CAPÍTULO UNO LA TEMPESTAD Mes de agosto, plena temporada de huracanes. El Katrina había golpeado duro en Florida y todo indicaba que su paso por el resto de los estados del sur podía ser destructivo y hasta mortal. Ante esta perspectiva, entre el 26 y el 27 de agosto los estados de Louisiana y Mississippi decretaron el estado de emergencia y la gobernadora de Louisiana, Kathleen Babineaux Blanco, le solicitó al gobierno de Bush que declarara la emergencia federal. Pese a haber impactado en Florida como un huracán de clase 1, el Katrina había dejado a su paso a un millón y medio de personas sin luz, graves inundaciones, un monto considerable de destrucción material y once víctimas mortales. En su trayecto hacia el Golfo de México, el ciclón había ido cobrando fuerza. Sus vientos ya habían alcanzado más de 250 km por hora, por lo que había ingresado en la categoría de clase 5 en la escala Saffir Simpson, la mayor para una tormenta tropical. En su solicitud de ayuda al gobierno federal, la gobernadora de Louisiana señalaba sus limitaciones presupuestarias y prácticas y precisaba que el “incidente” era de “tal severidad y magnitud, que la respuesta efectiva está más allá de las capacidades del estado”. KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO 19 En su texto, Blanco añadía que necesitaban “asistencia federal suplementaria para salvar vidas, proteger la propiedad, la salud pública y para disminuir la amenaza de un desastre”. Todo un reconocimiento de las limitaciones que enfrentaba. Louisiana, al igual que Mississippi y Alabama (los tres estados más afectados por el Katrina) pertenecen a una región del sur tradicionalmente olvidada por los “favores” de Washington. Se trata de estados pobres y poco productivos, con una población negra importante, una altísima tasa de desempleo y una desinversión de décadas. Juntas contribuyen apenas con el 3 por ciento del PBI de Estados Unidos. Ni siquiera son estados clave en términos electorales, ya que aportan pocos electores cada uno, por lo que no resultan determinantes en materia política. En términos domésticos, no se trata de una región mimada política o económicamente. Así, los desembolsos especiales para algún tipo de empresa pública en esos lugares sólo se logran a cambio de transacciones de algún tipo o por lobbies en el Capitolio, por lo que la corrupción estructural que tanto se les critica es necesariamente alimentada por los poderes políticos y fácticos, en un “toma y daca” regular, que funciona de manera aceitada siempre y cuando no haya una catástrofe de por medio. Por pedido de la gobernadora Blanco de Louisiana –demócrata, como el alcalde de Nueva Orleans, en una región tozudamente republicana– Washington declaró entonces la emergencia federal y autorizó a la FEMA (Agencia Federal de Manejo de Emergencias), el organismo designado para conducir la ayuda en caso de desastres de cualquier tipo, a ocuparse de “identificar, movilizar y proveer a su criterio el equipamiento y los recursos necesarios para aliviar los impactos de la emergencia”. Desde su creación en 1979, durante el gobierno demócrata de Jimmy Carter, cuando fue establecida con la misión de decretar las coordenadas para enfrentar posibles ataques nucleares, la FEMA fue un organismo independiente, algo que cambió poco después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, cuando por decisión de la Casa Blanca pasó a integrar la esfera del nuevo y poderoso Departamento de Seguridad Interior. Estos detalles de la cronología de la catástrofe y el funcionamiento práctico de los organismos son necesarios para entender el sistema político y de decisiones de Estados Unidos, en su particular trama de competencias locales, estaduales y federales. En ese sentido, cabe señalar que el huracán Katrina logró dejar en evidencia cómo, más allá de las capacidades y responsabilidades de organismos y autoridades, la ayuda efectiva para paliar un desastre de tal magnitud debió haber surgido de una voluntad política que, como pudo verse, nunca existió. 20 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC NADIE ESCUCHÓ LAS ADVERTENCIAS El domingo 28 de agosto, The Lafayette Advertiser, un diario de Louisiana, reproducía la desconfianza de varios meteorólogos, quienes expresaban su temor de que los diques del lago Pontchartrain que rodean Nueva Orleans podrían no resistir el embate de la tormenta; lo que efectivamente terminó ocurriendo. Ese mismo día a las 9.30 el alcalde Ray Nagin formalizó el llamado a la evacuación forzosa de la población. Fue la primera vez en la historia de la ciudad que se dictaba una medida de esa naturaleza. Multicultural desde su origen, Nueva Orleans –la ciudad más grande de Louisiana– fue fundada por colonizadores franceses en 1718, pasó a manos españolas en 1763 y volvió a ser regida por sus fundadores en 1803, quienes inmediatamente la vendieron a Estados Unidos. Su ubicación en una planicie cerca del río Mississippi y el lago Pontchartrain la convertían en un puerto atractivo para el comercio. Por su forma de media luna recibió temprano el nombre de “La ciudad del creciente” o “The Crescent City”. 21 Su riqueza cultural proviene de sus diversos orígenes, a los que debe sumarse el influjo caribeño de los franceses de Haití que se trasladaron a Nueva Orleans. El jazz y todas las tradiciones ligadas a esta música –como los funerales en marcha acompañados por una banda musical– nacieron allí, y sus carnavales (Mardi Gras) figuran entre los más famosos del mundo, igual que su poderosa gastronomía. Durante muchas décadas la ciudad vivió del turismo básicamente internacional, aunque también en términos domésticos Nueva Orleans tenía un atractivo artístico y cultural del que carecían otras capitales de Estados Unidos. “Enfrentamos la peor tormenta que la mayoría de nosotros haya temido nunca. Será un hecho de una magnitud sin precedentes”, fueron las dramáticas palabras del alcalde Nagin esa mañana, cuando ya era tarde para la eficiencia y sólo quedaba espacio para la sobreactuación. Con la ciudad a merced de la catástrofe, las tareas de traslado y reubicación de la población comenzaban a realizarse mal, sin un plan efectivo y con el tiempo en contra. Hasta la llegada del Katrina, Nueva Orleans estaba integrada en un 68 por ciento por población afroamericana (en 1970 era sólo un 42 por ciento). Según datos oficiales, el 28 por ciento de su población se hallaba bajo la línea de pobreza y, de ese porcentaje, el 84 por ciento eran negros. Con el alerta en marcha, las zonas más ricas pronto quedaron vacías. El 90 por ciento de los habitantes blancos de Nueva Orleans tenía automóvil, lo que les permitió salir por sus propios medios relativamente sin dificultad y temprano, en cuanto la tele1 visión dio las primeras noticias. Muchos se habían ido incluso antes de que Nagin decretara la evacuación forzosa. En cambio, el 52 por ciento de los habitantes negros de Nueva Orleans no tenía ni auto propio ni acceso al de algún familiar como para emprender el éxodo individualmente. Agrupaciones de defensa de derechos civiles denunciaron luego del Katrina que la ausencia de una política de evacuación eficaz permitió que muchas familias blancas partieran dejando sus segundos autos abandonados, en lugar de cederlos a la parte de la población que no tenía cómo salir de la ciudad sitiada por el agua. La falta de planes de evacuación y defensa civil coherentes permitió que aquellos autos se perdieran bajo el agua, en lugar de servir como transporte para los necesitados. De los casi 460 mil habitantes de Nueva Orleans, alrededor de 100 mil 2 quedaron atrapados. Ordenada la evacuación por todos los medios, la mayoría de los habitantes de clase baja comenzó a abandonar sus casas rumbo 3 al Superdome, el mayor estadio cubierto de la ciudad , un símbolo deportivo algo ajado por el tiempo y sin las necesidades básicas para albergar a miles de hombres y mujeres por varios días, pero por entonces la única construcción cubierta en donde se podía concentrar un número importante de personas. Para las autoridades locales, el Superdome cumplía los requisitos del llamado “último recurso”. Una cifra significativa de vecinos halló también refugio en el Centro de Convenciones. Para medir el impacto social del Katrina, hay que considerar también la fecha en que tuvo lugar la catástrofe. El ciclón golpeó a fin de mes, en una ciudad con alta tasa de desempleo y una gran cantidad de la población viviendo del subsidio estatal, por lo que las enormes mayorías ya estaban a esa altura sin cupones de comida ni billetes de ningún tipo para enfrentar la situación. 1. Información contenida en un informe de The Brookings Institution. 2. En ZNET, www.zmag.org, 1º de septiembre de 2005. 3. Es el estadio donde el equipo de football de Nueva Orleans, los Saints, juega de local. 22 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC 23 Al mismo tiempo, pese a que decenas de miles enfilaban –con almohada y frazada propia, como lo pedían desde los medios de comunicación– hacia el megaestadio que pronto se convertiría en un infierno demográfico, otros miles tomaban la decisión de quedarse a defender lo poco o mucho que tenían, pese a la obligatoriedad de evacuar. Acostumbrados a las temporadas de tormentas y huracanes más o menos controlables, nadie alcanzaba a comprender todavía la magnitud del desastre que se avecinaba. Pero además, las autoridades habían hecho poco y nada para que la población fuera consciente de que era inminente una catástrofe. Esa tarde, desde Miami, el director del Centro Nacional de Huracanes Max Mayfield advirtió por videoconferencia al presidente George W. Bush, a su amigo y responsable de la FEMA Michael Brown y a Michael Chertoff, director del Departamento de Seguridad Interior (del que depende la FEMA), que el impacto del Katrina en Louisiana podía ser fatal, ya que por falta de mantenimiento adecuado los diques del lago Pontchartrain no estaban preparados para resistir la tempestad. La misma denuncia había realizado tiempo atrás el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, en una queja por la reducción del presupuesto que Washington había emprendido pese a los malos pronósticos, tironeado entre otras cosas por la prolongación de la guerra en Irak y para compensar los recortes en la política tributaria con los que las clases más pudientes fueron favorecidas desde la llegada al poder de los republicanos, en 2001. Más allá de los malabarismos presupuestarios, hay realidades contundentes: el 70 por ciento del territorio de Nueva Orleans está bajo el nivel del mar y la alarma por una posible falla de los diques ante una tormenta de proporciones estaba lanzada desde mucho tiempo atrás. El Katrina era una fatalidad anunciada. SIN DEFENSAS NATURALES NI ARTIFICIALES Por su situación de extrema vulnerabilidad física –la ciudad se encuentra rodeada por el Golfo de México y el Lago Ponchartrain y atravesada por el río Mississippi–, el gobierno federal de EE.UU. trabajó con los distintos gobiernos estaduales y locales desde fines de la década del 60 en proyectos de contención ante un posible huracán de los grandes o una inundación masiva. Esa tarea la llevaba a cabo el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, que disponía gran parte de su presupuesto para Louisiana. Cuando en mayo de 1995 una gran tormenta provocó la muerte de seis personas, el Capitolio autorizó un proyecto, el SELA (Control de inundaciones urbanas del sudeste de Louisiana). Los millones fluyeron hacia el sur durante 8 años, es decir, hasta 2003, el comienzo de la guerra en Irak. Entre 2004 y 2005, hay al menos nueve artículos del The Times-Picayune –el diario central de ese estado– que citan el costo de la guerra como la razón para entender la falta de presu4 puesto en materia de control de huracanes e inundaciones. El festival de cifras, presupuestos y contratos relacionados con los diques de Nueva Orleans es interminable. Según un artículo del New Orleans City Business de febrero de 2004, el presidente Bush había ofrecido desembolsar sólo un 20 por ciento de lo que el Cuerpo de Ingenieros reclamaba para el Lago Ponchartrain, ya que los diques no estaban terminados. El Congreso consiguió que el presupuesto fuera algo mejor que esa propuesta presidencial pero, así y todo, por primera vez en 37 años, en 2005 se suspendieron por falta de fondos las obras de prevención en Nueva Orleans. Las advertencias sobre la fragilidad de los diques eran regulares, como lo eran aquellas que señalaban la debilidad de las defensas naturales de la ciudad, asediadas por la avidez y la falta 24 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC 4. “Did New Orleans Catastrophe Have to Happen?”, por Will Bunch, www.freerepublic.com, 30 de agosto de 2005. 25 de escrúpulos de varios grupos económicos. Ya desde mucho antes de que el Katrina golpeara en Louisiana, distintas organizaciones ecologistas venían levantando la voz en contra de la destrucción sistemática de pantanos en las áreas costeras de Nueva Orleans con fines comerciales, como parte de proyectos de desarrollo urbano desconsiderados con el medio ambiente y completamente fuera de control. A la gula de la industria de la construcción se le había sumado el hundimiento de las costas por efecto de la extracción descontrolada de petróleo. Por su mayor proximidad al mar, la salinización de las costas provocó la muerte de la vegetación, con lo que una a una habían sido aniquiladas las defensas naturales de la ciudad. Como producto de la voracidad comercial y la corrupción estructural en el Estado, Nueva Orleans se fue quedando paulatinamente sin respuesta ambiental ante un eventual desastre y con una precaria respuesta humana por parte de las autoridades, como pudo verse una vez que se desató el huracán. En la misma tarde del domingo 28 de agosto, el Servicio Meteorológico Nacional anunció que las transformaciones que el Katrina iba sufriendo en su trayecto hacia el Golfo de México lo estaban convirtiendo en algo preocupante. Ya se había ampliado su radio de acción y provocaba vientos de más de 280 km por hora. Fue entonces cuando lanzaron la previsión: voladuras de techos aun en las casas más resistentes y mejor construidas, cortes de electricidad y de agua, ciudades inhabitables por semanas o tal vez más… Por la noche, entre 25 y 30 mil personas se apiñaban en el Superdome sin agua suficiente, sin comida y en pésimas condiciones de higiene. Diferentes organizaciones asistenciales particulares buscaban acercar bebidas y alimentos, pero las raciones no alcanzaban y se peleaban como animales por un plato de comida. El aire acondicionado no daba abasto, la angustia corroía los ánimos y las horas pasaban sin noticias de cambio ni de llegada de mayor asistencia. La convivencia forzada entre habitantes de los segmentos más pobres y marginales de la población de Nueva Orleans despertó los peores demonios. Una vez adentro, ya no se les permitía salir. Ese encierro de decenas de miles de desesperados regulado por militares sin preparación fue uno de los ejercicios de pérdida de la dignidad humana más atroces de los últimos tiempos en el llamado mundo desarrollado. Esa noche, el estado de Louisiana pidió los primeros micros a la FEMA para comenzar a sacar a la gente de la tierra comprometida. Aunque reclamaron 700 unidades, les enviaron apenas 100 para circular entre rutas desgajadas y a punto de inundarse. Nada funcionaba como era debido. 26 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC LLEGA KATRINA El ciclón golpea como huracán clase 4 en el Golfo de México el lunes 29, arrasando ciudades enteras, a un costo elevado en vidas 5 y daños materiales. En Mississippi son miles los que quedan sin vivienda y otros miles los que pierden sus únicas fuentes de trabajo en la costa marítima poblada por hoteles, casinos y locales propios de la vida nocturna, que de la noche a la mañana desaparecen y se transforman en un conjunto siniestro de concreto y hierros retorcidos. La violencia de los vientos arrasa tejados y despedaza construcciones enteras. Inutiliza plataformas de petróleo, provocando una crisis laboral con incidencia en el precio del crudo. Casi la mitad 5. Ciudades como Biloxi, Gulfport, Bay St. Louis y Waveland (Mississippi), Slidell (Louisiana) y Mobile (Alabama) fueron devastadas por el huracán. 27 de la nafta de todo el país proviene del Golfo. Katrina destroza rutas, arranca árboles y postes de alumbrado de cuajo; aisla poblaciones enteras y deja sin luz a millones de personas. Los miembros del cartel del petróleo en EE.UU., históricas y firmes amistades de la familia del presidente Bush, tienen una nueva preocupación que nada tiene que ver con la desesperación de los damnificados por el huracán sino con las eventuales pérdidas económicas en sus refinerías… Ese día, la advertencia de posibles grietas en los diques que contenían al lago que abraza Nueva Orleans circuló desde temprano por memos internos de la Casa Blanca. Michael Brown, el hombre a cargo de la respuesta al desastre, se apuró a avisarle al presidente Bush que lo que venía era “algo grande”, y le advirtió otras dos cosas: la primera, que el gobierno podría no tener capacidad de respuesta para “una catástrofe dentro de la catástrofe”, y la segunda, que el Superdome de Nueva Orleans no estaba capacitado para ser el “último recurso” para miles de desamparados que ya estaban adentro del estadio… Vientos de más de 200 km por hora azotan Louisiana. El agua filtra los diques del Pontchartrain y comienza a deslizarse por los barrios bajos de la ciudad, los más pobres, los más desprotegidos, como el Distrito Noveno, Nueva Orleans Este o el St. Bernard Parish. La información comienza a llegar a todos los niveles políticos y el alcalde Nagin se ocupa de vociferar que los bloques de cemento que debían proteger la ciudad están siendo sobrepasados por la tormenta. Mientras el agua avanza, el presidente Bush tiene tiempo de festejar el cumpleaños del senador republicano por Arizona John McCain y de sacarse una foto con la torta y las velitas del home6 najeado en una base aérea de Phoenix. Se lo ve sonriente. En la noche del lunes los diques están cediendo y la gobernadora Blanco vuelve a pedir socorro: “Señor presidente, necesitamos su ayuda. Necesitamos todo lo que usted tiene”. Blanco no consigue hablar con Bush, ni siquiera con alguien próximo al presidente. Quien recibe su reclamo es un funcionario menor. Esa noche no habrá respuesta oficial al pedido de una funcionaria desesperada. 6. Página oficial de la Casa Blanca (www.whitehouse.gov), 29 de agosto de 2005. TIERRA DE NADIE El martes 30 de agosto los diques de cuatro canales ceden en Nueva Orleans, principalmente en el denominado Canal Industrial, y el agua desborda los barrios más humildes, ubicados en terrenos bajos, aunque de a poco avanza también sobre vecindarios acomodados y hasta el mismo centro de la ciudad. Sin luz, el Superdome es un horno gigante que alberga a decenas de miles de desesperados. La seguridad está a cargo de militares para quienes la sensibilidad no parece haber sido una materia cursada. Hay filtraciones en techos y paredes, la humedad es insoportable. Comienzan los rumores de violaciones y asesinatos. Un hombre se tira al vacío ante la vista de todos. No será el único suicidio. La gente orina y defeca en el piso, donde duermen niños de todas las edades que no paran de llorar. Hay gente que se angustia porque olvidó sus remedios en el apuro por salir. Otros se lamentan porque no pudieron traer consigo a todos sus familiares. Ya casi no hay agua ni comida. Se ven jeringas usadas desparramadas por las gradas. Adictos con síntomas de abstinencia circulan por el estadio como zombies. Si adentro del estadio el clima es irrespirable, afuera Nueva Orleans ya es tierra de nadie. El agua sigue subiendo y la policía no sabe hacia dónde disparar, literalmente. A los enfrentamientos habituales entre una 28 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC 29 fuerza denunciada por corrupta y racista y jóvenes marginales y criminalizados por décadas de desinversión e indiferencia se les suma el desastre natural y el desabastecimiento. Grupos de adolescentes enloquecidos comienzan a saquear los negocios abandonados por la súbita evacuación. Los comercios de la céntrica Canal Street ya no tienen vidrios ni mercadería. En las terrazas de toda la ciudad hay gritos de los rezagados que no pudieron salir a tiempo y claman por ayuda pero también florecen francotiradores alucinados, convertidos en los amos del lugar. En medio del apocalipsis, las autoridades de las cárceles salen corriendo y no tienen remordimientos por dejar atrás a los prisioneros. Los internos que pueden hacerlo saltan por las ventanas, pero caen sobre alambres de púas. Muchos, cientos, terminarán ahogados o muertos de sed y hambre. Los medios intentan acercarse a Nueva Orleans como sea, se hace difícil. Las rutas están inutilizadas, los caminos convencionales, inundados. Los riesgos son infinitos. Muchos consiguen ingresar, otros nunca pudieron salir. A diferencia de lo ocurrido en Irak, en donde la prensa que llegaba hasta los campos de batalla lo hacía junto a los militares que habilitaban esa presencia y digitaban la información (a esos periodistas se los llamó “embedded”, en inglés), ningún organismo había diseñado un plan de cobertura periodística. Por lo tanto, no había límites políticos impuestos para contar o mostrar. Los reporteros locales, siempre contenidos en la crítica, ahora podían ver con sus propios ojos cadáveres flotando, gente nadando entre bolsas de basura para salvar sus vidas, aguas sin control y la incomprensible falta de respuesta del gobierno federal. Todo es un desorden, nadie sabe dar una indicación. No hay ninguna autoridad que concentre la organización de las actividades de evacuación y asistencia. La tradicional censura de imágenes que alienta el mundo anglosajón bajo el manto del pudor y el buen gusto esta vez no corre. En escenas inéditas para ese lugar del mundo, por esos días se pudo ver a varios periodistas indignados y con los pies bajo el agua reclamándole a alguna autoridad la solución que no llegaba. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 habían tomado a todos por sorpresa, pero la Casa Blanca rápidamente había podido hallar un culpable a donde desviar la atención para que nadie husmeara demasiado en las fallas de los servicios de inteligencia. Esta vez, sin embargo, no era posible ponerle el traje de culpable a un fenómeno natural y no había manera de explicar por qué nadie había escuchado las advertencias de los expertos, de modo que desde el gobierno la estrategia fue derivar la responsabilidad de los hechos en los funcionarios locales. Pero la Casa Blanca fue más allá, ya que presionó para que los medios pusieran el acento en la delincuencia común desatada tras la catástrofe. Muchas cadenas de TV –y con ellas el público– “compraron” en un principio esa orientación, pero la gran mayoría en poco tiempo comenzó a apuntar a Washington por la falta de respuesta. La palabra “vergüenza” comienza a escribirse en todos los idiomas. Lo que aparece ante los ojos de la prensa extranjera –que por primera vez desde el 11-S puede fisgonear sin límites– se asemeja a Haití o a Ruanda, ¡¡¡pero es Estados Unidos!!! Todos tienen frescas en la memoria las imágenes del tsunami en el sudeste asiático, de diciembre de 2004, y la eficaz respuesta de esos gobiernos al horror, en países infinitamente menos desarrollados que Estados Unidos. El miércoles 31 el presidente Bush sale a pasear sobre la zona del desastre unos 35 minutos con su Air Force One y se saca fotos, pero sigue sin enviar las tropas prometidas para ayudar a rescatar a los sobrevivientes y darles un digno final a los muertos. Y es que no hay muchas tropas para enviar. 30 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC 31 Cerca del 40 por ciento de los guardias nacionales de Mississippi, Louisiana y Alabama, verdaderos expertos en rescates y entrenados en el manejo de los desastres naturales, no están en el país. Ellos y sus anfibios están peleando en otro pantano, en otro Golfo, a miles de kilómetros de Nueva Orleans. La guerra en Irak no sólo drenó millones de los dólares necesarios para la prevención del huracán sino que además dejó sin recursos humanos a la región más comprometida del país. LA DIPLOMACIA HÚMEDA La Casa Blanca no envía refuerzos ni el martes 30 ni el miércoles 31. Se dice que están llegando las fuerzas nacionales, pero nadie las ve. El jueves 1º de septiembre Nueva Orleans es una película de anticipación. Las ambulancias no pueden entrar a buscar ni muertos ni heridos, los autos quedan a mitad de camino por las rutas destruidas y la falta de nafta. El agua llega hasta el techo de las casas en varios vecindarios, y hay zonas en donde alcanza los siete metros. Las peores especulaciones comienzan a cifrar los muertos en miles. En Nueva Orleans las calles crepitan silencio, apenas interrumpido por el grito frenético de algún francotirador. La estrategia oficial parece dar algunos resultados cuando los medios afines al gobierno republicano se regodean en mostrar cómo reina el delito en la tierra negra del sur. Asfixiados por la evidencia de una tragedia dominada por el racismo, esos medios prefieren poner el ojo en los saqueos y la violencia sin fin. En el Superdome la gente sobrevive en el grado cero de la escala humana y Bush sigue sin mandar los miles de militares prometidos para contener el drama, pero mientras tanto ordena “tolerancia cero” con la delincuencia. Sin embargo, se hace difícil ocultar lo evidente. Las imágenes repetidas hasta el cansancio por la mayoría de los diarios y los canales de TV del mundo muestran decenas, cientos, miles de personas desesperadas en busca de agua o comida. Hay llanto, hay rezos mudos y a los gritos. En aquellos momentos de conmoción, cuando el agua llegaba al cuello y la respuesta sordomuda de la Casa Blanca rompía todos los esquemas, el alcalde Ray Nagin abandonó la diplomacia e increpó a las autoridades nacionales: “Muevan el culo y hagan algo”, una imagen gráfica, aunque poco usual en el discurso político, en Estados Unidos y en cualquier país. Fue ese jueves, durante una entrevista radial, cuando el alcalde olvidó las formas y buscó también que todos olvidaran que él mismo se había demorado en las previsiones del desastre, ya que esperó hasta último momento para evacuar la ciudad. Nagin precisa a los militares de la nación; sus fuerzas y las que aporta el estado de Louisiana son pocas, están agotadas y se ven superadas por la alienación de una ciudad en estado de anarquía. Su pelea con la gobernadora Blanco por la responsabilidad del desastre todavía da para largo. Durante el reportaje, el periodista hace referencia varias veces a que tal vez el gobierno federal aún no envió tropas, refuerzos ni ayuda porque está esperando que lo solicite formalmente el gobierno de Louisiana, algo que por otra parte, aunque Nagin dice no estar al tanto, ya había sucedido. El alcalde está exaltado, aturdido: la gente se hacina en el Superdome, hay cadáveres flotando en las calles y hay multitudes que no pueden ser evacuadas por falta de personal y embarcaciones adecuadas. La ciudad es además presa de saqueadores, que aprovechan el caos para burlar cualquier resto de seguridad en la propiedad privada. Arrecian las denuncias sobre francotiradores en distintas zonas de Nueva Orleans. Los medios de todo el mundo se preocupan por la perla del turismo: el French Quarter ya está inundado y peligra para siempre la buena música y la comida creole a ritmo de jazz. 32 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC 33 La anarquía es reina y Nagin se inmola. Advierte sobre los saqueos y sobre las hordas de “adictos que han salido a buscar su ración de crack” en medio de una ciudad bajo agua y sin ley. Advierte, también, que decretó la Ley Marcial, que pena cualquier movimiento sospechoso, lo que pone en riesgo a cualquiera que haya quedado circulando por la ciudad a la buena de Dios. Nagin dice también que la mayoría de la gente que está en la ciudad no delinque: está desesperada por la falta de hogar, agua potable y comida. “Usted sabe que Dios está mirando y si ellos no están haciendo todo lo que pueden por salvar a la gente ya van a pagar el precio por eso. Porque cada día que nos demoramos la gente va muriendo de a cientos, se lo aseguro. Tenemos informes y llamados que me parten el corazón, con gente que dice: ‘Estoy en el altillo. No puedo más. El agua ya me llega al cuello y no creo que pueda seguir 7 resistiendo’ (…)” En la guerra de los poderes, el alcalde tiene además que demostrar que él se ocupa de su gente. El 70 por ciento de la población de Nueva Orleans es negra, Nagin es negro. Está en campaña para su reelección. No importan las formalidades ni las leyes a esta altura de los acontecimientos. “¿Las víctimas del tsunami llenaron una solicitud pidiendo ayuda?¿Acaso los iraquíes solicitaron que fuéramos allí? ¿Nos pidieron que fuéramos? ¿Qué es lo más importante? (…) Autorizamos volando 8 mil millones de dólares más para Irak. Después del 11-S le dimos volando al presidente poderes sin precedente para que se hiciera cargo de Nueva York y otros lugares. ¿¿Y ahora usted me dice que un sitio del que se extrae la mayor parte del petróleo; un lugar tan especial que con sólo mencionar Nueva Orleans en el mundo a todos les brillan los ojos; usted me quiere decir que para un lugar en el que probablemente hay miles de personas que murieron y miles más que están muriendo cada día no tenemos cómo autorizar los recursos que necesitamos??“ Nagin había enviado a su familia a Dallas y montó su comando de emergencia en uno de los pisos altos del Hotel Hyatt, una suite con los vidrios rotos por los vientos del huracán. El alcalde debió resistir a varios frentes: a su pelea con la gobernadora de Louisiana, a su disputa con el gobierno federal y también a los ataques de los medios, que querían hallar en él un nuevo Rudy 8 Giuliani a quien ensalzar. En los momentos que siguieron a los ataques del 11-S, en 2001, el entonces alcalde republicano de Nueva York se convirtió en la gran figura para una población hambrienta de relatos heroicos, mostrándose junto a los bomberos y los policías que trabajaban en la remoción de escombros. En la intimidad, Nagin les explicaba a sus allegados que en Manhattan el desastre se había limitado a la zona del World Trade Center, mientras que en Nueva Orleans el 85 por ciento de la ciudad había quedado bajo agua: no había muchas posibilidades de desplazarse ni de maniobrar operaciones de prensa exitosas, reclamadas por el hambre amarillista de algunos medios. El agua no dejaba de avanzar y allí donde llegaba, se estancaba. La basura comenzaba a acumularse en distintos sectores de la ciudad. Los barrios estaban aislados entre sí y en determinadas zonas los caprichosos cursos del agua modificaban el paisaje de manera siniestra. Las ambulancias quedaban trabadas en los alrededores por la inundación; sedientos de nafta los autos terminaban arrumbados a un costado de las autopistas. Micros escolares hacían las veces de transporte público. Nadie sabía adónde ir ni cuál era el próximo paso. 7. La entrevista a Nagin puede encontrarse en www.cnn.com y en www.salon.com. 8. Breach of Faith, de Jed Horne, Random House, 2006. 34 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC 35 Reinaba el pánico por posibles epidemias y el tradicional French Quarter estaba a punto de perecer. Los rumores no podían ser más macabros, se hablaba de varios e improvisados depósitos de cadáveres y ya había noticias de cárceles abandonadas por las autoridades con los presos atrapados y sin recursos, así como de geriátricos librados a su suerte con sus habitantes en el interior. En los hospitales, la falta de energía, agua potable y alimentos llevaba a los médicos a optar por poner sus esfuerzos en aquellos enfermos con alguna perspectiva vital. En julio de 2006 se inició el juicio contra una médica y dos enfermeras del Memorial Medical Center de Nueva Orleans por asesinato en segundo grado de cua9 tro pacientes. Durante el Katrina, ese hospital estuvo rodeado por las aguas durante cuatro días, sin luz, sin comida y con un calor agobiante que llevó a la deshidratación a decenas de pacientes. Cuando todo terminó y se pudo volver a entrar al hospital, cuarenta y cinco enfermos fueron hallados muertos. Cuatro de ellos, de entre 60 y 90 años, aparentemente habrían sido medicados con sobredosis de morfina y otras drogas por la doctora acusada y su equipo, a fin de provocarles una muerte menos dolorosa que la que igualmente se aproximaba para ellos. Hay testigos que señalan que la discusión por la eutanasia en ese hospital se presentó entre el 31 de agosto y el 1º de septiembre, cuando ante la falta de asistencia en la tragedia, la desesperación reemplazaba al razonamiento en Nueva Orleans. 9. El juicio a la Dra. Anna Pou y las enfermeras Cheri Landry y Lori Budo puede seguirse en las notas de sitios como CNN, The New York Times y otros. pueda. En el Superdome se hacinaban de a miles y en distintos puntos de la ciudad hombres y mujeres que no habían podido o querido salir de sus casas pedían, en vano, ayuda desde las terrazas de los edificios húmedos. Sobrevolaban aviones con periodistas y algunos funcionarios, y las tropas de la Guardia Nacional, las únicas con capacidad para actuar en un desastre así, llegaban con cuentagotas. Las fuerzas de seguridad no daban abasto para evacuar gente y además contener la violencia. Por otra parte, hasta el Katrina, el vínculo entre la población y la policía había sido malo, pésimo. La fuerza pública era tradicionalmente una máscara para delincuentes de otro orden, tanto o más peligrosos que aquellos chicos sin otro destino dibujado más que el de la lumpenización. Infinidad de denuncias contra una policía que atemorizaba a la población incluían malos tratos, abusos, coimas, violaciones y asesinatos alevosos como el de Jenard Thomas (diseñador gráfico, 25 años, negro) en el Distrito Noveno, un crimen que había sacado a la gente a la calle en protestas durante meses, poco tiempo antes del huracán. Denunciados por racistas y corruptos, los agentes de policía son acusados por los ciudadanos y varias ONGs de incitar al consumo y participar del negocio de la droga, entre una larga lista de acciones ilegales. Con la llegada del huracán la relación entre los agentes y la población no podía mejorar, muy pocas personas en la ciudad confiaban en los hombres de uniforme. Ni qué hablar de los policías blancos, siempre listos para disparar primero ante cualquier muchacho negro y algo desorbitado. Hay denuncias concretas y bien fundadas acerca de que los policías de Nueva Orleans facilitaron y hasta colaboraron con los saqueos. Nadie se sorprendió por esto. Con sus cerca de 500 mil habitantes y un 68 por ciento de población negra, antes del Katrina Nueva Orleans era uno de los gran- 36 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO EL SUBDESARROLLO DEL DESARROLLO Caos total para una ciudad sitiada por las aguas y la impericia. Nueva Orleans era el imperio de la improvisación y el sálvese quien HINDE POMERANIEC 37 des destinos turísticos de EE.UU. pero al mismo tiempo era una localidad con bajísimos niveles de instrucción y calidad de vida. Los sueldos de un maestro de Louisiana se ubicaban entonces en el puesto 48 (de 50) y ya las estadísticas señalaban que para el año 2010, el 50 por ciento de los chicos negros no terminaría la escuela media. El índice de analfabetismo tenía niveles de subdesarrollo increíbles para Estados Unidos: un 40 por ciento de la población era analfabeta. Casi la mitad de los chicos estaba bajo el nivel de pobreza y un 30 por ciento de la población total de la ciudad participaba de esa situación. La desinversión y la desindustrialización de lo que fue un gran polo de riqueza en tiempo de las plantaciones llevaban décadas. Como fuente de ingresos, a la capital del jazz y del Mardi Gras apenas le había quedado un puerto rico en salida y entrada de cargamentos de granos y de gas, y –conocido por todos– un enorme potencial turístico, que se reflejaba en miles de millones cada año. Pero la composición racial, social y cultural de Nueva Orleans venía cebando enfrentamientos que la catástrofe condujo al paroxismo. En 1999, en Louisiana el 95 por ciento de los detenidos eran afroamericanos. En ese estado se paga en impuestos 96.713 dólares para encarcelar a un chico y apenas 4.724 por educarlo en las 10 escuelas públicas. Louisiana es el estado más punitivo del país y ostenta un récord siniestro, el de ser el estado con más presos per capita del mundo. La pena de muerte no parece haber dado resultado hasta ahora, como no sea el de hacer que la vida allí valga cada vez menos. Cuando golpeó el Katrina, según un informe del gobierno federal, el 63 por ciento de las escuelas públicas de Nueva Orleans tenía un nivel “académicamente inaceptable”. El sistema público de las DIQUES Y DINAMITA Patrina Peters (43) cuenta su historia en Breach of Faith (Grieta 12 de fe) , un libro de Jed Horne, editor del The Times-Picayune. Patrina es una mujer negra trabajadora, religiosa y enferma. Sufre de epilepsia y de la enfermedad de Crohn, que le provoca regularmente úlceras en el tracto gastrointestinal, por lo que debe estar permanentemente medicada. Patrina no le prestó atención al alerta; ni siquiera lo hizo cuando unos primos le avisaron que venía algo serio. Decidió quedarse en su casa del Distrito Noveno con su hija. Recién cuando advirtió el agua haciéndose lugar en su cocina subió con su hija, sus medicamentos y un colchón a la terraza, mientras discaba el 911 desde su celular. “¿No escuchó a su alcalde? Debería haber escuchado a su alcalde”, fue la metálica respuesta de la operadora antes de cortarle. En un contexto de desconfianza natural por su origen, Patrina cuenta que en la noche del lunes 28 escuchó una tremenda explosión, un sonido desencajado que –según dice– la acompañará hasta su muerte. Desde ese momento ella cree que, salvo la presencia tangible de Katrina, todo lo que sucedió después fue deliberado. Ella cree que alguien dinamitó el Canal Industrial con el objeto de separar los efectos de la catástrofe de los ricos barrios blancos de Nueva Orleans. 11. “Structural Racism and Rebuilding New Orleans”, de Maya Wiley, en Poverty & Race, Noviembre/Diciembre de 2006. 12. Breach of Faith, de Jed Horne. 10. Datos de The Juvenile Justice Project of Louisiana. 38 escuelas albergaba al 93 por ciento de los chicos negros y apenas a un 4 por ciento de los chicos blancos del lugar. El 74 por ciento 11 de los chicos que iban a las escuelas era considerado pobre. HINDE POMERANIEC KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO 39 No es la única que lo piensa. En varios artículos periodísticos los habitantes de ese vecindario afirman haber oído explosiones en la noche del 28 de agosto, compatibles con la idea de que alguien dinamitó el dique. Esa misma mirada conspirativa se refleja en el documental del cineasta Spike Lee, Cuando los diques se rompieron, producido por HBO. En el filme, dividido en cuatro capítulos, Lee registró testimonios de vecinos que aseguran haber escuchado esas mismas explosiones. Aunque parece un producto de la paranoia de cierto segmento de la población, hay una larga tradición de discriminación que hace comprensible la hipótesis, pero hay, además, un antecedente histórico que acompaña la teoría conspirativa de Patrina y el resto de los vecinos. Ocurrió durante la gran inundación del río Mississippi, en el año 1927, cuando para prevenir que las aguas se colaran en la parte blanca y rica de la ciudad fueron detonadas 30 toneladas de dinamita, lo que abrió un agujero en uno de los diques que dejó como efecto “colateral” a los barrios más bajos y pobres de Nueva Orleans sumergidos. Ese año, las lluvias de meses habían provocado inundaciones de proporciones bíblicas en varios estados y el establishment de Nueva Orleans que controlaba financiera y políticamente la ciudad no estaba dispuesto a perder nada, de manera que en calidad preventiva decidieron desviar el curso de las aguas por medio de la explosión del dique, lo que terminó en un desastre para las barriadas pobres de St. Bernard Parish 13 y Plaquemines. Entonces, fueron tres banqueros poderosos quienes tomaron la decisión de volar el dique del Canal Industrial para prevenir que la ciudad se anegara con las aguas del río desbordado, siguiendo un consejo que en el año 1922 les había dado un miembro del Cuerpo de Ingenieros. La maniobra no acabó allí y siguió azotando como fantasma a lo largo del tiempo. En la inundación provocada por el huracán Betsy en 1965 también hubo sospechas de que manos blancas habían dinamitado los diques para preservar la tierra rica en desmedro de los barrios pobres, pero esa vez nadie pudo comprobarlo. En relación con el Katrina, hasta ahora nadie tampoco presentó pruebas efectivas que sostengan la denuncia de una voladura deliberada, por lo que el relato está más cerca de la mitología urbana que de una realidad concreta. Más allá de la veracidad del episodio, nadie puede sorprenderse por la aparición de este tipo de relatos, ya que ocurre dentro de una tradicional tensión interracial y una lógica de violaciones sistemáticas de los derechos básicos de los miembros de la comunidad negra en EE.UU. 13. Rising Tide: The Great Mississippi Flood of 1927 and How it Changed America, de John M. Barry, Simon & Schuster, 1997 LA NUEVA EVACUACIÓN Ironías del primer mundo: el Superdome también comienza a inundarse y los damnificados deben volver a ser evacuados. Las imágenes del estadio ya sin gente y convertido en un gigante basurero húmedo recorrieron el mundo. Entre el viernes 2 y el sábado 3 de septiembre los guardias nacionales militarizan la ciudad, luego de hacer un ingreso triunfal para los fotógrafos y las cámaras. Camuflados y altivos, los soldados recorren montados en sus hummers la ciudad vacía. Diferentes organismos asistenciales particulares se lanzan en embarcaciones a buscar a la gente que quedó atrapada entre las aguas, la mayoría trepada a los techos de las casas. En un clima de desenfreno, dolor y obnubilación, muchos se niegan a abandonar sus pocas pertenencias por miedo a los saqueos o imploran en 40 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC 41 vano por subir a los vehículos de emergencia con sus mascotas, toda una tradición en el pueblo norteamericano. Hay escenas apocalípticas y rige un desorden inexplicable. Con tolerancia cero, los guardias nacionales, policías y bomberos se mueven por la ciudad sitiada con ejércitos de exploradores buscando vivos o muertos. En los frentes de lo que queda de las casas los distintos equipos sanitarios anotan signos de diferentes colores que conforman el código de la emergencia: tantos muertos, tantos heridos, tantos evacuados… Si en el mundo las coberturas periodísticas del Katrina destacan la impericia de las autoridades y sacuden con acusaciones al gobierno de Bush, en los medios locales nunca las críticas han sido tan duras con el presidente; no lo habían sido con la promulgación de la Ley Patriota, que en su campaña antiterrorista había traspasado todos los límites de la privacidad de los ciudadanos, y tampoco ante la flagrante mentira de las armas de destrucción masiva que el gobierno había utilizado como llave de ingreso para la invasión a Irak. Y era precisamente hacia Irak –y mientras los estados de Alabama, Mississippi y Louisiana se transformaban en postales de la devastación y el desplazamiento de miles de seres humanos como producto del huracán– donde se habían desviado los fondos recortados a las obras de ingeniería preventiva de Nueva Orleans y también donde se encontraba gran parte de los miembros de las fuerzas de seguridad especialistas en catástrofes naturales de la región, al igual que los tanques anfibios indispensables para las evacuaciones. Pese a las iniciales desmentidas del Pentágono y del cinismo de quien entonces era su autoridad mayor, Donald Rumsfeld, que insistía en señalar que había fuerzas nacionales suficientes para responder en la emergencia, los mejores soldados y vehículos, los más capacitados, estaban varados en el Golfo Pérsico, Estimado Sr. Bush: ¿Tiene alguna idea de dónde están todos nuestros helicópteros? Es el día 5 desde el huracán Katrina y miles de personas permanecen desamparadas en Nueva Orleans y necesitan ser rescatadas por aire. ¿Dónde diablos puede usted haber puesto todos nuestros helicópteros militares? ¿Necesita ayuda para encontrarlos? (…) ¿Tiene usted alguna idea de dónde están todos nuestros soldados de la Guardia Nacional? Porque realmente podríamos usarlos justo ahora, para el tipo de tareas para las que se alistaron, como es la ayuda en desastres nacionales. ¿Cómo es posible que no estuvieran allí? 42 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC mientras hombres, mujeres y niños estadounidenses víctimas de los vientos y las inundaciones eran sacados de sus casas en embarcaciones modestas y por la suma de diferentes voluntades y no de políticas precisas. Esa patética paradoja fue uno de los flancos elegidos por la prensa no complaciente para golpear al gobierno federal. CONDI JUEGA AL TENIS Luego de unas primeras horas de perplejidad, y ante la insistencia de los medios y la desesperación de las víctimas que denunciaban maltrato y discriminación por raza y clase social, el gobierno de Bush debió reconocer que en los últimos años se habían limitado las partidas presupuestarias pedidas por el Cuerpo de Ingenieros. Quien dio la voz de alarma sobre ese punto fue el cineasta estadounidense Michael Moore, ácido enemigo del presidente Bush, en una carta pública aparecida el 4 de septiembre. Lo hizo a través de un juego irónico y mordaz, con el que destacó todas las fallas presentes en la respuesta demorada a la tragedia. 43 El jueves pasado yo estaba en el sur de la Florida y me senté afuera mientras el ojo del huracán Katrina pasaba sobre mi cabeza. Era sólo categoría 1 en ese momento y ya era horrible. Once personas murieron y hasta el día de hoy todavía hay hogares sin luz. Esa noche, el hombre del tiempo dijo que la tormenta iba camino a Nueva Orleans. ¿Nadie se lo dijo? Yo sé que a usted no le gusta interrumpir sus vacaciones y sé que detesta las malas noticias. Además, usted tiene patrocinantes que atender y madres de soldados muertos a las que ignorar y difamar. ¡Seguro les dio una lección! A mí particularmente me gustó que el día después del huracán, en lugar de volar a Louisiana, volara a San Diego a celebrar con sus compinches de negocios. No deje que la gente lo critique por eso, después de todo, el huracán ya había pasado, y ¿qué rayos podía hacer, poner el dedo en el dique? No escuche a esos que, en los próximos días, van a revelar cómo específicamente usted redujo el presupuesto del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Nueva Orleans este verano por tercera vez consecutiva. Sólo dígales que si usted no hubiera recortado el dinero para reparar esos diques, de todas maneras no habría habido ingenieros militares para repararlos porque usted tiene trabajos de construcción mucho más importantes para ellos: ¡CONSTRUIR LA DEMOCRACIA EN IRAK! En el día 3, cuando finalmente dejó su hogar de vacaciones, tengo que decir que me emocioné al ver cómo su piloto del Air Force One descendió de las nubes mientras sobrevolaba Nueva Orleans para que usted pudiera dar una rápida mirada en el desastre. Claro, yo sé que no podía parar, tomar el toro por los cuernos, pararse en algunas ruinas y actuar como un comandante en jefe. También estarán aquellos que tratarán de politizar esta tragedia y utilizarla en su contra. Sólo tiene que mantener a su gente denunciándolo. Sin responder a nada. Incluso a aquellos molestos científicos que predijeron que esto sucedería porque el agua Como se sabe, la omnipotencia y la ignorancia suelen conformar un cóctel letal, sobre todo en política. Bush no terminaba de chocarse contra la pared. Después de haber felicitado tempranamente en Mobile a su amigo Brown por la “brillante” tarea desempeñada por la FEMA (“Brownie: ¡¡¡estás haciendo un trabajo estupendo!!!”), debió luego salir a pedirle la renuncia y a reconocer públicamente que el gobierno había desestimado el peligro del huracán y no había respondido con eficiencia. Una vez que abandonó Texas, en lo que fueron las vacaciones más largas de un mandatario en EE.UU., el presidente Bush se decidió primero a sobrevolar la zona del desastre en helicóptero y recién días después se animó a descender sobre Biloxi, en Mississippi, en una visita breve y sin riesgo, absolutamente resguardado de las preguntas inadecuadas de los periodistas y de cualquier exabrupto de los vecinos. En Nueva Orleans no había mucho tiempo para pensar pero no faltaron los memoriosos que recordaban lo que había sucedido cuarenta años atrás, durante el huracán Betsy, cuando otro pre- 44 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC en el Golfo de México se está calentando cada vez más haciendo una tormenta como ésta inevitable. No los atienda, ni tampoco todo ese cuento del calentamiento global. (…) No, Sr. Bush, usted mantenga el rumbo. No es su culpa que el 30% de Nueva Orleans viva en la pobreza o que cientos de miles no tengan transporte para salir de la ciudad. Vamos, ¡ellos son negros! (…) ¿Se imaginan dejar a gente blanca en sus techos por cinco días? ¡No me hagan reír! La raza no tiene nada, ¡NADA que ver con esto! Manténgase firme, Sr. Bush. Basta con que trate de encontrar unos pocos helicópteros del Ejército para enviarlos allá. Haga de cuenta que la gente de Nueva Orleans y de la Costa del Golfo están cerca de Tikrit. Atentamente, Michael Moore. 45 sidente –texano, igual que Bush– se había hecho presente de inmediato para dar la cara ante la catástrofe: era Lyndon Johnson, el vicepresidente de John Kennedy que heredó el gobierno luego del asesinato del mandatario. No fueron días sencillos para el gobierno y todo el mundo tenía sus ojos pendientes del comportamiento inadecuado de las autoridades. Otros miembros del gabinete también pasaban calores frente a la opinión pública en esas semanas. Tal vez el caso más elocuente, por el color de la piel de su protagonista y por haber nacido en Alabama, sea el de la secretaria de Estado Condoleezza Rice. Si bien Rice no tenía injerencia directa en los acontecimientos, no dejó de ser sentido como una provocación que durante los días más trágicos del huracán la funcionaria se paseara por Nueva York, y se diera tiempo para ver el US Open y pelotear con la ex campeona Monica Seles, asistir a la función de un musical de los Monty Python en Broadway –en donde fue silbada– y gastarse miles de dólares en zapatos de Ferragamo, en el local que la exquisita tienda tiene en la 5ta. Avenida. Fue allí cuando una mujer le puso voz al reclamo general y le gritó ante las cámaras de TV: “¡¡¡Pero cómo te atrevés a comprarte zapatos cuando hay miles que se están muriendo y quedándose sin hogar!!!”. El Katrina era motor de destrucción en el sur de Estados Unidos y su impacto comenzaba a generar un raid de desaciertos políticos e infortunios que parecía no acabar nunca. El gobierno no sólo no había seguido las recomendaciones de los expertos sino que tampoco había podido exhibir convenientemente aceitadas las redes de la emergencia. nes históricas de la mano del hombre, como producto de una improvisación impropia en el país más rico y poderoso del mundo que, ciego de soberbia, se negó además a aceptar el ofrecimiento de asistencia internacional para resolver la crisis. Cien países ofrecieron ayuda y a todos se les dijo que no. El 7 de septiembre el Departamento de Estado distribuyó entre sus embajadas un comunicado informando que el país no precisaba asistencia. Sin embargo, la ayuda llegaba, en dinero y en petróleo. Hubo cargamentos enteros de barcos enviados con medicinas y otros elementos que fueron directamente destruidos. De los 850 millones de dólares que llegaron de afuera de EE.UU., el gobierno federal sólo reenvió 40 millones para los damnificados del Katrina. El resto o bien no se retiró o fue redireccionado a grupos privados como la Cruz Roja, que fueron protagonistas de durísimas críticas durante las tareas de emergencia y rescate, por su ineficiencia y por sospechas en el manejo de los 14 fondos para la ayuda. Sin embargo, el peor espejo para ver la realidad debe haber sido para el presidente Bush una pequeña isla que está muy cerca de donde golpeó Katrina y que también transita las temporadas de ciclones, todos los años, pero con un Estado todopoderoso que 15 no terceriza la asistencia. Ironías de la historia, la Cuba de Fidel Castro es el modelo moderno de prevención y respuesta de huracanes y catástrofes naturales. La receta es conocida, porque la repiten año a año. En primer lugar, antes de que un huracán golpee, en Cuba las comunidades locales organizan una limpieza especial para alejar cual- EL MODELO DE CUBA Ante la sorpresa general, lo que comenzó como una catástrofe natural se había ido transformando en un desastre de proporcio- 14. The Washington Post. 15. Para ver en detalle cómo opera en EE.UU. la “privatización del Estado” desde la llegada al poder de George W. Bush, ver Gobernar el imperio, de Oscar Oszlak, Capital Intelectual, 2006. 46 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC 47 quier tipo de basura o escombro peligroso. La preparación y la evacuación de la gente se organizan entre el gobierno central y las comunidades locales y el transporte para alejar a las personas del peligro forma parte de un proyecto social comunitario. Por último, para prevenir incendios, el gas y la luz se cortan antes de que el fenómeno toque tierra y, durante el huracán, equipos estatales de emergencia garantizan la provisión de agua, comida y medicamentos. También es el gobierno central el que garantiza los recursos para que las comunidades puedan empren16 der la reconstrucción. En Estados Unidos nunca nadie parece haber tomado nota de semejante eficiencia. Es más, tampoco respondieron al ofrecimiento de asistencia que el gobierno de Fidel Castro hizo en los primeros días de la catástrofe. Louisiana es uno de los estados con los que La Habana tiene relaciones asociadas a la compra de alimentos a EE.UU., pese al embargo que pesa sobre la isla desde hace más de 40 años. Hubo también una misiva oficial dirigida a la gobernadora Kathleen Blanco, en la que se ofrecía el envío de un contingente de casi 1.600 médicos cubanos. Hubo, además, este “Mensaje de solidaridad al pueblo norteamericano” de la Legislatura cubana, que naturalmente tampoco fue respondido: “El pueblo de Cuba ha seguido con preocupación las noticias relacionadas con los efectos que el huracán Katrina ha causado en los territorios de Louisiana, Mississippi y Alabama. Informaciones todavía incompletas permiten comprender que se trata de una verdadera tragedia de dimensiones extraordinarias. En términos de destrucción física y daños materiales, se le considera como el más costoso desastre natural de la historia norteamericana. La Cruz Roja de ese país estima que su trabajo será más duro que el que afrontó con motivo del atroz ataque del 11 de septiembre del 2001. Decenas de miles de personas están atrapadas en áreas inundadas, han perdido sus viviendas, están desplazadas o refugiadas. La Gobernadora de Louisiana calificó como desesperada la situación en New Orleans, donde las aguas continuaban aumentando su nivel. El Alcalde de esa ciudad declaró que centenares y quizás miles de personas podrían haber muerto allí. Este desastre, con su enorme carga de muerte y sufrimiento, golpea a toda la población de Estados Unidos, pero azota con mayor fuerza a los afroamericanos, trabajadores latinos y norteamericanos pobres que forman la masa de quienes aún esperan ser rescatados y llevados a lugares seguros, y es entre ellos donde se concentra el mayor número de víctimas fatales y de personas que han quedado sin hogar. Esas noticias causan dolor y tristeza a los cubanos. En su nombre queremos expresar nuestra profunda solidaridad al pueblo de Estados Unidos, a las autoridades estaduales y locales y a las víctimas de esta catástrofe. El mundo entero debe sentir esta tragedia como propia. Asamblea Nacional del Poder Popular de la República de Cuba, 17 La Habana, septiembre 1 de 2005.” LA EVACUACIÓN Las fotos y las imágenes en todo el mundo mostraban un escenario y las autoridades nacionales se empeñaban en su discurso contradictorio. Por un lado, reconociendo que efectivamente el huracán había provocado un daño mayúsculo, pero por otro ase- 16. “There’s No Such Thing as a Natural Disaster”, por Neil Smith, http://understandingkatrina.ssrc.org/Smith/ 17. www.cubavision.cubaweb.cu 48 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC 49 gurando que todo estaba bajo control. En su política de tercerización de los servicios más elementales, el Estado no terminaba a cargo de ninguna de las tareas y todo quedaba en manos privadas, sin regulación ni directivas oficiales. El viernes 2 de septiembre, el equipo de asesores del presidente Bush, encabezado por Karl Rove, le muestra al mandatario un video, un compendio con las imágenes de la semana. Al mismo tiempo comienza la tarea de desvío de atención y responsabilidades hacia las autoridades locales y funcionarios de línea intermedia para evitar que la imagen de Bush siga siendo afectada por el desastre. Los miles de sobrevivientes del huracán que aún están en Nueva Orleans comienzan a ser evacuados. Salen en micros de línea, en ómnibus escolares, en colectivos de todo tipo. Los más ancianos, enfermos y algunas familias con niños son desviados al aeropuerto Louis Armstrong, para que cuando comiencen a volar los aviones puedan ser trasladados a los distintos estados que darán albergue a los evacuados. Cientos de ómnibus parten desde Nueva Orleans hacia refugios de todo tipo, escuelas religiosas, organizaciones humanitarias, clubes deportivos. El mayor contingente tiene a Houston como destino, más precisamente al Astrodome, un gran estadio que se ofrece para alojar a miles y se convierte en el nuevo foco de atención de la prensa, cuando Nueva Orleans comienza a quedar vacía y en ruinas. Con al Astrodome colmado de gente que ya no tiene casa ni bienes y cuyo futuro es una nebulosa, Bill y Hillary Clinton y el matrimonio del ex presidente George Bush y su esposa Barbara visitan a los evacuados, como meses atrás hicieron con los damnificados del tsunami en el sudeste asiático. Entrevistada horas después, la madre del presidente Bush asegura que la gente se quiere quedar en Texas porque el estadio realmente funciona “muy bien” para este tipo de personas que “son indigentes, de todos modos, como usted sabe”; esa gente acostumbrada a vivir tan mal habitualmente, debe pensar la sen18 sible señora Bush. Como podía preverse, la diagramación de emergencia para la evacuación fue otro desastre. Familias separadas por la fuerza, gente obligada a subir a los empujones a los micros, personas que salían sin destino fijo y sin la posibilidad de avisar a nadie siquiera que seguían con vida. Tratamiento de animales para víctimas de un desastre natural. Jordan Flaherty vive en Nueva Orleans y tiene 33 años. Es periodista, editor de la publicación Left Turn, militante por los derechos civiles y uno de los evacuados por el Katrina. Cuando todavía no había podido regresar a su ciudad y se hallaba en Tennessee, después de haber pasado por tiendas montadas por el gobierno federal y de haber escapado de un centro de refugiados, Flaherty buscaba palabras para explicar cómo el gobierno de Bush prefiere mirar al costado cuando la historia pasa cerca de negros 19 y pobres. “Nuestro gobierno nos abandonó y toda la gente con la que hablé, de adentro y de afuera de Nueva Orleans, siente que de ninguna manera el gobierno habría actuado así si las víctimas hubieran sido blancos”, dijo entonces. Jordan no estuvo en el Superdome sino en unas tiendas improvisadas al costado de una autopista. Allí llegó luego de que un bote lo rescatara de su departamento y unos hombres lo pusieran dentro de un helicóptero. Flaherty denunció que en el campo de refugiados casi no les daban bebida ni comida. Desordenadamente los iban subiendo a micros y si alguno tenía parientes en el camino, aun así no se le permitía bajar. Lejos 50 KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO HINDE POMERANIEC 18. The New York Times, 6 de septiembre de 2005 19. Entrevista de la autora para el diario Clarín, 11 de septiembre de 2005. 51 de cualquier ánimo de compasión, los encargados de las evacuaciones separaban a las familias, lo hacían incluso con madres de hijos chicos. Nadie contemplaba más que el apuro por sacar a la gente de la ciudad en peligro. Los llamados desencajados de las madres ante las cámaras de TV a toda hora desde algún refugio en, por ejemplo, Houston pidiendo por sus chiquitos parecían extrapolados de un documental de la National Geographic en algún remoto país africano. “Éramos miles de personas, el 90 por ciento negros y pobres, sentados en el medio de la basura, bajo un sol furioso, y con militares armados hasta los dientes, custodiándonos”, contó Jordan poco después del desastre. “Hablé con socorristas, con médicos, nadie me decía nada. Les pregunté a unos periodistas y un camarógrafo que estaba allí me dijo: ‘Como alguien que ya estuvo acá por dos días te digo: escapate a la caída del sol. No tenés que estar acá cuando llegue la noche’. Y así lo hice.” “Fuimos abandonados por un gobierno que nunca nos necesitó, salvo cuando buscaban vacaciones o entretenimiento barato. Nosotros ya éramos refugiados antes del Katrina”, denunció Flaherty. Una frase similar habría de utilizar el senador por Illinois Barack Obama, actual precandidato demócrata a la presidencia de EE.UU. “La gente de Nueva Orleans no fue abandonada durante 20 el huracán, sino mucho antes.” El 5 de septiembre el alcalde Nagin y la gobernadora Blanco se reúnen con Bush en el Air Force One. Bush le asegura a Nagin que su gobierno ofreció asistencia temprana pero que la funcionaria demócrata había dicho que necesitaba pensarlo. Nagin concluye públicamente: “Blanco demoró el rescate”. En campaña para despegarse del fracaso en la respuesta a la catástrofe, los asesores arman viajes relámpago del presidente a la zona del desastre, y montan fotos de Bush en mangas de camisa junto con decenas de trabajadores o mientras mira atentamente cómo emprenden la reconstrucción de los diques dañados. La Casa Blanca destina fondos. Comienzan a diseñar planes para la futura reconstrucción y para subsidiar a los evacuados. Empieza también la sangría de funcionarios, y el primero en caer es Michael Brown, director de la FEMA. En la investigación parlamentaria que sucedió al Katrina, Brown se mantuvo firme al asegurar que el presidente estuvo desde un principio informado sobre la dimensión de los peligros que se avecinaban. El 13 de septiembre, en una conferencia de prensa en Washington, Bush asume la responsabilidad total por lo que llama “serios problemas en nuestra capacidad de respuesta en todos los niveles del gobierno”. Más allá de ese gesto estudiado, que no hacía más que atenerse a realidades palpables y ya imposibles de ocultar, junto con las palabras del presidente ese día quedó expuesto de manera patética el modo en que actúa un Estado que terceriza todo, incluso la recolección de los restos de sus ciudadanos. Ocurrió cuando la gobernadora de Louisiana Kathleen Blanco anunció que su estado se haría cargo de pagarle a la firma Kanyon, contratada por la FEMA para levantar los cadáveres, ya que el organismo federal no había siquiera firmado el contrato y la empresa le había dado a su gente la indicación de no comenzar el trabajo hasta que los 21 papeles estuvieran en orden. “Estoy enojada e indignada: nuestros muertos merecen más respeto que el que se les ha brindado”, dijo la gobernadora demócrata desde Baton Rouge, la capital del estado de Louisiana. 20. www.daylikos.com, septiembre de 2005. 21. The New York Times, 14 de septiembre de 2005. 52 HINDE POMERANIEC KATRINA, EL IMPERIO AL DESNUDO 53