RELATO CORTO LA CÁMARA DE LA MEMORIA Queremos comprar una cámara fotográfica. Y es que ayer nos dimos cuenta, cuando visitamos a los J. y nos llenaron la tarde de álbumes, que por descuido, nosotros nunca nos hemos tomado una fotografía. Queremos empezar desde ahora a guardar instantes, que ya no se nos escape nada; por ejemplo, de cuando fuimos juntos al mar, de cómo nuestros ojos se quedaron quietísimos viendo las altas olas que nos daban la bienvenida. Nos hubiera gustado también, conservar las imágenes de esas noches cuando estuvimos contentos, brindamos con tinto y cantando boleros en medio de altísimas lunas. Hemos pensado en formar álbumes catalogados por tema: del río, de las montañas, los aviones, los barcos, en las bicicletas con el aire en la cara, en fin… Él podría tomarme fotos raras cuando esté distraída y yo cuando él se esté durmiendo y cabeceando. Podríamos fotografiar a nuestros allegados, a los amigos con sus risas contagiosas, a la familia en plena parrillada. Ir guardando cada imagen de nosotros y otros, y cuando estemos viejos, abrir los álbumes y reírnos juntos de todo. O quizá, nos gustará también, reírnos de igual modo con el puro recuerdo en nuestra mente. Lo pensaremos el resto de la tarde. DE TODOS LOS MARES, EL MAR DE AQUELLA NOCHE Estoy tratando de decirte algo tan sencillo como mis manos, pero tan complicado como querer salir de un laberinto a ciegas. Te amé. Sí, te amé con la misma fuerza de un volcán que no ha emergido. Te amé a gritos, silenciosa, espantada. Te amé descalza y con zapatos. Te amé hasta la insensatez, hasta agotar mis labios con tu nombre. Te amé como si fuera viento, como si las piedras tuvieran vida, y juntas, se me vinieran encima. Te amé de infinitas maneras, a distintos tiempos. En tu ausencia te amé. Te amé también al imaginarte páramo o pinar. Te amé como para dejarte amado varias vidas. Amé, desde tu colosal origen, hasta el insignificante cordón de tu zapato; amé también el cuarto sin ventanas donde hacíamos planes a futuro, a pesar de que entonces, los dos sólo creyéramos en el presente. Amé todas las letras de tu nombre. Tu olor a tantas otras ¡casi no puedo creer que hasta eso amara! Y creo que hasta a ellas las amé al saberlas tan cerca de tu boca. Te amé de muchas formas, hoy ya no te amo, pero a veces, cuando me acerco al mar, siento que sus sales me llaman con tu voz. INICIO DE NOVELA Nos conocimos un veintiuno de marzo y me dijo que ese hecho lo había tomado como un cumplido de la vida para él. Que mi sonrisa parecía tener vida propia. Que mis ojos eran dos gotas de lluvia que han caído a una fuente. Que lo miraba con coqueta arrogancia y que en ese momento, no podía definir, si era preciso besarme u olvidarme. Optó por lo primero. Después del beso, me dijo que mis labios eran el tesoro perdido de un barco que se hundió tras luchar con piratas. Que besarme era viajar a Oriente, que tenía en mi lengua, el sabor opulento de un campo de amapolas y mares salados. Dijo que mi piel era canela, pero no sólo lo dijo en sentido figurado, lo dijo, según él, por el color que el sol creo en mi dermis –eres canela de verdad, como un árbol que despide aroma- me decía mientras acariciaba con sus labios cada pliegue de mí. Decía que mis ojos al besar eran distintos, que reflejaban al fondo un algo luminoso. Decía también que mi rostro era expresión de tierno fuego que invitaba a arder. Un día yo dormía, y él alzó despacio mi blusa para mirar mis senos. No sé cuánto tiempo estuvo así. Por fin abrí los ojos y lo miré con mi sonrisa cómplice. Me dijo que tenía la impresión de estar ante una niña, una niña a la que de pronto le había dado por jugar a ser mujer, una niña que se pone los calzones al revés y que llora porque no es posible que siga comiendo pasteles después de medianoche. Una niña que se pierde en el tiempo para jugar con quién sabe que amiga imaginaria ¿imaginaria? Una niña que canta para invocar ballenas. Me decía que yo tenía el poder de enamorarlo todo. Un día escribió en su diario: “esta mujer tan mía come fruta y toma té de diferentes yerbas, dice que eso mantendrá su peso en el justo lugar, lo cierto es que es ancha, redonda como una ciruela, apetecible como una ciruela, fugaz como una ciruela, y así la quiero.” Me decía que era inquieta y obstinada; que aprendía gramática con la misma rapidez que la aritmética, y que resolvía un rompecabezas o cocinaba codornices de la nada, y que eso lo tenía fascinado. Me decía que era aguda en mis definiciones y al mismo tiempo ingenua; que podía desenmarañar sin problemas las teorías platónicas sobre el amor y la belleza, y al minuto siguiente, no me podía explicar el por qué se le caían las hojas a los árboles. Un día me dijo que él hubiera querido tenerme para siempre, pero que yo era paloma, gaviota, garza, cisne, y me dejó volar. A veces me escribe desde lejos y me dice en sus cartas que aún mira el cielo, con la intención de volver a verme, pero que le han llegado rumores de gente conocida diciéndole que vivo entre montañas y jardines y que estoy hecha un árbol. Él me dice en sus cartas que me imagina bellísima, suave y perfumada como la canela, resolviendo tranquila el pequeño conflicto de mi caer de hojas. Nada más cierto.