Luis Martín Santos.- Tiempo de Silencio. En contra de la opinión de los arquitectos sanitarios suecos que últimamente prefieren construir los quirófanos en forma hexagonal o hasta redondeada (lo que facilita los desplazamientos del personal auxiliar y el transporte del material en cada instante requerido) aquel en que yacía la Florita era de forma rectangular u oblonga, un tanto achatado por uno de sus polos y con el techo artificiosamente descendente a lo largo de una de sus dimensiones. No gozaba la paciente casiparturienta de niquelada mesa o de acero inoxidada mesa con soportes de muslos para mejor obtener la posición ginecológica preferida por casi todos los artífices, sino acajonada mesa de pino gallego antes servidora del transporte de cítricos de la región valenciana y posteriormente acondicionada a la función de lecho, soporte del jergón de muelle y de las sábanas rojas de su propia sangre abundosamente huida. La lámpara escialítica sin sombra se sustituía ventajosamente con dos candiles de acetileno que emanan un aroma a pólvora y a bosque con jaurías más satisfactorio que el del éter y el bióxido de nitrógeno, consiguiendo, a pesar del temblor que la entrada de intrusos (desgraciadamente no dotados de la imprescindible mascarilla en la boca) provocaba, una iluminación suficiente. Tratándose de hembra sana de raza toledana parece superflua toda anestesia, que siempre intoxica y que hace a la paciente olvidarse de sí misma, y es en este punto en el que mejor se cumplieron los cánones modernos que hoy, por obra y gracia de la reflexología, la educación previa, los ejercicios gimnásticos relajantes de la musculatura perineal y la contracción de las mandíbulas en los momentos difíciles consiguen de vez en cuando hermosísimos ejemplos de grito sin dolor. Más inculta la muchacha rugía con palabras destempladas (en lugar de con finos ayes carentes de sentido escatológico) que contribuían a quitar la necesaria serenidad a los múltiples asistentes al acto. Estos podían ser clasificados, según diversos criterios, en «familiares y no familiares», «peritos en abortos provocados e imperitos en el mismo arte», «vecinos provenientes de la plana toledana e inmigrantes de otras regiones de la España árida», «gentes aptas para el consejo moral y cínicos que comprendían que así es la vida», «mujeres que unía una oscura solidaridad y hombres que unía una furtiva esperanza de llegar a ver los pechos de la paciente» y, finalmente, para concluir esta ordenación dicotómica, «sabedores de que el padre de Florita estaba en trance de llegar a ser padreabuelo y simples sospechadores de la misma casievidente verdad» Ed. Seix Barral. Biblioteca Breve. Secuencia 26 Págs. 125-127 El fragmento elegido pertenece a la secuencia 26. Pedro llega a casa del Muecas para atender a su hija Florita, que se está desangrando. La descripción del cuarto en que se encuentra la muchacha, el médico, familiares y curiosos nos muestra, mediante distintos recursos, la miseria casi irreal en que viven los personajes del mundo de las chabolas. Martín Santos emplea en el texto un estilo ensayístico y un lenguaje científico que contrasta con la realidad descrita. La frialdad expositiva y el lenguaje barroco, lleno de cultismos y de neologismos, nos parecen alejarnos del contenido anecdótico, pero consigue acentuar el dramatismo de la escena. La técnica metafórica o comparativa consiste en empezar por exponer un principio científico para desembocar en la realidad novelada. Parece que está describiendo un quirófano de un hospital moderno, cuando en realidad es un sórdido cuartucho de una chabola, en el que se carece de todos los medios imprescindibles para realizar una intervención quirúrgica; ¡ni siquiera hay anestesia! La descripción de la sala nos recuerda a la fría definición de un libro de texto: «el quirófano... era de forma rectangular u oblonga, un tanto achatado por uno de sus polos y con el techo artificiosamente descendente a lo largo de una de sus dimensiones». La cama en la que yace la muchacha es «una acajonada mesa de pino gallego antes servidora del transporte de cítricos de la región valenciana y posteriormente acondicionada a la función de lecho, soporte del jergón de muelle y de las sábanas rojas de su propia sangre abundosamente huida». La iluminación se consigue gracias a «dos candiles de acetileno que emanan un aroma a pólvora y a bosque con jaurías». Los dos planos antitéticos de la descripción están expresados en el mismo lenguaje, culto y científico, con lo que se intensifica sarcásticamente la amarga realidad (por ejemplo, dice cítricos, en vez de naranjas o limones). Tras una descripción aparentemente normal surge la realidad brutal: las sábanas son rojas, pero no porque ese sea su co1or natural, sino por la sangre desencadenada por la hemorragia. Parece admisible que la muchacha, descrita como un animal («hembra sana de raza toledana»), soporte la operación sin anestesia, pero la verdad es que «rugía con palabras destempladas (en lugar de finos ayes carentes de sentido escatológico)». El supuesto humor del narrador es realmente un amargo sarcasmo que denuncia una situación imposible. Los «múltiples asistentes al acto» (observemos la expresión, como si se tratase de una conferencia, de una asamblea, o de un espectáculo) son clasificados entre comillas en dos grupos, de un modo taxonómico. Estas últimas líneas, en el mismo tono que las anteriores, revelan la pobreza, la mezquindad y la vileza de aquellas gentes marginadas. Martín Santos no se erige abiertamente en defensor de las clases oprimidas, como habían hecho los creadores de la novela social, sino que arremete contra todos los estratos sociales, mostrando el absurdo de su existencia («peritos en abortos provocados o imperitos en el mismo arte»; «cínicos que comprendían que así es la vida»; «hombres que unía una furtiva esperanza de llegar a ver los pechos de la paciente» y lo más abominable «sabedores de que el padre de Florita estaba en trance de llegar a ser padre-abuelo»). El novelista no sólo explora dialécticamente en la conciencia del protagonista, sino además en el de todo su contexto social (en este caso, en el mundo del lumpemproletariado).