HISTORIAS DE NAVIDAD ADORACIÓN (AIRE – RAPEROS) Con particular elocuencia lo había anunciado Isaías: Las naciones caminarán a tu luz, los reyes, al resplandor de tu aurora. Alza tus ojos y mira alrededor: todos ellos se congregan, vienen a ti (...). Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá, todos vendrán de Sabá cargados de oro e incienso, y pregonando las alabanzas del Señor (Is 60, 36). Mientras tanto, el tiempo transcurría en la más absoluta normalidad. Nada hacía presagiar ningún acontecimiento fuera de lo común. Hasta que un día sucedió algo extraordinario. Después de nacer Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarle (Mt 2, 1-2). San Mateo anota que, al oír esa pregunta, el rey Herodes se inquietó, y con él toda Jerusalén (Mt 2, 3). Sabemos muy poco de estos personajes. De todas formas, el texto evangélico ofrece algunas certezas: se trataba de unos viajeros procedentes de Oriente, donde habían descubierto una estrella de extraordinario fulgor, que les movió a dejar sus casas y marchar en busca del Rey de los judíos. Todo lo demás -su número, su país de origen, la naturaleza de la luz celestial, el camino que siguieron- no pasa de ser conjetura, más o menos fundada. La tradición occidental habla de tres personajes, a los que da incluso un nombre -Melchor, Gaspar y Baltasar-, mientras otras tradiciones cristianas elevan su número hasta siete e incluso doce. La palabra magos, con que los designa el Evangelio, no tiene nada que ver con lo que hoy día se entiende por ese nombre. No eran personas dadas a la magia, sino hombres cultos, muy probablemente pertenecientes a una casta de estudiosos de los fenómenos celestes, discípulos de Zoroastro, ya conocidos por numerosos autores de la Grecia clásica. Por otra parte, es un hecho comprobado que la expectativa mesiánica de Israel era conocida en las regiones orientales del Imperio Romano, e incluso en la misma Roma. No es extraño, pues, que algunos sabios pertenecientes a la casta de los magos, al descubrir un astro de extraordinario fulgor, lo hubieran interpretado iluminados interiormente por Dios- como un signo del nacimiento del esperado Rey de los Judíos. Nada más salir de Jerusalén -prosigue San Mateo-, la estrella que habían visto en Oriente se colocó delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el Niño. Y, entrando en la casa, vieron al Niño con María, su Madre; y postrándose le adoraron. Luego abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra (Mt 2, 9-11). Los corazones de María y de José debieron de llenarse de alegría y gratitud. Gozo porque los anuncios proféticos sobre Jesús comenzaban a cumplirse; agradecimiento porque los presentes de aquellos hombres generosos -predecesores en la fe de los cristianos procedentes de la gentilidad- posiblemente contribuyeron a aliviar una situación económica precaria. José y María no pudieron corresponder a su generosidad. Ellos, sin embargo, se consideraron suficientemente recompensados por la mirada y la sonrisa de Jesús, que iluminó de nuevo sus almas, y por las dulces palabras de agradecimiento de su Madre, María. ANUNCIO A LOS PASTORES (FUEGO – POKEROS) Había en la región unos pastores que se encontraban en el campo y estaban guardando su ganado y contemplando la plenitud de la noche. Los pastores charlaban y reían entorno a una hoguera situada encima de unas ramas secas. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió con su luz, y quedaron sobrecogidos de temor y cegados por la luz. El Ángel les dijo: No temáis, os anuncio una gran alegría que es para todo el pueblo: Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal, dijo el Ángel apuntando a una luminosa estrella situada en el cielo oscuro de la noche, encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre, junto a María y José. Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, alabando a Dios, diciendo: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad." De este modo los ángeles regresaron al cielo. Al desaparecer los Ángeles comenzó un murmullo entre los pastores, dijeron los unos a otros: Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado. Por lo que prepararon sus cosas y partieron hacia Belén. Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca del Niño. Y cuantos les oían se maravillaban de lo que decían los pastores. María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les había dicho. HISTORIA CAMINO DE BELÉN (TIERRA – PALETOS) Noche de paz, noche de amor... La ciudad del Gran Rey, la ciudad que simboliza nuestra alma; Belén de Judá. Aconteció en aquellos días que se promulgó un edicto de parte de Augusto Cesar, que todo el mundo fuese empadronado. Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. anduvieron por el pueblo sin encontrar posada, todas las posaderas les indicaron que no tenían espacio para más, lo cual hizo que José buscara bajo la lluvia algún lugar, encontrando un pequeño portal donde había un buen y una mula. hay dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, le llamo Emmanuel. Así nos cuenta el Espíritu a través del Evangelio de Lucas, capítulo 2 una de las causas por las cuales Jesús nació en Belén cumpliendo la profecía sobre el lugar de Su nacimiento. VIAJE DE LOS REYES MAGOS (AGUA - HIPSTERS) La tradición más difundida cuenta que vinieron de Oriente y que iban guiándose por una estrella ( conocida como La estrella de Belén) que les condujo hasta Belén. Eran sabios astrónomos, seguramente Persas, que quedaron impresionados a ver la magnitud con la que brillaba una de las estrellas. Un ángel habló en sueños a cada uno de ellos, ilustrándoles cómo había nacido el Rey de los Judíos, Dios y hombre verdadero. Al despertar del sueño, cada uno decidió los dones que le iría a llevar, oro, incienso y mirra. Recorrieron el camino hasta Belén vestidos a la moda persa, tocados con un gorro de la Asia antigua y su actitud es la de ir a ofrecer lo que llevan en las manos a la Virgen que está sentada en un trono y tiene al Niño en su rodilla izquierda. Encima de sus cabezas se pueden leer tres nombres, de derecha a izquierda: Gaspar, Melchor, Baltasar… Poco a poco la tradición ha ido añadiendo otros detalles a modo de simbología: se les ha hecho representantes de las tres razas conocidas en la antigüedad, representantes de las tres edades del hombre y representantes de los tres continentes (Asia, África y Europa). Durante su viaje, los Magos pasaron por numerosos lugares hasta llegar a adorar al Niño Jesús y, aunque los evangelios dan pocas pistas sobre el asunto, sí parece claro que su última escala fue Jordania. Tuvieron que cruzar el desierto de Wadi Rum, el cual tiene la arena de color rojizo y un riachuelo medio seco. Anteriormente su viaje los llevó a cruzar por Irak, Siria y Cisjordania. La ruta que siguieron fue trazada teniendo en cuenta viejos mapas y relatos de textos antiguos. Antes de llegar pasaron por el Castillo de Herodes donde se lo encontraron y les dijo a los Reyes que avisaran cuando encontraran el lugar exacto donde nació Jesús. Así él también podría ir a adorarle. Pero un ángel se apareció a los magos y les advirtió del peligro que corría Jesús si ellos obedecían el deseo de Herodes. Así pues, no volvieron por el mismo sitio. Esta procesión está conducida por tres personajes vestidos a la moda persa, tocados con un gorro frigio y su actitud es la de ir a ofrecer lo que llevan en las manos a la Virgen que está sentada en un trono y tiene al Niño en su rodilla izquierda. Encima de sus cabezas se pueden leer tres nombres, de derecha a izquierda: Gaspar, Melchior, Balthassar… Poco a poco la tradición ha ido añadiendo otros detalles a modo de simbología: se les ha hecho representantes de las tres razas conocidas en la antigüedad, representantes de las tres edades del hombre y representantes de los tres continentes (Asia, África y Europa).