Manuel González: de enemigo de la Reforma a héroe de la República Por Raúl González Lezama Investigador del INEHRM Manuel González Flores contaba apenas con 15 años de edad cuando se vio obligado a participar en su primera acción de guerra. Era 1846 y los norteamericanos habían invadido el territorio nacional. Su Padre era coronel de la Guardia del Estado de Tamaulipas y fue comisionado para organizar la defensa de la ciudad de Matamoros. Manuel combatió a su lado en la garita de San Fernando el 18 de mayo. El coronel murió desangrado tras recibir una bala en la garganta. Dos meses más tarde, sufrió también la pérdida de su madre; para sobrevivir obtuvo una colocación como mozo en una tienda de abarrotes. Al cumplir los 18 años, inició de manera formal su carrera militar cuando sentó plaza en la Guardia Nacional como soldado raso. En ese cuerpo participó en el movimiento que derrocó al presidente Mariano Arista y dio pie al retorno de Antonio López de Santa Anna. Posteriormente, se alistó en el Ejército Permanente en el Primer Batallón de Línea que comandaba el general José María Cobos, y a su lado enfrentó a los rebeldes que se sublevaron bajo el Plan de Ayutla. Caído el dictador, los vencedores iniciaron a un programa de reformas liberales que vulneraban los privilegios del clero y del ejército; por esa razón, en diciembre de 1855 un grupo de militares conservadores se sublevó en el pueblo de Zacapoaxtla, contra al gobierno de Ignacio Comonfort. Punto crucial de la campaña fue el sitio que el presidente de la República impuso a la ciudad de Puebla, donde además de la rendición, consiguió hacer tres mil prisioneros, Manuel González fue uno de ellos, pero consiguió fugarse tras nueve días de cautiverio. Cuando los enemigos de la Constitución de 1857 promulgaron el Plan de Tacubaya, González se adhirió a ellos y prestó nuevamente sus servicios bajo las órdenes del general José María Cobos, dueño de una terrible reputación, producto de su conducta cruel y sus métodos poco honorables con los que acostumbraba obtener los recursos para el sostenimiento de su tropa. Manuel González se encontró presente en la última gran batalla de la Guerra de Reforma, librada el 22 de diciembre de 1860 en San Miguel Calpulalpan. En esa ocasión, Jesús González Ortega derrotó completamente al paladín conservador Miguel Miramón, obligándolo a entregar la capital de la República y a expatriarse. En el campo de batalla quedó Manuel herido en el pecho por una lanza; ahí fue tomado prisionero y trasladado a la prisión militar de Santiago Tlatelolco. Pocas esperanzas de sobrevivir tenía el herido, dadas las condiciones de su prisión; por eso, su esposa Laura Mantecón hizo una solicitud al presidente Juárez, suplicándole que autorizara su excarcelación, a fin de pudiera ser atendido en su domicilio particular, ofreciendo una fianza que garantizara que su marido se presentaría ante las autoridades militares en cuanto se hubiera restablecido. La petición fue generosamente acogida, pero González no honró la palabra empeñada por su cónyuge y cuando se sintió con fuerzas suficientes, abandonó la Ciudad de México para unirse a las fuerzas rebeldes que comandaba Leonardo Márquez. Convencido de que los postulados del partido conservador eran los que más convenían a su patria, continuó en lucha por varios meses más, ahora convertido en guerrillero. Sin embargo, un acontecimiento de trascendental importancia lo decidió a cambiar su manera de pensar. Se trató del inicio de la intervención extranjera. Al ocurrir este hecho, permanecía aún al lado del general Márquez; su orgullo no le permitía dar el paso necesario y presentarse a la defensa de la independencia de México. Nuevamente intervino su esposa, quien por iniciativa propia se presentó al presidente de la República y solicitó que le extendiera a nombre de su esposo un salvoconducto, para que éste, pudiera regresar sin peligro para su vida. Laura Mantecón abordó sola una diligencia y se internó en territorio dominado por Márquez para entregar personalmente a su marido el salvoconducto que le permitiría presentarse ante las autoridades y ofrecer sus servicios como militar frente al enemigo extranjero. Acudió primero al general Ignacio Zaragoza, que en principio lo acogió, pero al poco tiempo lo remitió a Aureliano Rivera, quien se negó de plano a recibirlo. Recurrió entonces a Porfirio Díaz, quien, al igual que los anteriores, se mostró reacio a admitirlo dentro del cuerpo que comandaba. Su pasado conservador lo perseguía y le cerraba todas las puertas. Finalmente logró convencer a Díaz con este argumento: He solicitado de usted varias veces y por diferentes conductos, que me ayudara a conseguir un lugar en las filas del ejército mexicano con mi grado de Teniente Coronel. Usted se ha negado a ayudarme en ese trabajo o no ha podido conseguirlo del Gobierno; pero ahora que ya no hay tiempo de formular solicitudes, porque al enemigo no sólo tenemos dentro del país, sino muy próximo a atacar esta plaza, vengo a pedirle a usted otra cosa muy distinta: un lugar en sus filas y un fusil. Piense usted que, como usted, yo también soy mexicano. Fue aceptado dentro de los republicanos, teniendo que sufrir el sitio que el mariscal Forey impuso a Puebla en 1863, pero conoció también la victoria en Miahuatlán y la Carbonera. En 1867 el imperio de Maximiliano estaba por ser aniquilado; tan sólo existía en tres plazas dentro del territorio nacional: Querétaro, Puebla y la Ciudad de México. Para conquistar la capital, primero debía ser tomada la Angelópolis. Porfirio Díaz encomendó a Manuel González, cuyo patriotismo y talento había ya sido reconocido con el grado de coronel, que ocupara puntos clave del terreno indispensables para el éxito de la empresa. El primer día de actividad, González logró adueñarse de siete manzanas, que inmediatamente fortificó y comunicó entre sí. No satisfecho con lo obtenido, se empeñó en tomar el convento de San Marcos. Subió a la azotea de una casa para adquirir mejor conocimiento del terreno. En esa posición, una bala lo alcanzó en el brazo derecho que alargaba para escalar una barda. Esta fue tal vez la herida más grave de las 17 que recibió en combate durante su carrera militar. Por la acción de San Marcos, González obtuvo el grado de general de brigada (el 2 de abril de 1876 Díaz le otorgó el rango de general de división). El general González fue llevado a la hacienda de la Noria para procurar su restablecimiento; en ese lugar sufrió la amputación de su brazo derecho. La terrible herida no fue suficiente para quebrantar su ánimo: sin haberse apenas recuperado de sus lesiones, el 19 de mayo se presentó a las afueras de la Ciudad de México para ser partícipe de la entrada triunfal de las fuerzas de la República a la capital. Cuando el presidente Juárez restableció su gobierno, nombró a González gobernador de Palacio Nacional, puesto que rechazó en un principio, pues no deseaba abandonar a sus compañeros de armas, aquellos a quienes seis años antes había deseado dar muerte en combate.