La humanidad compartida (Carlo Bonfiglioli, Isabel Martínez, Alejandro Fujigaki, eds.) Lo dado y lo soñado. Rupturas ontológicas Johannes Neurath “A tarefa do conhecimento deixa de ser a de unificar o diverso sob a represetação, passado a ser a de multiplicar o número de agencias que povoam o mundo” (B. Latour citado en E. Viveiros de Castro 2007: 96) 1. La antropología de los otros Según Wagner (1981 [1975]), Viveiros de Castro (2010) y Holbraad (2012), la única antropología posible es la recursiva. Notablemente, desde los inicios de nuestra disciplina, muchos de sus conceptos clave son de origen indígena. ¿O qué sería la antropología sin tabu, mana, hau y conceptos similares? Los antropólogos no siempre estaban conscientes de esto o lo encontraban problemático (Lévi-Strauss 1971 [1950]). Por otra parte, como ha señalado James A. Boon (1982:19, citado en Strathern 1987: 266), la antropología históricamente ha tenido un problema con el interés que las culturas estudiadas por antropólogos tienen por otras culturas --“how cultures, perfectly commonsensical from within, nervertheless flirt with their own ‘alternities’, gain critical self-distance, formulate complex (rather than simply reaccionary) perspectives on others”. La antropología recursiva plantea ser consecuente: reconocer que la antropología no es sobre sino de los otros. Lo que podemos investigar no es ¿qué es el hombre?, sino es cuál es el concepto de humanidad, la antropología implícita, de nuestros “informantes”. Los antropólogos/informantes son, en este caso, los huicholes o wixaritari, un grupo cuyo territorio tradicional se ubica en el Sur de la Sierra Madre Occidental (estados de Jalisco, Nayarit y Durango). Al conocer a este grupo, pronto queda evidente que no solamente nosotros nos interesamos en ellos. Ellos se interesan mucho en sus “otros” —así que la antropología de los huicholes sería, desde nuestra perspectiva, también sobre “nosotros”. En el caso huichol, conocer lo teiwari, “mestizo”, es estratégico. Les importa saber del mestizo, porque les importa saber devenir mestizo. Es una habilidad que quieren aprender muy bien, sobre todo para no perder el control sobre el proceso. La alternativa no es ser indio o mestizo, sino ser indio o indio y mestizo. Poder ser y funcionar como indio y/o mestizo como sea más conveniente en cada circunstancia. Como ha señalado Liffman (2011), la relación entre los wixaritari y sus admiradores urbanos es complicada. Mientras que los no-indígenas urbanos y mestizos de la región suelen tener ideas muy distorsionadas y exageradas sobre los wixaritari, no se puede decir que ellos no tengan una idea bastante clara sobre los mestizos. En la mitología cosmogónica wixarika documentada por el autor citado, hasta el antropólogo tiene un lugar: hay un dios antropólogo, el “mestizo color sangre” (o “gringo rojo”), Teiwari Xure, quien toma las fotos de los grandes momentos de la cosmogonía, por ejemplo de la fundación de México. Desde luego, toma las imágenes sin permiso, pero gracias a él tenemos la foto del águila y la serpiente “registrado” en las monedas. Se sabe perfectamente bien que es un mestizo, un ancestro o incluso un antropólogo, pero —parafraseando a Deleuze y Foucault— el ser humano (la categoría “gente” o “persona”, tewi) tiene una “existencia dudosa” (cfr. Deleuze 2002 [1966]) y existe únicamente como status quo, entre las categorías mucho mejor establecidas de “diferente/vecino/mestizo/enemigo” (teiwari) y “abuelo/ancestro deificado” (tewari). Estas categorías pueden ser lo mismo o pueden ser tajantemente diferenciadas. La humanidad (tewi) es el plan “B”, resultado de una “segunda creación”. A pesar de que no se suele insistir en su importancia, esta categoría de bajo prestigio sí posee un cierta estabilidad, ya que, a diferencia del mundo de los ancestros, el suyo no es permanentemente creado y destruido. Se trata del mundo de las transacciones simples, donde se pacta con los “enemigos” y seres “de abajo” para producir maíz y niños. En varios trabajos hemos insistido en la diferencia entre el mundo de los ancestros y el mundo de la gente. Se puede hablar de una primera creación y una segunda era, que comienza cuando fracasa la primera. Pero ambos mundos son imbricados, muchas veces existen simultáneamente. ¿Hay, entonces, una totalidad del mundo? ¿Hay un mundo? Tal vez ésta no es una pregunta muy relevante, o acaso no es un mundo ni homogéneo, ni simétrico, ni equilibrado. Sin embargo, hablar de un multiverso (o de una ontología múltiple) puede resultar una exageración. Hay que usar esta categoría con cautela. Veremos más adelante que, si hay una estructura que abarque todo el mundo ritual huichol, sería la que es el resultado de la tensión entre prácticas de intercambio recíproco y de don libre. En el sentido de Descola (2005), se trata de esquemas de la práctica con efectos sobre la ontología. Aquí, dos de estos esquemas coexisten excluyéndose mutuamente. Un régimen del ser no es simplemente la inversión del otro. La articulación entre ambos es siempre problemática y hace difícil plantear modelos de totalidades socio-cósmicas. Más que plantear ontologías múltiples se podría extender la noción de dividualidad, para hablar de un mundo ontológicamente no unitario, lleno de rupturas... 2. Lo dado y lo inventado Estudiamos, entonces, la cosmología wixarika, con su posible multiplicidad de mundos, a partir de la complejidad relacional. Se puede partir de un contraste geográfico entre “arriba” y “abajo”, entre el semi-desierto en el Oriente llamado Wirikuta y la fértil planicie costera en el Poniente. El territorio de las comunidades wixarika se ubica en medio, en la Sierra Madre Occidental. El isomorfismo cuerpo-cosmos (cfr. López Austin 1980, Galinier 2004, Monaghan 1995:98), implica que Wirikuta corresponda a la cabeza, la costa a los órganos sexuales, y que el ombligo del mundo se ubique en una barranca de la Sierra. Asimismo, Wirikuta corresponde al día y a la temporada de las secas y la costa a la noche y a las lluvias. El otoño es “cuando amanece”. Las serpientes de lluvia son el alma vital o la respiración (iyari) del mundo. El cuerpo es un microcosmos, el mundo es un macrocuerpo. Este sistema muy elaborado de analogías muestra asimetrías importantes. Únicamente el ámbito de la noche siempre ha existido y siempre existirá. La luz del amanecer, en cambio, debe encontrarse. La iniciación wixarika es la búsqueda de este cronotopos elusivo. Hace falta organizar una peregrinación donde los participantes (xukuri’ikate, jicareros, o hikuritamete, peyoteros) se conviertan en sus propios antepasados míticos. Para encontrar el amanecer debe uno abstenerse o alejarse de todo lo que tiene que ver con el mar y la oscuridad: no se ingiere sal, se camina en la estepas áridas del Oriente, se debe uno abstener del sexo extramarital, y se trata de dormir lo menos posible. Después de días de purificación, el peyote (hikuri, Lophophora williamsii) se aparece a los peregrinos como un venado que se deja cazar. El efecto del alucinógeno es la luz del amanecer. El día (o la luz del día) es, por ende, una visión y no existe independientemente de la acción ritual. Esta misma asimetría también se ve en el caso de la arquitectura de los templos huicholes. Los edificios tipo tuki y xiriki deben renovarse cada cinco años, pero solamente se vuelven a hacer los techos de zacate, los muros permanecen iguales. Los techos corresponden a Wirikuta, al cielo diurno y a la montaña del amanecer cerca de Real de Catorce (en el estado de San Luis Potosí), también conocida como Paritekia o Reu’unari. El oscuro interior de los edificios corresponde al mar y el inframundo. Las fogatas centrales son réplicas del ombligo del mundo, también conocido como Te’akata, “lugar del horno”. El cosmos wixarika muestra que solamente una parte del tiempo-espacio está, por decir, “naturalmente dada”, la mitad solar es artificial y efímera. Periódicamente debe volverse a crear. Como señala Wagner, en culturas nooccidentales, lo artificial no necesariamente es menos cierto, menos prestigiado o menos importante que lo natural. ¡Al contrario! (cfr. Wagner 1975). La mitad de abajo es un mundo antiguo, paleo-ontológico o pre-histórico, pero al mismo tiempo es la modernidad. Habitado por gigantes caníbales y monstruos marinos, también es el ámbito de las poblaciones no-indígenas urbanas. Los huicholes no se definen como indígenas, sino como los “hermanos menores”, “los que llegaron al último”, pero se consideran más evolucionados que los mestizos. Como descendientes de los monstruos caníbales, los mestizos tienen un comportamiento asocial. Han perdido el costumbre o nunca lo tuvieron. No conocen lo que los antropólogos llamamos la ley de la reciprocidad. Confiando en su tecnología, desconocen el origen de las cosas; por ejemplo, piensan que la electricidad puede tomarse simplemente del enchufe, sin dar nada en cambio al dios del fuego. Por contraste, los hermanos menores wixarika deben crear su mundo luminoso a través de la iniciación, practicando yeiyari, “caminando sobre las huellas de los ancestros” (cfr. Kantor 2012). El mundo de los mestizos flojos e irresponsables es asunto del pasado, mientras que el mundo huichol es en realidad casi inalcanzable. Es un mundo cuasi utópico. “Seguir las huellas de los ancestros” es una cacería de venado donde el cazador se identifica con su víctima. El iniciado (casi) muere y en esta muerte sacrificial y voluntaria logra experimentar el amanecer, el despertar, obtener conocimiento. Sin embargo, muchos jamás logran la iniciación, se pierden, se desvían, se quedan dormidos, sucumben a tentaciones. Esto es, precisamente, lo que ha pasado a los mestizos, así como a muchos pueblos indígenas y especies de animales. El regreso es un ritual sumamente complicado, ya que resulta difícil ser al mismo tiempo un ancestro y un comunero común. Después de soñar con la luz, la vida y el peyote, los peregrinos regresan triunfalmente, para compartir estos dones a los demás, pero los comuneros lo toman como una usurpación. En la fiesta del peyote, que se celebra como culminación del ciclo de peregrinaciones, los no-iniciados no reconocen a los peyoteros como seres especiales. Cuando los peyoteros forman una serpiente de nubes y comienzan a repartir semillas y peyote, los obligan a aceptar un pago en forma de tamales y cigarros. El intercambio recíproco anula el don (Neurath 2011a; cfr. Rio 2007). Poco después se celebra la fiesta de la siembra Namawita Neixa y todo el cosmos creado por los peyoteros se colapsa. Lo que permanece es el inframundo, pero éste ahora ya no es un mundo diferente, sino simplemente el mundo. Los peyoteros son sustituidos por el grupo de los Nia’ariwamete (“mensajeros” de la lluvia). En una danza salvaje apagan la fogata central. También destruyen la antorcha de ocote que es la conexión entre cielo y tierra. Al mismo tiempo, se dice, y se menciona en el canto chamánico de la fiesta, que el Sol visita un lugar en el Norte, conocido como El Bernalejo, Durango. En este punto (solsticial) descansa y es seducido sexualmente por una bella muchacha con cola de serpiente. Lo devora con su vagina dentata, y al ser devorado, el Sol se convierte en este mismo monstruo telúrico-femenino que es su alter ego. El monstruo de la tierra aparece en la fiesta Namawita Neixa como capitana de la danza, llamada Takutsi Nakawé. Es decir, se trata de la antigua diosa “Nuestra Abuela Carne Podrida” que, según el mito, fue la primera chamana-cantadora, derrocada (posteriormente) por déspota, borracha y/o caníbal (cfr. las tablas de estambre de Tutukila Carrillo en Negrín 1975: 44-47). El retorno de Takutsi Nakawé es mucho más que un rito carnavalesco de inversión, porque en su reino, identificado con la temporada de las lluvias, vale una ley que es diferente a la ideología de sacrificio de la temporada seca. ¡Pero también es una ley! Ahora todos son humanos no-iniciados y se celebra la “boda del maíz”. El cazador fracasado se casa con la hijas de la diosa del inframundo. Esta alianza significa que ahora no se desprecia a los mestizos como seres inferiores, flojos o tontos, sino que se les reconoce como personas, casi como iguales (Neurath 2008, 2011b). Es importante no subestimar la importancia del contraste entre el mundo solar de los peregrinos de peyote y el mundo acuático y oscuro de Takutsi (únicamente iluminado por la luna). El primer mundo es resultado de una transformación. La sangre de los animales agonizantes es comida para los dioses y es repartida en los diferentes objetos ceremoniales de los iniciantes en sus propias visiones. El segundo mundo o inframundo funciona con una lógica relativamente simple. Notablemente, el intercambio precede a la reproducción, e incluye a las poblaciones no-indígenas. Visto desde una perspectiva global, hay un ir e venir entre dinámicas al fondo incompatibles. En cada ritual particular se repite este ir e venir entre sacrificio e intercambio. Todos los cantos rituales tratan de viajes a lugares lejanos y de regreso al lugar donde se celebra la fiesta. El mara’akame (chamán-cantador) se desplaza hacia los lugares donde habitan los dioses ancestrales y los invita a visitar la fiesta. Cuando todos están reunidos, hombres y dioses, se sacrifican animales. El chamán debe convencer a los animales de dejarse sacrificar. De esta manera, matar animales “oficialmente” siempre es un acto de autosacrificio de los animales. La sangre de los animales agonizantes es comida para los dioses y es repartida en los diferentes objetos ceremoniales. Algunos de estos objetos son ofrendas que, después de la fiesta, deben depositarse en los lugares sagrados. Al retomar el peregrinar entre centros ceremoniales y lugares del paisaje, se retoman los ritos de intercambio que, en un principio, se oponen a los ritos de sacrificio. En muchas comunidades indígenas de Mesoamérica y áreas circunvecinas se observan estos sistemas de intercambiar objetos o sustancias entre un altar o centro ceremonial y lugares del paisaje ritual. Un buen ejemplo es el estudio de Coyle sobe los coras (2000). Pero las cosas no son tan sencillas. El intercambio es importante, pero los dioses se identifican, no solamente entre los huicholes, en primer lugar, con presas de cacería. Y la relación de depredación contradice a la relación de intercambio. En el caso wixarika, la típica ofrenda expresa esta contradicción. Una calabaza con sangre definitivamente es una ofrenda, algo que se da como alimento, pero la flecha votiva es un proyectil que se dispara a la deidad en su calidad de presa de cacería (Neurath 2010). Ambas acciones rituales, dar y disparar, son esenciales. Los que dejan de depositar ofrendas corren el riesgo de convertirse en la presas de los dioses y animales. Estos seres siempre tienen el potencial de convertirse en un agente patógeno. Igual que entre los mixtecos estudiados por Monaghan (1995:103), los dioses son enfermedades. Hoy día los wixaritari tienen un compromiso más. Ya no es suficiente visitar regularmente a los dioses, también es necesario luchar por la preservación de los territorios sagrados. Proyectos turísticos, de construcción de carreteras y de minería muchas veces amenazan la integridad de sitios como Haramara (la piedra blanca de San Blas, Nayarit) y Wirikuta (no solamente el Cerro Quemado, también otros sitios del desierto cerca de Real de Catorce, San Luis Potosí) (Liffman et al. 2008; Liffman 2011). En el marco de las luchas políticas para salvar el patrimonio, los chamanes huicholes incluso comparten aspectos del conocimiento ritual sobre estos lugares con noindígenas dispuestos a apoyar. La lucha reciente por salvar Wirikuta de su devastación a manos de una minera canadiense ha tenido consecuencias importantes sobre la manera de los huicholes de relacionarse con el otro. Como se mencionó, la iniciación de peyote normalmente es un rito muy exclusivo que marca permanentemente la diferencia entre ancestros huicholes y mestizos. Para los no-iniciados, tener conocimiento sobre lugares como Wirikuta es imposible y, acaso, peligroso. Sin embargo, a principios de febrero de 2012 las autoridades del Consejo Regional de los centros ceremoniales huicholes convocaron a periodistas, escritores, cineastas, activistas de derechos humanos, antropólogos y otros artistas e intelectuales para que acudieran a una ceremonia en la cumbre de la montaña del Amanecer. En presencia de todos estos invitados un grupo de chamanes consultó a los ancestros sobre la estrategia a seguir para defender Wirikuta de los proyectos mineros. Entonces, los dioses huicholes confirmaron la obligación de las comunidades wixarika de luchar unidas contra la destrucción de los sitios sagrados (Barnett 2012), incluso aliándose con grupos de teiwarixi y, así, colapsando temporalmente el antagonismo entre las diferentes maneras de relacionarse con el otro (cfr. Liffman 2012). 3. Jamás premodernos Hablando ahora de etnografía no-recursiva, convencional: los huicholes o wixaritari son uno de los grupos indígenas más conocidos de México —por su “chamanismo” basado en el uso ritual del cactus alucinógeno peyote, por la estética “psicodélica” de su arte y artesanía, por ser de los pocos pueblos indígenas de Mesoamérica que efectivamente eludieron la cristianización y, last but not least, por su protagonismo en movimientos políticos actuales, como la lucha por la autonomía indígena y la defensa de paisajes rituales. Con todo esto, no debe sorprender que hoy día exista una enorme atención mediática en torno a este grupo. Mi primera reacción frente esta situación fue combatir los discursos exotizantes y esencialistas, denunciándolos como “representaciones falsas” que al fondo deben considerarse colonialistas (cfr. Neurath 2002). Por ejemplo, traté de contextualizar y relativizar el uso del peyote en la religión wixarika (Neurath 2006). Asimismo, cuestioné la idea de ecologistas e indigenistas que los huicholes sean una cultura cuya existencia sea “amenazada”. En lugar de un “fósil viviente” a punto de desaparecer frente los inevitables avances de la modernización, encontré un grupo exitoso, cosmopolita y en plena expansión demográfica, territorial y cultural. Algunos datos: según el censo de 2000, la lengua wixarika tenía 43,939 hablantes. Hace unas décadas los censos no se hacían tan bien, pero jamás se contaban más que 10,000. En las etnografías de mediados del siglo XX se hablaba de entre tres y cinco mil; unas décadas más tarde se hablaba de entre ocho y nueve mil (ver Weigand, 1992: p. 37, nota 6). A principios y mediados del siglo XX los territorios de las comunidades huicholes se limitaban a una parte remota de la Sierra Madre Occidental, donde colindan los estados de Jalisco, Nayarit y Durango (ver mapa en Lumholtz 1902, 2: 16-17). Hoy día el territorio se ha por lo menos duplicado y abarca muchas áreas afuera de la sierra, en la planicie costa de Nayarit y en los alrededores de Tepic. Territorios mestizos se han vuelto indígenas. Finalmente, la fama nacional e internacional de los huicholes como artistas, músicos y “chamanes” sigue creciendo. Con todo esto, los huicholes definitivamente no están a punto de desaparecer. Más bien, podría sospecharse que se estén convirtiendo en un fenómeno mediático. Pero, aparentemente, éste tampoco es el caso. El reto es comprender cómo un grupo tan famoso evita ser arrollado por la industria cultural y logra reproducir su tradición o su estilo de vida particular. Por ejemplo, ¿cómo lo hacen frente el acoso de los “etnoturistas”? ¿Cómo evitan la folklorización de sus ceremonias? Nos dimos cuenta que los huicholes han desarrollado estrategias de branding, de controlar las miradas, las imágenes y los discursos. La mayoría de las comunidades se mantienen cerradas a los turistas y prohíben la toma de fotografías, notablemente Santa Catarina Tuapurie y San Sebastián Wautia, donde existen los centros ceremoniales más grandes y arquitectónicamente más bellos. Los huicholes viajan por todo el mundo, pero el acceso a su territorio permanece controlado. En la comercialización de conocimientos tradicionales han desarrollado estrategias inteligentes, basadas en formas tradicionales de manejar el saber. Solamente ciertos “mitos” se consideran aptos para oídos no indígenas, así que se ha conformado un corpus informal de historias comercializables que se distingue de lo que sí se mantiene “secreto” o se reserva para el uso exclusivo de los huicholes... Pero la pregunta de fondo es otra. Para explicar la habilidad de los huicholes de interactuar con el mundo no-indígena es necesario invertir la pregunta clásica sobre la posibilidad de convivencia entre modernidad global y tradiciones locales. No es que ellos se hayan adaptado exitosamente a la modernidad. Ellos han estado un paso adelante. Somos los “occidentales” quienes batallamos muchas veces con la transición hacia la modernidad. Parafraseando a Latour (1993), ellos nunca han sido premodernos. Sobre todo ha sido el estudio del ritual lo que ha aportado importantes insights. Nuestra documentación de las fiestas del centro ceremonial comunal (tukipa) mostró la expresión de toda clase de relaciones contradictorias: como vimos, se puede practicar simultáneamente la creación y la destrucción del mundo. Un mismo ritual puede ser de don y de intercambio. Se afirman jerarquías al mismo tiempo que éstas se cuestionan. Es posible convivir con los “vecinos” no-indígenas mestizos, al tiempo que, simbólicamente, se combaten estos mismos “diferentes” como enemigos. De manera similar que en otras tradiciones amerindias, el concepto huichol de persona resulta desafiante y complejo. “Alteridad constituyente” (Erikson 1986; Galinier 2004), “inestabilidad del alma” (Viveiros de Castro 1993; cfr. Pitarch 2003), “acumulación de identidades contradictorias” (Severi 1996; 2002; 2004), dividualidad (Strathern 1988; Viveiros de Castro 2008), “persona múltiple”, “distribuida” (Gell 1998) o “fractalizada” (Wagner 1991), son conceptos que han resultado útiles para acercarse a concepciones de persona que para nada concuerdan con las ideas sobre el sujeto, el ciudadano y el individuo que se popularizaron en Occidente, sobre todo durante la época victoriana. En antropología, es común contrastar las complejidades de ciertos conceptos no-europeos de persona con la simplicidad del logo-centrismo occidental. Pero aquí no queremos caer en la dicotomía The West vs. the rest. Más bien queremos explorar la afinidad entre los conceptos huicholes de la persona y el “sujeto de-centrado”, postulado en el marco de las críticas modernistas al “sujeto burgués decimonónico”. La afinidad entre ideas, mentalidades o estéticas amerindias y modernas no es ningún descubrimiento nuevo. Como señala Lúcia de Sá en Rain Forest Literatures (2004), es notable cómo figuras mitológicas de la Amazonía fascinaron a ciertos poetas latinoamericanos del siglo XX. Macunaíma, el trickster de la tradición pémon, es un personaje contradictorio y complejo, que se convirtió en un paradigma para la literatura vanguardista (modernista) brasileña. Según Ellen Basso, en las narraciones amerindias donde aparecen figuras de trickster los sujetos carecen de una “estructura psíquica fija” (De Sá 2004: p.18). De tal manera, escritores como Mário de Andrade notaron que en las tradiciones amerindias existe una modernidad avant la lettre. Y, efectivamente, a través de libros de etnografía, él y otros autores de la modernidad literaria fueron fuertemente influenciados por los narradores indígenas. Esta apropiación de la literatura oral amerindia por poetas latinoamericanos del siglo XX puede compararse con la manera de acercarse al arte africano que se practicaba entre los artistas vanguardistas. Carl Einstein, el teórico del cubismo, consideró el arte africano como crítica ex ante del sujeto burgués y del arte académico (cfr. Didi-Huberman 2006 [2000]). Regresamos al caso de los wixaritari. Ya no sorprenden las afirmaciones en torno a que modernidad y tradición no son antónimos. Pero esto no es todo: en una tradición como la huichola, la ruptura es parte de la tradición. Plantear la existencia de una tradición más estable anterior a las crisis de la actualidad sería negar un aspecto muy importante de esta misma tradición. Al no rehuir de las contradicciones y rupturas, el politeísmo (mesoamericano) de los huicholes es una religión muy adecuada para la época moderna. Y lejos de revelar una sensibilidad arcaica, el arte y el ritual wixaritari son expresiones logradas de la complejidad del mundo contemporáneo. Como señalan Baudelaire, Octavio Paz y otros teóricos de la modernidad, ésta es la “tradición de la ruptura”. Lo que más la caracteriza es una conciencia de crisis. De esta manera, podemos afirmar que el mito, el ritual y el arte huicholes sean afines a las tendencias vanguardistas (ver Neurath 2012). Quiero enfatizar la simultaneidad de tradición y crítica de la tradición que observamos en las prácticas rituales y discursivas huicholes. Según Octavio Paz, la simultaneidad de crítica y “crítica de la crítica” es tal vez el rasgo más distintivo del arte de Marcel Duchamp (Paz 2004 [1976]). Su obra está en la tradición de la Ilustración y, al mismo tiempo, expresa una crítica de ella. En el ritual wixarika sucede algo muy similar. En un mismo proceso, se cuestiona y se recupera la tradición. Se combate lo mestizo y se celebra una alianza con los dioses mestizos. Lo que se busca es poder ser y al mismo tiempo no ser mestizo. 4. Devenir mestizo. Apuntes comparativos Notablemente, los huicholes no aceptan la dicotomía "resistencia" o "aculturación" como la plantea el culturalismo occidental (Navarrete 2012). Es decir, existen posibilidades que van más allá de mantener una identidad propia o modernizarse. De acuerdo con una lógica, que no rehuye la complejidad, su proyecto implícito es tener la habilidad de jugar, simultáneamente, papeles contradictorios: ser indígenas y, al mismo tiempo, mestizos. ¿Por qué elegir cuando se pueden tener las dos cosas? La tradición de desarrollar la capacidad de multiplicar la persona, de acumular identidades contradictorias, encaja perfectamente con la vida en una sociedad compleja, donde se espera que un individuo pueda funcionar en contextos múltiples. En la cosmología de los huicholes, el estado primordial de primitivismo y la modernidad son asimilados en una sola categoría de alteridad. Lo que para nosotros son los extremos de una dicotomía —pasado mítico e integración en el mundo globalizado—, para ellos, es una misma cosa. Los wixaritari, modernos avant la lettre por su tradición de rupturas, conciencia de crisis y capacidad de vivir la complejidad, reconocen el mundo no-indígena como un “híbrido” donde coexisten una modernidad tecnológica y un subdesarrollo social. ¿Podemos permitirnos pensar que esta concepción tenga una relevancia para “nuestra” crítica de la modernidad? Como mencionamos, el ámbito arcaico/moderno es, en la ontología wixarika, lo dado, es decir, lo que podría corresponder a nuestra categoría de “mundo natural”. Ahora bien, como también hemos visto, los huicholes se relacionan con esa categoría de alteridad por medio de un par contradictorio de relaciones rituales. A través de violencia sacrificial de todas clases, lo “arcaico/moderno” es conquistado y controlado. Por otro lado, en particular mediante una alianza matrimonial metafórica, la gente también se ve involucrada con los mismos otros sobre una base de relaciones de intercambio. Si estamos en la dinámica de los ritos de iniciación, los mestizos son gente primitiva o subdesarrollada, aunque (también) dueña de las tecnologías modernas, de la electricidad, de los coches y aviones, del dinero y de los bancos. Estos “otros” son más antiguos que los wixaritari, pero perdieron el costumbre, yeiyari, el “caminar por las huellas de los ancestros” —por ser flojos, alcohólicos, torpes, tontos y asociales perdieron la “legitimidad”. Es decir, “nuestros” antepasados tuvieron su oportunidad, pero no caminaron sobre las huellas de los ancestros y no lograron la iniciación o fracasaron estrepitosamente en el intento. La concepción huichola del mestizo como gente a la vez arcaica y contemporánea choca con “nuestra” construcción lineal de la historia; subvierte, incluso, la categoría de “indígena”, tan importante para defender derechos a la tierra. Muchas veces, los huicholes insisten haber conquistado su territorio que, anteriormente, era de los gigantes antepasados de los mestizos (Preuss 1907). La cultura wixarika es, desde luego, extraordinaria en los que se refiere a su dinámica y nivel de éxito en el mundo globalizado. Sin embargo, vale la pena comparar lo hasta ahora expuesto con lo que se ha reportado sobre otros grupos indígenas de Mesoamérica. Encontramos complejidades similares en la manera de relacionarse con el otro no-indígena o no-humano, es decir, animal, mestizo, ancestro o divino. Visitar a estos seres en sus lugares de culto del paisaje es siempre un peligro. Las etnografías mesoamericanistas están llenas de historias y leyendas sobre las aventuras de la gente que, por alguna razón, viaja al interior de las cuevas o del monte: chamanes, cazadores perdidos, hombres seducidos por sirenas. En muchos estudios se maneja que el inframundo o paraíso del dios de la lluvia sea parte del “pasado mítico” (Gossen 1979). Entre los nahuas del Centro de México y los mayas de los Altos de Chiapas se documentó que esta parte del mundo se parece, de hecho, a las colonias elegantes de la grandes ciudades. Los dioses de la lluvia o las almas de los muertos habitan en rascacielos o casas clasemedieras con jardín. Los interiores son como sets de telenovelas. Muchos de los seres del inframundo son “güeros”, escuchan cumbias o música norteña y se la pasan yendo al banco, manejando sus coches a las gasolineras, o tomándose unas copas en algún bar. Usan toda clase de gadgets y monitorean el mundo de los seres humanos desde oficinas equipadas con modernas pantallas planas (Pitarch 2010: 81-82, 2012, Romero López 2010: 51, Lorente 2011: 107). Igual que entre los huicholes, el pasado mítico es también el mundo contemporáneo. En muchos casos, este aspecto se expresa incluso con mucha más claridad que entre los wixaritari. Otra constante de la etnografía mesoamericana es la cooperación entre los vivos y los muertos (Pitrou 2011). "Comemos la tierra [que nos da maíz], y la tierra nos come a nosotros”, afirman los informantes nahuas de Catherine Good (1996: 285). La relación entre los mundos de los humanos vivos y de los “otros” no siempre es tan armónica, más bien se encuentra muchas veces en un conflicto. Los especialistas rituales son como diplomáticos que tratan de mediar entre ambos mundos (Romero López 2010, Lorente 2011). Los chamanes que penetran en el inframundo para rescatar las almas de los enfermos deben someterse a toda clase de obstáculos burocráticos, como llenar formatos, sacar fichas, pedir citas. Los cantos o parlamentos hablan de los regalos (o “mordidas”) que ofrecen a los funcionarios del inframundo (Pitarch 2010: 79-80). Un paciente que no puede ser curado debe permanecer en el inframundo. De esta manera, la muerte y la modernización se equiparan. Los indígenas muertos devienen mestizos. Los que son sanos y, sobre todo, los especialistas rituales, saben cómo manejarse en el mundo de los mestizos sin morir en el intento. Para los no entrenados, el devenir mestizo el mortal. Entre los nahuas de la Sierra de Puebla y los tzeltales de Cancuc, la coexistencia problemática entre mundos poco compatibles es parte del concepto de la persona. Chamoux (2011:165) explica que el “alma” nahualli de los nahuas designa el principio o calor vital de una persona, al mismo tiempo que es su doble animal o no-humano que habita en el “otro mundo” de las montañas, aunque comparte el destino y el carácter del individuo en cuestión. En Cancuc existe una coexistencia similar de elementos propios y ajenos. El cuerpo y la ropa de una persona se consideran propios o “indígenas”, pero las almas (lab) pertenecen a un “mundo otro” étnicamente extranjero, poblado de kaxlan (españoles), maestros, ganaderos, sacerdotes y santos (Pitarch 2010: 6-7). Lo importante es mantener la integridad del cuerpo; como el alma no es de uno, puede convertirse a religiones o ideologías políticas sin que esto se vea como un problema (Pitarch 2003). También entre los otomíes del Sur de la Huasteca (zona limítrofe entre Veracruz e Hidalgo) el cosmos se divide en mitades para nada complementarias. El mundo solar de arriba es cristiano, pero abajo, en el “gran costal del diablo”, las reglas son totalmente distintas, ya que ahí la vida se produce a través de ritos sacrificiales paradójicos y relaciones sexuales incestuosas. Durante fiestas como las de Todos Santos o Carnaval, el diablo abre su costal y los ominosos seres del inframundo se escapan. También en este caso estos seres tienden a ser no-indígenas, mestizos o extranjeros: doctores, ingenieros, damas seductoras y figuras de películas de Hollywood (Galinier 2004). Finalmente, se han publicado etnografías donde el “mundo otro” es casi el mismo, pero visto de una perspectiva distinta. Zopilotes o águilas son los pollos del señor del monte; los venados, sus perros, y se sale a la cacería a matar humanos. Penetrar en el mundo otro es cambiar de punto de vista, darse cuenta que los animales del monte son “en realidad” animales domésticos (Questa 2010: 133), o que ciertas hierbas comestibles que se recolectan son “en realidad” el maíz de los seres del inframundo (Romero López 2011: 41). Los “otros”, sean ellos animales o mestizos urbanos, invariablemente viven en un cronotopos que es al mismo tiempo el pasado mítico y el futuro modernizado. Estos “otros” tienden a existir en distancias temporales grandes, pero, en términos espaciales, a veces se encuentran muy cercanos, incluso habitan en el interior de las personas en calidad de “almas”. La interacción entre los mundos se caracteriza por intercambios de regalos y depredación mutua. Penetrar en los mundos-otros es practicar devenir mestizo. 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