Fe y ciencia para principiantes

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FE Y CIENCIA PARA PRINCIPIANTES
Álvaro Balsas, sj*
Fecha de recepción: abril de 2013
Fecha de aceptación y versión final: mayo 2013
RESUMEN
El artículo busca contestar a una serie de ideas y afirmaciones muy difundidas
en la cultura actual sobre fe y ciencia, en particular que el avance de la ciencia
implica la retirada de la fe; que la ciencia y la fe son incompatibles; que la ciencia es el único camino seguro de conocimiento verdadero sobre la experiencia humana en el mundo; que la ciencia invalida la fe; y que la ciencia y la fe no tienen nada que aprender la una de la otra.
PALABRAS CLAVE: nuevo ateísmo, fundamentalismo religioso, dogmatismo
científico.
FAITH
AND SCIENCE FOR BEGINNERS
ABSTRACT
The article seeks to address a series of ideas and statements on faith and science
that are widespread in present culture, and, specifically, the notion that scientific progress involves abandoning faith; that science and faith are incompatible;
that science is the only certain path to true knowledge on human experience
in the world; that science invalidates faith; and that science and faith have
nothing to learn from each other.
KEY WORDS: new atheism, religious fundamentalism, scientific dogmatism.
*
Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica Portuguesa. Braga
(Portugal). <abalsas@jesuits.net>.
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Fe y ciencia –aquí, «fe» es referida a la fe cristiana, y «ciencia» a los fenómenos naturales– han constituido, desde el advenimiento de la ciencia moderna del siglo XVII, dos polos de una tensión que ahora, en las
sociedades y culturas occidentales, adquieren nuevos contornos. Los recientes avances y éxitos de la ciencia, así como su omnipresencia en el
día a día de las sociedades contemporáneas –donde las nuevas tecnologías van introduciendo nuevos hábitos y estilos de vida; nuevas formas
de comunicación, de pensamiento y de adquisición de conocimiento;
nuevas concepciones de la economía, del arte, de la ética, etc.–, parecen
desafiar las concepciones religiosas establecidas en el pasado, y específicamente la concepción de Dios de la fe cristiana.
1. El avance de la ciencia y la retirada de la fe
Ante el cuadro cultural hodierno, en el que la ciencia invade cada vez más
los diversos ámbitos de la experiencia y el pensamiento humanos, especialmente en áreas que en el pasado estaban reservadas a la filosofía y a la
teología (la reflexión racional sobre la fe), a Dios y a la fe cristiana no parece quedarles otra alternativa que la de amontonarse en el trastero, porque sobran. Por otro lado, los más prestigiados heraldos del «nuevo ateísmo» defienden que la fe en Dios es nociva para la humanidad, pues impide su desarrollo y fomenta el aumento de la ignorancia y de las supersticiones. Entre estos heraldos se han destacado los «cuatro jinetes» del nuevo ateísmo –Richard Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett y Christopher Hitchens–, que han iniciado una intensa cruzada contra lo que ellos
consideran ser los mitos y los maleficios morales resultantes de la fe religiosa, con el objetivo de «demostrar» que solamente una visión del mundo puramente naturalista, científica, racional y atea es benéfica para el desarrollo y felicidad de las sociedades, a la vez que garantiza plenamente el
comportamiento moral de las personas, el cual ni siquiera necesita de la fe1.
1.
Para una crítica del nuevo ateísmo véase J. HAUGHT, Dios y el nuevo ateísmo. Una
respuesta crítica a Dawkins, Harris y Hitchens, Sal Terrae y U.P. Comillas, Santander y Madrid 2012.
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Para ellos, el conocimiento científico permitirá, finalmente, desterrar la
«ilusión de Dios», como propone radicalmente Richard Dawkins en su
ampliamente divulgada obra El Espejismo de Dios2. De modo semejante,
Daniel Dennett entiende que la extraordinaria idea científica de la evolución por la selección natural irá actuando como un «ácido universal» que
irá corroyendo nociones superfluas y superadas, tales como la idea de
Dios (y otras derivadas de ella), y unificando a la vez los ámbitos de la
vida, de su significado y de su finalidad con el ámbito del espacio y del
tiempo, causa y efecto, mecanismo y ley física3. En la misma línea,
Christopher Hitchens asevera que «la religión [siendo anti-racional] lo
envenena todo»; por lo tanto hay que oponerse a ella mediante la resistencia de un nuevo iluminismo4. Por su parte, Sam Harris decreta el fin
de la fe, de la religión y del terror, para dar paso al futuro de la razón5.
El neo-ateísmo se ha difundido a través de manifestaciones en espacios
públicos, como es la aparición de sentencias en autobuses ingleses afirmando que «There’s probably no God. Now stop worrying and enjoy your
life» («Probablemente, Dios no existe. Deja ya de preocuparte y disfruta
de la vida»), en respuesta a provocaciones opuestas de cristianos evangélicos; o los intentos de impedir el culto católico en las capillas de varios
campus universitarios españoles; o el aumento de sitios en Internet de
movimientos ateístas que divulgan las nefastas consecuencias de la fe,
promotora de ignorancia y contraria a la ciencia.
También desde la ciencia y sus recientes descubrimientos –como el «bosón de Higgs» (julio de 2012), vulgarmente conocido por «partícula de
Dios»– se ha querido demostrar que Dios ya tiene un sustituto científi2.
3.
4.
5.
R. DAWKINS, The God Delusion, Houghton Mifflin, Boston 2006.
D.C. DENNETT, Darwin’s Dangerous Idea: Evolution and the Meaning of Life, Simon
& Schuster, New York 1995, 21, 61-64, 521; ID., Breaking the Spell: Religion as a
Natural Phenomenon, Viking, New York 2006.
C. HITCHENS, God Is Not Great: How Religion Poisons Everything, Twelve, New York
2007.
S. HARRIS, The End of Faith: Religion, Terror, and the Future of Reason, W.W.
Norton & Co., New York, 2004: ID., Letter to a Christian Nation, Knopf, New
York 2007; ID., The Moral Landscape: How Science Can Determine Human Values,
Transworld Publishers, London 2010.
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co mejor. Así, por ejemplo, entre los físicos, Victor Stenger atestigua que
Dios es una hipótesis fallida y que la ciencia demuestra su inexistencia6,
mientras que Lawrence Krauss pretende «mostrar cómo la ciencia moderna, de diversas maneras, puede contestar, y está contestando, a la
cuestión [filosófica y religiosa] del por qué hay algo en vez de nada; y que
las respuestas que se han obtenido –sea por vía de las asombrosas y bellas observaciones experimentales, sea por vía de las teorías de la moderna física– sugieren que obtener algo a partir de nada ya no es un problema»7. Por eso, según Krauss, el universo ya no necesita de un creador, y
esa cuestión, que antes era filosófica o religiosa, pasa a ser una cuestión
científica y, consecuentemente, se da «la bancarrota intelectual de gran
parte de la teología y una parte de la filosofía moderna»8. Una tesis análoga es patrocinada por el conocido astrofísico Stephen Hawking9.
De ser verdaderas las tesis del nuevo ateísmo, que pintan a Dios en inevitable retirada a causa del avance de la ciencia, surgen inmediatamente
varias cuestiones que reclaman ser aclaradas: ¿ Tiene realmente la ciencia
razones que hacen que la fe en Dios sea obsoleta? ¿Puede aplicarse la explicación científica a todos los ámbitos de la experiencia humana en el
mundo o, por el contrario, tiene unos límites? ¿Es irracional y basada en
dogmas toda argumentación no científica, como es el caso de la argumentación teológica? ¿Son incompatibles ciencia y fe o hay posibilidades
de encuentro entre ambas? En los apartados siguientes intentaremos
contestar a tales cuestiones, a partir de algunas afirmaciones más o menos populares y difundidas en nuestra cultura.
6.
7.
8.
9.
V. STENGER, God: The Failed Hypothesis: How Science Shows That God Does Not
Exist, Prometheus Books, Amherst, NY 2007.
L. KRAUSS, A Universe from Nothing: Why There Is Something Rather than Nothing,
Free Press, New York 2012, xiii.
Ibid., xiv.
S. HAWKING & L. MLODINOW, The Grand Design, Bantam Books, London 2010.
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2. La ciencia y la fe son incompatibles
Ciencia y fe son, innegablemente, dos de las fuerzas culturales más poderosas de la historia. Además, existe hoy una opinión muy generalizada
en el sentido de que la relación entre ciencia y fe es de un inevitable conflicto, ya que ambas son necesariamente incompatibles y excluyentes. De
aquí se sigue la pretensión de que solo la visión de la ciencia es verdadera, porque se puede comprobar racional y experimentalmente, mientras
que la fe se basa en dogmas y creencias que no admiten justificación racionalmente fundada. En apoyo de esta opinión se suelen aducir los casos emblemáticos de Galileo y de Darwin, u otros más recientes presentados por los autores neo-ateístas ya referidos. Pero ¿es necesariamente
verdadera esta tesis de la incompatibilidad entre ciencia y fe?
Aunque la historia registra algunos conflictos entre una y otra, los estudios históricos muestran que las relaciones entre ambas han sido bastante más complejas, dándose a la vez consonancias fecundas entre ellas, o
sea, relaciones de reconocimiento de la mutua autonomía, de diálogo,
integración y complementariedad entre las dos10. En efecto, los historiadores de la ciencia reconocen que han sido la filosofía occidental, la teología cristiana y la creación de las universidades por parte de la Iglesia (a
finales del siglo XII) las que han proporcionado las condiciones para el
surgimiento de la ciencia moderna en el siglo XVII11. Además, la historia de la ciencia está poblada de muchos creyentes –incluidos sacerdotes
10. A. UDÍAS, «Relações Entre Ciência e Religião», en A. BALSAS (org.), O Avanço da
Ciência e o Recuo de Deus: Fronteiras do Conhecimento, Fronteira do Caos Editores,
Porto 2013, 28-45; I. BARBOUR, Religion and Science: Historical and Contemporary
Issues, Harper San Francisco, San Francisco 1997; I. BARBOUR, When Science Meets
Religion: Enemies, Strangers or Partners?, Harper Collins, New York 2000; J.
BROOKE, Science and Religion: Some Historical Perspectives, Cambridge University
Press, Cambridge 1991; D. LINDBERG – R. NUMBERS, God and Nature: Historical
Essays on the Encounter between Christianity and Science, University of California
Press, Berkeley 1986.
11. S. JAKI, Science and Creation: From Eternal Cycles to an Oscillating Universe,
Scottish Academic Press, Edinburgh 1986; E. GRANT, The Foundations of Modern
Science in the Middle Ages: Their Religious, Institutional and Intellectual Contexts,
Cambridge University Press, Cambridge 1996.
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católicos, jesuitas y laureados con el Premio Nobel– como, por ejemplo,
William D. Phillips, Charles Townes, Francis Collins, Freeman Dyson,
L. Pasteur, etc., que han hecho contribuciones extraordinarias al progreso de la ciencia12.
Así, los conflictos existentes entre ciencia y fe no resultan de la naturaleza de las dos, sino de algunas actitudes o prejuicios humanos que propician esos conflictos. Nos referimos a los fundamentalismos dogmáticos,
de carácter religioso o científico.
Entre los fundamentalismos religiosos se pueden encontrar el literalismo
bíblico o la actitud fideísta. El literalismo bíblico hace una interpretación
literal de los textos bíblicos sobre fenómenos naturales como si fuera una
ciencia de la naturaleza, olvidando los géneros literarios de tipo religioso propios de esos textos. Esta concepción ha estado en la base de los casos de Galileo y de Darwin, estando también presente actualmente en los
Estados Unidos, en la polémica que opone a los «creacionistas» del intelligent design13 y a los «evolucionistas» de la cosmología evolutiva del Big
Bang y de la teoría darwinista de la biología. La raíz de estos conflictos
es la actitud fideísta, que no acepta la autonomía propia del saber científico, llevando a una intromisión indebida de la fe en el campo de la
ciencia. Pero la Biblia no es un libro de astrofísica o de biología, sino un
libro de fe que –como el mismo Galileo reconoció, basado en la opinión
del cardenal Baronio, apoyado a su vez en San Agustín– no dice «come
va il cielo, ma come si va in cielo».
Por otra parte, hay también actitudes de dogmatismo científico. Siempre
que un científico afirme que el método científico es el único capaz de
describir y agotar toda la experiencia del ser humano en el mundo, entonces está haciendo una declaración de fe ideológica y dogmática, pues
no puede probar tal afirmación con su método científico. Esta postura,
12. Cf., A. FERNÁNDEZ-RAÑADA, Los Científicos y Dios, Editorial Trotta, Madrid 2008.
13. Los que proponen el diseño inteligente defienden que el proceso de la evolución
biológica no resulta solo de mecanismos de azar y de adaptación darwinista, sino
también de un proyectista inteligente que ha dirigido ese proceso, sobre todo en los
pasos donde la ciencia no tiene todavía una explicación.
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puramente materialista y totalizadora, al admitir que la ciencia es la única fuente de conocimiento verdadero sobre el mundo, pretende negar toda la posibilidad de otras vías de conocimiento de la experiencia humana, como la filosófica, la estética, la ética y la fe. En particular, se niega
la importancia de la fe, intentando suplantarla por el cientificismo, que
es una fe ideológica basada en la ciencia. Aquí se da también una intromisión indebida, esta vez de la ciencia en el campo de la fe. Esta postura es defendida por científicos contemporáneos, tales como los físicos
Steven Weinberg (premio Nobel de física en 1979), Lawrence Krauss y
Victor Setenger, el químico Peter Atkins, el biólogo molecular Francis
Crick (uno de los padres de la doble hélice del ADN), el zoólogo Richard Dawkins, entre otros.
Otra fuente de conflictos entre ciencia y fe la constituyen el prestigio, la
influencia y el poder social alcanzados por el progreso científico, que es
utilizado para neutralizar la influencia social de la fe religiosa, proponiendo «la ciencia como un sustituto de la religión, surgiendo los científicos como los nuevos sacerdotes, poseedores y dispensadores del único
conocimiento verdadero»14. Ello es particularmente visible en los escritos
de los cuatro jinetes del nuevo ateísmo y en las reacciones de susceptibilidad por parte de los científicos, ante las críticas que se les hacen a las
negativas consecuencias éticas de sus investigaciones, sobre todo en el
campo de las ciencias de la vida o de la ecología.
En conclusión, los conflictos que se dan entre ciencia y fe no resultan del
carácter de incompatibilidad entre ambas, sino que provienen de actitudes dogmáticas creadoras de tales conflictos.
3. La ciencia es el único camino seguro
de conocimiento verdadero
Es inadmisible y falso confundir nuestro conocimiento de la realidad con
la realidad misma. Imaginemos a un especialista en peces que pretende
investigar, mediante una red, qué tipo de peces hay en el mar. Tras lan14. A. UDÍAS, art. cit., 34.
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zar muchas veces la red al mar y midiendo los peces capturados, él concluye que su tamaño es superior a 10 cm., llegando entonces al enunciado de una ley fundamental obtenida por la generalización de sus observaciones: «todos los peces del mar tienen, por lo menos, 10 cm.».
De camino a casa, este especialista en ictiología comparte entusiásticamente su hallazgo con un amigo filósofo, que le contesta: «Tu descubrimiento no es una ley fundamental de los peces; lo que pasa es que
has usado en tus investigaciones una red con una malla (un presupuesto) que no te ha permitido pescar peces más pequeños» (una limitación). Esta parábola sirve para ilustrar que cualquier tipo de conocimiento (científico, filosófico o teológico) es una red o cuadro de lectura específico (un método específico) de acceso a la realidad, que permite establecer la observación de determinados objetos, visibles dentro de
un campo de visión particular. Son precisamente estos dos elementos
–el objeto de estudio y el método para determinarlo– los que, clásicamente, definen una ciencia o una rama de conocimiento particular.
Sucede que todo el método de conocimiento comporta inevitablemente un conjunto de presupuestos (las condiciones de posibilidad que permiten que el método pueda funcionar como adquisición de conocimientos) y de correlativas limitaciones que se sitúan, sea al nivel de los
procesos de adquisición de conocimientos, sea al nivel de las formas de
validación y justificación de los mismos.
Apliquemos ahora lo dicho a la física, por ser la ciencia de la naturaleza
más basilar, ejemplificando con dos o tres aspectos y sin pretensiones de
exhaustividad. En primer lugar, la física presupone que los resultados de
la experiencia son mensurables y cuantificables. Pero este supuesto implica una limitación: no podemos probar científicamente que toda la experiencia humana del mundo sea cuantificable. Lo que sí podemos afirmar
es que, si hay en la naturaleza aspectos no cuantificables, no pueden ser
captados por el método cuantificable de la física o de otra ciencia. En segundo lugar, a la física le interesan los fenómenos que sean reproducibles
para ser clasificables en leyes generales. Pero el presupuesto de la reproducibilidad implica también limitaciones: ¿cómo podemos reproducir fenómenos cuya característica esencial es la unicidad, la particularidad, lo
personal o lo subjetivo? Lo mínimo que se puede decir es que el método
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de la física no se ajusta a tales fenómenos. En tercer lugar, a la física solo le interesan los fenómenos que puedan ser descritos en el lenguaje unívoco de las matemáticas. Pero este supuesto implica igualmente limitaciones: ¿cómo podemos describir matemáticamente las experiencias de la
amistad y de la belleza? Ciertamente, necesitamos lenguajes más simbólicos, metafóricos y analógicos.
Refiérase aún que, adicionalmente, todas las ciencias parten de otros presupuestos que no pueden ser demostrados dentro de su propio método15
y que tienen también otros tipos de límites16.
Es la multiplicidad de nuestra experiencia humana en el mundo la que
exige una multiplicidad de formas de conocimiento (científico, filosófico y teológico) y reclama la interacción entre ellas. Por eso, ninguna de
ellas puede reivindicar para sí misma el monopolio del conocimiento del
mundo, ya que ninguna de ellas, por más mejorable y sofisticado que sea
su método, puede agotar todo nuestro acceso al campo de lo real. Los
conocimientos propios de la filosofía y de la teología, basándose en la experiencia personal y comunitaria con el mundo (que excede el ámbito de
lo mensurable), tienen gran importancia al nivel de las pequeñas o grandes decisiones que tomamos para vivir armónicamente: las experiencias
de amistad y de confianza, de solidaridad, de belleza, de los valores, y del
significado y sentido de la vida y del mundo. Solo la profundización de
la interacción entre las diversas áreas de conocimiento nos puede conducir a una percepción más reflexionada y crítica sobre los límites de cada una y de todas en su conjunto, previniéndonos contra los dogmatismos religiosos o científicos.
La ciencia es una enorme adquisición de la humanidad, extremadamente necesaria y benéfica para su desarrollo. Pero ella no es el único cami-
15. Son los axiomas, postulados, presupuestos filosóficos, etc. Los teoremas de Gödel
imponen también los límites de la indecidibilidad y de la incompletitud a los sistemas lógico-formales consistentes.
16. A. FERNÁNDEZ-RAÑADA, «Possibilidades e Limites do Conhecimento Científico»,
en A. BALSAS (org.), op. cit., 93ss. Aquí se refieren otros límites: de crecimiento, experimentales, formales, cognitivos, éticos, cuestiones últimas.
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no para la verdad17. La ciencia trata de explicar, controlar y prever las regularidades y mecanismos de funcionamiento de los fenómenos naturales (o sea, de su cómo), teniendo, por lo tanto, el objetivo de contestar a
«cuestiones de tipo cómo» (how-questions), mientras que la religión está
más direccionada hacia «cuestiones del por qué» (why-questions), del sentido último de la realidad y de la vida, de los valores éticos y de los porqués de la existencia; cuestiones que la ciencia empírica puede iluminar,
pero no solucionar. Así se comprende que ciencia y fe ofrezcan perspectivas del mundo complementarias, pero no mutuamente excluyentes, permitiendo establecer un diálogo entre ambas.
4. La ciencia invalida la fe
Por lo dicho, se hace evidente que la ciencia no invalida ni hace obsoleta, para nada, la fe en Dios. Es habitual oír, por ejemplo, que la teoría
científica del Big Bang, que explica el «origen» del universo a partir de
un «estado de fluctuación cuántica inicial» –un plasma extremadamente
pequeño, caliente y denso– y su expansión evolutiva hasta su estado presente, invalida la noción teológica de Dios como creador del universo.
Tal cosa no es cierta. En realidad, la física especifica con gran detalle cómo, en esa expansión, se pasa de un estado físico al siguiente. Aun así, no
puede dar (por la limitación de su método) una explicación última para
la existencia de ese estado físico inicial (sus estructuras, regularidades y
dinamismos) y de las leyes concretas que lo describen. ¿Por qué existen
esas estructuras iniciales y sus leyes y no otras o la nada? La respuesta a
esta cuestión (suscitada dentro de la física) ya no pertenece al ámbito de
la física, sino que la sobrepasa; es una cuestión filosófica e teológica. No
hay una física del «origen absoluto» que explique cómo se puede pasar de
lo absolutamente nada (de espacio-tiempo y de materia-energía) a alguna
cosa física (el «estado físico inicial» que la física describe). La noción teológica de creación es perfectamente compatible con la teoría científica
17. K. WARD, The Big Question in Science and Religion, Templeton Foundation Press,
West Conshohocken, PA 2008, particularmente el cap. 7, «Is Science the Only
Sure Path to Truth?», 162-190.
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del Big Bang, aunque ambas explicaciones estén a niveles diferentes y
complementarios18.
Algo semejante se puede decir sobre el «bosón de Higgs», la partícula elemental que pretende explicar físicamente, en el cuadro del «modelo estándar», el mecanismo de adquisición de la masa por parte de las otras partículas elementales. Pero esa partícula no es la «partícula de Dios». Siendo
ciertamente importante para la comprensión de la estructura de la materia, deja todavía por explicar mucha física que no depende de ella, además
de no conseguir contestar a preguntas del tipo: ¿Por qué existen el bosón
de Higgs y otras partículas elementales y no la nada? ¿Por qué tienen masa y otras propiedades y obedecen a las leyes de la física? ¿Por qué existen
espacio-tiempo, materia-energía, campos cuánticos y sus leyes, en vez de
nada? Una vez más, la respuesta sobrepasa el campo de la física. El mismo
Peter Higgs afirma que «no me gusta nada que al bosón se le llame “partícula de Dios”», añadiendo que «los ámbitos de la ciencia y de la teología
no tienen nada que ver»19. Este científico, sin ser creyente, llega incluso a
afirmar que conoce a «muchos colegas que son científicos y creyentes», y
considera que la ciencia y la religión «pueden ser compatibles, con tal de
que uno no sea dogmático», calificando de «fundamentalistas» las posturas de ciertos grupos evangélicos y la de Richard Dawkins20.
Los dos ejemplos referidos –y otros que se podrían sumar21– muestran que
la ciencia no invalida la fe y que ni siquiera hay conflicto entre ambas.
18. Para más información sobre esta cuestión véase A. BALSAS, «Só Acredito no que
Vejo? Fé e Ciência: Diálogo e Confronto», en M. CURADO (org.), Porquê Deus se temos a Ciência?, Fronteira do Caos Editores, Porto 2009; A. MCGRATH, Science and
Religion: A New Introduction, Wiley-Blackwell, Chichester, West Sussex, UK 2010.
19. SINC/T21, «Higgs: la invención del bosón en un solo folio»: Tendencias21. Tendencias Científicas (7 de Noviembre 2012), en línea, http://www.tendencias21.net/
Higgs-la-invencion-del-boson-en-un-solo-folio_a14121.html (consulta el 14 noviembre de 2012).
20. P. JÁUREGUI, «Peter Higgs: “No soy creyente, pero la ciencia y la religión pueden ser
compatibles”», El Mundo (27 de diciembre de 2012), edición en línea,
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/12/27/ciencia/1356611441.html (consulta el 3 enero de 2013).
21. Para otras cuestiones del debate contemporáneo sobre ciencia y fe véanse las obras
ya citadas de A. MCGRATH y de K. WARD.
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5. La ciencia y la fe no tienen nada que aprender la una de la otra
Hemos defendido el diálogo y la complementariedad entre ciencia y fe en
lo que se refiere a la mutua autonomía de ambas; pero esa complementariedad no tiene carácter simétrico. De hecho, la investigación científica de
la naturaleza no depende de las intuiciones de la fe, y no compete a la religión llenar los huecos explicativos que solo en el futuro serán suplidos
por la ciencia (tal sería la fe en un «dios-tapa-agujeros»). Einstein formuló
muy sagazmente la adecuada relación entre ambas: «la ciencia sin la religión está coja, y la religión sin la ciencia está ciega»22. Así:
¿Qué puede la fe aportar a la ciencia
para que esta no resulte coja?
En primer lugar, la fe, con su insistencia en lo trascendente, puede cuestionar críticamente la tentación del falso absolutismo imperialista del
método científico de erigirse en el único método de acceso a la realidad,
resaltando sus límites. En segundo lugar, la religión puede contribuir al
diálogo de las «cuestiones-límite o de frontera» suscitadas por la ciencia
y que superan su metodología, tales como el origen y destino del universo y del hombre; el futuro de la humanidad; la ecología; las cuestiones de ética y de bioética, o las referentes a la búsqueda de la paz. En tercer lugar, la ciencia debe tener en cuenta las intuiciones éticas y religiosas que provienen de las actitudes de fe y del pensamiento religioso, como, por ejemplo, el respeto absoluto por la grandeza de la dignidad y la
libertad humanas, el cuidado ecológico de la naturaleza, etc.
¿Y qué puede la ciencia aportar a la fe
para que esta no resulte ciega?
Ante todo, la ciencia ayuda a la fe a no desvincularse de su dimensión de
racionalidad, la cual funciona como un antídoto contra supersticiones y
fundamentalismos. En realidad, la fe es también una búsqueda de la ver-
22. A. EINSTEIN, Ideas and Opinions, Three Rivers Press, New York 1982, 46.
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dad y, por lo tanto, no puede prescindir de la razón. En segundo lugar,
la fe debe tomar en serio los resultados de la ciencia –aun sabiendo que
esos resultados nunca son definitivos y serán objeto de revisión futura–,
sobre todo en aquellas áreas de la teología que tienen que ver más directamente con la relación entre Dios, la naturaleza y la vida humana. De
hecho, la teología adquiere tanto más vigor y relevancia significativa
cuanto más va integrando los modelos cosmológicos y biológicos que
van siendo alcanzados por las ciencias. La fe cristiana siempre ha supuesto que para conocer a Dios hay que leer a la vez en dos libros: en la
Biblia y en la naturaleza. Y esta última se conoce por la ciencia. En tercer lugar, siendo el mismo ser humano integral el que busca conocer por
la ciencia o por la fe, los resultados de una y otra no pueden, por principio, contradecirse. Si en la práctica se llega a una contradicción, eso es
simplemente un indicador que desafía a continuar la investigación para
llegar a una comprensión más detallada y profundizada de los datos alcanzados. Ciencia y fe, como todas las formas de conocimiento, buscan
saber algo sobre la verdad de la realidad del mundo, del ser humano y,
últimamente, de Dios. Así, todas ellas participan de la curiosidad intelectual del ser humano y de su deseo de comprender y de comprenderse. Polkinghorne, físico y teólogo, lo expresa así: «ciencia y teología [...]
participan de un mismo fin que las hace dignas de la atención de todo el
que esté poseído de integridad intelectual y deseo de comprender. Ellas,
en sus diferentes formas y dominios, están empeñadas en la búsqueda de
la verdad, y esto es suficiente para garantizar que continuará desarrollándose entre ellas un fructífero diálogo»23. Juan Pablo II expresa también lo mismo, de un modo muy bello, en la apertura de su encíclica Fides et ratio, diciendo que «ciencia y fe son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios
ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en
definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda
alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo».
23. J. POLKINGHORNE, Believe in God in an Age of Science, Yale University Press, New
Haven and London 1998, 99-100.
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álvaro balsas, sj
Conclusión
Contrariamente a la idea tan difundida en la cultura actual, el avance de
la ciencia no implica la retirada de la fe. Una y otra no son incompatibles, ni existe entre ellas ninguna tensión intrínseca que pudiera derivarse de la naturaleza de ambas. Lo que ha existido realmente a lo largo da
la historia son conflictos resultantes de una deficiente comprensión de la
especificidad y los límites de una y de otra. La ciencia no es el único camino seguro de conocimiento verdadero sobre la experiencia humana en
el mundo, y por eso no invalida la fe. La ciencia y la fe tienen algo que
aprender la una de la otra, como servicio al ser humano integral y para
el bien de la humanidad.
Sal Terrae | 101 (2013) 541-554
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