿a qué hora sale el Santo Sepulcro? Aunque la razón sea la de la indeterminación del final de los Oficios del Viernes Santo, la identificación es total con la costumbre del pueblo y de cualquiera de sus entierros. El Santo Sepulcro sale de siete a siete y media. Para cada lebrijano, el acto en sí de la Velación es un acto familiar, de duelo, de despedida de los seres queridos. El pueblo no puede quedar ajeno al dolor si quien ha Muerto es el Hijo de Dios. Cuando las campanas de la torre tañen a muerto, una especie de brisa silenciosa recorre las calles. Todo se habrá consumado. Se encogerá nuestro corazón, que hasta ahora vivía encendido, cuando se encuentre de bruces con la mirada del hombre que pasa justo a su lado, a su altura, dándose cuenta en ese instante de lo que acaba de ocurrir. Cristo ha muerto y lo ha hecho por nosotros. Con su hijo muerto, se queda sola la Madre. Se queda sola María al pie de la cruz, compungida por el llanto, por la pena, por la desolación de quien pierde a lo más amado, a lo más querido. No hay nada peor en esta vida que perder a un hijo. Y no hay dolor más grande que el que siente una madre en ese trance. El silencio, la oscuridad, el sonido del muñidor anunciando el camino de vuelta a su casa, tras haberla acompañado en el último adiós a su hijo, son las condolencias y las muestras de afecto en el dolor que le manifiesta el pueblo a la Virgen que llora su pena en Soledad. Pero no está sola la Soledad. Siempre tuvo alguien a su lado en el momento más amargo. Nunca su familia la dejó sola al pie de la cruz. Porque es la Soledad una Virgen con apellidos, los apellidos de una familia que se consagró a sus plantas y que siempre se preocupó de que la devoción por la Virgen de la Soledad permaneciera viva hasta llegar a nuestros días. Hoy la Soledad no es solo desconsuelo. No es solo melancolía, tristeza y abatimiento por otra Semana Santa que se va. No es solo la despedida y la puesta en marcha del reloj de la cuenta atrás para el año próximo. La Soledad es broche de oro. Es luz en la oscura y triste noche luctuosa del Viernes Santo. Es estampa inigualable. Es conjunción de sonidos y silencios. Es espera gozosa de la Resurrección inminente. Sola va la Soledad vagando por las calles sin ver en la oscuridad sin apreciar los detalles. Sola va la Soledad de negro luto vestida esperando la piedad que alivie su despedida. Sola va la Soledad sin que nadie la despierte desnudando la verdad de la pena y de la muerte. Sola va la Soledad entregada a su agonía regalando su bondad que su pueblo le traía. Y al irte, Soledad, sola se queda Lebrija solas las calles con la cera sola se queda la Plaza sola también la corredera solo el aire que se respira sin que quede el incienso siquiera sola se queda la gente que se agolpaba a tu vera sola porque sin verte, Soledad la soledad sí es verdadera. • El Gozo. Lebrija se ha quedado en el más absoluto de los silencios. Tras el estallido de luces, colores, olores y sonidos vividos durante la celebración de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, el vacío se hace dueño del ambiente porque todo se ha consumado. Todo parece haber terminado y lo único que queda es la cruz con las escaleras y el sudario, desnuda ya del cuerpo de Cristo. Es entonces, cuando la desesperación llega a apoderarse del cuerpo del creyente por unas horas, cuando llega el momento gozoso en que conmemoramos la Vigilia Pascual de la Resurrección. Es cierto, Resucitó. Y por eso todo tiene sentido. Porque volvió de entre los Muertos. Porque están vivos Él y su Palabra. Porque sin la Resurrección del Señor, no tenemos nada. Algún día, esperemos que no sea muy lejano. Lebrija añadirá a su costumbre de subir al Castillo en la mañana del Domingo de Pascua, la de presenciar por las calles el paso de Jesús Resucitado. Y digo el Paso, porque la Imagen del Señor en su Resurrección ya se pasea por nuestro pueblo cada Semana Santa. Tenía que escoger un lugar para hacerlo y no lo dudó un momento. Se refugió en su Madre, la que lleva su nombre en el suyo y le pidió que le paseara por Lebrija. Pero sin llamar la atención, de modo sigiloso, sin hacer ruido. Y así encontré compañero de viaje en la tarde del Martes Santo. Los dos, cara a cara, nos vamos contando una y mil veces lo maravillosa que es nuestra Madre, a la que vamos paseando bajo palio. Porque a mí me embaucaste para siempre, Señora. Fue una tarde de primavera cuando nos presentaron con el sigilo con el que se cuentan los secretos más íntimos. Me llevó ante ti uno de esos costaleros tuyos que siempre te siguen llevando aunque ya no se pongan el costal. Porque ser tu costalero, Madre, es una cuestión que imprime carácter, que no se borra ni del corazón, ni de la memoria del que lo vive. Tú y yo vimos pasar juntos los días esperando que cada año llegara el momento de encontrarnos. Al principio siempre me dabas la espalda, como dejándote querer. Y yo intentaba acercarme para poder decirte cosas al oído. Parecía que no me oías, pero yo seguía a tu lado. Así pasaban los años, sin que yo desesperara. Poco a poco, me fuiste dando confianza. Al principio eran conversaciones cortas, en las que casi no atinaba a decirte nada, en las que me embobaba contigo y casi no me salían las palabras. Pero me quedaban tantas cosas que contarte, que hasta el tiempo me faltaba. Entonces te diste cuenta. Te habías tomado tu tiempo, pero tu decisión estaba ya más que pensada. Era ya la hora de que nos contáramos las cosas cara a cara. Era yo el elegido que dirigiera tus pisadas, el lazarillo que te guía en tu camino que llena de aromas el Martes Santo y que toca el martillo que es el aldabón de las puertas del Cielo cuando se abren de par en par para la Gloria. Y así será hasta que tú quieras, Madre, porque tuya siempre es la última palabra, pero ten por seguro que este lazarillo, que es pregonero por un día, dirá siempre con orgullo que el esfuerzo mereció la pena, por poder llegar a sentirse el capataz de la Santa María de Jesús. Y de ti vengo a hablar hoy, Madre. Vengo a decir lo que otros no dijeron. O no supieron decir. Lo que otros no vieron, o no supieron ver. Sería porque no se pararon delante tuya. O porque no tuvieron la fuerza suficiente para poder aguantarte la mirada. Porque no es fácil, Madre. Porque estás hecha para paladares exquisitos, para los que son capaces de enamorarse de la verdadera belleza. Porque, para hablar de ti, hay que estar enamorado. Enamorado de veras de la belleza de tu rostro de tu cara de Reina del poder de tus ojos del color de la arena de la hermosura de tus labios que suspiran y no cierran de las lágrimas que recorren tus hermosas mejillas morenas de la blancura de tus manos de tu silueta perfecta del pico de tu rostrillo que enmarca tu piel canela de las pestañas que abanican la luz que te da la cera del farol que te alumbra de la peana que te eleva del manto que te cubre del candelero y su candela de la rosa de tu mano de tu rosario y sus cuentas de tu saya bordada de tu toca marinera de tu pecherín sembrado de mariquillas y perlas de la cruz de tu corona de su ráfaga y sus estrellas de los respiraderos que dibujan letanías en sus cartelas de la crestería que los cubre de las borlas de tus maniguetas de la paloma de tu palio que más que volar navega como navegan tus bambalinas al bajar la corredera. Enamorado de ti, Señora porque tu mirada embelesa porque eres ternura de madre porque eres alivio en la tristeza porque eres alegría desbordante aunque vayas llorando tu pena. porque llenas de esperanza a todo aquel que te quiera y que se acerque a rezarte en una tarde cualquiera cuando no hay en tu casa quien molestarte pudiera. Enamorado de ti, Madre mía por tu gracia de princesa cuando estás en tu camarín vigilando tu fortaleza o cuando estás en Besamanos y a tus Hijos te acercas o cuando estás en el Quinario y vas vestida de hebrea o cuando vas bajo palio con tus ropajes de Reina y llegas al encuentro de una familia que te espera con lágrimas en los ojos con su devoción por bandera que así te lo demuestran tu costalero en la trabajadera los niños con sus medallas la nazarena que me presenta las mujeres acompañando a Las niñas con su vela y los hombres entregados que no se apartan de tu vera. Como te lo demuestra cada año mi Madre aquí en la tierra que aunque mira al Castillo más que nadie te venera. Junto a ellos viene a verte luciendo rubia cabellera la que es amor entregado y perfecta compañera. O cuando pasas por tu otra casa en la que un tiempo vivieras y donde guardaban las ropas que con elegancia siempre llevas. Enamorado de ti, Virgen Guapa como enamorado estuviera aquel al que llamaban el tonto como ojalá más tontos hubiera que alimentaran al hambriento y al sediento agua le dieran. Enamorado de ti, Bienhechora por las gracias que concedieras porque hay niñas que no nacían y ahora visten túnica nazarena por aquel niño que a la muerte supo esquivarle y darle vuelta y que tocó tu martillo lleno de besos y promesas como las que te piden los ángeles que te llevan sobre su cabeza en la que van pensando oraciones que pedirte en penitencia. Enamorado de ti, Redentora y más quererte quisiera por tu cara y por tu color porque la vida sin ti es condena porque en los malos momentos siempre siento tu presencia que me llena de ilusión me reconforta y me consuela porque todo lo llenas de luz sin que hagan falta velas porque aunque tu cielo es azul siempre brillan las estrellas porque ninguna es como tú eres Reina entre las Reinas Santa María de Jesús Mi Morena de la Corredera • Vivir la Semana Santa de Lebrija. Esta es mi historia. Una historia que es tan mía como vuestra, que se refleja cada año en acciones repetidas que llegan a convertirse en pequeñas tradiciones domésticas, en actos que, sin saber cómo, pasan a ser de inexcusable cumplimiento y de obligatoria realización. Todo lo que ocurre a nuestro alrededor nos viene anunciando lo que está por llegar. Vivimos desde nuestros corazones una eterna espera, ansias de lo que termina llegando. La ilusión de volver a vivir lo ya vivido, lo que siempre es repetido y siempre es nuevo. Porque siempre son nuevas las bolsas por las que asoma la punta de un cono de cartón que será el que acapare los pensamientos del Nazareno anónimo. El blanqueo de una fachada cuando los primeros brotes de la primavera se notan en el ambiente de la calle, en las copas de los árboles, en los olores de las flores,… El olor a ajonjolí, canela y matalahúga que son como la preparación, como la cuaresma de esos rosquetes que se convertirán en el símbolo dulce de Nuestra Semana Mayor. Los primeros tramos de nazarenos que, antes de que salga ningún paso a la calle, forman en los cuartos de nuestras casas pendiendo de sus perchas, con un orden que ningún diputado de tramo lograría igualar. Los pasos, que van creciendo en nuestros Templos como las flores que germinan en este tiempo y que son cuidados y mimados por las sabias manos jardineras de los priostes. Las colas de espera para retirar el trozo de papel que vale lo que valen los sentimientos, pues es nuestro salvoconducto para gozar del privilegio de realizar una nueva estación de Penitencia. Serán estas cosas, y muchas más, tantas como cada uno de nosotros tenga en su interior, las que nos vayan llevando, casi sin darnos cuenta, al tiempo deseado, a la culminación de nuestra espera. Poco a poco se habrán ido descolgando todas las hojas del almanaque de nuestras pequeñas tradiciones y nos encontraremos ante el momento que con tanto anhelo aguardamos. De repente, veremos cómo están abiertas de par en par las puertas de cristal de esos artesanos valencianos que nos endulzan la vida en forma de helado y que nos dice que el tiempo de espera ha terminado. Amanecerá una mañana, envuelta entre palmas y ramos, con el clamor de los vítores que anuncian la llegada del Mesías y el comienzo de los siete días más intensos que se viven en Nuestra Tierra. Será una mañana de estrenos, de zapatos limpios, de buscar la calle y salir al encuentro de la luz que nos viene a saludar. De pronto, veremos nuestras manos pobladas con una rama de olivo que habrá de secarse en el cabecero de la cama y que nos acompaña mientras nuestros pasos nos guían al encuentro de los divinos pies del Cristo de la Vera+Cruz y de las primorosas manos de Nuestra Señora de la Soledad. Es en ese domingo luminoso cuando Lebrija entera palpita al ver a Jesús entrar Triunfante llevando el izquierdo por delante montado en su Borriquita. Y cuando cae la noche Lebrija se hace más bella porque la ilumina una Estrella que de belleza es derroche. Mi pueblo entero reza si bajo un olivo viene quién presiente la Pasión y acompaña la Oración con la sangre de sus sienes. Lebrija se estremece y corriendo se acerca a verte con el corazón quebrado porque ve en la cruz clavado al que dio por Buena su Muerte Y con la madre suspira que con brillos de lucero se para frente a su casa y su puerta la traspasa al compás de campanilleros. Lebrija rejuvenece y se convierte en zagal cuando el Señor de la Humildad de costero a costero se mece. Mi tierra se viste de verde esperanza caminando hacia la Gloria mientras la Virgen de la Victoria sobre los pies avanza. Toca las palmas Lebrija entera hasta que le sangran las manos cantando al Cristo de los Gitanos al subir la Corredera. Llena las calles un aroma de romero que va regalando con amor la Virgen más humana que es la Virgen más gitana y que se llama Mayor Dolor. El día del Amor fraterno las calles se llenan de mantillas que adoran a Jesús Sacramentado mientras Cristo maniatado llora subiendo hasta su Ermita. Va visitando Sagrarios recorriendo sus dominios la que es Reina y Soberana Patrona y Guardiana y Vive en el Castillo. En el silencio de la noche el corazón siente un pellizco corta el aire una sentencia mientras Lebrija pide clemencia para el Nazareno de San Francisco Alumbrando la Madrugada entre el incienso y sus olores atravesada por siete puñales va caminando entre varales la Virgen de los Dolores. Lebrija se hace barrio y se llena por completo de luz cuando llega el Viernes Santo no puede contener el llanto por el Cristo de la Vera+Cruz. Por ello pide consuelo que alivie su corazón a una rosa temprana que Viene alegrando la mañana y es La Virgen de Consolación. Lebrija está de duelo en el momento de la muerte de luto viste sus galas a muerto tocan las campanas se llevan a Cristo yacente. Es Lebrija doliente es Luz en la oscuridad es cruz con sudario clavada en el Calvario acompañando a la Soledad. Así lo siente esta tierra que pierde hasta la calma porque se le escapa el alma que en sus entrañas encierra. Y nos invita a compartirlo Que salgamos a la calle coger la primavera por el talle tomar el aire y seducirlo. Vamos juntos lebrijanos que ha llegado el momento en que florecen los sentimientos de lo divino y de lo humano Vamos juntos paisanos que lo que estamos esperando a nuestra puerta está llamando con la palma de las manos Vamos todos juntos, vamos que la Gloria está ahí afuera una semana nos espera y será Domingo de Ramos. He Dicho Antonio Joaquín Bellido Ramos Domingo de Pasión, 10 de abril de 2011 Teatro Juan Bernabé