La Fórmula Sagrada

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LA FÓRMULA SAGRADA
Muchas veces me pregunto el porqué vivimos como vivimos. Y siempre
resulta evidente que es el condicionamiento que proviene de lo que
percibimos con nuestros sentidos y con nuestra mente. Así definimos “la
realidad”, y aun más, así definimos “la verdad”.
Justo es decir que ya hace más de veinte siglos que Platón, en su célebre
alegoría de La Caverna, nos advertía que esa realidad no era tal, que lo
que percibíamos eran sombras ocasionadas de una realidad superior.
Todo muy bien, pero no salimos de ese paradigma, tú y yo somos cosas
distintas, separadas, que interpretan sombras y luchan por ver la luz.
No obstante, si algo caracteriza al desarrollo de la cultura humana, es la
forma en que el hombre logró multiplicar su fuerza y su capacidad de
percepción.
Hemos logrado levantar miles de veces nuestro propio peso, viajar a
velocidades tremendamente superiores a lo que permitirían nuestros
miembros, escuchar escalas insospechadas. Y ver tan lejos y tan pequeño
que parece fantasía.
Podríamos... tendríamos que decir que nuestra realidad cambió. Pero no
es así.
No obstante el férreo paradigma hagamos un intento más para
comprender la nueva propuesta que nos plantea el desarrollo de la
ciencia... propuesta que, curiosamente, nos viene siendo dicha desde hace
tantos siglos que los tiempos se pierden en el mito.
Hagamos entonces una rápida incursión por la nueva ciencia, nos estamos
refiriendo a los postulados de la mecánica cuántica. Sí, es verdad, no es
tan nuevo. ¡Estos estudios comenzaron en las primeras décadas del siglo
pasado! No obstante ello, no han sido “integrados” a nuestra realidad.
La mecánica cuántica está compuesta de varios postulados y se refiere
específicamente a la física de las partículas subatómicas, y a las acciones y
fuerzas que gobiernan ese diminuto mundo.
Para abordar esto volvamos al viejo axioma hermético: “como arriba es
abajo”. Y nos preguntamos: ¿cuán abajo debemos ir para encontrar
similitudes con lo sagrado?
Pues bien, internémosnos en el mundo subatómico.
Lo primero que nos ha de llamar la atención es el enorme espacio
existente entre las partículas subatómicas. Tan enorme que nunca se ha
visto un electrón, tan solo se determina su presencia por un resultado
matemático que indica una cantidad suficiente de probabilidades como
para que “eso”, que hemos predefinido como tal, pueda ser considerado
un electrón. Tan enorme que ese espacio puede muy bien ser considerado
un vacío, una nada donde actúan energías.
¡Vaya!, parece que hemos partido de una nada –por lo menos así lo
postula la Cábala- y llegamos a una nada. “A imagen y semejanza”, tal
cual. Otro tanto podríamos decir de la teoría del big-bang, que nos
propone un punto inicial de energía infinita que se expande en una
magnífica e inconmensurable explosión. ¿Y antes de eso?... una nada
misteriosa e infinita, sin espacio ni tiempo... ¡El Ein Sof, otra vez la Cábala!,
la Nada que se contrae en sí misma generando un vacío que da lugar a un
punto de energía infinita del cual parte todo, el Tzim-zum. Lo cual me hace
recordar una hermosa oración que comienza diciendo: “desde el punto de
luz en la mente de Dios...”
Y después, un universo en enfriamiento y expansión infinitas hasta que
pueda considerarse... una nada surcada de energías. Como nuestro propio
interior. O la otra alternativa: el big-crunch, una súbita contracción del
universo que colapsa en sí mismo para volver a nacer. ¡Sí, como cuando
algo muere! Si es que la muerte es tal como la concebimos...
Pero volvamos a los electrones. Para poder “ver” esa probabilidad de onda
que llamamos electrón, es necesario iluminar el campo de observación. El
problema surge que para ello introducimos fotones en el área. Y los
fotones son del mismo tamaño que los electrones. Por lo tanto interfieren,
y de alguna forma definen qué es lo que estamos viendo. Bueno... esto
nos hace pensar que esa “realidad objetiva” que estamos persiguiendo es
inseparable de la acción del observador. Y que éste es en último caso
quien define aquello que se ve. Podríamos decir que la realidad y la
conciencia del observador son una cosa sola. ¡Uf!, ¿dónde está la realidad
y dónde estoy yo?
Sigamos con los experimentos con los electrones-fotones.
Se ha comprobado –ya desde 1801- que la naturaleza de la luz obedece a
dos tipos de comportamiento: puede ser percibida (definida o
considerada), tanto como partícula o bien como onda.
Sí, en el célebre experimento de Young –mucho mejor desarrollado con
los años- se llega a esa conclusión: un electrón, o fotón, puede ser
considerado tanto como una partícula como por un tren de ondas de
energía. Esa materia que en última instancia “somos” es una cosa y otra.
Somos un enorme vacío surcado –o compuesto- por trenes cuánticos de
energía. ¿A dónde fue a parar la realidad? ¡Y no digamos la “verdad”!
Parecería como si todo fuera solamente un gran pensamiento. Sí, el
Principo de Mentalismo, tal como nos lo viene diciendo el Kybalión desde
hace siglos.
O bien: un todo en la mente de Brahman...
Y la ciencia siguó avanzando en pos de la huidiza naturaleza de la realidad.
A lo último que se ha llegado es a la “teoría de la cuerdas”.
Esta teoría plantea que las partículas materiales, aparentemente
puntuales “son en realidad estados vibracionales de un objeto extendido
más básico llamado cuerda o filamento”. Definición extraída de Wikipedia
que podríamos considerar tan ambigua que preferimos remitirnos –una
vez más- al Kybalión, que nos dice que todo es un estado de vibración, que
todo vibra. “Nada reposa; todo se mueve; todo vibra”, cita al comienzo del
estudio de este antiguo principio hermético.
Entonces la realidad estaría compuesta de espacio, tiempo... y vibración. Y
la teoría de las cuerdas postula que existen más dimensiones además de
las cuatro compuestas por el espacio y el tiempo. Al considerar las cuerdas
vibracionales los científicos han decubierto que la realidad contiene seis
dimensiones más, o bien siete, según otro enfoque de esta teoría, siendo
las tres dimensiones espaciales y el tiempo las cuatro que podemos
percibir.
¡Que curioso! Algo muy similar viene planteando la Cábala desde los
tiempos de Melquisedec. El Árbol de la Vida está compuesto de diez
“emanaciones sagradas”, u once, si consideramos a Daat. Y a nivel
humano solo podemos percibir las cuatro inferiores. ¿En qué ambito se
perciben las superiores? En el ámbito de la Individualidad, de la Mente
Superior, o del Espíritu, como quieran llamarle. O bien son las cuerdas que
no llegamos a identificar, ¡y que sin embargo son parte constitutiva de
nosotros mismos! Tal como lo es nuestra Individualidad o Mente Superior.
Un complejo energético en permanente vibración... como el Espíritu.
Resulta entonces evidente que ese TODO desconocido necesita de otro
nivel de vibraciones, además de las tres del espacio y el tiempo que
constituyen la realidad percibida, para reconocerse, aprender y crecer. Tal
vez ese sea el propósito de la vida...
El acceso al ámbito espiritual, o bien, al ámbito de las “cuerdas”
superiores, se presenta entonces como un imperativo evolutivo para las
criaturas portadoras de la conciencia de la vida, aquellas que han
desarrollado la autoconciencia. Es decir... nosotros.
La física cuántica tiene más postulados, y les puedo asegurar que todos
ellos nos remiten a semejanzas con las antiguas definiciones de la Filosofía
Perenne y con las experiencias alcanzadas en estados de meditación o de
conciencia alterada. Al punto que Niels Bohr, uno de los principales
investigadores de la física cuántica, cuando fue nombrado caballero en
1947, eligió como escudo de armas la conocida complementaridad de los
opuestos, el Principio de Polaridad que nos plantea el Kybalión,
representada por el símbolo chino del t’ai-chi, el ying y el yang, sobre los
cuales Bohr estampó “Contraria sunt complementa”, “los opuestos son
complementarios”. Partícula y onda de energía, dos opuestos que deben
ser complementados.
Y si entonces dicha realidad no es tal, ¿qué lugar ocupa la muerte en todo
esto?
¿Es posible que un patrón de ondas vibracionales que circunstancialmente
se llama Juan o María, un coágulo de energía en un campo energético
infinito, desaparezca sin más ni más? La energía no desaparece, solo se
transforma, nos advertía Lavoisier hace ya mucho tiempo. Lo que estamos
percibiendo ahora es que “somos” energía.
Y el último éxito editorial, el libro “La prueba del cielo: El viaje de un
nuerocirujano a la vida después de la vida”, de Eben Alexander así lo
propone basándose en su propia y conmovedora experiencia y en miles de
testimonios recogidos mediante hipnosis. Se pierde el cuerpo físico, la
parte densa, pero la muerte... no es tal. Más allá de esa incertidumbre
existimos en otro estado vibracional, seguramente en el ámbito de las
“cuerdas“ superiores a las cuatro de espacio-tiempo. Alexander no es el
único que nos habla de eso, ya los egipcios proponían un Libro donde se
daba instrucciones a cómo deberían comportarse los seres después de
muertos. Y en la época moderna muchos otros autores han abundado en
el tema. El planteo de Alexander es el más moderno y completo... además
del hecho no menor de que él es un neurocirujano. Y ya se están
asignando fondos importantes para continuar con este tipo de
investigaciones.
En suma, ¿somos materia, somos un conjunto de partículas?, ¿o somos
estados vibracionales, energía? O somos ambas cosas, dependiendo de
nuestra conciencia.
Ya hace más de un siglo, un hombre sabio planteó la fórmula sagrada en
que nos decía que somos ambas cosas, masa y energía, tan solo
magnificadas por un simple número. Una es de la misma naturaleza que la
otra.
E=MC²
No existe la separación entre tú y yo, somos lo mismo, creados a partir de,
y en la Energía Inicial, a Su imagen y semejanza. Es hora que vivamos y nos
comportemos en consecuencia de ello.
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