Luna Blanca Elizabeth Blackwood erótica Matriarcado del Amor Historias inolvidables de mujeres maduras con hombres jóvenes Matriarcado del Amor Título: Matriarcado del Amor Autor: Elizabeth Blackwood © 2013 Luna Blanca 2da. EDICION (2014) ISBN: 978-987-26527-5-3 Todos los derechos reservados Matriarcado del Amor ANTES DE LEER Este libro es el primero que escribo y trata sobre el tema del amor. Más precisamente sobre el amor entre mujeres maduras y hombres más jóvenes. ¿Por qué elegí este tipo de relaciones en vez de otras socialmente más “aceptadas”? Porque cada vez es más común que una mujer mayor se permita salir con un tío de menor edad. Ya no nos sorprenden tanto esas noticias de tías maduras liándose con hombres más jóvenes. O de hombres más jóvenes buscando a una mujer madura. Además de esa razón, decidí escribir estos relatos porque a mí, en lo personal, me parecen historias que, cuando son románticas de verdad y no aventuras pasajeras, poseen un encanto especial que las hacen diferentes del resto. Puede que alguna mujer se sorprenda si le digo que existen historias verdaderamente románticas entre una mujer mayor y un hombre mucho más joven… Si no está enterada de esto, es porque no se tomó el trabajo de buscarlas en Internet. Para no quedarme con las ganas de darle un buen ejemplo de ello, usted tiene el caso de Mary Kay Letourneau, un caso de amor real muy famoso ocurrido en EE.UU entre una maestra de 33 años con un alumno de 12. Desde luego la relación fue, en su momento, todo un escándalo. Después de conocerse en el colegio donde ambos asistían la maestra y el alumno se enamoraron. Ella quedó embarazada de su alumno y posteriormente fue juzgada por violación de un menor. La noticia se hizo eco en la prensa y sacudió a la sociedad norteamericana. La maestra fue lógicamente a la cárcel y se le ordenó estrictamente mantenerse alejada del joven. Pero éste la siguió visitando en la prisión pues jamás dejó de amarla. El amor, cuando es VERDADERO, es más fuerte que los prejuicios sociales. Ella vuelve a quedar embarazada en la propia cárcel después de tener un encuentro con el chico… y, después de más de siete años tras las rejas, la mujer �inalmente recuperó su libertad. ¿Cómo terminó la historia? Una vez libre la mujer contrajo nupcias con el joven y quienes les entregaron las alianzas a los enamorados fueron... nada menos que sus dos pequeñas hijas. ¿No es una historia genial? Digna de una película de Hollywood. La pareja luego vendió la exclusiva de la boda a los programas de ENTERTAINMENT TONIGHT AND THE INSIDER, lo que les permitió obtener una suma importantísima de dinero. Pero este caso de amor platónico no es el único… Tenemos otro que le ocurrió a Leah Gayle Shipman, una ex profesora del condado de Brunswick, Carolina del Norte, EE.UU, que fue acusada de tener relaciones sexuales con un alumno de 15 años. Su marido se enteró de la in�idelidad y pronto se divorció de ella. Leah fue arrestada en Enero del 2009 por los cargos de abuso sexual con un estudiante, estupro y libertades indecentes. De forma inmediata la maestra fue suspendida de su empleo y no le fue renovado su contrato de trabajo. Acorralada por la justicia, la docente se declara culpable de su “delito” y todo parecía indicar que terminaría tras las rejas como Mary Kay... Sin embargo, no fue a la cárcel. Su enamorado, el estudiante Johnnie Ray Ison, se casó con ella y así la mujer se salvó de ir presa. Resulta que, según la ley de ese estado, el cónyuge de un acusado no puede ser obligado a declarar en su contra en casos penales, por lo que, tras el matrimonio contraído por las partes, la ex profesora pudo eludir la Justicia. ¿Quién le �irmó al menor la licencia para que éste pudiera casarse con ella salvando de esa forma a la docente? Sabemos que un menor, aquí o en la China, no puede �irmar nada por su propia cuenta. La persona que �irmó la autorización de matrimonio fue la propia madre del menor, lo que indica claramente que ésta no interpretó la conducta de la docente como un abuso contra su hijo. Un detalle que, en este tipo de casos, no es para nada menor. ¿No es otra historia increíble? Podría llenar hojas informándoles sobre historias como éstas que no son tan “extrañas” como parecen aunque, desde luego, la mayoría de ellas sabemos que son historias fugaces (lamentablemente). Sorprendida e intrigada al enterarme de estos romances tan particulares que desa�ían las convenciones humanas, me pregunté, curiosa, cuáles serían las “minucias” que acompañaron en su momento a esas fogosas pasiones. Detalles y vivencias que no aparecen en absoluto en las páginas de los periódicos y que se perderán para siempre en el silencio de aquellos que, felizmente, las vivieron. Así, completamente privada de esos “pormenores”, decidí yo rellenar eso huecos y escribir un libro para satisfacer mi propio placer… Imaginar cómo se fueron dando esas situaciones y cómo fueron vividas por sus protagonistas. Por supuesto, agregando siempre un poco de lo mío, ya que es imposible imaginar esas cosas sin recurrir por la fuerza a las propias fantasías. Todo relato de amor es, hasta cierto punto una autobiogra�ía, aunque ésta sea sólo imaginaria. Puede que las historias contenidas aquí sean demasiadas románticas para su paladar y espero que me sepa perdonar si en algún momento peco de ser poco �realista�. Pero no es menos cierto también que el romanticismo es la «sal de la vida» ¿o no? Si no fuera así, para qué escribir entonces historias de amor. Por otra parte, que una historia sea más o menos romántica depende en buena parte de nosotros. El amor es como cocinar un pastel. Miremos por un momento a mujeres como Mary Key... Después de que leas este libro, si eres una mujer liberada y sin prejuicios, puede que ames este tipo de historias. Me he esforzado bastante para que así ocurra y he tratado de no guardarme en el tintero absolutamente nada. En ella aparecen hombres que a más de una le gustaría tener. Si te interesa uno en particular, seguro que lo meterás en lo más profundo de tu ser y no lo olvidarás jamás. Lo buscarás entre la turba de la gente sin poder encontrarlo, como en un acto re�lejo, y luego volverás a releer este libro una y otra vez para encontrarte de nuevo con él o reproducirás estos relatos de erotismo en la pantalla imaginaria de tu mente reinventando cada una de estas historias... agregándole, quizás, matices nuevos... adecuando cada diálogo u experiencia al que tuviste alguna vez con un hombre que te encendió y que te hizo gozar. Estos hombres que des�ilan por estas páginas vivirán contigo para siempre. Nunca te abandonarán. Y esto es así porque te aman y te necesitan. Porque eres la madre “prohibida” que esperan. Eres la Isis que adoraban los egipcios. La Deméter que veneraban los griegos. Dales tus manos, tus pechos, tu vientre. Arrúllalos debajo de tus faldas. No cometas el pecado de dejarlos solos. Tampoco quiero que me des las gracias por haber escrito este libro, ni me idolatres si llegara a gustarte, porque estos relatos no me pertenecen… Yo soy simplemente una contadora de historias, una gitana que lee tus manos, una gualichera errante que busca calmar tus ansias con yuyos y hierbas mágicas sembradas a la luz de la Luna. Estas historias te pertenecen a ti, a mí y a todas las mujeres. Es nuestro patrimonio y derecho. Es nuestro dominio y estandarte. Nuestro reducto. Nuestro cónclave. Por ser mujeres. Por ser hembras. Por ser la madre paridora de la especie. Elizabeth Blackwood INDICE La Madrastra (15) Mujeres Enfrentadas (85) Historias Cruzadas (157) La Amiga de la Madre (208) Regalo de Navidad (242) “La Madrastra” LA MADRASTRA I No fue fácil la vida de Carmen. No incluso hasta que se casó con un maduro norteamericano de nombre Alan Turner, dueño de una importante inmobiliaria en el estado de Texas, EE.UU. Como muchas otras muchachas mexicanas, emigró hasta el país vecino con el objeto de poder labrarse un porvenir. Buscaba conseguir algún empleo o poder casarse con algún americano que le permitiera obtener la nacionalidad. Lo logró al �inal de cuentas después de remarla sola casi un año y se fue a vivir con él en una cómoda vivienda ubicada en la pintoresca ciudad de San Antonio, del mismo estado. Su marido, un tipo mucho mayor que ella, había perdido a su mujer en un accidente automovilístico hacía unos años atrás. Situación que lo llevó a quedarse solo con su único hijo Alex, de tan sólo 5 años, fruto de esa relación. El hombre estuvo sin pareja durante todo ese tiempo hasta que conoció a Carmen, recientemente emigrada de 28 años, que trabajaba de cajera en un supermercado ubicado cerca de su propia inmobiliaria. Le llamó la atención su aspecto �ísico y la personalidad cálida que trasmitía. Carmen era una mujer alta, de tez morena y de unos contornos bastante llamativos. Su rostro no 16 LA MADRASTRA era demasiado bonito pero sí armonioso y agradable. Su carácter era bien diferente al carácter frío de las mujeres del norte, cuyo único interés personal pasaba (y pasa) por realizarse en una profesión y conseguirse un hombre que las �aguante� para poder comprarse una vivienda y formar, más adelante, una familia (si la cosa marcha bien). Es bien sabido que a los hombres de Texas les gustan mucho las mujeres latinas y Carmen no era en absoluto una mujer a depreciar. Alan Turner no era la excepción en el mundo de los machos tejanos y no se tardó demasiado tiempo en echarle un ojo a la sensual mexicana. Lo más importante de todo, necesitaba una nueva “madre” para su hijo. Una mujer que se encargara de un varón que ya tenía 9 años. No tardaron en hacer “buenas migas” apenas ambos se conocieron, y Turner le propuso pronto matrimonio. Carmen no dudó en decirle que sí y en pocas semanas ya estaba viviendo en casa de él. La unión entre estas dos criaturas era lo que podríamos llamar una relación «ideal». Una necesitada de un reaseguro económico y el otro necesitado de una joven nodriza. Más ejemplar no podía ser. ¿La necesidad tiene cara de hereje? Pero las cosas se dieron así. Al señor Turner nunca se le había dado bien eso de ser un hombre moderno. Eso de limpiar la casa y hacer la comida para su cría no era su punto más fuerte. No terminaba nunca de entender eso de la “liberación femenina” y prefería tener un 17 LA MADRASTRA hogar al estilo familia Ingalls: mujer en casa cuidando el hogar y el hombre afuera trayendo el sustento. Las mujeres norteamericanas eran demasiadas liberadas para él y las latinas parecían ser las mejores adaptadas para desempeñar ese tipo de rol tradicional. Más cuando éstas andaban necesitadas de conseguir el derecho de ciudadanía en un país que no trataba demasiado bien a los negros y a los inmigrantes. Por el lado de Carmen, la liberación femenina siempre le había parecido un notable progreso para la vida social de la mujer. En México el movimiento feminista había ganado más fuerza después de la década del 60` y a ella le entusiasmaba el poder tener algún día un título universitario y poder ganarse la vida en una gran ciudad como una mujer profesional e independiente. Pero en México, la situación socioeconómica de la mujer no había mejorado tanto como las condiciones políticas y civiles y, cuando sintió que ya era hora de cruzar la frontera para buscar nuevos derroteros, tuvo que olvidarse por un tiempo del feminismo y apostar por encontrar un �Charles Ingalls� que la mantuviera. Afortunadamente Charles apareció. Ya llevaban cinco años de casados cuando Alex acababa de cumplir los 14. El joven había empezado la secundaria en una escuela a pocos kilómetros de donde vivía y andaba muy bien en casi todas las materias. Era el capitán del equipo de básquet formado con los chicos que integraban su cursada 18 LA MADRASTRA y tenía un poster enorme, en su dormitorio, de su máximo ídolo Manu Ginóbili, un argentino que se había hecho famoso en la competitiva y elitista NBA jugando para el San Antonio Spurs. Carmen llevaba y traía a su hijastro a la escuela en un lujoso auto que le había comprado su marido, a la vista de todos sus compañeros de cursos que no dejaban de echarle un ojo a su atractiva “mamita” cuando ésta se bajaba de su Ford Mondeo. No era que Alex no fuera lo su�icientemente mayor como para ir a la escuela solo, pero cuando se cuenta con una madre tan predispuesta a ofrecerle a su hijo ese tipo de comodidades, la cosa se torna diferente. Ya por entonces Alex se estaba haciendo mayor y comenzaba a sentirse atraído por las chicas, aunque no parecía interesarse todavía por ninguna en especial. El muchacho decía que sólo tenía amigas y se apresuraba en dejar la conversación allí, aunque Carmen ya lo había descubierto una noche frente a su PC mirando chicas por Internet. Se dirigió ese día a su dormitorio para preguntarle si quería que le dejara la cena en la mesa pues no había venido a cenar y, cuando miró a través de la puerta que había quedado entreabierta, lo enganchó masturbándose frenéticamente frente al monitor de su ordenador. No pudo evitar sentir curiosidad y atracción por lo que estaba haciendo su hijastro, por lo que se quedó unos segundos espiando a escondidas mirando cómo él se estimulaba. Pero, sintiendo un poco de vergüenza 19 LA MADRASTRA de ser descubierta por el joven, cerró con cuidado la puerta y regresó a la cocina donde estaba su marido. “Dijo que va a comer más tarde” le contestó a Alan, que estaba todavía comiendo en la mesa. Luego guardó la comida en la heladera. Esa noche Alex no cenó. Ya se había dado un suculento banquete con las carnes jugosas que venden en Bangbros. Carmen era una buena mujer y venía cumpliendo muy bien su rol maternal. Realmente se preocupaba por hacer bien las cosas y, aparte de atender como es debido a su marido, había experimentado mucha curiosidad por saber qué clase de chicas le gustaban a Alex. No se escandalizó para nada después de lo visto aquella noche. Ella sabía que los chicos de esa edad se estimulaban mirando videos y revistas porno pues, cuando vivía con sus padres en México, había descubierto algunas de esas revistas escondidas debajo del colchón en la cama de su hermano mayor. También había visto un día las sábanas manchadas, en esa misma cama, cuando su madre la mandó a retirarlas para llevarlas al lavadero. Y más tarde, cuando tuvo su primer novio, éste también le confesó cómo se castigaba en el baño con la foto de una famosa modelo brasilera cuando éste apenas había entrado en la adolescencia. En �in, a Carmen le pareció algo de lo más normal ver a Alex haciendo esas cosas propias de su pubertad. Así que dejó el tema ahí y no le dio mayor trascendencia. Tampoco le contó 20 LA MADRASTRA nada a su marido pues pensó que éste no le daría importancia. Sin embargo, la mujer no tardó en darse cuenta cómo Alex empezaba a mirarla de una manera peculiar con una frecuencia cada vez mayor, aunque el joven esquivaba rápidamente la mirada cuando ella, circunstancialmente, dirigía sus ojos hacia él. A veces sus miradas se cruzaban por sorpresa y ella notaba cómo él le había estado mirando los pechos e incluso el carnoso trasero. Una vez le pareció que las bombachas que guardaba en el cajón de su dormitorio estaban medio revueltas, aunque después de contarlas cuidadosamente comprobó que no le faltaba ninguna. Como no estaba segura de que Alex había sido el intruso que anduvo metiendo dedos allí, se le ocurrió que había sido ella la que había estado buscando alguna prenda a las apuradas y que por eso había dejados las bragas así de desordenadas. El saber que Alex había empezado a sentir algo erótico por ella sin duda le agradaba, pero dada la gran diferencia de edad entre ambos y el cariño que sentía por su esposo, la idea de tener algo con el muchacho no asomaba por su mente ni en el más remoto sitio. Más allá de que Alex no fuera su hijo biológico, no podía dejar de verlo como a un crío en su etapa de evolución sexual al cual lo unía un tierno cariño. “Es un chicuelo” pensaba, y allí terminaba la cosa. Carmen quería a su marido y había sido, hasta ese momento, una buena madrastra y esposa. En 21 LA MADRASTRA todo ese tiempo que estuvo junto a Alan había demostrado cumplir con esos roles a la perfección, algo que Alan valoraba en gran medida. Vivía completamente dedicada al cuidado de su hogar para que su marido pudiera llevar a cabo, sin ningún tipo de contratiempos, el arduo trabajo de la inmobiliaria. Alan, en contrapartida, era un hombre muy hábil en los negocios y había logrado hacer buenas inversiones vendiendo unos lujosos departamentos en Houston y en Dallas, poco antes de que sobreviniera la crisis inmobiliaria que dejó en la quiebra a más de uno de sus competidores. Tenía un amigo que trabajaba como consultor en un prestigioso banco de Houston y éste, en una cena que mantuvo una noche con un grupo de viejos amigos, le avisó a tiempo de la crisis que se venía, lo que le permitió a Turner deshacerse de un par de importantes propiedades que estaban sobrevaluadas por el boom crediticio. De esa manera pudo hacerse de una buena diferencia de dinero que posteriormente invirtió en otros negocios rentables. El problema radicaba en que Alan no tenía tiempo su�iciente para dedicarlo a su buena esposa. Se casó con Carmen porque necesitaba una mujer que se hiciera cargo del cuidado de su hijo. Temía dejar abandonado a Alex y que éste pudiera acabar su adolescencia como muchos chicos de su edad; perdido junto a un grupo de tipos raros que se la pasaban todo el tiempo fumando porros y aturdiéndose los oídos 22 LA MADRASTRA con música de Nirvana. En San Antonio había muchos de esos “bichos raros” y eso a Alan no le gustaba. Vestidos todos de negro y clavados con tachas hasta la nuca. Más allá de los asuntos económicos eso era lo que más le preocupaba. Digamos que era la clase de hombre que adhería a los valores americanos. Se había criado en la tierra de los Bush y el forjarse de un digno porvenir había sido el motor de su vida. Luego casarse con una linda mujer y armar una familia para consolidad su posición en la sociedad. Todo eso lo había logrado. Vivía una vida sin sobresaltos y quería lo mismo para su único hijo. Carmen era una pieza importante para poder alcanzar ese objetivo, y esa fue la razón de por qué la eligió como su compañera. En cuanto a ser un “buen amante”, bueno... Alan hacía lo que podía. Y al parecer no podía hacer mucho. II El primer año de estar junto a Alan había sido el de una pareja normal. Tenían sexo tres veces por semana y salían juntos a comer los días viernes. El �in de semana se dedicaban a pasear. Pero después del año de casados esas salidas empezaron a ser menos frecuentes y las relaciones sexuales menos frecuente aún. El poco sexo que compartían apenas era 23 LA MADRASTRA apasionado y se iba reduciendo a una rutina que no la motivaba en lo absoluto. Ella pensaba que casi todos los hombres «amaban el sexo» y que en cuestiones de cama nada podía faltarle, pero pronto comprobó que su teoría no era del todo correcta. Por lo menos con su actual esposo. Carmen era todavía muy joven para resignarse a “colgar las bombachas” y eso de tener fría la cama no le sentaba para nada bien. Pasaba casi todo su tiempo en su casa viviendo cómodamente mientras realizaba su trabajo doméstico y atendiendo a su joven hijastro y, cuando llegaba su esposo a las siete de la tarde, sentía verdaderos deseos de compartir noches apasionadas con él. Turner, en cambio, salía tarde de su trabajo últimamente y su único interés, al llega a su casa, parecía ser la comida que había preparado su mujer; si tenía las camisas planchadas y si había enviado sus sacos y pantalones a la tintorería. No la trataba mal y no podía quejarse por eso. Se había casado con un buen hombre que no le hacía pasar ningún tipo de necesidades, pero ya se notaba que la pasión sexual por las mujeres no era su mejor característica. Mientras cenaban juntos, solían charlar sobre temas triviales como todas las parejas y luego se ponían a ver un poco de televisión antes de irse a dormir. Cuando lo hacían, a los pocos minutos Alan roncaba como un tronco y ella se quedaba sola leyendo algún libro hasta que la vencía el sueño y apagaba la luz del velador. Por otro lado, el aparente interés de 24 LA MADRASTRA Alex hacia ella se hacía cada vez más notable y Carmen empezó de a poco a sentir algo dentro de sí que nunca había experimentado con anterioridad. Dado esos sentimientos que empezaron a bullirle por dentro, comenzó por prestarle más atención a los hábitos del muchacho. A estudiarlo con detenimiento para ver cómo era en verdad. Descubrió, para su sorpresa, que Alex se parecía mucho a un novio que había tenido una vez en su adolescencia. No al primero que conoció sino al que tuvo después. Un chico de nombre Marcos que soñaba con ser jugador de fútbol. Era hincha fanático del Toluca y jugaba en la tercera división del club, pero sufrió una lesión severa en la rodilla y no pudo jugar nunca más. Luego emigró a España y desde ese día no supo nada más de él. A Alex no le justaba el futbol, ya que ese deporte no era todavía demasiado popular en EE.UU, pero le daba muy bien jugar al básquet. Su objetivo era llegar un día a consagrarse en la NBA y ser tan famoso como “Manu”, su ídolo máximo. Sabiendo Carmen que a Alex le apasionaba ese deporte, no tuvo mejor idea que irlo a ver al colegio uno de esos días donde le tocaba jugar, y se encontró con que el muchacho era bastante popular entre sus compañeros de equipo. Tenía una buena gambeta y llegaba al área con facilidad. No era de estatura elevada pero igual se las arreglaba muy bien para saltar y embocarla en el aro. Sus compañeros celebraban entusiasmados cada tanto que Alex hacía. Se le ocurrió, al comprobar 25 LA MADRASTRA su destreza, que no era poco probable que el chico llegara algún día a ser un jugador profesional. Y se sorprendió a sí misma el darse cuenta de que se sentía feliz por ello. Alex también, al término del partido, se sorprendió ante la presencia de su madrastra, que lo contemplaba sonriente desde fuera de la cancha. Cuando se encontraron, se saludaron con un fuerte beso y después de intercambiar algunas palabras se dirigieron al Ford que aguardaba en la acera. Conforme iban pasando los días, Alex se volvía más dado con su cuidadora y ésta también le dedicaba más cariño y simpatía. Las atenciones de la mujer hacia el chico fueron aumentando con el tiempo y el joven ya no podía ocultar su felicidad al sentirse tan mimado. Ella lo había acostumbrado a llevarle el desayuno a la cama, y le preparaba, para que lleve a la escuela, galletas y postres caseros. A causa de todo eso, el chico se animaba más a confesarle sus cosas privadas, las expectativas que tenía de la vida y ciertas minucias vividas en clase. Algo que nunca había hecho antes. También se animaron un día a hablar de sexualidad. Algo que al joven le costó. Y Alex se sorprendió de todas las cosas que sabía su «madre». Carmen le hablaba de esas cosas con sumo respeto y naturalidad, y eso al chico le encantó. Sintió que ella no lo discriminaba por el mero hecho de ser un menor, y que podía hablar con ella de diversos temas sin ningún problema. Fue así como su madrastra 26 LA MADRASTRA pasó a ser muy pronto su con�idente. La persona que le prestaba la oreja y con la cual compartía con él sus vivencias. A veces pasaban hasta una hora conversando a solas en la habitación del muchacho. Y aunque no siempre coincidían en las ideas, dada la diferencia generacional, lo bueno era que podían hablar como lo hace cualquier hijo con su mamá. Y eso permitió que Carmen se despreocupara por un tiempo de la indiferencia de su marido, ya que el hueco vacío y gris que se había abierto en su vida se había hecho un poco más chico con la �igura de su hijastro. No pasó demasiado tiempo en que la relación entre ambos se terminó de a�ianzar y ya a lo último los dos parecían más compinches que madre e hijo. La leña entre ambos crecía día tras día y sólo hacía falta una pequeña chispa para que se encendiera apasionadamente. Una palabra oportuna o una caricia de más. Esos roces descuidados e “inocentes” que las mujeres perciben de los hombres. O los hombres de las mujeres, pues a veces se da al revés. Carmen ya estaba cansada de la poca atención que le brindaba su marido y necesitaba desesperadamente un hombre que por �in la amara. ¿Hasta cuándo podía una mujer aguantar tanta insatisfacción sexual? Esa era la gran pregunta que picoteaba cada tanto en su mente. No era por naturaleza una mujer in�iel, pero la cercanía con el muchacho a la cual le atraía �ísicamente sumado a la actitud de Alex que ya no podía ocultar su pasión 27 LA MADRASTRA por ella, generaba una tensión entre ambos cada día más di�ícil de ignorar. Ni Alex ni Carmen se animaban a dar el primer paso, quizás temiendo el rechazo del otro. Cada día que pasaba parecía que ambos estaban a la espera de que el otro iniciara. El desenlace se mantenía en suspenso, como ocurre en las novelas de TV, pero una vez que la mujer se convenció de que era Alex el que revolvía sus cajones para coger su ropa interior y masturbarse con ellas en el baño, se animó a dar el primer paso ya no temiendo una reacción inoportuna. Ahora no le quedaban dudas de que su hijastro estaba apasionado con ella y que su falta de iniciativa se debía a su poca o nula experiencia con las chicas. Desde luego la conquista la haría con cuidado y suma insinuación. Haciéndose la tonta, como si no supiera nada, para no despertar sospechas. Esperando agazapada como hacen las leonas hasta que el chico no aguantara más y se le tirara �inalmente encima, ya vencido por su propia excitación. Es así como lo hacen muchas mujeres. Y sobre todo las mujeres latinas. Es una estrategia que nunca falla. El día que ocurrió el primer encuentro de amor ella se sentía muy excitada. Tenía más que claro que el chico estaba totalmente alzado y que se desesperaba por querer montarla apenas tuviera una oportunidad. Ella ya había probado con eso de ponerse ropa atractiva para comprobar la reacción de Alex cuando éste estaba en casa y comprobó que la reacción del joven apenas la 28 LA MADRASTRA vio fue más que positiva. Primero se puso unos shorts ajustados y notó como al chico se le iban los ojos directo a sus nalgas cuando ella le daba la espalda. Luego fue a buscarlo un día a la escuela con un vestido con faldas cortas y, de regreso en el auto, vio como su hijastro le espiaba a cada tanto las piernas de una manera mal disimulada mientras ella iba manejando. La torpeza del muchacho por no saber manejar sus ojos a la hora de espiar a una mujer fue algo que la divirtió y excitó. Alex era un buen muchacho, dulce y educado, que estaba en su despertar sexual y ella, ya más madura y experimentada, se entretenía jugando con él al viejo juego del gato y el ratón. Donde ella era la gata y el chico el pobre roedor. Podía ser una pollera más corta o un jean más apretado. Una remera que le marcaba las tetas o un escote demasiado insinuante. La ropa y el estilo iban variando pero todo apuntaba a lo mismo. El juego era siempre igual. Ella se ponía el queso en la boca e invitaba a Alex a comerlo, y Alex se iba directo al queso con jovial desesperación mientras ella cerraba sus fauces y lo engullía deliciosamente. Disfrutaba mucho darse esos almuerzos. Alex siempre terminaba en su estómago y eso, lejos de cansarla, le daba cada día un estímulo nuevo. Los deseos púberes de su hijastro la terminaban motivando mucho más que las monótonas noches grises que pasaba con su esposo. El dulce juego que mantenía con el muchacho había despertado en ella un sentimiento dormido, 29 LA MADRASTRA casi adolescente, después de años de estar luchando sin pausas por labrarse un porvenir económico mejor. Finalmente, cuando ya se cansó de ese juego y sintió que era hora de dar el primer paso, se preparó para vivir ese momento con total pasión y falta de prejuicios. Al �in y al cabo no era su “hijo”. Era el hijo de Alan. Intimar con el jovenzuelo no era cometer incesto. No tendría por qué sentir culpa ni caería en ella algún castigo divino. Podía quererlo como a un hijo y cuidarlo como a un hijo pero no era su “hijo”. Era su hijastro. Y si no era su hijo “carnal” podía verlo como a un hombre cualquiera. ¿Qué importaba la diferencia de edad? Eso eran puras tonterías. Sobre todo en EE.UU. Y con respecto a serle in�iel a Alan podía excusarse diciéndose a sí misma que Alan ya no la amaba como la amó el primer año de casados. Había, ahora entre ellos, un amor de “hermanos” pero no de “hombre y mujer”. La pasión entre los dos se había esfumado y sólo había quedado una buena relación de matrimonio. En paz y en armonía, pero nada más. Nadie, ni siquiera su propia conciencia, podían ahora apuntarla con el dedo. Se sentía completamente libre para actuar como quisiera. Ese día probó de nuevo con su short ajustado, ese que a Alex parecía volverle loco. Carmen era una mexicana generosa en carnes y no dejaría pasar la oportunidad de desaprovechar aquellos atributos femeninos que en la mirada de los hombres jóvenes 31 LA MADRASTRA parecía resultar fatal. Se puso un corpiño blanco de encajes y unos calzones del mismo color de esos que se pierden bien adentro de la gruta trasera de las hembras. Arriba una camisa roja ceñida a la altura del ombligo y el pelo negro azabache salvajemente suelto. Lo que diríamos una mamá bien sexy, para que no quedaran dudas. Cuando Alex se levantó al mediodía, después de haber avisado la noche anterior que esa mañana no iría al colegio, se dirigió como un zombi hasta el baño y se despabiló con una ducha bien tibia. Minutos después salió en mejor estado cubierto solamente con el toallón y se dirigió directo a la cocina para ver que había de comer. Abrió la heladera y sacó una tarta de pollo que había hecho Carmen la noche anterior. Se la zambulló en pocos minutos junto con un vaso de zumo de naranja y se dirigió luego a lavadero llevando en sus manos la ropa sucia que había dejado en el baño. Cuando llegó al lavadero se encontró con su madrastra, que estaba junto al lavarropas automático metiendo las sábanas para ser lavadas. Aprovechando que la mujer estaba de espaldas, recorrió con sus ojos sus ricas posaderas. Carmen, que lo había escuchado llegar, se hizo la que no había escuchado nada y aprovechó la situación para inclinar su cuerpo aún más, dejando a la vista más claramente esa parte de su cuerpo que al chico tanto le excitaba. Viejos trucos que tienen las mujeres a la hora de jugar con los deseos de un hombre. Eso de “hacerse la tonta” y mostrar el culo 32 LA MADRASTRA o las tetas ingenuamente era una estrategia que nunca fallaba. Lograba desatar en ellos el deseo primitivo de poseer a una mujer. De hacerla suya para dominarla. Y luego penetrarla ferozmente… Alex, que la miraba extasiado y sabiendo que su padre nunca venía a comer a esa hora pues prefería quedarse a comer en la inmobiliaria, sintió tremendas ganas de tirársele, pero sus miedos juveniles lo impidieron. Siempre se lo impedían. Siempre. Nunca se armaba del su�iciente coraje para manifestarle a su madrastra su pasión. En vez de tomar la iniciativa se quedó allí parado mirando cómo Carmen acomodaba las sábanas. En ese momento Carmen se dio vuelta y, haciéndose la sorprendida, le pidió amablemente la ropa que tenía Alex en las manos. “Dame las sabanas así las lavo junto a estas”, le dijo. Y Alex se las alcanzó. Se dio cuenta de que algo le estaba pasando a su hijuelo (y desde luego se imaginaba qué era) entonces, para animarlo, le tomó la cara con las manos, le sonrió y con ternura le dijo “¡Qué carucha tienes! Se nota que dormiste como un tronco. Apuesto a que te quedaste toda la noche mirando chicas en esa computadora…” Y, acto seguido, lo estrechó fuertemente entre sus brazos zamarreándole suavemente la cabeza. Era cierto. Carmen ya sabía que Alex, por la noche, se quedaba mirando chicas por Internet y que por eso a veces se levantaba medio dormido. Poniendo como escusa que no iría a la escuela para terminar 33 LA MADRASTRA un trabajo práctico, el chico se había quedado toda la noche navegando en Internet por una multitud de páginas porno y había amanecido al día siguiente con unas ojeras enormes. En su mente juvenil todavía daban vueltas in�inidad de culos redondos y tetas enormes con sus pezones erguidos. También conejas de todos los tamaños con mucho o con poco pelo. Había quedado embelesado en ese paraíso de mujeres que des�ilaban desnudas frente a sus ojos apenas vírgenes en esos placeres. Es que Alex sentía una gran pasión por su madrastra y no sabía cómo hacer para sacarse las ganas. Tenía intención de llegar hasta ella pero no sabía cómo diablos hacerlo. A esta altura del partido, el estimularse con los calzones de Carmen no alcanzaba para colmar sus ansias y los sitios pornos que visitaba de noche lo ponían cada día peor. Lejos de aplacar sus deseos, hacía que los mismos crecieran cada vez más. Ponerle �in a ese tormento era lo que más necesitaba. Sentir el cuerpo de Carmen. Tocarlo, besarlo, amarlo con todas su fuerzas. Eso quería el muchacho. Penetrar a esa yegua que era su madrastra. A esa yegua morena veinte años mayor que él que lo cuidaba y lo protegía como la mejor de las madres. Esa mujer que le preparaba el desayuno, que lo llevaba al colegio, que lo albergaba bajo sus faldas. Alex estaba todavía rodeado de los brazos de Carmen. Atrapado en esa hermosa enredadera. Sintiendo sobre su cuerpo sus pechos. Ella todavía 34 LA MADRASTRA no lo había soltado. Le acariciaba la espalda en señal de cariño. Con fuerza, como queriéndole dar ánimos. Por un momento, el muchacho se sintió poseído de un valor del que antes carecía. Sintió, de una manera extraña, cómo su madrastra estaba tratando de darle algún tipo de “señal”. Un mensaje que él tenía que revelar. Y ese mensaje parecía estar diciéndole “anímate, atrévete, que tu mami te está esperando, ven… no tengas miedo. Dile a mamá lo que siente tu corazón”. Alex, que nunca se imaginó poder tomar la iniciativa, interpretó acertadamente la señal y rápidamente se relajó en brazos de ella. Esperó a que Carmen lo soltara mientras disfrutaba de sus cálidas caricias y, cuando la mujer lo soltó, se agachó rápido hasta la altura del vientre, apretó las nalgas de su madrastra con sus manos, las masajeó bien fuerte durante unos segundos y hundió su rostro sobre el vientre de ella en clara posición de ruego. Fue allí donde el chico le dijo, o más bien le suplicó, que ella le hiciera el amor… “¡Oh! mamá, cómo te deseo. Por favor, ya no aguanto más. Llévame a la cama y hazme el amor. ¡Te amo con locura! Quiero que me quites la virginidad… por favor”. Le salió así, como a un chico de catorce. No como a un Marlon Brando o un Clint Eastwood. Aunque sus palabras no sonaron como en Hollywood sí tenían, en cambio, la espontaneidad de alguien que ya no puede seguir ocultando lo que siente. Y, al no poder hacerlo, se le declara abiertamente a su amada con las 35 LA MADRASTRA pocas armas que tiene. Decide de esa forma entregar su corazón. Carmen, al escuchar las palabras de su querido Alex, hizo una breve pausa con el objeto de �ingir estar meditando su respuesta y luego, después de haber concluido su impecable actuación, lo levantó con sus manos dirigiéndose a él en un tono maternal. Mirándolo a los ojos, le dijo: − Yo también siento algo profundo por ti. Te quiero como si fueras mi propio hijo y aunque nunca he intentado reemplazar a tu madre biológica puedes llamarme mamá si quieres… Para mí ya eres mi hijo y como madre ¡no dudaría un segundo en ayudarte! ¿Acaso no he estado cuidando de ti en todos estos años que vivimos juntos Alex? − Sí, mamá. Siempre me estuviste cuidando pero… − Pero nada, replicó Carmen. Nada de peros… No existen peros entre una madre y un hijo ¿Quieres que mamita te haga el amor ahora mismo? − ¡Sí madre! Lo he venido deseando durante todos estos últimos días. Esta noche me quedé en el dormitorio mirando páginas porno y dándole a la… ya sabes… pensando en las cosas lindas que podría estar haciendo contigo… Alex ya no tenía vergüenza de confesarle lo que hacía por las noches. Su madrastra le había armado de valor. Carmen se sonrió. 36 LA MADRASTRA − ¿O sea que es mentira que faltaste al colegio para terminar la tarea de la escuela? − Sí… − ¿Y eso te parece que está bien? Carmen de repente se puso �seria�. Era otra pantomima, pues estaba más que feliz ¿Te parece correcto haberle mentido a tu mamá? − No… − ¿Y qué otra cosa has venido ocultándome últimamente? − ¡Ninguna madre! respondió Alex sorprendido. − ¿Seguro? le regañó Carmen con descon�ianza. − Sí, dijo titubeando el joven. − ¿Seguro seguro? le volvió a preguntar, perforándole los ojos con una mirada tan traviesa como inquisidora. − Bueno… terminó admitiendo el joven, al no poder resistir más la intensa mirada de su madrastra. También te estuve revolviendo el cajón donde guardas tus bombachas… − ¿Ah sí? ¿Y pará que las revolvías? − Bueno, es que me gustaba mucho mirarlas… dijo sonrojado y esquivando la mirada. 37 LA MADRASTRA − ¿Estás seguro de que sólo las �mirabas�? − ¡Sí!! − Alex… − Bueno. En realidad, cuando no estabas, yo me “estimulaba” en el baño con ellas… La mujer al �in logró la confesión que buscaba. Alex tuvo que reconocer su “travesura”. Ella, al escucharlo, puso cara de “asombro” pero, no conforme con eso, quiso conocer más “detalles”... − Las manchaste… − Sí… admitió él en tono de culpa, sin poder mirarla a la cara. El joven se había puesto rojo como un tomate. − Bueno, le respondió Carmen con una dulce sonrisa. A partir de hoy ya no vas a tener que usar más mi ropa interior para calmar tus ardores porque mami te va a consolar todas las veces que te vengan “ganitas” ¿Sí? − ¡Sí mamá! Gracias… Alex volvió a ser feliz. − Pero primero prométeme que nunca más me vas a ensuciar mis bombachas. Son bombachas muy �inas y sólo se consiguen en lugares exclusivos ¿OK? − Te lo prometo mamá, replicó el chico. Y, acto seguido, Carmen lo tomó de la mano y se lo llevó a su dormitorio en donde le dio las primeras lecciones de amor. Unas lecciones de amor que para él serían inolvidables. 38 LA MADRASTRA III Esa noche el padre de Alex vino tarde a cenar. Había llevado a un cliente a ver un departamento en las afueras de San Antonio y eso retrasó su llegada. Se sabe que los que trabajan en el negocio inmobiliario no tienen un horario �ijo, aunque cumplen como todo el mundo sus ocho o nueve horas diarias. Cuando el padre arribó a la casa, encontró a su hijo estudiando en su cuarto y a Carmen trabajando en la cocina. Su mujer estaba de muy buen humor. Alan cenó junto a su mujer después de que ésta atendiera primero a su hijo, ya que ella prefería aguardar a que viniera su esposo antes de sentarse a la mesa a comer. Esa noche Alan tuvo ganas de tener relaciones con su esposa pero Carmen, si bien cedió a los deseos de su marido, estuvo invariablemente con sus pensamientos en otro lado. Su cabeza no dejaba de dar vueltas sobre aquello que había hecho con su hijastro. Recordaba, mientras estaba con Alan, como Alex cabalgaba sobre su espalda con la pasión de alguien que descubre por primera vez los manjares de amor. Nada comparable a lo que hacía su marido, que parecía ya tener calculado cada una de sus atávicas acciones. Movimientos totalmente mecánicos como si fuera una máquina excavadora. Casi igual que en las películas pornos. 40 LA MADRASTRA Su falta de pasión por momentos la exasperaba, y no le escuchaba nunca decir una palabra de amor. Ni siquiera una cosa “chancha”. Por lo menos eso la hubiese motivado… Pero aunque el sexo había dejado de ser una fuente de satisfacción para la pareja, sentía que era su deber cumplir con su rol de esposa. Para eso se había casado. Alan no era el mejor de los amantes y a veces se preguntaba si en verdad a él le gustaba el sexo. Pero lo cierto era que su marido, al margen de ese defecto, no dejaba de ser un buen esposo. Alan nunca le hacía faltar nada y tampoco era exigente respecto de los quehaceres de la casa. Tampoco era un hombre que se quejaba por la comida que hacía, más allá de que Carmen cocinaba más que bien. Y eso sí, siempre la sacaba a pasear. Era raro que los �ines de semana se quedara encerrada en su casa. Todo eso era verdad pero ahora eso ya había dejado de importarle. No le interesaba lo que pasaba con su marido porque su hijastro sería en adelante su amante secreto. Su verdadero �hombre�. Con él volvería a revivir esas locuras de amor que vivió cuando tenía diez años menos. Era como volver a empezar. Como viajar por el túnel del tiempo y reencontrarse con la juventud perdida. Ya tenía pensado hacer las cosas “más osadas” e inducirlas en la cabeza del chicuelo para luego poder realizarlas y gozar como pocas veces lo había hecho. Mientras Alan se movía agitadamente encima de ella, ella imaginaba como en poco tiempo 41 LA MADRASTRA podía transformar a Alex en un poderoso semental que la hiciera disfrutar como loca. Ella hecha toda una perra en la catrera con su coño abierto a más no poder y Alex hundiéndose dentro de él arremetiendo como un loco condenado. ¡Como un toro en llamas! Dos cuerpos que no paraban de buscarse y amarse. De desearse y merecerse. De recrear noche tras noche esa pasión que estaba ausente en su vida conyugal. Pero primero había que educarlo. Hacerle el amor dulcemente. Ser con él la mamá más complaciente. Porque todavía era muy joven. Un adolescente de apenas 14 años. Más adelante, cuando Alex estuviese más maduro, más hombre, podía entonces enredarse con él en otros juegos más salvajes. Más de “hombre y mujer”. Como ella en verdad necesitaba. Por el momento debía conformarse solamente con ser su “maestra”. Un rol que en verdad disfrutaba, más allá de sus normales necesidades femeninas. Después de que Alan pudo alcanzar el clímax y arrojó su cuerpo pesado a un costado, la pareja compartió un cigarrillo y luego apagaron la luz. A los pocos minutos los dos ya estaban profundamente dormidos. Profundamente dormidos, como ocurría siempre. La habitación de Alex era como la de cualquier chico americano. Una catrera de madera, una mesita de luz, un pequeño ropero donde guardar la ropa, una 42 LA MADRASTRA computadora montada sobre un pequeño mueble y varios posters de sus ídolos favoritos pegados sobre la pared. También una pelota de básquet tirada en un rincón. El chico, que estuvo metido toda la noche en su dormitorio mientras sus padres hacían el amor en el cuarto de al lado, había terminado de hacer los ejercicios que la señora Howard le había pedido. Una larga lista de ecuaciones de primer grado y ecuaciones hiperbólicas con grá�icos incluidos. Apenas terminó de hacer el último ejercicio guardó sus útiles en la mochila y se puso a navegar en el Facebook. Después se metió en el You Tube pero al poco tiempo se aburrió. Apagó con desgano la computadora y se fue directo a la cama. Puso el despertador a la 6.00 en punto – hora en que debía levantarse − y apagó la luz del velador. Con sus ojos mirando el oscuro cielorraso, no dejaba de pensar un segundo en Carmen… Sus padres ya deberían haberse acostado y se preguntó si estarían haciendo el amor en ese momento. No había manera de saberlo y tampoco le importaba demasiado. O quizás sí. Se preguntaba si su madre había hecho lo que hizo con él por el simple hecho de hacerle un favor o guardaba, en cambio, algún sentimiento de “amor”. “A partir de hoy ya no vas a tener que usar mi ropa interior para calmar tus ardores porque mami te va a consolar todas las veces que te vengan “ganitas”, le había escuchado decir a su madrastra. Era la frase que más recordaba. Su tono había sido dulce y contenedor 43 LA MADRASTRA pero ¿eso signi�icaba que había sido “amor”? ¿Sentía su madrasta por él un amor disimulado o simplemente le estaba ayudando a atravesar su pubertad con menor di�icultad? Eso le daba vueltas y vueltas por su cabeza como un perro que buscaba morderse su propia cola. Alex quería que fuera amor, no “deseos de consolar a su bebé”. Si al principio sentía por su madrastra una creciente pasión, después de la �sacudida� que ella le había dado en la catrera esa pasión se le transformó en enamoramiento. Sí, enamoramiento era la palabra. Un sueño de amor y romance del que no quería despertar nunca más… Metió su mano derecha dentro de su bóxer negro y apretó fuertemente su rabo. Al minuto de tenerlo entre sus manos lo tenía duro como un plátano. Su mente se trasladó al momento en que Carmen lo introdujo en su dormitorio… Una vez dentro y con la puerta cerrada, le hizo bajar el pantalón y el bóxer negro, le dio un beso tierno en el medio de la boca y luego se puso en cuclillas frente a él. Comenzó primero a estimularlo con la mano, al principio lentamente y después más rápido. − ¿Qué cosa sientes Alex? − Como un cosquilleo… respondió. − ¿Y es rico? − Sí… Me gusta un montón… El chico ya empezaba a jadear. 44 LA MADRASTRA Ella siguió meneándole el rabo hasta ponérselo bien duro. Luego, al verlo tan «maduro», se lo introdujo en la boca. Allí empezó a succionar... − ¡AAAH…! Soltó el chico desesperadamente, apenas habían pasado algunos segundos. La boca de Carmen era una verdadera seda. Un capullo de rosa capaz de erguir los penes más impasibles. Era muy di�ícil poder resistírsele demasiado tiempo y sólo ella sabía que el que más había aguantado evitando la eyaculación había sido unos tres minutos. Se enorgullecía de tener una técnica implacable y se sintió un poco “culpable” por aplicar esa técnica con Alex... Ella le llamaba “la tortura japonesa”, ya que esa técnica de felación tan re�inada era usada a menudo por las geishas. Carmen sabía que el pobre no aguantaría la mamada ni treinta segundos, pero su deseo de verlo gozar y de revivir a través de él su propio placer de adolescente, ese que una vez se pierde tan pronto como lo encontramos, fue mucho más fuerte que sus propios prejuicios por lo que se permitió enervarlo al extremo... Con los años Carmen había aprendido cómo hacerle una mamada a un hombre. Sabía que el secreto radicaba en no raspar el pene con los dientes. La piel del miembro viril es muy delicada y una “mamada torpe” solo provocaría irritación, lo 45 LA MADRASTRA que echaría a perder el deseo. La mujer abría bien grande la boca y apenas tocaba con ella el miembro del adolecente. Su método consistía en rozar suavemente el falo con sus húmedos y jugosos labios mientras evitaba lo más posible rozar la piel con la dentadura. Además, debía mover muy poco el pene dentro de su boca. Nada de hacerlo como en las pornos que, aunque aparentaban ser mamadas espectaculares, no eran para nada efectivas. Esa forma le parecía un asco. Un auténtico insulto a la verdadera sexualidad. Carmen despreciaba a esas “americanas tragonas” que trabajaban en esas películas. Alex no era Rocco Siffredi. No era un actor porno. Era su bebé. Su crío. El hombre a quien ella debía enseñarle el verdadero arte de amar. El genuino y legítimo signi�icado de eso que llamamos sexualidad. Es por eso que el movimiento de la boca debía ser corto y a la vez «succionante», como si estuviera estirando una goma… − ¡AAAHHHH! volvió a gritar Alex, sintiendo una tremenda excitación que le hizo vibrar el cuerpo desde el cóccix hasta la cervical. Los músculos de sus piernas se tensaron rápidamente, intentando mantenerse bien �irme y en equilibrio, mientras Carmen no paraba de succionar y succionar su miembro inyectándole ráfagas de placer insoportables. 46 LA MADRASTRA − ¡Mami! ¡NO! ¡NO! ¡Mamita! ¡Ay! ¡Ay! ¡¡Mamiiii!! Soltó de nuevo el chicuelo, que de una manera involuntaria intentó apartar con sus manos la cabeza de la experimentada mujer. − ¿Qué pasa mi bebé? ¿Sentís cosquillitas? Le dijo Carmen dulcemente, mientras le daba a su chico un breve respiro. − ¡Cosquillitas no! ¡Unas ganas de acabar insoportables! Por momentos pensé que me «meaba». − Bueno… dijo la mujer con una pícara sonrisa. ¿Queréis que paremos un poquito? − No mamá. Me gusta lo que me haces. Pero hazlo suavecito… no tan fuerte… − Está bien… Te prometo que esta vez mami te lo hace suavecito. ¿Sentiste nanita? Carmen, por dentro, se mataba de la risa. − Sí… le contestó. − ¡Ay! ¡Pobrecito! Soy una mamá mala… Y acto seguido le dio un piquito en el prepucio a modo de consuelo ¿Vamos de nuevo? − Sí... 47 LA MADRASTRA Mientras Alex revivía lo sucedido, tenía su miembro tan duro como el acero. Su mano estaba todavía metida dentro del bóxer intentando estimularse como podía. Se bajó la prenda porque ya le apretaba demasiado y el roce constante del glande con la tela le empezaba a irritar la piel. Se empezó a estimular esta vez con mayor libertad recordando las cosas que había aprendido con su madrastra. La oscuridad lo invadía todo y si bien necesitaba dormirse cuanto antes, los pensamientos de lujuria que invadían su cerebro no lo dejaban descansar en paz. Aunque lo intentaba una y otra vez con tesón le resultaba casi imposible lograrlo. Se lamentaba horrores por no poder estar esa misma noche en la cama con Carmen siendo él su marido y ella su esposa. Sintió envidia por su padre y le odió. Un odio mezclado con sentimientos de celos e impotencia, aunque después se arrepintió de sentir eso porque en el fondo amaba a su padre. Imaginó cómo estaría él, si estuviera en el lugar de su papá, acariciándole a su madrastra las tetas y buscando la coneja en ese bollo de pelos… Manoseando las nalgas con sus manos y fundiendo su boca con la boca de ella… ¡Cómo sabía su madre jugar con la lengua! Se imaginó estando en la cama con ella y pidiéndole por favor que se lo haga de nuevo… − Recuéstate boca arriba Alex. Relájate y ponte cómodo, le había dicho la mujer luego de que ambos se quitaron las ropas. 49 LA MADRASTRA Carmen tenía sin dudas un cuerpo muy bello. Al menos para los ojos de un adolecente. Alex contempló por primera vez el cuerpo desnudo de su madrastra. Lo recorrió embelesado centímetro por centímetro. La piel morena, los pechos pulposos, las amplias caderas tan propias de la mujer latina y también sus carnosas nalgas. Se animó a bajar sus ojos hacia el pubis de Carmen y contempló su abultada pelambrera oscura y sensual como la misma noche. Era la primera vez que veía personalmente a una mujer desnuda. Y entró en la cuenta en que no era lo mismo que mirar una mujer por el monitor de la PC. Lo que tenía delante de él era como una foto pero en tres dimensiones. Incluso mucho mejor que eso, porque además podía tocarla. Y olerla. Esa era otra gran diferencia; la del amor «real» que es muy distinto al amor «virtual». Su bella madrastra se montó encima de él como si fuera su amante y empezó a moverse. Alex ya estaba dentro de la madura mujer y sintió como su miembro crecía rápidamente. Los movimientos de Carmen eran al principio lentos, cadenciosos, pero luego se hicieron más acelerados. Subía y bajaba por el miembro de su hijastro mientras su vagina se lubricaba cada vez más… ¡Chap! ¡Chap! Se escuchaba en la habitación. Las carnes de ambos chocaban ininterrumpidamente mientras 50 LA MADRASTRA el ardor ascendente de sus cuerpos contagiaba sus respectivos corazones… ¡Chap! ¡Chap!... ¡Chap! ¡Chap!... era sin dudas el «ritmo del amor». − Me gusta mami… Me gusta mucho, mucho… Se le escuchó decir al mocoso con voz entrecortada y jadeante. Dame así mamita… Dame así que me encanta… − A mí también me encanta, mi bebé. A mamá también le gusta mucho… No tienes ni idea de cómo… respondió Carmen algo agitada, que ya a esa altura del partido no podía ocultar su placer. El movimiento mecánico de ambos sexos se parecía al del motor de un auto. El pistón subía y bajaba ininterrumpidamente dentro del cilindro. El aceite lubricante facilitaba el movimiento interno evitando rozamientos molestos, a la vez que disminuía la densidad del líquido en la medida en que aumentaba la temperatura de los amantes. Un aceite más diluido lubrica mejor y aumenta exponencialmente el placer… Después de estar chapoteando unos minutos, la mujer se empezó a calentar. Ya no era la maestra que le enseñaba a su alumno sino una hembra que quería más goce. El haber tomado conciencia de estar teniendo sexo con ese adolecente que venía provocando desde hacía días era algo que la enardeció. La puso como una 51 LA MADRASTRA moto. El miembro de su chico se había hinchado al volumen máximo y ya ocupaba todo el interior de su vagina. Los ojos de Alex lucían extasiados y estaban clavados �ijos en el cielorraso. Su alma virgen de esos goces terrenales no estaba en su cuerpo sino en otro lado. Como si estuviera haciendo un viaje astral. Carmen bajó su mirada por un momento y contempló a su joven amante. El rostro del muchacho la excitó aún más. Se vio a sí misma re�lejada en ese rostro pero con 20 años menos... Recordó su segunda vez con un chico del barrio unos años mayor que ella. La primera vez había sido horrible y sólo había sentido dolor, pero la segunda vez fue sublime y creyó que eso era el amor de verdad. Pronto comprendió que eso no era el amor cuando su novio se fue con otra chica del barrio, pero el recuerdo de ese placer �sublime� le quedó grabado en su corazón para siempre. Ahora veía en los ojos de Alex ese mismo placer añorado. El placer de la primera vez. Vio en los ojos de Alex ese amor juvenil y se enterneció, pues podía sentir ternura aún en medio de la lujuria. Una mujer puede hacerlo. Quizás no los hombres pero una mujer sí. De repente, Carmen sintió como su hijastro le cogía los pechos mientras se reincorporaba de la cama… − ¡Me vengo mami, me vengo…! 52 LA MADRASTRA − ¡Véngase mi bebé! ¡Véngase! Véngase dentro de mami… soltó Carmen súper excitada. − ¡AAAAH…! fue la respuesta del chico, cuando ya le era imposible contenerse. Su cuerpo hizo un breve estertor en el momento de la eyaculación, mientras que las pupilas de sus pequeños ojos se dilataban a más no poder. Era el éxtasis supremo. Inmejorable. Jamás sentido. El rostro de Alex re�lejaba una absoluta satisfacción a la vez que lanzaba una mirada de amor a la que era su �iel cuidadora. Su querida madrastra. Su con�idente y ahora, su amante... − ¿Te sentís bien mi chiquito? preguntó Carmen, tratando de disimular lo más que pudo su propia excitación. − Sí mamá… bésame… abrázame… necesito tu protección… Carmen accedió al pedido de su hijastro. Lo besó con ternura en la boca y luego lo fundió contra su cuerpo en un abrazo, tal como él se lo había pedido. Los pechos de Carmen se apretaron fuertes contra el pecho lampiño del jovenzuelo provocando en éste una hermosa sensación de placer. La madura mujer y el adolescente unidos por el fuego de la pasión. Estuvieron así juntos unos minutos, permitiendo que sus músculos se 53 LA MADRASTRA relajen, hasta que ambos cuerpos �inalmente se separaron y salieron de la habitación. La habitación seguía completamente a oscuras. El cuerpo de Alex ardía de traspiración. Los recientes recuerdos de lo vivido con su madrastra no dejaban de alborotar su mente. Para él había sido una experiencia nueva. No comparable con cualquier otra fantasía que hubiera tenido antes. La lujuria que la experimentada mujer le había clavado en su corazón era algo que, de ahora en más, no podría nunca sacarse. Ese recuerdo le perseguiría siempre y no lo dejaría descansar... Su mano derecha estaba llena de esperma. La mano se sentía pegajosa. Había vuelto a sentir ese goce, aunque haya sido de manera imperfecta. Pero no se morti�icaba por eso. No se atormentaba pensando en tonterías. Sabía que su historia con Carmen recién había empezado. Era consciente de que su madrastra no iba a dejar las cosas así y que lejos de haber sido una aventura pasajera había sido una auténtica “lección de amor”. Carmen era su nueva MAESTRA que lo instruiría en los misterios de la carne. Sería su Ereshkigal, su Pomba Gira, su Yemayá… “A partir de hoy ya no vas a tener que usar mi ropa interior… porque mami te va a consolar todas las veces que te vengan ganitas” recordaba que le había dicho. Su madrastra le había dejado la puerta abierta para que él se animara 54 LA MADRASTRA a proponerle nuevos juegos, nuevas sensaciones, todo un universo desconocido por recorrer. Al menos para él. Con esa feliz certeza plantada en su corazón, Alex se dirigió hasta el lavabo, se higienizó y se cambió sus prendas. Luego salió y volvió a meterse en la cama. Ya eran como las dos de la madrugada. Cerró los ojos y se durmió rápidamente. IV Las semanas que se sucedieron después de ese día estuvieron marcadas por una intensa pasión. Como el joven ya lo había sospechado, la “cosa” no había quedado ahí. No podía haber quedado ahí. Lo que se empieza se debe terminar, y la madrastra cumplió con su deber. Alex estaba tan entusiasmado con todas las cosas que vivía con ella que deseaba, como adolescente que era, que eso no terminara jamás... Ella no paraba de enseñarle, de animarlo a probar cosas nuevas y el jovencillo respondía a las propuestas de Carmen con suma ductilidad. Para Alex ella era una verdadera profesora. Una experta en el arte amor. La instructora ideal que necesita todo adolescente. “Vos no lo haces como en esas pelis que están en Internet, mami. Vos lo haces de una manera más «real»… de una manera mejor” le había dicho uno de esos días que estaba en 55 LA MADRASTRA la cama con ella. Eso a Carmen la había halagado y orgullecido. La había hecho sentir toda una mujer. Y también, por qué no decirlo, una mamá… Otro día le dijo “Ya no me gustan las pornos, mamá, me aburren. A mí me gusta hacerlo con vos. Con vos yo me recaliento, me pongo como loco. Con vos es diferente… ¿Sabes una cosa? Ya borré del disco rígido todas las pornos que tenía grabadas. Ya no me gustan más”. Sin dudas Alex había empezado a cambiar. Sus gustos y su manera de considerar o juzgar ciertas cosas empezaron a tomar otro rumbo. Por su parte, Carmen sintió, después de mucho tiempo, que algo también había cambiado en su vida. Y para bien. Sentía que vivía junto al muchacho un reverdecer de su sexualidad. Era casi como volver a los añorados quince años. Incluso a los veintidós. Toda esa monotonía que venía teniendo con su marido desde hacía más de un año y que parecía prolongarse hasta la eternidad se había borrado, de repente, de un plumazo. Su hijastro se estaba volviendo más inteligente, más resuelto a la hora de hacer el amor. Estaba dejando atrás, en tiempo récord, su torpeza y falta de suspicacia evolucionando hacia una conducta sexual e intelectual superior. Parecía ser mucho más HOMBRE. Incluso se había vuelto más dócil que antes en las relaciones cotidianas. En el “día a día”. Estaba dejando de ser un «niño». Y todo gracias a ella. A Carmen. La artí�ice de esa preciosa criatura. “Y Dios 56 LA MADRASTRA creó al hombre a su imagen… y vio que eso era bueno” recita sabiamente una parte del Génesis. Y esa historia creacionista había vuelto a repetirse millones de años después pero a escala humana. Alex era su criatura y ella lo sabía. El joven se había transformado en la proyección de sus propios deseos. En su entelequia. Y ella era su Diosa. Otrora madre y ahora mujer. “Ya no me gustan las pornos…” le había dicho días atrás. “Ya las borré del disco rígido”. Escuchar eso le dio satisfacción. A Carmen no le gustaban ese tipo de películas. “A mí me gusta hacerlo con vos. Con vos yo me recaliento, me pongo como loco…” fue otra de las frases de Alex. ¿Cuánto hacía que su marido no le decía algo así? ¿Cuánto hacía que un hombre no le decía al oído “me vuelvo loco por vos”? Pero ahora esas palabras estaban en boca de Alex… Lo que ella necesitaba escuchar el joven se lo había dicho y eso la hizo sentirse única. Sentirse amada. Sentirse feliz. Es por eso que Alex era ahora su verdadero amante, no Alan. Alan era su proveedor, su sostén económico, su “partener”, pero el chico era su verdadera pasión. Sería ingenuo para alguien no pensar que el muchacho se haría adulto y que en un tiempo no muy distante podría volar en brazos de otra… Tal vez una compañera de universidad o incluso una chica del barrio. Carmen era cualquier cosa menos una mujer tonta. Era consciente de las vueltas de la vida. El mundo todavía no se había abierto para Alex y un 57 LA MADRASTRA futuro de desa�íos y nuevas experiencias le esperaban. Sí. Pensar en aquello a veces la desconsolaba. No tenía pensado en ese momento desprenderse de su joven amado y quería seguir disfrutando de esa “primavera de amor”. Pero ¿podría culpar a su hijastro por eso? ¿Podría hacerlo responsable de que él algún día la dejara? En absoluto. Ella era consciente de todo lo que hizo para enamorarlo. De cómo lo sedujo y lo metió bajo sus faldas. Alex estaba en la explosión de su pubertad y ella, en cambio, era una mujer consumada. Una mujer madura que sabía bien lo que hacía. Nadie la había obligado a nada. Ni siquiera a casarse con Turner. Aparte de todo eso, Alex seguía siendo su hijo. O su hijastro. Qué importa la palabra. Por ende tenía que seguir cuidando de él y preocuparse en que acabara sus estudios. El vínculo materno nunca había estado en juego y una oportuna salida de Alex de su vida erótica o sexoafectiva no debería interferir en su relación �ilial con él, aunque esa salida inevitable la volviera a meter de nuevo en esa rutina sexual que venía padeciendo con su apático marido. Simplemente debía resignarse a aceptar la realidad y permitir que el chico continuara con su desarrollo natural de vida. Que volara hacia otras tierras como lo hacían todos los jóvenes para poder crecer como un hombre �normal�. Como ella misma había crecido el día que abandonó su hogar… Mientras tanto, mientras eso no ocurriera, se permitiría seguir disfrutando de una intensa relación 59 LA MADRASTRA con él a espaldas de su buen marido todo el tiempo que el destino decrete. Sin ansiedad y sin presiones. Con esa locura juvenil que acompañó los mejores años de su adolescencia. Seguir disfrutando de esa hermosa puesta de Sol que se había regalado a sí misma hasta que el Sol, �inalmente, se vaya. V Pasaron dos años de intensa relación y dos años más de relación óptima hasta que Alex pudo ingresar a la Universidad. Había decidido inscribirse en la escuela de Negocios de la UTSA, pues su padre le había aconsejado que estudiara en ese lugar. Al joven le gustaba todo lo que tenía que ver con la economía de las empresas y pensaba que allí podría labrarse un buen porvenir. Aparte de eso estaba el tema del basquetbol. El Campus de la Universidad de Texas era fabuloso. Tenía más de 700 hectáreas y se practicaban un gran número de deportes. Podría llegar un día a ser como Manu Ginóbili... ¿Por qué no? Allí, en la Universidad, conoció a una chica de nombre Lisa Hilburg, con la que empezó a salir al poco tiempo. Nunca la presentó como su novia “o�icial”, pero estaba claro que amigos no eran. Y Carmen, como mujer, lo sabía mejor que nadie. Lo que ella esperaba que algún 60 LA MADRASTRA día ocurriera �inalmente un día ocurrió. Alex conoció a una chica bella y joven y voló pronto lejos de su hogar. Consiguió un trabajo gracias al padre de la chica, que lo pudo ubicar en una empresa vendedora de seguros donde el hombre trabajaba desde hacía años. Luego Alex encontró una casa que se alquilaba a buen precio, ubicada cerca de la empresa en donde trabajaba, y se fue a vivir allí. Carmen se enteró más tarde que la chica que salía con Alex alquilaba la misma casa en donde vivía él… coincidencia que para nada le sorprendió. Ya resignada a perder a su retoño, por lo menos inde�inidamente, optó por centrarse mucho más en su vida de esposa y en dedicar su tiempo libre a disfrutar del cuidado de su hogar. No le resultó fácil regresar a su antigua vida porque extrañaba la presencia de Alex. Por momentos lo extrañaba horrores. Aunque sabía ser fuerte y no permitirse que esa sensación la oprimiera por completo. Como Alan estaba casi todo el tiempo fuera de casa y ya no tenía que encargarse de Alex, el tiempo era lo que más le sobraba, razón por la cual empezó a hacer un curso de bisutería. La idea que tenía en mente era montar un negocio en su casa para comercializar sus productos por cuenta propia. Se podía empezar con poca inversión y gozando de gran comodidad. No era que esperaba hacer mucho dinero con eso pero el estar ocupada haciendo algo más que fregar pisos y limpiar vidrios o pasar la aspiradora la aliviaba. Por lo menos ya no pensaría tanto en Alex ni 61 LA MADRASTRA en la rutina de su vida como antes. No había pasado dos meses desde el día en que el negocio le empezó a ir bien que se enteró de la nueva noticia. Estaba entregando uno de sus productos al dueño de un comercio ubicado cerca de donde trabajaba su marido cuando se le dio por irlo a visitar. Quería darle una sorpresa a su compañero pero al �inal, la sorpresa se la dio él a ella. Alan, su buen esposo, la estaba engañando con otra mujer. No fueron meras conjeturas femeninas como muchos suelen decir. Carmen no era una celosa retardada. Se dio su tiempo para formarse esa opinión, aunque el tiempo le con�irmó lo que ella había imaginado desde el principio. Días posteriores a ese encuentro entre Alan y esa joven mujer, Carmen empezó a seguir los movimientos de su marido y a revisar secretamente los mensajes de su celular (algo que por con�ianza no se había animado a hacer nunca) y descubrió que esta mujer no era su clienta sino su amante. ¿Cómo lo descubrió? No tanto por lo del celular, aunque algo allí se traslucía. Tuvo la viveza de hacerse “amiga” de una dueña de un local de ropas que estaba justo en frente de la inmobiliaria de su esposo y ésta le terminó dando, después de entablar con�ianza con ella, toda la información que le faltaba. Ya no le quedaban dudas. Alan la había estado engañando. Estaba saliendo con otras mujeres… pero, ¿desde cuándo? ¿Y por qué? ¿En qué cosa ella había fallado? ¿Cuál había sido su error? 62 LA MADRASTRA Todas éstas eran preguntas que nunca terminaba de responderse por más que le diera mil vueltas. A decir verdad ella no había fallado en nada. Había hecho las cosas bien. Al menos eso era lo que pensaba Carmen, que no estaba dispuesta a pasar por alto la �lagrante in�idelidad de su marido. La cuestión era que no es su�iciente que una mujer haya “hecho” las cosas bien, sino que además de eso haya “sabido” haber elegido bien. Y Carmen no había elegido a un hombre que en verdad la amara o pudiera amarla sino, por el contrario, a un hombre que pudiera salvarla. Salvarla de las necesidades económicas que vivían los mexicanos en su país. Salvarla de la falta de trabajo y de posibilidades genuinas de progreso. Incluso hasta salvarla de su familia, que cada día soportaba menos. Huyó primero de su ciudad natal para probar suerte en EE.UU buscando tener un porvenir. Y había tenido éxito en su empresa; consiguió un empleo en un supermercado. Se casó luego con un “buen partido” dueño de una gran inmobiliaria y se fue a vivir a una hermosa casa. Parecía la historia de Cenicienta. La pobre chica rescatada por su príncipe azul. Pero claro, las historias perfectas sólo existen en las novelas y los buenos partidos no siempre saben ser �ieles ni necesariamente deben saber AMAR… Alan también se casó con ella por “necesidad”. Nunca había buscado un verdadero amor. Nunca la había amado de verdad. Había buscado en realidad a una mujer que atendiera 63 LA MADRASTRA su lujosa casa y una niñera que le ayudara a criar a su único hijo. Al igual que ella, también él había tenido suerte, ya que la mujer que se consiguió supo hacer ese trabajo mucho más que bien. Los dos lo hicieron muy bien. Siempre hay un roto para un descosido, recita un viejo refrán popular... Apenas Alex se hizo mayor y logró hacerse un lugar fuera de casa, la función de Carmen se relativizó y Alan no pudo resistir más la tentación de tener un amante. “Ya no soy tan indispensable para él” fue lo que Carmen pensó, aunque nada indicaba que no le hubiera sido in�iel mucho antes de la partida de su hijo... “Quizás me fue in�iel desde el principio... y yo creyendo en él como una tonta”. Ese pensamiento la llenó de odio. Su corazón por momentos se oscureció. Odió a Alan y a esa “mujerzuela” que se acostaba con él en un hotel ¿O es que acaso lo hacían en el auto? Qué importaba dónde... �La traición es la traición�. Y eso no es algo que una mujer pueda digerir con facilidad pero ¿podía culparlo por eso? ¿Acaso ella no lo había engañado antes con su propio hijo? ¿Acaso ella no había sido también in�iel? Quizás fue la primera en serlo aunque no tenía forma de comprobarlo. Los dos se habían engañado. Los dos fueron presa de la tentación. “Aquel que no cometió pecado que tire la primer piedra…” le dijo una voz al oído. Y no era la voz de Jesús sino la de su propia conciencia. Carmen dejó en el suelo la piedra que tenía para arrojársela a Alan. Era una piedra más grande que el tamaño de 64 LA MADRASTRA su propia mano. Tan grande como todo el odio que llevaba dentro de su corazón. Todavía sentía en su alma el sabor amargo de la in�idelidad. Pero al menos ese párrafo bíblico logró menguar sus sentimientos negativos. Tuvo que reconocer que también ella había cometido el mismo “pecado”. ¿Cómo continuaría su vida de ahora en más? No tenía muy en claro cómo. A todo esto a Alex parecía irle bien en sus estudios universitarios y también con esa jovencita. Carmen y Alex se intercambiaban a veces mensajes por el Facebook y allí ella vio cómo era �ísicamente su novia. Vio su foto colgada en el portal y su aspecto no le pareció nada mal. Era rubia, de ojos claros y tenía una mirada algo apagada. Le hacía recordar a esa tenista rusa Maria Sharapova. Ella y su hijastro todavía mantenían contacto a través del Facebook y, en menor grado, por teléfono. Como buena madre (y ex amante) seguía los pasos de su hijo procurando que hiciera bien las cosas. Siempre estaba alentándolo en el logro de sus metas y pidiéndole que la visite más seguido. Alex, aunque en menor frecuencia que antes, también le enviaba fotos y mensajes por el Facebook, pues no olvidaba todavía lo buena madre que era y había sido, como también haber sido su “maestra” en el amor. El vínculo con su madrastra desde luego no se había cortado, pero era obvio que su “prioridad” ya no era ella sino su 65 LA MADRASTRA compañera. Dos años más tarde la mexicana se divorció de su marido y se fue a vivir sola en una casa ubicada en las afueras del centro de la ciudad. No fue un divorcio tormentoso. Acordaron todo con sus abogados y a cada uno le tocó su parte. Aunque Alan le había sido in�iel, no presentó pruebas en su contra. Alan tampoco quería rollos con los abogados y aceptó las condiciones de su mujer. El juez decretó “divorcio de común acuerdo” y así acabó todo. Todavía seguía amando a Alex aunque éste apenas se comunicaba con ella. No era por el tema del divorcio sino porque el chico ya estaba haciendo su propia vida. Alex ya sabía lo del amante de su padre mucho antes de que Carmen se enterara. No se lo dijo a ella para no herirla y además porque no era su costumbre meterse en los asuntos matrimoniales. Aparte de eso, también quería a su propio padre y ventilar el asunto hubiera sido «traicionarlo». Carmen podía comprender todo eso y no sentía ningún sentimiento negativo contra el chico. Respecto de él, tenía información de que hacía meses que había roto su relación con Lisa y que se había mudado a vivir a otro departamento. Aunque no compartía su casa con nadie, mantenía relaciones ocasionales con varias chicas y en la Universidad le seguía yendo bien. Pero no sabía más que eso. En cuanto a su divorcio, su marido le puso a su nombre una costosa vivienda en la misma ciudad como parte 66 LA MADRASTRA del arreglo. Además se había podido quedar con su auto; el Ford Mondeo con el que llevaba a su hijastro al colegio. Todo eso, sumando a una importante suma de dinero que Alan había aceptado ceder como parte del arreglo, le permitió hacer importantes inversiones en el negocio que había emprendido. Con eso alquiló un monoambiente en el centro de la ciudad de San Antonio y luego lo empezó a llenar con todo tipo de mercadería. Finalmente contrató a dos personas a las cuales les enseñó el o�icio, convirtiéndose en una pequeña empresaria. Pudo lograr al �in su sueño de ser una mujer independiente. Sin embargo, pese a todo ese éxito, el amor seguía estando pendiente. El amor y en ocasiones el sexo. Allí las cosas no eran perfectas... Después de separarse de su marido Carmen no había conocido a otro hombre. Y las pocas relaciones que había tenido en algunas salideras nocturnas habían sido poco satisfactorias. Carmen había conocido el amor. Ese era su problema. Sabía, por experiencia propia, la gran diferencia entre una relación apasionada y llena de las más puras emociones y una relación e�ímera como el humo del cigarrillo. El sexo sin amor no le sabía a nada. Para ella eso era como comer �ideos fríos sin salsa ni aceite. Algo tan alimenticio como insulso. A sus amantes eso parecía bastarles, pero a ella no. Ella no quería que su corazón muriera mucho antes que ella misma. Y cuando esos pensamientos se le venían a la cabeza 67 LA MADRASTRA como bandada de cuervos, el recuerdo de su hijastro Alex aparecía como un Sol junto a ellos… Y entonces ese era el momento en que ella le llamaba... No con su teléfono, pues no quería molestarlo con preguntas intrascendentes. Esas del tipo “Hola mi bebé ¿cómo estás?” o “¿Qué anduviste haciendo hoy?”. Hacerle ese tipo de preguntas una vez por semana tenía sentido y de hecho las hacía. Supuestamente seguía siendo su “madre” pese a que ya no seguía casada con su padre y a veces se permitía hacerle un llamado. Y él, cuando la recibía por el contestador, siempre arrancaba con esa frase que la “desarmaba”. Que no dejaba de “enamorarla”: ¡Hola mamá…! Y entonces venía luego la natural conversación. “Si todavía me dice «mamá» es que no se olvidó de mí. Si me dice �mamá� es porque sigue sintiendo que yo soy su «madre» pese al tema del divorcio”, pensaba Carmen feliz para sus adentros. No. No le llamaba con su teléfono ni con su celular. Ni siquiera por Facebook. Le llamaba con algo más poderoso que eso: su MENTE... “Ven mi bebé… ven con mami que te necesita. Ven a casa y quédate a pasar la noche que mami va a llenarte la boca de besos… Y tu cuerpo del calor de mi cuerpo… Y tu sexo del calor de mi sexo. Ven Alex, ven con mamá…” Cuando Carmen pensaba en esas cosas su cuerpo ardía y su vientre se in�lamaba. Se veía a sí misma 68 LA MADRASTRA haciendo las cosas más locas con su hijastro en la cama, recordando los viejos momentos vividos con él… − ¡Dame más Alex! Dame más… − ¡¿Te gusta así mami?! ¡¿Así?! Chap! Chap! Chap! − ¡Sí mi bebé! ¡Así! ¡Hasta el útero, mi tesoro! ¡¡Hasta el útero!! Chap! Chap! Chap! − ¿Puedo meterme en el útero, mami? ¿Puedo meterme en la «casita»? − ¡¡Sí mi bebé!! ¡Métete todo lo que tú quieras! ¡Quiero tenerte dentro mío! ¡¡Quiero tenerte bien ADENTRO!! Carmen lamentanba haberlo dejado volar. O mejor dicho que se le haya volado. Si hubiese habido alguna forma de haberlo retenido lo hubiera hecho. Pero eso era imposible. No se puede detener la marcha de un joven que quiere y necesita hacer su propia vida. Que quiere crecer como todos. Ella también había volado lejos de su familia para iniciar su vida en EE.UU y Alex merecía exactamente lo mismo. Ahora Alex iba en la búsqueda de su destino. Incursionando en la Universidad y teniendo amoríos como lo había tenido 69 LA MADRASTRA ella. Viviendo solo y cargando con la responsabilidad de cuidar su trabajo. Pasando también por el fracaso del amor… De su primer amor. En �in, le había llegado el momento de crecer y hacerse hombre. Un proceso natural que ella no debía detener. VI Fue uno de esos días en que no dejaba de pensar en Alex cuando el joven sorpresivamente la llamó. Estaba realizando la entrega de un pedido a una clienta cuando sintió sonar su celular. Carmen atendió y allí Alex le contó que había roto de nuevo con su primera novia. El tono de su voz no se escuchaba demasiado animado. − ¿Cómo que rompiste con Lisa?¿No habían roto hace meses…? le preguntó extrañada. − Hace un mes que volví a salir con ella, pero no funcionó. − Mira mi amor, yo en este momento estoy entregando un pedido a un vieja clienta mía ¿Por qué no pasas esta noche por mi casa y me cuentas todo? Si quieres te puedo pasar a buscar más tarde en mi coche para ahorrarte la molestia del viaje. Sabes que eso no me molesta, manejo todos los días. Además mañana tengo el día libre ¿Sí? 71 LA MADRASTRA − No, está bien mamá. Te llamo más tarde… − ¡¿Más tarde?! Ni lo sueñes. Hace más de una semana que no escucho tu voz ¿y voy a esperar a que me llames �más tarde�? Además me debes una visita… Todavía no conoces mi casa y eso que hace meses que me separé de tu padre. ¿Acaso te has olvidado de mamita? Te siento desanimado y necesito escuchar a mi hijo… ¿Qué quieres que te prepare de cenar? Tengo pescado al horno con papas que me quedó del mediodía. Ese plato siempre te gustó… ¿Cuánto hace que no comes una comida �como la gente�? − Esta bien… más tarde andaré por allí. No me pases a buscar. Iré solo. Ya sé dónde queda tu casa. Termina de hacer lo tuyo… Nos vemos. Besos. A las siete de la tarde se encontraron en la casa tal como lo habían pactado. Alex golpeó la puerta y Carmen rápidamente le abrió. Lo saludó calurosamente y le hizo pasar al interior de la vivienda. El mismo estaba bellamente amueblado y se notaba en cada lugar ese toque femenino que le suelen dar las mujeres. A Alex le gustó la casa. Le dijo que ella tenía mejor gusto que la actual mujer de su papá… − ¿Es bonita? le preguntó Carmen, sin poder resistir la tentación de saberlo. 72 LA MADRASTRA − No tanto como tú… Parece una vieja, replicó el joven. − ¿Qué edad tiene? ¿Es tan mayor como Alan? − No es la edad. Es la actitud. Parece vivir llena de “rollos”… Mi padre hace lo que ella quiere. Busca satisfacerla en todo. Eso me da mucha rabia. Escuchar eso a Carmen le gustó. Saber que su ex marido no llegaría a ser feliz mientras viviera con esa mujer. Lo disfrutaba como una pequeña venganza. Como si la vida le hubiera obsequiado un regalo. “Jamás encontrará a alguien como yo” pensó sonriente para sus adentros. Miró a Alex y le preguntó: − ¿Es buena cocinando? − ¿Cocinando? ¡Pero si la inútil no sabe ni planchar! Cada vez que voy a casa de papá ceno comida de rotisería. A veces comida enlatada que traen de Walmart. Espaguetis con salsa de hongos, pollo entero Sweet Sue con verduras refrigeradas, calamares en salsa de curry y todas esas porquerías medias raras... Yo siempre pido mi propia comida. Nunca como eso. − Y ahora que vives solo ¿qué comes? − Comida de rotisería… pero la que a mí me gusta. − ¡Pobrecito! Deberías venir más seguido a comer a casa de mami… le dijo ella con dulzura mirándole tiernamente a los ojos. 73 LA MADRASTRA En la cena Carmen le sirvió el pescado con papas que había preparado ese día mientras que ella se comió una deliciosa ensalada rusa con trocitos de manzanas verdes y palmitos acompañada con una pechuga de pollo. Mientras ambos comían juntos, ella le invitó a probar el vino recién sacado del freezer, un chardonnay Mondavi cosecha 2009, pero el muchacho no aceptó. Entonces se levantó de la mesa y sacó de la heladera una Pepsi. El joven se sirvió en su vaso. Después de cenar tomaron una buena taza de café bien caliente y se fueron al living para charlar. Allí, recostados en el sofá uno al lado del otro, Alex le contó lo de su novia Lisa. − ¿Por qué te peleaste con Lisa? disparó Carmen. − Por el tema de los celos… ¡Es muy inmadura! contestó algo fastidiado. − ¿La engañaste? − Al principio no. Pero cuando ya nuestra relación se iba deteriorando me descubrió una noche chateando con una de mis compañeras de curso, Jessica Connors. Una chica que se arrastra desesperada por cada chico del equipo de basquetbol que se le cruza por el frente. Una buscona. Tú ya sabes… Esa noche se terminó todo. − ¿Amabas a Jessica? − ¡No! Es sólo que ella me buscaba. Me agarró con la 74 LA MADRASTRA guardia baja… Sólo lo hicimos una noche pero después de eso no pasó más nada. Cuando le dije que no la quería me largó y se metió con otro. Ya sabes cómo funciona… Después de hablar un buen rato y acabado el tema de la novia, Carmen tomó la palabra y aprovechó para decirle lo que seguía sintiendo por él. Todo lo que lo había extrañado en esos años que no estuvieron juntos. Todo lo que le necesitaba… − ¿Por qué no te vienes a vivir conmigo, Alex? Alex se quedó en silencio, como meditando lo que iba a decir. Luego, después de unos segundos, la miró y le dijo: − Pero eres mi MADRE… ¿Cómo podría yo vivir con mi propia madre? Ya no soy un chiquillo… − ¡No soy tu madre Alex! le respondió en un tono nervioso, pero pronto se tranquilizó. Ya más calmada le dijo: Te amo como una madre y te he cuidado como una madre pero no soy “realmente” tu madre. No saliste de mis entrañas… Fui, sí, la esposa de tu padre y eso fue todo. Lo amé mientras él me fue �iel y después ya sabes lo que pasó. Tuvimos que separarnos… Lo de los bienes fue de común acuerdo y se arregló todo con los abogados, como ya lo hablamos una vez. Te juro que nunca presioné a tu padre por la cuestión de los bienes... Nunca quise “pelarlo” como hacen algunas zorras, además… 75 LA MADRASTRA ¿De qué podría culparlo si yo le fui in�iel PRIMERO con su propio hijo? ¡Con su hijo! Y aunque no haya sido yo la primera en fallar ¿qué diferencia hay? Eso no me hace libre de culpas. No soy una matada Alex. Asumí mi cuota de responsabilidad y tomé lo justo que necesitaba para arreglármelas sola. No quería depender de otro hombre. Es di�ícil para una extranjera sobrevivir sola en un lugar como Texas. Tú sabes que tu padre tiene mucho dinero. Mucho. Pero mi vida no se «fundamenta» en eso. Puede quedarse con todo el dinero y las mujeres del mundo que ahora no me interesa… Yo sólo quiero poder rehacer mi vida y llegar a ser feliz. Alex… le dijo, acercando su cuerpo al cuerpo del muchacho; te amo y quiero que vivas conmigo… Quiero que seas feliz… YO TE PUEDO HACER FELIZ. Puedo darte lo que ninguna mujer te dio. Amarte como nadie lo ha hecho… La expresión de Carmen denotaba pasión y sinceridad. Alex la escuchaba atento y con una expresión que mezclaba la satisfacción y el asombro al mismo tiempo. − ¿Puedes amarme como MADRE y MUJER? − ¡¡Sí!! replicó Carmen sin dudarlo. Puedo ser tu madre, tu mujer, tu TODO… Alex sonrió y la miró con cariño. Allí, frente a él, estaba su “madre” declarándole su amor incondicional. Esa mujer que lo había cuidado durante toda su 76 LA MADRASTRA adolescencia, que había sido su maestra y lo había hecho un “hombre”. Y Alex estaba allí, a solas frente a ella, teniendo que tomar quizás la decisión de su vida. Ser el amor de una mujer casi veinte años mayor que él. El joven la miró y, con tranquilidad, le dijo: − ¿Y cómo haré si al hacerme más grande me enamoro de otra mujer…? ¿Qué pasa si me traiciona mi corazón y te soy in�iel? Siempre seré veinte años menor que tú… − ¿Y qué piensas que hice yo durante todos estos años en donde tuve que soportar que tú salieras con otras chicas? ¿Cómo piensas que lo aguanté? Lo aguanté porque sentía que seguía siendo tu madre pese a haberme separado de tu padre. Madre «del corazón» ¿sabes? La mujer que te había cuidado y te había visto crecer en tu adolescencia y hasta en parte de tu niñez… Que me había preocupado de que fueras un buen estudiante para que no terminaras drogado como muchos otros chicos ex compañeros tuyos de colegio. Que había lavado tus ropas, que te había hecho la comida, que te había llevado y traído al colegio para que no te pasara nada en el camino. Todas esas cosas. El amor de una madre es incondicional Alex… Todo lo aguanta y lo puede… Aunque no hayas salido de mis entrañas, siempre fuiste para mí mi hijo. Siempre. Por eso pude. Y creo que esta vez también podré… Alex la seguía mirando y de pronto todo se le vino a la mente. Todo con mayor claridad. Como si estuviera 77 LA MADRASTRA poseído por un estado de conciencia incrementada, contempló toda su vida bajo una perspectiva integral. En esa fugaz visión, entró en la cuenta que el amor verdadero no pasa por una cuestión de edad y que se puede vivir el amor intensamente sin estar atado a miedos y prejuicios. Sintió el amor de Carmen en ese especial momento. Se acordó que esa mujer, su madrastra y ex amante, le había hecho sentir en su corta vida lo que ninguna de sus ex novias y aventuras pudieron. Lo veía todo más que claro: ¡Carmen había sido la mejor novia que había tenido! Mejor que ninguna otra. La que más le había dado y, sobre todo, la que menos le había pedido… ¡Tan diferente a las otras inmaduras y demandantes compañeras de curso! “¿Por qué no intentarlo?” se preguntó mentalmente. “¿Qué más podía perder?” re�lexionó después. Puede que la pasión, con el tiempo, se acabara, pero nunca moriría el verdadero lazo de amor que desde siempre los había unido… Nunca. Carmen siempre sería su “madre”. Su única y verdadera “mamá” pasase lo que pasase. Y eso parecía estar más que claro para ambos. Pero… ¿y si la pasión no se acabara? ¿Y si naciera entre los dos un amor indestructible? Nadie puede determinar con certeza en qué momento empieza y acaba el amor. No existe un “tiempo” para el amor. Eso es una gran falacia inventada por hombres que jamás amaron de veras. O que jamás fueron amados. El amor es el único dueño de sí mismo y sólo muere cuando se 78 LA MADRASTRA deja morir… Entre todo, a mi amor estaré atento Antes, y con tal celo, y siempre, y tanto que aún delante del mayor encanto con él se encante más mi pensamiento Yo lo quiero vivir cada momento y en su loor he de esparcir mi canto Reír mi risa y derramar mi llanto A su pesar o a su contentamiento Y ...cuando, después, venga y me busque Tal vez la muerte, angustia de quien vive Tal vez la soledad, �in de quien ama Pueda decirme del amor (que tuve) que no sea inmortal puesto que es llama pero sea in�inito mientras dure. Es una poesía de Vinicius de Moraes que Carmen guardaba en uno de sus libros. De repente sonó el celular de Alex y el chico rápidamente atendió. Después de hablar unos segundos cortó y miró a su madrastra. − Es Lisa. Tengo que ir a verla. − ¿A esta hora? − Sí. Tengo que irme. Después te llamo… 79 LA MADRASTRA Carmen sintió en ese instante como que le habían echado un balde con agua en el cuerpo. Después de declarar su apasionado amor a su hijastro, la novia de éste lo llamaba, quizás para reconciliarse con él. Sí, no podía ser de otra manera, pensó Carmen. Alex era un chico popular y guapo y una mujer suspicaz no lo iba a dejar volar así como si nada… “Seguro que le llama para pedirle perdón”. “Ya tiene preparada una escena para convencerle…”. Los pensamientos de la mujer iban y venían. Alex le dio un beso en la mejilla a su “madre” y luego se marchó. Ella esperó que el beso se lo diera en la boca pero no… Fue un beso rápido en la mejilla. Igual que esos besos que le dan los hijos a sus madres antes de irse a la escuela. No hubo en el joven nada que le hiciera sugerir algo especial. Parada sobre el umbral de la puerta vio como Alex se alejaba de su lado. VII Esa noche Carmen apenas pudo dormir. Su cabeza daba vueltas y vueltas sobre su almohada. Ninguna posición le quedaba bien. Al día siguiente se levantó cansada y con un poco de ojeras en la cara. Desayunó, después se vistió adecuadamente, se maquilló un poco el rostro para que no se le notaran las ojeras y partió 80 LA MADRASTRA luego al centro de la ciudad para atender los pedidos de sus clientes. Estuvo casi todo el día ocupada en sus labores y, cuando ya se hicieron las seis de la tarde, decidió retornar a su casa. Alex no la había llamado en todo el día. “Seguro que se arregló con su novia” pensó con gran desazón. Al diablo con eso de venirse a vivir con mamita. Resultaba obvio que había sido un error eso de declararse como una descosida frente a un muchacho que tenía toda la juventud (y las chicas) por delante. Se sintió un poco estúpida al pensar en lo que había hecho, pero se consoló pensando que si no le hubiese declarado su amor la noche anterior estaría ahora con una espinilla en el corazón reprochándose el no haberlo hecho… Y eso era mucho peor. Después de darse una ducha, tomó su celular y llamó a la casa de comidas. Pidió algo para la cena. Esa tarde no tenía la menor gana de ponerse a cocinar. Tampoco tenía ganas de comer, pero entendió que su estómago no tenía la culpa de lo que le estaba pasando al “vecino” de arriba... Se dirigió a la heladera y bebió un poco de jugo de manzana. Después se echó en el sofá y se puso a leer una revista de jardinería. A Carmen le encantaban las plantas. Era fanática de las orquídeas. Después de veinte minutos oyó sonar el timbre de su casa. “Cada vez son más e�icientes” fue lo que pensó, mientras se dirigía a la cocina en donde había dejado tirada su cartera. Sacó 20 dólares para pagar el delivery y se apresuró en llegar a la puerta. Pero, cuando la abrió… 81 LA MADRASTRA − ¡¿Alex?! dijo en tono de sorpresa. No esperaba que llegaras a esta hora… − Quise llamarte pero perdí el celular. Creo que se me quedó en la biblioteca de la Universidad. Alex venía con una mochila en la espalda y un bolso negro bien gordo. − ¿Puedo pasar? − ¡Sí mi vida! Perdóname. Es que no esperaba que vinieras… Pasa. Alex entró y dejó la mochila y el bolso en el piso. Daban la impresión de que pesaban mucho. Miró a su madrastra con una sonrisa burlona y le dijo: − Ya corté de�initivamente con Lisa. Ayer lo hablamos en casa de sus padres. Todo bien, no te preocupes. No hubo ninguna pelea. Me quedé pensando en la propuesta que me habías hecho ayer y bueno… decidí… venirme a vivir CONTIGO. Carmen se le quedó mirando unos segundos y luego se abalanzó sobre él. Le comió la boca de un beso y luego le dio otro beso y luego otro beso más. El chico no opuso resistencia y le correspondió con su boca también. Bien abierta a los besos de su madre. Le siguieron sus jóvenes brazos, que se ciñeron sobre la espalda de ella. Las manos de Alex se empezaron 82 LA MADRASTRA a mover mientras su mentora lo besaba con pasión hasta que al �inal se terminaron perdiendo por debajo de las faldas de su madrastra. La mujer, en pocos segundos, ya lo había “entonado” como en los viejos tiempos. Sabía cómo besar a su chico. Conocía lo que a él le gustaba. Ella se dejó manosear las nalgas, feliz de volverlo a tener como antes. Dichosa de sentir a su niño de nuevo como el día que lo hizo un «hombre» para siempre… Mientras no paraban de besarse y de amarse como si fueran dos tortolitos, una extraña y alargada sombra se proyectó desde el umbral de la puerta. La misma se extendía hasta llegar a pocos metros de donde estaba la pareja. Un hombre de cutis negro vestido con ropa deportiva y zapatillas los contemplaba, sin inmutarse, sosteniendo algo en su mano. La pareja de amantes se sobresaltó ante la presencia del improvisado sujeto, que mantenía su brazo extendido en dirección a donde estaban ellos. Carmen se había olvidado de cerrar la puerta de la casa después de que Alex ingresara. Y ahora ese hombre estaba allí, erguido como una estatua de ébano mirándolos �ijamente. El muchacho del delivery − un negro de dos metros de alto − sostenía la pizza en su mano mientras veía como Alex retiraba, con vergüenza, sus manos de la falda. Carmen no atinaba a decir nada, aunque la bombacha corrida le incomodaba. Ambos amantes se separaron. En medio de un profundo silencio, el hombre negro, 83 LA MADRASTRA sin traspasar el umbral, hizo un gesto con su brazo derecho haciendo entrega del pedido de Carmen. − Son 15 dólares, le dijo. Y después de cobrar el dinero se marchó. 84 “Mujeres Enfrentadas” M U J E R E S E N F R E N TA D A S I No sé quien dijo una vez que en pueblo chico hay un in�ierno grande… Sea quien fuera el que lo haya dicho, estaba muy en lo cierto pues este suceso ocurrió hace muchos años en un pueblito al sur México, cerca de la ciudad Oaxaca de Juárez, capital del Estado de Oaxaca. La protagonista fue una mujer morena de nombre Julia, de unos 45 años de edad, maestra rural de la humilde zona, que vivía en pleno centro de la ciudad, a pocas cuadras del Templo de Santo Domingo, y que trabajaba dando clases un una escuela primaria de dicho estado. Allí conoció al joven Camilo, un chico de 18 años introvertido y algo tosco, que concurría a ese establecimiento pese a su avanzada edad y que por entonces era uno de sus alumnos. Julia se había criado en el campo y poseía esa sencillez y practicidad propia de la gente del lugar. Miraba a la gente de frente y no le temblaba la voz cuando tenía que decir algo que pudiera molestar. Su voz era gruesa pero dulce y su cuerpo era esbelto y robusto a la vez. Siempre se la veía luciendo un vestido largo y elegante, a diferencia de las otras maestras que preferían la comodidad y usaban pantalones. A Julia no le gustaba mucho el pantalón. Y si el día se 86 M U J E R E S E N F R E N TA D A S presentaba muy caluroso, aparecía en el colegio con ropa cómoda pero con una pollera semi larga, que le sobrepasaba sus macizas rodillas. Pese a tener un aspecto “anticuado” en comparación con el resto de sus compañeras, lucía en cambio unas caderas bien amplias y unas posaderas bien generosas, como las de una auténtica matrona, que le permitía no pasar desapercibida por los lugares donde anduviese, sobre todo en la propia aula donde daba clases. Sus pechos, en cambio, no eran muy grandes, pero sí lo su�icientemente voluminosos como para poder “prenderse de ellos”. En líneas generales era una mujer bien “balanceada”. No era, sin embargo, una mujer que podamos llamar “hermosa” � como esos mujerones que vemos hoy en día por la televisión � pero sí una mujer que “tenía lo suyo”, con ese charme especial que parecía llamarle la atención a muchos hombres, sobre todo a los adolecentes que, por su pubertad, son muy vulnerables a la carne redonda y abultada de una mujer. Vivía sola en una chica pero cómoda casa y nunca se había casado. Tampoco tenía hijos, pues la docencia siempre había ocupado el primer lugar en su vida y había elegido dedicarse plenamente a la educación y a la formación de sus alumnos, una labor que amaba de verdad y que aprendió de una de sus tías ya fallecida. Por su parte Camilo, que nunca pudo tener continuidad en sus estudios a causa de un problema familiar, era un joven alto y tenía unos hermosos ojos 87 M U J E R E S E N F R E N TA D A S color canela. Vivía con su madre, de nombre Ana, y su padre de nombre Raúl. El padre de Camilo adolecía de un problema en la cadera, a causa de haberse caído de su caballo un día que vino demasiado borracho de una cantina que frecuentaba junto a sus amigos y vecinos del pueblo. A causa de eso Camilo, por decisión de su madre al ser él el hermano mayor, fue obligado a ayudarle a su padre en las duras tareas rurales, ya que en el estado �ísico en que había quedado el hombre éste no podía llevar adelante ciertas tareas él solo, lo que generó que el joven no pudiera concurrir a la escuela regularmente y que por ello perdiera muchos años de colegio. Con el corre de los años Camilo fue haciéndose cargo de casi todo el trabajo de la granja, pues al crecer se estaba volviendo más fuerte y la salud de su padre, en contraposición, empeoraba. Sin embargo éste no era el principal problema que atañe a la historia. El problema que nos incumbe era la madre de Camilo, que al ver que ya no podía contar con el soporte de su marido achacado cada día más por unos dolores insoportables, no permitía que su hijo tuviera una vida social normal como cualquiera, ni mucho menos ponerse de novio con una chica… Camilo tenía 18 años y no sabía lo que era darle un beso a una mujer. La mujer era una criatura inalcanzable que no existía para nada en su estratósfera. Y eso al chico muchas veces lo angustiaba. Julia, que de a poco se fue interiorizando de 88 M U J E R E S E N F R E N TA D A S la vida de su parco alumno, notó que el joven no tenía verdaderos amigos, y en una conversación con�idencial con él le confesó que nunca había tenido relaciones íntimas con ninguna mujer. Sólo había podido contentarse con mirar algunas “fotos” que había podido compartir a escondidas con algunos compañeros de curso. A todo esto la madre, en varias oportunidades, lo venía a buscar al colegio en clara muestra de control sobre él, lo que para un adolescente de esa edad era una situación de una rotunda vergüenza. Camilo, aunque era un muchacho alto y se sabía defender solo, debía soportar estoicamente las burlas de los compañeros de colegio y las miradas asombradas o curiosas de los mayores que no paraban de observarle y murmurar mientras la madre se lo llevaba a bordo de una carreta tirada a caballos en dirección a su casa. Todo eso hacía que él se sintiera inferior a los demás, por lo que para evitar las bromas de los chicos crueles y el dolor que eso le causaba, se alejaba de los muchachos y muchachas de su edad aumentando así su ostracismo. Sus amistades, por su parte, no llegaban a superar los 12 años y su nivel de educación estaba claramente retrasado. Además de eso, como sus compañeros de colegio eran siempre niños, Camilo nunca podía desarrollar una conducta propia de un adolescente, situación que le afectaba negativamente en su crecimiento psíquico. Pese a tener 18 años y estar a punto de hacerse un 89 M U J E R E S E N F R E N TA D A S “hombre”, su conducta era muchas veces demasiada infantil. En esas condiciones estaba más que claro que no podría llegar a tener nunca un trabajo digno, ni tener una familia y hacerse un lugar en la sociedad como todo individuo normal. Su futuro parecía estar predestinado a trabajar en el campo por el resto de su vida y a tener una instrucción mínima y necesaria para no ser considerado analfabeto. No obstante, pese a todo lo dicho, la maestra fue descubriendo, a medida que se involucraba cada vez más en la vida de su alumno, que éste era un joven sumamente inteligente y además muy sensible, lo que motivó en ella un sentimiento de afecto y estima especial que nunca había experimentado por alguien de su edad. En las clases de dibujo Camilo sobresalía por encima del resto de los chicos. Tenía una gran capacidad para memorizar los objetos que observaba y reproducirlos con bastante realismo. Cuando la propuesta artística era la de dibujo libre, Camilo siempre elegía dibujar imágenes donde retrataba escenas vinculadas con su familia. En uno de sus dibujos representó a su grupo familiar completo. En ellos la madre tenía la altura más alta, el papá un poco más bajo que ella y luego él y sus hermanos más bajos que sus papás. A Julia le extrañó que Camilo dibujara a su mamá con mayor altura que los demás, pues sabía que por las zonas rurales las mujeres eran, en general, de menor estatura que los hombres. Como 90 M U J E R E S E N F R E N TA D A S pedagoga que era intuyó qué cosa signi�icaba ese dibujo, y lo comprobó con sus propios ojos cuando un día vio a la madre del chico llegar en su carreta al colegio para llevarse a Camilo de regreso a su casa. Tal como lo sospechaba, Ana era una mujer muy bajita… Comprendió que la mayor altura con que Camilo representaba a su madre signi�icaba que ella era la “autoridad” de la familia y no su padre como inicialmente creía. El rostro adusto de Ana sumado a sus gestos visiblemente autoritarios daba la impresión de que era una mujer fuerte y de muy pocas “pulgas” a la hora de tomar decisiones. Y la maestra toparía con esto en los días escolares que le sucedieron… Un día Camilo se había quedado en el colegio ayudándole a Julia a hacer algunos cambios y arreglos en un aula desocupada que estaba siendo utilizada como depósito. Julia le había propuesto al director del colegio que esa aula fuera vaciada, limpiada y arreglada para ser utilizada como el nuevo salón de dibujo y pintura, pues la que estaban usando hasta el momento les estaba quedando chica… El director asintió y el aula fue completamente remodelada. En esa remodelación el aporte del muchacho fue crucial, pues se encargó de sacar del recinto unos muebles que eran muy pesados, arregló y pintó uno de los armarios que estaba siendo usado para almacenar un montón de cachivaches, también pintó todas las sillas y las mesas que iban a ser usadas para dicha aula y colaboró 91 M U J E R E S E N F R E N TA D A S con sus compañeros de curso para instalar adentro todos los muebles y elementos de trabajo hasta que el aula quedó completamente disponible. Sin embargo, aunque todo esto pueda sonar bonito, Camilo tuvo que soportar durante muchos días las refriegas de la madre que tenía que esperar sentada en la carreta con todo el fastidio del mundo esperando a que éste saliera del colegio una vez concluido el trabajo, ya que el chico se sentía tan entusiasmado con la propuesta de su maestra que se negaba a abandonar el colegio hasta tanto una silla no estuviera completamente pintada o la pata de una mesa completamente arreglada. Todo eso siempre bajo la asistencia de Julia, que le ayudaba pacientemente en su trabajo después de hora y que no se marchaba del colegio hasta tanto veía que el joven regresaba con su madre a su casa. De esa forma se aseguraba que al muchacho no le pasara nada. Sin embargo, no podía dejar de sentir pena, como docente que era, ver a un joven tan sensible e inteligente echarse a perder por una madre castradora que no veía en su hijo otra �inalidad que no sea la de ser un burro de carga… Julia, que era una mujer de “actuar” más que de “quedarse mirando” cómo las cosas transcurrían, intentó un día convencer a Ana de que desistiera de esa actitud tan “posesiva” y le diera la posibilidad a su hijo de poder desarrollarse como un hombre normal. Le dijo que si Camilo lograba avanzar en sus 92 M U J E R E S E N F R E N TA D A S estudios y llegaba a obtener alguna tecnicatura, eso le reportaría a “su” familia mucho más provecho a que si se pasaba toda la vida trabajando como granjero. Pero ni toda esa capacidad pedagógica que había adquirido en años le sirvió para convencer a esa terca mujer en que desistiera de su actitud. La posición de Ana fue siempre de descon�ianza y estaba convencida que la intención de la maestra no era otra cosa que de arrebatarle a su hijo... Situación que derivó en que Camilo, después de esa infructuosa charla entre ambas mujeres, se ausentara del colegio varios días. Cuando Julia le preguntó al joven cuál había sido la causa de sus extrañas ausencias, éste respondió que “tenía mucho trabajo en su casa” y no quiso decirle nada más. Imaginen ustedes el estado de ánimo de la veterana docente cuando entró en la cuenta de que su intentona de querer ayudar a su alumno favorito había derivado en perjuicio de éste, ya que Camilo empezó a retrasarse notablemente en sus estudios. De las últimas veinte clases sólo había asistido siete y de todos los ejercicios que le dio de tarea para hacer en casa el chico no había terminado ni la mitad... La maestra tenía bien en claro que a este “ritmo” Camilo no iba a poder nunca salir de la escuela primaria… Completamente contrariada por la di�ícil situación pero con una inesperada «rabia» que estaba creciendo cada vez más en su corazón, Julia pasó sus días intentando 93 M U J E R E S E N F R E N TA D A S elaborar una estrategia para sacar a Camilo de las garras de su castradora madre. Sabía que con Raúl no podía contar. El día que había tenido la conversación con Ana en la casa de Camilo, el hombre se había mostrado distante y sospechosamente indiferente. Apenas le había saludado y acto seguido inventó una escusa para salir de la casa y dejar a las dos mujeres hablar solas. Estaba más que claro que la persona que llevaba las riendas de la familia ― a los ojos de la maestra ― no era ese débil y escueto hombre sino esa telúrica mujer, así que si quería tener éxito en su empresa debía desistir en su intento de buscar apoyo dentro de esa familia. La pedagogía había que meterla en un cajón… La solución al problema radicaba en buscar apoyo en otras personas. Y Julia sabía a quién dirigirse pues como docente de larga trayectoria tenía en la ciudad importantes contactos. II José Ignacio Vega estaba en su despacho cuando Julia llegó. La joven y hermosa recepcionista, que en ese momento estaba muy ocupada limándose sus cuidadas uñas, la hizo pasar apenas su jefe se enteró de la inesperada llegada de su vieja amiga. José y Julia se habían conocido en la escuela segundaria. Tenían 94 M U J E R E S E N F R E N TA D A S ambos la misma edad y habían salido un tiempo juntos, hasta que la relación se terminó como ocurre en casi todos los romances de la adolescencia. Sin embargo, habían seguido siendo amigos y cada tanto se juntaban para comer o se llamaban ocasionalmente por teléfono para saber cómo estaban y ese tipo de cosas. Los amores de la adolescencia son los más di�íciles de olvidar y esto es así porque son los más puros. Ya cuando uno se hace grande, por esas cosas que tiene la vida, pierden buena parte del romanticismo que lo acompañó en su juventud, pero esa es otra historia que merecería otro capítulo. Cuando Julia entró al despacho José estaba destapando una botella de licor, pero Julia le hizo señas con la mano indicándole que no estaba con ganas de beber. Se saludaron con un beso en las mejillas y el abogado la invitó a que se sentara junto a un escritorio lleno de papeles. Después de beber el primer sorbo, José se acomodó en su sillón y empezaron a entablar conversación. − ¿Qué te trae por aquí Julia? No es común que vengas a verme a mi despacho… − Tengo un problema con uno de mis alumnos… Julia le narró la historia de Camilo con lujo de detalles y luego le explicó la estrategia que tenía en mente para sacarlo de�initivamente de su hogar. 95 M U J E R E S E N F R E N TA D A S José le escuchaba atentamente y después que Julia concluyó su relato el abogado le preguntó: − ¿Estás segura que quieres llevártelo a vivir a tu casa? − Sí. Tú me dijiste que las leyes habían cambiado y que un joven cuando cumple los 18 años ya puede marcharse de su casa sin que tenga que pedirle permiso a sus padres. − Sí, eso es verdad. Hasta podría contraer matrimonio pero… − Pero entonces no habría ningún problema. Sus padres no me podrían demandar por secuestro ni abuso de menores. − ¿Hablaste de esto con el muchacho? − Todavía no, pero tengo con�ianza de que lo podría convencer. Al menos voy a intentarlo. El problema no es Camilo sino la madre. Ella lo necesita porque el padre no puede trabajar. Camilo es el verdadero sostenedor de esa pobre familia. Tiene dos hermanos. Ella podría demandarme acusándome de que le metí ideas raras en su cabeza con el objeto de llevármelo, perjudicando de esa forma la estabilidad económica de la familia… Y ese es mi miedo. No el comerme un juicio y poner en peligro mi puesto de maestra, sino que su familia pase grandes necesidades y que después Camilo me odie por eso. Me preocupa la situación en que quedará su familia 96 M U J E R E S E N F R E N TA D A S si Camilo deja a sus padres y se viene a vivir conmigo. Es por eso que vine a verte. Para saber si existe alguna manera de lograr que ese chico crezca como una persona normal sin que eso implique un perjuicio para su familia. La verdad no se me ocurre qué cosa hacer… − Me dijiste que su padre está incapacitado para trabajar… − Sí. Tiene rota la cadera por causa de una caída cuando cabalgaba en su caballo… − Bien. Entonces puede que exista una mínima posibilidad… − ¿Hablas de que el gobierno le otorgue un subsidio por invalidez? − Sí. Habría que conseguir un médico que con�irme que está paralítico… es decir, incapacitado para caminar. Ya que el gobierno sólo otorga esos subsidios a las personas que están totalmente incapacitadas para poder trabajar. − Yo conozco un médico amigo que me puede dar una mano. − Bien, entonces conéctate con él y explícale el asunto. Yo me puedo encargar de tramitar la pensión y luego hacer que salga rápido en base a los contactos que tengo en el Ministerio de la Nación… 97 M U J E R E S E N F R E N TA D A S − ¡No sabes cuánto te lo agradezco! − No es nada. Vivo haciendo este tipo de cosas. Es mi trabajo… ¿Podría hacerte una sola pregunta? − Sí… − Sientes algo “especial” por ese chico… − ¿Te re�ieres a…? ¡No! Ni lo pienses. Es casi treinta años menor que yo. Podría ser mi hijo… Es que es uno de mis mejores alumnos y no quería que se le arruinara la vida tan pronto. Es sólo eso. Esa tarde Julia salió muy satisfecha del despacho de su �iel amigo. Sabía que José no se negaría a darle una mano, aunque seguro que luego le pediría algo a cambio. Ella ya conocía su debilidad para con las mujeres... pero eso hacía mucho que ya no le importaba. Le seguía teniendo un gran afecto pese a lo ocurrido cuando ambos eran jóvenes y pasar una noche en su casa no era para ella algo imposible de realizar. Una mujer sola necesita a veces un poco de emoción, así que no se preocupó demasiado por lo que podría llegar a pedirle. Resuelto el tema del subsidio, el resto del plan consistiría en convencer a Camilo para que se vaya a vivir a su casa. ¿Aceptaría el muchacho esa propuesta? No parecía una tarea fácil para un chico que se había pasado la vida viviendo bajo las faldas de su madre. Entonces, para lograr el objetivo, sería 98 M U J E R E S E N F R E N TA D A S necesario que el joven le fuera perdiendo un poco ese “respeto” que existe naturalmente entre un alumno y una docente para que éste pueda entrar en con�ianza y así sea mucho más fácil poder llevarlo a su hogar. Y eso fue lo que Julia hizo. Durante los días siguientes estuvo más cerca de su alumno y más preocupada por él. Casi como si fuera una mamá. Julia se mostraba más abierta con Camilo y le traía facturas en el recreo, que sacaba de la o�icina donde tomaba café con las demás maestras. En casa de Camilo nunca desayunaban con facturas… Lo que no sabía Julia era que, en el tiempo en que duraría la relación, se desataría entre ambos una pasión irrefrenable que provocaría un vuelco en la vida de los dos. Y esto fue así porque Camilo se sintió tan acompañado y estimulado por Julia, una tan mujer extrovertida como generosa en carnes, que le resultó casi imposible poder resistirse a sus atractivos �ísicos y a su afecto. El joven jamás había estado tanto tiempo con una mujer y nunca una chica le había manifestado algún tipo de interés por su persona. Julia era la primera mujer en su vida que se le había acercado tan cálidamente y por momentos se sintió tan confundido, que pensó que su maestra lo quería conquistar… Eso motivó a que Camilo tomara una decisión inesperada. Una actitud que signi�icó para él un gesto de enorme valentía, pues en toda su corta vida se había atrevido a comportarse como lo hizo aquella vez que estuvo a solas con la docente. 99 M U J E R E S E N F R E N TA D A S III Estaba terminando de copiar unos ejercicios que Julia había resuelto en el pizarrón cuando ella entró. Le llamó la atención que Camilo no estuviera en el patio en horario de recreo y, extrañada, regresó al aula para cerciorarse que el chico no se había ido todavía del colegio. Afortunadamente, su alumno seguía allí. El joven no la sintió entrar y cuando la vio a su lado se sobresaltó. − ¡Oh! No me di cuenta que había entrado… − Pensé que te habías ido del colegio, le contestó ella. − ¿Por qué dice eso? ¿Por lo de mi mamá…? No. Ya le dije que no podía faltar más… − ¿Está enojada por lo que le dije ese día que fui a tu casa? Sólo quería ayudar… − No se preocupe maestra. Usted no tiene culpa de nada… Julia, sin darse cuenta, había acercado mucho su cuerpo al cuerpo de su alumno. El joven le miró de reojo los pechos que sobresalían un poco por encima de su escote y se ruborizó. La mujer se dio cuenta de 101 M U J E R E S E N F R E N TA D A S la reacción de su alumno e hizo como si no hubiese pasado nada. Luego agregó: “ve al recreo con los chicos que yo te copio lo que te falta… si no vas a perder el recreo”. Camilo no le respondió y siguió copiando la tarea. Estaba extrañamente callado. Julia se dio cuenta que le estaba pasando algo… − ¿Te pasa algo Camilo? Te noto muy callado… Camilo dejó de escribir y la miró �ijamente a los ojos. “Creo que me pasa algo con usted…”, le contestó. La mayoría de las maestras ya se habían retirado del colegio y la directora hizo lo mismo poco tiempo después. La única mujer que se veía por los pasillos era la celadora que recién empezaba su ronda de limpieza por las aulas, moviendo las sillas y pupitres para poder pasar su escoba. El barullo que hacía cuando corría las sillas se escuchaba a varios metros a la redonda gracias al silencio sepulcral que reinaba en todo el establecimiento. Una rata que merodeaba en el aula contigua a la ocupada por la celadora salió disparada al escuchar el ruido de las sillas para esconderse en su madriguera. El Sol hacía sentir su fuerza en esos días de verano aprovechando las escasas nubes que se desplazaban por el cielo azul y el ruido de una carreta vieja que se aproximaba al humilde colegio se hacía cada vez más fuerte mientras las agujas del reloj 102 M U J E R E S E N F R E N TA D A S corrían. En uno de los baños del colegio, bastante lejos de donde estaba haciendo su trabajo la celadora, una maestra y su alumno estaban mutuamente prendados en una fogosidad imparable... − ¡Bájese la bombacha maestra! Quiero tocarle las nalgas... le escuchó decir a Camilo, en un tono entrecortado y jadeante. Su piel lucía hermosamente joven y brillante gracias al sudor que brotaba de su piel. − ¡No Camilo, no! Alguien nos puede ver… Te dije que sólo te iba a dar unos besos… ¡No me comprometas! − ¡Estoy caliente maestra!¡Quiero sentir su culo! Por favor… Sólo una “tocada”, nada más… La bombacha de Julia se deslizó por debajo de su guardapolvo blanco y las fuertes manos de Camilo hicieron rápidamente lo suyo… Julia sentía los dedos hambrientos del muchacho que recorrían con locura su piel… Ella se excitó. Sintió un calambre de placer que tuvo su epicentro en la entrepierna y que luego se desparramó por todo el cuerpo hasta llegarle a lo más hondo de su alma… Su corazón latía con una lujuria inusitada y, si no hubiese sido porque estaba en un lugar público, se habría llevado de inmediato a su alumno a la cama para hacerle el amor. − ¡Qué culo maestra, qué culo! ¡La AMO! 103 M U J E R E S E N F R E N TA D A S − ¡No Camilo! No… por favor… La boca del muchacho se volvió a prender de uno de los pezones oscuros que sobresalían por el desarreglado escote. Las tetas de Julia eran pulposas y el muchacho no paraba de amasarlas con frenesí. Una vez satisfecho con eso incorporó su cuerpo y metió su lengua en la boca de la maestra. Ella le respondió metiendo su lengua dentro de él y ambas prolongaciones se tensaron en una guerra implacable donde ninguno de los dos guerreros quería perder la iniciativa. La mujer volvió a sentir un nuevo calambre en su sexo y alargó su mano hasta la entrepierna de Camilo. Sintió cómo el bulto del muchacho explotaba por debajo de su jean. Era duro y poderoso y eso la excitó. No dudó en contenerlo con su mano. En sentir su calor y su fuego. Lo apretaba y lo amasaba intensamente como Camilo había hecho con sus pechos. De repente se escuchó un ruido... Luego unos pasos. Los amantes se alarmaron y se escondieron en uno de los baños. Cerraron la puerta y aguardaron en silencio. En la taza �lotaba algo de color marrón que despedía un olor nauseabundo. Algún alumno maleducado no se había comedido en tirar de la soga... La “cosa” �lotaba plácidamente allí liberando alegremente una fuerte �latulencia. Julia y su alumno 104 M U J E R E S E N F R E N TA D A S aguardaron en silencio mientras soportaban juntos el asqueroso hedor. La celadora ingresó en el recinto donde segundos antes estaban los amantes y volcó el balde con agua sucia dentro de la gran pileta. Lo llenó con agua de la canilla y luego metió un trapo adentro que sacó luego y retorció con fuerza. Cogió el balde ya repleto con agua y se marchó del lugar para continuar su trabajo. Sus pasos nerviosos se alejaron rápidamente hasta que el sonido que hacía se dejó de escuchar. Un minuto después ambos amantes salieron del baño y se dirigieron hasta el portón de salida cuidando que nadie los viera. Ya afuera, la madre de Camilo aguardaba impaciente en su carro y vio cómo su hijo se despedía de su maestra. Volvió a mirar su reloj y puso cara de descon�ianza… Su corazón de madre no le trasmitía buenas señales y echó un ojo receloso a la docente mientras veía cómo ésta se alejaba por la vereda. Cuando su hijo llegó hasta la carreta le dijo: “¿Por qué te demoraste tanto? Hace «cinco minutos» que te estoy esperando sin ver que salieras…”. − Me quedé copiando unos ejercicios, contestó el chico en tono tajante. Y dicho esto se subió al vehículo. La mujer quedó sorprendida por la seguridad que mostraba el muchacho y sin decir ni una palabra más arrendó los caballos y se marchó. A los pocos segundos ya no quedaba nadie en el lugar. 105 M U J E R E S E N F R E N TA D A S IV La experiencia tenida en el baño de la escuela había dejado marcado tanto al chico como a la mujer, pero mucho más al chico que no pudo evitar que sus pensamientos quedaran atrapados en torno a lo vivido. Julia había sido su primera mujer, pese a que no habían logrado consumar la relación. Y tenía más que claro que no se iba a conformar con esa sola experiencia. Camilo iría por más. Ya había probado el primer bocado y había sentido su exquisito sabor, y no dejaría de insistirle a su maestra hasta que ella �inalmente acepte llevarlo a la cama. Estaba desesperado. Por poco enloquecido. Un nuevo universo se habría frente a sus sentidos y no quería ser el último en conocerlo. Era el despertar del amor. El despertar de su virilidad. Eso hizo que los planes de Julia de llevarse a vivir al muchacho a su casa fuera, desde luego, mucho más fácil. Ella jamás pensó que las cosas se darían de una forma tan rápida, pero así fue como se dieron. Inconscientemente lo logró. Su intensión inicial era conquistarlo de a poco. Ganarse su con�ianza lentamente. Pero cuando un hombre y una mujer juegan con fuego nunca se sabe hasta dónde 106 M U J E R E S E N F R E N TA D A S pueden llegar… Ella, al igual que él, también llegó a su casa conmovida. Aunque tuvo que reconocer su responsabilidad en ese inesperado desenlace. Había despertado, quizás sin querer, los deseos de su joven alumno y ahora que el fuego se había desatado no podía mirar para atrás. Ahora había que seguir… ¿Pero tenía Julia deseos de modi�icar el rumbo de las cosas? ¿Hubiese querido, de corazón, que el muchacho no la hubiera deseado? No. Ella también deseaba a Camilo. También quería tenerlo entre sus pechos. Poder abrazarlo. Besarlo. Amarlo. ¿O acaso por qué se empeñó tanto en protegerlo? ¿Por simple solidaridad con un pobre campesino? ¿Cuántos campesinos analfabetos había en ese pueblo? ¿Cuántos niños que no terminan nunca de completar la escuela primaria? ¿Cuántos? Cientos en toda Oaxaca y miles en todo México. ¿En qué cambiaban las cosas un desvalido más? Sí. Lo había hecho porque en el fondo ya estaba cansada de seguir viviendo sola. Cansada de llevar en su pecho una copa de amor para dársela a nadie… Cansada de vivir sin un hombre. Un hombre que valiera la pena. Lo tuvo más que claro, y era inútil engañarse, cuando el joven la abrazó en el baño y le «metió mano» por todos lados… Descontrolado, como si fuera un potrillo. Y ella, en vez de ponerle freno como se espera de una docente, lo dejó en cambio avanzar hasta verlo enervado de placer. Porque ella, en el fondo, también quería eso. Dejar que se ponga loco 107 M U J E R E S E N F R E N TA D A S para ponerse loca ella también. Ponerse locos los dos para así olvidarse del mundo, sacarse la herrumbre de encima y perderse en un amor sin frenos. En un amor exasperado donde solamente podían caber dos. Al día siguiente, cuando se encontraron en el colegio, Julia le revela el plan a Camilo y éste no dudó en aceptarlo. El joven quería estar con ella, con la mujer que amaba. Y si eso implicaba irse de su casa, pues se iría. No había impedimentos. De alguna manera, la experiencia que había tenido con su maestra el día anterior lo había hecho crecer de golpe. Surgió de una forma repentina el Camilo adulto. El Camilo hombre. Toda esa frustración acumulada en años por causa de una madre castradora había explotado de un día para el otro, cuando sintió por primera vez el cuerpo de una mujer. En los brazos de Julia, su querida maestra, había sentido la liberación. Había tomado conciencia de que no era un niño. De que no tenía que pasarse todo el resto de la vida viviendo bajo las faldas de su madre. Sintió que tenía que volar. ¿Pero cómo? ¿Cómo lograrlo si dependía de su familia para poder vivir? Julia le había dado la solución cuando le propuso tajantemente “Quiero que te vengas a vivir conmigo… Tienes que salir de tu casa pronto. Allí nunca tendrás un FUTURO”. Camilo abrió los ojos en medio de la emoción y sólo atinó a decir “Sí… Sí maestra”. “Maestra no” respondió ella, “Julia”. “Ahora no soy más tu maestra. Soy… tu MUJER”. 108 “Ya había probado el primer bocado y había sentido su exquisito sabor, y no dejaría de insistirle a su maestra hasta que ella �inalmente acepte llevarlo a la cama...” M U J E R E S E N F R E N TA D A S Ese día Camilo no volvió a su casa. Esperó a que todos los alumnos se fueran para quedarse solo y hablar con su madre. No quería que sus compañeros presenciaran ningún tipo de escándalo. Cuando la encaró, le trasmitió su decisión de que se iría a vivir con Julia a la ciudad y que no regresaría a casa. La madre, que se había quedado escuchándolo con el rostro «seco» y el seño fruncido, no daba crédito a las palabras de su hijo y le instó con fuerza a que le obedeciera. Le ordenó que desistiera de su actitud y que subiera al carro inmediatamente. Pero Camilo se puso �irme y le contestó que no iba a subir. Le confesó que amaba a su maestra y que ya era mayor de edad. Y que quería irse de casa para empezar a hacer su vida. − ¿Hacer tu vida? ¿Pero cómo vas a hacer para arreglártelas solo en la ciudad si sos un “simple” campesino? ¡Deja de hablar estupideces y súbete al carro ya, que tenemos cosas que hacer! le gritó la madre en medio de la calle. − Voy a estudiar y tener un o�icio... − ¿Un o�icio? − Sí. Julia me dijo que podía obtener una tecnicatura en una escuela técnica que hay en Oaxaca y poder labrarme un porvenir… − ¿Un porvenir? ¡¿No te das cuenta que esa mujer te 110 M U J E R E S E N F R E N TA D A S quiere USAR?! ¡Cómo piensas que una maestra se va a �ijar en un pobre campesino como vos! ¡¿Tan imbécil sos?! − ¡Julia me ama y yo la amo a ella! le contestó Camilo nervioso. ¡Voy a irme a vivir con ella madre! − ¡Ella no te ama! ¡Esas tilingas sólo quieren hombres con dinero y tú no tienes nada, más que la ropa que llevas puesta y que yo todos los días te lavo! − ¡Julia no es una PUTA, es una buena mujer! − ¡Es una PUTA, como todas las mujeres de la ciudad! ¡¡PUTAS!! − ¿Y tú qué eres? ¡Una ‹‹castradora››! Por tu culpa nunca llegaré a ser nada. Julia me lo dijo… − Esa mujer te ha llenado la cabeza… Yo “olía” que iba a suceder algo si seguías en ese maldito colegio, pero como una estúpida no te cambié de escuela a tiempo. Es más ¡Ni tendría que haberte dejado que fueras a la escuela! ¿Para qué sirve el estudio? ¡Para nada! Sólo para pudrirle la cabeza a los jóvenes. Por culpa del estudio esa mujer te dio vuelta la cabeza y mira en qué te ha convertido. − ¡Basta mamá! ¡Ya no quiero escucharte más! Me voy con Julia. Ya lo tengo decidido. Camilo se marchó en dirección a su maestra que 111 M U J E R E S E N F R E N TA D A S lo esperaba unos metros más adelante. La iracunda mujer, al ver que su hijo se marchaba sin obedecerle, arrendó los caballos y le siguió por la calle costeando la vereda, pero su hijo y la maestra subieron rápidamente a un taxi que los estaba esperando a pocos metros y se alejaron rápidamente del lugar. Al cabo de unos minutos ya habían dejado atrás a la madre del joven, que se quedó masticando la bronca y el odio de toda su vida. V La casa de Julia parecía chica por fuera pero por dentro era amplia y cómoda. Tenía ladrillos a la vista y estaba protegida por una reja de color verde. Entre el portón de la reja y la puerta principal se extendía un bonito jardín. A Julia le gustaba mucho las plantas y las cuidaba con especial esmero. Cuando el taxi se marchó, Julia invitó al joven a ingresar adentro de la casa. Le mostró el interior de la vivienda y le señaló el dormitorio en donde debería dormir. Estaba pintado de color crema y el piso era de parquet. Era sencillo pero acogedor. Media hora después ya estaban almorzando juntos una tarta que la maestra había preparado la noche anterior. Y cuando ambos terminaron de comer, la maestra se marchó a otra 112 M U J E R E S E N F R E N TA D A S escuela donde se desempeñaba como vicedirectora teniendo que dejar a su alumno solo. Cuando regresó más tarde, la mujer encontró al muchacho durmiendo en su habitación, y después de despertarlo e invitarlo a tomar la merienda, le propuso ir a cenar juntos a un importante restaurante. Era alrededor de las siete cuando Julia le dijo que era hora de cambiarse. La mujer le consiguió un poco de ropa que pertenecía a un sobrino suyo que había vivido un tiempo con ella. Camilo se probó las prendas y vio que le quedaban bien. Esperó a que la mujer se cambiara y una vez que acabó salieron juntos a la calle. Camilo estaba más que feliz, jamás en su vida había comido en un restaurante. Cuando se sentó a la mesa y vio que el mozo le servía el plato se sintió como si fuera un príncipe. El restaurante era el Hacienda Santa Martha (el preferido de Julia y el que frecuentaba cuando iba a comer con alguna amiga). Cuando salieron del restaurante completamente satisfechos ya eran casi las doce de la noche. Llegaron a la casa en un taxi y una vez dentro Julia calentó la pava para hacer un poco de café. A julia le gustaba tomar café antes de irse a dormir, aunque todo el mundo le decía que no había que tomar café de noche. Julia dormía igual. El café no parecía hacerle ningún efecto. Le invitó a Camilo a tomar café y el muchacho aceptó. Después de quince minutos ya habían terminado de beber y Julia le indicó que ya era hora de 113 M U J E R E S E N F R E N TA D A S irse a dormir. Julia no era una mujer �mandona� pero no podía sacarse de encima esa cosa de “maestra”. Estaba acostumbrada a dar indicaciones y Camilo, como contraparte, a obedecerlas. Era la combinación ideal, aunque para empezar se llevaban más que bien. Se levantaron ambos de la mesa y cuando la mujer se dirigía a su dormitorio el chico la siguió por atrás. La tomó de la mano y le dijo, “Quiero hacerlo Julia…Quiero hacerlo esta noche”. La maestra lo miró y le contestó “Podemos hacerlo mañana… que vamos a estar más descansados”. “NO”, replicó él. “Mañana no. Quiero ahora… Quiero que me hagas un HOMBRE ahora mismo”. Ella, que estaba parada frente a él, se le quedó mirando a los ojos y pudo leer los deseos del muchacho. Su fuego. Su necesidad de amor… Y Julia, que lo amaba verdaderamente, no pudo en ese momento decirle que no. No pudo negarse a aquél que ahora era su hombre. Ella estaba acostumbrada a pasar semanas enteras sin tener sexo. Incluso meses. Era una docente que, como muchas otras tantas, estaba acostumbrada a vivir en soledad. Pero él era un joven en la explosión de la vida. Estaba viviendo el despertar de la carne. El renacer de su sexualidad. Y se le vino a la mente entonces cuando ella todavía era una adolescente... En los ojos del chico vio re�lejado su propio pasado. Fue como viajar en el tiempo... Recordó cuando conoció a su primer amor y cuando tuvo que mentirle a sus padres para escaparse con él 114 M U J E R E S E N F R E N TA D A S y tener sexo en la parte trasera del auto. Recordó lo que sintió en ese momento, el placer de las caricias y de la penetración y vio en los ojos de Camilo el mismo deseo que había estado en los suyos. Los mismos. Pero en un cuerpo de hombre. Es por eso que Julia, aunque se sentía un poco cansada y quería irse a dormir, no pudo en ese momento dar un “no” por respuesta. En vez de hacer eso lo tomó con sus manos y le dijo tiernamente “Bien. Pero deja que me tome otra taza de café… Ya no tengo 18 años como vos”. Había quedado la luz del velador encendida y la habitación de Julia estaba casi en penumbras. La bombilla del velador desprendía una luz amarillenta. Julia se había sacado su camisa y su corpiño, quedando vestida de la cintura para abajo. Camilo, en cambio, se desvistió completamente. No quería que ninguna parte de su cuerpo se quedara sin sentir cada centímetro de la piel de su amante. Su miembro viril estaba erecto, ligeramente encorvado hacia arriba como si fuera un gancho. A Julia la encantaba esa forma empinada del pene de los hombres porque la hacía gozar mucho más. Frotaba con más presión el punto G, que se ubica en la parte superior del canal vaginal. No pudiéndose resistir al hermoso falo del muchacho, lo tomó con sus manos y lo empezó a sobar. Camilo dejó que su maestra lo acariciara y rápidamente se excitó. Se le 115 M U J E R E S E N F R E N TA D A S puso duro como el roble. Al muchacho le encantaba sentir las grandes manos de su maestra yendo y viniendo por su pene. Cómo le tiraba el prepucio para atrás y le masajeaba el glande con la yema de los dedos. Sintió que ella lo llevaba al éxtasis y un calor lo empezó a invadir. Si bien Julia tenía las manos de una fuerte matrona era, sin embargo, muy femenina en sus movimientos. El hábil movimiento de sus manos sumado a la suavidad de su piel casi le provocó al muchacho una eyaculación. − ¿Te gusta que te acaricie Camilo? − Sí maestra… Las manos de Julia subían y bajaban el prepucio de su alumno impidiendo que el falo perdiera su irrigación. El glande se había hinchado y puesto rojo como una cereza y sus testículos ya mostraban la rigidez previa a la eyaculación. Julia se detuvo a tiempo evitando una emisión precoz. No quería arruinar la velada. − Dame un beso Camilo… Bésame como me besaste en el baño. − Sí maestra, respondió el alumno. Y acto seguido sus bocas se enredaron en un juego de labios y de lenguas. De un constante dar y recibir que en pocos segundos provocó el descontrol. La locura de ambos. La lujuria 116 M U J E R E S E N F R E N TA D A S desatada. Porque allí estaba solos, maestra y alumno. Aislados sin que nadie los viese. Con todo el tiempo y libertad del mundo para jugar juntos el dulce juego del amor. Disfrutar del sexo hasta la saciedad. Gozar sin límites y sin prejuicios. Estando ambos conscientes de eso, Camilo sintió despertar su virilidad. Su fuerza de hombre. Su instinto de «macho». Ya que entró en la cuenta de que su maestra estaba allí para ofrecerle todo. Abierta para lo que él dispusiese, presta a iniciarlo en el arte sexual. En ese mundo prohibido a los adolescentes y sólo reservado a los adultos. Ese mundo inexplorado ahora se abría frente a él, para ofrecerle todas las delicias, todos los tormentos, todos los vinos y manjares del Olimpo… Camilo tomó los pechos de Julia con sus manos y los manoseó. Sintió su pulpa y exquisita blandura. Dos aureolas marrones más grandes que una ciruela llamaron la atención del muchacho. − ¡Qué tetas maestra! ¡Qué tetas! − No me digas «maestra»… dime Julia… − ¡Qué tetas! JULIA… El chico había quedado fascinado con la “pechera” de su maestra cuando los vio por primera vez en el baño, pero esa noche fue la primera vez que los pudo ver en todo su esplendor. Allí estaban, frente a él, 117 M U J E R E S E N F R E N TA D A S esos dos hermosos melones listos para ser amados. Camilo los contemplaba fascinado y Julia no paraba de deleitarse observando la expresión del jovencito. Sabía que lo tenía «embobado» y dejó que el chico no se le resistiera. Le gustaba, como a muchas mujeres, disponer de ese poder erótico sobre el sexo opuesto. Tener �hechizo�. Los ojos de Camilo apuntaban a sus tetas y los ojos de Julia al rostro de Camilo. Él se deleitaba con el tamaño de su busto y ella se deleitaba con el deslumbre de sus ojos… Por un instante se había formado entre los tres una erótica triangulación. La imagen era tan cándida que daba para sacarle una foto. Dicho triángulo se rompió cuando el chico se llevó uno de los pezones a su boca. Lo succionaba con intensidad, como si necesitara la leche materna... Tan lleno de gozo como de impaciencia. Julia se excitó. No pudo aguantar por mucho tiempo el arrebato de placer de su «niño» y dejó que Camilo le chupara. La intensidad que ponía el muchacho al acto de succión la hizo sentirse muy mujer. Plena de disfrute y erotismo. Fecunda como la misma Tierra y femenina como una diosa griega. Se dejó llevar por esa dulce molicie e incitó a Camilo a succionar con más fuerza. − Chupa más fuerte papito…así. La maestra le enseñó a su alumno cómo se la debía chupar. Camilo intentó hacerlo como su maestra le indicaba, y si bien al principio le costó un poco 118 M U J E R E S E N F R E N TA D A S satisfacerla, al minuto de practicar ya la empezó a hacer gozar. − ¡Ay! ¡Así, mi papito… Así! Chúpame la tetita así… ¡Ay! Así... Ráspame la puntita con los dientes… Así… Muérdemela un poquito… Así... ¡Aaay! El grito de Julia fue de dolor y de placer. Como un tormento del que no se quiere escapar. Su alumno la estaba haciendo gozar… Camilo estaba poniendo esmero en cada cosa que le hacía y ella ya se imaginaba todas las cosas que podría enseñare al joven. Todas las locuras que podría hacer con él. Esas cosas que no podía hacer con otros hombres por ser consideradas «sucias» o «ridículas». O incluso poco «masculinas». Su pupilo carecía de las mañas de los adultos y podía guiarlo hacia formas de amor más sublimes. Podría moldearlo a su manera. Enseñarle el sexo «real». Julia se relajó y se dejó llevar. Se permitió sentirse hembra, perra y hasta puta. También madre de ese hermoso cachorro. De ese crío que ahora era suyo y al que había que cuidar y educar. Un enjambre libidinoso se arremolinó dentro del vientre de la mujer. Lo que había empezado en el polo Norte pronto se trasladó al polo Sur. Los ardores empezaron a crecer y el desenlace �inal estaba próximo. Los juegos previos estaban culminando y era el momento de ir a la cama. El coito no podía esperar más tiempo... 119 M U J E R E S E N F R E N TA D A S − ¡Sí, mi vida, sí! Chúpame así. Así… Así mi vidita, así… − ¡Quiero ponértela Julia! ¡Quiero clavarte hasta el fondo! Ambos amantes estaban muy excitados, pero el joven mucho más que ella. Julia disponía de mayor autocontrol y eso le permitió manejar los hilos del juego erótico. Ensayar una jugada previa antes de que el chico la montara. Su idea era la de retrasar un poco más el acceso al coito con el objeto de aumentar la tensión sexual haciendo que se disparen los picos de excitación... − ¡Quiero ponértela Julia! ¡Quiero clavarte hasta el fondo! le había dicho el chico enardecido. − ¿Sí…? ¿Quieres que me baje la bombachita? − ¡Sí mamita, sí! − ¿Quieres clavarte a mamá? − ¡¡Sí!! Julia ya había abierto el juego y el chico había entrado en él. Ahora le daría un par de rodeos hasta que éste pierda completamente el control obligándolo de esa forma a que pida, con fervor, lo que quiere. A que grite su deseo de macho para así poder sentir su «hombría». 120 M U J E R E S E N F R E N TA D A S − ¿Quieres clavarte a mamá? − ¡¡Sí!! gritó Camilo desesperado. − ¿Y hasta dónde me quieres clavar? � ¡Hasta el fondo! � ¿Pero hasta el fondo dónde? ¿Qué �tan� hasta el fondo...? − ¡Hasta el útero mami! ¡Hasta el útero! − ¡Uuuuyy…! ¡Qué lindo! ¿Con ‹‹mojadita›› al �inal? − ¡¡Sí!! ¡Con mojada mamita! ¡Te mojo toooda! Camilo estaba desencajado. Ya no sabía qué cosa más decir para que la mujer lo lleve pronto a la catrera. Faltaba que se pusiera de rodillas... Era su primera vez con una mujer y, para peor de males, con una mujer experimentada que conocía como pocas los dulces juegos del amor. El viejo arte de excitarse y hacer excitar al otro. Si bien las experiencias sexuales de ella últimamente habían sido muy esporádicas, sabía liberar su natural erotismo femenino cuando encontraba un hombre que le gustaba de verdad. Que la “calentaba”. Y Camilo la había puesto esa noche como una moto. La había «desatado» y no pensaba echarse atrás. Julia no daba muestras de cansancio ni tampoco ganas de irse a dormir. El café ingerido, por un lado, y el deseo despertado por los juegos eróticos 121 M U J E R E S E N F R E N TA D A S avivó en ella su necesidad de amor. Cuando vio que Camilo estaba casi pidiendo por favor ir con ella a la cama, la maestra procedió a bajarse la bombacha para luego recostarse boca arriba con las piernas bien abiertas. Camilo abrió los ojos como platos cuando vio, por primera vez, la carnosa pupa de Julia envuelta en una oscura pelambrera. Su rostro lucía encendido. La mujer sacó un preservativo que tenía en la mesita de luz y se lo puso con cuidado al muchacho. La funda ajustaba muy bien. Luego se echó para atrás y le hizo señas a su joven amante. − Venga mi bebé… Venga con mami… Descárguese dentro de mamá. Y el chico le hizo caso y descargó… Julia era dulce como una madre y eso enloquecía mucho más a Camilo. La imagen contenedora de Julia contrastaba enormemente con el per�il adusto de su madre biológica. La comparación inevitable entre su madre y su maestra le hizo comprender las cosas de otra manera. Sintió que al �in tenía una madre y no sólo una madre sino un hogar, no pudiendo evitar sentirse agradecido por ello. Atrás había quedado su familia, sus largos días bajo el ardiente Sol, su insulso plato de comida, sus pobres ropas de campesino. Camilo, que tenía la verga más dura que su mollera, 122 M U J E R E S E N F R E N TA D A S se había echado sobre el cuerpo de Julia enterrando su masculina prominencia dentro de ella. Su sexo se hundió en esa abundante madeja de pelos hasta desaparecer. Empezó a bombear como loco y a los veinte segundos el éxtasis era total. Todo su cuerpo se estremeció, teniendo sus músculos tensionados al máximo. Se descargó completamente en el vientre de la mujer emitiendo el típico sonido de desahogo… − Sí mi bebé, sí… Tire toda la leche, tire… Descárguese en la entrepierna de mami. Descargue todo… descargue… Camilo descargó. Descargó todo lo que pudo sin guardarse nada para sí. Se lo dio todo a su maestra, hasta la última gota que le salió del miembro. Sintió un desahogo. Una liberación. Exhalando y aspirando entrecortadamente. Julia, mientras tanto, le acariciaba la espalda permitiendo que su amante se repusiera. Después de algunos minutos Julia le propuso cambiar de posición. − ¿Quieres que sea tu yegua Camilo? ¿Quieres cogerme como un caballo? le dijo la maestra a su alumno mientras con una mano le acariciaba el palo… − En el campo se ve mucho eso… le contestó el chico, ya más relajado, mientras miraba con gran atención las tetas colgantes de su maestra. Estiró su mano y le cogió una de ellas. − ¿Te gustan mis tetas? 123 M U J E R E S E N F R E N TA D A S − Me encantan… Son pesadas y pulposas… Y muy suaves… Yo vi en el campo como los caballos y las cabras cogían. También vi una vez a un perro que se había quedado abotonado… ¡Me dio mucha risa! − ¿Sí? ¿Y no quieres abotonarte conmigo de nuevo? le preguntó Julia mirándole a los ojos. El joven vio en su cara una sonrisa y cómo los ojos le brillaban de lujuria. Comprendió que su maestra estaría dispuesta a TODO y eso le devolvió de golpe la excitación. Julia acercó su cuerpo y le dio un beso en la boca. − ¿Quieres que sea tu yegua papito? ¿Te animas a meterme otra vez esta «tranca»? Camilo sintió como ella le apretaba la pija y le clavaba los ojos en sus ojos… Le contó al chico que ella también se había criado en el campo y que había visto muchas veces a los animales tener sexo. Incluso cómo hacían los hombres para que un burro se clavara a una yegua. − Sí, yo también sé cómo hacen… − ¿Ah Sí? ¿Y no quieres ser mi burro “Cami”? ¿No quieres que juguemos al burrito y a la yegua? Se le acercó de nuevo y le dio otro beso. − No… No me gustan las yeguas. Yo sólo me cojo a las burras… Soy un �burrito� le respondió el chico, esbozando una pícara sonrisa. Julia le miró y se sonrió. 124 M U J E R E S E N F R E N TA D A S Sus lecciones ya empezaron a rendir sus frutos... − ¡¿Ah sí?! Julia lanzó una carcajada. ¿Así que sos un «burrito»? Le besó una vez más la boca. Entonces me vas a coger porque me encanta la verga de burro. No sabes qué loca me pone… − Pero yo sólo me cojo burras… insistió Camilo haciéndose el di�ícil. − ¿Así que coges sólo burras? Eso lo vamos a ver… Julia le dio la espalda y se puso en cuatro patas. Juntó bien las piernas y apoyó el pecho bien al ras de la cama, para que su traste le quedara lo más empinado posible. Dos tremendas nalgotas quedaron expuestas a la vista del joven. Y en el medio de la larga zanja � tan larga que Camilo apenas la podía abarcar completamente con sus ojos � brotaba exuberantemente una pupa carnosa y llena de pelos. Camilo no pudo evitar la excitación, pues la imagen de ese culo de mujer era realmente espectacular. Julia era una verdadera yegua que necesitaba ser amada por un burro. Y él era el burro que ella quería. El burro que tenía que montarla… − Dale papito… dijo en tono rogante. Haz feliz a esta yegua. Dame tu hermosa tranca… ¡Métela hasta el FONDO! El muchacho pronto obedeció, pues ya no podía 125 M U J E R E S E N F R E N TA D A S resistirse más. Sus intentos de oponer resistencia a esa hembra caliente y madura no habían durado demasiado. En ese dulce juego de la tentación, donde el hombre y la mujer mueven sus piezas, la maestra había ganado la partida. Julia barrió de un plumazo las pálidas defensas levantadas por su alumno forzándolo a que la monte rápido. ¿A mamá mona con bananas verdes? “Te falta aprender mucho para jugar como yo”. Camilo acomodó su tranca y la enterró en la tuna de Julia. Se echó sobre la espalda de la maestra y empezó a copular como si fuera un burro. El choque incesante de sus carnes se escuchaba por toda la habitación. ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! − ¡Así Camilo, así! ¡Dame más! ¡Sígueme dando así! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! − ¡Así papito… Así! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! − ¡¡Sí!! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!... ¡¡Chaaap!! − ¡¡Uuuy!! ¡¡Sí!! ¡Papito! ¡¡Hasta el fondo!! ¡Qué rico! ¡Sí, mi papi! El rendimiento de Camilo iba de maravillas y Julia estaba más que satisfecha con lo logrado por su chico, pero el joven � después de varios minutos de galope 126 M U J E R E S E N F R E N TA D A S � ya empezaba a dar muestras de cansancio, por lo que decidió cambiar de postura. Se puso en cuclillas detrás de ella con las piernas bien abiertas para poder entrar, apoyando luego sus manos sobre las caderas de Julia para poder mantenerse en equilibrio. Al sostenerse sobre los pies en vez de las rodillas podía ejercer sus movimientos haciendo uso de todos sus músculos, por lo que pudo recuperar buena parte de su agilidad. Ya bien sujeto a las carnosas caderas de la mujer, se embarcó en la ardua tarea de sacudir a su maestra con toda la potencia que le restaba hasta que, �inalmente, maestra y alumno arribaron al clímax. ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! − ¡Ay, sí Camilo! ¡Ay, sí! ¡Qué tranca que tienes mi vida! ¡Qué pedazo de BURRO que sos! − ¡Me gusta la zanja maestra! ¡Me vuelve loco!¡¡Me encanta la zanja!! dijo Camilo con los ojos completamente desorbitados. − ¿Te gusta mi zanja Camilito? ¿Te gusta la zanja de tu maestra? − ¡¡Sí!! − ¿Te gusta que sea tu yegua, mi vida? ¿AHORA te gusta que sea tu yegua? − ¡¡Sí!! 127 M U J E R E S E N F R E N TA D A S − ¿Y vos mi burrito? − ¡¡¡Sí!!! ¡Aaaaahh! ¡Aaah! ¡Ah…! Esta vez fue Camilo el que emitió su grito de guerra, completamente agotado de tanta acometida contra su matrona. Su cuerpo brillaba por la traspiración y sus piernas mostraban indicio de cansancio. Echó su cuerpo para atrás, trató de retomar el ritmo de su respiración y, cuando lo consiguió, se acomodó al lado de su maestra. − Sos todo un macho Camilo… Casi me mataste con esa tranca bestial… ¡Qué burro más hermoso me tocó esta noche! El chico sonrió. Su maestra le había puesto un “Muy Bien 10 Felicitado”… Había pasado el examen. Ambos quedaron felices y exhaustos. Habían tenido el sexo de su vida y deseaban que eso no se terminara nunca. Fuera de la casa reinaba la quietud. La oscuridad de la noche y la soledad. Por las calles no se escuchaba ningún auto y las veredas dormían vacías. Todo el barrio parecía muerto. Adentro, detrás de esas cuatro paredes, la noche no había llegado aún y el canto de la vida se seguía escuchando. Una maestra y su alumno enredados en una lujuria sin límites. No pidiéndole permiso a nadie para disfrutar de lo mejor que tenían. Ellos dos eran, juntos, un Sol de medianoche en un pueblito de México. 128 M U J E R E S E N F R E N TA D A S El día siguiente era sábado y ambos aprovecharon ese día para dormir unas horas más. Habían pasado una noche tan calurosa como memorable y eso forti�icó más su unión. Julia se levantó con muy buen humor y se dispuso a hacer el desayuno. También le dijo a Camilo que se prepare porque tenían que salir juntos. Camilo, por su parte, se sentía más vivo que nunca. Era la primera vez que sentía que alguien lo quería de verdad. Y no sólo quererlo de verdad sino también cuidarlo. Sentía que Julia era una mezcla de amante y de mamá, y eso le dio vuelta la cabeza. Lo embelesó. Comenzaba el �in de semana y ambos tenían muchas cosas sobre qué conversar para poder adaptarse a su nueva vida. Como buena maestra que era, a Julia no le gustaban las improvisaciones ni la falta de organización. Sabía que Camilo no estaba acostumbrado a la agitada vida de ciudad, a cumplir con determinadas pautas y a enfrentarse a determinada gente, por lo tanto el brusco cambio que tenía que enfrentar exigía que estuviera preparado. Tampoco había vivido nunca a solas con una mujer que no fuera de su familia y eso también sumaba más cosas. Ahora tendrían que organizarse. Julia, sin embargo, no temía en absoluto los nuevos cambios y con�iaba en que su experiencia de docente y saber pedagógico, junto al gran amor que ambos se tenían, le ayudaría a sortear cualquier situación. Y así fue como ocurrió. Camilo se 130 M U J E R E S E N F R E N TA D A S adaptó rápidamente a su nueva vida y al poco tiempo de vivir con Julia ya se sentía un miembro más de ese gran centro urbano. Había seguido los pasos de su maestra a la perfección. Eso a la mujer la alegró, pues había temido al principio que las cosas podrían no haber salido como ella lo esperaba, lo que le terminó de con�irmar que Camilo era realmente un chico inteligente y que si no demostraba más de sí mismo no era por carencias propias sino por las limitaciones impuestas por su familia. Más precisamente por su madre. Después del desayuno se llevó al muchacho al centro comercial para hacer unas compras y aprovechó para sacarle, con su tarjeta de crédito, algo de ropa para que vista dignamente. Estaba claro que Camilo no podía ni tenía interés de regresar a su casa para traerse de allí los pocos “trapos” que tenía… No quería arriesgarse a tener otra discusión con su madre y mucho menos con el resto de su familia. Ya el tiempo se encargaría de cerrar las heridas generadas para así poder ver a su familia sin reproches y más tranquilidad. Después de pasar por las tiendas de ropa fueron a un supermercado a comprar provisiones y luego regresaron a casa cargados de bolsas. Almorzaron tallarines y más tarde se pusieron juntos a ver una película. Julia y Camilo estaban sentados en el sillón el uno junto al otro tomando café y disfrutando de la vida como dos 131 M U J E R E S E N F R E N TA D A S enamorados. Mucho más allá de la ciudad, había otra mujer que no la estaba pasando nada bien. Su furia iba creciendo con el pasar de las horas al mismo ritmo de su desesperación. Trabajando arduamente bajo un Sol trepidante, ya estaba maquinando su venganza contra la maestra. VI El Sol había sido impiadoso ese día. No se veía en el cielo ninguna nube y una suave brisa soplaba desde las primeras horas. Había mucho trabajo que hacer y Ana Padilla no paraba de juntar los tomates de la huerta, de regar las nuevas semillas y de darle de comer a las gallinas. Quedaba todavía cosechar los limones que crecían en el fondo de la granja, de cortar los ancos que crecían por doquier, los pimientos y pepinos, las mazorcas del maíz… El pobre de su marido había amanecido con grandes dolores en sus caderas ese día. El médico le había advertido que no se expusiera a realizar trabajos que demandaran demasiado esfuerzo pero, como el día anterior Camilo se había fugado con su maestra y no había regresado a casa, se quedó todo el día trabajando en su campo haciendo las labores que normalmente le correspondían a su hijo. El resultado había sido fatal y 132 M U J E R E S E N F R E N TA D A S esa mañana el hombre no se podía ni mover, por lo que doña Ana tuvo que reemplazarlo en su tarea, no sin antes pasarle una pomada en sus partes dolientes para calmarle un poco los dolores. A las doce del mediodía ya había preparado con su hijo menor los pedidos de huevos que debía venir a recoger don Sebastián, un hombre mayor que tenía un negocio de comidas en la ciudad y que prefería, para las comidas especiales, los huevos de granja a aquellos «arti�iciales» que vendían las grandes cadenas de avicultores. Después que la camioneta se marchó llevándose la partida de huevos, doña Ana fue hasta la cocina para preparar el almuerzo para la familia. Cuando todos terminaron de comer, descansó aproximadamente una hora y luego regresó al campo para continuar con su ardua tarea. Mientras caminaba con di�icultad por las �ilas de la plantación de maíz cortando las mazorcas y metiéndolas en su canasta, su cerebro no dejaba de lucubrar en todas las “cosas” que su hijo habría hecho la pasada noche con la madura docente. Incluso, en las cosas que estarían haciendo ahora en algún rincón de la casa. Esos pensamientos torturaban su mente y la tosca mujer no dejaba de maldecir la nueva situación en la que se encontraba. “Seguro que esa puta lo estará pervirtiendo…” pensaba obsesivamente. “La estará pasando bien esa yegua con mi hijo, mientras yo estoy aquí sudando como una burra”, “¡Ya la vas a pagar hija de perra por robarme a mi hijo! Ya vas a saber quién es 133 M U J E R E S E N F R E N TA D A S Ana Padilla…” no cesaba de repetirse una y otra vez. Al día siguiente se repitió la misma escena. Con Ana haciendo sus labores en la granja sin olvidarse ni un segundo de su gran enemiga. Si bien era Domingo y fueron todos a la Iglesia esa mañana, después de almorzar doña Ana volvió al campo a completar la tarea dejada el día anterior. Temía que el trabajo se atrasara y no quería arriesgarse a descansar para luego tener que sufrir las consecuencias. No estaba acostumbrada a realizar las tareas del campo aunque sabía cómo se hacían pues se había criado en él y algunas veces supo ayudar a su marido en las épocas en que éste gozaba de buena salud. Siendo niña había trabajado con su padre, pero cuando contrajo matrimonio con Raúl en la capilla del pueblo decidió dedicarse completamente a las tareas del hogar. Después de levantar la mesa, lavar los platos y darle de comer al perro con la comida que había sobrado, bebió un poco de aguardiente y salió decidida a continuar la faena. Una vez metida en la huerta, la imagen de Julia teniendo sexo con su hijo se negaba a abandonar su cabeza y a cada rato propinaba insultos contra su odiosa y libidinosa ladrona. La maestra se había transformado, para ella, en la puta más malvada de México. En la reina de las putas. En la célebre Mesalina de Roma… Antes de que cayera la noche, le dio de comer a sus caballos y revisó una por una las ruedas de la carreta. Luego metió en ella un palo de madera que usaba para defenderse 134 M U J E R E S E N F R E N TA D A S de los rateros que a cada tanto rondaban la zona y también un cuchillo de cortar carne por las dudas si fuera necesario. Una madre embravecida sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de recuperar a su hijo, aún si eso implicara cometer un acto de locura. Armada con todo su arsenal campechano, Ana se fue esa noche a dormir sin decirle nada a su marido sobre el plan que tenían en mente. No quería preocuparle ni mucho menos que él la detuviera. Aún con su cadera rota Raúl seguía siendo su marido y tenía autoridad sobre ella. Ella sabía dominar las situaciones hogareñas con la psicología innata que tienen las mujeres, pero cuando Raúl se enojaba y alzaba su voz era él el que decidía las cosas. El hombre era siempre el jefe del hogar y así lo había aprendido desde que era una niña. Se fue a dormir cuando ya todos estaban dormidos no sin antes haber rezado una oración. Era devota de la Virgen de Guadalupe y esa noche le pidió con fuerzas a que le ayude a recuperar a su hijo. Estaba convencida de que Julia era la reencarnación del mismísimo Diablo quien se había cruzado en su camino para destruir de�initivamente su hogar, y es por eso que le dejó encendida una vela a la Madre de Jesús antes de irse a acostar. Cuando se sentó en la vieja catrera Raúl ya estaba roncando. Sin hacer el más mínimo ruido apagó la luz del velador. Las cartas ya estaban echadas. El lunes al mediodía sería el día D. Para ella o para Julia. Pese ha haberse acostado tarde no le 135 M U J E R E S E N F R E N TA D A S resultó fácil reconciliar el sueño… Las imágenes de su hijo revolcándose entre las sábanas con una mujer que podría ser su madre la perturbaban tanto que no podía dormir. Al �inal el cansancio pudo más, y después de una hora de dar vueltas se durmió. VII Habían terminado de cenar y habían apagado todas las luces de la casa, salvo la luz que daba a un pasillo y la otra que alumbraba el dormitorio de la maestra. Julia y Camilo ya habían acordado acostarse más temprano, pues a la mañana siguiente tenían que concurrir a la escuela y no querían amanecer cansados. Levantaron juntos la mesa, dejaron toda la cocina en orden y luego fueron hasta el baño para lavarse los dientes e irse a dormir. Julia acostumbraba a tomarse una ducha antes de irse a la cama, por lo que permitió que el joven se lavara primero, pero Camilo, al enterarse que ella iba a darse un baño, le propuso que era mejor darse una ducha juntos. − ¿Ducharnos juntos? dijo Julia. ¡Yo siempre me he duchado sola! − ¿Y por qué no conmigo? 136 M U J E R E S E N F R E N TA D A S − Es que me da un poco de vergüenza… − ¿Vergüenza? ¡Qué tontería! ¿Te da vergüenza que te vea desnuda bañándote? − Y…sí. − ¿Y ayer cuando hicimos el amor no te dio vergüenza que te haya visto desnuda…? − Es diferente. No me estaba bañando. − Bueno, entonces ahora quiero hacerte el amor en el baño. Quiero que nos besemos y acariciemos bajo el agua… − Si hacemos el amor no nos vamos a bañar… − ¡Claro que sí! Voy a hacerte el amor y después nos vamos a bañar juntos. Yo te voy a jabonar el cuerpo y después vos me jabonas a mí. Como si yo fuera tu hijo… − ¿Y vos me vas a jabonar el cuerpo como si yo fuera tu mamá? preguntó Julia sonriente. − Sí. Como si fueras mi mamá. La mamá más buena del mundo… De esa manera Camilo convenció a Julia para darse una ducha juntos. Se desvistieron y se metieron a la pileta. Una vez que estuvieron desnudos bajo la lluvia que les caía encima ambos amantes se entregaron a sus juegos del amor. No faltaron los besos profundos 137 M U J E R E S E N F R E N TA D A S y las caricias por todas partes del cuerpo. La maestra estaba sobrada en carnes y el jovenzuelo no podía mantener por mucho tiempo las manos �ijas en un solo lugar. Sus manos subían y bajaban por todo el cuerpo de la maestra. Unas veces las paseaba por delante, otras veces las paseaba por atrás. Y todo eso mientras el agua chorreaba sensualmente por sus cuerpos. Julia adoraba que su alumno la acariciara por todas partes con tanta pasión. Con tanta pureza y entrega. Hacía mucho tiempo que no sentía en su piel unas manos así de generosas. A veces Camilo, absorbido en su tarea, se ahogaba con el agua que le caía encima y tenía que dejar de acariciar. Se olvidaba, por momentos, que estaba debajo de la ducha y era entonces cuando el agua se le metía en las fosas nasales. − ¡Aaah! ¡Kof! ¡Kof! Camilo se alejó de la ducha para tomar una bocanada de aire. Tenía la cara roja y las fosas nasales le ardían. − A ver mi vida… Vamos a tener que parar un poquito la ducha porque si seguís así me voy a quedar sin amante… dijo con humor la maestra al tiempo que cerraba las llaves del agua. − Sí, Julia… le respondió el chico con una sonrisa, mientras una gota de moco traslúcido le colgaba de la nariz. Ambos no paraban de reírse. 138 M U J E R E S E N F R E N TA D A S Solucionado el problema del agua el joven y la mujer reanudaron sus juegos. Después de tantos besos y caricias la veterana maestra se empezó a calentar. Le propuso al joven practicarle algo nuevo. Algo que le gusta a algunas mujeres pero que ella todavía no había practicado con él. Tomó su rabo con la mano y lo empezó a menear con cadencia. Cuando notó que se había puesto duro le propuso practicarle sexo oral. − ¿Quieres que te chupe el pito Camilo? − Me encantaría maestra… Era la primera vez que Camilo iba a tener una experiencia así. Por supuesto que “sabía” qué era eso. Todos los chicos de su edad lo “sabían”. Pero una cosa era saberlo por boca de otros y otra muy distinta era saberlo por experiencia propia. Ahora lo sabría por propia experiencia porque su maestra se la iba a mamar. El chico no tenía ni la más remota idea de lo que sentía un hombre cuando se la mamaban... Pensaba que era como sentir un masaje suave pero en el pene. Algo parecido a hacerse la “manuela” pero sin tanta presión o vigor. Se llevó una gran sorpresa cuando Julia, como si hubiese tenido dulce de leche en la boca, le propinó una rápida eyaculación en menos de un minuto. − ¡¡Aaay!! ¡¡Julia!! ¡¡Aay!! gritó súper excitado. ¡¡Me corro maestra!! ¡¡Me corroooo!! 139 M U J E R E S E N F R E N TA D A S El chico dio un grito incontenible. Sus piernas le temblaron como �lanes aunque pudo mantener su estabilidad. Todos los jugos que antes estaban en su próstata terminaron dentro de la boca de Julia. Ella, por su parte, no paraba de succionar el duro pito aunque el temblor inicial ya había pasado. La mujer se tragó todo el líquido y después sacudió el falo con su mano. Le encantaba manosearlo, tocarlo, sentirlo. Era joven y grueso. Elástico y rígido. Luego miró al joven a los ojos y le dijo con una sonrisa: − ¡Qué �lojo que sos Camilo! Así no vas a poder satisfacer nunca a una mujer si te corres tan rápido. ¡Sos un eyaculador precoz! − Es que no me pude resistir… ¡Me lo hiciste muy fuerte! contestó el joven. − ¿Yo fuerte? ¡Pero si te lo hice suavecito! Los ojos de la maestra brillaban de picardía. − ¡Mentira! Me hiciste chillar como una niña… Sos una MAESTRA EN EL AMOR, Julia. Te amo… Sos la mejor… El corazón de Julia se hinchó de orgullo al escuchar las palabras de su Camilo. Allí estaba su alumno abriéndole su corazón y entregándose completamente a ella. A quien era su instructora y guía. A quien le había salvado de su madre... La mujer siguió mamándosela después de que el chico acabó. 140 M U J E R E S E N F R E N TA D A S Ahora el pene estaba más �lácido y lo podía disfrutar con gusto. Le encantaba sentir esa linda carnosidad en su boca. Esa piel joven y tersa que la distinguía de los penes más “maduros”. Además su tamaño era tal que se la podía tragar perfectamente. Era el tipo de verga que ninguna mamona se querría perder. Aunque nunca lo había confesado, siempre había sentido debilidad por la verga de los adolecentes... Prefería comerse la verga de un «pendejo» a la de un hombre adulto. Nunca había mamado una pija tan joven, salvo la de su alumno, pero sí había fantaseado con la idea de mamársela a un jovenzuelo. − Bueno, dijo Julia. Ahora es mi turno. Me tienes que satisfacer a mí, como la otra noche. ¿Te quedó «resto» para seguir jugando o quieres que la sigamos mañana? − ¡Qué mañana! respondió Camilo. ¡Hasta que no te parta al medio no me acuesto! − Wuau… ¡Qué hombre! − Ahora sos mi «yegua» le dijo Camilo a Julia con unas ganas sedientas de sexo. “Soy un burrito que le gustan las yeguas porque vos me �transformaste� en caballo... ¡Ahora me gustan las yeguas, no las burras! Ya cambié... Así que date la vuelta que tu burrito te quiere montar”. Julia se sonrió al ver la actitud de su alumno. Al joven le sobraban energías y quería seguir dándole caña... Era la fuerza de la juventud. Cuando vio que la 141 M U J E R E S E N F R E N TA D A S maestra ya se había puesto en esa posición, apoyando sus manos contra la pared y abriendo bien las piernas para facilitar la penetración, se meneó nerviosamente la verga para reponerla rápido de la �lacidez. Una vez que ésta recuperó buena parte de su erección, lanzó su grito de guerra arrobado en su lujuria… − ¡¡Ahora te empalo como Shaka Zulu!! Y la empaló. Después de acabar el acto, que no habrá durado más de diez minutos, pero que estuvo cargado de una intensidad tan salvaje como electrizante, la feliz pareja procedió a higienizarse y luego se metieron en la cama. Durmieron juntos como hombre y mujer, y al poco tiempo ya se habían dormido. El agotamiento de sus cuerpos los había dejado planchados y ambos reposaban como dos angelitos. Ya estaban listos para empezar la semana. Mucho más allá de su casa, en una humilde vivienda rural, también había una mujer que dormía pero, a diferencia de ésta, no descansaba en paz. Los pensamientos en torno a su hijo mayor y al oscuro futuro de su familia no le permitían conciliar su sueño. 142 M U J E R E S E N F R E N TA D A S VIII El día había amanecido soleado. Julia y Camilo se levantaron bien temprano, tomaron el desayuno y se fueron juntos al establecimiento. Tuvieron la precaución de no entrar juntos a la escuela, para evitar levantar sospechas y así eludir a las malas lenguas. Si bien su alumno era mayor de edad y podía vivir con ella sin que eso implicara delito alguno, los prejuicios existentes en la gente no permitían que aquello que era aceptado por la ley sea aceptado también por las costumbres, y eso ocasionaba indeseados malestares. El día lectivo fue como cualquier otro, aunque Julia intuía que podía vérselas con la madre… Algo en su interior le decía que esa tosca mujer de campo no se iba a quedar así no más como si nada hubiera pasado y que le iba a llevar problemas a la escuela. Tenía que elaborar un plan. No estaba para nada nerviosa pero sí algo ansiosa por la situación. Por su parte a su alumno, en cambio, se lo veía de mil maravillas. El joven estaba viviendo un idilio de otro mundo y ni se le cruzaba por la cabeza la idea de regresar a su hogar. Vivía su propio devaneo, estudiando y haciendo los deberes como si fuera un día cualquiera. Cuando llegó la hora de la salida, todas las madres estaban esperando afuera para recoger a sus pequeños. El griterío y los 144 M U J E R E S E N F R E N TA D A S murmullos de los niños se escuchaban detrás del portón del colegio. Ana también esperaba muy atenta mirando si salía su hijo. Tenía el palo escondido en la bata y el cuchillo debajo de las polleras atado a una gruesa liga. Miraba y miraba a cada niño que salía hasta que por �in pudo ver a su hijo. El joven, por su parte, ni giró la cabeza para ver en dónde estaba su madre. Muy por el contrario, se dirigió a la parada del colectivo y se quedó esperando allí. La madre lo siguió desconcertada y, cuando se encontró con él, lo intentó convencer sin éxito para que volviera a su hogar. Camilo se puso �irme y no aceptó las imposiciones de su madre. Los niños que estaban en la parada esperando a que viniera el autobús contemplaban curiosos la incómoda situación. − ¿Así que preferís abandonar a tu familia por irte con tu “maestrita”? Camilo se puso rojo como un tomate. El murmullo y las miradas de los niños se empezaba a notar alrededor. − No sé de qué hablas madre. Yo ahora estoy viviendo en casa de un “amigo”. Él me consiguió trabajo en la ciudad… − ¿Amigo? ¿Qué amigo? Será “amiguita” querrás decir… − Ya te dije que no quiero volver. No quiero trabajar más 145 M U J E R E S E N F R E N TA D A S en el campo. ¿De qué manera te lo tengo que explicar? El colectivo llegó con algo de retraso y todos los niños empezaron a subir. Camilo se adelantó y pronto estuvo arriba del vehículo completamente a salvo. El colectivo arrancó y dejó a la madre sola parada en la vereda. El estómago de la mujer estaba que ardía. A todo esto Julia, una vez que se fueron todos los alumnos, y viendo que no habían “moros en la costa” salió rápido en dirección al taxi que la estaba esperando en la vereda. Cuando Ana se dio cuenta que la maestra se iba en el vehículo burlando su acoso, corrió rápido hacia ella con la intención de alcanzarla pero fracasó. El taxi se alejó hasta perderse a la vuelta de una esquina frente a la mirada atónita de la colérica madre. Ésta, al ver fracasado su plan, sufrió un ataque de nervios que casi la tira al piso. Se dirigió en dirección a su carreta con las tripas todas revueltas y cuando estuvo encima de la silla se quedó sentada sin decir una palabra. Su mente funcionaba a mil. Los pensamientos iban y venían por todas las neuronas de su cerebro. Faltaba que le saliera humo de las orejas. Finalmente, después de cinco minutos que se hicieron interminables, arrendó con vigor los caballos y se marchó en dirección a la ciudad... “¡Esta turra no me va a ganar!”, dijo antes de partir. Julia y Camilo estaban merendando en su casa 146 M U J E R E S E N F R E N TA D A S cuando el timbre sonó. A Julia le extrañó que la llamaran a su casa a esa hora, por lo que pensó que podría ser alguna vieja amiga del colegio que había venido a visitarla. Se levantó de la silla y miró por la ventana. No era ninguna amiga ni vecina. Era Ana Padilla, la madre de Camilo, con una expresión muy adusta en su rostro. Su carro montaba guardia en la calle bien pegado al borde de la vereda, mientras ella esperaba con gran impaciencia la salida de su an�itriona. Julia se volvió hacia donde estaba Camilo y le informó de la situación. − Es tu mamá. Tú quédate aquí que yo salgo y me arreglo con ella… − ¡Deja que salga yo también! − No. Tú ya le dijiste lo que tenías que decirle en la parada del colectivo. Incluso cuando le explicaste anteriormente por qué te venías a vivir conmigo. Ya eres un hombre grande y tienes derecho a decidir. Ahora me toca a mí aclararle los puntos… Julia salió a la puerta para escuchar los reclamos de Ana. La casa de la maestra estaba protegida por una reja verde de dos metros de altura, por lo que no había forma de ingresar a la casa si no era por el portón de la reja. Julia la atendió desde el lado de adentro, negándose a abrirle la puerta por cuestiones de seguridad. Estando frente a ella, la encaró. 147 M U J E R E S E N F R E N TA D A S − ¿A qué ha venido hasta aquí? le dijo secamente. − A buscar a mi hijo le contestó la mujer. − ¿No le parece que su hijo ya es demasiado grande para que su “mami” lo venga a buscar? ¿Lo piensa tener metido debajo de las polleras hasta que sea un viejo? Doña Ana enfureció. Los humos le salían por la nariz y las orejas como si fuera un horno de barro, ya que ninguna mujer se le había dirigido de esa forma en todos los años que llevaba de vida. “Tilinga atrevida” pensó para sus adentros, “¿Cómo te atreves a hablarme así?”. − Quiero hablar con mi hijo. Dígale que venga, dijo en tono imperativo. − Su hijo ya habló con usted esta tarde… Además, en este momento está viéndonos por la ventana. Él me dijo expresamente que no tiene intenciones de hablar con usted. Que quiere vivir aquí. − ¡Quiero hablar con mi hijo! ¡Es que no me entendió! − No hay nada de qué hablar y, si sigue molestándome, deberé llamar a la policía y le diré que usted ha venido aquí a amenazarme. No me haga enojar porque le pondré una denuncia… Doña Ana explotó. La seguridad y frialdad con que hablaba su “enemiga” la exasperó. Ella estaba 148 M U J E R E S E N F R E N TA D A S acostumbrada en su casa y en su propio pueblo a ser respetada y a manejar las situaciones. Pero aquí estaba en la ciudad, no en el campo. Y sentía que, de alguna manera, estaba en desventaja. Siempre se había hecho la idea de que la gente de la ciudad era engreída e inmoral, y contraria a las tradiciones y a las buenas costumbres. Ante sus ojos Julia era ese tipo de mujer que, por tener “estudio”, se creía más que aquéllos que eran del campo. La altivez con que interpretaba las palabras de su interlocutora la hacían sentir completamente humillada. − ¡Pero qué se ha creído tilinga engreída! ¡Piensa que usted puede referirse a mí de esa manera! ¡Tráigame a Camilo o le rompo la casa! En ese momento doña Ana sacó el palo que tenía escondido en su ropa y empezó a golpear la reja en un feroz ataque de histeria. El buzón que estaba en la puerta empezó a recibir los azotes del garrote y en pocos segundos quedó completamente abollado. También la puertecita de chapa del gas que daba a la calle recibió otra feroz paliza quedando en peor estado que el buzón. − ¡Devuélvame a mi hijo yegua puta! ¡Qué se ha pensado zorra de mierda! ¡Pervertidora de niños! ¡Degenerada! Doña Ana estaba completamente fuera de sí. Y si le hubieran dado la oportunidad de matar a la 149 M U J E R E S E N F R E N TA D A S maestra con su cuchillo lo hubiera hecho. La reja que separaba a ambas mujeres evitó que se produjera una desgracia. Julia se asustó cuando vio el ataque de cólera que le había agarrado a la mujer y decidió llamar de inmediato a la policía. Sin embargo, cuando estaba a salvo adentro de su casa marcando el número de teléfono, escuchó el estallido de un vidrio. Doña Ana había cogido un pedazo de baldosa rota de la vereda y la había lanzado contra una de las ventanas. Cuando salió alarmada hacia la puerta, vio que Camilo estaba hablando con la madre. El portón estaba abierto y Julia por poco se desmayó. Cuando vio que Ana la había visto, pensó que la mujer ingresaría por el portón y la molería a palos. Pero nada de eso ocurrió. La madre y el hijo estaban hablando como dos personas normales, y esa imagen le dio un poco más de tranquilidad. Igualmente se quedó del lado de adentro de la puerta por prudencia, observándolos en silencio sin intervenir en la conversación. La campechana mujer parecía más relajada. Como si el diablo que la había poseído se hubiera ido de golpe. Camilo hablaba con �irmeza pero sin alzar el tono de voz. Un patrullero se acercó a la casa mientras que algunos vecinos y transeúntes curiosos contemplaban el inusitado espectáculo. Cuando el o�icial se acercó al portón para ver lo que pasaba, Camilo y su madre estaban abrazados y Julia, ya sin miedo, estaba junto a ellos. Doña Ana lloraba en silencio y su hijo 150 M U J E R E S E N F R E N TA D A S la acariciaba para consolarla. Julia también estaba emocionada. El o�icial de policía y su acompañante hablaron con Julia acerca del incidente. La maestra les informó de lo acontecido, pero sin realizar ninguna denuncia contra su agresora. El Sol se estaba poniendo cuando Camilo se despidió de su madre. La abrazó, le dio un beso en la frente y la mujer su subió a su carreta y se marchó. Julia contemplaba la escena detrás de la ventana. Cuando Camilo ingresó, Julia no pudo resistir la tentación de preguntarle qué cosas había hablado con la madre. El joven respondió como responden los hombres en casos como esos; “Cosas de madre e hijo. No importa. Ya comprenderá… Por ahora la he dejado más tranquila y me prometió que no va a molestarnos. ¿Qué hay de comer para la cena? Quiero que me enseñes a cocinar… Ya estoy en edad de que vaya aprendiendo a cocinar algo”. Julia sonrió. Salieron juntos a hacer las compras a un supermercado de la zona y a la noche Camilo estaba aprendiendo a hacer una enchilada de pollo que, cuando la probó, estaba para chuparse los dedos. Atrás habían quedado las di�icultades y los malos momentos vividos y la pareja de amantes pasó, afortunadamente, una noche feliz. Tanto la maestra como su joven alumno sintieron, por primera vez, que las cosas de ahora en más irían mucho mejor. 151 M U J E R E S E N F R E N TA D A S IX Los días que le siguieron fueron, para ambos, bastante tranquilos. Julia seguía dando clases como siempre y Camilo continuaba más que bien con sus estudios. Pese a todo lo bueno, no faltaban las malas lenguas que condenaban la sospechosa convivencia entre la docente y su joven alumno. Algunas de ellas eran las mismas maestras del establecimiento, que no comprendían cómo una mujer de 45 años estaba involucrada sentimentalmente con un hombre que podría ser su hijo. Aunque Julia dentro de la escuela nunca reconoció tener algo sentimental con su alumno, manteniendo con él una normal relación de docencia, las habladurías que se daban en los pasillos y que involucraban a ella y el joven resultaban inevitables. Por el lado del chico, las bromas de algunos de sus compañeros de curso era algo que ocurría con relativa frecuencia, pero Camilo no les daba trascendencia e intentaba tomárselas con humor. Al igual que la maestra, jamás reconoció su vínculo con ella. Afortunadamente, esa incomprensión y malestar duró pocos meses porque Camilo culminó sus estudios satisfactoriamente y, al año siguiente, ya estaba anotado en una escuela industrial. 153 M U J E R E S E N F R E N TA D A S Camilo visitaba todos los �ines de semana a su familia. Solía ir a verlos normalmente los domingos. Le había dicho a la madre, el día del incidente, que Julia y un abogado amigo suyo estaban tramitando una pensión por invalidez para su padre y que eso le permitiría a la familia vivir sin padecer penurias. Ya no iba a ser más necesario para ella trabajar duramente día tras día para llegar con el dinero a �in de mes. Lo otorgado por la pensión del gobierno más lo recaudado con la venta de los huevos y algunos otros productos de la granja les permitirían pasar el resto de sus vidas sin que por lo menos falte el pan en su mesa. Además Camilo le prometió a su madre que cuando se reciba de alguna profesión, con los ingresos ganados los ayudaría en caso de necesidad. Le dijo que Julia estaba totalmente de acuerdo con eso y que lo apoyaría para que obtuviera su título. También, un año más tarde, hubo otra nueva y positiva noticia para sus padres. Gracias a la actividad de Julia en varios establecimientos educativos, la maestra se encargó de que en uno de los comedores escolares de una escuela donde trabajaba, la administración aceptara comprar los productos de la granja de la familia del joven (en especial sus huevos), dado su bajo costo y buena calidad. Fue una cuota más que se agregó a la economía doméstica para que esa humilde gente pudiera vivir mejor. Con el tiempo, los hermanos de Camilo se 154 M U J E R E S E N F R E N TA D A S animaron a visitarlo en la ciudad y algunos �ines de semana se quedaban a pasar la noche en su casa. Los niños encontraron en Julia una mujer que podía escucharlos y aconsejarlos, ayudarlos en sus estudios y hacerles la comida como si fuera una tía. No pasó mucho tiempo para que la sintieran como una miembro más de su familia. Camilo, con los años, terminó la escuela técnica y se recibió de técnico electricista. Logró armarse de una buena clientela en la ciudad y afortunadamente no le faltó el trabajo. Su próximo paso fue ingresar a la Universidad, pues quería llegar lo más alto posible. Sin duda Julia estaba guiando sus pasos… Don Raúl continuó con sus problemas de cadera, aunque gracias a la obra social que le otorgó el gobierno podía adquirir periódicamente unas pastillas antiin�lamatorias que le ayudaban a calmar los dolores. Pasaba sus días visitando a sus viejos amigos y mirando la televisión en un LCD que le compró su hijo con el dinero que ganó en uno de sus trabajos. Doña Ana siguió trabajando en la granja y llevando adelante la economía de su hogar, aunque esta vez con menos presiones que antes pues la pensión de su marido le alcanzaba para cubrir los gastos básicos. Nunca se reconcilió con Julia. La separación entre ella y Camilo la sintió de una manera tan profunda que jamás la pudo superar. Aún así nunca intentó interponerse de nuevo en la relación que su hijo mantenía con la maestra y dejó que las cosas siguieran 155 M U J E R E S E N F R E N TA D A S su curso, centrándose exclusivamente en la atención de su propia familia. Julia siguió dando clases en la escuela rural como siempre mientras que el tiempo se encargó de borrar de la memoria de las personas la historia de amor mantenida con su alumno. Varios años más tarde era raro que alguien hablara del tema y la docente que lo hacía lo mencionaba como una curiosa anécdota escolar y no como algo que mereciera una crítica o sanción moral. La maestra, hasta donde se sabe, sigue viviendo con su ex alumno en la casa donde se conocieron y amaron por primera vez. 156 “Historias Cruzadas” HISTORIAS CRUZADAS Había sido un día infernal y Luisa no veía la hora de irse de esa aplastante o�icina. No por el duro trabajo sino por las altas temperaturas. Se había roto el aire acondicionado y el técnico, después de revisarlo, le había dicho que iba a tardar toda la mañana en conseguir el repuesto y arreglarlo. Ya eran las cinco de la tarde y el técnico ni había aparecido. Había apagado el ordenador y estaba a punto de marcharse. La camisa blanca que llevaba puesta la tenía adherida a la piel como si fuera una extensión de sí misma y su braga estaba tan mojada que su aceitoso olor podía sentirse como a dos metros de distancia… Al menos eso era lo que se imaginaba Luisa. Sintió asco de sí misma. Si había algo que no soportaba era estar sucia o llena de transpiración. En verano solía bañarse hasta tres veces al día. Cuando entró en la o�icina del gerente de la empresa para alcanzarle unas notas de crédito (eso fue cerca del mediodía), procuró no acercarse demasiado para no darle mala impresión. El muy cabrón siempre inventaba una escusa para que ella se aproximara a él y así poder espiarle el escote. Pero ese día el muy mirón estaba tan ocupado en sus cosas que apenas le dirigió la mirada cuando ella le dejó los papeles encima del escritorio. Había tenido un día ajetreado y por fortuna la había ignorado. 158 HISTORIAS CRUZADAS � Aquí le dejo lo que me pidió... � Gracias, le dijo su jefe, mientras seguía revisando unos balances en su ordenador. Luisa dejó los papeles sobre la mesa y rápidamente se retiró. Eran las 17:10 minutos cuando estaba en la parada del autobús. La ciudad de Bogotá era un horno pero no tanto como su endiablada o�icina. Los autos iban y venían haciendo barullo y exhalando sus gases. Los colectivos pasaban frente a ella con gente abarrotada dentro. Delante de Luisa habían dos personas que estaban esperando el autobús como ella. Una era una mujer gorda y morena que llevaba en la mano un bolso lleno de cosas y una cartera al hombro bastante gastada por el uso. El otro era un chico delgado de cabello rubio y ojos claros que llevaba puesto una remera roja y un jean azul roto en las rodillas. Luisa se detuvo a mirar al joven sin que éste se diera cuenta. Le pareció graciosa su forma informal de vestir. Muchos adolescentes que conocía gustaban del estilo “rotoso”. Hacía rato que ese estilo estaba de moda en todo el mundo. Hasta las estrellas de cine lo usaban. Muchos jóvenes que ella conocía vestían pantalones con agujeros, incluyendo las chicas. Eso no le molestó. Si ella fuera joven tal vez vestiría así... La mujer morena, en cambio, había venido del interior del país, seguramente a probar suerte en la capital 159 HISTORIAS CRUZADAS como muchas mujeres colombianas. Su rostro adusto y desconcertado revelaba que no estaba acostumbrada a transitar en una gran ciudad y sus prendas no eran precisamente las del tipo que usaban las mujeres oriundas de allí. Llevaba unas calzas de color azul muy apretadas y una remera larga de varios colores que apenas le cubría el enorme trasero. “Es una pueblerina”, pensó Luisa para sus adentros. Pronto llegó el autobús. Era el último recorrido de ese día y Jorge se alegraba que fuera así. Hacía cuatro años que trabajaba en esa empresa de colectivos y ya había logrado conseguir la efectividad. Cuando llegó a la parada, miró el gran reloj que tenía en frente de él y suspiró. Marcaba las 17:10. Faltaba poco para terminar. Una mujer gorda subió al autobús luchando con un gran bolso. La cartera que llevaba al hombro se le había quedado atorada en la puerta pero se las arregló para poder entrar. Pagó su boleto y se dirigió hacia el fondo abriéndose paso entre los pasajeros. El chico que venía atrás hizo lo mismo pero pre�irió quedarse cerca de la puerta. Detrás de él subió una mujer, de unos 35 años de edad, que vestía una camisa blanca y unos pantalones ajustados de color rojo punzó. Muchas mujeres de Bogotá lucían pantalones así. Es 160 HISTORIAS CRUZADAS algo típico de un país tropical. Cuando la mujer se fue para el fondo, Jorge la miró por el espejo retrovisor interno y pensó “No está nada mal…”. Luego metió el cambio y continuó su trayecto �inal. El vehículo no estaba muy lleno, pero tres paradas después todos se empezaron a apretujar. Cerca de donde trabajaba Luisa había una transitada avenida y siempre que llegaba hasta allí una docena de sujetos empezaban a subir. La mayoría de ellos trabajaban en las o�icinas del centro pero algunos regresaban de las fábricas. Tomaban un colectivo que los trasladaba hasta la ciudad y luego combinaban con otro que los dejaba en su lugar de destino. Algunos lucían ropas de trabajo y otros parecían haberse cambiado. Los o�icinistas estaban trajeados y las mujeres usaban vestidos formales. Igualmente el olor a traspiración que brotaba de todas partes del cuerpo colocaba a todos ellos por igual. No había sustancial diferencia. El autobús apestaba a todos los olores imaginables. Desde el sudor mezclado con colonia barata hasta la grasa de los asientos y algún que otro pedo. Se podía armar una colección. Pero la gente ya estaba acostumbrada a esas fragancias y hacía como si no pasara nada. El colectivo, de repente, frenó. La avenida estaba congestionada de vehículos. La mujer de camisa blanca sintió que algo había golpeado contra su cuerpo. Miró a su costado y vio al chico de remera roja que había estado en la parada con ella. El joven 161 HISTORIAS CRUZADAS la miró y musitó un breve “disculpe”. “No es nada” le contestó la mujer, y el colectivo arrancó. El celular de Jorge sonó. Metió la mano en su camisa azul y miró en la pequeña pantalla. Era Claudia, su mujer. − Hola, mi amor ¿Cómo anda todo por allá? − Todo bien… Escúchame ¿vas a venir a cenar o te vas a quedar en el trabajo haciendo doble turno? Decime así sé si te espero. − Sí, hoy voy a cenar. A Marcos ya le dieron el alta pero va a venir un poco tarde porque tiene que hacer unos trámites. Seguro que me van a pedir que haga un recorrido más para darle tiempo a que venga. Calculo que en unas dos horas andaré por allá. Todo depende del trá�ico que tenga… − Bueno… entonces me voy de compras así preparo la cena. − OK mi “amor”. Un beso. Nos vemos… Cortó. Un semáforo en rojo hizo que el colectivo se detenga. Una masa ajetreada de transeúntes pasaban rápido por la senda peatonal. Jorge no les prestó ni la más mínima atención. Marcó un número en el celular y luego escuchó su voz. − ¡Hola Jorge! ¿Cómo andas…? ¿Me estás llamando del 162 HISTORIAS CRUZADAS colectivo? − Sí. No sabes qué día tuve hoy… Escúchame ¿Vas a estar ahí? − ¿Y dónde quieres que esté? Si sabes que no salgo a ningún lado. Ya estoy medio vieja para tener tantas salidas. − ¿Vieja? Si tienes todavía cuarenta y cinco años… − Y bueno… Ya soy una “vieja”. El semáforo se puso en verde. Jorge metió el cambio y avanzó. − Bueno, escúchame. En diez minutos llego a la terminal. Ve preparando el café que yo paso por la panadería y te compro la torta que te prometí… Te corto porque estoy manejando y el trá�ico es infernal… − Bueno mi vida. Te espero. Maneja tranquilo. No choques... − No. Besitos… Cortó. Era cierto. El trá�ico era infernal. Los autos iban y venían y los micros y taxis atestaban las calles. Era una hora “pico” en donde miles de personas salían de 163 HISTORIAS CRUZADAS sus lugares de trabajo dispuestos a llegar a su casa lo antes posible. A veces el ómnibus se detenía y tardaba minutos en llegar a la otra cuadra. Era insoportable. Y más con ese tremendo calor. Luisa estaba completamente rodeada de gente y apenas podía girar la cabeza para mirar atrás. El chico de remera roja estaba pegado junto a ella y en el otro costado había un hombre de piel oscura con ropa de trabajo y un gorro con visera puesto en su cabeza. Sus rasgos faciales eran toscos y su mirada parecía perderse más allá de las ventanas del vehículo. Apenas había mirado a Luisa una sola vez. Su barba lucía desprolija, como si hubieran pasado días sin haberla afeitado y su piel lucía brillosa por el intenso calor. Tenía, además, un ligero olor a vino. “Quizás sea un hombre que trabaja en la construcción” fue lo que pensó Luisa. Sintió respeto por él. Muchos edi�icios se estaban levantando últimamente en la gran ciudad y los albañiles solían pulular por el microcentro cargando sus bolsos o paquetes con comida. Ella vivía en uno de esos edi�icios, a pocas cuadras del Parque Santander, uno de los lugares más tradicionales de Colombia. Siempre había querido vivir en la ciudad y después de haberse conseguido un buen empleo, decidió irse de la casa de sus padres. Alquiló un departamento pequeño no muy lejos del lugar en donde trabajaba, y así comezó su nueva vida. Luisa estaba acostumbrada a viajar en medio de tanta gente y era común que a veces sintiera 164 HISTORIAS CRUZADAS el roce de alguien sobre su cuerpo. Pero ese roce que acababa de sentir no le pareció algo casual y eso la despabiló. Pasaron unos cuantos segundos sin que ocurriera nada y, de repente, de nuevo ese roce… Una mano procedente de alguno de los allí presentes estaba recorriendo su trasero. Ya no le quedaron dudas y eso la sobresaltó. Empezó a buscar al dueño de esa mano licenciosa y entró en la cuenta que el “atrevido” no era el hombre de piel oscura y semisucio que estaba a su lado sino… el mismo muchacho de ojos claros y pelo rubio que había visto junto a la gorda en la parada. El joven parecía inmutable y no daba señales de ponerse nervioso. Luisa se quedó inmóvil y esperó a que su atacante la tocara de nuevo. El colectivo dio un medio giro brusco y salió de la avenida principal. Faltaba no mucho tiempo para llegar a la terminal. Los pasajeros se bambolearon dentro del ómnibus y se escuchó una voz de mujer que insultó con vehemencia al chofer. El cuerpo de Luisa también se desplazó, pero se sujetó fuerte del caño para no caerse sobre la gente. Su cuerpo había quedado en una posición inclinada de aproximadamente unos 60° arrastrado por la fuerza centrífuga. Su delicada muñeca le dolía. El hombre de piel oscura ni siquiera se movió. Parecía una parte más de esa cafetera con ruedas. Erguido e inamovible como una estatua de arcilla. Cuando Luisa por �in logró reincorporarse, la mano del jovencito estaba ubicada justito en el fondo de su raya... 165 HISTORIAS CRUZADAS Reynaldo era el hijo del dueño de la panadería. Un negocio ubicado a minutos del microcentro de Bogotá. Estaba terminando la secundaria pero su padre a veces lo ocupaba para que atendiera la caja y vigilara a la nueva empleada. La muchacha era un poco mayor que él y vivía cerca de la panadería. Era una amiga de la infancia de su hermana, cinco años mayor que él. Si bien ya le había tirado los “galgos” al bueno de Reynaldo, el muchacho no quería saber nada con ella pues el joven, que venía atendiendo el negocio desde hacía poco más de un mes, tenía puesta su cabeza y sus fantasías en otra cosa. Rosa (así se llamaba la nueva empleada) todavía no estaba en sus planes. ¿Qué era aquello que ocupaba la mente de ese joven de 16 años? Una nueva clienta que venía todas las tardes a comprar al local. Era una mujer de unos 50 años pero estaba más que conservada. Su piel era blanca como una perla y suave como una porcelana. Usaba unas faldas algo cortas que caían grácilmente por encima de sus caderas, y una remera con escote cerrado pero que dejaba mostrar sus enormes melones. Sobre la remera usaba un saquito de hilo muy fresco que servía para ocultar un poco el notable espectáculo. Sin demasiado éxito, desde luego, pues la delantera de aquella mujer necesitaba mucho más 167 HISTORIAS CRUZADAS que un saquito veraniego para poder disimularlo. Reynaldo no se podía sacar de encima la imagen de los pechos de esa voluptuosa mujer. Los pechos y su cara, pues se parecía a la cantante Thalía pero con 10 años más… A Reynaldo le encantaba los rasgos faciales de la popular cantante y actriz mexicana. Soñaba con tener una novia como ella. La vez que la vio aquel día cuando entró por primera vez al local no pudo evitar quedar completamente prendado. Lucía una camisa negra sedosa muy elegante con una pollera tubo de tiro largo del mismo color. No usaba medias de lycra pero sí unos tacos aguja tan oscuros como su camisa. Cuando la mujer le miró �ijo a los ojos, Reynaldo pensó que era Thalía diez años mayor. No lo podía creer. Había venido a comprar unas facturas y, una vez que la atendió, se quedó mirando embelesado como ella se alejaba del local. Mientras la mujer caminaba hacia la puerta, no podía dejar de mirarle la parte trasera del cuerpo que se contorneaba para todos lados. La hermosa veterana no tardó en darse cuenta que el chico la miraba demasiado y cada vez que venía a comprar llegaba vestida con prendas diferentes. Algunas veces con un estilo demasiado atrevido para una mujer de su edad. Parecía que le encantaba captar la atención del joven. Un joven que, por su corta edad, podía ser tranquilamente su nieto… Una vez vino con un vestido de gasa color violeta tornasolado con cuatro volados en la parte inferior. Reynaldo 168 HISTORIAS CRUZADAS estaba atendiendo a una modesta jubilada que vino a comprar un poco de pan y apenas la vio la saludó. “Hola señora”. “Sylvia. Puedes llamarme Sylvia si quieres…”, le contestó sonriendo la mujer. “Sy... Sylvia… ” tartamudeó el muchacho. La anciana que estaba con ellos no les prestó la más mínima atención mientras esperaba pacientemente su mercadería. Cuando Reynaldo estaba a punto de darle el vuelto a la abuela, tuvo una visión de Sylvia que hizo que se le cayeran al piso las monedas que llevaba en la mano… La experta veterana estaba agachada contemplando una tarta de manzana que estaba detrás de la vitrina, con su prominente trasero apuntando justo en dirección a la caja. Su falda corta hizo que, por un momento, se le viera su braga blanca asomando por los volados del vestido como si fuera una paloma en celo dispuesta a atrapar al joven… Las monedas chocaron contra el piso mientras la anciana mujer esperaba su vuelto. Reynaldo tenía en ese momento su mente dividida en dos. Una parte de ella intentando encontrar las monedas y la otra parte perdida bajo las faldas de su conquistadora. Ahora todas las monedas le parecían de color blanco. Cuando la paciente anciana se marchó, Sylvia se acercó al mostrador y le dijo “me das una docena de facturas”. El pobre de Reynaldo se sorprendió… estaba seguro que iba a pedirle una tarta. 169 HISTORIAS CRUZADAS El colectivo seguía repleto de gente y el aire empezaba a hacerse más espeso. Faltaban unos diez minutos para que Luisa llegara a destino y su joven y experto manoseador seguía entretenido con su culo. Parecía que nunca se cansaba. Primero empezó a mover la mano por su raya. Al principio con mucha lentitud. Después, al ver que su víctima se mantenía imperturbable, empezó a darle más presión y velocidad. Estaba seguro que la mujer no tenía intención de detenerlo. El chico era todo un profesional a la hora de tocar mujeres y sabía que si después de varias acariciadas la mujer no decía nada era porque le “gustaba”. Al menos eso creía él. El trasero de Luisa no era demasiado grande pero sí lo su�icientemente �irme como para que sea disfrutado por un hombre. Cuidaba mucho su �igura e iba al gimnasio dos veces por semana. El muchacho siguió su juego apretándole una de sus nalgas. Primero la nalga izquierda, que era la que tenía más a mano, y luego la nalga derecha. El dedo mayor lo usaba para tocar la profunda raya, subiendo y bajando por ella como si fuera un ascensor. Cuando el colectivo arrancaba de golpe, el chico aprovechaba el envión para agarrarle las nalgas con fuerza. La mujer parecía montada sobre un asiento de bicicleta. La técnica que usaba el chico para lograr ese efecto “ciclístico” era meter los dedos justo entre las piernas de la mujer y hacer luego palanca hacia arriba 170 HISTORIAS CRUZADAS para contrarrestar el peso del cuerpo. Eso a Luisa la excitaba porque los dedos friccionaban el clítoris. Cuando el dedo se clavaba justo en el centro del órgano venéreo era como volar en bicicleta… Lo di�ícil para ella era que, cuando ocurría ese viaje aeróbico, debía poner cara de piedra. Luisa ya había “calado” al jovencito y sabía que éste no superaba los 20 años. Conocía a muchos chicos como él… Todavía tenía algunos granos en la cara, señal que no había superado totalmente su pubertad. O que no había “debutado” aún, como dicen algunos, aunque ese detalle no le importó. Sí le llamó la atención que alguien tan joven se atreviera con desconocidas en un transporte público. No era la primera vez que alguien le tocaba sus partes. La ciudad estaba llena de toda clase de tipos que solían aprovecharse de las mujeres. Incluso de mujeres muy mayores. Por lo general eran hombres adultos de bajo nivel social o alcohólicos mal entrazados. Aunque una vez sintió la mano que provenía de un ejecutivo. En la ciudad puedes encontrar toda clase de sujetos. Pero nunca le había pasado que ese tipo de conducta tan morbosa proviniera de alguien de esa edad. Y encima con una habilidad propia de un gran experto. Luisa optó por mantenerse en silencio y dejó que el chico hiciera su juego. Después de todo, hacía meses que un hombre no la tocaba… 171 HISTORIAS CRUZADAS El reloj marcaba las 17:30 y la panadería empezaba a llenarse. A medida que pasaba el tiempo, los clientes se hacían más frecuentes y Reynaldo debía estar más atento de las cosas que cobraba y del vuelto que tenía que entregar. También de algún billete falso que sabía aparecer en la mano de algún comprador ocasional. Mientras Rosa atendía a la gente llenando la balanza de pan y las bolsas de papel con facturas, el joven atendía la caja cobrando lo vendido y entregando los vueltos. Reynaldo se sentía cada vez más excitado. Se lo veía exultante y feliz. El momento esperado estaba cada vez más cerca. Ya tenía preparada una carta para entregarle a su veterana amada. Una carta que la pondría oculta en esa tarta de manzana que a ella tanto le gustaba y de vez en cuando compraba. No importaba si Sylvia compraba esa tarta o no. Él estaba dispuesto a regalársela. Su padre no controlaba muy bien la mercadería que había en la tienda y si llegaba a enterarse de algo diría que la sacó de la vidriera para comérsela él con su madre. Eso no era un problema y se podía arreglar. La carta decía lo siguiente: Querida Sylvia: No soy bueno escribiendo pero te digo lo que siento. Estoy loco por vos. Pienso en vos todo el 172 HISTORIAS CRUZADAS tiempo. Siento que voy a explotar. Ya casi ni tengo ganas de estudiar. Tengo ganas de tenerte en mis brazos. De amarte… De que seas mi mujer. Sé que soy muy chico para vos pero quizás me puedas aceptar. Vos decidís… ¡Te amo! Reynaldo, tu amor. Mi celular es: xx-xxxx-xxxx Poco después, pasada las 17:30, ingresó a la panadería la mujer… El chico la vio entrar y su nerviosismo aumentó. Sylvia lucía como siempre. Con su estilo jovial, llamando siempre la atención. Los hombres allí presentes se giraron para mirarla. Las mujeres, en cambio, apenas si la miraron. Esperaban pacientes a que llegara su turno. Ella hizo como si no se hubiese dado cuenta de nada, aunque sentía el aguijonazo de las miradas masculinas recorriendo cada parte de su cuerpo. Los años le habían enseñado muy bien cómo hacerse la tonta. Dominaba ese truco a la perfección. Un hombre de unos 50 años no le sacaba la mirada de encima. Pero Sylvia le ignoró. Cuando llegó su turno, pidió medio kilo de pan y una docena de facturas. El muchacho atendió su pedido y aprovechó para entregarle la tarta. “Es un regalo de la casa para una de las mejores clientas” dijo el joven, con disimulada cortesía. Sylvia sonrió y asintió. “Muchas gracias” le dijo. Y después de decir eso se marchó. Reynaldo sintió que había dado el paso más grande 173 HISTORIAS CRUZADAS de su vida. Se le había declarado abiertamente a aquella hermosa veterana. Si ella le rechazaba o no ya no dependía de él. Él había cumplido con su “deber”. Había actuado como un “hombre” y eso lo hizo sentirse mejor. De alguna forma sintió que se había sacado un gran peso de encima y, de ahora en más, podría vivir más relajado. Con el alma más alivianada, Reynaldo continuó atendiendo a sus clientes. La casa que estaba alquilando era un poco vieja pero estaba en buen estado. Lo más importante para ella era vivir en la ciudad. Habían pasado cinco años desde que su marido la dejó por otra mujer. En ese tiempo que pasó Sylvia sólo tuvo algunos romances ocasionales. A decir verdad, mucho menos que eso. Si los contaba con una sola mano, seguro que le sobraban dedos... Solía frecuentar algunos bares los �ines de semana, de esos que abundaban en la ciudad de Bogotá como el The Big Ben Pub o el The Beer Lounge. A veces iba sola y otras veces junto a alguna amiga. Cuando iba acompañada con alguien bebía como una loca y solía llegar a su casa con una borrachera a cuestas. A Sylvia le encantaba la cerveza. Mucho más después que se enteró que su marido la engañaba con alguien más joven. Siempre la pasaba bien con sus amistades, casi todas ellas mujeres separadas o a punto de serlo. 174 HISTORIAS CRUZADAS Cuando iba sola, en cambio, bebía con moderación y esperaba a que algún hombre de los allí presentes se le acercara y se sentara en su mesa. Siempre se le acercaba uno. Hombres solos son los que sobran... Más en una ciudad tan grande y cosmopolita como Bogotá. La mayoría de ellos eran hombres que sólo buscaban pasarla bien una noche. Normalmente compartían unos tragos y, si el caballero le gustaba, iban a un hotel y hacían el amor. Después de eso no lo veía más. Una dosis de “amor francés”. Sylvia puso las facturas y el pan sobre la mesa y llenó la pava con agua para prepararse una taza de café. Luego abrió la bolsa con la tarta y sacó la carta que venía junto con ella. Se puso cómoda en la silla y comenzó a leerla con mucha atención. Después de leerla sonrió. No estaba tan mal para un chico de su edad. Se quedó unos minutos pensativa recordando su pasado y lo vivido hasta hace poco. Mientras pensaba (habrán pasado dos minutos o tres) sintió la pava chillar y se levantó de la silla para volcar el agua en el �iltro. Se sirvió una taza llena con dos cucharadas de azúcar y se sentó de nuevo en la mesa frente a la tarta de manzana. Partió un pedazo de tarta y se la llevó a la boca. La saboreó. Estaba exquisita. Se sirvió dos pedazos más mientras bebía el café caliente y, cuando se sintió plenamente satisfecha, se levantó de la silla y se metió en el baño. Quería tomarse una ducha bien fresca y ponerse ropa nueva. 175 HISTORIAS CRUZADAS Faltaba poco para que Luisa llegara a destino y su hábil “tocador” seguía adherido a ella. Parecía que el chico se había transformado en una extensión más de su propio cuerpo, pues no la había soltado en todo lo que había durado el trayecto. Ahora el chico tenía su mano frotando el centro de su entrepierna. Ya se había cansado de amasar sus �irmes glúteos durante tantos minutos y eligió ir en la búsqueda de nuevas emociones. No era para menos, pues Luisa le había dejado hacer todo lo que había querido manteniéndose perfectamente inmutable sin hacer el mínimo gesto. Los dedos del chico habían descubierto un hoyuelo encima de la tela del pantalón introduciéndolos dentro de él con frenesí. A poco más de un minuto Luisa ya estaba bien aferrada al pasamano pues sentía que le fallaban las piernas y le costaba mantenerse de pié. Uno de los dedos del muchacho le estaba aguijoneando el clítoris y eso hacía que le costara bastante sostenerse sobre sus dos piernas. Era una tortura china. Pero de placer. Había que aguantar... Giró con disimulo la cabeza y pudo ver al joven mojado en transpiración. Sus ojos se habían vuelto híbridos y por momentos parecía jadear. No se dio cuenta que Luisa lo estaba observando pues estaba absolutamente concentrado en lo que hacía con su dedo. Estaba como 177 HISTORIAS CRUZADAS extasiado, completamente absorbido en su trabajo de remover las blandas carnes de su elegida, pues a esa altura del partido ya no se podía hablar de víctima… A Luisa le pareció que esa situación que se había generado entre el chico y ella era más que graciosa. De alguna manera sintió que en ese momento era el chico la presa de ella y no al revés. Ella podía hacer que todo eso acabara en un instante pero ¿Podía el chico en ese grado de excitación controlar sus impulsos y acabar con todo ello? Luisa se dio cuenta que lograr eso era di�ícil. El chico parecía hipnotizado. Como a esa altura del partido ya se sentía, psicológicamente, mucho más relajada (y con menos sentimientos de culpa) dejó que el chico jugara con su “cuca” permitiéndose llevar por ese mar de emociones… Se desabrochó un poco más la camisa para refrescarse del intenso calor. El aire que entraba por una de las ventanillas le refrescó un poco los pechos y eso hizo que se sintiera mejor. Un calambre de placer se empezó a apoderar de ella. Sintió que el clímax estaba cerca. “Lo haces bien chico… sigue así”, fue el pensamiento que apareció en su mente. Los dedos del joven se movían con maestría frotando sus labios por encima del pantalón. Como le había quedado el dedo gordo libre, no se le ocurrió mejor cosa que introducírselo dentro del culo. Luisa suspiró. Tomó una bocanada de aire intentando disimular su lujuria. “¡Este mocoso no tiene límites!” se dijo en medio de la sorpresa. Miró a un costado para saber si algún 178 HISTORIAS CRUZADAS pasajero la estaba observando, pero nadie parecía notar lo que ocurría. El ómnibus estaba demasiado lleno y el hombre de piel oscura que estaba al lado de ella tenía los ojos cerrados y a cada tanto cabeceaba del cansancio. Eso hizo que se sintiera tranquila y lanzó una mirada a través de las ventanas para ver si estaba llegando a destino. “Faltan seis cuadras”, pensó. Ya faltaba muy poco para bajar. La diversión estaba por terminar. Era hora de abandonar a su pequeño violador. Como un último gesto, Luisa hizo girar un poco sus caderas para que su trasero quedara justo en frente del muchacho. En esa cómoda posición, el chico no dudó en meter sus dedos más adentro de su vulva. Completamente excitado y ya fuera de sí, el joven hizo tanta fuerza por querer entrar dentro de ella que por momentos a Luisa le pareció que podía darse la cabeza contra el techo. Otro calambre de placer más y el colectivo giró. Había llegado a la última esquina. Luisa se agarró fuerte del caño para no perder el equilibrio mientras no paraba de gozar con el gar�io que tenía en el culo. La cara del joven se había puesto roja y estaba cubierta de traspiración. Ella también estaba traspirada, pero no en la cara precisamente. El hombre de piel oscura continuaba dormitando y el chofer estaba ansioso de encontrarse con su amante. Lo del compañero enfermo había sido todo un cuento. Cuando faltaban dos cuadras para tener que bajar, Luisa empezó a empujar por entre medio de la gente 179 HISTORIAS CRUZADAS hasta que pudo llegar hasta el �inal del pasillo. El jovencito, mientras ella bajaba, se le había quedado mirando y ni cuenta se dio que una mujer gorda se le había puesto al lado. Cuando Luisa bajó del autobús, resistió la tentación de mirar para atrás. Su postura continuaba tan imperturbable como al principio. Jorge ya había terminado su trabajo. Eran las 17: 40 y le quedaba poco más de una hora para encontrarse y estar con su amante. Llenó la planilla de horarios y se la entregó �irmada al inspector. Luego regresó a su colectivo, lo puso en marcha y arrancó para la panadería “Las Delicias”, que estaba ubicada a pocas cuadras de allí. Cuando ingresó en el local, la chica que atendía le estaba dando el vuelto al único cliente que estaba en ese momento; una mujer de unos 70 años. La anciana recibió su dinero y se marchó. “Menos mal − pensó Jorge − pues esta panadería casi siempre está llena…”. La chica lo miró y lo reconoció al instante. − ¿Cómo le va don Jorge? ¿Va a llevar lo de siempre? − Sí. Esa tarta de manzana que tan bien preparan acá… − Me parece que no va a tener suerte. La última tarta se la llevó una clienta… 180 HISTORIAS CRUZADAS − ¡Uy! Qué mala suerte… ¿Y qué otra cosa rica tienes para darme? − Me quedó tarta de frutilla, de ricota, de coco… − ¿Y esa que está ahí, no es de manzana? − No, es de pera. Pero nunca la probé… Igual debe estar rica porque hay una clienta que siempre la lleva. − Bueno, dame la de pera. Y una docena de facturas, para llevarle a mi mujer… Rosa sacó la tarta de la vidriera y la envolvió rápidamente en papel. Puso toda la mercadería en una bolsa y se la dio. − Son $40.000 Jorge le alcanzó un billete de $50.000. − ¿No vino Reynaldo a trabajar? − Sí. Pero un amigo lo llamó y se tuvo que ir… − ¡Ah! Un amigo… A lo mejor era una “amiguita”. − ¡Nooo! ¿Qué amiguita? Si ese es más lerdo… No le da bolilla a nadie… ¡Se pasa todo el tiempo con sus amigos jugando fútbol! − Bueno, gracias. Mándale saludos. − Le serán dados. 181 HISTORIAS CRUZADAS Jorge subió rápidamente al colectivo y se encaminó directo a donde estaba su amante. Miró su reloj y vio que ya se habían hecho las 17:45. “Tengo todavía una hora”, pensó. Sin duda ese día había sido su gran día. Lucas no podía creer la experiencia que había tenido con esa madura mujer. “¡Cómo me la comí!” fue lo que pasó por su mente apenas se bajó del colectivo. Tenía toda la piel sudada por el calor (y el ardor) y la cara todavía enrojecida. A los rubios el calor los afecta más. Cuando llegó a su casa, su madre lo estaba esperando con la merienda a punto de servirse. − Pensé que ibas a llegar más tarde, le dijo la madre apenas lo vio. ¿Cómo te fue en la entrevista? − Mal… El hombre que me entrevistó me dijo que no tenía su�iciente experiencia. La madre puso cara de a�licción. En Colombia la desocupación juvenil es muy grande. Según el gobierno ronda cerca del 23%. Lucas era uno de los tantos jóvenes que todavía no habían logrado conseguir su primer empleo. Como tantos otros chicos de la ciudad de Bogotá, estaba cursando la Universidad. Sin embargo su padre, que trabajaba de 182 HISTORIAS CRUZADAS operario en una fábrica metalúrgica, le había dicho que ya no podía seguir pagándole los estudios y que debía conseguir pronto un empleo si quería seguir en la Universidad. En la casa vivían él, sus padres y un hermano más pequeño. Lucas no quería abandonar sus estudios. Eso lo deprimiría un montón, por lo que salió de inmediato a buscar algún empleo para poder costearse la carrera. Estaba estudiando Química en la UNAL y ya iba por el segundo año. Después de tomar su merienda, cogió el clasi�icado del diario El Tiempo y se encerró en su habitación. Todavía tenía en la mente los momentos gozados con esa madura. Fue lo único bueno que tuvo el día. Y menos mal que lo tuvo porque si no hubiese estado fatal. Ya era la tercera entrevista en dos semanas y no había conseguido nada. Se recostó sobre la cama y puso las hojas del clasi�icado frente a sus ojos. Miró uno de los empleos que tenía marcado con color azul. Aquellos que marcaba en azul eran a los que menos fe le tenía. Los marcaba por las dudas si fallaban los que marcaba con rojo. Leyó el aviso. “Buscamos un empleado de depósito para control de stock y preparación de pedidos, manipuleo de materiales en operaciones de carga y descarga y procesos de picking. Mínimo 2 años de experiencia. Horario de trabajo de 8 a 17 hs. Los interesados deberán dirigirse a…” Bárbaro. No tenía experiencia ni como ayudante 183 HISTORIAS CRUZADAS de despacho y encima le pedían dos años… ¿Sería buena idea hacer algún retoque en el currículum? Era bueno para �ingir que sabía y muchos de sus compañeros de la universidad lo hacían ¿Por qué no hacerlo él también? Quizás ese día también fuera su día de suerte, como cuando estuvo con esa mujer en el colectivo. Al �inal no tenía nada que perder… Cualquier cosa era mejor que no desperdiciar la última chance disponible para seguir yendo a la Universidad. Se levantó entonces de la cama y se puso frente a su ordenador para modi�icar su escuálido currículum. Tenía que pensar cuidadosamente las cosas que iba a poner. Usar su imaginación. Después de estar veinte minutos tecleando sin parar frente al monitor, Lucas se había transformado en un empleado de almacén con cuatro años de experiencia. No podía haberlo hecho mejor. La habitación de la casa de Sylvia daba justo en frente de la vereda. El cielo de la ciudad de Bogotá había tomado una coloración púrpura con una mezcla de azul y anaranjado. No faltaba mucho tiempo para que el Sol tocara el horizonte. Los árboles que crecían en la acera ya desprendían sus sombras alargadas y el barrio iba adquiriendo de a poco un aspecto triste y a la vez romántico. No se escuchaba ningún ruido 184 HISTORIAS CRUZADAS por la calle, salvo el canto fortuito de algún pájaro y los pasos cansinos de una vieja jubilada. La anciana siguió caminando no sin poca di�icultad. Tenía sus pies llenos de juanetes y un reuma que avanzaba progresivamente. Cuando pasó por la casa de Sylvia, se detuvo a mirar unas rosas que la dueña tenía en su jardín. Sylvia era amante de las rosas y tenía tres tipos de rosales en el jardín que daba a la calle. Puso sus ojos en un rosal amarillo que estaba muy cerca de la vereda y se acordó que en el jardín de su casa no había un rosal así. Miró en todas las direcciones para comprobar que nadie la observaba. Cuando se cercioró de que no había nadie, extendió su mano para arrancar un pequeño gajo del rosal. Muchas mujeres roban pedazos de planta de las casas de alguna vecina. Eso es algo muy común en Colombia y en todas partes del mundo. Mientras luchaba con las espinas de la planta para cortar un pedazo de rama, escuchó un estridente “¡¡NOOO!!” proveniente del interior de la casa. La mujer, al verse descubierta, largó de inmediato la rosa y se marchó velozmente del lugar. Ni los juanetes que tenía en los pies lograron frenar su escape. Reynaldo, mientras estuvo atendiendo la caja, había sentido sonar su celular y al mirarlo vio que Sylvia lo estaba llamando. En la pantalla sólo �iguraba 185 HISTORIAS CRUZADAS su dirección, acompañado por un breve “estoy en…”. Le mintió a Rosa diciéndole que lo llamaban unos amigos y salió en dirección a la casa de Sylvia estando seguro que había leído su carta. La mujer lo recibió en un provocativo babydoll y apenas lo vio parado en la puerta lo tomó del brazo y lo metió hacia dentro. No le dio tiempo ni a saludar. Una vez cerrada la puerta procedió a bajarle los pantalones y a hacerle una feroz mamada. Reynaldo no lo podía creer. “¿Sos virgen?” le preguntó la mujer. El chico respondió que sí. “Bueno, entonces relájate que mami te va a hacer sentir bien…” Estuvieron en el living de la casa todo el tiempo que duró la mamada. La boca de Sylvia era suave y su experiencia en el sexo oral hizo que chico tuviera una fuerte erección en pocos minutos. Cuando al �in eyaculó, la mujer se bebió todo el semen y después le preguntó si le había gustado. “Sí…” respondió el muchacho. ¿Qué otra cosa iba a decir? Después ella lo agarró del pito y se lo llevó al dormitorio que daba a la calle. Reynaldo tuvo que sujetarse los pantalones con una mano para no caerse, pues no podía caminar bien teniendo los pantalones por la mitad… Una vez dentro del dormitorio la mujer se desvistió y lo invitó a hacer lo mismo. Reynaldo obedeció. Acató todo lo que ella le dijo. Se recostó boca arriba en una amplia cama matrimonial y contempló por un momento el cielorraso. Era de color blanco crema y tenía unas lámparas incrustadas adentro en la parte que daba 187 HISTORIAS CRUZADAS a la cabecera de la cama. Le pareció que era un estilo moderno. Sylvia se montó sobre él y empezó a cabalgar como si el chico fuera su potro. Al principio lento y luego más rápido. Reynaldo no decía nada. Era su primera vez y estaba mudo como una estatua. Después empezó a gemir un poco y más tarde a entrar en con�ianza (cuando le cayó la �icha de que Sylvia no lo estaba “violando” sino que ella realmente se sentía encantada con él). Eso lo puso más relajado. ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! − ¡Qué linda pija que tienes bebé! dijo Sylvia, mientras saltaba alegremente sobre el joven. − Vos también estás linda, Sylvia… − No puedo creer que todavía no tengas una novia. − Bueno, es que soy muy tímido con las chicas. − Ahora no se te ve tan tímido… − Es que vos me das con�ianza… Con vos se me va la timidez... El reloj de la mesita de luz del dormitorio marcaba las 17:40 horas. No muy lejos de esa casa, un colectivo fuera de servicio pasaba en dirección a la panadería de Reynaldo. Allí viajaba un colectivero que le había mentido a su mujer para encontrarse de nuevo con su amante. La cama de Sylvia apenas rechinaba por el 188 HISTORIAS CRUZADAS movimiento continuo de su cuerpo. Sus grandes tetas se bamboleaban para todos lados frente a la mirada estupefacta de Reynaldo. Nunca había visto unas tetas de “verdad”. Las únicas tetas que había visto eran las de las chicas que miraba por Internet o en esas revistas pornográ�icas que compartía con sus amigos del barrio. Se dio cuenta que no era lo mismo. Alargó sus manos para tocarlas y rozó con la yema de sus dedos sus negros pezones. Sylvia puso sus manos sobre las del muchacho y le instó a que se las amasara. � Estrújalas con fuerza. No tengas miedo de hacerme doler. Tampoco a lo ‹‹bruto›› que no son de hierro… El chico asintió. Después de cinco minutos de cabalgata continua Sylvia se detuvo. − ¡Ahhh…! ¡Ya me cansé! Ahora dame vos a mí. Sylvia cambió de posición y se puso en cuatro patas con el enorme trasero a la vista de los ojos del muchacho. Los ojos de Reynaldo se agrandaron como platos, no pudiendo evitar que su cara se pusiera, en pocos segundos, a centímetros de esa mata abultada de pelos. Reynaldo contempló por un momento la carnosa vulva de la mujer, que se habría frente a sus ojos como una �lor prohibida. Esa �lor que estaba oculta detrás de esa braga blanca que llevaba puesta Sylvia aquella vez en la panadería. “Todas las chicas tienen ‹‹eso››…” fue lo que pensó. Después de contemplarla 189 HISTORIAS CRUZADAS durante algunos segundos, se acomodó por la parte de atrás e introdujo su grueso miembro por la vagina de la mujer. No quería perder más tiempo. Pronto sus carnes chapotearon agitadamente contra las nalgas de ella; “Chap! Chap! Chap!…”, como en las películas condicionadas. − ¡Ahh! Qué bueno... se le escuchó decir a Reynaldo. ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! − ¡Ay, sí! mi bebé... dijo Sylvia. Seguí así... Seguí dándole así… − ¡Macho¡ ¡Macho! dijo Rey entusiasmado. − ¡Sí, mi tesoro! ¡Sí! Ya sos todo un HOMBRE… ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! − ¡¡Ay, SÍÍÍ!! volvió a decir Sylvia excitada. El Sol se estaba poniendo y no había ni un alma por la calle, salvo una humilde anciana que se acercaba caminando por la vereda. Justo se estaba aproximando a la casa donde estaban los felices amantes y se puso a contemplar unas rosas. Le llamó la atención una de ellas... − ¡¡Macho Sylvita, Macho!! 190 HISTORIAS CRUZADAS − ¡Primera vez… primera vez…! contestó la madura mujer, que en ese momento ardía como una pava en el fuego. − ¡Me vengo mami, me VENGO! − ¡Véngase mi amor, VÉNGASE! − ¡¡Me vengo!! − ¡¡SÍÍÍ!! − ¡¡¡MACHOOO!!! cantó el mocoso a lo loco mientras se descargaba como un descosido. Reynaldo había por �in llegado a la cumbre del elixir. Había sufrido un temblor de la hostia y sus líquidos seminales se habían desparramado por todo el interior de su compañera. Su miembro viril, virgen en placeres, estaba descubriendo los manjares de la sexualidad y eso lo había sacado completamente de sí. La experta veterana, que había estado «jugando» con él durante todo el tiempo que estuvo ausente en la panadería, le había propinado esa tarde «la lección de amor» más increíble de su vida. Una lección de amor que jamás podría olvidar… Los cuerpos de ambos amantes sudaban de traspiración y de calor y Sylvia, que desde su juventud no había vivido una experiencia así, se sintió viva después de mucho tiempo. Sentía, de alguna manera, como si le hubieran otorgado una medalla, pues había sido la primera mujer de un 191 HISTORIAS CRUZADAS adolecente virginal. Ninguna de las amigas que conocía habían “desvirgado” a un hombre. Todas habían tenido relaciones con hombres sexualmente usados. Nunca se habían montado sobre un pingo 0 Km… La cara del muchacho sonreía de felicidad y miraba a su iniciadora con agradecimiento, mientras que la única mujer que andaba por la calle – una anciana llena de juanetes − se alejaba por la vereda presurosamente. Su debut con una veterana había sido mucho más que bueno y ambos amantes yacían, ahora, plácidamente sobre la amplia cama. El jaleo que habían tenido los había dejado extenuados, por lo que sintieron la necesidad de recobrar las energías perdidas. Pronto Reynaldo se acordó que debía estar en la panadería y puso a Sylvia al tanto de su situación. Minutos después la veterana mujer lo acompañó hasta la puerta y lo despidió con un dulce beso. − ¿Vas a venir a verme cuando puedas? le preguntó ella. − ¡Claro, mi amor! Ya te dije en la carta que estaba enamorado… Y decía la verdad. 192 HISTORIAS CRUZADAS Ya eran alrededor de las 18:30 cuando el marido de Marta llegó. Normalmente regresaba a casa entrada la noche, pero ese día tuvo unas diferencias con el secretario general del partido y a�ligido por eso decidió volver más temprano. No venían bien las cosas en el comité desde el ascenso de Álvaro Uribe y sus aspiraciones para ocupar la primera banca en el Senado de la Nación habían quedado frustradas. Metió la llave en la cerradura de la puerta, la hizo girar 180° e ingresó al lujoso departamento. Había una sola luz encendida que proyectaba sus rayos desde la cocina y que alcanzaba a iluminar tenuemente la sala de estar. Se sacó el saco y lo arrojó al sillón, se llevó las manos a la cara en un gesto de cansancio o hastío y se dirigió inmediatamente a la cocina para prepararse un poco de café. Muy cerca de donde estaba él, en el dormitorio matrimonial, estaba su mujer con su amante dándose una �iesta de aquellos. No habían entrado en la cuenta que faltaba poco para que se acabara la diversión. − ¡Ay!! ¡Sí Jorgito… así! ¡Dame más mi amor, dame más! − ¿Te gusta así ‹‹perrita››? ¿Bien hasta el fondo? − ¡¡Síí!! ¡Hasta el fondo mi vida…. Rómpeme toda! − Vos lo pediste… ¡Chap! ¡ Chap! ¡ Chap! − ¡Ay!!! 194 HISTORIAS CRUZADAS ¡Chap! ¡ Chap! ¡ Chap! − ¡Ay, sí papi!!! De repente la mujer escuchó unos ruidos extraños dentro de la casa. − ¡Rodolfo! − ¿Qué? −¡Mi marido! ¡Tienes que esconderte ya! Marta de despegó del cuerpo de Jorge y le hizo indicaciones desesperadas con la mano para que se metiera debajo de la cama. − ¿Debajo de la cama? −¡¡Sí!! ¡Apúrate, que si te descubre nos va a MATAR! No exageraba demasiado con esa a�irmación. Rodolfo Velasco era uno de los políticos más in�luyentes del Partido Liberal colombiano con vínculos (no comprobados) con el famoso Cartel de Medellín, por lo que no sería buena noticia para ambos (sobre todo para Jorge) que él se enterara que su mujer lo estaba engañando con otro hombre. Marta se había casado con Rodolfo, ilusionada y feliz, al igual que muchas otras mujeres que quieren trepar en la escala social. Habían tenido dos hijos, que ahora ya estaban haciendo su propia vida fuera de su casa, y gozaba de un excelente 195 HISTORIAS CRUZADAS pasar económico. Su marido nunca le hizo faltar nada. Por ese entonces su pareja era un joven inteligente y ambicioso que estaba ascendiendo muy rápidamente en las �ilas de uno de los partidos más tradicionales e importantes de Colombia, pero cuando el hombre adquirió más compromisos y empezó a ausentarse de su casa con mayor frecuencia, Marta empezó a sentirse cada vez más sola y triste. Se sentía como si fuera un pájaro pasando sus días en una jaula de oro. Con el tiempo su marido se fue distanciando mucho. Siempre sin ganas de hacer el amor, de platicar con ella, de ir al cine o de salir a algún lugar. Hasta que un día por casualidad conoció a Jorge, un joven colectivero que la alegró con su �iloso�ía y su buen humor. A partir de entonces empezaron a ser amantes. Rodolfo entró al dormitorio con su taza de café en la mano. Vio a su mujer acostada en la cama con ropa interior y se sentó al borde del colchón. Apenas le prestó atención. Marta, que se hacía la dormida, hizo como que se despertó y lo saludó. Rodolfo le respondió el saludo con un tono que denotaba desgano. La discusión que había tenido en el comité con otros miembros del partido lo había dejado sin ganas de hablar. Marta se relajó y se sintió mucho mejor. “Parece que no se dio cuenta…”, fue lo que se le cruzó por la mente. Jorge estaba tendido debajo de la cama inmóvil como una momia y muerto de miedo. Sabía quién era Rodolfo Velasco y no quería acabar 196 HISTORIAS CRUZADAS saliendo en la sección policial de los diarios. Marta se incorporó y acarició la espalda de su marido. − ¿No quieres darte una ducha mi vida? Te veo muy cansado… Anda que te preparo la ropa… Marta esperaba que Rodolfo se metiera en el baño lo más pronto posible para así poder sacar del departamento a su joven amante. Cuando el hombre se reincorporó de la cama y se encaminó en dirección a la ducha, sonó inesperadamente su celular. Cuando atendió, cambió rápidamente de dirección y se sentó cómodamente en el sofá de la sala de estar. Era Luis, uno de sus mejores amigos y también miembro del partido como él. − ¡Hola Luisito! ¡Cómo andas…! Sacó una botella de Chivas Regal que tenía en su “bodega” y se sirvió un poco de whisky. Le gritó a su mujer que le trajera un poco de hielo de la heladera… “Maldición”, pensó Marta, “Justo ahora tiene que llamar ese pelotudo…”. Jorge, por su parte, estaba todavía debajo de la cama y no tenía la más mínima idea de cómo podía escapar de allí. Mucho menos “cuándo” escapar. ¿Debería esperar a que se hiciera de noche? Ya estaba lucubrando cuál sería la escusa que le daría a su mujer si no llegaba a salir de allí lo más pronto posible. Se la imaginaba sentada en la mesa con la comida enfriándose y mirando las agujas del reloj. El 197 HISTORIAS CRUZADAS problema era si su mujer estaba dispuesta a creerle esa escusa. ¿Y si ella, alarmada, llamaba por teléfono a la empresa? En Colombia muere mucha gente por problemas de inseguridad. Jorge rezó para que su mujer no llame a la empresa… Marta ingresó al dormitorio y le explicó a Jorge lo que estaba sucediendo. Le dijo que se quedara tranquilo y que apenas su marido entrara al baño ella le avisaría y lo sacaría de allí. Luego regresó a la sala de estar y vio que Rodolfo todavía seguía hablando con Luis. Pidió a los santos para que todo se acabe y se fue a la cocina a hacerse un té de manzanilla. Eso la mantendría más tranquila. El hombre habrá estado en comunicación aproximadamente una hora… Después de hablar con su amigo realizó un par de llamadas más a contactos in�luyentes para arreglar sus asuntos políticos. Cuando �inalizó, encendió el televisor y empezó a mirar un poco las noticias del día, luego un poco de fútbol hasta que se cansó y se fue a duchar. Ya eran como las 20:15 cuando Marta escuchó desde afuera el ruido de la lluvia de la ducha. Se apresuró a sacar a Jorge de la casa y lo despidió con un rápido beso. El colectivero había aprovechado para cambiarse en el dormitorio matrimonial cuando Rodolfo estaba hablando por teléfono en la sala. Bajó lo más rápido que pudo por las escaleras del edi�icio (estaba en un 5to. piso) ya que, de la ansiedad, no quiso esperar el ascensor. Quería huir de allí lo más pronto posible. 198 HISTORIAS CRUZADAS Cuando salió a la calle respiró. La tortura había acabado. Caminó por la vereda en dirección a donde estaba estacionado su colectivo. Por seguridad, siempre lo ubicaba aproximadamente a una cuadra del edi�icio. No quería despertar sospechas. Cuando llegó a destino vio, con gran desazón, que su colectivo no estaba por ningún lado. Se lo habían robado. Siempre había robos en una ciudad tan grande como Bogotá. Caminó en todas las direcciones para ver algún rastro del vehículo pero fue totalmente inútil. Ahora le había tocado perder a él. Entró en la cuenta que era necesario hacer primero la denuncia en la comisaría antes de regresar a su casa. No podía dejar las cosas así... Además había que inventar urgentemente una historia conveniente sobre el robo del vehículo. No podía confesar que se lo habían robado después de estacionar cerca de la casa de su amante. Eso sería fatal. Finalmente debía excusarse con su mujer... “Quizás regrese a casa cerca de las 10 de la noche” pensó. Varado en el medio de la ciudad, a pie y con la noche a cuestas, Jorge se llevó las manos a la cabeza mientras miraba, sin consuelo, para ambos lados de la calle. “¿Por qué diablos me pasó esto a mí?”. 199 HISTORIAS CRUZADAS Lucas estaba esperando en la sala de recepción de la empresa que �iguraba en el anuncio. El lugar era pequeño pero cómodo. Tenía pisos de cerámica de color marrón claro y las paredes y el cielorraso estaban pintados de un rosa claro. Varias lámparas modernas dispersas en distintos puntos del techo iluminaban el recinto a la perfección. Delante de él había una recepcionista sentada detrás del mostrador que estaba muy concentrada tecleando frente a su monitor. Estaba navegando en el Facebook. Junto a Lucas estaban esperando su turno dos muchachos más. Uno de 24 años aproximadamente vestido con una camisa blanca y un pantalón y saco de vestir de color negro. Sus zapatos estaban impecablemente lustrados y su barba lucía prolijamente cortada. Tenía una carpeta apoyada sobre sus piernas. El otro chico parecía un poco menor y estaba vestido con una camisa amarilla y jean. Sus mocasines eran de color marrón y estaban algo gastados. Tenía una hoja de papel doblado en su mano. Lucas supuso que ese era su currículum. La recepcionista oyó sonar el teléfono y atendió. Luego colgó y mencionó el nombre del muchacho de barba. − ¿Zapata Carlos? Subí por la escalera, por favor, y cuando llegues arriba, entra a la o�icina que está a la derecha ¿Sí? Allí te van a entrevistar… Minutos más tarde Carlos bajó y fue el turno 201 HISTORIAS CRUZADAS del otro muchacho. El recién entrevistado parecía exultante. Eso a Lucas no le gustó. Pensó en lo mucho que signi�icaría para él dejar la Universidad. Cuando llegó su turno, subió las escaleras sin demasiado ánimo. Aunque tenía una última chance. Si llegaba a ser lo su�icientemente convincente frente al entrevistador (probablemente el mismo jefe de personal) y no exigía un sueldo grande, quizás podría ser contratado... Quizás. La escalera parecía interminable. Luisa estaba ese día de mejor humor. Habían arreglado el maldito aire acondicionado. Tenía un lío de papeles encima de su escritorio y tuvo que tomarse su tiempo en acomodar las cosas para estar lista para empezar. El técnico había puesto la escalera justo al lado en donde ella se sentaba y no había tenido la delicadeza de acomodar las cosas antes de irse. Aunque se sentía un poco molesta por eso, pre�irió no darle demasiada importancia. Peor hubiese sido que el hombre no hubiera venido y tuviera que empezar el día sufriendo el in�ierno por segunda vez. Pensar en eso la consoló. Cuando vio que alguien estaba parado en el umbral de la puerta de su o�icina, dio la orden de hacerlo pasar. Una �igura delgada y rubia hizo su aparición. 202 HISTORIAS CRUZADAS − Siéntate. Le dijo con toda con�ianza. El chico ingresó y se sentó. Ella lo observó a la cara y, dándole la impresión de que le resultaba conocido, le dijo: − ¿Vos no sos el chico que viajaba conmigo ayer en el colectivo? El pobre muchacho, al escuchar esa pregunta, se puso rojo de vergüenza. Su cara parecía una fresa. No sabía dónde diablos esconderse. Quería huir de allí cuanto antes. Salir volando a mil kilómetros por hora en un jet supersónico y no volver nunca más. Que lo tragara la tierra si eso fuera posible. Luisa lo miraba a la cara con expresión de sorpresa mientras esperaba que el chico diera su respuesta. Lucas no podía mentir. Sabía que ella se acordaba perfectamente de él. Lo podía leer en su rostro. La pregunta era sólo una forma de empezar a entablar conversación, no de sacarse una duda. Lucas, desviando levemente la mirada, respondió. − Ss…í. Era yo… − Ya me parecía que tenías cara conocida... ¿Y a todas las chicas que encuentras en el colectivo le haces ‹‹eso››? La palabra “eso” la sentía en su conciencia como si fuera un dedo acusador. Se sentía un pervertido. Un violador de mujeres o algo así. Le costaba horrores 203 HISTORIAS CRUZADAS mirarla a la cara. Pero tenía que hacerlo. Era su “entrevistadora”. ¿O acaso ex abusada? No importaba. Ya estaba todo perdido. El trabajo, la Universidad, todo… − Bueno… No a todas… sólo a las que me gustan. Que me gustan y… se �dejan�. − ¿Y vos pensaste que yo me �dejé�? − No lo sé… Es que estaba muy caliente. Hace mucho que no tengo sexo… Sé que estuve mal. Discúlpeme… Lucas agachó la cabeza. No podía seguir mirándola de frente. − Bueno… dejemos eso de lado y vayamos al trabajo. Mi nombre es Luisa Bunge y soy la Jefa de Personal de la empresa. A ver… (le dio una ojeada al currículum) Por lo que veo tienes bastante experiencia en depósito… Estuviste trabajando seis meses en Lubricom, un año en Tecno Ingeniería, dos en Autotools… El currículum de Lucas era más que bueno. Lástima que sus datos eran totalmente falsos, a excepción de Lubricon. Pero allí había trabajado sólo como despachante de pedidos. Nunca había pisado el almacén. Luisa, sin embargo, parecía encantada con la “experiencia” del muchacho. Daba la impresión que se había creído todo lo que el jovencito le mostraba. Se remitió a hacerle unas tres o cuatro preguntas que 204 HISTORIAS CRUZADAS Lucas sorteó con facilidad y luego metió el currículum en su carpeta. Parecía estar un poco apurada. − Bien – dijo − Tu per�il está muy óptimo. Pero lo que más quiere la empresa es una excelente disposición para el trabajo. Verdaderas ganas de trabajar y progresar ¿Me explico? Vos estás yendo a la Universidad… − Sí. Pero eso no es un problema − se apresuró a decirle − Yo necesito el trabajo porque mis padres son pobres y ya no me pueden seguir costeando los estudios… Necesito el trabajo sí o sí o deberé abandonar la Universidad. Yo sé que estuve mal con usted... por lo que pasó en el colectivo pero… si hay algo que me sobra son GANAS DE PROGRESAR EN LA VIDA. Quiero ser alguien. Quiero recibirme de Ingeniero Químico. No quiero terminar en una fábrica ganando «dos pesos» como mi padre… − Mi papá también trabaja en una fábrica y eso no es indignante, respondió la mujer. − Sí. Lo sé. No me refería a eso. Pero yo siento que estoy para mucho más… Además puedo ayudar mejor a mis padres cuando ellos sean viejos si me hago un lugar en la vida. Usted me entiende... − Claro que te entiendo. Bueno. Este miércoles tienes que presentarte en este lugar para hacerte la revisación médica. Si pasas el examen médico el puesto es tuyo. Cuando tenga los resultados, si todo está bien, te llamo 205 HISTORIAS CRUZADAS por teléfono para que empieces a trabajar… − ¡Gracias! le contestó Lucas, con un tono indisimulado de emoción. Luisa se levantó y lo acompañó hasta el comienzo de la escalera. Allí lo despidió y pronto el chico estuvo caminando en dirección a la parada del colectivo. Tenía el corazón por el cielo. Se lo veía feliz y exultante. Lucas había pasado del In�ierno al Paraíso en menos de lo que dura una entrevista. Ahora sabía que sus sueños de seguir en la Universidad no estaban terminados. Pensaba en lo contenta que iba a ponerse su madre cuando le dijera que había conseguido un empleo. En el regalo que iba a hacerle cuando cobrara su primer sueldo. Y en las cosas que iba a poder comprarse para él después de dos años de “sequía” �inanciera. Incluso a su hermano más pequeño. Su padre, seguramente, también se pondría contento con la noticia. Quizás no tanto por el tema del estudio sino porque tendría uno menos que mantener… Igual sentía afecto por él porque, pese a “todo”, era un buen padre. Estando ya en la parada del colectivo, no dejaba de pensar en las palabras que le había dicho la jefa de personal mientras bajaba por la escalera que daba a la sala de recepción. − Cuando termines de hacerte la revisación médica llámame. Es para asegurarnos de que fuiste atendido. Por el tema del pago a la obra social… 206 HISTORIAS CRUZADAS − ¡Sí, le avisaré! No se preocupe. − Y otra cosa... Lucas se detuvo y la miró. − La próxima vez no le hagas eso que me hiciste en el colectivo a otra mujer… Puede que la próxima vez no tengas la misma suerte. 207 “La Amiga de la Madre” LA AMIGA DE LA MADRE La madre de Ricardo esa mañana no estaba. Se había ido al centro a ver a su tío que estaba internado en el hospital… La noticia le cayó de sorpresa; la noche anterior su primo le avisó que le había dado un infarto y que lo habían llevado de urgencia al sanatorio donde se atendía. Justo esa mañana Liliana tenía que encontrarse con Teresa, su amiga. A las dos le gustaban las plantas y habían plani�icado ir juntas al vivero. Liliana era la mamá de Ricardo y esa mañana, cuando Teresa llegó, se encontró con que su amiga no estaba. El chico, que la conocía, la hizo pasar a la casa y Teresa – una veterana de 42 años – aprovechó que el pequeño estaba solo para poder tener sexo con él. Lo llevó a la habitación de sus padres y allí se sacó todas las ganas… – ¿Te gusta la cotorra Ricardo? Chap! Chap! Chap! – ¡Sí Teresa...! ¡¡¡Sí!!! La mujer chapoteaba sobre el mocoso que no tenía respiro frente a los embates de ésta. La veterana lo zarandeaba en la cama mientras el chico no sabía cómo controlar la erección. Al �inal, después de tanto darle, logró que el niñato le humedeciera la cuca… 209 LA AMIGA DE LA MADRE Terminaron los dos “pegoteados” y felices de alcanzar el orgasmo. – Me mojaste todos los pelos bebé… ¿Qué te pasó? Ricardo no podía responder. Su corazón le latía a mil… Teresa y Liliana se habían conocido en una reunión de padres y de profesores que se había hecho en el colegio de sus hijos. Las profesoras se habían quejado de la indisciplina de los alumnos y la directora había convocado a una reunión entre padres y docentes. Ambas mujeres tenían a�ición por las plantas y ese fue el punto central de conexión. Se empezaron a comunicar por el Facebook y allí empezaron a compartir lo que tenían. La madre de Ricardo invitó un día a Teresa a mostrarle las plantas que habían en su jardín, y le regaló – a modo de amistad – unos gajos de rosas que aquélla no tenía. Una tarde ambas amigas estaban tomando mate con facturas en la cocina y Teresa vio a Ricardo salir del baño envuelto en una toalla. El joven no sabía que su madre tenía visitas y se fue derecho a la heladera a beber un poco de gaseosa. Apenas Teresa lo vio, quedó impactada por su impresionante �ísico… Ricardo tenía 14 años de edad pero aparentaba tener 18. Iba con frecuencia al gimnasio y tenía el cuerpo de un jugador de fútbol. 210 LA AMIGA DE LA MADRE – Hola, saludó Ricardo. – Hola, respondieron las dos mujeres. El chico se marchó y se encerró en su dormitorio. – ¿Ese es tu hijo? le preguntó Teresa a su amiga… – Sí. Ese es mi bebé, le respondió Liliana orgullosa. – ¡Es un bombonazo! ¿Qué edad tiene tu nene? – Catorce años… Pero parece más grande… – ¡Yo le daba 21! ¿Cómo hizo para crecer así…? – Le gusta mucho los deportes. Este año le dio por ir al gimnasio… – Cuídalo mucho porque las mujeres, cuando lo vean, se lo van a querer violar… – ¡Cállate! Este �in de semana largo nos fuimos con mi marido a la costa y vos no sabes cómo lo miraban las chicas… ¡Se lo comían con los ojos! – Y… ¡Con ese lomo! Las dos mujeres siguieron hablando, durante un rato, de las cualidades de Ricardo y después cambiaron de conversación y regresaron al tema de las plantas. Otro día Teresa vino a verla y se encontró nuevamente con el chico. Estaban en el jardín mirando unas alegrías del hogar y Ricardo se apareció en medio de ellas. 211 LA AMIGA DE LA MADRE Venía vestido con un pantalón corto y una camiseta del club Peñarol. Teresa también era hincha de ese club y comenzaron a hablar sobre fútbol. Le contó al chico que cuando ella tenía su edad iba los domingos a la cancha con su padre y que había conseguido una camiseta �irmada por todos los jugadores campeones del 97`. Ricardo se dio cuenta que Teresa era un poco “masculina” en su forma de ser, pero le sentó bien saber que tenía muchas cosas en común con ella. Aparte de gustarle las plantas, Teresa era fanática de los juegos de PC, y le mandó una solicitud de amistad para hacerlo amigo en el “Face”. Gracias a ella Ricardo pudo conocer el juego “Plantas vs. Zombis”. También el famoso “Fire Bird” y otros juegos aditivos de la Web. A partir de entonces el fútbol, los videojuegos y la computación fueron temas cotidianos entre ellos. Teresa era muy dada con los jóvenes y era moderna en cuestiones de sexo. Con sus hijos había hablado todo lo que tuviera que ver con la sexualidad. Liliana no era tan abierta, pero coincidía con ella en muchas cosas. Un día Teresa fue a la casa de Liliana – siempre por el tema de las plantas – y se presentó con unas calzas de color negro bastante apretadas. Era un día de mucho calor y la mujer quería sentirse cómoda. Mientras estaba en el jardín con Liliana, vio que Ricardo salió con el mate... – ¿Así que tu hijo te ceba mate? ¡Este chico es un 212 LA AMIGA DE LA MADRE AMOR! – Sí. No sabes qué compañero es conmigo… A él le gusta el mate como a mí y cuando se pone a tomar mate siempre viene y me acerca un matecito… El chico – muy amablemente – empezó a cebarles mate a las dos señoras. Iba y venía con el mate mientras ellas estaban con las plantas. Teresa se dio cuenta que el chico le miraba las nalgas cada vez que venía. Era muy rápida para esas cosas y ese detalle no se le escapó… Al principio no le dio importancia – Ricardo estaba en su pubertad– pero después le empezó a gustar y una cosita rica le picó en su interior. Ni lerda ni perezosa, cuando vio que Ricardito se aproximaba con el mate, se agachó a inspeccionar una planta dejando sus nalgas a la vista del chico. Cuando el mocoso la vio agachada se le abrieron los ojos como platos y eso le dio más �motivación� para seguir cebándoles mate... Ricardo – cada vez que venía – rogaba que Teresa se volviera a agachar. Teresa vivía sola con sus hijos y hacía meses que no tenía un hombre. Como es natural en esos casos, las situaciones eróticas hacían más llevadera su vida. Es por eso que al ver que el chicuelo sentía una fuerte atracción por ella, se fue un día a la casa de su amiga con la misma calza y una pollerita encima. Mientras estaban charlando en la cocina, vio ingresar a Ricardo y salir por la otra puerta. Como todo aquel que sale 213 LA AMIGA DE LA MADRE tiene que volver... Teresa aprovechó para elaborar su coartada. Sin que se diera cuenta su amiga, se subió la pollerita bien hasta arriba y abrió las piernas de par en par. Después torció su cuerpo en dirección al pasillo para que aquél que pasara al lado de ellas le pudiera ver las piernas... Liliana, como es lógico, no se dio cuenta de lo que hizo Teresa. Le estaba mostrando – justo en ese momento – una lujosa enciclopedia de crasas. Además estaba sentada en el otro costado de la mesa. Le era imposible, desde esa posición, mirarle las faldas a su amiga. Cuando Ricardo entró a la cocina y pasó al lado de las dos mujeres, le echó una mirada a Teresa y bajó sus ojos hasta su entrepierna… ¡Menuda sorpresa se dio cuando vio que la veterana no tenía bombachas! Una pupa abundante y carnosa se traslucía por debajo de la calza. Partidita al medio como �ilete de merluza. Ideal para mostrarla en el You Tube. El chico sufrió una �conmoción� y se fue al baño a hacerse una manuela. A los diez minutos regresó, se sumó a la mesa junto a las mujeres y se puso a tomar mate con ellas. Antes de marcharse a su casa, Teresa quiso despedirse del chico. – ¿Dónde está tu hijo que quiero despedirme? – ¡Ricardo! ¡Teresa quiere despedirse de vos! La madre le gritó a su hijo para que viniera a despedirse de su amiga. Ricardo salió del dormitorio acudiendo al llamado de su madre. 214 LA AMIGA DE LA MADRE – Gracias por los mates que me diste. Estuvieron riquísimos. Chao bebé… La veterana le estampó un fuerte beso justito al lado de sus labios. El chico comprendió ese gesto y desde ese día la miró con más “cariño”. En todo lo que restó del día Ricardo no pudo sacarse de su boca el sabor húmedo que ella le había dejado. Los días iban pasando y la tensión erótica entre Teresa y el chico iba en sostenido aumento. Al principio el chicuelo titubeaba. No estaba preparado – dada su corta edad – para abordar a una mujer adulta. A eso se le sumaba que Liliana era muy celosa y lo cuidaba demasiado. No permitía que anduviera con malas juntas ni que dejara de lado sus estudios. Le controlaba semanalmente las carpetas y no le permitía salir de noche. Eso daba como resultado que Ricardo se criara como un chico sano. Pero después de las insinuaciones de Teresa, el chico se empezó a animar y fue perdiendo su timidez inicial. Un día que hacía mucho calor, Liliana invitó a Teresa a meterse a la pileta. Ese día su marido estaba trabajando, por lo que tenían todo el tiempo para ellas. La madre de Ricky se había puesto un traje de baño y Teresa una bonita bikini. Cuando las dos mujeres se metieron al agua, Ricardo apareció y las vio conversando juntas. El chico volvió a entrar a la casa, se puso un bóxer negro 215 LA AMIGA DE LA MADRE y salió de nuevo al patio. Después se zambulló en el agua como si fuera un experto nadador. Teresa, cuando vio al chico de cuerpo entero, le llamó la atención a su amiga… – ¡Tu hijo está tan bien que no me canso de mirarlo! Cómo me gustaría tener 20 años… – ¡Viste! ¡Qué te dije! Pero él no le da bolilla a ninguna… Dice que no le gustan las de su edad porque son todas unas tontas. Una vez me dijo “Mamá, el día que tenga una novia, va a tener que ser MAYOR que yo…” – ¡Entonces se va a meter con una vieja! Liliana puso cara de pato… “Y… Si a él le gusta… Yo en esas cosas no me meto”. Teresa – en medio de risas – tomó nota de la respuesta de su amiga. Liliana no tenía ni idea de lo importante que fueron para Teresa esas palabras… Mientras las dos mujeres continuaban con su plática, Ricardo daba muestras de sus capacidades natatorias. Hacía la plancha delante de ellas y se mandaba un clavado de vez en cuando. Cuando se tiraba del borde de la pileta, buceaba por debajo del agua y aparecía en el otro extremo. Luego nadaba unos metros de espalda, respiraba profundo y se sumergía de nuevo. Teresa no tardó en darse cuenta que, cuando el chico se sumergía en el agua, tardaba 217 LA AMIGA DE LA MADRE varios segundos en salir…. “Me está mirando las piernas…” pensó la sagaz mujer, por lo que aprovechó para meterse la malla bien adentro de las nalgas con la intención de llamarle la atención. Ricardo pronto cayó en la red… Cada vez hacía menos la plancha y nadaba más por debajo del agua. Liliana, por su parte, estaba ajena a lo que estaba pasando. No paraba de hablar de sus anécdotas y de situaciones vividas con su marido bajo el oído atento de Teresa. Le contaba cosas sobre sus vacaciones y algunos viajes que había hecho a Argentina. Y mientras la mujer no paraba de hablar y de hablar, su hijo se la pasaba nadando y mirándole el culo a su amiga. En una de esas “buceadas” Teresa se percató que a veces el chico pasaba en frente de ella. Pensó que ya se estaba cansando de mirarle tanto el culo y que ahora buscaba otra cosa. Entonces, mientras escuchaba lo que Liliana le contaba, se corrió la parte delantera de la malla y empezó a rascarse por un rato la vulva… ¡Ricardito se volvió loco cuando vio esa cuca llena de pelos! No más estuvo frente al cuerpo de la mujer, aguantó como pudo la respiración para no perderse ese espectáculo fascinante… Ya una vez en la super�icie, salió pronto de la pileta y se metió en la casa a hacerse otra manuela. Liliana, con el tiempo, no tardó en darse cuenta que su buena amiga estaba detrás de su hijo… No 218 LA AMIGA DE LA MADRE quería cortar relaciones con ella pero empezó a tomar algunas precauciones. Cuando Teresa venía a su casa, mandaba a su hijo a realizar tareas. Y si se iban juntas al jardín se llevaba el termo para cebar mate. Teresa – que no era tonta – se dio cuenta de lo que hacía su amiga. Pero como era completamente desinhibida, empezó a hacerle preguntas sobre Ricardo… – ¿Qué está pasando con tu hijo que ya no viene a cebarnos mate? – Es que su padre lo mandó a hacer algunas cosas. Dice que se está haciendo grande y que ya tiene que colaborar en casa… – ¡Dile que se deje de joder…! Es un chico de 14 años y tiene que disfrutar de su adolescencia. Cuando sea grande va a tener todo el tiempo de su vida para trabajar… Ricardo – por su parte – también se sentía molesto. El chico se había acostumbrado a los juegos picantes de Teresa y no quería estar lejos de ella cuando ésta venía a su casa. A veces salía al patio a preguntarle cosas a su madre con la intención encubierta de echarle un ojo a la veterana. Ésta, cuando lo veía, lo saludaba con una sonrisa y le decía que extrañaba sus “mates”. También le hablaba de fútbol y de los juegos que salían en la Web. Pero esas conversaciones eran breves porque Liliana lo mandaba a trabajar. 219 LA AMIGA DE LA MADRE Estuvieron casi un mes en esa incómoda situación. Con Teresa visitando a su amiga y el chico ocupado haciendo algo. Y esa prolongada “abstinencia”, lejos de disminuir las tensiones, generó en Teresa un efecto adverso. En vez de olvidarse de Ricky sintió más deseo de querer estar con él… Por eso, cuando se presentó esa mañana en la casa de Liliana y vio que el chiquillo se había quedado solo, no lo pensó dos veces y aprovechó para encamarse con él… Chap! Chap! Chap! Chap! – Ah! Ah!... jadeaba el chico. Teresa chapoteaba sobre el cuerpo de Ricky buscando que el mocoso se corriera pronto... Chap! Chap! Chap! Chap! – ¿Te gusta la cotorra Ricardo? Sabía que una vez que el chico acabara, podría aguantar más una segunda erección… – ¡Sí Teresa...! ¡¡¡Sí!!! La idea era ponerse en cuatro patas delante del chico y hacer que éste le diera por detrás. Le volvía loca esa posición sexual pues contenía una carga de salvajismo muy fuerte. Como no sabía en qué momento podría llegar su madre, quería terminar las cosas rápido para no tener complicaciones. Ricardo, 220 LA AMIGA DE LA MADRE por su parte, ya estaba a punto de explotar... – ¿Y Ricardito? ¿Canta el pajarito o no canta? – Ah! Ah! Ah!... – ¿Canta o no canta? – ¡Canta Teresa! ¡¡CANTA!! Ricardo no aguantó más y se corrió como un descosido. De la punta de su pito salía a borbotones la leche. Cuando Teresa se miró la entrepierna tenía los vellos todos pegoteados… Pasó sus dedos por la oscura pelambrera y los sacó untados de semen… – Me mojaste todos los pelos bebé… ¿Qué te pasó? Ricardo no podía responder. Todavía no se reponía de la agitación. – ¿Te sentís bien mi vida? Se le acercó y le dio un beso en los labios. – Sí… alcanzó a decir. – ¿Es tu primera vez? – Sí… Ricardo le sonrió. – Bueno… No te pongas nervioso que yo te voy a guiar. Teresa se puso en cuatro patas y le dio una seguidilla de instrucciones. Éste su ubicó por detrás, se 221 LA AMIGA DE LA MADRE apoyó en sus rodillas e intentó penetrarla. Al principio le costó meter su pájaro en el nido matoso de la mujer. La abundante pelambrera de Teresa no le permitía encontrar la gruta. Pero Teresa le cogió el jilguero y lo introdujo en el nido con facilidad. La experiencia de la veterana le permitió al chico realizar su tarea. Éste se amarró bien fuerte a los gruesos rollos de las caderas de Teresa y empezó a sacudirla con ganas metiendo y sacando su inexperto pichuelo… – ¡Así Ricardo! ¡Así! ¡Mantén el ritmo! ¡Mantén el ritmo! Chap! Chap! Chap! – ¡Así, mi amor…Así! Chap! Chap! Chap! Chap! Chap! Chap! – ¡Qué potro! ¡Qué potro! decía Teresa enloquecida. El miembro del joven Ricardo entraba y salía por entre medio de las nalgas. Las embestidas constantes del niñato ponían a Teresa como una Ferrari... La gruta del sexo de la mujer se abría cada vez más por el constante traqueteo. Y esto hizo que Ricardo fuera tomando una conciencia mayor de las dimensiones del nido... Algo nuevo estaba por aprender y tenía que ver con la anatomía de la hembra. 222 LA AMIGA DE LA MADRE – ¿Qué es �esto�? pensó desconcertado... Chap! Chap! Chap! – ¡Oh! ¡Por Dioooss! ¡Me entra todo! ¡¡Hasta los huevos!! ¡¡Diooos santo!! volvió a pensar excitadísimo. El tremendo tajo de Teresa, oculto tras la mata de pelos, le llegaba al chicuelo hasta la altura del ombligo. El chico podía meterse adentro con pelotas y todo si se lo hubiera propuesto. Cuando Ricardo tomó plena conciencia de la tremenda cuca de la mujer, se puso ciego como un toro y arremetió como un loco contra las blandas carnes… – ¡¡Qué TAJO que tienes Teresa!! ¡¡Qué TAAAAJO!!¡¡Qué TAJO MAAADRE!! Teresa había despertado en él sensaciones �ísicas totalmente desconocidas. Y eran tan increíblemente deliciosas que el mocoso no quería dejar de sentirlas. Era como meter la verga en un tarro lleno de miel… Un panal lleno de avispitas que le picoteaban y lo hacían volaaaar… Teresa, por su parte, hacía meses que no tenía relaciones. Desde el día en que se separó de su ex pareja no había estado con ningún otro hombre. Ella era del tipo de mujeres que no servían para vivir solas. El tener caliente la cama, para Teresa, era fundamental. Había intentado “saciarse” mirando novelas por televisión. También había probado con leer “Cincuenta Sombras de Grey”. Pero llegó un 223 LA AMIGA DE LA MADRE determinado momento en que su cuerpo le pedía algo real. Sentir la verga de un hombre �concreto�. Sentirse dominada por un macho bien rudo. Aunque esos señuelos eróticos le habían servido de gran ayuda, no eran una suplencia adecuada para reemplazar una experiencia concreta. Cuando conoció al hermoso de Ricardo y vio que el chico no le despegaba el ojo, no dudó en tener sexo con él apenas vio que la madre lo descuidó... – ¡Me corro Ricardo! ¡¡Me cooorro!! – ¡Yo también Teresa! ¡Yo también! – ¡Ahh! ¡¡Ahhhh!!!!! Teresa se corrió como una perra desquiciada chorreando al chico con sus jugos femeninos. Ricardo pensó que la mujer se había meado… Pero no era meada; era �lujo de mujer. Cuando el chico sintió ese �lujo derramarse por todo su vientre, se excitó tanto que se corrió dentro de ella, no sin antes acordarse de su madre… – ¡Ay Mamita! ¡¡Ay Mamiiiitaa!! gritó Ricardo en medio del éxtasis. Su lozana leche se mezcló en la vaina con los copiosos líquidos de la mujer. Parte de ese jugo genital salpicó las sábanas y las manchó. Cuando Teresa se separó de su amante tenía sus pelos púbicos todos mojados... – Me voy a dar una ducha. ¡Estoy hecha un asco! 224 LA AMIGA DE LA MADRE – Yo voy a lavar las sábanas… Si se entera mi madre nos mata, le dijo Ricardo con preocupación. Ricardo sacó las sábanas y las metió en el lavarropas automático. Teresa se dio una ducha y después se despidió del chicuelo. “No le digas a tu madre que vine… Yo después le digo que tuve un percance y no pude venir. Chao bebé”. Le dio un chupón en la boca. Cuando Teresa se marchó, Ricardo todavía sentía en sus labios el sabor del chupón. Era obvio que Liliana iba a descubrir la lanzada de su amiga Teresa. No se creyó para nada la escusa que ella le dio. Se dio cuenta que las sábanas de su cama habían sido lavadas y también encontró en la ducha pelos de su cabellera y pubis... Es por eso que una noche, mientras su marido estaba en el dormitorio mirando un partido de fútbol, llevó a su hijo al living y allí lo reprendió… – ¿Qué pasó esa mañana que yo me fui a ver al tío…? – ¡Nada mamá! ¿Qué cosa podría pasar? – Mira Ricardo. No me mientas. Tu madre no es ninguna tonta; cuando vos fuiste al país de los vivos yo ya vine diez veces… Sé que Teresa desde hace rato te viene “tirando los galgos”. Yo no le dije nada porque la considero mi amiga, pero no me gusta en absoluto que 225 LA AMIGA DE LA MADRE se meta con mi propio hijo... ¿Qué estuvieron haciendo esa mañana? le preguntó con una cara muy seria. Ricardito al principio se resistió. No quería meter en líos a Teresa. Pero al �inal tuvo que confesar ante la inquisidora insistencia de la madre… Tenía claro que las preguntas de ella no apuntaban a saber si tuvieron sexo sino qué cosas habían hecho en la cama... Quería conocer los detalles. Lo “otro” ya lo tenía bien clarito. El chico le contó a su mamá que Teresa le propuso tener sexo y que lo hicieron en la habitación de sus padres. Que practicaron algunas posiciones y que después se duchó y se marchó. Liliana miraba a su hijo asombrada, no creyendo que su amiga fuera capaz de llegar tan lejos. – Encima lo hizo en mi cama… ¡Qué chancha! le contestó a su hijo. – Es que en tu cama íbamos a estar más cómodos… Ella me dijo que mi cama no servía porque era muy angosta. – Y… claro, dijo con sorna. – Pero vos me dijiste una vez que yo era libre de salir con una mujer MAYOR… – ¡Pero no con catorce años! – ¿Y a qué edad querías que me hiciera un «hombre» mamá? ¿A los 18? 226 LA AMIGA DE LA MADRE – Podrías haberlo hecho con una chica de tu edad… – ¡Claro! Con una cría que no supiera nada de sexo y encima que no tomara pastillas… ¿Eso te parece mejor? ¿Que deje embarazada a una chica? Teresa tiene experiencia. Lo hicimos y listo. No pasó nada. – Los jóvenes pueden usar preservativos… Eso ya te lo enseñé. – ¿Y si viene pinchado? ¡La puedes dejar embarazada igual mamá! – Bueno. No nos pongamos a discutir. Ya voy a hablar con Teresa para que esto no se vuelva a repetir… Me cayó muy mal que alguien que supuestamente se considera mi amiga se presente un día en mi casa y, aprovechando que yo no estoy, se trinque a mi hijo y encima en mi propia cama… ESAS COSAS NO SE HACEN. Y vos, que sos mi hijo, no lo deberías haber permitido… Liliana le prohibió a su crío volver a encontrarse con su amiga Teresa. Le adelantó que no vendría a su casa hasta que ambas aclararan el asunto. Las dos mujeres mantuvieron luego una tensa charla telefónica y, después de ese día, se mantuvieron distantes por largo tiempo. En esa charla telefónica, Teresa asumió toda la cuota de responsabilidad y le dijo a su amiga que no se enojara con su niño… Que no lo reprendiera porque el chico no era culpable de nada. “Ricardito es un primor. Fui yo la que lo llevé a hacer eso. La que lo seduje. Perdóname Liliana… Tu hijo 228 LA AMIGA DE LA MADRE no es culpable de nada”. Fue así como ambas amigas se sinceraron y dejaron de verse… hasta que, con el tiempo, las heridas se fueron curando. De a poquito volvieron a reencontrarse. Al principio tímidamente, pero después con mayor frecuencia… hasta que un día se volvieron a amistar. Ya, por ese entonces, Ricardo se había hecho más grande y empezaba a salir con chicas. La experiencia mantenida con Teresa había despertado prematuramente su interés por el sexo opuesto. Las chicas copaban su atención. Sin embargo un día, hablando con�idencialmente con su madre, le comentó que jamás pudo repetir la experiencia que tuvo aquella vez con Teresa… En una charla que mantuvo con ella le dijo: – ¿Sabes mamá? Aunque probé con otras chicas Teresa fue insuperable. Nunca una chica me pudo hacer sentir lo que me hizo sentir ella esa mañana… – Es normal. Cuando seas más grande tus experiencias van a mejorar. – ¿Y por qué tengo que esperar a hacerme más «grande»? ¡Es una tontera mamá! Yo quiero tener sexo con Teresa… Sé que ella no se ha olvidado de mí. Pero necesito que me des tu AUTORIZACIÓN. Si no hablas primero con ella, ella no va a querer acostarse conmigo… No quiere volver a tener problemas con vos. ¿Por qué no me haces “pata” con ella? Liliana lo miró con una expresión muy seria. 229 LA AMIGA DE LA MADRE Después de re�lexionar unos segundos le contestó: – Si buscas divertirte con Teresa no tengo problemas… Pero ojo con eso de “enamorarte”. El amor entre un hombre y una mujer treinta años mayor que él nunca funciona… Si vas a elegir una compañera para vos debe ser no mayor de cinco años. – ¡Es para tener sexo mamá! ¿Quién dijo que yo la quiero como novia? – No sé… dijo la madre. Hay veces que el corazón queda atrapado. Ten cuidado con lo que haces... A los pocos días Liliana llamó por teléfono a su amiga y le habló de lo que quería su hijo… – ¿Que tu hijo quiere tener sexo conmigo? – Sí… Me dijo que las mujeres de su edad no lo satisfacen. – Bueno… Yo sé que tuve algo con él hace unos años pero ahora… No sé… Creo que te dije que me estoy viendo con un ingeniero ¿Te acuerdas? Hace como un mes que estamos saliendo… – Bueno Teresa. Vos �íjate… Yo no te digo que engañes a ese hombre. Simplemente te comunico lo que me dijo mi hijo. Si quieres le digo que vos ya estás en pareja o sino habla vos con él… 230 LA AMIGA DE LA MADRE – Está bien. Deja que yo me encargo… Después hablo con tu hijo. Teresa estaba saliendo con un hombre de 65 años. Lo conoció en un Círculo de Orquídeas y allí entablaron amistad. El hombre – cuyo nombre era Rodolfo – estaba divorciado y andaba buscando una compañera. Teresa empezó a salir con él. Se llevaban bastante bien, pero todavía no se habían decidido a formalizar una relación. Aunque ya habían tenido sexo – Teresa no era una mujer que andaba con vueltas – todavía estaban atravesando la etapa de «reconocimiento». La amiga de Liliana era una mujer sexualmente muy activa. Sentía afecto por Rodolfo pero necesitaba para su vida un hombre más “vital”, con más vigor en la cama. Por ende, después de pensarlo un poco, tomó la decisión de abrirle la puerta a Ricardo… Sin cortar, por supuesto, la relación con el ingeniero. Se comunicó por teléfono con el chico y le dijo que aceptaba tener «encuentros» con él… pero eso sí; sin ningún COMPROMISO, pues no quería abandonar a Rodolfo. Fue así como Teresa resolvió ingeniosamente su situación. Algunos días de la semana los dedicaba a salir con el ingeniero y el resto de los días le daba “clases” al hijo de su amiga. Esos días eran los más emotivos para la veterana pues Ricardo no paraba de aprender. A su vez el joven – ya más hábil en las artes amatorias – hacía que Teresa tuviera unas corridas tremendas que la dejaban de puta cama. Cada vez que 231 LA AMIGA DE LA MADRE venía el muchacho tenía que cambiar las sábanas… A Ricardo le gustaban esas “meadas” que lo dejaban todo mojado. Había descubierto el punto “G” de la mujer y hacía que ésta se corriera con facilidad. El ingeniero nunca se enteró de las «andanzas» de su novia y Liliana – que estaba al tanto de todo – hacía oídos sordos a la situación. Ambas amigas se seguían viendo y pronto Liliana conoció a Rodolfo. Él la hizo sumar al Círculo de Orquídeas y después hacían reuniones en la casa de Liliana. Aquellos días en que se encontraban los tres, Ricardo se sumaba al grupo y se ofrecía para cebar mate. Pasaban horas charlando de un montón de cosas y a veces Liliana invitaba a la pareja a almorzar. Cuando Rodolfo y Liliana estaban en el jardín, Ricardo volvía a la casa para seguir haciendo sus cosas. Minutos más tarde Teresa avisaba que necesitaba ir al baño y se metía en la casa… Ese era el momento en donde los dos se juntaban para hacer de las suyas a espaldas de la madre y el novio. El chico la besaba con toda su pasión y le metía mano por todas partes del cuerpo. Teresa, al principio, se hacía la di�ícil pero al �inal se entregaba a sus caricias. A veces lo hacían en el baño y otras veces tenían sexo en la cocina. También en el dormitorio del joven pues la ventana daba justo al jardín. Esas situaciones calientes siempre se repetían en la casa de Liliana. El muchacho aguardaba pacientemente en su dormitorio y Teresa se excusaba para dejarlos solos. Mientras Rodolfo examinaba las exóticas orquídeas 232 LA AMIGA DE LA MADRE y le indicaba a Liliana cómo debía cuidarlas, Ricardo le regaba la orquídea a Teresa en alguna habitación a puerta cerrada. 233 Facebook (álbum de fotos) “Regalo de Navidad” R E G A L O D E N AV I D A D I La �iesta estaba por comenzar. Ya habían llegado todos los invitados de Raquel y el mozo comenzaba la primera ronda de bebidas. Había vino del mejor, champaña, cócteles e incluso agua y jugo para aquellos (o aquellas) que no bebían alcohol. La discjokey contratada por ella (una californiana oriunda de Los Ángeles llamada Samantha Ronson que casi nadie conocía) había arrancado la música con temas del grupo “Eminen” y luego enganchó con “The Roots”, “Mos Def” y “Dilated Peoples”. A Raquel le gustaba mucho el Hip Hop y esa era la mejor música para celebrar sus 38 años. Estaba en ese momento rodeada por sus mejores amigas. Sally Huson, una joven diseñadora de modas que conoció en la ciudad de San Diego, Cynthia Bottoms, compañera de la Universidad casada con un ingeniero en sistemas y Judie Morgan, una treintañera recientemente divorciada de un empresario mucho mayor que ella que se dedica a la construcción. Todas ellas lucían hermosos vestidos acordes a la �iesta que se estaba celebrando. De las cuatro amigas reunidas allí sólo Cynthia Bottoms estaba en pareja. Las otras tres (incluyendo Raquel) estaban solas. Las cuatro estaban bebiendo champaña que el mozo les había servido, mientras los demás 243 R E G A L O D E N AV I D A D invitados estaban distribuidos por el resto del salón. Una señorita bien parecida salía de la fastuosa cocina del rancho de Raquel sosteniendo en su mano una bandeja con sándwiches y se dirigía hacia un grupo de muchachos. Entre ellos estaba un joven universitario de abogacía de nombre Richard Taylor, amigo de Cynthia Bottoms. El joven no parecía sentirse muy cómodo en esa importante reunión. ¿De qué pueden hablar cuatro mujeres reunidas con media copa de champaña en el estómago donde tres de ellas están sin pareja? La respuesta es más que obvia: de hombres. Tanto Sally como Judie estaban en sequía desde hacía algunos años. No sequía de “chicos” sino de “chicos que quisieran quedarse con ellas”. A Sally su último novio sólo le había durado tres meses y a Judie ni siquiera una semana. Después de tener sexo con ella en su vehículo (esa noche habían venido de una discoteca algo ebrios) el joven galante no la llamó nunca más. Judie intentó después llamarle por su celular, pero luego recordó que no le había pedido su número. Sólo se habían conocido una noche. La situación de Raquel no era para nada mejor, aunque se esforzaba mucho en disimularlo. El primer hombre que había perdido fue su padre. Un poderoso estanciero a�iliado al partido Republicano que, al igual que millones de estadounidenses, no pudo contra el cáncer y murió. Por entonces ella era una adolecente de 15 años. Anteriormente había perdido 244 R E G A L O D E N AV I D A D también a su madre sólo que ella, en vez de morirse, huyó en brazos de su amante después de tener una fuerte discusión con su padre. Nunca más la volvió a ver. En realidad era Raquel la que no la quería volver a ver, pues culpó a ella del cáncer de su padre. Y es que a poco de la huida de mamá su padre sufrió una depresión y se le despertó un cáncer poco después. Aunque el médico le dijo que la muerte de su padre había sido probablemente porque comía demasiada carne, para Raquel la “carne” había sido su propia madre. Jamás pudo perdonarle eso. Después de la muerte de su progenitor Raquel, única hija, hereda el gran rancho y la empresa. Al principio los negocios los manejaba un antiguo socio amigo de la familia, pero a poco de crecer y de empaparse en el trabajo, luego de recibirse de contadora en una Universidad privada, tomó el control de la empresa haciéndose cargo de todo. Fue por esos años en donde conoció al que fue su futuro marido. Un texano de nombre Johnson, de 53 años, que tenía inversiones en la industria cerealera. Tenía casi la edad de su padre cuando murió. Ese fue el segundo hombre que perdió. Como muchas mujeres de su posición, Raquel pensó que la unión con ese veterano le depararía la seguridad �inanciera que ella andaba buscando, aparte de acabar con su soledad. Ella tenía 26 años y el hombre parecía muy seguro de sí mismo. Hábil en el manejo de los negocios. Además le hacía recordar a su padre. 245 R E G A L O D E N AV I D A D Se casaron a poco de conocerse y se instalaron en el rancho de Raquel, por cuestiones de comodidad. Pero las cosas no le salieron bien. Su marido la estafó y le hizo perder una montaña de dinero. Tanto, que hasta casi tuvo que vender el rancho para poder pagar la cuantiosa deuda. Una pesadilla total. La separación no se hizo esperar y ella lo demandó por daños y perjuicios. Afortunadamente ganó el juicio y con el dinero cobrado pudo salvar su rancho y sus tierras. Raquel lo maldijo hasta más no poder. Luego de eso no quiso saber nada más con los hombres. Pero después de estar 10 años completamente sola empezó a cuestionarse seriamente esa idea de que los hombres son todos unos patanes. Quizás no había dado en el clavo – pensó − ya que algunas de sus amigas no pensaban como ella. Y ese pensamiento la alegró. − ¿Todavía sigues sola? le preguntó Cynthia a Raquel. − Sí, le respondió Raquel, en un tono que delataba que la habían tomado desprevenida. Pero bueno, estoy en la búsqueda... Tarde o temprano va a aparecer mi ‹‹príncipe azul››. Si hay una virtud que tengo es que jamás pierdo las esperanzas. Así que no me a�lijo... No era verdad. Realizó un gran esfuerzo para que no se le notara lo desesperada que estaba por encontrar algún hombre. Pero ella era una mujer de negocios. Una ganadora. Era Raquel Wagner y no podía demostrar frente a la gente vulnerabilidad. Y 246 R E G A L O D E N AV I D A D mucho menos en el día de su cumpleaños. Eso sería el colmo. Su rostro se mantenía sonriente. − ¿No vino David contigo? le preguntó Raquel a Cynthia. − No pudo venir. Tiene que terminar con urgencia un programa para entregarlo a la empresa donde trabaja y no quería atrasarse. Ya sabes cómo es él, el trabajo está primero que la diversión. − Qué lástima… Voy a extrañar mucho su buen humor. Tú sabes lo bien que me cae David, si es que eso no te “molesta”. − ¡Claro que no! Cambiando de tema… Raquel ¿Te gustaría conocer a un chico? Bueno, quizás sea un poco menor para ti pero… ya sabes cómo se vive el amor en éstas épocas. Hoy en día se cree más en el amor que en las épocas de mi abuela. En el amor más allá de la edad o la condición social. Como en la serie televisiva “My Sweet Love” ¿La viste? − ¿My Sweet Love? preguntó Raquel con cara de ver pocas novelas. − Sí, pero no importa… Este chico es súper guapo. ¡Te va a encantar! Es un amigo mío. Se llama Richard Taylor. Es el rubio que está allá cerca de la ventana. ¿Lo ves? Le señaló con la mano que lucía el anillo engarzado en brillantes de fantasía. 247 R E G A L O D E N AV I D A D Raquel miró en dirección a la ventana y comprobó que era cierto lo que le decía su amiga. Era guapo y además joven. Eso le gustó. − ¿Quieres que te lo presente? Eres la an�itriona y corresponde que te conozca. Nadie puede sospechar de nada. ¡Vamos! Raquel estaba algo nerviosa, pero no pudo resistir la idea de conocer a ese joven efebo. Se dirigió junto a sus cuatro amigas al lugar donde estaba Richard y los demás muchachos. Estaban bebiendo un coctel hecho con melón y ron dulce. Y además estaban alegres. Raquel se acercó a ellos y se presentó. Richard apenas le prestó atención. “Hola” le contestó. Los demás la saludaron con gran ánimo y además le dijeron el correspondiente “feliz cumpleaños”. Uno de ellos, que estaba poniéndose ebrio, casi le recita la canción completa pero los demás le detuvieron oportunamente. Raquel se sorprendió por la reacción “tosca” del muchacho, pero no se desanimó. Pensó que el joven estaba allí para complacer a alguno de sus amigos. Tal vez a Cynthia Bottoms. Y eso explicaba la causa de su reacción. A veces ocurre que uno asiste a una reunión sólo porque otros te lo piden. A ella le había pasado muchas veces. Mientras se desarrollaba la conversación entre el grupo, Raquel se enteró de la edad de Richard. Tenía 26 años, aunque aparentaba un poco más. El 248 R E G A L O D E N AV I D A D hecho de que Richard sea 10 años menor que ella no le preocupaba demasiado pues el joven se mostraba maduro y desenvuelto. Pero ya tenía bien en claro, a poco de conocerlo, que Richard no era un hombre muy dado a las mujeres. Al menos, a mujeres como ella. Raquel era una mujer hermosa aunque, como muchas otras norteamericanas, algo entrada en carnes. Su pelo era oscuro y lacio aunque en nada parecida a Morticia Addams. No era blanca como una vela sino más bien morena. Sus ojos eran marrones y su mirada tenía la dureza de las mujeres que se habían hecho a fuerza de golpes. Mujeres en donde la vida no las había tratado muy bien. A pesar de eso, en el fondo era una mujer verdaderamente romántica. Soñaba con encontrar algún día su ‹‹príncipe azul››. O al menos un ‹‹paje azul›› pero AZUL al �in... Sin embargo, la vida le había enseñado a disimular su verdadera naturaleza. A ocultar lo que había en su interior. Vivía inmersa en un mundo dominado por hombres (era una exitosa mujer de negocios) y en ese ambiente altamente “pretoriano” (y deshumanizado) una mujer femenina no debe bajo ningún aspecto mostrarse vulnerable. Con Johnson, su ex marido, había aprendido más que bien la lección y no deseaba repetir la experiencia. No se la iban a comer dos veces; tanto en el amor como en los negocios. Richard, por su parte, estaba más interesado en beber otra copa de ron que en participar de la conversación. Raquel, que ya había notado que 249 R E G A L O D E N AV I D A D Richard le esquivaba la mirada, seguía conversando con el resto y no se le ocurrió mejor idea que hacer alarde, frente a todos, de sus grandes logros y valiosas posesiones. ¿Esa actitud la habrá aprendido de los hombres con los que se manejaba? (trataba todo el tiempo con hombres ricos y de negocios) Tal vez, pero su persona era la razón principal de la �iesta ¿Quién no iba a perdonarle ese «pecado»? Aparte, sentía deseos de presumir frente a Richard. “Con los hombres hay que pisar fuerte” – pensó en ese momento − “Hay que demostrarles que nosotras también podemos luchar solas”. Mala estrategia fue la idea de Raquel. El amor no funciona como una junta de negocios y lo peor que una mujer puede hacer frente al hombre que desea conquistar es demostrarle lo fuerte e independiente que es. Y menos frente a un hombre como Richard. La pobre Raquel, a la primera de cambio, se dio de bruces contra la pared. Una pared de apellido Taylor… − La cosecha de manzana fue espléndida � dijo � pese a algunos problemas que tuvimos con un grupo de ambientalistas que se oponían al uso de pesticidas. Pero el gobierno nos dio el aval y terminó todo bien gracias a Dios. Ya saben… todo ese rollo del medioambiente que nos quieren meter hombres como Gore y demás fanáticos del Partido Demócrata. Ahora estoy apostando al negocio del vino y ya exportamos con éxito nuestra primera partida a Francia. Una línea exclusiva de varietales que incluyen tres cepas de primer nivel: 250 R E G A L O D E N AV I D A D Cabernet Sauvignon, Pinot noir y Garnacha, que es una cepa que se mezcla con Syrah y se consume mucho en el sur Francia… Todos los presentes celebraron la brillante exposición de Raquel, menos uno, que al instante disparó. − Claro… cuando se vive muy cómoda en un lujoso rancho en vez de hundirse en el agua como los pobres negros de Nueva Orleans es fácil quejarse de Green Peace y hablar a boca llena de los “grandes negocios”. No me sorprenderías si me dijeras que votaste al psicópata de Bush… Raquel, después de escucharlo, se quedó con la boca abierta sin poder emitir palabra alguna. Todos los presentes tenían su mirada puesta sobre ella; la gran an�itriona. Esperaban que dijera algo pero el aire parecía cortado por espadas chinas. Raquel tenía intenciones de hablar, pero no se le ocurría decir absolutamente ni una palabra. Era como si la voz, de repente, se le hubiera quedado atascada en la garganta. No estaba prepara para «eso». Siempre había sido una mujer locuaz que sabía desenvolverse muy bien en todas las reuniones sociales pero, en aquel momento, no supo qué diablos decir. Tuvo, de repente, la sensación de que Richard la había “bloqueado”. Que le hubiera desconectado el cerebro de los cables que lo unen a sus cuerdas vocales, imposibilitándola así 251 R E G A L O D E N AV I D A D articular posible respuesta. Se hizo un corto silencio (que a Raquel le pareció una eternidad) y luego alguien intervino oportunamente echando paños fríos a la conversación. El primer cruce entre Richard y Raquel no había sido para nada fructífero. Apenas se habían conocido y ya tenían bien en claro que las cosas no iban a funcionar bien entre ellos dos. Esa incómoda situación frustraba mucho a la mujer pues, desde el primer momento en que lo vio, se sintió prendada de él. Algo en su corazón le dijo, cuando lo vio, que ése era su chico. Y tenía bien en claro que eso no era solamente una cuestión de simple atracción �ísica o “Sex Apple” como decían sus amigas. Había algo más que ella, como mujer, logró percibir en ese joven. Algo que se traslucía en sus ojos y en su rostro. Algo que se percibe solamente cuando utilizamos el “sexto sentido”. Quizás fuera también una percepción áurica, como decía Diana Keaton (una astróloga de EE.UU que aparece por las noches en televisión) aunque nunca observó aura alguna ni luces raras saliendo del cuerpo de él. Pero ese detalle no le importó. Raquel sabía que Richard Taylor tenía algo especial y que eso lo hacía importante para ella. Después de ese intento fallido, Richard participó en otras conversaciones más (siempre ignorando 252 R E G A L O D E N AV I D A D a Raquel) donde hizo galas de sus conocimientos económicos y políticos. No porque le gustara alardear (Richard odiaba eso) sino porque la conversación lo exigía. Quizás también como un mecanismo inconsciente de defensa. De no pasar por un memo o un inculto delante del resto, pues allí todos eran hijos de empresarios o universitarios. Si bien habló poco en toda la noche, cuando lo hizo fue certero y extremadamente lúcido. Dejó sin palabras a más de uno. Estaba terminando la carrera de abogacía y ya se per�ilaba como un joven inteligente y emprendedor. Era la clase de tipos que, si lo dejabas hablar mucho, te terminaba convenciendo de lo que a�irmaba. Aunque esa noche, para fortuna de todos los presentes, habló sólo lo justo y necesario. Raquel notó que el joven se sentía algo incómodo y que esa incomodidad aumentaba con el correr de la conversación. Era como si quisiera salir volando de allí sin saber cómo diablos hacerlo. Parecía una paloma encerrada y eso la consternó. No entendía por qué el joven se sentía así. “¿Habré sido yo que le caí mal?”, pensó para sus adentros. Después de la plática vino la cena. Y luego la gigantesca torta. Raquel se sintió aturdida por un coro masivo de “Happy birthey to you…” y luego vinieron los aplausos. Vio que Richard no aplaudió. Ni siquiera emitió una sonrisa. Era una hermosa estatua griega adornando la fastuosa mesa. Cuando se fueron retirando todos los presentes al ir cayendo 253 R E G A L O D E N AV I D A D la medianoche, Raquel se acercó al último grupo apostados en una esquina de la gran sala. En ese grupo quedaba sus tres amigas, un par de chicos y… Richard Taylor. Pensó que era un milagro que el chico todavía estuviera allí hasta tan tarde, pues todo apostaba para que se largara pronto junto con los otros. Aunque después se acordó que había venido con su amiga Cynthia. Posiblemente ella le había pedido que no se largara… Cynthia Bottoms, por su parte, ya había notado que su rol de San Valentín había sido todo un fracaso, por lo que intentó, infructuosamente, acercar al tosco de Richard a alguna de las otras mujeres. Era obvio que el alcohol que había bebido en toda la noche le había hecho perder las pocas dotes naturales de armadora de parejas que tenía, pues apenas pudo tener la palabra, lo miró a Richard y en tono sonriente le dijo: − Richard… No me digas que de todas las chicas guapas que asistieron hoy a la �iesta no te hayas hecho «la cabeza» con ninguna… ¡Seguro que alguna te gustó! Raquel, que estaba sentada en un lujoso sillón junto a ellos, estuvo inusualmente atenta a la respuesta. Mucho más que cualquiera de los allí presentes. Estaba segura que esa mujer (si es que existía) no era precisamente ella. − Sabes que no me gustan estas �iestas… Vine solamente porque tú insististe. Con respecto a si me gustó alguien… 255 R E G A L O D E N AV I D A D No creo que en este tipo de ambiente pueda encontrar a alguna mujer INTERESANTE. Todas parecían más preocupadas en �ijarse cómo le quedaba el vestido a la otra que en intentar agasajar a la an�itriona... Más que asistir a una �iesta de cumpleaños parece que habían venido a una exposición de Versace. ¿Cómo piensas que me pueden gustar mujeres «así»? − ¡Bueno! – respondió Cynthia − Pero es que en este tipo de �iestas se acostumbra a lucir a la moda. Además ya sabes cómo somos las MUJERES. Siempre queremos deslumbrar… Cynthia sonrió después de escuchar las palabras de su amigo, aunque a más de una mujer no le cayó muy bien su modo de hablar. Los hombres, por su parte, se mostraron indiferentes frente a su comentario. Les daba lo mismo lo que hacían o no hacían las mujeres esa noche pues estaban más atentos a la pesca de mujeres, no en �ijarse en quién lucía el mejor vestido. En todo caso, si había que �ijarse en algo, era en quién lo llenaba mejor… Varios hombres solos habían asistido a la reunión y los que tuvieron mejor suerte ya habían conseguido acompañante. En ese momento intervino oportunamente Raquel (¿oportunamente?) pues era una de las que no estaban de acuerdo con esa idea. Si había algo que le hacía “ruido” a ella era justamente escuchar a un hombre mofándose de la “natural” vanidad femenina. Era su momento para 256 R E G A L O D E N AV I D A D vengarse del jovenzuelo y hacerlo quedar incómodo frente a todos. Raquel había quedado herida después de aquella frustrada conversación y quería devolverle el golpe. Lo había esperado toda la noche. El hecho de que el muchacho le gustara no le impedía tomar esa actitud, pues se sabe que hasta en las parejas más sólidas existen diferencias y rencillas… ¿Por qué no intentar «pincharlo»? Le excitaba tremendamente saber qué reacción tendría. Tal vez lograra ponerlo nervioso... Intuía algo sobre él aunque no sabía exactamente qué. Además, saldría en defensa de las pocas mujeres allí presentes. Podría quedar incluso como una “justiciera” del género femenino. Recibiría de inmediato la aprobación de todas. Haciendo alarde de una gran seguridad, miró a Cynthia y le dijo: − Lo que ocurre es que Richard no comprende a las mujeres… Luego dirigió una mirada sesgada hacia el joven y lanzó: Apuesto a que nunca salió con una chica de ‹‹verdad››. Debe tener poca experiencia con el sexo opuesto… es por eso que piensa así de nosotras. Raquel dudaba de que el chico fuera inexperto. No podía ser que un joven tan guapo y tan joven haya tenido pocas mujeres en su haber. Y más en un país como EE.UU. Sus palabras apuntaron más a provocar que a lastimar y estaba segura que Richard le contestaría algo. Pero esa contestación no le importaba. Ella quería tener su chance de pelear mano a mano 257 R E G A L O D E N AV I D A D contra él. De demostrarle que intelectualmente no era inferior. Muchos hombres desprecian el pensamiento femenino por considerarlo poco racional o realista. Ni se imaginaba remotamente que sus �ilosas palabras habían dado en el clavo… Era cierto. Raquel, sin darse cuenta, la clavó justo en el centro del nudillo. La clavó y la «cagó». No sólo porque Richard había tenido poca experiencia con las mujeres sino porque además no había tenido NINGUNA. Su único acercamiento real con una mujer había sido a los 20 años con una prostituta en un cabaret de los Ángeles a causa de las bromas que le propinaban sus compañeros de universidad. Los cargosos le llamaban “Andy” (por el protagonista de la película “Virgen a los 40”) y entonces, cansado de tantas bromas y discriminaciones, fue cuando se decidió a “debutar”. El día que lo hizo sus compañeros lo consideraron un héroe. Hasta le hicieron una �iesta en un bar que quedaba a media cuadra de donde estudiaban. Después de eso, se mantuvo lejos de cualquier mujer que pudiera acercársele. Casi todas ellas compañeras de la misma Universidad. Sabiendo que no era un chico con facilidad para mentir (nunca había sido bueno mintiendo pese a que estaba estudiando abogacía) estaba para él más que claro que su adversaria (es decir Raquel) lo había puesto contra las cuerdas. ¿Qué iba a responderle entonces? ¿Podría «contrarrestarla» argumentando una mentira? ¿Hacerse pasar por un James Bond cuando en verdad 258 R E G A L O D E N AV I D A D no lo era? No estaba peleando un juicio… Lo resolvió a la manera de un abogado: con una respuesta escueta. Escapando por la tangente, como se dice. Con mucha astucia y diplomacia. Sin embargo sus palabras fueron pronunciadas en un tono claramente “apagado”. Sin mucha fuerza. Y eso fue lo que más le llamó la atención a Raquel; el tono de sus palabras más que la respuesta en sí misma. − Mi vida privada pre�iero reservarla para mí. No veo porqué tenga que hacerla pública. Bueno… creo que ya es hora de que me retire. No estoy acostumbrado a quedarme hasta tan tarde… Y después de decir eso saludó a todos y se marchó. Y así lo hicieron poco después el resto de los presentes, a excepción de los organizadores de la �iesta y de su amiga Cynthia Bottoms, que se quedó junto a Raquel en el sofá bebiendo crema helada mezclada con trozos de fruta. Su amiga hubiese deseado seguir bebiendo más cóctel de melón al run, o durazno granizado al run o todos los cócteles y bebidas alcohólicas que tenía su amiga guardada en la heladera pero, sabía que si lo hacía, Raquel iba que tener que llevarla en su auto hasta su casa y no tenía la menor intención de joderle la noche a quien consideraba su mejor amiga. 259 R E G A L O D E N AV I D A D El helado estaba más que bueno. Después de tragar un pedazo grande de frutilla, miró a Raquel y le dijo: − No entiendo que le pasó a Richard. Creo que la cagué con eso de querer acercarlo hasta vos. Realmente no sé qué decirte. Perdóname si la jodí… − ¡No te preocupes! Yo me siento muy bien sola. ¿Piensas que me hice problema? Es un chicuelo engreído, pero ya se le va a pasar… Cuando se “golpee” como nos golpeamos nosotras aprenderá. Es muy joven todavía. Está muy “verde” para entender la vida y se nota hasta la legua que no tiene experiencia con las mujeres. ¿Viste la cara que puso cuando le dije que no había tenido novia? ¡No supo qué contestar! Salió volando el pobre… Raquel intentó disimular su gran desazón frente a su amiga, pues la verdad era que lo que menos había disfrutado esa noche era la huida del chico. Nadie había notado la cara que había puesto ella cuando Richard inesperadamente se marchó, ya que todos los presentes estaban atentos a él. Deseó haber tenido la lengua enganchada a un ancla de trasatlántico pero ya era demasiado tarde… Su chico se había esfumado. − ¡Ay! No seas tan mala… le contestó su amiga con la frutilla en la boca. Richard es un buen muchacho. ¿Por qué le hiciste eso? Lo que pasa es que… Bueno. Ya está. Ya pasó... 260 R E G A L O D E N AV I D A D − ¿Cómo es que ‹‹que››? ¿Hay algo que sabes de él? Raquel se acomodó en el sillón y clavó sus ojos en la cara de su amiga. Estaba atenta al mínimo de sus gestos mientras esperaba con ansiedad la respuesta − No, nada… Es que es como vos decís. Es muy joven todavía... Se metió en la boca otra cucharada de helado desviando la mirada hacia la ventana que daba a la calle. − ¿Muy joven? Cynthia. Me estás ocultado algo... Sé que algo querías decirme. ¿Qué quisiste decir con ese “que”? ¿Qué cosa sabes de Richard? ¿Hay algo que debería saber? ¡Cuéntamelo! ¿O es que no somos AMIGAS? Cynthia Bottoms no estaba en ese momento como para poder ocultarle cosas a nadie. Había bebido tanto esa noche que era capaz de confesarle sus más íntimos sentimientos a su peor enemiga. Hizo un esfuerzo para erguirse en el sofá y cuando estuvo bien acomodada respondió. − Bueno. Esto que voy a decirte no lo ventiles a nadie. Tú ya sabes cómo es la gente aquí en California… Aquí hay muchos “prejuicios”. No está bien visto ser “diferente”… − ¿Diferente? No me digas que… − ¡No! No es eso… Déjame terminar. Bebió otra cucharada de crema helada. Richard no tiene “muchas” 261 R E G A L O D E N AV I D A D experiencias con chicas. Tuvo una infancia di�ícil… Yo ‹‹creo›› que pasa por allí. Sus padres se separaron cuando él apenas tenía 10 años. Él quería mucho a su papá. Siempre recuerda cuando su padre le hacía unos hermosos barriletes y lo llevaba al campo a remontarlo. ¡Le encantaba jugar con eso! También lo llevaba al bowling cuando jugaba los sábados con sus amigos. Era obvio que por su corta edad no podía participar del juego. El bowling es un juego de adultos. Pero era la manera que tenía su padre de compartir cosas con su hijo. De involucrarlo de temprano en las cosas de “hombres”. A Richard le encantaba ir al bowling con su padre. El ambiente era tranquilo y todos parecían pasarla bien. Cada tanto se escuchaba algún grito motivado por las circunstancias del juego, pero nunca presenció una pelea. Y eso que casi todos eran hombres y bebían. Siempre había alguien que le cedía una bola para que él tirara… Y desde luego lo alentaban para que volteara los palos. ¡Imagínate esa situación para un niño! Richard disfrutaba una enormidad aunque volteara tan sólo un palo… ¿Te das cuenta? Se sentía feliz con su papá. Después vinieron las peleas y el divorcio. Los pasillos de los tribunales y la presión de los abogados. Tú ya sabes… El padre tuvo que irse de la casa por orden del juez y la madre se quedó con la tenencia del hijo. A partir de ese día cambiaron las cosas para Richard. Prácticamente dejó de ver a su padre y la madre empezó a ponerle “límites”. Esos 262 R E G A L O D E N AV I D A D límites que el padre antes no le ponía. Un día su padre dejó de visitarlo y eso lo puso muy mal, pues pensó que éste ya se había olvidado de él. Su madre le dijo que su padre estaba saliendo con otra mujer y que se había ido a vivir lejos con ella. Eso era verdad, y Richard se desplomó. Años más tarde se enteró que era la madre la que no permitía que su padre lo visitara… Eso empeoró las cosas y trajo malas consecuencias tanto para él como para su progenitora… Cynthia se bebió la última cucharada de helado que le quedaba. Raquel no veía la hora de que tragara el helado lo más rápido posible… Sabía que la historia recién había comenzado. − Para peor de males – continuó Cynthia − al poco tiempo de haberse divorciado la madre se juntó con otro hombre y lo llevó a vivir a su casa. Eso Richard no lo soportó. Fue la bomba �inal de la película. Como el atentado al World Trade Center. Tener un “intruso” viviendo con él. Un nuevo enemigo que se aliaría a su odiosa madre. Ahora eran dos los que le digitaban la vida. Dos capitanes a los que había que obedecer. O un capitán y un alférez. Daba igual una cosa que la otra. Y su padre seguía sin aparecer. Yo no conocí a ese hombre pero por lo que me dijo Richard era un gobernado de su madre. Un puto “pollerudo”. Hacía todo lo que ella le decía. En cuanto a Richard, se le acabaron de�initivamente sus días de alegría. Ya no había en la 263 R E G A L O D E N AV I D A D casa un hombre con la cual compartir cosas. Con la cual “identi�icarse”. Su vida era predecible y monótona y encima tenía que soportar a un tipo que lo mandaba como su padre pero que, en realidad, no era su padre. Más tarde la madre quedó embarazada de ese hombre y Richard tuvo que compartir su habitación con su nuevo «hermanito». ¡Imagínate! Todo un rollete. Esas nuevas condiciones de vida contribuyeron para que Richard aumentara su recelo hacia su madre. Y, por extensión, a casi todas las mujeres… La cosa terminó de podrirse cuando, años más tarde, Richard encuentra a su padre y se entera que fue la madre la que ponía trabas para que ambos no se vieran. Eso ya te lo conté. Desde ese día odió a su madre con todas sus fuerzas… − ¿Y cómo sabes que el padre decía la verdad? ¿Y si fue el padre el que se olvidó de él por ir tras otra? preguntó Raquel. Cynthia, que ya se había comido todo el helado de crema, dejó el bol vacío encima de la mesita ratón. Miró a su amiga y añadió: − Me hablas como si tú no hubieses sido nunca una niña… ¿Acaso piensas que un niño no sabe distinguir quién le mani�iesta cariño y quién no? ¿Acaso crees que los niños son estúpidos? Vamos Raquel… Seguro que ahora me vas a decir que no conocías a tus padres. Al menos, en cuanto a la relación contigo… Puede que un niño ignore que su padre es tra�icante de drogas o un 264 R E G A L O D E N AV I D A D político corrupto, pero no si se acuerda de él cada día de su cumpleaños… Allí no puede haber “mentiras”. Cuando un padre o madre quiere a su hijo, inevitablemente, se lo ‹‹mani�iesta››. Y eso el niño lo detecta. ¡Claro que le iba a creer a su padre! ¿Acaso habría alguna razón para que no? − Puede que tengas razón… − Puede no. TENGO RAZÓN. Mis padres también se separaron… − Lo siento. − No lo sientas nada. Sólo escúchame, ya que quieres conocer su historia... A partir de entonces, Richard odió a su madre. Y creo que junto a su madre al resto de las mujeres. En EE.UU la inmensa mayoría de los matrimonios se divorcian antes de los diez años. Y sabes que los hijos casi siempre se quedan a vivir con la madre. La mayoría de los compañeros de Richard vienen de padres separados y al poco tiempo sus madres ya están viviendo con otro tío. Las americanas consiguen hombre enseguida... Así que ya aprendió bien la “lección”. Apenas consiguió su primer empleo se inscribió en la Universidad y se marchó para siempre de su antigua casa. De su madre no quiere saber más nada. Él ya me lo dijo… Jamás va a perdonarle el haberle quitado a su padre en su infancia. Jamás. Su madre tampoco parece esmerase mucho en querer reconciliarse con él. Parece 265 R E G A L O D E N AV I D A D que la está pasando muy bien con su nuevo “amor” pues me enteré hace poco que está por tener de nuevo familia… − ¿Tú crees que por eso él ‹‹odia›› a las mujeres? Quiero decir… que no con�ía en «ninguna»? − Puede ser… Nunca me lo dijo de esa manera pero mi intuición me indica que la relación con su madre en algo lo ha marcado. De hecho que jamás le conocí una novia… − ¿¡Será entonces virgen!? − No lo sé. Tampoco me he querido entrometer tanto es sus cosas. Quizás haya tenido algún encuentro ocasional, pero no puedo asegurártelo. Tal vez fue un ataque de «maternidad» o simple autosatisfacción, pero a Raquel le sentó bien el hecho de que ese joven que tanto le atraía y que se lo veía tan seguro de sí mismo fuera, en el fondo, vulnerable. Recordó que ella también había tenido una infancia di�ícil y que su madre la había abandonado para irse en brazos de otro hombre. Y que quería tanto a su padre que estuvo llorando toda una semana cuando lo vio partir al otro mundo. Se fue de su vida su soporte, su mejor amigo, el que la hacía sentir una princesa. Amaba quizás a su padre tanto como Richard amaba al suyo y nunca le perdonó a su madre 267 R E G A L O D E N AV I D A D que los haya abandonado. Jamás volvió a verla ni quiso verla tampoco... Sintió, en lo más profundo de su corazón, que la vida de Richard y la suya estaban marcadas por destinos semejantes. En niveles sociales completamente distintos; ella había sido una niña rica y el muchacho no, pero iguales en cuanto a problemas familiares. En lo referente al sexo opuesto, por mucho tiempo ella sintió que ningún hombre era capaz de amarla y que todos parecían buscar sólo su fortuna. En cualquier caso, la vida había sido di�ícil para ambos y eso establecía entre ellos un claro punto de conexión. Aún así, pese a todo lo vivido, ella seguía buscando el amor... Creía que el amor era posible. Y en eso parecía que se diferenciaba bastante del muchacho. Richard, según lo visto por ella y lo contado por su amiga Cynthia, parecía no querer saber nada con eso de formar pareja. Rechazo que llegaba a tal punto de querer negarse a mantener simples relaciones sexuales ocasionales. Podría ser que eso no fuera realmente así y que frecuentara de vez en cuando algún burdel, como hacen muchos hombres que viven solos, pero igual, a Raquel le parecía que un hombre que se limitaba a acostarse con meretrices en vez de hacerlo con mujeres “normales” era un hombre que reducía a la mujer a un mero objeto sexual. La sexualidad rebajada a la animalidad más básica y eso le causaba repulsión. No podía imaginarse a ese muchacho tan inteligente y guapo frecuentando 268 R E G A L O D E N AV I D A D oscuros lugares… De todas formas, más allá de cualquier conjetura, estaba claro que la precariedad sexoafectiva de Richard era una manera inconsciente de auto�lagelarse. Una forma psicológica de expresar su rechazo a la madre. La amputación de su propia sexualidad (o su reducción al nivel más bajo) era la manera que él tenía de manifestar, día tras día, su dolor por ese padre ausente. Y ese dolor lo amarraba a ese recuerdo, a esa añoranza, a esa alegría vivida. Y esa alegría vivida mantenía, de una forma cruel y enfermiza, la �igura de su padre vivo… No el padre actual, desde luego, sino el padre de la infancia. Aquel padre que perdemos cuando crecemos porque ya no podemos vivir con él las mismas experiencias que cuando somos adultos. Ese pensamiento la sobresaltó. El cómo un niño puede quedar marcado psicológicamente por una separación conyugal no debidamente asimilada. Entró en la cuenta de cuántos niños en EE.UU padecen a diario la �igura de un padre ausente… Eran millones. También pensó en que ella había soñado alguna vez con tener un hijo y el daño que le podría haber ocasionado el haber tenido una separación prematura. − ¿En qué te quedaste pensado? le preguntó Cynthia algo intrigada. 269 R E G A L O D E N AV I D A D − ¡No! En nada… Estaba pensando en ese chico y bueno… Es que me da mucha lástima, pobre. Se ve que tuvo una infancia di�ícil… − Igual que la tuya… − Bueno, sí… Pero yo no quedé tan “traumada” como él. ¿No quieres quedarte a dormir? No estás para manejar esta noche. Raquel pre�irió cambiar de conversación rápido, aprovechando el estado de su amiga. − No gracias. Ahora llamo a David para que me pase a buscar en su auto. No creo que a esta hora todavía esté trabajando… − Como quieras. Cuando Cynthia se marchó ya no quedaba nadie en la estancia salvo el personal doméstico. Raquel se quedó a solas en el living bebiendo la última copa de champaña con su mente clavada en ese joven estudiante de abogacía. No podía negar que le gustaba. Pensaba que sería una estúpida si se negaba a reconocer eso. Y más ahora que lo conocía un poco más y se sentía identi�icada con él en muchas cosas. Raquel era una mujer independiente y con mucha experiencia en la vida. Las había pasado casi todas. 270 R E G A L O D E N AV I D A D El abandono de una madre, la muerte de su padre, un matrimonio infeliz y una crisis económica que la dejó casi sin nada. Dada que se sentía una mujer con mucho para ofrecer sintió un inevitable deseo de querer ayudar al joven a superar su pasado. Incluso darle, aunque sea de una manera simbólica, parte de ese amor que su madre le había negado de niño… ¿Pero por qué? ¿Por qué ella debía ayudarlo como si fuera una madre? ¿Por qué tenía que hacer eso? ¿Acaso sentía por él algo más que una simple atracción �ísica? ¿Qué cosas había despertado en su alma la inusitada presencia del muchacho? ¿Por qué sentía que, de ahora en más, no podría sacarse a Richard de su cabeza? Los pensamientos de Raquel iban y venían con el correr de los minutos a la par de los latidos de su corazón. Se había quedado tan enganchada con su historia, una historia no muy diferente a la de ella, que no podía sacarse todo eso de su cabeza. − ¿Quiere que le prepare un poco de café señora? le preguntó la joven empleada. A Raquel no le gustaba que le llamen “señora”. Eso la hacía sentir más vieja y prefería que le llamen “señorita”. O simplemente “Raquel”. Pero sabía que su empleada la llamaba así por respeto y no se molestaba por el sentido de sus palabras. − Sí Daniela. Me va a ayudar a bajar un poco todo el alcohol que tengo encima… Hazlo bien cargado por 271 R E G A L O D E N AV I D A D favor. − Muy bien. La joven mexicana se marchó rumbo a la cocina y al ratito vino con la taza de café. − Sírvase señora. − Gracias. Puedes irte a dormir Daniela. Ya puedo arreglármela sola. La criada se marchó feliz. Su señora la había liberado. Raquel, por su parte, retomó sus pensamientos. Sí. Era verdad. Debió reconocer al �inal que se había enganchado de nuevo con un hombre… Después de tantos años de estar sola, el dios Eros la había �lechado. Y en este caso con un hombre mucho más joven que ella. Se había despertado en su corazón el deseo de volver a enamorarse. De apostar una vez más al amor. A esa bebida emocional que vuelve loca a todas las mujeres. Y no pensaba renunciar a esa oportunidad aunque tuviera que exponerse al rechazo del joven. Sentía que debía conquistarlo de alguna manera. Que debía existir alguna forma de poder llegar a su corazón. De derretir esa coraza de hielo que lo aislaba del mundo femenino… Desde luego no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo. Qué estrategia tejer para poder tenerlo a su lado. Aunque eso no la perturbó, pues con�iaba en que con el tiempo 272 R E G A L O D E N AV I D A D algo se le iba a ocurrir. Su amistad con Cynthia le abría una posibilidad para estar cerca de él, y esa era una ventaja que no iba a desaprovechar. Bebió el último sorbo de café y se dirigió luego a su habitación. Al día siguiente tenía muchas cosas que hacer y necesitaba levantarse bien descansada. II Pasó más o menos un mes sin tener noticias de Richard y por entonces ya era mediado de Octubre. Faltaba poco más de una semana para que se celebrara Halloween. Desde la última vez que lo había visto sólo sabía que seguía estudiando en la Universidad. Su fuente de información era, desde luego, Cynthia Bottoms, amiga de ella y del joven muchacho. Cynthia y Richard se habían conocido en la Universidad, ya que ella era la dueña de la concesión de la cantina, lugar donde los estudiantes se reunían para desayunar y almorzar. Cuando Cynthia formó pareja con David y tuvieron luego una hija ella dejó la concesión para dedicarse al cuidado de su pequeña. Fue en esa época donde Richard conoció a David, con la cual establecieron una gran amistad. Compartía intereses e ideas políticas, y eso consolidó la relación entre ambos. Más tarde se sumó Cynthia a esa relación 273 R E G A L O D E N AV I D A D y entonces la amistad se trasladó a la pareja. Los Bottoms eran la única amistad verdadera que tenía el joven y los que conocían toda su historia. El cable a tierra que lo conectaba con el mundo. La cuestión era que los Bottoms habían organizado una reunión para el �in de semana con un reducido grupo de amigos. A ellos les gustaban mucho hacer reuniones en su casa, algo que les permitía mantener sus amistades en el tiempo. Eran personas muy afables, algo no muy común en estos días. Raquel normalmente no asistía a este tipo de reuniones, pues prefería visitar a su amiga cuando ésta estaba sola, pero al saber que Richard Taylor iba a asistir a la misma no lo pensó dos veces y le comunicó a Cynthia su deseo de asistir. De esa manera iba a tener una buena oportunidad de estar cerca de él. Cuando llegó ese día, estaban todos reunidos en la sala de estar. Los invitados fueron llegando de a poco. Primero una joven pareja amiga de los Bottoms, luego un compañero de trabajo de David, ingeniero en informática igual que él, después Richard y, �inalmente, Raquel. Había caído una fuerte tormenta cuando la rica estanciera llegó. El clima en los EE.UU estaba cada día más inestable y los pronósticos de tormenta solían fallar. Cuando Cynthia le abrió la puerta, apareció con su ropa media empapada. − ¡Qué tormenta se largó! Diablos… Ya no se puede vivir en este país. 274 R E G A L O D E N AV I D A D Cynthia le dio un beso y la hizo pasar. − ¿Viste Raquel? Menos mal que la tormenta de nieve asoló la ciudad de New York, porque si hubiera llegado hasta aquí… le contestó su amiga con una sonrisa. ¿Y ahora qué trajiste? − Los amaretis que tanto te gustan. Son ideales para el café. También una tarta de kiwi y limón. − ¿En la pastelería donde compramos la última vez? − Sí. − ¡Wuauu!¡¡Quiero probarla!! Cynthia adoraba ese tipo de tarta. Podía engullirse una tarta entera si la dejaban. Una vez que su amiga estuvo dentro, la presentó a todos los invitados. Richard la saludó con frialdad, pues no le cayó nada bien que viniera… No se había olvidado de lo ocurrido el día de la �iesta. Una vez que estuvieron todos reunidos, la an�itriona sirvió los exquisitos amaretis, reservando la tarta de frutas para el �inal. La conversación, en esa tarde, había girado sobre el tema de la tecnología y su in�luencia en la sociedad norteamericana. El cómo esos cambios afectan las relaciones humanas e in�luyen en la mente de los jóvenes. Los hombres, apasionados de esos temas, lideraron al principio la conversación de la mesa, pero 275 R E G A L O D E N AV I D A D las mujeres lograron después desviar la conversación hacia el tema del amor, pasando a ser ellas las conductoras de la tertulia. Se plantearon cosas como el acceso de los niños a Internet, el problema de la pornogra�ía y el tema de los celos y la in�idelidad en la pareja. Marcos y Susan, la joven pareja amiga de los Bottoms, le confesaron a los allí presentes que ambos se conocieron por medio del Facebook. Después de chatear e intercambiar mensajes, se reencontraron y decidieron formalizar. Sin embargo, aunque Susan a�irmaba querer mucho a su novio, reconocía que se sentía celosa de Marcos por la gran cantidad de amigas que éste tenía en su portal. A veces tenían peleas por eso y pasaban mucho tiempo sin hablarse. Marcos a�irmaba que era verdad que tenía muchas amigas, pero que no eran amigas reales sino amigas virtuales. Decía que en el Facebook es común intercambiar mensajes con miles de gente, pero eso no signi�icaba que él se iba a acostar con las miles de chicas que �iguraban allí. Se defendía diciendo que, cuando su novia lo conoció por primera vez, ya se chateaba con muchas chicas de su portal, y que eso al principio a ella no le molestaba. Susan se quejaba diciendo que, por ese entonces, ella no era su novia y que por eso no le molestaba, a lo que Marcos respondía que eso no tenía nada que ver... Cynthia, por su parte, intentaba convencerla de que la raíz de sus celos era su inseguridad y que Marcos no tenía ninguna intención 276 R E G A L O D E N AV I D A D de engañarla… Raquel, por su parte, sostenía que a ella no le hubiese gustado que su novio anduviera chateando con otras chicas, dándole parte de la razón a la joven Susan. David, en cambio, salía en defensa de Marcos, algo que él le agradecía. Los hombres se defendían y justi�icaban el uno al otro y las mujeres, a excepción de Cynthia, se atrincheraban en el otro extremo. Richard contemplaba en silencio la escena tomando su café con amaretis… Si bien al principio conversó un poco con los hombres, dejó de participar en la conversación cuando las mujeres conquistaron la mesa. Sin embargo, el panorama se presentaba muy ameno y divertido hasta que al �inal se devoraron la deliciosa tarta de kiwi. Luego los hombres bebieron un poco de coñac. La charla entre el grupo duró un par de horas hasta que la noche �inalmente cayó. Susan y Marcos ya daban muestras de sueño y lo mismo pasó con el amigo de David, por lo que luego de dar por �inalizada la tertulia se levantaron de la silla, saludaron y se fueron. David también se levantó de la mesa, saludó a sus amigos y se fue a acostar. Y Richard hizo lo mismo cuando vio marchar a su amigo, por lo que Cynthia y Raquel se quedaron solas platicando en la sala de estar. Durante todo ese tiempo que duró la reunión Richard se mantuvo poco comunicativo y raras veces emitió una opinión, limitándose a escuchar pacientemente a los demás. No se lo veía incómodo, pero sí extrañamente 277 R E G A L O D E N AV I D A D callado. Parecía que no tenía muchas cosas que decir respecto a los temas tratados en la mesa... El amor no era su fuerte y Raquel lo notó. − ¿Viste qué poco habló Richard? dijo Raquel, extrañada. − Sí. Pasa lo de siempre. Cuando sale el tema del amor y la pareja siempre habla poco… Es así. Con él tienes que hablar de política y temas sociales. Por ahí algún tema cultural. Pero el amor no es su fuerte. − Pobre… − No te preocupes por eso, porque Richard la pasó muy bien. A él le gusta estar con nosotros. − A mí me parece que lo hicimos sentir muy aislado… − ¡No! Te digo que la pasó bien. Créeme. Él se siente bien cuando está con nosotros. Vos ya sabes su historia… apenas consiguió un empleo se fue de la casa de su madre y ahora está viviendo solo. No le preguntes de su madre porque con ella ni se habla... Ahora está por viajar a Phoenix para volver a ver a su padre, según me contó… − ¿Vive en Arizona? − Sí. Hace un par de años que vive allí, porque aquí no encontraba trabajo. La cuestión es que él nos dijo una vez que nosotros somos la familia que a él le hubiese 279 R E G A L O D E N AV I D A D gustado tener. No por la edad, porque apenas somos mayores que él, sino por cómo nos llevamos con David y cuidamos a la nena. − A Caroline... − Sí. ¡No tienes una idea de qué bien se lleva con ella! Se pasan horas jugando a la Play Station con esos juegos de arcade para niños que vienen ahora. También juegan juntos en la PC y a veces se ponen a ver películas. La acompaña mucho, como si fuera su propia hija o hermanita menor. − Qué lindo… − Sí. Se llevan bárbaro. Quizás sea porque nunca tuvo un hermano. Bueno, en realidad la madre tuvo un hijo con el otro hombre… como te conté la otra vez, pero Richard nunca lo sintió como un «hermano». Además, según él, la madre hacía diferencias entre los dos. Le daba más atención al más chico… − Hubo celos entre hermanos… − ¡Claro! Yo creo que pasó por ahí… Pero Richard la pasa muy bien cuando viene acá. También charla mucho con David sobre tecnología y otros temas. Ambos tienen buena relación. − Mejor así… Pero parece que yo no le gusto en absoluto. Creo que no tengo suerte con los hombres. ¡Cómo 280 R E G A L O D E N AV I D A D envidio a tu hija! Me parece que lo mejor es que me vaya olvidando de él… − ¡No te des por vencida tan rápido! Es cuestión de tiempo para que te vaya conociendo… − ¿Te parece? − ¡Sí! Vas a ver que cuando te conozca mejor las cosas van a empezar a cambiar. Yo lo conozco… Sé que los hombres como él necesitan mucho del amor de una mujer. Tienes que ser paciente y vas a ver cómo tu siembra va a empezar a dar sus frutos. Cynthia trató de darle buenos ánimos a su amiga, pero más allá de todo su empeño no logró cambiar para nada su ánimo. Raquel se fue esa noche de su casa un poco decepcionada al comprobar que no hubo buena “onda” con el joven muchacho. Durante el viaje de regreso, su mente repasaba cada momento vivido en la reunión y, mientras más se detenía en examinar cada detalle de la misma, más se convencía que sus posibilidades con el chico eran menos que mínimas. Cuando aparcó su Porsche en el garaje de su lujoso rancho, casi se terminó de convencer de que sería casi un milagro poder conquistar al joven y que lo mejor que podría hacer es olvidarse para siempre de él. “Siempre me enamoro de tipos con problemas…” pensó, cuando ya estaba dentro de su casa. “¿Por qué no me puedo enamorar de tipos ‹‹normales››? ¿Será que el 281 R E G A L O D E N AV I D A D problema soy yo?”. Tomó una revista que estaba en la mesa y leyó el horóscopo de la semana: “Cáncer: Estos días que vienen se presentan muy propicios para los nativos de este signo. El paso de la Luna por la casa de Venus predice augurios de un romance imprevisto. Encuentros secretos y momentos de fuerte pasión abren las puertas para las relaciones duraderas. Aproveche este momento si se encuentra sin pareja. Deje a un lado sus miedos y apueste toda sus �ichas al amor, ya que el éxito está asegurado.” − ¡Pamplinas! dijo, y arrojó la revista a un lado. Estos astrólogos sí que saben currarla fácil. Debería haberme dedicado a la Astrología y haberme puesto un programa en la T.V y ahora seguro que estaría pagando menos impuestos… El personal de servicio se había retirado a sus aposentos. Toda la casa dormía en un silencio monacal. En la cocina Daniela había dejado preparado un termo con café caliente listo para tomar. La joven mexicana nunca se olvidaba de prepararle el café a su señora. A Raquel le gustaba leer durante la noche y el café la mantenía mucho más despierta, pero esa noche no tuvo ganas de leer nada y pre�irió irse temprano a descansar. Mientras se balanceaba en un sueño profundo soñó que su padre muerto la visitaba. Vestía un jersey azul y una camisa leñadora a cuadros. En la cabeza llevaba puesto un sombrero y se lo veía sano y 282 R E G A L O D E N AV I D A D sonriente. Venía de revisar los establos cuando entró por la puerta y le dijo: − Me dijo tu abuela que te vas a casar… − Sí. Nos vamos a casar este invierno… respondió ella. − Haces bien. Me estaba haciendo falta un chico para que me ayude en los negocios. Ya lo puse al tanto de todo y se lo ve muy entusiasmado. Apenas termine la Universidad se viene a vivir para acá… − ¡Tenemos que construir una casa nueva en estas tierras! − ¿Para qué? No hace falta… Pueden dormir juntos en tu habitación. Necesito tenerlos a los dos bien cerca mío. − ¿Viviremos acá papá? − ¡Claro hija! ¡Seremos todos una FAMILIA! Al día siguiente, cuando estaba tomando su desayuno en el comedor, Raquel recordó ese extraño sueño y no tenía la menor idea de lo que signi�icaba. Le pareció algo tan absurdo que pensó que era mejor olvidarlo. Una semana después había olvidado los detalles de su sueño por completo y a la semana siguiente ya ni se acordaba que lo había soñado. La hermosa �igura de Richard Taylor se iba desdibujando rápidamente con el pasar invariable del tiempo. 283 R E G A L O D E N AV I D A D III Llegó la Navidad. La nieve cubría los techos de las casas y las calles se vestían de un blanco fantasmal. Fue un año bueno para Raquel en cuanto al funcionamiento de sus negocios. Su incursión en el mercado del vino se coronó con un éxito total y los ingresos por la venta de la última cosecha de manzanas fue mejor de lo esperado. Pasó lo mismo con la venta de limones, naranjas, peras y fresas. La vida le devolvía una sonrisa más y ya estaba plani�icando ponerse su propia línea de perfumes con las nuevas ganancias obtenidas. Lo de Richard había quedado atrás y ahora debería continuar su vida sola. Sí, era cierto, pretendientes tenía. No podía negarlo. Pero eran todos ellos del ambiente, como su último esposo. Y ella no quería retornar a eso. Quería un hombre “normal”, con la cual poder compartir las cosas más sencillas de la vida, no un accionista de bolsa… Para empresarios se bastaba ella sola. No necesitaba sumar “otro” a la causa. Aunque ella era una mujer acomodada, le encantaba el contacto con la naturaleza y disfrutar de las cosas más simples pero hermosas de la vida… montar a caballo mientras veía caer el atardecer, visitar lugares exóticos, mirar por la noche una buena película, tener una cena romántica a la luz 284 R E G A L O D E N AV I D A D de las velas, pasar horas a orillas del mar disfrutando del agua y del Sol. Incluso hacer locuras de amor con un hombre en la cama. Raquel amaba la vida y quería a su lado un hombre que amara la vida lo mismo que ella. Cuando llegó la Navidad, pensó que lo mejor sería ir a pasarla en la casa de algún pariente. Normalmente hacía eso todos los años salvo cuando la familia organizaba pasarla en su rancho, pero por alguna razón que no comprendió muy bien, eligió pasarla en la casa de los Bottoms. Quizás fue una forma simbólica de despedirse para siempre de Richard. De sentir su presencia por última vez antes de echarlo de�initivamente al olvido. Las mujeres a veces hacen cosas que no tienen un sentido lógico pero que para ellas igualmente se justi�ica. A los hombres, en cambio, les cuesta mucho entender eso. Esa noche, cuando llegó a la casa de los Bottoms, estaban todos los invitados incluyendo desde luego el muchacho. Ella fue la última en llegar. Su amiga, que la estaba esperando, abrió la puerta y la recibió. − ¡Hola Raquel! ¡Qué bueno que decidiste venir! No sabes la alegría que me diste cuando me dijiste por teléfono que ibas a pasar la Navidad con nosotros. − Sí. Hace rato que te debía una visita como esta… − Pasa, que te presento a mi familia. 285 R E G A L O D E N AV I D A D Raquel ingresó a la sala de estar y saludó uno por uno a todos los presente. Allí estaban los padres de David y una hermana de Cynthia que sólo conocía por el nombre. − Esta es Jessica, la hermana de que te hablé. Ambas se saludaron con un cálido un beso. A Raquel le pareció una mujer simpática. Estaban todos sentados alrededor de una pequeña mesa y la recién llegada ocupó su lugar. Richard estaba en el otro extremo y lucía un rostro más serio de lo normal. Raquel lo miró con atención, pero el muchacho desvió sutilmente la mirada como si no quisiera que ella lo escrutara. La mujer pre�irió no insistir, acostumbrada a la indiferencia del joven, y se quedó escuchando atentamente la conversación que se daba a su alrededor. La millonaria pensó que la había cagado con eso de venir a pasar las �iestas allí, al ver la reacción tosca de Richard. “Sí, indefectiblemente me ODIA. Para él no soy más que una millonaria que se mea en aquellos que menos tienen. Una depredadora implacable de la madre naturaleza. Una tilinga de pueblo que vive gastando su dinero en los shopping... Me odió desde el día en que me conoció” pensó con un poco de tristeza. No tristeza de sí misma porque no había perdido nada y no tenía que arrepentirse de nada sino tristeza por la situación, pues le hubiera gustado que las cosas se hubieran dado de otra manera. Una vez que la 286 R E G A L O D E N AV I D A D recién llegada se acomodó entre todos los presentes la familia de David continuó con la conversación que tenía pendiente. Habrán pasado aproximadamente 30 minutos de charlas sobre anécdotas familiares cuando Cynthia se acordó del viaje a Arizona que había hecho Richard poco tiempo atrás y, mostrando gran interés, le preguntó: − ¿Cómo fue tu viaje a Arizona Richard? ¿Pudiste ver a tu papá? − Sí, me quedé unos días en su casa… − ¡Qué bueno! Me imagino que se habrá alegrado de verte ¿Vive todavía con esa mujer? − Sí, y está trabajando en la construcción. Se puso muy contento cuando me vio y me dijo que las veces que me ve regresar a California se pone un poco nostálgico. Apenas llegué me abrazó fuerte y me invitó a tomar una gaseosa, porque no bebe más alcohol. Recordamos momentos vividos en la infancia mientras mirábamos baseball por televisión y a la noche nos fuimos al bowling, como en los viejos tiempos. La pasamos muy bien al principio, hasta que me puso al tanto de su enfermedad... − ¿Está enfermo? Cynthia arqueó sus ojos celeste poniendo cara de preocupación. − Sí, tiene un problema en el corazón… 287 R E G A L O D E N AV I D A D − ¿En el corazón? ¿Qué problema tiene? Volvió a preguntar su amiga. − Necesita hacerse un trasplante. − ¡Oh! Dios… Richard… ¿Sabes lo que signi�ica eso? Se hizo un silencio en la mesa. De repente la alegría navideña había desaparecido. − Sí… El médico le dijo que si no se operaba no iba a vivir muchos años, pero si dejaba el cigarrillo y la bebida y hacía ejercicios periódicamente podría vivir mucho más... aunque no precisó el tiempo. Todo dependía de cuánto él cuidara su salud. Aunque si se operaba era mucho mejor. Eso me daría tiempo para trabajar duro y juntar el dinero para pagarle la operación. Dentro de dos años me recibo de abogado y mi padre me prometió que iba a cuidarse. A mí y a su mujer. Así que, personalmente, creo que no es tan «grave». Creo mucho en Dios y sé que todo saldrá bien. Papá también es creyente… Tenemos muchísima fe. Todos se quedaron contemplando la fortaleza del joven muchacho, pues en una situación así cualquiera se desmoralizaría. Cynthia se le quedó mirando con una mezcla de ternura y pena, pues sabía que los problemas cardíacos no eran tan sencillos como Richard los planteaba. Otros, en cambio, sospecharon que la salud del padre no era tan favorable como el 288 R E G A L O D E N AV I D A D joven decía y que éste había minimizado el problema para no arruinarles la celebración… Quizás no le quedaba al hombre más de tres años de vida, pero no tuvo la intención o el «valor» de decirlo en ese momento. Por supuesto que hubiese sido más fácil para Richard no haber mencionado ese problema y remitirse a contar las cosas buenas vividas con su papá, pero a Richard le costaba mucho mentir o esconder cosas importantes delante de los Bottoms, pues ellos eran para él casi como su segunda familia. Compartía con David y Cynthia más que con cualquier otra persona, incluyendo su propio padre. − Quizás no tendría que haber mencionado esto justo este día… dijo Richard. Pero… − No… le detuvo Cynthia, tomándole la mano. Si había algo importante que decir como la enfermedad de un ser querido éste era el momento más adecuado para hacerlo, pues la Navidad es el día en donde todos se reúnen para reencontrarse y, si es necesario, apuntalarse. Es un día de unión con Cristo más que de evasión y jolgorio… Hiciste muy bien en decirlo Richard. Fuiste valiente. − Gracias… − Sí, es verdad… dijo David. Mira Richard, no tengo idea de cuánto saldrá esa operación pero te prometo que no te dejaré solo en esta… Podríamos ayudarte con 289 R E G A L O D E N AV I D A D algo de dinero. Podemos sacar un crédito y saldar parte de la cuenta ¿Verdad Cynthia? − ¡Claro! ¿Recuerdas ese compañero tuyo que recibió hace un año un préstamo de tu empresa para que page la deuda de la casa que estaban por rematarle? − Sí, por eso lo menciono. Pero tenemos también la opción del banco… − ¿Y cuánto sale esa operación? preguntó Jessica. − 400.000 dólares contestó Richard. − ¡400.000 dólares! ¡Qué desgracia! respondió la joven. Todos pusieron cara de desconcierto. No podían creer que costara tanto vivir en un país como EE.UU... En este país siempre pasa lo mismo con el tema de la salud − continuó − Si no tienes una buena cobertura médica tarde o temprano te cagas muriendo… − Sí, contestó el padre de David. Y la cosa empeoró desde que subió George Bush al gobierno. Él se encargó de pasar tijera al presupuesto destinado a la salud pública. − Es por eso que yo odio a los republicanos, contestó su mujer fuertemente indignada. Cada vez que ganan una elección los trabajadores volvemos a empeorar. ¡Por eso yo siempre voté a los Demócratas! − Yo también siempre voto a los Demócratas, contestó 290 R E G A L O D E N AV I D A D Jessica. Acá en este país la salud es un maldito negocio. ¿Vieron la película “Sicko” de Michael Moore? Una rescatista del 11 de Septiembre que contrajo una enfermedad respiratoria por causa del polvillo tóxico que había en el lugar tuvo que irse hasta Cuba para obtener los medicamentos que el propio Estado americano le negaba… − ¿De veras? preguntó asombrado el padre. − No te miento. Los remedios le costaban muy caros y no podía pagarlos. Viajó con el «gordo» hasta la isla y allá le dieron los remedios gratis… − Espero que Obama mejore nuestra desmantelada salud pública. Parece un buen hombre… concluyó. Raquel, que se había quedado mirando la conversación sin decir una palabra, se sintió muy incómoda en medio de ese ambiente “progresista”. Aunque hasta el momento no había hablado de política, sabía que era la única republicana del grupo. Ella siempre había apoyado a los Republicanos y creía que Bush era una especie de Capitán América. De protector del mundo occidental. En menos de cinco minutos se sintió inmersa en un búnker demócrata y eso no le gustó. Sin embargo, no pudo evitar sentirse afectada por la salud del padre de Richard y entró en la cuenta que millones de estadounidenses estaban pasando por una situación similar. Era consciente 291 R E G A L O D E N AV I D A D de que la salud era muy cara en su país y que miles de ciudadanos se morían todos años por falta de cobertura médica… Pero ¿por qué en un país pobre como Cuba la salud era gratis y en el país más rico del planeta un remedio costaba un ojo de la cara? Quizás Bush no había hecho todas las cosas bien… Aunque fuera una republicana, no podía desentenderse de las preocupaciones de sus amigos. Pensó en cómo se sentiría ella si su amiga Cynthia padeciera de cáncer o alguna enfermedad grave. Incluso David o la pequeña Caroline, hija de éstos. ¿Quién los ayudaría? ¿El gobierno del país de la Libertad? Ese súbito pensamiento la consternó. Que alguno de sus seres queridos muriera por falta de dinero… Era la primera vez, después de la muerte de su padre, que vivía de cerca una situación tan dramática. Y encima un día de Navidad. Raquel decidió abrir la boca por primera vez y, en un tono muy serio y sereno, dijo: − No te hagas problemas por eso Richard. Si la operación sale medio millón de dólares yo te prestaré el dinero… Podrás pagármelo como puedas y, desde luego, no te cobraré intereses. Yo sé lo que es perder un padre… así que puedes tomarlo como una «atención» de mi parte. Una vez que acabó de decir eso los familiares de los Bottoms, salvo Richard y la apuesta millonaria, se miraron unos a otros con cara de feliz asombro. 292 R E G A L O D E N AV I D A D Incluso Cynthia se sintió sorprendida por la actitud altruista de su querida amiga. − ¿Vas a hacer eso por Richard, Raquel? Cynthia tenía el rostro encendido por la emoción. − ¿Por qué no? Muchos millonarios en este país tienen sus propias fundaciones y hacen, por año, cuantiosas donaciones. Yo no tengo ninguna fundación y jamás hice donaciones a nadie. Supongo, además, que el día que me muera no voy a llevarme toda mi fortuna al otro mundo… ¿Por qué no hacerlo si eso implica poder ayudar a un amigo «tuyo»? Tú quieres mucho a Richard ¿verdad? Siempre me hablas de él y de lo buena persona que es. Bueno, entonces razono que todo lo que haga bien a Richard te hará bien a ti también. ¿Somos amigas no? Me parece que esa sola razón lo justi�ica… Luego añadió. − Tómalo como mi «regalo de Navidad». Cynthia se levantó de la mesa, se dirigió hasta donde estaba su amiga y la ahogó en un abrazo y beso caluroso. No paraba de decirle en la cara lo orgullosa que se sentía de ella. Todos los allí reunidos contemplaban emocionados la feliz escena, como si estuvieran en presencia de una santa viviente. En menos de un instante ella se había transformado en la 293 R E G A L O D E N AV I D A D persona más importante de la casa. Pasó del anonimato a la primicia. Una suerte de Santa Claus con polleras. Raquel iluminó con su luz a toda la casa y a todas las almas. A nadie le cabían dudas de que esa sería la Navidad más inolvidable… Richard, por su parte, se mantenía extrañamente callado. Su cuerpo yacía tieso en el sillón como el monumento de Abraham Lincoln en la ciudad de Washington. Era di�ícil escrutar qué pasaba por la mente de ese muchacho en ese preciso momento. Aunque no era una persona introvertida, sabía cómo debía hacer para ocultarle a la gente sus sentimientos. Cynthia lo miró y con una sonrisa muy amplia le preguntó: − ¿Qué te parece Richard? ¿No es éste el regalo de Navidad más bello del mundo? ¡Ahora tu padre tendrá esperanzas de VIVIR! A Richard le costaba hablar en ese instante. Tenía en su corazón una maraña de sentimientos encontrados. Sentía deseos de rechazar la ayuda de Raquel, pues desde que la había conocido no había dejado de despreciarla. Sintió aversión por ella desde el primer día en que la conoció. Odiaba su super�icialidad. Su opulencia. Su vida “republicana”. Sentía un profundo desprecio por gente como ella pero ¿Cómo negarse a rechazar el dinero si estaba en juego la salud de su papá? No podía jugar con la salud de su padre simplemente por una cuestión de “orgullo 294 R E G A L O D E N AV I D A D personal”. Sabía que debía meterse el orgullo en el bolsillo y aceptar la propuesta de Raquel. No tenía otra opción. Entonces, no teniendo más remedio que aceptar la realidad, habló… − Sí… Creo que es un gesto muy generoso por parte de Raquel… Luego miró a Raquel a los ojos y, con gran esfuerzo, le dijo “Gracias Raquel…” − ¡Richard! le dijo Cynthia riendo. ¡Ponle más ánimo a tus palabras! Ni que estuvieras en un velorio… ¿No te das cuenta que ahora tu padre se va poder operar? ¿Esa es la manera que tienes de agradecerle a mi amiga lo que está haciendo por ti? − Bueno… Es que no soy muy expresivo. Esa es mi forma… − Richard… ¿Saben qué? Cynthia dirigió sus palabras al resto de los presentes mientras continuaba abrazando a su querida amiga. Es que Richard está receloso con Raquel porque piensa que las personas acomodadas son gente descorazonada. No puede aceptar que Raquel le esté tendiendo una mano… − ¡No es eso! se atajó Richard, al ver que su amiga revelaba lo que él sentía. − ¡Sí! Es eso Richard… pero tú no conoces a Raquel. Ella 295 R E G A L O D E N AV I D A D es mi amiga desde hace años y no es lo que tú piensas… Justamente por eso que yo la elegí como tu PAREJA. Porque es la mujer ideal para ti… Pero tú la borraste el mismo día que te la presenté… Siempre estás escapando del AMOR. Richard, tras escuchar la revelación de su amiga, no sabía dónde diablos esconderse. Se sentía avergonzado y se le notaba en la cara. Tanto, que parecía que despedía fuego. Deseaba que la tierra se lo tragara pero sabía que eso era imposible. Finalmente se dio por vencido. Tuvo que reconocer la verdad. Sus prejuicios le habían jugado una mala pasada. Sus prejuicios o falta de madurez. A�lojó su cuerpo y permitió que los nervios se le relajaran. Aún así no pudo articular más palabras… Habían sido demasiadas emociones encontradas en tan poco tiempo y no pudo hallar ninguna forma de poder manejarlas a todas. Raquel, por su parte, contemplaba la imagen vencida del chico con humor y sana satisfacción. Se sorprendió cómo su amiga le había hablado al joven como una madre y lo había hecho entrar en razón. Cómo éste se había sometido rápidamente a sus palabras. Lo que indicaba lo importante que había sido, para la vida de Richard, Cynthia y la familia Bottoms. Se sintió conmovida y feliz por la situación. Nunca había vivido una Navidad así. En el ambiente social en el que se solía mover las celebraciones familiares no resultaban tan cálidas. 296 R E G A L O D E N AV I D A D − Bueno, creo que la señorita Raquel merece un aplauso por parte de todos nosotros. Un gesto así no es algo que uno ve todos los días, dijo el padre de David en un tono solemne pero alegre. Todos al instante volvieron a mirar a Raquel y la aplaudieron. La sala se llenó de ruido y alegría, y ese gesto honró a la hidalga bienhechora. Richard también aplaudió, pero se notó que le costó mucho hacerlo. Su aplauso fue mecánico y seco, como animado mediante control remoto. La situación lo había rebasado y le costaba asimilar las emociones. En lo más profundo de su corazón sentía pena por sí mismo. Algo lo había movido de su centro emocional haciéndole perder por unos minutos su natural estabilidad. Igualmente nadie lo notó, porque nadie en ese momento se dirigía hacia él. Todas las miradas apuntaban a la feliz de Raquel, que se la veía muy emocionada al verse superada por tantas muestras de afecto. − No cabe la menor duda que hoy tuvimos la visita de Papá Noel, dijo Jessica, para cortar un poco el desborde emocional. − Habrás querido decir Mamá Noel, porque Raquel es una mujer, corrigió Cynthia en tono de broma. Todos se rieron al unísono celebrando alegres la ingeniosa ocurrencia. Después de ese evento se levantaron y se dirigieron a cenar al comedor. 298 R E G A L O D E N AV I D A D Ya, cuando mediaba la medianoche, se produjo el obligado choque de copas mientras afuera de la casa se escuchaban los primeros fuegos de arti�icio. − Brindemos por la unidad de la familia, dijo el padre de David. Todos los presentes asintieron. Por Dios nuestro señor para que nos proteja a todos y no nos falte el trabajo y la salud, y a Raquel el éxito en sus negocios. Todos volvieron a asentir. Y por el padre de Richard, para que pueda operarse con éxito y un día ¡nos visite! Todos volvieron a alzar sus copas que luego, llevaron a sus bocas. Por primera vez, en toda la velada, Richard Taylor pudo esbozar una sonrisa. IV Eran cerca de las nueve de la noche y Raquel estaba terminándose de arreglar. Los dos bolsos que iba a llevar en el auto ya estaba listos y sólo faltaba darse unos retoques en el espejo. Mientras peinaba su larga cabellara sintió entrar a su habitación a Daniela. − El joven Taylor la está esperando afuera señora. − Dile que en un minuto salgo. 299 R E G A L O D E N AV I D A D La muchacha salió de la habitación para trasmitirle el mensaje al joven. Cinco minutos después Raquel, junto a la mexicana, salían de la casa con dos pesados bolsos. Richard bajó del coche y las ayudó a cargar los bultos dentro del baúl. Dos minutos después ya estaban rumbo a la carretera que los llevaría directo a Phoenix. El auto de Richard era un modesto Ford Escape que había comprado en una tienda de autos usados. Tenía un pequeño bollo en la parte trasera y algunas rayas al costado de la puerta. Aún así estaba en buen estado y nunca había visitado un mecánico. Por lo menos desde el día que él lo adquirió. Raquel le propuso viajar juntos en su Porsche, pero el muchacho se negó pensando que aceptar esa cortesía sería demasiado abuso de su parte. Además no era lo su�icientemente “moderno” (entiéndase feminista) como para permitir que una mujer lo llevara en su propio auto teniendo él el suyo. Lastimaría sin dudas su ya vapuleado “machismo americano”. Quería viajar de noche pues la ruta, por esas horas, estaba menos transitada y el clima era menos pesado. Al principio sólo intercambiaron unas pocas palabras. A decir verdad unos pocos monosílabos. Pero luego, con el correr de los minutos y ayudados por una carretera tranquila y una noche despejada y espléndida, la cortina de hierro que separaba sus almas de a poco empezó a desvanecerse. 300 R E G A L O D E N AV I D A D − Está linda la noche ¿Verdad Richard? − Sí, está cálida y fresca. Como para tomar algo afuera. − ¿Quieres que paremos a tomar algo en la próxima estación de servicio? − No. Está bien. Además, no es bueno beber cuando uno maneja. − ¿Quién habló de beber alcohol? Yo te hablé de parar a beber algo, no recuerdo haber dicho qué… − Tienes razón. Bien, pararemos a tomar algo apenas veamos una estación de servicio. − Yo invito. − De ninguna manera. Yo debería invitarte. Tú estás haciendo demasiado al haber decidido ayudar a mi padre. Raquel se quedó callada y lo miró. − ¿Piensas que esto es una cuestión de ‹competencia››? Quiero decir de �ijarse en quién da más y quién da menos… Esto no pasa por ahí. Fui yo la que salió con la idea de parar para beber algo y de invitar a la persona que viaja conmigo ¿Me imagino que no vas a quitarme esa SATISFACCION verdad? El joven giró la cabeza y le devolvió la mirada. La palabra “satisfacción” le hizo ruido en la cabeza. 301 R E G A L O D E N AV I D A D ¿Acaso le estaba enviando un mensaje? Se quedó pensando unos segundos y luego, esbozando una leve sonrisa, le contestó: “Está bien, acepto que me invites a beber”. Después de treinta minutos de viajar por una carretera tranquila hallaron una estación de servicio al costado de la Ruta 5. Salieron de la carretera y aparcaron el auto en la playa de estacionamiento. Cuando ingresaron al local, se sentaron en una de las mesas que estaban junto a la pared de vidrio que daba a la calle. No había mucha gente en el lugar y el ambiente era limpio y agradable. La iluminación del recinto era buena y las mesas y sillas estaban en buen estado. El piso de cerámica brillaba como el Sol. − Bonito lugar ¿verdad? dijo Raquel con mucho entusiasmo mientras acomodaba su cartera Gucci a un costado. − Sí, es un sitio lindo ¿Qué quieres tomar? − Quiero tomar un helado de crema. Soy una fanática de las cremas heladas. Tráeme ese cuarto de helado que aparece en aquella lámina, al lado de la expendedora de bebidas. Toma... Le extendió un billete de 10 dólares. − Bien. 302 R E G A L O D E N AV I D A D Richard volvió a los dos minutos con una lata de Pepsi y el cuarto de helado para su acompañante. Raquel destapó el envase y se llevó a la boca la primera cucharada. Después de estar comiendo y bebiendo juntos en silencio durante uno o dos minutos Raquel disparó: − ¿Qué edad tiene tu papá? − Debe estar cerca de los cincuenta. − Es muy joven todavía… Mi padre murió a los 51 años cuando yo no había cumplido los 16. − Lo siento. − Gracias. − ¿Y tu madre? preguntó Richard. − Mi madre se fue con un hombre cuando yo tenía 13 años. Desde el día que se fue no la he visto más. − ¿Es decir que te quedaste completamente sola desde los 15? − No exactamente. Una tía hermana de mi padre se hizo cargo de mí hasta que me hice mayor de edad. Estuve viviendo en su casa dos años y luego regresé a mi hogar, donde me hice cargo de los negocios y del rancho. Mi padre tenía un socio que me ayudó en el manejo de mis bienes. Un hombre honesto y honrado 303 R E G A L O D E N AV I D A D que lo apreciaba mucho a él. El me puso al tanto de todo y me enseñó lo que mi padre no me pudo enseñar. Más tarde, cuando cumplí los 26, me enamoré de un ru�ián y allí lo eché todo a perder… Después que nos casamos, él se peleó con mi socio y empezó a manejar mi negocio por su cuenta. Yo, como estaba enamorada, le hice caso y lo apoyé. Thomas, el socio de mi padre, me advirtió que mi marido me estaba estafando pero yo no le creí. Con�iaba ciegamente en mi pareja y eso me llevó a desestimar sus palabras. Él me convenció de que debíamos invertir en el negocio inmobiliario que, por aquel entonces, estaba en alza. Me dijo que íbamos a ser más ricos de lo que éramos. Resulta que el hijo de perra había sacado un préstamo del banco poniendo como garantía mis bienes. Era mi marido y podía hacerlo. El dinero de la venta de los productos de mi campo los había depositado a su nombre en una cuenta en las Islas Caimán sin que yo supiera nada. Por lo tanto me quedé sin una parte importante de mi capital. Sólo me quedaron las propiedades… Cuando estalló la crisis inmobiliaria y comenzaron los remates y el pánico, quedé endeudada hasta más no poder, ya que no tenía forma de recuperar el dinero invertido. La gente perdía sus empleos y las propiedades se desvalorizaban rápido. Fue un desastre. Casi llegué a perderlo todo... Por suerte conseguí un buen abogado y le inicié juicio. Tuvo que devolverme parte del dinero que me robó y con eso cancelé parte de la deuda. Así pude salvar el rancho y 304 R E G A L O D E N AV I D A D algunas tierras que me había dejado mi padre. Al �inal volví a asociarme con Thomas, que perdonó mi gran estupidez, y juntos pudimos levantar el negocio. En ese momento comprendí por qué mi padre con�iaba tanto en él. Ahora está todo superado y pude volver a mi vida normal. − Se te está derritiendo el helado… − No importa, puedo comprarme otro. Raquel se levantó de la mesa, tiró el helado derretido a la basura y le pidió otro pote de crema a la joven vendedora que atendía en la caja. El haber revivido su traumático pasado la había puesto un poco melancólica. − Son dos dólares con cincuenta, dijo la cajera. − Dame dos latas de Pepsi. Raquel regresó a la mesa y de inmediato destapó su helado. − ¿Para qué compraste más gaseosas? Todavía no he terminado la primera… − No quiero que se me seque la garganta durante el viaje. Además, seguro que dentro de dos horas te va a volver a dar sed. − Tengo botellas de agua en el auto. 305 R E G A L O D E N AV I D A D � Me gusta más la gaseosa... dijo ella. � Como quieras. Salieron de la estación de servicio alrededor de las 9:30 de la noche. A las 10:30 Raquel ya había vaciado su lata de gaseosa y a las 11:00 yacía profundamente dormida en su asiento. Estaba a minutos de llegar a Los Ángeles y seguir su viaje por la Ruta 10. Richard manejaba su Ford con la mirada clavada hacia adelante. De vez en cuando se permitía echarle una mirada a su madura compañera. Su cabeza apoyada levemente sobre el vidrio dejaba entrever su blanco y delicado cuello. Los botones de su camisa semi abierta ocultaban celosamente sus senos. “Es muy hermosa” dijo para sus adentros, mientras pensaba, preocupado, en qué estado encontraría a su padre cuando llegara… − ¿Es cierto que tu padre no está tan grave como nos dijiste en Navidad? le había preguntado Raquel segundos después de haber salido de la estación de servicio. − No lo sé... La última vez que hablé me atendió su mujer y me dijo que mi padre no se encontraba en casa porque se había ido al hospital a hacerse unos estudios. Por la tarde pude comunicarme con él y ahí me puso al tanto de su situación. 306 R E G A L O D E N AV I D A D − ¿Y qué te dijo? − Por ahora su salud no está tan mal pero, si no se opera, en unos años su corazón va a estar peor… Su salud está en manos de Dios y en las ganas que él tenga de vivir. Me contó que eso lo puso muy deprimido y que estuvo a punto de abandonar su trabajo. Ya no tenía motivaciones para nada y se le había dado por beber alcohol. Gracias a su mujer dejó la bebida y ahora siente motivación por hacer cosas. Le dijo que tiene que pensar en su hijo. En las cosas que podría compartir con él ahora que se habían reencontrado. Reconoció que su mujer ha sido para él un gran apoyo en estos últimos años de su vida. − Pobre… Pero no te preocupes Richard. Yo pondré a tu padre en las mejores manos y vas a ver que va a quedar como un auto nuevo. − ¿Como tu Porsche Cayenne? − Mucho mejor que mi Porsche, le dijo con una sonrisa y lo rodeó luego con su brazo. Richard sintió en ese momento como si lo estuviese abrazando una madre… El abrazo de Raquel era cálido y se sorprendió al darse cuenta que, en lo más hondo de su corazón, deseaba que esa calidez no terminara nunca. Comprendió también, en ese abrazo, lo solo que había estado 307 R E G A L O D E N AV I D A D en esos últimos años de su vida. No solo de gente que lo amara. Solo de una compañera… De una MUJER. Raquel, por su parte, sintió por primera vez el cuerpo del hombre que quería. Ese hombre que había perseguido y que le parecía casi inalcanzable. Sí, perseguido, esa es la palabra exacta. Pues si bien se había encontrado con él muy pocas veces, desde el día en que lo vio hasta la noche de Navidad no había dejado de pensar casi ni un día en él. Con más o menos intensidad. Con más o menos expectativas según las circunstancias pero siempre teniéndolo presente. Raquel lo había abrazado y lo bueno de eso fue que no percibió de él ningún gesto de rechazo. Ni siquiera el más leve. Se lo veía frente al volante calmo y re�lexivo… Parecía otro Richard. O tal vez no. Tal vez ese era el verdadero Richard y no el que había visto antes. Un hombre que se protegía del mundo con una coraza de hierro. A Raquel − antes de subirse al auto − le gustó lo que sus ojos le mostraban, y se demoró unos segundos antes de retirar el brazo. Después de ese breve momento de acercamiento, entraron al coche y continuaron su viaje en dirección a Los Ángeles. De allí a Phoenix tenían entre cinco y ocho horas de viaje, dependiendo de la velocidad con que viajaran. 308 R E G A L O D E N AV I D A D V Llegaron a la casa del padre de Richard cerca de las siete de la mañana de un día sábado. Los recibió la mujer de éste y los hizo entrar pronto a la vivienda. Steve, el padre de Richard, estaba desayunando en la cocina y saltó de la silla cuando los vio ingresar. Saludó a su hijo con gran emotividad y Richard hizo lo mismo con él. Habían pasado bastante tiempo sin verse… Padre e hijo estaban nuevamente juntos. Raquel, por su parte, se había quedado a un costado mirando como ambos se saludaban. Deseó tener a su padre vivo para poder abrazarlo como el chico hacía con el suyo. Le resultó imposible en ese momento no sentir una leve nostalgia. Richard, después del saludo, le presentó su acompañante a su padre. − Ella es Raquel, la AMIGA que te conté… − Raquel. ¡Qué mujer más bella! Tú sí que sabes elegir bien a tus amigas hijo… Richard se ruborizó. El hombre se veía con muy buen humor. − Buen día señor Taylor. Es para mí un honor conocerlo. Ambos se saludaron afectuosamente. Luego se 311 R E G A L O D E N AV I D A D sentaron alrededor de la mesa, donde la señora Taylor ya había servido el desayuno. La mesa lucía muy apetente. Había huevos fritos, panceta fría y tortilla de espinaca. Todo eso acompañado con jugo de naranja, yogurt con cereales, tostada de trigo y café. − Sírvanse todo lo que quieran, dijo el padre de Richard. Deben tener mucha hambre después de un viaje tan largo… El joven y su amiga deglutieron la suculenta comida hasta quedar plenamente satisfechos. Mientras comían, aprovecharon la oportunidad para hablar largo y tendido de la salud de Steve y otras cuestiones familiares. La charla se extendió hasta la sobremesa. Luego se levantaron y Richard se fue a recostar a la habitación. Se sentía cansado y con sueño y necesitaba tomarse un descanso. Raquel, en cambio, había dormido bien durante el viaje y optó por salir de compras. Cuando Richard se levantó cerca del mediodía, su padre estaba mirando TV en la sala de estar con una lata de Pepsi en la mano mientras su mujer estaba en la cocina preparando unos ricos emparedados. El joven preguntó por Raquel. − Me dijo que salió a hacer unas compras, respondió el padre. Se rascó la cabeza algo entredormido y se dirigió hasta la cocina. Sacó una lata de Pepsi de la heladera y 312 R E G A L O D E N AV I D A D se sentó luego al lado de su padre. La TV televisaba un resumen de un partido entre Arizona Diamondbacks y Los Angeles Dodgers. Steve era hincha fanático de los D-backs. − ¿Cómo hiciste para conocer a esa mujer? le preguntó el padre a su hijo con una expresión en el rostro que delataba intriga y satisfacción. − Es amiga de Cynthia… La conocí por medio de ella. Alzó su mano y bebió un sorbo de coca. − Mientras tú dormías como un tronco tu amiga y yo estuvimos hablando largo rato. Junto a Mary… claro está. Tú sabes cómo son las mujeres. Me contó que conoce a un médico que hace maravillas en operaciones cardíacas. Me dijo que me quedara tranquilo que todo iba a salir más que bien… ¡No sabes cómo me levantó el ánimo eso! Sin duda es una mujer muy generosa. Pensé que esa clase de mujeres ya se habían extinguido… Destapó la segunda lata de Pepsi y luego lanzó: También me habló mucho de vos. Dice que eres un tipo extraordinario. Richard se sintió sorprendido luego de escuchar esa confesión. No esperaba que Raquel tuviera esa opinión de él. Pero intentó disimular sus sentimientos y siguió tomando su gaseosa. Mientras bebía, miraba como Luis Gonzalez avanzaba hasta la última baza y 313 R E G A L O D E N AV I D A D marcaba otro tanto para su equipo. Luego, sin mirar a su padre, añadió: − Es millonaria. Tiene campos y una gran producción agrícola. Supongo que hacer eso por nosotros no debe costarle demasiado… Igualmente, valoro mucho su gesto. Estás en lo cierto en que es una mujer generosa, además de bella… Pienso devolverle todo el dinero que nos preste, aunque me lleve años hacerlo… El padre lo miró con un aire de humor y curiosidad. Mary, su mujer, irrumpía en la sala de estar con la bandeja llena de unos deliciosos emparedados. − Aquí tienen mientras miran el partido… Los dejó sobre la mesa y se marchó. El olor a jamón ahumado inundó, de repente, el recinto. Las hojas verdes de lechuga fresca asomaban por fuera de los panes. Ambos hombres se zamparon como locos la comida preparada por la mujer. No pudieron resistir el dulce olor de la carne. Mientras devoraban juntos el alimento, el veterano hombre le habló a su hijo. − Ustedes dos harían la pareja ideal… − ¿¿Qué?? − Ja! Ja! Estaba bromeando… Hablando en serio ¿De veras que no te gusta esa mujer? 314 R E G A L O D E N AV I D A D − Es una amiga… Apenas la conozco. Además, tenemos ideas muy diferentes de la vida. − ¿A qué te re�ieres? − Votó a George Bush… − ¿A Bush? Yo también voté a Bush. − ¿Cómo que votaste a Bush? ¿¿Acaso estás con los «millonarios»?? − Me prometió que me iba a dar trabajo. Hacía un año que estaba cobrando el seguro de desempleo. − ¿Y te lo dio? − No. Fue ahí cuando tu madre me dejó. No estaba dispuesta a mantener a un desocupado… − Claro… Ya no le servías… El recuerdo de la madre llenó de fastidio al joven. No quería enterarse más cosas de ella porque mientras más cosas conocía más le odiaba. Se terminó de beber toda la coca que le restaba y luego estrujó la lata. − Me había abandonado a la bebida – continuó su padre − Un día estaba tan borracho que tu madre me tuvo que ir a buscar al bar. Fue cuando caí en casa esa noche en el auto de tu tío Ronnie ¿Te acuerdas? − No la de�iendas… dijo Richard fastidiado. 315 R E G A L O D E N AV I D A D En ese instante se escucha abrirse la puerta de entrada y aparece Raquel con unas bolsas repletas de cosas. Mary le ayuda con las bolsas y las dos mujeres empiezan a sacar la mercadería. Luego Raquel ingresa a la sala de estar teniendo puesta en la cabeza una gorra con visera de color rojo de los Arizona Diamondbacks. − ¡Caray! Miren lo que tenemos acá. ¡Una de los nuestros! celebró el padre de Richard azorado. − Es la original. Me costó 25 dólares. Creo que a usted le quedará mucho mejor. Raquel se sacó la gorra y la colocó en la cabeza de Steve. Los dos parecían llevarse más que bien. Se los veía muy contentos. Esa noche toda la familia cenó fuera de la casa de Mary y Steve. Raquel los invitó a comer a uno de los mejores restaurantes de Phoenix; el Sheraton Wild Horse Pass. A Raquel le gustaba ese lugar porque tenía un toque romántico y su comida, aunque exótica, era más que buena. Su padre la había llevado a comer allí cuando era una niña. Se quedó enamorada del ambiente y la comida. Esa noche los cuatro comensales pidieron de todo. Desde risotto con trufas revueltas hasta carne de búfalo con salsa de peras y jengibre, pasando por un arroz a la naranja con camarones rellenos de cebolla roja y cilantro. Mary se animó a probar todo lo que Raquel le invitaba. No le hizo asco a nada. Se quedó totalmente 316 R E G A L O D E N AV I D A D encantada. Steve y Richard, en cambio, fueron más “convencionales” y pidieron dorado a la parrilla con papas y salsa mexicana picante. No se animaron a arriesgarse a tanto. Desde luego no faltó el mejor vino y los mejores postres que podéis imaginar… Cuando regresaron a casa se sintieron más que felices y esa noche durmieron tiesos como unos troncos. El efecto del buen vino realizó su divina labor. Al día siguiente estuvieron todo el tiempo en casa (amaneció lluviosos y nublado) y Richard, después del lunch del mediodía, aprovechó para dormirse una siesta pues por la noche debía manejar. Cenaron esta vez en casa y luego de una larga sobremesa, donde hablaron todo lo concerniente a la operación, el muchacho y la mujer se despidieron de los an�itriones para iniciar el viaje de regreso. En el transcurso del mismo, Raquel y Richard retomaron por la misma carretera y a la mañana siguiente ya estaban nuevamente en el rancho de Raquel. El Ford aparcó en la puerta de entrada y Raquel se apresuró a sacar las llaves de su cartera para ingresar a su casa. Richard se veía visiblemente feliz, pues su padre tenía ahora esperanzas de vivir… − ¿Cómo haremos para devolverle esa suma? le había dicho Steve a Raquel. Tardaríamos años en juntar ese dinero… 317 R E G A L O D E N AV I D A D − Usted preocúpese por su salud. Lo del dinero ya lo arreglamos con Richard… Su hijo me contó que está por conseguir un empleo en el gobierno como asistente en el Departamento del Tesoro por medio de una pasantía que le otorga la Universidad… Es un trabajo bien remunerado. Se dice que suele haber dinero extra para los abogados cuando hay acuerdo entre el Estado y las empresas… ¿verdad Richard? Raquel le guiñó un ojo… − Este… Sí. Es verdad. Me están por ofrecer un empleo… − ¡Qué bueno! – dijo el padre emocionado − Esto hay que celebrarlo. Ese trabajo te va a servir para que te labres un futuro y no tengas que andar por ahí haciendo colas en una o�icina de empleo para encontrar un maldito trabajo como lo hace todas las semanas tu padre. Raquel… no tiene idea de cuánto le agradezco todo lo que está haciendo por nosotros. Como soy una persona cristiana no puedo dejar de pensar que a usted me la ha enviado Dios. − ¿Y no cree que haya sido así? Raquel le miró y sonrió. − ¿Por qué le dijiste ayer a mi padre que a mí me estaban por dar un empleo en el Estado si no era cierto…? ¿Fue 318 R E G A L O D E N AV I D A D para hacerme quedar bien ante él? − No. Es que estoy segura que tú vas a hacer lo que sea para devolverme ese dinero… ¿O me equivoco? La mujer le miró con un sesgo de complicidad. − ¡Claro que haría lo que sea! Yo siempre PAGO mis deudas. No me gusta quedar debiéndole favores a nadie… − ¡Oh! Lo miró y se sonrió. Por lo que veo eres todo un ‹‹hombre›› le dijo en tono de broma, mientras abría la puerta y se despedía afectuosamente de él. − ¿No quieres pasar a desayunar antes de irte? − No, gracias… Desayunaré en casa… − Como quieras. Maneja despacio. − Lo haré. Una vez que la mujer estuvo fuera del auto se alejó rápidamente en dirección a su rancho. Richard se le quedó mirando dentro del auto hasta que ella llegó al portón. No sabía bien por qué pero, por alguna razón desconocida, no podía marcharse de allí. Al menos hasta ver a su buena amiga desaparecer por completo de su visión. La mujer abrió el portón e ingresó rápidamente a la propiedad. Antes de entrar a su casa, se dio vuelta y vio que el auto de Richard 319 R E G A L O D E N AV I D A D no se había ido todavía. Le hizo un gesto con la mano como invitándolo a entrar. Richard dudó un poco al principio pero después, al ver que le costaba negarse, se bajó del auto e ingresó al dominio. La personalidad de Raquel era más fuerte y eso pudo contra la voluntad del joven. Richard aprendió que ella lo podía cuando él dudaba o bajaba la guardia. − Vamos a desayunar algo bueno juntos. Tienes una cara de hambre que te comes hasta las piedras… Raquel se veía sonriente. Richard asintió con la cabeza y sin decir una palabra le siguió. Ambos ingresaron a la casa y se dirigieron hasta el lujoso comedor. Daniela estaba levantada esperándolos para servirles la comida. Puso en la mesa jugo de naranja, leche y café con tostadas acompañado con rodajas de queso, jamón y panceta ahumada. Más tarde les acercó un bol con frutillas y uvas verdes para que les hiciera mejor la digestión. Richard, aunque cansado por el largo viaje, devoró todo sin reparos. Después de terminar su taza de café, le empezó a entrar el sueño y amagó para regresar a su auto, pero Raquel le propuso quedarse a descansar en su casa. El muchacho no tuvo problemas en aceptar. Dormir en su departamento o en casa de Raquel le daba lo mismo pues el sueño es igual en todas partes (siempre que se duerma cómodo), pero no quiso dormir en ninguna de las habitaciones del rancho y pre�irió tirarse en el sofá. Raquel se fue 320 R E G A L O D E N AV I D A D a hacer sus tareas y el muchacho se durmió en pocos minutos. El largo viaje y el suculento desayuno habían favorecido notablemente su sueño. Las horas fueron pasando mientras el Sol californiano cruzaba todo el cénit. Cuando al �inal Richard despertó, ya eran las 19:30. Echó un vistazo a su reloj y se maldijo. Ya era muy tarde para asistir a la Universidad. Miró a través del gran ventanal y el crepúsculo estaba arribando. Las nubes que cruzaban el horizonte ardían como brasas en un cielo apagado. Se refregó los ojos con los dedos y caminó en dirección al lavabo. Después de enjuagarse la cara salió en la búsqueda de su an�itriona. Recorrió algunas habitaciones pero no la halló por ningún lado. − Daniela ¿Sabes dónde está Raquel? Pues debo marcharme y quiero despedirme. − La señora está en el establo atendiendo sus caballos. − Gracias. Richard salió de la casa pero antes saludó a la empleada. Tal como le había dicho la muchacha, Raquel estaba allí con sus caballos. Le impresionó como estaba vestida. Nunca antes la había visto así. Lucía una camisa leñadora de color rojo ceñida a la cintura con un pantalón corto de jean bastante apretado al 321 R E G A L O D E N AV I D A D cuerpo. También tenía puesta unas botas Clarks de color marrón y un sombrero estilo cowboy del mismo color que el calzado. Su look era verdaderamente sexy, pero Richard hizo un gran esfuerzo para alejar cualquier sentimiento lascivo. No quería que se le notaran sus deseos. Cuando caminó en dirección hacia ella, Raquel alzó la vista y le vio. − Pensé que te habías ido, le dijo la mujer. Y le sonrió. Parecía sentirse a gusto con su inesperada presencia. −No… Me quedé dormido toda la tarde en el sofá. Tengo que marcharme. − ¿Viste que cómodos son...? Hizo luego un movimiento con los pies para mostrarle las botas que calzaba. Las compré en una tienda de remates, aunque no lo creas. � Sí... Son bonitas... le contestó él. Como si no hubiese estado atenta a lo que Richard le había dicho, Raquel llenaba con alfalfa uno de los cubos del equino, mientras le explicaba que ese tipo de hierbas son el alimento preferido de los caballos. − Las leguminosas provocan un aumento del tránsito del intestino delgado. Si la hierba es buena, predispone positivamente a las modi�icaciones de la �lora microbiana intestinal. No me gusta darle otro tipo de alimento, concluyó. 322 R E G A L O D E N AV I D A D − Sí… Le respondió Richard, sin entender demasiado lo que ella le decía. Los asuntos del campo no eran su “fuerte” y además debía marcharse. El joven, en vez de partir, se quedó mirando como ella trabajaba. Cuando estuvo a punto de decirle adiós, sus ojos se encontraron con los de ella. Raquel, lejos de esquivarle la mirada, se la sostuvo. Le miró con esos ojos marrones y le contagió su fuego de mujer. Los ojos de Raquel desprendían un brillo excitantemente sensual. Tanto era el brillo que desprendían que hizo arder el corazón del muchacho. La virilidad de Richard despertó de repente. Estaba hechizado por la expresión de ese rostro, que era una auténtica invitación a la lujuria… Estaban solos los dos en el establo y ella le estaba llamando. Con sus ojos, su cuerpo y su corazón… Con todo lo que tenía para dar. Y Richard se entregó a los brazos de su conquistadora. Ya no podía resistir por más tiempo. Sus débiles defensas se esfumaron frente a ella y ahora, sin blindaje, era otro potrillo más dispuesto a ser domado... El Sol casi se había puesto y Daniela ya estaba preparando la cena. Había recibido estrictas instrucciones de su señora y, como de costumbre, las realizaba con absoluta perfección; “Daniela, quiero que hagas un pavo al horno con patatas acompañado con espárragos bañados en salsa roja de ajo… Saca de 324 R E G A L O D E N AV I D A D la bodega un Beringer rosado y ponlo ya en la heladera. Hazlo antes de que te pongas a cocinar pues me gusta beberlo bien frío. ¡Ah! Y quiero que hoy cenes conmigo... Así que no comas ni bebas nada antes de la cena ¿OK?”. “Sí señora” había respondido ella. El pavo ya estaba en la mesa y lo estaba abriendo con un gran cuchillo. El Beringer pasaba su invierno y la salsa se cocía a fuego lento en la hornalla. Daniela era muy metódica cuando se ponía a hacer sus cosas. No le gustaba la improvisación. Ni se imaginaba que su bella señora estaba a las agarradas con el jovenzuelo adentro del establo mientras ella preparaba la comida. Richard, por su parte, ya le había bajado el pantalón a su an�itriona y empezado a hacer las delicias con sus dedos por toda sus nalgas. Apretaba sus carnes con fuerza sintiendo hasta en lo más hondo de su corazón la suavidad y delicadeza de su piel. La tanga de la californiana se había empezado a a�lojar. No aguantaba más tanto manoseo desenfrenado. La mujer se sentía encantada por la pasión que ponía su compañero. Hacía mucho tiempo que no intimaba con un hombre de esa forma. Las manos de su amante se empezaron a entremeter por los lugares más imaginables. Esos lugares que toda mujer sólo entrega al hombre que desea… − ¡¡Ah!! Así Richard. Así… Tócame en «esa» parte… Ahí, ahí… ¡¡Ahhhh!! El joven seguía las instrucciones de la mujer. 325 R E G A L O D E N AV I D A D Tocaba sólo donde ella le indicaba. Raquel conocía su anatomía femenina y sabía cuáles eran sus puntos más sensitivos. Esos puntos que le hacían perder la razón. Richard descubrió uno de esos puntos neurálgicos en el interior de su vagina y empezó a punzar con su dedo vigorosamente. Raquel experimentó un calambre de placer tan intenso que todo su cuerpo se estremeció. Las piernas le temblaron y casi pierde completamente la estabilidad, pero se sujetó al cuerpo de Richard y de esa forma evitó la caída. Al �inal, ya estaba totalmente sacada... − ¡Hazme el amor Richard! ¡Hazme el amor ahora mismo! No tienes idea de cuánto necesito un HOMBRE... Raquel había entrado en un estado de paroxismo. Las manos de Richard, aún con su poca experiencia, habían hecho maravillas en su sexo y ahora quería ser empalada como una yegua. Quería un potro que la montara. Un potro con verga de burro… Richard accedió a las peticiones de su amante y comenzó besándole el cuello, luego el lóbulo rosado de su oreja y �inalmente su boca. Raquel se excitó al sentir los labios de su hombre y metió su lengua en la boca de él. Ambas lenguas se enredaron como serpientes en celo y la respiración de los amantes se empezó a hacer más entrecortada. Richard, enardecido, la empujó hacia uno de los postes más cercanos y una vez que la tuvo contra el madero se apresuró a bajarle 326 R E G A L O D E N AV I D A D los pantalones. Mientras lo hacía, el cortito pantalón de jean había quedado enganchado en el tacón de la bota. Jaló la prenda con brusquedad hasta que ésta logró zafar y la arrojó lejos sobre la alfalfa. La mujer quedó en bombachas, indefensa frente a los embates del joven. Richard la miró con lujuria y ella, en un espasmo involuntario, alcanzó a mojar su prenda íntima. Estaba excitada y deseaba que Richard le hiciera de todo. El joven se le acercó y le metió mano dentro de sus calzones. Abrió con sus dedos la carnosa gruta y presionó hasta que Raquel gimió. Luego frotó alrededor de la uretra y ella volvió a gemir con más fuerza. Pellizcó levemente su clítoris y el rostro de Raquel se trans�iguró. Lucía desencajado y con la mirada perdida. Parecía poseída por un espíritu dionisio. Completamente distinta a esa Raquel que él conocía... Esa expresión extática de la mujer despertó en Richard tanto morbo que hizo que se desplomaran todos sus prejuicios e inhibiciones. Como si la contemplación de esa imagen sublime hubiera exorcizado viejas ideas y estructuras, empezó a desvestirse con furia con la clara intención de poseer a la mujer. El hermoso potrillo estaba a punto de montarse a la yegua y Raquel, por su parte, lo esperaba con las nalgas abiertas... El espectáculo era digno de ver y más de uno hubiese pagado por ello. La diosa Epona, llena de fertilidad, a punto de «machizar» a su 327 R E G A L O D E N AV I D A D cría. El nacimiento de un hombre nuevo que se forja en el vientre de la Diosa Madre. Y no era que Richard fuera sexualmente virgen sino que, por primera vez, iba a tener sexo de ‹‹verdad››. No con una puta sino con una MUJER. Con una hembra con todas las letras. Llegado a esa instancia imprevista, al joven Richard ya no le importaba nada. Ya no pensaba ni en cuestiones políticas ni en diferencias sociales ni ideológicas. La pasión borra todo eso. Allí estaba Raquel para entregarse completamente a él. Sus emociones aletargadas pronto se liberaron y se perdieron lejos en las tinieblas de la noche. Ahora era un hombre libre. Sin ataduras ni deudas con el pasado. Cuando llegó el momento de amarse, Raquel le dio la espalda y apoyó sus manos sobre el poste. En esa posición Richard le entró por atrás, echando su cuerpo sobre la espalda de la mujer y aferrándose al poste también. Así pegados, el uno al otro, eran yegua y caballo listos para el galope... Apenas el joven comenzó a galopar contra las nalgotas de la veterana, entró en un frenesí de aquellos y se descargó sin poder contenerse. Todo ocurrió en dos minutos, pero Raquel no se preocupó. La “cosa” recién empezaba. Se arrodilló delante de él y le empezó a mamar la verga. El miembro de Richard era bien grueso y la mujer se metió todo eso en la boca. Succionaba con deseo y con pasión pues le encantaba la verga del joven. Cada tanto la tomaba con la mano y la llevaba hacia arriba 328 R E G A L O D E N AV I D A D para lamerle las bolas. Se metía un testículo en la boca y lo sacaba completamente embebido en saliva. El miembro de Richard no tardó en recuperar su vigor y a los pocos minutos ya estaban copulando febrilmente. La yegua ya tenía a su potrillo bien recuperado y éste la montaba con deseo incontenible. ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! − ¡Eso Richard! Dame así… ¡Cógeme! ¡Cógeme bien duro! le decía la mujer al joven, intentando que éste no perdiera el excelente ritmo que había ganado. ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! − ¡Bien! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! − ¡Excelente! Buen macho... buen macho... no paraba de repetir la veterana. En la cocina Daniela cocinaba su pavo. El olor a carne cocida ya empezaba a inundar el ambiente y la salsa que había preparado ya estaba lista para servirse. Los espárragos hervían a fuego lento y el Beringer ya estaba bien frio. Calculó que el pavo iba a estar listo en aproximadamente veinte minutos. Empezó a poner 329 R E G A L O D E N AV I D A D los platos sobre la mesa, las copas, los cubiertos y el pan. Se preguntó qué estaría haciendo su señora, pero no se animó a buscarla por la estancia por temor a quedar como una entrometida. Aunque hacía un par de años que trabajaba en casa de Raquel y ya tenía con ella una enorme con�ianza, siempre procuraba no sobrepasar los límites y nunca se acostumbraba a decirle “señorita”. Aunque Raquel le había dicho más de una vez que no le dijera “señora”, la muchacha no podía con su hábito y de tanto en tanto se le escapaba el “señora” de su boca. Mientras el pavo se cocinaba lentamente en la Whirlpool de acero inoxidable, otra cosa se estaba cocinando en otro horno a metros de ella. Richard Taylor hacía varios minutos que venía sacudiéndose a la veterana. El canal vaginal ya había entrado en calor y sus jugos calientes chorreaban por la vulva como el jugo aceitoso del pavo chorreaba por la bandeja acerada. El miembro del muchacho también estaba que ardía y su glande se había in�lamado dentro de la vaina de Raquel. Ya nada �ísico cabía en ese hornillo natural, salvo cosas intangibles como la pasión y el calor. Faltaba sólo el líquido viscoso que desprende el macho en la instancia �inal. Ese líquido refrigerante que aplaca los ardores venéreos de la hembra. Finalmente Richard se corrió dentro de ella. Había resistido todo lo que pudo y ya no podía evitar la eyaculación. Raquel sintió como él se había venido y alcanzó a retenerlo cuando él quiso 330 R E G A L O D E N AV I D A D separarse. Mantuvo al joven bien sujeto a su cuerpo y no lo soltó hasta que entregó su última gota... Quería todo de Richard. No perderse nada. Ambos cuerpos terminaron exhaustos y se tiraron sobre la alfalfa para recuperarse de la brega. Una vez recuperados de la misma, ambos amantes se reincorporaron entrando en la cuenta de que ya era de noche. − Ya Daniela debe tener lista la comida, dijo Raquel. Cambiémonos rápido y volvamos a casa. Cuando ingresaron a la cocina, la mexicana ya había puesto la mesa y recién estaba sacando el pavo del horno. Raquel invitó a Richard a quedarse a dormir en su casa y el joven aceptó. Cenaron junto a Daniela la exquisita comida preparada por ella y, cuando se hicieron las diez, ella lo llevó a su dormitorio. El cuarto de Raquel era cómodo y lujoso, con toques clásicos en la estructura de la cama y los muebles. Las paredes eran blancas menos la que daba al respaldo de la cama, que era de color marrón tierra. Había cuadros en las paredes y una planta de interior en una de las esquinas. − ¿Te gusta mi dormitorio Richard? − Sí, es muy hermoso. − Podría ser tuyo si quisieras… La indirecta de Raquel perforó la mente del joven 331 R E G A L O D E N AV I D A D como una bala de plata. Le estaba proponiendo, si no ser su esposo, al menos ser su amante. − ¿Quieres que sea tu «hombre»? − ¿Y por qué no? ¿Acaso me tienes miedo? Richard se quedó pensativo. Luego, titubeando, contestó. − Tengo miedo del amor… Me cuesta entregar mi corazón. − ¿Y por qué te cuesta entregar tu corazón? ¿A qué le tienes miedo? Richard volvió a hacer silencio. Le costaba mucho expresarse abiertamente. Era un hombre y como tal no le habían enseñado a expresar sus emociones. Finalmente se decidió a responder. − Supongo que a que me lastimen. − ¿Y por qué piensas que yo querría lastimarte? Raquel se le acercó y le tomó la cara con las manos. Yo jamás te lastimaría, le dijo, y lo abrazó como si fuera su madre. Richard sintió ese calor maternal, y al sentirlo, se aferró a él. Ese abrazo le devolvió la seguridad. Se sintió fuerte y seguro de sí mismo. Raquel lo hizo sentirse viril. Hombre. Sus miedos se desvanecieron… − Sí, le dijo. Acepto ser tu hombre Raquel. A tu lado 332 R E G A L O D E N AV I D A D comprendí que debo cambiar. Que ya no puedo seguir siendo el mismo de antes… Sigo sintiendo algo de temor. Te mentiría si te digo que todos mis miedos desaparecieron. Pero la con�ianza que tengo en vos es mucho más fuerte que mis miedos. Siento que debo crecer. Que no puedo pasarme la vida escapando ni escondiéndome del amor como un niño asustado. Debo aprender a ser hombre y a abrir mi corazón. Ser fuerte. Tu eres fuerte y valiente ¿Por qué yo no? Raquel le escuchaba atentamente, disfrutando de cada cosa que decía. Sus oídos le hicieron escuchar esas palabras que había estado esperando. Esas palabras que deseaba que él dijera pero que se habían negado por esas cosas de la vida. Todo le estaba saliendo tal cual lo soñó en un principio. Con Richard aceptando el amor y eligiéndola a ella como su mujer. No podía ser más perfecto… − Te juzgué mal durante todo este tiempo – continuó Richard diciéndole a Raquel � pero el curso de las cosas me enseñó que estaba equivocado. Finalmente concluyó: − Acepto se tu hombre. Y si quieres que nos casemos también… Acepto todo lo que me propongas. Quiero que seas mi mujer. Quiero ser feliz a tu lado Raquel… Apenas Richard terminó de hablar, Raquel lo 333 R E G A L O D E N AV I D A D arrastró hasta su boca y lo besó. Él sintió la intensidad del beso y no pudo resistirse a su sabor. Era intenso y profundamente sensual. Esos besos que penetran en el alma y te hinchan el corazón de gozo. Que te dejan clavado en el piso sin darte la posibilidad de moverte. Richard sintió ese gozo y se entregó. Ella sintió lo mismo y lo aferró más a su cuerpo. Lo poseyó a tal punto de no darle la posibilidad de escapar. Quería que fuera suyo. Suyo y de nadie más. Pronto sus lenguas se enredaron y empezaron a jugar con frenesí. Se buscaban, se querían, se deseaban. El éxtasis del amor los invadía, venciendo la dualidad hombre y mujer. Un aura de color rosado comenzó a envolver sus cuerpos. Al principio fue tenue, de no más de unos pocos centímetros, pero después se hizo más fuerte, extendiéndose hasta el cielorraso. Nadie que hubiera estado presente en ese momento delante de ellos podría haber visto con sus ojos ese magní�ico fenómeno. Muchas cosas extraordinarias ocurren en nuestras vidas sin que lo sepamos. Pero el amor, cuando es verdadero, también tiene su expresión en el mundo �ísico. Richard y Raquel en ese beso habían conjurado al espíritu del amor, y ese despliegue ostentoso de energías presagiaban la venida de una unión duradera. − Quiero que nos casemos pronto, amor… le dijo Raquel al joven. 334 R E G A L O D E N AV I D A D − Como quieras, yo sigo tus pasos. − Ya no tendrás que pagarme la deuda. No se le puede deber a una esposa. Raquel miraba a Richard con una sonrisa. − Claro que se le puede deber… pero lo que se debe se puede compartir. − ¿A qué te re�ieres con eso? − Ya lo verás cuando te enteres… 335 R E G A L O D E N AV I D A D EPÍLOGO Raquel y Richard se casaron en la fecha elegida por ella. La �iesta se llevó a cabo en el rancho y asistieron muchas personas. Estuvieron presentes familiares de la mujer, sus amigos y el padre del joven. También la mujer de Steve y familiares de la familia Bottoms. Steve fue operado con éxito y siguió viviendo en su casa de Phoenix. Vivió muchos años con su mujer hasta que un cáncer de colon un día se lo llevó. Richard se quedó con su recuerdo y con todas las cosas buenas que le había dado. Caroline se hizo mayor e ingresó pronto a la Universidad. Estudió la carrera de medicina y ahora es una médica feliz y exitosa. Formó pareja con un compañero de clase y se fueron a vivir en un pueblo cerca de Denver. Sus padres, Cynthia y David siguieron juntos viviendo en la misma casa, que ahora les quedaba más grande por la ausencia de su única hija. Continuaron su amistad con Richard y Raquel, que los iban a visitar las veces que podían. Cuando Raquel hacía una �iesta en su casa los Bottoms casi nunca faltaban. De la vida de la madre de Richard poco su supo, sólo que su marido la dejó por otra mujer más joven. El hijo que había tenido con él se fue a vivir a la ciudad de New York y actualmente ella, al parecer, está viviendo sola en algún lugar de California. Por su 337 R E G A L O D E N AV I D A D parte Raquel, continuó manejando sus campos como siempre y alcanzó su sueño de poder tener su propia línea de perfumería. En lugares como Paris o Madrid, incluso Londres o Milán, podían verse los frascos de “Raquel Wagner” en las vidrieras. Richard, después de haberse recibido de abogado, ejerció su profesión durante un tiempo pero luego comprendió que la justicia no era para todos sino para aquellos que podían pagarla. Tuvo que defender a un empresario acusado de contrabando, a una empresa constructora que se negaba a pagarle una indemnización por accidente a un obrero, a una aseguradora médica y a una empresa de sepelios, entre algunas de sus muchas labores. El día que se hartó de todo eso abandonó su profesión, no sin antes haber hecho una buena suma de dinero. Raquel le propuso trabajar para ella, y así Richard se transformó en el socio de su esposa. También en su empleado y chofer. Digamos que estaba para todo lo que ella necesitaba, pero siempre se llevaron bien. Nadie invadía el espacio del otro. Cuando dejó de�initivamente la abogacía, con el dinero ganado compró una hermosa cabaña en un bosque de Santa Rosa, del mismo estado. La vivienda, lujosamente amueblada, tenía unas paredes de vidrio que permitían ver desde dentro los abetos y un pequeño arroyo que pasaba cerca de allí. Tenía hogares por toda la casa, lo que garantizaba en invierno una buena calefacción. En el bosque había sequoias – árboles altísimos 338 R E G A L O D E N AV I D A D y ancestrales − razón por la cual las autoridades controlaban mucho las actividades del lugar. Desde luego todos esos cuidados no evitaban la posibilidad de un incendio, pero daban mayor seguridad a los ya maltratados bosques estadounidenses. Cuando la casa estuvo terminada, Richard llevó a su mujer hasta allí. − ¿Te gusta la cabaña mi amor? − ¡Es maravillosa! ¿De veras que es para mí? − Tiene tu nombre, se llama “Raquel`s House”. No soy muy bueno eligiendo nombres, pero el arquitecto que me la construyó me dijo que estaba bien. Le señaló con el dedo el cartel de madera barnizado que tenía grabada la inscripción con el nombre. Raquel ingresó en la vivienda y recorrió todas las habitaciones. Estaba encantada con el diseño. Las paredes externas eran de madera y las internas de material. El techo era de tejas negras y tenía un pequeño altillo a dos aguas que daba en dirección al arroyo. Ideal para hacer el amor por la mañana... − Mi padre quería tener una cabaña así… – dijo Raquel con un tono nostálgico – Pero se murió antes de poder llegar a construirla. Yo podría haberla construido. Haber hecho realidad su sueño. Pero me produce mucha nostalgia estar sola en un lugar así. Podría haber venido con amigas, pero el problema es que no siempre 339 R E G A L O D E N AV I D A D ellas están disponibles. Es por eso que siempre, para vacacionar, preferí la ciudad. Si es posible cerca de una playa, como Marbella o Copacabana. Pero ahora, que estás a mi lado, mis sentimientos son diferentes. Contigo no me siento sola. El fantasma de la soledad pasó… Y siento que mi padre me mira desde algún lugar del universo. Me mira y me dice sonriente “Muy bien hija… síguelo haciendo así. Estoy orgulloso de lo que haces”. Raquel en ese instante se emocionó. Y una lágrima rodó por su mejilla de porcelana. No era una mujer de llorar, pues había llorado mil veces por dentro. Llorado en sus sueños nocturnos. Llorado a solas sin que nadie la viese. Richard se acercó y la abrazó. Abrazó a esa mujer que había cambiado su vida. La abrazó y lloró junto a ella y quería estar con ella hasta el �inal de los tiempos. Hasta que el mundo entero se acabase. Hasta que la luz del Sol dejara de alumbrar la Tierra… Todas las parejas pueden fallar. Pero no tienen que hacerlo por el tiempo o por la edad. Si luchas por lo que quieres puedes llegar a ser feliz. Recuerda que la llama del amor sólo se apaga cuando deja de arder... Cuida esa llama todos los días. 340 Love Story (Una historia de amor) Ella era 22 años mayor que él Pero la pasión no respeta edad El amor entre ambos era auténtico y sincero ¡Empieza la diversión! Comienza el dulce tormento... 3 minutos después... 5 minutos y el joven no da más!!! 6 minutos y ya estaba sobre ella ♥♥♥ Su tranca caliente llegaba hasta el cuello del útero... El juego de lenguas es fundamental para llevar el éxtasis a su punto máximo Ahora son dos cuerpos en uno Emoción.. El abrazo maternal... ... y un amor sin límites SIEMPRE TE AMARE... FIN Matriarcado del Amor Sobre la autora: De niña me fascinaron los mundos mágicos, las historias de misterio y las películas de terror. Cuando crecí tuve deseos de llegar a ser algún día una bruja poderosa. No para echarle maldiciones a la gente sino para sentirme parte de algo mucho más grande. A causa de eso me interesé de joven por las ciencias ocultas, pensando en que eso me abriría las puertas al mundo de los saberes mágicos. El conocimiento de esas artes milenarias me dio algo mucho mejor que poderes para cambiar el mundo. Me dio el poder para cambiarme a mí misma, para conocerme y comprender más a las personas. Fue así como me convertí en una bruja, aunque no la bruja que imaginaba de niña… Estudié por mi cuenta psicología, sociología, historia antigua, antropología. Todo aquello que tuviera que ver con lo “humano”. Después de leer y aprender mucho se me dio finalmente por escribir. Tuve mis maestras, que sería largo enunciarlas. También mis maestros, que me enseñaron lo equivocada que estamos las mujeres en muchas cosas. Matriarcado del Amor es mi primer libro, ¡pero para nada va a ser el último! Tengo muchas cosas que trasmitir y poco tiempo para poder hacerlas. Actualmente estoy abocada a la investigación de la cultura medieval, la historia de las civilizaciones antiguas y los misterios de la mente humana. Además estoy viviendo con un hombre algunos años menor que yo. No tenemos planificado tener un hijo, pero puede que en el futuro se nos dé. Más allá de ese pequeño “percance”, mi pareja dice que soy la bruja de sus sueños… Bendiciones de la Luna para todos. Maquetación: Elizabeth Blackwood Mujer de la portada por Giovanna Casotto Las imágenes que encabezan cada capítulo (a excepción de “Regalo de Navidad”) pertenecen a la artista Giovanna Casotto, de quien me he permitido usar sin permiso sus imágenes. Espero que la autora, por la cual me une una profunda admiración, sepa perdonar mi delito. Pueden dar con su trabajo (y quizás su mail) si la buscan por la web. Se maravillarán de su extraordinario talento. Las fotos eróticas que pueblan estas páginas las busqué por internet con ayuda de mi pareja y su fin es sólo decorativo. Eran tantas que me vi obligada a descartar la mayoría. Espero que hayan quedado las mejores. Actualmente estoy trabajando simultáneamente en tres libros. Uno de ellos es del género erótico y el otro sobre misterio y sexo. Habrá cuentos tradicionales, de brujería y algún que otro lobo o vampiro colado... El tercero es un libro personal que trata sobre mi fe espiritual. Es una pequeña autobiografía de mi propia vida aquí en la Tierra ¡Espero que este último no les aburra! (la vida no es sólo diversión...) e-mail: eliza.blackwood@gmail.com Esta obra tiene derechos de propiedad intelectual Nro: 1403240415341 Fecha 24-mar-2014 8:09 UTC Licencia de SAFE CREATIVE