EL CRISTAL Y LA ESENCIA CESAR ROSALES (Año 1966) INDICE EL CRISTAL Y LA ESENCIA ........................................................... 2 EPIFANIA .......................................................................................... 2 ASOMBRO ........................................................................................ 3 FABULA ............................................................................................ 3 PUERTA INTERIOR .......................................................................... 4 PUERTA ELISEA .............................................................................. 4 ANTIGUA MAGIA.............................................................................. 5 SONATA LUNAR .............................................................................. 5 EGLOGA............................................................................................ 6 EL ARO.............................................................................................. 6 LA SOLEDAD.................................................................................... 7 LAUREL............................................................................................. 7 EL DIAMANTE .................................................................................. 7 ALEGORIA ........................................................................................ 8 EL AMOR Y LA RUINA..................................................................... 8 PARABOLA DEL RIO ....................................................................... 9 DESPUES DE TANTA LUZ .............................................................. 9 COMO EL VILANO.......................................................................... 10 EL CARDO ...................................................................................... 10 FURIAS Y PENAS ........................................................................... 11 EL RETOÑO .................................................................................... 11 SORTILEGIO DEL GRILLO............................................................ 12 LA PAMPA ...................................................................................... 12 ARCO-IRIS DE AMOR .................................................................... 13 MI CASA ETERNA .......................................................................... 13 LA LIBERTAD ................................................................................. 14 EL VIAJE ......................................................................................... 17 A Rubén Vela A Carlos Alberto Débole A Osvaldo Colombo Los poemas de este libro fueron escritos entre 1955 y 1961. EL CRISTAL Y LA ESENCIA Tallé un cristal con la materia oscura. Sola y desnuda en su turbión de vida, lava de caos fue, raíz dormida, y el amor le dio ritmo y estatura. Mira esta copa de dolor, pulida, este diamante de faceta pura donde yacía oculta la figura que coloreó mi sangre conmovida. ¿Hubieras dicho que esta luz ceñida por una forma en vuelo de hermosura brotar podía de la sombra hundida? Redoma o cáliz, transparente hondura, guarda el aroma de la edad perdida, un resplandor que todavía dura. EPIFANIA (A mi hijo, en su primera edad) Amada, ven, contempla la hermosura. No es el mar, ni los astros, ni las flores; es un destello de inocencia, pura luz que en la luz espeja sus fulgores. Pétalo de oro, ramo de ternura, copo de luna sobre los alcores, rocío virginal, sonriente albura, música azul de ocultos ruiseñores. Horacio Eduardo, viva arquitectura de nuestro amor: elíseos resplandores nimban tu faz, tu genio, tu figura. Reverbero en la noche más oscura: por ti la vida es sueño sin terrores, la flor más flor, la piedra menos dura. ASOMBRO Esta costumbre de mirar la tierra No es costumbre en mis ojos sino asombro: nace una flor donde otra se destierra y vuelve a florecer cuando la nombro. Dulce contienda, deliciosa guerra es ésta de llevar el mundo al hombro como un Atlas sonámbulo que yerra suspenso entre el misterio y el asombro. Nada fenece aquí, nada concluye -túmulo, hueso funeral, escombro-, mientras el fénix vuela y la luz huye… Porque el reflejo de esa luz que nombro a su pura niñez me restituye, y abre otra ves mis ojos al asombro. FABULA Fue mi niñez un ruedo parpadeante de luceros, montañas y torrentes; arco-iris de espuma, deslumbrante friso o tapiz de mágicos ponientes. La balsámica miel, el aire errante abrieron para mí resplandecientes cavernas de oro y de cristal; fragante era la luz en sotos y vertientes. Allá estaban los cielos transparentes, la flor azul del sueño, los relentes y aquel rostro inefable, tan distante. -No me la expliques más, no me la cuentes. Todo se nos revela en un instante: “Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes”. PUERTA INTERIOR Hay una puerta de ébano cerrada más allá de esa luz que te enceguece, pero que tiene a veces la azulada irisación del mar cuando anochece. No pienses en la sombra de la nada ni en un temido infierno que no existe fuera de aquí: su imagen desolada es obra de ti mismo, tú la hiciste. Si en el umbral detienes la pisada y no entreabres la puerta clausurada, ni el oro encontrarás ni la tiniebla. Pero si empujas con un dedo apenas verás el mar de Ulises en tus venas y el rostro de Perséfona en la niebla. PUERTA ELISEA Solía ver allá, cuando llovía, una gran puerta de ópalo, distante, que entre rizados cúmulos tendía sobre el vacío su arco dominante. Verde, rojo, amarillo, azul…-brillante pedrería de Ofir, oh fantasía-; miraba los colores y al instante un irisado surtidor se abría. Abanico de luz, arpa y hoguera, lo mismo resonaba o se encendía sobre mi corazón y en la pradera. Y susurraba atónito: ¡si fuera alondra o nube, cómo volaría hacia esa puerta y su halo de quimera! ANTIGUA MAGIA Era una luna inmensa que nacía sobre la sierra azul, como azorada, una luna que yo desconocía, pero que estaba en mí transfigurada. Fijos allá los ojos de mi amada me hacían armoniosa compañía. “¡Qué luna blanca!”, dijo deslumbrada mirando el disco alado que ascendía. Pensé en la imagen tutelar de Diana vigilando la tierra, soberana, mientras el joven Endimión dormía. Como sumido en una luz arcana yacía el pueblo. Oh lámpara lejana: el durmiente del Latmos sonreía. SONATA LUNAR Sé de una luna que nimbó mi frente como un ramo de azahar o un paño frío, una luna de abril, opalescente, que contemplé una noche junto al río. Sobre el pasto bordado de rocío agitaban un tul fosforescente las luciérnagas; raudo escalofrío, un pez de plata hendía la corriente. El otoño soplaba un caramillo entre los juncos, verde y amarillo, cuyo son ondulaba largamente. Plateado pez, silvestre caramillo, qué profundo era todo, qué sencillo: luna de abril, espuma de mi frente. EGLOGA En la copa de un molle, cuando niño, oí cantar al cardenal nativo un himno de oro que a mi frente ciño como un laurel sonoro y sensitivo. Lo vi volar con reluciente aliño, terso el plumaje y el airón altivo, sobre el letargo del rumiante piño, de una rama o una ráfaga, festivo. De él aprendí la pura hechicería de trocar en destello y melodía el terrenal asombro de estar vivo. Y el ímpetu, la ciencia, la alegría de vivir libre en agria montería antes que endulces tálamos cautivo. EL ARO Rodaba el aro de la infancia mía por una antigua y áspera vereda, pero qué nueva y suave parecía: piel de rocío, resonante seda. Salté un barranco donde sólo había negras espinas y una vid aceda, pero yo no sé qué sabor tenía ese barranco junto a la alameda. Un día el aro de cristal, un día la sortija que el aire azul pulía escapó de mis manos. La vereda cambió de rostro: vieja, dura, fría me pareció, y en el barranco había un aro roto junto a al alameda. LA SOLEDAD Cuando el sol tras los montes se perdía un temblor irisaba la alameda y un hálito sutil, una voz queda, como de ángel o silfo, me decía: “Quédate, no te vayas; qué sería de nosotros sin ti, vana humareda. Un susurro y allá la polvareda de los astros; después, la noche fría”. Vagaba fascinado, no quería abandonar la misteriosa umbría de las hojas y el céfiro de seda. Y otra voz escuché que respondía: “No me dejes partir, pues qué sería de mí sin tus susurros, alameda!”. LAUREL Ese laurel, ese laurel quería, no el de insigne verdor, para mi frente, un laurel luminoso como el día y como el día leve y transparente. En un recodo de la selva mía (lecho de orquídeas, naranjal, serpiente) corté una rama de laurel. Decía: “Esmeralda solar para tu frente”. Esmeralda solar o pedrería, aunque durara el pétalo de un día esa guirnalda quiero solamente. Laurel, laurel eterno –repetía-: ¡qué amargo tu verdor, tu luz qué fría, y el ramo de mi sien qué diferente! EL DIAMANTE (A Piedad, a su voz) ¿Nunca has oído a una escondida fuente, a un ruiseñor o al rey del bosque umbrío, cantar al alba o al caer la huyente gacela de la tarde sobre el río? Así tu voz profunda y transparente que oí sonar en el cristal vacío de una oquedad confusa y estridente donde es fuego la nieve, el fuego frío. Hallé un diamante sin pulir, un puro sueño de luz en el pesado estío que quería salir del suelo oscuro. El orfebre del sueño pulió tanto la veta original, que ésta fue un río y el río espejo vivo de tu canto. ALEGORIA Hay en las dunas una flor ignota que de arena y olvido se alimenta, allá donde voltea la gaviota perdida, y el petrel, en la tormenta. Sólo en el Sur la vi. Zarzal y mota de lana gris; blanqueaba una osamenta y un curvo signo la herradura rota dibujaba en la huella polvorienta. Quise arrancar su seca mascarilla de polvo y sed, salobre como gota de turquesa del mar, y – ¡oh maravilla!en su corola mustia y amarilla vi titilar, extática y remota, una estrellita o lágrima o semilla. EL AMOR Y LA RUINA Pueblo de arena, de sopor, de olvido, casi lunar de tan desamparado, sin color, sin perfume, sin sonido, como el cuenco de un cántaro quebrado. Un matorral, un riacho consumido (dolor y sed agrietan su costado); la torre del vencejo con su nido y un ojo azul, inmenso, alucinado. Sólo viviendo de alma, de cernido silencio, de ternura, de alarido, se puede amar y eternizar lo amado: Levantar de la ruina lo perdido, pero aun así, después de haber vivido, no es suficiente haberlo recobrado. PARABOLA DEL RIO ¿Dónde empezaba el río? No sabía dónde, pero a lo lejos vislumbraba un manantial secreto que fluía como un venado que se desangraba. ¿En qué desértico arenal se hundía la vena que en la tierra dibujaba su brizna de temblor, su clara estría? ¿En qué selva o erial desembocaba? Entre un confín y el otro había un vano que la luz zodiacal iluminaba como a las nervaduras de una mano. ¿Dónde nacía, dónde terminaba? Cada vez más incierto, más lejano, el río, aguas abajo, resonaba… DESPUES DE TANTA LUZ Infinitos los ríos, infinitos el horizonte, la pradera, el velo cambiante de las nubes y el revuelo de las garzas y el eco de sus gritos. Sumergidos en hondo desconsuelo mis ojos, destronados aerolitos, ven hoy oscuros y pequeños ritos después de tanta luz y tanto cielo. Vengo de la llanura, desde lejos, con el alma bruñida de reflejos, de arreboles, de ráfagas, de mitos. Encuentro aquí el horror: sombra de viejos crímenes, grietas, máscaras, trebejos, y vuelvo a los espacios infinitos. COMO EL VILANO “Sólo un verano me otorgáis, vosotras las poderosas” (“Las Parcas”) Hölderlin Como el vilano, sí, como el vilano vaga ebria el alma por el aire puro hasta dar con el límite más duro que pone fin a su delirio humano. Mecida por la brisa del verano otro verano sueña y el maduro zumo enciende su sed y ya un futuro racimo quiere asir de oro lejano. Vellón de azar en llamas de secano. Pero la diosa de perfil oscuro el hilo corta con siniestra mano. Son de caña en el viento, soplo vano, destello que se apaga tras el muro, como el vilano, sí, como el vilano. EL CARDO Como un fanal azul el cardo gira en olas del azar hacia el olvido, y otro fanal azul, remoto, mira la soledad del cardo desvalido. Manojo de intemperie florecido en corimbos de luz, el cuello estira hacia el imán del cielo, y su gemido recoge el viento y en el viento expira. Solitario fulgor de la llanura creciendo en desamparo y hermosura, en silencio crispado y en sonido. Zarpa y vellón, pupila de la agrura que el sueño diviniza y transfigura, cardo del alma, lámpara de olvido. FURIAS Y PENAS “Hay en mi corazón furias y penas” Quevedo Si las furias, amor, fuesen arenas, qué desiertos, qué paramos, qué dunas la sangre cegarían, y qué lunas, en este alcor de furias y de penas. Si las penas, amor, fuesen cadenas, qué prisiones, qué herrumbres, qué negruras el alma oprimirían, y que duras, en este hondón de furias y de penas. Si las altivas furias sólo fueran fulgurantes arenas y no hubieran sino cadenas lóbregas de penas, flores serían éstas de mis lares, pero está -¡Mira!- desbordando a mares mi corazón de furias y de penas. EL RETOÑO (A Horacio Eduardo) Mira la vid en llamas del otoño y el zarcillo de luz que la decora: lámpara de oro, cándido retoño, rosicler y frescura de la aurora. Junto a la vid un ramo de madroño su fragancia bucólica atesora en el huerto, y el vástago bisoño entre mieles y pámpanos se dora. Cogollo de la sangre, gajo tierno que ornas mi surco y ciñes en mi esteva un muérdago de amor, un lazo eterno. En ti la roja savia se renueva y vierte al sol, a espaldas del invierno, su prístino sabor la vida nueva. SORTILEGIO DEL GRILLO “Música porque sí, música vana” Conrado Nalé Roxlo El olvidado grillo de la infancia vuelve a tañer su flauta campesina y el son agreste horada la distancia como una gota de agua cristalina. Hoy como ayer aspiro la fragancia del matojo silvestre en la colina, un zumo de ámbar el viñedo escancia y el cántaro de greda se ilumina. Niñez perdida, música, fragancia, néctar dorado, cántaro, colina: todo tiene una oculta resonancia; por que al conjuro de su flauta fina vuelven a ser las noches de la infancia cuenco sonoro, gota cristalina. LA PAMPA (A la memoria de Ricardo Güiraldes) Un pájaro, un cardal, una osamenta, un trebolar azul, una fragancia, un aire que del aire se alimenta, el islote perdido de una estancia. Un humo que enarbola la distancia, un agua que no es agua, un espejismo, un silencio que es pura resonancia como cuando uno grita en un abismo. Un vacío sin fin, una constancia para seguir viviendo la ilusoria realidad de esta nada que lo es todo. Un venado de luz errante, un ansia de fijar esa luz en la memoria, y ser cielo, ave, nube, hierba, lodo. ARCO-IRIS DE AMOR (A Horacio Eduardo en su séptimo año) Grácil retoño de vellón dorado bajo el maduro estío de mi vida, creciendo en luz, en aire deslumbrado, junto a la tierna mano que lo cuida. Trigal en flor o pámpano irisado por la calandria de otra luz que anida en otro cielo vivo y constelado como el azul: mi corazón, ¡oh vida!... Candelabro de fiesta iluminado con siete llamas entre la elegida y el labrador de sueños a su lado. Yo te labré, campánula tejida con espuma de río y sol de prado, arco-iris de amor, arpa florida. MI CASA ETERNA Mi casa de estalactitas en la montaña. Mi casa con frutos de oro a la intemperie. Mi casa donde el viento marino mueve roncas alas de espumas desatada. Mi casa fosforescente junto al río como un cielo nocturno o una caverna. Mi casa hija del sol y las tormentas como una espiga o la hoja de un cuchillo. Mi casa entre campanas y madréporas con ruedas de fogatas y resinas. Mi casa donde anidan las estrellas. Piedra sonora nube de gaviotas mi casa eterna llena de semillas su techo azul mojado por la aurora. LA LIBERTAD Aprendimos una palabra azul y blanca como el mar, como el cielo, como las nubes, como la nieve virginal. Aprendimos una palabra, como una alondra, musical; como la miel y el agua, clara; indispensable como el pan. Aprendimos una palabra pura y simple como la sal; como el oro, resplandeciente; como una madre, tutelar. Aprendimos una palabra alta, profunda, vertical, como una estrella, como un cáliz, como una espiga sin hollar. Una palabra que refulge con argentino tintinear como un vino sonoro y áureo en una copa de cristal. Una palabra que arrancamos de la tiniebla original y a la luz del conocimiento aprendimos a descifrar. * Cuando vinimos a la tierra y empezamos a respirar, ya respiramos con el aire todo su aroma inmemorial. Cuando vinimos a la tierra y comenzamos a mirar, ya miramos su dulce rostro en el rostro de los demás. Cuando vinimos a la tierra y comenzamos a escuchar, ya escuchamos la melodía que fluía de su hontanar. Cuando vinimos a la tierra y comenzamos a tocar, ya tocamos su piel fragante en el regazo maternal. En la púrpura de la tarde, en la poma del manzanar, en la espuma de nuestros sueños, en el relente matinal. Cuando vinimos a la tierra con el gusto en el paladar, ya gustamos su miel, su vino, en la colmena y el lagar. Y cuando fuimos por el mundo y comenzamos a sangrar, ya sangramos por una herida que nadie pudo restañar. Pero lo mismo la quisimos cuando la vimos fulgurar como la luna sobre el río, como un lucero sobre el mar. La teníamos en la mesa, en el navío, en el telar, en el idioma que forjamos, en la columna del hogar. La teníamos en el cuerpo y en el alma, como un fanal, en el color de la esperanza, en el sabor de nuestro pan. La teníamos como a un viento que no se deja encadenar, como a un pájaro la teníamos en la brisa primaveral. * Un día aciago la perdimos en un oscuro muladar, como a la llave de una puerta que la herrumbre vino a sellar. Ese día creció la sombra desde la selva hasta el glaciar como un águila gigantesca, como una piedra sepulcral. Todo devino entonces ruina, miedo, congoja, oscuridad; los caminos se encenagaron y no pudimos avanzar. La semilla se volvió escoria, ciénaga el agua, polvo el pan, el fuego, fúnebre ceniza, la compañía, soledad. Negras prisiones sepultaron una injuriada humanidad, las cadenas enrojecieron y se volvieron a soldar. Y otro día la recobramos… (¿era reflejo, rayo falaz de un espejismo esa palabra, o deslumbrante realidad?). Otro día la recobramos y ya todo volvió a brillar: el sol florido en la pradera, el rizo de oro en el trigal. La paloma en el campanario, la mariposa en el rosal, la herramienta en el artesano, la sonrisa en el colegial. * Defendamos esta palabra como si fuera nuestra más sagrada esencia, la que es cifra, raíz del ser, razón vital. Que nunca sea letra vana, bandera de humo ni disfraz, sino sustancia de la vida en su desnudo palpitar. Perfume, luz, ráfaga, efluvio, lluvia, rocío, manantial: que su vivaz aliento sea nuestro modo de respirar. Esta es la llave que perdimos y que hemos vuelto a recobrar, la llave ardiente de la vida, del amor y de la verdad. Oíd hermanos de mi patria: ¡no la perdáis, no la perdáis! La puerta abrid de nuestra casa de sol a sol, de mar a mar. Que en nuestra casa nadie sufra esclavitud, iniquidad; que todos beban de su vino, que todos coman de su pan. Aprendimos una palabra (no la podemos olvidar), una palabra como el aire que respiramos, inmortal. Una palabra como un ala, como un laurel intemporal, inmarcesible, soberana. Una palabra: ¡Libertad! EL VIAJE El tren corre por la llanura -de un lado trigo, del otro lado saly va rebanando la tierra en dos mitades, como un pan. Cuchillo negro de sudores de sembrar y de cosechar, parte la tierra en dos mitades: una de trigo, otra de sal. Proa de nube, filo de rayo, ala de pájaro cenital, el tren de seda, de fuego, de humo, vertiginoso como el azar, hiende la bruma, divide el aire, surca la quieta inmensidad. Bajo sus ruedas la tierra gira, pero el deseo gira más. Aquí quisiera detenerme a contemplar, a contemplar el infinito “piélago verde”, el infinito azul, allá. Pero no puedo: el tren jadea, silba, resopla, vuela ya, y no hay tiempo para quedarse porque el tren no espera jamás. Aquí quisiera detenerme para mirar, para mirar pájaros, nubes, horizontes, flores azules del matorral, islas de umbrías vegetales, ríos que brillan como el metal, lagos dormidos como espejos, garzas de espuma crepuscular. Pero no puedo: el tren se crispa, araña el aire de cristal, lanza venablos de guerrero y mil centellas de pedernal. Su trepidante boca dice: quiero llegar, quiero llegar; los viajeros son impacientes y el convoy no vuelve a pasar. * El tren corre por la llanura como una flecha horizontal arrojada por el destino hacia el poniente que arde allá… El disco rojo del sol tiñe un lejanísimo arenal; el tren corre para alcanzarlo, pero el sol se ha ocultado ya. El disco rojo es escoltado por otro blanco, frío glaciar que recorta en el firmamento un carámbano de cristal. Todo parece quieto, inmóvil en el abismo sideral; el tren avanza raudamente, pero la luna mucho más. Solitaria como un diamante de misteriosa claridad cuyos purísimos destellos atraviesan la oscuridad, una estrella traza en la noche su parábola celestial; el tren corre tras de su brillo, pero la estrella ya no está. ¡Hemos perdido los tesoros que queríamos alcanzar! El tren embiste las tinieblas como un humeante Leviatán que no acierta con la salida de su aventura fantasmal, y sólo se oye su fragor resonando en la soledad. El sol, la luna, las estrellas, ¿son espejismos, nada más? La vieja tierra que nos sustenta, ¿es apariencia o realidad? Los hombres mismos, ¿son ficciones, sombras de un sueño inmemorial que andan errantes por el mundo, o ávidas formas de lo real? El tren corre por la llanura tras la quimera o la verdad, pasa infinitas estaciones y siempre hay otras más allá. Con un ojo sobre la frente va empujando la oscuridad, como un cíclope alucinado o una mantícora infernal. Alguien, de pronto, se levanta como si regresara del mar, tiene brillantes las pupilas, la voz velada y abisal. ¿Dónde estamos ahora?... -inquiere-. Todo es confuso y no sé ya a dónde voy, de dónde vengo, cuándo este viaje acabará. Duermen los hombres con sus armas y las mujeres con su ajuar; los camareros se han dormido, de pie, dormido, va el guardián; ya se han dormido los semáforos, el inspector, el mayoral; dormido sueña el maquinista con la estación del Más Allá. Yace dormido el carbonero, y el que ordena el fuego central dormido está junto a sus fauces con un tridente de coral; se ha dormido hasta el guardagujas de esperar y desesperar en un oscuro, andén desierto lleno de frío y soledad. Pasan minutos, años, siglos… (Un minuto es la eternidad para el que quiere lo imposible de la ilusoria realidad). Un hombre perdido en la niebla anda buscando una señal al resplandor de una bujía, como una aguja en un pajar. * La lluvia mueve sus telares. Se apaga el último fanal. Tirita el aire atroz del páramo donde el guijarro es lecho y pan. Crujen maderas, hierros, vidrios bajo el dios de la tempestad. Como un trueno en un precipicio el tren retumba en la oquedad. Máquina y coches se despueblan. Los pasajeros, ¿se han ido ya? Hay unas sombras acumuladas en los asientos, y el rechinar de una puerta que el viento bate infunde un vago clima irreal, una puerta que nadie abrió y que nadie viene a cerrar. Máquina y coche se despueblan y donde antes humeó el manjar medra una arena devoradora, el jaramago y el zarzal. Los viajeros -rostros amados, manos amantes-, ¿dónde están?... Sus cabellos parecen de humo y sus vestidos de alquitrán. El tren fragante color de nube, color de azor o de alcotán, color de rayo fugitivo, vertiginoso como el azar, precipitado por el tiempo cae en la noche intemporal. El agua asoma por sus grietas como una adelfa entre la cal. El hombre perdido en la niebla, desamparado, viene y va. La bujía ya no arde. Llama: a nadie logra despertar. Sólo hay Uno que está despierto (¡hasta el final, hasta el final!) y lo escucha desde muy lejos, pero no puede contestar. *** FIN ***