Ilsse Carolina TORRES ORTEGA

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ILSSE CAROLINA TORRES ORTEGA
UNIVERSIDAD DE ALICANTE
DOCTORADO EN FILOSOFÍA DEL DERECHO
iiilsse@hotmail.com
Los Medios de comunicación en el marco de la Democracia deliberativa
La democracia sigue constituyendo en el escenario actual el medio más próximo y legítimo con el
que contamos para el logro de decisiones justas o al menos medianamente justas; sin embargo este
mismo escenario es el que exige consideraciones adicionales para poder contar con evaluaciones de
mayor profundidad. Democracia, como es advertido por múltiples teóricos, posee una carga emotiva de
orden positivo, que además tiene elevadas posibilidades de atraer definiciones persuasivas (en términos
de Stevenson) que lejos de ser un beneficio en el sentido de consenso, constituye un sesgo estipulativo
susceptible de ser aprovechado para la emisión de discursos engañosos. Independientemente del
anterior señalamiento, parece ser cierto que hoy, democracia se usa en un contexto amplio referido a
cierta actitud ante la vida política, una que es amable con opiniones y razones, y que pretende el
diálogo y el consenso, o según palabras de Rawls, el ejercicio de la razón pública. Por lo anterior, algo
profundamente valorado en la dinámica democrática son los debates entre ideas e intereses, y no la
imposición de lo que debe regir.
La democracia actual tiene tantos factores y circunstancias a tomar en cuenta, que sería
inconveniente tratar de fabricar un listado, destaco simplemente que tal complejidad requiere aclarar el
nivel de discusión en que nos ubicamos, siendo en esta ocasión el de la llamada Democracia
deliberativa y con un análisis desde el punto de vista de la Democracia material, que deriva de la
anterior. La democracia deliberativa se refiere a un modelo de gobierno en el que prevalece el interés
por cumplir valores de orden sustantivo, en lugar de enfocarse en lograr aquellos de orden
procedimental, por tanto, dentro de este ideal de gobierno se pretenden instituciones inmersas en la
dinámica deliberativa, así como una opinión pública formulada a partir de un proceso similar.
En tanto que es evidente que los medios de comunicación tienen un rol fundamental en el marco de
nuestras sociedades, mi objetivo en esta intervención consiste en hacer notar algunos de los principales
riesgos y obstáculos hallados en el plano material, que dificultan que efectivamente pueda desarrollarse
una actividad deliberativa basada en discusiones racionales en la que los medios de comunicación
contribuyan de forma positiva.
Una sociedad que brinde preeminencia a los medios de comunicación y les otorgue las facultades de
maniobrar con la información de la vida pública a abierta discreción, corre el peligro grande de fabricar
falacias en serie, fácilmente influyentes en una sociedad que lamentablemente no está preparada para
identificar las trampas en los debates políticos.
En la democracia deliberativa es fundamental la capacidad de argumentar, de analizar, criticar,
reformular y concertar. El anhelo de contar con ciudadanos críticos se convierte en un deseo poco
factible, e incluso bastante pesimista, cuando nos percatamos de que en general los individuos están
mínimamente informados y, que además ese nivel bajo de información es obtenido básicamente por los
propios medios de comunicación; ante un panorama como este difícilmente podrá hablarse de la
posibilidad de discusiones públicas y menos aún de actitudes críticas ante los medios de comunicación.
Como bien advierte Dworkin, “las personas no se gobiernan a sí mismas si carecen de la información
que necesitan para tomar decisiones inteligentes o se les escatima la crítica que necesitan para juzgar de
manera efectiva el grado de cumplimiento de sus representantes” (Dworkin, 193).
En la misma tesitura, otra cuestión que no puede perderse de vista es, que en términos amplios, los
medios de comunicación se encuentran en manos de entes privados, conformando verdaderos
monopolios informativos que difunden la información con la arbitrariedad de lo que es conveniente a
sus intereses presentes. La realidad de nuestros contextos contemporáneos pone de manifiesto la
existencia de un hecho endémico: genuinos lazos entre los poderes públicos y privados, con la
sustancial subordinación de los primeros a los segundos, por lo que, en palabras de Ferrajoli, en
puridad, no puede si quiera hablarse de conflicto de intereses (público – privados), sino de una abierta
primacía de los intereses privados (Ferrajoli, 53). Una mera perspectiva liberal nos indicaría que no son
sólo los agentes de mayor poderío económico y político aquellos con posibilidad de difusión, sino que
cualquiera con intención de ofrecer información puede adentrarse al universo de oferta comunicativa.
La realidad desborda el planteamiento liberal, ya que de manera independiente a la libertad de
opinión y publicación, son sólo unos cuantos los susceptibles de llegar a sectores amplios de la
sociedad. En pocas palabras, los mass media: a) monopolizan el control de la información que llega a la
ciudadanía, condicionando el propio contenido y dirección de la opinión pública, b) se concentran, por
medio de la propiedad privada, en "pocas manos" con intereses particulares o privados a los que queda
subordinada toda su actividad. De este modo, el pensamiento, la opinión y la información, pasan de
constituir genuinos derechos fundamentales a mercancías - en el contexto de las dinámicas de mercado
que subordinan el ámbito de la política -, cuya producción se decide y gestiona por la propiedad.
Aunado a ello, cabría también cuestionar la conveniencia de este “universo de información”, ya que se
muestra carente de orden, y muchas veces también carente de sentido y de posibilidades
argumentativas.
Si bien es incuestionable que todos los individuos tenemos el derecho de alzar la voz y emitir
opiniones, de ello no se infiere que todas nuestras opiniones constituyan argumentos que puedan
tomarse a seriedad en la configuración democrática. Frente a posibles réplicas de esta afirmación,
menciono que la democracia deliberativa refiere una concepción antielitista que considera el decidir
como un sistema político basado en la deliberación, y es también opuesta a la concepción
epistemológicamente populista, que en términos muy llanos indica que cualquier elección tiene validez
si deviene de mayorías.
En el debate político nos enfrentamos también al duro reconocimiento de su escasez, una escasez
que se reemplaza con agresiones y descalificaciones; además como viene a indicar Manuel Atienza
“cuando un grupo pretende transmitir un mensaje a la opinión pública…a lo que se tiende ahora no es a
abrir un debate racional sobre el asunto, sino más bien a acudir a un asesor de imagen o a una agencia
de publicidad…”(Wordpress, entrevista a Manuel Atienza, 05 de junio de 2012) Así mismo, este
debate público, que debiera comprometer la deliberación y la conclusión reflexiva, se nos muestra cada
vez más pobre, sustituyéndose fácilmente por propaganda que termina desviando la opinión pública de
los individuos, a la par que genera en nuestros agentes políticos la afirmación de que obtener un titular
impactante es el camino adecuado de sus funciones.
La aspiración de una democracia deliberativa implica el logro de una actividad configurada por
debates en cuyas distintas posturas se emitan argumentos con contenido capaces de resistir embistes y
que coadyuven a contrarrestar los signos adversos de injusticia y desigualdad en nuestras comunidades.
Con todo lo anterior no pretendo desairar por completo a los medios, ya que como bien señala Amartya
Sen, “no es difícil ver porqué unos medios libres, enérgicos y eficientes puedan facilitar de manera
significativa el necesario proceso discursivo” (Amartya, 367).
Unos medios de comunicación con características como las recién mencionadas, que además
estuvieran sometidos a restricciones concretas para lograr un plano justo de tiempo y cobertura, sin
olvidar la protección de la libertad de expresión, resultarían por entero ventajosos, ya que
representarían un papel difusor que excita al escrutinio y que puede contribuir a la formación de
ciudadanos deliberativos. Como en la mayoría de los temas sociales, no existen fórmulas para resolver
los problemas de la democracia, que tiene ya bastantes grietas, pero los individuos tenemos un derecho
genuino a que nuestra vida democrática no sea conducida a manera de entretenimiento; por ello queda
la necesidad de continuar en la formación de una sociedad que identifique en la discusión racional la
forma de resolver sus conflictos y de tomar decisiones.
Bibliografía
Dworkin, Ronald. La democracia posible: principios para un nuevo debate político. España: Editorial
Paidos Iberica, 2008.
Ferrajoli, Luigi. Poderes Salvajes: La crisis de la democracia constitucional. Prólogo y traducción de
Perfecto Andrés Ibañez. España: Editorial Trotta.
Gargarella, Roberto. Las teorías de la justicia después de Rawls. Un breve manual de Filosofía política.
España: Editorial Paidos, 2010.
Rawls, John. A theory of justice. Revised edition. Oxford: Editorial Oxford University Press. 1999.
Sen, Amartya. La idea de justicia. España: Editorial Taurus, 2010
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