Del 21 de julio al 31 de agosto de 2005 // Diagonal GLOBAL // 7 60º ANIVERSARIO DEL BOMBARDEO DE HIROSHIMA Y NAGASAKI La lucha contra el olvido de los ‘hibakushas’ Eiji Nakanishi es un ‘hibakusha’, superviviente del ataque nuclear sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Ha dedicado su vida a mantener fresco el recuerdo de los bombardeos de EE UU. nes determinaran que la enfermedad que padecían era consecuencia de la bomba. En contra de lo que se pudiera pensar, la organización de asociaciones de víctimas de los bombardeos considera que fue el deseo expansionista de Japón por toda Asia el que provocó lo ocurrido el 6 y el 9 de agosto de 1945, y a él le hacen máximo responsable. Uno de los frentes abiertos que mantiene Hidankyo es el reconocimiento del derecho a indemnizaciones de los fallecidos, algo a lo que se han negado los sucesivos gobiernos nipones. Juan Olmedo Madrid Aún hoy hay personas que siguen enfermando y muriendo a causa de dos bombas lanzadas hace 60 años A. Tyler - Greenpeace Desde hacía días, la vida de los ciudadanos de Hiroshima se veía interrumpida constantemente por el ulular de las alarmas que anunciaban la presencia de aviones de combate norteamericanos, circunstancia que les obligaba a abandonar sus casas o lugares de trabajo para desplazarse a las áreas de refugio. La madrugada del 6 de agosto de 1945 no había sido una excepción. Sin embargo, a las ocho de la mañana las sirenas anunciaron la retirada de los B-52. Parecía que la ciudad volvía a la calma. Los testimonios de los supervivientes a lo que vino poco después, recogidos en estos 60 años, indican que nadie en Hiroshima oyó la bomba, pero todos sufrieron las terribles consecuencias del primer experimento en el uso de la energía atómica sobre seres humanos. Eiji Nakanishi es un hibakusha, un superviviente. Su casa se encontraba a 2,5 km del epicentro. Entonces tenía tres años y en la actualidad es secretario general adjunto de Hidankyo, la organización japonesa que agrupa las asociaciones de víctimas de los bombardeos. Menudo y delgado –Nakanishi se ajusta al estereotipo que existe en Occidente sobre el físico de los ciudadanos asiáticos–, su aparente aspecto de debilidad esconde la fortaleza de un hombre que desde la mañana del 6 de agosto de 1945 hasta hoy ha vivido con el temor de que los efectos de la radiación a la que se vio expuesto terminaran con su vida y marcara la de sus hijos. “Llevo 63 años arrastrando la sombra de ese miedo”, dice. Nakanishi cuenta que fue la fortuna la que quiso que él, junto con toda su familia, salieran con vida de aquello. Su tío, que vivía en la casa contigua, falleció sepultado por los pilares de su casa. El hijo de éste, primo de Nakanishi y de su misma edad, corrió la misma suerte que su padre, afectado por las quemaduras causadas por la deflagración. A finales de 1945 se habían contabilizado 140.000 víctimas mortales en Hiroshima y 70.000 en Nagasaki, la otra ciudad japonesa objetivo, tres días después, de otra bomba. El subsecretario de Hidankyo recorre el mundo desde entonces para recordar que aún hoy siguen enfermando y pereciendo personas como consecuencia de las bombas de uranio –en Hiroshima– y plutonio –en Nagasaki–. Y no sólo en Japón. La emigración japonesa y la presencia de fuerzas extranjeras –sobre todo coreanas– en el país en 1945 ha expandido a los afectados por todo el planeta. En los últimos años Nakanishi asiste con incredulidad al desinterés de las jóvenes generaciones niponas sobre la cuestión de los hibakushas; por eso, también desde su actual residencia, en Tokio, desarrolla una frenética actividad con los movimientos de base. “Los supervivientes más jóvenes tenemos que hacer esfuerzos para que no se olvide lo que ocurrió”. Nakanishi es responsable del programa Voices, desarrollado en varios barrios de la capital japonesa. Consiste en pequeños grupos de jóvenes con los que visita a algunos de los hibakushas residen- tes en la ciudad, que les ofrecen un testimonio de primera mano. Se trata de una nueva lucha, en este caso para mantener vivo el recuerdo. “No es una tarea fácil”, cuenta, “en primer lugar porque cada vez quedan menos supervivientes, y además porque para ellos siempre resulta muy doloroso hablar de sus expe- A finales de 1945 se habían contabilizado 140.000 víctimas mortales en Hiroshima y 70.000 en Nagasaki riencias personales y de sus recuerdos”. El recelo a reconocer su condición de supervivientes también viene motivado por la marginalización social que dicen sufrir todavía muchos de ellos. El propio Nakanishi la ha vivido en su propia piel. La primera vez, recuerda, cuando el padre de su prometida le impidió que se casara con ella tras conocer que era un hibakusha. Desde Hidankyo denuncian que el Gobierno japonés ha ayudado muy poco a acabar con esa discriminación. Aunque hasta 1957 no se aprobó una Ley de Auxilio para los hibakushas, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, muchos japoneses pensaban que los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki se estaban beneficiando de una atención especial. Nada más lejos de la realidad. Nakanishi asegura que tanto el Gobierno norteamericano como el japonés intentaron ocultar la existencia de supervivientes damnificados tras la bomba. “Todos fuimos abandonados sin ninguna atención durante muchos años. De hecho, la ley prohibía hablar públicamente sobre los efectos y las consecuencias de la bomba, y sobre las enfermedades derivadas de ellas”, recuerda ahora. Aunque sesenta años después la atención dispensada por el Gobierno ha mejorado, Tokio siempre se ha mostrado reacio a admitir su responsabilidad y ha obligado a muchos hibakushas a recurrir a los tribunales para que fueran estos quie- “En caso de un accidente de tren, por ejemplo, como ha ocurrido recientemente en Japón, ¿se imagina alguien que la empresa ferroviaria sólo indemnizara a los supervivientes?”, se pregunta Nakanishi. En este sentido, las diferencias en el seno del movimiento antinuclear japonés ha hecho que la capacidad de presionar a la Administración se haya visto mermada. Gensuikyo, el Consejo Japonés, había estado desde su constitución controlado por el Partido Socialista y por Sohio, el Consejo General de Sindicatos. En 1960, el movimiento había intentado bloquear la revisión del Tratado de Seguridad AmericanoJaponés por considerar que alentaba un renovado militarismo en Japón. Ante esta situación, varios militantes formaron el Kakkin Kaigi, Consejo Nacional para la Paz y Contra las Armas nucleares. Pero la escisión más importante vendría años después, cuando infiltrados comunistas en Gensuikyo provocaron que socialistas y sindicalistas abandonaran la organización para formar Gensuikin, el Consejo Japonés contra las Bombas Atómicas y de Hidrógeno. Desde entonces han celebrado por separado la conmemoración de los sucesivos aniversarios de los bombardeos. Hidankyo no fue ajeno a estas diferencias, aunque según Nakanishi “supo salvarlas con éxito”. Ellos, los hibakushas, mantienen su guerra particular contra las armas nucleares. Ya han conseguido que casi un millar de ciudades de más de 100 países se sumen al proyecto Alcaldes para la Paz, impulsado por los ediles de Hiroshima y Nagasaki, con el que esperan lograr la eliminación total de estas armas en el año 2020.