Carlos Monsiváis La mano temblorosa de una hechicera De Agustín. Reencuentro con lo sentimental, Antología, Editorial Domés, México, 1980. A José Luis Vivanco (Desde su retiro habla la ex-vedette) —Usted me ve ahora y no lo cree, pero yo fui una de esas partiquinas o chicas del coro o vedettes como hoy dicen: Ya llovió, ya llovió. Como usted no va a revelar mi nombre le puedo decir mi edad, porque mi edad así solita sin un nombre que alguien reconozca, no importa: ¿cuántas mujeres viejas, hoy tan respetables, no hicieron de todo en su juventud? Si le digo... Pero óigame, quiero advertirle que soy distraída y de que empiezo a conversar no me detengo en ningún tema. Mis amigas me dicen el millón-y-una-noches, según ellas ando de anécdota en anécdota y siempre hablando de gentes que ni han visto en su vida ni verán... Por eso, si ve que ya me desvarié, deténgame cuando se le ocurra, de veras... Pues le decía que tengo 68 años y fui vedette de los años veintes... ¡Ah, pero claro! Usted ya lo sabía, de otro modo no me entrevista sobre mis recuerdos de Agustín Lara... ¿Recuerdos de Agustín Lara? ¡Pero si soy un archivo viviente de aquella época! Aquí usted ve enmarcados programas y fotos, mire estos libros y a ver si le compruebo que mi memoria es muy agradecida. Yo debuté en el teatro Politeama en el meritito año de 1929. Luego en varios lados he leído que ese año fue muy importante para el país, pero yo francamente sólo me acuerdo de la campaña de José Vasconcelos. Ese sí era un hombre de a de veras. Una amiga mía peinaba a su amante, una ricachona muy lanzada y romántica, amiga de jotos y pintores, con su limusín y su chofer uniformado. Parece que era una mujer sencilla a pesar de su riqueza, pero ya me estoy yendo por otro lado ¿ve? Le decía que yo debuté en el Politeama en 1929. El Politeama estaba en la antigua calle de San Miguel, hoy Izazaga, a unos pasos de San Juan de Letrán. Uy, amigo, San Juan de Letrán entonces no era una calle, era el centro de la vida capitalina, de la vida que valía la pena, todo cabía o todo se reducía en unas cuantas cuadras, allí empezaba y se acababa el mundo de lo prohibido, de aquello que sólo tenía sitio en la sobremesa de los hombres solos. Era, por ejemplo, el lugar para pasear sin dejar de ser decente (si a una le gustaba eso) pero sin aburrirse con la decencia. San Juan era la calle donde las cosas agarraban otro aire, otra densidad. Allí desfilaban chafiretes y políticos, putas y señoras de sociedad, machos y maricones... Yo creo que fue en San Juan de Letrán donde empezaron a salir los jotos de sus agujeros para moverse con desenfado y perseguir a quien se dejara. No se cansaban de buscar carne fresquecita y yo misma vi muchas veces a señores famosos —políticos y escritores— caminando sin prisa y mirando dizque con discreción a todas partes como si devoraran el aire, recorrían diez y veinte veces las mismas cuadras mirando y mirando y jugando con centenarios de oro para darse a desear. Le estaba hablando del Politeama. De veras que los que no fueron allí se perdieron de mucho. Era un teatro grande para la época y a nosotros se nos hacía muy elegante, con sus molduras y su vestíbulo amplio en donde a las gentes como que les daba gusto encontrarse con desconocidos: estudiantes, choferes, obreros, gente de clase media que empezaba a distinguirse por su ropa muy arreglada y su aspecto de alegría a disgusto o contrariedad divertida. Los precios estaban al alcance de todos: uno cincuenta, dos pesos y ya después hasta tres pesos. Los precios de galería no los recuerdo bien, pero sí me acuerdo del teatro siempre a reventar. A mí me contrataron para debutar un viernes, cómo se me va a olvidar, bailando el número jarocho que después hizo tan famoso Toña la Negra, nuestra gran cantante. ¡Qué mujer y qué voz! Limpiecita, fresca, voz como cascada, algo fabuloso. Ahora todavía canta bien pero entonces era emocionante oírla. Empezaba el uso de micrófonos y megáfonos y cuando el aparato de sonido se descomponía Toña ni lo necesitaba. Era muy tímida en la pasarela, le daba vergüenza pero se ponía a cantar y a todos se nos olvidaba el miedo y la incomodidad con que depositaba el cuerpo en el escenario. Su voz metálica sonaba como sin hacerle caso a nadie, como no permitiendo que uno se apoyara en ella, en su voz o en su canción, para pasarla bien pasándola mal. Usted me entiende, Toña me daba esa impresión de independencia; otras cantantes lanzan la voz para que la gente se inspire y sufra sintiendo que la canción misma la consiente o la comprende a ella, la persona acongojada. Yo siempre creí que Toña cantaba por gusto, que para ella las canciones no eran mensajes sentimentales sino musicales y no se convertía en cómplice de nadie ni recargadera del dolor o del abandono como sí pasó con Elvira Ríos, María Luisa Landín o María Victoria, aunque mis respetos también para esas señoras. Como sea, Toña le sirvió muchísimo a Agustín, le promovió muchas canciones, ella y Pedro Vargas fueron volviendo poco a poco a Lara en algo hogareño, ultrafamiliar. ¡Qué curioso! La fama de Lara empezó con su música prohibida; el ser terrible que tocaba piano en los burdeles hasta el derrumbe del último cliente. A muchas señoritas les prohibían sus padres que cantasen en sus recámaras las canciones de Lara, y con frecuencia los sacerdotes se inspiraban en letras de Lara para ejemplificar "los malos tiempos en que vivimos", en donde "los músicos cantan a las mujeres de la mala vida". Y ya ve: con los años Lara fue haciéndose símbolo de la tradición y hay veces que creo que vino a México en olor de santidad, como fraile mendicante de la expedición de Hernán Cortés o como pianista de la orquesta que recorría con Juárez el norte del país. Quién quita y no fue Lara el primer mexicano que le dio mañanitas a la Guadalupana, algo así de cercano a la mera mata desde donde creció el país. Agustín Lara cantó y murió por la patria. ¡Presente! Yo al Flaco de Oro lo conocí muy bien. Claro que no fui su íntima, eso no se podía y yo siempre he sido muy tímida y él como que desde el principio era la gran figura, el nombrezote. No fui su amiga del corazón, pero no me cansaba de verlo y observarlo, todo delgado y pálido y luego hasta bamboleante, siempre echando piropos y obsequiando flores. ¡Qué bárbaro! nunca he visto a nadie tan regalador de flores, que Toña le estrenaba canción, a llenarle su camerino de rosas, que una de nosotras se iba de la compañía o recibía invitación del Flaco a cenar, allí le llegaba el enorme ramo. Y nos chuleaba el día entero, que reinas y hermosas y duquesas y princesas y emperatrices, puro título de nobleza y todavía se daba tiempo para besar la mano con delicadeza y arrodillarse ante nosotras en los pasillos o en el foro del Politeama durante los ensayos y decirnos "Muñeca, sé mi reina", o "Reina, sé mi muñeca" o lo que se le ocurriera. Mis hijos nunca me han creído lo que les cuento, pero es que Agustín Lara era diferente a todos los hombres que he conocido. No sólo por caballeroso y fino sino por legendario. El era su música y su genio al improvisar esa poesía tan bonita. (¿Cómo le hacía para ser tan poético? ¿Cómo le hacía para decir cosas tan estremecedoras sin parecer darse cuenta?) Ya en los veintes, Lara era la fama misma, máxime en aquel México tan chico, en donde la gente desayunaba comentando lo que habían hecho la noche anterior el pintor Diego Rivera o el escritor Salvador Novo o el músico Agustín Lara. Le digo que mis hijos no me creen muchas cosas. Por ejemplo, a mí no me constó pero a una amiga de la que luego le platico sí. Cuando Lara era un desconocido, se hizo muy amigo de un político guanajuatense que, enterado de que el Músico Poeta andaba siempre arrancado de dinero, lo contrataba para tocarle el piano mientras él hacía el amor. ¡Imagénese la escena! Lara con su botella de coñac sobre el piano toca y toca y al lado aquel tipo enorme, inacabable, jadea y jadea mientras sonreía por lo poético y bonito de la situación. Lara tocaba y cantaba sus composiciones y luego improvisaba interminables poemas sobre los muslos de perdición y la belleza escultural de los senos, obra del propio Fidias, y el tipo que no acababa nunca y hacía trampas con tal de seguir oyendo a Lara, y mi pobre amiga que de eso vivía, de acompañar a políticos, sufriendo bajo ese peso intolerable y consolándose del ahogo de la montaña de carne con los estrenos mundiales de las canciones de Lara. Por eso le digo, cuando conocí a Lara ya era Agustín casi sin apellido. Desde luego, la capital era pequeña y ser famoso no es como ahora, tenía más chiste y menos chiste, era como alguien de la familia a quien los demás de tanto admirarlo lo sentían muy distinto. Todos sabíamos quiénes ya eran y quiénes iban a ser conocidos. Aunque a nosotras no nos interesaba la política, incluso de eso nos enterábamos porque a los políticos les encantaba el desfiguro, eran los primeros en aprenderse las nuevas canciones, en felicitar a los compositores, y en pretender a tiples y vicetiples. Pues si el mismísimo general Francisco Serrano, cuando fue ministro de Estado despachaba y resolvía asuntos importantes en el camerino de la gran vedette Celia Montalván. Caray, los políticos sí que nos chocaban con sus pláticas incomprensibles o "con su manía de andar armados viendo moros con tranchete. A Lara los políticos pronto lo quisieron mucho. Al Maestro lo que pidiera. Maestro, ¿gusta otro trago? ¿Le puedo decir la verdad? Yo desde luego nunca fui prostituta pero no me voy a hacer con usted la gran dama ni le presumiré de mi abolengo y mi vida intachable en el vértigo de la Revolución. Como tampoco me da por exhibir mi "vida licenciosa", prefiero, al hablar de mi pasado un tercer camino: cuento anécdotas un tanto picantes y si me preguntan qué hacía yo, entonces nomás sonrío. Pero lo cierto es que en aquella época no teníamos un centavo, vivíamos al día, habíamos llegado (mi mamá, mis hermanas y yo) de Salvatierra y con lo que ganábamos entre todas mal comíamos y nos mal vestíamos. Como nos gustaba tener amigas, no nos poníamos a discriminar ni a mirar por encima del hombro, ni nos quedaba. En el cuarto de junto, en la vecindad de Netzahualcóyotl donde nos alojábamos, vivían dos prostitutas que se hicieron muy amigas nuestras, unas muchachas como de película mexicana pero a lo mejor todo lo del pasado lo vemos ahora como de película mexicana. No vaya usted a creer que le hablo de esto porque no va a salir mi nombre, en serio que no, fueron mis grandes amigas, se portaron de maravilla conmigo y las recuerdo con mucho cariño. Todavía hace poco me preguntaba qué habría sido de ellas. Cuando me casé abandonamos la vecindad, siempre me propuse volver a buscarlas pero hasta la fecha... Como le digo, estas muchachas, Guadalupe y Patricia, eran mis cuatitas y nos contaban bastante de lo que ocurría en su centro de trabajo. (Mamá nunca supo bien a bien que era lo qué hacían. Siempre las creyó taquígrafas parlamentarias, señoritas decentes vestidas muy estrafalariamente. Es que es mejor no dar crédito a lo que se ve para vivir tranquilo). Y ellas fueron las primeras en hablarme de Agustín Lara. "El Flaco, decían, ayer llegó el Flaco y nos regaló una caja de chocolates a todas sin excepción". Pero no lo veían como a un Rey Mago o cosa por el estilo, simplemente les caía bien y las ponía a llorar embelesadas con sus canciones. (Guadalupe era la heroína que soportaba encima a esa masa política). Ellas repetían (a su modo) lo que todos sabían en los burdeles de México: que a los 14 años Lara había entrado de pianista a una casa de citas y que allí había conocido por vez primera la inspiración y el amor y que una amiga suya, en un rapto de celos o despecho o quién sabe qué, le había provocado la cicatriz en la mejilla. "¡Pobre Agustín, siempre decían Lupe y Patricia, quién le manda meterse con ésa!" Y si yo les preguntaba quién era "esa" me respondían de modo enigmático. El caso es que Lara era muy conocido en los prostíbulos donde las canciones más repetidas eran Imposible, Rosa, Mujer, Farolito. "Ayer cantamos Imposible toda la noche" era frase muy frecuente de mis amigas que la acompañaban con tarareo: "y que cambias tus besos por dinero, envenenando así mi corazón". ¡Cómo son las cosas de la vida! Sin las camaradas pirujas, como dice mi marido que es muy ocurrente, Lara no se hubiese vuelto tan rápida y sólidamente parte de todas las familias de México. ¿No se le hace que Lara es muy nuestro, tan de la casa como la virginidad de las hijas antes del matrimonio? Por más que nos cuenten de sus costumbres licenciosas, la gente lo quiere igual que a San Martín de Porres o al beato Sebastián Aparicio. Fíjese, en mis tiempos cantar Noche de ronda era celebrar el vicio y la disipación, las desveladas mortales y el pecado a quien el alba sorprende despierto. Hoy cantar Noche de ronda es recordar al México que se fue y, casi, lamentar la pérdida de los grandes valores morales y la falta de respeto a nuestras tradiciones. ¿Qué increíble, no? Mi esposo dice que Noche de ronda ya le parece un himno de primera comunión: "... que las rondas no son buenas, que hacen daño, que dan penas". Por eso no le hace que nos revelen que el maestro Lara bebía ajenjo hasta el amanecer o le entraba a la mariguana y cosas peores. Yo por si las dudas nunca lo creí. ¿Para qué? Lara es ahora como Juan de Dios Peza, es otro Cantor del Hogar. En el Politeama nos tocó ver y oír el estreno de muchas canciones. No me acuerdo de cuáles porque en el recuerdo se me arrejuntan y confunden. Para mí es como si Lara las hubiese estrenado todas la misma eterna maravillosa genial noche. La que tengo bien presente es Talismán porque me tocó bailarla. Fue el día que hubo un motín en el centro, ya no me acuerdo por qué cosas, seguramente los jóvenes partidarios de Vasconcelos que andaban muy inquietos porque el Maestro estaba fuera de la ciudad, en plena campaña, y el día anterior habían asesinado en el jardín de San Fernando a un líder estudiantil, Germán de Campo. De eso me acuerdo muy bien porque veía a Germán todos los días cerca de mi casa, seriecito siempre, de traje como se usaba entonces, hablando solo a veces, como declamando o arengando. ¡Pobre! No fui a su entierro porque andaba muy desvelada y porque tampoco lo conocía tanto como para ir a su entierro, no me gusta hacerme pasar como íntima de los muertos... el caso, para volver al Flaco de Oro, es que esa noche estrenábamos Talismán y habíamos ensayado toda la semana. Agustín salió, tocó al piano Rosa y Farolito y luego dijo al público: —Queridos amigos, esta noche mi inspiración quiere vestirse de gala porque desea ofrecerles una canción desgranada, vuelta ámbar y solferino y corazón. Si les gusta ni siquiera aplaudan. Su silencio cuajado del rocío del entendimiento será para mí el regalo más hermoso. No sé si dijo eso pero yo creí oírlo así porque me impresioné muchísimo y al cabo de los años, de tanto repetirlas me he memorizado estas frases. Lara se sentó al piano, salimos nosotras bailando y termina la canción y el público entusiasmado aplaude y aplaude. Lo obligaron a repetir Talismán tres veces. Lara, al final sólo dijo: —Queridos amigos, hoy ustedes no quisieron regalarme "la perla de su silencio, pero han desgranado con su cariño mi corazón. Yo ese día andaba muy excitada, imagínese. Todavía no me explico cómo seguía yendo la gente al Politeama pese a los disturbios y los gritos de "¡Muera Calles! ¡Muera la Plutarca! ¡Muera el imposicionismo! ¡Viva Vasconcelos!"... Pero iban y seguían yendo y más de una noche distinguí al líder de los estudiantes, Alejandro Gómez Arias, que era rebueno para hablar, sentado en primera fila, riéndose quedito como para no informarse a sí mismo de lo divertido que estaba. Es que el Politeama era como la catedral de la diversión, a donde podían ir los fieles de cualquier tendencia. El señor Luis N. Morones, el dirigente obrero, iba con frecuencia, era fanático de Lara. Al que nunca vi fue al licenciado Lombardo Toledano. Me imagino que éramos muy poca cosa para él. Usted no se puede imaginar lo que era Lara entonces. No por el prestigio o el reconocimiento, sino porque la gente nomás esperaba sus canciones para aprendérselas. No le miento: a los tres días de estrenarlas, uno escuchaba la nueva canción de Lara por todas partes. Me acuerdo cuando estrenó Concha nácar. A los dos días, todos en la vecindad la cantaban. Le llevaron "gallo" a una vecina con Rosa, Mujer y Concha nácar. Prendimos la luz y le pedimos al tipo que la repitiera. ¿Por qué no? No le estoy hablando de ninguna nostalgia, le estoy diciendo que Lara nos hacía sentir que el momento que vivíamos era el más increíble, el mejor de todos. Le voy a decir algo que le sonará bien extraño, le juro que yo a veces me esperaba a la próxima canción de Lara para renovar mis sensaciones. ¡Cómo me daban envidia los veracruzanos cuando apareció Noche criolla! (Yo soy de Michoacán). Me voy a explicar: no es que Lara me informase de mis verdaderos sentimientos sino que me hacía ver que la recompensa de enamorarse era la poesía. Ahora he oído que repiten mucho, con un tono que me suena a burla eso de "El hastío es pavo real que se aburre de luz en la tarde" o lo de "Es tu pie menudito como un alfiletero". No sé por qué el tonito irónico pero la verdad es que en el Politeama la gente se maravillaba de las frases y algunos hasta las anotaban. Casi todos los asistentes nos sabíamos de memoria algunos versos de Díaz Mirón, de Plaza, de Acuña, de Amado Nervo. Y no creíamos que Lara fuese inferior. Era distinto y era melódico. Ahora déjeme que le platique de una ocasión increíble. Fue el domingo en que Lara estrenó Pervertida y había en el teatro como cinco filas de pirujas avisadas del acontecimiento y que habían logrado hacerse un campito para asistir. A ti, mujer ingrata, pervertida mujer a quien yo adoro... No recuerdo algo igual. Todas las pirujitas se pusieron de pie para aplaudir y se abrazaban y sonreían y miraban orgullosas al público. Le exigieron a Lara que repitiera la canción. Terminó y se salieron todas juntas de nuevo a la calle... Eso era lo bonito del Politeama. Yo creo que por eso es la parte de mi vida de la que me acuerdo con más gusto. Vivíamos lo que llaman hoy el maximato pero nosotras —entretanta lentejuela y chaquira— entre plumas y exclamaciones hastiadas o encolerizadas del coreógrafo sólo nos enterábamos de la carestía de la vida, de las dificultades de andar por la noche, de las nuevas canciones de Lara, de uno que otro atentado contra el Presidente que comentábamos sin cesar el día entero y olvidábamos por completo a la mañana siguiente. Por eso, del famoso maximato yo retengo sobre todas las cosas una impresión, la vez en que Lara nos llamó la víspera de un día de fiesta y nos dijo; "Muchachas, hoy ya no se desvelen, las espero mañana lo más temprano que puedan para una excursión”... Llegamos todas muy puntuales y allí estaba Lara conversando con un fotógrafo junto a un camión de pasajeros que le había prestado su amigo el político guanajuatense. Con la mirada, el Flaco nos pidió silencio y nos explicó el propósito del viaje: —Muchachas, hoy las he convocado para que miremos de frente el rostro de la Historia. Yo de política no sé nada y moriré ignorándolo todo cuando el Creador me llame a que le interprete mis canciones personalmente. Pero de lo que sí, mis musas del alma, es de los efluvios y de las irradiaciones y por eso las invito hoy a una excursión. Salimos rumbo al Paseo de la Reforma. Al rato, nos detuvimos frente a una residencia muy apantallante (que a mí me pareció muy apantallante) en Anzures. Había muchos autos y dos grupos como de agentes policiales a la entrada. Lara se bajó y se fue hacia los guardianes. Varios de ellos lo reconocieron y lo saludaron con grandes abrazos. Lara les hablaba con vehemencia, gesticulando como solía hacerlo, señalando a su corazón como centro de sus razones y querellas. Los otros se reían, lo festejaban, lo palmeaban y lo acompañaron hasta el camión en triunfo. Agustín nos arengó: —Musas, estos amables y gentiles caballeros han accedido a mi petición. Desciendan por favor. Fuimos hacia la casa, nos arreglamos en poses de grupo (con Lara en el centro) y el fotógrafo se dio vuelo. Los agentes pidieron incorporarse al grupo y nos abrazaron. Al terminar, Agustín explicó todo: —Hijas mías. Esta es la casa de don Plutarco Elias Calles, el hombre más poderoso de México. Gracias a las virtudes hospitalarias de estos grandes amigos somos ya, cada uno de nosotros, propietarios de una foto histórica. Nunca lo fuimos. El fotógrafo jamás volvió o algo pasó, a lo mejor era muy inepto. ¿Va usted a creer que hasta la fecha aún me da rabia no tener esa foto? No por la casa de Anzures sino por todo: los agentes manoseándonos a la primera oportunidad, nuestra alegría... y Agustín Lara, con su traje de terciopelo y su boquilla a las doce de la mañana. "Eres vibración de sonatina pasional". Me moría recordando los rostros de las señoras y los jóvenes que iban al Politeama. ¿Sabe qué impresión me da? Como que antes las mujeres para sentirse bien, necesitaban de la poesía amorosa pero esa venía en libros y siempre es muy latoso andarlos buscando. En cambio, con Lara, apoyado nada menos que por la XEW, la estación de radio más poderosa, cualquier mujer se podía sentir a la menor provocación con "veneno que fascina en la mirada". Yo creo que el maestro nunca lo hubiese admitido, pero era bien adulón con todas las mujeres, ocasiones le juro que hasta empalagaba, comparándonos todo el santo día con magnolias, dalias, claveles, rosas, jazmines. Una compañera un día le dijo: "¡Ay, Agustín! Ya compáranos con mujeres, no que aquí parece el Jardín Botánico". El maestro se rió mucho y durante unos días anduvo diciéndonos Circe, Venus, Terpsícore y otros nombres que hasta después fui entendiendo. Había una leyenda en el Politeama según la cual una mujer iba casi a diario a sentarse en la tercera fila llena de remordimiento: ella era la causante de la cicatriz del Flaco. A nosotras se nos volvió una manía observarla creyendo verle siempre los ojos húmedos. Un día nos armamos de valor y le preguntamos al Músico Poeta que estaba en uno de esos arranques típicos, con las manos inertes sobre el teclado y contemplando al infinito. —Agustín, dínos la verdad. —¿La verdad de qué, mis musas? —Esa señora de negro o de azul marino que viene todas las noches, ¿es la que te hizo el daño? Agustín no respondió nada, se quedó muy quieto y de pronto empezó a improvisar en el piano. Permanecimos fascinadas oyéndolo un buen rato. Al concluir, sólo nos dijo: —No, no me hizo ningún daño. ¿Cómo te va a dañar quien te arranca esa estorbosa víscera que es el corazón? Y se puso a cantar Mujer, pero como él nomás sabía hacerlo, acariciando las frases, haciendo que su mala voz se transparentara al unirse con el mensaje de las canciones. Puros recuerdos. Cuando la vida se nos va volviendo puros recuerdos, alguien debe venir a recordarnos que hay que seguir viviendo. Ya me estoy volviendo filosófica incluso, ¿no? Ahorita me viene a la memoria el día en que fue al Politeama el pintor David Alfaro Siqueiros. (Yo lo conocía por las fotos). Se sentó en primera fila y se puso a ver el espectáculo como juzgándolo militarmente. Salió Agustín y lo vio y lo saludó. Siqueiros le gritó; —¡Dedícale algo al pueblo de México a través de mí, Agustín! El maestro no se hizo del rogar y muy serio dijo: —Le dedico esta canción, Farolito, al pueblo de México, en la figura de su mejor representante David Alfaro Siqueiros. Toma esta canción, David, apriétala junto a tu pecho y luego repártela entre los pobres. David se puso de pie y le agradeció el aplauso a los espectadores. Esta es la verdad de la historia, porque cuando murió el Flaco, entrevistaron a Siqueiros en la tele y se aventó la ocurrencia de decir que Lara le había compuesto Farolito como homenaje a su pintura. Nada de eso. Farolito ya era un éxito y Agustín lo único que hizo fue darle gusto a un amigo. Así era siempre. Gastaba todo lo que tenía y se endeudaba y compraba joyas y se las regalaba a la primera musa que se cruzaba en su camino y al día siguiente a forcejear con el empresario pidiendo otro adelanto. "Los románticos no debían tener deudas, Agustín", era la respuesta a regañadientes. De todo esto jamás me olvidaré. ¿Qué quiere que le diga? Agustín Lara fue un personaje en mi vida, es la música de una época y la emoción de saber que algo después celebrado por todos le estaba sucediendo a una personalmente. No me va usted a creer pero cuando me siento muy contenta pongo algún disco de Lara para desatarme sentimentalmente y llorar y estar todavía más contenta. Ya sé que los jóvenes dicen que era un cursi y un trasnochado (eso cuando se acuerdan de él). ¿Pero quién les dice a ellos que ser cursi es un delito? Ya los veré en la añoranza y entonces hablamos.