† Miércoles de Ceniza D Í A 1: VO LV E R A L O BÁ S I C O Al iniciar la temporada de baseball, el entrenador tiene que llevar a sus jugadores de nuevo a lo fundamental. Les recuerda entonces cómo adoptar la postura de tres puntos, el modo correcto de recibir una entrega, cómo sincronizar los movimientos del swing, la importancia de mantener los ojos fijos en la bola, etc. Independientemente de cuán maravillosa haya sido la ejecución de un jugador durante la temporada anterior, tendrá que empezar a entrenar en primavera desde lo más básico, pues antes de hacer cosas espectaculares deberá dominar las cosas más simples y elementales. Lo mismo ocurre en la vida espiritual. La Cuaresma es un tiempo para alistarse, para prepararse y afinar detalles, un tiempo para volver a lo básico, un tiempo para recordar lo más fundamental. Es por ello que la Iglesia nos invita a revisar el inicio del libro del Génesis, donde encontramos el relato de la Creación y de la Caída. Con frecuencia hemos escuchado este relato, al grado de que lo tenemos grabado en nuestras mentes; sin embargo, tenemos que volver a escucharlo: “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre fue un ser viviente”. 4 ©2016 Word on Fire Catholic Ministries El Miércoles de Ceniza resuenan éstas palabras: “Polvo eres, y en polvo te convertirás”. Hoy se nos recuerda que nuestras vidas provienen de Dios, que nuestra propia existencia viene de Dios, que nada se nos debe y que nada proviene de nosotros. Toda bocanada de aire que respiramos nos recuerda que dependemos de Dios; cada uno de nuestros latidos es un recordatorio de que Dios es el Señor. Ahora que estamos dando comienzo a nuestro recorrido cuaresmal, tomemos unos minutos para reflexionar sobre esta realidad: sin Dios no somos nada. Demos gracias a Dios porque amándonos nos trajo a la existencia. “Rendirse a Dios no significa poner en peligro nuestra libertad, sino alcanzar la forma más plena de vida.” r e f le xion e s de c uar e s m a 5 † Primer jueves de Cuaresma D Í A 2: E N E L J A R D Í N Comencemos por el principio, al entrar al Jardín. Una de las primeras cosas de las que nos percatamos es que Dios plantó un jardín en el Edén y colocó ahí a los primeros humanos. Esto nos indica que Dios desea para nosotros un jardín, un lugar de gozo, de color, lleno de vitalidad, un lugar donde nuestras facultades puedan expresarse llenas de energía. Dios desea que tengamos vida y que la tengamos en abundancia. ¿Cómo se da esta vida en nosotros? Aceptando la gracia de Dios y estando dispuestos a permitir que dicha gracia fluya a través de nosotros hacia los demás, es decir, regresando a un estado que existía desde el comienzo de la Creación. Dios le dio a los primeros humanos, Adán y Eva, prácticamente libertad absoluta para gobernar el Jardín. Los Padres de la Iglesia vieron en esta libertad una expresión del deseo de Dios de que cultiváramos la tierra y nuestras capacidades al máximo, que desarrolláramos nuestras habilidades como científicos, políticos, poetas, amantes y amigos. Sin embargo, ahí se encontraba también el árbol del que no debían comer: “Y dio al hombre este mandato: ‘Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero no comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, 6 ©2016 Word on Fire Catholic Ministries porque si comes de él morirás irremediablemente’”. ¿Por qué razón se presenta aquí este árbol simbólico, plantado en medio del Jardín? Porque representa el criterio del bien y del mal, es decir, aquello sobre lo cual sólo Dios tiene poder. Se trata del criterio por el cual la vida buena puede distinguirse de su contraparte trágica. La mujer vio en el árbol frutos buenos para comer, y le pareció deseable como fuente de sabiduría. El momento en que el fruto fue tomado, cuando el hombre y la mujer intentaron apropiarse de la divinidad misma, cuando ellos —y, por extensión, todos nosotros— hicieron de su voluntad el criterio para determinar el bien y el mal, fue el momento en que el flujo de la gracia se rompió. Lo mismo ocurre con el pecado. Nuestra autonomía e independencia de Dios parecen deseables pero, de hecho, nos conducen a una profunda vulnerabilidad. Adán y Eva no se percataron hasta ese momento de que estaban desnudos. En definitiva, la acción que cometieron culminó con su expulsión del Jardín y su llegada al desierto de la autosuficiencia y del miedo. “Dios no permanece en el Jardín esperando que nosotros regresemos; por el contrario, se introduce en nuestro miedo y en nuestra insuficiencia y, por nosotros, hace que el poder del pecado retroceda.” r e f le xion e s de c uar e s m a 7 † Primer viernes de Cuaresma D Í A 3: L A G R A N M E N T I R A Nuestro Dios es un Dios vivo, un Dios que desea que compartamos su vida. Es por eso que “Dios plantó un jardín en el Edén (…) y colocó ahí al hombre que había formado”. En el Edén nos dio una libertad casi total como un signo de su buena voluntad a nuestro favor, así como su deseo de que pudiéramos ser plenos en todo sentido. La política, el arte, las ciencias, la literatura, la filosofía, la música, los deportes, el entretenimiento: todo aquello que lleva al florecimiento del hombre es a su vez deseado por Dios. Y entonces entra en escena la serpiente. Al igual que nosotros, la serpiente es una creatura de Dios. Depende totalmente de Dios para vivir. No se trata de una especie de rival con un poder equivalente al de Dios. El hecho es que la Iglesia siempre ha predicado que el mal no es un oponente substantivo del bien, sino que guarda una relación parasitaria con éste. Sin embargo, la serpiente no deja de ser por esto un oponente astuto. Obliga a Eva a preguntarse el porqué de la prohibición: “¿Así que Dios les dijo que no comieran de ninguno de los árboles del huerto?”. Entonces la mujer aclara cuál es la prohibición, y la serpiente replica: “¡De 8 ©2016 Word on Fire Catholic Ministries ningún modo morirán! Lo que ocurre es que Dios sabe que en el momento en que coman se les abrirán los ojos y serán como Dios, conocedores del bien y del mal”. Ésta es la gran tentación y la gran mentira. La serpiente siembra en la mente de Adán y de Eva la convicción de que a menos de que ellos mismos determinen el significado y propósito de sus vidas, ellos no serán verdaderamente libres. Dicho en términos modernos, sus vidas no estarán siendo plenamente vividas hasta entonces. Pero el conocimiento sobre el bien y el mal es una prerrogativa de Dios, que en nosotros sólo se traduce en el deseo de determinar nuestra propia vida, en el anhelo de establecer la diferencia entre lo bueno y lo malo. Pero esto le corresponde sólo a Dios. Así como él sopló la vida y el ser en nosotros, así también sopla un propósito moral y espiritual en nosotros. En el momento en que nos convencemos de estar viviendo según nuestros propios criterios, eligiendo a partir de los términos que nosotros mismos establecemos, es entonces que dejamos de ser realmente libres y dejamos de estar realmente vivos. Adán y Eva fueron expulsados del Jardín cuando intentaron hacerse de este conocimiento. Y esto ocurrió no porque Dios sea vengativo, sino porque se trata de la consecuencia natural que se sigue de nuestra r e f le xion e s de c uar e s m a 9 pretensión de ser Dios. Cuando intentamos apropiarnos de la divinidad, toda forma de vida que tuviéramos se marchita y seca. Nos convertimos entonces en almas pequeñas, confinadas a la prisión de nuestro propio egoísmo, siendo víctimas de la Gran Mentira. “Gloria Dei homo vivens. ‘He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia’.” 10 ©2016 Word on Fire Catholic Ministries † Primer sábado de Cuaresma D Í A 4: S U B SA N A N D O E L DA Ñ O En todo el Evangelio somos llamados a identificarnos con Jesús. Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera hacerse Dios. Participamos en él y es así que percibimos cómo es la vida divina. En ningún pasaje del Evangelio queda esto más claro que en el relato de las tentaciones en el desierto. Jesús acababa de ser bautizado. Acababa de hacer suya su más profunda identidad y misión, y ahora se enfrenta —al igual que todos nosotros— con las grandes tentaciones. ¿Qué es lo que Dios quiere que haga? ¿Quién quiere Dios que sea? ¿Cómo debe vivir su propia vida? Observemos cómo en todo momento Jesús subsana el daño causado en el Edén por la Gran Mentira. El demonio le tienta instándole a que haga del placer sensual el centro de su vida, que determine el bien o el mal de acuerdo al criterio de lo que le satisfaga sensualmente. Pero Jesús da un giro a esta propuesta: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. A continuación, el demonio le lleva a la cumbre de una montaña y le muestra todos los reinos del mundo: “Todo esto te daré, si te postras y me adoras”. La tentación es r e f le xion e s de c uar e s m a 11 convertir el poder en el centro de su vida, hacer de su propia autoridad el criterio de lo bueno y lo malo. Pero Jesús revierte esto diciendo: “Aléjate, Satanás, porque está escrito: ‘Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él le darás culto’”. Y luego Satanás tienta a Jesús una tercera y última vez, llevándole a la parte más alta del Templo, tentándolo para que haga de su ego el centro de su vida, convirtiendo su propia gloria en la medida del bien y del mal. Pero Jesús revierte este ataque diciendo: “No tentarás al Señor tu Dios”. En la versión del Evangelio de Mateo, este evento termina con una línea crucial: “Entonces el demonio se alejó de él”. Ante las palabras de Jesús incluso Satanás tiene que retirarse. Recordemos esto cuando seamos tentados por la Gran Mentira. “Nosotros no medimos a Dios; Dios nos mide a nosotros y, de esta manera, encontramos nuestra felicidad.” 12 ©2016 Word on Fire Catholic Ministries