CORREO DE LOS TEATROS Antenoche se estrenó con aplauso en el Principal la comedia dramática de Rosas: El pan de cada día. Estas dos palabras: comedia dramática, envuelven a nuestro juicio la razón de la frialdad relativa que mostró el público para la pieza de uno de sus poetas favoritos. Hay en la comedia caracteres bien apuntados, diálogo fácil, movimiento cómico e intención útil de censurar un vicio grave; si uno de los triunfos de la comedia es hacer caer el ridículo sobre el defecto que censura, esto lo consiguió plenamente el poeta Rosas. Pero el autor cómico del acto primero, trocó su inspiración satírica en dramática, en el acto segundo; y aquí, por las violentas situaciones que se producen, por exageración del sentimiento no preparadas ni justificadas, comenzó a sentirse lastimado el buen sentido general del público. Construyendo en el acto tercero sobre esta base falsa del segundo, y desanudando de un modo harto sencillo una acción convertida de súbito en eminentemente dramática, no pudo reconquistar la obra al concluir, las simpatías que al comenzar despertó. En el primer acto revela todo lo que una comedia necesita: lenguaje vivo, chistes naturales, caracteres defectuosos puestos en ridículo: en el acto segundo, abandona el tono general y conveniente y asalta un tono nuevo e inesperado que daña a la justa trabazón del argumento y al desarrollo natural de las pasiones: en el tercer acto, la tempestad nacida de repente en el seno de una nube que no se ve, se deshace de un modo frío, débil y no menos repentino, que no redime a la obra de la violencia del acto segundo. Pero en todo esto, Rosas ha revelado una vez más disposiciones cómicas envidiables: dibuja un carácter desde las primeras frases que pone en sus labios: ha querido herir un vicio, y lo ha herido: ha querido burlarse de algunas figuras sociales pretenciosas y necias, y se ha burlado de ellas con gracia y naturalidad. Su comedia se ríe bien, como se dice en términos teatrales: y si no hubiera dejado de ser comedia, habría recordado tal vez otras obras semejantes que han conquistado nombradía, pero el éxito habría sido de fijo unánime y completo. Se concibe la comedia dramática, pero muy unida, muy entrelazada la acción seria con la cómica, muy ligero el chiste para que luego, con la gravedad de la acción, no resulte muy duro el contraste. Rosas fue llamado a la escena desde el primer acto: se volvió a llamarle en el segundo, momento en que recibió una corona de la Sociedad Netzahualcóyotl; y de nuevo se le hizo salir al palco escénico al concluir la obra: en este instante le leyó la Srta. Servín unos lindos versos. El éxito fue cariñoso, sin ser entusiasta: el poeta, que vale más que su obra, sabrá crear seguramente otra producción dramática en que campeen uno u otro género, o los dos más enlazados, cobrando vida de la versificación sonora, lenguaje animado, y tiernos afectos que caracterizan al notable autor. La ejecución, un tanto confusa en el acto primero, realzó la comedia en los dos últimos. La Srta. Padilla hizo de un carácter violento una madre real, y Guasp animó tanto como era posible el personaje inverosímil que estaba a su cargo. ¡Qué hermoso rostro el de la Srta. Padilla en las escenas del segundo acto! Era el temor materno, bajo su forma más natural, más agitada y más simpática. La Sra. Suárez, algo tardía en el decir, dio, sin embargo, colorido a su papel, bien entendido y realizado por el autor: la Srta. Servín hizo de jovencita murmuradora, ficciosa y beata, personaje que Rosas ha sorprendido a la misma realidad. Freyre tuvo acierto en el gracioso carácter que le estaba encomendado, y la Sra. Navarro mereció aplausos por el desembarazo y gracia con que representó al galancete casquivano de quien depende la acción de la comedia. La concurrencia no era escasa: embellecían los palcos muy distinguidas familias de México. Revista Universal, 10 de febrero de 1876. [Mf. en CEM]