Los Productos de La InvestIgacIón en La unIversIdad Pensados

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http://elobservador.univalle.edu.co
Cali, junio de 2011
No. 18
EDITOR:
Comité de Investigaciones
de la Facultad de Ciencias
Sociales y Económicas de
la Universidad del Valle.
Esta es una publicación del
Centro de Investigaciones
y Documentación
Socioeconómica CIDSE
de la Facultad de Ciencias
Sociales y Económicas de
la Universidad del Valle
www.univalle.edu.co http://
socioeconomia.univalle.edu.co
Participa en este número:
Jorge Mario Uribe Gil
ISSN: 2011 - 3420
Los Productos de la Investigación en la
Universidad Pensados como un Bien Público
Por. Jorge Mario Uribe Gil1
Una lectura cuidadosa del proyecto de reforma a la Ley 30 por parte de
la administración Santos pone de manifiesto varios defectos presentes en
el articulado (abundantes referencias existen al respecto, entre ellas este
blog: http://haciadondevalauniversidad.blogspot.com/). En este artículo
me concentraré en uno solo, el cual, desde mi punto de vista envuelve a
los demás en gran medida y, por ende, es responsable del desalineamiento
de intereses que ha producido la propuesta de reforma entre los distintos
actores sociales afectados por la ley (que por supuesto, tratándose de una
reforma a la educación, son todos los colombianos, aunque se tienda a
pensar tan sólo en unos cuantos, como estudiantes y profesores, sobre
todo de universidades públicas). Se trata de la falta de comprensión de
los fenómenos económicos por parte de la Administración, al no lograr
identificar los productos de la investigación, llevados a cabo en las instituciones públicas de educación superior, como un bien público.
Explico el punto. Por supuesto aquí no me refiero al mal entendido y
desgastado eslogan de la educación como un derecho de todos. La educación pensada como un derecho del que todos pueden disfrutar, se trata
de una ideal progresista y loable, y por ende hace parte habitual de ciertos
discursos estereotipados de izquierda. Si bien, como ideal es loable, no
deja de ser utópico, tal vez válido como un derrotero abstracto que inspire nuestra “real politics”, pero nunca tomado literalmente, porque en la
práctica es sencillamente irrealizable (y difícilmente eficiente). Hoy día
ningún país desarrollado en el mundo cuenta con los recursos necesarios
para su implementación, ni qué decir de un país como Colombia. Tomarlo
al pie de la letra es un suicidio intelectual que no puede derivar sino en la
pérdida del rumbo del debate político. Cuando hablo de un bien público,
lo hago en el sentido que los economistas le damos al término, y me concentro en el papel jugado por la investigación, como ingrediente esencial
de la educación superior.
1
Agradezco valiosos comentarios de Jaime Escobar sobre una versión preliminar de este artículo. Por
supuesto cualquier error o inexactitud persistente es mi entera responsabilidad.
1
Una de las características… “que define a los
bienes que son “públicos” o “colectivos” en su
naturaleza,…, es la de no-exclusión; una vez son
producidos (sea por el gobierno o por alguna entidad privada), estos bienes proveen beneficios a la
totalidad de un grupo, e incluso a todo el mundo.
Es técnicamente imposible restringir estos beneficios al grupo de individuos que pagó por ellos, ya
que los beneficios que producen están disponibles
para todos” (Nicholson, 2001, p-662)2.
Existen varios ejemplos de libro de texto para
ilustrar los bienes públicos puros o los recursos
de uso común, que técnicamente no son lo mismo, pero que no será necesario diferenciar para
los fines de este artículo. Están por ejemplo los
servicios de seguridad prestados por el ejército, o
las amenidades y el esparcimiento derivados del
uso de parques naturales. La idea general sobre
la forma que operan la producción y distribución
de estos bienes es la siguiente: una vez “alguien”
construye el parque o financia el ejército, no es
posible privar a un determinado grupo de su uso3.
Todos podrán ir al parque y todos serán defendidos
por el ejército, en caso de guerra. Por supuesto,
unos se podrán beneficiar más que otros del bien
público, por ejemplo, las regiones más afectadas
por un conflicto harán más uso de los gastos en
defensa nacional, de la misma forma en la que
quienes viven más cerca del parque lo podrán usar
con mayor frecuencia y menores restricciones.
Pero la idea general es que los bienes públicos
pueden ser usados por todos, una vez son proveídos; o al menos, no existe una técnica válida para
discriminar a sus usuarios4, de forma tal que todos
sacarán el provecho que puedan de ellos.
Los bienes públicos, junto con las “externalidades” y los monopolios, son los ejemplos más
típicos, aunque no los únicos, de lo que se conoce
como “fallos del mercado”, en economía. Un fallo
de mercado es una situación en la cual, como su
nombre lo indica, el mercado falla a la hora de organizar eficientemente los procesos de producción
y las decisiones de consumo. Pongamos el caso
del bien público, específicamente de los servicios
derivados del uso del parque. En principio, todos
queremos tener un parque cercano, a todos nos
gusta disfrutar de una caminata al aire libre, nos
gusta hacer deporte, o al menos, si nuestro espíritu
es más bien sedentario, nos gusta ir a comer frutas
en una banca del parque el domingo. Concédaseme entonces, así sea para fines pedagógicos, que
un parque es algo que todos preferiríamos tener a
no tener (o bien piénsese en el caso más extremo
del ejército). Si alguien pasara por nuestras casas
preguntado: ¿quiere usted un parque?, probablemente la mayoría de nosotros diría que sí e incluso
contestaría afirmativamente ante la pregunta: ¿estaría dispuesto a pagar algo por él? … No obstante,
casi con toda probabilidad, haríamos todo lo que
estuviera a nuestro alcance por no pagar nuestra
cuota una vez pasarán recogiéndola.
¿Por qué el cambio?, ¿será que no valoramos
lo suficiente el parque como para pagar por él?,
probablemente ésta no sea la razón, puesto que
si así fuera no habríamos contestado que sí a la
primera pregunta; si prefiero tener el parque a no
tenerlo es porque éste vale algo para mí, por poco
que sea. Más bien, la razón por cual la mayoría de
nosotros trataría de evitar, si fuera posible, pagar
algo por su construcción, radica en que el parque
es un bien público, y como todos sabemos (aunque no seamos economistas) una vez construido
no habrá forma de que nos prohíban usarlo (y el
hecho de que otros lo usen no impedirá que yo lo
haga). Así que si lo único que me importa es mi
propio bienestar, el mejor de los mundos posibles
será aquél en el cual el parque sea construido y yo
no ponga un peso para ello, el cual debe ser muy
factible, toda vez que soy consciente de que todos
mis vecinos valoran el parque, de la misma forma
en que lo hago yo.
Bien, y ¿cuál es el problema con los bienes
públicos?, que si todos, o gran parte de mis vecinos en el ejemplo anterior, son parecidos a mí (al
2
La otra característica de los bienes públicos puros es la de no rivalidad en el consumo, como se puede apreciar en la definición dada por
Varian (1992).
3
Al menos no es viable en todos los casos. Una clara excepción son
los clubes privados, para el caso de los parques.
4
Ver pie de página anterior.
2
menos en el sentido en que quieren estar lo mejor
posible ellos mismos), darán el mismo “sí” a la
primera pregunta pero tratarán de evitar el pago
de su propia cuota. De ser así, es evidente que a
final de cuentas no habrá recursos para construir el
parque. Esto es, a pesar de que todos lo queremos,
e incluso “estaríamos dispuestos a pagar por él”,
el parque no pasará del proyecto,…, a menos que
alguien obligue a cada quién a pagar su cuota. Por
supuesto este alguien es el Estado.
Es por lo anterior que los bienes públicos inducen un fallo de mercado. El mercado no puede
llevar a la construcción del parque, aun cuando
todos lo quieren y todos lo valoran en alguna
medida. Como lo dije antes, la idea es que el
mercado no funciona bien en estos casos, en el
sentido de que no lleva a resultados de producción
(o consumo) óptimos. Por lo tanto el Estado debe
intervenir (recogiendo la cuota y construyendo el
parque) de forma tal que se garanticen las mejores
condiciones para todos.
Además del de los bienes públicos, existen
otros fallos de mercado, por ejemplo, los asociados con la presencia de estructuras monopólicas,
externalidades, o problemas de información asimétrica, etc. Estos fallos son identificados como
tales dentro del lado “positivo” de la ciencia
económica, es decir, no se trata de cuestiones
políticas (normativas) sino que describen una
situación tal y como es, y por ende, hay poco, o
incluso ningún desacuerdo sobre su interpretación
entre los economistas, independientemente de sus
inclinaciones políticas. Todos los economistas
estarán de acuerdo en que el mercado no asigna
bien los recursos en presencia de bienes públicos.
Con esto claro, piénsese entonces en la investigación llevada a cabo por las instituciones públicas
de educación superior. Cuando se realiza algún
tipo de investigación teórica, como mucha de la
que se realiza en ciencias básicas, por ejemplo5, no
es posible vislumbrar en muchos casos los beneficios inmediatos que ésta genera para la sociedad.
¿Quién pudo imaginarse en el siglo XIX que las
ecuaciones del electromagnetismo de Maxwell
nos llevarían a disponer del fluido eléctrico en
nuestros hogares, o a poder encender un aparato
para decodificar ondas de radio que se manifiestan
en imágenes? ¿O que tendríamos tecnologías GPS,
cuando Einstein decidió reinventar en 1915, por
razones netamente teóricas, la teoría de la relatividad general?6 y aún más ¿qué tan costoso podría
resultar excluir a los posibles usuarios de tales
productos de investigación de los conocimiento
en los cuales se fundamentan?
Por supuesto que no todos los años se descubre el electromagnetismo, ni menos se inventa la
teoría de la relatividad general. Menos en Colombia. Pero la idea es la misma. Cierto tipo de
investigaciones no pueden prever su aplicación
inmediata, ni los alcances en términos de bienestar
que engendran. No obstante, nadie se atrevería a
negar ex post su crucial importancia en el desarrollo humano y el bienestar social. Es más, una vez
descubiertas, cualquiera podrá disponer de ellas,
para realizar futuras aplicaciones de ingeniería,
como los satélites y su colocación en órbita o el
GPS, y a nadie podrá borrársele de la mente el
conocimiento adquirido. Nótese entonces que los
productos derivados de la investigación son el
típico bien público. A nadie se puede excluir de
los beneficios del conocimiento, perpetuamente,
ni existe un criterio técnico infalible que ayude
al respecto (de ahí lo difícil que es la legislación
sobre las patentes). Como todo bien público,
comparte su característica de ser a la vez un fallo
de mercado. La situación se complica aún más
si consideramos la incertidumbre asociada con
el proceso, ya que, al igual que sucedía con el
ejemplo del parque, todos quieren que se invente
la teoría de la relatividad, pero ninguno querrá
financiar su descubrimiento (sobre todo porque
nadie lo puede garantizar), de forma tal que si
de recursos se trata, el descubrimiento nunca se
6
Un caso análogo desde la economía, lo constituye el espectro teórico de la misma (pruebas de la existencia o unicidad de algún equilibrio)
sin las cuales es imposible llevar a cabo prescripciones de política de ningún tipo. Ejemplos análogos en las demás ciencias sociales y puras, así
como en las matemáticas abundan.
5
También en ciencias sociales, pero el ejemplo es más claro con las
básicas.
3
Referencias
produciría, guiado por las fuerzas del mercado.7
Dejar que el mercado guíe la forma en la que
se produce la investigación es exactamente lo que
se propone en la reforma a la ley 30 en Colombia,
de hecho, es el espíritu mismo de la ley, en la cual
no sólo el sector privado “podrá” invertir en la
educación superior y en la financiación de proyectos de investigación, sino que en gran medida
“determinará” el rumbo de los mismos, bajo el
pretexto de que de esta forma se aginarán recursos
eficientemente hacia los proyectos más “útiles”.
Por supuesto, la consecuencia necesaria será un
déficit de inversión en investigación básica o teórica, cuyos resultados no engendren aplicaciones
evidentes, así como una sobrefinanciación de aplicaciones puntuales (no necesariamente óptimas); a
la vez que una apropiación de recursos públicos,
generados en estadios previos de la investigación,
por parte de las empresas interesadas en hacerlo.
Podría agregar que el problema de la investigación en ciencias básicas, ha sido abordado por
los economistas desde hace tiempo. Hoy existe
consenso entre economistas tan dispersos en el
espectro político como el premio Nobel Joseph
Stiglitz (2006) y Guy Sorman (2008), en que básicamente la investigación en las instituciones de
educación superior es un bien público, y debe ser
tratado como tal por el Estado.
Al final de cuentas, la impresión que me llevo
de la propuesta de reforma, desde mi visión como
economista, no es que adolezca de una “confianza
excesiva” en las fuerzas de mercado, sino de una
ignorancia profunda de los mecanismos que lo
gobiernan. No es un tema de afiliación política
sino sencillamente de compresión científica.
Stiglitz, Joseph (2006) Cómo Hacer que Funcione
la Globalización, Taurus: Bogotá.
Sorman, Guy (2008) La Economía no Miente,
Sudamericana: Buenos Aires.
Nicholson, Walter (2001) Microeconomics Theory,
séptima edición, Thomson: Colomubus, OH.
Varian, Hal R. (1992) Intermediate Microeconomics, tercera edición, W. W. Norton &
Company:New York , NY.
7
Técnicamente esta incertidumbre no se deriva del problema de los
bienes públicos en sí, sino que se asocia más con problemas de rendimientos crecientes en el proceso de investigación mismo. Ambas razones
llaman la atención sobre la necesidad de pensar en el problema como uno
que engendra la necesidad de intervención estatal para mejorar la asignación de recursos, en particular la necesidad de la universidad pública
que investigue.
4
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