La comunidad de paz de San José de Apartadó. Alrededor de los hechos de Febrero de 2005. Juan José Romeo Laguna Luis Fernando Martínez Zapater Magistrados MEDEL 1 «El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5,30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.» Gabriel García Márquez 2 Introducción. Apenas llevábamos veinticuatro horas en Colombia. Al final de una jornada de viajes, bofetadas de calor tropical y paisajes en verde, y tras las primeras entrevistas de trabajo en San Josesito, nos propusieron trasladarnos a San José de Apartadó, distante apenas unos pocos kilómetros. Tras casi media hora de agitación en el todoterreno de la Defensoría del Pueblo, y con la siempre inestimable compañía de Rubén Darío Díaz, el encargado de la Defensoría de Apartadó para la zona, llegamos a San José, el lugar donde nació, hace ya casi diez años, la comunidad de paz. La pequeña población, cuando ya la tarde comenzaba a declinar, estaba casi desierta. El lugar, que había sido el hogar de la mayor parte de las personas a las que acabábamos de conocer es, ahora, un pequeño núcleo de casas, muchas deshabitadas, que ya presentan el desgaste acelerado por los rigores del trópico. Aparcamos al lado de la plaza. Pedimos unos “tintos” en un tenducho donde tres personas dejaban pasar el tiempo escuchando los ruidos del monte próximo. Rubén Darío saludo a los presentes, a los que parecía conocer, y todos nos dimos la mano. En la plaza jugaban algunos niños, apenas dos o tres, con un balón, bajo la mirada desganada de otros jóvenes, éstos apenas olvidada la adolescencia, uniformados con traje de campaña verde oliva y armados con inmensos fusiles que apuntaban al suelo. Más allá, junto a una esquina, se veía otro uniformado. La policía colombiana hacía acto de presencia en la localidad para salvaguardar su seguridad. El “tinto” debía cocinarse. Los clientes eran tan inesperados aquella tarde que una petición tan sencilla como la nuestra motivó que las dos mujeres comenzaran a afanarse en el interior del local. Mientras lo preparaban fuimos a dar un pequeño paseo por el pueblo. Apenas había vida. Sobre una terraza cubierta, cuatro o cinco hombres se sentaban junto a una mesa de billar, charlando y observando nuestros pasos. Les saludamos con un ligero movimiento de cabeza. El local, nos dijeron después, había sido abierto poco tiempo atrás por un hombre del que se rumoreaba que había estado integrado en un grupo de paramilitares. Casi en cada esquina un policía fuertemente armado. El control policial, en una jornada aparentemente normal, era total. Nada se escapaba de su vista, cada ángulo, cada movimiento en las calles de tierra, donde antes había abundado la vida y que, ahora, solo eran recorridas por un forastero con chaleco de la Defensoría, al que ya conocían, y dos desconocidos con pinta de extranjeros, era cuidadosamente escrutado pese a sus caras de aburrimiento mortal. Subiendo una pequeña cuesta enlodada llegamos a la escuela, situada en una zona del pueblo elevada sobre la plaza. Entramos en el patio por un agujero en la valla. Las aulas aun guardaban los ecos de los ruidos y las risas de los niños que las poblaron unos meses atrás. Este nuevo curso apenas tiene alumnos. Algunos cristales rotos, mesas y sillitas tamaño infantil amontonadas por su inutilidad, el tejado de metal de una de las clases agujereado. Abandono. Seguimos a Rubén Darío hasta el antiguo centro de salud, situado un poco más arriba de la escuela. Allí la desolación y la ruina eran completas. Apenas algún mueble desvencijado apartado en los rincones de dependencias invadidas por el calor, la humedad y los insectos. Nadie se había curado allí en meses o tal vez en años. Antes venía un sanitario de vez en cuando, cada dos semanas, nos dijo Rubén Darío, ahora ya no viene nadie. Al salir de los restos de lo que fue el centro de salud, los ojos que nos habían estado mirando desde que llegamos a San José habían hablado. Cuando caminábamos de nuevo hacia la plaza se nos acercaron dos personas uniformadas, portando armas largas, con uniformes de campaña. Nos saludaron y, el que parecía estar al mando, comenzó el interrogatorio, educado pero exigente, sobre nuestra profesión, el motivo de nuestro viaje, la organización para la que estamos trabajando, la zona en la que nos estamos moviendo. Le contestamos con la mayor sinceridad. Y bueno -nos dice después de escuchar nuestras respuestas- y entonces, ¿qué les parece “Locombia”?. Unos pocos meses después de que se nos formulara aquella pregunta, y después de lecturas y reflexiones, seguimos sin encontrar respuesta. No podemos pretender en este informe ni siquiera expresar una opinión personal sobre la situación actual de Colombia. Las conversaciones que allí sostuvimos, las entrevistas que realizamos, las visitas oficiales, los contactos particulares, la documentación recibida en Colombia o la accesible en Internet y que hemos estudiado para redactar estas paginas, fueron abriendo un panorama de múltiples problemas con tan variadas facetas, en ocasiones convergentes, divergentes otras veces, que resulta imposible de resumir en estas páginas. Tan solo pretendemos aportar nuestra visión personal con relación a los hechos que nos llevaron hasta Colombia, lo que conocimos y vimos allí, lo que aprendimos durante esos días y lo que hemos tratado de aprender de 3 los distintos documentos que hemos manejado después y todo tamizado, como no podría ser de otra forma, por los esquemas mentales que derivan de nuestro ejercicio profesional diario como jueces españoles y que no podemos evitar ni ocultar. Sobre la historia, los orígenes y la evolución, hasta la situación actual, de la violencia, de la guerra, en Colombia existen multitud de tratados, libros, estudios e informes1 y también sobre la situación de la población afectada por la violencia, sobre los múltiples casos de violación de los derechos humanos, homicidios, torturas, delitos contra la libertad sexual, robos, secuestros, extorsiones, desplazamientos forzados, falta de acceso a la educación, a la salud, a los alimentos, a la vivienda, a un trabajo digno. Los hechos que nos llevaron hasta Colombia son sólo y por desgracia una masacre más entre otras muchas, pero tienen el valor del paradigma. Como todo lo que percibimos durante el viaje, no pueden explicarse de forma aislada, separados del contexto en el que se produjeron. Sirva, a esos efectos, la siguiente referencia. 1. San José de Apartadó: Breve referencia histórica. El corregimiento de San José de Apartadó forma parte de la municipalidad de Apartadó, en el departamento de Antioquia. Se encuentra en una zona que, desde hace décadas, ha sido foco permanente de la guerrilla de las FARC y, posteriormente, lugar de enfrentamientos entre las guerrillas, el Ejército, la Policía y grupos paramilitares. La historia de las últimas décadas en la zona es la historia de las vivencias de una población de frontera, de su lucha diaria por sobrevivir en unión con la tierra y frente a una situación de guerra que les ha envuelto, en la que se han visto inmersos sin haber participado directa y abiertamente en la misma, y, al mismo tiempo, la historia de la toma de conciencia de los pobladores con relación a su condición, a sus derechos, a su situación en el centro de un conflicto que no pueden controlar, pero del que decidieron, en libertad, no formar parte, de los múltiples hechos de violencia de los que han sido objeto, que han venido sufriendo de forma directa y por los que han reclamado la actuación de la Justicia sin conseguir, al menos hasta nuestros 1 Con relación a la historia del conflicto armado en Colombia y su evolución nos resultó de interés, aun habiendo sido publicado hace más de dos años, el informe del PNUD “El Conflicto, Callejón con salida”, del año 2003, accesible en: http://indh.pnud.org.co/informe2003_.plx?pga=CO3tablaConte nido&f=1142946518 días, un resultado siquiera alentador, la historia de una comunidad que, por sí sola, sigue intentando mantener su identidad, sus principios y su forma de vida en el lugar donde se establecieron, donde han nacido y crecido durante generaciones. Con relación al territorio en el que se encuentra situada la comunidad de paz de San José de Apartadó, la historia más reciente de su población, así como su economía y el proceso que condujo a su constitución, resulta ilustrativo el artículo de Maria Teresa Uribe en el libro “Emancipación social y violencia en Colombia”2. Allí se expone que la región en la que se encuentra situado San José de Apartadó se encuentra en una zona geoestratégica en la que se entrecruzan intereses nacionales e internacionales. El territorio de Urabá está situado entre los dos océanos, el Atlántico y el Pacífico, próximo a la frontera con Panamá y, por tanto, con Centroamérica, y próximo a su vez a Venezuela y el Caribe. En la zona existe una importante producción de banano para la exportación, que exige el empleo de tecnología agraria y una importante organización empresarial. También existen amplias zonas de ganadería extensiva. Con esas organizaciones productivas conviven otras zonas de economía campesina, áreas de colonización espontánea hacia la selva y los bosques primarios todavía existentes. En el entramado social coexisten, no sin dificultades, pequeños grupos cooperativos y organizaciones gremiales de grandes productores y exportadores. Entre la población, a los indígenas originarios que todavía permanecen, se han ido agregando, en distintas etapas, grupos heterogéneos de diversa procedencia: negros, indios, “contrabandistas”, criollos, gente perseguida por razones políticas o personales, que buscaron, en esta zona entonces apartada del centro de Colombia, la invisibilidad de las autoridades. Es en la década de los años sesenta del pasado siglo cuando, tras la terminación de la carretera que une la región con el centro del país, y el desarrollo del cultivo del banano a impulsos de la United Fruit Company, se produjo la colonización completa de la región, situación que, pese a lo que pudiera pensarse, no significó una presencia institucional fuerte del Estado colombiano. Al contrario, los intereses económicos privados imperantes en el territorio produjeron sus propias dinámicas, expulsando a los residentes de las tierras que comenzaban a utilizarse en la agricultura empresarial, empujando a los pobladores y a los que iban llegando a las zonas de serranía o sometiéndolos a un régimen laboral carente de mediaciones institucionales o apoyos sociales. 2 Libro de los editores Boaventura de Sousa Santos y Mauricio García Villegas. Publicado en Editorial Norma, Bogotá, 2.004. 4 Es en esta coyuntura cuando se funda San José de Apartadó, en las inmediaciones de la serranía de Abibe, apenas a doce kilómetros de la principal población y centro urbano del eje bananero, Apartadó. Desde finales de los años sesenta la zona se convirtió en territorio de enfrentamientos armados, con presencia de varias organizaciones guerrilleras, entre ellas las FARC y el ELP, posteriormente convertido en el movimiento político Unión Patriótica tras el proceso de paz con el gobierno colombiano culminado en 1.991. Para estas organizaciones la zona era de capital importancia, tanto para proveerse de recursos financieros por medio del secuestro y el chantaje, como para el ejercicio político, mediante su influencia en sindicatos y organizaciones sociales. Según destaca Maria Teresa Uribe en el texto antes citado3 «en las áreas de economía campesina, las zonas de colonización y los pequeños poblados, como San José de Apartadó, la gente no se sentía amenazada por la presencia guerrillera, pues no era objetivo directo de su accionar militar y mantuvo con ellos relaciones más fluidas y menos tensas». La evolución de la situación en las primeras décadas del conflicto en la zona puede establecerse en diversas fases: Desde finales de los años sesenta hasta finales de los años ochenta, una primera fase de presencia de poderes insurgentes que van convirtiéndose en un referente de integración para las poblaciones, que llegaron a desarrollar funciones judiciales y policiales ante la ausencia, desde su origen, de una presencia real del Estado. La insurgencia se va convirtiendo, así, en la «otra ley, con capacidad para establecer un orden en la zona y… al propio tiempo, servía a los pobladores como principio inteligible del universo social y como referente para sus acciones y comportamientos». A finales de los años ochenta, se abre una segunda fase: «el desarrollo del estado de guerra en el país terminó por activar procesos de contrainsurgencia, privados e ilegales, mediante la irrupción de varias modalidades de paramilitarismo, de las cuales las más importantes son, en esta zona, las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá». Estos grupos entran en 3 Obra citada en el apartado anterior. Un extracto de la misma fue publicado en “Noche y Niebla: Caso Tipo número 6”, Bogotá, Octubre de 2005 y puede ser consultado en Internet en la siguiente dirección: http://www.nocheyniebla.org/casocdp.htm acción en las zonas donde la guerrilla había tenido una presencia más activa y organizada, con la intención de reconquistar el territorio. En la zona de Urabá tienen una fuerte presencia, con una “estrategia de barrido”, dejando una estela de asesinatos, desplazamientos forzados y masivos, desarticulación de organizaciones sociales. En la zona de San José de Apartadó, a tenor de los datos, sólo se logra someter el corregimiento a principios de 1.996 (María Teresa Uribe, obra citada). Durante los años anteriores, los habitantes de San José de Apartadó realizaron actuaciones dirigidas a reclamar al orden institucional apoyos e inversiones, y, al propio tiempo, las reformas que propiciaron la elección municipal de alcaldes, permitieron que la Unión Patriótica, partido de izquierda surgido de los primeros acuerdos de paz con las FARC llegara controlar cuatro alcaldías en la región, entre ellas la de Apartadó. San José se convirtió en uno de los fortines electorales más importantes de ese partido en la región, se logró el reconocimiento institucional con la creación del corregimiento y la zona vivió un periodo de expansión económica y social, pero, al propio tiempo, situó a San José de Apartadó como uno de los focos del conflicto armado nacional. Todas estas circunstancias, junto con la situación geoestratégica de San José de Apartadó como punto de entrada a la sierra de Abibe, foco de la guerrilla, proximidad a Apartadó, centro económico de importancia de la región, confluencia de corredores de circulación de la guerrilla en la zona, propiciaron que la zona tuviera una situación de especial relevancia y la colocaron en el punto mira de los grupos paramilitares y, a su vez, la actuación de éstos en la zona fue uno de los hechos determinantes que motivaron la declaratoria de la comunidad de paz firmada en el año 1997. Podría entenderse que, la tercera fase, se inicia en el proceso de toma de conciencia entre los pobladores de la zona de San José de Apartadó que condujo a la declaratoria de la comunidad de paz, enfrentados a la situación de guerra presente, con intervención no solo de los actores armados que tradicionalmente habían actuado en la zona, sino de nuevos grupos, de los que se convirtieron, en muchas ocasiones, en objetivo directo, hubieron de adoptar nuevas estrategias de resistencia y una nueva forma de organización que les permitiera la supervivencia aún en condiciones mínimas. Se aprovecharon para ello anteriores experiencias de cooperación en la comercialización de sus productos, adaptándolas a las nuevas circunstancias para, al menos, poder mantener, aun con nuevos modelos, la producción agrícola y la comercialización externa, colectivizando el uso de las tierras como paso necesario ante la imposibilidad de mantener 5 los sistemas de trabajo tradicionales, individuales, por los continuos ataques que sufrían los campesinos cuando acudían solos a sus tierras. Los pasos que fueron dados por las necesidades impuestas por la evolución de la guerra en la zona se convirtieron en alternativa de organización social, de participación en el destino de la colectividad y, en definitiva, de lucha contra la explotación económica del campesinado en la zona. 2. La declaratoria de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó.4 Las experiencias vitales de los pobladores de la zona de San José de Apartadó que condujeron a la declaratoria de la comunidad de paz el día 23 de julio de 1997 están resumidas de forma sintética en el considerando que da inicio a la declaratoria: «la gravedad de la crisis humanitaria y desplazamientos forzados en la zona, la persistencia de la presencia de actores armados que atacan de forma indiscriminada a la población civil, la ineficacia de las medidas estatales de control y judicialización de los actores armados, y la voluntad de la población civil campesina no combatiente de poder continuar viviendo y trabajando en sus tierras y conseguir ser respetados por todos los actores en el conflicto». La declaración de la comunidad de paz supone un compromiso personal para cada uno de sus integrantes, y supone por tanto una declaración expresa de voluntad individual, un previo conocimiento del proyecto y una formal adscripción a la misma. Cada persona debe demostrar que conoce la declaratoria de la comunidad, que no es parte directa o indirecta en el conflicto, que acepta el reglamento interno, que se compromete activamente en el desarrollo del proceso y en las actividades comunitarias que se le asignen: todos los miembros de la comunidad se comprometen a participar en los grupos de trabajo, que se encargan de la producción colectiva de alimentos, y en los distintos comités, que se ocupan de aspectos concretos para la organización de la vida en común. La declaración de la comunidad y la neutralidad frente al conflicto, frente a todos los actores armados, exigen la organización de una autoridad como garantía mínima para el cumplimiento de los objetivos propuestos. Su única autoridad es el Consejo Interno, con funciones administrativas y disciplinarias, que 4 El texto completo de la declaratoria puede consultarse en http://nocheyniebla.revolt.org/cdpsanjose/02EscenciaComunida d.pdf coordina las actividades de la comunidad, resuelve los conflictos que se suscitan entre sus habitantes y dispone la aplicación de sanciones a quienes violen los acuerdos aceptados por la comunidad. El Consejo también representa a la comunidad ante los actores armados y ante las organizaciones y organismos nacionales o internacionales. La autoridad del Consejo no tiene reconocimiento institucional ni oficial, sino únicamente la que deriva de su legitimidad dentro de la propia comunidad, de su sistema de elección y del propio y continuado ejercicio de las competencias que desde la comunidad se le han atribuido. La elección de los miembros del Consejo ha venido realizándose previo un proceso de reuniones por “veredas” (aldeas o pequeñas poblaciones) para reflexionar sobre las características que debe tener cada miembro del mismo. Se realiza una lista con los posibles candidatos y se procede a las elecciones en una fecha previamente señalada. Las ocho personas que tengan la votación más alta serán los integrantes del nuevo consejo si cada uno de ellos decide, de forma libre, aceptar el cargo. La propia comunidad ha recogido, junto con un reglamento interno de funcionamiento, los principios de su actuación: la libertad, autonomía de la comunidad y de cada uno de los individuos que la componen para tomar sus propias decisiones; el diálogo transparente, comprendiendo que la posibilidad de sobrevivir en una zona de conflicto pasa por sobrevivir en la verdad y en decir abiertamente a los actores armados que no se puede colaborar en la guerra; el respeto a la pluralidad, partiendo de la neutralidad cada persona tiene derecho a discutir, al desacuerdo, a plantear alternativas; la solidaridad, sumar esfuerzos para conseguir el bien común, solidaridad en la exigencia de respeto para todos los miembros de la comunidad; resistencia y justicia, resistencia frente a la situación de injusticia y exigencia del derecho a la defensa, frente a los ataques, y de justicia. Con posterioridad a la declaratoria se han creado, con el impulso de la comunidad de paz, “zonas humanitarias” en algunas veredas próximas a San José de Apartadó La historia de la comunidad de paz, desde su fundación, es la historia de los ataques recibidos, la historia de la resistencia de sus miembros y la historia de su demanda de justicia en todas las instancias a las que han podido acceder. También es una historia de la impunidad. 3. Los ataques a la Comunidad de Paz. 6 Las agresiones a miembros de la comunidad de paz, desde el año 1.996, poco antes de su creación, y hasta octubre de 2005, han sido múltiples. Se han recogido y detallado de forma minuciosa5, más de quinientas agresiones, entre las que se incluyen hasta 150 muertes violentas, detenciones arbitrarias, desapariciones forzosas, torturas, amenazas, desplazamientos forzosos colectivos, pillajes. Desde su creación, la comunidad de paz ha vivido permanentemente la agresión de los distintos actores del conflicto, si bien puede destacarse que el número de víctimas y de agresiones atribuidas a miembros de la guerrilla presente en la zona ha sido considerablemente más reducido que el que se imputa a los grupos paramilitares o, directamente, a la actuación del Ejército y de la Policía de Colombia. Así, en la relación que puede verse en el enlace a pie de página, 20 homicidios de los 150 reseñados se consideran realizados por la guerrilla y, los restantes, por los grupos paramilitares y por el Ejército su mayor parte, organizaciones que a las que también se atribuyen, junto con la Policía, la mayor parte de los restantes hechos constitutivos de agresiones graves contra la comunidad de paz o sus miembros. La situación de la comunidad de paz desde octubre de 2005, en que finaliza el informe citado, hasta la fecha de nuestra visita y con posterioridad a la misma, sigue siendo prácticamente idéntica. Las agresiones continúan realizándose de forma sistemática. En los meses transcurridos desde octubre de 2005 se han contabilizado nuevas muertes violentas y otros ataques a miembros de la comunidad, por citar solo los más recientes, la muerte de Arlen Rodrigo Salas, a la que más adelante nos referiremos, el día 21 de noviembre de 2005; la muerte de Edilberto Vásquez Cardona el pasado 12 de enero de 2006; la muerte de Nelly Johana Durango en los primeros días del mes de marzo de 2006; la detención durante unas horas de uno de los líderes de la Comunidad y miembro de su Consejo, Gildardo Tuberquia, el pasado 21 de marzo de 2006. significativo, pero solo un ejemplo, de todos los que vienen produciéndose contra los miembros de la comunidad de paz y de los nulos avances producidos en su investigación. Constituyen, por la relevante personalidad de algunas de las víctimas, por la escasa edad de otras, y por la trascendencia pública que tuvieron, un ejemplo especialmente significativo que puede ayudar a comprender la realidad vivida en San José de Apartadó. 4. Los hechos de febrero de 2005. 4.1. La versión de la Comunidad. Extractos de la publicación “Noche y Niebla”6. «El sábado 19 de febrero de 2005, hacia las 09:00 horas, cerca de 100 unidades del ejército, en uniforme militar completo, con insignias y botas militares, llegaron a la vereda La Esperanza, de San José de Apartadó. Cuando Don Alberto Aníbal Vargas, quien tiene sus campos de cultivo en La Esperanza, llegaba a la casa de su vecino Don José de los Santos Berrío vio salir de entre el rastrojo a numerosos militares quienes lo sometieron inmediatamente a interrogatorios. Los militares afirmaban no creer que él estuviese allí para trabajar, pues decían que quienes van por esa zona solo van a observar los movimientos de los militares y de los paramilitares para ir a comunicárselo a la guerrilla. Al saber que él venía de San José de Apartadó, le dijeron que “allá no hay sino guerrilla” y lo presionaban para que se regresara a San José, si quería estar cerca de la guerrilla, o se fuera para Nueva Antioquia, donde están los enemigos de la guerrilla. No obstante que él les explicó que estaba cosechando un arroz, lo obligaron a permanecer confinado en la casa de sus vecinos con prohibición de moverse de allí hasta nueva orden, advirtiéndole que si violaba la prohibición, ellos no responderían por las consecuencias. Esa misma mañana, otros pobladores que tenían sus parcelas y viviendas al otro lado del río, decidieron desplazarse hacia la vereda de Playa Larga. Como Don Alberto tuvo que quedarse esa noche en la casa de sus vecinos, al día siguiente, al no ver militares en los alrededores, se fue a trabajar en la cosecha y regresó a la casa del vecino, pero ya éste había decidido desplazarse también. Luego se enteró de que los militares habían avanzado en la tarde del sábado 19 hacia la vereda Las Nieves. Desde la declaratoria de la comunidad, las agresiones y actos violentos en la zona parecen haberse incrementado, y han mantenido una presencia constante en la vida de los campesinos de la zona. Los hechos ocurridos en febrero de 2005, que fueron los que motivaron, inicialmente, nuestro viaje, son sólo un ejemplo, especialmente El mismo 19 de febrero de 2005, a las 16:00 horas, llegan a la vereda Las Nieves, de 5 6 Los detalles pueden consultarse en las siguientes páginas: http://nocheyniebla.revolt.org/cdpsanjose/04CronologiaAgresio n.pdf y en http://nocheyniebla.revolt.org/cdpsanjose/05VictimasCifras.pdf Noche y Niebla, “San Josesito de Apartadó, la otra versión”. CINEP y Banco de Datos de Violencia Política, Bogotá Octubre de 2005. Puede consultarse la publicación íntegra en http://www.nocheyniebla.org/ 7 San José de Apartadó, siete militares con uniformes de camuflado (…). Llegaron a la casa de un poblador que no tenía candado; entraron, tumbaron al piso las ollas, robaron cien mil pesos, se apoderaron de los machetes y esa noche se adueñaron de la casa. Ese mismo día, hacia las 10:00 horas fue detenido en Apartadó por integrantes de la Policía, Norbey Sepúlveda, miembro de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó,(…). El domingo 20 de febrero de 2005 el ejército ingresó hacia las 05:00 horas a la casa de Dña. Gladys Guzmán Palacios, quien se encontraba con su hija Diana Marcela Guzmán, en la vereda Las Nieves. Allí dispararon a quienes aún estaban acostados e hirieron al miliciano Marcelino Moreno, quien se encontraba de visita en la casa de la madre de su hija. La niña Diana Marcela fue herida y trasladada al hospital de Apartadó. Marcelino se levantó herido y fue a buscar un arma con la cual se enfrentó a los soldados. En el enfrentamiento un soldado quedó herido y fue trasladado también al hospital de Apartadó, mientras Marcelino quedó muerto. Cuando su cadáver fue sacado por los soldados para llevarlo a Apartadó, tenía un brazo y el cráneo destrozado (…). El mismo domingo, 20 de febrero, en la vereda Las Nieves se escuchó ruido de helicópteros militares muy temprano. A las 08:00 horas un poblador adulto y otro joven se dirigían a pilar un arroz cuando vieron a dos hombres encapuchados en trajes civiles mientras algunos soldados que vieron pasar a los dos pobladores, dijeron, refiriéndose al adulto: “éste es el que necesitamos; quemémoslo; quemémoslo”. Entonces los dos encapuchados le dijeron a los soldados: “No lo quememos porque se nos daña el plan”. Los dos pobladores, al escuchar que los iban a matar, corrieron y se internaron en el bosque rápidamente donde permanecieron 10 días escondiéndose en diversos sitios; en el camino se encontraron con otros pobladores de la vereda Las Nieves, quienes también huyeron luego de percatarse de que los soldados pretendían asesinarlos. Uno de esos campesinos se había encontrado con la tropa en el camino y un soldado le dijo que si se había escapado de morir eso era casi un milagro, pues la consigna que llevaba la tropa era la de matar desde niños hasta viejos, aconsejándole enseguida que se fuera de la región. Una comisión de la Comunidad de Paz, que los daba por desaparecidos, fue a buscarlos el 1° de marzo y los acompañó hasta el caserío de San José. El lunes 21 de febrero de 2005, Alirio Cartagena, integrante de la Comunidad de Paz, y Dumar Areiza, poblador de la zona, se desplazaron hacia Apartadó con el fin de cobrar algunos salarios que la Alcaldía de Apartadó les adeudaba (…) fueron interceptados por dos hombres en traje civil quienes los señalaron como “guerrilleros”, dejándolos seguir. Luego, cuando estaban en la terminal del transporte buscando un vehículo para regresar a San José, hacia las 11:00 horas, fueron detenidos sin ninguna orden judicial por agentes de la Policía y conducidos al Comando donde fueron sometidos a interrogatorios hasta las 18:00 horas. Allí los expusieron ante una supuesta “guerrillera” para que los identificara; les preguntaron por los líderes de la Comunidad de Paz, solicitándoles dar sus nombres y direcciones; les decían que tenían que colaborar con la Policía informando sobre todas las actividades de la Comunidad de Paz y sobre todas las personas que entraban y salían de San José. Al dejarlos en libertad ya al anochecer, les advirtieron que continuarían investigándolos. También el lunes 21 de febrero de 2005, hacia las 08:00 horas, Luis Eduardo Guerra Guerra, uno de los líderes históricos de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, salió de la casa de su madrastra, ubicada en el sitio El Barro, de la vereda Mulatos, hacia el sitio conocido como “Macho Solo”, de la misma vereda, para cosechar un poco de cacao. Luis Eduardo había subido de San José el sábado 19 con la intención de cosechar el cacao y de regresar el lunes 21, ya que el miércoles tenía que viajar a Medellín para llevar a control médico a su hijo Deiner Andrés, quien se estaba recuperando de los destrozos sufridos en una de sus piernas el pasado 11 de agosto, a causa de la explosión de una granada dejada por el ejército en una vereda de San José. Puesto que el domingo 20 se escucharon disparos y ruidos de explosiones que debían estar ocurriendo en la vecina vereda de Las Nieves, Luis Eduardo y su familia decidieron no ir a cosechar el cacao, y el lunes prefirió retrasar su regreso e ir a cosechar algo de cacao. Cuando iba hacia su parcela, junto con su nueva compañera Bellanira Areiza Guzmán, de 17 años, ya que su esposa había muerto a causa de la misma explosión que dejó herido a su hijo Deiner Andrés, de 11 años, quien también lo acompañaba montado en una mula, se percataron de que el ejército estaba en la zona y permanecía oculto entre el rastrojo. Otro pariente que también los acompañaba, le señaló a Luis Eduardo a un militar que se encontraba adelante, en el camino, a corta distancia, pero el militar al ser señalado se agachó y se ocultó entre el follaje. El pariente le rogó a Luis Eduardo que se regresaran a casa pues la zona estaba militarizada. Luis Eduardo respondió que no se iba a regresar y que si era necesario discutiría con los militares para que le dejaran 8 cosechar el cacao. Pocos segundos después, vieron levantarse soldados de ambos lados del camino, donde permanecían ocultos, y les gritaron: “Alto y manos arriba”. El pariente de Luis Eduardo logró huir corriendo velozmente, y aunque los soldados le gritaron que lo perseguirían, no lo hicieron. Más tarde él diría: “ya tenían a su presa principal y no la iban a soltar para perseguirme a mí”. Mientras iba corriendo, todavía muy cerca, alcanzó a escuchar gritos de dolor de Luis Eduardo, de Bellanira y del niño. Se encontraban a poca distancia del Centro de Salud de la vereda Mulatos Medio, muy cerca de la orilla del río Mulatos. El mismo lunes 21 de febrero de 2005, hacia las 12:30 horas, tropas del ejército llegaron a la vereda La Resbalosa, de San José de Apartadó, distante cerca de una hora de Mulatos, a la casa de Alfonso Bolívar Tuberquia Graciano, de 34 años, quien se encontraba almorzando en compañía de su esposa Sandra Milena Muñoz Posso, de 24 años, de sus hijos Natalia Andrea, de 5 años, y Santiago, de 18 meses, así como de cuatro trabajadores que le ayudaban en la cosecha del cacao. El ejército rodeó la finca justo en momentos en que un campesino había llegado a comunicar a la familia que la zona estaba militarizada y que esa mañana la tropa había detenido, en la vereda Mulatos, a Luis Eduardo Guerra, a su compañera y a su hijo, invitándolos a desplazarse rápidamente para evitar atropellos de los militares que siempre habían sido brutales. Cuando comenzaron a discutir sobre si desplazarse o no, se dieron cuenta de que estaban rodeados de tropa y salieron rápidamente al patio, pero en ese momento la tropa comenzó a disparar. Alejandro Pérez, un campesino de 33 años que vivía cerca y ayudaba en las cosechas, salió por la corraleja del ganado y allí fue alcanzado por disparos, quedando herido. Alfonso y los otros trabajadores huyeron por una parte aún no bloqueada por la tropa y lograron alejarse de la finca unos 20 minutos, pero no pudieron llevar consigo a Sandra Milena ni a los niños, ya que volverse por ellos implicaba enfrentar las balas y morir. Alfonso estuvo atento al momento en que se silenciaran los disparos, y hacia las 14:30 horas decidió regresar a su casa para enterarse de la suerte corrida por su esposa y sus hijos. Los demás le suplicaban que no lo hiciera, pues casi con seguridad lo iban a matar, pero él afirmó que prefería morir con su familia que dejarla sola en esos momentos. Les prometió a los trabajadores que volvería a ese lugar si lograba salvar a su familia. Ellos esperaron toda esa tarde y esa noche pero no regresó. El mismo lunes 21 de febrero de 2005, hacia las 15:00 horas, tropas del Batallón de Contraguerrilla No. 33 Cacique Lutaima, adscrito a la Brigada 17 del Ejército, se hicieron presentes en el sitio El Barro, de la vereda Mulatos, de San José de Apartadó; privaron de la libertad a seis familias de la vereda confinándolas sin permitirles moverse del sitio en donde estaban a la llegada de la tropas, a pesar de que algunas personas se encontraban de visita o trabajo en casas vecinas. En una de las viviendas, propiedad de la familia de Luis Eduardo Guerra, cavaron dos fosas, en las que varios pobladores presumían que los iban a sepultar, ya que los soldados anunciaban con frecuencia que los iban a asesinar. El grupo de habitantes de este sitio permaneció en esa situación hasta el 26 de febrero, cuando un grupo de la Comunidad de Paz de San José, que había subido a rescatar los cadáveres de las víctimas de la masacre, los rescató y los acompañó en su desplazamiento hasta San José. Durante su permanencia en ese sitio, los soldados escribieron letreros en las tablas de la casa con tizones; uno de ellos decía: “Fuera guerrilla, se lo dice tu peor pesadilla El Cacique”; en otro se leía: “El Alacrán BCG33”, claras alusiones al Batallón de Contraguerrilla No. 33 Cacique Lutaima que estaba presente en el área. Dicho letrero fue borrado por los mismos soldados cuando la comisión de rescate llegó al lugar el 27 de febrero en la mañana. Los soldados también acusaron (...) a los pobladores de trabajar con la guerrilla y les manifestaron que habían venido a arrasar con todo. El día 22 los militares conversaron en particular con la madrastra de Luis Eduardo Guerra y le preguntaron si conocía a éste. Cuando ella respondió que lo había criado desde niño, ellos le dijeron que ése era “un h. p. guerrillero” y que “ya lo habían matado junto con otros dos guerrilleros, un muchacho y una muchacha, junto al río Mulatos”; que los habían matado “con las armas en la mano”. Ella les respondió que eso era falso; que ellos no eran ningunos guerrilleros; que habían salido a las 8:00 a .m. a cosechar cacao y que la única arma que tenían era el costal para traer el cacao. Los militares le decían entonces que se callara. Después le preguntaron si conocía a “Alfonso Bolívar”. Cuando ella respondió que sí lo conocía, los militares le respondían que también lo habían matado con unos niños; que también era guerrillero y que habían “muerto en combate” con ellos. La señora y los demás familiares y pobladores quedaron estupefactos con las afirmaciones de los militares y presintieron que su muerte estaba cercana. Días después, los militares intentaron cambiar la versión, diciendo que quienes habían matado a todas esas personas eran “paramilitares”. De hecho, con el Batallón Contraguerrilla 33 iba un paramilitar apodado “Melaza”, el cual entraba por tercera vez a la vereda El Barro en compañía del ejército. Durante todo el tiempo de su permanencia allí, los 9 militares estigmatizaron a la Comunidad de Paz; anunciaron nuevamente su destrucción y uno de ellos afirmó que era capaz de asesinar a algunos de sus acompañantes extranjeros, de los cuales se burlaron constantemente. Anunciaron que irían después a San José a matar a todos los líderes de “esa h. p. comunidad de paz”. El martes 22 de febrero de 2005, hacia las 12:30 horas, los trabajadores de la finca de Alfonso Tuberquia, cansados de esperar su regreso y preocupados por su suerte, decidieron acercarse a su finca. Primero subieron a un lote elevado desde donde observaban la finca, pero la percibían solitaria. Luego se fueron entrando con cautela y encontraron abundancia de sangre derramada y la ropa dispersa por el suelo. Encontraron muchos pedazos de cabellera de niña pequeña esparcidos por el piso, algunos con cuero cabelludo. Pasaron por la corraleja donde Alejandro había caído herido y vieron rastros de sangre. Muy pronto comprendieron que todos habían sido asesinados. Buscaron entonces los cadáveres y vieron que del cacaotal salían gallinazos. Exploraron por allí y finalmente vieron alguna tierra removida en dos sitios, debajo de los árboles de cacao. Allí cerca había un machete con sangre y, según los testigos, “amellado de picar huesos”. Al escarbar un poco en una de las fosas, encontraron pedazos de miembros humanos, los que por el color de la piel identificaron como de Alfonso. Comprendieron entonces que los habían mutilado y horrorizados volvieron a tapar la fosa y huyeron con la intención de regresar días después a enterrarlos dignamente. Al salir de la finca encontraron animales de carga que resultaron ser los mismos en que el día anterior iban montados Deiner Andrés y Bellanira, el hijo y la compañera de Luis Eduardo Guerra, cuando fueron capturados por el ejército. Los trabajadores decidieron enviar un emisario para que informara a los miembros del Consejo Interno de la Comunidad de Paz sobre lo que estaba ocurriendo. El mismo martes 22 de febrero de 2005, a las 11:30 horas varios helicópteros militares bombardearon las veredas Bellavista, Buenos Aires y Alto Bonito, de San José de Apartadó, dando muerte a varios animales de sustento de los pobladores: una vaca y un toro murieron en el bombardeo y una mula fue herida. Luego del bombardeo, tropas del ejército compuestas por cerca de 100 efectivos que se desplazaban por tierra, en trajes de camuflaje, algunos con botas militares de cuero y otros con botas pantaneras de caucho, ingresaron en algunas viviendas de la vereda Bellavista. En una de ellas miraban a los moradores y comentaban: “aquí están; vamos a matar a estos h.p.”. A algunos pobladores los obligaban a quitarse la camisa y las botas y los observaban. Las tropas se instalaron en algunos potreros y varios pobladores decidieron desplazarse. Al regresar, luego del retiro de las tropas, comprobaron que se habían robado todas las gallinas y la mitad de una vaca que los campesinos no pudieron arreglar antes del desplazamiento. También mataron los marranos. En noviembre de 2004 se había realizado otra incursión militar a la misma vereda, dejando también varios animales muertos y destruyendo el techo de una casa. El miércoles 23 de febrero de 2005, a las 16:30 horas, llegaron a San José pobladores de la vereda La Resbalosa y le informaron a los miembros del Consejo Interno de la Comunidad de Paz la detención y desaparición de Luis Eduardo Guerra, miembro del mismo Consejo, así como de su compañera Bellanira Areiza y de su hijo Deiner Andrés Guerra. También le informaron sobre la llegada del ejército a la finca de Alfonso Tuberquia y sobre todos los indicios de que él, su familia y algunos trabajadores podrían haber sido asesinados, descuartizados y sepultados en las fosas descubiertas. La Comunidad comenzó inmediatamente a conformar una comisión de búsqueda de los desaparecidos y de verificación de los hechos y se comunicó con diversos organismos asesores. Por su parte, la Corporación Jurídica Libertad le envió esa misma tarde un oficio urgente al Director del Programa de Derechos Humanos de la Vicepresidencia de la República, solicitándole la conformación de una comisión especial de la Unidad Nacional de Fiscalías de Derechos Humanos para que iniciara las investigaciones penales y efectuara el levantamiento de los cadáveres. El jueves 24 de febrero de 2005, en horas de la tarde, llegó a Apartadó una Comisión compuesta por un fiscal, un procurador y diez técnicos judiciales, con el fin de practicar el levantamiento de los cuerpos enterrados en la finca de Alfonso Tuberquia, en la vereda de La Resbalosa. Solo podría partir hacia la zona el viernes 25 en la tarde pues dependían del suministro de helicópteros militares asignados a la misma Brigada 17. Los días jueves 24 y viernes 25 de febrero de 2005 tropas del ejército incursionaron en la zona rural entre las veredas Bellavista y Buenos Aires disparando sus armas. A la 23:00 horas ingresaron en la casa del Señor Antonio Borja mientras la familia dormía y continuaron disparando en el interior de la casa haciendo tiros contra el fogón. Los moradores de la vivienda tuvieron que tirarse al piso presos del pánico. En los días anteriores (20 y 21 de febrero) el ejército 10 había perpetrado la masacre de 8 personas en las veredas Mulatos y La Resbalosa, a poca distancia de allí. El viernes 25 de febrero de 2005, a las 05:00 horas sale de San José de Apartadó con dirección a la vereda La Resbalosa una Comisión integrada por 110 personas para buscar a los desaparecidos y verificar los asesinatos. Al atravesar las veredas de La Unión, Buenos Aires, Chontalito, Las Nieves, Mulatos, Mulatos Medio y La Resbalosa, la delegación se percata de que toda esa zona está fuertemente militarizada. Al paso de la delegación, los soldados procuran alejarse de los caminos e internarse entre el bosque. A la 12:00 horas llegan a la finca de Alfonso Tuberquia, en la vereda La Resbalosa, donde encuentran sangre derramada, pelo de mujer esparcido en el suelo, ropa dispersa en el piso del patio, alguna ensangrentada, y letreros alusivos al Batallón Contraguerrilla 33 y a las AUC (grupo paramilitar). Miembros de la Comunidad de Paz y acompañantes internacionales filman el lugar. En el área de cultivo de cacao encuentran dos fosas cubiertas con tierra recientemente removida. Alrededor de quince minutos después de la llegada de la Comisión de Búsqueda, hace su arribo a la misma finca un contingente del ejército que comienza a insultar a los miembros de la Comunidad, a decirles que son guerrilleros y a ordenarles acostarse en el suelo. Los campesinos se resisten a hacerlo y exigen respeto. El ejército rodea a los integrantes de la Comisión de Búsqueda y comienza a filmarlos, a señalarlos y a preguntar por nombres concretos de los líderes; toma fotografías y hace grabaciones. A un soldado se le escucha expresar que agradecieran que esto se hubiera sabido muy rápido, porque si no, hubieran hecho una barrida (masacre) mucho más grande. Poco después llegan los helicópteros con la comisión judicial. No obstante que se ponen las denuncias sobre el comportamiento del ejército, los funcionarios judiciales y del Ministerio Público no hacen nada y toleran que los militares continúen tomando fotografías a los integrantes de la Comunidad de Paz. Hacia las 15:00 horas sacan los cuerpos de las víctimas. Allí son encontrados los cuerpos descuartizados de ALFONSO BOLÍVAR TUBERQUIA GRACIANO, de 34 años; SANDRA MILENA MUÑOZ POSSO, de 24 años; ALEJANDRO PÉREZ CASTAÑO, de 33 años; NATALIA ANDREA TUBERQUIA MUÑOZ, de 5 años, y SANTIAGO TUBERQUIA MUÑOZ, de 18 meses. Los adultos estaban decapitados y desmembrados; los niños tenían machetazos en el cráneo, el estómago abierto a machete y un brazo cercenado. Un helicóptero militar transporta los restos al cementerio de Apartadó donde se realizan las necropsias. El Alcalde de Apartadó, luego de apremiantes reclamos que le hacen algunos acompañantes de la Comunidad, contrata a una funeraria de la ciudad para proveer los cofres mortuorios y el transporte, pero la funeraria se niega a transportar los féretros hacia San José cuando son entregados, alegando que ya es de noche. Al comprobar que en las fosas abiertas no aparecieron los cadáveres de Luis Eduardo Guerra y de su familia, los integrantes de la Comisión de Búsqueda se dirigen hacia el sitio donde él había sido capturado, siguiendo algunos rumores de caminantes y concentraciones de aves de carroña. Hacia las 18:00 horas son hallados los cuerpos, ya muy destrozados por los animales, de LUIS EDUARDO GUERRA, BELLANIRA AREIZA y DEINER ANDRÉS GUERRA, junto al río Mulatos, muy cerca del Centro de Salud de la vereda Mulatos Medio, a muy poca distancia del sitio donde fueron capturados el lunes 21 por el ejército. La Corporación Jurídica Libertad, por medio de teléfonos satelitales, da aviso inmediato a la Vicepresidencia de la República y a la delegación de fiscales, sobre la ubicación exacta de los cadáveres. Los miembros de la comisión judicial prometen que el día siguiente, a primera hora, se desplazarán a ese sitio a practicar los levantamientos legales, lo que no ocurre. El sábado 26 de febrero de 2005, la comisión de búsqueda de la Comunidad de Paz de San José permaneció en la vereda Mulatos Medio, custodiando los restos mortales de Luis Eduardo Guerra, Bellanira Areiza y Deiner Andrés Guerra, asediados por multitud de aves de carroña y de cerdos de monte que querían terminar de devorarlos. La esperada comisión judicial que debía practicar los levantamientos no llegó en todo el día. Diversos acompañantes nacionales e internacionales que ya habían llegado a San José, se comunicaron con el Alcalde de Apartadó, con la Defensoría Regional del Pueblo, con la Fiscalía y con la 17 Brigada del Ejército, pero recibieron respuestas contradictorias y explicaciones que no correspondían a la realidad, como la que atribuía la no presencia de la comisión judicial a malas condiciones atmosféricas, en contra de lo que todo el mundo podía percibir, mientras se veía volar helicópteros por la zona. Algunos miembros de la comisión judicial afirmaron que la Brigada 17 no les había querido proporcionar el helicóptero. Se les solicitó que dejaran constancia de ello en el expediente. Ya en horas de la tarde, la Comunidad tomó la decisión de recoger lo que quedaba de los cuerpos de las víctimas y trasportarlos a San José para darles una digna sepultura y no permitir que durante más días fueran sometidos a la afrenta y al escarnio público. En la tarde de ese sábado, las comisiones de búsqueda presenciaron la llegada de helicópteros militares que recogieron personal militar en la vereda La Resbalosa y lo 11 transportaron hasta el sitio El Barro, de la vereda Mulatos, en varios viajes; poco después llegaron por tierra al sitio donde se encontraban los cadáveres un contingente de la Policía de Contraguerrilla de Urabá, otro del Batallón Vélez y otro del Batallón de Contraguerrilla No.33 Cacique Lutaima, personal que acordonó los restos de las víctimas. Al atardecer, un soldado de piel morena y contextura gruesa, guiado por un oficial que tenía radio de comunicaciones, se acercó al escenario del crimen y tomó en sus manos un machete ensangrentado que sin duda había servido para perpetrar el crimen, y delante de todos los presentes, entre quienes había cerca de cincuenta integrantes de la Comunidad de Paz, lo fue a lavar en el río, frotándolo con arena y con piedras; luego volvió con él en la mano y lo mostró en medio de burlas desafiantes a los miembros de la Comunidad, mientras decía: “este es el degollador”. Se dejó constancia de este hecho, que constituye una destrucción de pruebas, ante el comandante de la Policía que se hallaba en el lugar y al día siguiente ante la comisión judicial que finalmente realizó el levantamiento de los cuerpos. El domingo 27 de febrero de 2005, una comisión judicial llega a la vereda Mulatos Medio hacia el final de la mañana y realiza el levantamiento de los cuerpos de Luis Eduardo Guerra Guerra, de 35 años, Bellanira Areiza Guzmán, de 17 años, y Deiner Andrés Guerra Tuberquia, de 11 años. Todo indicaba que habían sido asesinados a golpes de garrote y de machete, pues no había orificios ni restos de proyectiles. La cabeza de Deiner estaba separada de su cuerpo por unos 20 metros. La parte superior de los cuerpos estaba ya devorada por animales y solo se apreciaban los huesos. Un helicóptero los transportó al cementerio de Apartadó donde los médicos legistas opusieron todos los obstáculos posibles para su entrega a las familias. Solo después de la media noche fueron entregados, no sin antes solicitar declaraciones ante fiscales de quienes reclamaban los restos, con interrogatorios tendenciosos y ofensivos. El mismo domingo 27 de febrero de 2005, los integrantes de la Comisión de Búsqueda de la Comunidad de Paz, decidieron enviar una subcomisión al sitio El Barro, para rescatar a varias familias que se encontraban confinadas por el ejército desde el lunes 21 de febrero, sin poderse mover de sus casas siquiera para conseguir alimentos. Desde el día anterior habían recibido un mensaje de esas familias y le dieron aviso a las tropas presentes en el lugar de que la Comisión se dirigía allí a auxiliar a esas familias. Los militares negaron rotundamente que allí hubiera alguna familia y trataron de impedir el paso de la delegación, la cual irrumpió decidida hasta las viviendas de las víctimas, donde efectivamente las encontró tras seis días de confinamiento ilegal y las acompañó en su desplazamiento hasta San José. En el lugar, la delegación pudo leer y fotografiar los letreros alusivos a la presencia del Batallón de Contraguerrilla No. 33 Cacique Lutaima, escritos en las tablas de una de las casas, antes de que los militares intentaran borrarlos. Los militares trataron de impedir la salida de los pobladores, pero ante la decisión de éstos de poner fin a una semana de secuestro y bloqueo total de sus actividades de subsistencia, en medio de amenazas de muerte y comentarios de terror, finalmente la toleraron. Uno de los soldados que se encontraban allí le confirmó a un periodista acompañante que ellos estaban allí desde el lunes 21 de febrero y que habían entrado por la vereda Las Nieves el sábado 19, lo que confirmaba la presencia del ejército en los sitios donde se perpetró la masacre y cometieron otros atropellos contra la población civil. El lunes 28 de febrero de 2005, a las 08:00 horas, con participación de las familias de las víctimas, de delegaciones de las diversas veredas de San José de Apartadó y de acompañantes nacionales e internacionales, se ofició la ceremonia exequial, con la presencia de los ocho sarcófagos. Enseguida fueron conducidos al cementerio del lugar donde recibieron cristiana y humilde sepultura. El martes 1 de marzo de 2005, al amanecer, sale de San José de Apartadó otra Comisión de Búsqueda, integrada por 110 personas, la cual se subdivide, dirigiéndose una parte a la vereda La Esperanza y otra a la vereda Las Nieves. En los días anteriores se habían difundido muchos rumores sobre la existencia de otros cadáveres en la zona y el temor por la suerte de varias familias que no aparecían. En la vereda Las Nieves, la comisión encuentra total desolación ante la huída de todos sus pobladores. Cuando inician el regreso, les sale al paso uno de los que buscaban y ése los conduce a donde están los otros. En la tarde, los que se habían escondido en el monte desde el 20 de febrero, al escuchar los planes que llevaban los soldados de asesinarlos, salen de sus escondites y son acompañados por la delegación hasta San José. Desde esa mañana se había depositado una petición, en las oficinas del Programa de Derechos Humanos de la Vicepresidencia de la República, en Bogotá, para que la comisión no fuera tan agredida y ofendida por el ejército, como la anterior comisión de búsqueda. El mismo martes 1 de marzo de 2005, el conductor Otalivar Triana, quien presta servicio de 12 transporte público entre Apartadó y San José y quien en los días precedentes había sido contratado para transportar a delegaciones nacionales e internacionales que acudieron al funeral de las víctimas en San José de Apartadó, así como para transportar los sarcófagos de las víctimas en la noche del 27 de febrero, ante la negativa de la funeraria, fue amenazado de muerte por un mensajero de Wilmar Durango, paramilitar que trabaja con el Coronel Néstor Iván Duque, comandante del Batallón Bejarano Muñoz de la Brigada 17 del Ejército y quien ha cometido numerosos crímenes contra la Comunidad de Paz. El conductor pidió protección a una patrulla de la Policía y más tarde fue trasladado fuera de la región por el programa oficial de protección del Estado. El miércoles 2 de marzo de 2005, hacia las 15:00 horas, llegan a San José varios vehículos de la Policía escoltando a una delegación de fiscales y procuradores, quienes se proponen pedir testimonios de miembros de la comunidad sobre la masacre ocurrida la semana anterior en las veredas Mulatos y La Resbalosa. Momentos antes, un fuerte contingente militar ha comenzado a transitar por las orillas del caserío de San José, lo que agudiza el nerviosismo de todos los pobladores. La comisión de investigadores se acerca a conversar con algunos líderes y acompañantes, pero éstos le solicitan que para poder conversar ordenen el retiro del personal armado. La Policía se retira un poco del caserío y representantes de la Comunidad le explican a los fiscales y procuradores que los pobladores no tienen confianza en la justicia colombiana ya que ha dejado en la impunidad varios centenares de agresiones anteriores que han sido denunciadas y que prefieren que tribunales internacionales avoquen el caso; les advierten que la Corte Interamericana de Derechos Humanos ya había convocado a una audiencia pública sobre el caso de San José de Apartadó para el próximo 14 de marzo en San José de Costa Rica. La comisión judicial se retira en momentos en que los pobladores se están encerrando en sus casas a causa del paso intenso de tropas. Una religiosa acompañante, mientras están conversando con la comisión judicial, hace caer en cuenta de que está llegando mucha tropa y los pobladores se apresuran a encerrarse en sus viviendas, ya que el paso de tropas por el caserío ha sido casi siempre violento y afrentoso. Pocos minutos después de que la comisión judicial inicie su regreso hacia Apartadó, los pobladores escuchan una fuerte explosión en la carretera y muy pocos minutos después un helicóptero militar aparece sobrevolando la zona. Algunos comienzan a escuchar por emisoras radiales, con breves minutos de intervalo, la noticia de un atentado perpetrado contra la comisión judicial en la carretera entre San José y Apartadó, en el cual habrían resultado heridos dos agentes, uno de ellos de gravedad: el patrullero Roger Jaraba Álvarez, quien según los medios habría muerto al día siguiente. El hecho es atribuido inmediatamente por el gobierno y por los medios a la guerrilla de las FARC, de acuerdo a deducciones lógicas». 4.2. La versión de las Autoridades Colombianas. El estudio de las distintas intervenciones recogidas tanto en la publicación Noche y Niebla (ver nota al pie núm. 6 anterior), como las que, aún actualmente, pueden consultarse en Internet, revelan que, prácticamente desde el primer momento en que se producen los hechos, las autoridades colombianas, comenzando por el Presidente de la República7, pretenden atribuir la responsabilidad de los atroces asesinatos cometidos a los miembros de la guerrilla que operan en la zona, desvinculando de toda posible participación en los hechos al Ejército o a miembros de organizaciones paramilitares y desmintiendo las declaraciones públicas que se realizan por personas próximas a la Comunidad de Paz y que, desde el primer momento, denuncian con claridad tanto la presencia de miembros del Ejército en la zona donde se produjeron los hechos, negada por las autoridades, como la participación directa de miembros del Ejército y de grupos paramilitares actuando conjuntamente con éstos en las masacres, así como actuaciones posteriores para dificultar o impedir las investigaciones que puedan realizarse por miembros de la Fiscalía u otros organismos con competencias para ello. En declaraciones realizadas el día 3 de marzo de 2005 a Radio Caracol, el General Carlos Alberto Ospina, Comandante General de las Fuerzas Armadas, refiriéndose a los hechos antes recogidos, afirmaba, refiriéndose a las víctimas de las masacres «por ejemplo, uno de ellos, el Sr. Luis Eduardo Guerra, tenemos testigos que él públicamente había manifestado su intención de retirarse de la comunidad de paz de Apartadó y entonces ahora que él manifestó su intención, pues aparece asesinado. Hay otro señor asesinado…he…Alejandro Pérez, a quien le decían Cristo de Palo; este señor pues tenía que ver con las milicias, era cabecilla de las milicias de 7 En un comunicado de prensa de Amnistía Internacional se recoge que el 20-03-05 el Presidente Uribe acusó a la Comunidad de Paz de ayudar a las FARC y obstaculizar a la Justicia. Puede consultarse en http://web.amnesty.org/library/Index/ESLAMR230042005?open &of=ESL-COL 13 esa región y él había expresado su deseo de acogerse a programas de reinserción e inclusive había iniciado gestiones a tal fin». El mismo día 3 de marzo de 2005, en declaración a Radio Caracol, el Director de Fiscalías de Antioquia, refiriéndose a la comunidad de paz, afirmó «es un veraneadero de las guerrillas de las FARC … además en el pasado denunciamos el hecho de que allí, en el territorio urbano de esa pequeña comunidad llegó incluso a presentarse la negociación de secuestros de las FARC y los familiares de personas que habían sido tomadas cautivas….» En un comunicado hecho público el día 4 de marzo de 2005, el comandante de la Brigada 17 del Ejército, General Héctor Jaime Fandiño Rincón, exonera de responsabilidad al Ejército en los hechos ocurridos pocos días atrás argumentando que el método empleado para el asesinato de Luis Eduardo Guerra y el resto de personas fallecidas ha sido el utilizado por la guerrilla y que, además, el Ejército ha prestado seguridad a los investigadores judiciales en el lugar de los hechos. En las citadas declaraciones, se relata que Luis Eduardo Guerra fue miembro de las FARC, y que cuando fue nombrado líder de la comunidad de paz la coordinaba desde Bogotá o desde otro sitio lejano, y que había manifestado su voluntad de retirarse de la comunidad y se había puesto en contacto con un “reinsertado” para pedirle que le ayudara para “reinsertarse”, y que ese fue el motivo por el que los miembros de la guerrilla le asesinaron a él y a los miembros de su familia. En cuanto a Alejandro Pérez, que fue asesinado junto a la familia de Alfonso Tuberquia, también de éste se dice que era miembro de la guerrilla y que tenía intención de solicitar la “reinserción” y que, por ese motivo, se produjo su muerte. En cuanto a Alfonso Tuberquia, se asegura que su asesinato fue también realizado por la guerrilla y estuvo motivado por que supuestamente habría denunciado a un miembro de la guerrilla, Marcelino Moreno, alias “Machorrusio”, al que el Ejército mató el 20 de febrero de 2005 en la zona. Estos supuestos testimonios tuvieron acogida en los medios de comunicación colombianos en las fechas siguientes a los hechos. Así, fueron recogidos por el diario “El Colombiano” de Medellín el día 4 de marzo de 2005, que difunde el citado relato como testimonio de Elkin Darío Tuberquia, al que presenta como “desmovilizado” de las FARC. La versión del diario citado coincide en su práctica totalidad con la versión oficial de los hechos que, incluso a fecha de hoy, se mantiene en la página web del Ministerio de Defensa de Colombia8, donde se recoge la entrevista a un “miliciano desmovilizado” de las FARC con relación a estos hechos así como el mapa operacional de los miembros de las Fuerzas Armadas que se encontraban más próximos a la zona en que se produjeron los hallazgos de los cuerpos de las víctimas de las masacres de febrero de 2005, y que sustentan la versión oficial que rechaza cualquier posible participación de miembros de las Fuerzas Armadas de Colombia en los mismos. En definitiva, la versión expuesta por las Autoridades Colombianas, con relación a los hechos, y desde los primeros días tras tenerse noticia de los mismos, se dirige, por una parte, a estigmatizar a las víctimas y a los restantes miembros de la comunidad, sosteniendo que pertenecían a la guerrilla o que colaboraban y siguen colaborando con ella; a considerar las masacres como consecuencia de las disensiones y venganzas internas en el ámbito de la guerrilla; y a exculpar al Ejército de cualquier posible participación en los hechos, negando incluso de entrada que se encontraran presentes en la zona en que se produjeron los mismos. Así, desprestigiando a las víctimas e imputando a la comunidad de paz y a sus miembros, a las personas de su entorno, al propio tiempo parece que se está pretendiendo reducir la credibilidad de los miembros de la comunidad y de las personas que les acompañan en los testimonios y denuncias hechas públicas con relación a estos hechos. En estas actuaciones parecen converge, de forma coordinada, tanto altos cargos del Ejército como miembros de la Fiscalía, que, en principio, está encargada de la investigación criminal y forma parte del aparato judicial, y también miembros del Poder Ejecutivo, que acogen la versión expuesta por los altos cargos del Ejército e incluso llegan a presentar públicamente ante el cuerpo diplomático acreditado a los supuestos desmovilizados de las FARC en los que se sustenta la versión oficial inicial que señala a la guerrilla como autora de las masacres y a la comunidad de paz como una comunidad penetrada por colaboradores de la guerrilla. Con ocasión de nuestra estancia en Apartadó pudimos entrevistarnos con el Coronel D. Diego León Caicedo, Jefe de la Policía Colombiana en Apartadó, que, además de otras cuestiones que más adelante expondremos, 8 En la página web del Ministerio de Defensa continúan los informes referentes al mapa operacional de las Fuerzas Armadas en la zona en las fechas en que se produjeron las masacres así como otros documentos que pueden consultarse en la siguiente dirección: http://alpha.mindefensa.gov.co/index.php?page=406&PHPSESS ID=cd5eef94b9fe25fef0aa30e820a60aa9 14 también nos expuso su opinión con respecto a la comunidad de paz. La posición que sostuvo con relación a la misma vino a confirmar las declaraciones realizadas con posterioridad a los hechos de febrero de 2005 por altos mandos del Ejército y del Ejecutivo, en definitiva, a sostener la relación entre la guerrilla y la comunidad de paz o, al menos, de alguno de sus dirigentes o de sus miembros más significados, como se había afirmado en los días posteriores a las masacres de febrero. Manifestó que los miembros de la comunidad sienten hostilidad y recelo ante las Fuerzas Públicas y que algunos de los miembros de la comunidad colaboran con la guerrilla, y, en especial, algunos líderes de la comunidad, sin citar nombres, tienen engañados a los campesinos que forman parte de ella y son en realidad colaboradores de la guerrilla. 4.3. La versión de los testigos durante nuestra visita a la Comunidad de Paz. Durante las jornadas en las que pudimos acercarnos a San Josesito de Apartadó, tuvimos la oportunidad de escuchar las declaraciones de varias personas que, directamente, presenciaron algunos de los hechos anteriores. Los testimonios que pudimos recoger, de personas, que, en algunos casos, se encontraban, en nuestra opinión, temerosas por las posibles represalias que pudieran sufrir por contarnos su versión, nos fueron confirmando, paso a paso, la expuesta por la comunidad de paz y recogida anteriormente, versión que nosotros, en ese momento, no conocíamos, ya que no habíamos leído previamente los documentos en que se recoge la misma. El primer testigo fue víctima directa de una parte de los hechos sucedidos en febrero de 2005, una de las personas que, durante los días en que se produjeron las masacres, estuvieron retenidas por miembros del Ejército y paramilitares, según narra, en el interior de sus viviendas. Nos relató que «los hechos comenzaron el día 19 de febrero de 2005, cuando los militares vinieron a la vereda de La Esperanza y detuvieron a dos personas. El día 20 de febrero entraron en Las Nieves. El día 21 de febrero llegaron a las 14 horas, entraron a la casa de la declarante y, ese día, Luis Eduardo había salido a las 8 de la mañana con su mujer y el niño y con el hijo de la declarante. Le dijeron que volverían por la tarde pero ya no regresaron. Ella dijo a los del Ejército que sus hijos se habían ido a trabajar, a recoger cacao. Como esa noche no regresaban preguntó a los miembros del Ejército que estaban en su casa y le dijeron que no se preocupara, que ya llegarían, conversación que tuvo lugar a las diez de la noche. A las siete de la mañana del día 22 de febrero, volvió a preguntar y un soldado le dijo, textualmente, «lo matamos allí abajito con la mujer y el niño, el otro hijo suyo escapó». Ella había criado a Luís Eduardo como si fuera su hijo desde los dos años y hasta que cumplió los dieciocho. Los miembros del Ejército también le dijeron que habían matado a otros familiares en la vereda de La Resbalosa. El soldado que se lo dijo le comentó que lo hacía por que le daba lástima. También los soldados le dijeron que ellos eran del Ejército y que allí estaban también los paramilitares, que el ejército se iría en tres días pero los paramilitares se quedaban e iban a limpiar la zona. Ella no se acuerda de los soldados, no los reconocería. El jueves 23 de febrero los militares se pegaron una “rebotada”. Estaban dentro su la casa y hablaban de que eran de las Brigadas 17 y 11. Como estaban retenidos en la casa durante todos esos días no podían ir a recoger maíz ni comida para los animales, la comida se les había acabado, no tenían nada ni para ellos ni para los animales, y estaban once personas en la casa retenidas por el Ejército, muchos de ellos niños, la declarante, sus cuatro hijos, su nuera con sus dos hijos y unos vecinos que habían llegado poco antes que el Ejército para avisarla de la presencia de los militares en la zona. El jueves 23 los militares registraron su casa, diciendo que buscaban armamento, aunque ella ya les dijo que no tenían nada escondido. Durante esos días en que estaban retenidos, los militares se llevaron comida de la casa, la comieron allí, y también dos cadenas de oro, dos mulas y una yegua. Estuvo retenida en su casa un total de cinco días, por miembros del Ejército y paramilitares. La mayor parte de los que estaban en la casa eran niños pequeños. La retención cesó cuando acudieron a buscarla unos 130 miembros de la comunidad de paz. El Ejército, inicialmente, no les dejó aproximarse a la casa, pero aprovecharon un momento para acercase hasta ella y entrar, y le preguntaron si quería irse y ellas les dijo que sí, consiguiendo todos salir. Cuando se iban, alguien del Ejército le dijo a su nuera, la mujer de Wilmar Darío, que fuera donde fuera no se podría escapar, que iban a matarla. El número de militares que la retenían en su casa oscilaba entre diez y cuarenta, cambiaban cada día, se iban por la noche y regresaban al amanecer. Que no supo distinguir si había oficiales al mando, que no sabe de graduaciones, aunque si diferencia a los militares de los paramilitares. Durante la ocupación de su casa, algunos miembros del Ejército hicieron pintadas en las paredes, pintadas que borraron cuando vieron acercarse a los miembros de la comunidad, sin que sepa lo que decían ya que no sabe leer ni escribir. Desde que se produjeron estos hechos no ha vuelto a vivir en su casa ni tampoco los vecinos que estuvieron con ella han regresado a su vivienda. Ella ahora esta 15 recogida por otras personas junto con sus cuatro hijos. El Ejército ha vuelto a su casa y al lugar donde ahora vive, siempre buscando a su hijo Wilmar. Que con el Ejército van siempre tres personas que ella conoce, uno llamado Ovidio y sus dos hermanos, que en los últimos meses siempre andan con el Ejército, cree que por intereses económicos. El Ejército ha regresado en unas siete ocasiones, las dos ultimas en el mes de enero de 2006 y en la vivienda donde ahora vive. Que cuando llegan entran en su hogar sin su consentimiento. Le preguntan por su hijo y por su nuera. Su hijo no sabe donde está desde que ocurrieron los hechos de febrero de 2005, aunque de vez en cuando va a verla, y su nuera cada día cambia de domicilio con sus hijos de cuatro años y de nueve meses de edad. Miembros del Ejército le dicen que si su hijo no paga lo pagarán ella y su nuera, pero ella cree que no tiene que pagar nada ya que nada ha hecho y su hijo tampoco, ya que nunca ha pertenecido a la guerrilla. Que miembros del Ejército también han entrado en casa de su nuera sin autorización alguna. Con relación a los hechos que ocurrieron en febrero de 2005 y que ha narrado, estuvo declarando en Bogotá, con otros miembros de la comunidad de paz, pero no sabe decir en donde estuvo ni en que calidad. Cuando la Fiscalía estuvo en la comunidad durante los levantamientos de los cadáveres de las víctimas de las masacres de febrero de 2005, sabe que preguntaron por ella, que la estuvieron buscando para interrogarla, pero ella siempre se escapaba. Que durante todo este tiempo no ha recibido ninguna citación personal, pero en enero de 2006 supo que la estaban intentando citar por radio para que acudiera a la Fiscalía, y, aunque tenía mucho miedo, al final acudió a la Fiscalía de Apartadó. Que durante la declaración le preguntaron que si sabía por que habían matado a su hijo Luis Eduardo y a Alfonso Bolívar, y ella contestó «que por que les dio la gana de matar al ejército». Que no le preguntaron ni por su hijo Wilmar ni por la mujer de éste y ella tampoco les dijo nada. No le dijeron nada más, eso fue todo, una declaración corta, de apenas media hora. En la declaración estuvo presente una persona que se presentó como Fiscal de Bogota y otras dos personas más que no se identificaron. Que tiene mucho miedo a prestar declaración ya que sabe que en otras ocasiones las personas que han declarado como testigos han sido posteriormente asesinadas. Que no tiene tranquilidad, que no puede vivir en su casa ni cultivar sus propiedades, de las que tiene títulos de propiedad y con las que se ganaba la vida». El segundo testimonio fue realizado conjuntamente por varios de los líderes de la Comunidad de Paz, y se refiere fundamentalmente a los hechos que se produjeron durante la búsqueda de los cadáveres de las víctimas. De forma directa fueron explicando que «la Comunidad fue avisada por el hermano de Alfonso Bolívar Tuberquia Graciano, el miércoles 23 de febrero, y les comunican el ataque del Ejército a Alfonso y a su familia en la vereda de La Resbalosa. El viernes 25, una vez organizada la Comunidad, comienzan la búsqueda del cadáver de Alfonso Bolívar y sus familiares así como del resto de personas, entre ellas Luis Eduardo Guerra, que en esos momentos daban por desaparecidas. Ese mismo día avisan a Javier Giraldo, y a unos abogados de Medellín, de la Corporación Jurídica Libertad. Los Abogados avisaron a Fiscalía y a la Policía comunicando las muertes y las desapariciones. Salieron dos comisiones en la búsqueda, una de la vereda de La Unión y otra desde San José de Apartadó y se unieron por la noche en la vereda de La Resbalosa, donde había ruido de disparos y de bombas. Con la comisión de La Unión se encontraban cooperantes internacionales de la ONG norteamericana FOD. Llegan directamente a La Resbalosa pasando por la vereda de Mulatos Medios, localizando en un agujero, tapado con hojas de cacao, los cadáveres descuartizados de Alfonso Bolívar Tuberquia Graciano, su mujer Sandra Milena Muñoz Posso, sus hijos Natalia Andrea Tuberquia y Santiago Tuberquia, y el del trabajador y vecino de aquéllos Alejandro Pérez Castaño. Poco después de la llegada de la comisión, llegan en helicóptero miembros de la Fiscalía, acompañados por el Defensor del Pueblo de Apartadó, y en el lugar también se encontraban miembros del Ejército, antes de la llegada de los miembros de la Fiscalía. Los miembros de la comunidad pensaban que también se encontraban allí los cadáveres de Luis Eduardo Guerra y sus familiares, ya que allí se encontraban las bestias de éste. La Fiscalía procede al levantamiento de los cadáveres que se encontraban en La Resbalosa y a trasladarlos a la morgue de Apartadó. Ese mismo día, los miembros de la comunidad se dirigen hacia el lugar donde pensaban que había sido detenido Luis Eduardo Guerra y su familia, en la vereda de Mulatos Medio. La información procedía del hermano de Luis Eduardo, Wilmar Darío, que se lo había dicho a la comunidad tras conseguir huir del lugar cuando los militares les habían dado el alto todos ellos. Una mujer llamada Rosalía, miembro de la comunidad, se había adelantado un poco al resto y fue la primera que encontró unas botas y unos lazos de la esposa de Luis Eduardo, y observó la presencia de gallinazos en las proximidades del lugar donde había hecho el hallazgo. Rosalía volvió atrás e informó al resto de los miembros de la comisión de la comunidad que se dirigieron hacia el lugar en que se encontraban los gallinazos y encontraron los cuerpos sin vida de 16 Luis Eduardo Guerra, de su esposa Bellarina Ariza Guzmán, y del hijo de Luis Eduardo, Deiner Andrés Guerra Tuberquia, que había sido decapitado y cuya cabeza fue hallada a unos cuantos metros. Prácticamente en el mismo momento aparecieron miembros del Ejército, que se habían ocultado durante la llegada de los miembros de la Comunidad de Paz y rodearon a éstos. Los miembros de la comunidad habían observado que, a unos metros de los cadáveres, se encontraba, tirado en el suelo, un machete manchado de sangre y, a unos dos metros, un palo o garrote también manchado de sangre. No quisieron tocar nada para que fuera recogido por la Fiscalía cuando se realizaran los levantamientos. Uno de los soldados, de aspecto mulato, cogió el machete, lo restregó por la arena del suelo y lo lavó en el río, tras lo cual se dirigió al grupo, blandiéndolo y diciendo que “este es el machete degollador”. El machete era corriente, de los de trabajo en este territorio, y no de los que usa el Ejército o los paramilitares, que son más cortos. El militar se quedó con el machete y se alejó del grupo. Cuando regresó ya no llevaba el machete, no lo han vuelto a ver. El garrote no fue recogido por la Fiscalía durante el levantamiento de los cadáveres a pesar de que tenía sangre. Afirman que todavía recientemente se encontraba en el lugar. Ese mismo viernes, tras ser localizados los cadáveres a última hora de la tarde, los abogados de la Corporación Jurídica Libertad dan aviso telefónico a la Fiscalía y a la Vicepresidencia de la República, solicitando que se practique el levantamiento de los mismos. En Fiscalía les aseguran que llegarán al día siguiente, sábado 26 a primera hora de la mañana. Los miembros de la comunidad permanecieron durante todo el sábado custodiando los cadáveres y esperando la llegada de la Fiscalía, que, cuando se conseguía comunicar con ellos para preguntar por el retraso en la llegada, contestaban que eran problemas de visibilidad para el helicóptero en el que debían trasladarse los que lo motivaban. En la mañana del domingo 27 y viendo que los miembros de la Fiscalía no se personaban en el lugar, decidieron llevarse los cadáveres ellos mismos hasta San José. Cuando iban a hacerlo, finalmente aparecieron los miembros de la Fiscalía que procedieron al levantamiento de los cadáveres y a la recogida de algunos vestigios (ropas, algunas piedras manchadas de sangre) pero no el palo o garrote ensangrentado ni tampoco el machete que ya había desaparecido el viernes al atardecer. Los cadáveres fueron trasladados a la morgue de Apartadó. Cuando los miembros de la comunidad se personaron en la morgue para reclamar la entrega de los cuerpos, no les permitían llevarse el cuerpo de Luis Eduardo Guerra ya que, alegaban, no podía ser identificado por presentar amputadas ambas manos y no haberse podido contrastar las huellas dactilares. Finalmente le reconoció una religiosa, la hermana Clara, que en esa época vivía con la comunidad de paz. El traslado del cuerpo no pudo ser realizado con la funeraria, ya que se negó a ello, y se hizo por medio de un vehículo colectivo de transporte. El conductor del colectivo que se ofreció a realizar el traslado fue amenazado pocos días después y le dijeron que si no se iba de la zona le mataban, así que decidió trasladarse a otra parte del país. Mientras el cuerpo de Luis Eduardo Guerra permanecía en la morgue, miembros de la comunidad de paz negociaron para declarar en Fiscalía. Las preguntas que les realizaron no tenían nada que ver con la identidad de Luis Eduardo sino con su posible pertenencia a la guerrilla, extremo negado por todos los testigos. Con posterioridad no han declarado ante la Fiscalía de Apartadó por estos hechos aunque en la comunidad se han recibido numerosas citaciones, más de sesenta, pero ninguna realizada personalmente. Los miembros de la comunidad han llegado al acuerdo de no acudir a estas citaciones, de no acudir a declarar ante la Fiscalía de Apartadó y sostienen que en la Fiscalía ya saben por que no van a declarar. Estos hechos, y las ocho muertes producidas, produjeron una gran conmoción a nivel nacional y tuvieron mucha repercusión en los medios de comunicación, hasta el punto de que el Defensor del Pueblo convocó a Javier Giraldo para reunirse en Bogotá en su despacho. Antes de entrar Javier Giraldo, en el despacho del Defensor entraron muchos periodistas con cámaras que estuvieron presentes en la entrevista entre ambos. Javier Giraldo solicitó de nuevo, en esta ocasión, el nombramiento de un Delegado de la Defensoría Pública en San José de Apartadó, lo que fue aceptado y se nombró, dos meses más tarde, al actual Delegado. El Gobierno informó en esas fechas de que no había tropas en la zona en el día de las matanzas, que los soldados más cercanos se encontraban a dos días de camino. En cambio los testigos sostienen que en esos días había militares por todas partes, en La Esperanza, Arenas, San José y La Cristalina, que habían visto numerosos rastros de las tropas, rastros y huellas de entrada en las veredas y no de salida. Al parecer, los militares informaron que los más próximos se encontraban en la vereda de Las Flores, en el extremo nororiental de Apartadó. En cambio, el día 20 de febrero, en la vereda de Las Nieves, murió el guerrillero apodado «Machorrusio», Marcelino Moreno, al parecer a manos de miembros del Ejército, y, desde esa vereda, los militares se trasladaron hacia el sur, a la vereda de Mulatos y desde allí a la vereda de La Resbalosa, lugares donde se produjeron las masacres. Además, en el mes de enero de 2005, en la zona se había producido un enfrentamiento 17 entre guerrilleros y militares en el que habían muerto 19 militares». También otra persona que participó en la búsqueda de los cuerpos accedió a declarar con relación a esa búsqueda y a otros hechos posteriores. Su relato es el siguiente: «El declarante participó en la búsqueda del cadáver de Alfonso Bolívar en La Resbalosa, con otros miembros de la Comunidad, en febrero de 2005. Cuando llegaron a la casa vieron sangre por todas partes y los cuerpos semienterrados por hojas y otros vegetales. Fiscalía llegó y realizó el levantamiento de los cadáveres. Al día siguiente fueron a buscar a Luis Eduardo y a su familia, y de inmediato, cuando llegaron al lugar, apareció el Ejército que estaba oculto y les rodearon. Relata el episodio del machete que fue limpiado por un soldado en términos similares a lo narrado por otros testigos. Fiscalía tardó más de un día en llegar a realizar el levantamiento de los cadáveres. Nunca ha sido citado por Fiscalía pero tampoco acudiría. A las siete de la mañana del 12 de enero de 2006, mientras cortaba leña en su casa en la vereda de Las Arenas, escuchó unos treinta disparos muy cercanos, por lo que, asustados, él y su hijo se tiraron al suelo y se arrastraron hasta un caño próximo. Después escucharon un bombazo. Posteriormente, cuando iban por la vereda camino de San Josesito, vieron a unos militares que llevaban el cadáver de un líder de la comunidad, Eliberto Vásquez, atado a un palo. Que decían que era un miliciano. Él no les dijo nada a los del Ejército cuando pasaron a su lado. Con el Ejército venía un reinsertado al que llaman “el chulo”. Acudió a San Josesito para refugiarse y desde entonces vive en San Josesito y solo va a trabajar a sus tierras, no se queda a dormir en su casa. Los militares no han entrado en su casa. Desde el ataque del 12 de enero de 2006 vive en San Josesito». Con relación a las masacres de febrero de 2005 también recibimos declaración a otra de las personas que, durante las fechas en que se produjeron las masacres, fue retenido en el interior de su propia vivienda, según sostiene, por miembros del Ejército y paramilitares. En nuestra presencia afirmó que «es familiar de la primera testigo y el día anterior a los sucesos había estado recogiendo plátanos con Luis Eduardo Guerra, trajeron los plátanos a la casan y habían quedado para trabajar el lunes, pero Luis Eduardo no vino. Ellos cayeron en manos del Ejército el día 21 de febrero, que llegó acompañado de paramilitares. A las 8 o las 9 de la mañana llegó una gente y les dijeron si conocían a Luis Eduardo Guerra y les dijeron también que habían matado a Luis Eduardo y a su familia y a Alfonso Bolívar con sus familiares. Los que ocuparon la casa era bastantes, no sabe cuantos. Los militares habían estado en diciembre de 2004 y habían ocupado un lote próximo, pero no les hicieron nada y por eso en febrero de 2005 se dejaron atrapar, por que confiaban en que no les hicieran nada como la otra vez. A ellos les amenazaban preguntándoles por sus relaciones con la guerrilla, que siempre negaban. Esa misma semana, la guerrilla había estado en la vereda de Mulatos. Los del Ejército les decían que si ellos se iban los paramilitares se quedarían y los matarían. Pidieron ir a por comida y por maíz, para ellos y para los animales, ya que se quedaron sin alimentos, pero no les dejaban. Durante los días que estuvo retenido junto con su hermana y otras personas, entre ellos niños, les amenazaban con “mocharles la cabeza” y estuvieron registrando la casa. También hicieron pintadas en la casa, donde ponía Brigada 17 y Brigada 11, y, cuando llegaron los miembros de la comunidad de paz se hicieron algunas fotos de las pintadas, aunque los militares intentaron borrarlas cuando vieron acercarse a los de la comunidad. El domingo 27 de febrero la comisión de la comunidad de paz consiguió localizarles y acercarse a la vivienda donde estaban retenidos, y, aunque el personal del Ejército que encontraron les dijo que en las viviendas no había nadie, consiguieron alcanzar la vivienda y decir a los que se encontraban dentro que si querían salir. Todos salieron y se fueron con los miembros de la comunidad, con quienes iba un periodista de Bogotá, hasta San José de Apartadó. Durante los días de su retención se perdieron dos mulas y una yegua, a las que habían soltado para que comieran en el río ya que en la casa se había terminado la comida. Desde que les liberaron tiene miedo por que hay gente, los paramilitares y los militares, que le conocen, que saben que la familia Tuberquia estuvo en El Barro. Desde entonces no han vuelto a sus casas, hay trabajo pero no tienen dinero. En las veredas de Mulatos y El Barro ya solo queda una familia, el resto se ha desplazado, y no pueden volver a vivir allí ni a trabajar en su zona, la vereda de Mulatos, donde se encuentran las mejores tierras, y cree que es por eso que están trayendo gente de otros sitios para ocuparlas, con gente de grupos paramilitares. Solo la comunidad de paz le ha protegido ante esta estrategia y en esta situación». Indirectamente relacionada con estos hechos está la siguiente declaración recibida, que atestigua sobre la presencia del Ejército en la zona en las fechas que se produjeron las masacres, situación que, como se dijo anteriormente, en la actualidad sigue siendo negada. El testigo nos refirió que «el sábado 19 de febrero iba caminando desde la vereda de La Esperanza en dirección a Playa Larga cuando observó huellas de militares y, 18 comentándolo con un vecino conocido suyo, llamado José Lozanitos que, tras estos hechos, se fue a Nueva Antioquia en Turbo, y que le dijo que las tropas habían entrado en su casa y le habían humillado. Cuando estaban hablando llegaron tropas del Ejército que le preguntaron de donde venía y hacia donde se dirigía y, cuando les dijo que iba a Playa Larga, le dijeron que no podía seguir, que tenía que quedarse detenido allí hasta nueva orden. Le acusaron de ir a ver donde estaban los paramilitares para ir a contarlo a la guerrilla. Les dijo que volvería a San José. Salieron por la tarde y vieron militares por las veredas de Las Nieves y Mulatos. Al día siguiente fue a recoger el maíz y se encontró con miembros de la comunidad de paz. Veía un helicóptero sobrevolar la zona por donde suele operar la guerrilla. Ahora vive en Arenas Altas, en la comunidad de paz, el Ejército le imputa ser guerrillero pero no puede decir nada ya que de otra forma el Ejército o la guerrilla lo matan. Desde febrero de 2005 no tiene contacto con el Ejército. No ha recibido citaciones personales de ninguna institución pública. Se han producido muchos desplazamientos: en la vereda de La Esperanza había 70 familias y ahora ya no hay nadie y las tierras no las pueden trabajar. Hay siete familias que quieren regresar pero sin acompañantes internacionales permanentes no pueden, no se atreven. El Estado les pide que colaboren para saber donde está la guerrilla y si no lo hacen les echan de sus tierras, y si colaboran pueden sufrir represalias de la guerrilla. Las tierras de los desplazados están siendo ocupadas por paramilitares». Con idéntica finalidad, comprobar la presencia y actuación del Ejército en la zona en que se produjeron las masacres y en la fecha de las mismas, recibimos declaración a otro campesino que, venciendo sus temores, nos habló tanto de lo vivido por él en esa ocasión como en fechas anteriores: «El 31-12-04 escucho disparos en la vereda de Las Nieves, donde vivía. Miembros del Ejército le sorprendió en su vivienda y le cogieron. Le obligaron a echarse al suelo, le taparon la boca, le colocaron un arma en cada costado y, poco después, le metieron el cañón de un arma en la boca. En ese momento le ofrecieron dinero, dos millones de pesos, si decía quién era de la guerrilla, pero les dijo que no conocía a nadie. Intentaron quitarle la ropa y cambiársela por una de camuflaje para que pareciera que era guerrillero. Se negó y resistió a ello. Le llevaron a la Brigada del Ejército con la cara tapada. Allí le presentaron ante el general, que le acusó de ser guerrillero. El le enseñó sus manos de trabajador y su espalda. Vieron así que solo era un campesino. Fue trasladado por los militares a la Fiscalía de Apartadó y allí no le preguntaron nada y lo pusieron, poco después de su llegada, en libertad. Al salir alguien le dijo que si le volvían a ver por Las Nieves lo iban a matar. Posteriormente, el 192-05 y días siguientes, durante varios días, vio al Ejército por la zona con helicópteros. Desde ese día y durante los siguientes estuvo viviendo en el monte con su hijo, sin comida, escondiéndose los dos del Ejército, hasta que les localizaron miembros de la comunidad de paz que les daban por desaparecidos. Relaciona la entrada del Ejército en la vereda en la que vivía con la muerte del guerrillero llamado «Machorrusio» que se produjo en esas fechas a manos del Ejército. La vivienda en que habitaba este guerrillero estaba muy próxima a la suya. Desde entonces, no ha sido citado nuevamente por la Fiscalía ni ha vuelto a salir de la zona. Tiene miedo aunque el Ejército no le ha vuelto a molestar. Vive en la vereda de La Unión con su hijo y no ha podido regresar a la vereda de Las Nieves. En esta vereda había 6 o 7 familias y actualmente no queda ninguna, está deshabitada, todos tuvieron que desplazarse. Su vivienda está derrumbada y el cacao que cultivaba perdido. Querrían trasladarse, él y su hijo, para salir de la zona y vivir junto a otros miembros de su familia que están residiendo en otra parte de Colombia, pero su hijo no tiene cédula de identidad ni la ha tenido nunca y él tampoco la tiene aunque sabe el número. Tiene miedo de que los detengan a ambos si intentan abandonar la zona o si se acercan a Apartadó para conseguir las cédulas». De las declaraciones que pudimos recoger durante nuestra visita en San Josesito de Apartadó, cuya riqueza de detalles y de matices no puede apreciarse en las transcripciones que realizamos casi a vuela pluma, si hemos alcanzado algunas conclusiones iniciales: En primer lugar, las declaraciones que se realizan en nuestra presencia vienen a confirmar, en su práctica totalidad, todos los datos que, después de escucharlas, pudimos leer en la publicación Noche y Niebla9 antes citada, datos que, por nuestras propias comprobaciones, parecen proceder directamente de las mismas fuentes de las que nosotros tuvimos conocimiento o de otras muy próximas. En segundo lugar, del contenido de las declaraciones, parecen existir indicios suficientes de que, contrariamente a lo que se ha sostenido como versión oficial del Ejército de Colombia, en los días en que se produjeron las masacres de febrero de 2005 se produjeron importantes movimientos de miembros del Ejército en la zona, y en las mismas zonas o muy próximas a los 9 Puede consultarse la publicación íntegra en http://www.nocheyniebla.org/ 19 lugares en que se produjeron las masacres y en donde fueron localizados los cadáveres. Las declaraciones de los testigos son muy claras en cuanto a este respecto. Además, debe tenerse en cuenta que los habitantes de la zona, son su mayor parte campesinos que conocen perfectamente las “veredas” y los caminos, las distintas localidades, las fincas y lugares, y también las huellas, los rastros dejados por las personas que circulan por los senderos. Sus testimonios resultan, por estas circunstancias, muy creíbles. Además, y en tercer lugar, resultan muy esclarecedores los testimonios de las personas que, durante las fechas en que se produjeron los hechos, permanecieron privadas de libertad, retenidas de forma ilícita en sus viviendas, con las mismas ocupadas por miembros del Ejército y, al parecer, también por paramilitares. Se da la circunstancia de que algunas de estas personas son familiares próximos de algunas de las víctimas de las masacres de febrero de 2005. También resultan significativos los testimonios recibidos que indican una posible actuación concertada de miembros del Ejército con individuos que pudieran encontrarse integrados en grupos de los denominados “paramilitares” y que, según los testimonios, parecen operar con total libertad y en colaboración con las Fuerzas Armadas colombianas en operativos desarrollados en la zona del corregimiento de San José de Apartadó y que, concretamente, pudieron haber participado en estos hechos. En quinto lugar, hemos constatado la gran desconfianza existente entre los miembros de la comunidad de paz y los representantes de los poderes públicos en la zona y, también, especialmente, con relación a la Administración de Justicia, la institución constitucionalmente encargada del esclarecimiento de hechos de tanta gravedad como los sucedidos en las zonas próximas a San José de Apartadó. La relación entre los ciudadanos y los miembros de las fuerzas públicas que deberían protegerles de la violencia generada por el conflicto en la zona y proporcionarles seguridad simplemente no existe. Los miembros de la comunidad perciben a las fuerzas de seguridad y el Ejército como responsables en un grado muy importante de la violencia que sufren, como sus victimarios, y, por su parte, y a tenor de las declaraciones públicas comprobadas así como del resultado de las entrevistas mantenidas durante nuestra estancia en la zona, la comunidad y sus miembros o personas próximas a la misma son percibidas por los responsables de las fuerzas de seguridad como sospechosos de colaboración con la guerrilla, como personas a las que debe someterse a vigilancia y control. En cuanto a las relaciones entre la comunidad de paz y la Administración de Justicia, la situación constatada en el curso de las declaraciones recibidas es de absoluta desconfianza y de ruptura total de cualquier colaboración entre los miembros de la comunidad y la Fiscalía encargada de la investigación criminal. A esta situación se ha llegado como consecuencia de la experiencia de constante impunidad vivida por la comunidad. Fuimos informados de que ninguno de los crímenes o hechos violentos de que han sido objeto personas miembros de la comunidad o próximos a ella han sido resueltos. Al parecer, ninguna sentencia condenatoria firme ha sido obtenida. Ante esta situación, todos los testigos con los que pudimos hablar en la comunidad nos ratificaron la situación de práctica “rebeldía” ante la Administración de Justicia, de la que no esperan nada y con la que, al menos en estos momentos, no desean colaborar, después de que las experiencias anteriores se hayan saldado con fracasos absolutos, con un reinado de la impunidad de sus victimarios, e, incluso, con la muerte violenta de algunos de los miembros de la comunidad que habían denunciado hechos violentos, según narraron. En séptimo y último lugar, y directamente relacionado con el punto anterior, la absoluta desconfianza de los miembros de la comunidad con relación al sistema de protección de testigos vigente en Colombia. Al parecer, como se decía, existen experiencias en la comunidad de homicidios de testigos protegidos y en la situación actual, el sentimiento que se percibe es que, además de inútil, la declaración de testigos ante la Administración de Justicia con relación a alguno de los crímenes únicamente supondría el seguro y elevado riesgo para el testigo de convertirse, a su vez, en víctima de hechos violentos, de perder la vida. 5. Otras agresiones a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y a sus miembros. 5.1. La entrada de la Policía Nacional y su instalación permanente en San José de Apartadó. «El miércoles 30 de marzo de 2005, hacia las 14:00 horas, un grupo de policías ingresó al caserío de San José, repartió volantes en los cuales se anunciaba que la Policía iba a realizar un trabajo conjunto con la comunidad, 20 especialmente en una labor educativa con los niños, asesorías en resolución de conflictos y otras labores sociales. Durante los 40 minutos que permanecieron en el caserío, los miembros de la policía filmaron las casas y a la gente y dieron a entender que su presencia ya estaba concertada con la Comunidad, lo cual era falso. El día siguiente, hacia las 11:00 horas ingresó al caserío de San José una motocicleta con dos personas armadas con armas cortas. Luego llegó el Capellán de la Policía, anunciando a través de un megáfono la llegada de la Policía e invitando a aceptar su presencia, la cual obedecía a órdenes presidenciales. Enseguida llegó un vehículo tipo “chiva” de tamaño grande con cerca de 100 personas, entre las cuales se encontraba un grupo de policías. Llevaban tambores, dulces y juguetes para los niños y los acompañaban supuestos sicólogos, sociólogos, payasos, peluqueros y músicos, según decían, para trabajar con los pobladores. Nuevamente hicieron filmaciones de la gente y de las casas…. Comprobaron que la gran mayoría de los pobladores no los acogía con beneplácito, se negaba a recibir sus «regalos», cerraba las puertas de sus casas y regañaba a los niños…. El día 1 de abril de 2005 la población de San José inició un desplazamiento hacia la finca La Holandita, distante 15 minutos del centro urbano de San José y propiedad de la Comunidad de Paz desde hace muchos años, donde se han realizado trabajos comunitarios. … El sábado 2 de abril de 2005 llegó al caserío de San José una gran cantidad de policías y personas en trajes civiles que llevaban implementos en camiones. Inmediatamente se ubicaron en el lote del poblador Nubar Tuberquia cuya vivienda, que estaba cerrada, fue violada por los agentes, y sin obtener de él autorización alguna, dado que es una propiedad privada, se instalaron en su casa y lote y comenzaron a construir unas instalaciones para su permanencia. Los medios locales y regionales de comunicación desinformaron a la opinión pública, afirmando que el propietario del lote había negociado con la Policía, lo cual era falso. Pretendían así encubrir el delito de invasión de tierras o edificaciones con que la fuerza pública inauguraba su presencia en el caserío. El domingo 3 de abril de 2005 la Policía que había penetrado en el caserío de San José hizo una fiesta de inauguración, con la presencia del Director Nacional de la Policía quien pronunció un discurso, el Alcalde de Apartadó y población llevada en vehículos desde Apartadó. Realizaron simultáneamente jornadas de vacunación y llevaron odontólogos y peluqueros, pero la población que aún no se había desplazado rechazó sus servicios y cerró las puertas de sus casas. Según el diario El Colombiano (edición del 4 de abril, pag. 6b), el Director de la Policía y el Alcalde le informaron a los medios que en el pueblo “todavía sigue el 85 por ciento de la población”, lo cual es falso. Según el diario El Tiempo (edición del 4 de abril, pag. 1-7) “El alcalde de Apartadó, Phidalgo Banguero, se comprometió a iniciar arreglos en la vía que costará 510 millones de pesos, y la Red de Solidaridad Social anunció que entregará kits agropecuarios”. Este mismo diario, en su edición del 5 de abril registraba que a las 72 horas de estar presente la Policía ya se vendía licor “así lo indican varios agentes que dicen que es algo permitido por la Constitución en todo el país” (pg. 1-5). El imperio de la Constitución pretendía establecerse, pues, según la Policía, facilitando la embriaguez de los pobladores, y no mediante el respeto a la vida, integridad y libertad de los pobladores ni a sus proyectos y decisiones democráticas y soberanas. El martes 5 de abril de 2005, los líderes de la comunidad de paz de San José de Apartadó realizaron un rápido censo y evaluación de la situación de desplazamiento en que se encontraban. Antes de la Navidad de 2004 se había realizado un censo… que permitió registrar como población del caserío 510 personas, entre niños, jóvenes y adultos. En esta primera semana de abril estaban desplazadas en la finca La Holandita 71 familias con 417 personas, habiéndose desplazado otras 11 familias, compuestas por 47 personas, hacia fincas en diversas veredas, lo que permite deducir que en el caserío solo permanecían 46 personas integrantes de entre 5 y 10 familias. Otras familias de los alrededores del caserío han solicitado un lugar en el asentamiento de los desplazados, llegándose a completar 90 familias al promediar el mes de abril.»10 Pocos días después de la entrada de miembros de la Policía Nacional en San José de Apartadó, la zona fue visitada por miembros de, entre otras organizaciones, Asonal Judicial (Asociación Nacional de Empleados de la Rama Judicial). La visita se efectuó los días 8 y 9 de abril de 2005, comprobando, en el curso de la misma que, en los primeros días tras la llegada a la población de un importante número de policías pertenecientes a la Contraguerrilla de la Policía de Urabá y a la Policía Comunitaria, la mayor parte de los habitantes se habían trasladado a la finca “La Holandita”, hacia otras veredas cercanas o hacia poblaciones más alejadas, encontrándose en el caserío únicamente cinco familias y con la actividad comercial completamente paralizada11. 10 Los detalles pueden consultarse en las siguientes páginas: http://nocheyniebla.revolt.org/cdpsanjose/04CronologiaAgresio n.pdf 11 La información completa está accesible en: http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=141 21 Durante nuestra estancia en la zona pudimos comprobar que la situación de desplazamiento de la población del caserío de San José de Apartadó se está convirtiendo en permanente. Visitamos el caserío de San José en compañía del delegado de la Defensoría del Pueblo para San José de Apartadó y pudimos comprobar, tanto la importante presencia policial instalada como el hecho de que la mayor parte de las viviendas del caserío se encontraban cerradas, así como el escaso número de pobladores que se dejaban ver en el lugar, el abandono en el centro de salud, el parcial cierre de la escuela donde solo un aula parecía utilizarse. Por el contrario, los campesinos desplazados en la finca “La Holandita”, en el poblado, surgido de la nada en pocas semanas, al que han llamado San Josesito de Apartadó, forman una población numerosa y completamente instalada pese a la precariedad de sus viviendas de tablones y a los escasos servicios con los que cuentan, apenas una maestra para los niños, unos sencillos sistemas de recogida de agua de lluvia y potabilización, todos ellos sufragados, al parecer, y hasta la fecha, por organizaciones no gubernamentales de cooperación. La instalación de miembros de la Policía, de forma permanente, en el mismo caserío de San José de Apartadó es percibida por los miembros de la Comunidad como una flagrante violación por parte del Estado Colombiano de las resoluciones de la Corte Interamericana de DDHH, en especial de la resolución, dictada pocos días antes, de 15 de marzo de 2005, sobre la que volveremos más adelante, y en cuya parte dispositiva se requiere al Estado para que «continúe dando participación a los beneficiarios de las medidas provisionales o a sus representantes en la planificación e implementación de dichas medidas, para establecer las que sean más adecuadas para la protección y seguridad de los miembros de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y que, en general, los mantenga informados sobre el avance en la adopción por el Estado de las medidas dictadas por la Corte Interamericana de DDHH» (Resolución de 15 de marzo de 2005, parte resolutiva nº 212). La posición del Coronel Jefe de la Policía con el que pudimos hablar durante nuestra estancia, así como la de D. Carlos Franco, Director del Programa de DDHH de la Vicepresidencia de la República, que también tuvo la deferencia de recibirnos durante nuestra 12 La resolución íntegra puede consultarse en la página web de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, http://www.corteidh.or.cr/paises/colombia.html en el enlace correspondiente a San José de Apartadó. estancia en Bogotá, con relación a la presencia de la Policía en San José de Apartadó desde pocas semanas después de los hechos de febrero de 2005, fue explícita: el Estado Colombiano tiene la obligación de estar presente en todo el territorio, de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, y no puede permitir que el cumplimiento de esas obligaciones puedan depender de negociaciones con determinadas poblaciones. En la entrevista mantenida con el Coronel D. Diego León Caicedo, Jefe de la Policía Nacional en Apartadó se sostuvo que es misión de la Policía prestar seguridad a los civiles insertos en el marco del conflicto armado que sufre la zona y que, en cumplimiento de la resolución de la Corte Interamericana de DDHH (anteriormente referenciada), se ha adoptado, como medida de aseguramiento de la población civil, la instalación de un puesto de policía en San José de Apartadó...y, además, los policías de ese puesto reciben formación específica en derechos humanos, y tiene orden de no subir por las “veredas” próximas, sino que permanecen en San José y alrededores, con dos puestos de policía en zonas elevadas de San José, para prevenir la posible presencia de elementos de la guerrilla. La instalación del la Policía en la localidad de san José de Apartadó también fue valorada por D. Carlos Franco como una decisión adoptada por el Estado colombiano en el marco de las medidas de protección de los pobladores de San José de Apartadó, tanto pertenecientes a la comunidad de paz como ajenos a ella, a las que venía impelido tanto por el cumplimiento de las obligaciones de dar protección a la población en riesgo por habitar en zonas de conflicto, como por lo dispuesto en la resolución de la Corte Interamericana de DDHH. No obstante y con relación al despliegue de miembros de la Policía Nacional colombiana en la localidad de San José, debe tenerse en cuenta que, si bien resulta evidente la obligación de las fuerzas de seguridad del Estado de estar presentes en todas las zonas del territorio nacional en las que puedan existir riesgos de cualquier naturaleza para las personas o bienes de los ciudadanos, garantizando su seguridad, no pueden olvidarse las distintas resoluciones de la Corte Interamericana de DDHH con relación a la comunidad de paz de San José de Apartadó, que vinculan y obligan directamente al Estado colombiano. Ya desde prácticamente las primeras resoluciones de la Corte Interamericana de DDHH13, iniciadas con la resolución de 9 de 13 Todas las resoluciones pueden consultarse en la página web de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, http://www.corteidh.or.cr/paises/colombia.html en el enlace correspondiente a San José de Apartadó. 22 octubre de 2000, dictada en relación con las medidas provisionales solicitadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se reconoce que «la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, integrada según la Comisión por aproximadamente 1.200 personas, constituye una comunidad organizada, ubicada en un lugar geográfico determinado, cuyos miembros pueden ser identificados e individualizados y que, por el hecho de formar parte de dicha comunidad, todos sus integrantes se encuentran en una situación de igual riesgo de sufrir actos de agresión en su integridad personal y su vida» (Resolución de la Corte de 24 de noviembre de 2000) y, en esta misma resolución, se acuerda «Requerir al Estado de Colombia que amplíe, sin dilación, las medidas que sean necesarias para proteger la vida e integridad personal de todos los demás miembros de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó. Requerir al Estado de Colombia que investigue los hechos que motivan la adopción de estas medidas provisionales con el fin de identificar a los responsables e imponerles las sanciones correspondientes, e informe sobre la situación de las personas indicadas en los puntos resolutivos anteriores. Requerir al Estado de Colombia que adopte, sin dilación, cuantas medidas sean necesarias para asegurar que las personas beneficiadas con las presentes medidas puedan seguir viviendo en su residencia habitual. Requerir al Estado de Colombia que asegure las condiciones necesarias para que las personas de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó que se hayan visto forzadas a desplazarse a otras zonas del país, regresen a sus hogares. Requerir al Estado de Colombia que dé participación a los peticionarios en la planificación e implementación de las medidas y que, en general, los mantenga informados sobre el avance de las medidas dictadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.» La Corte, por tanto, ya en el año 2000, reconoce que los miembros de la Comunidad, por este solo hecho, se encuentran en situación de grave riesgo para su vida y su integridad personal y resuelve no sólo requerir la adopción por parte de Estado Colombiano de distintas medidas de protección de la vida y la integridad física, para asegurar la permanencia de los miembros de la Comunidad de Paz en sus lugares de residencia o el regreso a los mismos, sino que, además, y este pronunciamiento resulta ahora especialmente relevante a la vista de la situación producida en el mes de abril de 2005, acuerda requerir al Estado para que dé participación a los peticionarios (miembros de la comunidad de paz) en la planificación e implementación de las medidas, medidas que no pueden ser otras que las que se adopten para cumplir con el resto de requerimientos dirigidos a garantizar la seguridad de los miembros de la comunidad de paz. Podría concluirse, por tanto, que la decisión de instalar a miembros de la Policía Nacional en la población de San José de Apartadó, adoptada de forma unilateral por parte del Estado colombiano pocas semanas después de las masacres de febrero de 2005, pudiera constituir un incumplimiento de lo dispuesto por la Corte Interamericana de DDHH en su Resolución de 24 de noviembre de 2000, disposición que ha sido reiterada en las resoluciones posteriores, dictadas en fechas 18 de junio de 2002, 17 de noviembre de 2004, 15 de marzo de 2005 y la más reciente de 2 de febrero de 2006. Posteriormente será necesario entrar a analizar con más detalle las cuestiones que pueden derivar de estas resoluciones, así como la evolución de los procesos de negociación que, durante largo tiempo, se han desarrollado entre la comunidad de paz y representantes del Gobierno de Colombia y sus distintas instituciones con relación y competencia en las situaciones de vulneración de los derechos humanos y en los graves crímenes sufridos por los miembros de la Comunidad, pero baste por ahora concluir con la constatación, percibida con claridad durante nuestra instancia en San Josesito de que los miembros de la Comunidad han interiorizado el establecimiento de las fuerzas de la Policía Nacional en San José de Apartadó como una nueva agresión, a sumar a las tan graves agresiones consumadas pocas semanas antes, como el establecimiento de los victimarios junto a sus víctimas, como el fracaso de todas las conversaciones anteriores y como un incumplimiento de las resoluciones de la Corte Interamericana de DDHH. 5.2. Los hechos de noviembre de 2005. La muerte de Arlen Salas David y heridas de Hernán Goez. «El 17 de noviembre a las 10:30 de la mañana en la vereda de Arenas Altas se encontraba Arlen Salas con otros seis miembros de la comunidad desyerbando maíz. Al verlos, el ejército les dispara varias ráfagas de fusil y luego les lanza una granada que cae junto a Arlen quien resulta herido. El ejército sigue disparando mientras los compañeros de Arlen tratan de ayudarlo pero las ráfagas hacen que tengan que refugiarse detrás de los árboles. Cuando cesan los disparos, se acercan nuevamente a Arlen pero lo encuentran ya muerto. Algunos de los que estaban junto a Arlen van avisar a San Josesito sobre lo sucedido hacia las 13 horas. Enseguida se conforma un grupo de personas de la comunidad que sale con acompañamiento 23 internacional; de igual forma de La Unión sale un grupo de personas de la comunidad hacia Arenas Altas. Hacia las 5 de la tarde los dos grupos se encuentran en Arenas Altas, en la finca de Rodrigo Rodríguez, con el ejército. A estas personas de la comunidad, el ejército los hace entrar a una casa y comienza a decirles que eran guerrilleros, que ellos sólo han herido a guerrilleros, hacen tiros al aire y les dicen que los van a matar, que la comunidad es guerrillera y que la van a acabar. La mayoría de los militares tenía dos fusiles: uno con el que siempre andan y el otro con que se han visto a los paramilitares. Enseguida un grupo del ejército comienza a disparar contra el caserío de Arenas Altas y las familias tienen que salir de las casas a esconderse. Varios de los impactos dan en las casas. El ejército también dispara contra la escuela donde se encontraba el profesor con varios niños. La tropa dice que desde la escuela les están disparando pero el profesor les confronta diciendo que era totalmente falso, que él estaba con los niños tirado en el suelo mientras les disparaba el ejército. En los disparos que hacen contra el caserío de Arenas Altas es herido Hernán Goez, miembro de la comunidad. La delegación de la comunidad llega con el defensor comunitario hacia las 6:30 de la tarde donde se encontraba el cuerpo de Arlen y lo traen a San Josesito. Delante del defensor se recogieron los restos de la granada». La versión que acabamos de transcribir es la expuesta por la comunidad de paz en Internet14. Con relación a estos hechos también tuvimos la oportunidad de escuchar a algunos de los testigos que, al parecer, los presenciaron de forma directa. Hernán Goez proviene de la vereda de Arenas Altas. Fue testigo de la muerte de Rodrigo Arlen Salas el 17 noviembre de 2005 y resultó herido por arma de fuego en la misma fecha de la muerte de Arlen. Según relata, «el día de los hechos tenía que ir a trabajar, se levantó como a las 5.30 horas, y vio que su yegua estaba comiendo el maíz y fue a buscarla. Su mujer le preparó el desayuno. Se fue para donde estaba su trabajo, y se fueron juntando un grupo de trabajadores. Iban a limpiar un campo de maíz. Comenzaron a trabajar en el maizal sobre las ocho de la mañana. Oyeron unos disparos pero al principio no hicieron caso, siguieron trabajando; poco después sonaban disparos por todas partes y se refugiaron de la balacera en un filo (ladera). El les decía a sus compañeros que no subieran, que no se movieran, que esa gente que disparaba los mataba. Algunos se subieron a ver más. 14 La versión completa puede consultarse en http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=199 y otras visiones sobre los mismos hechos en http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=201 Rodrigo (Arlen) Salas asomó la cabeza y le lanzaron una bomba, sintieron la explosión y cayó tierra en el ala de su sombrero. Vio a Rodrigo (Arlen) Salas salir volando, cabeza abajo y herido. Como estaba con convulsiones, sus compañeros de trabajo querían ir a recogerle, pero él les dijo que no lo hicieran, que iban a ser descubiertos, que si se amontonaban les iban a tirar otra bomba. Lo dejaron allí al herido y se fueron por un caño, resguardados por el filo, para que no les vieran. Pasaron al camino y se subieron por el rastrojo hasta la cacahuetera de Simón Goez. Siguieron hasta la casa de la hermana del declarante Mirce Goez. Seguían cayendo balas hasta que subió un helicóptero y se calmó. Él se quedó en la casa de Mirce junto con otros cuatro trabajadores. La gente que les había disparado dio la vuelta y les alcanzaron en la casa de Mirce y comenzaron a disparar contra la casa. Al sentir la plomiza se tiraron al suelo pero les cogieron a plano en la casa de Mirce. Fue allí donde sintió un quemorazo en la espalda y que le habían herido. Les dijo a sus compañeros que se volaran, que le habían dado. Desde la casa dio un salto a un caño y escuchó a la hija de Mirce diciendo “dieron a Nando” ya que pudo ver su camisa llena de sangre. Bajó por el caño para salir hasta la escuela de Arenas Altas y subió quebrada arriba. Se encontró allí con Mirce y otra señora llamada Norma, que iban huyendo, corriendo por una quebrada hasta resguardarse tras una piedra grande. Allí se quedaron con mucho miedo. Fueron después a la Escuela y se quedaron allí hasta que subió gente de la comunidad de paz de San José de la vereda de La Unión y fueron a recoger a Rodrigo (Arlen) Salas y le trasladaron a él al Hospital. La Fiscalía fue a interrogarle al Hospital y cree que recogieron la bala y que se la quedaron, él no sabe donde está. El Ejército reconoce que dispararon pero lo justifica diciendo que anteriormente a ellos les habían disparado desde la escuela de Arenas Altas. Al parecer había habido un enfrentamiento anterior con la guerrilla en Los Mandarinos, a una hora de camino de Arenas Altas». Además, y con relación a otros hechos, manifestó que su hermano, «Darío Goez, vivía con una viejita a la que llaman “Heroína” y el día 9 de abril de 1998 los militares se acercaron a Arenas Bajas, cuando él estaba fuera de la casa, con otra gente, y los militares le dieron un tiro en el pie a Darío, que cayó herido al suelo. La viejita y su hermano se quedaron allí. Ella les rogó que le dejaran llevarlo al Hospital, que ellos o sus familiares lo llevarían, pero al resto de los familiares y personas les obligaron a irse del lugar y a Darío lo llevaron junto a un cañito y allí le acabaron de matar. Cuando regresaron el cuerpo no se encontraba, lo habían llevado con un 24 helicóptero hasta Turbo, donde lo vistieron de guerrillero, lo “legalizaron”, antes de entregarlo a los familiares. El denunciante vive actualmente en Arenas Altas y desde noviembre de 2005 no ha tenido otros incidentes con el Ejército. Cuando ocurrieron los hechos de noviembre el Ejército entró en su casa, que se encontraba sola, y cuando regresaron faltaban una radio y unos huevos». También con relación a estos mismos hechos se nos narraron las vivencias de varios miembros de la comunidad, vivencias del momento en que se produjeron y también de cuando acudieron al lugar. El primero de los testigos es un hombre adulto, que declara haber estado junto con Hernando Goez y Rodrigo (Arlen) Salas, el día 17 de noviembre de 2005, formando parte del grupo de trabajadores que habían acudido a limpiar un maizal: «Los que dispararon, les estaban viendo, cayó una granada que alcanzó a Rodrigo (Arlen) Salas. Ellos no tenían nada que ver con las balas, solo se refugiaron y corrieron. Había aparatos volando, gente por la tierra. Él se refugió dentro de la escuela de Arenas Altas y Hernán Goez se quedó en casa de su hermana. En la escuela no había nadie que disparara contra los militares, solo civiles allí refugiados, maestros y niños, unos veinte niños, que estaban en clase ya que estos hechos ocurrieron entre las 10,30 y las 11 de la mañana. Por la hora que era el Ejército tenía que saber que en la escuela estaban los niños y pese a ello dispararon, sabiendo que había niños dentro. Después, cuando se calmaron los disparos, fueron a San Josesito y formaron una comisión de la Comunidad de Paz para buscar a Rodrigo (Arlen) Salas. Les acompañaba Yolanda, maestra española en la Comunidad de Paz, y Rubén Darío, de la Defensoría del Pueblo. Durante el camino escucharon sonar disparos. Continúa diciendo que desde el 17 de noviembre no han vuelto a tener otros problemas y que no lo han citado para nada. La noche anterior a esta declaración el Ejército ha estado por la zona, pero no han entrado en las casas. Que ha visto los rastros del Ejército. Que no les han citado de Fiscalía con relación a estos hechos». Gildardo Tuberquia, uno de los miembros del Consejo de la comunidad de paz, nos relata lo sucedido cuando miembros de la comunidad acudieron al lugar de los hechos pensando encontrar herido a Arlen Salas: «antes de llegar al lugar de los hechos, a unos cincuenta metros, el Ejército les rodeó, les llamaron guerrilleros y les dijeron que no fueran a correr, les hicieron tirarse al suelo y tirar los machetes que llevan siempre. Les dijeron que no había heridos e hicieron varios disparos intimidatorios que no alcanzaron a ninguno de los miembros de la comisión. Un soldado sacó del grupo a un muchacho de La Unión. R., uno de los líderes de la comunidad de paz, les dijo entonces que llevaban acompañamiento internacional, Yolanda, la maestra de la comunidad de paz, y que más atrás estaba la Defensoría del Pueblo, y entonces los soldados se hicieron señas de que no se podía hacer nada. Los soldados llevaban el cadáver de una guerrillera y la mayor parte de ellos llevaban dos armas. Con las tropas estaba Apolinar Guerra, un reinsertado, antiguo guerrillero torturado por el Ejército en el año 2004, que iba vestido de uniforme, con armas y con instrumentos de comunicación modernos. Los metieron en casa de Rodrigo Rodríguez, hasta que el Ejército pasó con el cadáver y abandonaron el lugar, momento en que salieron y pudieron continuar su camino y sobre las 18.30 horas llegaron al lugar y comprobaron que Rodrigo (Arlen) Salas estaba muerto, habiendo encontrado también otra persona herida, Hernando Goez y, en las casas de la vereda, agujeros producidos por las balas. Rubén Darío, de la Defensoría, les dijo que había que esperar a Fiscalía para levantar el cadáver de Rodrigo, pero los miembros de la comisión de la comunidad de paz se negaron a esperar y fueron hasta el campo de maíz y lo sacaron. Encontraron la cola de la granada y se entregó en la Procuraduría de Apartadó, que creen que abrió una investigación sobre el caso de carácter disciplinario y también sobre la masacre de febrero de 2005». Por último, y también como testigo presencial de, al menos, una parte de estos hechos, una mujer adulta residente en Arenas Altas, frente a la Escuela declaró que «estaban en su casa, tres familias juntas, cuando escucharon disparos procedentes de las afueras de la vereda y también tres explosiones. Estando en la casa, llegaron los soldados y comenzaron a disparar contra las viviendas y la escuela, también vieron como dispararon a la casa donde estaba Hernando Goez. La casa de la declarante y, al menos, otra, recibieron impactos de bala. Su casa fue dañada en el tejado, hicieron dos agujeros en la plancha de cinc y también dañaron el tejado de la otra vivienda. A las dos de la tarde se fueron por que vieron una salida. Cuando murió Rodrigo estaban once personas limpiando el maíz. Rodrigo era el coordinador de la zona humanitaria, se dedicaba tan solo a trabajar y a coordinar la ayuda humanitaria, llevaba cinco años residiendo en la vereda. También el Ejército conocía que era el coordinador de la ayuda humanitaria. El Ejército no le ha reparado el tejado. La Fiscalía estuvo allí pero no habó ni con ella ni con las personas que se encontraban en su casa por que no estaban en la vereda cuando llegó la Fiscalía. Sigue viviendo en su casa y el Ejército no le ha 25 molestado desde entonces. Los soldados siempre están por la zona, esta misma noche el Ejército ha realizado movimientos por la zona. Con el Ejército siempre andan los llamados “paras”». Con relación a estos hechos, que tuvieron tan graves consecuencias, no fuimos informados de que se estuviera realizando investigación penal alguna, ni tampoco de que existieran procedimientos abiertos siquiera para obtener una posible reparación por los perjuicios sufridos por las víctimas como consecuencia de hechos que pudieron, en su caso, haber sido realizados por error por miembros del Ejército. El tratamiento informativo de este caso por parte del Ejército, parece dirigirse nuevamente, como en otras ocasiones anteriores, a excluir responsabilidades de cualquier tipo más que a contribuir, con las encuestas internas que pudieran resultar necesarias a un esclarecimiento de los mismos15 . La investigación penal, a tenor de los vestigios existentes (la bala extraída al herido, los restos que pudieron encontrarse en el lugar de los hechos), parece, en principio, que podría establecer, de forma rápida y no excesivamente compleja, si las armas utilizadas en los hechos en los que murió Arlen Salas y en los que resultó herido Hernán Goez pertenecen al Ejército Colombiano. 5.3. Controles en el retén de la Policía en «El Mangolo», en la salida de Apartadó a San José de Apartadó. Como pudimos comprobar cada uno de los días en que nos trasladamos desde Apartadó hasta San Josesito y San José de Apartadó, en las afueras de Apartadó, prácticamente en el comienzo del azaroso camino que sube hasta San José, se encuentra establecido un puesto de la Policía Nacional, con un número variable de integrantes, entre ocho y diez creímos contar, que tienen como misión controlar la identidad y demás datos personales de todos los que transitan por esa vía únicamente apta para las “chivas” o los caminantes. Cada vez que, de camino a San José o de regreso a Apartadó, ya fuéramos acompañados del miembro de la Defensoría y en vehículo con identificación de la Defensoría del Pueblo de Colombia o ya estuviéramos dentro de una “chiva” cruzábamos por el puesto policial, el vehículo debía detenerse, y dos policías con uniforme de campaña y armas largas se acercaban al mismo y nos solicitaban la documentación. Un policía permanecía junto al vehículo y el otro se retiraba con la documentación, hacia un toldillo donde, al parecer, y por lo que pudimos observar, realizaban 15 En el segundo párrafo del texto de la siguiente página se hace referencia a dicho tratamiento: http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=201 anotaciones en un libro, suponemos que de los datos de nuestra documentación personal, en la que figura nombre, filiación y domicilio. También nos preguntaban directamente, cuando el trayecto era de Apartadó a San José, cual era nuestro destino, la finalidad de nuestro traslado a San José de Apartadó, nuestra profesión, la finalidad de nuestra estancia en Colombia. Debemos recalcar que, en todo momento, fuimos tratados con educación y cortesía, aun cuando no dejó de sorprendernos un control tan estricto y, especialmente, que se realizaran anotaciones cuyo contenido exacto desconocemos. Este control se extiende, al parecer, a todas las personas que circulan por ese lugar, incluso con independencia de que trabajen para otras instituciones del Estado Colombiano, como comprobamos en las ocasiones en la que nos acompañaba el delegado de la Defensoría del Pueblo. Miembros de la Comunidad vienen sosteniendo que esta actuación carece de soporte legal alguno. Planteamos la cuestión al Coronel Jefe de la Policía, D. Diego León Caicedo que nos contestó, a tenor de las notas que tras la entrevista transcribimos, que el control policial de identidad que se realiza a la entrada del camino que sube a San José de Apartadó tiene por finalidad comprobar los antecedentes de las personas que circulan por allí, para verificar si alguna persona está reclamada, ya que es el acceso a zona con presencia guerrillera, no tiene por finalidad controlar los desplazamientos de personas, aunque se hacen anotaciones en un libro, previo control de sus documentos, ya que no tienen mecanizado el sistema de control de identidad, como esperan que pueda ser en el futuro. Sostuvo que no se vigilan los desplazamientos de personas, que en Colombia la Constitución garantiza el derecho a la libertad de movimientos de las personas y que el registro tiene como finalidad la seguridad de las personas que se desplazan a San José y luego regresan a Apartadó, si bien el registro no está fundado en norma legal o reglamentaria alguna en vigor. También reconoció que en ese puesto se realiza el control de los alimentos y mercancías que suben hacia San José de Apartadó y que ese control es necesario, importante, para tener información sobre la guerrilla. Los argumentos de los miembros de la Comunidad los fundamentan en el contenido de la sentencia de la Corte Constitucional de 26 de noviembre de 2002, C-1024. La sentencia mencionada resuelve diversas demandas de Control de Constitucionalidad del Decreto Legislativo No. 2002 de 2002 de 9 de septiembre «Por el cual se adoptan medidas para el control 26 del orden público y se definen las zonas de rehabilitación y consolidación». En el Considerando del Decreto Legislativo mencionado se cita, en primer lugar, el Decreto 1837 del 11 de agosto de 2002 que declaró el estado de conmoción interior en todo el territorio nacional y se afirma que, en las actuales circunstancias de alteración de orden público, las autoridades deben adoptar las medidas estipuladas en el art. 38 de la Ley 137 de 1994, Estatutaria de los Estados de Excepción, como, entre otras, la restricción a la libertad de circulación de las personas y vehículos. En ese sentido, y dentro del Capítulo II del Decreto Legislativo, se establecen las Zonas de Rehabilitación y Consolidación, como «áreas geográficas afectadas por acciones de grupos criminales en donde, con el fin de garantizar la estabilidad institucional, restablecer el orden constitucional, la integridad del territorio nacional y la protección de la población civil, resulte necesaria la aplicación de una o más de las medidas excepcionales de que tratan los siguientes artículos, sin perjuicio de la aplicación de las demás medidas dictadas con base en la conmoción interior», y, dentro de esas medidas, se recoge en el art. 17 las atribuciones en materia de información, estableciéndose que «el Comandante Militar de la Zona de Rehabilitación y Consolidación, queda facultado para recoge, verificar, conservar y clasificar la información acerca del lugar de residencia y de la ocupación habitual de los residentes y de las personas que transiten o ingresen a la misma, de las armas, explosivos, accesorios, municiones y de los equipos de telecomunicaciones que se encuentren dentro de dichas áreas; así como de los vehículos y de los medios de transporte terrestre, fluvial, marítimo y aéreo que circulen o presten sus servicios por ellas en forma regular u ocasional». La Corte Constitucional, en la sentencia C-1024, resolvió en el apartado décimo segundo del fallo: «Declarase inexequible la expresión “del lugar de residencia y de la ocupación habitual y de los residentes y de las personas que transiten o ingresen a la misma”. La norma vigente, por tanto, recoge que «el Comandante Militar de la Zona de Rehabilitación y Consolidación, queda facultado para recoger, verificar, conservar y clasificar la información acerca de las armas, explosivos, accesorios, municiones y de los equipos de telecomunicaciones que se encuentren dentro de dichas áreas; así como de los vehículos y de los medios de transporte terrestre, fluvial, marítimo y aéreo que circulen o presten sus servicios por ellas en forma regular u ocasional». Creemos que no nos una valoración jurídica consecuencias y del alcance de la Corte Constitucional corresponde realizar de las efectivas del pronunciamiento que acabamos de mencionar. Es evidente que carecemos de los conocimientos necesarios del ordenamiento jurídico colombiano. Por eso, únicamente referir, en el presente informe, tanto las circunstancias que, de forma personal, hemos vivido en el retén policial de «El Mangolo» como la situación de la norma que, al parecer, se encuentra actualmente vigente en Colombia, y, en concreto, en la zona de San José de Apartadó tal y como ha sido interpretada y declarada por la Corte Constitucional de Colombia. Los miembros de la Comunidad, o, al menos, una parte de los mismos, parecen decididos a reclamar en el mismo retén de la Policía Nacional que se apliquen las normas vigentes en los términos que consideran establecidos por la sentencia de la Corte Constitucional C-1024. Ante esta situación, y la subsistencia del retén con las exigencias y en los términos que antes hemos descrito, con posterioridad a nuestra estancia parece que han comenzado a producirse incidentes graves. Así, en la página web de la comunidad de paz se relata la detención de Gildardo Tuberquia, miembro del Consejo Interno de la comunidad, que se produjo el día 21 de marzo de 2006 en el retén y que, al parecer, se había negado en esa fecha, a facilitar a los policías encargados del mismo otros datos que los relativos a su identificación legal, considerando que actuaba al amparo de lo dispuesto por la Corte Constitucional. Afortunadamente, la detención finalizó con rapidez, y fue puesto en libertad a las pocas horas. Más datos sobre este incidente pueden consultarse en la página web de la comunidad de paz16 . 5.4. Otras agresiones contra miembros de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó en los últimos meses. No podemos dar por concluido este apartado sin hacer referencia a otros hechos que, si bien no han sido objeto directamente de nuestra atención en los días en que permanecimos en San José de Apartadó, sí que hemos podido conocer a través de las conversaciones y comentarios que mantuvimos durante el viaje, y también, una vez finalizado, por medio de la información proporcionada por la comunidad de paz en su página en Internet. Solo a modo de simple recordatorio y por citar únicamente los hechos de mayor gravedad: detenciones con posterior liberación de dos 16 Los enlaces a la información sobre este incidente son los siguientes: http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=224 y http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=228 27 personas el día 30-06-05; disparos, realizados al parecer por miembros del Ejército, por encima del poblado de San Josesito en los últimos días de junio de 2005, allanamientos de dos viviendas, al parecer por soldados del Ejército acompañados por una persona civil el día 26-07-05; asesinato, el día 13-08-05, de Carlos López en las proximidades de San José de Apartadó, posiblemente realizado por miembros de la guerrilla; asesinato, el día 15-09-05, de Ángela Correa, atribuido a miembros de la guerrilla; amenazas a dos miembros de la comunidad de paz en Apartadó por dos hombres armados; allanamiento de viviendas y amenazas a pobladores atribuidas a miembros del Ejército en la vereda de Arenas Altas el 31-10-05; detenciones de dos miembros de la Comunidad de Paz los días 23-12-05 y 8-01-06, realizadas al parecer por miembros de la Policía, siendo posteriormente puestos en libertad; asesinato de Edilberto Vásquez Cardona, miembro de la Comunidad, en Arenas Altas, atribuido a miembros del Ejército; allanamiento de dos viviendas y detenciones, que se atribuyen a miembros del Ejército, el día 13-02-06; desaparición de Nelly Johana Durango, miembro de la comunidad de paz, que es sacada de su vivienda, al parecer por miembros del Ejército, el día 4-03-06 y cuyo cuerpo es finalmente identificado el día 15-03-06 en la morgue de Tierra Alta, Departamento de Córdoba, donde figuraba como una guerrillera no identificada dada de baja por el Ejército; nuevas detenciones de miembros de la comunidad y amenazas contra personas identificadas de la comunidad en los meses de marzo y abril de 2006. La situación en la que viven los miembros de la comunidad de paz es, por lo expuesto, de continuas agresiones. La presencia de miembros de la Policía Nacional en San José de Apartadó, a tenor de las denuncias que se efectúan, no parece haber producido una sustancial mejora de la seguridad de los pobladores de la zona pese a las declaraciones oficiales al respecto17. 6. La respuesta de la Comunidad de Paz frente a las agresiones. Ejercicio de acciones y peticiones ante organismos nacionales e internacionales. La situación actual. Desde la formal constitución en comunidad de paz, y ante el gran número de agresiones sufridas por sus miembros por parte, según manifiestan, de los distintos actores armados, su 17 Todos estos hechos y otros que no han quedado reflejados, pueden consultarse en la página de la Comunidad: http://www.cdpsanjose.org/rubrique.php3?id_rubrique=6. actuación estuvo dirigida, tal y como se expone en los documentos a los que hemos tenido acceso, a solicitar seguridad y garantías de protección de sus derechos fundamentales como ciudadanos por parte del Estado colombiano, y a exigir el castigo, dentro del debido proceso penal, de las personas que pudieran resultar criminalmente responsables de las diversas agresiones de que han sido víctimas. Los ámbitos ante los que ha actuado la comunidad de paz, por sí o por medio de personas y Organizaciones no Gubernamentales que les prestan colaboración y apoyo, han sido tanto instancias del propio Estado colombiano como instancias internacionales, pero partiendo siempre del respeto por las normas jurídicas, actuando dentro de las distintas posibilidades que las normas les ofrecían, intentando utilizar las más adecuadas a las distintas situaciones que se les iban presentando. Así, y en el ámbito interno, la comunidad de paz, como entidad con personalidad jurídica propia y por medio de sus representantes y apoderados designados, ha interpuesto denuncias ante las autoridades judiciales colombianas, la Fiscalía Nacional, y ha intentado, en tanto le ha sido posible o lo han considerado necesario, participar como parte en los procesos penales abiertos sobre los que más adelante nos extenderemos, ha presentado derechos de petición ante altas autoridades del Estado, de ellos trece ante el Sr. Presidente de la República, y también ante autoridades militares con competencias en la zona, ha presentado denuncias ante la Procuraduría General de la Nación, acciones de tutela ante Tribunales Ordinarios y ha avocado las mismas ante la Corte Constitucional, ha propiciado la constitución de comisiones especiales de investigación con relación a la actuación de la Administración de Justicia en el caso de San José de Apartadó y participado en ellas, ha entablado negociaciones con autoridades gubernativas para el establecimiento de medidas de seguridad en el núcleo de San José de Apartadó y en las “veredas”, para solicitar la designación de funcionarios de la Defensoría del Pueblo en el corregimiento de San José de Apartadó, han acudido personas que les acompañan a comparecencias parlamentarias en Colombia, y han acudido también a instituciones internacionales, ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos en solicitud de establecimiento por parte del Estado, a la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, e incluso parlamentarios colombianos han presentado los hechos ante la Corte Penal 28 Internacional y a ella se han dirigido también copias de derechos de petición y otros escritos presentados ante las más altas autoridades de Colombia. Resulta complejo sistematizar todas estas actuaciones. Intentaremos analizar paso a paso, capa a capa, cada una de ellas, conforme a las informaciones recibidas y a los datos que aparecen en los documentos utilizados durante la realización del informe, así como, en lo que conocemos, cual ha sido la actuación de las distintas instituciones y en que situación se encuentran los distintos procedimientos o actuaciones que vienen realizándose. 6.1. Fiscalía General de la Nación. Unidad de Derechos Humanos. Otras Unidades de la Fiscalía. Por la información recibida, tanto en la comunidad de paz como en nuestra entrevista con la Fiscal encargada de la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía General de Colombia18, los procedimientos abiertos tanto en la Fiscalía de Apartadó como en la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía con relación a hechos de los que han sido víctimas personas integrantes de la comunidad son muy numerosos. Se nos detallaron diversos problemas que habían dificultado las investigaciones, como la existencia de cuestiones de competencia entre la Fiscalía y la Jurisdicción Militar, cuestión que, en su opinión, había sido superada con reformas legales realizadas en los últimos tiempos, y problemas de falta de personal suficiente para el volumen de trabajo que asume la Unidad, tanto en la Fiscalía en Apartadó como en la Unidad especializada en Derechos Humanos y en las unidades desplazadas de Fiscales pertenecientes a esta Unidad y que actúan en el territorio en el que se producen los hechos a investigar. Otra de las causas a la que se atribuye la paralización o, directamente, el fracaso de los procedimientos abiertos, es la falta de colaboración de los testigos miembros de la comunidad. En el momento de nuestra visita a San José de Apartadó pudimos comprobar, y así lo hemos reflejado, que los miembros de la comunidad habían adoptado, tras las masacres de febrero de 2005, la decisión de no declarar como testigos en los procedimientos penales. Justifican esta decisión tanto en el fracaso de los procedimientos penales en los que han comparecido como denunciantes o testigos, que, en ninguno de los casos han terminado con declaración de responsabilidad penal como, además, en las experiencias vividas años atrás, en 18 Entrevista mantenida con la Dra. Marisol Palacios en la sede de la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía General, en Bogotá, el día 8 de febrero de 2006. las que testigos que habían prestado declaración en procesos abiertos como consecuencias de hechos muy graves (a modo de ejemplo, masacre de La Unión de 8 de julio de 2000, en la que fueron asesinados seis miembros de la comunidad) fueron asesinados pocos meses después de prestar su colaboración a la Administración de Justicia. En esta tesitura, el procedimiento abierto en la Fiscalía sobre la masacres de febrero de 2005 se encuentra, según nuestras informaciones, prácticamente paralizado. Al parecer, la causa principal de la paralización es la falta de declaración de los testigos pertenecientes a la comunidad y, especialmente, del testigo que, según se manifiesta y se encuentra publicado por la comunidad, presenció como a Luis Eduardo Guerra y sus familiares los detenían personas con uniformes del Ejército y armados. Este testigo se encuentra en paradero desconocido desde la fecha de los hechos y, por lo que fuimos informados, no ha podido ser citado ni localizado por la Fiscalía o por las fuerzas de seguridad ni ha prestado declaración en el proceso penal, pero no obtuvimos explicación alguna con relación a otras posibles diligencias practicadas en la investigación criminal de los hechos por parte de la Fiscalía colombiana. Más de un año después de ocurridas las masacres, no existe, según los datos, ninguna persona encausada por su posible participación en las mismas, ni tampoco resulta previsible que se realice en un futuro más o menos próximo alguna imputación. Tampoco parecen existir previsiones para la localización del testigo o para ofrecer al mismo la protección necesaria y suficiente que pudiera permitir su declaración ante las autoridades judiciales. En definitiva, la situación, en el momento de nuestra estancia es de práctica paralización de todos o la mayor parte de los procedimientos que siguen abiertos en Fiscalía con relación a los distintos hechos denunciados por la comunidad o cometidos contra sus miembros. Éstos sostienen que ninguno de los crímenes o de los actos de que han sido víctimas ha concluido con declaración de responsabilidad penal y, por lo que nos fue expuesto en la entrevista mantenida con Fiscalía, no nos cabe duda alguna de que así ha sido y así seguirá siendo, al menos en el futuro más inmediato. A modo de corolario, debemos aclarar en este punto que la Fiscalía, en la organización constitucional colombiana, forma parte de la Rama Judicial (art. 249 de la CC de 1991) y tiene garantizada su autonomía administrativa y presupuestaria, sus funciones están sujetas a los principios constitucionales y legales y, por tanto, 29 los Fiscales deben ser independientes, libres de presión por parte de cualquier otro poder público o agente externo a ella e, internamente, respecto de sus superiores jerárquicos, al menos al margen del sistema de recursos establecido legalmente. El sistema procesal penal en Colombia se encuentra en transición desde un sistema formalmente “mixto” que aun se encuentra vigente en parte del país, entre otros lugares en la zona en que está establecida la comunidad de paz, y un sistema “acusatorio puro”, con etapas de investigación y juicio formalmente separadas. En el sistema que denominaremos “mixto” el Fiscal dirige la investigación criminal, y puede adoptar medidas de aseguramiento y tomar otras decisiones sustantivas y, además, dirige la Policía Judicial, circunstancias todas ellas que ponen de relieve la necesidad de plenas garantías de independencia, tanto externa como interna, para garantizar el ejercicio legítimo e íntegro, no solo formalmente cubierto por la ley, de sus funciones19, y para que puedan existir posibilidades reales de cumplimiento de sus funciones. 6.2. Procuraduría General de la Nación. Procuraduría Delegada para la prevención en materia de derechos humanos y asuntos étnicos y otras unidades de la Procuraduría. La Procuraduría General de la Nación, tiene constitucionalmente atribuidas tres funciones (art. 277 CC): vigilar el cumplimiento de la Constitución, las leyes, las decisiones judiciales y los actos administrativos, proteger los derechos humanos y asegurar su efectividad, con el auxilio del Defensor del Pueblo, y defender los intereses colectivos, en especial el medio ambiente, así como defender los intereses de la sociedad, y ejercer la vigilancia superior de la conducta oficial de quienes desempeñen funciones públicas, inclusive las de elección popular, ejercer el poder disciplinario, e intervenir en los procesos y ante las autoridades judiciales o administrativas, cuando sea necesario en defensa del orden jurídico, del patrimonio público o de los derechos fundamentales. El papel, por tanto, que la institución está exigida a cumplir en virtud de los imperativos constitucionales, es de una gran trascendencia, especialmente en los ámbitos de protección de los derechos humanos y aseguramiento de su efectividad así como en el ejercicio las competencias disciplinarias, la vigilancia de la conducta oficial de las personas que desempeñen funciones públicas. 19 Con relación a la organización del sistema de justicia penal en Colombia, resulta de interés consultar el Capítulo 7, «Cuidar a la gente: seguridad ciudadana y justicia» del informe del PNUD «El Conflicto, Callejón con salida», del año 2003, accesible en: http://indh.pnud.org.co/informe2003_.plx?pga=CO3tablaConte nido&f=1142946518 En la entrevista que mantuvimos con la Dra. Dña. Patricia Linares Prieto, Procuradora Delegada para la prevención en materia de Derechos Humanos y Asuntos Étnicos20, se puso de manifiesto la profunda preocupación existente en la Procuraduría con relación a los múltiples hechos de violencia y los graves ataques a los derechos humanos que se vienen produciendo desde hace años en San José de Apartadó, tanto antes de la constitución de la comunidad de paz como con posterioridad a la misma. La Procuraduría, según se nos informó, «hace seguimiento de las medidas provisionales (ordenadas por la Corte Interamericana de DDHH) participando en comisiones interinstitucionales y reuniéndose con las autoridades civiles, militares y de policía para vigilar los proyectos de inversión social en este corregimiento (de San José de Apartadó) y verificar la implementación de medidas eficaces de protección y de seguridad para sus habitantes. En el ejercicio de la vigilancia especial, realiza seguimiento al fallo de tutela T327-04, a través de reuniones con la comunidad y requerimientos a la fuerza pública para conocer la situación de seguridad y protección de derechos de sus integrantes». Otras actuaciones trascendentes de la Procuraduría han sido visitas y reuniones posteriores a los hechos de febrero de 2005 con miembros de la mesa directiva (de la comunidad) y visitas al corregimiento de San José de Apartadó, así como insistir ante el personal militar de la Brigada 17 sobre el trato especial que deben recibir los miembros de comunidad, que toda actuación que tenga que ver con algún miembro de la comunidad debe ser informada inmediatamente a la Provincial de Apartadó (de la Procuraduría) y proceder a poner los hechos en conocimiento de la Procuraduría General de la Nación en Bogotá. De forma complementaria debemos hacer constar que el Sr. Procurador General de la Nación dictó dos Directivas, números 08 y 09, en el año 2005, motivadas por el especial deterioro de la situación de orden público en la zona de San José de Apartadó, con violaciones graves a los derechos humanos, dirigidas a orientar la actuación de los funcionarios públicos en la zona, directivas que son vinculantes para los mismos y que, de no ser acatadas, pueden dar lugar a responsabilidad disciplinaria. Se han emitido también desde la Procuraduría y con destino a la Fuerza Pública disposiciones en materia de seguridad y protección y se dispuso que el Comité 20 Entrevista mantenida en la Sede de la Procuraduría General, en Bogotá, el día 9 de febrero de 2006. 30 Interinstitucional de Alertas Tempranas (CIAT) debía presentar en informe detallado, la respuesta de la fuerza pública a todos los informes de riesgos y alertas lanzadas sobre distintas zonas, que incluyen Apartadó, desde abril de 2002, si bien se reconoce que, pese a la existencia de alertas, la Fuerza Pública no ha podido garantizar la seguridad en las zonas. La Procuraduría consideró que han existido fallas como el retraso en la valoración de los informes de riesgo, la desestimación de riesgos considerados altos por la Defensoría, falta de actualización periódica del seguimiento de alertas, lo que cuestiona la efectividad del sistema CIAT. Con relación a comunidad de paz se cita el informe de riesgo 078 de noviembre de 2004, precalificado de riesgo alto por la Defensoría del Pueblo, en el que el CIAT no determinó la activación de la Alerta Temprana, lo que motivó que el Sr. Procurador General considerara no acatada la directiva y requiriese a los Ministros de Defensa, Interior y Justicia y al Comandante de las Fuerzas Militares para dar inmediato cumplimiento y respuesta concreta. También se nos informa de que se dictaron directrices para eliminar los controles al transporte de alimentos en la zona, y requerimientos a la Administración para garantizar la educación de las poblaciones desplazadas de la zona. Con relación a las directivas 08 y 09 de 2005, no recibimos datos con relación sobre la posible apertura de algún expediente disciplinario como consecuencia de incumplimientos de las mismas. La actuación de la Procuraduría con relación a la investigación de las masacres sucedidas en febrero de 2005 fue resumida en el documento que nos fue entregado durante la visita: «El 23 de febrero de 2005, el Gobierno Nacional solicitó a la Fiscalía General de la Nación y a la Procuraduría General de la Nación, que acudieran de manera inmediata al lugar de los hechos para realizar las correspondientes investigaciones. Se conformó una comisión judicial integrada por Fiscales de la Unidad Nacional de Derechos Humanos, Técnicos del CTI y un Procurador. La comisión informó que la comunidad de paz no colaboró con los investigadores y que fue unánime la negativa de los presuntos testigos a rendir declaraciones ante los cuerpos encargados de administrar justicia. Una representante de la comunidad manifestó que no hablarían hasta tanto no se llevaran a cabo las sesiones de la Corte Interamericana de DDHH el 14 de marzo de 2005 en Costa Rica. Anunciaron que en dicho escenario presentarían testigos y evidencias. No obstante, ningún testigo ni evidencia se presentó ante la Corte Interamericana de DDHH. Ante la negativa de la comunidad de colaborar con las autoridades judiciales la comisión decidió regresar, siendo atacada en el camino por un grupo armado ilegal con un artefacto explosivo. Se sostuvieron combates para proteger los funcionarios judiciales. Dicho atentado dejó varios policías heridos y un policía muerto. Las comisiones judiciales se han trasladado en distintas oportunidades a la zona con el objeto de realizar las diligencias respectivas. A finales de 2005 una nueva comisión fue integrada. Es importante registrar que este caso se incluyó en el Comité Especial de Impulso a las Investigaciones de Violaciones de los Derechos Humanos (creado por Decreto 2429 de 1998, conformado por el Vicepresidente de la República, Ministro del Interior y de Justicia, Fiscal General de la Nación, Procurador General de la Nación y el Director del Programa Presidencial para los Derechos Humanos y la participación de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos como invitado permanente), que tiene entre sus funciones impulsar diligencias relacionadas con violaciones de derechos humanos, vigilar y controlar el desarrollo de esas investigaciones, coordinar e impulsar el desarrollo de esas investigaciones a través de una colaboración armónica e informar los resultados de esas gestiones. La Procuraduría General de la Nación, a través de la Unidad Nacional de Investigaciones Especiales, adelanta en la actualidad una investigación por la posible participación de miembros de la fuerza pública en la masacre de varios habitantes de la vereda La Resbalosa del municipio de Apartadó los días 21 y 22 de febrero de 2005. De acuerdo con el reporte suministrado el 8 de febrero de 2006 por dicha Unidad, los presuntos testigos se han negado reiteradamente a declarar sobre los hechos ocurridos, dificultando el avance efectivo de la investigación. En la actualidad se encuentra en etapa de indagación preeliminar». En total, la Procuraduría informó de diecisiete procesos con relación a hechos sucedidos en el corregimiento de San José de Apartadó, entre 2002 y 2005. De los diecisiete, en febrero de 2006, cinco habían sido archivados, figurando en todos ellos como implicado el Ejército Nacional, cuatro habían sido remitidos por competencia a la Fiscalía General de la Nación, en los que también figuraba como posible implicado el Ejército Nacional, uno había sido remitido por competencia a la Procuraduría Regional de Antioquia, otro a la Procuraduría Delegada Moralidad Pública, un tercero remitido por competencia sin que conste a que autoridad o dependencia, y un cuarto acumulado a otro procedimiento que finalmente ya fue remitido a la 31 Fiscalía General. En suma, únicamente cuatro procedimientos parecen seguir abiertos en la Procuraduría con relación a hechos sucedidos en San José de Apartadó en el momento de nuestra visita: uno seguido ante la Procuraduría Delegada de Fuerzas Militares, por «irregularidades al hurtar catorce cabezas de ganado perteneciente a Jair Ortega de la comunidad de San José de Apartadó», que se encuentra en fase de indagación preeliminar, en el que figura como implicado el Ejército Nacional, y que fue iniciado en el año 2004 a tenor de su número, y otros tres iniciados en 2005, el primero de ellos seguido por «presunta violación directiva presidencial por cometer atropellos contra la comunidad de San José de Apartadó», en fase de estudio preeliminar de la queja, en el que figura como implicada la Policía Nacional; el segundo seguido por la muerte de Arlen Salas, hechos a los que nos hemos referido con anterioridad, en el que figura como implicado el Ejército Nacional, y que se encuentra en fase de estudio preeliminar de la queja; y, por último, y en la Unidad Nacional de Investigaciones Especiales, la investigación seguida por la «posible participación en la masacre de varios habitantes de la vereda La Resbalosa y municipio de Apartadó días 21 y 22 de febrero de 2005», en la que se encuentra implicado el Ejército Nacional y que se encuentra en fase de indagación preeliminar. También debe ponerse de relieve que la Procuraduría, conforme a sus competencias constitucionales, participa y ejercita acciones en los procesos penales abiertos ante los Tribunales y también, por tanto, en los que se siguen por los graves y distintos hechos ocurridos en la zona. En estos supuestos, la Procuraduría cumple funciones de monitoreo del estado de los procedimientos, seguimiento de los mismos, e interviene como parte en el proceso penal. Como conclusión de la entrevista y de la información recibida en la misma, pusimos de manifiesto la existencia de una evidente situación de impunidad que se está producido desde hace muchos años con relación a casos de graves violaciones de DDHH en la zona de San José de Apartadó. La gravedad de la situación y la existencia de una total impunidad es una situación que fue compartida, dado el nulo resultado de los procesos penales abiertos. Se expuso la necesidad de poner fin a esta situación agilizando los procesos penales abiertos que parecen no tener una conclusión próxima. Con relación a los distintos factores que pueden estar favoreciendo la situación de impunidad de los crímenes de lesa humanidad y contra los derechos humanos cometidos, la cuestión deberá ser abordada más adelante. Con posterioridad a nuestra estancia en Colombia hemos tenido conocimiento, a través de la página de la comunidad de paz, de la sanción impuesta por el Procurador General de la Nación a un general y un coronel del Ejército Nacional, por omisiones en su actuación respectiva, el primero de ellos, como comandante de la Brigada 17 del Ejército Nacional con sede en Carepa (Antioquia) y, el segundo, como comandante del Batallón de Ingenieros número 17 Bejarano Muñoz, durante los años 2001 y 2002, y concretamente en la seguridad que debían brindar a los habitantes de la comunidad de paz, por «no haber diseñado ni ejecutado una estrategia eficaz y oportuna para proteger a esta zona vulnerada en varias ocasiones por los grupos armados ilegales». La sanción impuesta es de noventa días de suspensión de sus cargos. El general, en la fecha de la sanción, ya se encuentra en situación de retiro.21 6.3. Defensoría. La Defensoría del Pueblo forma parte del Ministerio Público, y es una institución del Estado colombiano encargada específicamente de la promoción y divulgación de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario y de la defensa y protección de los Derechos Humanos22. Tanto la Defensoría, como la Procuraduría, que velan, cada una en su respectivo ámbito de funciones establecido en la Constitución, por el respeto y la observancia del Estado de Derecho, están llamadas a cumplir un papel fundamental en el proceso de legitimación del Estado, pero se enfrentan con importantes dificultades, la primera de ellas, de índole presupuestario, pues su participación en el total gasto del sistema de seguridad y justicia es muy limitada, apenas del 3 % del sector en el año 200423. La Defensoría tiene establecido un Sistema de Alertas Tempranas (SAT) para trabajar en la prevención y protección de los ciudadanos que pueden encontrarse en situaciones de riesgo de sufrir violaciones graves de sus derechos. El sistema de alertas funciona en coordinación con el Comité Interinstitucional de Alertas Tempranas (CIAT), integrado, como ya se anticipaba, por 21 Los entrecomillados son de la página de la Comunidad de Paz. La información completa está disponible en http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=230 22 Información sobre la Defensoría del Pueblo en http://www.defensoria.org.co/? 23 Datos obtenidos en la publicación del PNUD “El Conflicto, Callejón con salida”, año 2003, citada anteriormente (1). 32 representantes del Ministerio de Defensa, Ministerio de Interior y Justicia y Vicepresidencia de la República, que se encarga de gestionar los informes de riesgo generados por el SAT de la Defensoría del Pueblo. No obstante, esta importante función, de gran trascendencia en zonas como el corregimiento de San José de Apartadó, ha presentado disfunciones tanto por el, en ocasiones, excesivo tiempo transcurrido entre las comunicaciones de las alertas parte del SAT y la toma de decisiones por el CIAT, así como por, en otros casos, la realización de las violaciones advertidas por el SAT sin que fuera decretada la alerta por el CIAT y, al parecer, también se han producido supuestos de falta de acatamiento por parte de servidores públicos obligados a la toma de medidas de protección tras la emisión de las alertas por parte del CIAT, servidores públicos que pudieron haber omitido el cumplimiento íntegro de sus funciones, sin que se hayan producido respuestas de naturaleza disciplinaria para corregir estas situaciones24. A estos problemas también se refirió, como ya se dijo, la Procuradora Delegada para la prevención en materia de Derechos Humanos y Asuntos Étnicos. La presencia de un delegado de la Defensoría del Pueblo para el corregimiento de Apartadó, que fue solicitada por la comunidad de paz reiteradamente y que finalmente se puso en funcionamiento tras entrevistas con el Defensor del Pueblo mantenidas tras las masacres de febrero 2005, no obstante los problemas expuestos, parece estar cumpliendo con, al menos, una misión fundamental, en tanto que, desde el desplazamiento de los miembros de la comunidad de paz, parece ser la única institución colombiana con la que se mantienen relaciones fluidas y continuadas, siendo, por ello, esencial su posición para la existencia de, al menos, algún puente de diálogo, alguna vía de comunicación entre la comunidad y las instituciones y autoridades del Estado. 6.4 Comisiones «ad hoc». La continuidad, durante años, de los graves ataques sufridos por residentes en San José de Apartadó, desde años antes de la constitución de la comunidad y, tras ésta, el incremento de la violencia de toda clase contra las personas miembros de la misma y contra otros residentes en la zona, así como el completo fracaso de los órganos encargados de administrar 24 Datos del Informe Anual de 2005 de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de los derechos humanos en Colombia, que puede consultarse íntegro en http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/informes/altoco misionado/informes.php3?cod=9&cat=11 justicia y esclarecer los múltiples crímenes ocurridos, fue poniendo de manifiesto la necesidad de adoptar distintas alternativas, impulsadas por la propia comunidad de paz, para poder hacer la luz a la realidad de los hechos que estaban sucediendo ante la ciudadanía colombiana y ante la opinión pública internacional. Con anterioridad a la constitución de la comunidad de paz, una comisión negociadora conformada por diversas instancias del Estado de orden nacional, departamental y municipal, suscribió el acta de 4 de julio de 1996 que permitió el retorno a sus zonas de origen de campesinos que se habían desplazado a Apartadó desde veredas de San José de Apartadó y Turbo desde el 18 de junio de 1996 (más de ochocientas personas) y creó una Comisión Verificadora de los Acuerdos, formada por delegados del Ministerio del Interior, la Consejería Presidencial para los Derechos Humanos, la Defensoría del Pueblo, la Procuraduría Delegada para las Fuerzas Militares, el Alto Comisionado para la Paz, la Gobernación de Antioquia, las alcaldías de Turbo y Apartadó, las organizaciones no gubernamentales ANDAS y ASOPAUR y cuatro campesinos. Los trabajos de esta primera comisión «ad hoc» de la que tenemos noticias documentadas25, tuvieron como objeto los hechos sucedidos con anterioridad a su constitución, que habían motivado los desplazamientos, y en las conclusiones de su trabajo, se afirmaba que «La confrontación militar en la región visitada se desarrolla contra la población civil con el objetivo de presionar su desplazamiento y ejercer control territorial; considera que los hechos violentos registrados con posterioridad al 5 de julio (de 1996) y los sucesivos desplazamientos, son resultado de represalias contra los campesinos que participaron en el éxodo; deja constancia de su profunda preocupación por la situación en que se encuentran los derechos a la vida, los bienes y domicilio de las personas que ocuparon pacíficamente el Coliseo Menor de Apartadó, especialmente la de los líderes; también llama la atención sobre la oferta indiscriminada de recompensas a cambio de delación, puesto que puede conducir a señalamientos arbitrarios, frutos en ocasiones de rencillas personales, laborales o políticas, entre otras». Esta comisión tuvo que dar por concluidos de forma precipitada sus trabajos de campo el día 7 de septiembre de 1996, para trasladarse a San José de Apartadó donde se había producido un homicidio múltiple de personas que habían participado en la movilización campesina del mes de junio y colaborado con la 25 Puede ampliarse la información en la publicación «Noche y Niebla: caso tipo nº 6», antes citada, accesible en http://nocheyniebla.revolt.org/cdpsanjose/04CronologiaAgresio n.pdf, en concreto, páginas 36 y siguientes. 33 comisión para su recorrido en la vereda de La Resbalosa, personas que habían formulado quejas contra miembros de la Brigada 17 del Ejército ante el Comandante de la Brigada. Este crimen produjo un nuevo éxodo de la población civil de la zona. A raíz de la masacre contra líderes de la comunidad que se produjo en julio de 2000 en la vereda de La Unión, en la que, al parecer, unas veinte personas encapuchadas asesinaron a Rigoberto Guzmán, Elodino Rivera, Diofanor Díaz Correa, Humberto Sepúlveda, Pedro Zapata y Jaime Guzmán, la comunidad de paz propuso la creación de una Comisión Especial de Investigación conformada por distintos organismos del Estado (Fiscalía, Procuraduría) y con la intervención de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos de en Colombia. Después de casi tres años, de más de cien testimonios de miembros de la comunidad, no prosperó ninguna de las investigaciones propuestas por la comunidad de paz contra miembros del Ejército. La comunidad de paz planteó entonces, en las reuniones de seguimiento a las medidas provisionales acordadas por la Corte Interamericana de DDHH, la creación de una Comisión de Evaluación de la Justicia, para la evaluación de los trabajos de la comisión anterior y de las distintas instancias de la Administración de Justicia, en la que se integraran tanto instancias nacionales como internacionales, pero, según sostiene la comunidad de paz, la Fiscalía siempre se ha opuesto a esta propuesta y no ha llegado a funcionar. Las negociaciones, por tanto, no han producido los resultados pretendidos, realizar una investigación externa de las causas que están produciendo la total impunidad de los hechos de que vienen siendo víctimas los miembros de la comunidad y otras personas residentes en San José de Apartadó y las “veredas” de la zona. La comunidad de paz, por medio de sus representantes, ha puesto de manifiesto la falta de resultados de esta Comisión Especial después de más de tres años, circunstancia que unen al fracaso de la Administración de Justicia en la zona. Sus afirmaciones recogen lo que, a su juicio, constituye una reiterada frustración de todos y cada uno de los diversos intentos de conformar comisiones especiales para el esclarecimiento o la posible resolución de los problemas que afectan a San José de Apartadó, como tuvimos ocasión de comprobar en la reunión del Consejo de la Comunidad que celebraron durante nuestra estancia en la zona26. «Desde 1996 y hasta 2004 estuvieron colaborando con la Justicia, pero ha habido en ese tiempo cinco asesinatos de testigos y ninguna de las denuncias efectuadas, muchas por delitos muy graves, ha terminado siendo esclarecida. Negociaron primero una Casa de la Justicia e incluso un Fiscal para San José de Apartadó, pero no se lo concedieron. Pidieron un defensor comunitario, pero hasta después de la masacre de febrero de 2005 tampoco les fue nombrado. Propusieron una comisión de verificación para acreditar que no tenían relación con la guerrilla y que se hiciera público el informe de esta comisión, pero también se rechazó por parte de la Vicepresidencia. Pidieron una Comisión de Evaluación para analizar por que no había habido ningún procesado por la Justicia pese a los múltiples crímenes cometidos en la zona, se creó pero no funcionó, nunca se reunió, aunque formaban parte de ella Fiscalía, Procuraduría y bajo la supervisión de el Alto Comisionado de Derechos Humanos de ONU. Negociaron un puesto de policía a la entrada de San José de Apartadó, para controlar la entrada de los paramilitares, cuya presencia en la zona ha sido constante. Pidieron que el puesto se sitúe a las afueras de la población para controlar los movimientos de los paramilitares. En diciembre de 2004 se acordó que si había devolución de tierras y de casas, reasentamientos en los lugares de origen y puesto de policía, la Comunidad volvería a colaborar con la Justicia, acuerdo alcanzado en reunión con el Vicepresidente Santos. Iban a firmar los acuerdos en enero de 2005. El 24 de enero se reúnen Luis Eduardo, Conrado y Wilson con la vicepresidencia para cristalizar y cerrar los acuerdos, pero no estuvieron presentes ni el vicepresidente ni sus más cercanos colaboradores, sino una Delegada de Vicepresidencia y representantes del Ministerio del Interior y de la Policía. No hubo acuerdo final, no fueron convocados y al mes siguiente se produce la masacre en la que muere, entre otras personas, Luis Eduardo Guerra. Rompen de forma completa con el Gobierno y con la Justicia, y tan solo mantienen vínculos con Defensoría y Procuraduría así como con instituciones internacionales como la Corte Interamericana de DDHH y el Alto Comisionado de NU para los DDHH». Se ha mantenido, por tanto, y durante prácticamente todo el tiempo transcurrido entre la constitución de la Comunidad de Paz y las masacres de febrero de 2005, una casi 26 Reunión del Consejo de la Comunidad celebrada en San Josesito el día 6 de febrero de 2006 y a la que asistieron siete de los actuales miembros del mismo. 34 permanente situación de diálogo entre los miembros de ésta y representantes de las distintas instituciones del Estado colombiano, en especial con las más directamente relacionadas con la protección y garantía de los Derechos Humanos, y, al parecer, con la finalidad de encontrar soluciones factibles para poner fin, tanto a la situación de violencia sufrida por los miembros de la Comunidad de Paz, como para intentar terminar con la situación de impunidad y de falta de un mínimo y normal funcionamiento de la Justicia en la investigación y sanción de los graves delitos que se han cometido en la zona. Pese a las dificultades y a los escasos o nulos logros alcanzados durante este periodo, los líderes de la comunidad y las personas que les acompañan parecen no haber cejado en su afán por mantener vías de diálogo abiertas con la Procuraduría, con la Defensoría del Pueblo, con los responsables del Programa de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la Vicepresidencia de la Republica, y con todas las personas, organizaciones e instituciones, ya de ámbito nacional o internacional que pudieran realizar alguna aportación en la dirección pretendida. Ciertamente los resultados obtenidos, a la vista de la situación actual en la que se encuentran los miembros de la comunidad, más de un año desplazados de sus viviendas y sufriendo continuas y graves agresiones, no han sido los que se esperaban y, desde las masacres de febrero de 2005 la situación como ya se dijo, es ausencia de total de diálogo entre los miembros de la comunidad y las autoridades del Estado colombiano, y de rotunda y clara negativa de los miembros de la comunidad a participar en cualquier tipo de comisiones o a colaborar como testigos con las instituciones que, constitucionalmente, tienen competencias en la investigación criminal. 6.5. Acciones ante Órganos Jurisdiccionales. Acción de Tutela. La vigente Constitución de la República de Colombia establece en su artículo 86 que «Toda persona tendrá acción de tutela para reclamar ante los jueces, en todo momento y lugar, mediante un procedimiento preferente y sumario, por sí misma o por quien actúe a su nombre, la protección inmediata de sus derechos constitucionales fundamentales, cuando quiera que éstos resulten vulnerados o amenazados por la acción o la omisión de cualquier autoridad pública. La protección consistirá en una orden para que aquel respecto de quien se solicita la tutela, actúe o se abstenga de hacerlo. El fallo, que será de inmediato cumplimiento, podrá impugnarse ante el juez competente y, en todo caso, éste lo remitirá a la Corte Constitucional para su eventual revisión. Esta acción solo procederá cuando el afectado no disponga de otro medio de defensa judicial, salvo que aquella se utilice como mecanismo transitorio para evitar un perjuicio irremediable. En ningún caso podrán transcurrir más de diez días entre la solicitud de tutela y su resolución. La ley establecerá los casos en los que la acción de tutela procede contra particulares encargados de la prestación de un servicio público o cuya conducta afecte grave y directamente el interés colectivo, o respecto de quienes el solicitante se halle en estado de subordinación o indefensión». No es esta la ocasión para efectuar un análisis constitucional comparado de la que viene denominándose “acción de tutela”, sino de recoger aquí el ejercicio por parte de la Comunidad de Paz de acciones de tutela al amparo de lo establecido en la Constitución. La acción de tutela a la que vamos a referirnos fue presentada por D. Javier Giraldo, SJ, como agente oficioso de distintas personas pertenecientes la Comunidad de Paz y coadyuvada por la Defensoría del Pueblo, contra el General Pauxelino Latorre Gamboa, Comandante de la Brigada 17 del Ejército Nacional con sede en Carepa (Antioquia) y con el fin de que se protejan los derechos a la vida, a la integridad personal, a la seguridad jurídica, al buen nombre, a la honra, a un debido proceso y a la libertad. La acción fue presentada el 25 de febrero de 2003 ante la Corte Suprema de Justicia que la remitió por competencia a los Juzgados Penales del Circuito de Apartadó y coadyuvada el día 11 de marzo de 2003 por la Defensoría del Pueblo. El Juzgado al que correspondió la demanda, Segundo Penal del Circuito de Apartadó, denegó la tutela pedida, y la Defensoría del Pueblo impugnó esta decisión y pidió que se revoque, impugnación que también fue efectuada por el actor, dictándose sentencia en segunda instancia por el Tribunal Superior de Antioquia el 10 de julio de 2003, en la que se confirmó la sentencia impugnada. Siendo remitido el expediente a la Corte Constitucional en virtud del decreto 2591 de 1991, la Sala de Selección de Tutelas número Doce en auto de fecha 5 de diciembre de 2003 lo eligió para efectos de revisión, dictándose finalmente la sentencia de quince de abril de 2004 (T-327/04) por la Sala Segunda de Revisión de la Corte Constitucional, donde se revoca la sentencia del Tribunal Superior de Antioquia y concede la acción ejercida «para la protección de los derechos fundamentales a la vida, la integridad personal, la seguridad personal, la libertad de locomoción, la dignidad personal, la privacidad del domicilio salvo orden judicial, la 35 intimidad de los integrantes de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y de quienes tienen vínculos de servicio con esta Comunidad. En consecuencia, se ordena al Comandante de la Brigada 17 del Ejército Nacional, o quien haga sus veces, desde el momento de la notificación de esta sentencia, que cumpla lo siguiente: 1. Cumplir, en el ámbito territorial de competencia de la Brigada, los requerimientos impuestos al Estado colombiano por la Resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de 18 de junio de 2002, sobre “Medidas Provisionales solicitadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos respecto de Colombia – Caso de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó”, en beneficio de las personas que fueron objeto de medidas cautelares por la mencionada Corte, es decir, los miembros de la Comunidad de Paz y las personas que tengan un vínculo de servicio con esta Comunidad, para cuyo efecto, se transcribe la parte Resolutiva de esa providencia, que en lo pertinente, resuelve: 1. Requerir al Estado que mantenga las medidas que sean necesarias para proteger la vida e integridad personal de todos los miembros de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, en los términos de la Resolución del Presidente de la Corte de 9 de octubre de 2000 y la Resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de 24 de noviembre de 2000. 2. Requerir al Estado que adopte las medidas que sean necesarias para proteger la vida e integridad personal de todas las personas que prestan servicios a los miembros de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, en los términos de los considerandos octavo, noveno y décimo primero de la presente Resolución. 3. Requerir al Estado que investigue los hechos que motivan la ampliación de estas medidas provisionales, con el fin de identificar a los responsables e imponerles las sanciones correspondientes. 4. Requerir al Estado que mantenga cuantas medidas sean necesarias para asegurar que las personas beneficiadas con las presentes medidas puedan seguir viviendo en su residencia habitual y continúe asegurando las condiciones necesarias para que las personas de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, que se hayan visto forzadas a desplazarse a otras zonas del país, regresen a sus hogares. 5. Requerir al Estado que garantice las condiciones de seguridad necesarias en la ruta entre San José de Apartadó y Apartadó en la terminal de transporte en el sitio conocido como Tierra Amarilla, tanto para que los transportes públicos de personas no sean objeto de nuevos actos de violencia, tales como los descritos en la presente Resolución, así como para asegurar que los miembros de la Comunidad de Paz reciban y puedan transportar de manera efectiva y permanente productos, provisiones y alimentos. 6. Requerir al Estado que continúe dando participación a los beneficiarios de las medidas provisionales o sus representantes en la planificación e implementación de dichas medidas y que, en general, los mantenga informados sobre el avance de las medidas dictadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. 7. Requerir al Estado que, de común acuerdo con los beneficiarios o sus representantes, establezca un mecanismo de supervisión continua y de seguridad permanente en la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, de conformidad con los términos de la presente Resolución. 8. Requerir al Estado que continúe presentando a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, cada dos meses a partir de la notificación de la presente Resolución, informes sobre las medidas provisionales que haya adoptado en cumplimiento de ésta. 2. En todos los casos en que sea privado de la libertad a cualquier título, un integrante de la Comunidad de Paz o una persona vinculada al servicio de la misma, informará inmediatamente a la Procuraduría General de la Nación y a la Defensoría del Pueblo, para que en cumplimiento de sus funciones, velen por la protección de los derechos fundamentales de las mencionadas personas. 3. No se podrá mantener privado de la libertad en las instalaciones del Ejército ni, en particular, en la Brigada 17 del Ejército, a ningún integrante de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, ni a ninguna persona vinculada a esta Comunidad. En caso de retención de alguna de estas personas, éstas deberán ser puestas inmediatamente a órdenes de la autoridad judicial, y trasladadas al lugar que indique el fiscal o juez del caso. 4. El Comandante de la Brigada 17 del Ejército, o quien haga sus veces, ordenará al personal bajo su mando, otorgar un tratamiento de especial cuidado y protección cuando se trate de requisas en retenes y estén de por medio los miembros de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, los habitantes de este municipio, los conductores de transporte público o las personas vinculadas al servicio con esta Comunidad. La información allí obtenida sólo puede servir para los fines definidos en la ley y no puede ser utilizada para fines distintos, ni mucho menos, podrá ser suministrada a terceros. Salvo los casos expresamente señalados por la ley, no se podrán retener los documentos de identidad de las personas requisadas que han sido beneficiadas de medidas cautelares por la Corte Interamericana en mención. 5. El Comandante de la Brigada 17 del Ejército Nacional, o quien haga sus veces, asume bajo su responsabilidad, la garantía y protección de los derechos fundamentales que adelante se 36 indican, de los habitantes de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y de las personas que tienen vínculos con ella. Para tal efecto, debe adoptar las decisiones que sean necesarias para garantizar su seguridad personal. Bajo su responsabilidad tiene la protección de los derechos a la vida, integridad personal, seguridad personal, libertad de locomoción, a la privacidad del domicilio y a la intimidad de los miembros de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y de quienes tienen vínculos de servicio con la Comunidad, dándole cumplimiento, en todo caso, a las órdenes judiciales. Para el cabal cumplimiento de lo ordenado, el Comandante de la Brigada XVII del Ejército, o quien haga sus veces, elaborará los manuales operativos o manuales de instrucciones al personal bajo su mando, con el fin de asegurar que se ejecute estrictamente lo ordenado en esta sentencia. De estos manuales enviará copia a la Procuraduría y a la Defensoría del Pueblo, en un término no mayor a treinta días27». La sentencia resulta, a nuestro juicio, especialmente relevante. Confirma la procedencia de la acción de tutela para hacer efectivas las medidas cautelares decretadas por un órgano internacional de protección de derechos humanos (ya admitida en sentencia T-558 de 2003 de la propia Corte Constitucional), en este caso la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y para conminar a las autoridades pública para que cumplan lo dispuesto en las medidas cautelares dictadas. Sin entrar en sus fundamentos jurídicos, sí que resulta significativo reconocer que, en la misma, se afirma con rotundidad que existe el requerimiento de un organismo internacional que debe ser acatado por el estado colombiano (las resoluciones de la Corte Interamericana acordando medidas provisionales de protección a favor de la Comunidad de Paz) y que su cumplimiento se deberá realizar de acuerdo con la naturaleza de las medidas cautelares, dependiendo del Estado establecer cual es la autoridad obligada a ejecutar las medidas decretadas por la Corte Interamericana, y que, en el momento de dictarse la sentencia de la Corte Constitucional, se estaba en la etapa de reuniones con la comunidad con el propósito de dar cumplimiento a lo dispuesto por el organismo internacional, sin que existiera ningún procedimiento concreto encaminado a contrarrestar inmediatamente el temor de los habitantes, y sin que se hubieran proferido medidas cautelares de ningún tipo, por lo que la 27 El texto íntegro de la sentencia puede consultarse en la página de la Corte Constitucional de Colombia http://www.constitucional.gov.co/corte/ Corte Constitucional concede la acción de tutela en tanto culmina el procedimiento de adopción de medidas cautelares a nivel nacional y por parte de las altas autoridades del Estado con el fin de que ceses las perturbaciones a la Comunidad, profiriendo tanto las medidas de protección correspondientes a nivel regional de acuerdo con los requerimientos de la Corte Interamericana como las órdenes pertinentes a la acción de tutela que resuelve, y, entre ellas, las que afectan directamente al Comandante de la Brigada 17 del Ejército, que, conforme a la doctrina que se transcribe en la sentencia, no sólo deberá responde por las actividades del personal bajo su mando sino también por las omisiones en que éste incurra, ocupando la posición de garante para el respeto de los derechos fundamentales conforme se estableció en la Sentencia SU-1184 de 2001 de la propia Corte Constitucional. La Brigada 17 del Ejército Nacional con sede en Carepa, que opera en el corregimiento de San José de Apartadó, tras la sentencia de tutela y en cumplimiento de la misma, dictó un Manual Operativo para el cumplimiento de la sentencia al parecer en fecha 30 de enero de 2005, según parece desprenderse de la propia información del Ministerio de Defensa28. En el documento, que nos fue facilitado en el curso de las entrevistas mantenidas con altos cargos de la Brigada 17 del Ejército con sede en Carepa (Antioquia) y del Ministerio de Defensa en Bogotá, se establecen los procedimientos jurídicos para el desarrollo de operaciones militares, y se recogen, entre otros aspectos, la prohibición de trasladar a las personas detenidas a las instalaciones de la Brigada 17 o de cualquier otra unidad táctica adscrita a la misma, la obligación de informar desde el momento de su captura a la Procuraduría Provincial de Apartadó y la Defensoría del Pueblo, el procedimiento a seguir con las personas detenidas, los supuestos en los que el Ejército puede efectuar detenciones, el procedimiento a seguir cuando se produzcan “bajas en combate”, el procedimiento en los allanamientos con autorización judicial o sin ella en los supuestos de flagrancia contemplados en la Constitución, y la actuación en retenes militares. Como puede comprenderse, la trascendencia de esta sentencia para la protección y garantía de los derechos fundamentales de los miembros de la comunidad de paz es muy importante. Sin embargo, sus repercusiones prácticas, su traslación a la realidad cotidiana de la comunidad de paz y de sus miembros, atendidos los múltiples hechos de violencia y de vulneración 28 La información ha sido obtenida en: http://alpha.mindefensa.gov.co/descargas/Apartado/ANEXO1% 20Respuesta%20al%20padre%20Javier%20Giraldo.doc 37 de los más elementales derechos a la vida, a la integridad personal, la seguridad, la libertad de locomoción, la dignidad personal, la privacidad del domicilio y la intimidad, por el contrario, y a tenor de los múltiples episodios de violencia y vulneración grave de sus derechos, ha sido, por desgracia, mínima. El Manual Operativo antes mencionado, a tenor de las manifestaciones de los miembros de la Comunidad, no ha sido cumplido, al menos en los hechos que, con posterioridad a su publicación, la comunidad de paz sostiene que fueron realizados con participación de miembros del Ejército. 6.6. Derechos de petición presentados ante el Presidente de la República, el Ministro de Defensa Nacional y el Fiscal General del Estado. Se establece en la Constitución colombiana, artículo 23, que «Toda persona tiene derecho a presentar peticiones respetuosas a las autoridades por motivos de interés general o particular y a obtener pronta resolución. El legislador podrá reglamentar su ejercicio ante organizaciones privadas para garantizar los derechos fundamentales». Las personas que acompañan a la Comunidad han formulado en los años transcurridos desde la declaratoria de la Comunidad de Paz, numerosas peticiones por escrito ante las más altas autoridades del Estado Colombiano. Así, el 16 de marzo de 2006 se interpuso la décimo tercera petición ante el Presidente de la República, en la que, además de reiterar las peticiones formuladas en las doce anteriores, presentadas entre el 29 de julio de 2003 y el 21 de noviembre de 2005, se formulaban otras concretas, relativas tanto a los últimos y más recientes ataques contra la vida, la integridad personal, la libertad de desplazamiento, contra la propiedad y la intimidad, sufridos por miembros de la comunidad y atribuidos a personas miembros de la Brigada 17 del Ejército Nacional y de la Policía Nacional con sede en Apartadó, entre los que incluyen posibles vulneraciones de lo dispuesto en las sentencias de la Corte Constitucional que han sido citadas anteriormente (T-327/04, C-1024/02)29. Los derechos de petición ante el Sr. Presidente de la República han sido respondidos, en la mayor parte de los supuestos, 29 El texto completo del derecho de petición número 13 es accesible en http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=227, y también en la página de la Comunidad de Paz puede examinarse otros derechos de petición anteriores dirigidos al Presidente de la República y a otras Altas Autoridades: http://www.cdpsanjose.org/rubrique.php3?id_rubrique=10. con acuses de recibo y notas de remisión a otras Autoridades del Estado30. También se han presentado derechos de petición recientemente ante el Ministro de Defensa Nacional, en fecha 21 de marzo de 2006, reiterando las peticiones relacionadas en otro derecho de petición anterior presentado el 12 de diciembre de 2005. Se solicita la identificación de miembros del Ejército y de la Policía que participaron en distintas fechas en operativos realizados en el corregimiento de San José de Apartadó en los que supuestamente se cometieron violaciones de los derechos humanos de distintas personas miembros de la comunidad o residentes en la zona y que anteriormente había sido, al parecer, contestado sosteniendo que los hechos son objeto de investigación y que «una vez que se establezcan responsabilidades, si existe mérito para ello se podría suministrar la información por usted requerida. Entre-tanto, es necesario acogerse a los principios fundamentales del debido proceso y la presunción de inocencia». No consta que el último derecho de petición haya sido contestado. Por último, también en la página de la Comunidad de Paz consta el derecho de petición presentado ante el Fiscal General de la Nación el 18 de noviembre de 2005 en el que se solicita información con relación a la identidad y cargos de los miembros de la Fiscalía y de la Policía Nacional que el día 12 de noviembre de 2005 penetraron en la finca “La Holandita” donde se encuentra el asentamiento de San Josesito de Apartadó, propiedad de la Comunidad de Paz, y, al parecer, filmaron a las personas que allí se encontraban, así como del destino dado a las filmaciones. No parece que este derecho de petición haya tenido más consecuencias que otros interpuestos anteriormente ante el Fiscal General. En fecha 29 de enero de 200431, se solicitaba por esta vía información sobre el trámite dado a una denuncia presentada por la Comunidad el 12 de noviembre de 2003 en la que se solicitaba la investigación de trescientos crímenes de lesa humanidad perpetrados contra la población de San José de Apartadó. Esta petición, según se expone, no fue respondida, ni siquiera cuando la denuncia que le había dado origen, que inicialmente fue remitida a un fiscal que investigaba uno de los casos en particular, fue devuelta por éste a la Dirección Nacional de 30 «Noche y Niebla, caso tipo nº 6», ya referenciada, página 141, accesible en http://www.nocheyniebla.org/ 31 Los datos figuran en «Noche y Niebla, caso tipo nº 6», ya referenciada, página 140, accesible en http://www.nocheyniebla.org/ 38 Fiscalías. El 25 de marzo de 2004 se presentó nuevo derecho de petición ante el Fiscal General, que, según se recoge, tampoco fue contestado. 6.7. Comparecencias y actuaciones ante y de órganos legislativos, nacionales y de terceros estados. Distintos miembros de la Comunidad de Paz y personas que les acompañan han acudido a exponer su versión, su verdad, ante el Parlamento de Colombia. La repercusión de las masacres de febrero de 2005 en Colombia fue tan importante que motivó sesiones especiales en el Parlamento Colombiano. A ellas fue invitado a acudir, como acompañante de la Comunidad de Paz, D. Javier Giraldo, SJ, que tuvo ocasión de exponer los hechos que, a juicio de los miembros de la misma, motivan las imputaciones que se realizan al Ejército colombiano de haber participado de forma directa en las mismas. La sesión se celebró el 25 de mayo ante la Comisión Segunda Constitucional de la Cámara de Representantes, y en ella se denunciaron tanto la impunidad que se viene produciendo de forma sistemática con relación a todos los hechos violentos, constitutivos de graves crímenes contra los derechos humanos más elementales, de los que vienen siendo víctimas habitantes del corregimiento, con anterioridad a la constitución de la comunidad de paz y también después de haber decidido libremente formar la misma, como, con relación a las masacres de febrero, los argumentos que consideran elementos de juicio para fundar sus denuncias públicas, argumentos que ya habían sido expuestos pocas semanas antes en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en la sesión celebrada el 14 de marzo de 2005 y de entre los que podemos destacar los siguientes: «La evidente presencia de las tropas en las dos veredas donde se perpetró la masacre y en veredas aledañas como Las Nieves y Las Esperanza y paso de tropas por las veredas Alto Bonito, Buenos Aires, La Linda, La Cristalina, Miramar, Arenas, La Unión. El confinamiento ilegal, por tropas del ejército, de varios pobladores en La Esperanza el 19 de febrero y el desplazamiento de varias familias de La Esperanza hacia Playa Larga, a causa de la presencia del ejército. La persecución a muerte, por parte de tropas militares, a varios pobladores de Las Nieves desde la noche del 19 de febrero y en la mañana del 20, y el ataque a la casa en donde se encontraba el miliciano Marcelino Moreno en la madrugada del 20 de febrero, hiriéndolo mientras dormía e hiriendo a su hija Diana Marcela Guzmán, hechos reconocidos por el mismo ejército que llevó a la niña herida al hospital de Apartadó. La presencia de tropas del ejército cerca del Centro de Salud de Mulatos Medio en la mañana del 21 de febrero y detención ilegal de Luis Eduardo Guerra, su compañera y su hijo, presenciada por testigos, momentos antes de asesinarlo. La presencia evidente de tropas del ejército que rodearon la vivienda de Alfonso Tuberquia al medio día del 21 de febrero, presenciada por varios testigos que tuvieron que huir y que al día siguiente constataron el asesinato de Alfonso Tuberquia, su esposa y sus niños y del trabajador Alejandro Pérez, quienes fueron descuartizados. La presencia evidente de tropas del ejército en el sitio El Barro, de la vereda Mulatos, hacia las 15 horas del mismo día 21 de febrero, donde confinaron a varias familias ilegalmente, las amenazaron de muerte y les comentaron que habían asesinado esa mañana a Luis Eduardo Guerra y a dos personas más, así como a Alfonso Bolívar y a unos niños, calificando a todas estas víctimas como guerrilleros. Estas mismas tropas fueron encontradas allí el 27 de febrero cuando comisiones de la comunidad fueron a rescatar las familias confinadas. Uno de los soldados que estaba allí le confesó a un periodista que habían llegado el día 20 a Las Nieves y que desde el día 21 estaban allí, lo que confirmaba todo el itinerario de las tropas que perpetraron la masacre. Los comentarios que varios militares hicieron ante los campesinos: ya afirmando que esa vez la tropa llevaba la consigna de arrasar con todos, desde niños hasta ancianos; expresiones que daban a entender que llevaban un plan de asesinar sin armas de fuego, al parecer para no alertar a los campesinos de veredas vecinas antes de cumplir el plan; recomendaciones de algunos soldados a campesinos que huían, invitándolos a desplazarse ya que “milagrosamente” se habían escapado de la muerte; anuncios de que irían enseguida a San José a matar a todos los líderes de la Comunidad y a sus mismos acompañantes internacionales; hasta el comentario hecho por un soldado en momentos en que ya los fiscales se disponían a exhumar los cadáveres, en el sentido de que “dieran gracias a Dios que este hecho se había conocido demasiado rápidamente, pues si no, la masacre hubiera sido de proporciones mucho más grandes”. Los ultrajes de que fueron víctimas, por parte de las tropas del ejército, los grupos de búsqueda de la Comunidad de Paz que fueron a verificar la masacre y a buscar los cadáveres, así como las filmaciones, insultos, amenazas y fotografías. La destrucción de una posible evidencia de huellas dactilares en el machete ensangrentado que había servido para asesinar a Luis Eduardo 39 Guerra y a su familia, por un soldado que obedecía órdenes de un oficial. La amenaza de muerte contra el conductor del campero que transportó los féretros entre Apartadó y San José en la noche del 27 de febrero, proferida por el paramilitar Wilmar Durango que trabaja estrechamente con el Coronel Néstor Iván Duque, según lo han reconocido ambos múltiples veces, públicamente. El hecho de que no se trate de un hecho sorpresivo sino que ha sido anunciado multitud de veces cuando las tropas del ejército transitan por los caminos del corregimiento anunciando que van a destruir a esa comunidad de paz, refiriéndose a ella con los términos más soeces. El hecho de que los campesinos hicieron un rastreo de huellas desde los primeros días de su búsqueda de las víctimas, descubriendo que no había huellas de salida sino que las tropas que habían entrado desde el 19 de febrero aún se encontraban en la zona el 25 cuando fueron exhumados los cadáveres de las víctimas. Los graffiti que fueron pintados en las tablas de las humildes viviendas de las víctimas en El Barro y en la Resbalosa, que fueron fotografiados y filmados por testigos, que hacían alusión a la presencia del Batallón de Contraguerrilla 33, siendo borrados por los mismos soldados cuando se percataron del interés que habría sobre ellos, cambiándolo en un caso por el de la sigla AUC». Además de la anterior comparecencia, no podemos dejar de recoger la aprobación por la Comisión de Exteriores del Congreso de España el pasado 18 de mayo de 2005 de una proposición no de ley «sobre la masacre de San José del Apartadó y la violencia sistemática sobre la Comunidad de Paz de San José del Apartadó y otras regiones colombianas, presentada por el Grupo Parlamentario de Esquerra Republicana (ERC)». El texto de la proposición fue publicado en el B.O.C.G. Congreso de los Diputados núm. D-175 de 22 de marzo de 2005, y las enmiendas y el texto íntegro aprobado fue publicado en el B.O.C.G. Congreso de los Diputados núm. D-217 de 7 de junio de 200532. El texto aprobado insta al Gobierno español a «condenar la masacre de San José del Apartadó y la violencia sistemática sobre la Comunidad de paz de San José del Apartadó y otras regiones colombianas y a pedir al Estado de Colombia que finalice las investigaciones judiciales para esclarecer los hechos y castigar a los culpables de estos crímenes atroces». Tampoco podemos dejar de hacer referencia a la carta de que 53 congresistas de Estados Unidos de América dirigieron a la 32 Textos que pueden consultarse en http://www.congreso.es Secretaria de Estado solicitando que se abstenga de certificar que el Gobierno colombiano satisface las condiciones en derechos humanos incluidas en el Acta de Apropiaciones de Operaciones Extranjeras para los años 2005 y 2006, hasta que la Brigada 17 del Ejército Colombiano mejore sus prácticas en derechos humanos. Entre otras actuaciones, se relaciona en dicho escrito33 a la Brigada 17 del Ejército con una parte importante de los numerosos crímenes de los que han venido siendo víctimas miembros de la Comunidad y, específicamente, con las masacres de febrero de 2005 y con la muerte de Arlen Salas, solicitándose que se mantenga la retención de la certificación en materia de derechos humanos hasta que no se alcancen, al menos, tres condiciones: 1. Que la Fiscalía colombiana sigua las pistas disponibles y realice progresos sustanciales en los más importantes crímenes contra la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, sin importar quienes fueron los autores; 2. En el caso específico de la Brigada 17, que sus responsables sean suspendidos hasta que una investigación completa e imparcial establezca que esos oficiales son inocentes o culpables; y 3. Que se realice una reforma sustancial en las operaciones de la Brigada 17, como reflejo de su conducta en San José de Apartadó, comunidades afrocolombianas y otras comunidades bajo su jurisdicción. Por último, recoger la pregunta escrita realizada por el parlamentario europeo Vittorio Agnoletto al Consejo34 de la Unión Europea con relación a la masacre en San José de Apartadó y la impunidad en torno a la misma donde se afirma que «La Comunidad de Paz de San José de Apartadó, una comunidad pacifista que intenta permanecer al margen del conflicto armado, es muy criticada por el actual gobierno. El Gobierno colombiano ha publicado un documento para la cooperación internacional en el que prohíbe dar apoyo a las experiencias de comunidades de paz. Ahora, después de que ocho civiles, entre ellos el líder de la comunidad y algunos niños, hayan sido masacrados, algunas organizaciones de defensa de los derechos humanos han decidido llevar el caso de la última masacre en San José ante el Tribunal Internacional de La Haya. ¿Va a tener el Consejo una presencia más activa en la defensa de las comunidades de paz y de las comunidades indígenas de Colombia o considera, al igual que el Gobierno colombiano, que todos deben participar en el conflicto? ¿Qué planes tiene el Consejo para prestar apoyo a las víctimas y luchar contra la impunidad en Colombia? ¿Apoya el Consejo la 33 El texto del escrito puede consultarse en http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=221 34 El texto de la pregunta escrita ha sido recogido de http://www.europarl.europa.eu/registre/questions/ecrites/2005/ 2741/P6_QP(2005)2741_ES.doc 40 iniciativa de llevar a los autores de la masacre de San José de Apartadó ante el Tribunal Internacional de Justicia? . La pregunta, al menos por lo conocemos, todavía no ha tenido respuesta. que 6.8. Actuaciones ante organismos internacionales de protección de los Derechos Humanos y organismos internacionales de Justicia. Las primeras actuaciones de la comunidad de paz en este ámbito se dirigieron a la Corte Interamericana de DDHH. A las resoluciones de la Comisión y de la Corte Interamericana relativas a la comunidad de paz de San José de Apartadó ya hemos hecho referencia anteriormente35. Interesa ahora señalar que, desde la primera resolución dictada con relación a la comunidad de paz, la resolución del Presidente de la Corte de fecha 9 de octubre de 2000, a petición de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y en la se adoptan medidas de carácter urgente, consistentes en requerir al Estado de Colombia para que, sin dilación, adopte cuantas medidas sean necesarias para proteger la vida e integridad personal de distintas personas miembros de la comunidad de paz, ya se recoge que la Comisión Interamericana solicitó, junto con el pronunciamiento favorable al dictado de medidas provisionales, algunas solicitudes particulares, entre las que resulta de especial interés la primera de ellas: «Que las medidas de protección sean acordadas de común acuerdo entre el Estado y los miembros de la Comunidad y los peticionarios. En este sentido, y con el fin de asegurar su efectividad y pertinencia, debe tenerse en consideración la compatibilidad de las medidas de seguridad ofrecidas con el carácter de la experiencia de la Comunidad de Paz, dado que la protección personal y armada de estas personas puede poner en peligro los principios de neutralidad colectiva y zona humanitaria que informan su propia existencia y generar respuestas violentas por parte de los actores armados de la región»36. Ya desde esa primera resolución de medidas provisionales de carácter urgente, y en las posteriores dictadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, desde la primera de ellas, con fecha 24 de noviembre de 2000, y todas las que le han seguido, dictadas el 35 Ver página 37 y siguientes del informe. En la página web de la Corte Interamericana puede obtenerse abundante información sobre la misma http://www.corteidh.or.cr/ . 36 El texto completo de la resolución puede consultarse en http://www.corteidh.or.cr/seriee/apartado_se_01.doc 18 de junio de 2002, en la que se ratifica la anterior resolución del Presidente de la Corte, el 17 de noviembre de 2004, el 15 de marzo de 2005 y, por último, el 2 de febrero de 200637, la Corte recoge la trascendencia de que las medidas de protección que deben adoptar el Estado para garantizar el derecho a la vida y a la integridad corporal de los miembros de la comunidad se establezcan de común acuerdo con los peticionarios. La Corte reconoce la singularidad de la experiencia vivida desde la comunidad, las especiales circunstancias en que se encuentran sus miembros, así como el posible incremento de los riesgos para su seguridad que pueden derivarse de la adopción de medidas por parte de las Autoridades colombianas por la posibilidad de que éstas modifiquen la situación en la zona y produzcan ataques no deseados de otros actores armados allí presentes. En todas las audiencias celebradas con anterioridad a las resoluciones mencionadas, así como en los informes presentados ante la Corte Interamericana por los representantes designados por el Estado de Colombia se viene reconociendo que las medidas que, sucesivamente, han ido adoptando para garantizar la seguridad de las personas en el corregimiento de San José no han producido los resultados idóneos, y reiteradamente, en cada sesión, se aportan a la Corte por los peticionarios datos de nuevos homicidios y otros ataques graves a los derechos humanos cometidos contra miembros de la comunidad o personas que les prestan servicios (de transporte o de otro tipo), personas que también han sufrido ataques, intimidaciones y amenazas, al parecer por la única vinculación que tienen con la comunidad por el trabajo que realizan. La lectura de las distintas resoluciones, hasta la última de fecha reciente, 2 de febrero de 2006, es la lectura del continuo incremento de los hechos violentos en la zona y la lectura, también, del continuado y repetido fracaso de las Autoridades nacionales en su función esencial de garantizar la seguridad de los ciudadanos, así como la reiteración de acuerdos de la Corte requiriendo al Estado colombiano para la adopción de medidas y para el impulso de las investigaciones con relación a los distintos crímenes que, de forma continuada se vienen produciendo. Baste con transcribir aquí, el contenido dispositivo de la última resolución dictada el 2 de febrero de 2006 en la que la Corte Interamericana acuerda: «1.Reiterar al Estado que mantenga las medidas que hubiese adoptado y disponga de forma inmediata las que sean necesarias para 37 El texto completo de todas ellas disponible en el enlace siguiente: http://www.corteidh.or.cr/seriee/index.html#apartado 41 proteger eficazmente la vida y la integridad personal de todos los miembros de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, en los términos de la Resolución del Presidente de la Corte de 9 de octubre de 2000 y las Resoluciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de 24 de noviembre de 2000, 18 de junio de 2002, 17 de noviembre de 2004, y 15 de marzo de 2005. 2. Reiterar al Estado que continúe investigando los hechos que motivaron la adopción de estas medidas provisionales, con el fin de identificar a los responsables e imponerles las sanciones correspondientes. 3. Reiterar al Estado que debe dar participación a los beneficiarios de las medidas o sus representantes en la planificación e implementación de las medidas de protección y que, en general, les mantenga informados sobre el avance de las medidas ordenadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. … 7. Reiterar al Estado que continúe informando a la Corte Interamericana de Derechos Humanos cada dos meses sobre las medidas provisionales adoptadas, y requerir a los beneficiarios de estas medidas o a su representante que presenten sus observaciones dentro de un plazo de cuatro semanas contadas a partir de la notificación de los informes del Estado, y a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que presente sus observaciones a dichos informes del Estado dentro de un plazo de seis semanas contadas a partir de su recepción». Debe señalarse que la Corte Constitucional de Colombia, en la sentencia T-558 de 200338, tras estudiar la naturaleza jurídica de los actos proferidos por las organizaciones internacionales, y en particular las medidas cautelares decretadas por un órgano de protección de los Derechos Humanos, en ese caso la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, consideró que las medidas tienen la naturaleza de un acto jurídico mediante el que «se conmina al Estado demandado para que adopte, en el menor tiempo posible, todas las medidas necesarias, de orden administrativo o judicial, a fin de que cese la amenza que se cierne sobre un derecho humano determinado» y, dado que el Estado colombiano es parte en el Pacto de San José de Costa Rica que da origen a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la medida cautelar «debe ser examinada de buena fe por las autoridades y su fuerza vinculante en el derecho interno va aparejada del cumplimiento de los deberes constitucionales que las autoridades públicas deben cumplir» y, ya que las medidas se refieren a casos concretos, particulares, con beneficiarios 38 La sentencia puede consultarse en la siguiente dirección: http://www.constitucional.gov.co/corte/ determinados, no puede sostenerse que el Estado destinatario de las mismas goce de absoluta liberalidad para cumplir o no lo decidido por el organismo internacional de protección que las ha dictado. En la sentencia mencionada también se recoge la procedencia de la acción de tutela (a la que anteriormente hemos hecho referencia), para «conminar a las autoridades públicas para que cumplan lo dispuesto en las medidas» y «para impartir las órdenes correspondientes contra las autoridades que en un determinado asunto hubieren incumplido con sus deberes constitucionales». También los distintos crímenes que vienen produciéndose en San José de Aparatadó han sido trasladados a la Corte Penal Internacional39, en mayo de 2005, por miembros de la Cámara de representantes de Colombia, solicitando al Fiscal ante la Corte que se inicie una investigación sobre los crímenes ocurridos en la zona en los últimos nueve años, que cuantifican en 433 actos violentos, atribuidos, en su mayor parte, un 95 %, a la acción directa de la fuerza pública o de elementos paramilitares que actuaron «con la tolerancia, apoyo o complicidad de los agentes oficiales», y en el marco de la «inactividad de la justicia» que ha facilitado que los hechos se sigan produciendo. Solicitan del Fiscal que se inicie una investigación por los crímenes de lesa humanidad ejecutados contra los integrantes de la Comunidad de Paz y habitantes de San José de Apartadó. Colombia ha suscrito declaración en virtud del art. 124 del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, que permite rechazar durante un periodo de siete años la competencia de este Tribunal para conocer de los delitos de guerra recogidos en el art. 8 del Estatuto.40 No puede olvidarse tampoco, en este punto, la intervención de la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que viene siguiendo con gran preocupación la evolución de los distintos acontecimientos que se producen en la comunidad de paz y en el corregimiento de San José de Apartadó, tal y como tuvimos la oportunidad de constatar durante la entrevista que pudimos mantener en Bogotá el día 8 de febrero de 2006 con D. Michael Frühling, Director de la Oficina y con Dña. Paula Berrutti, Oficial de Derechos Humanos de la Oficina. 39 El documento puede consultarse en http://www.cdpsanjose.org/IMG/pdf/DenunciaRepresentantesC PI.pdf 40 Véase la Carta Abierta a los candidatos presidenciales, documento de Amnistía Internacional http://web.amnesty.org/library/Index/ESLAMR230132006?open &of=ESL-325 42 La actividad pública de la Oficina con relación a los hechos de febrero de 2005, se tradujo en un primer e inmediato comunicado de condena, emitido el día 28 de febrero de 200541, en el que se destaca que una de las víctimas, Eduardo Guerra Guerra «era un importante líder de la comunidad y defensor de derechos humanos» y solicita a las autoridades que realicen las investigaciones necesarias para un rápido y eficaz esclarecimiento de los hechos y que puedan ser juzgados y sancionados los responsables de estos crímenes. Algunos días después del comunicado, el 2 de marzo de 2005, el Director Adjunto de la Oficina, Sr. Incalcaterra, visitó la Comunidad de Paz acompañado de representantes del ACNUR. Finalmente, el 22 de marzo de 2005, la Oficina emitía un nuevo comunicado en el que, en cumplimiento de su mandato, realizaba una serie de consideraciones con relación a las masacres en que perdieron la vida ocho personas42, entre las que podemos destacar las consideraciones relativas a la necesidad de que el Gobierno de Colombia y las autoridades competentes adopten las medidas adecuadas para evitar que la impunidad continue, como ha venido produciéndose en la mayoría de los crímenes cometidos contra miembros de la comunidad de paz, y manifestando: «mientras no haya una decisión judicial que declare a determinadas personas como responsables de esos delitos, es aconsejable abstenerse de hacer afirmaciones que puedan poner en peligro la vida o la integridad física de los miembros de la comunidad de paz, o que provoquen su desplazamiento forzado. La Oficina sugiere que se actúe con prudencia en el manejo de la información pública relacionada con la comunidad de paz de San José de Apartadó». Como puede comprenderse, el lenguaje diplomático pocas veces puede resultar más claro, si se relacionan estas afirmaciones con el tratamiento informativo que se dio en la mayor parte de los medios de comunicación colombianos y por parte de altas autoridades de la nación, a los hechos sucedidos en febrero de 2005. También puede aquí hacerse referencia a los informes anuales del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de los Derchos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario en Colombia. Pueden consultarse todos los publicados desde el de 9 de marzo de 1998, referido a la situación en el año 199743. En prácticamente todos pueden encontrarse referencias a distintos hechos producidos en la comunidad de paz, bien con el relato concreto de los mismos o bien con la descripción de actuaciones que, por haberse producido en distintos puntos del territorio nacional colombiano, se recogen de forma genérica, sin referencias al lugar en que se han realizado individualmente cada uno. También ha venido trabajando con la comunidad de paz la oficina del ACNUR, especialmente en los distintos desplazamientos de la población que se han producido en la zona durante diversos periodos de tiempo. Durante nuestra visita a la comunidad de paz coincidimos con la visita de la encargada de la delegación del ACNUR en Apartadó, que se había trasladado hasta el asentamiento de San Josesito para mantener conversaciones con los líderes de la comunidad y otros pobladores con la finalidad de evaluar las necesidades más urgentes de los desplazados. Por último, y para cerrar este capítulo, debemos hacer referencia a la constante preocupación de organizaciones no gubernamentales de derechos humanos con relación a los distintos hechos en los que se han producido ataques contra la comunidad de paz, alguno de sus miembros u otros pobladores de la zona. Así, a modo de simple ejemplo, al menos dos comunicados públicos44 de Amnistía Internacional expresan la condena por las masacres ocurridas en febrero de 2005, y por el posterior tratamiento de la misma por parte de las autoridades colombianas. También el CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular), fundación sin ánimo de lucro de la Compañía de Jesús en Colombia, creada en 1972 y que cuenta con financiación de agencias gubernamentales europeas y de otras ONG, en colaboración con la Comisión Intercongregacional de Justicia y Paz, han venido colaborando para la creación y puesta en funcionamiento de un Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Política en Colombia que está funcionando desde el año 1996 y que, a través de la revista “Noche y Niebla”, se ha ocupado de forma muy relevante de los hechos de que vienen sucediendo a los miembros de la comunidad de paz y otros pobladores de la zona 43 41 El comunicado puede consultarse íntegro en http://www.hchr.org.co/publico/comunicados/2005/comunicado s2005.php3?cod=12&cat=58 42 El comunicado íntegro puede consultarse en http://www.hchr.org.co/publico/comunicados/2005/comunicado s2005.php3?cod=17&cat=58 Son accesibles desde http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/informes/altoco misionado/informes.php3?cat=11 44 Accesibles en la página web de A.I., http://web.amnesty.org/library/Index/ESLAMR230032005?open &of=ESL-COL http://web.amnesty.org/library/Index/ESLAMR230042005?open &of=ESL-COL 43 de San José de Apartadó45. Esta publicación, como ha podido verse a lo largo de estas páginas, ha proporcionado una parte relevante de la información utilizada para la elaboración de este informe y también ha sido citada como fuente en el informe del PNUD «El conflicto, callejón con salida, Informe Nacional de Desarrollo Humano para Colombia» de 2003 que hemos citado anteriormente. Los miembros de la comunidad también cuenta con la colaboración de organizaciones no gubernamentales no colombianas que realizan acompañamientos por la situación de riesgo en que se encuentran (FOR, PBI). 7. Las respuestas del Estado colombiano ante los ataques sufridos por la comunidad de paz: la impunidad. La primera obligación del Estado es proteger la vida e integridad física de sus integrantes y, en el ámbito de un conflicto de carácter interno, resulta evidente que los ámbitos de la seguridad y la justicia penal se encuentran fuertemente unidos, completamente imbricados. En el sistema de seguridad y justicia penal en Colombia participan todos los poderes públicos: El poder ejecutivo, encabezado por el Ministerio del Interior y Justicia, como responsable de la política criminal y penitenciaria, y el Ministerio de Defensa que dirige la política de seguridad, las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y el DAS (Departamento Administrativo de Seguridad) con funciones de inteligencia adscrito a la Presidencia de la República. El poder legislativo que, como corresponde en un Estado de Derecho, dicta las leyes y ejerce el control político sobre el Gobierno. El Poder Judicial, la Rama Judicial, que, en asuntos penales está integrada por la Fiscalía General de la Nación, los jueces penales con su distinta jurisdicción y competencia y el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. Y, por último, el denominado Ministerio Público, encargado de vigilar la gestión pública por medio de la Procuraduría General de la Nación y de promover, divulgar y defender los Derechos Humanos de los ciudadanos por medio de la Defensoría del Pueblo. Este es, en resumen, el marco general, al que podrían añadirse, en materia de Derechos Humanos, otras instituciones y programas, como el Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, que se encabeza por el Vicepresidente de la República. 45 Amplia información en http://www.cinep.org.co/inicio.htm y en http://www.nocheyniebla.org/ Los análisis realizados con relación al funcionamiento de los principales actores del sistema de seguridad y justicia penal en Colombia en el informe del PNUD46 resultan poco alentadores: En cuanto a la Policía, se afirma que su intervención en el conflicto armado le ha alejado de sus funciones preventivas para asumir tareas reactivas, y se encuentra militarizada en cuanto a su estructura de mando y la formación de sus cuadros. Las Fuerzas Militares, cuya misión fundamental debería ser la defensa de la soberanía nacional frente a posibles enemigos extranjeros, tienen atribuida en la Constitución «como finalidad primordial, la defensa de la soberanía, la independencia, la integridad del territorio nacional y del orden constitucional» y, en desarrollo de la defensa de este último, dedican gran parte de sus esfuerzos a combatir al enemigo interno, lo que implica que hayan acabado por asumir tareas de carácter policial. La Fiscalía, en la actualidad, en tanto se mantiene la vigencia del sistema procesal penal mixto en la transición al sistema acusatorio puro, problema que ya anticipábamos, ha padecido y padece una importante congestión en las investigaciones, lo que provoca que el número de casos que superan las primeras fases de investigación previa y llegan a enjuiciarse sea muy bajo. También se detecta la falta de plenas garantías procesales para los imputados, ya que el fiscal investigador puede adoptar medidas de aseguramiento y otras decisiones procesales. Si a esto se une un sistema probatorio que es calificado como deficiente, por depender, de forma casi exclusiva, de las declaraciones de testigos y que deja con un papel meramente marginal a la prueba técnica criminalística, y la dependencia de la Policía Judicial del Fiscal General, lo que provoca que el cuerpo investigador se encuentra integrado en el acusador, no cabe sino concluir que el sistema presenta importantes quiebras que pueden romper el complejo y delicado equilibrio probatorio entre las partes. Por otra parte, y siendo la prueba testifical la más importante, casi la única existente en el sistema, las normas y sistemas de protección de testigos, que deberían resultar claves para sostener aún de forma mínima las acusaciones en los asuntos de mayor gravedad o trascendencia, 46 Para esta referencia y para las siguientes, el informe resulta accesible en su integridad en el siguiente enlace, y los datos a los que nos referimos se encuentran recogidos en el Capítulo 7: http://indh.pnud.org.co/informe2003_.plx?pga=CO3tablaConte nido&f=1142946518 44 han venido siendo también objeto de importantes críticas por los insatisfactorios resultados conseguidos con las existentes. Tampoco es de menor trascendencia que la independencia de los fiscales en el seno de su organización dentro de la Rama Judicial se ha encontrado fuertemente cuestionada durante los últimos años, como tendremos ocasión de profundizar más adelante, aun cuando existen iniciativas tendentes a introducir mejoras en esta materia. Indudablemente, todos estos factores, entre otros, han contribuido al fracaso del sistema de seguridad y justicia, cuya máxima expresión es la impunidad, la falta de toda respuesta del sistema penal a los más graves crímenes, situación de la que, los hechos que vienen sucediendo en la comunidad de paz no son, desafortunadamente, más que un ejemplo de singular gravedad. Como bien pone de relieve el informe del PNUD, «entre impunidad y conflicto armado hay un círculo vicioso: en un sentido, la improbabilidad del castigo es un incentivo para seguir violando la ley; en el otro sentido, la altísima criminalidad resultante del conflicto desborda la capacidad del sistema» y alimenta, por tanto, uno de los factores desencadenantes de la impunidad. En el informe del PNUD se recogen una serie de funciones deficientemente atendidas por el sistema de seguridad y justicia penal. Así, se afirma, en primer lugar, la existencia de una débil coordinación entre todas las instituciones que operan en el ámbito de la inteligencia. Tanto el DAS, como el Ejército y la Policía cuentan con sistemas de inteligencia propios que, en muchas ocasiones, actúan en parámetros de rivalidad más que de cooperación, aunque, al parecer, existe el propósito gubernamental de intentar vías de solución a esta situación con la creación de una junta de inteligencia conjunta para que se cuenten con análisis suficientes en la toma de decisiones en las más altas instancias del país, que se puedan atender de forma coordinada los requerimientos de las políticas de seguridad y que no se desperdicien esfuerzos en la investigación. En segundo lugar, la vigilancia rural, de los espacios que constituyen el principal escenario de la violencia, no se encuentra atendida de forma suficiente, dado que ni la Policía ni las Fuerzas Armadas cuentan con los recursos suficientes pese al incremento de sus efectivos. No existe en Colombia un cuerpo de seguridad cuya misión específica se dirija al control de las áreas rurales y la protección de la población residente en estas áreas. Además, y en tercer lugar, la relación con la comunidad, en las áreas de conflicto, tiende a confundirse con el apoyo a la fuerza pública que actúa en la zona, situación que se produce por el predominio del componente coercitivo entre las posibles fórmulas que pueden aplicarse para la intervención de la Policía o del Ejército. Si bien, se afirma que, en las grandes poblaciones existe un respaldo creciente a la fuerza pública, en los pequeños municipios más afectados por acciones armadas la percepción es diferente. Existen importantes muestras de desconfianza entre la población campesina respecto a la fuerza pública que actúa en su zona de residencia, circunstancia motivada en demasiadas ocasiones por la ausencia de acciones efectivas contra grupos paramilitares que accionan en el territorio, por incidentes de corrupción, maltrato, vulneraciones de derechos, muerte de civiles inocentes , complicidades con el narcotráfico o con el paramilitarismo, que, a su vez, son contestadas con el silencio y la impunidad por las instituciones encargadas de la prevención de estos hechos y por el Poder Judicial encargado de su castigo. Algunas de estos factores están presentes, como hemos podido comprobar, en San José de Apartadó, la desconfianza de la población y su consiguiente negativa a toda colaboración con los actores armados institucionales en el conflicto, por motivos que están claramente incluidos en los citados en el anterior párrafo, confluye con las sospechas y recelos de los miembros de las fuerzas de seguridad hacia la población campesina que, de forma genérica, parecer ser percibida como sospechosa de colaborar con los actores armados ilegales. Se produce, por tanto, un nuevo círculo vicioso. La población, en el interior del conflicto, y a los ojos de, al menos, una parte significativa de miembros de las fuerzas de seguridad, debería prestar su colaboración a los actores legales, y las fórmulas o intentos de neutralidad en el conflicto son percibidos como actos de oposición a la actuación de los institutos armados. Desde aquí a la extensión genérica de recelos de actuaciones de colaboracionismo con la guerrilla y, por tanto, la puesta bajo sospecha de un número indeterminado de personas sólo por el hecho de su pertenencia a la comunidad de paz o por tener establecida su residencia en la zona de conflicto, media un solo paso y, en nuestra opinión, ese paso se dio hace demasiado tiempo en la zona de San José de Apartadó. La decisión de instalar de forma permanente un puesto de la Policía Nacional en San José de Apartadó sin negociar y acordar previamente con la comunidad de paz, como parecen exigir con claridad las resoluciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no ha venido a pacificar la situación sino a generar mayores desconfianzas y recelos entre la fuerza pública, que es percibida como un agente violento amparado por la impunidad, y los pobladores de la zona, que, en 45 nuestra impresión, son percibidos como potenciales o activos colaboradores de los grupos armados irregulares que actúan en la zona. El informe de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de los derechos humanos en Colombia de 2006, correspondiente a la situación durante el año 2005 recoge que «continúa siendo preocupante el bajo número de sentencias, la poca efectividad de las investigaciones sobre responsabilidad de servidores públicos y la asunción indebida de casos por la justicia penal militar… Poco se avanzó en cuanto a sancionar los vínculos de servidores públicos con paramilitares y a desmantelar efectivamente el paramilitarismo». Se destaca algún mínimo avance en la puesta en marcha de la carrera para los funcionarios y empleados de la Fiscalía General tras la sentencia de la Corte Constitucional T-131 que ordenó implementar toda la carrera antes de julio de 2006. En el citado informe también se recoge la precaria situación del programa de protección de víctimas y testigos durante el año 2005 y la elaboración de un proyecto de ley con relación a esta materia, que, en cualquier caso, no parece haber sido aprobado todavía, pese a que resulta esencial la existencia de un marco legal que garantice la eficacia del programa de protección de testigos y víctimas de la Fiscalía General. El informe incluye entre sus recomendaciones la siguiente: «La Alta Comisionada alienta al Gobierno a adoptar e implementar una política pública de lucha contra la impunidad.... También exhorta a la rama judicial y a la Procuraduría General a investigar y sancionar, en forma oportuna y adecuada, las violaciones de los derechos humanos e infracciones del derecho internacional humanitario».47 La situación particular de la Fiscalía General que tan importantes funciones tiene atribuidas en el sistema jurídico penal de Colombia ha sido analizada en el informe «Independencia en juego. El caso de la Fiscalía General de la Nación (2001-2004» elaborado por el Observatorio Colombiano de la Administración de Justicia, en el que se integran Corporación Fondo de Solidaridad con los Jueces Colombianos (FASOL), Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, Asociación Nacional de Empleados de la Rama Judicial (Asonal Judicial), Cátedra Gerardo Molina de la Universidad Libre y el Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos (ILSA)48. 47 Como ya se citó, el informe completo puede leerse: http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/informes/altoco misionado/informes.php3?cod=9&cat=11 48 La introducción al informe se encuentra accesible en la página web de ILSA http://www.ilsa.org.co/article.php3?id_article=94 En este informe se pone de manifiesto la deficitaria situación de la independencia del Ministerio Fiscal que dificulta, e, incluso, incapacita al mismo, para la consecución de los fines y objetivos propios de esta institución en un régimen constitucional democrático. El marco constitucional en el que se integra el Ministerio Fiscal como parte de la Rama Judicial es irreprochable: el art. 113 C.C. reconoce que los poderes públicos son autónomos e independientes y deben actuar de manera coordinada para desarrollar los fines del Estado, el art. 228 C.C. establece que la administración de justicia es función pública y sus decisiones deben ser independientes, mientras el art. 230 C.C. establece que los jueces en sus providencias solo están sometidos al imperio de la ley. En relación con la Fiscalía, el art. 249 establece que ésta forma parte de la Rama Judicial, aunque tiene garantizada su autonomía administrativa y presupuestaria. Esta regulación constitucional tiene su desarrollo en la Ley Estatutaria de la Administración de Justicia que, en su art. 5, reconoce que la Rama Judicial es independiente y autónoma en el ejercicio de su función constitucional y legal de administrar justicia. Ningún superior jerárquico en el orden administrativo o jurisdiccional podrá insinuar, exigir, determinar o aconsejar a un funcionario judicial para imponerle las decisiones o criterios que debe adoptar en sus providencias. Pese a este marco general, se denuncian públicamente en el informe distintos actores y estrategias que minan la independencia de los miembros de la Fiscalía General de la Nación. La independencia externa exige que la actuación en el ejercicio de sus funciones de los miembros de la Fiscalía se realice sin la injerencia de actores externos que tengan o puedan tener interés en influirla en su beneficio. Los actores externos que puede interferir en la independencia de los Fiscales son tanto los restantes poderes públicos, incluyendo dentro de éstos a las Fuerzas Armadas, y actores privados que gozan de algún tipo de poder real, ya sea militar, económico o social. La injerencia de este tipo de actores externos, según se afirma, es muy diversa, y tiene su inicial expresión en el mismo diseño constitucional que atribuye al Presidente de la República la designación de una terna de la que deberá salir el elegido por la Corte Suprema de Justicia para el cargo de Fiscal General, cuyo mandato tendrá una duración de cuatro años y que no podrá ser reelegido. El proceso de selección se ve, por tanto, sometido a grandes riesgos desde su origen, por poder vincularse de forma directa a criterios de vinculación política e ideológica, lo que favorece cuando menos la aparición de sospechas de que, en la adopción de determinadas decisiones por parte del Fiscal 46 General, hayan primado razones más próximas al cumplimiento de decisiones del Ejecutivo que estrictamente jurídicas. También la Fuerza Pública es señalada en el informe como uno de los actores externos que han pretendido y conseguido en ocasiones obtener decisiones favorables a sus estrategias, presionando para ello, de ser necesario, a la Fiscalía. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha registrado denuncias que relatan que funcionarios judiciales se han visto presionados para legalizar detenciones realizadas por la Fuerza Pública en operativos especiales donde se realizan allanamientos y detenciones masivas e indiscriminadas y, en los casos en que los Fiscales han expresado su resistencia a esta presión, han sido tachados de laxos, cooperadores de los actores armados ilegales y se han llegado a abrir investigaciones frente a los Fiscales que han tomado decisiones en forma diferente a la pretendida por la Fuerza Pública. Además, existen otras prácticas que dificultan o, en la práctica, imposibilitan el ejercicio de la independencia externa de los fiscales La primera de las citadas es la presencia y actuación de Fiscales desde guarniciones militares, en el interior de los acuartelamientos militares, práctica que se ha pretendido justificar como actuación necesaria para garantizar su seguridad en zonas de especial riesgo, pero que puede producir consecuencias nocivas tanto para la independencia de los Fiscales en su actuación como para la percepción de los miembros de la Fiscalía por la sociedad en la que actúan, ya que muy fácilmente pueden ser percibidos como parte integrante de los actores armados, como parte del conflicto, cuando sus funciones son muy distintas y deben insertarse en la sociedad civil. Otra práctica de este tipo es la existencia de programas del Ejército y la Policía dirigidos a los Fiscales para que se entrenen como oficiales de la reserva. Añádase que altos cargos de la Fiscalía, que desconocemos si en la actualidad siguen en sus puestos, han sido ocupados por personas con rango militar, e incluso, una parte importante de los miembros de la Unidad de Derechos Humanos (al menos en informaciones referentes al periodo 2001-2004 analizado en el informe) se encontraban vinculados como reservistas con alguno de los cuerpos armados del Estado. Otra práctica que puede poner en riesgo la independencia es la percepción por parte de funcionarios de Fiscalía de fondos especiales manejados por las Fuerzas Armadas y provenientes de la participación de éstas en determinados operativos de protección y aseguramiento de instalaciones petroleras. Desde el poder legislativo, espacio para la actuación de intereses político partidistas también pueden introducirse factores contrarios a la independencia del Fiscal, especialmente por su influencia en materia de nombramientos que, según el citado informe, son percibidos en algunos casos como producto, más que de un merecimiento personal, de la presión de grupos políticos que respaldan a los candidatos finalmente designados. También desde los actores armados irregulares, guerrilleros, paramilitares, organizaciones de narcotraficantes, se han producido numerosos ataques contra miembros de la Fiscalía. En el informe se recogen datos estadísticos de estos ataques, provenientes de la base de datos de FASOL, así como la importante impunidad que encubre a los autores materiales e intelectuales de estas acciones, que han supuesto en el periodo 2001-2004 un total de 32 muertes violentas. Se pone de relieve, con la persistencia de estos ataques, que, si bien es cierto que han ido descendiendo en cada uno de los años, revelan, en su conjunto, la falta de capacidad de la Fiscalía General para proteger de forma adecuada a sus funcionarios, incluso en los casos en que ha sido posible detectar con antelación algún supuesto de riesgo. Pero, además, los ataques contra la vida y la integridad personal de los miembros de la Fiscalía no son el único aspecto de los posibles ataques que desde estos actores se producen contra la independencia de la Fiscalía. En el informe se sostiene que las organizaciones paramilitares han actuado en algunas ocasiones infiltrándose en determinadas Fiscalías y, por otra parte, la actuación de las organizaciones de narcotraficantes también ha incidido en la independencia del Fiscal por dos vías principales, mediante el pago de sumas importantes de dinero para influir en el resultado de los procesos o mediante el uso de la fuerza para lograr la actuación pretendida por parte de la Fiscalía. A estas circunstancias deben añadirse los actos violentos realizados por grupos guerrilleros contra miembros de la Fiscalía, acciones que principalmente se localizan en zonas alejadas de las ciudades más importantes. La independencia interna del Ministerio Fiscal se enmarca en el ámbito de decisión dentro de la configuración jerárquica de la institución. La Fiscalía es una organización fuertemente jerarquizada y sujeta al principio de unidad de acción, pero esta situación debería tener como límite el respeto de la autonomía necesaria del Fiscal en la dirección de las investigaciones que tenga asignadas. Esta estructura viene acompañada de un sistema de evaluación de la calidad del trabajo a realizar por el superior jerárquico dentro de la pirámide organizativa, que introduce o puede introducir componentes de lealtad o fidelidad de 47 carácter personal. Resulta sorprendente que el sistema de evaluación contenga, tal y como se recoge en el informe, componentes como el referido a la lealtad institucional al Fiscal General o la ortografía, y, en cambio, la actitud del fiscal en procura de amparo de los derechos fundamentales de la población no sea un campo sujeto a evaluación (Germán Silva, 2003, citado en el informe). La posibilidad de retomar o reasignar investigaciones también ha podido producir en ocasiones ataques a la independencia de los Fiscales. La Corte Constitucional se ha encargado de precisar en la sentencia C-837 de 2003 que, en el ejercicio de sus funciones jurisdiccionales, a pesar de existir el principio de jerarquía, «los fiscales como jueces de la República que son, tienen entre sus características la independencia y por tanto en el ejercicio de sus funciones, bien en la actividad investigativa, bien en el momento de toma de decisiones, son totalmente autónomos y en esas actuaciones ni siquiera el Fiscal General de la nación tiene jerarquía constitucional ni legal para ordenarles en qué sentido deben orientar las investigaciones o cuales son las decisiones que deben tomar»49. En esta situación, el Acto Legislativo 03 de 2002 reformó la Constitución Nacional en aras a la adopción de un nuevo sistema de proceso penal, modificando, entre otros, el art. 251 C.C., donde se introduce como función especial del Fiscal General de la Nación «asumir directamente las investigaciones y procesos, cualquiera que sea el estado en que se encuentren, lo mismo que asignar y desplazar libremente a sus servidores en las investigaciones y procesos. Igualmente, y en virtud de los principios de unidad de gestión y de jerarquía, determinar el criterio y la posición que la Fiscalía deba asumir, sin perjuicio de la autonomía de los fiscales delegados en los términos y condiciones fijados por la ley». El desarrollo de este nuevo marco constitucional se realizó por las Ley 983 de 2004, que establece el nuevo Estatuto Orgánico de la Fiscalía, y en el actual Código de Procedimiento Penal, aún no completamente vigente en todo el país, que establece en su art. 116 la facultad del Fiscal General de la Nación de asumir directamente las investigaciones y procesos, cualquiera que sea el estado en que se encuentren, lo mismo que de asignar desplazar libremente a sus servidores en las investigaciones y procesos mediante orden motivada. Otra de las cuestiones en las que se viene realizando un especial énfasis, en tanto afecta directamente a la independencia de los fiscales y, por ende, puede constituirse como uno de los factores que inciden en la situación de impunidad, 49 La sentencia, como otras de la Corte Constitucional de Colombia puede consultarse en http://www.constitucional.gov.co/corte/ es la situación de la carrera judicial en la Fiscalía. Pese a que la Constitución establece en su art. 253 que la ley debe determinar el ingreso por carrera de los funcionarios de la Fiscalía, el sistema no ha podido, todavía, estructurarse, y, a tenor de los datos existentes en 2003, más del noventa por ciento de los funcionarios son de nombramiento provisional. La ausencia de carrera judicial, la falta de estabilidad, hace a los funcionarios más vulnerables a los actores externos y, sobre todo, dificulta el ejercicio de la independencia ante los superiores jerárquicos en la estructura de la Fiscalía. La precariedad de esta situación, que ha venido prologándose durante años, ha exigido incluso la presentación de una acción de tutela ante la Corte Constitucional para exigir que se ejecutara una sentencia de cumplimiento dictada por el Consejo de Estado en la que se ordenó al Fiscal General del Estado poner en práctica las normas del Decreto 261 de 2000 relacionadas con el régimen de la carrera dentro de la institución. La Corte Constitucional adoptó una orden de ejecución compleja que permitiera comprobar la implementación de la carrera y que el Fiscal General contara con tiempo para superar los problemas que se aducían como obstáculos que, hasta entonces, habían ocasionado la inexistencia de la regulación de la carrera en la Fiscalía. La sentencia recoge que el término para el establecimiento de la carrera concluye el 1 de julio de 2006, si bien puede solicitarse una ampliación del término. La trascendencia de la implementación de la carrera profesional dentro de la Fiscalía ha sido puesta de relieve, incluso, en el informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de los derechos humanos en Colombia en 2005, que, entre sus recomendaciones para 2006, «exhorta al Fiscal General a implementar la carrera para los funcionarios y empleados de su dependencia, a priorizar e implementar las recomendaciones formuladas en el diagnóstico sobre la Unidad de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, a promover la adopción de un marco legal para asegurar la efectividad y la eficacia del Programa de protección de víctimas y testigos de la Fiscalía, y a adoptar las medidas de orden normativo, reglamentario y financiero que se requieran para que la subunidad especial de investigación de vínculos entre servidores públicos y grupos paramilitares pueda ejercer sus competencias». No queremos cerrar esta parte del informe relativa a la Fiscalía y a la incidencia que la situación existente en la misma puede tener en la impunidad sin hacer referencia a lo que el informe examinado denomina «la débil conciencia interna de la independencia». Es evidente que, uno de los factores fundamentales para la existencia real de 48 la independencia de los titulares del poder judicial es la propia incorporación de este valor como un principio real que debe regir la actuación profesional. Sin la asunción propia de la necesidad de una actuación independiente, regida por las exigencias de la legalidad, los distintos operadores pueden terminar actuando bajo otros criterios, a impulsos de de los temores personales nacidos de la inestabilidad en el trabajo o del excesivo poder del Fiscal General. En este punto concreto el informe hace referencia a casos que, podríamos denominar, ejemplarizantes a la hora de poder medir esa situación, sin duda subjetiva y perteneciente al fuero interno de cada integrante de la fiscalía y, por tanto, imposible de mensurar de forma objetiva. Las actuaciones se refieren a los distintos supuestos de detenciones masivas de personas a las que se imputa la pertenencia a organizaciones o grupos ilegales y al papel de los distintos miembros la Fiscalía en las mismas, en situaciones en las que las pruebas en las que se basan para dictar órdenes de captura son, básicamente, el señalamiento por encapuchados, el testimonio de «reinsertados» o la «red de informantes», las declaraciones e informes de la Fuerza Pública o las declaraciones de testigos criminales de guerra y, en la mayoría de los casos, estas pruebas no son sometidas a verificación previa a la orden de captura, sino que las órdenes de detención se dictan de forma masiva y solo posteriormente, cuando las personas son capturadas se intenta verificar la información y se adoptan, entonces, las órdenes de libertad que se consideran adecuadas. Se han llegado a documentar casos en que, para dictar resolución de acusación se toma como indicio de la supuesta calidad de rebelde la existencia de amenazas por parte de grupos paramilitares (caso documentado por el Observatorio de Derechos Humanos y Derecho Humanitario de la Coordinación Colombia, Europa y Estados Unidos). Con relación a los restantes integrantes de la Rama Judicial, Jueces y Magistrados, no dispusimos de una información semejante a la obtenida respecto de la Fiscalía. La información oficial puede obtenerse en Internet50, por lo que no parece necesario realizar aquí referencia específica alguna a su organización y estructura. Baste con considerar que, en materia de justicia penal, su actuación, al menos en tanto en cuanto no entre en vigor en todo el territorio nacional la modificación del sistema procesal penal, viene condicionada por la actuación previa del Fiscal como encargado de la realización de la investigación previa y de la formulación de la acusación. 50 No obstante, sí que resulta importante destacar experiencias en las que, aún ya pasadas, participó el Poder Judicial. Debemos hacer referencia, aunque sea rápida, a la justicia especializada regulada inicialmente por la Ley 2 de 1984 que estableció mecanismos para investigar y sancionar comportamientos graves por las implicaciones para el orden social y que, desde una vigencia inicialmente programada por seis meses, fue prorrogada por Decreto de 1990 por el tiempo que durase el estado de sitio. En 1987 se había establecido, por Decreto 1631 de 1987 la jurisdicción especial conformada por el Tribunal de Orden Público y noventa jueces especializados, cuya jurisdicción fue ampliada en 1988 a delitos contra la seguridad y tranquilidad públicas, incluido el terrorismo, delitos contra las libertades individuales, contra el patrimonio económico y contra funcionarios públicos. A partir de 1991 esta legislación excepcional y temporal se volvió permanente y sirvió de base a la denominada «justicia regional». Este sistema, conocido como «Justicia sin Rostro» tenía como característica más importante la admisión de procedimientos tales como ocultar la identidad de jueces y testigos y fue finalmente declarado «inexequible» en sentencia de la Corte Constitucional C-179 de 1994. Sobre el sistema de la Justicia sin Rostro las críticas de distintas organizaciones internacionales de derechos humanos fueron constantes y demoledoras. Baste con citar un párrafo de las Conclusiones y Recomendaciones del Segundo Informe sobre la situación de los Derechos Humanos en Colombia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la O.E.A. que señala: «La existencia de jueces “sin rostro” y de procedimientos secretos para la presentación y deposición de testigos, ofrecimiento y actuación de pruebas y pericias, contradice los postulados de la Convención Americana. En Colombia debe superarse cualquier modalidad de justicia secreta para favorecer en general el fortalecimiento de la administración de justicia y en particular, de las garantías fundamentales». La denominada «Justicia Regional», a tenor del informe del PNUD ya citado, presentó importantes fallos por el amplio margen de interpretación que tenían a los jueces que «usaban para ordenar la detención preventiva del sindicado sin imputarle delito preciso; se presentaban diferencias entre el delito de llamamiento a juicio y el de sentencia, por lo que eran comunes las declaraciones de nulidad». Para corregir esta situación, reiteradamente denunciada, se adoptó la Justicia especializada por Ley 504 de 1999, creando los jueces penales de circuito especializados. La ley establece la posibilidad de la reserva de identidad de fiscales y jueces durante la fase de instrucción http://www.ramajudicial.gov.co/csj_portal/index.jsp 49 siempre que lo decida la Fiscalía previo informe favorable del Ministerio Público (procuraduría), en procesos por secuestro, terrorismo, narcotráfico, lavado de activos o enriquecimiento ilícito. En la etapa de juzgamiento prevalece el principio de publicidad. También en las normas legales que regulan el proceso penal existen también algunos problemas que pueden estar incidiendo en el resultado de impunidad del que hemos hablado tantas veces. Sólo destacar algunos de ellos, unos ya en vías de posible solución por medio de reformas legales, otros todavía pendientes de que se encuentre una mejor regulación, que pasa fundamentalmente por la aprobación de modificaciones legales adaptadas a las exigencias de los tratados internacionales en materia de Derechos Humanos suscritos por Colombia. A modo de rápida cita: la extensión del concepto de flagrancia a supuestos denominados de «flagrancia permanente» para justificar la detención de personas frente a las que, en principio, no existe orden de detención alguna; la fijación en términos estrictos de las competencias de la jurisdicción militar, limitando la misma a los delitos que se relacionan con el servicio militar y garantizando que todos aquéllos hechos que constituyan violaciones graves de los derechos humanos imputados a miembros de las Fuerzas Armadas sean competencia de la jurisdicción ordinaria, estableciendo no sólo normas de competencia jurisdiccional claras sino también procedimientos ágiles para la resolución de los conflictos de jurisdicción y competencia que puedan producirse; favorecer que, dentro del proceso penal, las víctimas de hechos de violencia y violación de los derechos humanos puedan participar en forma activa en el mismo desde el inicio de las investigaciones, ya que las normas existentes en el código de procedimiento penal, similares en ello a la normatividad anterior, impiden que las víctimas puedan participar en la investigación a cargo de la Fiscalía hasta tanto se dicte el auto de apertura de proceso y, este auto, sólo puede dictarse cuando se individualice al infractor de la ley penal, lo que, en la práctica, ha venido favoreciendo los procesos de impunidad en muchos casos de violación a derechos fundamentales. Por último, reiterar la necesidad de establecer de un sistema de protección de testigos que garantice de forma íntegra su seguridad personal y la de sus personas allegadas. Finalmente, dejar constancia de novedades legislativas que, en estos meses, se están poniendo en funcionamiento tras su publicación oficial, y, en concreto, la Ley de Justicia y Paz 975 de 2005 y el reglamento para su desarrollo 4760 de 2005, normas que han sido objeto de muy importantes críticas y que pudieran conducir en un nuevo fomento de la impunidad51. Este no es el momento más adecuado para realizar un análisis profundo del contenido y de los posibles efectos de la ley, baste, pues, a estos efectos, dejar constancia de que, en la aplicación de la misma, es previsible que queden impunes o que resulten sancionados con penas muy reducidas numerosas personas que pudieran ser autoras de graves violaciones de los derechos humanos integradas en grupos paramilitares, sin que, por otra parte, se garantice un procedimiento que permita asegurar las reparaciones debidas a las víctimas. La ley también ha sido objeto de recurso de constitucionalidad que, por lo que conocemos, no ha sido resuelto por la Corte Constitucional de Colombia. La Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en su informe sobre la situación de los Derechos Humanos en Colombia durante el año 200552, « invita al Gobierno y al Congreso a introducir en la legislación sobre la desmovilización y reincorporación de miembros de grupos armados ilegales las reformas necesarias para que esa normativa sea más compatible con los principios y normas internacionales sobre los derechos de las víctimas a la verdad, a la justicia y a la reparación, con la debida atención a las situaciones especiales de las mujeres, los niños y las minorías étnicas. También, alienta al Presidente de la República a que adopte las medidas necesarias para lograr que cese todo vínculo entre servidores públicos y miembros de grupos paramilitares, y para que se desmantelen efectivamente las estructuras del paramilitarismo». 8. A modo de conclusiones (y algunas propuestas). La experiencia organizativa de la comunidad de paz, por lo que hemos podido conocer durante nuestra estancia en San Josesito de Apartadó, constituye, en nuestra opinión, un ejemplo positivo en la búsqueda de soluciones para la paz dentro del conflicto que se desarrolla en la zona. Los miembros de la comunidad de paz han sido objeto de múltiples acciones violentas, que constituyen violaciones graves de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario. 51 A modo de simple ejemplo puede consultarse el siguiente artículo de Amnistía Internacional: http://www.amnistiainternacional.org/revista/rev75/articulo7.ht ml 52 Puede consultarse, como se citó anteriormente, en http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/informes/altoco misionado/informes.php3?cod=9&cat=11 50 En la autoría de tan graves violaciones de los Derechos Humanos sufridas por miembros de la comunidad de paz, parecen haber intervenido, en ocasiones, miembros de grupos guerrilleros y, en otros hechos, miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, así como personas pertenecientes a grupos paramilitares, que, también parecen haber actuado en algunos hechos en colaboración o con la cobertura de personas de las fuerzas de seguridad presentes en la zona. En los hechos sucedidos en febrero de 2005, que supusieron el salvaje asesinato de ocho personas, entre ellos tres niños de corta edad, parecen existir indicios de la posible participación directa en los mismos de miembros del Ejército y de grupos paramilitares. También existen indicios de la posible participación de miembros del Ejército en la ocultación de posibles pruebas materiales de los mismos y en otros delitos graves cometidos en la zona en esas fechas. Al parecer, existen testigos directos e indirectos de los hechos anteriormente mencionados, si bien se niegan a comparecer ante las autoridades competentes para la investigación de los hechos por el riesgo, que valoran como muy grave, que podría suponer para sus vidas dicha comparecencia. No parece que se haya ofrecido a esos testigos, por las autoridades competentes, medidas de seguridad suficientes para garantizar que presten sus declaraciones libremente y sin riesgo alguno para sus vidas. La respuesta de las autoridades colombianas competentes en materia de seguridad y justicia penal a los graves hechos que durante años vienen sucediéndose en la zona de San José de Apartadó ha sido siempre la misma: impunidad. Ninguna condena se ha dictado pese a los múltiples y graves delitos cometidos. No podemos descartar, pero tampoco afirmar, la existencia, en la mayor parte de las acciones violentas sufridas por miembros de la comunidad, de un propósito común, de un plan dirigido a obtener la claudicación de estas personas, el abandono de la comunidad de paz y su desplazamiento o exterminio. En estas acciones pudieran encontrarse implicadas personas vinculadas a las fuerzas de seguridad y a grupos paramilitares. La falta de investigaciones al respecto resulta, en cualquier caso, preocupante, ya que la reiteración de los ataques durante un periodo de tiempo tan prolongado podría merecer, en nuestra opinión, el examen de esta cuestión por las Autoridades colombianas competentes. Los miembros de la comunidad de paz, por medio de los representantes elegidos y de las personas que les acompañan en el proceso, han venido manteniendo durante años su disposición al diálogo y a la colaboración con las autoridades, proponiendo y participando en comisiones, reuniones de trabajo, e intentando ejercer sus derechos ciudadanos ante las instituciones nacionales e internacionales competentes. En la actualidad, y desde los hechos de febrero de 2005, esta situación se ha modificado con el acuerdo, al parecer, de todos los miembros de la comunidad, que, ante la ausencia de respuestas por parte del sistema de justicia penal y habiendo valorado como un incumplimiento de las obligaciones del Estado colombiano que derivan de las resoluciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos la instalación de la Policía Nacional de forma permanente en el casco urbano de San José de Apartadó, rechazan mantener contactos con las autoridades colombianas y colaborar con las autoridades judiciales, aun cuando se mantiene el diálogo con el encargado de la Defensoría del Pueblo para el corregimiento y con organizaciones internacionales y no gubernamentales. La instalación de un puesto permanente de la Policía Nacional en San José de Apartadó, que ha motivado el desplazamiento de los miembros de la comunidad desde esa localidad hasta su asentamiento actual, ha podido suponer, en nuestra opinión, un incumplimiento por parte del Estado colombiano de las obligaciones derivadas de las distintas resoluciones dictadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que obligaban al Estado a dar participación a los beneficiarios de las medidas en la planificación e implementación de dichas medidas. La instalación del puesto de la Policía no fue planificada con la participación de los miembros de la comunidad, opuestos a la misma, y, al parecer, truncó, en un momento especialmente delicado, pocas semanas después de las masacres de febrero de 2005, los procesos de diálogo que todavía venían manteniéndose. El Estado colombiano es plenamente soberano para decidir el destino de sus fuerzas de seguridad dentro de su territorio nacional, pero también es un sujeto de Derecho Internacional obligado a cumplir con las resoluciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos conforme a los tratados que ha suscrito. En la actualidad persiste la situación de riesgo para los miembros de la comunidad pues las graves violaciones de sus derechos más elementales se siguen produciendo. 51 La situación de impunidad, que tan gravemente afecta a los miembros de la comunidad de paz y a otras personas residentes en la zona, se viene produciendo por causas muy diversas, entre ellas algunas que han sido citadas en el presente informe, sin que, pese a las reformas legales en curso, en especial las que afectan al proceso penal y a la independencia del Fiscal mediante la regulación de la carrera, parezca previsible alguna modificación de la situación. Por el contrario, la Ley de Justicia y Paz puede convertirse en un nuevo eslabón en la cadena de la impunidad. Las recomendaciones en materia de estado de derecho e impunidad, contenidas en el Informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de los derechos humanos en Colombia, tanto en el correspondiente al año 2004, presentado en fecha 28 de febrero de 2005, como en el correspondiente al año 2005, presentado el 13 de febrero de 2006, son expresivas, a nuestro juicio, de las carencias del sistema de seguridad y de justicia colombiano y de los problemas que, en el ámbito de la impunidad, pueden producirse en el futuro con alguna de las modificaciones legales ya aprobadas. Entendemos que la implementación del conjunto de las recomendaciones podría favorecer una modificación sustancial del actual estado de impunidad. Consideramos que corresponde a las autoridades colombianas y, específicamente, a la Fiscalía competente para la investigación de los graves delitos cometidos en San José de Apartadó, establecer los primeros pasos para la recuperación de la confianza de los ciudadanos miembros de la comunidad de paz y residentes en la zona en las instituciones de su Estado, pasos que deben iniciarse con un decidido impulso de los procedimientos penales abiertos, tanto en la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía como en la Fiscalía de Apartadó, acordando para ello la práctica de las diligencias que consideren imprescindibles y que puedan practicarse sin riesgo para la vida de ninguno de los miembros de la Comunidad. Las autoridades colombianas deberían también ofrecer los medios de protección y aseguramiento que garanticen plenamente la ausencia de cualquier riesgo para la vida o para la integridad personal de los posibles testigos en el caso de que sea imprescindible su concurso para la culminación de la instrucción de las causas penales que se sigan por los hechos ocurridos en febrero, incluso con la intervención, si se considera necesario, de organizaciones gubernamentales de carácter internacional. no Entendemos que corresponde al Estado de Colombia, a todas sus instituciones, garantizar la seguridad de sus ciudadanos con todos los medios a su alcance, y, también, cumplir con las obligaciones que derivan de las resoluciones dictadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en las que se acuerdan medidas de protección a favor de los miembros de la comunidad de paz y de otras personas que guardan alguna relación con los mismos y de las dictadas por la Corte Constitucional. Además, consideramos especialmente importante que, en lo posible, el Estado colombiano pueda comenzar a prestar a las personas desplazadas en San Josesito los servicios educativos, sanitarios y de cualquier otro tipo a lo que, como ciudadanos, tengan derecho. 9. Final. La visita estuvo centrada en la comunidad de paz de San José de Apartado y, especialmente, en los sangrientos hechos de febrero de 2005. Ese fue el motivo principal de nuestro desplazamiento a Colombia. Pero, una vez allí, pudimos comprobar, que, como ya quedó reflejado en algún párrafo anterior de este informe, los hechos con los que conviven a diario las personas de la comunidad de paz y otros pobladores del corregimiento no son una situación excepcional, que existen otros casos tan duros y dolorosos como los vividos en San José. Algunos de ellos tuvimos la oportunidad de conocerlos de primera mano en conversaciones mantenidas con miembros de la Comisión Intercongregacional Justicia y Paz que nos trasladaron su gran preocupación por la situación que se está viviendo en algunas zonas del Chocó, en los territorios de Jiguamiandó y Curvaradó, donde existen comunidades de afroamericanos, en la zona del Bajo Atrato, y en donde también se han producido y se siguen produciendo numerosas violaciones de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario53 . Con ellos también pudimos conocer la historia de uno de los abogados de la CI Justicia y Paz, defensor de pobladores de los territorios antes citados, con el que coincidimos cuando regresaba a Bogotá tras tener que comunicar a un gran número de miembros de esas comunidades que se encontraban encausados, al parecer por las declaraciones de un supuesto “reinsertado” y que 53 Pueden obtenerse un importante número de datos sobre la situación vivida por estas comunidades en la publicación «Noche y Niebla, caso tipo núm.5, La Tramoya, Derechos Humanos y palma aceitera» en http://www.nocheyniebla.org/ 52 nos comentó, con su mejor humor, que también él estaba a su vez encausado por, al parecer, enseñar a los pobladores de estas comunidades a presentar demandas ante los Tribunales, y con la posibilidad, además, de verse incurso en un expediente disciplinario ante la Sala Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura, a la que corresponde ejercer la función disciplinaria no sólo con los funcionarios judiciales sino también con los abogados. Su situación y la de las comunidades de Jiguamiandó y Curvaradó, aunque no ha sido objeto de este informe, no podemos dejar de mencionarla. San José de Apartadó, Apartadó, Bogotá, Sevilla y Barcelona. Febrero – Mayo 2006. 53