RON CON COCA-COLA CLAUDIO PAOLILLO Siempre fue inútil. Inútil y contraproducente. El aislamiento de Cuba acabó siendo apenas una excusa perfecta para el dictador eterno. Y fue un error más de los tantos que Estados Unidos suele cometer cuando define sus políticas hacia América Latina. Washington cualquiera haya sido el presidente que ocupara la Casa Blanca- nunca comprendió a sus vecinos del sur. O, mejor dicho, nunca le importaron, salvo que sus propios intereses estuvieran en juego. Algo de eso ha pasado ahora: los Estados Unidos se sienten amenazados por los terroristas fanáticos de Al Qaeda o del Estado Islámico. Esa es la prioridad. Ya no existe el riesgo del totalitarismo comunista que promovía la Unión Soviética y que Cuba representaba mejor que ningún otro país en América Latina. Pero, aun cuando haya sido la principal razón para que el presidente Barack Obama haya resuelto reanudar relaciones diplomáticas con la satrapía de los hermanos Castro, acabará apuntalando las aspiraciones libertarias y democráticas del todavía sojuzgado pueblo cubano. Durante la década de 1950, Cuba fue una dictadura encabezada por el coronel Fulgencio Batista. Castro había organizado un grupo de rebeldes para derrocar el régimen, bajo la promesa de que, si conseguía su objetivo, la libertad y la democracia volverían a la isla. En enero de 1959, Castro entró triunfante a La Habana y tomó el gobierno, luego que Batista huyera con una fortuna robada. La victoria de Castro fue festejada por todo el mundo libre; Estados Unidos la recibió con beneplácito. Apenas dos años después, en 1961, Castro traicionó su propia promesa de democracia y elecciones libres, cambió una dictadura por otra y decidió que su país sería gobernado por un régimen comunista, apoyado y financiado por la Unión Soviética y sus satélites, para subvertir a toda América Latina mediante movimientos guerrilleros entrenados y financiados en Cuba (entre ellos los tupamaros uruguayos), como lo prueban sin lugar a dudas los archivos secretos de la KGB y de los servicios de inteligencia checoeslovacos, recientemente revelados. Como Estados Unidos no quería un enclave soviético a 90 millas de sus costas, y la “guerra dría” estaba en pleno apogeo, la OEA expulsó a Cuba y Washington rompió relaciones diplomáticas y decretó un embargo en procura de matar al régimen por inanición. Pero los hechos están a la vista: los 53 años de embargo y de ausencia de relaciones diplomáticas no sirvieron para nada. Ahí están aún los dictadores y el Partido Comunista en el gobierno. Es más: el embargo y la política de gobierno aplicados por la Casa Blanca fueron durante más de medio siglo completamente funcionales a la estrategia de Fidel Castro. Como el Gran Hermano de la novela de Orwell, Castro necesitaba un enemigo poderoso para justificar la dictadura, la “unidad” del pueblo y los desastres económicos. Necesitaba estar siempre “en guerra”. El Gran Hermano orwelliano era el jefe supremo del estado totalitario de “Oceanía”, uno de cuyos lemas era “la guerra es paz”. ¿Por qué? Porque la guerra permanente prevenía a los ciudadanos de rebelarse contra el régimen opresor por temor a la amenaza del “enemigo” externo. Por cierto, los otros dos lemas de aquel gran estado totalitario son también perfectamente aplicables a Castro: “la libertad es esclavitud” y “la ignorancia es fuerza”, En su histórico discurso del miércoles 17, el presidente Obama anunció un drástico aumento de los viajes, del comercio y del flujo de información entre Cuba y Estados Unidos. Los norteamericanos podrían usar tarjetas de crédito y de débito en la isla. Además, bancos estadounidenses podrán abrir cuentas en bancos cubanos y empresas de telecomunicaciones quedarán habilitadas para vender a los cubanos artefactos que les permitirán comunicarse con el mundo. Hoy, prácticamente no tienen siquiera acceso a Internet. Quien analice esto exclusivamente desde un punto de vista económico o comercial, se equivoca. Tiene razón Obama cuando dice que “esto es, fundamentalmente, sobre libertad y apertura”. Cuando los estadounidenses comiencen a viajar libremente a Cuba, cuando los cubanos que viven en la isla accedan a teléfonos celulares y a Internet, cuando descubran las tarjetas de crédito y de débito, cuando entiendan cómo funciona un banco y para qué existe, cuando puedan comunicarse con el mundo, cuando puedan tomar ron con Coca-Cola (con Coca-Cola de verdad, porque Cuba y Corea del Norte son los dos únicos países del mundo donde todavía no se vende Coca-Cola), ¿cuánto demorarán en tomarle el gusto a la libertad? Como dijo el ex presidente Julio María Sanguinetti, “los regímenes cerrados se abren abriendo, no cerrando puertas y ventanas”. Al adoptar este curso de acción -“uno de los más significativos cambios de nuestra política en más de 50 años”-, Obama no se olvidó en ningún momento de la completa ausencia de libertades básicas en Cuba. E interpeló a quienes dentro y fuera de Estados Unidos, resisten au decisión, más con su estómago que con su cabeza. “Para aquéllos que se oponen a los pasos que anuncio hoy”, dijo, “déjenme decir que respeto su pasión y comparto su compromiso con la libertad y la democracia, La pregunta es cómo mantenemos ese compromiso. No creo que podamos seguir haciendo lo mismo durante cinco décadas y esperar un resultado diferente”. Es cierto: después del miércoles 17, Cuba no dejó de ser una dictadura putrefacta. No se cayó el “Muro de Berlín”, como erróneamente interpretó ese día el presidente José Mujica. Cuando el Muro de Berlín dejó de separar a las dos Alemanias, el 9 de noviembre de 1989, los alemanes del este, que vivían bajo una dictadura comunista igual que los cubanos, recuperaron inmediatamente su libertad, no tuvieron que esperar la muerte del dictador Erich Honecker. Nadie lo sabe aún, pero quizá en Cuba el proceso sea más parecido al de la España de Franco en los años 70, que al de la desaparecida Alemania Oriental. En cualquier caso, la libertad y la democracia en Cuba están más cerca hoy que antes del miércoles 17 de diciembre. Hasta ese día, solo había dictadura, parálisis y desesperanza para los 11 millones de cubanos: desde entonces hay dictadura pero también movimiento y esperanza. Tal vez, parafraseando a Carlos Puebla, ahora sí pueda comenzar a ser dicho que “se acabó la diversión”… para Fidel Castro y y los demás dictadores. Esto no es una noticia “internacional”, es una noticia local. La revolución y, después, el régimen cubano han sido decisivos en el desarrollo de la política uruguaya y en la de cada país latinoamericano. La Habana sigue siendo el lugar donde el “Papa Fidel” expide los “certificados de fe izquierdista”. Todos los que quieren ser “bautizados” con ese mote peregrinan hasta Cuba, incluso muchos de los que ya saben perfectamente que el régimen ha sido una catástrofe para el país y lo asumen en voz baja. ¿Cómo no va a ser una noticia local? Fidel Castro -el hombre más influyente de la historia de América Latina en el siglo XX- hizo que miles de uruguayos creyeran en las arbitrarias categorías inventadas por él: “revolucionarios”, “antiimperialistas” y “amante de la humanidad” por un lado, y “reaccionarios”, “cipayos del imperio” y “enemigos de la humanidad” por otro. Fidel Castro hizo que muchos de ellos tomaran las armas para destruir el sistema democrático que él y los soviéticos odiaban, e imponer por la fuerza regímenes comunistas a su imagen y semejanza. Eso provoco la respuesta de otros que con el apoyo de Estados Unidos, lucharon para que eso no ocurriera. Luego, cuando la Unión Soviética y su imperio se hundieron en su propio y monumental fracaso, Fidel Castro halló en el comandante Chávez su nueva fuente de financiación. Entonces promovió el chavismo, el “bolivarianismo” y el “socialismo del siglo XX”. Y, otra vez, provocó una nueva contradicción entre los uruguayos y entre tofos los latinoamericanos. Siempre ha siso igual: en el mundo de Fidel Castro solamente hay “blancos” y “negros”. Nunca “grises”. Para cuando Fidel Castro y su hermano Raúl desaparezcan del escenario político -porque algún día eso ocurrirá, aunque no lo crean-, el chavismo y todo lo que este movimiento filo-fascista y populista ha generado en su torno habrán implosionado del mismo modo que e “socialismo real”. Solo entonces se podrá apreciar con más claridad la dimensión de la incidencia de Fidel Castro en nuestra misma existencia, la cantidad de almas segadas inútilmente por su concepción totalitaria de la vida y, sobre todo, cuánto tiempo nos hizo perder para salir del rezago en que nos quedamos respecto a un mundo que avanzaba y nos pasaba por el costado, ignorándonos mientras nosotros, de un lado y del otro, nos enfrascábamos en discutir, a veces a balazos, sus estúpidas y antojadizas sinrazones.