Navarra en el debate constitucional de Cádiz - Gobierno

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“NAVARRA EN EL DEBATE CONSTITUCIONAL
DE CÁDIZ”
Juan-Cruz Alli Aranguren
Prof. Titular de Derecho Administrativo de la Universidad Pública de Navarra
Resumen. En el debate de las Cortes de Cádiz se invocó el Reino de Navarra y sus instituciones como referencia de la “constitución histórica” tradicional, que hacía innecesario
introducir innovaciones constitucionales ajenas. Se sostuvo que la nueva constitución se
basaba en el orden tradicional corrigiéndolo para adecuarlo a los nuevos tiempos. En este
mismo sentido intervino la Diputación y se emitieron informes exponiendo su régimen.
Trataron de demostrar que era adecuado al nuevo constitucionalismo.
Palabras clave. Cortes de Cádiz. Constitución histórica. Constitución liberal. Reino de
Navarra. Exposición de sus instituciones.
Abstract. In the debate of the Courts of Cádiz the Realm of Navarra was mentioned
and his institutions like reference of the “historical constitution”, that did unnecessary
to establish extraneous constitutional innovations. It declared that the new constitution
was based in the traditional order corrected to adapt it to the new times. In this same
sense took part the Deputation and issued reports exposing his regime. They treated to
make known that it was adapted to the new constitutionalism.
Keywords. Courts of Cádiz. Historical constitution. Liberal constitution. Realm of Navarra. Exhibition of his institutions.
Revista Jurídica de Navarra
ISSN: 0213-5795. Enero-Junio 2014. Nº 57. Páginas 107-187
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Sumario
I. La constitución de las Cortes y su obra legislativa. II. La “constitución histórica” y el Reino de Navarra. III. Los estudios sobre la “constitución de Navarra”. 1. El precedente de SAN MARTÍN de 1777. 2. La “constitución
de Navarra” de 1808. 3. El estudio de DOLAREA de 1809. 4. La “constitución del Reyno de
Navarra” de HERMIDA de 1811. 5. El intento de demostrar la existencia de una constitución en Navarra. IV. La nueva constitución. V. Navarra y el régimen constitucional. VI. La “Constitución de Navarra” de 1817. VII. Consideraciones
sobre la “constitución histórica” del reino de Navarra y la constitución liberal. 1. Los distintos significados del término “constitución”. 2. La constitución histórica. 3. La constitución liberal. VIII. Conclusiones sobre el liberalismo
y el fin del Reino de Navarra.
Durante el año 2012 se celebró en la Comunidad Foral el centenario de
acontecimientos históricos alto medioevales como la batalla de las Navas de
Tolosa (1212) y la conquista de Navarra (1512).
Además del historicismo que implica, se puede apreciar la presencia de
un “medievalismo presentista” de clara intencionalidad política en espectros ideológicos contrapuestos, como son el conservadurismo y el pannavarrismo soberanista vasquista. En ambos casos se actúa con una visión parcial
y deformada del pasado para congelarlo en un momento concreto, que sirva
para legitimar y argumentar un proyecto de futuro. No se examina el pasado
en sus coordenadas de tiempo, espacio, cultura, economía y sociedad, sino
que se intercambian las dimensiones en un sentido determinista para justificar una opción política. Estamos asistiendo a un debate entre ideologías
basadas en esencialismos identitarios, tanto respecto a los acontecimientos
históricos como a la fijación de una dimensión territorial del pasado, que sean
útiles al argumentario político del presente y a la recreación de un determinado imaginario colectivo.
Por ello no debe sorprender que se haya omitido la celebración del centenario de la Constitución de Cádiz de 1812, con la que se inició el constitucionalismo en España. Ninguna de las opciones contendientes en la práctica
del historicismo medievalista ha tenido interés en este hecho relevante. Es
evidente que, por muy distintas razones, no consideran de interés colectivo
recordar un acontecimiento de la historia contemporánea, que puso fin al
Antiguo Régimen y abrió un tortuoso camino a la configuración del régimen
liberal. Sin embargo, no sólo cronológicamente, sino conceptualmente, estamos mucho más próximos a este centenario que a los anteriores.
En este pequeño estudio se expone, resumidamente, como el Reino de
Navarra y sus instituciones participaron de la realidad histórica española del
momento, tratando de defender un régimen cuyo fin se había iniciado con la
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Ilustración y manifestado en la Revolución Francesa. A pesar de los conflictos
ideológicos y militares, el constitucionalismo que representó la Constitución
de 1812 supuso el fin del Antiguo Régimen y su organización, iniciando el
camino que llegaría hasta la Constitución de 1978. Aunque han pasado dos
siglos, la realidad político-institucional actual, tanto en el Estado como en
Navarra, está más vinculada a este acontecimiento que a los de la Edad Media
y a los primeros años de la Edad Moderna. Al fin y al cabo, la Constitución de
Cádiz es Edad Contemporánea, aunque algunos pretendan ignorarlo.
I. La constitución de las Cortes y su obra
legislativa
Durante la Guerra de la Independencia el país ocupado y bajo autoridad
francesa lo gobernaba José Bonaparte impuesto por Napoleón, apoyado
por su ejército y los afrancesados.
El conflicto ideológico estaba representado, incluso entre los que luchaban
contra el invasor, por los defensores del Antiguo Régimen, los liberales reformistas moderados que rechazaban el absolutismo y el liberalismo radical:
los que aceptaban el estado de cosas anterior al movimiento de mayo; los
que habían acatado a José Bonaparte y consideraban que el mejor régimen para España descansaba en la imitación de la Francia napoleónica
(se les llamaba afrancesados); los tradicionalistas, que buscaban la panacea de la reconstitución estatal en el respeto de los antiguos moldes de la
Monarquía (ya fueran foralistas, ya centralizadores); en fin, los reformistas, que, combatiendo a los franceses, por invasores, creían en la oportunidad de la redacción de una carta constitucional de corte revolucionario1.
Las circunstancias de un país en guerra contra el invasor, en el que
habían desparecido el rey y las estructuras de gobierno del Antiguo Régimen,
fueron aprovechadas por los reformistas para intentar reconstruir la monarquía desde nuevos parámetros. Pretendieron hacerlo utilizando las Cortes
a pesar de las reticencias de miembros destacados de la Junta Central como
Floridablanca o Jovellanos, que invocaban la restauración de la “cons-
1.
Vicens Vives, J., Aproximación a la Historia de España, Barcelona: Ed. Vicens Vivies, 1974,
p. 153.
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titución histórica”. El levantamiento tuvo un doble significado: fue guerra
contra el invasor Napoleón y el rey impuesto, y revolución liberal antiabsolutista y antidespótica. En ambos casos, una defensa contra la tiranía, que
legitimaba el tiranicidio, como habían reconocido los teólogos y juristas de la
escuela clásica española del siglo XVI. Su fundamento se encontraba en que
“era necesario [...] dramática necesidad histórica, aceptar aquel poder fuerte,
libre, absoluto; en una palabra: la soberanía; pero habrá que lograr mantenerlo armonizado en un orden superior que salvará la personalidad humana
y la sociedad civil, en sus fines propios”2 .
En todo caso, la Constitución de Cádiz representó un contrapunto ideológico-constitucional a la de Bayona, no sólo en su carácter “nacional” e “histórico”, sino en fundamentarla en la soberanía nacional y en el diferente papel
del rey y las Cortes.
Durante la Guerra de la Independencia el gobierno de los territorios libres
se organizó por las Juntas provinciales3 y la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, que asumió plenos poderes en Aranjuez el 25 de septiembre
de 1808. Estuvo vigente hasta el 30 de enero de 1810 en que le sustituyó el
Consejo de Regencia. El 30 el Consejo de Castilla juró obediencia a la Junta
Central, pidió la constitución de una regencia y la convocatoria de Cortes.
Aquella eligió a Floridablanca como presidente el 1 de octubre.
En 1809 la Junta Central realizó una gran actividad preparatoria de la
celebración de Cortes. El 15 de enero de 1809 dispuso su traslado a la Isla de
León en Cádiz. En abril Quintana elaboró el decreto sobre la convocatoria de
Cortes y la consulta al país, que fue dictaminado por la Junta Central el 22 de
mayo, convocando las Cortes y la consulta, procediendo el día 29 a la elección
de los miembros de la Comisión de Cortes. Con la presidencia de Jovellanos
celebró la primera sesión el 7 de junio. En la del 19 deliberó sobre la propuesta
de Jovellanos, Castanedo y el Arzobispo Laodicea sobre la reunión por
estamentos. El 24 de junio dirigió una circular a las Juntas Provinciales, Universidades, Audiencias, Cabildos y Ayuntamientos anunciando la convocatoria de las Cortes para el año siguiente.
El 27 de septiembre designó una Junta de Legislación para “meditar las
mejoras que pueda recibir nuestra legislación, así en las leyes fundamentales como en las positivas del Reino y proponer los medios de asegurar su
2.
3.
110
Maravall, J. A., Teoría española del Estado en el siglo XVII, Madrid: Instituto de Estudios
Políticos, 1944, pp. 191, 402-404.
La organización provincial se estructuró por medio de las Juntas Superiores de armamento y defensa creadas por real orden de 17 de junio de 1810 y por las Juntas superiores
provinciales reglamentadas el 18 de marzo de 1811.
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observancia”. El 28 de octubre decretó la convocatoria de las Cortes. Flórez
Estrada le presentó el 1 de noviembre una propuesta de “Constitución para
la Nación Española”. El 24 de diciembre ordenó a la Comisión de Cortes la
convocatoria por estamentos en una cámara, y el estudio de la propuesta de
dos cámaras.
El 1 de enero de 1810 la Junta Suprema Central convocó las Cortes encomendando a la nueva Regencia, que se constituyó el 27 de enero de 1810, citar
a los estamentos de la nobleza y eclesiástico, estableciendo el modo de elección de los representantes suplentes de América, Asia y provincias ocupadas,
entre ellas Navarra4, disolviéndose el 31 de enero de 1810. El 18 de junio el
Consejo Supremo de Regencia fijó la reunión de Cortes para el mes de agosto.
Dispuso por edicto de 18 de agosto la formación de listas de los vecinos naturales o emigrados residentes en Cádiz de las provincias que no habían podido
nombrar diputados por estar ocupadas. Por orden de la Regencia de 20 de
diciembre se dispuso la apertura de las Cortes Generales y Extraordinarias
en un solo cuerpo para el día 245.
De inmediato iniciaron su actividad legislativa. En su primera sesión proclamaron la soberanía nacional y a Fernando VII como “único y legítimo
rey”, anulando la renuncia a la Corona que había realizado en Bayona el 5
de mayo de 1808 6. El 27 de septiembre establecieron las facultades y responsabilidades del poder ejecutivo y el 28 de octubre disolvieron el Consejo de
Regencia, sustituido por un regente y un suplente.
Las Cortes se constituyeron en el cauce de la revolución liberal burguesa
y, por tanto, en punto de partida del nuevo régimen, que ponía fin al absolutismo7. Las disposiciones de las Cortes y la Constitución fueron el medio uti-
4.
5.
6.
7.
Estuvo representada por Miguel de Balanza y Carlos de Amatria.
Sánchez Agesta, L., Historia del constitucionalismo español (1808-1836), Madrid: CEC,
1984, pp. 73-101. Escudero, J. A., Curso de historia del Derecho: fuentes e instituciones
político-administrativas, Madrid: Gráficas Solana, 1985, pp. 851-854. Chavarri, P., Las
elecciones de diputados a las Cortes generales y extraordinarias (1810-1813), Madrid, Centro
de Estudios Constitucionales, 1988. Suárez, F., Las Cortes de Cádiz, Madrid, Rialp, 1982;
El proceso de la convocatoria a Cortes (1808-1810), Pamplona, Eunsa, 1982. Morán, M.,
Poder y gobierno en las Cortes de Cádiz (1810-1813), Pamplona, Eunsa, 1986. Martínez
Sospedra, M., La Constitución española de 1812, Valencia, Facultad de Derecho, 1978.
Argüelles expuso en el Discurso preliminar que la razón del decreto de las Cortes de 24
de octubre fue proclamar la soberanía nacional “y declarar nulas las renuncias hechas
en aquella ciudad de la corona de España por falta de consentimiento libre y espontáneo
de la nación, sino recordar a ésta que una de sus primera obligaciones debe ser en todos
tiempos la resistencia a la usurpación de su libertad e independencia”.
Sánchez Agesta, L., Historia…, cit., pp. 86, 113-117: “Esta clase media de abogados y literatos, de comerciantes e industriales, de banqueros y especuladores, de militares que
deben su grado a la espada, es la que va efectivamente a gobernar España [...] A ellos se
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lizado por la burguesía liberal para el cambio de régimen político y del orden
tradicional en la ideología y las instituciones; se caracterizó por la revolución
liberal en lo ideológico y el inicio de la industrial en lo económico8. La Constitución de 1812 fue el símbolo de la revolución liberal en todos sus aspectos.
Como expuso Sánchez Agesta:
El constitucionalismo tiene, desde luego, importancia en la historia del
siglo xix , pero más que como el rasgo dominante del siglo, como el síntoma externo de otros problemas que laten bajo él. La revolución ideológica
(racionalismo, romanticismo, liberalismo, constitucionalismo) se apoya en
una revolución social y económica paralela (decadencia de los estamentos
tradicionales, presencia de clases medias, libertad económica, desamortización, etcétera), que a su vez está vinculada a una revolución técnica
(maquinaria de vapor, ferrocarriles, telégrafo) y a la misma expansión demográfica que dobla la población de España en el transcurso del siglo XIX 9.
Las reformas propias del régimen liberal se introdujeron por las Cortes a partir de 1810 y supusieron, de inmediato, la ruptura con la sociedad
y el poder del Antiguo Régimen, estableciendo el nuevo régimen. Muñoz
Torrero pidió que se decretara “que las Cortes generales y extraordinarias
estaban legítimamente instaladas; que en ellas residía la soberanía”.
Su primer Decreto de 24 de septiembre de 1810 proclamó la soberanía
nacional: “Los diputados que componen este Congreso, y que representan la
Nación española, se declaran legítimamente constituidos en Cortes generales
y extraordinarias, y que reside en ellas la soberanía nacional”10.
La igualdad entre los ciudadanos peninsulares e iberoamericanos la
decretaron el 15 de octubre11. La libertad de imprenta se proclamó el 10 de
noviembre por las razones expuestas en el decreto:
adaptaban las instituciones del régimen representativo y el constitucionalismo liberal.
Pero hay que añadir que también ellos pesaron sobre la práctica de esas instituciones” (p.
117).
8.Un estudio integral de la Constitución de Cádiz: Escudero, J. A. (dir.), Cortes y Constitución de Cádiz, Madrid: Espasa, 2011.
9. Sánchez Agesta, L., Historia…, cit., p. 19.
10. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, sesión de 24 de septiembre de
1810.
11. Igualdad ante la Ley directamente inspirada en el artículo 6 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: “Ella debe ser la misma para todos, sea que
proteja o que castigue. Todos los ciudadanos siendo iguales ante sus ojos, son igualmente
admisibles a todas las dignidades, cargos y empleos públicos, según su capacidad, y sin
otra distinción que la de sus virtudes y talentos”.
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la facultad individual de los ciudadanos de publicar sus pensamientos e ideas
políticas es, no solo un freno de la arbitrariedad de los que gobiernan, sino también un medio de ilustrar a la Nación en general, y el único camino para llevar
al conocimiento de la verdadera opinión pública.
Por órdenes de 1 de diciembre suspendieron la concesión de prebendas
eclesiástica y empleos civiles. El 22 de febrero de 1813 se declaró la Inquisición “incompatible con la constitución política de la monarquía”, aboliéndola
la Regencia al día siguiente12 .
Las medidas económicas liberales persiguieron suprimir los privilegios y
monopolios económicos y establecieron los principios de la revolución liberal
en cuanto a las libertades contractual, de comercio, de trabajo, de explotación, de industria y arrendamiento, la supresión de las aduanas interiores y de
los gremios13. Se suprimieron los elementos propios del régimen económico
feudal, para lo que la Constitución sentó las bases del nuevo sistema socioeconómico burgués y la “síntesis de la transformación social”14.
Las reformas de la revolución liberal incidieron en la posesión de la tierra, que constituía la base del sistema económico tradicional, amparada por
los señoríos, los mayorazgos, la amortización y los oficios vinculados que
privaban de movilidad económica a los bienes y permitían “la conservación
perpetua de unos mismos bienes, sustrayéndolos a la libre comunicación y
comercio, y adjudicándolos permanentemente a unos mismos titulares”15.
El Decreto LXXXII de 6 de agosto de 1811 abolió el régimen señorial, disponiendo que “los señoríos territoriales y solariegos quedan desde ahora en la
clase de los demás derechos de propiedad particular” (art. 5) , la abolición de
los señoríos y de sus jurisdicciones, de los privilegios exclusivos, privativos y
prohibitivos (art. 13), la extinción de los vínculos y mayorazgos; “en adelante
12. Su abolición se había planteado en el siglo XVIII. Había sido suprimida por Napoléon en
Chamartín el 4 de diciembre de 1808. El 22 de febrero de 1813 las Cortes promulgaron la
incompatibilidad de la Inquisición con la Constitución.
13. Vicens Vives, J., Historia económica de España, Barcelona: Editorial Vicens Vives, 1972, p.
555. Marichal, J., El secreto de España. Ensayos de historia intelectual y política, Madrid:
Taurus, 1995, pp. 44-45, destaca que no fue el económico el aspecto más relevante de los
liberales españoles, identificando la actitud liberal “con el desprendimiento, con el imperativo de la generosidad. En suma, podría decirse que los liberales españoles llevaban así
al liberalismo una actitud esencialmente diferente (por no decir opuesta) a la de los europeos transpirenaicos que identificaban el liberalismo con cierto género de economía”.
14. Lafuente, M., Historia general de España, Barcelona: Montaner y Simón, 1882, XXVI, p.
364.
15. Palacio Atard, V., Fin de la sociedad española del Antiguo Régimen, Madrid: Ateneo,
1952, pp. 14-15 y 23-25.
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nadie podrá llamarse Señor de vasallos, ejercer jurisdicción, nombrar jueces,
ni usar de los privilegios y derechos comprendidos en este decreto y el que lo
hiciera perderá el derecho al reintegro en los casos que quedan indicados”
(art. 14)16. El 7 de enero de 1813 se procedió a la desamortización, nacionalización y venta de los bienes de los afrancesados, los jesuitas, la Inquisición y
las órdenes militares. La propiedad y los contratos se regularon por Decreto
de 8 de junio.
Estas medidas políticas y económicas sentaron las bases del nuevo sistema económico y social burgués17, que se marcó como objetivo político el
establecimiento del régimen constitucional.
La primera propuesta sobre la redacción de una “Constitución política
de la Monarquía” la realizó el diputado liberal Oliveros, creándose el 23 de
diciembre de 1810 una Comisión presidida por Muñoz Torrero. Tras el traslado a Cádiz el 18 de febrero de 1811, se inauguraron las sesiones el 24 de
febrero en el Oratorio de San Felipe Neri. Inició los debates la Comisión el 2
de marzo, presentando el proyecto a las Cortes el 18 de agosto18, junto con el
“Discurso preliminar”.
A partir del 25 de agosto de 1811 se iniciaron los debates sobre los títulos
del proyecto19, que concluyeron el 23 de enero de 1812. Se proclamó la Constitución el 19 de marzo, que estuvo en vigor hasta su derogación con la restauración del absolutismo por Fernando VII el 24 de marzo de 1814. Las Cortes
se disolvieron el 14 de septiembre de 1813.
La nueva organización del Estado se produjo con la supresión el 17 de
abril de 1812 de los Consejos, salvo el de Estado, y creándose el Supremo Tribunal de Justicia. El 23 de mayo se dictó el Decreto sobre Ayuntamientos y
Diputaciones con la nueva división territorial en provincias.
Por Decreto de 11 de agosto de 1812 las Cortes depusieron a los empleados
y a “cuantos en toda la Península permanecieron mientras su dominación”,
aunque hubieran sido nombrados por Fernando VII. Por otro de 21 de sep16.Fue interpretado por las Leyes de 3 de mayo de 1823 y 26 de agosto de 1837 en el sentido
de plena propiedad. Hernández Montalbán, F., La abolición de los señoríos en España
(1811-1837), Valencia, Universitat, 1999.
17. Tomás y Valiente, F., Manual de Historia del Derecho español, Madrid: Tecnos, 1983, pp.
401-419. Artola, M., La burguesía revolucionaria 1808-1869, Madrid: Alianza, 1979, pp.
128 y ss. Sánchez Agesta, L., Historia..., cit., pp. 20 21.
18. Su borrador lo redactó el afrancesado Antonio Ranz Romanillos, que participó en la
elaboración de la de Bayona y la tradujo al español. Diz-Lois, M. C., Actas de la Comisión
de Constitución (1811-1813), Pamplona, Universidad de Navarra, 1976.
19. El 14 de octubre se descubrió la “Gran Trama” contra las Cortes basada en el Manifiesto
antiliberal del obispo de Orense Lardizábal, a quien se mandó arrestar y conducir a
Cádiz.
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tiembre se dispuso que las personas nombradas por el gobierno intruso “no
podrán ser propuestas, ni obtener empleo de ninguna clase o denominación
que sea, ni ser nombradas ni elegidas para oficios de Concejo, Diputaciones
de provincia, ni para diputados de Cortes, ni tener voto en las elecciones”. En
el de 28 de octubre se excluyó a los juramentados de los destinos de regentes,
secretarías de Despacho y Consejeros de Estado20. Por orden de 13 de mayo de
1813 se dictaron “normas para la rehabilitación de empleados que han desempeñado destinos bajo la dominación enemiga”.
El Tratado de Valençay de 11 de diciembre de 1813 puso fin a la guerra,
reconociendo como rey de España a Fernando VII, quien regresó el 29 de
marzo de 1814. El “Manifiesto de los Persas” reclamó del monarca la convocatoria de las Cortes por estamentos, la restauración de la monarquía limitada,
conforme a las “leyes fundamentales”, pero sin discutir ni la soberanía real
ni la monarquía absoluta, que era “obra de la razón y de la inteligencia”21,
así como el restablecimiento del Tribunal de la Inquisición, “protector celoso
y expedito para mantener la Religión, sin la cual no puede existir ningún
gobierno”.
Fernando VII decretó en Valencia el 4 de mayo de 1814 la derogación de
la Constitución y de la legislación de las Cortes de Cádiz, de “aquella Constitución y aquellos decretos nulos y de ningún valor ni efecto, ahora ni en
tiempo alguno, como si no hubieran pasado jamás tales actos y se quitasen de
en medio del tiempo”. Además se restableció la Inquisición y se prohibieron
todos los periódicos liberales publicados, que por Decreto de 25 de abril de
1815 se extendió a cualesquiera otros que no fuesen la Gaceta y el Diario de
Madrid.
La Constitución de Cádiz fue restaurada por el rey tras el pronunciamiento de Riego en Cabezas de San Juan el 6 de marzo de 1820, que abrió el
trienio liberal (1820-1823). Concluyó con la entrada en España el 4 de octubre
de 1823 de los “Cien Mil Hijos de San Luis” por decisión de la Santa Alianza
en el Congreso de Verona de restaurar el absolutismo. Se inició la “Ominosa
Década” hasta la muerte de Fernando VII. De nuevo fue vigente a partir del
12 de agosto de 1836 tras el Motín de La Granja.
20. Recibieron este nombre quienes juraron fidelidad a José Bonaparte conforme al Real
Decreto de 1 de octubre de 1808.
21. El absolutismo implicaba reconocer al rey todo el poder de la corona, aun cuando los tratadistas españoles del siglo XVI lo sometían a las leyes divina y de la naturaleza. Meinecke,
F., La idea de la Razón de Estado en la Edad Moderna, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1959, pp. 63 y ss.
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II. La “constitución histórica” y el Reino de
Navarra
Una idea utilizada en el proceso constituyente fue la “constitución histórica de la monarquía”, como punto de partida para introducir las reformas
necesarias22 . Lo expresó la “consulta al país” del Decreto de 22 de mayo de
1809, invocando el “respeto a las Leyes Fundamentales del Reino”, la mejora
de la legislación y la superación de los abusos del gobierno en su aplicación,
buscando conocer “las reformas que deben hacerse en la administración asegurándolas en las leyes fundamentales de la Monarquía, que solas pueden
consolidarlas. Y oyendo para el acierto [...] a los sabios que quieran exponer
sus soluciones”. Como reflejaba su título se utilizó una visión reformista de
las “leyes fundamentales” para evitar la “arbitrariedad” y el “despotismo” del
pasado23. La Junta Suprema estaba resuelta a que “los derechos y prerrogativas de los ciudadanos se vean libres de nuevos atentados [...] y reparen cuanto
la arbitrariedad inveterada ha agostado y la devastación ha destruido”. Entre
los objetos de la investigación se propusieron los “medios de asegurar la
observancia de las leyes fundamentales del Reino” y los “medios de mejorar nuestra legislación, desterrando los abusos introducidos y facilitando su
perfección”, así como reformas sobre hacienda, educación, defensa, marina y
presencia de América en las Juntas de Cortes24.
Pretendían demostrar que se trataba de recuperar instituciones antiguas
anteriores a su deterioro por el despotismo y el absolutismo.
En el “Informe presentado a la Comisión de Cortes sobre la necesidad en
que se hallaba la Monarquía de una Constitución” de Capmany, fechado el
22. Varela Suanzes, J., “La doctrina de la constitución histórica: de Jovellanos a las Cortes de
1845”, en Revista de Derecho Político, 39, 1994, pp. 45-79.
23. Estas leyes fundamentales fueron concretadas en la respuesta del Ayuntamiento de Cádiz
de 21 de septiembre de 1809: “Conocemos por leyes fundamentales de una nación aquellas que constituyen y determinan la forma y cualidades de su gobierno, las que expresan
el pacto social que precedió a su erección o las en que se contienen las condiciones con
que sus individuos depositaron en muchos, en poco o en uno solo el todo o parte de sus
derechos naturales”.
24. La exposición del proyecto de decreto fue más explícita en el contenido reformista constitucional. Se iniciaba afirmando: “Tres siglos ha, españoles, que fueron destruidas las
saludables leyes en que la Nación cifraba su defensa contra los atentados de la tiranía.
No pudieron nuestros padres conservar el precioso depósito de la libertad que les habían
legado sus mayores”. Invocaba la necesidad de una “buena constitución que auxilie y sostenga las operaciones del Monarca cuando sean justas, y las contenga cuando siga malos
consejos. Sin constitución, toda reforma es precaria, toda prosperidad es inciertas; sin
ella, los pueblos no son más que rebaños de esclavos, movidos al arbitrio de una voluntad
frecuentemente injusta, y desenfrenada siempre”.
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17 de octubre de 1809, se refirió a las regiones en las que existían o habían
existido “límites a la autoridad soberana”, entre ellas Aragón, Navarra y las
Provincias Vascongadas, “gobernadas por sus fueros y juntas concejales”,
que hacía necesario considerar “las provincias de fueros que componen una
tercera parte de la Monarquía” para contemplar la existencia de una “constitución legalmente fundada, reconocida y observada y para sostener los derechos y libertad de la Nación”. Le llevó a concluir que
la proposición general que España no ha tenido una Constitución legalmente fundada, reconocida y observada para sostener los derechos y la libertad de la nación
es falsa, equivocada y ofensiva a las provincias de fueros que componen una tercera parte de la monarquía25 .
Jovellanos la recogió en la “Consulta sobre la Convocatoria de Cortes
por Estamentos” de 8 de octubre de 1808 para que “se convoque la Nación
en Cortes para tratar de todo lo conveniente a fijar el sistema con arreglo a
las leyes del Reyno, fueros, usos y costumbres”. También en la “Memoria en
Defensa de la Junta Central” y sus “Apéndices” (1810 y 1811) recogió su pensamiento reformista:
Proponer una reforma de la Constitución, tal que conservando la forma esencial
de nuestra monarquía, y asegurando la observancia de sus leyes fundamentales
mejorase en cuanto fuese posible estas leyes, moderase la prerrogativa real y los
privilegios gravosos de la jerarquía privilegiada, y conciliase uno y otro con los
derechos imprescriptibles de la nación, para asegurar y afianzar la libertad civil
y política de los ciudadanos sobre los más firmes cimientos.
Preocupaba el riesgo del contagio del radicalismo revolucionario que se
había manifestado en Francia y se perseguía un equilibrio entre la tradición
y la reforma:
...una buena reforma constitucional sólo podía ser obra de la sabiduría y la prudencia reunidas [...] se evitase con tanto cuidado el importuno deseo de realizar
nuevas e importunas teorías, como el excesivo apego a nuestras antiguas institu-
25. Alvarez Junco, J., “Capmany y su informe sobre la necesidad de una Constitución”, en
Cuadernos Hispanoamericanos, 210, 1967, pp. 520-553.
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ciones, y el tenaz empeño de conservar aquellos vicios y abusos de nuestra antigua constitución, que expusieron la nación a los ataques del despotismo...26
Resumió la idea reformista al enumerar las modificaciones que era preciso introducir por la Junta de Legislación en los fueros de la constitución
histórica, porque
hacen desiguales las obligaciones y derechos de los ciudadanos, y reencontrando
su patriotismo en el círculo pequeño de sus distritos, debilitan tanto su influjo
respecto del bien general de la Patria, la Junta de Legislación investigará y propondrá los medios de mejorar en esta parte nuestra legislación, buscando la más
perfecta uniformidad, así en el gobierno interior de los pueblos y provincias, como
en las obligaciones y derechos de sus habitantes27.
Con el sintagma “constitución histórica” o las “leyes fundamentales”,
que invocaban los liberales moderados, se referían a la tradición del confederalismo histórico español y del régimen foral. De este modo se ocultaba la
ruptura que representaba la nueva Constitución respecto al pasado y la aceptación de la ideología de los ocupantes contra la que se había luchado con las
armas durante la guerra 28. El esfuerzo dialéctico del discurso preliminar de
Argüelles representó la pretensión de argumentar con base en las instituciones históricas de Aragón, Navarra y las “felices provincias vascongadas”, para
introducir un cuerpo constitucional basado en los principios e instituciones
del pasado, en una tradición liberal histórica deformada por el absolutismo:
“Se mira como nuevo el método con que han distribuidos las materias ordenándolas y clasificándolas para que formasen un sistema de ley fundamental y
constitutiva en el que estuviese contenido con enlace, armonía y concordancia
cuanto tienen dispuesto las leyes fundamentales de Aragón, de Navarra y de
26. Jovellanos, G. M. de, “Memoria en defensa de la Junta Central”, en Obras..., cit., I, pp.
548-549.
27. Tomás y Valiente, F., “Génesis de la Constitución de 1812: de muchas leyes fundamentales a una sola Constitución”, en Anuario de Historia del Derecho Español, 65, 1995, p. 104.
28. En el “Manifiesto de los Persas” se reprochó a las Cortes de Cádiz y a su obra legislativa
su falta de “similitud con las antiguas Cortes de España” y el haber promulgado unas
leyes “hechas sin examen, sin consultar el interés y costumbres del pueblo para quien se
hacían, y las más respirando la propia táctica francesa, que tanto odio les había causado”.
Los defensores del absolutismo insistieron en origen del texto gaditano en las constituciones francesas de 1791 y 1793.
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Castilla”29. Se transmitía la idea de que en modo alguno se pretendía establecer
un régimen ajeno a aquéllas30.
Argüelles tuvo interés en destacar que se recogía “con enlace, armonía
y concordancia cuanto tienen dispuesto las leyes fundamentales de Aragón,
de Navarra y de Castilla”, en un proyecto de “constitución liberal”, que era
“nacional y antiguo en la sustancia”. De modo que lo único “nuevo” era el
método con que ha distribuido las materias, [...] método que le pareció más
análogo al estado presente de la Nación, en que el adelantamiento de la ciencia
del gobierno ha introducido en Europa un sistema desconocido en los tiempos
en que se publicaron los diferentes cuerpos de nuestra legislación.
Sánchez Agesta expuso que en la doctrina de la “constitución histórica”
confluyen fuentes muy varias y tendencias de diverso significado. El concepto
resultante no es por esto una amalgama ideológica, sino un cuerpo nuevo de
doctrina, complejo, sí, pero de un sentido unitario. La soberanía de la inteligencia, las mesocracia y el sufragio censitario, el justo medio que concibe la
Constitución como un pacto, es una de las fuentes que afluyen con su caudal a
esta doctrina; la doctrina contrarrevolucionaria de Burke, que opone los principios abstractos a la evolución y el contacto de la espontaneidad histórica 31,
aderezada quizá con la salsa del tradicionalismo romántico, es otro venero
que la enriquece; una curiosa actitud, que hoy llamaríamos sociológica o realista, que quiere atenerse a los hechos, concordar las instituciones políticas
con las instituciones sociales, apoyarse en los intereses y poderes efectivos, es
la tercera corriente con que se acopla el contenido de esta nueva concepción
29. Argüelles, A. de, Discurso preliminar a la Constitución de Cádiz, Madrid: CEC, 1981, p.
165.
30. Sánchez-Mejía, M. L., “Tradición histórica e innovación política en el primer liberalismo
español”, en Revista de Estudios Políticos, 97, 1997, p. 289. Invoco la “tradición” entre los
argumentos utilizados para legitimar el liberalismo: “Es el rasgo más original del primer
liberalismo español. La continuidad con el pasado intenta lograr un doble objetivo: conjurar el peligro de una revolución, evitando la ruptura con el pasado, y animar el sentimiento
nacional hispano enfrentado con un invasor extranjero. Se muestra en el mantenimiento
de la monarquía como forma de gobierno, en el reconocimiento del rey legítimo y en su
potestad legislativa, compartida con las Cortes, y en el rechazo de la libertad religiosa a
favor de la aceptación del catolicismo como religión oficial del Estado”.
31. Burke, E., Reflexiones sobre la Revolución Francesa, Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1978, compara los modelos constitucionales racionalista francés e histórico
inglés, criticando el carácter abstracto y radical del francés frente al histórico inglés. Se
puso de manifiesto en el debate gaditano en las actitudes de los defensores de la constitución liberal y de la histórica, con clara influencia el autores como Jovellanos.
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constitucional. Lo importante es como todos esos factores, el pacto, mesocracia, legitimismo, tradición, historia, poderes e intereses reales, se fundieron en
ese concepto de la constitución interna, tan original como fecundo, que será el
dogma del partido moderado32 .
El discurso político-ideológico de la continuidad reformada de la “constitución histórica” se convirtió en el “mito fundador del nuevo régimen
liberal sin que las investigaciones sobre la pluralidad de instituciones históricas formulasen soluciones políticas concretas”33. Fue la recuperación del
“mito gótico” o “goticismo” de la monarquía medieval en su estado anterior
a su deformación por el austracismo y el absolutismo, convirtiéndolo en
un imaginario político para el nuevo régimen 34 . Como expresó Monreal:
En vísperas de la Revolución no existían [...] condiciones objetivas para seguir una vía meramente reformista, no ya de la Monarquía unitaria de los Borbones [...], pero mucho menos de restaurar el
Derecho histórico de la España plural de los Austrias, adaptándolo a
los grandes cambios políticos que trajo la ocupación napoleónica 35 .
En el debate gaditano se contrapuso la “constitución histórica” con la
“constitución liberal”, tratando de demostrar que no sólo eran compatibles,
sino que aquella había precedido a esta y seguía siendo válida con algunas
reformas. Se pretendió justificar el mantenimiento del viejo orden institucio-
32. Sánchez Agesta, L., Historia…, cit., pp. 223-224; “Agustín de Argüelles y la Constitución
de 1812”, en Argüelles, A. de, Discurso preliminar..., cit., pp. 7-63.
33. Busaall, J.-B., Las instituciones del Reino de Navarra en el debate histórico jurídico de
la revolución liberal, Pamplona: Universidad Pública de Navarra, 2005, p. 22. En la p. 27
introdujo un título diciendo: “La reforma de la ‘Constitución histórica’, un mito fundador
forjado por un discurso político ambiguo”; “La dualité du débat sur la première Constitution espagnole de 1812. Entre norme historique et volontarisme juridique”, en Revue
historique de droit français et étranger, 4, 2002, pp. 419-450.
34. Nieto Soria, J. M., Medioevo Constitucional. Historia y mito político en los orígenes de la
España Contemporánea (ca. 1750-1814), Madrid: Akal, 2007. Álvaraz Alonso, C., “Un rey,
una ley, una religión (goticismo y constitución histórica en el debate constitucional gaditano)”, en Historia Constitucional, 1, 2000, http://hc.rediris.es/01/index.html. Fernández
Albadalejo, P., Materia de España. Cultura política e identidad en la España moderna,
Madrid: M. Pons, 2007, pp. 245 y ss. Carr, R., España 1808-1975, Barcelona: RBA, 2005, p.
105, considera que no se trataba tanto de recuperar una “constitución medieval perdida,
sino que conjugaban el absolutismo potencial de una monarquía restaurada con leyes
fundamentales derivadas de la teoría política contractualista”.
35. Monreal Zia, G., “Los diputados vascos y navarros (el Reino de Navarra y las provincias
vascongadas en las Cortes y en la Constitución de Cádiz)”, en Escudero, J. A. (dir.), Cortes
y Constitución de Cádiz. 200 años, Madrid: Espasa, 2011, p. 375.
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nal medieval, desbordado por el absolutista, que era en su origen “templado”
o “moderado”, frente a la constitución racional-normativa del liberalismo,
apoyada en el poder constituyente de la soberanía nacional. Según opinó
Maravall la Constitución de 1812 es la manifestación de la fe en la propia
nación como sujeto de soberanía y como lugar donde encarnar esos supuestos valores universales y abstractos36.
En las Cortes de Cádiz coincidieron en esta denominación Jovellanos y seguidores y los realistas, posteriormente los conservadores, aunque
Cánovas habló de la “Constitución interna”. De modo que la constitución
escrita consagrara la histórica en las nuevas formas de la organización política, legitimando la Constitución de 1812 con los argumentos históricos del
discurso preliminar. Se contraponía a la “constitución liberal” concebida con
el nuevo régimen desvinculado del pasado, que se justificaba por su propia
racionalidad y la decisión de la soberanía nacional, inspirada en los principios revolucionarios franceses.
El mismo día de su constitución, el 24 de septiembre de 1810, su Presidente Giraldo proclamó que el proyecto buscaba “el arreglo y mejora de la
Constitución política de la Nación española [...] para salvar a nuestra afligida
Patria, y hacer la felicidad de la Nación entera”37. Para ello configuraron el sistema político-jurídico derivado de la Revolución francesa en el Estado liberal
de la Constitución de 19 de marzo de 1812, que sustituyó la monarquía absoluta por la parlamentaria, en una versión contemporizadora con los referentes
históricos que la legitimaban en la tradición del país.
En el Decreto de las Cortes de Cádiz de 24 de septiembre de 1810 sobre los
principios del juramento del Consejo de Regencia 38, las “leyes fundamentales”
36. Maravall, J. A., “El pensamiento político en España a comienzos del siglo xix: Martínez
Marina”, en Revista de Estudios Políticos, 81,1955, pp. 29-82.
37. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, dieron principio el 24 de
setiembre de 1810, y terminaron el 20 de setiembre de 1813, Madrid, 1870, p. 1683. En adelante DSCGE.
38. La fórmula de juramento fue: “¿Reconocéis la soberanía de la nación representada por
los diputados de estas Cortes generales y extraordinarias? ¿Juráis obedecer sus decretos,
leyes y constitución que se establezca según los santos fines para que se han reunido, y
mandar observarlos y hacerlos ejecutar?”. El juramento se realizó sobre los Evangelios y
concluyó con una invocación al Espíritu Santo y un Te Deum.
Su Reglamento Provisional se promulgó por Decreto XXIV de 16 de enero de 1811, como
“Reglamento Provisional del Poder Ejecutivo”. Se estructuró en capítulos sobre el Poder
Ejecutivo interino, Consejo de Regencia respecto al Congreso Nacional, al Poder judiciario, a la Hacienda nacional, al Gobierno interino y a la Fuerza Armada. Como poder ejecutivo interino tendría duración “hasta la vuelta del Rey o hasta que se forme o sanciones
la Constitución”. Por el Decreto de las Cortes CXXV de 22 de enero de 1812 se transformó
el Consejo de Regencia en “Regencia del Reino”, aprobándose su reglamento por Decreto
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se referían a la soberanía de la Nación representada por los diputados en las
Cortes; la independencia, libertad e integridad de la Nación; la religión católica, apostólica romana y el gobierno monárquico. La idea de la soberanía de
la Nación la reflejaron oradores como Toreno al afirmar “que queda bastante
probado que la soberanía reside en la nación, que no se puede partir, que
es el superomnia (de cuya expresión deriva aquella palabra)”. Para Gallego
“la soberanía es inalienable y en todos los tiempos y ocasiones reside en la
nación”.
Como valoró Sánchez Agesta: “Esta afirmación es el hecho radicalmente
revolucionario en el orden político, y por eso mismo abre una de las líneas
fundamentales de la polémica en el siglo XIX. [...] La soberanía se había desplazado del Rey a la Nación”39.
Se buscó una legitimación trascendente católica, en continuidad con la
vinculación de Iglesia y Monarquía, que se había desarrollado desde la contrarreforma utilizando la religión como vínculo nacional y legitimación del
poder. El exordio de la Constitución invocó a “Dios todopoderoso, Padre, Hijo
y Espíritu Santo”, al que reconoció como “autor y Supremo Legislador de la
sociedad”. Línea doctrinal que plasmó en la declaración de confesionalidad
de su artículo 12: “La religión de la Nación española es y será perpetuamente
la Católica, Apostólica, Romana, única verdadera. La Nación la protege por
leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra”40. Suponía configurar un Estado confesional y renunciar a un principio tal liberal como el de
la libertad de conciencia y culto.
En el discurso preliminar de Argüelles, se estableció la premisa de la
vinculación del contenido constitucional a la “constitución histórica”, tratando de presentarla como una continuidad reformada, porque “nada ofrece
la comisión en su proyecto que no se halle consignado del modo más auténtico y solemne en los diferentes cuerpos de la legislación española”41. De
CXXIX de 26 de enero de 1812. Tras la promulgación de la Constitución se dictó un nuevo
Reglamento por el Decreto CCXLVII de 8 de abril de 1813.
39. Sánchez-Agesta, L., Historia…, cit., p. 88. Martínez Sospedra, M., La Constitución de
1812 y el primer liberalismo español, Valencia: Facultad de Derecho, 1978, p. 125, expone
como en esta proclamación se contenía el rechazo al invasor y la constatación de que las
Cortes eran “por propia naturaleza y por las exigencias de la situación, las dirigentes naturales de la causa nacional”, combinando la guerra contra el invasor y la revolución liberal
frente al absolutismo con la proclamación de la soberanía nacional.
40. Los términos fueron similares al artículo 1 de la Constitución de Bayona que hizo la
misma proclamación y prohibición: “no se permitirá ninguna otra”.
41. Argüelles, A., Discurso preliminar..., cit., p. 67. Martínez Díaz, G., “Viejo y nuevo orden
político: el Discurso preliminar de nuestra primera Constitución”, en Escudero, J. A.
(dir.), Cortes..., cit., pp. 591-606.
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modo que se “constitucionalizaban” los poderes constituidos, restaurando
las viejas instituciones y recuperando su significado mítico histórico originario. Eso no suponía limitar el poder soberano de las Cortes por el respeto a
las antiguas leyes, sino aceptarlas y mejorarlas en ejercicio de esa soberanía:
Su objeto es restablecer las leyes antiguas, no es sentar por principio que el Congreso no pudiese separarse de ellas cuando le pareciese conveniente o necesario. Sabía, sí, que la nación, como soberana, podía destruir de un golpe todas
las leyes fundamentales si así lo hubiera exigido el interés general, pero sabía
también que la antigua legislación contenía los principios fundamentales de
la felicidad nacional, y por eso se limitó en las reformas a los defectos capitales
que halló en ellas.
Afirmó que, incluso el principio de soberanía nacional estaba reconocido
“del modo más auténtico y solemne” en el Fuero Juzgo, lo que confirmaba
el apoyo histórico de la Constitución como medio para su actualización:
Las Cortes Generales y Extraordinarias de la Nación española, bien convencidas, después del más detenido examen y madura deliberación, de que las antiguas leyes fundamentales de esta Monarquía, acompañadas de las oportunas
providencias y precauciones que aseguren de un modo estable y permanente su
entero cumplimiento, podrán llenar debidamente el grande objeto de promover
la gloria, la prosperidad y el bienestar de la Nación, decretan la siguiente Constitución Política para el buen gobierno y la recta administración del Estado.
Salió al paso de los reproches que se le pudieran formular por los defensores del régimen absoluto:
La ignorancia, el error y la malicia alzarán el grito contra este proyecto. Lo
calificarán de novador o peligroso, de contrario a los intereses de la Nación y
derechos del Rey. Más sus esfuerzos serán inútiles y sus impostores argumentos
se desvanecerán como el humo, demostrando hasta la evidencia que las bases
de este proyecto han sido para nuestros mayores verdaderas prácticas, axiomas
reconocidos y santificados por las costumbres de muchos siglos.
Esta actitud se producía también en relación con la organización local:
Sentadas ya las bases de la libertad política y civil de los españoles, sólo falta
aplicar los principios reconocidos en las dos primeras partes de la Constitución,
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arreglando el gobierno interior de las provincias y de los pueblos conforme a la
índole de nuestros antiguos fueros municipales. En ellos se ha mantenido de
algún modo el espíritu de nuestra libertad civil, a pesar de las alteraciones que
han experimentado las Leyes Fundamentales de la monarquía con la introducción de dinastías extranjeras. No es fácil resolver si el haberse conservado en los
pueblos los Ayuntamientos bajo formas más o menos populares y en algunas
provincias la reunión periódica de juntas, como sucede en las Vascongadas,
Reino de Navarra y Principado de Asturias, etc., procede de que el Gobierno
que prescribió la celebración de Cortes hubiese respetado el resentimiento de la
nación, o bien creído conveniente alucinar, dejando subsistir un simulacro de
libertad que se oponía poco a la usurpación que había hecho de sus derechos
políticos42 .
Los estudios sobre las instituciones del Reino de Navarra se han de situar
dentro del debate que se planteó en al momento constitucional entre dos
corrientes ideológicas: la jovellanista y la doceañista. La del ilustrado asturiano defendía la necesidad de dar continuidad, corrigiendo los vicios y mejorando la “constitución histórica de la monarquía”, tomando como referencia
la Corona de Aragón, el Reino de Navarra y las Provincias Vascongadas. La
segunda defendía el hecho constitucional liberal basado en los principios de
la Revolución rompiendo con el Antiguo Régimen. Conforme fue progresando
la construcción del régimen liberal, la primera fue la propia de los moderados, y la segunda la de los progresistas43. En este momento se manifestó lo que
fue una práctica política común en el fin del Antiguo Régimen, las actitudes
innovadora de los liberales, conservadora de los absolutistas y renovadora de
los ilustrados moderados44.
Las circunstancias del país obligaron a los liberales a disfrazar su ideología y pensamiento racionalista y constitucional con un nacionalismo patrió-
42. Argüelles, A., Discurso preliminar..., cit., p. 114,
43. Busaall, J.-B., Las instituciones…, cit., p. 29 alude a “las especulaciones historicistas sobre
la reforma de la supuesta Constitución antigua [...] los liberales nunca salieron de la ambigüedad, y sus adversarios serviles argumentaron su rechazo del voluntarismo jurídico
con la defensa de una ‘tradición jurídica patria’ e imponiendo una ausencia de equivalencia entre la definición formal y material de Constitución”. Afirma que “los liberales
aceptaron la dialéctica histórica, no para que fuera una base de su razonamiento, sino
como un medio de confirmar sus axiomas político teóricos” (p. 33). Cita a Argüelles, A,,
Discurso preliminar..., cit., p. 68, sostuvo que era el método que la Comisión de Constitución “no ha podido menos de adoptar” en función del “estado presente de la Nación” y del
“adelantamiento de la ciencia del gobierno”.
44. Suárez F., Conservadores, innovadores y renovadores en las postrimerías del Antiguo Régimen, Pamplona, Estudio General de Navarra, 1955, pp. 25, 31 y 37.
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tico historicista, para demostrar que nada se innovaba, sino que se recuperaba
la tradición histórica de los reinos de España. En 1810 no fue posible lograr
un planteamiento basado en el constitucionalismo de origen francés, sino
que hubo de invocarse el histórico45, por el decreto de 22 de mayo de 1809 y
Argüelles como fundamento constitucional afirmando en el discurso preliminar, como se ha expuesto, que “nada ofrece la comisión en su proyecto que
no se halle consignado del modo más auténtico y solemne en los diferentes
cuerpos de la legislación española” y que el contenido del proyecto de Constitución se hallaba “de modo más auténtico y solemne en los diferentes cuerpos
de la legislación española”46.
A este fin la instrucción de Jovellanos trataba de que se reuniesen todas
las leyes constitucionales de España, con la finalidad de poder conocerlas y
obtener de ellas un común denominador de “constitución histórica”. En la
“Memoria en defensa de la Junta Central” se invocó el valor normativo de la
“Constitución histórica”, frente a la nueva “Constitución formal”, que debía
respetarla. En aquella existían elementos invariables como la confesionalidad
católica y la Monarquía; otros modificables por el Rey y el Reino como las prerrogativas de aquel; finalmente lo que las Cortes modificasen o estableciese
en virtud de la soberanía reconocida, sobre aspectos de menor entidad.
Ranz Romanillo se refirió a la importancia dada a las instituciones castellanas de la “monarquía templada”, en la que se combinaba el poder real
con apoyo en la sociedad estamental representada en las Cortes por la Iglesia,
la aristocracia y la representación de las villas. Reconoció que en el Reino de
Navarra se conservaba su “constitución propia”: “se viene a entender que este
Gobierno era una Monarquía templada, como lo era con caracteres más marcados la de los Reinos que componían la Corona de Aragón, y lo es todavía la
del Reino de Navarra, que ha conservado su constitución propia”47.
45. Sobre el “constitucionalismo histórico”: Coronas González, S., “Las Leyes Fundamentales del Antiguo Régimen (Notas sobre la Constitución histórica española)”, en AHDE,
65, 1995, pp. 127-218; “Constitución histórica y neoforalismo en la historiografía del siglo
XVIII”, en Notitia Vasconiae, I, 2002, pp. 83-118; “En torno al concepto de Constitución
histórica española”, en Notitia Vasconiae, 2, 2005, pp. 481-499.
46. Argüelles, A., Discurso preliminar..., cit., p. 165. Invocó los precedentes históricos al tratar de aspectos como la legislación penal, la competencia territorial de los tribunales, el
gobierno local, etc. (pp. 74, 82, 86, 96, 103, 114, etc.).
47. Tomás y Valiente, F., “Génesis..., cit., p. 118. Dufour, G., “¿Cuándo fue abolida la Inquisición en España?”, en Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, 13, 2005, pp. 93-107.
Cárceles de Gea, B., “Reforma/abolición del Tribunal de la Inquisición (1812-1823). La
constitución de la autoridad absoluta”, en Manuscrts, 127, 1999, p. 189: “una monarquía
templada, que correspondía a una constitución política según la cual venía ejerciéndose
la tarea de gobierno de acuerdo con un régimen fundamentado en la libertad, ejercida
por medio de una voluntas políticamente operativa a través de las autoridades y cuerpos
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En el debate en la Comisión el diputado señor Giraldo, que había sido
fiscal del Consejo de Navarra, se refirió a las instituciones del Reino y a su
régimen, haciendo constar que en Navarra “nunca se ha reconocido al
gobierno intruso, ni jamás se dio cumplimiento a las órdenes repartidas que
de Madrid y Vitoria se comunicaron”, aduciendo que era competencia de las
Cortes el reconocer una nueva dinastía y el juramento de sus fueros. Se refirió
a los derechos de Habeas Corpus, al juramento de los Fueros por los reyes,
que implicaba su falta de poder supremo, porque “aquel Reino ha ejercido
siempre el derecho de establecer sus leyes y de oponerse a los ordenes del
Gobierno cuando se hallaba que eran contra fuero”. Invocó la “constitución”
del Reino en la que no se encontraba la palabra “soberano, sino la de rey;
jamás se dice vasallos sino súbditos; y, por último, los Reyes ofrecían mantener, observar, guardar las leyes, fueros, usos y costumbres, con lo que reconocían su soberanía de quien hacía estas leyes y confesaban el poder ejecutivo
que les correspondía”.
Reconoció Giraldo que era “particular que Navarra haya conservado
su constitución íntegramente en el tiempo que en Castilla se estudiaba para
hacerla olvidar, y someterla al despotismo y arbitrariedad”. Calificó a las Cortes como el “único Congreso Nacional que había legítimo en la península”,
dando su testimonio “de los buenos [efectos] que ha producido el saber el
pueblo que tiene este derecho y haberlo reconocido las autoridades”. Recordó
que ante las órdenes de reconocimiento de José Bonaparte las instituciones
navarras “respondían que no podían dar cumplimiento, porque este punto
de la nación consejos, cabildos, prelados, ciudades, asambleas... , y cuyo principio fundamental era la ausencia de capacidad imperativa de la voluntad real, de acuerdo con las
derivaciones políticas de la fórmula obedézcase pero no se cumpla, que se activaba especialmente en el momento que se subvirtiese la constitución política”. González Alonso,
B., “La fórmula ‘obedézcase, pero no se cumpla’ en el Derecho castellano de la Baja Edad
Media”, en Anuario de Historia del Derecho Español, 50, 1980, pp. 469-487. Isern, D., De
las formas de gobierno ante la ciencia jurídica y los hechos, Madrid: Tipografía de M. G.
Hernández, 1892, pp. 72-73: “la monarquía templada se diferencia de la absoluta en que
además de estar limitada en ella la potestad legislativa del soberano por leyes naturales
y divinas, lo está también por una ley fundamental o costumbre […] y se diferencia de las
formas propiamente mixtas en que en ella la aristocracia y la democracia no tienen real y
verdaderamente participación en el gobierno. […] uno es el que legisla, uno el que aplica
las leyes; pero no puede actuar de ningún modo su autoridad sino dentro del orden legal
establecido, sino con arreglo a las leyes fundamentales o costumbres ya existentes. No
hay en ella división del poder público, sino limitación de este poder en su obra legal; no
hay tampoco la voluntad o la razón del soberano imponiéndose a todo, como superior a
ello en el modo que lo absoluto lo es a lo demás, sino la razón del soberano partiendo de
las bases fundamentales del orden social, anteriores y superiores a él, y establecidas, o por
sus antecesores o por acuerdo de monarcas y súbditos, para procurar mejor o promover el
bien común”.
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correspondía a las Cortes Generales, que, es decir, a la Nación es a quien
toca la elección de Soberano y el establecimiento de sus leyes. Nosotros no
podemos quebrantar un punto tan esencial”. Señaló la existencia de poder
legislativo en las Cortes, las funciones de la Diputación y su sistema judicial.
Terminó invocando la experiencia constitucional de Navarra:
Soy amante de una Constitución clara y justa como la que se nos presenta, porque el haberla tenido en Navarra me ha librado en las actuales circunstancias
de hacer cosas que ahora me avergonzarían [...] He manifestado estos hechos
a V.M. para que sirva de tenerlos presentes en la discusión, y tratando el punto
políticamente, se desentienda de cuestiones inoportunas, que pudieran introducir a los incautos a sacar consecuencias injustas y perjudiciales48 .
Benito Ramón de Hermida identificó el “gobierno” con la “Constitución
del Reyno de Navarra” en el estudio dedicado a las Cortes generales y extraordinarias49. En todos ellos se observa una identificación de las viejas instituciones con los nuevos conceptos para justificar la existencia de un régimen
constitucional que no era preciso sustituir sustancialmente, aunque fuesen
necesarias algunas reformas y adecuaciones.
III. Los estudios sobre la “constitución de
Navarra”
Del mismo modo que había ocurrido en 1808 respecto a la Constitución
de Bayona, se insistió por parte de las instituciones del Reino en la línea dialéctica de la “constitución histórica” contrapuesta a la “constitución liberal”.
En la misma línea historicista de los doceañistas se formuló una lectura del
48. DSCGE de 29 de agosto de 1811. Busaall, J.-B., Las instituciones…, cit., pp. 89-94. Azcona
Pastor, J. M. y Gortari Unanua, J., Navarra y el nacionalismo vasco. Ensayo históricopolítico sobre las señas de identidad originaria del Viejo Reino, Madrid: Biblioteca Nueva,
2001, pp. 284-286.
49. De Hermida, B. R., Breve noticia de las Cortes, Gobierno, o llámese Constitución del Reyno
de Navarra: Publícala en obsequio de las Cortes Generales y extraordinarias juntas en
Cádiz. Con algunas ligeras reflexiones, su Diputado en ellas por la provincia de Santiago,
Cádiz: Imprenta de Niel, hijo, 1811. Busaall, J.-B., “Diversité institutionnelle et mythe
de la constitution historique dans la Révolution libérales: la Breve noticia del Reyno de
Navarra De Hermida (1811)”, Anuario de Historia del Derecho Español, LXXIV, 2004, pp.
333-408.
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pasado en clave constitucional moderna, utilizando las nuevas categorías
para aplicarlas a la organización anterior.
Esta dialéctica de exposición y defensa de una “constitución histórica”
tuvo como importante precedente la de San Martín y Navaz en 1777. Junto
con las posteriores contribuyeron a construir la teoría del “pacto” entre el Rey
y el Reino, que se articuló como fundamento de la “constitución histórica”, de
su Derecho e instituciones del Reino primero y de su peculiar estatuto tras
al triunfo de la revolución liberal 50. Adquirió carta de naturaleza calificando
como “paccionada” a la Ley de 16 de agosto de 1841, siendo recogida en la
Ley Orgánica 13/1982, de 10 de agosto, de Reintegración y Amejoramiento del
Régimen Foral de Navarra.
Esta actitud se reflejó en nuevos documentos, en los que hay que ver un
intento de insistir en la validez del modelo histórico y de salvar las instituciones del Reino por ser “constitucionales” y, a pesar de su antigüedad, plenamente conformes con los principios de división de poderes, control del
poder real y del ejecutivo, tribunales independientes, etcétera, que aportaba
el constitucionalismo liberal. Esta demostración pretendía obtener un trato
que las salvase del uniformismo por ser perfectamente adecuadas al nuevo
régimen constitucional.
Así se desprende de la propia metodología de las exposiciones que se realizaron por la Diputación en 1808 y 1817, en 1809 por parte de Dolarea en
Cádiz, en 1811 por Hermida, o en la que el síndico de las Cortes Sagaseta de
Ilúrdoz realizó en su destierro de Valencia en 1839.
El estudio de la Diputación de 1808 sirvió como instrucción defensiva a
los diputados en Bayona para transmitir cual era la constitución del Reino51.
Los estudios de Dolarea y Hermida se produjeron en el momento preconstitucional durante el debate de la Constitución en Cádiz. El de la Diputación
de 1817 se elaboró durante el periodo absolutista, quizá pensando en la plena
restauración de las instituciones históricas o, más bien, convencidos del fin
del régimen y el próximo establecimiento de una Constitución, que se produjo veinte años después en la de 1837, tras el restablecimiento de la de 1812
durante el trienio liberal (1820-1823).
Su carácter expositivo y apologético trató de demostrar la existencia de una
“constitución histórica” en el Reino de Navarra, que había configurado una
50. Floristán Imizcoz, A., Historia de Navarra, III. Pervivencia y renacimiento (1521-1808),
Pamplona: Gobierno de Navarra, 1994, pp. 124-128.
51. Parece salido de la mano de Dolarea y pudo ser la base de su informe posterior. Por la
fecha pudo ser utilizado cara a ambas constituciones.
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“Monarquía modificada”. Todos ellos confirman la corriente historicista conservadora y moderada del jovellanismo, que tanto relieve tuvo en el debate de
Cádiz, invocando las instituciones históricas en el discurso preliminar, como
fundamento del nuevo régimen constitucional. Todo ello con el fin de demostrar que, al existir una “constitución histórica”, no eran precisas las “innovaciones” que se pretendían introducir en la nueva Constitución de la Monarquía.
De este modo las instituciones del Reino se incorporaron a la corriente
doctrinal que en el Reino de Castilla supuso
La acuciante pesquisa y el un tanto vano desbrizne de la Constitución histórica
o de las leyes fundamentales de la Monarquía española, la reivindicación de la
gesta comunera y de las Cortes como suprema institución representativa, o, en
fin, ese querer engarzar con la Monarquía ‘templada’ o ‘moderada’ de los siglos
góticos, superando el largo interregno de la Monarquía ‘pura’ o ‘absoluta’ de
Austrias y Borbones”52 .
1. El precedente de SAN MARTÍN de 1777
Por Real Cédula de 15 de febrero de 1773 se aplicaron en Navarra las
Ordenanzas de reclutamiento por quintas, oponiéndose la Diputación. En el
debate ante la Cámara de Castilla se formuló un informe por parte de Rodriguez Campomanes. Por parte de Navarra se elaboró el 3 de mayo de 1777 un
borrador de representación por Juan Bautista de San Martín y Navaz, un
Memorial de la Diputación al Rey y los “Reparos” de aquél a la representación
de la Diputación sobre quitas y levas de 2 de agosto de 177753.
El interés del documento, en la polémica sobre las quintas, se halla no en
su parte dogmática de tinte absolutista sobre el origen de la sociedad civil,
sino en la descripción que realiza de la constitución del Reino de Navarra a
final del siglo XVIII.
A) El pacto del Reino con el Rey:
Lo expuso como el origen del poder real, cuando
52. Varela Suanzes, J., “La Monarquía en la historia constitucional española”, en Revista de
las Cortes Generales, 30, 1993, pp. 101.
53. Monreal Zia, G. y Jimeno Aranguren, R., Textos histórico-jurídicos navarros. II. Historia
moderna, Pamplona: Gobierno de Navarra, 2011, pp. 1081-1083. Mikelarena Peña, F.,
“Discursos en torno a la constitución histórica de Navarra hasta 1813. Origen del concepto
y adaptaciones a un contexto cambiante”, en Iura Vasconiae, 8, 2011, pp. 79-109.
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Se hallaba sin Rey. Tenía libertad; quiso erigirle; estableció sus condiciones; aceptólas el primero; se consumó la convención; y bajo de aquella pauta, y reglamentos quedó el derecho perpetuado para los sucesores en el Reino.[...] con el más
religioso cumplimiento observaron lo pactado; quedando para el Reino tan perpetuado y seguro el derecho sobre cada condición, como para ellos la Corona.
Enumeró las condiciones del pacto que obligaban al monarca con el Reino
a este con aquel 54.
Las primeras eran nueve referidas al mantenimiento y guarda de los fueros (1ª); a su no empeoramiento y amejoramiento (2ª); a su interpretación
favorable a los naturales (3ª); a que “haya de permanecer aquel reino separado y de por sí (4ª); a la reparación de agravios (5ª); a su declaración “por
buen derecho y con verdad y por hombres cuerdos y buenos, pero naturales
y nativos de aquel reino” (6ª); al consentimiento de los tres estados para batir
moneda (7ª); a partir los bienes y mercedes con los súbditos naturales (8ª); la
no obligación de obedecer lo que contradijese (9ª).
Las tres obligaciones del Reino con el Soberano eran:
1ª. Que serían fieles a V. M. los naturales de aquel Reino, y obedecerán y servirán, como a su Rey y señor natural, y legítimo heredero y sucesor de su Corona,
guardándole bien y lealmente su Persona, Honor y Estado. 2ª. Que le ayudarán
a V. M. a mantener los Fueros de aquel Reino. 3ª Y últimamente: Que le ayudarán también a defender aquel Reino, y su Estado, como los buenos, y fieles
súbditos, y naturales deben hacerlo a V. M.
Todas ellas eran la “ley fundamental y directiva del pacto, del homenaje y fe”:
Recíprocamente prometida entre los naturales y soberanos de aquel Reino [...]
instituida por aquel estado solo, al tiempo de la erección de su Corona Real y
antes que hubiese habido Rey alguno en ella; solemnizada con los mismos requisitos, y autorizada con el mismo sello de la Religión del Juramento, que han
acostumbrado y acostumbran todos los demás; y guardada, cumplida y observada por el espacio de diez siglos por todos los gloriosos predecesores de V. M.
B) El poder legislativo del Rey:
Invocó el Fuero General sobre “la forma que se había de observar en el
gobierno de aquel Reino” sobre el establecimiento de leyes, ordenanzas o pro54. Las recogió la Diputación en su Memorial.
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videncias generales, “prohibiendo el que pudiesen hacerse ningunas, ni otro
fecho granado, que comprendiese, o lograse a todo el Reino, que no fuese de
acuerdo con el mismo, y sus monarcas, a petición de los tres estados, y concedida por la soberanía de V. M.”.
Invocó el juramento de Fernando El Católico en las Cortes de Burgos
de 1515 y de Carlos V en Bruselas el 10 de julio de 1516, constatando que el
Reino de Navarra “hubiese de permanecer separado, y de por sí, no obstante
su incorporación con el citado de Castilla, observándose sus Fueros, Leyes,
usos y costumbres, y todo lo demás, conforme hasta entonces, y por los reyes
antecesores se habían observado”.
El Reino tenía “sus privativas leyes, y derecho que le ha constituido un
estado separado, y de por sí, en cuyo gobierno, y en cuyas cosas peculiares,
ningún otro ha tenido ni tiene, ni puede tener intervención”.
Negó la aplicación en Navarra de Las Partidas por la existencia de derechos separados, porque
Ni por semejante derecho, ni por otro jamás ha tenido Navarra dependencia
alguna de Castilla, para que ésta haya podido darle, ni establecerle principios,
ni reglas algunas de gobierno; pues antes hubo Leyes y Reyes en Navarra que los
hubiese y que se pudiese pensar en formar el derecho que se alega de Castilla.
Explicó como la incorporación de Navarra no era como cosa accesoria
sino personal y principal:
Cuando la incorporación se hace, no con respecto a la cosa, sino con respecto
a la persona, entonces se llama principal; en cuyo caso guarda la naturaleza,
forma, reglas, constitución, y condiciones, que tenía la cosa, o el Estado antes
de haberse incorporado.
De este modo se había producido la incorporación a Castilla “eqüe-principalmente”, invocando el testamento de Fernando El Católico y el juramento de Carlos V.
Precisó sus fundamentos en las observaciones de 2 de agosto de 1777, que
realizó a la representación presentada por la Diputación, que no fue de su
agrado. Recordó que “en Navarra únicamente obligan las Leyes establecidas
en sus Cortes generales a petición de los tres brazos del Reyno”:
en Navarra el rey ni es legislador, ni es fuente, ni es alma, ni es origen de las leyes
por sí solo, si no es unido íntimamente con el reino. Este es un principio elemenRevista Jurídica de Navarra
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tal, que jamás, me parece, debería perderse de vista en ninguna pretensión, pues
consiste en ella todo el punto.
Consideró que existía un sistema “mixto” por deber exigir el acuerdo
entre el monarca y el reino 55, siendo el rey un “colegislador”, no “legislador
supremo” como pretendía el ministro:
Su gobierno o principado es mixto, que participa del soberano y pueblo conjuntamente. Sus leyes, unos pactos de una forma y verdadera convención, unas
novaciones agregadas al nudo de su primitiva institución, de cuya naturaleza
y observancia es una precisa consecuencia la de no poder hacerse ninguna que
no sea de consentimiento de ambas partes.
Les atribuye un carácter contractual:
Esto es lo que las hace jurar en cada una de las Cortes donde se celebran y establecen. Esto es lo que al Reino hace llamarlas Contratales porque él las propone,
y el Rey las acepta y concede, que es el carácter esencial, y propio de toda convención. Esto lo que al Soberano le hace declarar, o y hablando más propiamente
confesar por nulos los contrafueros que comete. Y esto últimamente lo que da, y
ha dado siempre a los tres Brazos tanta voz, virtud y fuerza para hacer recoger o
reparar lo que no haya sido hecho, o expedido con recíproca acepción.
La autoridad del rey es conforme a la ley:
No hay que decir por esto que el rey en Navarra no es rey. [...] que el único medio
de evitar los abusos de la autoridad soberana era que Navarra tuviese sus leyes
escritas siempre ciertas y sagradas; y que los que gobiernan el reino no tuvieren
más autoridad que la que les daban estas mismas leyes, mientras se conformasen con ellas.
B) El fundamento no era el privilegio sino el pacto entre el rey y el reino,
recomendado:
55.Fórmula que cuadraba con las concepciones tomistas: Maravall, J. A., Teoría española...,
cit., p. 166 alude a como en aquella “la tranquilidad o quietud de los ciudadanos sólo
puede lograrse sobre una base de libertad, no en el sentido individual, sino estamental o
de clase, es decir, que unos grupos sociales no pueden oprimir y ofender a los otros”.
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Se huya en la materia del día de la voz privilegio, exención, etc. y que en su lugar
se use contrato, condición, pacto o convención56 . Porque el derecho del reino se
funda en esta y no en la otra calidad [...] Exención o privilegio no es otra cosa
que una gracia o concesión hecha por el príncipe, que para ello tiene la suprema
legislación o autoridad. Y en Navarra se le niega esta por sus establecimientos
[...]. Por esta causa, el reino debe asirse siempre del mismo [contrato] y no de la
exención ni privilegio.
Recomendó usar adecuadamente los términos para no desfigurar la naturaleza y evitar “que ya por nuestra propia boca estaba decidida la cuestión”:
En una palabra siendo el Reino Cosoberano con el Rey, Colegislador y Comandante, pues por eso en el juramento previenen no le hayan de obedecer en lo
que excediera de las reglas acordadas entre ambos, debe por lo mismo usar con
grande estudio, y cuidado de las voces y expresiones adecuadas que expriman
bien, y ni en el sonido disminuyan ni degraden su coeminente calidad.
C) El Reino no estaba obligado a cumplir las leyes que no se acomodaran:
“En Navarra, pues, únicamente obligan las leyes establecidas en sus Cortes
Generales a proposición de los tres Brazos del Reino, y ningún vigor se ha
reconocido en las promulgadas de otro modo”.
2. La “constitución de Navarra” de 1808
La Constitución de Bayona se juró el 7 de julio de 1808. Durante el proceso
de elaboración y aprobación de la Constitución de Bayona desde la Diputación del Reino se planteó que no se variase su “constitución”, para lo que no
tenía facultades la Diputación del Reino, sino las Cortes. Se estudió el contenido de la “constitución de Navarra” para poder informar al emperador y a
los miembros de la asamblea de su realidad institucional. Una vez aprobada
aquélla, quizá pensando en el momento en que se produjera lo previsto por el
artículo 144 de la Constitución, sobre el estudio de los “fueros particulares”.
La incorporación que desde la Revolución Francesa se había hecho del con-
56. En este texto queda muy claramente recogida la teoría contractualista o pactista que
estaba en el fondo de la tesis reformista que invocaba la “constitución histórica” y sus
leyes fundamentales. Se siguió manteniendo por Navarra en sus relaciones con el Estado
adaptándola al cambio de régimen que se plasmó en las leyes de 1839 y 1841.
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cepto de “constitución” debió motivar el estudio de la existencia en Navarra
de una “constitución política” de origen histórico.
Se elaboró ese mismo año un documento expositivo de la “Constitución
de Navarra”, fechado el 17 de junio de 1808, que fuera el medio para demostrar su existencia y contenido57. Era, por tanto, preciso conocer los “fueros
particulares”, que invocaba el artículo 144 de la Constitución napoleónica.
Serviría para demostrar que el concepto de “constitución” no era nuevo en
Navarra, que el Reino disponía de una “constitución histórica”, utilizando el
léxico constitucional del momento58.
Al exponer la organización institucional del Reino la calificó de “monarquía modificada”, en cuyo “rey reside la soberanía que se ejerce por el legislativo, el ejecutivo y el judicial”, conforme a las condiciones y pactos de la
“constitución fundamental”, que era el pacto entre el Reino y el Rey, para
limitar su soberanía, como está recogido en el capítulo primero del Fuero
General, que reproduce. Expone la existencia de una división de poderes,
y una limitación del poder real, que alejaban la “constitución histórica” del
Reino de Navarra del absolutismo. Está dividido en tres apartados titulados
“Constitución de Navarra”, “Poder judicial” e “Impuestos o Contribuciones”.
Se exponen sistematizando su contenido y actualizando el lenguaje:
A) “Constitución de Navarra”:
Aparece como título general del documento, lo que confirma su sentido,
definiendo su régimen: “El Gobierno de Navarra es el de una Monarquía
modificada”.
Se invoca la “constitución” y su contenido histórico utilizando un lenguaje
propio del constitucionalismo, como el de la división de poderes y sus efectos con respecto a la vinculación de la soberanía al Rey, aunque con “ciertas
57. ARGN, Sección Reino-Cortes, Legislación, legajo 22, carpeta 20 (Caja 30600). La cubierta
de la carpetilla en que se recoge lo titula: “Explicación sucinta, pero clara, exacta y fundada de la Constitución del Reino de Navarra. 1808”. Está fechado el 17 de junio de 1808,
siete días después de que la Junta de Bayona iniciara sus sesiones, y tres meses antes de la
designación de los representantes ante la Junta Central Suprema Gubernativa, por lo que
pudo utilizarse para ambos procesos constituyentes. Mikelarena Peña, F., “Sobre un
documento de descripción de la Constitución de Navarra de 1808”, en Príncipe de Viana,
252, 2011, pp. 253-294. Recoge su elaboración con base en el texto del ARGN, Guerra,
legajo 15, carpeta 4: “Exposición de 10 de junio de 1808 del Reino”, atribuyendo su autoría
al síndico DOLAREA (pp. 268-271). Mikelarena Peña, F., “Discursos..., cit., pp. 116-120;
en las pp. 132-136 lo atribuye al mismo síndico, relacionándolo con el pensamiento de
Victorian de Villava (pp. 148-155). Alli Aranguren, J.-C., “Las instituciones del Reino de
Navarra en el primer constitucionalismo español (1808-1814). Navarra en el debate sobre
la Constitución Histórica Española”, en Iura Vasconiae, 8, 2011, pp. 370-374.
58. Galán Lorda, M., “Uniformismo jurídico y reacción en Navarra”, en Escudero, J. A., Cortes y Constitución..., cit., pp. 215-231.
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condiciones o pactos que forman su Constitución fundamental” (la del Reino)
según la división de poderes: “En el Rey reside la soberanía, y el ejercicio de
ella en los tres ramos, legislativo, ejecutivo y judicial”.
a) Poder real limitado:
El poder ejecutivo “reside en la persona del soberano”, pero estaba obligado
- respecto al Poder ejecutivo: “a ejecutar lo que establece el legislativo,
para contrabalancear de ese modo el influjo de ambos y gozar de la libertad
y seguridad de las personas y bienes de los navarros que se propusieron estos
en la erección del Rey”.
- respecto al poder legislativo: “El legislativo reside en el Rey y en las Cortes de Navarra compuestas de tres brazos u órdenes, eclesiástico, militar y
real o de universidades”. A ellos corresponde “la proporción y resolución de
las leyes y toda providencia granada, de suerte que sin ejercer estas funciones
no puede el Rey (salva su Real clemencia) establecer leyes, ordenanzas o disposiciones generales a modo de ley”.
En el ámbito legislativo el rey sólo podía “desechar la propuesta y petición
de ley acordada por los tres Estados, o aprobarla dando sanción real”.
Esto producía un equilibrio entre ambos poderes:
Por este modo consigue el Rey que el poder legislativo nada derogue al ejecutivo, que es todo suyo, y tan necesario para evitar la debilidad y lentitud de la
dirección del Reino, y los Estados logran también el que con la separación de los
Poderes no se usurpe el ejecutivo al legislativo, y quedando ambos en manos de
uno, peligre la libertad de los navarros en sus personas y propiedades.
Como consecuencia “de estos principios el que el Rey por sí, no puede establecer leyes, providencias generales, imponer tributos ni hacer hecho granado
sin antecedente pedimento, voluntad y consentimiento de los Estados”.
b) Sus fundamentos:
Para fundamentar el esquema anterior de limitación del poder real se
refirió a las normas históricas del Reino en que se basaba, el comportamiento
de las instituciones y la opinión de los historiadores y tratadistas.
- Fuentes normativas:
Invocó el cap. 1º, lib. 1º del Fuero General:
para que rey alguno pueda ser malo (esta es la causal), se dice que no haya
poder de hacer Corte sin consejo de los Ricos hombres naturales del Reyno, ni
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con otro Rey o Reina, guerra, ni paz ni treguas no haga sin consejo de doce Ricos
hombres, o doce de los más ancianos sabios de la tierra59.
Destacó el régimen de establecimiento de impuestos que correspondía a
las Cortes. Sobre el servicio invocó las Cortes de 1716, ley 53 del libº 1º, tít. 2º:
“Fundados los Estados en el principio de la ley fundamental y en la observancia inmemorial pidieron por condición del servicio, y fue sancionado que el
rey no impusiese contribución general ni particular en el Reino, sin consentimiento de los tres Estados”.
- Invocó una actuación reciente de las Cortes en relación con las Aduanas
interiores:
Puso de ejemplo el comportamiento de las Cortes de Navarra enfrentándose al poder real, en el debate sobre las aduanas interiores que se habían
suprimido por la Real Cédula de 27 de marzo de 1718 prohibiendo el pago por
la de 16 de diciembre de 1722. Se opuso la Diputación del Reino invocando
“la libertad de los navarros en todo impuesto directo o indirecto”; y los tres
Estados “para asegurar más sus contribuciones, en las Cortes de Estella de
1724 pidieron y obtuvieron la nulidad de sus Reales Providencias. Así resulta
de la Ley 21 de ellas”60.
- La doctrina histórica:
Como fundamento de “la legitimidad de ese Fuero y demás que forman la
Constitución” invocó el tomo 1º, libro 4, capítulo 2, de los “Anales del Reyno
de Navarra” del cronista P. Moret, que “la considera como fundamental”.
Citó la obra de Pérez Valiente en su “Aparato al Derecho público
español”61, lib. 2, cap. 12, que “lo transcribe a la letra adhiriéndose al mismo
59. Las funciones de los “Ricos hombres naturales del Reyno” las establecieron las Leyes 6 y
7, lib. 1, tít. 29 de la Novísima Recopilación.
60. Alli Aranguren, J.-C., “El debate sobre el traslado de las aduanas en las Cortes de Navarra”, en Notitia Vasconiae, 2, 2003, pp. 266-337; “Pedro Sáinz de Andino y el traslado de las
aduanas del Ebro al Pirineo”, en Príncipe de Viana, 232, 2004, pp. 511-544.
61. El jurista granadino Pedro José Pérez Valiente fue Consejero de Castilla y autor del Plan
de estudios de Derecho aprobado por Real Provisión de 25 de noviembre de 1776. Pérez
Valiente, P. J., Apparatus Juris Publici Hispanici. Opus politico-juridicum, praecipua juris
publici universalis, simulque hispanici elementa exponens, quod catholico potentíssimo hispaniarum, et indiarum regi D. Ferdinando VI, Matriti, ex Mercurri Officina a Josepho de
Orga, 1751. Publicado como Derecho público hispánico, Madrid: CEPC, 2000, pp. 146-148:
expone una genuina teología política romana o católica cuando señala que el soberano,
en contraste con el hobbesiano, siempre actúa de potentia ordinata y nunca de potentia
absoluta. Fernández Albadalejo P., Materia de España. Cultura, política e identidad
en la España moderna, Madrid: M. Pons, 2007. Expone como la obra representa el iusnaturalismo racionalista invocando a Grocius y Ennecerus, aunque todavía relacionado con lo religioso y los límites al poder real por medio de la ley natural (pp. 245-286).
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parecer, y en el cap. 6 del mismo lib. nº 29, añade que las leyes son hecho granado, y entre lo grave lo más grave”:
Porque ningún Rey que jamás sería, non les pudiese ser malo habla así, podían
los reyes ser malos a sus vasallos y hacerlos infelices con establecimientos de
leyes, imposiciones de tributos, con introducción de extranjeros a dignidades del
Reino, con rompimiento de guerras y con ejecución de otros hechos granados, y
para evitar estas lastimosas consecuencias contrarias a los fines de felicidad que
se propusieron en la elección del gobierno monárquica...
- Limitación del poder real por los juramentos:
El medio para limitar el poder real fueron los juramentos reales, de modo
que “mitigaron el poder soberano, con imposición de esas condiciones, exigiendo de los reyes la obediencia por medio de los reales juramentos”, que
fueron “el primer sagrado recurso a que los navarros se acogieron como
garante y el apoyo de su Constitución, y como resulta de las historias le han
prestado todos los soberanos”.
Invocó el de los reyes Juan de Albret y Catalina de Foix, “inmediatos a la incorporación de este Reino con el de Castilla”, inserto en la
Ley 1ª, lib. 1º de la Novísima Recopilación, que es del año de 1494, cuya
fórmula recogió, concluyendo con el efecto de su incumplimiento:
y se añade en todos la cláusula de que queremos y nos place que si en lo sobredicho que jurado habemos o en parte de aquello viniéremos en contra, que los
dichos Estados y Pueblo de el dicho Reyno de Navarra no sean tenidos de obedecernos en aquello que seríamos venidos en contra en alguna manera.
Este juramento se mantuvo tras “la incorporación a Castilla nada derogó
la Constitución, pues se hizo por vía de unión principal al de Castilla, conservando por consiguiente todos los Fueros y Leyes”. Invocó el juramento
Álvarez Alonso, C., “Un rey, una ley, una religión (goticismo y constitución histórica en
el debate constitucional gaditano)”, en Historia constitucional, 1, 2000, http://hc.rediris.es.
Consideraba las leyes fundamentales “desde la óptica radicalmente diversa que implica
el pactum subiectionis y, por tanto, en una obvia defensa de la preeminencia regia, que
es, en definitiva, la órbita en la que se mueven la mayor parte de los ilustrados españoles
a mediados de siglo”. Expone que defendía “la lex regia como lex fundamentalis sustituyendo así la visión contractualista que situaba como primordiales las asambleas políticas,
la majestas y la completa armonía de la libertas civilis con la libertas politica que correspondía al rey. Parece también meridianamente claro que es, asimismo, el modelo de otros
grandes contemporáneos, como Olavide o el mismo Campomanes” (p. 31).
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del virrey Marqués de Comares y el del rey Fernando en Valladolid el 12 de
junio de 1513, con la cláusula siguiente: “De ser todo inviolable no obstante la
incorporación de Navarra a la Corona de Castilla para que este dicho Reyno
de Navarra quede de por sí, y le sean observados sus Fueros, etc. etc.” Recordó
que el juramento lo habían realizado todos los sucesivos reyes, “con inclusión del señor Carlos 4º y el Príncipe de Asturias, el señor don Fernando, han
hecho igual juramento”.
B) Poder judicial:
Según la Constitución del Reino, el Rey “es el soberano magistrado, los
jueces se consideran como súbditos suyos: administran justicia en su nombre
y sellan los despachos de ella con el sello real de Navarra; y en fin, obran como
ministros suyos”.
Expuso como medidas adoptadas para reducir el efecto perjudicial derivado de la vinculación de los poderes ejecutivo y judicial, la creación de tribunales propios:
Con todo, la Constitución y las leyes para evitar los perjuicios que podían resultar de la unión de ese poder judicial al ejecutivo y al legislativo, designaron tribunales propios, para administrar en ellos justicia; de suerte que Su Majestad
(salva su real clemencia), no puede establecer otros ni administrarla por sí, sino
precisamente por medio de esos juzgados instituidos por las leyes, y adheridos
a esos principios prohíben las mismas, e hicieron ya antes de la incorporación
deste Reyno con el de Castilla, pues no eran hereditarias, sino vitalicias.
C) Poder legislativo:
Aunque lo sitúa bajo el epígrafe del poder judicial, parte de lo expuesto
sobre la creación de tribunales y la aplicación de las leyes para invocar, nuevamente, el poder legislativo en los “tres Estados”. Citó la Novísima Recopilación (7 y 8 del lib. 1º, tít. 25) de la que
se infiere con notoriedad de todos los juramentos de los reyes, en que los tres
Estados juran guardar y defender su Real Persona, honor y estado, y ayudarle a
mantener los Fueros que eran obligaciones de dichos ricoshombres, según aparece de aquel capítulo del Fuero, y del siguiente.
De modo que “lo que suena mero consejo en dicho capítulo, fue y ha sido
siempre determinada voluntad y consentimiento. En ese sentido se explican
todas las Leyes y Fueros”.
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Invocó su fundamento en los textos de Sancho el Bueno, de Teobaldo
I, de la Novísima Recopilación 62, las Cortes de 1724-1726 y 1794-1796, sobre
no poderse hacer leyes, ordenanzas ni otro género de disposiciones sin aquellos
requisitos que constituyen la parte que los tres Estados se reservaron en el ejercicio del Poder legislativo, se declararon nulas y de ningún efecto las muchas
Reales Cédulas que comprende aquella ley. En ella igualmente se refieren la
prohibición de extracta, de salitre, de cavallos y dinero para Francia, dictada el
año de 1578, y la de duelos, vetos o desafíos establecida el de 1716, por Vuestra
Majestad Felipe 5º, providencias ambas juntas reconocidas tales por el Reyno,
pero que por servir sus funciones en el ramo legislativo se declararon nulas y
después las adoptó por leyes propias, conciliando así el bien que le resultaba con
la conservación de su Derecho en dicho Poder legislativo.
D) Impuestos o Contribuciones:
Bajo este título insistió en la competencia del poder legislativo sobre la materia, que había expuesto como uno de los límites del poder real y del ejecutivo:
Es uno de los ramos del Poder legislativo y el más interesante a los pueblos la
imposición de tributos, y como tal y hecho granado, está comprendido en dicho
capítulo 1º del Fuero y se ha respetado siempre sin imponerles de autoridad
propia los soberanos, contentándose estos con los subsidios voluntarios que el
Reyno junto en Cortes les ha ofrecido a la menor indicación de la necesidades.
Ahora bien, cuando “alguna vez han empeñado por extraordinarios
sucesos a mandarlos exigir de autoridad propia, representando los Estados
sumisamente esos hechos, los han declarado nulos, haciendo este acto de
homenaje a la Constitución”.
Lo apoyó en la Real Declaración de Carlos III el Noble de 23 de marzo
de 1424, recogida por la Ley 47 de las Cortes de 1780 y 1781, sobre las contribuciones de cuarteles y alcabalas, diciendo que los donativos que le habían
concedido los Estados al Rey
62. Leyes 4, 7, 9, 12, lib. 1º, tít. 3º de la Novísima Recopilación. “En esta última se lee lo
siguiente: y por que por Fuero de dicho Reyno el Rey de Navarra no ha de hacer hecho granado ni leyes por que el hacerlas es hecho granado, y cuando los reyes de Navarra hacían
leyes antes que la sucesión de este Reyno, viniesen Su Majestad Cesárea (por Carlos 5º),
se hacían con parecer, consejo, sin otorgamiento y pedimento de los tres Estados de este
Reyno, y no se hallan leyes algunas en Navarra después de él que no se hayan hecho de
esta manera, etc., etc.”
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eran graciosos, [...] y queremos que por esto a los dichos Estados, no se siga ni
pueda seguir perjuicio alguno en su derecho, ni Nos ni nuestros sucesores podamos ni puedan alegar en levar los derechos, imposición y cuarteles, prescripción
ni otro derecho alguno en alguna manera.
Invocó otras declaraciones en el mismo sentido como la Ordenanza 13,
lib. 2, tít. 8 de don Juan de Aragón, el príncipe de Viana don Carlos y su hermana doña Leonor los años de 1448, 1461 y 1465.
Terminó el documento con un siguiente texto que mezclaba lo relativo al
legislativo y al judicial:
Leyes escriben en Junta. Toda formación de Junta con facultad de decidir. Tales
son los Tribunales de Corte, Consejo, Alcaldes ordinarios, Tribunal de Cámara
de Comptos, cuyas funciones particulares no se especifican por ser bien notorias
y entender que no conducen al propósito.
Este documento pudo ser el origen de la “Exposición hecha al Emperador sobre el proyecto constitucional” de los diputados del reino de Navarra
Gaínza y Escudero en la sesión de la Junta de Bayona de 27 de junio de 1808.
Allí se recordaba que “en la primera erección de aquel reino en Monarquía
intervinieron pactos que formaron sus fueros fundamentales, observados en
lo fundamental hasta el día”, que “ con el Estatuto Constitucional decretado
para toda España” se derogaba “la mencionada Constitución navarra, no distinguiéndola en la generalidad de las demás provincias ni reconociéndose sus
Cortes particulares”, ni su legislación, al decir que España se gobernaría por
un solo código civil. Por ello pedían “que se conserve a Navarra su Constitución particular a que debe su subsistencia en medio de ser gran parte de su
territorio estéril y sumamente ingrato”.
3. El estudio de DOLAREA de 1809
El síndico de las Cortes de Navarra don Alejandro Dolarea Pascual de
Nieva realizó un informe sobre la “Constitución del Reino” para responder a
la Consulta al País de la Junta Central. Presentó en la Secretaría de Gracia y
Justicia de las Cortes de Cádiz un documento sobre la “Constitución del Reino
de Navarra”, conforme al encargo del Ministro de Gracia y Justicia, señor De
Hermida, que bien pudo ser utilizado por Argüelles para el discurso preli-
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minar63. Lo conocemos por el extracto elaborado por Francisco Redondo en
180964. Estaba destinada a la Junta de Ordenación y Redacción de la Comisión
de Cortes de la Suprema Junta Central y Gubernativa del Reino65.
Expuso y detalló la “Constitución de Navarra” entonces vigente, que la
propuso como modelo a imitar desde la concepción de la “constitución histórica”, porque “está garantida con el juramento personal del Rey y de todos
los magistrados. Puede aplicarse a toda España con algunas modificaciones”.
Destacó la separación de poderes existente en el Reino:
La Constitución de Navarra, dictada por la sabiduría y celo patriótico, para
salvar a la nación de los indicados horrores, equilibró las funciones de los tres
poderes con la equidad y prudencia que pudiese hermanar los intereses del
monarca y los del Pueblo. Sin perjuicio del brillante atributo de legislador inherente a la Soberanía que ejerce el monarca, tiene la Constitución depositado
el ejercicio del poder legislativo en las Cortes generales, que forman el cuerpo
político de Navarra.
Destacó la importancia de la iniciativa legislativa de las Cortes como
aspecto fundamental de su “constitución”:
El derecho iniciativo de ley que la Constitución de Navarra concede a los Estados
constituye uno de los principales apoyos de la libertad y felicidad del Reino, pues
ellos tendrán exactos los conocimientos necesarios para graduar y combinar la
utilidad y justicia del proyecto que se proponen, y el monarca queda con el gran
63. Quizá esta hubiese sido la causa de su pérdida, aunque lo usó también Francisco Redondo
para elaborar el texto presentado a la Junta de ordenación y redacción, titulado “Escrito
de Don Alejandro Dolarea acerca de la Constitución de Navarra”. Fue publicado como
apéndice por Busaall, J.-B., Las instituciones del Reino de Navarra en el debate históricojurídico de la Revolución liberal, Pamplona: Universidad Pública de Navarra, 2005, pp.
78-86. Monreal Zía, G., “Los diputados..., cit., pp. 365-369, 377-380. En la nota 80 de la p.
412 recoge la opinión de Le Brun, C., Retratos políticos de la Revolución en España, o de
los principales personajes que han jugado en ella [...] de 1826, que es muy crítica y descubre
la defensa que Dolarea hizo del Reino y sus instituciones. Mikelarena Peña, F., “Sobre
un documento..., cit., pp. 288-292, estudia los rastros de la tesis de Dolarea en el Discurso
Preliminar de la Constitución de Cádiz. Mikelarena Peña, F., “Discursos..., cit., pp. 136139, 155-162.
64. “Extracto de la Memoria número 28 de Don Alejandro Dolarea, acerca de la Constitución
de Navarra, Junta de Ordenación y Redacción de la Comisión de la Suprema Junta Central
y Gubernativa del Reino, 1809”. Archivo del Congreso de Diputados, legajo 10, nº 30.
65.Fue publicado como apéndice por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., pp. 173-182. Don
Benito Ramón de Hermida se atribuyó la petición a Dolarea para que redactase el documento.
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derecho de veto o jubeo que es plenamente el de sanción, por el que accede a la
instancia la mejor o la concede con ciertas modificaciones.
Expuso el procedimiento del “pedimento de ley” como “primera función
o derecho iniciativo de los proyectos de ley útiles al todo de la nación en cualquier ramo y sin excepción de alguno”. Su procedimiento y sanción por los
tres Estado juntos, el consentimiento o modificaciones reales y “si no logran
unir las voluntades con la del monarca, pueden los Estados usar del derecho
de mirarla y no imprimirla, quedando por consiguiente destituida de toda
autoridad y como si no se hubiese propuesto en Cortes; pero si conviniesen,
se admite y publica como ley”.
Insistió en el régimen de impuestos y exacciones como decisión del Reino
frente a las peticiones del Monarca, en lo que los “Estados se entregan a un
serio y reflexivo examen de la situación del Reyno y de sus naturales, y acordando cantidad fija y los medios de hacerla efectiva la proponen al monarca
por un pedimento de ley, y sigue el mismo curso que las demás”. A veces “se
ha querido disputar este derecho en diferentes épocas por el gobierno, pero
siempre ha prevalecido la religiosa piedad y justicia del Rey contra los ataques
del fisco”, llegando al “concurso o asentimiento uniforme del monarca y los
Estados unidos en Cortes”.
Explicó el régimen de “sobrecarta” sobre los documentos reales para evitar su intromisión en los derechos del Reino, por parte del Real Consejo y su
comunicación a la Diputación o a las Cortes reunidas. De modo que “cada
Real Cédula, Pragmática Sanción u orden, forman un expediente en que se
oye al fiscal y Diputación, y con conocimiento de lo que exponen ejerce el Real
Consejo el gran derecho de regular si la Real Cédula, Pragmática &, ofende la
Constitución terminando sus funciones en mandar la Sobrecarta o hacer la
consulta”. El Real Consejo era un “juez entre el monarca y el Reino”.
Sostuvo que el poder ejecutivo del monarca estaba sometido al legislativo
de las Cortes y sus Tres Estados:
No admitiendo división ni dependencia de la unión de muchas voluntades sin
entorpecer con perjuicio del estado las mejores providencias del gobierno, lo
depositó la Constitución en manos del Rey para la activa, pronta y libre ejecución de las leyes, pero con dependencia del poder legislativo, y fijando también
los límites de éste, para no perjudicar los derechos y regalías del monarca.
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Respecto al poder judicial, calificó al rey como el “jefe de todos los tribunales, ejecutándose “en su real nombre las sentencias y demás funciones
judiciales”:
El ejercicio de este poder está depositado por la Constitución en los tribunales
que ella ha creado, sin que el monarca pueda ejercer otro derecho en este importante punto que el de velar en fuerza del poder ejecutivo sobre que se administrase justicia a los vasallos asegurando la incorruptibilidad de los jueces, para
que salgan en la decisión de las causas de la línea prescrita por las leyes, ni
pierdan los poderes legislativo y ejecutivo el justo equilibrio que es el nudo de
la Constitución y el centro de la gloria del monarca y de la felicidad del Pueblo.
El orden judicial era el propio del Reino de Navarra, sin vinculación con
los tribunales de otros territorios:
Los tribunales depositarios del poder judicial por la Constitución de Navarra
tienen vinculado el conocimiento privativo de todas las causas civiles y criminales con inclusión de las del Estado y Guerra respecto de los naturales y habitantes del Reino, y con inhibición de los Virreyes y otros magistrados de toda
intervención en tales asuntos, y con expresión de que se han de determinar dentro del mismo Reino, sin poder acudir a los extraños por ningún recurso ni título.
[...] se prohíbe sacar procesos originales para otros tribunales de fuera y formar
juntas o comisiones, aunque sean de ministros de aquéllos, para conocimiento
de algunos asuntos particulares.
Enumeró los tribunales propios que “conoció la antigua Constitución de
Navarra” y sus competencias jurisdiccionales:
El Real y Supremo Consejo, el de la Real Corte, la Cámara de Comptos Reales
y los Alcaldes ordinarios de los pueblos. El Supremo Consejo tenía jurisdicción
omnímoda y absoluta para toda clase de negocios, aun militares, gubernativos
y contenciosos de apelación, súplicas y recursos de toda especie de excepción de
algunos particulares privilegiados. El de la Real Corte prevenía con los alcalde
ordinarios las causas civiles y criminales de los habitantes y naturales del Reino,
de que también conocía por apelación. La Cámara de Comptos Reales era un
Tribunal de la Real Hacienda. Estos cuatro magistrados fueron bastantes para
el buen gobierno y administración de justicia en Navarra hasta que, adoptado
el sistema que ha reinado después de erigir un juzgado para cada ramo, se formaron el de contrabando, el de tabaco y otros.
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Concluyó Dolarea exponiendo la potencialidad del orden constitucional
del Reino de Navarra para el resto de España, sin necesidad de “mendigar
leyes extranjeras, las tiene dentro de su suelo; tiene la ya expresada Constitución de Navarra, que con poca diferencia es la misma que gobernó la Corona
de Aragón, y aún toda la España antes de la irrupción de los árabes; a la cual
pueden añadirse las modificaciones siguientes”:
1ª. Una Diputación general permanente sobre los principios de la de Navarra
con los mismos derechos y encargo de celar la observancia de la Constitución.
2ª. Que a esta Diputación se dirijan las Reales Cédulas, Pragmáticas y órdenes
del monarca, para darles el pase.
3ª. Que si hallare alguna oposición a la Constitución y a las leyes, la eleve respetuosamente al soberano con exposición de los motivos que violan su autoridad.
4ª. Que si el Soberano desea que se lleve a ejecución sus Reales Cédulas u órdenes, se remitan estas al Tribunal Supremo de Justicia de ella, donde formado
expediente instructivo se determine lo justo.
5ª. Que sea constitucional la independencia del poder judicial, y no puedan ser
removidos ni suspendidos de sus plazas los magistrados y demás empleados
sino por el Supremo Tribunal de la nación, oyéndoles en justicia.
6ª. Que todo empleado presente a la Diputación General del Reino el título original del empleo o gracia y jure la observancia de la Constitución, siendo de
ningún efecto sin este requisito.
7ª. Que la Constitución señale no sólo el tiempo y lugar en que deben convocarse
las Cortes, sino también el día fijo o invariable en cuya virtud concurren los
representantes sin ser llamados.
8ª. Que sin perjuicio de la anterior disposición pueda el Soberano convocar Cortes si las juzgare necesaria o útiles.
9ª. Que en las vacantes del Trono por muerte de los monarcas se junten inmediatamente las Cortes con sólo el aviso de la Diputación, que deberá señalar el día
en que han de abrirse en la capital de la monarquía.
10ª. En estas Cortes, antes de dar al Príncipe heredero la posesión de la Corona,
se corrijan los abusos introducidos en el reinado anterior.
11ª. Que en las primeras Cortes se examinen todos los privilegios, gracias, & concedidas a toda clase de personas y cuerpos sin distinción, y queden derogados
los que consideren nocivos o perjudiciales a la causa común.
12ª. Que quede establecido invariablemente que en adelante no puedan concederse otros algunos, ni dispensas de leyes, sin la voluntad de las Cortes.
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13ª. Que en las primeras Cortes se haga un arreglo de los caudales que necesita
anualmente el monarca para mantener su Real Persona y a la de su augusta
familia; otra para los gastos ordinarios de empleados y demás, y conforme a
ellos se asigne la contribución y los medios de hacerla efectiva, y se ponga a la
disposición del Rey en las tesorerías destinadas al intento.
14ª. Que todo vasallo de cualquier calidad y condición que sea contribuya al
desempeño de las obligaciones del Estado.
Por tanto, sobre la estructura institucional descrita, aportó nuevos elementos para darle una mayor adecuación al modelo constitucional, pero sin
modificarlo de modo sustancial.
Francisco Redondo concluyó formulado un “Resumen”, que se esquematiza en los siguientes términos, de los que concluyó afirmando: “Puede
aplicarse a toda la España con algunas modificaciones”:
a) Respecto a las Cortes del Reino:
- ejercen el poder legislativo y los Estados tienen el derecho iniciativo de
ley menos en los impuestos, que es del Rey;
- examinan los proyectos y los retiran, aun después de aprobados por S.
M., si no los juzgan útiles.
b) Sobre el poder real y ejecutivo:
- Toda providencia va firmada en Real Cédula de S. M. y, antes de ejecutarse, examinada por la Diputación de Cortes, y aun por el Consejo: éste con
el Virrey están autorizados para ocurrir a las urgencias de Cortes a Cortes.
- El Rey sólo ejerce el poder ejecutivo.
- Goza la consideración de primer magistrado, pero ejerce el poder judicial a través de los tribunales.
- La Constitución de Navarra está garantizada por el juramento personal
del Rey y de todos los magistrados.
c) Poder judicial:
- A pesar de considerar al Rey el primer magistrado, es a los tribunales a
quienes la ha fijado la Constitución exclusivamente.
- No pueden mezclarse en su ejercicio los tribunales de fuera, ni sacarse
del Reino procesos originales.
Estas propuestas de extensión de la “constitución histórica” de Navarra
introdujeron algunos cambios terminológicos y mayor precisión que los documentos descriptivo anteriores, pero en modo alguno incorporaron los principios y régimen del constitucionalismo liberal. Por el contrario, incluso en el
léxico, fueron fieles a aquélla y a los conceptos en que se fundamentaba.
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Para Monreal la exposición defensiva del orden institucional de Navarra o “constitución navarra” buscaba justificarlo como adecuado al nuevo
régimen en un momento de profunda transformación, por lo que “la sistematización de Dolarea de la Constitución histórica navarra se subsume bajo
epígrafes que parecen propios del nuevo Derecho público”. Explica que esta
técnica recopilatoria no era una novedad para “articular materias que pertenecen a un orden jurídico determinado bajo epígrafes o modos de estructuración que corresponden a otro”. Invoca la práctica medieval de recoger
Derecho tradicional en categorías del Derecho común, poniendo de ejemplo
la última versión del Fuero General66.
4. La “constitución del Reyno de Navarra” de Hermida de 1811
También con destino a las Cortes de Cádiz elaboró el consejero de Estado
Don Benito Ramón de Hermida un documento titulado “Breve noticia de
las Cortes, Gobierno, o llámase Constitución del Reyno de Navarra”67. Según
Busaall constituye un trabajo de gran valor sobre las instituciones del Reino
al inicio del siglo XIX, para
demostrar con la “Constitución” de Navarra la perfección de la Monarquía del
Antiguo Régimen, haciendo del ejemplo elegido un modelo válido para toda
España. Modelo que consideraba fundado sobre el equilibrio de poder que
demostraba que las libertades de este Reino no necesitaban ser constitucionalistas con la separación de los tres poderes para ser defendidas68 .
Expuso Hermida la constitución del Reino de Navarra configurado sobre
las Cortes y el Rey como un “cuerpo nacional”69. Por todo ello en el título del
opúsculo lo calificó diciendo “llámase Constitución del Reyno de Navarra”,
con la que designa la organización institucional de la vieja “monarquía pactista o contractualista”. Lo hizo con base en el conocimiento adquirido como
Fiscal del Consejo de Castilla, con el deseo de que “conociese el público este
gobierno” y en Sevilla “la Junta Central, empeñando al ilustre síndico de
66. Monreal Zía, G., “Los diputados..., cit., p. 378.
67.Fue publicado como apéndice por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., pp. 183-212.
Sobre el “modelo ibérico para defender la monarquía tradicional”: pp. 97-129. Monreal
Zía, G., “Los diputados..., cit., pp. 378-379.
68. Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., p. 100.
69. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit., pp. 19-20.
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Navarra que allí se hallaba D. Alejandro Dolorea (sic) para que extendiese
sobre ello una memoria”. Como se hallaban reunidas las Cortes generales de
la Nación entendía la utilidad de los documentos.
Aunque no la formuló como conclusión, en la parte final de la “Breve Noticia”, afirmó Hermida que se trataba de un “resumen y noticia del gobierno, o
sea Constitución, en términos de moda, del Reino de Navarra, será tanto más
útil cuanto se ven en él combinadas las reliquias del antiguo derecho español esparcidas en varios monumentos”70. En el último párrafo aludió al “gran
provecho” que supondría
el conocimiento de nuestras leyes y de nuestro mismo gobierno [...] y más oportuno ahora que las propias desgracias fijan y llaman la atención y curiosidad
sobre nuestras cosas, antes disipada con el embeleso de extrañas y lisonjeras
novelerías de la Francia, a cuya clase pertenecía ya cuanto salía de sus prensas,
aun con los títulos más serios71.
Pretendía demostrar que en uno de los reinos que integraban la Monarquía existía un modelo que hacía innecesaria la invocación de modelos foráneos, fuesen ingleses o franceses, siendo inútil buscar fuera lo que ya existía
en la constitución histórica nacional. Este modelo era el que el liberalismo
quería erradicar por ser el propio del Antiguo Régimen, sustituyéndolo por el
de la soberanía nacional y la división de poderes configurado por el constitucionalismo revolucionario francés.
Ramón de Hermida se posicionó en la corriente de la “constitución histórica” o de las “leyes fundamentales”, utilizada en los debates constitucionales
de Cádiz por los diputados realistas y moderados para fundamentar la soberanía real por el pacto entre el Rey y el Reino, en contradicción con la soberanía
nacional del pueblo y la división de poderes del nuevo constitucionalismo.
El texto es un extenso documento que se inició con una “introducción”
dedicada a describir la historia de la humanidad, la guerra y la violencia entre
los pueblos, el principio de emigración y de conquista, la caída del imperio
romano, la invasión germánica, la conquista árabe y reconquista cristiana,
el régimen aristocrático inicial, la aparición del absolutismo y los conflictos
por buscar el equilibrio entre el rey y las Cortes72 . Los capítulos los dedicó a
70. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., p. 209.
71. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., p. 212.
72. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., 185-187.
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las Cortes, a la Diputación del Reino y sus funciones, al objeto principal de las
Cortes y a los Tribunales de Navarra73.
Estudió con mayor profundidad el régimen de las Juntas Generales y Cortes, “pretendiendo sujetar el arbitrio de los reyes a su consejo, hasta que en
fin dobló su cerviz la Reina Católica y sucumbieron bajo la imperial majestad
del Emperador Carlos”. Se refirió a las de los reinos de Aragón y Valencia para
afirmar el valor de las propias de Navarra: “El único país donde existe todavía con dignidad la antigua Constitución, las Cortes, y la libertad nacional de
nuestros mayores, es el pequeño Reino de Navarra, precioso documento que
yace casi desconocido”74.
Insistió muy detalladamente en el régimen de las Cortes que “son hoy la
base de la Constitución del Reino”, que “no fue repentina ni casual [...] sino
obra del discurso y de la política”:
En Navarra, no podré afirmar cual fuera la época segura de su Constitución, ni
tampoco si medió para ella algún privilegio real, aunque sin duda es de data
más antigua; y la Nación parece que solamente se atribuye ésta bien meditada
obra de su fundamental libertad75 .
A) El Rey y las Cortes:
El régimen de las Cortes lo describió exponiendo el relevante papel del
rey en el régimen del Reino de Navarra, que lo ejercía por sí o por medio de
su virrey:
El Rey ocupa en ellas el primer lugar, y es considerado con los esenciales atributos de la Soberanía, libre, independiente, inviolable, primer magistrado, primer jefe de la justicia y de las armas, depositario de lo que ahora llamamos
Poder ejecutivo, y aún Legislador, para que a su nombre, y bajo los auspicios
de la Majestad, se expidan y ejecuten las leyes, y en algunos casos las dispensas, pudiendo conceder indultos a los reos, moratorias a los deudores, venias de
edad a los menores, y otras gracias76 .
A continuación describió los tres brazos que las constituían: eclesiástico,
militar y de las universidades. Se constituían cada uno en “cuerpo separado”
73. A lo largo del texto son continuas las observaciones muy críticas contra Godoy y su comportamiento despótico.
74. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., 189.
75. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., 191.
76. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., 192-193.
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con su presidente. Detalló su funcionamiento interno, la formación de las
mayorías y la necesidad del acuerdo en cada uno de ellos, de modo que “nada
obtiene fuerza de ley, ni aprobación nacional, sin la conformidad de todos los
tres votos de los brazos”.
Destacó la importancia del poder de las Cortes, por cuanto “la jurisdicción y poder de las Cortes, compuesto del Soberano y dichos tres estados, no
tiene límites”: “Se hacen y revocan leyes, se amplían o restringen sobre todas
materias, y se trata en ellas de todos los males, abusos y operaciones con que
se hayan violado la Constitución la libertad individual y las propiedades”.
Estos “contra fuero” se reparan derogando las medidas adoptadas contra los
mismos.
Al exponer el inicio de las sesiones con la “apertura del solio”, se refirió
a las peticiones reales para atender “las necesidades del Estado, para que
extiendan la liberalidad de sus donativos hasta donde permite la posibilidad;
y si hay necesidad de gente para el ejército”. La disolución de las Cortes y el
cierre del solio “es privativa del Soberano, pero jamás se ejecuta sin previo
consentimiento de los estados, con quienes se pone de acuerdo el virrey”77.
B) La Diputación del Reino y sus funciones:
Una vez disueltas las Cortes su misión era
velar sobre la observancia de las leyes y la Constitución, autorizado, aunque sin
jurisdicción, para oponerse con sus activas representaciones, celo y vigilancia
a toda innovación o abuso del poder real o sus agentes, empezando desde el
Virrey, en todos los tramos de gobierno y especialmente en la administración de
la Real Hacienda, dirigiendo sus quejas enérgicas al Trono
Estaba formada por siete miembros procedentes de los tres brazos, detallando como funciones propias:
- pedir se retengan en el Consejo de Navarra todas las cédulas y órdenes
reales que contraríen la Constitución,
- pedir el contra fuero de cualquier providencia que la ofenda,
- exigir e intervenir en el juramento de los virreyes,
- privativamente cuidado de los montes y plantíos,
- entender con los virreyes en la extracción de granos,
- exclusivamente sobre caminos,
77. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., 195-198.
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Terminó la enumeración afirmando que “apenas hay asunto de policía y
gobierno en que no tenga intervención”78.
C) Objeto principal de las Cortes:
Identificó las Cortes con los tres estados o brazos y, con el Rey, como “un
cuerpo nacional en que reside plenamente su representación y la general
voluntad de todo el Reino, en virtud de la cual hacen las leyes con que desea
y quiere gobernarse”79.
Consideró que la ley “no es más que una obligación o promesa que a todos
mutuamente liga”, una comunis sponsio, un “vínculo de amor y de respeto en
que, sin contar con libertades imaginarias, ni presuntuosa igualdad, todas las
clases del Estado se reúnen, se ayudan y favorecen, sin confundirse ni aniquilarse. [...] tanto la Ley como el poder supremo parten de un mismo principio, esto es, de la potencia y sabiduría Divina”80. Insistió en la necesidad
del acuerdo de los tres estados o brazos eclesiástico, militar y universidades,
“que representan al tercer estado”.
Por medio de dicho acuerdo, del “pedimento de ley” y de la aceptación,
rechazo o modificación real, “quedan enlazados los poderes que han querido
distinguir los políticos metodistas con los nombres de legislativo y ejecutivo,
aunque más de imaginaria que de verdadera separación”. Detalló el procedimiento invocando precedentes del comportamiento real y de las opciones de
las Cortes en función de aquel.
La “regla general que prescribe a las Cortes la iniciativa de las leyes” tiene
como excepción los “impuestos y exacciones para las necesidades del Estado,
el Rey o el Virrey”, quienes les hacen sus propuestas. Tras su deliberación proponen su proyecto al monarca hasta que la conformidad entre el Rey y las
Cortes produce la “ley del servicio”.
Al Reino no se le imponen ni ley ni pragmática de Castilla y “ningún
impuesto, tributo ni contribución directa o indirecta puede tampoco imponerse en el Reino sin que la otorguen las Cortes y el Rey la pida [...] hasta dar a
toda contribución el nombre sólo de donativo voluntario”81. Para evitar las
contrarias a la Constitución, todas las emanaciones de la autoridad real deben
transmitirse a la obediencia de Navarra en cédulas despachadas por la Cámara
78. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., 198-199.
79. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit., 199.
80. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit. p. 200. En la
nota 20 se refirió a la “igualdad o confusión de clases” citando a los “sanculotes franceses”
y a sus precedentes romanos.
81. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit. p. 202.
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y firmadas por S. M. [...] necesitan cada una de un expediente para conseguir el
pase y mandarse librar sobre carta para su ejecución a cuyo fin se presentan en
las Cortes, si están juntas, y si no en la Diputación 82 .
D) Tribunales de Navarra:
Inició su descripción afirmando que “los publicistas modernos no dejarán de llamarlos poder judicial”
pero la ley no les da ese nombre y, sin él, los establece para juzgar en todas las
causas civiles y criminales, con inclusión de las de Estado u Guerra, respecto a
los naturales y habitantes del Reino, sin opresión ni dependencia de otras autoridades que de las mismas leyes, inhibiendo al Virrey todo acto de violencia,
prisión, multa, cualquier clase de penas y toda providencia en materia contenciosa, aunque sea un puro compulsorio 83 .
La jurisdicción de sus tribunales “es soberana en Navarra y allí deben terminarse las causas que en ellos se incoan contra cualquier persona, por privilegiada que sea, y los recursos de injusticia notoria y de mil quinientas”84.
Se refirió a comportamientos contrarios, invocando contra los excesos
de los jueces o tribunales el Habeas Corpus de Inglaterra, la Manifestación
de Aragón y la Querella de exceso de Castilla, así como precedentes y textos
documentales y legales85.
A continuación se manifestó sobre “los famosos tres poderes de que tanto
se habla en el día”: “No pueden jamás ser útiles ni compatibles en una monarquía sin una recíproca dependencia y unión, aunque con mutua libertad: la
más leve inatención en esta materia será perpetuo origen de la desconfianza y
del desorden”. Se refirió a la Constitución inglesa con “tres poderes, confusos
y mezclados recíprocamente muchas veces, y no con la total separación que
muchos imaginan”86.
Expuso las funciones de los tribunales del Reino: “El Tribunal de la Corte
mayor de Navarra conoce en primera instancia y a prevención con los alcaldes ordinarios, aunque también por apelación de las sentencias de éstos, en
82. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit. pp. 203-204.
83. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit. p. 204.
84. Se refiere al “recurso de mil y quinientos” para revisar algunos procesos previo depósito
de 1.500 doblas ante una sala del Consejo Supremo así denominada.
85. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit. pp. 205-206.
86 Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit. p. 207.
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las causas civiles y criminales del Reino; pero todas terminan, si son de mayor
cuantía, en el Consejo”.
Se refirió a la Cámara de Comptos como “un tribunal de hacienda, que
conoce de las materias del patrimonio real y sus incidencias; más con apelación igualmente al Consejo Supremo”87.
Terminó la exposición con el comentario ya recogido sobre la necesidad
de superar los errores en el “conocimiento de nuestras leyes y de nuestro
mismo gobierno”, poniendo en ello la “atención y curiosidad sobre nuestras
cosas”, que antes estaba “disipada con el embeleso de extrañas y lisonjeras
novelerías de la Francia”88.
A lo largo de toda la exposición y observaciones se comprueba que la
orientación de Hermida era la de demostrar la modernidad de las viejas instituciones, destacando la utilización del nuevo léxico constitucional aplicada
a aquéllas.
5. El intento de demostrar la existencia de una constitución en
Navarra
El documento de 1808 y los posteriores de 1809, 1811 y 1817 persiguieron
conservar el régimen político-institucional del Reino de Navarra, demostrando la existencia de una “constitución”, utilizando la palabra mítica del
régimen liberal, aunque referida en este caso al orden institucional del Reino
de Navarra en su organización. Debió elaborarlo alguno de los síndicos de las
Cortes pues utiliza el léxico jurídico constitucional del momento 89, refuerza
su argumentación con la invocación de algunos textos legales y con argumentos históricos citando al P. Moret. La cita del autor del siglo XVIII Pérez
Valiente la refiere a un punto concreto sobre la ley impositiva, aunque no fue
precisamente un defensor del constitucionalismo. Es posible que su Apparatus Juris Publici Hispanici hubiese sido uno de los textos con los que se formó
y le vino bien el argumento de autoridad del prestigioso jurista granadino.
La “constitución” invocada no lo es en el sentido establecido por el artículo 16 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789,
87. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit. p. 207. Se
refirió a los intentos de Godoy de “suspender todas las leyes de Navarra [...] que la Constitución que el Príncipe de la Paz ignoraba y quería destruir fue el amparo del reino”.
88. Hermida, B. R., Breve noticia..., cit. por Busaall, J.-B., Las instituciones..., cit. p. 212.
89. Mikelarena Peña, F., “Sobre un documento..., pp. 253-294. lo atribuye al síndico Dolarea que tuvo un papel relevante en los procesos constitucionales bordelés y gaditano.
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disponiendo que “toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no está
asegurada, ni la separación de poderes determinada, no tiene constitución”.
Conocedor del precepto, el síndico de las Cortes que elaboró el texto, insistió
en la exposición de una separación de poderes dentro de las instituciones del
Reino. Por eso los denominó con el léxico constitucional y diferenció entre
el poder real, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Insistió en uno de los
aspectos claves del poder legislativo que era el relativo al establecimiento de
los impuestos.
Nada expuso, ni lo pudo hacer, sobre el requisito imprescindible de la
Declaración y garantía de los Derecho, o de la soberanía nacional que, por el
contrario, se reconocía al rey: “En el Rey reside la soberanía, y el ejercicio de
ella en los tres ramos, legislativo, ejecutivo y judicial”.
Tampoco existe referencia a la existencia de un Estado de Derecho. El
contenido de la Constitución caracteriza al Estado como Estado de Derecho
si existe separación de poderes, si los órganos del Estado están sometidos
a la Ley, si el Gobierno y la Administración están sujetos a control jurisdiccional, si los derechos fundamentales de los individuos están garantizados
por el poder del Estado. La existencia de tales condiciones constitucionales
da al poder el significado de “un poder institucionalizado en el Estado” y se
establece “un poder de Derecho [...] en relación a una idea de Derecho, origen integral y exclusivo del poder [...] el Estado de Derecho está sólidamente
asegurado”90.
El documento argumentó la existencia en el Reino de Navarra de una
“constitución histórica” dentro de la corriente doctrinal de la época, que
trataba de justificar la innecesariedad de proceder al establecimiento del
nuevo orden constitucional según los principios establecidos por la Revolución Francesa. Cuando se invoca la “constitución histórica” y las “leyes
fundamentales”91, olvidando la denominación de “fueros” que en el momento
90. Burdeau, G., Traité de science politique, Paris: LGDJ, 1969, cit., pp. 44 y ss.
91. Las “leyes fundamentales” se entendían como las organizadoras de las instituciones y
poderes dentro de la monarquía, así como las constitutivas y fundamento de una comunidad en una función federativa entre sus miembros, organizaciones y territorios, que
los organizaban jurídica y políticamente. En este sentido lo eran las relativas al establecimiento de contribuciones e impuestos, los fueros, franquezas y privilegios de los
estamentos del Reino, que eran la primera ley de la monarquía. Sólo susceptibles de “amejoramiento”, nunca de “empeoramiento”, como se exigía en el juramento de los mismos
por el rey. García Pelayo, M., Del Mito y de la Razón en el Pensamiento Político, Madrid:
Revista de Occidente, 1968, pp. 65-140. Álvarez Conde, E., Curso de Derecho Constitucional, I. Madrid: Tecnos, 1999, p. 146. Explica el concepto de ley fundamental en la Edad
Media: “en un principio estaba integrado por las reglas de sucesión monárquicas, por la
necesidad de convocar a los diferentes estamentos y por la imposibilidad de enajenar el
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sonaba mal por medieval y su relación con el régimen feudal , se buscó en la
ambigüedad del lenguaje y el término una homologación entre la nueva organización institucional o “constitución formal y material” y la del Antiguo Régimen anterior al absolutismo92, aunque no existiera ni la “constitución formal”
del liberalismo ni su contenido material. Aquella “constitución material” era
la propia de la sociedad estamental del Antiguo Régimen y del absolutismo
que, efectivamente, organizaba su sistema de gobierno y las relaciones entre
el poder real y las instituciones territoriales, pero totalmente al margen del
nuevo orden constitucional formalizado en la Revolución francesa.
Se ha de destacar la mixtificación de los documentos, tratando de equiparar el orden estamental del Antiguo Régimen con el del constitucionalismo
liberal. Representó el “carácter idealizado de las instituciones navarras y de
su funcionamiento” y una “notable capacidad de tergiversación de la realidad” para poder llevar a “reconocer en las formas de gobierno de Navarra, a
propios y extraños, unos rasgos que son propios del liberalismo político: la
división de poderes, la soberanía residiendo en la nación, etc., que conduce
a una “mitificación de los fueros de Navarra como constitucionales, lo cual
ayudará indirectamente a su pervivencia, transformados durante el Nuevo
Régimen Político”93.
patrimonio real, fue posteriormente identificándose con la idea de limitación del poder,
que cristalizaría en las teorías del ius resistendi. Es la idea del pacto entre el Rex y el Regnum, que dará lugar al llamado constitucionalismo sinalagmático (García Pelayo). Bajo
estas ideas habría que mencionar las cartas medioevales, que eran concesiones por parte
del soberano a determinados estamentos y corporaciones, los Fueros, las Bulas, los Estatutos, etc.”. Varela Suanzes, J., La teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo
hispánico (las Cortes de Cádiz), Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1982.
92. Aunque no se invoca al autor, se utiliza el concepto que dio Olmedo y León, J. De, Elementos de Derecho Público de la Paz y de la Guerra, Madrid, 1971, p. 32. Citado por Mikelarena Peña, F., “Sobre un documento..., cit., p. 261. Aquél invocó a Vattel, para quien la
Constitución es “el reglamento fundamental, que determina el modo como se debe ejercer
la autoridad pública, que forma la constitución del Estado [...] el establecimiento del orden
que una Nación se propone seguir en común, para conseguir las utilidades, en vistas de
las que se ha establecido la Sociedad Civil” (Droit des gents, I, 3, 27, p. 153). Reconoció a
la Nación el derecho a dotarse de una Constitución, entendiendo que sólo aquella, no los
poderes constituidos, podían derogar las leyes fundamentales, en lo que radica la estabilidad del Estado, por el principio de subordinación del legislador al constituyente: “es de la
constitución de la que los legisladores tienen el poder, no pudiendo cambiarla sin destruir
el fundamento de su autoridad”. La constitución del Estado debe ser estable, puesto que
la nación la ha establecido en primer lugar, y que ella ha conferido el poder legislativo a
ciertas personas, las leyes fundamentales están exceptuadas de su comisión” ((I, 3, 27, p.
168).
93. Floristán Imízcoz, A. “Menosprecio y tergiversaciones de los Fueros de Navarra a finales
del Antiguo Régimen”, en AA.VV., Cuestiones de Historia Moderna y Contemporánea de
Navarra, Pamplona: Eunsa, 1986, pp. 64-65.
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Fue un intento de “formular en clave moderna la constitución antigua del
reino”, en una
reformulación [...] siguiendo los moldes del constitucionalismo moderno [...]
una solución de continuidad entre el Antiguo Régimen y el nuevo Estado liberal, construida desde una perspectiva no española, sino íntegramente navarra.
[...] para afirmar la perfección del orden político navarro frente al existente en
otros reinos y naciones.
Insistió en la “participación de las Cortes en la adopción de decisiones
relevantes para el reino, como la aprobación de leyes generales o el establecimiento de impuestos, a partir del principio de separación de poderes”94.
IV. La nueva constitución
A pesar de sus invocaciones historicistas, la Constitución de Cádiz incorporó los principios del constitucionalismo francés derivado de las constituciones de la Revolución de 1791, 1793 y 1795, sin vinculación con el régimen
histórico español anterior: la soberanía nacional que había sido invocada en
el Decreto de 24 de septiembre de 1810 y la división de poderes. Ambos desconocidos en su formulación por el Antiguo Régimen y por la “constitución
histórica”. Su contenido no se inspiró en el pasado patrio, sino en las experiencias constitucionales francesas, utilizando aquel como argumento dialéctico para no asustar a los sectores absolutistas y conservadores. Rompió con
el sistema político anterior en cuanto a los principios políticos fundamentales, a la división del poder y a las instituciones.
A pesar de sus avatares, representó el hito fundacional y la matriz del
régimen y de la monarquía constitucional en España y la propia del ciclo
progresista de los textos constitucionales. Sus principios fueron incorporándose progresivamente, a pesar de los textos moderados, que supusieron un
retroceso respecto a la configuración del régimen liberal, pero que, quizá por
ello mismo, permitieron su consolidación, superando los conflictos ideológicos existentes. A partir de ella podemos hablar de los ciclos constitucionales
en España y de una historicidad constitucional en el sentido moderno. Otra
94. García Pérez, R. D., Antes leyes que reyes. Cultura jurídica y constitución política en la
Edad Moderna (Navarra 1512-1808), Milano: Giuffrè, 2008, pp. 272-276.
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historicidad era la de las “constituciones históricas” precedentes, que fueron
abolidas en Cádiz.
Así fue decretada por “las Cortes generales y extraordinarias de la Nación
española”, invocando la soberanía nacional, que “reside esencialmente en la
Nación, y por lo mismo pertenece a esta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales” (art. 3), que “no puede ser patrimonio de ninguna
familia o persona”; atribuyendo al pueblo el poder constituyente y la facultad de
hacer las leyes. La soberanía la ejercían los “representantes de toda la Nación,
nombrados por los ciudadanos” (art. 27), fórmula que eliminó la representación estamental de las Cortes históricas. La Nación y su soberanía daban la
legitimidad al nuevo sistema político, convirtiendo al monarca en un
órgano constitucional dependiente de las Cortes, sin perjuicio que se le siguiera
atribuyendo un papel nada desdeñable en el ejercicio –nunca en la titularidad
de la soberanía, lo que supuso conferirle una participación notable, aunque
no esencial, en la función de gobierno y, por tanto, en la dirección política del
Estado 95 .
El Rey pasó a ser un delegado de la Nación conforme a la Constitución,
dejando de serlo por “la gracia de Dios” para ejercer en virtud de la Constitución (art. 173).
Dividió los poderes y estableció la primacía de la ley, que configuraban
el Estado liberal como Estado de Derecho96; las elecciones por sufragio censitario, la confesionalidad católica del Estado (art. 12) 97 y la Milicia Nacional
defensora del orden constitucional.
Huyendo del modelo francés, no hubo una declaración formal de derechos, que se recogieron de modo disperso, aunque “la nación está obligada a
conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y
los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen” (art.
4). Los españoles tenían como una de las principales obligaciones “el amor a
la patria”, serían “justos y benéficos” (art. 6), estando obligados “a ser fiel[es]
95. Varela Suanzes-Carpenga, J., Política y Constitución en España (18708-1878), Madrid:
CEC, 2007, p. 192.
96. Tomás y Valiente, F., Manual de Historia de Derecho español, Madrid: Tecnos, 1983, pp.
420-427. Clavero, B., Evolución histórica del constitucionalismo español, Madrid, 1984,
pp. 20-22. Varela Suances, J., La teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo
hispánico (Las Cortes de Cádiz), Madrid: CEC, 1983.
97. “La religión de la Nación española es y será perpetuamente la Católica, Apostólica y
Romana, y la Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier
otra”.
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a la Constitución, obedecer las leyes y respetar las autoridades establecidas”
(art. 7). El Gobierno tenía la obligación de buscar “la felicidad de la Nación,
puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los
individuos que la componen” (art. 13).
Se reconocieron los derechos ciudadanos de libertad civil (art. 4), propiedad (arts. 4, 172.10, 294 y 304), seguridad personal (art. Art. 172.11), igualdad por supresión de privilegios (art. 172.9), igualdad contributiva (art. 339),
inviolabilidad de domicilio (art. 306), libertad de imprenta (arts. 131.24 y 371)
y derechos de orden procesal y penal, como la predeterminación del juez (art.
247), proceso público (art. 302), arbitraje (art. 280), derecho a ser oído (art.
290), habeas corpus (arts. 291 y ss.), tipicidad (nulla poena sine previa lege) (art.
287), prohibición del tormento y de los apremios (art. 303), la confiscación
de bienes (art. 304) y la inviolabilidad de la casa (art. 306). Se reconocieron
derechos respecto a la educación con la obligación de establecer en todos los
pueblos “escuelas de primeras letras, en las que se enseñará a los niños a leer,
escribir y contar, y el catecismo de la religión católica, que comprenderá también una breve exposición de las obligaciones civiles” (art. 366). Se previeron
universidades y otros establecimientos de instrucción (art. 367).
La división de poderes aparece explicada en el discurso preliminar:
Para que la potestad de aplicar las leyes a los casos particulares no pueda convertirse jamás en instrumento de tiranía, se separan de tal modo las funciones
del juez de cualquiera otro acto de la autoridad soberana que nunca podrán ni
las Cortes ni el Rey ejercerlas bajo ningún pretexto. [...] Por eso se prohíbe expresamente que pueda separarse de los tribunales el conocimiento de las causas, y
ni las Cortes ni el Rey podrán avocarlas, ni mandar abrir nuevamente los juicios
ejecutoriados.
La división de poderes se previó en el Decreto de 24 de septiembre de
1810, para que no “queden reunidos en Poder Legislativo, el Ejecutivo y el
Judiciario”, y las Cortes “se reservan el ejercicio del poder legislativo en toda
su extensión”. El Ejecutivo se encomendó al Consejo de Regencia y el Judicial
se formaba “por ahora por todos los tribunales y justicias establecidos en el
reino, para que continúen administrando justicia según la leyes”.
La Constitución configuró en los artículos 15, 16 y 17 una “Monarquía
moderada hereditaria” (art. 14), de carácter constitucional, con sometimiento
del Rey al Derecho, sin poder modificarla. La Constitución se le impone por la
voluntad de las Cortes que representan la soberanía de la Nación. Se establece
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un compromiso entre la legitimidad democrática y la legitimidad históricodinástica.
El poder legislativo se atribuyó a las Cortes unicamerales representantes
de la Nación (art. 27) elegidas por sufragio restringido que compartían con el
Rey el poder legislativo: “la potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con
el Rey” (art. 16), que era una de las claves de la “monarquía moderada”, reflejo
del modo histórico de legislar en los antiguos reinos de España. Aquellas eran
el órgano supremo del Estado que ejercían la función legislativa y la dirección
política, reconociendo al Rey un derecho de veto suspensivo sobre las leyes.
Eran independientes de los otros poderes, sus diputados inviolables por sus
opiniones (art. 128) y autónomas en cuanto a sus normas y reglamentos internos (art. 127).
El Ejecutivo residía en el Rey (art. 16), pero estaba subordinado a la Constitución, sin capacidad de reformarla, y a las Cortes. Estaba asistido por los
Secretarios de Despacho y por el Consejo de Estado, como “único Consejo del
rey que oirá su dictamen en los asuntos graves gubernativos y señaladamente
para dar o negar la sanción a las leyes, declarar la guerra y hacer los tratados”
(art. 261). Le correspondía “expedir los decretos, reglamentos e instituciones
que crea conducentes para la ejecución de las leyes” (art. 171) 98.
La “potestad de aplicar las leyes en las causas civiles y criminales reside
en los tribunales establecidos por la ley” (art. 17). Les correspondía “exclusivamente” “la potestad de aplicar las leyes en las causas civiles y criminales” (art. 242) 99. Ni las Cortes ni el Rey podrían “ejercer en ningún caso las
funciones judiciales, avocar causas pendientes, ni mandar abrir los juicios
fenecidos” (art. 243). No podrían hacer otras funciones “que las de juzgar y
hacer que se ejecute lo juzgado” (art. 245), teniendo prohibido “suspender la
ejecución de las leyes, ni hacer reglamento alguno para la administración de
justicia” (art. 246).
El poder judicial se configuró basándose en el Supremo Tribunal de Justicia, las Audiencias Territoriales y los Juzgados de partido. Fue desarrollado
por los Decretos de 9 de octubre de 1812, que aprobó el Reglamento de las
Audiencias y Juzgados, y el de 13 de marzo de 1814, Reglamento del Supremo
98. Se realizó una importante labor reguladora por la Regencia como poder ejecutivo interino, con forma de decretos y órdenes por no poder darles rango legal al no poder obtener
la sanción real.
99. Santamaría Pastor, J. A., Sobre la génesis del Derecho Administrativo Español en el siglo
XIX (1812-1845), Sevilla: Universidad-Instituto García Oviedo, 1973, p. 70, afirma que se
incluía lo contencioso administrativo, porque “la actuación de la Administración pública
era en última instancia reconducible a las categorías genéricas del ius commune”.
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Tribunal de Justicia. El artículo 248 estableció la unidad de fueros: “En los
negocios comunes, civiles y criminales no habrá más que un solo fuero para
toda clase de personas”, salvo los eclesiásticos (art. 249) y militares (art. 250).
Los magistrados y jueces no podían ser depuestos (art. 252). El Tribunal
Supremo podía “oír las dudas de los demás tribunales sobre la inteligencia de
alguna ley, y consultar sobre ellas al Rey con los fundamentos que hubiere,
para que promueva la conveniente declaración en las Cortes” (art. 261).
La Contaduría mayor de cuentas realizaría el control de los caudales
públicos, como parte de la transparencia y publicidad de la gestión financiera
de todas las Administraciones públicas.
El principio constitucional exigía que se sistematizasen los grandes bloques normativos reguladores de la sociedad en el orden civil, penal, mercantil y procesal por medio de códigos uniformes para todo el territorio, como
instrumentos revolucionarios de transformación social100. Así lo dispuso el
artículo 285 de la Constitución: “El Código civil, el criminal y el de comercio
serán unos mismos para toda la Monarquía, sin perjuicio de las variaciones
que por particulares circunstancias podrán hacer las Cortes”.
Las Cortes aprobaron las medidas de adecuación de la organización
administrativa conforme al nuevo orden constitucional. Se creó el Consejo
de Estado, que sustituyó a los Consejos del Antiguo Régimen. A los anteriores ministerios de Estado, Guerra, Marina, Justicia y Hacienda se añadieron
los de Gobernación para la Península e islas adyacentes y Gobernación para
Ultramar, cuya organización podían variar las Cortes. Los Secretarios de
Despacho refrendaban las órdenes reales y formaban el presupuesto departamental. El modelo sufrió los avatares de la propia Constitución, aunque antes
del fin de la ominosa década se creó en 1830 el Ministerio de Fomento, de
mano de las propuestas de Javier de Burgos en 1828, de Sáinz de Andino en
1829 y de López Ballesteros en 1830101.
Se invalidaron las estructuras de la administración napoleónica y también desparecieron las del antiguo poder territorial los reinos, regiones históricas, fueros y jurisdicciones para configurar un modelo racional, uniforme
y centralizado102, en el que coincidieran las actividades gubernativas, admi100.Tomás y Valiente, F., Manual..., cit., pp. 465-476; Clavero, B., “Historia jurídica y código
político: los derechos forales y la Constitución”, en Anuario de Historia del Derecho Español, 50, 1980, pp. 131-154; El código y el fuero. De la cuestión regional en la España contemporánea, Madrid, 1982, pp. 19-40.
101. Escudero, J. A., Historia..., cit., p. 910.
102.Fue uno de los principios de la organización territorial revolucionaria, conforme al decreto
de 4 de agosto de 1789, que abolió “todos los privilegios particulares de provincias, principados, cantones, ciudades y comunidades de habitantes, sean pecuniarios o de cualquier
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nistrativas y judiciales, integrado por municipios y provincias, dotadas de un
jefe político, una Diputación provincial, una Audiencia y una Delegación de
Hacienda. El artículo 10 describió el “territorio de las Españas” y dentro del
peninsular citó a Navarra103; en el 11 se remitió a una “división más conveniente del territorio español por una ley constitucional, luego que las circunstancias políticas de la Nación lo permitan”, que se formuló por el Real Decreto
de 30 de noviembre de 1833104.
Se configuró una vida local uniforme y mediatizada, dirigida y controlada
por el poder gubernamental, de modo que los Ayuntamientos eran, según el
conde de Toreno, “agentes del poder ejecutivo para el gobierno económico
de los pueblos; [...] escogidos por sus propios vecinos, en la persuasión de que
desempeñarán mejor su cargo y corresponderán a la confianza que los ha
distinguido”105.
La Constitución de Cádiz expuso en el discurso preliminar que se proponía generalizar “los Ayuntamientos en toda la extensión de la Monarquía
bajo reglas fijas y uniformes, en que sirva de base principal la libre elección
de los pueblos, se dará a esta institución toda la perfección que pueda darse”.
Su artículo 310 dispuso que “se pondrá ayuntamiento en los pueblos que no lo
tengan, y en que convenga que haya, no pudiendo dejar de haberlo en los que
por sí o con su comarca lleguen a mil almas y también se les señalará término
correspondiente”106. Por un Real Decreto de 10 de julio de 1812 se exigió para
la formación de los Ayuntamientos un mínimo de cien residentes y disponer
de capacidad económica suficiente.
otra naturaleza”.
103.Por Decreto CLXIV de 23 de mayo de 1812 se realizó una configuración provisional de las
provincias.
104.Por Decreto XLIII de 18 de marzo de 1811 las Cortes dictaron el Reglamento provisional
para el gobierno de las Juntas de Provincia”, que prefiguraron las diputaciones provinciales. El Decreto CCLIX de 23 de junio de 1813 aprobó la Instrucción para el gobierno
económico-político de las Provincias. Fueron redefinidas por el Real Decreto de 21 de
septiembre de 1835. La única salvedad diferenciadora respecto al régimen provincial
común se produjo con la Ley de 25 de octubre de 1839 sobre los fueros de las provincias
vascongadas y Navarra, adecuados al nuevo régimen en cuanto a esta última por la Ley de
16 de agosto de 1841.
105.Esta concepción centralista se mantuvo en la Instrucción para el gobierno de las provincias
de 1823 y en el decreto de 23 de julio de 1835, que realizó el “arreglo provisional de los
ayuntamientos del reino”, con el sufragio censitario y el control por parte del gobernador
civil representante del poder central. Escudero, J. A., Historia..., cit., p. 926.
106.El Decreto CLXIII de 23 de mayo de 1812 dictó las normas para formar los Ayuntamientos
conforme a los artículos 309-323 de la Constitución.
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V. Navarra y el régimen constitucional
La Regencia convocó el 18 de junio de 1810 las Cortes generales y extraordinarias de Cádiz. Por decreto del Consejo de Regencia de 18 de agosto se
ordenó designar los diputados suplentes de las “provincias desgraciadamente
ocupadas, porque una es la Nación, unos los sentimientos y unos los intereses”. En ellas no se pudo aplicar la Ley electoral e instrucciones para las
elecciones de diputados de Cortes de 1 de enero de 1810 para la elección de
los cuatro diputados que correspondían a Navarra por su población, realizándose una propuesta por el obispo de Pamplona y otra por los comisionados
ante la Junta Central, señores Valanza y Amatria, que fue sustituido por
Mencos. Se aplicó el edicto del Consejo de Regencia de 18 de agosto que se
había estableció la figura del “diputado suplente” entre los “emigrados naturales o vecinos de las provincias ocupadas que residen en Cádiz y la Isla de
León”, cuyo censo se elaboró por edicto de 18 de septiembre107.
La Diputación del Reino demostró siempre su preocupación por los efectos de los nuevos tiempos en su régimen de gobierno. Al designar el 22 de septiembre a los comisionados ante la Junta Central Suprema Gubernativa del
Reino a celebrar en Aranjuez planteó la conservación de “nuestros derechos,
fueros, leyes y costumbres”. El 7 de noviembre llamaba a defender la “Constitución de Navarra y la respetable autoridad de su Fuero primitivo”, identificando ambos conceptos. Respecto a la “nueva constitución que se preparaba
para España”, insistió en que “se respetase la de Navarra”.
Las Cortes se reunieron a partir del 24 de septiembre de 1810. En las sesiones participaron por Navarra el capitán de fragata Francisco de Paula Escudero Ramírez de Arellano y el asesor síndico del Reino Alejandro Dolarea
Pascual de Nieva 108 . Este elaboró una memoria sobre la “Constitución de
Navarra” dirigida a la Junta de ordenación y redacción109.
107. ARGN, Sección Cortes, legajo 11, carpeta 22 (Caja 30544). ARGN, Sección Reino, Cortes,
legajo 1, c. 20, consta como la Diputación contestó a la petición de la Junta de Legislación
para la confección de una lista de posibles diputados aduciendo que estaba desconectada
del reino y no lo podía realizar.
108.Sobre el papel de los diputados vascos y navarros: Monreal Zia, G., “Los diputados vascos y navarros (el Reino de Navarra y las provincias vascongadas en las Cortes y en la
Constitución de Cádiz)”, en Escudero, J. A. (dir.), Cortes y Constitución..., cit., pp. 347-418.
Mikelarena Peña, F., “Sobre un documento..., cit., pp. 288-292, estudia los rastros de la
tesis de Dolarea en el Discurso Preliminar de la Constitución de Cádiz.
109.Como se ha expuesto, se conoce un extracto redactado por Francisco REDONDO con el
título de “Extracto de la Memoria número 28 de Don Alejandro DOLAREA, acerca de la
Constitución de Navarra, Junta de Ordenación y Redacción de la Comisión de la Suprema
Junta Central y Gubernativa del Reino, 1809”.
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Navarra en el debate constitucional...
Los decretos de las Cortes y la Constitución de Cádiz, a pesar de sus protestas retóricas historicistas, supusieron la derogación del orden institucional
del Antiguo Régimen y, dentro del mismo, del Reino de Navarra, de sus fueros
e instituciones. No se reconocía otro poder y soberanía que la de la nación
como pueblo español, del que formaba parte su población, integrado en la
Nación una e indivisible, que se expresaba en sus Cortes Generales. Los fueros, instituciones y orden jurídico plural del absolutismo desaparecían en la
nueva organización del poder político y del orden jurídico, por ser incompatibles con los principios, régimen, instituciones y organización común uniforme y centralizada.
En el artículo 10 de la Constitución figuró Navarra, no el Reino de Navarra,
en la relación de entidades territoriales que formaban la Monarquía. En el artículo siguiente se planteó la necesidad de una nueva división “más conveniente
del territorio español por una ley constitucional, luego que las circunstancias
políticas de la Nación lo permitan”, que sería la base de la posterior división
provincial. La referencia más importante, pero puramente retórica, a la “constitución de Navarra” estuvo en el “Discurso preliminar” de Argüelles:
La constitución de Navarra, como viva y en ejercicio, no puede menos de llamar
grandemente la atención del Congreso. Ella ofrece un testimonio irrefragable
contra los que se obstinan en creer extraño lo que se observa hoy en una de las
felices y envidiables provincias del reino, provincia en donde cuando el resto de
la nación no ofrecía más que un teatro uniforme en que se cumplía sin contradicción la voluntad del Gobierno, hallaba éste un antemural inexpugnable en
que iban a estrellarse sus órdenes y providencias siempre que eran contra la ley
o procomunal del reino.
Comentó el funcionamiento de las instituciones históricas de la “provincia” y los trámites para la aprobación de las leyes y aplicación de las disposiciones reales. Enumeró las funciones de las Cortes, del Consejo de Navarra y
de la Diputación, cuyo
principal objeto es velar que se guarde la Constitución y se observen las leyes;
oponerse al cumplimiento de todas las cédulas y órdenes reales que ofenden a
aquéllas; pedir contra fuero en todas las providencias del Gobierno que sean
contrarias a los derechos y libertades de Navarra, y entender en todo lo perteneciente a lo económico y político de lo interior del reino.
Respecto al poder judicial comentó que
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La autoridad judicial es también en Navarra muy independiente del poder del
Gobierno. En el Consejo de Navarra se finalizan todas las causas, así civiles
como criminales, entre cualesquiera personas, por privilegiadas que sean, sin
que vayan a los tribunales supremos de la corte los pleitos ni en apelación, ni
aun por el recurso de injusticia notoria.
Invocó a Navarra, las Vascongadas y el Principado de Asturias como
reductos históricos de la libertad civil:
Sentadas ya las bases de la libertad política y civil de los españoles, sólo falta
aplicar los principios reconocidos en las dos primeras partes de la Constitución,
arreglando el gobierno interior de las provincias y de los pueblos conforme a la
índole de nuestros antiguos fueros municipales. En ellos se ha mantenido de
algún modo el espíritu de nuestra libertad civil, a pesar de las alteraciones que
han experimentado las Leyes Fundamentales de la monarquía con la introducción de dinastías extranjeras. No es fácil resolver si el haberse conservado en
los pueblos los Ayuntamientos bajo formas más o menos populares y en algunas provincias la reunión periódica de juntas, como sucede en las Vascongadas, Reino de Navarra y Principado de Asturias, etc., procede que el Gobierno
que prescribió la celebración de Cortes hubiese respetado el resentimiento de la
nación, o bien creído conveniente alucinar, dejando subsistir un simulacro de
libertad que se oponía poco a la usurpación que había hecho de sus derechos
políticos110 .
Por lo que se refiere a las instituciones de Navarra afirmó que su constitución, “como viva y en ejercicio, no puede menos de llamar la atención del
Congreso”, extendiéndose en su descripción.
A pesar de ello, Navarra fue considerada en el texto constitucional gaditano como una “de las más felices y envidiables provincias del Reyno”, sin
ninguna consideración de la situación de Reino diferenciado con instituciones propias, como había ocurrido en Bayona. Por el contrario, además del
nuevo orden institucional incompatible con el de Navarra y sus instituciones, existían referencias a la unidad nacional (códigos, tribunales, hacienda,
milicia, régimen electoral, etc.), al modelo de organización administrativa
centralista, a la división provincial, al régimen local, al sistema fiscal y a las
aduanas interiores, que era totalmente contradictorias con la “constitución
histórica” navarra.
110. Argüelles, A., Discurso..., cit., pp. 74 y ss.
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Tras la derrota del ejército francés en la batalla de Vitoria el 21 de julio de
1813 la Regencia se planteó establecer su autoridad en todo el territorio y la
vigencia de la Constitución, exigiendo su juramento. Nombró jefe político de
Navarra a Miguel de Escudero para que hiciera “publicar y jurar la Constitución”, estableciera Ayuntamientos constitucionales y creara una Junta de
Subsistencias formada por nueve personas adscritas a las Merindades111. El
mismo y otros miembros de la Diputación solicitaron de las Cortes mandaran
reunir las Cortes del Reino, petición sobre la que ni se procedió a deliberar
por entender que no existían otra Cortes distintas112 . Conforme se liberaba el
territorio se fueron celebrando elecciones hasta designar en Puente la Reina el
25 de septiembre de 1813 los tres diputados y el suplente a las Cortes de 1814,
que fueron el obispo de Pamplona Arias Teixeiro113, y los señores Dolarea y
Areizaga. La Diputación designada el día 26 tomó posesión el 1 de octubre.
La jura de la Constitución se inició en Estella, capital provisional de Navarra, el 29 de julio de 1812114. Tras la liberación de Pamplona el 31 de octubre
de 1813, el juramento tuvo lugar el 13 de noviembre115. El afán de la Regencia
por establecer el nuevo orden político le llevó el 15 de noviembre a demandar
del jefe político que
aproveche los primeros momentos del entusiasmo nacional para dar principio
a plantear el nuevo sistema constitucional, del cual debe esa Provincia, como
111. ARGN, Sección Guerra, legajo 17, carpetas 17 y 27.
112.Mikelarena Peña. F., “Acerca de la compatibilidad entre la Constitución de 1812 y los
Fueros: el caso de Navarra”, en Sancho el Sabio, 33, 2010, pp. 35-55. Afirma en su conclusión: “La prohibición de reunión de las Cortes navarra por parte de las Cortes españolas
hizo que el silencio de la Constitución de Cádiz en relación con el sistema constitucional
foral navarro trocara en una abolición expresa del mismo, no abriéndose siquiera la posibilidad a una convocatoria de aquéllas circunscrita a la aceptación del nuevo ordenamiento constitucional estatal y a la renuncia voluntaria al propio” (p. 53).
113.Fue uno de los obispos realistas firmantes de la Instrucción pastoral de los ilustrísimos
señores obispos... en Mallorca en diciembre de 1812, rechazando la Constitución y la soberanía nacional. En las Cortes se manifestó contra las propuestas liberales
114. En la misma ciudad y en su condición de capital por la ocupación francesa de Pamplona se
eligieron el 23 de septiembre de 1813 tres diputados a Cortes, uno de ellos Dolarea, y un
suplente; al día siguiente los siete diputados y tres suplentes para la Diputación provincial
conforme al régimen de la Constitución. En su correspondencia con la Diputación provincial señalaron las dificultades para recibir ayudas para Navarra o sobre el traslado de las
aduanas, poniendo su esperanza en la llegada del Rey “que podría facilitar mucho y sin
aquellos inconvenientes la consecución de estos deseos”. ARGN, Sección Reino-Cortes,
legajo 11, carpetas 21 y 22 (Caja 30544), se recogen la Instrucción de 23 de mayo de 1812
para la elección y las actas electorales.
115.Laborie Erroz, M. C., “Navarra ante el constitucionalismo gaditano”, en Príncipe de
Viana, 112-113 y 114-115, 1969, pp. 53-107 y 273-326.
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todas las demás, prometerse su prosperidad. [...] no demorará ni un instante la
publicación y jura de la Constitución, la formación del Ayuntamiento.
En este documento dejó claro la Regencia que había desaparecido el Reino
y sus instituciones, que era una provincia sujeta, como todas, al régimen
constitucional. El juramento de la Constitución se hizo conforme al procedimiento general, por medio de los Ayuntamientos, sin que lo realizara ninguna
institución general representativa, ya que las Cortes del Reino ni existían ni
siquiera se había tomado en consideración la posibilidad de convocarlas116.
Por su parte la nueva “Diputación provincial”117, que se constituyó en
Estella el 1 de octubre de 1813118, gobernó Navarra hasta el 16 de mayo de 1814,
tras haberse decretado por Fernando VII el 4 mayo la abolición de la Constitución y la restauración del Antiguo Régimen. En el acta de la última sesión
explicó su conducta durante el periodo constitucional, buscando el mejor
servicio del rey y del pueblo, observando que, en relación con la Constitución,
“ni dio cuenta de su instalación, ni se ha oído en las Cortes, ni en el Gobierno
la voz de Navarra, ni de sus Cabildos Eclesiásticos, ni seculares en las repetidas felicitaciones”. Demandaban “al Reyno y a la verdadera Diputación que
se repondrá en el ejercicio de sus funciones. Defendieron la necesidad de restaurar la constitución del Reino, que veían desaparecida en el nuevo régimen
constitucional, como lo acredita su solicitud a los diputados en las Cortes:
Una de nuestras primeras y más graves atenciones inseparables de lo que debemos
a la Patria, fue desde el principio y será constantemente siempre la de examinar
si hay medio eficaz con que se les reintegre en su antigua nobilísima Constitución
de que llora verse despojada sin ser oída y sin los precisos conocimientos. Pero
creemos que no es materia en que conviene mover hasta el momento oportuno,
esperando que el tiempo y la variación de las cosas nos la ofrezcan119.
116.ARGN, Sección Reino-Cortes, legajo 22, carpetas 23-28 (Caja 30600), se recoge los actos
de lectura en público de la Constitución, misa de acción de gracias y proclamación en las
cuatro parroquias de Pamplona y en otras localidades.
117. Era totalmente consciente de que su fundamento no eran las Cortes del Reino, sino la
Constitución de 1812; que no era la Diputación del Reino, sino una de las diputaciones
provinciales reguladas por aquella. Así lo acredita su autodesignación en numerosos textos como “diputación provincial”. En cuanto tal asistía a sus sesiones la máxima autoridad
gubernativa en el ámbito de la Hacienda que era el Intendente.
118.Se trasladó a Pamplona tras su liberación el 4 de noviembre, instalándose en el edificio
que había ocupado la disuelta Cámara de Comptos del Reino, celebrando su primera
sesión el día 12 de noviembre de 1813.
119.ARGN, Sección Guerra Independencia, legajo 7, carpeta 2, 1814. En la sesión de las Cortes
de 17 de febrero de 1814 el diputado DOLAREA planteó el estado económico de Navarra,
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Como esperaba la Diputación constitucional, la situación cambió con el
regreso a España de Fernando VII, decretando el 4 de mayo de 1814 la abolición de la Constitución y la nulidad de todas las disposiciones emanadas de
las Cortes y cualquier otra disposición “que sean depresión de los derechos y
prerrogativas de mi soberanía”. Declaró “nulos y sin ningún valor ni efecto
ahora ni en tiempo alguno, como si no hubieran pasado jamás tales actos, y
se quitasen de en medio del tiempo, y sin obligación, en mis pueblos y súbditos, de cualquier clase y condición, a cumplirlos y guardarlos”. Prohibió su
defensa, que “atentaría contra las prerrogativas de mi soberanía y la felicidad
de la nación, y causaría tentación y desasosiego de mis reinos, declaro reo de
lesa majestad a quien tal osare o intentare, y que como tal se le imponga pena
de vida”.
Seis días después disolvió las Cortes y un día más tarde fueron asaltadas por las turbas absolutistas. Por Real decreto de 27 de mayo restableció el
Consejo Real y se suprimieron todas las instituciones creadas al amparo de
la Constitución. El Real decreto de 30 de mayo de 1814 dispuso una amnistía
para los españoles colaboracionistas con los franceses. Restauró la Inquisición, que fue nuevamente suprimida por los liberales en 1820.
Restablecido el absolutismo, gobernó con soberanía real con el apoyo de
la nobleza, el clero, parte del ejército y los grupos antirrevolucionarios que
habían redactado el “Manifiesto de los Persas” de 12 de abril de 1814. En este
documento, de tendencia “reformista y foral” respecto a lo que representaban
los realistas puros o serviles120, se defendió el Antiguo Régimen, en forma de
monarquía limitada o moderada por las Leyes fundamentales de la “constitución histórica”121, sin discutir ni la soberanía del Rey ni la monarquía absoluta
por medio de las Cortes estamentales, porque
la monarquía absoluta [...] es una obra de la razón y de la inteligencia: está
subordinada a la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del
Estado; fue establecida por derecho de conquista o por la sumisión voluntaria
apoyado por el Obispo de Pamplona, pero sin que se aceptara el debate.
120.Se calificó de “serviles” a los diputados que votaron contra la libertad de imprenta. Vicens
Vives, J., Aproximación..., cit., p. 155. Elorza, A., “Los serviles”, en Antón, J. y Caminal,
M. (Coords.), Pensamiento..., cit., pp. 19-36.
121.Se consideraban tales las normas consuetudinarias de la “constitución monárquica o fundamental del reino”, a veces escritas en textos legales, o reconocidas en su vigencia, que se
imponían y aceptaba el monarca en el juramento real, con el compromiso de garantizar
los derechos del Reino, a los que se vinculaba. En la monarquía francesa se entendían
como tales la ley de sucesión al trono, la indisponibilidad de la corona, la inalienabilidad
del dominio real y la catolicidad.
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de los primeros hombres que eligieron sus reyes [...]. Por esto ha sido necesario
que el poder soberano fuera absoluto, para prescribir a los súbditos todo lo que
mira al interés común, y obligar a la obediencia a los que se niegan a ello.
Pidieron al monarca unas Cortes “que remedien los efectos cometidos
por el despotismo ministerial [...] al arreglo igual de las contribuciones de los
vasallos, a la justa libertad y seguridad de las personas”122 . Las ideas ligeramente reformistas quedaron sólo en una declaración de principios no asumidos por el rey.
La abolición del régimen constitucional supuso la restauración del orden
institucional del Antiguo Régimen que, en el caso de Navarra, implicaba la de
sus instituciones anteriores a la constitución de Cádiz.
La “Diputación provincial” de Navarra fue sustituida el 28 de mayo por
la “Diputación del Reyno”123, celebrándose el fin de la Constitución de Cádiz.
Dirigió un memorial al Rey solicitando la restauración de los fueros y libertades del Reino y manifestando como sólo con “violencia, extorsiones y artificio” se podía presentar
la aceptación de una Constitución nueva que siempre detestó el Reino y aun de
hecho no llegó a efectuarse por sus legítimos representantes, que son los Tres Estados, congregados que debían ser al efecto en Cortes generales, en quienes con su
Soberano (que es y será siempre V. M.) residen únicamente las facultades para
variar, añadir o aclarar el precioso tesoro de sus instituciones fundamentales.
Insistió la Diputación en el distinto camino seguido por Navarra y como
había solicitado la convocatoria de sus Cortes
por medio de un diputado suplente [Dolarea], en los primeros momentos en los
que la mayor parte del Reino se vio libre de la opresión enemiga [...] y teniendo
la gloria de ser, acaso, que por estos mismos principios no se quiso fijar la lápida
de la Constitución en la plaza de su capital, para evitar a la posteridad que se
le hiciese ese cargo; y la de asegurar a V. M. que aun la insignificante tolerancia
pasiva en la publicación de ella, fue obra premeditada por el bien de V. M. y de
la Nación entera, con el fin de evitar las funestas resultas de una guerra civil, que
122.Diz-Lois, M. C., El Manifiesto de 1814, Pamplona, Universidad de Navarra, 1967, afirma que
se basó en un documento anterior de Campmany con influencias de Martínez Marina y
Pérez Villamil. Sánchez Agesta, L., Historia…, cit., pp. 29-30 y 80.
123.ARGN, Sección Diputación del Reino, legajo 3, carpeta 9.
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era inevitable con las Cortes y Provincias que la habían jurado [...] capaces de
haber entorpecido el curso de las victorias y triunfos de los ejércitos aliados124 .
Designó a los hermanos Elío y al señor Valanza para que presentaran al
rey el restablecimiento de los fueros en el estado anterior a la promulgación
de la Constitución, recordando al monarca que los había jurado en 1794 como
heredero125.
El monarca restableció el virrey y capitán general, la Diputación del Reino
y los Tribunales como estaban en 1808, según lo comunicó el Presidente del
Consejo el 17 de julio de 1814126.
La petición de restauración de los Fueros fue aceptada por Real Cedula de
28 de julio de 1814 y Real Decreto de 14 de agosto de 1814127, haciéndolo posteriormente de los Ayuntamientos, del Corregimiento y del Alcalde Mayor128.
Fernando VII convocó las Cortes de Navarra jurando los fueros el 8 de
julio de 1817. Las Cortes del Reino celebraron sesión en Pamplona en 18171818, dándose cuenta por la Diputación del cumplimiento de las encomiendas
realizadas en la sesión celebrada en Olite entre el 20 de mayo y el 13 de junio
de 1801 para decidir sobre las contribuciones por el Ministerio de Hacienda,
dando instrucción a la Diputación para que reparase y reintegrase lo que
fuera perjudicial para los fueros129.
Esta situación volvió a cambiar durante el trienio liberal (del 7 de marzo
de 1820 al 1 de octubre de 1823) con la vigencia de la Constitución de 1812130,
124.ARGN, Reino, Papeles de Yanguas [y Miranda], Legislación, Legajo 22, carpeta 33 (Caja
30600).
125.ARGN, Sección Diputación del Reino, legajo 3, carpeta 10. Se suprimió el calificativo de
“provincial”. ARGN, Sección Negocios de la Diputación, carpeta 3, legajo 10.
126.ARGN, Sección Diputación del Reino, legajo 3, carpeta 14.
127.ARGN, Sección Reino-Cortes, legajo 22, carpeta 33 (Caja 30600). En las carpetas 35 y 36 se
recogen las disposiciones reales sobre los fueros de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya.
128.ARGN, Sección de la Diputación del Reino, legajo 3, carpetas 26. Se recoge el contrafuero
por el arresto de la Diputación del Reino por orden del Consejo de Navarra por incumplimiento de sentencias de la Corte Mayor y del Consejo sobre pago de deudas al suministrador de tropas. Se propuso una ley, que no aceptaron las Cortes, sobre la inviolabilidad
de la Diputación (legajo 27).
129.ARGN, Sección Reino-Cortes, legajo 11, carpetas 1-4; carpetas 27-33 (Caja 30544). En la 36
consta la exposición de la Diputación a las Cortes dando cuenta del cumplimiento de sus
instrucciones y estado de los negocios, destacando en su punto 62 la no proclamación del
rey intruso y del abandono de Pamplona, ante las presiones del general D’Agout.
130.ARGN, Sección Reino-Cortes, legajo 24, carpetas 9-21 (Caja 30603), contienen las reales
ordenes de 16 y 26 de marzo de 1820 disponiendo su publicación y juramento, la circular
de la Junta Interina de Gobierno de Navarra, las actas de su proclamación, su juramento
por el obispo y cabildo catedral, pueblos y corporaciones eclesiásticas. En las carpetas
22, 23, 29, 33 y 38 se recoge el restablecimiento de las disposiciones y decretos anteriores,
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recuperándose durante la ominosa década (1823-1833)131, volviendo a regir
la Constitución del 13 de agosto de 1836 al 18 de junio de 1837132 . Durante el
periodo absolutista se reunieron las Cortes de Navarra en su última sesión de
1828-1829133 y la Diputación formuló algunas reclamaciones sobre la defensa
de los fueros134.
Esta restauración fue tan limitada como el propio absolutismo, desmantelándose las instituciones del Reino como el Consejo Real, el Tribunal de
la Corte y la Cámara de Comptos en 1836, convirtiéndose la Diputación del
Reino en una mera Diputación provincial.
Los principios liberales se fueron consolidando en la sociedad, de modo
que
la homogeneización político administrativa del territorio español encontró
en Navarra sectores sociales influyentes dispuestos a aceptar la renuncia a la
autonomía foral con tal de arrumbar un sistema obsoleto del Antiguo Régimen
opuesto a sus intereses. [...] Los sectores que asumieron los nuevos intereses burgueses [...] no quisieron sólo una reforma de las Cortes del Reino pirenaico para
adaptarlo al gobierno representativo, sino que prefirieron renunciar del todo a
la “llámese” Constitución del Reino de Navarra135 .
Durante la primera guerra carlista los defensores del absolutismo frente
al liberalismo invocaron las viejas instituciones y la conservación de sus
la abolición de señoríos, la supresión de mayorazgos, fideicomisos, patronatos y cualesquiera otra vinculación de bienes raíces, muebles, semovientes, censos, etc. ARGN, Sección Diputación del Reino, legajo 3, carpeta 39: actas de la Junta Superior Gubernativa de
Navarra que fue creada el 16 de marzo de 1820.
131. Pôr Real Decreto de 16 de febrero de 1824 se confirmó el fuero de Navarra para reunir sus
Cortes, y en la misma fecha respecto a las Juntas Generales de las provincias vascongadas.
132.ARGN, Sección Reino-Cortes, legajo 25, carpetas 37 y 38 (Caja 30604), recoge las circulares
de la Junta Provisional del Gobierno de España anulando el régimen constitucional y sus
actuaciones, restableciendo Ayuntamientos y justicias, recogida de armas de la Milicia
Nacional y celebraciones.
133.ARGN, Sección Negocios de la Diputación, legajo 5, carpeta 18 (Caja 30610): Informes de
los síndicos y de la comisión de buen gobierno a las Cortes sobre la conducta de la Diputación cuando se publicó la Constitución de Cádiz en Pamplona en 1820 y de lo obrado por
ella hasta 1823.
134.ARGN, Sección Reino-Cortes, legajo 25, carpeta 39 (Caja 30604): representación de las
diputaciones de Navarra y Álava reclamando como contrafuero el nombramiento de la
Comisión para restablecer el régimen anterior al juramento de la Constitución; carpetas
37 y 38. Legajo 26, carpeta 14 (Caja 30605): representación y carta al rey sobre el examen
de los fueros.
135.Busaall, J.-B., Las instituciones del Reino de Navarra en el debate histórico jurídico de la
revolución liberal, Pamplona: Universidad Pública de Navarra, 2005, p. 134. Mina Apat, M.
C., Fueros y revolución liberal. Crisis del Antiguo Régimen en Navarra (1808-1841), Madrid:
Alianza, 1983, pp. 55-57.
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peculiaridades. Los liberales también utilizaron los fueros como bandera
para poner fin a la contienda, que se plasmó en el compromiso de Espartero de defender la conservación de los fueros. El fin del Reino en el proceso
de construcción del régimen liberal se produjo con las leyes de 1839 y 1841,
que supusieron su adaptación a la “unidad constitucional de la Monarquía”,
quedando reducidos a un autogobierno económico-administrativo a ejercer
por la Diputación provincial, dentro del marco del régimen constitucional
general que consagraba dicha unidad136.
En opinión de Arturo Campión la segunda etapa del proceso de despersonalización de Navarra se produjo con las Cortes de Cádiz en las que Navarra
“estuvo representada por diputados en cuyo nombramiento no intervino el
país137, por virtud de las escandalosas prerrogativas que acerca de esta materia se atribuyera la Regencia”. Los diputados navarros
adoptaron la misma actitud que guardaron sus predecesores en las pseudo Cortes de Bayona: defender el statu quo constitucional de Nabarra.[...] Las Cortes de Cádiz inauguraron la inacabable serie de las mentiras parlamentarias,
ensalzando en el preámbulo de su Constitución de papel, los fueros y leyes de
Navarra, y aboliéndolos en el cuerpo de ella138 .
Para el autor, el liberalismo fue el primer enemigo de los fueros, de modo
que el
nacimiento del uno y muerte de los otros son sucesos casi coetáneos. Aquellos
diputados de las Cortes de Cádiz, amamantados a los pechos impuros de la
Revolución francesa, ahítos los hueros cerebros de las teorías del Pacto social
resolvieron redactar una Constitución139.
Los fueros de Navarra suponían “una terrible protesta y reclamación contra las usurpaciones del Gobierno, y una reconvención irresistible al resto de
136.Galán Lorda, M., “Navarra: su integración como provincia foral en la España del siglo
XIX”, en Escudero, J. A., Génesis territorial de España, Zaragoza: El Justicia de Aragón,
2007, pp. 767-804.
137. Se refiere Campión al decreto del Consejo de Regencia de 1810 para designar los diputados
suplentes de las “provincias desgraciadamente ocupadas, porque una es la Nación, unos
los sentimientos y unos los intereses”.
138.Campión, A., Discursos políticos y literarios, Pamplona, 1907, p. 28. Sobre el papel de los
diputados vascos y navarros: Monreal Zia, G., “Los diputados vascos y navarros (el Reino
de Navarra y las provincias vascongadas en las Cortes y en la Constitución de Cádiz)”, en
Escudero, J. A. (dir.), Cortes y Constitución..., cit., pp. 347-418.
139.Campión, A., Discursos..., cit., p. 54.
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España por su deshonroso sufrimiento, excitaban de continuo los temores
de la Corte”. La misma Constitución, que invocaba los fueros en su discurso
preliminar, los “abolía y extirpaba de cuajó en el texto, fabricando con los
sillares derruidos nuevos templos al ídolo horrendo de la llamada unidad
constitucional”140.
VI. La “Constitución de Navarra” de 1817
Para afianzar el conocimiento y la defensa de las instituciones, se elaboró el documento titulado “Idea sucinta de la Constitución de Navarra”141,
en relación directa con la “Exposición hecha por la Diputación del Reino a las
Cortes del año 1817, dando cuenta de la Instrucción que la habían dejado las
anteriores, y de su cumplimiento, y estado de los negocios”142 . Se trataba de
la encomienda realizada por las Cortes de 1808 sobre la “conservación de los
fueros, leyes, usos y costumbres, y observancia de los acuerdos de Cortes”143.
Partió del documento de 1808 que amplió en algunos aspectos con referencias legales e históricas, predominando estas últimas, como para reforzar su
línea argumental. La calificación de “idea”, a la que el rótulo del archivo considera “sucinta”, supone que toca menos aspectos que el documento de 1808,
centrándose en el pacto y en lo que denomina los “fueros fundamentales”,
que centra en la iniciativa legislativa de las Cortes y su exclusiva competencia
para establecer los impuestos y contribuciones.
La Constitución de Navarra la expuso basada en los siguientes aspectos:
A) El pacto del rey y el Reino, que no podía alterarse por aquél, debiendo
reparar los agravios si lo hacía.
El documento se inició exponiendo el juramento real de los pactos y reglamentos: "los navarros en la pérdida de España antes de elegir Rey hicieron
varios pactos y reglamentos que juró el rey y han jurado todos los sucesores
hasta Carlos 4º inclusive”. Invocó la fórmula del juramento de los “últimos
140.Campión, A., Discursos..., cit., p. 57.
141. ARGN, Sección Reino-Cortes, legajo 23, carpeta 2 (Caja 30601). Anejo 2. En el legajo 9
existe un papel anónimo sobre las deficiencias de la legislación de Navarra; en los legajos
26, 27 y 32 escritos sobre la necesidad de mejoras legislativas y en el 33 sobre la necesidad
de formar los códigos civil y criminal.
142.ARGN, Sección de Cortes, legajo 11, carpeta 36 (Caja 30544). Alli Aranguren, J.-C., “Las
instituciones..., cit., pp. 375-377.
143.ARGN, Sección Reino, Legislación y Contrafueros, legajo 22, carpeta 20 (Caja 30600).
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reyes propietarios de Navarra”, Juan Labrit y Dª Catalina [Foix], que se recogió al principio de la última Recopilación.
Así se mantuvo tras la conquista en 1512: “La incorporación con Castilla
no alteró esto. El Rey Católico prestó el mismo juramento que todos en Cortes
Generales del Reyno” por medio del virrey, Marqués de Comares, y “después
personalmente aun antes de verificar la solemne incorporación”. A este juramento se añadió “la cláusula de ser todo inviolable no obstante la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla, para que este dicho Reyno quede de
por sí y le sean observados sus Fueros, etc.”
De modo que ni “el Consejo y Cámara de Castilla ni otro ministro alguno
puede ejercer jurisdicción, etc. en Navarra, Ley 30, lib. 1, tít. 4 y Ley 14 y 27,
lib. 1, tít. 8”.
Invocó las fórmulas de juramento reales y del virrey. Conforme a la primera:
Y quiero y me place que si en lo que he jurado y en parte de ello lo contrario se
hiciere, vosotros, los tres Estados y Pueblo de Navarra, no seáis tenidos de obedecer en aquello que contraviniere en alguna manera, antes todo ello sea nulo y
de ninguna eficacia y valor.
De estas fórmulas y precedentes dedujo que la “constitución navarra”
se fundamentaba en un “contrato formal”, no en un privilegio, sino en una
unión eqüe principal144, que obligaba a los reyes a reparar los agravios:
Sobre este principio de ser la Constitución navarra no un privilegio dado libremente por los reyes, sino un contrato formal, y que la incorporación no fue
subjetiva, sino eqüe principal, las Cortes y en su defecto la Diputación han
representado contra los desafueros y los reyes han reparado los agravios.
144.Musi, A., “La natura..., cit., p. 1053, invoca a Elliot, J. H., «Introduction», en Past and Present, 187, 1992, p. 14: “Nella composite Monarchie spagnola esistono dunque due tipologie
di unione o incorporazione: quella dei regni d’oltremare, giuridicamente incorporati nella
Corona di Castiglia, e quella dei regni e provincie che formavano parte della Monarchie
spagnola, como, ad esemplio, Navarra e Napoli, técnicamente ‘conquered territories’, ma
politicamente riconosciutti come dotati di proprie leggi e institución”. Campión, A., Discursos..., cit., p. 90, expuso como tras la conquista, “Nabarra quedó unida a Castilla por
el lazo común de la persona del Príncipe. Continuó siendo [...] Reino de por sí, distinto en
territorio, jurisdicción y leyes, y fue su unión eqüe principal. [...] permaneció tan dueña y
señora de su vida interior propia y tan exenta del Poder legislativo central, como Francia
o Inglaterra”.
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Invocó precedentes próximos de la Recopilación de leyes y de Carlos IV
en las Cortes de 1724, reconociendo:
Por no haberse alterado la primitiva libertad de los navarros desde que creando
suprimen rey, contrataron la observancia de sus fueros como expresan en el
capítulo 1, lib. 1 del Fuero General, lo que se ha cumplido exactamente añadiendo los monarcas su sumo poder con ese vínculo asegurado con la sagrada
obligación del funcionamiento de observar los Fueros, usos y costumbres… sin
quebrantamiento alguno, etc.
B) Los Fueros fundamentales del Reino:
Enumeró como los “fueros fundamentales” los siguientes:
a) La iniciativa legislativa de las Cortes.
En el sentido de que el rey no podía hacer ley ni otra normativa sino a
petición de las Cortes: “Lo es que el rey no puede hacer ley ni cosa que se lo
parezca sino a pedimento de los tres Estados”.
Invocó la Ley del cap. 1, lib. 1 del Fuero General y su actualización por la
Ley 7 y 8 del libro 1, tít. 25 de los años de 1604 y 1617. Recogió la afirmación
del P. Moret en los “Anales del Reino” de que “este fuero lo juró el primer rey
antes de su coronación” (l. 4, c. 2). Argumentó que “aunque el Fuero no parece
que pide el consentimiento sino solo el consejo o voto consultivo de los Estados [del Reino], la práctica constante decide lo contrario”. Así lo entendieron
Sancho El Bueno en el siglo XI, Teobaldo I en el siglo XIII y el Amejoramiento de Felipe III de 1330.
Así se había mantenido tras la incorporación a Castilla, como recogía la
Novísima Recopilación (Leyes 3, 4, 7, 9, 12 del lib. 1, tít. 3), ejercitándose en
las Cortes de 1580 contra la Pragmática de 1578, contra la Pragmática que
prohibió los duelos de 1716, en las Cortes de 1780 y 1794, con diversas Reales
Cédulas. Lo mismo se ha expuesto en varias representaciones al soberano.
Concluyó afirmando el derecho de Navarra:
porque por Fuero del dicho Reyno el rey de Navarra no ha de hacer hecho
granado ni leyes, porque el hacerlas es hecho granado, y cuando los reyes de
Navarra hacían leyes antes que la sucesión de este Reyno viniese en su Majestad
Cesárea (Carlos 5º) se hacen comparecer consejo, otorgamiento y pedimento de
los tres Estados de este Reyno, y no se hallan leyes algunas en Navarra después
de que no hayan hecho de esta manera, etc.
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b) Las contribuciones, exacciones e impuestos sólo los imponían los tres
estados en las Cortes:
Lo afirmó como “otra ley fundamental”: “es la libertad de toda contribución y exacción o impuesto, si no es consintiendo y haciéndola los tres Estados” del Reino en Cortes.
Invocó las Leyes 5, 6 y 7 del lib. 1, tít. 25 y los precedentes de varios monarcas, como Carlos III el Noble en 1424, el Príncipe de Viana en 1448, su hermanan Doña Leonor en 1465. Recogió como el padre de ambos lo había
reconocido en Cédula de 28 de mayo de 1461: “expresa que todo impuesto
pecuniario es gracioso y dependiente de la voluntad de los tres Estados juntos en Cortes. Lo mismo dicen don Juan [Albret] y doña Catalina [Foix] en
Cédula dada a favor de Olite en 3 de septiembre de 1490”.
Tras la unión a Castilla invocó el reconocimiento de que los “servicios
hechos en Cortes” eran de carácter “gracioso y voluntario y derecho privativo de
los Estados”, como había sancionado Carlos IV. Recordó como en 1713 Felipe
VI no estableció la imposición sino que la solicitó por Cédula de 20 de septiembre, a la que “la Diputación correspondió con generosidad y prontitud. Jamás se
ha negado a contribuir y a proposición de su población (que consiste en 50 mil
familias), ha contribuido tanto como cualquiera provincia de España”.
VII. Consideraciones sobre la “constitución
histórica” del reino de Navarra y la
constitución liberal
Aunque a lo largo del texto se ha hecho referencia a las diferencias entre
ambas “constituciones”, es preciso examinar como la segunda tenía un significado radicalmente distinto a la primera. De modo que su invocación como equivalente encerraba una postura contraria al nuevo régimen que recogía aquélla.
1. Los distintos significados del término “constitución”
En primer lugar es preciso conocer el significado que atribuye a la palabra
“constitución” el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, de
los que hemos de destacar los referidos a la cuestión que se examina. En ellos
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se refleja la evolución del concepto desde finales del siglo XVIII y, sobre todo,
con el establecimiento del régimen constitucional en el XIX:
3. Forma o sistema de gobierno que tiene cada Estado.
4. Cada una de las ordenanzas o estatutos con que se gobierna una corporación.
5. Estado actual y circunstancias de una determinada colectividad.
7. Derecho. Ley fundamental de un Estado que define el régimen básico de los
derechos y libertades de los ciudadanos y los poderes e instituciones de la organización política145 .
El tercer significado responde con pequeñas variaciones a la que se ha
venido atribuyendo históricamente desde 1789 hasta la mitad del siglo XIX:
“la forma o sistema de gobierno que tiene adoptado cada Estado”146.
El cuarto significado tiene un carácter formal y normativo referido a la
fuente escrita de su régimen de organización y funcionamiento147.
El quinto concepto tiene un sentido material sobre la realidad histórica
de una colectividad.
El séptimo significado se refiere a un documento con un contenido formal
y material, como el relativo al sistema de derechos y libertades y la organización de los poderes e instituciones de un Estado. Es el concepto propio de
constitucionalismo como sistema político, que se considera a partir de la consagración de la Constitución como norma superior del orden jurídico, político
e institucional estatal.
Los significados tercero y quinto los podemos referir al estado organizativo de una colectividad, en sentido amplio, que se reflejaba en el debate político al hablar de “constitución histórica”, en contraposición a la constitución
derivada de la Revolución francesa.
2. La constitución histórica
Se ha expuesto como en el debate gaditano se invocó la “monarquía
moderada” en la que “la soberanía está dividida entre el rey y la nación, y
145.Diccionario de la Lengua Española, Madrid: Real Academia española, I, 2001, p. 632.
146.Se puede comprobar en el Corpus diacrónico del español de la Real Academia Española
(http://www.rae.es). El autor francés Emer de Vatell definía en 1772 la constitución como
“el reglamento fundamental que determina la manera en que debe ejercerse la autoridad
pública. En ella se manifiesta la forma como la nación actúa como cuerpo político”.
147. En el Diccionario de Autoridades de 1726 se le daba este significado: “Ordenanzas, establecimientos, estatutos, reglas que se hacen y forman para el buen gobierno y dirección
de alguna República o Comunidad. Es del latino Constitutio que significa esto mismo”.
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ambos de conformidad hacen las leyes”, según Borull148. En el informe sobre
la “constitución de Navarra” de 17 de junio de 1808 se calificó el gobierno de
Navarra como “el de una Monarquía modificada”. En los estudios sobre la
“constitución histórica” y las instituciones de Navarra se invocó la “monarquía templada” del Reino de Navarra, como su “constitución propia”: “se
viene a entender que este Gobierno era una Monarquía templada, como lo
era con caracteres más marcados la de los Reinos que componían la Corona
de Aragón, y lo es todavía la del Reino de Navarra, que ha conservado su constitución propia”149. Todos los adjetivos utilizados se referían a un concepto
medieval de la monarquía150, organizada por un ordenamiento que estructuraba el orden estamental social, territorial e institucional basado en las jerarquías sociales intermedias, concretado en relaciones entre los poderes y los
sujetos agentes del territorio151.
Con estas denominaciones se matizaba un régimen en el que el monarca
personificaba el poder del Estado, con algunas concesiones a la sociedad en
una constitución o leyes fundamentales, que se consideraban consecuencia
de un acuerdo o pacto con ella y los grupos o estamentos de poder que la configuraban. De este modo el poder originario de origen divino se limitaba convirtiéndose en un poder constituido, reconociendo otros poderes con los que
148.DDAC, 8, p. 57.
149.Tomás y Valiente, F., “Génesis..., cit., p. 118.
150.Fioravanti, M., Constituzione, Bolonia: Il Mulino, 1999, p. 71; la fórmula mixta era la
resultante de la combinación de las formas de gobierno aristotélicas: monarquía, aristocracia y democracia. Se aplicó el dogma de la res publica mixta de origen greco-romano
(Platón, Aristóteles, Cicerón, Tácito, Polibio, Santo Tomás, Maquiavelo, Bodino)
a la moderata monarchia del aristotelismo recuperado por las doctrinas tomista y protestante, sujeta a la ley divina, a la ley natural y a las fundamentales. El discípulo de Aristóteles Dicearco De Messene consideró que la mejor fórmula era la combinación de
la monarquía, la aristocracia y la democracia, poniendo de ejemplo la constitución de
Esparta. D’Ors, A., Ensayos de teoría política, Pamplona: Eunsa, 1979, pp. 153 y ss., explicó
que Cicerón la entendió como el equilibrio entre poderes de la constitución de la República, poniendo en boca de Escipión que “la constitución más perfecta no es ninguna de
estas tres formas puras, sino la mixta que viene de los antepasados”. Para Althusius, J.,
Política, Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1990, p. 614, todo régimen termina
siendo “templado y mixto”, si se base en el equilibrio de los distintos poderes y respeta un
fundamento ético-político. Sobre la “constitución mixta” (constituzione mista), número
monográfico de Filosofia política, Bolonia: Il Mulino, 1/2005. Isern, D., De las formas...,
cit., pp. 91-92: “podrá definirse la monarquía mixta diciendo que es aquella en que uno
gobierna en unión de otro o de otros elementos, es decir, en unión de la aristocracia o
de la democracia, o de las dos a la vez. No es posible identificar el concepto de gobierno
mixto con el de monarquía mixta, ya que en el primero sólo se trata de que entren en él
diversos elementos, y en el segundo, se supone desde luego el predominio del elemento
monárquico sobre el otro o los otros elementos”.
151.Fioravanti, M., El Estado moderno en Europa. Constitución y derecho, Madrid: Trotta,
2004, pp. 18-30.
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compartía la toma de algunas decisiones, pero admitiendo que el monarca
era el titular de summa potestas y de los atributos de la soberanía, como recogió Hermida al exponer las facultades regias. Los estamentos de las Cortes
no aparecían como titulares, sino como colaboradores necesarios que introducían algunas limitaciones en el ejercicio de la soberanía real o la limitaban cuando no se acomodaba a la “constitución” pactada en el juramento.
Su legitimación no era popular, sino estamental, representando a los grupos
dominantes (nobleza, clero y ciudades), próximos política y socialmente al
monarca, para la defensa de sus privilegios, que el monarca juraba conservar
y mejorar. De este modo se explica su interés en el establecimiento y control
de los impuestos que tan directamente les afectaban, aspecto que exponen
como capital de la “constitución histórica” del Reino152 .
En la formulación de la “monarquía moderada” que elaboró Claude De
Seyssel153 el poder real estaba refrenado por la conciencia del monarca, por el
carácter cristiano de la monarquía, por los Parlamentos y por las leyes, ordenanzas y costumbres establecidas, que suponían un límite al poder real. La
autoridad real “no debía ser totalmente absoluta, ni tampoco demasiado limitada, sino regulada y frenada por buenas leyes, ordenanzas y costumbres”.
Los tres frenos para moderar el poder del monarca eran la religión, la justicia de los parlamentos que garantizaban las leyes fundamentales del reino y
la policía, entendida como las “ordenanzas dictadas por los mismos reyes, y
posteriormente confirmadas y aprobadas de tiempo en tiempo, para la conservación del reino en lo universal y en lo particular; además, la buena policía
equilibraba los tres estado del reino”154.
152.Este modelo no concluyó con la Revolución francesa, sino que tuvo continuidad en el
“principio monárquico” de la Carta Constitucional de la Federación alemana de 1814,
en la Constitución de Baviera de 1818 y en el artículo 57 del Acta Final del Congreso de
Viena de 1820. El Título II.I de aquella atribuyó al Rey la condición de “Jefe del Estado”
que “reúne en sí todo el poder del Estado y lo ejerce bajo las condiciones por él mismo
establecidas en la presente constitución. Su persona es sagrada e inviolable”. Conforme al
principio monárquico, tal y como fue formulado por STAHL, corresponde exclusivamente
al rey la potestad de expresar la voluntad del Estado y de ejercer, en consecuencia, los
poderes públicos. Dicho principio se articula en tres premisas: en el Estado no hay otro
órgano de soberanía que el rey; las Asambleas son órganos del Estado ajenos a la idea de
representación de la soberanía nacional cuyas competencias son las que les atribuya la
Constitución; sólo al rey corresponde el ejercicio de la soberanía como potestad plena y
suprema.
153.Claude de Seyssel, La Monarchie de France, 1519; selección de textos por Poujol, J. (ed.),
Paris: Librairie d’Argences, 1993.
154.Eichel-Lojkine, P., Claude de Seyssel. Écrire l’histoire, penser le politique en France à
l’aube des temps modernes, Rennes: PUF, 2010, p. 39 expone que tomó el concepto de “templanza” de San Agustín y la tradición escolástica que “lleva a considerar que el poder real
está menos limitado por las instituciones que por la virtud personal del monarca”.
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Le Roy expuso que las leyes, las costumbres y el equilibrio entre los tres
estados garantizaban el buen orden de la monarquía para que “no fuese totalmente absoluta, ni demasiado limitada”, sino moderada y controlada155.
La actitud conservadora defendía la “constitución histórica” como alternativa tradicional a la “constitución revolucionaria” del nuevo orden francés,
rechazándola por estar inspirada en principios ideológicos ajenos a la tradición y cultura políticas patrias, por no admitir la soberanía popular ni la
división de poderes. Pretendía mantener el orden monárquico del Antiguo
Régimen con sus instituciones, adornadas por los nuevos conceptos y términos constitucionales:
Una versión moderada trató de fijar el concepto en su dimensión histórica [...]
sintetizar la información constitucional disponible en los antiguos ordenamientos peninsulares y, sobre todo, reflejar el complejo equilibrio socioestamental
de situaciones y derechos históricamente adquiridos por los distintos cuerpos
–sociales, eclesiásticos, territoriales o locales que componían la monarquía156 .
Con el sintagma “constitución histórica” se invocó un “supraconcepto”
no recogido en los textos legales, pero dotado del poder mágico de incorporar
un pasado remoto, óptimo y propio, que hacia innecesario importar fórmulas
foráneas de Francia, un país que representaba la revolución, la antitradición
hispana, contra el que se había luchado en la Guerra de la Independencia. Su
invocación se convirtió en un argumento doctrinal para justificar un contenido material que era sustancialmente distinto y ajeno a aquélla. Se pretendió
basar en la fuerza normativa de la historia lo que se construía con la fuerza
normativa de la soberanía nacional.
En las exposiciones descriptivas de los antiguos reinos se invocaban las
instituciones del pasado medieval, creadas en otra sociedad y con otra ideología, aplicándoles los conceptos formales de las modernas teorías de constitucionalismo. Aunque estas pudieran ser la decantación de una evolución
histórica, es lo cierto que no eran identificables ni en la forma, ni en el fondo,
ni en los conceptos, ni en su significado. Incluso el lenguaje ha asumido la
mutación del significado del término “constitución” a partir de la Revolución,
respecto a la organización anterior a la misma y a los principios inspiradores.
Se contraponían la “constitución histórica” o “constitución monárquica” y
155.Le Roy, L., De l’excellence du gouvernement royal, Paris, 1575, p. 20.
156.Portillo Valdés, J. M., “Constitución”, en Fernández Sebastián, J.-Fuentes, J. F. (eds.)
Diccionario político y social del siglo XIX español, Madrid: Alianza, 2002, p. 189.
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su “constitucionalismo medieval”, susceptibles de limitar el poder soberano
real para asegurar el orden constitucional del reino, que le trascendería por
sus fundamentos divinos, naturales e históricos, con la constitución positiva,
expresión de la soberanía nacional del constitucionalismo liberal.
La existencia en la “constitución histórica medieval” de sistemas de codecisión, de control del poder real, de limitaciones del poder del rey por el reino
y por el derecho de este, de tensiones entre ambos, se fundamentaban en la
costumbre y en el derecho histórico. Su vigencia acreditada podían llevar a
considerar que el poder y soberanía reales estaban limitados, no era absoluto sino “templado”, en lo que el documento de 1808 llamó una “Monarquía
modificada”.
Se pretendía demostrar que existía en la historia una “identidad constitucional” que había perdido su vigencia y ahora se recuperaba, o que, incluso,
habían tenido continuidad histórica, como era el caso del Reino de Navarra, en instituciones concretas, en fuentes legales y en comportamientos del
poder real. Esta identidad se recuperaba a través de los elementos que habían
permanecido en el tiempo y se analizaban desde una nueva perspectiva o
método.
De este modo se invocaron los componentes de la “constitución histórica”
como fuente de principios identitarios constitucionales, válidos para el nuevo
tiempo histórico, a los que se aplicó la metodología y nomenclatura del constitucionalismo liberal. Las aspiraciones y los compromisos políticos se adaptaban al presente, aunque sin perder su continuidad, lo que hacía innecesario
introducir cambios sustanciales en la “constitución histórica”.
El esfuerzo dialéctico de la Diputación del Reino de Navarra se ha de ubicar en la línea de las actitudes reformistas que se formularon en Cádiz en
torno a la “constitución histórica”. Frente a la dialéctica historicista formal,
las instituciones de Navarra y de las provincias vascas acreditaban la permanencia del pluralismo y diversidad, del policentrismo de la monarquía medieval en la edad moderna. De modo que contraponían la realidad institucional
de su constitución histórica el concepto racional-normativo de constitución.
En el caso del Reino de Navarra la vigencia de un orden jurídico-institucional diferenciado del unitario y regalista impuesto por la dinastía borbónica a partir de los Decretos de Nueva Planta. Frente al modelo unitario
centralista, que se incorporó a las constituciones de 1808 y 1812, se defendió
la constitución histórica, aunque descrita y presentada con el lenguaje del
constitucionalismo liberal. De este modo se trató de demostrar que el viejo
orden institucional de la comunidad histórica política que era Navarra, satis-
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facía las necesidades de la nueva sociedad y era conforme con la ideología
que la inspiraba.
En el documento de 1808 se invocó la “constitución” y su contenido histórico utilizando un lenguaje propio del constitucionalismo, como el de la
división de poderes y sus efectos con respecto a la vinculación de la soberanía
al Rey, aunque con “ciertas condiciones o pactos que forman su Constitución
fundamental” (la del Reino) según la división de poderes: “En el Rey reside la
soberanía, y el ejercicio de ella en los tres ramos, legislativo, ejecutivo y judicial”. Esta premisa de la “constitución” confirmaba que no era una constitución en el sentido moderno del término, porque el rey englobaba la soberanía
y sus poderes, desconocía su división y sus relaciones.
Sin embargo, la “constitución histórica” y la “constitución liberal” respondían a identidades dogmáticas, sociales, culturales y políticas distintas, propias de sus épocas, aunque pudieran tener referencias pasadas comunes en
la misma comunidad política, que varían cuando son manifestación de una
voluntad político-social de trascender su pasado e innovarlo157. Esto es lo que
ha representado el modelo liberal respecto al histórico, por muchos esfuerzos
que se hiciesen de establecer una continuidad o, incluso, identificación.
La idea de monarquía adjetivada utilizada en el siglo XIX quería significar
un régimen mixto entre el poder y soberanía reales y la soberanía popular que
representaba el tercer estado, combinando el régimen tradicional con el liberal. El alcance de una y otra variaba acercándose más o menos a reconocer
esta última o dando predominio a la primera, lo que diferenció las constituciones moderadas de las progresistas. En aquellas la soberanía la compartían
las Cortes y la Corona en un equilibrio entre el liberalismo y el absolutismo
del Antiguo Régimen; para los progresistas no existía otra soberanía que la
nacional, que sometía al monarca a la Constitución limitando su poder, configurando lo que Sagasta denominó un “sistema monárquico constitucional
amparado en la soberanía nacional” de 1812 y el trienio.
3. La constitución liberal
El séptimo significado del término “constitución” se vincula al artículo 16
de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, disponiendo que “toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no está asegu-
157. Jacobsohn, G. J., “Constitutional identity”, The Revue of Politics, 68, 2006, p. 363.
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rada, ni la separación de poderes determinada, no tiene constitución”158. Como
parte de la misma enunció un principio del nuevo orden constitucional revolucionario, basado en los derechos, su garantía y la separación de poderes.
Con la palabra “constitución” se evoca un orden político basado en la
libertad, la democracia, los derechos de los ciudadanos y la limitación del
poder que se somete al Derecho. Con el término “constitucionalismo” se
denomina el movimiento ideológico y político cuya finalidad no era
introducir en los ordenamientos una norma denominada Constitución, sino
asegurar la garantía de la libertad frente al poder público. Que una sociedad
tenga Constitución, que un Estado sea constitucional, significa, ante todo, que
en él la organización de los poderes corresponda a un determinado fin, el aseguramiento y garantía de los derechos de los ciudadanos159.
A la declaración de los derechos ciudadanos debe referirse la definición
del Estado constitucional como aquel que establece la garantía jurídica de los
Derechos Fundamentales del ciudadano, a través de una estructura institucional caracterizada por la separación de poderes. De este modo la Constitución se convierte en “creadora del Estado de Derecho”, “fundadora del Estado
de Derecho”, “condición del Estado de Derecho”160.
En esta acepción la constitución no es el resultado de una construcción
histórica más o menos evolucionada, sino el texto resultante de la voluntad
soberana del constituyente, que es la Nación. Constituye una estructura jurídica que nace de hechos políticos, reflejando el momento histórico e ideológico en que se producen. De modo que el concepto moderno de constitución
no es identificable con el propio de la organización o constitución del poder
en el Antiguo Régimen, por cuanto sus principios e historia social son distintos. Como expresó Koselleck, “la historia de los conceptos, en tanto que
disciplina histórica, tiende siempre a crear situaciones y acontecimientos
políticos y sociales, pero sólo a aquellos que ha captado por el lenguaje de sus
fuentes”. Para comprender un concepto es preciso considerar los acontecimientos políticos y sociales, tomar en consideración los conceptos paralelos o
158.Jellinek, G., La Déclaration des Droits de l’Homme et du Citoyen, Paris: Fardis, 1902.
Häberle, P., El Estado constitucional, Lima: PUCP, 2003, p. 208, considera como derecho
fundamental el vivir en un régimen político con separación de poderes, que es una de las
más importantes invenciones de la historia de la humanidad.
159.De Otto, I., Derecho Constitucional. Sistema de fuentes, Barcelona: Ariel, 1987, pp. 11-12.
160.Burdeau G., Traité de science politique, IV, París: LGDJ, 1969, pp. 43 y ss.
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antónimos para colocar el concepto en su verdadero lugar en una estructura
social determinada o en los conflictos políticos del momento161.
Montesquieu habló de la “constitución del Estado, o de la república o del
gobierno”, entendida como
el orden político naturalmente establecido, operando una sutil transición, jamás
rigurosamente fundada, hacia la “constitución” entendida como lo que debe
ser, es decir, una justa distribución del poder ejecutivo, legislativo y judicial.
Haciendo de la constitución la condición de la libertad política, Montesquieu
dio a este concepto una acepción favorable, una carga positiva que tenía ya en
el pensamiento griego a través del término politeía162 .
Los principios del régimen constitucional son condición imprescindible para que podamos hablar de “constitución”: constitucionalización de la
soberanía popular, vinculación a principios universales, derechos humanos,
gobierno limitado, supremacía normativa, gobierno representativo, separación
de poderes, responsabilidad y rendición de cuentas por los gobernantes, independencia de la justicia, posibilidad de reformarla por decisión popular163.
La constitución en sentido moderno es un concepto jurídico-político que
“se caracteriza por la pretensión de regir global y unitariamente, por medio de
una ley superior a todas las demás normas, el poder político en su formación
y modos de ejercicio”164 . Como expuso Waline, la Constitución comprende
“materialmente la organización y las relaciones de los poderes públicos”, formalmente se define por “la autoridad de la que emana y por su procedimiento
de elaboración y revisión”165.
Frente al concepto histórico de constitución como organización, el constitucionalismo liberal formuló un concepto racional-normativo, basado en la
ideología liberal-democrática de la soberanía y del poder constituyente del
pueblo-nación, de la defensa y garantía de la libertad de los ciudadanos y la
161. Koselleck, R., Le futur passé, Paris: Editions de l’EHESS, 1990, pp. 110 y 113.
162.Tillet, E., La Constitution anglaise, un model politique et institutionnel dans la France
des Lumières, Aix-Marseille: Presses universitaires, 2001, p. 287. Para Aristóteles la politeía era la organización de los poderes y magistraturas que configuraba una organización
política, en el sentido de la constitución de una ciudad.
163.Dippel, H., Constitucionalismo moderno, Madrid: Marcial Pons, 2009.
164.Definición de Dieter Grimm, citado por Beaud, O., «L`Historie du concept de constitution
en France. De la constitution politique à la constitution comme statut juridique de l’Etat»,
en Jus Politicum, 3, 2009, p. 1.
165.Waline, M., «Quelques réflexions sur la notion de Constitution en droit positif français»,
en Archives de philosophie et de sociologie juridique, 1995, p. 152.
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división de poderes, la supremacía de la Constitución y la Ley, la organización
fundamental del Estado y de los poderes públicos, la imposición de límites a
los poderes del gobierno y el Estado de Derecho.
Según Carl Schmitt las constitución liberal (konstitution) era un texto
legal vinculado al poder constituyente de la soberanía popular, mientras que
la constitución histórica (verfassung) se refería a elementos sustanciales decididos por el poder soberano del monarca, como el reparto de funciones configurado históricamente sobre una forma de entender el poder y el derecho
sustancialmente distinta166: “La distinción entre Constitución y Ley constitucional es sólo posible, sin embargo, porque la esencia de la Constitución no
está contenida en una ley o una norma. En el fondo, de toda normación revive
una decisión política del titular del poder constituyente, es decir, del Pueblo en
la Democracia y del Monarca en la Monarquía auténtica”167.
Los conceptos de “constitución” del Antiguo Régimen, como “histórica” o
“monárquica”, o de “leyes fundamentales” fueron transformados por la Revolución francesa por mano de Sièyes. Superó su fundamento divino o histórico
para darles el sentido revolucionario basado en el iusnaturalismo racionalista
y en el acto constitutivo derivado de la soberanía nacional. En su obra sobre
el Tercer Estado articuló los principios de la soberanía nacional constituyente
del cuerpo político y de la constitución como su ley fundamental, porque es
“imposible crear un cuerpo para un fin sin darle una organización, formas y
leyes propias para hacerle cumplir las funciones para las que se ha querido
destinar”. En ella se recogen las “reglas esenciales del gobierno, sin las que
el ejercicio del poder devendría ilegal, convirtiéndose la constitución en el
medio jurídico establecido por la soberanía popular para protegerla contra
los gobernantes, para subordinar el poder constituido al constituyente, único
capaz de crearla y modificarla”, porque “ningún tipo de poder delegado puede
cambiar las condiciones de su delegación” (Cap. 5). Como expuso en el texto
preliminar a la Constitución de julio de 1789168:
La Constitución abraza a la vez la formación y la organización interiores de los
diferentes poderes públicos, su correspondencia necesaria y su independencia
recíproca, en fin, las precauciones políticas de las que sabiamente se rodea, a fin
de que sean siempre útiles, no pueden jamás resultar peligrosas. Tal es el verda-
166.Lucas Verdú, P., “Carl Schmitt, intérprete singular y máximo debelador de la política
político-constitucional demoliberal”, en Revista de Estudios Políticos, 64, 1989, pp. 25-92.
167. Schmitt, C., Teoría de la Constitución, Madrid: Revista de Derecho Privado, s.f, pp. 26-27
168.Sobre la aportación de Sièyes, Beaud, O., «L`Historie du concept...cit., pp. 25-29.
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dero sentido de la palabra Constitución; la relativa a la asamblea y la división
de los poderes públicos [...] La Constitución de un pueblo no es y no puede ser
más que la Constitución de su Gobierno y del poder encargado de dar las leyes,
tanto al Pueblo como al Gobierno. Entonces, la distinción de los ciudadanos en
ordenes no puede pertenecer a la Constitución de ningún pueblo.
La Constitución no es otra cosa que “el orden fijado y establecido en el
modo de gobernar”, que constituye jurídicamente “la expresión de los derechos y obligaciones de los diferentes poderes”. Sus normas jurídicas emanadas de la Nación fijan los derechos y obligaciones ciudadanos, y los límites del
poder de los gobernantes, porque “si la autoridad no tiene límites, es necesariamente arbitraria, y nadie es más opuesto a una constitución que el poder
despótico”169. Su contenido político organiza, limita y controla el poder.
El efecto directo de este planteamiento fue el artículo 16 de la Declaración
de Derechos del Hombre y del Ciudadano. De modo que la noción moderna
de constitución tiene un contenido normativo y político originado en la soberanía nacional, universal y originario. Luhmann la define diciendo:
Se piensa ahora en la Constitución como un texto jurídico que al mismo tiempo
fija la constitución política de un Estado. La terminología política y la terminología jurídica se reúnen en el momento en que se produce el establecimiento
jurídico de un orden político y donde se percibe el orden político como un orden
jurídico170 .
Frente a él se contrapuso la constitución tradicional basada en el poder
real, que otorga leyes, asumiendo en su soberanía todos los poderes, aunque
haga partícipes por delegación de los mismos. Las “constituciones históricas”
procedían de concesiones o limitaciones, que se establecían por la decisión
de la soberanía real, no de la voluntad popular. El paso de la soberanía de uno
al otro es un elemento clave del nuevo régimen y del reconocimiento de esa
soberanía surge la democracia, la representación y las formas republicanas
de gobierno.
El constitucionalismo moderno organizó la sociedad política sobre una
Constitución, norma escrita superior emanada de la soberanía nacional, que
organiza el Estado-nación, rígida y permanente, inmodificable por el legis-
169.Discurso de Mounier en la Asamblea el 7 de Julio de 1789.
170. Luhmann, N., “La constitution comme acquis révolutionnaire”, en Droits, 22, 1995, pp. 102125; 23, 1996, pp. 145-160. Recogido por Beaud, O., «L`Historie du concept…, cit., p. 29.
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lador ordinario, obligatoria para todo los poderes públicos, formada por una
parte dogmática de reconocimiento y declaración de derechos fundamentales
de los ciudadanos, que obligan a su reconocimiento y respeto por los poderes
públicos, y una estructura orgánica basada en la división de poderes.
La soberanía pasó del Rey a la Nación, que personifica al pueblo. El Rey
de Francia pasó a ser “rey de los franceses”. A la persona real se contrapuso
la persona moral que era la Nación. Según el artículo 3 de la Declaración de
Derechos del Hombre y del Ciudadano, “el principio de toda soberanía reside
esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo, ningún individuo puede ejercer
autoridad alguna que no emane expresamente de ella”. En el artículo 25 de la
Constitución de 1793 se expresaba: “La soberanía reside en el pueblo. Ella es
una e indivisible, imprescriptible e inalienable”. Según la de 1795 “la soberanía
reside esencialmente en la universalidad de los ciudadanos. Ningún individuo, ninguna reunión parcial de ciudadanos puede atribuirse la soberanía”.
Las declaraciones de derechos se iniciaron en Norteamérica en 1776, en la
francesa de 1779 y en las enmiendas a la Constitución de los EEUU.
La separación de poderes también se formuló en los Estados Unidos en
1787 y se desarrolló en Francia con el establecimiento de la supremacía del
legislativo del que emanaba la ley como expresión de la voluntad general, que
vinculaba a los demás y prohibía a los jueces interferir al legislativo y al ejecutivo. En la Declaración de Derechos de 1789 se estableció el principio: “El
Poder legislativo reside en la Asamblea Nacional” (art. 8); “el Poder ejecutivo
supremo reside exclusivamente en el Rey” (art. 16), que no puede “hacer ninguna ley” (art. 17); “el Poder Judicial no podrá en ningún caso ser ejercido por
el Rey ni por el cuerpo legislativo” (art. 17). La relevancia de aquella la recogió
el artículo 16: “Toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no esté
asegurada, ni la separación de poderes determinada, no tiene Constitución”.
La división la plasmó el Título III de la Constitución de 1791, diciendo:
3. El Poder Legislativo es delegado a una Asamblea Nacional, compuesta de representantes temporales, libremente elegidos por el pueblo, para ser ejercido por ella,
con la sanción del Rey, de la manera que se determina en esta Constitución.
4. El gobierno es monárquico: el Poder Ejecutivo es delegado en el Rey, para ser
ejercido bajo su autoridad, por los ministros y otros agentes responsables, de la
manera que se determina en esta Constitución.
5. El Poder Judicial es delegado a los jueces electos temporalmente por el pueblo.
La preeminencia del poder legislativo la concretó la Constitución de 1791
prohibiendo al ejecutivo y judicial inmiscuirse en los restantes: “no podrán ni
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inmiscuirse en el ejercicio del Poder Legislativo, o suspender la ejecución de
las leyes, ni actuar en el orden judicial, ni sobre las disposiciones u operaciones militares” (art. 3, capítulo IV, Título IV). El Poder Judicial “en ningún caso
podrá ser ejercido por el Cuerpo Legislativo ni por el Rey”. Los Tribunales del
Poder Judicial “no pueden ni inmiscuirse en el ejercicio del Poder Legislativo,
o suspender la ejecución de las leyes, ni actuar en relación a los funcionarios
administrativos, ni citar ante ellos a los administradores en razón de sus funciones” (art. 3, cap. V, Tít. III).
Condujo a la supremacía de la Ley como expresión de la voluntad general,
que consagró la Constitución de 1791: “No hay en Francia una autoridad superior a la de la ley. El Rey no reina sino por ella, y es en nombre de la Ley que él
puede exigir obediencia” (art. 3, cap. II. Tít. III). La Ley la harían “los representantes de la Nación libremente elegidos” y la sancionaría el Monarca (art. 9).
Se prohibió al Poder Ejecutivo “hacer ley alguna, incluso prioritaria” (art. 16).
La Ley 16-214 de agosto de 1790 dispuso que “los Tribunales no podrán tomar
directa ni indirectamente parte alguna en el ejercicio del poder legislativo, ni
suspender o impedir la ejecución de los decretos del Cuerpo Legislativo, sancionados por el Rey, so pena de prevaricación” (art. 10). Estos preceptos consagraron el “principio de legalidad” que fundamentó el Estado de Derecho.
Fue muy relevante en este proceso y en la configuración de la jurisdicción
administrativa, la Ley 16-24 de agosto de 1790: “Las funciones judiciales son
distintas y permanecerán siempre separadas de las funciones administrativas. Los jueces no podrán, so pena de prevaricación, perturbar, de la manera
que sea, las operaciones de los cuerpos administrativos, ni citar ante ellos a
los administradores en razón de sus funciones”.
La Constitución francesa de 1791 consideró al monarca, cabeza del Poder
ejecutivo, como delegado de la Nación, sujeto a la Constitución y a la Ley, que
manifestaba la voluntad del pueblo que era el titular de la soberanía.
Se modificó la estructura territorial del policentrismo del Antiguo Régimen, sustituida por una división racional directamente relacionada con el
nuevo modelo unitario y centralista de gobierno.
En España el cambio de uno a otro modelo, a pesar de las declaraciones
de principios en sentido historicista, se produjo en la Constitución de Cádiz.
Supuso mantener la Monarquía, sustituyendo la estructura del absolutismo
por la del constitucionalismo, convirtiéndola en una monarquía constitucional en un primer estadio de su evolución. Así lo entendió el monarca cuando
al regresar de Francia derogó todas las disposiciones aprobadas por las Cortes
de Cádiz y restauró las del absolutismo.
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VIII. Conclusiones sobre el liberalismo y el
fin del Reino de Navarra
A pesar del esfuerzo dialéctico de los liberales moderados en el debate
gaditano y de la Diputación del Reino y sus síndicos por demostrar la existencia de una “constitución histórica” anterior al despotismo y el absolutismo,
todavía vigente en Navarra, la Constitución de 1812 supuso el fin del Antiguo
Régimen y su sustitución por el régimen constitucional liberal171, que se fue
implantado hasta consolidarse por la Constitución de 1876.
Destaca en todos los estudios sobre la “constitución histórica” la invocación de
su origen y contenido en el pacto entre el Reino y el Rey, sobre el que se configuró
un constitucionalismo sinalagmático o contractualista. Tras el fin del Antiguo
Régimen se aplicó al proceso de adaptación del Reino al régimen constitucional.
La Constitución de Cádiz estuvo vigente en Navarra del mismo modo que
en el resto del país, siendo derogada durante los periodos absolutistas, en que
fue sustituida por el orden institucional anterior. Durante ellos se restauraron
las Cortes y la Diputación del Reino, celebrando aquéllas sus últimas sesiones
de 1828-1829 durante la ominosa década.
El uniformismo del régimen institucional que dividió el territorio en provincias regidas por las diputaciones provinciales se reforzó con las medidas
que las crearon. La división provincial del Real Decreto de 30 de noviembre
de 1833, el Estatuto Real de 10 de abril de 1834, la Constitución de 1837 y otras
medidas hicieron desaparecer las instituciones del Reino de Navarra durante
los periodos constitucionales y al final del absolutismo. La organización provincial y municipal se encomendó por las constituciones a la ley ordinaria, lo
que aceptaron plenamente las diputaciones liberales navarras, conscientes y
partidarias del “arreglo de los fueros” para adaptarlos al nuevo espacio político del constitucionalismo liberal.
La formalización del fin del Antiguo Régimen en Navarra, que se había
producido por la Constitución de Cádiz y el Estatuto Real de 10 de abril de
1834, culminó en las leyes de 25 de octubre de 1839 y 21 de agosto de 1841.
Esta última, en virtud de lo dispuesto en la primera, reconoció a la Diputación provincial de Navarra ciertas peculiaridades de administración interior,
hacienda y organización municipal.
171. Artola, M., “Vida y pensamiento de D. Gaspar Melchor de Jovellanos”, estudio preliminar a las Obras de M. G. de Jovellanos, Madrid: Biblioteca de Autores Españoles, 1956, III, p.
xiii: expuso como la Constitución de 1812 supuso de facto la “quiebra de las instituciones
del Antiguo régimen”.
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