6 8QDxRGHVSXpVODYLVLyQ(XURSHD 3XEOLFDGRHQ$%&HOGHVHSWLHPEUHGH JAVIER SOLANA, Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior y de Seguridad Común Un año después de la muerte de tantas personas inocentes limitarse a lamentar los acontecimientos ocurridos o recordar a las víctimas ya no es suficiente. Desde Europa debemos reflexionar sobre los cambios en el mundo, la respuesta que colectivamente los europeos dimos a los trágicos sucesos en Estados Unidos y cómo nos planteamos nuestras prioridades actuales. El mundo entero, que ese día se convirtió en espectador horrorizado y despertó de manera brutal a los peligros de una amenaza que combina el fanatismo con un inmenso poder destructivo, ha cambiado: no hay lugar a dudas. Todos los días cambia. Pero, doce meses son suficientes para analizar el impacto en la distancia no para que emerja una nueva perspectiva histórica. Tenemos la impresión de que se ha producido una transformación mucho mayor, porque lo que sí ha cambiado es la percepción que EE.UU. tiene del mundo. La seguridad que los océanos y el poder militar daban a millones de americanos ha sido sustituida por un desconocido sentimiento de vulnerabilidad y fragilidad. A los europeos lo que más nos impresionó fue la escala a la que se manifestó el «mega-terror» y la profundidad del entramado en que se apoyaban los terroristas. No tanto el hecho de que víctimas inocentes se encontraran con la muerte sin previo aviso. Más que una transformación o un cambio de rumbo lo que sí hemos vivido es una aceleración de la historia. Episodios recientes hubiesen tardado en producirse mucho más, sin el estallido de los aviones en las Torres Gemelas o sin que el Pentágono hubiese volado por los aires. Un ejemplo de ello es la fuerza con que ha emergido la coalición internacional contra el terrorismo superando definitivamente las líneas divisorias entre el Este y el Oeste. De ello se ha beneficiado directamente España. Tampoco habríamos sido testigos de episodios como el desmantelamiento sin el menor revuelo de tratados, como el ABM, intocable piedra angular durante décadas de la estabilidad en el mundo. Ello fue posible gracias a la nueva relación entre EE.UU. y Rusia tras el 11-S. El 11-S no fue sólo un ataque a los valores americanos, lo fue también a los europeos. Todos defendemos la libertad individual, la democracia y la tolerancia. Las expresiones emotivas, políticas y prácticas, de solidaridad desde este lado del Atlántico demostraron que los europeos así lo entendieron. Pero paradójicamente, las relaciones entre Europa y Estados Unidos, las más sólidamente fundamentadas, han sufrido este año más dificultades de las que cabría esperar entre aliados. En ambos lados del océano existe el consenso de que, tras la desaparición de la amenaza soviética, el peligro más importante para la seguridad de Occidente y sus valores viene dado en forma de fanatismo y de armas de destrucción masiva. Esta urgencia, no obstante, se siente más profundamente en Estados Unidos, tras el 11-S y el extraño episodio del ántrax. En Europa, el análisis de la situación es básicamente similar, pero las fricciones transatlánticas han surgido cuando nos hemos puesto a trabajar en las respuestas a estas amenazas. Los europeos apoyaron y participaron en los ataques militares en Afganistán, pero siempre tuvieron en cuenta tres importantes lecciones sacadas de nuestra propia historia: la lucha contra el terrorismo no puede tener como centro de gravedad la respuesta militar, ya que el terrorismo no se combate sólo con la fuerza militar. La segunda, que incluso el país más fuerte del mundo necesita socios y aliados, no simplemente seguidores. Y la tercera, que al responder a las amenazas hay que ser sumamente cuidadosos en no dañar los mismos valores que se tratan de defender. Estos tres claros mensajes se han trasladado a los americanos de manera sincera, pero quizás a veces no con suficiente sensibilidad. De ahí que ellos a veces adviertan de que en Europa nos entretenemos demasiado con las palabras y poco con las acciones. ¿Cuáles deberían ser las prioridades en Europa un año después del 11-S? Debemos trabajar seria y rigurosamente en al menos tres ámbitos: Mejorar la vigilancia y la alerta ante la amenaza terrorista. Abordar los problemas de seguridad de manera global. Ampliar y legitimar nuestros esfuerzos a través de una profundísima cooperación internacional, hay que trabajar juntos, entretejer el mundo. Europa no puede descartar que algún día no será objeto de futuros ataques terroristas. Hay evidencias de que células de Al Qaida han intentado atacar en Europa. Pueden volver a hacerlo. La Unión Europea reaccionó al 11-S con una velocidad inusitada. La cooperación política, policial, judicial y de inteligencia se incrementaron hasta niveles inesperados, tanto entre los Quince como con los países terceros. Pero ello no es suficiente. La naturaleza del nuevo terrorismo ha sembrado confusión en las normas básicas del orden internacional. Nos enfrentamos a un nuevo enemigo, impredecible, multifacético, que opera a niveles que traspasan los Estados y que tiene una masiva capacidad destructora. Las viejas normas de predicción y disuasión no funcionan. Debemos pensar en una nueva doctrina de seguridad que combine estrategias de prevención, protección y represión. Europa, con su cultura de seguridad basada en la prevención de conflictos, su apego a los métodos del multilateralismo y su sensibilidad por las raíces socioeconómicas de la violencia, tiene una importante contribución que hacer. Las fronteras entre la seguridad interior y exterior, entre lo policial y lo militar, entre la prevención de crisis y la gestión de crisis, entre el combate a los crímenes financieros y no financieros, entre detectar terroristas y gestionar Estados «fallidos» se han difuminado. Precisamente, estos «Estados fallidos» y crisis regionales son fuentes naturales de criminales internacionales y de actividades terroristas. Un remedio a todo este grave entramado sólo puede venir con una postura global. La UE está perfectamente situada para contribuir a darla. Como parte de esta respuesta global, la UE debe dar prueba de que cumple con sus palabras. No podemos fallar en nuestros compromisos de dotarnos de capacidades militares necesarias para la gestión de crisis. Europa no puede ni quiere competir militarmente con Estados Unidos. Europa no es una potencia militar, es una potencia civil con medios militares. Por ello, lo que sí debe ser capaz de hacer es fijarse objetivos políticos y ser capaz de cumplirlos. Habrá que tomar algunas difíciles decisiones si queremos seguir viviendo de acuerdo con nuestras ambiciones de seguridad. No hacer nada, evitar hacer frente a la realidad supondría una disminución de nuestra capacidad de acción y haría mucho más difícil la cooperación con Estados Unidos. Pero, por encima de todo, debemos asegurar que las respuestas de seguridad no sólo sean globales y multifacéticas, sino que gocen del máximo apoyo de todos. Las esencias del multilateralismo, que Europa conoce tan bien, son básicas para entender este punto. Sólo de esta manera conseguiremos que los valores rechazados por los terroristas -el respeto a la ley, la libertad, la democracia- no sean las primeras víctimas de nuestra lucha para vencer al terrorismo. Defender y compartir nuestros valores, la paz y prosperidad no serán posibles en un mundo de anarquía y caos, en un mundo donde hay que «pelear con uñas y dientes». La lucha para defender un orden mundial será más legítima y eficaz si se basa en una cooperación internacional y en el respeto de las normas globales y de las instituciones.