Fabiana Altobelli ¿Sociedad en contra del conocimiento científico? Vivimos en una sociedad en que la ciencia y la tecnología ocupan un lugar fundamental en el sistema productivo y en la vida cotidiana en general. Sin dudas, el progreso de un país depende de sus recursos humanos, naturales y económicos, por tal razón el conocimiento de la ciencia es imprescindible para alcanzarlo. No puede imaginarse el inicio del siglo XXI descartando la ciencia. Por esto, no me gusta pensar y me niego a aceptar lo que ocurre hoy con adolescentes y jóvenes que rechazan el conocimiento científico. Me pregunto ¿No será que la ciencia en nuestro país no ofrece un futuro económico que permita satisfacer el consumismo?¿La poca inversión presupuestaria para la educación que ofrece una infraestructura escolar (aulas, laboratorios, insumos para trabajos prácticos) escasa o inexistente, promociona un conocimiento que lleva al interés? Desde la infancia nos convertimos en pequeños exploradores al intentar insertarnos en un mundo acerca del cual nuestros conocimientos son realmente escasos; luego la educación debería brindarnos las herramientas para poder avanzar y desarrollar nuestras capacidades, pero al no cumplirse, todo esto se desvirtúa y en la etapa adolescente se genera un total desinterés por la ciencia. Es incorrecto pensar que esto tenga un origen natural, lo que se debe analizar es cómo la crisis socioeconómica del país, seguida del derrumbe de la educación, influyen en lo que hoy se ha convertido en un competo rechazo por el conocimiento, no tan sólo científico sino general. Lo que pretendo demostrar con este trabajo, es la escasa seriedad con que se encara actualmente a la educación escolar. Todo el sistema, poco a poco, fue confundiendo el verdadero rol que siempre tuvo la escuela, el de desarrollar capacidades exigiendo ESFUERZO, y no lo que hoy se cree, que la escuela debe ser atractiva, entretenida; cuando nada de esto se relaciona con el DEBER, ya que la diversión y el entretenimiento son opciones individuales. Si nos preguntamos ¿Cuándo se origina este desinterés?: finalizando la década del 60’ y a comienzos de la década del 70’, estudios realizados por Eduardo D’Alessio, en la población estudiantil de la escuela media, señalan una marcada pérdida de ese valor llamado “conocimiento”, sin quedar excluido el científico. Los resultados obtenidos son realmente alarmantes por la importante relación que establecen los jóvenes entre el éxito y el dinero, utilizando como puentes a la viveza y los contactos. Más tarde vino la Transformación Educativa, “Ley Federal de Educación N°24195”, cuya implementación sin presupuesto, con criterios facilistas y permisivos conducen a la formación de verdaderos ignorantes; como señala el rector de la Universidad de Buenos Aires, Guillermo Jaim Etcheverry (Diario LA NACION , viernes 11 de abril de 2003): “muchos métodos pedagógicos modernos no promueven que el chico aprenda [...] Se intenta que los chicos descubran las cosas por sí mismos y así navegan a la deriva en su trayecto escolar”. Lo que se puede comparar con el filósofo español Emilio Lledó: “La búsqueda excluyente de la utilidad y la profesión por parte de la educación actual supone la muerte del saber y del conocimiento”. De acuerdo a una investigación realizada por Élida de Gueventter: “los chicos saben menos porque su valoración del conocimiento es menor”, demostrando “la caída del rendimiento académico de los jóvenes de entre 17 y 22 años desde la década de 1970. [...] se pudo comprobar que, mientras en 1970 el 52% de los jóvenes decía valorar la ciencia, en 1995 lo hacía el 29%; caída similar a la que se observa en sus actitudes concretas hacia la ciencia (del 27% al 12%). En ese mismo lapso, la valoración explícita de los aspectos económicos de la vida creció del 28% al 48%, mientras que las actitudes de los jóvenes que delatan su valoración real de lo económico treparon del 28% al 62%”. Fabiana Altobelli Y si las cifras sirven para demostrar la crisis educacional, podemos tener en cuenta que el problema se inicia en la escuela primaria. Según los datos publicados en el diario LA NACIÓN, el día miércoles 9 de abril de 2003: “los resultados del estudio internacional Pirls, que mide con un examen la capacidad lectora de los alumnos de 4° grado de 35 países, colocó a la Argentina en el puesto 31°”. En el mismo matutino, la directora de Información y Evaluación de la Calidad Educativa en el Palacio Pizzurno, Lilia Toranzos, reconoció que: “los estudiantes argentinos mostraron poca habilidad para responder preguntas abiertas y que es necesario desarrollar en las aulas mejores prácticas de comprensión lectora”.En un país donde sus niños no saben o no comprenden lo que leen ¿Cómo se logra promover la Ciencia, si el Ministerio de Educación, ante estos resultados: “considera que el desempeño no es tan malo y es el que se esperaba”?. Retomando el tema de las ciencias, se puede decir con total certeza que la instrucción científica en las escuelas no es la adecuada y abarca demasiados problemas. Evidentemente la llamada ciencia escolar presenta diferencias notables con la de los científicos, ya que en un principio es una versión reducida y la mayoría de las veces poco actualizada. Mattehws, en su artículo “Historia, Filosofía y enseñanza de las ciencias: una aproximación actual”, ampliado en la revista Enseñanza de las Ciencias (1994), considera que la crisis contemporánea de la enseñanza de las ciencias, que ha llevado a un alarmante analfabetismo científico, tiene en la historia, la filosofía y la sociología de la ciencia, no todas las respuestas, pero sí algunas soluciones. Entre ellas destaca: contribuir a humanizar la ciencias y acercarlas más a los intereses personales, éticos, culturales y políticos; hacer las clases más estimulantes y reflexivas, incrementando las capacidades del pensamiento crítico; contribuir a una comprensión mayor de los contenidos científicos y, sobre todo, a superar el sinsentido de las clases donde se recitan fórmulas y ecuaciones de nulo significado. Desde mi posición de adolescente, con mis 17 años, compruebo que cada acto de mi vida, responde a un estímulo de la ciencia y la tecnología: TV por cable, Internet, telefonía móvil, el ADN, la contaminación y conservación del ambiente... esto me lleva, para satisfacer inicialmente mi curiosidad, a interesarme en el estudio de los rudimentos que me permitan, en principio, “entender” alguno de estos beneficios con sus pro y sus contras. Como los avances científicos y tecnológicos son tan veloces, y al ver que la alfabetización científica se encuentra tan postergada, es indispensable generar cambios de actitudes en los que deciden, en cuanto a la inversión en el presupuesto educativo, pero fundamentalmente en la sociedad, para que comprenda la importancia que hoy tiene el saber científico. Es de conocimiento general el actual desprecio al saber, y fundamentalmente al saber científico, pero hoy el verdadero rechazo es al esfuerzo, por ello se debe lograr revertir el criterio, no tan sólo de los adolescentes sino de toda la población, de que la viveza y el acomodo dan éxito. El enfoque de mi trabajo no puede referirse solamente al conocimiento científico, ya que hay una gran indiferencia al conocimiento en general. Lamentablemente, en la mayoría de mis pares no existe curiosidad, deseos de saber, ni compromiso con el esfuerzo; y las ciencias exigen ese “esfuerzo”, porque la improvisación conduce al aplazo. A nosotros, por nuestra corta edad, nos cuesta comprender los beneficios que el saber nos brinda, sobre todo en este tiempo, donde el mercado impera, obligando a valorar más el “tener que el saber”. Fabiana Altobelli Para lograr el interés en las ciencias creo sumamente necesario: 1-Un cambio en las actitudes de los adultos referido a las exigencias para el cumplimiento del DEBER. 2-Mejorar la infraestructura escolar: laboratorios funcionales, bibliografía, Internet.... 3-Capacitación de excelencia para docentes, y por supuesto mejor remuneración. 4-Promover un cambio en los criterios de los chicos, ya que sin ese cambio, todo lo anterior es totalmente inútil. Sin lugar a dudas, la educación no puede conformarse con que sólo unos pocos alumnos se sientan atraídos por las clases de ciencias mientras que la mayoría se aburra, le resulte difícil y pierda el entusiasmo. Su preocupación debe centrarse en cómo contribuir a desarrollar e incentivar en las personas la capacidad para aprender. Debe cuestionarse cómo la enseñanza de las ciencias puede contribuir a que los jóvenes adquieran los instrumentos y destrezas adecuados y pertinentes para aprender y seguir aprendiendo, de manera que puedan conocer, interpretar y actuar en el mundo que les toque vivir, donde lo único constante será el cambio. Bibliografía: -Barylko, J. La Revolución Educativa. Buenos Aires, Sudamericana, 2002 -D’Alessio, E. La problemática dela educación desde la óptica de los adolescentes. Buenos Aires, Asociación de Bancos Argentinos, agosto de 1993. -Diario LA NACIÓN. -Diccionario Enciclopédico AULA. -Enciclopedia Microsoft Encarta 2000 -Etcheverry, G. J. La Tragedia Educativa. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1999. -Gueventter, E. L. de. Historia para el futuro. Jóvenes en los últimos 25 años. Buenos Aires, Academia Nacional de Educación, 1997. -Lledó, E. Lledó advierte del riesgo de convertir a los jóvenes en ‘robots’ profesionales. En: El país, Madrid, 27 de abril de 1999.