El Estado y la dinámica de apropiación

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El Estado y la Dinámica de Apropiación-Destrucción de Bienes Comunes
The State and the approriative-destructive dynamics of common goods
Por Jorge Ivars. Lic. en Sociología por la UNCuyo. Becario de CONICET, con lugar de trabajo en la Unidad Ciudad y
Territorio del INCIHUSA-CCT Mendoza. Profesor adscripto de la Cátedra de Sociología Urbana y Rural de la Carrera
Trabajo Social en la UNCuyo.
Resumen
El presente trabajo versa acerca la racionalidad subyacente al Estado y de esta manera pretende
explicar su rol en la actual dinámica de uso, manejo y apropiación de bienes comunes naturales, este
último concepto permite esquivar el sustrato instrumental del término recurso. Esta lógica, que se
denomina aquí apropiativa-destructiva, se fundamenta en la elocuencia de los indicadores
ambientales disponibles, frente a los cuales el Estado no parece tener un papel muy activo en su
defensa. Por el contrario colabora legalizando esta racionalidad, lo cual contradice su supuesto rol
como garante del bien común. En este sentido, resulta imprescindible indagar en la racionalidad
estatal, que tolera o favorece tales excesos.
Palabras claves: Racionalidad – Estado – Bienes Comunes – Apropiación – Destrucción
Abstract
This paper discuss the rationality behind the State , and aims to explain its role in the current use,
management and appropriation of natural common goods. This last concept let us avoid the term
“resource” and its instrumental background. The environmental information available reveals the
current natural common goods dynamics as approriative-destructive and shows the State as having a
passive attitude towards their defense. Moreover, the State helps legalizing this rationality, which is
opposed to its role as a guarantor of common good. In this regard, it is mandatory to look deeply
into the State rationality, that accepts and even favors those abuses.
Keys words: Rationality– State – Commons goods – appropriation – destruction
Algunas palabras preliminares
El presente trabajo tiene por objeto rastrear, en la obra postrera de Michel Foucault, un concepto de
racionalidad estatal que nos permita dar cuenta de parte de un problema mucho más amplio, que se
propone investigar.
Michel Foucault explica que en un largo proceso que se inicia alrededor del siglos XVIII, que él
reconstruye a través de una genealogía del Estado moderno, empieza a tomar preeminencia una
forma de ejercicio del poder en el que la preocupación empieza a ser, distinto del periodo anterior,
como hacer para gobernar lo menos posible. Anteriormente de la mano de las teorías fisiocráticas la
“razón de Estado” tenía que ver con aumentar lo más posible las fuerzas estatales.
En un momento específico, el Estado deja de lado la “razón de Estado” por la que se tenía como
máxima a seguir la expansión sin límites de las fuerzas estatales, y se hace un giro precisamente en
en sentido opuesto. Al ser abandonada esta pretensión primigenia de expansión y de la mano de una
nueva ciencia (la economía política), surge la preocupación por el gobernar lo menos posible en
coincidencia con los intereses particulares de los gobernados. Esta nueva forma de ejercicio del
poder, cuya lógica domina hasta nuestros días, comienza a tener en cuenta la conducta de los
individuos y empieza entender como necesaria la dirección de las conductas según una verdad, una
verdad natural; no según la sabiduría del soberano u otro tipo de legitimación sino según una
verdad. El Estado toma de este modo la lógica de la economía política, según la cual la mejor forma
de gobernar es dar libertad económica, el “dejar hacer”.
Estos conceptos permitirán hacer un juicio acerca de la forma en que el Estado moderno lidia con la
cuestión de los recursos naturales, o desde otra perspectiva, bienes comunes naturales. Éste último
término alude los llamados recursos naturales, término que desde una perspectiva crítica de la
racionalidad instrumental no es posible ignorar su costado problemático, dado que si se los entiende
como meros recursos entonces son apropiables y alienables, susceptibles de ser reificados. De este
modo, es necesario resignificar estos conceptos y darles nuevo sentido, por ejemplo las asambleas
ciudadanas de lucha contra la megaminería entienden que los yacimientos mineros o el agua son
bienes comunes naturales y no meros recursos para la producción, meros instrumentos para un fin
exaltado como supremo: la obtención de ganancia. Es justamente en este sentido, que indagaremos
en que racionalidad subyace al estado: que es lo lleva a hacer o dejar de hacer para su protección o
explotación, para su privatización o socialización, para su conservación o destrucción; en fin para
establecer las pautas de uso, apropiación y manejo de los bienes que están real o formalmente bajo
su órbita de dominación.
El génesis de la racionalidad estatal moderna
Para llegar a un concepto de racionalidad estatal útil a estos fines, se aísla analíticamente el
concepto de racionalidad estatal en la obra postrera de Foucault y se explica su desarrollo
poniéndolo en perspectiva. En la clase del 11 de enero del '78, él comienza a desarrollar el concepto
de biopolítica. Con este término entiende el complejo conjunto de dispositivos mediante los cuales
lo constitucional o biológico del ser humano comienza a ser objeto de una “estrategia general de
poder. (…) Las sociedades occidentales modernas, tomaron en cuenta el hecho biológico
fundamental de que el hombre constituye una especie humana” (Foucault, 2006: 15)
Según esta concepción antes del siglo XVIII era claramente preeminente un tipo de poder que
podemos llamar de soberanía, basado y legitimado, fundamentalmente en la sabiduría del soberano
para gobernar. Este poder se ejerce sobre un territorio, sobre un espacio. Luego a partir del siglo
XVIII toma preeminencia un poder que llama disciplinario y que se ejerce fundamentalmente sobre
los cuerpos y finalmente el biopoder que se ejerce sobre la vida misma de la especie humana y más
recientemente sobre toda la vida.
El objetivo ilimitado del gobierno en la Razón de Estado y la posterior limitación interna del
poder de soberanía
En la clase de 10 de enero del '79 el francés aborda la cuestión del arte de gobernar, es decir la
manera en la que se pueden dirigir las conductas de los hombres. De alguna manera las formas en
que se pueden fomentar algunas formas de actuar: omisión, incentivo, desincentivo de una u otras
conductas. Concretamente el autor se propone “determinar de que modo se estableció el dominio de
la práctica del gobierno (…) el estudio de la racionalización de la práctica gubernamental en el
ejercicio de la soberanía política” (Foucault, 2007: 17). Esta forma de tomar el problema implica
para él, cuestiones elementales de método: suponer que no existen universales (soberano, sociedad
civil, Estado, etc) y partir de las prácticas concretas tal y como se presentan, pero simultáneamente
observar sobre esa base como se constituyen estas prácticas. Hecha esta salvedad es posible
adentrarse en la “racionalidad en la práctica gubernamental” que tiene que ver con un Estado que en
cierta forma existe y en otra forma es algo por construir. Ciertamente esta consideración es
fundamental en el análisis porque implicará una práctica y una manera de gobernar que luego se
cambiará sustancialmente, “y la razón de Estado es justamente una práctica, o mejor la
racionalización de un práctica que va situarse entre un Estado presentado como un dato y un Estado
presentado como algo que se está por construir y levantar” (Foucault, 2007: 19). Así el arte de
gobernar deberá proponer una racionalización de prácticas tendientes a construir eso que debería
efectivamente ser el Estado. La tarea de quien gobierne su forma misma de ser ha de coincidir con
el deber ser del Estado. De este modo, la ratio gubernamental permitirá y fomentará de modo
calculado conseguir que este alcance su punto máximo de ser. Gobernar según el principio de la
razón de Estado es actuar de modo tal que “el Estado pueda llegar a ser sólido y permanente, pueda
llegar a ser rico, pueda llegar a ser fuerte frente a todo lo que amenaza con destruirlo” (Foucault,
2007: 19).
Así mismo el Estado se constituye a partir del siglo XVI como una realidad autónoma frente a la
cual quien gobierne no lo hará de cualquier manera, sino que ese soberano deberá respetar leyes
divinas, morales o naturales que no hacen o no son específicas del Estado, es decir, que el Estado
constituye de este modo una nueva racionalidad gubernamental (razón de Estado) en el que queda
definido como una realidad tan específica como autónoma. El gobernante ya no tiene que ocuparse
de sus súbditos y de su salvación ultraterrena, tampoco tiene que establecer relaciones paternalistas
con ellos, el Estado “no es ni una casa, ni una iglesia, ni un imperio” (Foucault, 2007: 20), sino que
se trata de una entidad que existe en si y para sí, independientemente de cual sea el principio de
obediencia. El Estado sólo existe como una pluralidad de Estados, y genera mecanismos y formas
precisas de gobernar, entre ellas el mercantilismo (que según el nuestro autor es mucho más que una
doctrina económica), se trata más bien de una “organización determinada de la producción y de los
circuitos comerciales de acuerdo con el principio de que, en primer lugar, el Estado debe
enriquecerse mediante la acumulación monetaria; segundo, debe fortalecerse por el crecimiento de
la población; y tercero, debe estar y mantenerse en una situación de competencia permanente con
las potencias extranjeras” (Foucault, 2007: 21). Así mismo, conforme la Razón de Estado se
organiza y se densifica a través de lo que en ese momento se entendía por policía que era una
compleja y densa organización del espacio y la población que tenía funciones muy diversas (muy
distinto a lo que hoy se conoce por policía) que incluía desde el cuidado de la salud hasta la
organización urbana, el autor menciona como tercer elemento un aparato militar-diplomático que
coordinado con los dos anteriores mantiene el equilibrio de Estados salvaguardándolos de anexiones
y absorciones de tipo imperial. Lo curioso de este momento, a nuestros fines, es la constitución de
una verdadera racionalidad estatal cuyo ámbito de aplicación específico es el estado, instrumento
sin en el cual es imposible gobernar, pero instrumento que también era necesario darle forma y
consistencia, constituyendo estos hallazgos aportes fundamentales de este filósofo. Esta noción de
racionalidad estatal, sin embargo, no de desarrolla sóla ni con arreglo a si mima, sino que tiene que
ver con una nueva forma de ejercicio del poder, una nueva forma de gobernar, es decir de dirigir las
conductas de los hombres. En este preciso momento son visibles las formas en que se ejerce el
poder y como este engendra nuevos saberes.
También, el Estado europeo asume una doble dinámica en la que hacia afuera, es decir en su
política exterior, se propone un objetivo limitado que consiste sólo en defenderse de una anexión o
absorción imperial que lo destituya como tal, esta ambición limitada en lo externo, contrasta con las
aspiraciones imperiales precedentes. No obstante, al interior del territorio sobre el que es soberano
sus pretensiones desde esta perspectiva, son ilimitadas: el estado de policía implica en este ámbito
que “un objetivo o una serie de objetivos que podríamos calificar de ilimitados. Para quienes
gobiernan ese Estado la cuestión importante pasa por tomar en cuenta y “hacerse cargo no sólo de la
actividad, no sólo de los grupos, no sólo de los diferentes estamentos, esto es de los diferentes tipos
individuos con su estatus particular, sino de la actividad de las personas hasta en el más tenue de sus
detalles” (Foucault, 2007: 22). Es decir que el manejo, control y dirección de las conductas de los
hombres, desde la perspectiva de quien gobierna no tiene límites en el “imperio” de la Razón de
Estado.
El ejemplo de la práctica judicial es elocuente en este sentido: esta fue la multiplicadora del poder
real en el medioevo. No obstante, a principios del siglo XVII y luego también durante el siglo
XVIII que se despliega esta nueva racionalidad gubernamental, el derecho se utilizará, en contraste
con lo anterior, como limitador de esa mima razón de estado, es decir que será lugar en el cual
reclinarse y darse fuerza para resistirla por parte de los hombres, a esa Razón de estado que se
encarna en el Estado de Policía; “la teoría del derecho y las instituciones judiciales ya no actuarán
ahora como multiplicadores sino, al contrario, como sustractores del poder real” (Foucault, 2007:
23). Así el derecho es organizado al filo de la razón de Estado y como principio de una efectiva
limitación. Es en este punto donde Esposito puede introducir el concepto de inmunidad como aquel
mecanismos constituyente de la modernidad que implica la defensa y protección de lo propio frente
a lo común; es en este punto exacto donde la apropiación comienza a tomar forma y donde el
establecimiento del ámbito de lo propio implica violencia, ya que la violencia sobre lo propio era lo
que el mismo mecanismo inmunitario quería prevenir. No obstante este tema lo retomaremos más
adelante. Foucault continúa diciendo que acá aparecen las teorías de los derechos naturales e
imprescriptibles que ningún soberano podría violar o quebrantar. La aparición de todas estas teorías
que tienen que ver con el derecho público, natural, originario y el mismo contrato vienen a ser una
contraconducta que no es más que el reverso de esta imperante racionalidad estatal. Así mismo, y
siguiendo esta línea argumental es innegable que la razón de Estado aludida, se manifiesta a través
de un estado de policía que tiene objetivos ilimitados, sin embargo existen constantes intentos de
limitarla, aunque sólo sea externamente. Ese persistente intento de circunscribirla a ámbitos más
acotados, es hallado en la razón jurídica.
Afirmar que estas limitantes (las jurídicas) son extrínsecas a la razón de Estado implica que no
tienen más que un mero carácter limitativo, y sólo la podrá poner en entredicho cuando se
traspongan esos mismos límites que ella se ha autoimpuesto. Estas consideraciones son de suma
importancia porque es acá donde llegaremos al núcleo central de nuestra búsqueda de una
racionalidad estatal. Porque a partir del siglo XVIII surge una principio de limitación que ya no será
extrínseco, sino interno a la propia lógica gubernamental y a la estrategia general de poder. Esta
consideración es fundamental porque nosotros queremos dar cuenta de la racionalidad estatal que
opera en nuestros días y también de las otras racionalidades que existen y acá debemos tener en
cuenta que esta depende del contexto y el contexto de la racionalidad es el poder, dice Flyvberg
(1998). Este autor argumenta que el poder actúa esfumando la línea divisoria entre la racionalidad y
la racionalización y que se sirve de la racionalización para ser ejercido. De este modo llegamos a la
médula de nuestra exploración en la que queremos indagar en la articulación de las racionalidades y
el poder.
Es precisamente Michel Foucault en el que encontramos un brillante análisis en esta línea
argumental, él afirma que es menester dar cuenta de una cambio radical que a grandes rasgos
determinará, en el siglo XVIII lo que podría llamarse la razón gubernamental moderna, que
implicará un principio de limitación interno del arte mismo de gobernar, por contraposición al
principio de delimitación jurídico que era netamente exterior. Ahora bien ¿en que radica este
principio, esta limitación interna que configurará una nueva razón gubernamental?
1. Se trata, según Foucault, de una “regulación”, de una “limitación de hecho”, esto en
oposición a esa “limitación de derecho” que suponía la razón jurídica. Lo curioso de esta
limitación de hecho es que aquel gobierno que la trasponga no será un poder tiránico sin
legitimidad, sino que se tratará de un gobierno torpe, que hace cosas inconvenientes para sí
mismo, no tanto para sus súbditos.
2. Además es una limitación general, con límites difusos y de configuraciones más o menos
abstractas. Se trata de reglas que el gobierno deberá imponerse a si mismos.
3. Será necesario prestar atención al hecho de que esa limitación “se presentará entonces como
uno de los medios, y acaso el medio fundamental, para alcanzar precisamente dichos
objetivos” (Foucault, 2007: 27).
4. Esta limitación constituye en si misma, una forma de gobernar que delimita lo conveniente
de lo inconveniente. En realidad, esta delimitación hace al propio dominio de la práctica
gubernamental.
5. Así mismo el autor agrega que no se trata de una práctica gubernamental impuesta desde los
dominados a los dominadores sino que se trata de “una práctica que fija la definición y la
posición respectiva de los gobernados y los gobernantes entre si y con referencia a los otros”
(Foucault, 2007: 29). Se trata exactamente de un fraccionamiento general, un principio que
dicta que es correcto y que no hacer. Así mismo la racionalidad o no de la práctica
gubernamental se deberá calcular en referencia a ese principio.
El autor se pregunta cual pudo ser la herramienta intelectual que permitió una forma de cálculo y
racionalidad que fue condición de posibilidad para generar la autolimitación de una razón
gubernamental, que se presenta como “autorregulación de hecho, general, intrínseca a las
operaciones mismas del gobierno y que podría ser objeto de transacciones indefinidas. Y bien, “ese
instrumento intelectual, el tipo de cálculo, la forma de racionalidad que permite así a la razón
gubernamental autolimitarse, tampoco es ahora el derecho. ¿Cual será el instrumento a partir de
mediados del siglo XVIII? La economía política, desde luego” (Foucault, 2007: 30). La naturaleza
de esta nueva razón gubernamental consiste en un conjunto de técnicas y dispositivos que no
persiguen el agrandamiento del estado, sino el enriquecimiento general de la nación a la vez que
esto garantiza la gobernabilidad. Se trata pues, de una forma de ejercicio del poder, de condiciones
generales de economía del poder, que al mismo tiempo garantizan la prosperidad del país. Es en
este sentido que la economía política habilitó la propia autorrestricción del poder.
No obstante esto, la economía no se erigió en contra del poder, sino que fue una forma particular de
conocimiento, que en articulaciones específicas permitió la propia autolimitación del poder
desplegado por un Estado que hasta hace poco se había planteado lo contrario en su fuero interno.
Tomó forma en el marco mismo de la propia razón de Estado. Lo que la propia economía política
garantiza es el equilibrio interestatal, para que justamente pueda haber competencia. Lo curioso de
esta lógica es que sitúa en el núcleo mismo de la razón de Estado, superando así la condición de
exterioridad que había tenido la lógica jurídica.
La economía política no se propone a si misma, en momento alguno, como un principio de
limitación de la razón de Estado. Los fisiócratas son básicamente los que proponen lo contrario, es
decir que no deberían existir límites externos a la acción del Estado que puedan hacer peligrar ese
crecimiento. Una de las consideraciones más importantes, a nuestros fines que se hace en el texto,
tiene que ver con el objeto de la economía política respecto de la práctica gubernamental. El autor
sostiene que
“la economía política reflexiona sobre las mismas prácticas
gubernamentales y no las examina en términos de derecho para saber si son
legítimas o no. No las considera desde el punto de vista de su origen sino de
sus efectos, y no se pregunta, por ejemplo que autoriza a un soberano a
recaudar impuestos, sino sencillamente que va a pasar cuando se recaude un
impuesto y cuando esto se haga en un momento preciso y sobre tal o cual
categoría de personas o tal o cual categoría de mercancías. Importa poco
que ese derecho sea legítimo o no, el problema pasa por saber que efectos
tiene y si estos son negativos. (…) No en función de lo que podría fundarla
en términos de derecho: ¿Cuáles son los efectos reales de la
gubernamentalidad al cabo mismo de su ejercicio? Y no ¿Cuáles son los
derechos originarios que pueden fundamentar esa gubernamentalidad? Ese
es el tercer motivo por el cual la economía política pudo, en su reflexión, en
su nueva racionalidad tener su lugar en el mismo seno de la práctica y la
razón gubernamentales establecidas en la época anterior” (Foucault, 2007:
32).
En este sentido la economía política hizo evidentes, obvios y perceptibles procesos que se producen
más allá de toda intervención gubernamental. Queda claro que las distintas formas de gobierno
pueden interceptarlos, desviarlos e interrumpirlos. Es decir que la economía política fue capaz de
“descubrir” que existen procesos que son propios a la misma práctica gubernamental. Existe una
naturaleza característica de acción del gobierno y es precisamente esta nueva ciencia quien se va
dedicar a estudiarla. Es evidente que en este contexto la idea misma de naturaleza quedará en la
órbita de la economía política para Foucault. Este hecho es particularmente patente en la obra de
Charles Darwin quien elaboró la noción de competencia interespecífica luego de la lectura de Adam
Smith y sus ideas acerca de la competencia en la economía.
Finalmente, otras de las condiciones de posibilidad que habilitaron esta introducción en la ratio
gubernamental y que la transformaron por completo invirtiéndola, tiene que ver con que esta ciencia
construye una idea de naturaleza de los fenómenos gubernamentales en el que el éxito o el fracaso
de los gobernantes está con un arreglo a una verdad, no se discuten aquí cuestiones de legitimidad
sino de arreglo con lo que es natural o no, con lo verdadero o lo falso. Como anteriormente se
explicó el gobierno podrá ser más o menos torpe en el ejercicio del poder de acuerdo a si nada a
favor o en contra de la corriente natural, si actúa de acuerdo a esta verdad o si se contrapone a ella.
El éxito o el fracaso reemplazarán entonces la división legitimidad/ilegitimidad. Entonces cabe la
pregunta o el interrogante de que es o que puede llevar al príncipe a violar estas leyes: maldad,
tiranía, si puede ser dice el autor, pero lo elemental aquí será el desconocimiento, ignorancia de una
verdad: “posibilidad de limitación y cuestión de la verdad: ambas cosas se introducen en la razón
gubernamental a través de la economía política” (Foucault, 2007: 34).
Y acá surge un elemento por demás curiosos en la historia social, política y económica de occidente.
El principio de esta nueva autolimitación obedece a una verdad, muy distinta de la sabiduría del
príncipe es una práctica gubernamental preocupada por los objetos que manipula y las
consecuencias naturales que eso supone. Se trata de un “régimen de verdad que es justamente
característico de lo que podríamos llamar la era de la política y cuyo dispositivo básico, en suma
sigue siendo el mismo en nuestros días” (Foucault, 2007: 35). Se llega en este momento a la
racionalidad en el arte de gobernar, a la racionalidad en la forma de existir. El autor aquí se refiere,
no a un umbral epistemológico a partir del cual se alcanza una apogeo de la cientificidad en el arte
mismo de gobernar, sino que él afirma que en ese momento se articula una serie de prácticas y de
“de cierto tipo de discurso que, por un lado, lo constituye como un conjunto ligado por un lazo
inteligible y, por otro, legisla y puede legislar sobre esas prácticas en términos de verdad o falsedad”
(Foucault, 2007: 36). Aparece un nuevo principio de racionalización. Lo que ocurre aquí en
palabras del autor es un verdadero “desplazamiento” que incluye un nuevo régimen de verdad por el
cual los planteos en la gobernabilidad ya no se harán según criterios morales, éticos, culturales o
teológicos sino que será con arreglo a una verdad. Se trata de un acoplamiento de prácticas y de un
régimen de verdad que forma un dispositivo de saber-poder que marca efectivamente en lo real, lo
inexistente, y lo somete en forma legítima a la división de lo verdadero y lo falso. (…) La política y
la economía, que no son cosas que existen, ni errores, ni ilusiones, ni ideologías. Es algo que no
existe y que, no obstante, está inscripto en lo real, correspondiente a un régimen de verdad que
divide lo verdadero de lo falso” (Foucault, 2007: 37). Incluye una verdad económica dentro del
régimen mismo de gubernamentalización que a partir de allí se está constituyendo.
En la clase del 17 de enero del '78 Foucault desarrolla más profundamente la cuestión del
liberalismo y la constitución del mercado como lugar de formación de verdad y ya no
exclusivamente como ámbito de jurisdicción. Este nuevo arte de gobernar, que ya hemos
mencionado, se define por la incorporación de dispositivos no sólo internos, sino también
numerosos y complejos, cuya finalidad no consiste ya en asegurar el aumento de la fuerza, la
riqueza y el poder del Estado sino precisamente en limitar desde adentro el poder del gobernante.
La preocupación, mencionamos antes, no pasa como gobernar más sino por como hacerlo lo menos
posible.
Pero lo llamativo de esta producción de verdad, tiene que ver con que no sale de la cabeza de un
economista, sino que la verdad se produce en una institución: el mercado. De esta forma será
necesario gobernar lo menos posible para intervenirlo lo menos posible y dejarlo actuar libremente,
porque de ese mecanismo de mercado surge una verdad que no debería entorpecerse desde el
estado, esto haría a una ineptitud del propio gobernante. Este ámbito de producción de verdad
otorga las reglas prácticas que el gobernante debe acatar si quiere seguir siéndolo. Karl Polany
afirma que
...el hecho de que gradualmente se crearan tales condiciones no excluye el
carácter radical del cambio. La transformación implica un cambio en la
motivación de la acción por parte de los miembros de la sociedad: la
motivación de la subsistencia debe ser sustituída por la motivación de la
ganancia. Todas las transacciones se convierten en transacciones monetarias
y estas a su vez introducen un cambio en la articulación industrial. Todo
ingreso resulta de la venta de algo a otro. Nada menos está incripto en el
término sistema de mercado. Pero la peculiaridad más sorprendente del
sistema es que una vez establecido se autorregulado sin intervención
externa. Los beneficios ya no están garantizados, se debe permitir libertad
para buscarlos en el mercado autorregulado de todos los precios. (Polany,
1944)
Se puede deducir de esto, que los postulados de la Escuela de Chicago, fundamentalmente los
aportados por Hayek están muy cerca de esta doctrina, la reproducen más fielmente de lo que
normalmente en los círculos conservadores lo admiten, ya que el economista entiende que el
mercado al regularlo e intervenirlo se distorsiona su verdad, que es con arreglo a una ley natural.
Por ejemplo, Daniel Garro, un economista neoliberal de nuestro medio dos siglos después alega la
misma verdad, en una editorial publicada en diario Los Andes hace sólo cuatro años, sostiene que
“sólo son derechos los que vienen con la naturaleza del ser humano como es el derecho a la vida, a
la libertad y a la propiedad privada (este último es la consecuencia de los dos anteriores), los cuales
no implican obligatoriedad de provisión por nadie sino simplemente respetarlos; los demás no son
derechos” (Garro, 2007). Semejante aseveración nos permite observar como los principios de la
economía política se toman verdades naturales, que violarlas o mejor dicho ignorarlas lleva a
formas torpes de ejercicio del gobierno. Esta nota, recientemente escrita nos permite observar lo
profundo del proceso que se abrió a partir de mediados del siglo XVIII en Europa. Podemos
observar los efectos de verdad que produjo la economía política en los últimos siglos y como pudo
trasponer fronteras de todo tipo, el mercado hasta nuestros días ha quedado proclamado como lugar
de reglamentación de la gobernabilidad y también de lo cotidiano hasta en los reductos más sutiles
de nuestra existencia. Esta hipótesis es una de las que intentaremos sostener en este trabajo. A
mediados del siglo XVIII, queda claro para el filósofo francés, que el mercado no era un lugar de
jurisdicción, sino que obedecía a reglas naturales, mecanismos espontáneos aun cuando no sean
absolutamente inteligibles, al intervenirlos solo se logrará alterarlos y desnaturalizarlos. Es decir
que el mercado será capaz de revelar una verdad y por tanto de falsear y/o verificar la propia
práctica gubernamental. Es aquí donde surgirá la noción de que hacer un buen gobierno sólo es
respetar la verdad emanada de esa naturaleza mercantil.
Que el mercado se convirtiera en un espacio formador de verdad, atinente a la práctica
gubernamental, de debe a lo que Foucault llama una “relación poligonal o poliédrica” que se dio a
través de situaciones muy particulares, que tienen que ver con “una determinada situación
monetaria como la del siglo XVIII con, por una parte, una nueva afluencia de oro y, una relativa
constancia de de las monedas, un crecimiento económico y demográfico continuo en la misma
época, una intensificación de la producción agrícola, el acceso a la práctica gubernamental de una
serie de técnicas portadora a la vez de métodos y de instrumento de reflexión, por último, la
formación teórica de cierta cantidad de problemas económicos” (Foucault, 2007: 51). Esta tesis de
Autor coincide con la hipótesis de Polany (1944) según la cual “la civilización moderna, que
alcanzó su apogeo en el siglo, tenía por instituciones básicas “el equilibrio de poderes que evito la
guerra, el estado liberal, el patrón oro y el mercado autorregulado.”
El método que propone Foucault consiste en el abordaje de una historia de la verdad en conjunción
con el derecho, ¿Qué significa esto? Que a él le parece mucho más rico el escrutinio genealógico de
de las formas históricas y concretas de veridicción, es decir observar donde se producen las
verdades históricamente. Esta opción excluye el estudio de verdades entendidas como errores
rectificados a través de la historia, y se acepta que se trata de hacer la “genealogía de regímenes
veridiccionales, vale decir, del análisis de la constitución de cierto derecho de la verdad a partir de
una situación del derecho, donde la reacción derecho y verdad encontraría su manifestación
privilegiada en el discurso, el discurso en que ser reformula el derecho y lo que puede ser verdadero
o falso (Foucault, 2007: 54). Este régimen de veridicción no es el establecimiento que estipula la
verdad, sino que se trata del complejo conjunto de reglas que definen que un discurso sea
considerado como verdadero o falso, en este sentido “hacer una historia de la veridicción” implica
una renuncia importante por parte del autor, quien afirma que no será posible reprochar al exceso de
racionalidad muchos de los males de nuestro tiempo, como hicieron muchísimos pensadores: Weber
o la Escuela de Frankfurt; porque lo opresivo bajo el imperio de la razón, no sería mejor sin el
gobierno de ella porque “la sinrazón es igualmente opresiva (…) la crítica que les propongo
consiste en determinar en que condiciones y con que efectos se ejerce una veridicción (Foucault,
2007: 54). Esta renuncia para nosotros no puede pasar desapercibida cuando nos hemos propuesto
poner de manifiesto la racionalidad del cálculo y su totalización, concepto en el que hemos
englobado la racionalidad estatal (objeto de este trabajo) y la racionalidad instrumental. Tampoco
pasamos por alto que lo que pretende en estos textos no es dar cuenta de una genealogía de la
racionalidad estatal, sino que lo que filósofo francés intenta hacer es analizar cómo se constituyó y
configuró esta nueva gubernamentalidad a partir del siglo XVIII, y para ello se plantea como
objetivo fundamental establecer el vínculo de un régimen de verdad con la práctica de la misma
verdad.
No obstante lo anterior, estos textos tienen una extraordinaria capacidad heurística para dar cuenta
de los fenómenos que son foco de nuestro interés: las racionalidades del cálculo (instrumental y
estatal) en el uso y apropiación de los bienes comunes o desde perspectivas instrumentales, recursos
naturales. Así mismo creemos que la caracterización, puesta de relieve y crítica de los criterios de
costos (en sentido amplio) que subyacen a estas racionalidades dominantes desde hace ya algunos
siglos, son la condición básica para su superación hacia formas de racionalidad más integrales que,
por ejemplo, tengan en cuenta al sistema biósfera como condición de posibilidad de la vida en
planeta y por tanto como condición de posibilidad de cualquier tipo racionalidad humana.
Retomando, para el autor esta nueva gubernamentalidad constituyó un proceso revolucionario, ya
que implicó una autolimitación, según un criterio “natural”, que permitió definir “aquellos derechos
cuya cesión se ha aceptado y, al contrario, aquellos para los cuales no se ha acordado ninguna
cesión y que, por consiguiente, de todos modos y bajo cualquier gobierno posible e incluso bajo
cualquier régimen político posible, siguen siendo derechos imprescriptibles” (Foucault, 2007: 58).
Es decir, que se parte de los derechos del hombre para lograr nada más y nada menos que la
restricción de la propia gubernamentalidad, y llegando a la propia constitución del soberano. En este
sentido es que pueden y deben establecerse los límites que son en función de los objetos de la
propia gubernamentalidad y los elementos que de ella son objeto: los recursos, su población, sus
territorios, su economía.
Pero ¿qué enlaces posibilitaron la fusión de la axiomática de los derechos del hombre y el cálculo
utilitario de la soberanía de los gobernados? La respuesta que el francés nos da, asevera que es
desde el principio del siglo XIX es que entramos al umbral de una era que fusiona la utilidad
individual y el derecho.
Uno de los puntos de anclaje de la nueva razón gubernamental era el
mercado, entendido como mencanismo de los intercambios y lugar de
veridicción en cuanto a la relación de valor y el precio. Ahora encontramos
un segundo punto de anclaje de esa nueva razón gubernamental. Se trata de
la elaboración del poder público y las medidas de sus intervenciones
ajustadas al principio de utilidad (…) así articula la razón gubernamental los
principios fundamentales de su autolimitación. Intercambio de un lado,
utilidad de otro; y verán con claridad, me imagino, que para abarcar el todo
o como categoría general para pensar todo esto – el intercambio que es
preciso respetar en el mercado porque éste es veridicción [y la] utilidad para
limitar el poder público porque este solo debe ejercerse donde es positiva y
precisamente útil. (Foucault, 2007: 64).
En este sentido, el interés no sólo es el interés del agente económico, sino que se trata de un
complejo entramado de actores individuales y colectivos. Esto incluye hasta la propia nación
(moderna). Se trata de un interés polivalente y plural. Un juego confuso y enredado entre lo que es
de “utilidad social”, lucro y economía general del poder. El gobierno pasa a ser algo que manipula
intereses. El autor agrega que “los intereses son el fondo, el medio por el cual el gobierno puede
tener influjo sobre todas las cosas que para él son los individuos, lo actos, las palabras, las riquezas,
los recursos, la propiedad, los derechos (…) había un influjo directo del poder bajo la forma del
soberano, bajo la forma de sus ministros, un influjo directo sobre las cosas y las personas”
(Foucault, 2007: 65).
Luego de esta extensa exposición en la que se ha reconstruido el concepto de racionalidad estatal
que Michel Foucault legó, se puede concluir que a través de un importante proceso que duró
alrededor de tres siglos, en los que el estado occidental moderno tomó para si la lógica de la
economía política como la forma para plantear una nueva táctica, o estrategia muy potente de
ejercicio del poder, en los que los funcionarios del estado, y el mismo soberano ya no controlan
territorios sino que se encargan de generar y garantizar el ámbito propicio para sembrar intereses y
mantenerlos equilibrados: con esto el estado encuentra un lugar privilegiado en la economía general
del poder y la burguesía consolida su ascenso haciendo del estado el garante de su intereses.
Este proceso, desde luego, no es sencillo sino que se trata un complejísimo cambio que tuvo como
condición la producción de una verdad, que supuestamente se ajusta a la naturaleza, naturaleza que
es preciso respetar si se quieren lograr un adecuado ejercicio del gobierno. Hubo que instalar al
mercado como ámbito de producción de verdad, desde un discurso que acopló afinadamente
intereses de una clase en ascenso con una nueva forma de ejercicio del poder. Ejercicio que tomó
como objetivo a un nuevo colectivo llamado población: sus intereses, sus formas de ser, su cultura,
sus conductas, la vida misma pasa a ser objetivo del poder.
La apropiación y uso de los bienes comunes
Es evidente que este doble movimiento de la racionalidad del cálculo, la llamada lógica de la
economía política, cala profundamente en el razonamiento de los agentes y logra institucionalizarse
en estados y burocracias privadas. Esta racionalidad ha sido muy poderosa y capaz de configurar el
mundo que hoy nos toca vivir. Esta lógica permite observar a muy grandes rasgos, cuales son las
racionalidades subyacentes a los principales actores que hoy hegemonizan la cuestión del uso,
manejo y apropiación de los bienes comunes.
Resulta pertinente indagar en por que estados tan disímiles como los de Tanzania, Ecuador, Estados
Unidos, Venezuela, Panamá, Argentina o Brasil permiten afrentas como la megaminería, actividad
que se basa en un sistema de enclave en la que con el uso de ingentes cantidades de agua y energías
no renovables se extraen ínfimas partículas de polimetálicos dispersos en millones de toneladas de
roca. Esta actividad, además de implicar un brutal impacto ambiental, no es una industria de alto
encadenamiento que permita eslabonar y movilizar otras ramas de la economía, aportar impuestos y
generar puestos de trabajo; sin embargo ha logrado una penetración muy importante en nuestro
continente.
El concepto de racionalidad estatal que en Foucault se rastreó explica bastante mejor esta
depredación, que el pueril argumento de que sólo se trata de corrupción de funcionarios, sino que
explica que al estado subyace una lógica del cálculo y valoración del patrimonio natural muy
parecida a la de las empresas y este resulta ser el más importante hallazgo de este trabajo. Ambas
racionalidades tienen un origen común: la lógica de la economía política; según la cual lo
conveniente para unos y otros (empresarios y funcionarios a cargo del Estado) se evalúa según un
criterio de costos, en el que prima una racionalidad acotada que sólo pugna por la eficiencia
inmediata. No existe reflexión alguna acerca de los fines, sólo de los medios. Si no hay una
meditación sobre los fines y lo único que se problematiza son los medios, entramos en un callejón
sin salida excluyendo, del debate y la práctica, disciplinas fundamentales como la ética.
Las diferencias entre uno y otro tipo de racionalidad sin embargo hay que buscarlas en
explicaciones estrictamente sociológicas que tienen en cuenta que el lugar ocupado en la sociedad
por cada uno de estos colectivos mencionados. Obviamente la racionalidad estatal ha de tener
objetivos de más largo plazo que la que puede plantearse un empresario que cierra balances cada
año.
La lógica de la gubernamentalidad estatal tiende a gobernar la vida (ya en sentido amplio, no sólo
de los seres humanos) según un criterio de ejercicio del poder que coincide con esta nueva sociedad
enteramente sembrada de intereses sobre la que no habría que intervenir nada más que para
garantizar una armonía aceptable entre ellos. Este ejercicio del poder así constituido no puede
negarse tan fácilmente a si mismo, sino que es necesario que en sus acotados límites, y esto sin
indagar la complejos entramados de relaciones de fuerzas sociales que se aquí se entretejen, pueda
administrar lo menos torpemente posible los intereses que ahí se han sembrado y que se siguen
sembrando.
La megaminería a cielo abierto es una actividad que es eficiente en un contexto en el que el Estado
hace caminos, tendidos eléctricos, gasoductos, autoriza el uso y apropiación de aguas limpias,
exceptúa de impuestos y pone a sus disposición trabajadores calificados. Esta imbricada y
aparentemente invisible red complicidades es sólo inteligible en tanto y en cuanto se aborde la
comprensión de la constitución misma del estado moderno. Sin esta actividad no tuviera estas
subvenciones sería lisa y llanamente inviable, porque la concentración de metales es ínfima en
relación a las toneladas de materiales que se remueven, los balances de materia y energía son
absolutamente ineficientes; sin embargo, y a pesar de de esto, los estados nacionales favorecen este
tipo de extracciones sólo en aras del bien de las empresas trasnacionales. Esta aparente
irracionalidad estatal, es en realidad, a la luz de los conceptos de Foucault inteligible: hay una
racionalidad del cálculo, una lógica económico-política que engloba a la racionalidad instrumental
empresaria y a la racionalidad estatal moderna.
La cuestión de la minería sirve como punta de lanza para introducir el problema, que de ahora en
más se planteará: los límites de la depredadora dinámica capitalista de sobreexplotación de bienes
comunes. Aunque en un principio algunos economistas clásicos como Ricardo se plantearon la
cuestión de los límites (al hablar de los límites de la tierra cultivable), o John Stuart Mill (que
mucho más cáustico habló de quien quiere una sociedad en el que el pisoteo mutuo es la regla) más
tarde; desde la economía neoclásica principalmente la desde la Escuela de Chicago se ignoró
cualquier reflexión acerca de los límites, de los límites al crecimiento, de los límites a la carrera
infinita de productividad a ninguna parte. Se exaltó una lógica totalizante enlazada a la idea de un
mercado total en palabras de Hikelemmert (2009)
Hoy las empresas trasnacionales, amparadas en estados poderosísimos que también las defienden
sacrifican bienes comunes sólo en aras de la rentabilidad, no hay un planteo serio, ni siquiera
incipiente acerca de alguna noción de límite, aquellos límites que se autoimpuso el estado
implicaron la no limitación de la racionalidad instrumental empresario. No se sabe exactamente
para que crecer, pero se consumen inmensos de flujos de materia y energía, no existe reflexión
alguna acerca de los fines, sólo de los medios; por ejemplo cuando una empresa de producción de
semillas como Monsanto se propone el aumento su facturación (estimada en 7 billones de dólares al
año) no plantea también una reflexión acerca de los fines de ese aumento, sino solamente de los
medios para alcanzarlo.
No hay un reflexión acerca de porque o para que es necesario ser más eficiente, sino que sólo hay
que serlo. En este sentido, Franz Hinkelammert, en un entrevista reciente para el periódico
Página/12 afirmó que la actual crisis económica mundial tienen que ver con una rebelión de los
límites, “no surge ningún pensamiento de consenso, pura guerra. Solamente en guerra piensa el
sistema y, sobre todo, los Estados Unidos. Los Estados Unidos son los herederos del nazismo en
este sentido, sólo pueden pensar soluciones a partir de la guerra, no pueden pensar en términos de
lograr un acuerdo, no les entra en la cabeza, porque el cálculo de la utilidad propia siempre lleva a
la guerra, siempre la guerra parece lo más útil, nunca la paz.” (Hinkelammert, 2011) Esta
afirmación es elocuente y está en línea con la exposición general del trabajo. Por un lado se tiene
empresas que sacrifican bienes comunes en nombre de la ganancia, pero por otro lado hay estados,
que supuestamente deberían ser portadores de alguna otra racionalidad, que podrían representar
algún límite, pero no, a ambas instituciones les subyace un lógica: la lógica del cálculo económico.
La verdad la tienen el mercado, Hayeck lo ha expresado claramente al decir que los sistemas de
planificación fracasaron porque nunca un estado puede otorgar información tan fidedigna como la
que constantemente el mercado genera para los demandantes y oferentes. Así, Hinkelammert (2009:
152) afirma que “no por eso es necesario caer en la ilusión de F. Hayek de creer que el mercado es
un mecanismo (máquina) de elaboración de información o de conocimientos. El mercado es un
sistema de reacciones ex post, no un sistema de indicadores ex ante”, de este modo se intenta iniciar
una deconstrucción del paradigma neoliberal y sus mitos fundantes.
Otra elocuente declaración del economista austriaco, cuando viaja a Chile durante la dictadura de
Pinochet: “una sociedad libre requiere de ciertas reglas morales que en última instancia se reducen a
la manutención de vidas, no a la manutención de todas las vidas, porque podría ser necesario
sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto las únicas
reglas morales son las que llevan al “cálculo de vidas”: la propiedad y el contrato” (El Mercurio,
19/04/1981; citado por Hinkelammert, 2009). Es claramente visible la ausencia total de cualquier
límite ético en esta declaración, y además es evidente el cálculo bipolítico que subyace, o más
específicamente el cálculo tanatopolítico, en términos de Esposito (2006), que incluye: en ella
afirma que es condición de posibilidad para que unas vidas vivan que otras perezcan, en este sentido
considera que para preservar algunas formas de vida es necesario el sacrificio de otras que no
merecen ser vividas.
Lo anterior, es el núcleo de la cuestión que se plantea: se exalta una racionalidad del cálculo,
producida en el ámbito de formación de verdad por excelencia que es el mercado, pero
paradójicamente este cálculo de “manutención de vidas” excluye a “todas las vidas” implica en esta
afirmación el derecho y el reverso de la lógica inmunitaria que contiene en si mismo a su contrario
(Esposito, 2006). Hinkelammert agrega que aún así este cálculo es falaz “el sacrificio de vidas
humanas es necesario en pos del interés general, expresado esta vez por Hayek como preservación
de un número mayor de vidas en el futuro. La expresión es, sin embargo, vacía y mítica: “actuar a
favor de los desfavorecidos solo es recomendable si, al no hacerlo, peligra la estabilidad del
sistema” (Hinkelammert, 2009: 192) lo cual implicaría una posible pérdida mayor de vidas.
Manifiestamente implica una forma de ver el mundo en que no existen derechos frente al cálculo
económico, ni siquiera como principio de limitación externa análogo al principio de limitación
jurídica respecto de la Razón de Estado. Cabe preguntarse, si el sistema no respeta la vida humana
mima, como será posible que respete otras formas de vida, como será posible que garantice los
ciclos de la naturaleza.
Como se puede deducir de la obra de Hobbes, la igualdad de los seres humanos, es el derecho de
todos por igual de exterminar al otro, Hayek básicamente, otorga el derecho de hacerlo dentro de las
reglas del mercado, y en esta declaración en particular, con la ayuda de una impecable maquinaria
represivo-estatal que funcionaba en Chile en ese momento. Lo anterior confirma que la
expropiación siempre es, necesariamente, violenta y destructiva.
Este mismo criterio, profundamente arraigado en la sociedad subyace a infinitas prácticas
discursivas o y de todo tipo, que cada día determina nuestra forma de existencia social e individual.
La economía actual, y particularmente su lógica en el uso apropiación de los bienes comunes no
reconoce límite alguno y está inscripta en esta lógica inmunitaria o el costado negativo de la
biopolítica en la que los criterios de verdad no han cambiado, ya que, incluso los planteos
keinesianos aceptaron poner algunos límites al mercado pero dentro de lo que dictaba el mismo
régimen de veridicción.
Desde hace más de 20 años, cuando se disuelve la URSS y el capitalismo más salvaje se ve
desbocado de toda regulación o contrapeso ideológico; desconoce e ignora todas cuestión atinente a
los límites. En el uso, manejo y apropiación de bienes comunes se consolidó un proceso de
depredación de recursos naturales que no tienen precedentes en la historia de la humanidad: según
estimaciones de la organización ecologista Greenpeace, cinco hectáreas de Selva Amazónica
sucumben por minuto entre la deforestación por tala e incendios intencionales; los terrenos
deforestados son dedicados posteriormente a la ganadería y la agricultura. El 20% de las áreas
taladas en las últimas dos décadas ya no son rentables, es decir que resulta más barato devastar
nuevas áreas que recuperar las ya taladas. Simultáneamente, en Mendoza, el riego de grandes
extensiones exclusivamente con agua subterránea, ha provocado un proceso de salinización por
sobreexplotación en los niveles medios de los acuíferos; este proceso ha implicado que sólo en el
año 2010 se bombee una masa de agua equivalente a todo el Dique Potrerillos; por otro lado,
Minera La Alumbrera consume diariamente 600 millones de litros de agua en sus operaciones de
rutina. Y esos sólo son algunos ejemplos del desastre producido por alcanzar rentabilidad en el
reino de la competencia.
Es que si anteriormente se encontró una limitación a la Razón de Estado, hoy no se encuentra un
límite a lo que justamente podría llamarse “Razón de Mercado”; limitado el poder estatal en aquel
momento con un mecanismo interno y colonizado por la lógica de la economía política y las últimas
décadas por la economía neoclásica, no se percibe en la actualidad algún mecanismo parecido en las
sociedades actuales, esto, por supuesto, no implica desconocer que los movimientos sociales que
plantean alternativas y aun nuevas racionalidades a esta razón autodestructiva, pero hasta el
momento, y si bien constituyen una importante contraconducta, sólo parece una limitación externa,
bastante más limitada que lo que en su momento fue la lógica jurídica para la Razón de Estado, no
obstante no es posible explayarse en este tema porque excede los alcances del trabajo.
Retornando, se sostiene que existe un proceso apropiativo-destructivo de bienes comunes que
caracteriza la actual dinámica del capital de la que se podría citar algunos ejemplos: mientras
gracias a la revolución verde se han multiplicado astronómicamente la producción de alimentos,
según informes de ONGs independientes unas 800 millones de almas desfallecen hoy en el mundo
por hambre, por otro lado es exponencial el aumento de personas alérgicas producto del material
particulado presente en el aire producto de las emisiones de gases contaminantes, así mismo, las
tasas de cáncer en zonas aledañas a megamineras, son 800 % superior a las “normales” según
algunas estimaciones recientes.1
En la actualidad, se le reclama desde muchos ámbitos al Estado que abandone ese letargo que lo
caracteriza frente a la dinámica destructiva del capital, en cumplimiento de su función de garante
del bien común, función que debería corresponderse con una racionalidad del bien común, pero esto
no es posible en un contexto en el que la constitución misma del estado moderno está imbuída de
una lógica instrumental.
Algunas discusiones finales
Algunos intelectuales, que desde otras ramas de la ciencia (naturalistas por ejemplo), ponen en
cuestión la hipótesis acerca de la dinámica depredadora de bienes comunes del capital que
anteriormente se ha descripto, basándose en argumentos que les subyace la misma lógica. Queda
claro que el paso de la humanidad por el planeta ha dejado una huella importante de destrucción y
exterminio, no sólo estos últimos años sino, desde hace mucho tiempo. Ahora bien, esto no implica
en modo alguno negar la huella ecológica2 que ha dejado los últimos 200 años de historia, esto es el
1
2
http://amparoandalgala.blogspot.com/
La huella ecológica es una medida indicadora de la demanda humana que se hace de los ecosistemas del planeta poniéndola en
relación con la capacidad ecológica de la Tierra de regenerar sus recursos. Representa «el área de aire o agua ecológicamente
productivos (cultivos, pastos, bosques o ecosistemas acuáticos) necesarios para generar los recursos necesarios y además para
asimilar los residuos producidos por cada población determinada de acuerdo a su modo de vida en específico, de forma indefinida».
El objetivo fundamental de calcular las huellas ecológicas consiste en evaluar el impacto sobre el planeta de un determinado modo o
forma de vida y, compararlo con la biocapacidad del planeta. Consecuentemente es un indicador clave para la sostenibilidad.
desarrollo y consolidación del sistema capitalista de producción. Sin embargo muchos intelectuales
plantean que la contaminación industrial, no es más la producción de desechos propios del ciclo
vital:
“La contaminación no es, como tan a menudo se afirma, producto de la
bajeza moral, sino que constituye una consecuencia inevitable del
desenvolvimiento de la vida. La segunda ley de la termodinámica establece
claramente que el bajo nivel de entropía y la intricada organización
dinámica de un sistema viviente exigen necesariamente la excreción al
entorno de productos y energía degradados. La crítica está justificada
únicamente si somos incapaces de encontrar respuestas limpias y
satisfactorias a los problemas que, a más de solventarlos, los pongan de
nuestra parte. Para la hierba, los escarabajos y hasta los granjeros, el
estiércol de vaca no es contaminación, sino don valioso. En un mundo
sensato, los desechos industriales no serían proscritos, sino aprovechados.
Responder negativa, destructivamente, prohibiéndolos por ley, parece tan
idiota como legislar contra la emisión de boñigas por parte de las vacas”
(Lovelock, 1985: 28)
La explicación de este intelectual, no es más que una justificación de la actual dinámica de
apropiación, uso y manejo de los bienes comunes que el sistema socioeconómico de saqueo ha
impuesto. No es correcto desde perspectiva crítica, identificar los ciclos de reproducción de la vida
al resultado de la feroz violencia que implica la sociedad de consumo contra la naturaleza, las otras
especies que cohabitan el planeta y también los otros hombres distintos a los que contaminan y que
no participan de la fiesta del despilfarro que gozan -fundamental o aunque no únicamente- los
habitantes de las capas medias y altas del primer mundo.
Es claro que al plantear que el actual problema del uso y apropiación de los bienes comunes
naturales tiene que ver con algo inherente a la especie humana, implica la negación del fenómeno
biopolítico propio de la modernidad, constituye una negación de la violencia intrínseca que este
fenómeno implica contra los otros, naturaleza incluida. La discusión acerca de la contaminación (y
fundamentalmente de los niveles actuales) es un debate y una exigencia que excede por largo a las
apreciaciones de un científico naturalista como Lovelock.
Si se quiere plantear la discusión sólo en términos de balances de materia y energía deberían
preguntarse, entocnes, cuanta materia y energía se está utilizando y cuanta se debería (éticamente) o
“se puede” utilizar efectivamente, cuantos residuo “corresponde” producir o que parte de los
recursos del planeta corresponden a la humanidad.
Queda claro, que la especie humana se ha reproducido exponencialmente, y ha sido muy exitosa
adaptándose a casi todos los ambientes que existen pero su paso ha dejado una marca indeleble en
la biodiversidad con la que hay convivir. Este proceso de destrucción ha sido coronado en los
últimos siglos con una expansión inusitada de los medios producción, expansión que sólo en los
últimos 30 años ha costado mas cantidad de bienes naturales que todos los consumidos en la
historia de la humanidad hasta el momento, según las estimaciones de Annie Leonard (2010) en su
genial trabajo La Historia de las cosas. Al respecto Karl Marx quien afirma que
En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía
ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas
las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las
fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación
de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en
los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes
enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que
brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos,
pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el
trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos
de producción?” (Marx, 1992: 252)
El modo de producción capitalista consigue su reproducción en la acumulación de capital. Es decir
en el gran volumen de bienes y servicios que es capaz de producir, para luego ser comercializadas
un precio tal que permita al capitalista acumular capital y expandir su capacidad productiva
necesaria para generar una adecuada tasa de ganancia. En resumen, se produce para generar
beneficios y no para cubrir necesidades. El actual sistema de producción tiene un carácter
depredador que fue también esbozado por Marx al afirmar que
todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte
de esquilmar al obrero sino también en el arte de esquilmar a la tierra, y
cada paso que se da en el incremento de su fertilidad dentro de un período
de tiempo determinado, supone a la vez un avance en la ruina de las fuentes
permanentes de esta fertilidad. (...) La producción capitalista sólo desarrolla,
por tanto, la técnica y la combinación del proceso social de producción al
tiempo que socava las fuentes originarias de toda riqueza: la tierra y el
trabajador (Marx 2000:276)
Estos pasajes son elucuentes, dada la línea argumental que se ha sostenido hasta el momento: la
especie humana se ha caracterizado por una importante huella destructiva en su “corto” paso por el
plantea, pero el cortísimo tiempo que ha transcurrido desde el “descubrimiento” de América, y
fundamentalmente desde el advenimiento de la revolución industrial hasta nuestros días, esa huella
ha sido extremadamente potente, tanto como jamás hubiera podido ser pensada hasta el momento.
Como conclusión se puede afirmar que la caracterización que hace Roberto Esposito del reverso
tanatopolítico de la biopolítica, es decir la dinámica inmunitaria de la modernidad, es constituyente
de la actual dinámica expropiatoria y utilitaria de los bienes comunes naturales. La propuesta de
foucoultiana y la posterior reconsideración que hace el intelectual italiano, permiten dar cuenta de
que la racionalidad propia de los estados, a quienes muy a menudo se les reclama moderar esta
dinámica destructiva de la racionalidad empresaria, está íntimamente imbricada a ella y además
constituye parte esencial de la misma lógica calculista. Es decir que en la relación entre
racionalidad estatal y expropiación y manejo de bienes comunes naturales existe una dinámica
bastante más compleja que dos racionalidades en pugna, o una como limitante de la otra; por el
contrario en el desarrollo de la modernidad ambas lógicas se han constituido simultáneamente y se
han condicionado en un enmarañado proceso que ha llevado a la actual crisis ambiental.
Finalmente se agregará que nunca conviene cortar la rama del árbol sobre la cual estamos sentados,
porque “el asesinato a la postre es suicidio” (Hinkelammert, 2002). Quedará para un futuro trabajo
el planteo de cuales podrían ser las reacciones que el sistema inmunitario de la sociedad actual
podría poner de manifiesto, teniendo en cuenta el moloc autodestructivo que constituye el actual
manejo de la vida. Cuales podrían ser las defensas que la inmunización podría poner en marcha una
vez que se reconozca a si mismo y empiece a percibir que la amenaza no proviene de afuera, sino
de su propia dinámica. ¿Podrá el paradigma inmunitario de la modernidad occidental poner en
marcha un mecanismo análogo al que funciona en el cuerpo de la mujer cuando está por dar a luz
nueva vida?
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