Círculo vicioso. A María Magdalena, que ha renovado inspiraciones... Montoya. mis I La feria Jamás podré olvidar la calle donde viví de pequeño. Se encontraba en la periferia del Forestal, un cerro enorme, lleno de escaleras, de calles sin pavimentar, de casas de múltiples formas y colores a medio terminar, de ropas en los cercos y de caras. Caras que se asomaban siempre en las ventanas, nunca faltaban, auscultando todo lo que circulaba por las veredas, como miles de ojos acusadores, siempre al acecho, espiando amenazantes. La calle bullía todo el tiempo: de chiquillos mal vestidos, de mujeres chismorreando, de obreros desocupados, de tahúres y drogadictos, de alcohólicos sin remedio. De granujas hambrientos y haraposos El domingo todo cambiaba, era un día de feria, las hortalizas se amontonaban lánguidas sobre los tablones, las manzanas y naranjas relampagueaban al sol, tiestos con semillas resecas, panes, dulces, pescados de dudosos olores. Sombrillas remendadas, bullicio, riñas, caos. La música se prodigaba con generosa estridencia por los callejones .La cancha se llenaba de gente, de ociosos oportunistas, de apostadores tramposos y de falsos deportistas. Los más pequeños, como nosotros, aprendíamos a sobrevivir en medio de esta explosión de colores y olores que se extendía como un carnaval o como un volcán en erupción. La gente se empujaba, se voceaban de un extremo a otro de las veredas. Comadronas se insultaban blasfemando acaloradas. Insultos y palabrotas iban y venían descontrolados, como una forma coloquial de comunicación. Algún niño de pecho lloraba, una madre amamantaba sin pudor, un loro imitaba a algún vendedor, los perros ladraban, peleaban y copulaban a pleno sol. Lo ebrios se sentaban en las veredas tomando grandes jarros de cerveza y riendo a carcajadas. Un viejo barbudo y desdentado afilaba cuchillos y tijeras pedaleando una gastada rueda de esmeril .El muchacho de la carnicería le trajo un manojo de cuchillos y hachas , nos entretuvimos con las chispas de oro que salían de su filo y que pronto se esfumaban en el aire.Las jovencitas parloteaban y gorjeaban como una bandada de loros. Pícaros mocetones arrimados a algún carro estacionado jugaban dinero a los dados y apostaban nuevas conquistas, vagabundos holgazaneaban repantigados al sol del medio día. Mujeres gordas cocinaban con las ventanas abiertas repartiendo olores de carnes y pastas pasosas. Jugadores ocasionales de fútbol con zapatos raídos se paseaban a torso desnudo, arrogante y pretenciosos luciendo mal logrados tatuajes de mujeres desnudas y calaveras Más allá un predicador auguraba los peores castigos infernales para las almas pecadoras y llamaba con pasión mesiánica a la redención. El tabernero de la esquina hojeaba mientras tanto la última edición de una revista de desnudos, algunos atrevidos mozalbetes le hacían rueda riendo sibilinos alrededor esperando ver alguna teta. Detrás de los puestos de fritangas dos muchachotes se golpeaban y sangraban de las narices, Las mujeres seguían su paso indiferentes, los hombres hacían apuestas y azuzaban la pelea. El cura de turno revestido de su sotana esperaba en el portal de la capilla. Con una mano repiqueteaba una campanilla llamando a sus feligreses y con la otra espantaba los quiltros viejos y sarnosos que buscaban la sombra y el frío de las baldosas del interior. La calle se llenaba de carros, de cochecitos con madres tetonas y sudorosas que paseaban orgullosas a sus bebés…. Mi madre regateaba acaloradamente con el verdulero, siempre salía con la suya. Mi padre en la esquina dictaba su cátedra de fútbol, nadie se atrevía a contradecir sus conocimientos. Nosotros corríamos tras los carros y los camiones de carga, aprendíamos a hacer los viajes de balde, nos colgábamos peligrosamente de la parte posterior y robábamos manzanas, cargábamos pesados bolsos ganando alguna moneda o una bebida. Comíamos todo lo que conseguíamos, llevábamos verduras y hortalizas que rebuscábamos para nuestras casas. Por las tardes bajábamos al fondo de la quebrada y nos bañábamos en el esterillo, nos estirábamos como gordas lagartijas desnudas al sol. Recorríamos el bosquecillo de retamos jugando y, de regreso cargábamos nuestras espaldas con pesados atados de leña. II Rosy La población tenía su historia particular, como todas las poblaciones que han surgido de tomas ilegales, siempre creciendo como mala hierba. A diario una nueva familia se instalaba sin ningún criterio urbano en algún terreno baldío, dejando estrechas callejuelas de acceso, o peligrosas escaleras de interminables tablones de madera. Era el sueño de la casa propia, o del suelo propio. Familias de campesinos pobres llegados de algún punto de los pueblos vecinos en busca de trabajo, desocupados capitalinos arrancando de otras miserias. De este modo esta extraña conjunción permitía que floreciera allí la pobreza y la indigencia. Todo el mundo conocía de los demás sus necesidades y su oficio : estaba “Don Juan , el mecánico”, “El maestro tún-tún “, soldador .Estaban además los sapos de micros , los suplementeros , los jardineros , los fontaneros , los cuidadores de autos , las nanas, los mecheros, los lanzas, los maleantes, los ladronzuelos y las putas. Sabíamos cuales eran sus casas y los clientes habituales que atendían en el barrio. Lo peor del barrio eran las pandillas, cada barrio tenía una semejante. Era una forma de sentir pertenencia y protección, una escuela del crimen y pobreza donde sobresalían los discípulos más aventajados. Nunca trabajaban, se pasaban el día ociosos, buscando la manera fácil de obtener dinero .Cada cierto tiempo se enfrentaban y arreglaban sus pendencias sangrientas. Se dedicaban también a una especie de deporte: cazar jovencitas, las miraban llenarse, crecer, hacerse mujer, las marcaban como suyas. Las engatusaban con engaños, a veces con violencia y las arrastraban hasta la quebrada donde las abusaban, muchas veces las consecuencias eran fatales. Las madres llamaban a la policía, llegaban, investigaban, interrogaban a alguien, se iban, pasaban unos días y luego todo se olvidaba. Una vez un mocetón que iba camino a la quebrada me regaló un par de monedas y me pidió a cambio que fuera a la taberna del “Pirincho” y que le diera a su amigo “veneno” solamente este mensaje: “quebrada” .El mocetón se agitó, le brillaron los ojos, apuró de golpe el resto de cerveza, y salió apresurado del local en dirección de la quebrada. Cuando entendí el significado, me sentí como un Judas. Me deshice luego de las monedas en el fondo del canal como un signo de arrepentimiento. Supe que esa vez hicieron “fila”, la muchacha cayó a la posta de urgencia, afortunadamente sobrevivió. Tiempo después se mudaron, dejando el barrio y la media-agua abandonada Al otro día los vecinos se encargaron de desarmar y de llevarse todo lo que pudieron. Por esos días, decidimos buscar una nueva entretención: molestar a las prostitutas, Rosy era una de ellas. En ese entonces yo creía estar enamorado de Rosy, era alta, de piernas hermosas, de busto prominente y bien proporcionado, cintura estrecha, su cabellera castaña relucía ondulante al Sol. Tenía un trasero que no dejaba a nadie indiferente. Lo mejor de Rosy para mi, era su cara, redonda como muñeca de porcelana, un par de labios como una pincelada carmesí, sus ojos algo azulados le daban aire de tristeza e inocencia enternecedora. Cuando pasaba cerca de mí, Rosy metía la mano a su blusa, sacaba un caramelo y extendía su mano: -¡Tu caramelo mi amor!- me decía tiernamente, pasando una mano por mi cabello hirsuto- Yo apenas tenía siete años, pero estaba dispuesto a crecer lo antes posible para casarme con Rosy. Le había confiado a mi madre este secreto y cuando me tomaba entre sus brazos y me daba uno de sus mojados besos en la cara, ella le hacía un guiño cómplice a mi madre y sonreía. Comencé a negarme a que Rosy me besara cuando la vi. con otros hombres que metía a su cuarto y, entonces “Pepe Nacho” me cantaba burlándose: -¡La prometida de “Colorín” está con otro hombre! ¡La prometida de Colorín está con otro hombre!.....-Repetía socarronamente, cantando con una vocecilla aflautadaEntonces yo me abalanzaba sobre él como un gato enrabiado. Nos trenzábamos a golpes hasta que uno de los dos quedaba sangrando o alguien nos separaba. Generalmente era yo el que tenía que desistir de la pelea y, entraba lloriqueando a casa, me arrojaba en los brazos de mi madre dolido y desencantado. ¡Mamá no quiero ver nunca más a Rosy! – decía gimiendo – ¡Ya, ya... mi muchachito... Encontrarás una nueva novia!....- decía mi madre consolándome y pasándome tiernamente una mano por la cabezaMi madre apreciaba a Rosy, provocaba en ella un sentimiento de ternura, le daba consejos para que dejara esa vida que llevaba: - Debes dejar esa forma de ganarte la vida…no es digna de una muchacha como tú – le decía mi madre con ternura. - Si, mamy, pronto verás que encuentro un trabajo y dejo esta porquería - prometía Rosy, acurrucándose melosa en el regazo de mi madre y besando sus manos Después Rosy seguía igual, como siempre, soportando los golpes y malos tratos que le daba su rufián. Mi madre se molestaba un tiempo con ella, le hablaba con indiferencia, a veces le ignoraba. Pero cuando volvía de nuevo, herida y destrozada, ahí estaba, generosa, acogiéndola y curando las marcas que le dejaba la vida que llevaba. No sé la razón por la cual mi madre quería a Rosy, pero la vi muchas veces preocuparse en demasía de ella. Mis padres odiaban esta forma de vida y toda la porquería que había detrás de ello, especialmente de la violencia y las golpizas que le propinaban los truhanes para los que trabajaban. Pero era compasiva con las mujeres que habían elegido esa forma de sobrevivir. Mi padre a veces se molestaba cuando llegaba a casa del trabajo y encontraba a alguna de ellas en la cocina parloteando con mi madre. Cuando quedaban a solas, le recriminaba: -Luisa... no está bien que dejes entrar a estas mujeres a nuestra casa… los vecinos pueden hablar mal. Debemos ser cuidadosos con nuestros hijos - decía mi padre con desdén- -Pues….deja que hablen, si no tienen otra cosa en que ocuparse –respondía dulcemente -Estas muchachas necesitan de alguien que las consuele… sufren mucho- añadía pausadamente- III Pepe Nacho Pepe Nacho era mi ídolo, tenía alrededor de nueve años cuando le conocí .era más bien bajito para su edad, fornido, fuerte, cuadrado pero ágil como un gato, de brazos cortos y potentes como un remolcador. Boxeador natural, arrojado .y belicoso. Ya entonces a su corta edad tenía esa mirada desdeñosa y sabina de los delincuentes. Era inquieto e indómito como un gitanillo, siempre estaba en movimiento, planeando su próxima jugada. Desconfiado y vengativo como un brujo, cubriendo siempre sus espaldas. Leal con quienes éramos sus amigos y brutal con sus enemigos. Tenía un defecto: un ojo bizco, huidizo, como si mirase en todas direcciones. Nadie podía mencionarlo en su presencia, de hacerlo sufriría seguramente una golpiza de su parte Pepe Nacho no le temía a nada y a nadie, era capaz de trenzarse a golpes con muchachos que le doblaban en porte y edad. Salía siempre victorioso. Tenía una estrategia de pelea que le daba resultado: bastaba que pegara el primer golpe y enseguida se abalanzaba como un toro sobre su presa hasta derribarlo a cabezazos, buscaba la nariz o las partes bajas de sus adversarios. Una vez, se trenzó a golpes con un muchacho recién llegado a la toma, era fuerte y hábil en la riña callejera, observamos incrédulos como nuestro paladín perdía la pelea. En un instante de descuido, como un perro rabioso le saltó encima y logró asirse de un mordisco de una pierna de su contrincante, el pobre aullaba como un quiltro apaleado, gemía de dolor y Pepe Nacho cual una sanguijuela aferrada a esa pierna sangrante. Cuando por fin se liberó, su boca tenía un rictus sangrante de irónica y triunfante sonrisa. Quedamos en silencio, luego uno de los nuestros comenzó a aplaudir, los demás le seguimos al unísono .El aterrado muchacho salió corriendo en medio de la confusión, saltaba en un pie y aullaba de dolor llamando a su madre. Pepe Nacho nos enseñó a robar en los almacenes. Hacíamos un tumulto y despistábamos al tendero, uno de nosotros estiraba su mano por entre las nuestras y robaba dulces o panes de encima del mostrador. Algunas veces fuimos sorprendidos y echamos a correr antes que nos diera alcance el furibundo almacenero. Jugábamos al trompo, construíamos carretones para lanzarnos en picada por la pendiente del camino. Nos bañábamos en la quebrada, cazábamos lagartijas con lianas de pasto, las hacíamos pelear y apostábamos monedas. Nos subíamos a los árboles y nos descolgábamos de las ramas como verdaderos micos. Perseguíamos a pedradas las levas de perros. Tiramos un gato muerto en el patio de la Iglesia. Echábamos a correr por cualquier cosa. Pepe Nacho inventó un nuevo juego: hacer rabiar las rameras. Empezamos con Rosy, llegamos hasta su casa, la encontramos sentada en la entrada de su portal, pintarrajeándose, desparramando en su precaria vestimenta perfume barato, delineándose las cejas frente a un pequeño espejo. -¡Rosy es una puta! …. ¡Rosy es una puta!.......-comenzamos a cantarle, bailando burlonamente a su alrededor y sin entender cabalmente el significado de lo que decíamos Pero Rosy no se inmutó, nos miró con sus ojos melancólicos y compasivos, mostrando una inexplicable indiferencia, parecía no importarle nuestro juego. Luego, con desdén, dio la vuelta, entró a su casa y no dijo nada. Me sentí mal, algo ahogado, pero ¿Qué hacer? , estaba con mis amigos, tenía que seguir con esta cruel diversión hasta el final. El nuevo juego aparentemente no dio resultado con Rosy, nos sentimos decepcionados y confusos, así es que fuimos más arriba, donde la “Peteroa”, una prostituta vieja y gorda, de carne flácida y rosada, sus tetas eran como dos globos a punto de estallar. Vestía una especie de kimono transparente que asomaban un par de piernas gruesas y carnudas. Algunas várices azulosas asomaban de sus canillas. Estaba sentada en la entrada del zaguán silbando una cancioncilla de moda. -¡La Peteroa es una puta!…. ¡La Peteroa es una puta!- comenzamos a cantarle repetidamenteSu rosada y redonda cara, comenzó a desfigurarse. Se puso algo morada, como poseída por un espíritu maligno, descompuesto y rabioso como cochinillo a medio morir. Se levantó, agarró el madero que servía de tranca del portón y comenzó a gritar mientras nos perseguía. -¡En cuanto los alcance los mato, mocosos sinvergüenzas...! – vociferaba amenazante¡Que alguien me agarre estas sabandijas conch….! -agregaba enfurecidaHabía dado resultado , el juego era divertido, volvimos una y otra vez sobre nuestra víctima. La pobre Peteroa finalmente se echó a llorar, humillada, vencida como un gladiador derrotado. Quedó allí, jadeante y despaturrada al sol. Su torpe maquillaje corrió por sus mejillas haciéndola ver como un payaso triste. Esto ya no nos divertía, salimos de allí algo confundidos, sintiéndonos culpables. Cuando llegué a casa, Rosy estaba sentada en un rincón de la cocina, mi madre la consolaba, ella sollozaba amargamente. Me miró y a pesar de su rabia y decepción no sentí odio en su mirada. -¿Por qué le has hecho esto a Rosy?- me interrogó mi madre severamente¿Qué le he hecho yo a Rosy?-respondí preguntando estúpidamenteMi madre me puso entonces de espalda sobre sus faldas y comenzó a darme correazos enérgicamente en las nalgas, a pesar de mis súplicas y mi llanto no me soltó hasta que hubo terminado de castigarme. Rosy suplicaba a mi madre que terminara de flagelarme ¡Mamy por favor...ya no lo castigue más… por mi culpa…ahora mi bebé me odiará!suplicaba con ternura. Desde ese momento comencé a odiar a Rosy, más que por la paliza que recibí, por haberme enterado que también era prostituta y que se vendía por dinero. Después de este acontecimiento cuando la encontraba en casa sencillamente la ignoraba. No le recibía los caramelos que me llevaba de regalo. Una vez estaba con mi madre en la feria del día domingo y venía Rosy del brazo de su rufián. Se veía radiante como el medio día, su cabellera castaña y ondeada relucía al sol, su mirada triste y melancólica tras sus ojos mortecinos como dos aceitunas a medio madurar. Me miró con ternura, hurgó mi cabello pegajoso y dijo dirigiéndose a su paraninfo -¡Por fin vas a conocer al amor de mi vida! -¿Sabes….? Cuando sea mayor, mi “colorín” se casará conmigo-Agregó, poniéndose las manos en la cintura-¡Ahá... de modo que tengo un contrincante!- dijo su acompañante, acariciando su incipiente barbaMi madre en tanto sonreía y no dejaba de regatear y conseguir mejores precios. Siempre era así, cuando Rosy o alguna de sus niñas, como ella las llamaba, se acompañaba de sus protectores prefería ignorarlas. Si en ese momento hubiese tenido una pistola les hubiese dado un buen tiro a ambospensé vengativo- IV Mis parientes Siempre he recordado esa paliza, no porque me enseñara algo bueno, sino porque al día siguiente fue el cumpleaños de mi hermana. Angélica tenía el doble de mi edad, cumpliría ese año quince años. Yo estaba orgulloso de ella, como mi madre y mi padre, más que por su belleza, por lo buena que era, siempre sonriente y amable con todos, bondadosa, generosa y obediente. Atenta a los requerimientos de mi madre, acompañándola en todo momento. Parece que Dios a veces envía ángeles a la tierra para hacer más llevadero el dolor y las necesidades…Eso era Angélica: ¡Un ángel! ¡No podía llevar otro nombre! Era además una buena estudiante, obtenía siempre las mejores notas y se ganaba todos los premios de fin de año. Para mi padre valía cualquier sacrificio que podía hacer por ella. Quizás tenía la esperanza de que Angélica fuera capaz de romper el círculo estrecho de miseria en que vivíamos. Angélica además era hermosa, como una muñeca fina, mis tías le decían “La barbie”. Esbelta, de largas y estilizadas piernas. Su cabello dorado liso y largo, era el orgullo de mi madre, se tomaba su tiempo en cepillarlo diariamente por las tardes. Mi padre decía que había heredado la prestancia de mi abuela paterna, mi madre agregaba que la inteligencia seguro era de mi abuelo materno .Angélica tenía además un par de ojos redondeados como dos canicas grandes de colores indefinidos, a veces celeste, otras verdes, como inocentes camaleones que se adaptan a la luz. Su fina nariz, respingada proporcionaba perfectamente su dibujada boca. Un par de pecas sobre las mejillas le daban ese toque especial de inocencia y encanto. Ese día, las visitas comenzaron a llegar temprano, los familiares trajeron carne, bebidas y helados. Ellos se encargaron de engalanar la casa con guirnaldas plateadas , globos y letras alusivas a la celebración . Dispusieron también las mesas en el patio para la comida. Mi padre se levantó de madrugada, insistió que fuéramos a retratarnos donde el fotógrafo que vivía a pocas cuadras de allí. Angélica se puso el vestido que le habían comprado para la ocasión. Un traje de fino raso, con mangas de terciopelo, de botones dorados hasta la cintura, una cinta de seda en el pelo y zapatos de charol. Mi padre se empaquetó su terno gris, se puso corbata y zapatos lustrosos, parecía un abogado. Mi madre se sacó el delantal , se ordenó el cabello y se calzó el vestido negro de felpa .Me obligó a ponerme la chaquetilla y el pantalón que me había preparado durante la semana .Fuimos por la calle principal , mi madre gruñendo con desgano , le disgustaba ponerse zapatos altos .Mi padre ufano y orgulloso luciendo su prestancia. Mi hermana iba feliz como una reina, saludando a los súbditos que se cruzaban a nuestro paso. Llegamos así al lugar indicado, golpeamos con insistencia, esperamos un rato hasta que apareció un hombrecito diminuto con cara de vivaracho, delgado y paliducho. Nos sonrió dejando al descubierto unos dientes amarillos y nicotinosos, acomodó sus escasos cabellos desordenados y nos hizo pasar a un pequeño estudio con un pegajoso olor a alcohol ¡Que madrugador es usted… don Oscar!- dijo a mi padre restregándose los ojos-Tenemos muchas cosas que hacer hoy….y es mejor terminar esto cuanto antes-espetó mi padre solemnementeDespués de probar distintos ángulos, se metió detrás de una cortina, nos dijo: ¡Miren el pajarito! , sonreímos y ¡Plaff! . Luego, mi padre acordó algo más con el “artista” y nos regresamos a casa , cansados pero triunfantes , con la sensación de haber cumplido con el más importante de los ritos. Mi padre en ese entonces era un hombre joven, le gustaban estas reuniones, recibir de visita a sus parientes y amistades. Ese día incluso dejó de trabajar .Por la tarde hubo carne asada, la mesa prodigaba colores de ensaladas y botellas de jugos y licores. Comimos hasta hartarnos y jugamos hasta el anochecer. Angélica no dejo de probarse nuevos vestidos que le trajeron de regalo, casi no probó bocadillos por lucir su enorme oso de peluche que le regaló uno de mis tíos. Por la tarde, jugamos cartas y lotería. Mi madre como siempre hizo honor a su buena suerte en el juego y se llevó todas las monedas. Después los mayores se pusieron a contar historias, las que siempre repetían cada vez que se reunían, nosotros escuchábamos una vez más con entusiasmo, nos reíamos de las intervenciones divertidas del tío Samuel y de lo colorido y exagerado que era para narrar sus audaces chascarros. Al otro extremo de la mesa, un amigo de mi padre: Pancho, el avaro se zampaba el resto de pollo frito y aprovechaba de empinar el codo lo más que podía .Como la comida y la bebida era gratis, comió hasta atiborrarse. No recuerdo bien, pero alguien contó que una porcina de una población vecina había parido una cría con cara humana, producto de la relación zoofílica que el degenerado dueño mantenía con el animal. Néstor, un pintor de brocha gorda, contó que más arriba vivía un viejo solitario, medio loco, que lo atormentaba el espíritu de su madre a la cual había dejado morir en la indigencia. Decía además, que la finada se le aparecía como un fantasma y lo recriminaba por tan grande falta y que este lloraba como un niño. Que por las noches prefería salir a vagar por las calles iluminadas porque no podía conciliar el sueño en la oscuridad. Alguien agregó que había recurrido a una bruja llegada del norte a la que le había pagado por un manojo de cruces de colores que puso como contra en el dintel de la puerta y otras se las había colgado al cuello .Desde entonces, su finada madre le había dejado de atormentar. Después de tanto banquete e historias me dio sueño, busqué el regazo de mi madre y me acomodé para dormir. -¿Es que te vas a dormir en el día del cumpleaños de tu hermana?-me interrogó cariñosaMi cansancio era mayor que las ganas de contestarle. Atiné solo a levantar mi mirada hacia ella y le guiñé un ojo somnoliento. De pronto se escuchó un grito de dolor que venía de la calle. Los mayores corrieron a la ventana. Mi padre salió y volvió al poco rato. -…Han apuñalado a un hombre allá afuera… -comentó nerviosamenteVimos como la gente comenzaba a rodear al hombre que gemía y se desangraba en el frío de la noche. Más tarde llegó la ambulancia, recogieron el cuerpo ya inerte. La policía interrogó a alguien, la subieron al carro y desaparecieron. Un gato saltó desde lo alto de un tejado, se arrimó sigiloso a olisquear la sangre aun fresca en la tierra. Después de algunos comentarios y especulaciones, prosiguió la tertulia, se reanudaron los juegos. Mi tío Samuel iniciaba un nuevo relato, se volvieron a llenar los vasos. Mi hermana me prestó su enorme oso de peluche. Por fin me dormí. V El verano Lo mejor de mi calle era el verano, a pesar del sol que nos atormentaba, de las pulgas y cucarachas que nos invadían como un ejército de tanques en miniaturas, no puedo negar que eran divertidos. Bajábamos a la quebrada a principio de la época estival y reparábamos el estanque destruido una vez más por el torrente del invierno pasado. Poníamos a prueba nuestro ingenio, remendando con trapos robados en nuestras casas, restos de maderos y cuanto pudiera servirnos para tal propósito. Pasábamos todo el día en la calle y jugábamos hasta el anochecer. Alguien lanzó un perro muerto al estanque y decidimos bañarnos robando agua del único grifo público instalado en la esquina de la avenida principal. Otras veces nos empapábamos unos a otros con la manguera en los patios de nuestras casas. Nuestras caras escamosas y quemadas nos dolían de tanto sol, nuestros pelos se aclaraban con tanta agua clorada. Mi padre decía que parecíamos “gringos” y se reía a carcajadas. Nuestras madres nos rapaban en esta época para evitar los piojos, que proliferaban en los pisos de madera .Vestíamos la mayor parte del tiempo pantalón corto y a torso desnudo. Los más pequeños circulaban desnudos por los callejones sin ningún pudor. Jugábamos en la albardilla que quedaba en los patios sin pavimentar después de tanta agua despilfarrada. Inventamos una guerra de terronazos y alguien salió mal herido. Volvimos una semana después a nadar al esterillo después de sacar el animal muerto, el mal olor no nos importó demasiado, no era peor que el que nosotros expelíamos. Un niño pequeño estuvo a punto de ahogarse en el estanque, estuvimos dos días castigados, al tercero estábamos de nuevo metidos en el fango. Mi madre no dejaba que Angélica se bañara en esa inmundicia, por miedo a que se contagiara la sarna. Ese verano, Pepe Nacho se inició en el vicio del cigarrillo, solo tenía once años. Nos obligaba a dar algunas pitadas, si nos negábamos, amenazaba con lanzarnos a lo profundo del esterillo y sumergirnos a fuerza de mantener la respiración hasta la cuenta que a él se le antojara prudente. Se burlaba de nosotros cuando nos veía mareados y descompuestos. Ese verano me juré que nunca fumaría, años después rompí esa promesa A nuestras madres parecía no importarles lo que hacíamos durante estos dos o más meses de ociosidad y, vagábamos sin tener obligaciones que cumplir .Comíamos abundante fruta de la estación. Íbamos a la feria y esperábamos hasta el atardecer, ayudábamos a recoger los pertrechos a los feriantes, ellos nos daban a cambio frutas que no habían sido escogidas. Nos zampábamos sandías enteras, quedábamos como gordas ranas, la piel de nuestra panza parecía a punto de rasgarse ante el menor pinchazo. Hicimos competencia de pedos y eructos La patrona de la madre de Nibaldo, el Chirigüili, una vez más renovó su refrigerador, el antiguo se lo dieron como parte de pago de su salario. Hacíamos helados de jugos y comíamos cubos de hielo a mordisco, punzamos el congelador con un cuchillo para obtener mejores trozos, hasta que una tarde silbó en nuestras caras un gas nauseabundo que inundó la cocina. Después supimos que el aparato no volvió a funcionar. Chirigüili se llevó una paliza y estuvo castigado una semana. Le silbábamos como pequeños delincuentes desde la calle, se asomaba al patio y le lanzábamos frutas. Su madre descontrolada nos insultaba: -¡Váyanse de aquí…mocosos sinvergüenza! -¡Hijos de puta…como los alcance….!-vociferaba descontrolada, mientras nos corría a pedradas. Ese verano ocurrió algo inesperado, poco antes de la navidad llegó a instalarse a la toma una mujer de mediana edad, se veía jovial, alegre y extrovertida. mostraba un afecto especial por los pequeños, nos regalaba pan dulce que ella misma cocinaba, nos arremolinábamos alrededor suyo como cachorros tras su madre. Tenía un hijo en el ejército, era su orgullo, a todo el mundo mostraba la foto donde aparecía con quepís y con un fusil en posición de combate. De vez en cuando la vino a visitar, discutían y luego se marchaba desapareciendo por un tiempo. Samantha, así se llamaba, se dedicaba también al antiguo negocio, pero por alguna razón nosotros la queríamos. Construyó una pequeña casita de tabiques montados en pilares de cemento, en la entrada había puesto un pequeño balcón donde le gustaba solazarse y beber esperando a sus clientes. Era distinta de las demás putas que conocíamos, no negaba su oficio y parecía estar orgullosa de ello. Las mujeres se incomodaban y se sonrojaban cuando contaba sin prejuicio las aventuras con sus clientes, se vanagloriaba de haberse echado encima más de doscientos hombres, decía que llevaba la cuenta religiosamente. Era una mujer atractiva, cuando se arreglaba se veía distinguida, tenia una forma cadenciosa de caminar, vestía polleras ajustadas que pronunciaban su trasero. Tenía una cara agradable, sus ojos algo indefinidos, quizás lo único que perturbaba su belleza era su nariz algo rojiza y demasiado restregada. Había días en que no salía y se quedaba en el balcón emborrachándose. Mi madre no la quería. Un día, que estábamos fastidiados de tanta ociosidad, Pepe Nacho me susurró al oído: -Colorín vamos donde la Samantha…acaba de pasar uno de sus clientes... espiaremos por la ventana….-dijo en voz baja para que los demás no se enteraran. -Tengo sed...voy a beber a mi casa y vuelvo…- dije fingiendo aburrimiento -¿Quieres acompañarme Pepe Nacho?-Agregué cómplicemente guiñándole un ojo. Saltamos el cerco del patio trasero y nos escabullimos agazapados por la calle paralela. Llegamos frente al portón de la casa de Samantha, descolgamos la tranca y cruzamos el zaguán, subimos sigilosos los tres escalones que daban al balcón .Oímos gemidos en el interior, Una voz gruesa expresó algo inentendible y se echó a reír. Sentí miedo y quise escapar del lugar. De pronto, Pepe Nacho me detuvo de la manga y me obligó a mirar por la ventana que estaba entreabierta, la brisa descorría la sucia cortina en un vaivén imperceptible. Me quedé congelado viendo en la semioscuridad el cuadro grotesco de dos cuerpos desnudos jadeantes sudorosos y acelerados, en un ir y venir de espasmos y convulsiones. Luego todo fue quietud. Pepe Nacho me jaló del pantalón y me descolgué de la ventana aun confundido y avergonzado. El regreso, lo hicimos en silencio, hasta que llegamos a casa. Pepe Nacho me exigió severamente no comentar a nadie lo sucedido. Dijo además que el ya lo había hecho antes, que esta vez había sido una sorpresa que tenía para mí. Agregó que ya era hora que supiera como se hacían los bebés. -¡Así no pueden hacerse los bebés!- le grité furibundo -¡Eres un mentiroso!- agregué desafiante-¿Colorín…de verdad no lo sabías?-Me interrogó imperturbable. No pude responderle, entré en mi casa y miré a mi madre agraviado. Ella, extrañada continuó con el planchado. No podía creer que mi madre me había hecho a mí del mismo modo. Me dirigí directamente a mi cuarto, me eché en la cama y lloré .Me venció el sueño y dormí hasta el día siguiente .Por un tiempo estuve sin poder mirar a los ojos a mi madre, me sentía traicionado y sucio. Ella, ignorante de lo que me pasaba, sufría amorosamente mis desprecios. Años más tarde pude entender la verdad de todo este asunto y, entonces pude de verdad volver a amarla con intensidad y quitarme estos prejuicios equivocados. VI. El circo Lo último entretenido que ocurrió al final de ese verano fue el arribo de un circo que llegó a instalarse en medio de la población. Levantaron una vieja y descolorida carpa, tan remendada que parecía imposible poner un nuevo parche sobre ella. En el palo mayor colgaron una desteñida bandera de indescifrable procedencia. El dueño era un hombre de mediana edad, grueso y mofletudo, huidizo, sus ojos pequeños brillaban como los de una rata en la oscuridad, causaba desconfianza y temor el modo lascivo con que nos observaba, parecía estar siempre desnudándonos .Gritaba órdenes a sus empleados con su voz chillona y afeminada. Cargaba un gato romano, excesivamente gordo entre sus brazos, sacaba galletas de sus bolsillos y le daba de comer en sus manos. Vestía camisa floreada y botas como un gitano. Sus manos resplandecían de anillos de jaspe y de brillantes que costaban un millón de dólares falsos. Lucía una gruesa cadena de oro en su cuello, de dudosos quilates. Acostumbraba a retozar en una silla de playa con sombrilla, se escarbaba los dientes y la nariz pacientemente, se retorcía el bigotillo como un gato, metía sus manos en el pantalón y se rascaba las partes impúdicas con total desparpajo. Cuando le sentíamos roncar, nos acercábamos sigilosos a espiar. El nos miraba con el rabillo del ojo simulando roncar. Estacionaron su destartalado camión donde acarreaban sus pertenencias a un costado de la cancha, ahí mismo armaron las pequeñas carpas donde pernoctaban. Apostaron sus mesas de campaña y cocinaban a pleno sol. Sospechamos que durante el tiempo que estuvieron en el lugar jamás se bañaron. Fue un misterio descubrir donde deponían sus necesidades intestinales. Trajeron consigo animales amaestrados : Un mono pequeño idiota y famélico que chillaba y saltaba de un lado a otro en su pequeña jaula, todo el día ; un caballo canijo , de patas largas como escoba , tenía un ojo virulento, siempre cerrado , espantaba las moscas dando tiritones como un epiléptico . La estrella del circo era un león, o lo que quedaba de él, un bicho enteco, anémico y ulceroso, babeaba achacoso en una jaula demasiado segura para una bestia como él. El “Señor corales” como le había apodado mi padre al patrón del circo, echó a correr la noticia sobre la compra de perros y gatos para alimentar al desnutrido carnicero. Pepe Nacho y yo ganamos buen dinero aprovisionando de alimento al hambriento animal. Las madres de la población se sintieron agradecidas de la desaparición de tanto quiltro callejero. No opinaron lo mismo al enterarse que nosotros estábamos detrás de esto, cuando acabada esta provisión, comenzaron a desaparecer perros de cuidado. -Desaparezcan de aquí…demonios, granujas, satanaces, hijos del diablo-eran los insultos más suave que recibíamos-¡Que me toquen mi guardián…porque les parto el culo a garrotazos!-nos amenazaban coléricas -¡Ni piensen acercarse a nuestras casas…mocosos de mierda!-Nos corrían rabiosas Tuvimos que buscar provisiones desde las poblaciones vecinas. Pepe Nacho se transformó en un frío y calculador asesino, le echaba el ojo a su presa, seducía su victima con un sebo que sacaba de sus bolsillos, pasaba la correa por el cuello y le asestaba el golpe mortal con el pesado fierro que escondía entre sus ropas. Mientras tanto yo hacía de guardia, cubriendo sus espaldas cómplicemente. Le observaba en el atardecer como un cuadro macabro, cargando en una bolsa el aún tibio botín. Quise negarme de acudir a algunas de estas tropelías, pero el temor a una zurra de su parte era mayor a mi voluntad. Vimos así como el felino se repuso después de tantos banquetes, del mimo modo nosotros nos atiborrábamos de helados y dulces con el dinero que ganábamos. Pepe Nacho compró de contrabando una revista pornográfica que no se cansaba de hojear , me dejó ver solo la cara de una desnudista hermosamente maquillada , como las que se ven a diario en la televisión , después de rogarle y pagarle unos cuantos centavos, me dejó ver también sus tetas, no pude descubrir donde escondía este tesoro tan preciado . Pepe Nacho compró también una caja de cigarrillos, bajaba a la quebrada y fumaba a escondidas, mientras tanto yo comía y bebía hasta hartarme. El circo llevaba un par de semanas instalado. A media tarde, llamaba a la única función por una bocina gangosa que emitía una grabación inentendible, nosotros corríamos detrás del destartalado auto que recorría lentamente las callejuelas del cerro anunciando el particular espectáculo. Esa vez se detuvo descompuesto y lo jalamos de vuelta como una manada de enanos forzudos, el señor corales, nos dejó disfrutar de la función sin cobrarnos. -Señoras, señoritas, señores….distinguida concurrencia – comenzó a saludar el anunciador zalameramente, acentuando su voz afeminada, que era por lo demás el propio dueño que hacía al mismo tiempo de promotor, plantón y domador de bestias salvajes. -Señoras y señores…directamente de…. las bellas bailarinas de ukelele…Dayanna, Maritza y Jobanka.-anunciaba frenético, el director en su smoking estrecho y lustroso-Nos deleitarán con su baile exótico y…..-Agregaba presuntuosoSe atenuaron las luces y aparecieron evolucionando en la pista tres ninfas con atuendos polinésicos, provistas de argollas gimnásticas que mantenían girando con alguna dificultad en la cintura, intercambiaban torpemente los aparejos unas a otras, volaban por el aire y llegaban accidentalmente a las gradas. Los espectadores reían a rabiar, chillaban, silbaban destemplados y aplaudían. Las bailarinas calzaban una toca de plumas sobre sus cabezas que las hacia caminar erguidas como princesas, a pesar de sus atuendos, se veían cuadradas y duras, de movimientos exagerados y algo torpes. En un momento, el proyector de luz enfocó su cono luminoso sobre las tres odaliscas, se suavizó la música y comenzaron a contornearse sugestivamente desprendiéndose de sus atuendos. -Alguien del público gritó haciendo eco con sus manos: -¡Mijita rica! , ¡Mi amor...! …..-Se produjo una gran risotada general, golpes de pies sobre los tablones y silbidos destemplados-¡Hay…que está rico el trío de maricones!-Gritó la misma voz, simulando el modo de hablar de los amanerados. Después hubo un ir y venir de respuestas cada vez más agudas y atrevidas, se lanzaron baldes con papeles de colores a las graderías a modo de agua, una de las artistas persiguió a un espectador por sus excesos y le propinó una zurra simulada de carterazos. Nosotros estábamos sorprendidos de la inesperada transformación que habían experimentado tan hermosamente y acicaladas féminas, ahora presenciábamos confundidos este espectáculo de transformismo que vitoreaba bulliciosamente el público. Se despidieron y volvieron repetidas veces y en cada salida el diálogo con los espectadores se tornó más agresivo y chocarrero, los pequeños ignorábamos que todo era parte del show. Una madre gorda se atragantó de la risa, tuvieron que sacarla a que tomara agua y aire fresco. Un ebrio desdentado reía de buenas ganas mientras empinaba lo quedaba de una botella. Pepe Nacho aprovechaba los descuidos y se birlaba las palomitas de maíz. Cuando por fin lograron salir de escena, uno de estos personajes presentó el siguiente número artístico: -¡Estimado público asistente…! –comenzó a decir con voz aguda, jadeante y enjugándose el sudor de la frente con su pañuelo colorido. -¡Directamente desde un continente desconocido….el más grande domador de bestias salvajes….el gran….! – terminó anunciando con voz aflautada y poco entendible. Las luces se habían apagado previo al anuncio y ahora se encendían de improviso, en el centro de la pista se dejó ver de pronto el felino, la bestia gruñía aún adormecida, como si la hubiesen sacado de un profundo sueño y tenía que estar ahí a desgano. De pronto un chasquido del látigo del domador cayó como un rayo en el lomo del animal. Éste agitó desconcertado en la estrechez de la jaula. El mono, como un energúmeno chillaba y saltaba sobre la cubierta, azuzándole atrevido y desafiante, con la seguridad que el provocado animal no podía darle alcance .La gente reía desmedidamente. El mono hacía gestos obscenos provocando más descontrol. -Y ahora…señores la parte más peligrosa del espectáculo-Anunció una voz melodramática detrás de las cortinas-¡El gran maestro……pondrá la cabeza entre las fauces del peligroso animal!-terminó anunciando no muy convencidoEntonces el señor corales que hacía de domador de bestias salvajes, abrió con fuerza el hocico del animal e introdujo parte de su cuerpo entre sus fauces desdentadas. Acabada la hazaña dio una palmada cariñosa al bicho y se inclinó a recibir el merecido aplauso .Acto seguido ató el aparejo a la jaula del tiro del caballo que había permanecido en un rincón de la pista, como un espectador más, se perdió tras bambalinas con sus animalejos entre risotadas mordaces de los asistentes. Luego vino un acto de magia. Apareció en escena en medio de una música misteriosa, un hombre delgado y enjuto. Su aspecto era de un cadáver: pálido, ojeroso y demacrado tras un traje negro con un sombrero alto. La muchedumbre guardó silencio. Se posó en el centro de la pista, respirando agitado, sus bocanadas de hálito frío salían de su boca como una nube de vapor. Yo estaba impresionado con este ser extraño que no habíamos visto antes y que tenía al público hipnotizado. Se sacó y se puso repetidas veces su sombrero, revolvía la mano en su interior mostrando que estaba vacío. De pronto, algo se movió sobre su cabeza, retiró nuevamente su toca y apareció de la nada un peludo y blanco conejo. Pepe Nacho, hacía esfuerzos por hacerme entender que todo era una ilusión. -¿Qué sabes tú de magia...?- le interrogué rabioso-Colorín lo más probable es que el conejo haya estado todo el tiempo en el fondo del sobrero cubierto con un doble fondo-me explicó razonablementeMientras tanto, el misterioso personaje hacía aparecer y desaparecer cartas, monedas y bolitas entre sus dedos. Yo le observaba extasiado, por más que intenté descubrir sus trucos, no pude hacerlo. Terminada su presentación, el singular personaje hizo un par de reverencias, mientras el público aplaudía aturdido. Antes de perderse tras la carpa, se detuvo y miró hacia donde estaba Pepe Nacho y yo. Un escalofrío subió desde mis pies a la cabeza. Después del obligado intermedio salieron a la pista los payasos, que sacaron las mejores risotadas con sus piruetas y sus golpes a mansalva. Se hicieron zancadillas y caían estrepitosamente al suelo dando alaridos exagerados. Establecieron un diálogo chapucero y soez con el público .Pepe Nacho y yo, nos retorcimos de la risa cuando se bajaban sus desproporcionados pantalones coloridos y mostraban el culo a las graderías. Cuando llegué a casa, mi madre, tras ver la hora, me recriminó severamente. No me importó demasiado, la experiencia valió la pena, aún a costa de recibir una paliza. El circo tuvo que marchar días después. Siempre recordaré el modo como ocurrió .Fue poco antes de comenzar la función del sábado siguiente. El señor corales había raptado con engaños a uno de los pequeños del lugar, lo había arrastrado hasta la carpa donde pernoctaba con la intención de abusar de él, el muchachito comenzó a gritar como un berraco, lo vimos escapar desnudo y aterrado entre los parroquianos que a esa hora esperaban ingresar a la función. De pronto, de entre la multitud saltó el padre, un hombretón corpulento, poderoso como una grúa. Su grueso cuello pareció estallar, se dirigió cegado de ira en busca del abusador. La endeble carpa sucumbió ante la primera embestida. Lo demás fue brutal, golpes, palos, patadas. Otros padres se sumaron a la golpiza, dejando al sujeto como un despojo sangriento .Algunas madres, enteradas a última hora, iracundas y virulentas volvían como un jauría furibunda sobre el cuerpo inconsciente y descargaban su furia incontenida. Cuando al día siguiente volvimos al lugar, el circo se había marchado. VII La escuela Se acabó el verano y el otoño se dejó caer como una maldición y, con ella, la escuela. A ninguno de nosotros nos agradaba tener que empaquetarnos en el uniforme; los zapatones y la corbata nos ahogaban, pero teníamos que hacerlo a punta de amenazas. Ese lugar era una cárcel y los maestros nuestros carceleros, nuestro pecado era ser jóvenes y querer disfrutar la vida, sin preocupaciones, ni obligaciones que cumplir. Sin embargo, teníamos que estar encerrados en una sala, presos y tiesos, mientras afuera el otoño resplandecía, allí no había estímulos para granujas como nosotros. Queríamos seguir disfrutando este estado de libertad lo más que pudiéramos, nuestra motivación era el juego y la ociosidad .La disciplina y las obligaciones un atentado a nuestra felicidad, el riguroso horario una forma brutal de opresión. Buscaríamos el modo de rebelarnos frente a tanta injusticia. Éramos, a buenas cuentas, un dolor de cabeza para nuestros maestros, les sacábamos de quicio, abusábamos de su paciencia: peleándonos, insultando y negándonos a hacer todo lo que se nos obligaba. Rompíamos las normas establecidas, rompíamos nuestras cosas y las ajenas. Nos burlábamos de los sumisos y los débiles. Actuábamos como pequeños delincuentes, atemorizantes, hampones e incorregibles. Llevamos a Nico, un niño famélico y escuálido como una araña, al baño y, le mojamos la ropa, después le cantamos en el patio haciéndole ronda y musarañas con las manos: ¡Nico se orinó! , ¡Nico se orinó!......-canturreábamos al unísono, mientras nuestra víctima lloriqueaba desconsolado, queriendo huir del lugarLa madre del muchacho llegó indignada a la escuela y exigió el más duro castigo para nuestra crueldad. Nos obligaron a quedarnos inmóviles de rodillas en un rincón, nos lavaron la boca con jabón de lejía. Nos dejaron hinchada las manos de tantos varillazos. Aun así nuestra buena conducta duró solo el resto de la jornada. Nos obligaron a disculparnos. Tampoco esta inocente lección sirvió de algo. Nuestras madres pasaban parte de su tiempo en la oficina de control justificando nuestras faltas y pidiendo nuevas oportunidades a nuestras incorrecciones. Muchas veces les oímos traspasar sus propias incapacidades a nuestros tutores, permitiéndoles que nos corrigieran con merecidos azotes. Yo odiaba a uno de los maestros de la escuela, era impasible y atemorizante, silencioso y vengativo. Tenia una voz poderosa, amenazante, que infundía miedo, se paseaba a nuestro alrededor como un gendarme, se acariciaba la barbilla y a la menor falta descargaba, como un verdugo rabioso, la reglilla que empuñaba siempre en sus manos en nuestras cabezas. Parecía disfrutar cuando nos obligaba a parar el trasero y darnos con la regla metálica golpes a su antojo. Si intentábamos engañarle, poniéndonos un cuaderno entre las ropas, el castigo se duplicaba. A un muchacho le sangró la oreja de tanto que se la jalaron. Al día siguiente llegó con esa parte de la cara teñida de un rojo desinfectante. Nos burlamos de él hasta hacerlo llorar. ¡Oh, maestro estúpido que lograste hacer de esa parte de nuestra juventud un infierno! ¡Oh, viejo voraz de cerebros, que descargaste en nosotros tus propias amarguras y frustraciones! -No podía entender y pensar de otro modo en aquel pasaje de mi vidaRecuerdo además que ante los castigos, Pepe Nacho era el único que no lloraba, y miraba desafiante, altanero y con desprecio, soportando como un valiente mártir estos castigos, esto enfurecía aún más a su verdugo, el que parecía ensañarse golpeándole con más violencia. Un día Pepe Nacho se rebeló ante estos continuos abusos y arremetió contra el maestro propinándole un puñetazo en la nariz, tal como nos lo había prometido. Se produjo un silencio eterno, sabíamos que las represalias serían terribles, aunque estábamos complacidos de lo ocurrido. Recuperada la calma, el profesor furibundo y sangrante levantó al pequeño truhán por las solapas y se lo llevó de la sala. No supimos más de él. Finalmente terminaron expulsándole, su madre no hizo nada y Pepe Nacho vagabundeaba por las calles solazándose por las esquinas. El resto le envidiábamos En casa siempre había allegados, y eso a mi madre parecía no importarle. A veces era gente que llegaba al barrio y no tenían donde cobijarse, mis padres permitían que se quedaran un tiempo, mientras conseguían dónde irse. Otras veces era algún pariente que nos visitaba y se quedaba más allá de lo esperado, mi madre generosa los acogía y se preocupaba de ellos. Lo mejor de ese otoño fue que a fines de Abril, llegó a quedarse con nosotros tía Noemí, había terminado de estudiar en un internado técnico y buscaba ocupación. Mi madre la recibió como se recibe a una hija y le acomodó una cama junto a Angélica. Mi hermana estaba feliz, tendría por lo visto, alguien un poco mayor con quien compartir sus cuitas. Trajo consigo muy pocas pertenencias: una maleta pequeña, un bolso de mano y su guitarra. Ella era una muchacha campesina, algo silenciosa y de una candidez propia de la gente pueblerina .Sin embargo no era tímida, más bien reservada. Tenía el corazón de mi madre, también su mirada. Unos ojos verdes que se reflejaban como dos esmeraldas en el ámbar de su pelo bien cuidado, una piel bronceada y suave como cántaro pulido. Un cuerpo duro y firme, bien moldeado. Y, por sobre todo una sonrisa, sin proponérselo siquiera, coqueta y sugestiva. Yo estaba feliz que tía Noemí se quedara con nosotros, desde que se instaló en nuestra casa me adoptó como su niño regalón, pasé los mejores momentos con ella. Se transformó en mi mejor aliada, de algún modo influyó a que me comportara mejor en la escuela. Mi madre me reconvenía cuado abusaba de su voluntad, especialmente cuando me hacía los trabajos escolares. Por las tardes salíamos al portal, nos sentábamos arrimados a la cerca hasta que oscurecía. A veces, tía Noemí tomaba su guitarra y cantaba una de esas cancioncillas pueblerina que tanto gustaban a mi padre. Él salía y se quedaba ensimismado contemplándola. Pepe Nacho se enojó conmigo, porque pasaba más tiempo en casa y preocupado de mis deberes. No me hablaba cuando me veía colgado del brazo de mi tía camino al colegio. Todas las tardes me llevaba a comprar el pan al boliche de “los cochinos”. El dueño era un viejo gordo y zalamero, de mejillas coloradas y de bigotes negros, cuadrados y espesos como una brocha. No me gustaba como miraba a mi tía Noemí, ella no se daba cuenta que, aprovechaba cualquier descuido para mirarle el trasero. Un día camino a la escuela, Pepe Nacho me saltó encima desde una esquina y me dijo: -¡Colorín… ya es momento de aclarar el asunto!-me espetó amenazante-¿Qué asunto…?-contesté simulando distracción-¡Pues….lo de tu tía! -¿Qué ocurre con mi tía?-volví a preguntar algo confundido-¡Mira colorín…no te hagas el huevón…o eres mi amigo…o te lo vas a pasar como un maricón al lado de tu tía!-me largó de golpeEstuve pensando en esta decisión un par de días. Por un lado, estaba el hecho de no querer perder la amistad de mi amigo, un compañero leal, un hermano de tropelías, pero al mismo tiempo estaba mi tía, esa cercanía que me había hecho tanto bien. Finalmente fue ella la que resolvió sabiamente esta disyuntiva, después de confiarle mi conflicto. Acordamos que no me iría a buscar más a la escuela. Pepe Nacho valoró profundamente esta decisión y volvimos a renovar estrechamente nuestra amistad VIII El invierno La lluvia se dejó caer a fines de Abril, mi padre decía “Abril lluvias mil” y ¡Vaya que tenía razón! A mí no me gustaba esta época del año, teníamos que permanecer encerrados en nuestras casas y allí nos aburríamos. Nuestra pandilla entonces, entraba en un receso obligado y casi no nos veíamos .Cuando la lluvia era persistente mi madre no me enviaba a la escuela y me obligaba a quedarme en cama; temía que enfermara como en el invierno anterior. Yo odiaba la lluvia que caía estrepitosa sobre el tejado de latas de mi cuarto, a veces se filtraba alguna gotera y mi padre buscaba algún cubo improvisando una solución apresurada. Todos los inviernos eran iguales: inalterables, humedad, enfermedades, pulmonías, las miserias se expresaban con más fuerza aún. Florecían con el frío y la falta de abrigo las necesidades de la población. Los viejos morían, los pequeños invernaban como osos esperando sobrevivir la primavera. Las frágiles casas resistían apenas el vaivén del viento que sacudía a ráfagas de muerte su silbido avasallador. Los hombres se encaramaban a los tejados, desprotegidos, desafiando la tempestad, tambaleantes como equilibristas suicidas sobre las cornisas, a cubrirlos con mangas de nylon, tablones, piedras y amarras. La naturaleza implacable arrastró ese invierno a un par de familias al fondo de la quebrada. Así era la nueva toma de Forestal en el invierno, una postal de miseria, pobreza y enfermedades. Pasada la tormenta salíamos de nuestras casas como los bichos salen de su madriguera, malheridos pero triunfantes y esperanzados. Caminábamos por el barro y nuestros zapatos se quedaban enterrados en el lodo tras de nosotros, nos ensuciábamos y nuestras madres nos regañaban. El cuarto de cocina permanecía con ropa colgada de los cordeles la mayor parte del tiempo. Mi madre echaba hojas de eucaliptos en un tarro y las ponía encima de la estufa, según ella, eso ayudaba a mejorar los catarros, yo odiaba ese olor. Lo mejor que ocurría era que las clases se suspendían, la escuela se ocupaba como alberge para socorrer a las familias maltratadas por la tormenta. Cuando se reanudaban, teníamos que convivir en los salones contiguos con gente que dormían, cocinaban y hacían sus necesidades en los mismos excusados nuestros. Llegaban los empleados del municipio, llenaban formularios, les regalaban una casa de auxilio, se volvían a instalar en el mismo lugar y todo seguía igual. En esta época del año la mayoría de los padres pasaban la mayor parte del tiempo desocupados, y permanecían rabiosos encerrados en las casas invernando obligados. En esta estación, el trabajo escasea porque: nadie pinta sus casas, nadie construye o invierte en reparaciones. Nuestra familia se las arreglaba con lo que podía ganar mi madre en sus costuras. Mi padre trabajaba en una fábrica, era uno de los pocos que permanecía ocupado todo el año. Tía Noemí había comprado una revista de canciones, en ella estaban las letras y las partituras. Por las tardes se quedaba al lado de la estufa atizándole leña y se ponía a descifrarlas lentamente en la guitarra. A mi madre le fascinaba oírla cantar; ella también canturreaba desde su rincón de costura. Si mi padre estaba en casa, dejaba la lectura y la miraba extasiado, a veces lloraba emocionado. Mi madre la interrumpía y le pedía que le explicara el contenido de las canciones .Tía Noemí, pacientemente, fue introduciendo en nuestras conciencias la valoración por el trabajo de los cantores populares. Cuando mis padres le oían cantar “Gracias a la vida”, con esa voz desgarradora y sentida, nos quedábamos absortos oyéndole y mirándole con la devoción con que se mira una imagen divina. Quizás cada uno de nosotros sentíamos que, a pesar de la pobreza, teníamos que agradecer a la vida por lo que nos daba cada día. Siempre he recordado una sentencia que decía mi padre con mucha sabiduría: “Hay gente tan pobre, que lo único que tiene es dinero” y ¡Vaya que era cierto! Lo duro del invierno era el frío. Después de la lluvia, el tibio sol vaporizaba la humedad de las casas y las calles de barro. Los cercos se llenaban de colchones y frazadas desprendiendo humedad. Ese invierno hubo un incendio, cosa rara en esta época del año. La gente encendía fuego, para quitar la humedad de sus camas y sus ropas. Una anciana puso un brasero demasiado encendido dentro de la casa, de pronto, en un descuido, las llamas encendieron las cortinas y subió hasta las vigas. Lo demás fue desesperación y caos. Sacaron a la pobre mujer en un estado deplorable, llamaron la ambulancia y se la llevaron a la posta. Después llegó un carro de bomberos, pasó por el barro, disparado como una bomba que impacta a un regimiento, no pudo hacer nada, ya era demasiado tarde. Después llegó la policía, se detuvieron en el lugar, dieron la vuelta y se marcharon. Alguien les arrojó una pedrada, después fue una lluvia de ellas que cayó sobre el carro. Nadie quería a la policía, cada vez que entraban a la población eran recibidos o despedidos del mismo modo. Yo discutí con Pepe Nacho sobre cuál de los dos oficios era más importante, si bombero o doctor. Mi madre me llamó y tuve que entrar a casa. Afuera, comenzaba a llover. IX Mi padre Mi padre era un hombre alto y gallardo de pómulos pronunciados, con la prestancia de los europeos, tenía un bigote rojizo y bien cuidado. Sus ojos grandes y verdes miraban, con asombro, como los de un niño. Era de temperamento vehemente, mi madre tenía que dirigirlo constantemente. Mi madre con su realismo trataba de quitarle sus disparatados sueños, pero nunca logró transformar a mi padre en una persona seria. Mi padre era pues, una persona que no le gustaba complicarse. Mi padre era un narrador excepcional de historias. Yo le envidiaba entonces y aún le envidio su ingenio y genialidad. Durante años y años nos durmió, a mi hermana y a mí, contándonos cuentos fantásticos. Era en verdad, inagotable. De haber tenido educación hubiese sido un escritor brillante. Cada noche en la alcoba oscura, lejos del murmullo de las casas vecinas, le oíamos un cuento nuevo. Algunas de sus historias me fascinaban, colorearon mi juventud y mi imaginación. Sus cuentos parecían durar días, tenía una memoria y una habilidad única para resumir y continuarlas al día siguiente que deslumbraba. Era un experto en el arte de la seducción y del misterio. Creo que ni él mismo se sorprendía de sus capacidades y lo veía como algo natural Era, además, apasionadamente sociable. Le gustaba comer, dormir, reír y llorar en medio de sus amigos. Cuando se encontraba solo, se ponía triste y se imaginaba que estaba enfermo, mi madre entonces le preparaba una agüita de toronjil y él se aliviaba Le resultaba fácil hacerse de amigos, en la cuadra todos le estimaban, le apodaban “el paleta”, él prefería que le llamaran por su nombre, Oscar. Cuando se presentaba a los desconocidos, les exigía que le llamaran por su nombre completo: Oscar Alvarado. Por las tardes llegaba a casa y se reunía con algunos de sus amigos en el patio trasero de la casa, allí había dispuesto un mesón, unas sillas metálicas viejas y una sombrilla. En ese lugar bebían y jugaban cartas. Las partidas de brisca y dominó se tornaban interminables y disputaban a muerte, con vehemencia, pero nunca pasaban más allá de un simple juego. A veces filosofaban y discutían de religión, pero la mayor parte del tiempo de fútbol, esa era su pasión. Mi padre no era un borrachín como muchos de sus amigos, él bebía pero no se emborrachaba, recuerdo muy pocas veces haberlo visto perder el control. Le vi desde pequeño con algún libro en la mesa o en los bolsillos, eso le ayudaba a expresarse mejor. Cuando le escuchaba hablar, me sorprendía con palabras que para mí, en ese entonces, no tenían ningún significado. Hoy he comprobado además que muchas de ellas, inexistentes, sólo estaban en su docta imaginación Mi padre embobaba a sus amigos cuando pausadamente iniciaba alguna historia. Yo le tenía por un hombre intachable y con una moral a toda prueba. -Yo no he sido una blanca paloma como ustedes creen- decía sorprendiéndonos- Cuando nos reuníamos, al atardecer, en el patio, bajo el cielo negro con la luna brillando como un disco plateado, mi padre sacaba una voz grave y magnética, como la de un maestro y comenzaba, lentamente a narrar sus vivencias: Contaba la historia de su vida en el campo de Colliguay, un caserío ubicado en lo alto de las montañas de un pueblo vecino. Allí, decía, la vida era dura, tenía que levantarse de madrugada a atender las tareas que le mandaba el abuelo. Vivían de lo que la tierra podía darles, de la crianza de animales y del cultivo de abejas. Los inviernos eran duros, las montañas se cubrían de nieve y los animales se desbarrancaban. Entonces montaban a caballo y salían en busca de ellos. Mi padre contaba siempre la historia cuando se perdió en las montañas buscando unos animales que se habían escapado. “Salí temprano, sin avisarle a mis padres, aún estaba oscuro, habíamos estado tras los animales toda una semana. Recuerdo bien que era el mes de Junio, en pleno invierno, las montañas estaban cubiertas de más de un metro de nieve, puse los aperos al caballo, cogí una manta para capear el frío, mi petaca con algo de aguardiente y subí decidido a la montaña. Resolví dar la vuelta larga por el valle y crucé el estero, la neblina era espesa y del esterillo salía un vaho húmedo y tibio, comencé a escarpar la cima dando vueltas largas vadeando las quebradas. La nieve era espesa, cubría mi cabalgadura por completo, solo la cabeza de la bestia asomaba por encima de ella como la proa de una embarcación, mis piernas enfundadas en gruesas botas cortaban la nieve como un cuchillo. La tarde pasó rápido y pronto la noche me sorprendió en lo alto de la montaña, los animales no se hallaban por ninguna parte. Cuando decidí volver ya estaba oscuro, giré buscando el camino de regreso y noté con pavor que estaba perdido, mis pies se habían adormecido. La noche era oscura como un túnel y me negaba cualquier orientación posible. Estaba perdido, si no encontraba una salida pronto sería fatal, en esas condiciones era difícil mantener la calma. Recuerdo que cerré los ojos y comencé a rezar con profunda fe. Cuando los abrí de nuevo, frente a mí tenía un zorro, un animalillo salvaje y ladronzuelo, terror de los gallineros. En otras circunstancias hubiese echado mano a la escopeta para darle un tiro, sin embargo estaba allí mirándome, invitándome a seguirle. “Quizás fue mi imaginación o mi desesperación pero creo haberle oído hablar al animal: “¡Estoy aquí para ayudarte!”. En fin, el zorro me indicó el camino de regreso, yo me dejé llevar, hasta que después de un par de horas llegamos a la falda del cerro, en ese instante el animalito pareció despedirse, se volteó y se perdió en la nieve” Nosotros nos quedábamos maravillados con estas fábulas. Hasta el día de hoy no sé decir si fueron vivencias de mi padre o estaban solo en su imaginación. Las historias que contaba, siempre tenían esa necesidad de creer en algo sobrenatural, de reflejar experiencias místicas y mágicas. Todavía, cuando las evoco después de trascurrido tanto tiempo, me transporto a esos lugares habitados por brujas, curanderos, duendes y apariciones divinas. Mi padre era por lo demás un católico devoto, asistía a misa con frecuencia y respetaba las celebraciones y fiestas religiosas. Trató de enseñarnos siempre el camino correcto, aunque los domingos yo prefería jugar con mis amigos a empaquetarme el traje para ir a la capilla. El parecía estar siempre arrepentido por sus pecados de juventud. -¡Dios tendrá que perdonarme por las estupideces que hice de joven!- nos decía juntando sus manos y mirando el cielo compungido-Cuando joven, me emborrachaba, fui un hijo desobediente. No es algo de lo cual me sienta orgulloso….me gustaba la pendencia y la vida liviana. Mi madre sufría por mí. Recuerdo una vez, mi padre me dio veinte mil pesos, que para entonces era mucho dinero, me dijo: “-Oscar…hijo, ve al pueblo con este dinero y compra semillas…que ya pronto viene el periodo de la siembra.Bien, tomé el dinero y lo malgasté en juergas, me duró una semana. Cuando me vi sin dinero y sin semillas, avergonzado no pude volver a casa. Arrepentido, al cabo de un año, volví hambriento y haraposo. Mis padres me perdonaron. Él fue el único hijo que tuvo mi abuela. Contaba siempre la historia de cómo había llegado al mundo: “mi madre no podía concebir, mi padre estaba triste porque no tendría descendencia. Mi madre recurrió a una curandera que vivía a dos horas de camino de nuestra casa. La mujer le arrancó tres pelos, los unió con tres nudos. Hizo un ovillo con otras especies que escarbo en un cajón y le dijo: -Debes llevar esto colgado al cuello y rezar todos los viernes un padrenuestro y un Ave María. Antes de un año estarás embarazada y tendrás un hijo. Cuando eso ocurra vendrás a verme y te diré el nombre que le pondrás. Me traerás además un saco de grano y un animal vivo como paga. Ahora puedes irte. Al año siguiente, mi abuela volvió donde la curandera le llevó el doble de lo que pidió y el bebé para recibir el nombre. La extraña mujer aceptó no más de lo que había acordado y devolvió el resto. -Es un misterio el por qué eligió llamarme Oscar.-agregaba desconcertado, cada vez que narraba esta historiaCuando mi abuela estaba agonizando, hizo prometer a mi padre que se iría de allí. -Quiero que vendas lo poco que te dejaremos… cuando tu padre ya no esté… hijo, quiero que te vayas a la ciudad…allá todos tiene como vivir… podrás tener la vida que deseasle rogó moribunda- Así lo hizo dos años después. Quizás por esa razón, es que mi padre fue para mí, un ser casi mágico, sobre todo cuando por las tarde le oía charlar en la penumbra o en la oscuridad de la noche, entre el brillo de los tejados de latas que reflejaban la luna. Hipnotizándome, llevándome a su mundo fantástico. Ese invierno por primera vez le vi enfermo. Llegó un día de la fábrica pálido y ojeroso, aun traía restos de cera entre sus manos y su cara y, un fuerte olor químico entre sus ropas. Se sentó en el piso de la cocina y dijo a mi madre tembloroso: -Estela, por favor alcánzame luego el cubo-pidió entre sollozos a mi madreLo vi inclinarse, meter la cabeza dentro del cubo y vaciar su estómago. De su boca salía bilis pastosa de color verdoso. Luego aún descompuesto y lloriqueando dijo a mi madre: -Este trabajo terminará matándome Estela-¡No te vas a morir hombre!... te prepararé una sopa y verás que te sientes mejor-le respondió mi madre con su voz consoladora-Estela tú sabes bien que este trabajo ya ha matado a algunos compañeros míos…es peligroso para la salud de la gente…pero, ¿A quién le importa eso?¡Maldita sea…toda esta porquería…maldita sea esta miseria…maldito sean los piojos y cucarachas que persiguen al pobre!-agregaba blasfemandoMi padre trabajaba en una fábrica de cera. Allí también se hacía tanax y otros productos tóxicos. La exposición permanente a este tipo de elementos produjo daños irreparables en su organismo. Los mareos y los vómitos espontáneos se hicieron cada vez más frecuentes. Años más tarde fue la causa de su muerte. Mi madre le preparaba sopa y después de recostarse un rato, él se levantaba renovado y sonriente. Se sentía feliz y reanudaba la charla y sus historias. La conversación es una terapia cotidiana, una forma de vida de las poblaciones populares, la gente se sienta a la mesa y charla de cualquier cosa: de lo importante y lo cotidiano, de sueños y realidades, charla por charlar. Por las tardes, se abren las ventanas y la conversación escapa como aromas que se mezclan y se confunden en el aire. Todo el mundo habla de todo el mundo, como una especie de deporte. Charlan los viejos, charlan los niños, todos charlan. La charla es una forma de evadir la miseria. X Elías Elías era un mocetón de unos dieciocho años, pero tenía aspecto de un hombre mayor. Alto y atlético como trapecista, silencioso, desconfiado, mortal y grácil como una serpiente. Su mirada de odio parecía acentuarse en el único ojo bueno que le quedaba. De no ser por este defecto y por el gesto de desprecio acentuado en su boca, hubiese sido buen mozo. Su pelo de indio era profundamente negro y rebelde. Vestía siempre la misma tenida de mezclilla: sucia y grasienta, su chaqueta apestaba a grasa excremento y mocos, se sonaba la nariz estrepitosamente en el suelo y se limpiaba con la manga. Nadie sabía cómo habían llegado a la toma, vivía con su abuela o al menos, eso parecía. Una anciana que no se dejaba ver, escuálida y de indescifrable edad. De nariz prominente y afilada como un hacha. Corría el comentario que era bruja, que en los días de aquelarre su cabeza se desprendía de su cuerpo y salía a volar. Se le culpó de algunas desgracias que ocurrieron en la población. A Camilo, el vagabundo, se le había metido en la cabeza que sus desgracias eran causa de hechizos de esta abuela. Desesperado de tantas desdichas, un día intentó incendiar su vivienda, Alguien le aconsejó desistir de ello, si no quería que sus “males” empeoraran. Se retractó a tiempo. El tuerto Elías, como le llamábamos a escondidas, salía por las mañanas y se internaba en el bosque que estaba a continuación del caserío. Llevaba sus trampas y regresaba por las tardes con pájaros que capturaba. Tenía una enorme jaula donde los alimentaba. Se metía adentro y las avecillas se le posaban en todo su cuerpo. El parecía levitar. Cuando alguno se le escapaba, trepaba los árboles como un orangután y los devolvía a su lugar. A veces se subía a la cornisa del techo, se quedaba allí inmóvil, siniestro contra el cielo y, echaba a volar sus avecillas. Las palomas despegaban, alegres y libres sobre el cielo resplandeciente, evolucionaban en el aire como una bandada desenfrenada. De pronto, Elías se echaba el silbato de coligue a la boca y lo hacía sonar emitiendo un misterioso silbido. Las palomas gorjeaban y se arremolinaban a su alrededor, se posaban en su cuerpo y entraban a la jaula como hipnotizadas. El techo de su casa parecía una vieja alfombra que se despelaba, siempre cubierta de gatos. Era un misterio descubrir cómo convivían, pájaros y felinos al mismo tiempo. Corría el rumor que él y su abuela se alimentaban de ellos. Algunas veces lo vimos bajar a la ciudad a vender colibríes. Mi madre decía que había quedado así por culpa de su propio padre. Un hombre duro, violento y despiadado, que había dado muerte a su mujer cuando Elías tenía ocho años. El muchacho presenció horrorizado desde un rincón de la habitación cómo esta bestia poseída por los celos y el alcohol consumaba su delito. Cuando le vio allí como un testigo impotente, silencioso y acusador, le asestó un correazo, la hebilla le arrancó el ojo. Elías daba gritos de dolor, la gente llamó a la policía, llegó rato después junto con la ambulancia. Se llevaron el cuerpo desfalleciente de su madre, él la vio morir camino al hospital en medio de ese dolor desgarrador. La policía se llevó a su padre. A él eso no le importó. Su abuela lo esperó a la salida del hospital, los doctores no habían podido hacer mucho. Le quitaron la pulpa inútil, desde entonces el ojo que le quedó se le puso más negro y feroz, de él salía odio, desprecio, crueldad y lujuria. El tuerto Elías, se apoderó del bosquecillo como un déspota, estaba siempre vigilante por si alguien invadía sus dominios. Todos le temíamos, le sabíamos decidido y hábil con el cuchillo, llegada la ocasión no dudaría en usarlo. De este modo, dábamos un rodeo innecesario para llegar al tranque de la quebrada. A veces, cuando el Tuerto se internaba en el bosque, nos atrevíamos a pasar sigilosos frente a su casa. Una vez nos sorprendió y salimos corriendo como ratas que trepan desde la bodega a la cubierta de un barco que comienza a incendiarse. Eso era la calle, una mezcolanza de padres desocupados, de madres incondicionales, de viejos extenuados, de tísicos que tosían por la calle, de niños rapados y hambrientos, de jovencitas vivarachas, de prostitutas y de truhanes. De bandidos y maleantes, de granujas como nosotros, de despreciados por la sociedad como. Él tuerto Elías, de sabandijas como Pepe Nacho. Por aquel tiempo, mi tía Noemí vivía en nuestra casa, era como ya dije una muchacha hermosa. Los hombre se arremolinaban a su alrededor como lo hacen las moscas tras la miel. Una muchacha fresca y llamativa, llama la atención en cualquier parte. Despierta una especie de fiebre, es como un imán. Los jovenzuelos la seguían con la mirada, desnudándola, algunos más atrevidos intentaban pellizcarle las piernas o el trasero, eso me indignaba, no era capaz de defenderla. La vida en las toma es oscura sin ilusiones, pero llegaba ella trayendo esperanza como un falso mesías. Una vez, en el almacén, un muchacho intentó besarla y ella le propinó una bofetada en la cara, todos se echaron a reír. Mi tía quería solo vivir su juventud y no preocuparse por trabajar. Mi madre, le recriminaba: -Noemí…ya has estado un buen tiempo de ociosa, y te has divertido…pero ya es hora que sientes cabeza y busques trabajo…además haría falta que ayudaras con algo-le exigía mi madre- -Pero Estela… yo soy una muchacha joven y quiero divertirme…-replicaba haciendo pucheros como un niño-Está bien será como tú dices…tienes razón - asintió resignada -Buscaré trabajo y por las tardes podré salir a divertirme como a mí me gusta –acordó finalmenteA tía Noemí le encantaba bañarse casi al anochecer y salir al pórtico que daba a la calle se dejaba caer el cabello hasta la cintura y se lo cepillaba al viento. A veces Angélica la seguía y cantaban. Esa noche de verano estaba fresca, una brisa agradable subía desde el océano e inundaba los valles con su aroma. Mis padres no estaban en casa, llegarían tarde después de visitar un amigo enfermo. Angélica les había acompañado. Tía Noemí salió al portal, las estrellas parecían suspendidas y prontas a precipitarse. Se había puesto el pijama de seda de dos piezas, el pelo le caía húmedo sobre la espalda, negro y sedoso reflejaba el brillo de la luna. Cantaba y danzaba en una especie de comunión con la noche, creando una atmósfera de magia y encanto. De pronto se encontró con una sombra indefinida que asomaba medio cuerpo por sobre la cerca, observándole. Un ojo enorme, brillante como un carbón encendido se encontró con su mirada. -Por favor no se asuste….-rogó la sombra desde la cerca, con voz metálicaElla contuvo un grito en su garganta y se quedó muda y aterrada observándole. A pesar del miedo, se contuvo, dominó el temblor de sus piernas y se volteó para entrar a la casa. -Muchacha, no temas… no te haré daño – oyó que la sombra cíclope volvía a decir. -Sólo quiero obsequiarte esta pequeña jaula… en ella hay una pareja de colibríesagregó, como quien engatusa con palabras melosas. Yo estaba observándole desde la ventana, tras las cortinas, cuando le vi me quedé aterrado, quise llamarla, pero no pude, un nudo atoró mi garganta. El tuerto Elías había descubierto que yo le observaba tras los cristales y me miró atemorizante con su único ojo y aceleró los latidos de mi corazón. De pronto, como un gato saltó la cerca, se inclinó y acarició el pelo de mi tía con sus sucias manos. Abrí la puerta y le miré de hito en hito. Sentí el impulso de tirarme a sus piernas. De improviso un destello metálico salió de una de sus manos, mientras con la otra ahogaba los gritos de auxilio que intentaba tía Noemí. En ese instante, me abalancé sobre él, decidido a rescatar a mi tía que se retorcía en el suelo luchando por librarse de él. Ella, chillaba como una poseída, arqueaba sus dedos y le enterraba las uñas en la mano que sostenía su pelo. Los perros se pusieron a ladrar furibundos, las comadronas que a esa hora parloteaban en la calle, se escabulleron a sus casa y cerraron sus puertas, se oyó que alguien subió el volumen de la radio. Se encendieron las luces de las ventanas vecinas. En ese momento, salí disparado y caí atropellando el estanque de agua que estaba en un extremo del patio. Medio ahogado y adolorido volví a la carga, aferrándome como una sanguijuela a su pierna. El Tuerto Elías, con la habilidad de un carnicero, pasó el cuchillo que sostenía, por encima de mis manos. La sangre saltó a borbotones de mis venas. Asustado solté mi presa, despavorido observé lloriqueando como mis manos se mojaban tibiamente. Se erizó mi cabello de la impresión cuando sentí un feroz y seco golpe metálico, luego un segundo, luego un tercero, ¡Clac!.... ¡Clac!.... ¡Clac! Enseguida, en la penumbra observé a Elías desplomarse como una marioneta a la que se cortan sus hilos. Elías se tambaleó y cayó inerte al suelo, tras de él Pepe Nacho observaba su víctima con pasmosa frialdad. Su boca tenía el mismo rictus diabólico que se marcaba en su cara cuando cometía alguna tropelía. Nunca he podido borrar de mi memoria lo que ocurrió luego. Es una secuencia de imágenes que se repite en el cinematógrafo de mi memoria y, que en los momentos de soledad el subconsciente se encarga de revivir. Pepe Nacho, de pie con una pala sangrante entre sus manos. En el suelo, El tuerto convulsionaba en espasmos de dolor y muerte. De su único ojo comenzaba a brotar tanta sangre como de su cabeza. En un acto irracional, Pepe Nacho cogió el cuchillo de su víctima que yacía indefenso en el suelo, se arrodilló como para rezar y asestó dos puñaladas mortales en la garganta. El bandido, se retorció por última vez y luego pareció entregarse en un abrazo eterno a la tierra. No sé cómo y en que momento la calle y el cerco se llenó de gente. Así era siempre, cuando ocurría una desgracia, aparecían por todos lados y se arremolinaban alrededor zumbando como abejas. Ahora estaban ahí, como fantasmas contemplando la escena en silencio morboso. -¿Qué le han hecho a mi niño…desgraciados?-profirió la anciana madre de Elías, precipitándose sobre el cuerpo inerte del muchacho-¡Dios mío…Dios mío…han matado a mi pobre niño…!-repetía en un murmullo lastimero sosteniendo entre sus manos la cara desfigurada de su nietoPermaneció allí, acariciándole y arropándole como una madre velando el sueño de su bebé. Elevó la mirada al cielo y dijo una plegaria. Luego se levantó, dolorida como si hubiera recibido una paliza, se abrió paso entre la gente y se alejó cojeando y cabizbaja. El carro de policía y la ambulancia irrumpieron a gran velocidad encandilando a la gente con sus balizas. El coche de policía fijó su poderoso cono de luz sobre el patio y la gente comenzó a retroceder con notorio nerviosismo. Después de constatar los hechos, llenaron un formulario, pusieron el cuerpo en una bolsa de hule negro, aseguraron el cierre herméticamente, sin mostrar sensibilidad alguna lo voltearon sobre una camilla y lo depositaron en el carro. La policía, mientras tanto, se encargaba de Pepe Nacho que, hasta ese momento, había permanecido impasible en el rincón del patio. La chusma le miraba con ojos acusadores, sin embargo, él actuaba con total serenidad y desvergüenza. La calle quedó vacía, sobre el suelo solo las marcas de los carros como certeza de la realidad de lo ocurrido. Esa fue la última vez que vi a Pepe Nacho. Años más tarde, pude consolarme entendiendo que la vida te quita lo que quieres para darte, en el mayor de los casos, algo mejor. En su momento los costos suelen ser a veces imposibles de comprender a cabalidad, el tiempo se encarga de curar esos profundos desencantos. XI Las desgracias de un cesante Mi padre enfermó, cada vez más, con los contaminantes de la fábrica. Por las noches se desvelaba tosiendo y escupiendo como un tísico. Sudaba y mi madre le refrescaba la frente poniéndole paños húmedos. Cada vez empeoraba más, le convencieron que acudiera al médico, finalmente así lo hizo. Le tomaron radiografías de los pulmones, auscultaron su garganta e investigaron su sangre. El diagnóstico fue demoledor: sus pulmones estaban seriamente dañados, debía dejar la fábrica, era el único modo de mejorar. Tiempo después, mi padre comenzó a reponerse, mi madre se empeñó en que no debía trabajar hasta que no se recuperara totalmente, aun a costa de nuestras necesidades. -Ya nos arreglaremos… no nos faltará para comer-le decía mi madre animándoleAlgún bienhechor escribió al departamento de ayuda social exponiéndoles nuestra difícil situación. Un día, apareció en el portal de la casa, un jovenzuelo con una carpeta bajo el brazo. Se presentó a mi madre y le explicó el motivo de su visita. Se quitó la gruesa parka y dejó su paraguas a la entrada, no dejaba de estornudar y restregarse la nariz. Acomodó un montón de papeles sobre la mesa. -Necesito completar el formulario de ayuda social, para eso debe responderme algunas preguntas-dijo a mi madre sorbiendo su catarro y enjugándose la nariz con un pañuelo-Pues, usted dirá- respondió mi madre complaciente-¿Cuántos hijos tiene? ¿Alguien más vive con ustedes? ¿Cuánto tiempo que su marido está sin ocupación?-atropellaba a mi madre con esta seguidilla de preguntas, mientras registraba las respuestas en el formulario. Simultáneamente observaba cada detalle de la casa e iba registrando en otra hoja: ollas, sillas. Patas de muebles, estufa, mesa, techo…..Todo pasó por su mirada aguda de investigador. ¿Cuál es su sistema de salud, pública o privada?,¿Sus hijos asisten a la escuela?¿Cómo los alimenta?......¿Su marido ha buscado trabajo?¿Él está enfermo?¿Es imposibilitado?¿Fuma?¿Bebe?¿La golpea o la ha golpeado alguna vez?.... En eso asomó mi padre desde el dormitorio donde descansaba a esa hora del día, apareció medio dormido y despeinado. Había escuchado la última parte del interrogatorio. Entonces, furibundo increpó al jovenzuelo: -¡Fuera de mi casa….jovencito descarado! -¡Qué derecho tiene usted de venir a nuestra propia casa a humillarnos!- le increpó furioso. El joven se paró de su asiento sorbiéndose las narices, asustado tomó su chaqueta, cogió su paraguas y salió retrocediendo, desde la puerta dijo con voz trémula y amenazante: -¡Esto lo tendré que informar a mis superiores….ellos tomarán medidas al respecto! -¡Puede meterse sus informes y sus medidas en el culo!-le insultó mi padre cerrándole la puerta en las naricesNunca supimos lo que puso en su informe, jamás volvieron a visitarnos y nunca recibimos ayuda alguna. ¡Tengo que hacer algo! ¡Tengo que encontrar trabajo!- gemía mi padre desesperado golpeándose el pechoSe paseaba ocioso, malhumorado, irritable e irritado durante el día, colmaba la paciencia de mi madre con sus lamentos. Por la noche, en la alcoba los oía continuar con el mismo tema, habla que te habla. Mi padre quejumbroso y mi madre consolándole. -Estela, un día de estos me meteré la manguera del gas en la boca y me mataréamenazaba con voz grave-¡Ya cállate hombre…mejor intenta dormir!-le respondía mi madre somnolienta- Los vecinos hablaban de nosotros, estaban preocupados. Cada familia sabía lo que tenía la otra sobre la mesa. En las poblaciones no hay secretos al respecto. Cada cual conoce también las necesidades y angustias que ensombrecen los corazones de los vecinos. Otro día llegó don Manuel, un vecino que vivía una calle más abajo de la nuestra. Era un hombrecito pequeño y silencioso. Gordo como un tonel, sujetaba sus pantalones con una gastada correa que tenía una hebilla de herradura. Miraba a través de unos ojos bondadosos. Se limpió los pies en la esterilla, se quitó el sombrero y entró hasta la cocina como un intruso. -Buenas tarde don Manuel –dijo mi madre- tome asiento. -Buenas tardes señora Estela- balbuceó acomodándose en el bancoAlargó una bolsa a mi madre que contenía galletas, pan y un racimo de plátanos. -¿Cómo está su salud don Manuel?- preguntó mi madre restregándose las manos en el delantal y dejando la bolsa sobre la mesa. -Estoy algo mejor- respondió él y volvió a caer en su mutismoMi padre que estaba en el patio entró por la puerta del fondo, le estiró un vaso de agua, el tomó el suyo y se sentó en el otro extremo. Se quedaron allí largo rato en silencio, mi viejo se rebullía inquieto en su asiento. Don Manuel empezó a dar golpecitos nerviosos con sus dedos en sus rodillas y a retorcer el cuello. Justo cuando mi Padre iba a decir algo para salir de aquella incómoda situación, a nuestro vecino se le destrabó la lengua y comenzó a decir-Bueno, yo…vine porque mi mujer me lo pidió….ella se preocupa por ustedes… Mi padre le escuchaba con un gesto soberbio cruzándose de brazos. -Yo…como usted sabe don Oscar vendo lentes de sol en la calle y, paraguas en el invierno…no se gana mucho dinero, pero alcanza para vivir-¿Y qué hay con eso don Manuel?- preguntó mi padre cada vez más iracundo-Pues, yo pensé que usted…mire con un pequeño capital…yo le ayudo a conseguir un buen precio por una remesa de calcetas…se venden a buen precio en la calle- terminó diciendo. -Mi padre se puso rojo y colérico. Se levantó del asiento manteniendo las manos cruzadas y la soberbia de su postura. -Perdonen ustedes…pero mi mujer se empeñó en que viniera- tartamudeó retirándose hacia la puerta-Gracias don Manuel…sabemos que la situación es difícil para nosotros, pero no necesitamos su ayuda…verá usted cómo nos arreglaremos-le despidió mi padre con altanería-Buenas noches don Oscar…y perdone usted por la confianza-se despidió el viejecillo secándose la frente- -¡Miren que venir a mi casa a insultarme!... ¡Habráse visto gente más intrusa…!¡Qué descaro! ¡Yo, vender calcetas en la calle! ¿Lo puedes creer Estela?- Vociferaba mi padre descompuesto, encarando a mi madre-Yo no lo veo tan malo….además don Manuel solo quería ayudarnos- respondió mi madre conciliadora-¿Es que acaso tú también estás de acuerdo en que yo me rebaje a vender chucherías en la calle?-Mira Oscar, si es para ayudar a salir de esta situación… no lo veo tan malo…además es una forma honrada de ganarse la vida-decía mi madre con pasmosa tranquilidad- XII Un destino marcado ¡Qué orgulloso era mi padre! .Renegó, se enfadó, sostuvo acaloradas discusiones con mi madre. Yo les oía hablar sobre el tema a cada rato, en la mesa, por las noches en su alcoba, habla que te habla. Mi madre tratando de hacerle entender, él duro como un hielo negándose a cualquier posibilidad de entendimiento. -¿Cómo… yo, que fui capataz de una industria voy a ir por las calles vendiendo calcetas?-gemía ante mi madre-Bueno, si no quieres hacerlo, no lo hagas… ya nos arreglaremos con lo que tenemos-respondía mi madre desganada, -Estela, hoy saldré a buscar empleo. ¡Voy a buscar un trabajo digno!-respondía decidido-¿Pero quién me dará empleo? ¡Soy un pobre diablo caído en las trampas de la cesantía!-agregaba lastimeroDos semanas después se encontraba en la ciudad, en una de las calles más concurridas con un hule extendido en la acera aprovisionado de calcetas de todos colores. Ahí se quedaba el día entero sentado, silencioso y avergonzado esperando a que le compraran algo. La primera vez que le vi, llevaba puesto un abrigo astroso, encorvado en su asiento. Me pareció más viejo y acabado. Para él, el trapo sobre la acera era definitivamente un símbolo de su infortunio y su derrota. Llegaba a casa agotado y malhumorado, dejaba las monedas sobre la mesa, mi madre las separaba para reponer la mercadería y para los gastos de la casa. Mi padre se volvió una persona triste, ya no reía como antes. Dejó de contar historias. A tan temprana edad yo cargaba en mis espaldas una enorme carga. Había sido un niño precoz en todos los aspectos de la vida, de pequeño supe lo que es sobrevivir con lo mínimo y me esforzaba por no darle más preocupaciones de las que ya abundaban en casa. Me esforcé en mis estudios y terminé mi primaria con honores, fui premiado, no por mi inteligencia, sino por la intuición con que era capaz de resolver las situaciones que enfrentaba. Proseguí mis estudios en una escuela técnica y egresé con calificaciones de excelencia de técnico electromecánico. Mis padres, se sintieron orgullosos de mis logros, insistieron en que rindiera la prueba para cursar estudios superiores de ingeniería. Yo me negué rotundamente, más de la mitad de los muchachos que egresaron conmigo, pretendíamos buscarnos algún trabajo. El señor Araya, mi profesor guía también trató de persuadirme para que continuara mis estudios. Me había tomado afecto. Me miró con sus ojos azules y con su seriedad de solterón y me dijo: -Américo, tu eres un muchacho inteligente… debes aprovechar tus capacidades, si no lo haces perderás la gran oportunidad de tu vida. Puedes contar con mi apoyo para lo que sea…me dijo temblorosoYo ya había tomado una decisión. Después de todo pensaba con más sensatez que mis padres. Se lo explique con números. - Profesor, le agradezco mucho, pero mire…una ingeniería son al menos siete años de universidad, eso es mucho dinero. Aun con becas, ¿como haré para el traslado, para vestirme, para los libros, para los apuntes, para….tantos gastosLe expliqué razonada y fríamente. - Américo, siempre hay un modo de salir adelante …solo es cuestión de proponérselo….-Me aconsejó sabiamente- - Comprendo y le agradezco nuevamente, pero creo que en la vida uno tiene un destino y un lugar. Comprendo que este es mi destino. ¿Cómo cree usted que mi padre podrá darme estudios vendiendo calcetas en la calle y mi madre haciendo algunas costuras para poder sobrevivir?…Somos cinco personas en casa. Yo debo ayudarles… para eso necesito trabajar. Dejemos la universidad y todas esas patrañas para la gente que puede darse esos lujos. Yo, de momento no puedo. - -Si cambias de opinión …Américo ya sabes dónde buscarme- respondió acongojado- - No se preocupe profesor… estaré bien. Le estoy muy agradecido por su preocupación. Entonces, me di a la tarea de buscar ocupación, me levantaba de madrugada y recorría las calles de la ciudad desde el molo de abrigo del puerto hasta el otro extremo. Iba de ciudad en cuidad. De calle en calle. Caminaba todo el día, terminaba con calambres en los pies. Cuando llegaba al lugar indicado, me encontraba con una fila enorme de desocupados que se me habían adelantado, todos con las mismas pretensiones. Los domingos compraba el Mercurio, y registraba en mi agenda todas las posibles ocupaciones que allí se ofrecían. Salía entonces al otro día consciente que había un centenar de empleos disponibles, pero un millar de desocupados mendigando por un puesto de trabajo. Estuve así por largos seis meses. Por fin conseguí un puesto de aseador en un edificio. Duré un par de semanas, hasta que el administrador averiguó que vivía en la toma de forestal. Yo había mentido en mi currículo, precisamente por la discriminación que suele darse con el lugar de residencia, a la hora de buscar trabajo. Por un tiempo fui inspector de micro, mandadero en una tienda de repuestos, reponedor de supermercado, expendedor de comida rápida. Hasta que por fin encontré una ocupación que colmaba mis aspiraciones. Era un enorme taller de reparación de automóviles. Había dejado mis antecedentes en el lugar tiempo atrás, dejé el teléfono del negocio del barrio para que me avisaran. Me presenté al otro día, a primera hora, en el lugar. El dueño era un hombre corpulento, cuadrado y musculoso. Vestía mameluco de color chillón y antiparras sobre la frente. Se movía como un robot entre los automóviles que esperaban con la boca abierta, en el amplio patio. -¿Tienes experiencia en un trabajo de taller?- me interrogó, observando mis reacciones-No, es la primera vez que busco trabajo, recién el año anterior terminé mi carrera de técnico electromecánico-Dije, con soltura-¡Caremono, indica al muchacho lo que tiene que hacer!- gritó, ordenándole al muchacho que hacía de ayudante, que me llevara al lugar donde desempeñarmeEntonces estuve de aseador del taller, de lijador, de reparador de forros, de desabollador y de vez en cuando haciendo algún trabajo que exigiera un mínimo conocimiento de mi especialidad. Además de soportar los aires de jefe que se daba caremono conmigo. Mis padres se marchitaban lentamente, cada vez les veía más viejos y cansados. Tía Noemí un día tomó lo poco que tenía y se marchó sin rumbo conocido. Mi hermana Angélica trabajaba de cajera en un supermercado, por las tardes llegaba y se echaba a dormir agotada. Mientras tanto yo, me habituaba a la rutina del taller, semana tras semana, mes a mes, año tras año, sin esperanzas, sin futuro, sin motivaciones. Ese año estaba por cumplir veinte años y el sexo comenzaba a atormentarme, me dio entonces por llevar una vida promiscua y desenfrenada. Por las noches, después del trabajo, me iba de juerga a esos antros situados cerca del puerto, la vida ligera y la bebida me ayudaban a escapar de mis desencantos y frustraciones. Pepe Nacho, por esos días había salido una vez más de prisión, volvimos a encontrarnos, jugábamos pool, bebíamos alcohol hasta la madrugada. Consumíamos drogas, el motivo siempre el mismo: escapar…escapar… Hoy continúo comprando el diario los domingos, no sé por qué razón agarré la maldita costumbre de leer y memorizar el obituario, me impresiona la cantidad de gente que muere a diario, desde el más común de los apellidos hasta el más conspicuo y de alto pedigrí. También tomo anotaciones sobre las ofertas de trabajo, quizás algún día cambie mi suerte. Como dice mi padre con ironía: ¡La esperanza es lo último que se pierde! A pesar de todo, no creo que todo sea tan malo, afuera el sol primaveral comienza a dar paso al estío, me siento pletórico caminando por la calle asfaltada, el verano siempre me pone contento y renueva mis esperanzas. FIN Quilpué , Verano 2007.-