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Luna Blanca
Elizabeth Blackwood
erótica
Matriarcado
del Amor
Historias
inolvidables
de mujeres
maduras
con hombres
jóvenes
Matriarcado
del Amor
Título: Matriarcado del Amor
Autor: Elizabeth Blackwood
© 2013 Luna Blanca
2da. EDICION (2014)
ISBN: 978-987-26527-5-3
Todos los derechos reservados
Matriarcado
del Amor
ANTES DE LEER
Este libro es el primero que escribo y trata sobre
el tema del amor. Más precisamente sobre el amor entre
mujeres maduras y hombres más jóvenes. ¿Por qué elegí
este tipo de relaciones en vez de otras socialmente más
“aceptadas”? Porque cada vez es más común que una
mujer mayor se permita salir con un tío de menor edad.
Ya no nos sorprenden tanto esas noticias de tías maduras
liándose con hombres más jóvenes. O de hombres más
jóvenes buscando a una mujer madura. Además de
esa razón, decidí escribir estos relatos porque a mí,
en lo personal, me parecen historias que, cuando son
románticas de verdad y no aventuras pasajeras, poseen
un encanto especial que las hacen diferentes del resto.
Puede que alguna mujer se sorprenda si le digo
que existen historias verdaderamente románticas entre
una mujer mayor y un hombre mucho más joven… Si no
está enterada de esto, es porque no se tomó el trabajo
de buscarlas en Internet. Para no quedarme con las
ganas de darle un buen ejemplo de ello, usted tiene el
caso de Mary Kay Letourneau, un caso de amor real muy
famoso ocurrido en EE.UU entre una maestra de 33 años
con un alumno de 12. Desde luego la relación fue, en su
momento, todo un escándalo. Después de conocerse en
el colegio donde ambos asistían la maestra y el alumno
se enamoraron. Ella quedó embarazada de su alumno y
posteriormente fue juzgada por violación de un menor.
La noticia se hizo eco en la prensa y sacudió a la sociedad
norteamericana. La maestra fue lógicamente a la cárcel
y se le ordenó estrictamente mantenerse alejada del
joven. Pero éste la siguió visitando en la prisión pues
jamás dejó de amarla. El amor, cuando es VERDADERO,
es más fuerte que los prejuicios sociales. Ella vuelve
a quedar embarazada en la propia cárcel después de
tener un encuentro con el chico… y, después de más de
siete años tras las rejas, la mujer �inalmente recuperó su
libertad.
¿Cómo terminó la historia?
Una vez libre la mujer contrajo nupcias con el joven
y quienes les entregaron las alianzas a los enamorados
fueron... nada menos que sus dos pequeñas hijas.
¿No es una historia genial? Digna de una película
de Hollywood.
La pareja luego vendió la exclusiva de la boda a
los programas de ENTERTAINMENT TONIGHT AND
THE INSIDER, lo que les permitió obtener una suma
importantísima de dinero. Pero este caso de amor
platónico no es el único… Tenemos otro que le ocurrió
a Leah Gayle Shipman, una ex profesora del condado de
Brunswick, Carolina del Norte, EE.UU, que fue acusada
de tener relaciones sexuales con un alumno de 15 años.
Su marido se enteró de la in�idelidad y pronto se divorció
de ella. Leah fue arrestada en Enero del 2009 por los
cargos de abuso sexual con un estudiante, estupro y
libertades indecentes. De forma inmediata la maestra fue
suspendida de su empleo y no le fue renovado su contrato
de trabajo. Acorralada por la justicia, la docente se
declara culpable de su “delito” y todo parecía indicar que
terminaría tras las rejas como Mary Kay... Sin embargo,
no fue a la cárcel. Su enamorado, el estudiante Johnnie
Ray Ison, se casó con ella y así la mujer se salvó de ir
presa. Resulta que, según la ley de ese estado, el cónyuge
de un acusado no puede ser obligado a declarar en su
contra en casos penales, por lo que, tras el matrimonio
contraído por las partes, la ex profesora pudo eludir la
Justicia.
¿Quién le �irmó al menor la licencia para que éste
pudiera casarse con ella salvando de esa forma a la
docente?
Sabemos que un menor, aquí o en la China, no
puede �irmar nada por su propia cuenta. La persona
que �irmó la autorización de matrimonio fue la propia
madre del menor, lo que indica claramente que ésta no
interpretó la conducta de la docente como un abuso
contra su hijo. Un detalle que, en este tipo de casos, no es
para nada menor. ¿No es otra historia increíble?
Podría llenar hojas informándoles sobre historias
como éstas que no son tan “extrañas” como parecen
aunque, desde luego, la mayoría de ellas sabemos que
son historias fugaces (lamentablemente).
Sorprendida e intrigada al enterarme de estos
romances tan particulares que desa�ían las convenciones
humanas, me pregunté, curiosa, cuáles serían las
“minucias” que acompañaron en su momento a esas
fogosas pasiones. Detalles y vivencias que no aparecen
en absoluto en las páginas de los periódicos y que se
perderán para siempre en el silencio de aquellos que,
felizmente, las vivieron. Así, completamente privada de
esos “pormenores”, decidí yo rellenar eso huecos y escribir
un libro para satisfacer mi propio placer… Imaginar
cómo se fueron dando esas situaciones y cómo fueron
vividas por sus protagonistas. Por supuesto, agregando
siempre un poco de lo mío, ya que es imposible imaginar
esas cosas sin recurrir por la fuerza a las propias
fantasías.
Todo relato de amor es, hasta cierto punto una
autobiogra�ía, aunque ésta sea sólo imaginaria. Puede
que las historias contenidas aquí sean demasiadas
románticas para su paladar y espero que me sepa
perdonar si en algún momento peco de ser poco
�realista�. Pero no es menos cierto también que el
romanticismo es la «sal de la vida» ¿o no? Si no fuera
así, para qué escribir entonces historias de amor. Por
otra parte, que una historia sea más o menos romántica
depende en buena parte de nosotros. El amor es como
cocinar un pastel. Miremos por un momento a mujeres
como Mary Key...
Después de que leas este libro, si eres una mujer
liberada y sin prejuicios, puede que ames este tipo de
historias. Me he esforzado bastante para que así ocurra y
he tratado de no guardarme en el tintero absolutamente
nada. En ella aparecen hombres que a más de una le
gustaría tener. Si te interesa uno en particular, seguro que
lo meterás en lo más profundo de tu ser y no lo olvidarás
jamás. Lo buscarás entre la turba de la gente sin poder
encontrarlo, como en un acto re�lejo, y luego volverás
a releer este libro una y otra vez para encontrarte de
nuevo con él o reproducirás estos relatos de erotismo en
la pantalla imaginaria de tu mente reinventando cada
una de estas historias... agregándole, quizás, matices
nuevos... adecuando cada diálogo u experiencia al que
tuviste alguna vez con un hombre que te encendió y que
te hizo gozar.
Estos hombres que des�ilan por estas páginas
vivirán contigo para siempre. Nunca te abandonarán.
Y esto es así porque te aman y te necesitan. Porque
eres la madre “prohibida” que esperan. Eres la Isis
que adoraban los egipcios. La Deméter que veneraban
los griegos. Dales tus manos, tus pechos, tu vientre.
Arrúllalos debajo de tus faldas. No cometas el pecado de
dejarlos solos. Tampoco quiero que me des las gracias
por haber escrito este libro, ni me idolatres si llegara a
gustarte, porque estos relatos no me pertenecen… Yo soy
simplemente una contadora de historias, una gitana que
lee tus manos, una gualichera errante que busca calmar
tus ansias con yuyos y hierbas mágicas sembradas a la
luz de la Luna. Estas historias te pertenecen a ti, a mí y
a todas las mujeres. Es nuestro patrimonio y derecho. Es
nuestro dominio y estandarte. Nuestro reducto. Nuestro
cónclave. Por ser mujeres. Por ser hembras. Por ser la
madre paridora de la especie.
Elizabeth Blackwood
INDICE
La Madrastra (15)
Mujeres Enfrentadas (85)
Historias Cruzadas (157)
La Amiga de la Madre (208)
Regalo de Navidad (242)
“La Madrastra”
LA MADRASTRA
I
No fue fácil la vida de Carmen. No incluso hasta
que se casó con un maduro norteamericano de nombre
Alan Turner, dueño de una importante inmobiliaria
en el estado de Texas, EE.UU. Como muchas otras
muchachas mexicanas, emigró hasta el país vecino
con el objeto de poder labrarse un porvenir. Buscaba
conseguir algún empleo o poder casarse con algún
americano que le permitiera obtener la nacionalidad.
Lo logró al �inal de cuentas después de remarla sola casi
un año y se fue a vivir con él en una cómoda vivienda
ubicada en la pintoresca ciudad de San Antonio, del
mismo estado. Su marido, un tipo mucho mayor
que ella, había perdido a su mujer en un accidente
automovilístico hacía unos años atrás. Situación
que lo llevó a quedarse solo con su único hijo Alex,
de tan sólo 5 años, fruto de esa relación. El hombre
estuvo sin pareja durante todo ese tiempo hasta que
conoció a Carmen, recientemente emigrada de 28
años, que trabajaba de cajera en un supermercado
ubicado cerca de su propia inmobiliaria. Le llamó la
atención su aspecto �ísico y la personalidad cálida que
trasmitía. Carmen era una mujer alta, de tez morena
y de unos contornos bastante llamativos. Su rostro no
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LA MADRASTRA
era demasiado bonito pero sí armonioso y agradable.
Su carácter era bien diferente al carácter frío de las
mujeres del norte, cuyo único interés personal pasaba
(y pasa) por realizarse en una profesión y conseguirse
un hombre que las �aguante� para poder comprarse
una vivienda y formar, más adelante, una familia (si la
cosa marcha bien).
Es bien sabido que a los hombres de Texas les
gustan mucho las mujeres latinas y Carmen no era
en absoluto una mujer a depreciar. Alan Turner no
era la excepción en el mundo de los machos tejanos
y no se tardó demasiado tiempo en echarle un ojo
a la sensual mexicana. Lo más importante de todo,
necesitaba una nueva “madre” para su hijo. Una mujer
que se encargara de un varón que ya tenía 9 años. No
tardaron en hacer “buenas migas” apenas ambos se
conocieron, y Turner le propuso pronto matrimonio.
Carmen no dudó en decirle que sí y en pocas semanas
ya estaba viviendo en casa de él. La unión entre estas
dos criaturas era lo que podríamos llamar una relación
«ideal». Una necesitada de un reaseguro económico y
el otro necesitado de una joven nodriza. Más ejemplar
no podía ser. ¿La necesidad tiene cara de hereje? Pero
las cosas se dieron así. Al señor Turner nunca se le
había dado bien eso de ser un hombre moderno. Eso
de limpiar la casa y hacer la comida para su cría no era
su punto más fuerte. No terminaba nunca de entender
eso de la “liberación femenina” y prefería tener un
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LA MADRASTRA
hogar al estilo familia Ingalls: mujer en casa cuidando
el hogar y el hombre afuera trayendo el sustento. Las
mujeres norteamericanas eran demasiadas liberadas
para él y las latinas parecían ser las mejores adaptadas
para desempeñar ese tipo de rol tradicional. Más
cuando éstas andaban necesitadas de conseguir el
derecho de ciudadanía en un país que no trataba
demasiado bien a los negros y a los inmigrantes. Por
el lado de Carmen, la liberación femenina siempre le
había parecido un notable progreso para la vida social
de la mujer. En México el movimiento feminista había
ganado más fuerza después de la década del 60` y a
ella le entusiasmaba el poder tener algún día un título
universitario y poder ganarse la vida en una gran
ciudad como una mujer profesional e independiente.
Pero en México, la situación socioeconómica de la
mujer no había mejorado tanto como las condiciones
políticas y civiles y, cuando sintió que ya era hora de
cruzar la frontera para buscar nuevos derroteros, tuvo
que olvidarse por un tiempo del feminismo y apostar
por encontrar un �Charles Ingalls� que la mantuviera.
Afortunadamente Charles apareció.
Ya llevaban cinco años de casados cuando Alex
acababa de cumplir los 14. El joven había empezado
la secundaria en una escuela a pocos kilómetros
de donde vivía y andaba muy bien en casi todas
las materias. Era el capitán del equipo de básquet
formado con los chicos que integraban su cursada
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LA MADRASTRA
y tenía un poster enorme, en su dormitorio, de su
máximo ídolo Manu Ginóbili, un argentino que se
había hecho famoso en la competitiva y elitista NBA
jugando para el San Antonio Spurs. Carmen llevaba y
traía a su hijastro a la escuela en un lujoso auto que
le había comprado su marido, a la vista de todos sus
compañeros de cursos que no dejaban de echarle
un ojo a su atractiva “mamita” cuando ésta se bajaba
de su Ford Mondeo. No era que Alex no fuera lo
su�icientemente mayor como para ir a la escuela solo,
pero cuando se cuenta con una madre tan predispuesta
a ofrecerle a su hijo ese tipo de comodidades, la cosa
se torna diferente. Ya por entonces Alex se estaba
haciendo mayor y comenzaba a sentirse atraído por
las chicas, aunque no parecía interesarse todavía por
ninguna en especial. El muchacho decía que sólo tenía
amigas y se apresuraba en dejar la conversación allí,
aunque Carmen ya lo había descubierto una noche
frente a su PC mirando chicas por Internet. Se dirigió
ese día a su dormitorio para preguntarle si quería que
le dejara la cena en la mesa pues no había venido a
cenar y, cuando miró a través de la puerta que había
quedado entreabierta, lo enganchó masturbándose
frenéticamente frente al monitor de su ordenador. No
pudo evitar sentir curiosidad y atracción por lo que
estaba haciendo su hijastro, por lo que se quedó unos
segundos espiando a escondidas mirando cómo él
se estimulaba. Pero, sintiendo un poco de vergüenza
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LA MADRASTRA
de ser descubierta por el joven, cerró con cuidado la
puerta y regresó a la cocina donde estaba su marido.
“Dijo que va a comer más tarde” le contestó a Alan, que
estaba todavía comiendo en la mesa. Luego guardó
la comida en la heladera. Esa noche Alex no cenó. Ya
se había dado un suculento banquete con las carnes
jugosas que venden en Bangbros.
Carmen era una buena mujer y venía cumpliendo
muy bien su rol maternal. Realmente se preocupaba
por hacer bien las cosas y, aparte de atender como
es debido a su marido, había experimentado mucha
curiosidad por saber qué clase de chicas le gustaban
a Alex. No se escandalizó para nada después de lo
visto aquella noche. Ella sabía que los chicos de esa
edad se estimulaban mirando videos y revistas porno
pues, cuando vivía con sus padres en México, había
descubierto algunas de esas revistas escondidas
debajo del colchón en la cama de su hermano mayor.
También había visto un día las sábanas manchadas,
en esa misma cama, cuando su madre la mandó a
retirarlas para llevarlas al lavadero. Y más tarde,
cuando tuvo su primer novio, éste también le confesó
cómo se castigaba en el baño con la foto de una
famosa modelo brasilera cuando éste apenas había
entrado en la adolescencia. En �in, a Carmen le pareció
algo de lo más normal ver a Alex haciendo esas cosas
propias de su pubertad. Así que dejó el tema ahí y
no le dio mayor trascendencia. Tampoco le contó
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LA MADRASTRA
nada a su marido pues pensó que éste no le daría
importancia. Sin embargo, la mujer no tardó en darse
cuenta cómo Alex empezaba a mirarla de una manera
peculiar con una frecuencia cada vez mayor, aunque
el joven esquivaba rápidamente la mirada cuando
ella, circunstancialmente, dirigía sus ojos hacia él.
A veces sus miradas se cruzaban por sorpresa y ella
notaba cómo él le había estado mirando los pechos
e incluso el carnoso trasero. Una vez le pareció
que las bombachas que guardaba en el cajón de su
dormitorio estaban medio revueltas, aunque después
de contarlas cuidadosamente comprobó que no le
faltaba ninguna. Como no estaba segura de que Alex
había sido el intruso que anduvo metiendo dedos allí,
se le ocurrió que había sido ella la que había estado
buscando alguna prenda a las apuradas y que por eso
había dejados las bragas así de desordenadas. El saber
que Alex había empezado a sentir algo erótico por ella
sin duda le agradaba, pero dada la gran diferencia de
edad entre ambos y el cariño que sentía por su esposo,
la idea de tener algo con el muchacho no asomaba por
su mente ni en el más remoto sitio. Más allá de que
Alex no fuera su hijo biológico, no podía dejar de verlo
como a un crío en su etapa de evolución sexual al cual
lo unía un tierno cariño. “Es un chicuelo” pensaba, y
allí terminaba la cosa.
Carmen quería a su marido y había sido, hasta
ese momento, una buena madrastra y esposa. En
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LA MADRASTRA
todo ese tiempo que estuvo junto a Alan había
demostrado cumplir con esos roles a la perfección,
algo que Alan valoraba en gran medida. Vivía
completamente dedicada al cuidado de su hogar para
que su marido pudiera llevar a cabo, sin ningún tipo
de contratiempos, el arduo trabajo de la inmobiliaria.
Alan, en contrapartida, era un hombre muy hábil en
los negocios y había logrado hacer buenas inversiones
vendiendo unos lujosos departamentos en Houston
y en Dallas, poco antes de que sobreviniera la crisis
inmobiliaria que dejó en la quiebra a más de uno
de sus competidores. Tenía un amigo que trabajaba
como consultor en un prestigioso banco de Houston
y éste, en una cena que mantuvo una noche con un
grupo de viejos amigos, le avisó a tiempo de la crisis
que se venía, lo que le permitió a Turner deshacerse
de un par de importantes propiedades que estaban
sobrevaluadas por el boom crediticio. De esa manera
pudo hacerse de una buena diferencia de dinero que
posteriormente invirtió en otros negocios rentables.
El problema radicaba en que Alan no tenía tiempo
su�iciente para dedicarlo a su buena esposa. Se casó
con Carmen porque necesitaba una mujer que se
hiciera cargo del cuidado de su hijo. Temía dejar
abandonado a Alex y que éste pudiera acabar su
adolescencia como muchos chicos de su edad; perdido
junto a un grupo de tipos raros que se la pasaban todo
el tiempo fumando porros y aturdiéndose los oídos
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LA MADRASTRA
con música de Nirvana. En San Antonio había muchos
de esos “bichos raros” y eso a Alan no le gustaba.
Vestidos todos de negro y clavados con tachas hasta
la nuca. Más allá de los asuntos económicos eso era
lo que más le preocupaba. Digamos que era la clase
de hombre que adhería a los valores americanos. Se
había criado en la tierra de los Bush y el forjarse de un
digno porvenir había sido el motor de su vida. Luego
casarse con una linda mujer y armar una familia para
consolidad su posición en la sociedad. Todo eso lo
había logrado. Vivía una vida sin sobresaltos y quería
lo mismo para su único hijo. Carmen era una pieza
importante para poder alcanzar ese objetivo, y esa fue
la razón de por qué la eligió como su compañera. En
cuanto a ser un “buen amante”, bueno... Alan hacía lo
que podía. Y al parecer no podía hacer mucho.
II
El primer año de estar junto a Alan había sido
el de una pareja normal. Tenían sexo tres veces por
semana y salían juntos a comer los días viernes. El �in
de semana se dedicaban a pasear. Pero después del
año de casados esas salidas empezaron a ser menos
frecuentes y las relaciones sexuales menos frecuente
aún. El poco sexo que compartían apenas era
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LA MADRASTRA
apasionado y se iba reduciendo a una rutina que no la
motivaba en lo absoluto. Ella pensaba que casi todos
los hombres «amaban el sexo» y que en cuestiones de
cama nada podía faltarle, pero pronto comprobó que
su teoría no era del todo correcta. Por lo menos con
su actual esposo. Carmen era todavía muy joven para
resignarse a “colgar las bombachas” y eso de tener fría
la cama no le sentaba para nada bien. Pasaba casi todo
su tiempo en su casa viviendo cómodamente mientras
realizaba su trabajo doméstico y atendiendo a su
joven hijastro y, cuando llegaba su esposo a las siete
de la tarde, sentía verdaderos deseos de compartir
noches apasionadas con él. Turner, en cambio, salía
tarde de su trabajo últimamente y su único interés,
al llega a su casa, parecía ser la comida que había
preparado su mujer; si tenía las camisas planchadas y
si había enviado sus sacos y pantalones a la tintorería.
No la trataba mal y no podía quejarse por eso. Se
había casado con un buen hombre que no le hacía
pasar ningún tipo de necesidades, pero ya se notaba
que la pasión sexual por las mujeres no era su mejor
característica. Mientras cenaban juntos, solían charlar
sobre temas triviales como todas las parejas y luego
se ponían a ver un poco de televisión antes de irse a
dormir. Cuando lo hacían, a los pocos minutos Alan
roncaba como un tronco y ella se quedaba sola leyendo
algún libro hasta que la vencía el sueño y apagaba la
luz del velador. Por otro lado, el aparente interés de
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LA MADRASTRA
Alex hacia ella se hacía cada vez más notable y Carmen
empezó de a poco a sentir algo dentro de sí que nunca
había experimentado con anterioridad. Dado esos
sentimientos que empezaron a bullirle por dentro,
comenzó por prestarle más atención a los hábitos del
muchacho. A estudiarlo con detenimiento para ver
cómo era en verdad. Descubrió, para su sorpresa, que
Alex se parecía mucho a un novio que había tenido una
vez en su adolescencia. No al primero que conoció sino
al que tuvo después. Un chico de nombre Marcos que
soñaba con ser jugador de fútbol. Era hincha fanático
del Toluca y jugaba en la tercera división del club, pero
sufrió una lesión severa en la rodilla y no pudo jugar
nunca más. Luego emigró a España y desde ese día no
supo nada más de él. A Alex no le justaba el futbol, ya
que ese deporte no era todavía demasiado popular
en EE.UU, pero le daba muy bien jugar al básquet. Su
objetivo era llegar un día a consagrarse en la NBA y ser
tan famoso como “Manu”, su ídolo máximo. Sabiendo
Carmen que a Alex le apasionaba ese deporte, no
tuvo mejor idea que irlo a ver al colegio uno de esos
días donde le tocaba jugar, y se encontró con que el
muchacho era bastante popular entre sus compañeros
de equipo. Tenía una buena gambeta y llegaba al área
con facilidad. No era de estatura elevada pero igual
se las arreglaba muy bien para saltar y embocarla en
el aro. Sus compañeros celebraban entusiasmados
cada tanto que Alex hacía. Se le ocurrió, al comprobar
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LA MADRASTRA
su destreza, que no era poco probable que el chico
llegara algún día a ser un jugador profesional. Y se
sorprendió a sí misma el darse cuenta de que se sentía
feliz por ello. Alex también, al término del partido, se
sorprendió ante la presencia de su madrastra, que
lo contemplaba sonriente desde fuera de la cancha.
Cuando se encontraron, se saludaron con un fuerte
beso y después de intercambiar algunas palabras se
dirigieron al Ford que aguardaba en la acera.
Conforme iban pasando los días, Alex se volvía
más dado con su cuidadora y ésta también le dedicaba
más cariño y simpatía. Las atenciones de la mujer
hacia el chico fueron aumentando con el tiempo y
el joven ya no podía ocultar su felicidad al sentirse
tan mimado. Ella lo había acostumbrado a llevarle el
desayuno a la cama, y le preparaba, para que lleve a
la escuela, galletas y postres caseros. A causa de todo
eso, el chico se animaba más a confesarle sus cosas
privadas, las expectativas que tenía de la vida y ciertas
minucias vividas en clase. Algo que nunca había
hecho antes. También se animaron un día a hablar
de sexualidad. Algo que al joven le costó. Y Alex se
sorprendió de todas las cosas que sabía su «madre».
Carmen le hablaba de esas cosas con sumo respeto
y naturalidad, y eso al chico le encantó. Sintió que
ella no lo discriminaba por el mero hecho de ser un
menor, y que podía hablar con ella de diversos temas
sin ningún problema. Fue así como su madrastra
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LA MADRASTRA
pasó a ser muy pronto su con�idente. La persona
que le prestaba la oreja y con la cual compartía con
él sus vivencias. A veces pasaban hasta una hora
conversando a solas en la habitación del muchacho.
Y aunque no siempre coincidían en las ideas, dada
la diferencia generacional, lo bueno era que podían
hablar como lo hace cualquier hijo con su mamá. Y eso
permitió que Carmen se despreocupara por un tiempo
de la indiferencia de su marido, ya que el hueco vacío y
gris que se había abierto en su vida se había hecho un
poco más chico con la �igura de su hijastro.
No pasó demasiado tiempo en que la relación
entre ambos se terminó de a�ianzar y ya a lo último
los dos parecían más compinches que madre e hijo.
La leña entre ambos crecía día tras día y sólo hacía
falta una pequeña chispa para que se encendiera
apasionadamente. Una palabra oportuna o una caricia
de más. Esos roces descuidados e “inocentes” que las
mujeres perciben de los hombres. O los hombres de
las mujeres, pues a veces se da al revés. Carmen ya
estaba cansada de la poca atención que le brindaba
su marido y necesitaba desesperadamente un hombre
que por �in la amara. ¿Hasta cuándo podía una mujer
aguantar tanta insatisfacción sexual? Esa era la gran
pregunta que picoteaba cada tanto en su mente. No
era por naturaleza una mujer in�iel, pero la cercanía
con el muchacho a la cual le atraía �ísicamente sumado
a la actitud de Alex que ya no podía ocultar su pasión
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LA MADRASTRA
por ella, generaba una tensión entre ambos cada día
más di�ícil de ignorar. Ni Alex ni Carmen se animaban
a dar el primer paso, quizás temiendo el rechazo del
otro. Cada día que pasaba parecía que ambos estaban
a la espera de que el otro iniciara. El desenlace se
mantenía en suspenso, como ocurre en las novelas
de TV, pero una vez que la mujer se convenció de que
era Alex el que revolvía sus cajones para coger su ropa
interior y masturbarse con ellas en el baño, se animó
a dar el primer paso ya no temiendo una reacción
inoportuna. Ahora no le quedaban dudas de que su
hijastro estaba apasionado con ella y que su falta de
iniciativa se debía a su poca o nula experiencia con las
chicas. Desde luego la conquista la haría con cuidado
y suma insinuación. Haciéndose la tonta, como si no
supiera nada, para no despertar sospechas. Esperando
agazapada como hacen las leonas hasta que el chico
no aguantara más y se le tirara �inalmente encima, ya
vencido por su propia excitación. Es así como lo hacen
muchas mujeres. Y sobre todo las mujeres latinas. Es
una estrategia que nunca falla.
El día que ocurrió el primer encuentro de amor
ella se sentía muy excitada. Tenía más que claro que el
chico estaba totalmente alzado y que se desesperaba
por querer montarla apenas tuviera una oportunidad.
Ella ya había probado con eso de ponerse ropa atractiva
para comprobar la reacción de Alex cuando éste estaba
en casa y comprobó que la reacción del joven apenas la
 28
LA MADRASTRA
vio fue más que positiva. Primero se puso unos shorts
ajustados y notó como al chico se le iban los ojos
directo a sus nalgas cuando ella le daba la espalda.
Luego fue a buscarlo un día a la escuela con un vestido
con faldas cortas y, de regreso en el auto, vio como
su hijastro le espiaba a cada tanto las piernas de una
manera mal disimulada mientras ella iba manejando.
La torpeza del muchacho por no saber manejar sus
ojos a la hora de espiar a una mujer fue algo que la
divirtió y excitó. Alex era un buen muchacho, dulce y
educado, que estaba en su despertar sexual y ella, ya
más madura y experimentada, se entretenía jugando
con él al viejo juego del gato y el ratón. Donde ella era
la gata y el chico el pobre roedor. Podía ser una pollera
más corta o un jean más apretado. Una remera que le
marcaba las tetas o un escote demasiado insinuante.
La ropa y el estilo iban variando pero todo apuntaba
a lo mismo. El juego era siempre igual. Ella se ponía el
queso en la boca e invitaba a Alex a comerlo, y Alex se
iba directo al queso con jovial desesperación mientras
ella cerraba sus fauces y lo engullía deliciosamente.
Disfrutaba mucho darse esos almuerzos. Alex siempre
terminaba en su estómago y eso, lejos de cansarla, le
daba cada día un estímulo nuevo. Los deseos púberes
de su hijastro la terminaban motivando mucho más
que las monótonas noches grises que pasaba con su
esposo. El dulce juego que mantenía con el muchacho
había despertado en ella un sentimiento dormido,
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LA MADRASTRA
casi adolescente, después de años de estar luchando
sin pausas por labrarse un porvenir económico
mejor. Finalmente, cuando ya se cansó de ese juego y
sintió que era hora de dar el primer paso, se preparó
para vivir ese momento con total pasión y falta de
prejuicios. Al �in y al cabo no era su “hijo”. Era el hijo
de Alan. Intimar con el jovenzuelo no era cometer
incesto. No tendría por qué sentir culpa ni caería en
ella algún castigo divino. Podía quererlo como a un
hijo y cuidarlo como a un hijo pero no era su “hijo”.
Era su hijastro. Y si no era su hijo “carnal” podía verlo
como a un hombre cualquiera. ¿Qué importaba la
diferencia de edad? Eso eran puras tonterías. Sobre
todo en EE.UU. Y con respecto a serle in�iel a Alan
podía excusarse diciéndose a sí misma que Alan ya no
la amaba como la amó el primer año de casados. Había,
ahora entre ellos, un amor de “hermanos” pero no de
“hombre y mujer”. La pasión entre los dos se había
esfumado y sólo había quedado una buena relación
de matrimonio. En paz y en armonía, pero nada más.
Nadie, ni siquiera su propia conciencia, podían ahora
apuntarla con el dedo. Se sentía completamente libre
para actuar como quisiera.
Ese día probó de nuevo con su short ajustado,
ese que a Alex parecía volverle loco. Carmen era una
mexicana generosa en carnes y no dejaría pasar la
oportunidad de desaprovechar aquellos atributos
femeninos que en la mirada de los hombres jóvenes
 31
LA MADRASTRA
parecía resultar fatal. Se puso un corpiño blanco de
encajes y unos calzones del mismo color de esos que
se pierden bien adentro de la gruta trasera de las
hembras. Arriba una camisa roja ceñida a la altura
del ombligo y el pelo negro azabache salvajemente
suelto. Lo que diríamos una mamá bien sexy, para
que no quedaran dudas. Cuando Alex se levantó al
mediodía, después de haber avisado la noche anterior
que esa mañana no iría al colegio, se dirigió como un
zombi hasta el baño y se despabiló con una ducha bien
tibia. Minutos después salió en mejor estado cubierto
solamente con el toallón y se dirigió directo a la cocina
para ver que había de comer. Abrió la heladera y sacó
una tarta de pollo que había hecho Carmen la noche
anterior. Se la zambulló en pocos minutos junto con un
vaso de zumo de naranja y se dirigió luego a lavadero
llevando en sus manos la ropa sucia que había dejado
en el baño. Cuando llegó al lavadero se encontró con su
madrastra, que estaba junto al lavarropas automático
metiendo las sábanas para ser lavadas. Aprovechando
que la mujer estaba de espaldas, recorrió con sus ojos
sus ricas posaderas. Carmen, que lo había escuchado
llegar, se hizo la que no había escuchado nada y
aprovechó la situación para inclinar su cuerpo aún
más, dejando a la vista más claramente esa parte de su
cuerpo que al chico tanto le excitaba. Viejos trucos que
tienen las mujeres a la hora de jugar con los deseos de
un hombre. Eso de “hacerse la tonta” y mostrar el culo
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LA MADRASTRA
o las tetas ingenuamente era una estrategia que nunca
fallaba. Lograba desatar en ellos el deseo primitivo de
poseer a una mujer. De hacerla suya para dominarla.
Y luego penetrarla ferozmente… Alex, que la miraba
extasiado y sabiendo que su padre nunca venía a
comer a esa hora pues prefería quedarse a comer en
la inmobiliaria, sintió tremendas ganas de tirársele,
pero sus miedos juveniles lo impidieron. Siempre se
lo impedían. Siempre. Nunca se armaba del su�iciente
coraje para manifestarle a su madrastra su pasión.
En vez de tomar la iniciativa se quedó allí parado
mirando cómo Carmen acomodaba las sábanas. En
ese momento Carmen se dio vuelta y, haciéndose la
sorprendida, le pidió amablemente la ropa que tenía
Alex en las manos. “Dame las sabanas así las lavo junto
a estas”, le dijo. Y Alex se las alcanzó. Se dio cuenta
de que algo le estaba pasando a su hijuelo (y desde
luego se imaginaba qué era) entonces, para animarlo,
le tomó la cara con las manos, le sonrió y con ternura
le dijo “¡Qué carucha tienes! Se nota que dormiste
como un tronco. Apuesto a que te quedaste toda la
noche mirando chicas en esa computadora…” Y, acto
seguido, lo estrechó fuertemente entre sus brazos
zamarreándole suavemente la cabeza.
Era cierto. Carmen ya sabía que Alex, por la
noche, se quedaba mirando chicas por Internet y que
por eso a veces se levantaba medio dormido. Poniendo
como escusa que no iría a la escuela para terminar
 33
LA MADRASTRA
un trabajo práctico, el chico se había quedado toda
la noche navegando en Internet por una multitud de
páginas porno y había amanecido al día siguiente con
unas ojeras enormes. En su mente juvenil todavía
daban vueltas in�inidad de culos redondos y tetas
enormes con sus pezones erguidos. También conejas
de todos los tamaños con mucho o con poco pelo.
Había quedado embelesado en ese paraíso de mujeres
que des�ilaban desnudas frente a sus ojos apenas
vírgenes en esos placeres. Es que Alex sentía una gran
pasión por su madrastra y no sabía cómo hacer para
sacarse las ganas. Tenía intención de llegar hasta ella
pero no sabía cómo diablos hacerlo. A esta altura del
partido, el estimularse con los calzones de Carmen no
alcanzaba para colmar sus ansias y los sitios pornos
que visitaba de noche lo ponían cada día peor. Lejos
de aplacar sus deseos, hacía que los mismos crecieran
cada vez más. Ponerle �in a ese tormento era lo que
más necesitaba. Sentir el cuerpo de Carmen. Tocarlo,
besarlo, amarlo con todas su fuerzas. Eso quería el
muchacho. Penetrar a esa yegua que era su madrastra.
A esa yegua morena veinte años mayor que él que lo
cuidaba y lo protegía como la mejor de las madres. Esa
mujer que le preparaba el desayuno, que lo llevaba al
colegio, que lo albergaba bajo sus faldas.
Alex estaba todavía rodeado de los brazos de
Carmen. Atrapado en esa hermosa enredadera.
Sintiendo sobre su cuerpo sus pechos. Ella todavía
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LA MADRASTRA
no lo había soltado. Le acariciaba la espalda en señal
de cariño. Con fuerza, como queriéndole dar ánimos.
Por un momento, el muchacho se sintió poseído de
un valor del que antes carecía. Sintió, de una manera
extraña, cómo su madrastra estaba tratando de
darle algún tipo de “señal”. Un mensaje que él tenía
que revelar. Y ese mensaje parecía estar diciéndole
“anímate, atrévete, que tu mami te está esperando, ven…
no tengas miedo. Dile a mamá lo que siente tu corazón”.
Alex, que nunca se imaginó poder tomar la iniciativa,
interpretó acertadamente la señal y rápidamente
se relajó en brazos de ella. Esperó a que Carmen lo
soltara mientras disfrutaba de sus cálidas caricias y,
cuando la mujer lo soltó, se agachó rápido hasta la
altura del vientre, apretó las nalgas de su madrastra
con sus manos, las masajeó bien fuerte durante unos
segundos y hundió su rostro sobre el vientre de ella en
clara posición de ruego. Fue allí donde el chico le dijo,
o más bien le suplicó, que ella le hiciera el amor… “¡Oh!
mamá, cómo te deseo. Por favor, ya no aguanto más.
Llévame a la cama y hazme el amor. ¡Te amo con locura!
Quiero que me quites la virginidad… por favor”.
Le salió así, como a un chico de catorce. No como
a un Marlon Brando o un Clint Eastwood. Aunque sus
palabras no sonaron como en Hollywood sí tenían,
en cambio, la espontaneidad de alguien que ya no
puede seguir ocultando lo que siente. Y, al no poder
hacerlo, se le declara abiertamente a su amada con las
 35
LA MADRASTRA
pocas armas que tiene. Decide de esa forma entregar
su corazón. Carmen, al escuchar las palabras de su
querido Alex, hizo una breve pausa con el objeto de
�ingir estar meditando su respuesta y luego, después
de haber concluido su impecable actuación, lo levantó
con sus manos dirigiéndose a él en un tono maternal.
Mirándolo a los ojos, le dijo:
− Yo también siento algo profundo por ti. Te quiero
como si fueras mi propio hijo y aunque nunca he
intentado reemplazar a tu madre biológica puedes
llamarme mamá si quieres… Para mí ya eres mi hijo
y como madre ¡no dudaría un segundo en ayudarte!
¿Acaso no he estado cuidando de ti en todos estos años
que vivimos juntos Alex?
− Sí, mamá. Siempre me estuviste cuidando pero…
− Pero nada, replicó Carmen. Nada de peros… No
existen peros entre una madre y un hijo ¿Quieres que
mamita te haga el amor ahora mismo?
− ¡Sí madre! Lo he venido deseando durante todos estos
últimos días. Esta noche me quedé en el dormitorio
mirando páginas porno y dándole a la… ya sabes…
pensando en las cosas lindas que podría estar haciendo
contigo… Alex ya no tenía vergüenza de confesarle
lo que hacía por las noches. Su madrastra le había
armado de valor. Carmen se sonrió.
 36
LA MADRASTRA
− ¿O sea que es mentira que faltaste al colegio para
terminar la tarea de la escuela?
− Sí…
− ¿Y eso te parece que está bien? Carmen de repente
se puso �seria�. Era otra pantomima, pues estaba
más que feliz ¿Te parece correcto haberle mentido a tu
mamá?
− No…
− ¿Y qué otra cosa has venido ocultándome
últimamente?
− ¡Ninguna madre! respondió Alex sorprendido.
− ¿Seguro? le regañó Carmen con descon�ianza.
− Sí, dijo titubeando el joven.
− ¿Seguro seguro? le volvió a preguntar, perforándole
los ojos con una mirada tan traviesa como
inquisidora.
− Bueno… terminó admitiendo el joven, al no poder
resistir más la intensa mirada de su madrastra.
También te estuve revolviendo el cajón donde guardas
tus bombachas…
− ¿Ah sí? ¿Y pará que las revolvías?
− Bueno, es que me gustaba mucho mirarlas… dijo
sonrojado y esquivando la mirada.
 37
LA MADRASTRA
− ¿Estás seguro de que sólo las �mirabas�?
− ¡Sí!!
− Alex…
− Bueno. En realidad, cuando no estabas, yo me
“estimulaba” en el baño con ellas…
La mujer al �in logró la confesión que buscaba.
Alex tuvo que reconocer su “travesura”. Ella, al
escucharlo, puso cara de “asombro” pero, no conforme
con eso, quiso conocer más “detalles”...
− Las manchaste…
− Sí… admitió él en tono de culpa, sin poder mirarla a
la cara. El joven se había puesto rojo como un tomate.
− Bueno, le respondió Carmen con una dulce sonrisa.
A partir de hoy ya no vas a tener que usar más mi ropa
interior para calmar tus ardores porque mami te va a
consolar todas las veces que te vengan “ganitas” ¿Sí?
− ¡Sí mamá! Gracias… Alex volvió a ser feliz.
− Pero primero prométeme que nunca más me vas a
ensuciar mis bombachas. Son bombachas muy �inas y
sólo se consiguen en lugares exclusivos ¿OK?
− Te lo prometo mamá, replicó el chico. Y, acto seguido,
Carmen lo tomó de la mano y se lo llevó a su dormitorio
en donde le dio las primeras lecciones de amor. Unas
lecciones de amor que para él serían inolvidables.
 38
LA MADRASTRA
III
Esa noche el padre de Alex vino tarde a cenar.
Había llevado a un cliente a ver un departamento en
las afueras de San Antonio y eso retrasó su llegada. Se
sabe que los que trabajan en el negocio inmobiliario
no tienen un horario �ijo, aunque cumplen como todo
el mundo sus ocho o nueve horas diarias. Cuando el
padre arribó a la casa, encontró a su hijo estudiando
en su cuarto y a Carmen trabajando en la cocina. Su
mujer estaba de muy buen humor. Alan cenó junto
a su mujer después de que ésta atendiera primero a
su hijo, ya que ella prefería aguardar a que viniera su
esposo antes de sentarse a la mesa a comer. Esa noche
Alan tuvo ganas de tener relaciones con su esposa
pero Carmen, si bien cedió a los deseos de su marido,
estuvo invariablemente con sus pensamientos en
otro lado. Su cabeza no dejaba de dar vueltas sobre
aquello que había hecho con su hijastro. Recordaba,
mientras estaba con Alan, como Alex cabalgaba sobre
su espalda con la pasión de alguien que descubre por
primera vez los manjares de amor. Nada comparable a
lo que hacía su marido, que parecía ya tener calculado
cada una de sus atávicas acciones. Movimientos
totalmente mecánicos como si fuera una máquina
excavadora. Casi igual que en las películas pornos.
 40
LA MADRASTRA
Su falta de pasión por momentos la exasperaba, y
no le escuchaba nunca decir una palabra de amor.
Ni siquiera una cosa “chancha”. Por lo menos eso la
hubiese motivado… Pero aunque el sexo había dejado
de ser una fuente de satisfacción para la pareja,
sentía que era su deber cumplir con su rol de esposa.
Para eso se había casado. Alan no era el mejor de los
amantes y a veces se preguntaba si en verdad a él
le gustaba el sexo. Pero lo cierto era que su marido,
al margen de ese defecto, no dejaba de ser un buen
esposo. Alan nunca le hacía faltar nada y tampoco
era exigente respecto de los quehaceres de la casa.
Tampoco era un hombre que se quejaba por la comida
que hacía, más allá de que Carmen cocinaba más que
bien. Y eso sí, siempre la sacaba a pasear. Era raro que
los �ines de semana se quedara encerrada en su casa.
Todo eso era verdad pero ahora eso ya había dejado
de importarle. No le interesaba lo que pasaba con su
marido porque su hijastro sería en adelante su amante
secreto. Su verdadero �hombre�. Con él volvería a
revivir esas locuras de amor que vivió cuando tenía
diez años menos. Era como volver a empezar. Como
viajar por el túnel del tiempo y reencontrarse con la
juventud perdida. Ya tenía pensado hacer las cosas
“más osadas” e inducirlas en la cabeza del chicuelo
para luego poder realizarlas y gozar como pocas veces
lo había hecho. Mientras Alan se movía agitadamente
encima de ella, ella imaginaba como en poco tiempo
 41
LA MADRASTRA
podía transformar a Alex en un poderoso semental
que la hiciera disfrutar como loca. Ella hecha toda
una perra en la catrera con su coño abierto a más no
poder y Alex hundiéndose dentro de él arremetiendo
como un loco condenado. ¡Como un toro en llamas!
Dos cuerpos que no paraban de buscarse y amarse.
De desearse y merecerse. De recrear noche tras noche
esa pasión que estaba ausente en su vida conyugal.
Pero primero había que educarlo. Hacerle el amor
dulcemente. Ser con él la mamá más complaciente.
Porque todavía era muy joven. Un adolescente de
apenas 14 años. Más adelante, cuando Alex estuviese
más maduro, más hombre, podía entonces enredarse
con él en otros juegos más salvajes. Más de “hombre
y mujer”. Como ella en verdad necesitaba. Por el
momento debía conformarse solamente con ser su
“maestra”. Un rol que en verdad disfrutaba, más allá
de sus normales necesidades femeninas. Después de
que Alan pudo alcanzar el clímax y arrojó su cuerpo
pesado a un costado, la pareja compartió un cigarrillo
y luego apagaron la luz. A los pocos minutos los dos
ya estaban profundamente dormidos. Profundamente
dormidos, como ocurría siempre.
La habitación de Alex era como la de cualquier
chico americano. Una catrera de madera, una mesita
de luz, un pequeño ropero donde guardar la ropa, una
 42
LA MADRASTRA
computadora montada sobre un pequeño mueble y
varios posters de sus ídolos favoritos pegados sobre
la pared. También una pelota de básquet tirada en
un rincón. El chico, que estuvo metido toda la noche
en su dormitorio mientras sus padres hacían el amor
en el cuarto de al lado, había terminado de hacer los
ejercicios que la señora Howard le había pedido. Una
larga lista de ecuaciones de primer grado y ecuaciones
hiperbólicas con grá�icos incluidos. Apenas terminó
de hacer el último ejercicio guardó sus útiles en la
mochila y se puso a navegar en el Facebook. Después
se metió en el You Tube pero al poco tiempo se aburrió.
Apagó con desgano la computadora y se fue directo a
la cama. Puso el despertador a la 6.00 en punto – hora
en que debía levantarse − y apagó la luz del velador.
Con sus ojos mirando el oscuro cielorraso, no dejaba
de pensar un segundo en Carmen… Sus padres ya
deberían haberse acostado y se preguntó si estarían
haciendo el amor en ese momento. No había manera
de saberlo y tampoco le importaba demasiado. O
quizás sí. Se preguntaba si su madre había hecho lo
que hizo con él por el simple hecho de hacerle un
favor o guardaba, en cambio, algún sentimiento de
“amor”. “A partir de hoy ya no vas a tener que usar mi
ropa interior para calmar tus ardores porque mami te
va a consolar todas las veces que te vengan “ganitas”, le
había escuchado decir a su madrastra. Era la frase que
más recordaba. Su tono había sido dulce y contenedor
 43
LA MADRASTRA
pero ¿eso signi�icaba que había sido “amor”? ¿Sentía su
madrasta por él un amor disimulado o simplemente le
estaba ayudando a atravesar su pubertad con menor
di�icultad? Eso le daba vueltas y vueltas por su cabeza
como un perro que buscaba morderse su propia cola.
Alex quería que fuera amor, no “deseos de consolar a
su bebé”. Si al principio sentía por su madrastra una
creciente pasión, después de la �sacudida� que ella le
había dado en la catrera esa pasión se le transformó
en enamoramiento. Sí, enamoramiento era la palabra.
Un sueño de amor y romance del que no quería
despertar nunca más… Metió su mano derecha dentro
de su bóxer negro y apretó fuertemente su rabo. Al
minuto de tenerlo entre sus manos lo tenía duro como
un plátano. Su mente se trasladó al momento en que
Carmen lo introdujo en su dormitorio… Una vez dentro
y con la puerta cerrada, le hizo bajar el pantalón y el
bóxer negro, le dio un beso tierno en el medio de la boca
y luego se puso en cuclillas frente a él. Comenzó primero
a estimularlo con la mano, al principio lentamente y
después más rápido.
− ¿Qué cosa sientes Alex?
− Como un cosquilleo… respondió.
− ¿Y es rico?
− Sí… Me gusta un montón… El chico ya empezaba
a jadear.
 44
LA MADRASTRA
Ella siguió meneándole el rabo hasta ponérselo
bien duro. Luego, al verlo tan «maduro», se lo
introdujo en la boca. Allí empezó a succionar...
− ¡AAAH…! Soltó el chico desesperadamente,
apenas habían pasado algunos segundos.
La boca de Carmen era una verdadera seda.
Un capullo de rosa capaz de erguir los penes
más impasibles. Era muy di�ícil poder resistírsele
demasiado tiempo y sólo ella sabía que el que
más había aguantado evitando la eyaculación
había sido unos tres minutos. Se enorgullecía de
tener una técnica implacable y se sintió un poco
“culpable” por aplicar esa técnica con Alex... Ella
le llamaba “la tortura japonesa”, ya que esa técnica
de felación tan re�inada era usada a menudo
por las geishas. Carmen sabía que el pobre no
aguantaría la mamada ni treinta segundos, pero
su deseo de verlo gozar y de revivir a través de
él su propio placer de adolescente, ese que una
vez se pierde tan pronto como lo encontramos,
fue mucho más fuerte que sus propios prejuicios
por lo que se permitió enervarlo al extremo... Con
los años Carmen había aprendido cómo hacerle
una mamada a un hombre. Sabía que el secreto
radicaba en no raspar el pene con los dientes.
La piel del miembro viril es muy delicada y una
“mamada torpe” solo provocaría irritación, lo
 45
LA MADRASTRA
que echaría a perder el deseo. La mujer abría
bien grande la boca y apenas tocaba con ella el
miembro del adolecente. Su método consistía
en rozar suavemente el falo con sus húmedos y
jugosos labios mientras evitaba lo más posible
rozar la piel con la dentadura. Además, debía
mover muy poco el pene dentro de su boca.
Nada de hacerlo como en las pornos que, aunque
aparentaban ser mamadas espectaculares, no eran
para nada efectivas. Esa forma le parecía un asco.
Un auténtico insulto a la verdadera sexualidad.
Carmen despreciaba a esas “americanas tragonas”
que trabajaban en esas películas. Alex no era
Rocco Siffredi. No era un actor porno. Era su bebé.
Su crío. El hombre a quien ella debía enseñarle
el verdadero arte de amar. El genuino y legítimo
signi�icado de eso que llamamos sexualidad. Es
por eso que el movimiento de la boca debía ser
corto y a la vez «succionante», como si estuviera
estirando una goma…
− ¡AAAHHHH! volvió a gritar Alex, sintiendo una
tremenda excitación que le hizo vibrar el cuerpo
desde el cóccix hasta la cervical. Los músculos de
sus piernas se tensaron rápidamente, intentando
mantenerse bien �irme y en equilibrio, mientras
Carmen no paraba de succionar y succionar
su miembro inyectándole ráfagas de placer
insoportables.
 46
LA MADRASTRA
− ¡Mami! ¡NO! ¡NO! ¡Mamita! ¡Ay! ¡Ay! ¡¡Mamiiii!!
Soltó de nuevo el chicuelo, que de una manera
involuntaria intentó apartar con sus manos la
cabeza de la experimentada mujer.
− ¿Qué pasa mi bebé? ¿Sentís cosquillitas? Le dijo
Carmen dulcemente, mientras le daba a su chico
un breve respiro.
− ¡Cosquillitas no! ¡Unas ganas de acabar
insoportables! Por momentos pensé que me
«meaba».
− Bueno… dijo la mujer con una pícara sonrisa.
¿Queréis que paremos un poquito?
− No mamá. Me gusta lo que me haces. Pero hazlo
suavecito… no tan fuerte…
− Está bien… Te prometo que esta vez mami te
lo hace suavecito. ¿Sentiste nanita? Carmen, por
dentro, se mataba de la risa.
− Sí… le contestó.
− ¡Ay! ¡Pobrecito! Soy una mamá mala… Y acto
seguido le dio un piquito en el prepucio a modo
de consuelo ¿Vamos de nuevo?
− Sí...
 47
LA MADRASTRA
Mientras Alex revivía lo sucedido, tenía su
miembro tan duro como el acero. Su mano estaba
todavía metida dentro del bóxer intentando estimularse
como podía. Se bajó la prenda porque ya le apretaba
demasiado y el roce constante del glande con la tela le
empezaba a irritar la piel. Se empezó a estimular esta
vez con mayor libertad recordando las cosas que había
aprendido con su madrastra. La oscuridad lo invadía
todo y si bien necesitaba dormirse cuanto antes, los
pensamientos de lujuria que invadían su cerebro no lo
dejaban descansar en paz. Aunque lo intentaba una y
otra vez con tesón le resultaba casi imposible lograrlo.
Se lamentaba horrores por no poder estar esa misma
noche en la cama con Carmen siendo él su marido y
ella su esposa. Sintió envidia por su padre y le odió. Un
odio mezclado con sentimientos de celos e impotencia,
aunque después se arrepintió de sentir eso porque en
el fondo amaba a su padre. Imaginó cómo estaría él,
si estuviera en el lugar de su papá, acariciándole a su
madrastra las tetas y buscando la coneja en ese bollo
de pelos… Manoseando las nalgas con sus manos y
fundiendo su boca con la boca de ella… ¡Cómo sabía
su madre jugar con la lengua! Se imaginó estando en
la cama con ella y pidiéndole por favor que se lo haga
de nuevo…
− Recuéstate boca arriba Alex. Relájate y ponte
cómodo, le había dicho la mujer luego de que
ambos se quitaron las ropas.
 49
LA MADRASTRA
Carmen tenía sin dudas un cuerpo muy bello.
Al menos para los ojos de un adolecente. Alex
contempló por primera vez el cuerpo desnudo de
su madrastra. Lo recorrió embelesado centímetro
por centímetro. La piel morena, los pechos
pulposos, las amplias caderas tan propias de la
mujer latina y también sus carnosas nalgas. Se
animó a bajar sus ojos hacia el pubis de Carmen
y contempló su abultada pelambrera oscura y
sensual como la misma noche. Era la primera vez
que veía personalmente a una mujer desnuda. Y
entró en la cuenta en que no era lo mismo que
mirar una mujer por el monitor de la PC. Lo que
tenía delante de él era como una foto pero en
tres dimensiones. Incluso mucho mejor que eso,
porque además podía tocarla. Y olerla. Esa era
otra gran diferencia; la del amor «real» que es muy
distinto al amor «virtual».
Su bella madrastra se montó encima de él como
si fuera su amante y empezó a moverse. Alex ya
estaba dentro de la madura mujer y sintió como
su miembro crecía rápidamente. Los movimientos
de Carmen eran al principio lentos, cadenciosos,
pero luego se hicieron más acelerados. Subía y
bajaba por el miembro de su hijastro mientras su
vagina se lubricaba cada vez más… ¡Chap! ¡Chap!
Se escuchaba en la habitación. Las carnes de
ambos chocaban ininterrumpidamente mientras
 50
LA MADRASTRA
el ardor ascendente de sus cuerpos contagiaba
sus respectivos corazones… ¡Chap! ¡Chap!... ¡Chap!
¡Chap!... era sin dudas el «ritmo del amor».
− Me gusta mami… Me gusta mucho, mucho… Se
le escuchó decir al mocoso con voz entrecortada
y jadeante. Dame así mamita… Dame así que me
encanta…
− A mí también me encanta, mi bebé. A mamá
también le gusta mucho… No tienes ni idea de
cómo… respondió Carmen algo agitada, que ya a
esa altura del partido no podía ocultar su placer.
El movimiento mecánico de ambos sexos se
parecía al del motor de un auto. El pistón subía y
bajaba ininterrumpidamente dentro del cilindro.
El aceite lubricante facilitaba el movimiento
interno evitando rozamientos molestos, a la
vez que disminuía la densidad del líquido en la
medida en que aumentaba la temperatura de los
amantes. Un aceite más diluido lubrica mejor y
aumenta exponencialmente el placer…
Después de estar chapoteando unos minutos,
la mujer se empezó a calentar. Ya no era la
maestra que le enseñaba a su alumno sino una
hembra que quería más goce. El haber tomado
conciencia de estar teniendo sexo con ese
adolecente que venía provocando desde hacía
días era algo que la enardeció. La puso como una
 51
LA MADRASTRA
moto. El miembro de su chico se había hinchado
al volumen máximo y ya ocupaba todo el interior
de su vagina. Los ojos de Alex lucían extasiados
y estaban clavados �ijos en el cielorraso. Su alma
virgen de esos goces terrenales no estaba en
su cuerpo sino en otro lado. Como si estuviera
haciendo un viaje astral. Carmen bajó su mirada
por un momento y contempló a su joven amante.
El rostro del muchacho la excitó aún más. Se vio a
sí misma re�lejada en ese rostro pero con 20 años
menos... Recordó su segunda vez con un chico del
barrio unos años mayor que ella. La primera vez
había sido horrible y sólo había sentido dolor, pero
la segunda vez fue sublime y creyó que eso era el
amor de verdad. Pronto comprendió que eso no era
el amor cuando su novio se fue con otra chica del
barrio, pero el recuerdo de ese placer �sublime� le
quedó grabado en su corazón para siempre. Ahora
veía en los ojos de Alex ese mismo placer añorado.
El placer de la primera vez. Vio en los ojos de Alex
ese amor juvenil y se enterneció, pues podía
sentir ternura aún en medio de la lujuria. Una
mujer puede hacerlo. Quizás no los hombres
pero una mujer sí. De repente, Carmen sintió
como su hijastro le cogía los pechos mientras se
reincorporaba de la cama…
− ¡Me vengo mami, me vengo…!
 52
LA MADRASTRA
− ¡Véngase mi bebé! ¡Véngase! Véngase dentro de
mami… soltó Carmen súper excitada.
− ¡AAAAH…! fue la respuesta del chico, cuando ya
le era imposible contenerse. Su cuerpo hizo un
breve estertor en el momento de la eyaculación,
mientras que las pupilas de sus pequeños ojos se
dilataban a más no poder. Era el éxtasis supremo.
Inmejorable. Jamás sentido. El rostro de Alex
re�lejaba una absoluta satisfacción a la vez que
lanzaba una mirada de amor a la que era su �iel
cuidadora. Su querida madrastra. Su con�idente y
ahora, su amante...
− ¿Te sentís bien mi chiquito? preguntó Carmen,
tratando de disimular lo más que pudo su propia
excitación.
− Sí mamá… bésame… abrázame… necesito tu
protección…
Carmen accedió al pedido de su hijastro. Lo
besó con ternura en la boca y luego lo fundió
contra su cuerpo en un abrazo, tal como él se lo
había pedido. Los pechos de Carmen se apretaron
fuertes contra el pecho lampiño del jovenzuelo
provocando en éste una hermosa sensación de
placer. La madura mujer y el adolescente unidos
por el fuego de la pasión. Estuvieron así juntos
unos minutos, permitiendo que sus músculos se
 53
LA MADRASTRA
relajen, hasta que ambos cuerpos �inalmente se
separaron y salieron de la habitación.
La habitación seguía completamente a oscuras.
El cuerpo de Alex ardía de traspiración. Los recientes
recuerdos de lo vivido con su madrastra no dejaban de
alborotar su mente. Para él había sido una experiencia
nueva. No comparable con cualquier otra fantasía que
hubiera tenido antes. La lujuria que la experimentada
mujer le había clavado en su corazón era algo que, de
ahora en más, no podría nunca sacarse. Ese recuerdo
le perseguiría siempre y no lo dejaría descansar...
Su mano derecha estaba llena de esperma. La mano
se sentía pegajosa. Había vuelto a sentir ese goce,
aunque haya sido de manera imperfecta. Pero no se
morti�icaba por eso. No se atormentaba pensando
en tonterías. Sabía que su historia con Carmen recién
había empezado. Era consciente de que su madrastra
no iba a dejar las cosas así y que lejos de haber sido
una aventura pasajera había sido una auténtica
“lección de amor”. Carmen era su nueva MAESTRA
que lo instruiría en los misterios de la carne. Sería su
Ereshkigal, su Pomba Gira, su Yemayá… “A partir de
hoy ya no vas a tener que usar mi ropa interior… porque
mami te va a consolar todas las veces que te vengan
ganitas” recordaba que le había dicho. Su madrastra le
había dejado la puerta abierta para que él se animara
 54
LA MADRASTRA
a proponerle nuevos juegos, nuevas sensaciones, todo
un universo desconocido por recorrer. Al menos para
él. Con esa feliz certeza plantada en su corazón, Alex
se dirigió hasta el lavabo, se higienizó y se cambió sus
prendas. Luego salió y volvió a meterse en la cama. Ya
eran como las dos de la madrugada. Cerró los ojos y se
durmió rápidamente.
IV
Las semanas que se sucedieron después de ese
día estuvieron marcadas por una intensa pasión. Como
el joven ya lo había sospechado, la “cosa” no había
quedado ahí. No podía haber quedado ahí. Lo que se
empieza se debe terminar, y la madrastra cumplió con
su deber. Alex estaba tan entusiasmado con todas las
cosas que vivía con ella que deseaba, como adolescente
que era, que eso no terminara jamás... Ella no paraba
de enseñarle, de animarlo a probar cosas nuevas y el
jovencillo respondía a las propuestas de Carmen con
suma ductilidad. Para Alex ella era una verdadera
profesora. Una experta en el arte amor. La instructora
ideal que necesita todo adolescente. “Vos no lo haces
como en esas pelis que están en Internet, mami. Vos
lo haces de una manera más «real»… de una manera
mejor” le había dicho uno de esos días que estaba en
 55
LA MADRASTRA
la cama con ella. Eso a Carmen la había halagado y
orgullecido. La había hecho sentir toda una mujer. Y
también, por qué no decirlo, una mamá… Otro día le
dijo “Ya no me gustan las pornos, mamá, me aburren. A
mí me gusta hacerlo con vos. Con vos yo me recaliento,
me pongo como loco. Con vos es diferente… ¿Sabes una
cosa? Ya borré del disco rígido todas las pornos que
tenía grabadas. Ya no me gustan más”.
Sin dudas Alex había empezado a cambiar. Sus
gustos y su manera de considerar o juzgar ciertas
cosas empezaron a tomar otro rumbo. Por su parte,
Carmen sintió, después de mucho tiempo, que algo
también había cambiado en su vida. Y para bien.
Sentía que vivía junto al muchacho un reverdecer de
su sexualidad. Era casi como volver a los añorados
quince años. Incluso a los veintidós. Toda esa
monotonía que venía teniendo con su marido desde
hacía más de un año y que parecía prolongarse
hasta la eternidad se había borrado, de repente, de
un plumazo. Su hijastro se estaba volviendo más
inteligente, más resuelto a la hora de hacer el amor.
Estaba dejando atrás, en tiempo récord, su torpeza y
falta de suspicacia evolucionando hacia una conducta
sexual e intelectual superior. Parecía ser mucho más
HOMBRE. Incluso se había vuelto más dócil que antes
en las relaciones cotidianas. En el “día a día”. Estaba
dejando de ser un «niño». Y todo gracias a ella. A
Carmen. La artí�ice de esa preciosa criatura. “Y Dios
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LA MADRASTRA
creó al hombre a su imagen… y vio que eso era bueno”
recita sabiamente una parte del Génesis. Y esa historia
creacionista había vuelto a repetirse millones de años
después pero a escala humana. Alex era su criatura
y ella lo sabía. El joven se había transformado en la
proyección de sus propios deseos. En su entelequia. Y
ella era su Diosa. Otrora madre y ahora mujer. “Ya no
me gustan las pornos…” le había dicho días atrás. “Ya las
borré del disco rígido”. Escuchar eso le dio satisfacción.
A Carmen no le gustaban ese tipo de películas. “A mí
me gusta hacerlo con vos. Con vos yo me recaliento,
me pongo como loco…” fue otra de las frases de Alex.
¿Cuánto hacía que su marido no le decía algo así?
¿Cuánto hacía que un hombre no le decía al oído “me
vuelvo loco por vos”? Pero ahora esas palabras estaban
en boca de Alex… Lo que ella necesitaba escuchar el
joven se lo había dicho y eso la hizo sentirse única.
Sentirse amada. Sentirse feliz. Es por eso que Alex
era ahora su verdadero amante, no Alan. Alan era su
proveedor, su sostén económico, su “partener”, pero el
chico era su verdadera pasión.
Sería ingenuo para alguien no pensar que el
muchacho se haría adulto y que en un tiempo no
muy distante podría volar en brazos de otra… Tal vez
una compañera de universidad o incluso una chica
del barrio. Carmen era cualquier cosa menos una
mujer tonta. Era consciente de las vueltas de la vida.
El mundo todavía no se había abierto para Alex y un
 57
LA MADRASTRA
futuro de desa�íos y nuevas experiencias le esperaban.
Sí. Pensar en aquello a veces la desconsolaba. No tenía
pensado en ese momento desprenderse de su joven
amado y quería seguir disfrutando de esa “primavera
de amor”. Pero ¿podría culpar a su hijastro por eso?
¿Podría hacerlo responsable de que él algún día la
dejara? En absoluto. Ella era consciente de todo lo que
hizo para enamorarlo. De cómo lo sedujo y lo metió
bajo sus faldas. Alex estaba en la explosión de su
pubertad y ella, en cambio, era una mujer consumada.
Una mujer madura que sabía bien lo que hacía. Nadie
la había obligado a nada. Ni siquiera a casarse con
Turner. Aparte de todo eso, Alex seguía siendo su
hijo. O su hijastro. Qué importa la palabra. Por ende
tenía que seguir cuidando de él y preocuparse en que
acabara sus estudios. El vínculo materno nunca había
estado en juego y una oportuna salida de Alex de su
vida erótica o sexoafectiva no debería interferir en
su relación �ilial con él, aunque esa salida inevitable
la volviera a meter de nuevo en esa rutina sexual que
venía padeciendo con su apático marido. Simplemente
debía resignarse a aceptar la realidad y permitir que
el chico continuara con su desarrollo natural de vida.
Que volara hacia otras tierras como lo hacían todos los
jóvenes para poder crecer como un hombre �normal�.
Como ella misma había crecido el día que abandonó su
hogar… Mientras tanto, mientras eso no ocurriera, se
permitiría seguir disfrutando de una intensa relación
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LA MADRASTRA
con él a espaldas de su buen marido todo el tiempo
que el destino decrete. Sin ansiedad y sin presiones.
Con esa locura juvenil que acompañó los mejores años
de su adolescencia. Seguir disfrutando de esa hermosa
puesta de Sol que se había regalado a sí misma hasta
que el Sol, �inalmente, se vaya.
V
Pasaron dos años de intensa relación y dos
años más de relación óptima hasta que Alex pudo
ingresar a la Universidad. Había decidido inscribirse
en la escuela de Negocios de la UTSA, pues su padre
le había aconsejado que estudiara en ese lugar. Al
joven le gustaba todo lo que tenía que ver con la
economía de las empresas y pensaba que allí podría
labrarse un buen porvenir. Aparte de eso estaba el
tema del basquetbol. El Campus de la Universidad
de Texas era fabuloso. Tenía más de 700 hectáreas y
se practicaban un gran número de deportes. Podría
llegar un día a ser como Manu Ginóbili... ¿Por qué no?
Allí, en la Universidad, conoció a una chica de nombre
Lisa Hilburg, con la que empezó a salir al poco tiempo.
Nunca la presentó como su novia “o�icial”, pero estaba
claro que amigos no eran. Y Carmen, como mujer, lo
sabía mejor que nadie. Lo que ella esperaba que algún
 60
LA MADRASTRA
día ocurriera �inalmente un día ocurrió. Alex conoció a
una chica bella y joven y voló pronto lejos de su hogar.
Consiguió un trabajo gracias al padre de la chica, que
lo pudo ubicar en una empresa vendedora de seguros
donde el hombre trabajaba desde hacía años. Luego
Alex encontró una casa que se alquilaba a buen precio,
ubicada cerca de la empresa en donde trabajaba, y se
fue a vivir allí. Carmen se enteró más tarde que la chica
que salía con Alex alquilaba la misma casa en donde
vivía él… coincidencia que para nada le sorprendió.
Ya resignada a perder a su retoño, por lo menos
inde�inidamente, optó por centrarse mucho más en su
vida de esposa y en dedicar su tiempo libre a disfrutar
del cuidado de su hogar. No le resultó fácil regresar a
su antigua vida porque extrañaba la presencia de Alex.
Por momentos lo extrañaba horrores. Aunque sabía ser
fuerte y no permitirse que esa sensación la oprimiera
por completo. Como Alan estaba casi todo el tiempo
fuera de casa y ya no tenía que encargarse de Alex, el
tiempo era lo que más le sobraba, razón por la cual
empezó a hacer un curso de bisutería. La idea que
tenía en mente era montar un negocio en su casa para
comercializar sus productos por cuenta propia. Se
podía empezar con poca inversión y gozando de gran
comodidad. No era que esperaba hacer mucho dinero
con eso pero el estar ocupada haciendo algo más que
fregar pisos y limpiar vidrios o pasar la aspiradora la
aliviaba. Por lo menos ya no pensaría tanto en Alex ni
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LA MADRASTRA
en la rutina de su vida como antes.
No había pasado dos meses desde el día en
que el negocio le empezó a ir bien que se enteró
de la nueva noticia. Estaba entregando uno de sus
productos al dueño de un comercio ubicado cerca de
donde trabajaba su marido cuando se le dio por irlo
a visitar. Quería darle una sorpresa a su compañero
pero al �inal, la sorpresa se la dio él a ella. Alan, su
buen esposo, la estaba engañando con otra mujer. No
fueron meras conjeturas femeninas como muchos
suelen decir. Carmen no era una celosa retardada. Se
dio su tiempo para formarse esa opinión, aunque el
tiempo le con�irmó lo que ella había imaginado desde
el principio. Días posteriores a ese encuentro entre
Alan y esa joven mujer, Carmen empezó a seguir los
movimientos de su marido y a revisar secretamente
los mensajes de su celular (algo que por con�ianza
no se había animado a hacer nunca) y descubrió que
esta mujer no era su clienta sino su amante. ¿Cómo lo
descubrió? No tanto por lo del celular, aunque algo allí
se traslucía. Tuvo la viveza de hacerse “amiga” de una
dueña de un local de ropas que estaba justo en frente
de la inmobiliaria de su esposo y ésta le terminó
dando, después de entablar con�ianza con ella, toda la
información que le faltaba. Ya no le quedaban dudas.
Alan la había estado engañando. Estaba saliendo con
otras mujeres… pero, ¿desde cuándo? ¿Y por qué? ¿En
qué cosa ella había fallado? ¿Cuál había sido su error?
 62
LA MADRASTRA
Todas éstas eran preguntas que nunca terminaba de
responderse por más que le diera mil vueltas.
A decir verdad ella no había fallado en nada.
Había hecho las cosas bien. Al menos eso era lo que
pensaba Carmen, que no estaba dispuesta a pasar por
alto la �lagrante in�idelidad de su marido. La cuestión
era que no es su�iciente que una mujer haya “hecho”
las cosas bien, sino que además de eso haya “sabido”
haber elegido bien. Y Carmen no había elegido a un
hombre que en verdad la amara o pudiera amarla sino,
por el contrario, a un hombre que pudiera salvarla.
Salvarla de las necesidades económicas que vivían los
mexicanos en su país. Salvarla de la falta de trabajo y
de posibilidades genuinas de progreso. Incluso hasta
salvarla de su familia, que cada día soportaba menos.
Huyó primero de su ciudad natal para probar suerte
en EE.UU buscando tener un porvenir. Y había tenido
éxito en su empresa; consiguió un empleo en un
supermercado. Se casó luego con un “buen partido”
dueño de una gran inmobiliaria y se fue a vivir a una
hermosa casa. Parecía la historia de Cenicienta. La
pobre chica rescatada por su príncipe azul. Pero claro,
las historias perfectas sólo existen en las novelas y
los buenos partidos no siempre saben ser �ieles ni
necesariamente deben saber AMAR… Alan también
se casó con ella por “necesidad”. Nunca había buscado
un verdadero amor. Nunca la había amado de verdad.
Había buscado en realidad a una mujer que atendiera
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LA MADRASTRA
su lujosa casa y una niñera que le ayudara a criar a su
único hijo. Al igual que ella, también él había tenido
suerte, ya que la mujer que se consiguió supo hacer ese
trabajo mucho más que bien. Los dos lo hicieron muy
bien. Siempre hay un roto para un descosido, recita un
viejo refrán popular... Apenas Alex se hizo mayor y logró
hacerse un lugar fuera de casa, la función de Carmen
se relativizó y Alan no pudo resistir más la tentación
de tener un amante. “Ya no soy tan indispensable para
él” fue lo que Carmen pensó, aunque nada indicaba
que no le hubiera sido in�iel mucho antes de la partida
de su hijo... “Quizás me fue in�iel desde el principio... y
yo creyendo en él como una tonta”. Ese pensamiento la
llenó de odio. Su corazón por momentos se oscureció.
Odió a Alan y a esa “mujerzuela” que se acostaba con
él en un hotel ¿O es que acaso lo hacían en el auto? Qué
importaba dónde... �La traición es la traición�. Y eso
no es algo que una mujer pueda digerir con facilidad
pero ¿podía culparlo por eso? ¿Acaso ella no lo había
engañado antes con su propio hijo? ¿Acaso ella no
había sido también in�iel? Quizás fue la primera en
serlo aunque no tenía forma de comprobarlo. Los
dos se habían engañado. Los dos fueron presa de la
tentación. “Aquel que no cometió pecado que tire la
primer piedra…” le dijo una voz al oído. Y no era la
voz de Jesús sino la de su propia conciencia. Carmen
dejó en el suelo la piedra que tenía para arrojársela
a Alan. Era una piedra más grande que el tamaño de
 64
LA MADRASTRA
su propia mano. Tan grande como todo el odio que
llevaba dentro de su corazón. Todavía sentía en su
alma el sabor amargo de la in�idelidad. Pero al menos
ese párrafo bíblico logró menguar sus sentimientos
negativos. Tuvo que reconocer que también ella había
cometido el mismo “pecado”.
¿Cómo continuaría su vida de ahora en más?
No tenía muy en claro cómo. A todo esto a
Alex parecía irle bien en sus estudios universitarios
y también con esa jovencita. Carmen y Alex se
intercambiaban a veces mensajes por el Facebook
y allí ella vio cómo era �ísicamente su novia. Vio su
foto colgada en el portal y su aspecto no le pareció
nada mal. Era rubia, de ojos claros y tenía una mirada
algo apagada. Le hacía recordar a esa tenista rusa
Maria Sharapova. Ella y su hijastro todavía mantenían
contacto a través del Facebook y, en menor grado, por
teléfono. Como buena madre (y ex amante) seguía los
pasos de su hijo procurando que hiciera bien las cosas.
Siempre estaba alentándolo en el logro de sus metas y
pidiéndole que la visite más seguido. Alex, aunque en
menor frecuencia que antes, también le enviaba fotos
y mensajes por el Facebook, pues no olvidaba todavía
lo buena madre que era y había sido, como también
haber sido su “maestra” en el amor. El vínculo con
su madrastra desde luego no se había cortado, pero
era obvio que su “prioridad” ya no era ella sino su
 65
LA MADRASTRA
compañera.
Dos años más tarde la mexicana se divorció de
su marido y se fue a vivir sola en una casa ubicada en
las afueras del centro de la ciudad. No fue un divorcio
tormentoso. Acordaron todo con sus abogados y
a cada uno le tocó su parte. Aunque Alan le había
sido in�iel, no presentó pruebas en su contra. Alan
tampoco quería rollos con los abogados y aceptó las
condiciones de su mujer. El juez decretó “divorcio
de común acuerdo” y así acabó todo. Todavía seguía
amando a Alex aunque éste apenas se comunicaba
con ella. No era por el tema del divorcio sino porque
el chico ya estaba haciendo su propia vida. Alex ya
sabía lo del amante de su padre mucho antes de que
Carmen se enterara. No se lo dijo a ella para no herirla
y además porque no era su costumbre meterse en
los asuntos matrimoniales. Aparte de eso, también
quería a su propio padre y ventilar el asunto hubiera
sido «traicionarlo». Carmen podía comprender todo
eso y no sentía ningún sentimiento negativo contra el
chico. Respecto de él, tenía información de que hacía
meses que había roto su relación con Lisa y que se
había mudado a vivir a otro departamento. Aunque
no compartía su casa con nadie, mantenía relaciones
ocasionales con varias chicas y en la Universidad le
seguía yendo bien. Pero no sabía más que eso. En
cuanto a su divorcio, su marido le puso a su nombre
una costosa vivienda en la misma ciudad como parte
 66
LA MADRASTRA
del arreglo. Además se había podido quedar con su
auto; el Ford Mondeo con el que llevaba a su hijastro
al colegio. Todo eso, sumando a una importante suma
de dinero que Alan había aceptado ceder como parte
del arreglo, le permitió hacer importantes inversiones
en el negocio que había emprendido. Con eso alquiló
un monoambiente en el centro de la ciudad de San
Antonio y luego lo empezó a llenar con todo tipo de
mercadería. Finalmente contrató a dos personas a
las cuales les enseñó el o�icio, convirtiéndose en una
pequeña empresaria. Pudo lograr al �in su sueño de
ser una mujer independiente. Sin embargo, pese a
todo ese éxito, el amor seguía estando pendiente. El
amor y en ocasiones el sexo. Allí las cosas no eran
perfectas... Después de separarse de su marido
Carmen no había conocido a otro hombre. Y las pocas
relaciones que había tenido en algunas salideras
nocturnas habían sido poco satisfactorias. Carmen
había conocido el amor. Ese era su problema. Sabía,
por experiencia propia, la gran diferencia entre
una relación apasionada y llena de las más puras
emociones y una relación e�ímera como el humo del
cigarrillo. El sexo sin amor no le sabía a nada. Para
ella eso era como comer �ideos fríos sin salsa ni aceite.
Algo tan alimenticio como insulso. A sus amantes eso
parecía bastarles, pero a ella no. Ella no quería que
su corazón muriera mucho antes que ella misma. Y
cuando esos pensamientos se le venían a la cabeza
 67
LA MADRASTRA
como bandada de cuervos, el recuerdo de su hijastro
Alex aparecía como un Sol junto a ellos… Y entonces
ese era el momento en que ella le llamaba... No con
su teléfono, pues no quería molestarlo con preguntas
intrascendentes. Esas del tipo “Hola mi bebé ¿cómo
estás?” o “¿Qué anduviste haciendo hoy?”. Hacerle ese
tipo de preguntas una vez por semana tenía sentido
y de hecho las hacía. Supuestamente seguía siendo su
“madre” pese a que ya no seguía casada con su padre
y a veces se permitía hacerle un llamado. Y él, cuando
la recibía por el contestador, siempre arrancaba
con esa frase que la “desarmaba”. Que no dejaba de
“enamorarla”: ¡Hola mamá…! Y entonces venía luego
la natural conversación. “Si todavía me dice «mamá»
es que no se olvidó de mí. Si me dice �mamá� es porque
sigue sintiendo que yo soy su «madre» pese al tema del
divorcio”, pensaba Carmen feliz para sus adentros.
No. No le llamaba con su teléfono ni con su celular.
Ni siquiera por Facebook. Le llamaba con algo más
poderoso que eso: su MENTE...
“Ven mi bebé… ven con mami que te necesita.
Ven a casa y quédate a pasar la noche que
mami va a llenarte la boca de besos… Y tu
cuerpo del calor de mi cuerpo… Y tu sexo del
calor de mi sexo. Ven Alex, ven con mamá…”
Cuando Carmen pensaba en esas cosas su cuerpo
ardía y su vientre se in�lamaba. Se veía a sí misma
 68
LA MADRASTRA
haciendo las cosas más locas con su hijastro en la
cama, recordando los viejos momentos vividos con
él…
− ¡Dame más Alex! Dame más…
− ¡¿Te gusta así mami?! ¡¿Así?!
Chap! Chap! Chap!
− ¡Sí mi bebé! ¡Así! ¡Hasta el útero, mi tesoro!
¡¡Hasta el útero!!
Chap! Chap! Chap!
− ¿Puedo meterme en el útero, mami? ¿Puedo
meterme en la «casita»?
− ¡¡Sí mi bebé!! ¡Métete todo lo que tú quieras!
¡Quiero tenerte dentro mío! ¡¡Quiero tenerte bien
ADENTRO!!
Carmen lamentanba haberlo dejado volar. O mejor
dicho que se le haya volado. Si hubiese habido alguna
forma de haberlo retenido lo hubiera hecho. Pero eso
era imposible. No se puede detener la marcha de un
joven que quiere y necesita hacer su propia vida. Que
quiere crecer como todos. Ella también había volado
lejos de su familia para iniciar su vida en EE.UU y
Alex merecía exactamente lo mismo. Ahora Alex iba
en la búsqueda de su destino. Incursionando en la
Universidad y teniendo amoríos como lo había tenido
 69
LA MADRASTRA
ella. Viviendo solo y cargando con la responsabilidad
de cuidar su trabajo. Pasando también por el fracaso
del amor… De su primer amor. En �in, le había llegado
el momento de crecer y hacerse hombre. Un proceso
natural que ella no debía detener.
VI
Fue uno de esos días en que no dejaba de pensar
en Alex cuando el joven sorpresivamente la llamó.
Estaba realizando la entrega de un pedido a una clienta
cuando sintió sonar su celular. Carmen atendió y allí
Alex le contó que había roto de nuevo con su primera
novia. El tono de su voz no se escuchaba demasiado
animado.
− ¿Cómo que rompiste con Lisa?¿No habían roto hace
meses…? le preguntó extrañada.
− Hace un mes que volví a salir con ella, pero no
funcionó.
− Mira mi amor, yo en este momento estoy entregando
un pedido a un vieja clienta mía ¿Por qué no pasas esta
noche por mi casa y me cuentas todo? Si quieres te puedo
pasar a buscar más tarde en mi coche para ahorrarte la
molestia del viaje. Sabes que eso no me molesta, manejo
todos los días. Además mañana tengo el día libre ¿Sí?
 71
LA MADRASTRA
− No, está bien mamá. Te llamo más tarde…
− ¡¿Más tarde?! Ni lo sueñes. Hace más de una semana
que no escucho tu voz ¿y voy a esperar a que me llames
�más tarde�? Además me debes una visita… Todavía no
conoces mi casa y eso que hace meses que me separé de
tu padre. ¿Acaso te has olvidado de mamita? Te siento
desanimado y necesito escuchar a mi hijo… ¿Qué quieres
que te prepare de cenar? Tengo pescado al horno con
papas que me quedó del mediodía. Ese plato siempre te
gustó… ¿Cuánto hace que no comes una comida �como
la gente�?
− Esta bien… más tarde andaré por allí. No me pases a
buscar. Iré solo. Ya sé dónde queda tu casa. Termina de
hacer lo tuyo… Nos vemos. Besos.
A las siete de la tarde se encontraron en la casa tal
como lo habían pactado. Alex golpeó la puerta y Carmen
rápidamente le abrió. Lo saludó calurosamente y le
hizo pasar al interior de la vivienda. El mismo estaba
bellamente amueblado y se notaba en cada lugar ese
toque femenino que le suelen dar las mujeres. A Alex
le gustó la casa. Le dijo que ella tenía mejor gusto que
la actual mujer de su papá…
− ¿Es bonita? le preguntó Carmen, sin poder resistir la
tentación de saberlo.
 72
LA MADRASTRA
− No tanto como tú… Parece una vieja, replicó el joven.
− ¿Qué edad tiene? ¿Es tan mayor como Alan?
− No es la edad. Es la actitud. Parece vivir llena de
“rollos”… Mi padre hace lo que ella quiere. Busca
satisfacerla en todo. Eso me da mucha rabia.
Escuchar eso a Carmen le gustó. Saber que su ex
marido no llegaría a ser feliz mientras viviera con esa
mujer. Lo disfrutaba como una pequeña venganza.
Como si la vida le hubiera obsequiado un regalo.
“Jamás encontrará a alguien como yo” pensó sonriente
para sus adentros. Miró a Alex y le preguntó:
− ¿Es buena cocinando?
− ¿Cocinando? ¡Pero si la inútil no sabe ni planchar! Cada
vez que voy a casa de papá ceno comida de rotisería.
A veces comida enlatada que traen de Walmart.
Espaguetis con salsa de hongos, pollo entero Sweet Sue
con verduras refrigeradas, calamares en salsa de curry
y todas esas porquerías medias raras... Yo siempre pido
mi propia comida. Nunca como eso.
− Y ahora que vives solo ¿qué comes?
− Comida de rotisería… pero la que a mí me gusta.
− ¡Pobrecito! Deberías venir más seguido a comer a
casa de mami… le dijo ella con dulzura mirándole
tiernamente a los ojos.
 73
LA MADRASTRA
En la cena Carmen le sirvió el pescado con papas
que había preparado ese día mientras que ella se
comió una deliciosa ensalada rusa con trocitos de
manzanas verdes y palmitos acompañada con una
pechuga de pollo. Mientras ambos comían juntos, ella
le invitó a probar el vino recién sacado del freezer, un
chardonnay Mondavi cosecha 2009, pero el muchacho
no aceptó. Entonces se levantó de la mesa y sacó de
la heladera una Pepsi. El joven se sirvió en su vaso.
Después de cenar tomaron una buena taza de café
bien caliente y se fueron al living para charlar. Allí,
recostados en el sofá uno al lado del otro, Alex le contó
lo de su novia Lisa.
− ¿Por qué te peleaste con Lisa? disparó Carmen.
− Por el tema de los celos… ¡Es muy inmadura! contestó
algo fastidiado.
− ¿La engañaste?
− Al principio no. Pero cuando ya nuestra relación se
iba deteriorando me descubrió una noche chateando
con una de mis compañeras de curso, Jessica Connors.
Una chica que se arrastra desesperada por cada chico
del equipo de basquetbol que se le cruza por el frente.
Una buscona. Tú ya sabes… Esa noche se terminó todo.
− ¿Amabas a Jessica?
− ¡No! Es sólo que ella me buscaba. Me agarró con la
 74
LA MADRASTRA
guardia baja… Sólo lo hicimos una noche pero después
de eso no pasó más nada. Cuando le dije que no la quería
me largó y se metió con otro. Ya sabes cómo funciona…
Después de hablar un buen rato y acabado el
tema de la novia, Carmen tomó la palabra y aprovechó
para decirle lo que seguía sintiendo por él. Todo lo que
lo había extrañado en esos años que no estuvieron
juntos. Todo lo que le necesitaba…
− ¿Por qué no te vienes a vivir conmigo, Alex?
Alex se quedó en silencio, como meditando lo
que iba a decir. Luego, después de unos segundos, la
miró y le dijo:
− Pero eres mi MADRE… ¿Cómo podría yo vivir con mi
propia madre? Ya no soy un chiquillo…
− ¡No soy tu madre Alex! le respondió en un tono
nervioso, pero pronto se tranquilizó. Ya más calmada
le dijo: Te amo como una madre y te he cuidado como
una madre pero no soy “realmente” tu madre. No saliste
de mis entrañas… Fui, sí, la esposa de tu padre y eso fue
todo. Lo amé mientras él me fue �iel y después ya sabes lo
que pasó. Tuvimos que separarnos… Lo de los bienes fue
de común acuerdo y se arregló todo con los abogados,
como ya lo hablamos una vez. Te juro que nunca
presioné a tu padre por la cuestión de los bienes... Nunca
quise “pelarlo” como hacen algunas zorras, además…
 75
LA MADRASTRA
¿De qué podría culparlo si yo le fui in�iel PRIMERO con
su propio hijo? ¡Con su hijo! Y aunque no haya sido yo
la primera en fallar ¿qué diferencia hay? Eso no me
hace libre de culpas. No soy una matada Alex. Asumí mi
cuota de responsabilidad y tomé lo justo que necesitaba
para arreglármelas sola. No quería depender de otro
hombre. Es di�ícil para una extranjera sobrevivir sola
en un lugar como Texas. Tú sabes que tu padre tiene
mucho dinero. Mucho. Pero mi vida no se «fundamenta»
en eso. Puede quedarse con todo el dinero y las mujeres
del mundo que ahora no me interesa… Yo sólo quiero
poder rehacer mi vida y llegar a ser feliz. Alex… le dijo,
acercando su cuerpo al cuerpo del muchacho; te amo
y quiero que vivas conmigo… Quiero que seas feliz… YO
TE PUEDO HACER FELIZ. Puedo darte lo que ninguna
mujer te dio. Amarte como nadie lo ha hecho…
La expresión de Carmen denotaba pasión y
sinceridad. Alex la escuchaba atento y con una
expresión que mezclaba la satisfacción y el asombro
al mismo tiempo.
− ¿Puedes amarme como MADRE y MUJER?
− ¡¡Sí!! replicó Carmen sin dudarlo. Puedo ser tu madre,
tu mujer, tu TODO…
Alex sonrió y la miró con cariño. Allí, frente a él,
estaba su “madre” declarándole su amor incondicional.
Esa mujer que lo había cuidado durante toda su
 76
LA MADRASTRA
adolescencia, que había sido su maestra y lo había
hecho un “hombre”. Y Alex estaba allí, a solas frente a
ella, teniendo que tomar quizás la decisión de su vida.
Ser el amor de una mujer casi veinte años mayor que él.
El joven la miró y, con tranquilidad, le dijo:
− ¿Y cómo haré si al hacerme más grande me enamoro
de otra mujer…? ¿Qué pasa si me traiciona mi corazón y
te soy in�iel? Siempre seré veinte años menor que tú…
− ¿Y qué piensas que hice yo durante todos estos años
en donde tuve que soportar que tú salieras con otras
chicas? ¿Cómo piensas que lo aguanté? Lo aguanté
porque sentía que seguía siendo tu madre pese a
haberme separado de tu padre. Madre «del corazón»
¿sabes? La mujer que te había cuidado y te había
visto crecer en tu adolescencia y hasta en parte de tu
niñez… Que me había preocupado de que fueras un
buen estudiante para que no terminaras drogado como
muchos otros chicos ex compañeros tuyos de colegio.
Que había lavado tus ropas, que te había hecho la
comida, que te había llevado y traído al colegio para
que no te pasara nada en el camino. Todas esas cosas.
El amor de una madre es incondicional Alex… Todo lo
aguanta y lo puede… Aunque no hayas salido de mis
entrañas, siempre fuiste para mí mi hijo. Siempre. Por
eso pude. Y creo que esta vez también podré…
Alex la seguía mirando y de pronto todo se le vino
a la mente. Todo con mayor claridad. Como si estuviera
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LA MADRASTRA
poseído por un estado de conciencia incrementada,
contempló toda su vida bajo una perspectiva integral.
En esa fugaz visión, entró en la cuenta que el amor
verdadero no pasa por una cuestión de edad y que
se puede vivir el amor intensamente sin estar atado
a miedos y prejuicios. Sintió el amor de Carmen en
ese especial momento. Se acordó que esa mujer, su
madrastra y ex amante, le había hecho sentir en su
corta vida lo que ninguna de sus ex novias y aventuras
pudieron. Lo veía todo más que claro: ¡Carmen había
sido la mejor novia que había tenido! Mejor que
ninguna otra. La que más le había dado y, sobre todo, la
que menos le había pedido… ¡Tan diferente a las otras
inmaduras y demandantes compañeras de curso!
“¿Por qué no intentarlo?” se preguntó mentalmente.
“¿Qué más podía perder?” re�lexionó después. Puede
que la pasión, con el tiempo, se acabara, pero nunca
moriría el verdadero lazo de amor que desde siempre
los había unido… Nunca. Carmen siempre sería su
“madre”. Su única y verdadera “mamá” pasase lo que
pasase. Y eso parecía estar más que claro para ambos.
Pero… ¿y si la pasión no se acabara? ¿Y si naciera
entre los dos un amor indestructible? Nadie puede
determinar con certeza en qué momento empieza y
acaba el amor. No existe un “tiempo” para el amor. Eso
es una gran falacia inventada por hombres que jamás
amaron de veras. O que jamás fueron amados. El amor
es el único dueño de sí mismo y sólo muere cuando se
 78
LA MADRASTRA
deja morir…
Entre todo, a mi amor estaré atento
Antes, y con tal celo, y siempre, y tanto
que aún delante del mayor encanto
con él se encante más mi pensamiento
Yo lo quiero vivir cada momento
y en su loor he de esparcir mi canto
Reír mi risa y derramar mi llanto
A su pesar o a su contentamiento
Y ...cuando, después, venga y me busque
Tal vez la muerte, angustia de quien vive
Tal vez la soledad, �in de quien ama
Pueda decirme del amor (que tuve)
que no sea inmortal puesto que es llama
pero sea in�inito mientras dure.
Es una poesía de Vinicius de Moraes que Carmen
guardaba en uno de sus libros. De repente sonó
el celular de Alex y el chico rápidamente atendió.
Después de hablar unos segundos cortó y miró a su
madrastra.
− Es Lisa. Tengo que ir a verla.
− ¿A esta hora?
− Sí. Tengo que irme. Después te llamo…
 79
LA MADRASTRA
Carmen sintió en ese instante como que le habían
echado un balde con agua en el cuerpo. Después de
declarar su apasionado amor a su hijastro, la novia de
éste lo llamaba, quizás para reconciliarse con él. Sí, no
podía ser de otra manera, pensó Carmen. Alex era un
chico popular y guapo y una mujer suspicaz no lo iba
a dejar volar así como si nada… “Seguro que le llama
para pedirle perdón”. “Ya tiene preparada una escena
para convencerle…”. Los pensamientos de la mujer
iban y venían. Alex le dio un beso en la mejilla a su
“madre” y luego se marchó. Ella esperó que el beso se
lo diera en la boca pero no… Fue un beso rápido en la
mejilla. Igual que esos besos que le dan los hijos a sus
madres antes de irse a la escuela. No hubo en el joven
nada que le hiciera sugerir algo especial. Parada sobre
el umbral de la puerta vio como Alex se alejaba de su
lado.
VII
Esa noche Carmen apenas pudo dormir. Su cabeza
daba vueltas y vueltas sobre su almohada. Ninguna
posición le quedaba bien. Al día siguiente se levantó
cansada y con un poco de ojeras en la cara. Desayunó,
después se vistió adecuadamente, se maquilló un poco
el rostro para que no se le notaran las ojeras y partió
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LA MADRASTRA
luego al centro de la ciudad para atender los pedidos
de sus clientes. Estuvo casi todo el día ocupada en sus
labores y, cuando ya se hicieron las seis de la tarde,
decidió retornar a su casa. Alex no la había llamado
en todo el día. “Seguro que se arregló con su novia”
pensó con gran desazón. Al diablo con eso de venirse
a vivir con mamita. Resultaba obvio que había sido un
error eso de declararse como una descosida frente a
un muchacho que tenía toda la juventud (y las chicas)
por delante. Se sintió un poco estúpida al pensar en lo
que había hecho, pero se consoló pensando que si no
le hubiese declarado su amor la noche anterior estaría
ahora con una espinilla en el corazón reprochándose
el no haberlo hecho… Y eso era mucho peor. Después
de darse una ducha, tomó su celular y llamó a la casa
de comidas. Pidió algo para la cena. Esa tarde no tenía
la menor gana de ponerse a cocinar. Tampoco tenía
ganas de comer, pero entendió que su estómago no
tenía la culpa de lo que le estaba pasando al “vecino”
de arriba... Se dirigió a la heladera y bebió un poco de
jugo de manzana. Después se echó en el sofá y se puso a
leer una revista de jardinería. A Carmen le encantaban
las plantas. Era fanática de las orquídeas. Después de
veinte minutos oyó sonar el timbre de su casa. “Cada
vez son más e�icientes” fue lo que pensó, mientras se
dirigía a la cocina en donde había dejado tirada su
cartera. Sacó 20 dólares para pagar el delivery y se
apresuró en llegar a la puerta. Pero, cuando la abrió…
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LA MADRASTRA
− ¡¿Alex?! dijo en tono de sorpresa. No esperaba que
llegaras a esta hora…
− Quise llamarte pero perdí el celular. Creo que se me
quedó en la biblioteca de la Universidad.
Alex venía con una mochila en la espalda y un
bolso negro bien gordo.
− ¿Puedo pasar?
− ¡Sí mi vida! Perdóname. Es que no esperaba que
vinieras… Pasa.
Alex entró y dejó la mochila y el bolso en el piso.
Daban la impresión de que pesaban mucho. Miró a su
madrastra con una sonrisa burlona y le dijo:
− Ya corté de�initivamente con Lisa. Ayer lo hablamos en
casa de sus padres. Todo bien, no te preocupes. No hubo
ninguna pelea. Me quedé pensando en la propuesta que
me habías hecho ayer y bueno… decidí… venirme a vivir
CONTIGO.
Carmen se le quedó mirando unos segundos y
luego se abalanzó sobre él. Le comió la boca de un
beso y luego le dio otro beso y luego otro beso más.
El chico no opuso resistencia y le correspondió con su
boca también. Bien abierta a los besos de su madre.
Le siguieron sus jóvenes brazos, que se ciñeron sobre
la espalda de ella. Las manos de Alex se empezaron
 82
LA MADRASTRA
a mover mientras su mentora lo besaba con pasión
hasta que al �inal se terminaron perdiendo por debajo
de las faldas de su madrastra. La mujer, en pocos
segundos, ya lo había “entonado” como en los viejos
tiempos. Sabía cómo besar a su chico. Conocía lo que
a él le gustaba. Ella se dejó manosear las nalgas, feliz
de volverlo a tener como antes. Dichosa de sentir a su
niño de nuevo como el día que lo hizo un «hombre»
para siempre…
Mientras no paraban de besarse y de amarse como
si fueran dos tortolitos, una extraña y alargada sombra
se proyectó desde el umbral de la puerta. La misma se
extendía hasta llegar a pocos metros de donde estaba
la pareja. Un hombre de cutis negro vestido con ropa
deportiva y zapatillas los contemplaba, sin inmutarse,
sosteniendo algo en su mano. La pareja de amantes
se sobresaltó ante la presencia del improvisado
sujeto, que mantenía su brazo extendido en dirección
a donde estaban ellos. Carmen se había olvidado
de cerrar la puerta de la casa después de que Alex
ingresara. Y ahora ese hombre estaba allí, erguido
como una estatua de ébano mirándolos �ijamente. El
muchacho del delivery − un negro de dos metros de
alto − sostenía la pizza en su mano mientras veía como
Alex retiraba, con vergüenza, sus manos de la falda.
Carmen no atinaba a decir nada, aunque la bombacha
corrida le incomodaba. Ambos amantes se separaron.
En medio de un profundo silencio, el hombre negro,
 83
LA MADRASTRA
sin traspasar el umbral, hizo un gesto con su brazo
derecho haciendo entrega del pedido de Carmen.
− Son 15 dólares, le dijo. Y después de cobrar el dinero
se marchó.
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“Mujeres Enfrentadas”
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
I
No sé quien dijo una vez que en pueblo chico hay un
in�ierno grande… Sea quien fuera el que lo haya dicho,
estaba muy en lo cierto pues este suceso ocurrió hace
muchos años en un pueblito al sur México, cerca de la
ciudad Oaxaca de Juárez, capital del Estado de Oaxaca.
La protagonista fue una mujer morena de nombre
Julia, de unos 45 años de edad, maestra rural de la
humilde zona, que vivía en pleno centro de la ciudad,
a pocas cuadras del Templo de Santo Domingo, y que
trabajaba dando clases un una escuela primaria de
dicho estado. Allí conoció al joven Camilo, un chico de
18 años introvertido y algo tosco, que concurría a ese
establecimiento pese a su avanzada edad y que por
entonces era uno de sus alumnos.
Julia se había criado en el campo y poseía esa
sencillez y practicidad propia de la gente del lugar.
Miraba a la gente de frente y no le temblaba la voz
cuando tenía que decir algo que pudiera molestar. Su
voz era gruesa pero dulce y su cuerpo era esbelto y
robusto a la vez. Siempre se la veía luciendo un vestido
largo y elegante, a diferencia de las otras maestras
que preferían la comodidad y usaban pantalones. A
Julia no le gustaba mucho el pantalón. Y si el día se
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
presentaba muy caluroso, aparecía en el colegio con
ropa cómoda pero con una pollera semi larga, que
le sobrepasaba sus macizas rodillas. Pese a tener un
aspecto “anticuado” en comparación con el resto de
sus compañeras, lucía en cambio unas caderas bien
amplias y unas posaderas bien generosas, como las
de una auténtica matrona, que le permitía no pasar
desapercibida por los lugares donde anduviese,
sobre todo en la propia aula donde daba clases. Sus
pechos, en cambio, no eran muy grandes, pero sí
lo su�icientemente voluminosos como para poder
“prenderse de ellos”. En líneas generales era una mujer
bien “balanceada”. No era, sin embargo, una mujer que
podamos llamar “hermosa” � como esos mujerones
que vemos hoy en día por la televisión � pero sí una
mujer que “tenía lo suyo”, con ese charme especial
que parecía llamarle la atención a muchos hombres,
sobre todo a los adolecentes que, por su pubertad,
son muy vulnerables a la carne redonda y abultada de
una mujer. Vivía sola en una chica pero cómoda casa
y nunca se había casado. Tampoco tenía hijos, pues
la docencia siempre había ocupado el primer lugar
en su vida y había elegido dedicarse plenamente a la
educación y a la formación de sus alumnos, una labor
que amaba de verdad y que aprendió de una de sus tías
ya fallecida. Por su parte Camilo, que nunca pudo tener
continuidad en sus estudios a causa de un problema
familiar, era un joven alto y tenía unos hermosos ojos
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
color canela. Vivía con su madre, de nombre Ana, y su
padre de nombre Raúl. El padre de Camilo adolecía de
un problema en la cadera, a causa de haberse caído de
su caballo un día que vino demasiado borracho de una
cantina que frecuentaba junto a sus amigos y vecinos
del pueblo. A causa de eso Camilo, por decisión de
su madre al ser él el hermano mayor, fue obligado a
ayudarle a su padre en las duras tareas rurales, ya que
en el estado �ísico en que había quedado el hombre
éste no podía llevar adelante ciertas tareas él solo,
lo que generó que el joven no pudiera concurrir a la
escuela regularmente y que por ello perdiera muchos
años de colegio. Con el corre de los años Camilo fue
haciéndose cargo de casi todo el trabajo de la granja,
pues al crecer se estaba volviendo más fuerte y la
salud de su padre, en contraposición, empeoraba. Sin
embargo éste no era el principal problema que atañe a
la historia. El problema que nos incumbe era la madre
de Camilo, que al ver que ya no podía contar con el
soporte de su marido achacado cada día más por unos
dolores insoportables, no permitía que su hijo tuviera
una vida social normal como cualquiera, ni mucho
menos ponerse de novio con una chica… Camilo tenía
18 años y no sabía lo que era darle un beso a una
mujer. La mujer era una criatura inalcanzable que
no existía para nada en su estratósfera. Y eso al chico
muchas veces lo angustiaba.
Julia, que de a poco se fue interiorizando de
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
la vida de su parco alumno, notó que el joven no
tenía verdaderos amigos, y en una conversación
con�idencial con él le confesó que nunca había tenido
relaciones íntimas con ninguna mujer. Sólo había
podido contentarse con mirar algunas “fotos” que
había podido compartir a escondidas con algunos
compañeros de curso. A todo esto la madre, en
varias oportunidades, lo venía a buscar al colegio
en clara muestra de control sobre él, lo que para un
adolescente de esa edad era una situación de una
rotunda vergüenza. Camilo, aunque era un muchacho
alto y se sabía defender solo, debía soportar
estoicamente las burlas de los compañeros de colegio
y las miradas asombradas o curiosas de los mayores
que no paraban de observarle y murmurar mientras
la madre se lo llevaba a bordo de una carreta tirada a
caballos en dirección a su casa. Todo eso hacía que él
se sintiera inferior a los demás, por lo que para evitar
las bromas de los chicos crueles y el dolor que eso le
causaba, se alejaba de los muchachos y muchachas de
su edad aumentando así su ostracismo. Sus amistades,
por su parte, no llegaban a superar los 12 años y su
nivel de educación estaba claramente retrasado.
Además de eso, como sus compañeros de colegio eran
siempre niños, Camilo nunca podía desarrollar una
conducta propia de un adolescente, situación que le
afectaba negativamente en su crecimiento psíquico.
Pese a tener 18 años y estar a punto de hacerse un
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
“hombre”, su conducta era muchas veces demasiada
infantil. En esas condiciones estaba más que claro
que no podría llegar a tener nunca un trabajo digno,
ni tener una familia y hacerse un lugar en la sociedad
como todo individuo normal. Su futuro parecía estar
predestinado a trabajar en el campo por el resto de
su vida y a tener una instrucción mínima y necesaria
para no ser considerado analfabeto.
No obstante, pese a todo lo dicho, la maestra fue
descubriendo, a medida que se involucraba cada vez
más en la vida de su alumno, que éste era un joven
sumamente inteligente y además muy sensible, lo
que motivó en ella un sentimiento de afecto y estima
especial que nunca había experimentado por alguien
de su edad. En las clases de dibujo Camilo sobresalía
por encima del resto de los chicos. Tenía una gran
capacidad para memorizar los objetos que observaba
y reproducirlos con bastante realismo. Cuando la
propuesta artística era la de dibujo libre, Camilo
siempre elegía dibujar imágenes donde retrataba
escenas vinculadas con su familia. En uno de sus
dibujos representó a su grupo familiar completo. En
ellos la madre tenía la altura más alta, el papá un poco
más bajo que ella y luego él y sus hermanos más bajos
que sus papás. A Julia le extrañó que Camilo dibujara
a su mamá con mayor altura que los demás, pues
sabía que por las zonas rurales las mujeres eran, en
general, de menor estatura que los hombres. Como
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
pedagoga que era intuyó qué cosa signi�icaba ese
dibujo, y lo comprobó con sus propios ojos cuando
un día vio a la madre del chico llegar en su carreta al
colegio para llevarse a Camilo de regreso a su casa.
Tal como lo sospechaba, Ana era una mujer muy
bajita… Comprendió que la mayor altura con que
Camilo representaba a su madre signi�icaba que ella
era la “autoridad” de la familia y no su padre como
inicialmente creía. El rostro adusto de Ana sumado a
sus gestos visiblemente autoritarios daba la impresión
de que era una mujer fuerte y de muy pocas “pulgas” a
la hora de tomar decisiones. Y la maestra toparía con
esto en los días escolares que le sucedieron…
Un día Camilo se había quedado en el colegio
ayudándole a Julia a hacer algunos cambios y arreglos
en un aula desocupada que estaba siendo utilizada
como depósito. Julia le había propuesto al director
del colegio que esa aula fuera vaciada, limpiada y
arreglada para ser utilizada como el nuevo salón de
dibujo y pintura, pues la que estaban usando hasta
el momento les estaba quedando chica… El director
asintió y el aula fue completamente remodelada. En
esa remodelación el aporte del muchacho fue crucial,
pues se encargó de sacar del recinto unos muebles que
eran muy pesados, arregló y pintó uno de los armarios
que estaba siendo usado para almacenar un montón
de cachivaches, también pintó todas las sillas y las
mesas que iban a ser usadas para dicha aula y colaboró
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
con sus compañeros de curso para instalar adentro
todos los muebles y elementos de trabajo hasta que el
aula quedó completamente disponible. Sin embargo,
aunque todo esto pueda sonar bonito, Camilo tuvo
que soportar durante muchos días las refriegas de la
madre que tenía que esperar sentada en la carreta con
todo el fastidio del mundo esperando a que éste saliera
del colegio una vez concluido el trabajo, ya que el chico
se sentía tan entusiasmado con la propuesta de su
maestra que se negaba a abandonar el colegio hasta
tanto una silla no estuviera completamente pintada o
la pata de una mesa completamente arreglada. Todo
eso siempre bajo la asistencia de Julia, que le ayudaba
pacientemente en su trabajo después de hora y que
no se marchaba del colegio hasta tanto veía que el
joven regresaba con su madre a su casa. De esa forma
se aseguraba que al muchacho no le pasara nada. Sin
embargo, no podía dejar de sentir pena, como docente
que era, ver a un joven tan sensible e inteligente
echarse a perder por una madre castradora que no
veía en su hijo otra �inalidad que no sea la de ser un
burro de carga…
Julia, que era una mujer de “actuar” más que
de “quedarse mirando” cómo las cosas transcurrían,
intentó un día convencer a Ana de que desistiera de
esa actitud tan “posesiva” y le diera la posibilidad
a su hijo de poder desarrollarse como un hombre
normal. Le dijo que si Camilo lograba avanzar en sus
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
estudios y llegaba a obtener alguna tecnicatura, eso le
reportaría a “su” familia mucho más provecho a que
si se pasaba toda la vida trabajando como granjero.
Pero ni toda esa capacidad pedagógica que había
adquirido en años le sirvió para convencer a esa terca
mujer en que desistiera de su actitud. La posición de
Ana fue siempre de descon�ianza y estaba convencida
que la intención de la maestra no era otra cosa que
de arrebatarle a su hijo... Situación que derivó en
que Camilo, después de esa infructuosa charla entre
ambas mujeres, se ausentara del colegio varios días.
Cuando Julia le preguntó al joven cuál había sido la
causa de sus extrañas ausencias, éste respondió que
“tenía mucho trabajo en su casa” y no quiso decirle
nada más.
Imaginen ustedes el estado de ánimo de la
veterana docente cuando entró en la cuenta de que
su intentona de querer ayudar a su alumno favorito
había derivado en perjuicio de éste, ya que Camilo
empezó a retrasarse notablemente en sus estudios.
De las últimas veinte clases sólo había asistido siete y
de todos los ejercicios que le dio de tarea para hacer
en casa el chico no había terminado ni la mitad... La
maestra tenía bien en claro que a este “ritmo” Camilo
no iba a poder nunca salir de la escuela primaria…
Completamente contrariada por la di�ícil situación pero
con una inesperada «rabia» que estaba creciendo cada
vez más en su corazón, Julia pasó sus días intentando
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
elaborar una estrategia para sacar a Camilo de las
garras de su castradora madre. Sabía que con Raúl no
podía contar. El día que había tenido la conversación
con Ana en la casa de Camilo, el hombre se había
mostrado distante y sospechosamente indiferente.
Apenas le había saludado y acto seguido inventó una
escusa para salir de la casa y dejar a las dos mujeres
hablar solas. Estaba más que claro que la persona
que llevaba las riendas de la familia ― a los ojos de
la maestra ― no era ese débil y escueto hombre sino
esa telúrica mujer, así que si quería tener éxito en su
empresa debía desistir en su intento de buscar apoyo
dentro de esa familia. La pedagogía había que meterla
en un cajón… La solución al problema radicaba en
buscar apoyo en otras personas. Y Julia sabía a quién
dirigirse pues como docente de larga trayectoria tenía
en la ciudad importantes contactos.
II
José Ignacio Vega estaba en su despacho cuando
Julia llegó. La joven y hermosa recepcionista, que en
ese momento estaba muy ocupada limándose sus
cuidadas uñas, la hizo pasar apenas su jefe se enteró
de la inesperada llegada de su vieja amiga. José y Julia
se habían conocido en la escuela segundaria. Tenían
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
ambos la misma edad y habían salido un tiempo
juntos, hasta que la relación se terminó como ocurre
en casi todos los romances de la adolescencia. Sin
embargo, habían seguido siendo amigos y cada tanto
se juntaban para comer o se llamaban ocasionalmente
por teléfono para saber cómo estaban y ese tipo
de cosas. Los amores de la adolescencia son los
más di�íciles de olvidar y esto es así porque son los
más puros. Ya cuando uno se hace grande, por esas
cosas que tiene la vida, pierden buena parte del
romanticismo que lo acompañó en su juventud, pero
esa es otra historia que merecería otro capítulo.
Cuando Julia entró al despacho José estaba
destapando una botella de licor, pero Julia le hizo señas
con la mano indicándole que no estaba con ganas de
beber. Se saludaron con un beso en las mejillas y el
abogado la invitó a que se sentara junto a un escritorio
lleno de papeles. Después de beber el primer sorbo,
José se acomodó en su sillón y empezaron a entablar
conversación.
− ¿Qué te trae por aquí Julia? No es común que vengas a
verme a mi despacho…
− Tengo un problema con uno de mis alumnos…
Julia le narró la historia de Camilo con lujo de
detalles y luego le explicó la estrategia que tenía
en mente para sacarlo de�initivamente de su hogar.
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
José le escuchaba atentamente y después que Julia
concluyó su relato el abogado le preguntó:
− ¿Estás segura que quieres llevártelo a vivir a tu casa?
− Sí. Tú me dijiste que las leyes habían cambiado y
que un joven cuando cumple los 18 años ya puede
marcharse de su casa sin que tenga que pedirle permiso
a sus padres.
− Sí, eso es verdad. Hasta podría contraer matrimonio
pero…
− Pero entonces no habría ningún problema. Sus padres
no me podrían demandar por secuestro ni abuso de
menores.
− ¿Hablaste de esto con el muchacho?
− Todavía no, pero tengo con�ianza de que lo podría
convencer. Al menos voy a intentarlo. El problema no es
Camilo sino la madre. Ella lo necesita porque el padre
no puede trabajar. Camilo es el verdadero sostenedor
de esa pobre familia. Tiene dos hermanos. Ella podría
demandarme acusándome de que le metí ideas raras
en su cabeza con el objeto de llevármelo, perjudicando
de esa forma la estabilidad económica de la familia…
Y ese es mi miedo. No el comerme un juicio y poner en
peligro mi puesto de maestra, sino que su familia pase
grandes necesidades y que después Camilo me odie por
eso. Me preocupa la situación en que quedará su familia
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
si Camilo deja a sus padres y se viene a vivir conmigo.
Es por eso que vine a verte. Para saber si existe alguna
manera de lograr que ese chico crezca como una
persona normal sin que eso implique un perjuicio para
su familia. La verdad no se me ocurre qué cosa hacer…
− Me dijiste que su padre está incapacitado para
trabajar…
− Sí. Tiene rota la cadera por causa de una caída cuando
cabalgaba en su caballo…
− Bien. Entonces puede que exista una mínima
posibilidad…
− ¿Hablas de que el gobierno le otorgue un subsidio por
invalidez?
− Sí. Habría que conseguir un médico que con�irme que
está paralítico… es decir, incapacitado para caminar.
Ya que el gobierno sólo otorga esos subsidios a las
personas que están totalmente incapacitadas para
poder trabajar.
− Yo conozco un médico amigo que me puede dar una
mano.
− Bien, entonces conéctate con él y explícale el asunto.
Yo me puedo encargar de tramitar la pensión y luego
hacer que salga rápido en base a los contactos que
tengo en el Ministerio de la Nación…
 97
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
− ¡No sabes cuánto te lo agradezco!
− No es nada. Vivo haciendo este tipo de cosas. Es mi
trabajo… ¿Podría hacerte una sola pregunta?
− Sí…
− Sientes algo “especial” por ese chico…
− ¿Te re�ieres a…? ¡No! Ni lo pienses. Es casi treinta años
menor que yo. Podría ser mi hijo… Es que es uno de mis
mejores alumnos y no quería que se le arruinara la vida
tan pronto. Es sólo eso.
Esa tarde Julia salió muy satisfecha del despacho
de su �iel amigo. Sabía que José no se negaría a darle
una mano, aunque seguro que luego le pediría algo
a cambio. Ella ya conocía su debilidad para con las
mujeres... pero eso hacía mucho que ya no le importaba.
Le seguía teniendo un gran afecto pese a lo ocurrido
cuando ambos eran jóvenes y pasar una noche en su
casa no era para ella algo imposible de realizar. Una
mujer sola necesita a veces un poco de emoción, así
que no se preocupó demasiado por lo que podría
llegar a pedirle. Resuelto el tema del subsidio, el resto
del plan consistiría en convencer a Camilo para que
se vaya a vivir a su casa. ¿Aceptaría el muchacho esa
propuesta? No parecía una tarea fácil para un chico
que se había pasado la vida viviendo bajo las faldas
de su madre. Entonces, para lograr el objetivo, sería
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
necesario que el joven le fuera perdiendo un poco ese
“respeto” que existe naturalmente entre un alumno y
una docente para que éste pueda entrar en con�ianza
y así sea mucho más fácil poder llevarlo a su hogar. Y
eso fue lo que Julia hizo. Durante los días siguientes
estuvo más cerca de su alumno y más preocupada por
él. Casi como si fuera una mamá. Julia se mostraba más
abierta con Camilo y le traía facturas en el recreo, que
sacaba de la o�icina donde tomaba café con las demás
maestras. En casa de Camilo nunca desayunaban con
facturas… Lo que no sabía Julia era que, en el tiempo
en que duraría la relación, se desataría entre ambos
una pasión irrefrenable que provocaría un vuelco en la
vida de los dos. Y esto fue así porque Camilo se sintió
tan acompañado y estimulado por Julia, una tan mujer
extrovertida como generosa en carnes, que le resultó
casi imposible poder resistirse a sus atractivos �ísicos
y a su afecto. El joven jamás había estado tanto tiempo
con una mujer y nunca una chica le había manifestado
algún tipo de interés por su persona. Julia era la
primera mujer en su vida que se le había acercado tan
cálidamente y por momentos se sintió tan confundido,
que pensó que su maestra lo quería conquistar… Eso
motivó a que Camilo tomara una decisión inesperada.
Una actitud que signi�icó para él un gesto de enorme
valentía, pues en toda su corta vida se había atrevido
a comportarse como lo hizo aquella vez que estuvo a
solas con la docente.
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
III
Estaba terminando de copiar unos ejercicios que
Julia había resuelto en el pizarrón cuando ella entró.
Le llamó la atención que Camilo no estuviera en el
patio en horario de recreo y, extrañada, regresó al aula
para cerciorarse que el chico no se había ido todavía
del colegio. Afortunadamente, su alumno seguía allí.
El joven no la sintió entrar y cuando la vio a su lado se
sobresaltó.
− ¡Oh! No me di cuenta que había entrado…
− Pensé que te habías ido del colegio, le contestó ella.
− ¿Por qué dice eso? ¿Por lo de mi mamá…? No. Ya le dije
que no podía faltar más…
− ¿Está enojada por lo que le dije ese día que fui a tu
casa? Sólo quería ayudar…
− No se preocupe maestra. Usted no tiene culpa de
nada…
Julia, sin darse cuenta, había acercado mucho su
cuerpo al cuerpo de su alumno. El joven le miró de
reojo los pechos que sobresalían un poco por encima
de su escote y se ruborizó. La mujer se dio cuenta de
 101
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
la reacción de su alumno e hizo como si no hubiese
pasado nada. Luego agregó: “ve al recreo con los chicos
que yo te copio lo que te falta… si no vas a perder el
recreo”. Camilo no le respondió y siguió copiando la
tarea. Estaba extrañamente callado. Julia se dio cuenta
que le estaba pasando algo…
− ¿Te pasa algo Camilo? Te noto muy callado…
Camilo dejó de escribir y la miró �ijamente a los
ojos. “Creo que me pasa algo con usted…”, le contestó.
La mayoría de las maestras ya se habían retirado
del colegio y la directora hizo lo mismo poco tiempo
después. La única mujer que se veía por los pasillos era
la celadora que recién empezaba su ronda de limpieza
por las aulas, moviendo las sillas y pupitres para poder
pasar su escoba. El barullo que hacía cuando corría
las sillas se escuchaba a varios metros a la redonda
gracias al silencio sepulcral que reinaba en todo el
establecimiento. Una rata que merodeaba en el aula
contigua a la ocupada por la celadora salió disparada
al escuchar el ruido de las sillas para esconderse en
su madriguera. El Sol hacía sentir su fuerza en esos
días de verano aprovechando las escasas nubes que
se desplazaban por el cielo azul y el ruido de una
carreta vieja que se aproximaba al humilde colegio se
hacía cada vez más fuerte mientras las agujas del reloj
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
corrían. En uno de los baños del colegio, bastante lejos
de donde estaba haciendo su trabajo la celadora, una
maestra y su alumno estaban mutuamente prendados
en una fogosidad imparable...
− ¡Bájese la bombacha maestra! Quiero tocarle
las nalgas... le escuchó decir a Camilo, en un tono
entrecortado y jadeante. Su piel lucía hermosamente
joven y brillante gracias al sudor que brotaba de su
piel.
− ¡No Camilo, no! Alguien nos puede ver… Te dije que
sólo te iba a dar unos besos… ¡No me comprometas!
− ¡Estoy caliente maestra!¡Quiero sentir su culo! Por
favor… Sólo una “tocada”, nada más…
La bombacha de Julia se deslizó por debajo de
su guardapolvo blanco y las fuertes manos de Camilo
hicieron rápidamente lo suyo… Julia sentía los dedos
hambrientos del muchacho que recorrían con locura
su piel… Ella se excitó. Sintió un calambre de placer
que tuvo su epicentro en la entrepierna y que luego se
desparramó por todo el cuerpo hasta llegarle a lo más
hondo de su alma… Su corazón latía con una lujuria
inusitada y, si no hubiese sido porque estaba en un
lugar público, se habría llevado de inmediato a su
alumno a la cama para hacerle el amor.
− ¡Qué culo maestra, qué culo! ¡La AMO!
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
− ¡No Camilo! No… por favor…
La boca del muchacho se volvió a prender de
uno de los pezones oscuros que sobresalían por el
desarreglado escote. Las tetas de Julia eran pulposas
y el muchacho no paraba de amasarlas con frenesí.
Una vez satisfecho con eso incorporó su cuerpo y
metió su lengua en la boca de la maestra. Ella le
respondió metiendo su lengua dentro de él y ambas
prolongaciones se tensaron en una guerra implacable
donde ninguno de los dos guerreros quería perder la
iniciativa. La mujer volvió a sentir un nuevo calambre
en su sexo y alargó su mano hasta la entrepierna de
Camilo. Sintió cómo el bulto del muchacho explotaba
por debajo de su jean. Era duro y poderoso y eso
la excitó. No dudó en contenerlo con su mano. En
sentir su calor y su fuego. Lo apretaba y lo amasaba
intensamente como Camilo había hecho con sus
pechos.
De repente se escuchó un ruido... Luego unos
pasos.
Los amantes se alarmaron y se escondieron en
uno de los baños. Cerraron la puerta y aguardaron
en silencio. En la taza �lotaba algo de color marrón
que despedía un olor nauseabundo. Algún alumno
maleducado no se había comedido en tirar de la
soga... La “cosa” �lotaba plácidamente allí liberando
alegremente una fuerte �latulencia. Julia y su alumno
 104
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
aguardaron en silencio mientras soportaban juntos
el asqueroso hedor. La celadora ingresó en el recinto
donde segundos antes estaban los amantes y volcó
el balde con agua sucia dentro de la gran pileta. Lo
llenó con agua de la canilla y luego metió un trapo
adentro que sacó luego y retorció con fuerza. Cogió el
balde ya repleto con agua y se marchó del lugar para
continuar su trabajo. Sus pasos nerviosos se alejaron
rápidamente hasta que el sonido que hacía se dejó de
escuchar. Un minuto después ambos amantes salieron
del baño y se dirigieron hasta el portón de salida
cuidando que nadie los viera. Ya afuera, la madre de
Camilo aguardaba impaciente en su carro y vio cómo su
hijo se despedía de su maestra. Volvió a mirar su reloj
y puso cara de descon�ianza… Su corazón de madre
no le trasmitía buenas señales y echó un ojo receloso
a la docente mientras veía cómo ésta se alejaba por la
vereda. Cuando su hijo llegó hasta la carreta le dijo:
“¿Por qué te demoraste tanto? Hace «cinco minutos»
que te estoy esperando sin ver que salieras…”.
− Me quedé copiando unos ejercicios, contestó el chico
en tono tajante. Y dicho esto se subió al vehículo.
La mujer quedó sorprendida por la seguridad
que mostraba el muchacho y sin decir ni una palabra
más arrendó los caballos y se marchó. A los pocos
segundos ya no quedaba nadie en el lugar.
 105
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
IV
La experiencia tenida en el baño de la escuela
había dejado marcado tanto al chico como a la mujer,
pero mucho más al chico que no pudo evitar que
sus pensamientos quedaran atrapados en torno a
lo vivido. Julia había sido su primera mujer, pese
a que no habían logrado consumar la relación. Y
tenía más que claro que no se iba a conformar con
esa sola experiencia. Camilo iría por más. Ya había
probado el primer bocado y había sentido su exquisito
sabor, y no dejaría de insistirle a su maestra hasta
que ella �inalmente acepte llevarlo a la cama. Estaba
desesperado. Por poco enloquecido. Un nuevo
universo se habría frente a sus sentidos y no quería
ser el último en conocerlo. Era el despertar del amor.
El despertar de su virilidad. Eso hizo que los planes de
Julia de llevarse a vivir al muchacho a su casa fuera,
desde luego, mucho más fácil. Ella jamás pensó que
las cosas se darían de una forma tan rápida, pero así
fue como se dieron. Inconscientemente lo logró. Su
intensión inicial era conquistarlo de a poco. Ganarse
su con�ianza lentamente. Pero cuando un hombre y
una mujer juegan con fuego nunca se sabe hasta dónde
 106
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
pueden llegar… Ella, al igual que él, también llegó a
su casa conmovida. Aunque tuvo que reconocer su
responsabilidad en ese inesperado desenlace. Había
despertado, quizás sin querer, los deseos de su joven
alumno y ahora que el fuego se había desatado no
podía mirar para atrás. Ahora había que seguir…
¿Pero tenía Julia deseos de modi�icar el rumbo de las
cosas? ¿Hubiese querido, de corazón, que el muchacho
no la hubiera deseado? No. Ella también deseaba a
Camilo. También quería tenerlo entre sus pechos.
Poder abrazarlo. Besarlo. Amarlo. ¿O acaso por qué se
empeñó tanto en protegerlo? ¿Por simple solidaridad
con un pobre campesino? ¿Cuántos campesinos
analfabetos había en ese pueblo? ¿Cuántos niños que
no terminan nunca de completar la escuela primaria?
¿Cuántos? Cientos en toda Oaxaca y miles en todo
México. ¿En qué cambiaban las cosas un desvalido
más? Sí. Lo había hecho porque en el fondo ya estaba
cansada de seguir viviendo sola. Cansada de llevar
en su pecho una copa de amor para dársela a nadie…
Cansada de vivir sin un hombre. Un hombre que
valiera la pena. Lo tuvo más que claro, y era inútil
engañarse, cuando el joven la abrazó en el baño y le
«metió mano» por todos lados… Descontrolado, como
si fuera un potrillo. Y ella, en vez de ponerle freno
como se espera de una docente, lo dejó en cambio
avanzar hasta verlo enervado de placer. Porque ella, en
el fondo, también quería eso. Dejar que se ponga loco
 107
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
para ponerse loca ella también. Ponerse locos los dos
para así olvidarse del mundo, sacarse la herrumbre de
encima y perderse en un amor sin frenos. En un amor
exasperado donde solamente podían caber dos.
Al día siguiente, cuando se encontraron en el
colegio, Julia le revela el plan a Camilo y éste no dudó
en aceptarlo. El joven quería estar con ella, con la mujer
que amaba. Y si eso implicaba irse de su casa, pues
se iría. No había impedimentos. De alguna manera,
la experiencia que había tenido con su maestra el
día anterior lo había hecho crecer de golpe. Surgió
de una forma repentina el Camilo adulto. El Camilo
hombre. Toda esa frustración acumulada en años por
causa de una madre castradora había explotado de
un día para el otro, cuando sintió por primera vez el
cuerpo de una mujer. En los brazos de Julia, su querida
maestra, había sentido la liberación. Había tomado
conciencia de que no era un niño. De que no tenía
que pasarse todo el resto de la vida viviendo bajo las
faldas de su madre. Sintió que tenía que volar. ¿Pero
cómo? ¿Cómo lograrlo si dependía de su familia para
poder vivir? Julia le había dado la solución cuando le
propuso tajantemente “Quiero que te vengas a vivir
conmigo… Tienes que salir de tu casa pronto. Allí nunca
tendrás un FUTURO”. Camilo abrió los ojos en medio
de la emoción y sólo atinó a decir “Sí… Sí maestra”.
“Maestra no” respondió ella, “Julia”. “Ahora no soy más
tu maestra. Soy… tu MUJER”.
 108
“Ya había probado el primer bocado y había sentido su exquisito sabor,
y no dejaría de insistirle a su maestra hasta que ella �inalmente acepte
llevarlo a la cama...”
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
Ese día Camilo no volvió a su casa. Esperó a que
todos los alumnos se fueran para quedarse solo y
hablar con su madre. No quería que sus compañeros
presenciaran ningún tipo de escándalo. Cuando la
encaró, le trasmitió su decisión de que se iría a vivir
con Julia a la ciudad y que no regresaría a casa. La
madre, que se había quedado escuchándolo con el
rostro «seco» y el seño fruncido, no daba crédito a
las palabras de su hijo y le instó con fuerza a que le
obedeciera. Le ordenó que desistiera de su actitud y
que subiera al carro inmediatamente. Pero Camilo se
puso �irme y le contestó que no iba a subir. Le confesó
que amaba a su maestra y que ya era mayor de edad. Y
que quería irse de casa para empezar a hacer su vida.
− ¿Hacer tu vida? ¿Pero cómo vas a hacer para
arreglártelas solo en la ciudad si sos un “simple”
campesino? ¡Deja de hablar estupideces y súbete al
carro ya, que tenemos cosas que hacer! le gritó la
madre en medio de la calle.
− Voy a estudiar y tener un o�icio...
− ¿Un o�icio?
− Sí. Julia me dijo que podía obtener una tecnicatura
en una escuela técnica que hay en Oaxaca y poder
labrarme un porvenir…
− ¿Un porvenir? ¡¿No te das cuenta que esa mujer te
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
quiere USAR?! ¡Cómo piensas que una maestra se va
a �ijar en un pobre campesino como vos! ¡¿Tan imbécil
sos?!
− ¡Julia me ama y yo la amo a ella! le contestó Camilo
nervioso. ¡Voy a irme a vivir con ella madre!
− ¡Ella no te ama! ¡Esas tilingas sólo quieren hombres
con dinero y tú no tienes nada, más que la ropa que
llevas puesta y que yo todos los días te lavo!
− ¡Julia no es una PUTA, es una buena mujer!
− ¡Es una PUTA, como todas las mujeres de la ciudad!
¡¡PUTAS!!
− ¿Y tú qué eres? ¡Una ‹‹castradora››! Por tu culpa nunca
llegaré a ser nada. Julia me lo dijo…
− Esa mujer te ha llenado la cabeza… Yo “olía” que iba
a suceder algo si seguías en ese maldito colegio, pero
como una estúpida no te cambié de escuela a tiempo.
Es más ¡Ni tendría que haberte dejado que fueras a la
escuela! ¿Para qué sirve el estudio? ¡Para nada! Sólo
para pudrirle la cabeza a los jóvenes. Por culpa del
estudio esa mujer te dio vuelta la cabeza y mira en qué
te ha convertido.
− ¡Basta mamá! ¡Ya no quiero escucharte más! Me voy
con Julia. Ya lo tengo decidido.
Camilo se marchó en dirección a su maestra que
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
lo esperaba unos metros más adelante. La iracunda
mujer, al ver que su hijo se marchaba sin obedecerle,
arrendó los caballos y le siguió por la calle costeando la
vereda, pero su hijo y la maestra subieron rápidamente
a un taxi que los estaba esperando a pocos metros y
se alejaron rápidamente del lugar. Al cabo de unos
minutos ya habían dejado atrás a la madre del joven,
que se quedó masticando la bronca y el odio de toda
su vida.
V
La casa de Julia parecía chica por fuera pero por
dentro era amplia y cómoda. Tenía ladrillos a la vista
y estaba protegida por una reja de color verde. Entre
el portón de la reja y la puerta principal se extendía
un bonito jardín. A Julia le gustaba mucho las plantas
y las cuidaba con especial esmero. Cuando el taxi
se marchó, Julia invitó al joven a ingresar adentro
de la casa. Le mostró el interior de la vivienda y le
señaló el dormitorio en donde debería dormir. Estaba
pintado de color crema y el piso era de parquet.
Era sencillo pero acogedor. Media hora después ya
estaban almorzando juntos una tarta que la maestra
había preparado la noche anterior. Y cuando ambos
terminaron de comer, la maestra se marchó a otra
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
escuela donde se desempeñaba como vicedirectora
teniendo que dejar a su alumno solo. Cuando regresó
más tarde, la mujer encontró al muchacho durmiendo
en su habitación, y después de despertarlo e invitarlo
a tomar la merienda, le propuso ir a cenar juntos a un
importante restaurante.
Era alrededor de las siete cuando Julia le dijo
que era hora de cambiarse. La mujer le consiguió un
poco de ropa que pertenecía a un sobrino suyo que
había vivido un tiempo con ella. Camilo se probó las
prendas y vio que le quedaban bien. Esperó a que
la mujer se cambiara y una vez que acabó salieron
juntos a la calle. Camilo estaba más que feliz, jamás
en su vida había comido en un restaurante. Cuando se
sentó a la mesa y vio que el mozo le servía el plato se
sintió como si fuera un príncipe. El restaurante era el
Hacienda Santa Martha (el preferido de Julia y el que
frecuentaba cuando iba a comer con alguna amiga).
Cuando salieron del restaurante completamente
satisfechos ya eran casi las doce de la noche. Llegaron
a la casa en un taxi y una vez dentro Julia calentó la
pava para hacer un poco de café. A julia le gustaba
tomar café antes de irse a dormir, aunque todo el
mundo le decía que no había que tomar café de noche.
Julia dormía igual. El café no parecía hacerle ningún
efecto. Le invitó a Camilo a tomar café y el muchacho
aceptó. Después de quince minutos ya habían
terminado de beber y Julia le indicó que ya era hora de
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
irse a dormir. Julia no era una mujer �mandona� pero
no podía sacarse de encima esa cosa de “maestra”.
Estaba acostumbrada a dar indicaciones y Camilo,
como contraparte, a obedecerlas. Era la combinación
ideal, aunque para empezar se llevaban más que
bien. Se levantaron ambos de la mesa y cuando la
mujer se dirigía a su dormitorio el chico la siguió por
atrás. La tomó de la mano y le dijo, “Quiero hacerlo
Julia…Quiero hacerlo esta noche”. La maestra lo miró
y le contestó “Podemos hacerlo mañana… que vamos
a estar más descansados”. “NO”, replicó él. “Mañana
no. Quiero ahora… Quiero que me hagas un HOMBRE
ahora mismo”. Ella, que estaba parada frente a él, se
le quedó mirando a los ojos y pudo leer los deseos
del muchacho. Su fuego. Su necesidad de amor… Y
Julia, que lo amaba verdaderamente, no pudo en ese
momento decirle que no. No pudo negarse a aquél
que ahora era su hombre. Ella estaba acostumbrada a
pasar semanas enteras sin tener sexo. Incluso meses.
Era una docente que, como muchas otras tantas,
estaba acostumbrada a vivir en soledad. Pero él era
un joven en la explosión de la vida. Estaba viviendo el
despertar de la carne. El renacer de su sexualidad. Y
se le vino a la mente entonces cuando ella todavía era
una adolescente... En los ojos del chico vio re�lejado
su propio pasado. Fue como viajar en el tiempo...
Recordó cuando conoció a su primer amor y cuando
tuvo que mentirle a sus padres para escaparse con él
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
y tener sexo en la parte trasera del auto. Recordó lo
que sintió en ese momento, el placer de las caricias y
de la penetración y vio en los ojos de Camilo el mismo
deseo que había estado en los suyos. Los mismos. Pero
en un cuerpo de hombre. Es por eso que Julia, aunque
se sentía un poco cansada y quería irse a dormir, no
pudo en ese momento dar un “no” por respuesta.
En vez de hacer eso lo tomó con sus manos y le dijo
tiernamente “Bien. Pero deja que me tome otra taza de
café… Ya no tengo 18 años como vos”.
Había quedado la luz del velador encendida y
la habitación de Julia estaba casi en penumbras. La
bombilla del velador desprendía una luz amarillenta.
Julia se había sacado su camisa y su corpiño, quedando
vestida de la cintura para abajo. Camilo, en cambio, se
desvistió completamente. No quería que ninguna parte
de su cuerpo se quedara sin sentir cada centímetro de
la piel de su amante. Su miembro viril estaba erecto,
ligeramente encorvado hacia arriba como si fuera un
gancho. A Julia la encantaba esa forma empinada del
pene de los hombres porque la hacía gozar mucho
más. Frotaba con más presión el punto G, que se ubica
en la parte superior del canal vaginal. No pudiéndose
resistir al hermoso falo del muchacho, lo tomó con
sus manos y lo empezó a sobar. Camilo dejó que su
maestra lo acariciara y rápidamente se excitó. Se le
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
puso duro como el roble. Al muchacho le encantaba
sentir las grandes manos de su maestra yendo y
viniendo por su pene. Cómo le tiraba el prepucio
para atrás y le masajeaba el glande con la yema de los
dedos. Sintió que ella lo llevaba al éxtasis y un calor lo
empezó a invadir. Si bien Julia tenía las manos de una
fuerte matrona era, sin embargo, muy femenina en
sus movimientos. El hábil movimiento de sus manos
sumado a la suavidad de su piel casi le provocó al
muchacho una eyaculación.
− ¿Te gusta que te acaricie Camilo?
− Sí maestra…
Las manos de Julia subían y bajaban el prepucio
de su alumno impidiendo que el falo perdiera su
irrigación. El glande se había hinchado y puesto rojo
como una cereza y sus testículos ya mostraban la
rigidez previa a la eyaculación. Julia se detuvo a tiempo
evitando una emisión precoz. No quería arruinar la
velada.
− Dame un beso Camilo… Bésame como me besaste en
el baño.
− Sí maestra, respondió el alumno. Y acto seguido sus
bocas se enredaron en un juego de labios y de lenguas.
De un constante dar y recibir que en pocos segundos
provocó el descontrol. La locura de ambos. La lujuria
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
desatada. Porque allí estaba solos, maestra y alumno.
Aislados sin que nadie los viese. Con todo el tiempo
y libertad del mundo para jugar juntos el dulce juego
del amor. Disfrutar del sexo hasta la saciedad. Gozar
sin límites y sin prejuicios.
Estando ambos conscientes de eso, Camilo
sintió despertar su virilidad. Su fuerza de hombre. Su
instinto de «macho». Ya que entró en la cuenta de que
su maestra estaba allí para ofrecerle todo. Abierta para
lo que él dispusiese, presta a iniciarlo en el arte sexual.
En ese mundo prohibido a los adolescentes y sólo
reservado a los adultos. Ese mundo inexplorado ahora
se abría frente a él, para ofrecerle todas las delicias,
todos los tormentos, todos los vinos y manjares del
Olimpo… Camilo tomó los pechos de Julia con sus
manos y los manoseó. Sintió su pulpa y exquisita
blandura. Dos aureolas marrones más grandes que
una ciruela llamaron la atención del muchacho.
− ¡Qué tetas maestra! ¡Qué tetas!
− No me digas «maestra»… dime Julia…
− ¡Qué tetas! JULIA…
El chico había quedado fascinado con la “pechera”
de su maestra cuando los vio por primera vez en el
baño, pero esa noche fue la primera vez que los pudo
ver en todo su esplendor. Allí estaban, frente a él,
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
esos dos hermosos melones listos para ser amados.
Camilo los contemplaba fascinado y Julia no paraba
de deleitarse observando la expresión del jovencito.
Sabía que lo tenía «embobado» y dejó que el chico no
se le resistiera. Le gustaba, como a muchas mujeres,
disponer de ese poder erótico sobre el sexo opuesto.
Tener �hechizo�. Los ojos de Camilo apuntaban a
sus tetas y los ojos de Julia al rostro de Camilo. Él se
deleitaba con el tamaño de su busto y ella se deleitaba
con el deslumbre de sus ojos… Por un instante se
había formado entre los tres una erótica triangulación.
La imagen era tan cándida que daba para sacarle una
foto. Dicho triángulo se rompió cuando el chico se
llevó uno de los pezones a su boca. Lo succionaba con
intensidad, como si necesitara la leche materna... Tan
lleno de gozo como de impaciencia. Julia se excitó.
No pudo aguantar por mucho tiempo el arrebato de
placer de su «niño» y dejó que Camilo le chupara. La
intensidad que ponía el muchacho al acto de succión la
hizo sentirse muy mujer. Plena de disfrute y erotismo.
Fecunda como la misma Tierra y femenina como una
diosa griega. Se dejó llevar por esa dulce molicie e
incitó a Camilo a succionar con más fuerza.
− Chupa más fuerte papito…así.
La maestra le enseñó a su alumno cómo se la
debía chupar. Camilo intentó hacerlo como su maestra
le indicaba, y si bien al principio le costó un poco
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
satisfacerla, al minuto de practicar ya la empezó a
hacer gozar.
− ¡Ay! ¡Así, mi papito… Así! Chúpame la tetita así…
¡Ay! Así... Ráspame la puntita con los dientes… Así…
Muérdemela un poquito… Así... ¡Aaay!
El grito de Julia fue de dolor y de placer. Como
un tormento del que no se quiere escapar. Su alumno
la estaba haciendo gozar… Camilo estaba poniendo
esmero en cada cosa que le hacía y ella ya se imaginaba
todas las cosas que podría enseñare al joven. Todas
las locuras que podría hacer con él. Esas cosas que no
podía hacer con otros hombres por ser consideradas
«sucias» o «ridículas». O incluso poco «masculinas».
Su pupilo carecía de las mañas de los adultos y podía
guiarlo hacia formas de amor más sublimes. Podría
moldearlo a su manera. Enseñarle el sexo «real». Julia
se relajó y se dejó llevar. Se permitió sentirse hembra,
perra y hasta puta. También madre de ese hermoso
cachorro. De ese crío que ahora era suyo y al que
había que cuidar y educar.
Un enjambre libidinoso se arremolinó dentro
del vientre de la mujer. Lo que había empezado en el
polo Norte pronto se trasladó al polo Sur. Los ardores
empezaron a crecer y el desenlace �inal estaba
próximo. Los juegos previos estaban culminando y era
el momento de ir a la cama. El coito no podía esperar
más tiempo...
 119
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
− ¡Sí, mi vida, sí! Chúpame así. Así… Así mi vidita, así…
− ¡Quiero ponértela Julia! ¡Quiero clavarte hasta el
fondo!
Ambos amantes estaban muy excitados, pero el
joven mucho más que ella. Julia disponía de mayor
autocontrol y eso le permitió manejar los hilos del
juego erótico. Ensayar una jugada previa antes de que
el chico la montara. Su idea era la de retrasar un poco
más el acceso al coito con el objeto de aumentar la
tensión sexual haciendo que se disparen los picos de
excitación...
− ¡Quiero ponértela Julia! ¡Quiero clavarte hasta el
fondo! le había dicho el chico enardecido.
− ¿Sí…? ¿Quieres que me baje la bombachita?
− ¡Sí mamita, sí!
− ¿Quieres clavarte a mamá?
− ¡¡Sí!!
Julia ya había abierto el juego y el chico había
entrado en él. Ahora le daría un par de rodeos hasta
que éste pierda completamente el control obligándolo
de esa forma a que pida, con fervor, lo que quiere. A
que grite su deseo de macho para así poder sentir su
«hombría».
 120
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
− ¿Quieres clavarte a mamá?
− ¡¡Sí!! gritó Camilo desesperado.
− ¿Y hasta dónde me quieres clavar?
� ¡Hasta el fondo!
� ¿Pero hasta el fondo dónde? ¿Qué �tan� hasta el
fondo...?
− ¡Hasta el útero mami! ¡Hasta el útero!
− ¡Uuuuyy…! ¡Qué lindo! ¿Con ‹‹mojadita›› al �inal?
− ¡¡Sí!! ¡Con mojada mamita! ¡Te mojo toooda!
Camilo estaba desencajado. Ya no sabía qué
cosa más decir para que la mujer lo lleve pronto a
la catrera. Faltaba que se pusiera de rodillas... Era su
primera vez con una mujer y, para peor de males, con
una mujer experimentada que conocía como pocas
los dulces juegos del amor. El viejo arte de excitarse y
hacer excitar al otro. Si bien las experiencias sexuales
de ella últimamente habían sido muy esporádicas,
sabía liberar su natural erotismo femenino cuando
encontraba un hombre que le gustaba de verdad. Que
la “calentaba”. Y Camilo la había puesto esa noche
como una moto. La había «desatado» y no pensaba
echarse atrás. Julia no daba muestras de cansancio ni
tampoco ganas de irse a dormir. El café ingerido, por
un lado, y el deseo despertado por los juegos eróticos
 121
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
avivó en ella su necesidad de amor. Cuando vio que
Camilo estaba casi pidiendo por favor ir con ella a
la cama, la maestra procedió a bajarse la bombacha
para luego recostarse boca arriba con las piernas bien
abiertas. Camilo abrió los ojos como platos cuando
vio, por primera vez, la carnosa pupa de Julia envuelta
en una oscura pelambrera. Su rostro lucía encendido.
La mujer sacó un preservativo que tenía en la mesita
de luz y se lo puso con cuidado al muchacho. La funda
ajustaba muy bien. Luego se echó para atrás y le hizo
señas a su joven amante.
− Venga mi bebé… Venga con mami… Descárguese
dentro de mamá.
Y el chico le hizo caso y descargó…
Julia era dulce como una madre y eso enloquecía
mucho más a Camilo. La imagen contenedora de Julia
contrastaba enormemente con el per�il adusto de su
madre biológica. La comparación inevitable entre su
madre y su maestra le hizo comprender las cosas de
otra manera. Sintió que al �in tenía una madre y no
sólo una madre sino un hogar, no pudiendo evitar
sentirse agradecido por ello. Atrás había quedado su
familia, sus largos días bajo el ardiente Sol, su insulso
plato de comida, sus pobres ropas de campesino.
Camilo, que tenía la verga más dura que su mollera,
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
se había echado sobre el cuerpo de Julia enterrando
su masculina prominencia dentro de ella. Su sexo
se hundió en esa abundante madeja de pelos hasta
desaparecer. Empezó a bombear como loco y a los
veinte segundos el éxtasis era total. Todo su cuerpo
se estremeció, teniendo sus músculos tensionados al
máximo. Se descargó completamente en el vientre de
la mujer emitiendo el típico sonido de desahogo…
− Sí mi bebé, sí… Tire toda la leche, tire… Descárguese en
la entrepierna de mami. Descargue todo… descargue…
Camilo descargó. Descargó todo lo que pudo sin
guardarse nada para sí. Se lo dio todo a su maestra,
hasta la última gota que le salió del miembro. Sintió
un desahogo. Una liberación. Exhalando y aspirando
entrecortadamente. Julia, mientras tanto, le acariciaba
la espalda permitiendo que su amante se repusiera.
Después de algunos minutos Julia le propuso cambiar
de posición.
− ¿Quieres que sea tu yegua Camilo? ¿Quieres cogerme
como un caballo? le dijo la maestra a su alumno
mientras con una mano le acariciaba el palo…
− En el campo se ve mucho eso… le contestó el chico,
ya más relajado, mientras miraba con gran atención
las tetas colgantes de su maestra. Estiró su mano y le
cogió una de ellas.
− ¿Te gustan mis tetas?
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− Me encantan… Son pesadas y pulposas… Y muy
suaves… Yo vi en el campo como los caballos y las
cabras cogían. También vi una vez a un perro que se
había quedado abotonado… ¡Me dio mucha risa!
− ¿Sí? ¿Y no quieres abotonarte conmigo de nuevo? le
preguntó Julia mirándole a los ojos. El joven vio en su
cara una sonrisa y cómo los ojos le brillaban de lujuria.
Comprendió que su maestra estaría dispuesta a TODO
y eso le devolvió de golpe la excitación. Julia acercó su
cuerpo y le dio un beso en la boca.
− ¿Quieres que sea tu yegua papito? ¿Te animas a
meterme otra vez esta «tranca»?
Camilo sintió como ella le apretaba la pija y le
clavaba los ojos en sus ojos… Le contó al chico que ella
también se había criado en el campo y que había visto
muchas veces a los animales tener sexo. Incluso cómo
hacían los hombres para que un burro se clavara a una
yegua.
− Sí, yo también sé cómo hacen…
− ¿Ah Sí? ¿Y no quieres ser mi burro “Cami”? ¿No quieres
que juguemos al burrito y a la yegua? Se le acercó de
nuevo y le dio otro beso.
− No… No me gustan las yeguas. Yo sólo me cojo a
las burras… Soy un �burrito� le respondió el chico,
esbozando una pícara sonrisa. Julia le miró y se sonrió.
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
Sus lecciones ya empezaron a rendir sus frutos...
− ¡¿Ah sí?! Julia lanzó una carcajada. ¿Así que sos un
«burrito»? Le besó una vez más la boca. Entonces me
vas a coger porque me encanta la verga de burro. No
sabes qué loca me pone…
− Pero yo sólo me cojo burras… insistió Camilo
haciéndose el di�ícil.
− ¿Así que coges sólo burras? Eso lo vamos a ver…
Julia le dio la espalda y se puso en cuatro patas.
Juntó bien las piernas y apoyó el pecho bien al ras
de la cama, para que su traste le quedara lo más
empinado posible. Dos tremendas nalgotas quedaron
expuestas a la vista del joven. Y en el medio de la
larga zanja � tan larga que Camilo apenas la podía
abarcar completamente con sus ojos � brotaba
exuberantemente una pupa carnosa y llena de pelos.
Camilo no pudo evitar la excitación, pues la imagen
de ese culo de mujer era realmente espectacular. Julia
era una verdadera yegua que necesitaba ser amada
por un burro. Y él era el burro que ella quería. El burro
que tenía que montarla…
− Dale papito… dijo en tono rogante. Haz feliz a esta
yegua. Dame tu hermosa tranca… ¡Métela hasta el
FONDO!
El muchacho pronto obedeció, pues ya no podía
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
resistirse más. Sus intentos de oponer resistencia
a esa hembra caliente y madura no habían durado
demasiado. En ese dulce juego de la tentación, donde
el hombre y la mujer mueven sus piezas, la maestra
había ganado la partida. Julia barrió de un plumazo las
pálidas defensas levantadas por su alumno forzándolo
a que la monte rápido. ¿A mamá mona con bananas
verdes? “Te falta aprender mucho para jugar como yo”.
Camilo acomodó su tranca y la enterró en la tuna de
Julia. Se echó sobre la espalda de la maestra y empezó
a copular como si fuera un burro. El choque incesante
de sus carnes se escuchaba por toda la habitación.
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
− ¡Así Camilo, así! ¡Dame más! ¡Sígueme dando así!
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
− ¡Así papito… Así!
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
− ¡¡Sí!!
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!... ¡¡Chaaap!!
− ¡¡Uuuy!! ¡¡Sí!! ¡Papito! ¡¡Hasta el fondo!! ¡Qué rico! ¡Sí,
mi papi!
El rendimiento de Camilo iba de maravillas y Julia
estaba más que satisfecha con lo logrado por su chico,
pero el joven � después de varios minutos de galope
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
� ya empezaba a dar muestras de cansancio, por lo
que decidió cambiar de postura. Se puso en cuclillas
detrás de ella con las piernas bien abiertas para poder
entrar, apoyando luego sus manos sobre las caderas
de Julia para poder mantenerse en equilibrio. Al
sostenerse sobre los pies en vez de las rodillas podía
ejercer sus movimientos haciendo uso de todos sus
músculos, por lo que pudo recuperar buena parte de
su agilidad. Ya bien sujeto a las carnosas caderas de
la mujer, se embarcó en la ardua tarea de sacudir a su
maestra con toda la potencia que le restaba hasta que,
�inalmente, maestra y alumno arribaron al clímax.
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
− ¡Ay, sí Camilo! ¡Ay, sí! ¡Qué tranca que tienes mi vida!
¡Qué pedazo de BURRO que sos!
− ¡Me gusta la zanja maestra! ¡Me vuelve loco!¡¡Me
encanta la zanja!! dijo Camilo con los ojos
completamente desorbitados.
− ¿Te gusta mi zanja Camilito? ¿Te gusta la zanja de tu
maestra?
− ¡¡Sí!!
− ¿Te gusta que sea tu yegua, mi vida? ¿AHORA te gusta
que sea tu yegua?
− ¡¡Sí!!
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
− ¿Y vos mi burrito?
− ¡¡¡Sí!!! ¡Aaaaahh! ¡Aaah! ¡Ah…!
Esta vez fue Camilo el que emitió su grito de guerra,
completamente agotado de tanta acometida contra
su matrona. Su cuerpo brillaba por la traspiración
y sus piernas mostraban indicio de cansancio. Echó
su cuerpo para atrás, trató de retomar el ritmo de su
respiración y, cuando lo consiguió, se acomodó al lado
de su maestra.
− Sos todo un macho Camilo… Casi me mataste con esa
tranca bestial… ¡Qué burro más hermoso me tocó esta
noche!
El chico sonrió. Su maestra le había puesto un
“Muy Bien 10 Felicitado”… Había pasado el examen.
Ambos quedaron felices y exhaustos. Habían tenido
el sexo de su vida y deseaban que eso no se terminara
nunca. Fuera de la casa reinaba la quietud. La oscuridad
de la noche y la soledad. Por las calles no se escuchaba
ningún auto y las veredas dormían vacías. Todo el
barrio parecía muerto. Adentro, detrás de esas cuatro
paredes, la noche no había llegado aún y el canto de la
vida se seguía escuchando. Una maestra y su alumno
enredados en una lujuria sin límites. No pidiéndole
permiso a nadie para disfrutar de lo mejor que tenían.
Ellos dos eran, juntos, un Sol de medianoche en un
pueblito de México.
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M U J E R E S E N F R E N TA D A S
El día siguiente era sábado y ambos aprovecharon
ese día para dormir unas horas más. Habían pasado
una noche tan calurosa como memorable y eso
forti�icó más su unión. Julia se levantó con muy buen
humor y se dispuso a hacer el desayuno. También le
dijo a Camilo que se prepare porque tenían que salir
juntos. Camilo, por su parte, se sentía más vivo que
nunca. Era la primera vez que sentía que alguien lo
quería de verdad. Y no sólo quererlo de verdad sino
también cuidarlo. Sentía que Julia era una mezcla
de amante y de mamá, y eso le dio vuelta la cabeza.
Lo embelesó. Comenzaba el �in de semana y ambos
tenían muchas cosas sobre qué conversar para poder
adaptarse a su nueva vida. Como buena maestra que
era, a Julia no le gustaban las improvisaciones ni la
falta de organización. Sabía que Camilo no estaba
acostumbrado a la agitada vida de ciudad, a cumplir con
determinadas pautas y a enfrentarse a determinada
gente, por lo tanto el brusco cambio que tenía que
enfrentar exigía que estuviera preparado. Tampoco
había vivido nunca a solas con una mujer que no fuera
de su familia y eso también sumaba más cosas. Ahora
tendrían que organizarse. Julia, sin embargo, no temía
en absoluto los nuevos cambios y con�iaba en que su
experiencia de docente y saber pedagógico, junto al
gran amor que ambos se tenían, le ayudaría a sortear
cualquier situación. Y así fue como ocurrió. Camilo se
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adaptó rápidamente a su nueva vida y al poco tiempo
de vivir con Julia ya se sentía un miembro más de ese
gran centro urbano. Había seguido los pasos de su
maestra a la perfección. Eso a la mujer la alegró, pues
había temido al principio que las cosas podrían no
haber salido como ella lo esperaba, lo que le terminó
de con�irmar que Camilo era realmente un chico
inteligente y que si no demostraba más de sí mismo
no era por carencias propias sino por las limitaciones
impuestas por su familia. Más precisamente por su
madre.
Después del desayuno se llevó al muchacho
al centro comercial para hacer unas compras y
aprovechó para sacarle, con su tarjeta de crédito,
algo de ropa para que vista dignamente. Estaba claro
que Camilo no podía ni tenía interés de regresar a
su casa para traerse de allí los pocos “trapos” que
tenía… No quería arriesgarse a tener otra discusión
con su madre y mucho menos con el resto de su
familia. Ya el tiempo se encargaría de cerrar las
heridas generadas para así poder ver a su familia
sin reproches y más tranquilidad. Después de pasar
por las tiendas de ropa fueron a un supermercado
a comprar provisiones y luego regresaron a casa
cargados de bolsas. Almorzaron tallarines y más
tarde se pusieron juntos a ver una película. Julia y
Camilo estaban sentados en el sillón el uno junto al
otro tomando café y disfrutando de la vida como dos
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enamorados. Mucho más allá de la ciudad, había otra
mujer que no la estaba pasando nada bien. Su furia iba
creciendo con el pasar de las horas al mismo ritmo de
su desesperación. Trabajando arduamente bajo un Sol
trepidante, ya estaba maquinando su venganza contra
la maestra.
VI
El Sol había sido impiadoso ese día. No se veía
en el cielo ninguna nube y una suave brisa soplaba
desde las primeras horas. Había mucho trabajo que
hacer y Ana Padilla no paraba de juntar los tomates
de la huerta, de regar las nuevas semillas y de darle
de comer a las gallinas. Quedaba todavía cosechar los
limones que crecían en el fondo de la granja, de cortar
los ancos que crecían por doquier, los pimientos
y pepinos, las mazorcas del maíz… El pobre de su
marido había amanecido con grandes dolores en sus
caderas ese día. El médico le había advertido que
no se expusiera a realizar trabajos que demandaran
demasiado esfuerzo pero, como el día anterior
Camilo se había fugado con su maestra y no había
regresado a casa, se quedó todo el día trabajando en
su campo haciendo las labores que normalmente le
correspondían a su hijo. El resultado había sido fatal y
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esa mañana el hombre no se podía ni mover, por lo que
doña Ana tuvo que reemplazarlo en su tarea, no sin
antes pasarle una pomada en sus partes dolientes para
calmarle un poco los dolores. A las doce del mediodía
ya había preparado con su hijo menor los pedidos de
huevos que debía venir a recoger don Sebastián, un
hombre mayor que tenía un negocio de comidas en
la ciudad y que prefería, para las comidas especiales,
los huevos de granja a aquellos «arti�iciales» que
vendían las grandes cadenas de avicultores. Después
que la camioneta se marchó llevándose la partida de
huevos, doña Ana fue hasta la cocina para preparar el
almuerzo para la familia. Cuando todos terminaron de
comer, descansó aproximadamente una hora y luego
regresó al campo para continuar con su ardua tarea.
Mientras caminaba con di�icultad por las �ilas
de la plantación de maíz cortando las mazorcas y
metiéndolas en su canasta, su cerebro no dejaba de
lucubrar en todas las “cosas” que su hijo habría hecho
la pasada noche con la madura docente. Incluso, en las
cosas que estarían haciendo ahora en algún rincón de
la casa. Esos pensamientos torturaban su mente y la
tosca mujer no dejaba de maldecir la nueva situación
en la que se encontraba. “Seguro que esa puta lo estará
pervirtiendo…” pensaba obsesivamente. “La estará
pasando bien esa yegua con mi hijo, mientras yo estoy
aquí sudando como una burra”, “¡Ya la vas a pagar hija
de perra por robarme a mi hijo! Ya vas a saber quién es
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Ana Padilla…” no cesaba de repetirse una y otra vez.
Al día siguiente se repitió la misma escena. Con
Ana haciendo sus labores en la granja sin olvidarse ni
un segundo de su gran enemiga. Si bien era Domingo
y fueron todos a la Iglesia esa mañana, después de
almorzar doña Ana volvió al campo a completar la tarea
dejada el día anterior. Temía que el trabajo se atrasara
y no quería arriesgarse a descansar para luego tener
que sufrir las consecuencias. No estaba acostumbrada
a realizar las tareas del campo aunque sabía cómo se
hacían pues se había criado en él y algunas veces supo
ayudar a su marido en las épocas en que éste gozaba
de buena salud. Siendo niña había trabajado con su
padre, pero cuando contrajo matrimonio con Raúl en
la capilla del pueblo decidió dedicarse completamente
a las tareas del hogar. Después de levantar la mesa,
lavar los platos y darle de comer al perro con la comida
que había sobrado, bebió un poco de aguardiente y
salió decidida a continuar la faena. Una vez metida
en la huerta, la imagen de Julia teniendo sexo con
su hijo se negaba a abandonar su cabeza y a cada
rato propinaba insultos contra su odiosa y libidinosa
ladrona. La maestra se había transformado, para ella,
en la puta más malvada de México. En la reina de las
putas. En la célebre Mesalina de Roma… Antes de que
cayera la noche, le dio de comer a sus caballos y revisó
una por una las ruedas de la carreta. Luego metió en
ella un palo de madera que usaba para defenderse
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de los rateros que a cada tanto rondaban la zona y
también un cuchillo de cortar carne por las dudas si
fuera necesario. Una madre embravecida sería capaz
de hacer cualquier cosa con tal de recuperar a su hijo,
aún si eso implicara cometer un acto de locura. Armada
con todo su arsenal campechano, Ana se fue esa noche
a dormir sin decirle nada a su marido sobre el plan
que tenían en mente. No quería preocuparle ni mucho
menos que él la detuviera. Aún con su cadera rota Raúl
seguía siendo su marido y tenía autoridad sobre ella.
Ella sabía dominar las situaciones hogareñas con la
psicología innata que tienen las mujeres, pero cuando
Raúl se enojaba y alzaba su voz era él el que decidía
las cosas. El hombre era siempre el jefe del hogar y
así lo había aprendido desde que era una niña. Se
fue a dormir cuando ya todos estaban dormidos no
sin antes haber rezado una oración. Era devota de la
Virgen de Guadalupe y esa noche le pidió con fuerzas a
que le ayude a recuperar a su hijo. Estaba convencida
de que Julia era la reencarnación del mismísimo
Diablo quien se había cruzado en su camino para
destruir de�initivamente su hogar, y es por eso que
le dejó encendida una vela a la Madre de Jesús antes
de irse a acostar. Cuando se sentó en la vieja catrera
Raúl ya estaba roncando. Sin hacer el más mínimo
ruido apagó la luz del velador. Las cartas ya estaban
echadas. El lunes al mediodía sería el día D. Para ella
o para Julia. Pese ha haberse acostado tarde no le
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resultó fácil reconciliar el sueño… Las imágenes de su
hijo revolcándose entre las sábanas con una mujer que
podría ser su madre la perturbaban tanto que no podía
dormir. Al �inal el cansancio pudo más, y después de
una hora de dar vueltas se durmió.
VII
Habían terminado de cenar y habían apagado
todas las luces de la casa, salvo la luz que daba a un
pasillo y la otra que alumbraba el dormitorio de la
maestra. Julia y Camilo ya habían acordado acostarse
más temprano, pues a la mañana siguiente tenían
que concurrir a la escuela y no querían amanecer
cansados. Levantaron juntos la mesa, dejaron toda
la cocina en orden y luego fueron hasta el baño para
lavarse los dientes e irse a dormir. Julia acostumbraba
a tomarse una ducha antes de irse a la cama, por lo que
permitió que el joven se lavara primero, pero Camilo,
al enterarse que ella iba a darse un baño, le propuso
que era mejor darse una ducha juntos.
− ¿Ducharnos juntos? dijo Julia. ¡Yo siempre me he
duchado sola!
− ¿Y por qué no conmigo?
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− Es que me da un poco de vergüenza…
− ¿Vergüenza? ¡Qué tontería! ¿Te da vergüenza que te
vea desnuda bañándote?
− Y…sí.
− ¿Y ayer cuando hicimos el amor no te dio vergüenza
que te haya visto desnuda…?
− Es diferente. No me estaba bañando.
− Bueno, entonces ahora quiero hacerte el amor en el
baño. Quiero que nos besemos y acariciemos bajo el
agua…
− Si hacemos el amor no nos vamos a bañar…
− ¡Claro que sí! Voy a hacerte el amor y después nos
vamos a bañar juntos. Yo te voy a jabonar el cuerpo y
después vos me jabonas a mí. Como si yo fuera tu hijo…
− ¿Y vos me vas a jabonar el cuerpo como si yo fuera tu
mamá? preguntó Julia sonriente.
− Sí. Como si fueras mi mamá. La mamá más buena del
mundo…
De esa manera Camilo convenció a Julia para darse
una ducha juntos. Se desvistieron y se metieron a la
pileta. Una vez que estuvieron desnudos bajo la lluvia
que les caía encima ambos amantes se entregaron a
sus juegos del amor. No faltaron los besos profundos
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y las caricias por todas partes del cuerpo. La maestra
estaba sobrada en carnes y el jovenzuelo no podía
mantener por mucho tiempo las manos �ijas en un solo
lugar. Sus manos subían y bajaban por todo el cuerpo
de la maestra. Unas veces las paseaba por delante,
otras veces las paseaba por atrás. Y todo eso mientras
el agua chorreaba sensualmente por sus cuerpos. Julia
adoraba que su alumno la acariciara por todas partes
con tanta pasión. Con tanta pureza y entrega. Hacía
mucho tiempo que no sentía en su piel unas manos así
de generosas. A veces Camilo, absorbido en su tarea,
se ahogaba con el agua que le caía encima y tenía que
dejar de acariciar. Se olvidaba, por momentos, que
estaba debajo de la ducha y era entonces cuando el
agua se le metía en las fosas nasales.
− ¡Aaah! ¡Kof! ¡Kof!
Camilo se alejó de la ducha para tomar una
bocanada de aire. Tenía la cara roja y las fosas nasales
le ardían.
− A ver mi vida… Vamos a tener que parar un poquito la
ducha porque si seguís así me voy a quedar sin amante…
dijo con humor la maestra al tiempo que cerraba las
llaves del agua.
− Sí, Julia… le respondió el chico con una sonrisa,
mientras una gota de moco traslúcido le colgaba de la
nariz. Ambos no paraban de reírse.
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Solucionado el problema del agua el joven y la
mujer reanudaron sus juegos. Después de tantos besos
y caricias la veterana maestra se empezó a calentar.
Le propuso al joven practicarle algo nuevo. Algo que
le gusta a algunas mujeres pero que ella todavía no
había practicado con él. Tomó su rabo con la mano y
lo empezó a menear con cadencia. Cuando notó que se
había puesto duro le propuso practicarle sexo oral.
− ¿Quieres que te chupe el pito Camilo?
− Me encantaría maestra…
Era la primera vez que Camilo iba a tener una
experiencia así. Por supuesto que “sabía” qué era
eso. Todos los chicos de su edad lo “sabían”. Pero
una cosa era saberlo por boca de otros y otra muy
distinta era saberlo por experiencia propia. Ahora lo
sabría por propia experiencia porque su maestra se
la iba a mamar. El chico no tenía ni la más remota idea
de lo que sentía un hombre cuando se la mamaban...
Pensaba que era como sentir un masaje suave pero
en el pene. Algo parecido a hacerse la “manuela” pero
sin tanta presión o vigor. Se llevó una gran sorpresa
cuando Julia, como si hubiese tenido dulce de leche en
la boca, le propinó una rápida eyaculación en menos
de un minuto.
− ¡¡Aaay!! ¡¡Julia!! ¡¡Aay!! gritó súper excitado. ¡¡Me
corro maestra!! ¡¡Me corroooo!!
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El chico dio un grito incontenible. Sus piernas
le temblaron como �lanes aunque pudo mantener su
estabilidad. Todos los jugos que antes estaban en su
próstata terminaron dentro de la boca de Julia. Ella,
por su parte, no paraba de succionar el duro pito
aunque el temblor inicial ya había pasado. La mujer se
tragó todo el líquido y después sacudió el falo con su
mano. Le encantaba manosearlo, tocarlo, sentirlo. Era
joven y grueso. Elástico y rígido. Luego miró al joven a
los ojos y le dijo con una sonrisa:
− ¡Qué �lojo que sos Camilo! Así no vas a poder satisfacer
nunca a una mujer si te corres tan rápido. ¡Sos un
eyaculador precoz!
− Es que no me pude resistir… ¡Me lo hiciste muy fuerte!
contestó el joven.
− ¿Yo fuerte? ¡Pero si te lo hice suavecito! Los ojos de la
maestra brillaban de picardía.
− ¡Mentira! Me hiciste chillar como una niña… Sos una
MAESTRA EN EL AMOR, Julia. Te amo… Sos la mejor…
El corazón de Julia se hinchó de orgullo al
escuchar las palabras de su Camilo. Allí estaba su
alumno abriéndole su corazón y entregándose
completamente a ella. A quien era su instructora y
guía. A quien le había salvado de su madre... La mujer
siguió mamándosela después de que el chico acabó.
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Ahora el pene estaba más �lácido y lo podía disfrutar
con gusto. Le encantaba sentir esa linda carnosidad en
su boca. Esa piel joven y tersa que la distinguía de los
penes más “maduros”. Además su tamaño era tal que
se la podía tragar perfectamente. Era el tipo de verga
que ninguna mamona se querría perder. Aunque nunca
lo había confesado, siempre había sentido debilidad
por la verga de los adolecentes... Prefería comerse
la verga de un «pendejo» a la de un hombre adulto.
Nunca había mamado una pija tan joven, salvo la de
su alumno, pero sí había fantaseado con la idea de
mamársela a un jovenzuelo.
− Bueno, dijo Julia. Ahora es mi turno. Me tienes que
satisfacer a mí, como la otra noche. ¿Te quedó «resto»
para seguir jugando o quieres que la sigamos mañana?
− ¡Qué mañana! respondió Camilo. ¡Hasta que no te
parta al medio no me acuesto!
− Wuau… ¡Qué hombre!
− Ahora sos mi «yegua» le dijo Camilo a Julia con
unas ganas sedientas de sexo. “Soy un burrito que le
gustan las yeguas porque vos me �transformaste� en
caballo... ¡Ahora me gustan las yeguas, no las burras! Ya
cambié... Así que date la vuelta que tu burrito te quiere
montar”. Julia se sonrió al ver la actitud de su alumno.
Al joven le sobraban energías y quería seguir dándole
caña... Era la fuerza de la juventud. Cuando vio que la
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maestra ya se había puesto en esa posición, apoyando
sus manos contra la pared y abriendo bien las piernas
para facilitar la penetración, se meneó nerviosamente
la verga para reponerla rápido de la �lacidez. Una vez
que ésta recuperó buena parte de su erección, lanzó
su grito de guerra arrobado en su lujuria…
− ¡¡Ahora te empalo como Shaka Zulu!!
Y la empaló.
Después de acabar el acto, que no habrá durado
más de diez minutos, pero que estuvo cargado de
una intensidad tan salvaje como electrizante, la feliz
pareja procedió a higienizarse y luego se metieron en
la cama. Durmieron juntos como hombre y mujer, y al
poco tiempo ya se habían dormido. El agotamiento
de sus cuerpos los había dejado planchados y ambos
reposaban como dos angelitos. Ya estaban listos para
empezar la semana. Mucho más allá de su casa, en una
humilde vivienda rural, también había una mujer que
dormía pero, a diferencia de ésta, no descansaba en
paz. Los pensamientos en torno a su hijo mayor y al
oscuro futuro de su familia no le permitían conciliar
su sueño.
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VIII
El día había amanecido soleado. Julia y Camilo
se levantaron bien temprano, tomaron el desayuno
y se fueron juntos al establecimiento. Tuvieron la
precaución de no entrar juntos a la escuela, para evitar
levantar sospechas y así eludir a las malas lenguas. Si
bien su alumno era mayor de edad y podía vivir con
ella sin que eso implicara delito alguno, los prejuicios
existentes en la gente no permitían que aquello que
era aceptado por la ley sea aceptado también por las
costumbres, y eso ocasionaba indeseados malestares.
El día lectivo fue como cualquier otro, aunque Julia
intuía que podía vérselas con la madre… Algo en su
interior le decía que esa tosca mujer de campo no se
iba a quedar así no más como si nada hubiera pasado
y que le iba a llevar problemas a la escuela. Tenía que
elaborar un plan. No estaba para nada nerviosa pero sí
algo ansiosa por la situación. Por su parte a su alumno,
en cambio, se lo veía de mil maravillas. El joven estaba
viviendo un idilio de otro mundo y ni se le cruzaba
por la cabeza la idea de regresar a su hogar. Vivía su
propio devaneo, estudiando y haciendo los deberes
como si fuera un día cualquiera. Cuando llegó la hora
de la salida, todas las madres estaban esperando
afuera para recoger a sus pequeños. El griterío y los
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murmullos de los niños se escuchaban detrás del
portón del colegio. Ana también esperaba muy atenta
mirando si salía su hijo. Tenía el palo escondido en la
bata y el cuchillo debajo de las polleras atado a una
gruesa liga. Miraba y miraba a cada niño que salía
hasta que por �in pudo ver a su hijo. El joven, por su
parte, ni giró la cabeza para ver en dónde estaba su
madre. Muy por el contrario, se dirigió a la parada del
colectivo y se quedó esperando allí. La madre lo siguió
desconcertada y, cuando se encontró con él, lo intentó
convencer sin éxito para que volviera a su hogar.
Camilo se puso �irme y no aceptó las imposiciones
de su madre. Los niños que estaban en la parada
esperando a que viniera el autobús contemplaban
curiosos la incómoda situación.
− ¿Así que preferís abandonar a tu familia por irte con
tu “maestrita”?
Camilo se puso rojo como un tomate. El murmullo
y las miradas de los niños se empezaba a notar
alrededor.
− No sé de qué hablas madre. Yo ahora estoy viviendo
en casa de un “amigo”. Él me consiguió trabajo en la
ciudad…
− ¿Amigo? ¿Qué amigo? Será “amiguita” querrás
decir…
− Ya te dije que no quiero volver. No quiero trabajar más
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en el campo. ¿De qué manera te lo tengo que explicar?
El colectivo llegó con algo de retraso y todos
los niños empezaron a subir. Camilo se adelantó y
pronto estuvo arriba del vehículo completamente
a salvo. El colectivo arrancó y dejó a la madre sola
parada en la vereda. El estómago de la mujer estaba
que ardía. A todo esto Julia, una vez que se fueron
todos los alumnos, y viendo que no habían “moros
en la costa” salió rápido en dirección al taxi que la
estaba esperando en la vereda. Cuando Ana se dio
cuenta que la maestra se iba en el vehículo burlando
su acoso, corrió rápido hacia ella con la intención de
alcanzarla pero fracasó. El taxi se alejó hasta perderse
a la vuelta de una esquina frente a la mirada atónita de
la colérica madre. Ésta, al ver fracasado su plan, sufrió
un ataque de nervios que casi la tira al piso. Se dirigió
en dirección a su carreta con las tripas todas revueltas
y cuando estuvo encima de la silla se quedó sentada
sin decir una palabra. Su mente funcionaba a mil. Los
pensamientos iban y venían por todas las neuronas de
su cerebro. Faltaba que le saliera humo de las orejas.
Finalmente, después de cinco minutos que se hicieron
interminables, arrendó con vigor los caballos y se
marchó en dirección a la ciudad... “¡Esta turra no me
va a ganar!”, dijo antes de partir.
Julia y Camilo estaban merendando en su casa
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cuando el timbre sonó. A Julia le extrañó que la
llamaran a su casa a esa hora, por lo que pensó que
podría ser alguna vieja amiga del colegio que había
venido a visitarla. Se levantó de la silla y miró por
la ventana. No era ninguna amiga ni vecina. Era Ana
Padilla, la madre de Camilo, con una expresión muy
adusta en su rostro. Su carro montaba guardia en
la calle bien pegado al borde de la vereda, mientras
ella esperaba con gran impaciencia la salida de su
an�itriona. Julia se volvió hacia donde estaba Camilo y
le informó de la situación.
− Es tu mamá. Tú quédate aquí que yo salgo y me
arreglo con ella…
− ¡Deja que salga yo también!
− No. Tú ya le dijiste lo que tenías que decirle en la
parada del colectivo. Incluso cuando le explicaste
anteriormente por qué te venías a vivir conmigo. Ya eres
un hombre grande y tienes derecho a decidir. Ahora me
toca a mí aclararle los puntos…
Julia salió a la puerta para escuchar los reclamos
de Ana. La casa de la maestra estaba protegida por
una reja verde de dos metros de altura, por lo que
no había forma de ingresar a la casa si no era por
el portón de la reja. Julia la atendió desde el lado de
adentro, negándose a abrirle la puerta por cuestiones
de seguridad. Estando frente a ella, la encaró.
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− ¿A qué ha venido hasta aquí? le dijo secamente.
− A buscar a mi hijo le contestó la mujer.
− ¿No le parece que su hijo ya es demasiado grande
para que su “mami” lo venga a buscar? ¿Lo piensa tener
metido debajo de las polleras hasta que sea un viejo?
Doña Ana enfureció. Los humos le salían por la
nariz y las orejas como si fuera un horno de barro, ya
que ninguna mujer se le había dirigido de esa forma en
todos los años que llevaba de vida. “Tilinga atrevida”
pensó para sus adentros, “¿Cómo te atreves a hablarme
así?”.
− Quiero hablar con mi hijo. Dígale que venga, dijo en
tono imperativo.
− Su hijo ya habló con usted esta tarde… Además, en
este momento está viéndonos por la ventana. Él me dijo
expresamente que no tiene intenciones de hablar con
usted. Que quiere vivir aquí.
− ¡Quiero hablar con mi hijo! ¡Es que no me entendió!
− No hay nada de qué hablar y, si sigue molestándome,
deberé llamar a la policía y le diré que usted ha venido
aquí a amenazarme. No me haga enojar porque le
pondré una denuncia…
Doña Ana explotó. La seguridad y frialdad con
que hablaba su “enemiga” la exasperó. Ella estaba
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acostumbrada en su casa y en su propio pueblo a
ser respetada y a manejar las situaciones. Pero aquí
estaba en la ciudad, no en el campo. Y sentía que,
de alguna manera, estaba en desventaja. Siempre se
había hecho la idea de que la gente de la ciudad era
engreída e inmoral, y contraria a las tradiciones y a
las buenas costumbres. Ante sus ojos Julia era ese
tipo de mujer que, por tener “estudio”, se creía más
que aquéllos que eran del campo. La altivez con que
interpretaba las palabras de su interlocutora la hacían
sentir completamente humillada.
− ¡Pero qué se ha creído tilinga engreída! ¡Piensa que
usted puede referirse a mí de esa manera! ¡Tráigame a
Camilo o le rompo la casa!
En ese momento doña Ana sacó el palo que tenía
escondido en su ropa y empezó a golpear la reja en
un feroz ataque de histeria. El buzón que estaba en
la puerta empezó a recibir los azotes del garrote y
en pocos segundos quedó completamente abollado.
También la puertecita de chapa del gas que daba a
la calle recibió otra feroz paliza quedando en peor
estado que el buzón.
− ¡Devuélvame a mi hijo yegua puta! ¡Qué se ha pensado
zorra de mierda! ¡Pervertidora de niños! ¡Degenerada!
Doña Ana estaba completamente fuera de sí.
Y si le hubieran dado la oportunidad de matar a la
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maestra con su cuchillo lo hubiera hecho. La reja que
separaba a ambas mujeres evitó que se produjera
una desgracia. Julia se asustó cuando vio el ataque
de cólera que le había agarrado a la mujer y decidió
llamar de inmediato a la policía. Sin embargo, cuando
estaba a salvo adentro de su casa marcando el número
de teléfono, escuchó el estallido de un vidrio. Doña
Ana había cogido un pedazo de baldosa rota de la
vereda y la había lanzado contra una de las ventanas.
Cuando salió alarmada hacia la puerta, vio que Camilo
estaba hablando con la madre. El portón estaba
abierto y Julia por poco se desmayó. Cuando vio que
Ana la había visto, pensó que la mujer ingresaría
por el portón y la molería a palos. Pero nada de eso
ocurrió. La madre y el hijo estaban hablando como
dos personas normales, y esa imagen le dio un poco
más de tranquilidad. Igualmente se quedó del lado de
adentro de la puerta por prudencia, observándolos
en silencio sin intervenir en la conversación. La
campechana mujer parecía más relajada. Como si el
diablo que la había poseído se hubiera ido de golpe.
Camilo hablaba con �irmeza pero sin alzar el tono de
voz. Un patrullero se acercó a la casa mientras que
algunos vecinos y transeúntes curiosos contemplaban
el inusitado espectáculo. Cuando el o�icial se acercó
al portón para ver lo que pasaba, Camilo y su madre
estaban abrazados y Julia, ya sin miedo, estaba
junto a ellos. Doña Ana lloraba en silencio y su hijo
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la acariciaba para consolarla. Julia también estaba
emocionada. El o�icial de policía y su acompañante
hablaron con Julia acerca del incidente. La maestra les
informó de lo acontecido, pero sin realizar ninguna
denuncia contra su agresora.
El Sol se estaba poniendo cuando Camilo se
despidió de su madre. La abrazó, le dio un beso en la
frente y la mujer su subió a su carreta y se marchó.
Julia contemplaba la escena detrás de la ventana.
Cuando Camilo ingresó, Julia no pudo resistir la
tentación de preguntarle qué cosas había hablado
con la madre. El joven respondió como responden los
hombres en casos como esos; “Cosas de madre e hijo.
No importa. Ya comprenderá… Por ahora la he dejado
más tranquila y me prometió que no va a molestarnos.
¿Qué hay de comer para la cena? Quiero que me enseñes
a cocinar… Ya estoy en edad de que vaya aprendiendo a
cocinar algo”. Julia sonrió. Salieron juntos a hacer las
compras a un supermercado de la zona y a la noche
Camilo estaba aprendiendo a hacer una enchilada de
pollo que, cuando la probó, estaba para chuparse los
dedos. Atrás habían quedado las di�icultades y los
malos momentos vividos y la pareja de amantes pasó,
afortunadamente, una noche feliz. Tanto la maestra
como su joven alumno sintieron, por primera vez, que
las cosas de ahora en más irían mucho mejor.
 151
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
IX
Los días que le siguieron fueron, para ambos,
bastante tranquilos. Julia seguía dando clases como
siempre y Camilo continuaba más que bien con sus
estudios. Pese a todo lo bueno, no faltaban las malas
lenguas que condenaban la sospechosa convivencia
entre la docente y su joven alumno. Algunas de ellas
eran las mismas maestras del establecimiento, que
no comprendían cómo una mujer de 45 años estaba
involucrada sentimentalmente con un hombre que
podría ser su hijo. Aunque Julia dentro de la escuela
nunca reconoció tener algo sentimental con su
alumno, manteniendo con él una normal relación
de docencia, las habladurías que se daban en los
pasillos y que involucraban a ella y el joven resultaban
inevitables. Por el lado del chico, las bromas de
algunos de sus compañeros de curso era algo que
ocurría con relativa frecuencia, pero Camilo no les
daba trascendencia e intentaba tomárselas con humor.
Al igual que la maestra, jamás reconoció su vínculo
con ella. Afortunadamente, esa incomprensión y
malestar duró pocos meses porque Camilo culminó
sus estudios satisfactoriamente y, al año siguiente, ya
estaba anotado en una escuela industrial.
 153
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
Camilo visitaba todos los �ines de semana a su
familia. Solía ir a verlos normalmente los domingos.
Le había dicho a la madre, el día del incidente, que
Julia y un abogado amigo suyo estaban tramitando
una pensión por invalidez para su padre y que eso
le permitiría a la familia vivir sin padecer penurias.
Ya no iba a ser más necesario para ella trabajar
duramente día tras día para llegar con el dinero a �in
de mes. Lo otorgado por la pensión del gobierno más
lo recaudado con la venta de los huevos y algunos
otros productos de la granja les permitirían pasar el
resto de sus vidas sin que por lo menos falte el pan en
su mesa. Además Camilo le prometió a su madre que
cuando se reciba de alguna profesión, con los ingresos
ganados los ayudaría en caso de necesidad. Le dijo
que Julia estaba totalmente de acuerdo con eso y que
lo apoyaría para que obtuviera su título. También, un
año más tarde, hubo otra nueva y positiva noticia para
sus padres. Gracias a la actividad de Julia en varios
establecimientos educativos, la maestra se encargó
de que en uno de los comedores escolares de una
escuela donde trabajaba, la administración aceptara
comprar los productos de la granja de la familia del
joven (en especial sus huevos), dado su bajo costo
y buena calidad. Fue una cuota más que se agregó a
la economía doméstica para que esa humilde gente
pudiera vivir mejor.
Con el tiempo, los hermanos de Camilo se
 154
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
animaron a visitarlo en la ciudad y algunos �ines de
semana se quedaban a pasar la noche en su casa.
Los niños encontraron en Julia una mujer que podía
escucharlos y aconsejarlos, ayudarlos en sus estudios
y hacerles la comida como si fuera una tía. No pasó
mucho tiempo para que la sintieran como una miembro
más de su familia. Camilo, con los años, terminó la
escuela técnica y se recibió de técnico electricista.
Logró armarse de una buena clientela en la ciudad
y afortunadamente no le faltó el trabajo. Su próximo
paso fue ingresar a la Universidad, pues quería llegar
lo más alto posible. Sin duda Julia estaba guiando
sus pasos… Don Raúl continuó con sus problemas de
cadera, aunque gracias a la obra social que le otorgó el
gobierno podía adquirir periódicamente unas pastillas
antiin�lamatorias que le ayudaban a calmar los
dolores. Pasaba sus días visitando a sus viejos amigos
y mirando la televisión en un LCD que le compró su
hijo con el dinero que ganó en uno de sus trabajos.
Doña Ana siguió trabajando en la granja y llevando
adelante la economía de su hogar, aunque esta vez
con menos presiones que antes pues la pensión de
su marido le alcanzaba para cubrir los gastos básicos.
Nunca se reconcilió con Julia. La separación entre
ella y Camilo la sintió de una manera tan profunda
que jamás la pudo superar. Aún así nunca intentó
interponerse de nuevo en la relación que su hijo
mantenía con la maestra y dejó que las cosas siguieran
 155
M U J E R E S E N F R E N TA D A S
su curso, centrándose exclusivamente en la atención
de su propia familia. Julia siguió dando clases en la
escuela rural como siempre mientras que el tiempo
se encargó de borrar de la memoria de las personas
la historia de amor mantenida con su alumno. Varios
años más tarde era raro que alguien hablara del
tema y la docente que lo hacía lo mencionaba como
una curiosa anécdota escolar y no como algo que
mereciera una crítica o sanción moral. La maestra,
hasta donde se sabe, sigue viviendo con su ex alumno
en la casa donde se conocieron y amaron por primera
vez.
 156
“Historias Cruzadas”
HISTORIAS CRUZADAS
Había sido un día infernal y Luisa no veía la hora
de irse de esa aplastante o�icina. No por el duro trabajo
sino por las altas temperaturas. Se había roto el aire
acondicionado y el técnico, después de revisarlo,
le había dicho que iba a tardar toda la mañana en
conseguir el repuesto y arreglarlo. Ya eran las cinco
de la tarde y el técnico ni había aparecido. Había
apagado el ordenador y estaba a punto de marcharse.
La camisa blanca que llevaba puesta la tenía adherida
a la piel como si fuera una extensión de sí misma y su
braga estaba tan mojada que su aceitoso olor podía
sentirse como a dos metros de distancia… Al menos
eso era lo que se imaginaba Luisa. Sintió asco de sí
misma. Si había algo que no soportaba era estar sucia
o llena de transpiración. En verano solía bañarse
hasta tres veces al día. Cuando entró en la o�icina del
gerente de la empresa para alcanzarle unas notas
de crédito (eso fue cerca del mediodía), procuró no
acercarse demasiado para no darle mala impresión. El
muy cabrón siempre inventaba una escusa para que
ella se aproximara a él y así poder espiarle el escote.
Pero ese día el muy mirón estaba tan ocupado en sus
cosas que apenas le dirigió la mirada cuando ella le
dejó los papeles encima del escritorio. Había tenido
un día ajetreado y por fortuna la había ignorado.
 158
HISTORIAS CRUZADAS
� Aquí le dejo lo que me pidió...
� Gracias, le dijo su jefe, mientras seguía revisando
unos balances en su ordenador.
Luisa dejó los papeles sobre la mesa y rápidamente
se retiró.
Eran las 17:10 minutos cuando estaba en la
parada del autobús. La ciudad de Bogotá era un
horno pero no tanto como su endiablada o�icina. Los
autos iban y venían haciendo barullo y exhalando
sus gases. Los colectivos pasaban frente a ella con
gente abarrotada dentro. Delante de Luisa habían dos
personas que estaban esperando el autobús como ella.
Una era una mujer gorda y morena que llevaba en la
mano un bolso lleno de cosas y una cartera al hombro
bastante gastada por el uso. El otro era un chico
delgado de cabello rubio y ojos claros que llevaba
puesto una remera roja y un jean azul roto en las
rodillas. Luisa se detuvo a mirar al joven sin que éste
se diera cuenta. Le pareció graciosa su forma informal
de vestir. Muchos adolescentes que conocía gustaban
del estilo “rotoso”. Hacía rato que ese estilo estaba de
moda en todo el mundo. Hasta las estrellas de cine
lo usaban. Muchos jóvenes que ella conocía vestían
pantalones con agujeros, incluyendo las chicas. Eso no
le molestó. Si ella fuera joven tal vez vestiría así... La
mujer morena, en cambio, había venido del interior
del país, seguramente a probar suerte en la capital
 159
HISTORIAS CRUZADAS
como muchas mujeres colombianas. Su rostro adusto
y desconcertado revelaba que no estaba acostumbrada
a transitar en una gran ciudad y sus prendas no eran
precisamente las del tipo que usaban las mujeres
oriundas de allí. Llevaba unas calzas de color azul
muy apretadas y una remera larga de varios colores
que apenas le cubría el enorme trasero. “Es una
pueblerina”, pensó Luisa para sus adentros. Pronto
llegó el autobús.
Era el último recorrido de ese día y Jorge se
alegraba que fuera así. Hacía cuatro años que trabajaba
en esa empresa de colectivos y ya había logrado
conseguir la efectividad. Cuando llegó a la parada,
miró el gran reloj que tenía en frente de él y suspiró.
Marcaba las 17:10. Faltaba poco para terminar. Una
mujer gorda subió al autobús luchando con un gran
bolso. La cartera que llevaba al hombro se le había
quedado atorada en la puerta pero se las arregló
para poder entrar. Pagó su boleto y se dirigió hacia
el fondo abriéndose paso entre los pasajeros. El chico
que venía atrás hizo lo mismo pero pre�irió quedarse
cerca de la puerta. Detrás de él subió una mujer, de
unos 35 años de edad, que vestía una camisa blanca
y unos pantalones ajustados de color rojo punzó.
Muchas mujeres de Bogotá lucían pantalones así. Es
 160
HISTORIAS CRUZADAS
algo típico de un país tropical. Cuando la mujer se fue
para el fondo, Jorge la miró por el espejo retrovisor
interno y pensó “No está nada mal…”. Luego metió el
cambio y continuó su trayecto �inal.
El vehículo no estaba muy lleno, pero tres paradas
después todos se empezaron a apretujar. Cerca de
donde trabajaba Luisa había una transitada avenida y
siempre que llegaba hasta allí una docena de sujetos
empezaban a subir. La mayoría de ellos trabajaban
en las o�icinas del centro pero algunos regresaban de
las fábricas. Tomaban un colectivo que los trasladaba
hasta la ciudad y luego combinaban con otro que los
dejaba en su lugar de destino. Algunos lucían ropas
de trabajo y otros parecían haberse cambiado. Los
o�icinistas estaban trajeados y las mujeres usaban
vestidos formales. Igualmente el olor a traspiración
que brotaba de todas partes del cuerpo colocaba a
todos ellos por igual. No había sustancial diferencia.
El autobús apestaba a todos los olores imaginables.
Desde el sudor mezclado con colonia barata hasta
la grasa de los asientos y algún que otro pedo. Se
podía armar una colección. Pero la gente ya estaba
acostumbrada a esas fragancias y hacía como si no
pasara nada. El colectivo, de repente, frenó. La avenida
estaba congestionada de vehículos. La mujer de
camisa blanca sintió que algo había golpeado contra
su cuerpo. Miró a su costado y vio al chico de remera
roja que había estado en la parada con ella. El joven
 161
HISTORIAS CRUZADAS
la miró y musitó un breve “disculpe”. “No es nada” le
contestó la mujer, y el colectivo arrancó.
El celular de Jorge sonó. Metió la mano en su
camisa azul y miró en la pequeña pantalla. Era Claudia,
su mujer.
− Hola, mi amor ¿Cómo anda todo por allá?
− Todo bien… Escúchame ¿vas a venir a cenar o te vas a
quedar en el trabajo haciendo doble turno? Decime así
sé si te espero.
− Sí, hoy voy a cenar. A Marcos ya le dieron el alta
pero va a venir un poco tarde porque tiene que hacer
unos trámites. Seguro que me van a pedir que haga un
recorrido más para darle tiempo a que venga. Calculo
que en unas dos horas andaré por allá. Todo depende
del trá�ico que tenga…
− Bueno… entonces me voy de compras así preparo la
cena.
− OK mi “amor”. Un beso. Nos vemos… Cortó. Un
semáforo en rojo hizo que el colectivo se detenga. Una
masa ajetreada de transeúntes pasaban rápido por la
senda peatonal. Jorge no les prestó ni la más mínima
atención. Marcó un número en el celular y luego
escuchó su voz.
− ¡Hola Jorge! ¿Cómo andas…? ¿Me estás llamando del
 162
HISTORIAS CRUZADAS
colectivo?
− Sí. No sabes qué día tuve hoy… Escúchame ¿Vas a estar
ahí?
− ¿Y dónde quieres que esté? Si sabes que no salgo a
ningún lado. Ya estoy medio vieja para tener tantas
salidas.
− ¿Vieja? Si tienes todavía cuarenta y cinco años…
− Y bueno… Ya soy una “vieja”.
El semáforo se puso en verde. Jorge metió el
cambio y avanzó.
− Bueno, escúchame. En diez minutos llego a la terminal.
Ve preparando el café que yo paso por la panadería y te
compro la torta que te prometí… Te corto porque estoy
manejando y el trá�ico es infernal…
− Bueno mi vida. Te espero. Maneja tranquilo. No
choques...
− No. Besitos… Cortó.
Era cierto. El trá�ico era infernal. Los autos iban
y venían y los micros y taxis atestaban las calles. Era
una hora “pico” en donde miles de personas salían de
 163
HISTORIAS CRUZADAS
sus lugares de trabajo dispuestos a llegar a su casa lo
antes posible. A veces el ómnibus se detenía y tardaba
minutos en llegar a la otra cuadra. Era insoportable.
Y más con ese tremendo calor. Luisa estaba
completamente rodeada de gente y apenas podía
girar la cabeza para mirar atrás. El chico de remera
roja estaba pegado junto a ella y en el otro costado
había un hombre de piel oscura con ropa de trabajo
y un gorro con visera puesto en su cabeza. Sus rasgos
faciales eran toscos y su mirada parecía perderse más
allá de las ventanas del vehículo. Apenas había mirado
a Luisa una sola vez. Su barba lucía desprolija, como
si hubieran pasado días sin haberla afeitado y su piel
lucía brillosa por el intenso calor. Tenía, además, un
ligero olor a vino. “Quizás sea un hombre que trabaja
en la construcción” fue lo que pensó Luisa. Sintió
respeto por él. Muchos edi�icios se estaban levantando
últimamente en la gran ciudad y los albañiles solían
pulular por el microcentro cargando sus bolsos
o paquetes con comida. Ella vivía en uno de esos
edi�icios, a pocas cuadras del Parque Santander, uno
de los lugares más tradicionales de Colombia. Siempre
había querido vivir en la ciudad y después de haberse
conseguido un buen empleo, decidió irse de la casa
de sus padres. Alquiló un departamento pequeño no
muy lejos del lugar en donde trabajaba, y así comezó
su nueva vida. Luisa estaba acostumbrada a viajar en
medio de tanta gente y era común que a veces sintiera
 164
HISTORIAS CRUZADAS
el roce de alguien sobre su cuerpo. Pero ese roce que
acababa de sentir no le pareció algo casual y eso la
despabiló. Pasaron unos cuantos segundos sin que
ocurriera nada y, de repente, de nuevo ese roce… Una
mano procedente de alguno de los allí presentes estaba
recorriendo su trasero. Ya no le quedaron dudas y eso
la sobresaltó. Empezó a buscar al dueño de esa mano
licenciosa y entró en la cuenta que el “atrevido” no era
el hombre de piel oscura y semisucio que estaba a su
lado sino… el mismo muchacho de ojos claros y pelo
rubio que había visto junto a la gorda en la parada. El
joven parecía inmutable y no daba señales de ponerse
nervioso. Luisa se quedó inmóvil y esperó a que su
atacante la tocara de nuevo. El colectivo dio un medio
giro brusco y salió de la avenida principal. Faltaba no
mucho tiempo para llegar a la terminal. Los pasajeros
se bambolearon dentro del ómnibus y se escuchó una
voz de mujer que insultó con vehemencia al chofer. El
cuerpo de Luisa también se desplazó, pero se sujetó
fuerte del caño para no caerse sobre la gente. Su
cuerpo había quedado en una posición inclinada de
aproximadamente unos 60° arrastrado por la fuerza
centrífuga. Su delicada muñeca le dolía. El hombre
de piel oscura ni siquiera se movió. Parecía una parte
más de esa cafetera con ruedas. Erguido e inamovible
como una estatua de arcilla. Cuando Luisa por �in logró
reincorporarse, la mano del jovencito estaba ubicada
justito en el fondo de su raya...
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HISTORIAS CRUZADAS
Reynaldo era el hijo del dueño de la panadería.
Un negocio ubicado a minutos del microcentro de
Bogotá. Estaba terminando la secundaria pero su
padre a veces lo ocupaba para que atendiera la caja
y vigilara a la nueva empleada. La muchacha era un
poco mayor que él y vivía cerca de la panadería. Era
una amiga de la infancia de su hermana, cinco años
mayor que él. Si bien ya le había tirado los “galgos”
al bueno de Reynaldo, el muchacho no quería saber
nada con ella pues el joven, que venía atendiendo el
negocio desde hacía poco más de un mes, tenía puesta
su cabeza y sus fantasías en otra cosa. Rosa (así se
llamaba la nueva empleada) todavía no estaba en sus
planes. ¿Qué era aquello que ocupaba la mente de ese
joven de 16 años? Una nueva clienta que venía todas
las tardes a comprar al local. Era una mujer de unos
50 años pero estaba más que conservada. Su piel era
blanca como una perla y suave como una porcelana.
Usaba unas faldas algo cortas que caían grácilmente
por encima de sus caderas, y una remera con escote
cerrado pero que dejaba mostrar sus enormes
melones. Sobre la remera usaba un saquito de hilo
muy fresco que servía para ocultar un poco el notable
espectáculo. Sin demasiado éxito, desde luego, pues
la delantera de aquella mujer necesitaba mucho más
 167
HISTORIAS CRUZADAS
que un saquito veraniego para poder disimularlo.
Reynaldo no se podía sacar de encima la imagen de los
pechos de esa voluptuosa mujer. Los pechos y su cara,
pues se parecía a la cantante Thalía pero con 10 años
más… A Reynaldo le encantaba los rasgos faciales de
la popular cantante y actriz mexicana. Soñaba con
tener una novia como ella. La vez que la vio aquel día
cuando entró por primera vez al local no pudo evitar
quedar completamente prendado. Lucía una camisa
negra sedosa muy elegante con una pollera tubo de
tiro largo del mismo color. No usaba medias de lycra
pero sí unos tacos aguja tan oscuros como su camisa.
Cuando la mujer le miró �ijo a los ojos, Reynaldo pensó
que era Thalía diez años mayor. No lo podía creer.
Había venido a comprar unas facturas y, una vez que
la atendió, se quedó mirando embelesado como ella se
alejaba del local. Mientras la mujer caminaba hacia la
puerta, no podía dejar de mirarle la parte trasera del
cuerpo que se contorneaba para todos lados.
La hermosa veterana no tardó en darse cuenta
que el chico la miraba demasiado y cada vez que venía
a comprar llegaba vestida con prendas diferentes.
Algunas veces con un estilo demasiado atrevido para
una mujer de su edad. Parecía que le encantaba captar
la atención del joven. Un joven que, por su corta edad,
podía ser tranquilamente su nieto… Una vez vino
con un vestido de gasa color violeta tornasolado
con cuatro volados en la parte inferior. Reynaldo
 168
HISTORIAS CRUZADAS
estaba atendiendo a una modesta jubilada que vino
a comprar un poco de pan y apenas la vio la saludó.
“Hola señora”. “Sylvia. Puedes llamarme Sylvia si
quieres…”, le contestó sonriendo la mujer. “Sy... Sylvia…
” tartamudeó el muchacho. La anciana que estaba con
ellos no les prestó la más mínima atención mientras
esperaba pacientemente su mercadería. Cuando
Reynaldo estaba a punto de darle el vuelto a la abuela,
tuvo una visión de Sylvia que hizo que se le cayeran al
piso las monedas que llevaba en la mano… La experta
veterana estaba agachada contemplando una tarta
de manzana que estaba detrás de la vitrina, con su
prominente trasero apuntando justo en dirección a
la caja. Su falda corta hizo que, por un momento, se le
viera su braga blanca asomando por los volados del
vestido como si fuera una paloma en celo dispuesta
a atrapar al joven… Las monedas chocaron contra el
piso mientras la anciana mujer esperaba su vuelto.
Reynaldo tenía en ese momento su mente dividida
en dos. Una parte de ella intentando encontrar las
monedas y la otra parte perdida bajo las faldas de su
conquistadora. Ahora todas las monedas le parecían
de color blanco. Cuando la paciente anciana se
marchó, Sylvia se acercó al mostrador y le dijo “me
das una docena de facturas”. El pobre de Reynaldo
se sorprendió… estaba seguro que iba a pedirle una
tarta.
 169
HISTORIAS CRUZADAS
El colectivo seguía repleto de gente y el aire
empezaba a hacerse más espeso. Faltaban unos
diez minutos para que Luisa llegara a destino y su
joven y experto manoseador seguía entretenido
con su culo. Parecía que nunca se cansaba. Primero
empezó a mover la mano por su raya. Al principio
con mucha lentitud. Después, al ver que su víctima se
mantenía imperturbable, empezó a darle más presión
y velocidad. Estaba seguro que la mujer no tenía
intención de detenerlo. El chico era todo un profesional
a la hora de tocar mujeres y sabía que si después de
varias acariciadas la mujer no decía nada era porque
le “gustaba”. Al menos eso creía él. El trasero de Luisa
no era demasiado grande pero sí lo su�icientemente
�irme como para que sea disfrutado por un hombre.
Cuidaba mucho su �igura e iba al gimnasio dos veces
por semana. El muchacho siguió su juego apretándole
una de sus nalgas. Primero la nalga izquierda, que era
la que tenía más a mano, y luego la nalga derecha.
El dedo mayor lo usaba para tocar la profunda raya,
subiendo y bajando por ella como si fuera un ascensor.
Cuando el colectivo arrancaba de golpe, el chico
aprovechaba el envión para agarrarle las nalgas con
fuerza. La mujer parecía montada sobre un asiento de
bicicleta. La técnica que usaba el chico para lograr ese
efecto “ciclístico” era meter los dedos justo entre las
piernas de la mujer y hacer luego palanca hacia arriba
 170
HISTORIAS CRUZADAS
para contrarrestar el peso del cuerpo. Eso a Luisa la
excitaba porque los dedos friccionaban el clítoris.
Cuando el dedo se clavaba justo en el centro del
órgano venéreo era como volar en bicicleta… Lo di�ícil
para ella era que, cuando ocurría ese viaje aeróbico,
debía poner cara de piedra.
Luisa ya había “calado” al jovencito y sabía que
éste no superaba los 20 años. Conocía a muchos
chicos como él… Todavía tenía algunos granos en
la cara, señal que no había superado totalmente su
pubertad. O que no había “debutado” aún, como
dicen algunos, aunque ese detalle no le importó. Sí le
llamó la atención que alguien tan joven se atreviera
con desconocidas en un transporte público. No era
la primera vez que alguien le tocaba sus partes. La
ciudad estaba llena de toda clase de tipos que solían
aprovecharse de las mujeres. Incluso de mujeres muy
mayores. Por lo general eran hombres adultos de bajo
nivel social o alcohólicos mal entrazados. Aunque una
vez sintió la mano que provenía de un ejecutivo. En la
ciudad puedes encontrar toda clase de sujetos. Pero
nunca le había pasado que ese tipo de conducta tan
morbosa proviniera de alguien de esa edad. Y encima
con una habilidad propia de un gran experto. Luisa
optó por mantenerse en silencio y dejó que el chico
hiciera su juego. Después de todo, hacía meses que un
hombre no la tocaba…
 171
HISTORIAS CRUZADAS
El reloj marcaba las 17:30 y la panadería
empezaba a llenarse. A medida que pasaba el tiempo,
los clientes se hacían más frecuentes y Reynaldo debía
estar más atento de las cosas que cobraba y del vuelto
que tenía que entregar. También de algún billete falso
que sabía aparecer en la mano de algún comprador
ocasional. Mientras Rosa atendía a la gente llenando
la balanza de pan y las bolsas de papel con facturas, el
joven atendía la caja cobrando lo vendido y entregando
los vueltos. Reynaldo se sentía cada vez más excitado.
Se lo veía exultante y feliz. El momento esperado
estaba cada vez más cerca. Ya tenía preparada una
carta para entregarle a su veterana amada. Una carta
que la pondría oculta en esa tarta de manzana que a
ella tanto le gustaba y de vez en cuando compraba. No
importaba si Sylvia compraba esa tarta o no. Él estaba
dispuesto a regalársela. Su padre no controlaba muy
bien la mercadería que había en la tienda y si llegaba a
enterarse de algo diría que la sacó de la vidriera para
comérsela él con su madre. Eso no era un problema y
se podía arreglar. La carta decía lo siguiente:
Querida Sylvia:
No soy bueno escribiendo pero te digo lo que
siento. Estoy loco por vos. Pienso en vos todo el
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HISTORIAS CRUZADAS
tiempo. Siento que voy a explotar. Ya casi ni tengo
ganas de estudiar. Tengo ganas de tenerte en mis
brazos. De amarte… De que seas mi mujer. Sé que
soy muy chico para vos pero quizás me puedas
aceptar. Vos decidís… ¡Te amo!
Reynaldo, tu amor.
Mi celular es: xx-xxxx-xxxx
Poco después, pasada las 17:30, ingresó a
la panadería la mujer… El chico la vio entrar y su
nerviosismo aumentó. Sylvia lucía como siempre.
Con su estilo jovial, llamando siempre la atención. Los
hombres allí presentes se giraron para mirarla. Las
mujeres, en cambio, apenas si la miraron. Esperaban
pacientes a que llegara su turno. Ella hizo como si
no se hubiese dado cuenta de nada, aunque sentía
el aguijonazo de las miradas masculinas recorriendo
cada parte de su cuerpo. Los años le habían enseñado
muy bien cómo hacerse la tonta. Dominaba ese truco
a la perfección. Un hombre de unos 50 años no le
sacaba la mirada de encima. Pero Sylvia le ignoró.
Cuando llegó su turno, pidió medio kilo de pan y una
docena de facturas. El muchacho atendió su pedido y
aprovechó para entregarle la tarta. “Es un regalo de la
casa para una de las mejores clientas” dijo el joven, con
disimulada cortesía. Sylvia sonrió y asintió. “Muchas
gracias” le dijo. Y después de decir eso se marchó.
Reynaldo sintió que había dado el paso más grande
 173
HISTORIAS CRUZADAS
de su vida. Se le había declarado abiertamente a
aquella hermosa veterana. Si ella le rechazaba o no ya
no dependía de él. Él había cumplido con su “deber”.
Había actuado como un “hombre” y eso lo hizo sentirse
mejor. De alguna forma sintió que se había sacado un
gran peso de encima y, de ahora en más, podría vivir
más relajado. Con el alma más alivianada, Reynaldo
continuó atendiendo a sus clientes.
La casa que estaba alquilando era un poco vieja
pero estaba en buen estado. Lo más importante para
ella era vivir en la ciudad. Habían pasado cinco años
desde que su marido la dejó por otra mujer. En ese
tiempo que pasó Sylvia sólo tuvo algunos romances
ocasionales. A decir verdad, mucho menos que eso. Si
los contaba con una sola mano, seguro que le sobraban
dedos... Solía frecuentar algunos bares los �ines de
semana, de esos que abundaban en la ciudad de Bogotá
como el The Big Ben Pub o el The Beer Lounge. A veces
iba sola y otras veces junto a alguna amiga. Cuando
iba acompañada con alguien bebía como una loca y
solía llegar a su casa con una borrachera a cuestas.
A Sylvia le encantaba la cerveza. Mucho más después
que se enteró que su marido la engañaba con alguien
más joven. Siempre la pasaba bien con sus amistades,
casi todas ellas mujeres separadas o a punto de serlo.
 174
HISTORIAS CRUZADAS
Cuando iba sola, en cambio, bebía con moderación y
esperaba a que algún hombre de los allí presentes
se le acercara y se sentara en su mesa. Siempre se le
acercaba uno. Hombres solos son los que sobran... Más
en una ciudad tan grande y cosmopolita como Bogotá.
La mayoría de ellos eran hombres que sólo buscaban
pasarla bien una noche. Normalmente compartían
unos tragos y, si el caballero le gustaba, iban a un hotel
y hacían el amor. Después de eso no lo veía más. Una
dosis de “amor francés”.
Sylvia puso las facturas y el pan sobre la mesa y
llenó la pava con agua para prepararse una taza de
café. Luego abrió la bolsa con la tarta y sacó la carta
que venía junto con ella. Se puso cómoda en la silla
y comenzó a leerla con mucha atención. Después de
leerla sonrió. No estaba tan mal para un chico de su
edad. Se quedó unos minutos pensativa recordando su
pasado y lo vivido hasta hace poco. Mientras pensaba
(habrán pasado dos minutos o tres) sintió la pava
chillar y se levantó de la silla para volcar el agua en el
�iltro. Se sirvió una taza llena con dos cucharadas de
azúcar y se sentó de nuevo en la mesa frente a la tarta
de manzana. Partió un pedazo de tarta y se la llevó
a la boca. La saboreó. Estaba exquisita. Se sirvió dos
pedazos más mientras bebía el café caliente y, cuando
se sintió plenamente satisfecha, se levantó de la silla
y se metió en el baño. Quería tomarse una ducha bien
fresca y ponerse ropa nueva.
 175
HISTORIAS CRUZADAS
Faltaba poco para que Luisa llegara a destino y
su hábil “tocador” seguía adherido a ella. Parecía que
el chico se había transformado en una extensión más
de su propio cuerpo, pues no la había soltado en todo
lo que había durado el trayecto. Ahora el chico tenía
su mano frotando el centro de su entrepierna. Ya se
había cansado de amasar sus �irmes glúteos durante
tantos minutos y eligió ir en la búsqueda de nuevas
emociones. No era para menos, pues Luisa le había
dejado hacer todo lo que había querido manteniéndose
perfectamente inmutable sin hacer el mínimo gesto.
Los dedos del chico habían descubierto un hoyuelo
encima de la tela del pantalón introduciéndolos
dentro de él con frenesí. A poco más de un minuto
Luisa ya estaba bien aferrada al pasamano pues sentía
que le fallaban las piernas y le costaba mantenerse
de pié. Uno de los dedos del muchacho le estaba
aguijoneando el clítoris y eso hacía que le costara
bastante sostenerse sobre sus dos piernas. Era una
tortura china. Pero de placer. Había que aguantar... Giró
con disimulo la cabeza y pudo ver al joven mojado en
transpiración. Sus ojos se habían vuelto híbridos y por
momentos parecía jadear. No se dio cuenta que Luisa
lo estaba observando pues estaba absolutamente
concentrado en lo que hacía con su dedo. Estaba como
 177
HISTORIAS CRUZADAS
extasiado, completamente absorbido en su trabajo de
remover las blandas carnes de su elegida, pues a esa
altura del partido ya no se podía hablar de víctima…
A Luisa le pareció que esa situación que se había
generado entre el chico y ella era más que graciosa. De
alguna manera sintió que en ese momento era el chico
la presa de ella y no al revés. Ella podía hacer que todo
eso acabara en un instante pero ¿Podía el chico en ese
grado de excitación controlar sus impulsos y acabar
con todo ello? Luisa se dio cuenta que lograr eso era
di�ícil. El chico parecía hipnotizado. Como a esa altura
del partido ya se sentía, psicológicamente, mucho más
relajada (y con menos sentimientos de culpa) dejó
que el chico jugara con su “cuca” permitiéndose llevar
por ese mar de emociones… Se desabrochó un poco
más la camisa para refrescarse del intenso calor. El
aire que entraba por una de las ventanillas le refrescó
un poco los pechos y eso hizo que se sintiera mejor. Un
calambre de placer se empezó a apoderar de ella. Sintió
que el clímax estaba cerca. “Lo haces bien chico… sigue
así”, fue el pensamiento que apareció en su mente.
Los dedos del joven se movían con maestría frotando
sus labios por encima del pantalón. Como le había
quedado el dedo gordo libre, no se le ocurrió mejor
cosa que introducírselo dentro del culo. Luisa suspiró.
Tomó una bocanada de aire intentando disimular su
lujuria. “¡Este mocoso no tiene límites!” se dijo en medio
de la sorpresa. Miró a un costado para saber si algún
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HISTORIAS CRUZADAS
pasajero la estaba observando, pero nadie parecía
notar lo que ocurría. El ómnibus estaba demasiado
lleno y el hombre de piel oscura que estaba al lado de
ella tenía los ojos cerrados y a cada tanto cabeceaba
del cansancio. Eso hizo que se sintiera tranquila y
lanzó una mirada a través de las ventanas para ver si
estaba llegando a destino. “Faltan seis cuadras”, pensó.
Ya faltaba muy poco para bajar. La diversión estaba
por terminar. Era hora de abandonar a su pequeño
violador. Como un último gesto, Luisa hizo girar un
poco sus caderas para que su trasero quedara justo en
frente del muchacho. En esa cómoda posición, el chico
no dudó en meter sus dedos más adentro de su vulva.
Completamente excitado y ya fuera de sí, el joven hizo
tanta fuerza por querer entrar dentro de ella que
por momentos a Luisa le pareció que podía darse la
cabeza contra el techo. Otro calambre de placer más
y el colectivo giró. Había llegado a la última esquina.
Luisa se agarró fuerte del caño para no perder el
equilibrio mientras no paraba de gozar con el gar�io
que tenía en el culo. La cara del joven se había puesto
roja y estaba cubierta de traspiración. Ella también
estaba traspirada, pero no en la cara precisamente.
El hombre de piel oscura continuaba dormitando y el
chofer estaba ansioso de encontrarse con su amante.
Lo del compañero enfermo había sido todo un cuento.
Cuando faltaban dos cuadras para tener que bajar,
Luisa empezó a empujar por entre medio de la gente
 179
HISTORIAS CRUZADAS
hasta que pudo llegar hasta el �inal del pasillo. El
jovencito, mientras ella bajaba, se le había quedado
mirando y ni cuenta se dio que una mujer gorda se le
había puesto al lado. Cuando Luisa bajó del autobús,
resistió la tentación de mirar para atrás. Su postura
continuaba tan imperturbable como al principio.
Jorge ya había terminado su trabajo. Eran las 17:
40 y le quedaba poco más de una hora para encontrarse
y estar con su amante. Llenó la planilla de horarios
y se la entregó �irmada al inspector. Luego regresó
a su colectivo, lo puso en marcha y arrancó para la
panadería “Las Delicias”, que estaba ubicada a pocas
cuadras de allí. Cuando ingresó en el local, la chica que
atendía le estaba dando el vuelto al único cliente que
estaba en ese momento; una mujer de unos 70 años.
La anciana recibió su dinero y se marchó. “Menos mal
− pensó Jorge − pues esta panadería casi siempre está
llena…”. La chica lo miró y lo reconoció al instante.
− ¿Cómo le va don Jorge? ¿Va a llevar lo de siempre?
− Sí. Esa tarta de manzana que tan bien preparan
acá…
− Me parece que no va a tener suerte. La última tarta se
la llevó una clienta…
 180
HISTORIAS CRUZADAS
− ¡Uy! Qué mala suerte… ¿Y qué otra cosa rica tienes
para darme?
− Me quedó tarta de frutilla, de ricota, de coco…
− ¿Y esa que está ahí, no es de manzana?
− No, es de pera. Pero nunca la probé… Igual debe estar
rica porque hay una clienta que siempre la lleva.
− Bueno, dame la de pera. Y una docena de facturas,
para llevarle a mi mujer…
Rosa sacó la tarta de la vidriera y la envolvió
rápidamente en papel. Puso toda la mercadería en una
bolsa y se la dio.
− Son $40.000
Jorge le alcanzó un billete de $50.000.
− ¿No vino Reynaldo a trabajar?
− Sí. Pero un amigo lo llamó y se tuvo que ir…
− ¡Ah! Un amigo… A lo mejor era una “amiguita”.
− ¡Nooo! ¿Qué amiguita? Si ese es más lerdo… No le da
bolilla a nadie… ¡Se pasa todo el tiempo con sus amigos
jugando fútbol!
− Bueno, gracias. Mándale saludos.
− Le serán dados.
 181
HISTORIAS CRUZADAS
Jorge subió rápidamente al colectivo y se
encaminó directo a donde estaba su amante. Miró su
reloj y vio que ya se habían hecho las 17:45. “Tengo
todavía una hora”, pensó.
Sin duda ese día había sido su gran día. Lucas no
podía creer la experiencia que había tenido con esa
madura mujer. “¡Cómo me la comí!” fue lo que pasó por
su mente apenas se bajó del colectivo. Tenía toda la
piel sudada por el calor (y el ardor) y la cara todavía
enrojecida. A los rubios el calor los afecta más. Cuando
llegó a su casa, su madre lo estaba esperando con la
merienda a punto de servirse.
− Pensé que ibas a llegar más tarde, le dijo la madre
apenas lo vio. ¿Cómo te fue en la entrevista?
− Mal… El hombre que me entrevistó me dijo que no
tenía su�iciente experiencia.
La madre puso cara de a�licción. En Colombia
la desocupación juvenil es muy grande. Según el
gobierno ronda cerca del 23%. Lucas era uno de
los tantos jóvenes que todavía no habían logrado
conseguir su primer empleo. Como tantos otros
chicos de la ciudad de Bogotá, estaba cursando la
Universidad. Sin embargo su padre, que trabajaba de
 182
HISTORIAS CRUZADAS
operario en una fábrica metalúrgica, le había dicho
que ya no podía seguir pagándole los estudios y que
debía conseguir pronto un empleo si quería seguir en
la Universidad. En la casa vivían él, sus padres y un
hermano más pequeño. Lucas no quería abandonar
sus estudios. Eso lo deprimiría un montón, por lo que
salió de inmediato a buscar algún empleo para poder
costearse la carrera. Estaba estudiando Química en la
UNAL y ya iba por el segundo año.
Después de tomar su merienda, cogió el clasi�icado
del diario El Tiempo y se encerró en su habitación.
Todavía tenía en la mente los momentos gozados
con esa madura. Fue lo único bueno que tuvo el día.
Y menos mal que lo tuvo porque si no hubiese estado
fatal. Ya era la tercera entrevista en dos semanas y
no había conseguido nada. Se recostó sobre la cama
y puso las hojas del clasi�icado frente a sus ojos. Miró
uno de los empleos que tenía marcado con color azul.
Aquellos que marcaba en azul eran a los que menos fe
le tenía. Los marcaba por las dudas si fallaban los que
marcaba con rojo. Leyó el aviso.
“Buscamos un empleado de depósito para control de
stock y preparación de pedidos, manipuleo de materiales
en operaciones de carga y descarga y procesos de picking.
Mínimo 2 años de experiencia. Horario de trabajo de 8 a
17 hs. Los interesados deberán dirigirse a…”
Bárbaro. No tenía experiencia ni como ayudante
 183
HISTORIAS CRUZADAS
de despacho y encima le pedían dos años… ¿Sería
buena idea hacer algún retoque en el currículum?
Era bueno para �ingir que sabía y muchos de sus
compañeros de la universidad lo hacían ¿Por qué no
hacerlo él también? Quizás ese día también fuera su
día de suerte, como cuando estuvo con esa mujer en el
colectivo. Al �inal no tenía nada que perder… Cualquier
cosa era mejor que no desperdiciar la última chance
disponible para seguir yendo a la Universidad. Se
levantó entonces de la cama y se puso frente a su
ordenador para modi�icar su escuálido currículum.
Tenía que pensar cuidadosamente las cosas que iba a
poner. Usar su imaginación. Después de estar veinte
minutos tecleando sin parar frente al monitor, Lucas
se había transformado en un empleado de almacén
con cuatro años de experiencia. No podía haberlo
hecho mejor.
La habitación de la casa de Sylvia daba justo en
frente de la vereda. El cielo de la ciudad de Bogotá
había tomado una coloración púrpura con una mezcla
de azul y anaranjado. No faltaba mucho tiempo para
que el Sol tocara el horizonte. Los árboles que crecían
en la acera ya desprendían sus sombras alargadas y
el barrio iba adquiriendo de a poco un aspecto triste
y a la vez romántico. No se escuchaba ningún ruido
 184
HISTORIAS CRUZADAS
por la calle, salvo el canto fortuito de algún pájaro y
los pasos cansinos de una vieja jubilada. La anciana
siguió caminando no sin poca di�icultad. Tenía sus
pies llenos de juanetes y un reuma que avanzaba
progresivamente. Cuando pasó por la casa de Sylvia,
se detuvo a mirar unas rosas que la dueña tenía en
su jardín. Sylvia era amante de las rosas y tenía tres
tipos de rosales en el jardín que daba a la calle. Puso
sus ojos en un rosal amarillo que estaba muy cerca de
la vereda y se acordó que en el jardín de su casa no
había un rosal así. Miró en todas las direcciones para
comprobar que nadie la observaba. Cuando se cercioró
de que no había nadie, extendió su mano para arrancar
un pequeño gajo del rosal. Muchas mujeres roban
pedazos de planta de las casas de alguna vecina. Eso
es algo muy común en Colombia y en todas partes del
mundo. Mientras luchaba con las espinas de la planta
para cortar un pedazo de rama, escuchó un estridente
“¡¡NOOO!!” proveniente del interior de la casa. La
mujer, al verse descubierta, largó de inmediato la rosa
y se marchó velozmente del lugar. Ni los juanetes que
tenía en los pies lograron frenar su escape.
Reynaldo, mientras estuvo atendiendo la caja,
había sentido sonar su celular y al mirarlo vio que
Sylvia lo estaba llamando. En la pantalla sólo �iguraba
 185
HISTORIAS CRUZADAS
su dirección, acompañado por un breve “estoy en…”.
Le mintió a Rosa diciéndole que lo llamaban unos
amigos y salió en dirección a la casa de Sylvia estando
seguro que había leído su carta. La mujer lo recibió en
un provocativo babydoll y apenas lo vio parado en la
puerta lo tomó del brazo y lo metió hacia dentro. No
le dio tiempo ni a saludar. Una vez cerrada la puerta
procedió a bajarle los pantalones y a hacerle una feroz
mamada. Reynaldo no lo podía creer. “¿Sos virgen?” le
preguntó la mujer. El chico respondió que sí. “Bueno,
entonces relájate que mami te va a hacer sentir bien…”
Estuvieron en el living de la casa todo el tiempo
que duró la mamada. La boca de Sylvia era suave y
su experiencia en el sexo oral hizo que chico tuviera
una fuerte erección en pocos minutos. Cuando al �in
eyaculó, la mujer se bebió todo el semen y después
le preguntó si le había gustado. “Sí…” respondió el
muchacho. ¿Qué otra cosa iba a decir? Después ella
lo agarró del pito y se lo llevó al dormitorio que daba
a la calle. Reynaldo tuvo que sujetarse los pantalones
con una mano para no caerse, pues no podía caminar
bien teniendo los pantalones por la mitad… Una vez
dentro del dormitorio la mujer se desvistió y lo invitó
a hacer lo mismo. Reynaldo obedeció. Acató todo lo
que ella le dijo. Se recostó boca arriba en una amplia
cama matrimonial y contempló por un momento el
cielorraso. Era de color blanco crema y tenía unas
lámparas incrustadas adentro en la parte que daba
 187
HISTORIAS CRUZADAS
a la cabecera de la cama. Le pareció que era un
estilo moderno. Sylvia se montó sobre él y empezó a
cabalgar como si el chico fuera su potro. Al principio
lento y luego más rápido. Reynaldo no decía nada.
Era su primera vez y estaba mudo como una estatua.
Después empezó a gemir un poco y más tarde a entrar
en con�ianza (cuando le cayó la �icha de que Sylvia no
lo estaba “violando” sino que ella realmente se sentía
encantada con él). Eso lo puso más relajado.
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
− ¡Qué linda pija que tienes bebé! dijo Sylvia, mientras
saltaba alegremente sobre el joven.
− Vos también estás linda, Sylvia…
− No puedo creer que todavía no tengas una novia.
− Bueno, es que soy muy tímido con las chicas.
− Ahora no se te ve tan tímido…
− Es que vos me das con�ianza… Con vos se me va la
timidez...
El reloj de la mesita de luz del dormitorio marcaba
las 17:40 horas. No muy lejos de esa casa, un colectivo
fuera de servicio pasaba en dirección a la panadería
de Reynaldo. Allí viajaba un colectivero que le había
mentido a su mujer para encontrarse de nuevo con
su amante. La cama de Sylvia apenas rechinaba por el
 188
HISTORIAS CRUZADAS
movimiento continuo de su cuerpo. Sus grandes tetas
se bamboleaban para todos lados frente a la mirada
estupefacta de Reynaldo. Nunca había visto unas tetas
de “verdad”. Las únicas tetas que había visto eran las
de las chicas que miraba por Internet o en esas revistas
pornográ�icas que compartía con sus amigos del
barrio. Se dio cuenta que no era lo mismo. Alargó sus
manos para tocarlas y rozó con la yema de sus dedos
sus negros pezones. Sylvia puso sus manos sobre las
del muchacho y le instó a que se las amasara.
� Estrújalas con fuerza. No tengas miedo de hacerme
doler. Tampoco a lo ‹‹bruto›› que no son de hierro…
El chico asintió. Después de cinco minutos de
cabalgata continua Sylvia se detuvo.
− ¡Ahhh…! ¡Ya me cansé! Ahora dame vos a mí.
Sylvia cambió de posición y se puso en cuatro
patas con el enorme trasero a la vista de los ojos del
muchacho. Los ojos de Reynaldo se agrandaron como
platos, no pudiendo evitar que su cara se pusiera, en
pocos segundos, a centímetros de esa mata abultada
de pelos. Reynaldo contempló por un momento la
carnosa vulva de la mujer, que se habría frente a sus
ojos como una �lor prohibida. Esa �lor que estaba oculta
detrás de esa braga blanca que llevaba puesta Sylvia
aquella vez en la panadería. “Todas las chicas tienen
‹‹eso››…” fue lo que pensó. Después de contemplarla
 189
HISTORIAS CRUZADAS
durante algunos segundos, se acomodó por la parte
de atrás e introdujo su grueso miembro por la vagina
de la mujer. No quería perder más tiempo. Pronto sus
carnes chapotearon agitadamente contra las nalgas
de ella; “Chap! Chap! Chap!…”, como en las películas
condicionadas.
− ¡Ahh! Qué bueno... se le escuchó decir a Reynaldo.
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
− ¡Ay, sí! mi bebé... dijo Sylvia. Seguí así... Seguí dándole
así…
− ¡Macho¡ ¡Macho! dijo Rey entusiasmado.
− ¡Sí, mi tesoro! ¡Sí! Ya sos todo un HOMBRE…
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
− ¡¡Ay, SÍÍÍ!! volvió a decir Sylvia excitada.
El Sol se estaba poniendo y no había ni un alma
por la calle, salvo una humilde anciana que se acercaba
caminando por la vereda. Justo se estaba aproximando
a la casa donde estaban los felices amantes y se puso
a contemplar unas rosas. Le llamó la atención una de
ellas...
− ¡¡Macho Sylvita, Macho!!
 190
HISTORIAS CRUZADAS
− ¡Primera vez… primera vez…! contestó la madura
mujer, que en ese momento ardía como una pava en
el fuego.
− ¡Me vengo mami, me VENGO!
− ¡Véngase mi amor, VÉNGASE!
− ¡¡Me vengo!!
− ¡¡SÍÍÍ!!
− ¡¡¡MACHOOO!!! cantó el mocoso a lo loco mientras se
descargaba como un descosido.
Reynaldo había por �in llegado a la cumbre del
elixir. Había sufrido un temblor de la hostia y sus
líquidos seminales se habían desparramado por todo
el interior de su compañera. Su miembro viril, virgen
en placeres, estaba descubriendo los manjares de la
sexualidad y eso lo había sacado completamente de sí.
La experta veterana, que había estado «jugando» con
él durante todo el tiempo que estuvo ausente en la
panadería, le había propinado esa tarde «la lección de
amor» más increíble de su vida. Una lección de amor
que jamás podría olvidar… Los cuerpos de ambos
amantes sudaban de traspiración y de calor y Sylvia,
que desde su juventud no había vivido una experiencia
así, se sintió viva después de mucho tiempo. Sentía,
de alguna manera, como si le hubieran otorgado una
medalla, pues había sido la primera mujer de un
 191
HISTORIAS CRUZADAS
adolecente virginal. Ninguna de las amigas que conocía
habían “desvirgado” a un hombre. Todas habían
tenido relaciones con hombres sexualmente usados.
Nunca se habían montado sobre un pingo 0 Km… La
cara del muchacho sonreía de felicidad y miraba a su
iniciadora con agradecimiento, mientras que la única
mujer que andaba por la calle – una anciana llena de
juanetes − se alejaba por la vereda presurosamente.
Su debut con una veterana había sido mucho
más que bueno y ambos amantes yacían, ahora,
plácidamente sobre la amplia cama. El jaleo que
habían tenido los había dejado extenuados, por lo
que sintieron la necesidad de recobrar las energías
perdidas. Pronto Reynaldo se acordó que debía estar
en la panadería y puso a Sylvia al tanto de su situación.
Minutos después la veterana mujer lo acompañó hasta
la puerta y lo despidió con un dulce beso.
− ¿Vas a venir a verme cuando puedas? le preguntó
ella.
− ¡Claro, mi amor! Ya te dije en la carta que estaba
enamorado…
Y decía la verdad.
 192
HISTORIAS CRUZADAS
Ya eran alrededor de las 18:30 cuando el marido
de Marta llegó. Normalmente regresaba a casa
entrada la noche, pero ese día tuvo unas diferencias
con el secretario general del partido y a�ligido por
eso decidió volver más temprano. No venían bien las
cosas en el comité desde el ascenso de Álvaro Uribe y
sus aspiraciones para ocupar la primera banca en el
Senado de la Nación habían quedado frustradas. Metió
la llave en la cerradura de la puerta, la hizo girar 180°
e ingresó al lujoso departamento. Había una sola luz
encendida que proyectaba sus rayos desde la cocina y
que alcanzaba a iluminar tenuemente la sala de estar.
Se sacó el saco y lo arrojó al sillón, se llevó las manos
a la cara en un gesto de cansancio o hastío y se dirigió
inmediatamente a la cocina para prepararse un poco
de café. Muy cerca de donde estaba él, en el dormitorio
matrimonial, estaba su mujer con su amante dándose
una �iesta de aquellos. No habían entrado en la cuenta
que faltaba poco para que se acabara la diversión.
− ¡Ay!! ¡Sí Jorgito… así! ¡Dame más mi amor, dame más!
− ¿Te gusta así ‹‹perrita››? ¿Bien hasta el fondo?
− ¡¡Síí!! ¡Hasta el fondo mi vida…. Rómpeme toda!
− Vos lo pediste…
¡Chap! ¡ Chap! ¡ Chap!
− ¡Ay!!!
 194
HISTORIAS CRUZADAS
¡Chap! ¡ Chap! ¡ Chap!
− ¡Ay, sí papi!!!
De repente la mujer escuchó unos ruidos extraños
dentro de la casa.
− ¡Rodolfo!
− ¿Qué?
−¡Mi marido! ¡Tienes que esconderte ya!
Marta de despegó del cuerpo de Jorge y le hizo
indicaciones desesperadas con la mano para que se
metiera debajo de la cama.
− ¿Debajo de la cama?
−¡¡Sí!! ¡Apúrate, que si te descubre nos va a MATAR!
No exageraba demasiado con esa a�irmación.
Rodolfo Velasco era uno de los políticos más in�luyentes
del Partido Liberal colombiano con vínculos (no
comprobados) con el famoso Cartel de Medellín, por
lo que no sería buena noticia para ambos (sobre todo
para Jorge) que él se enterara que su mujer lo estaba
engañando con otro hombre. Marta se había casado con
Rodolfo, ilusionada y feliz, al igual que muchas otras
mujeres que quieren trepar en la escala social. Habían
tenido dos hijos, que ahora ya estaban haciendo su
propia vida fuera de su casa, y gozaba de un excelente
 195
HISTORIAS CRUZADAS
pasar económico. Su marido nunca le hizo faltar nada.
Por ese entonces su pareja era un joven inteligente y
ambicioso que estaba ascendiendo muy rápidamente
en las �ilas de uno de los partidos más tradicionales
e importantes de Colombia, pero cuando el hombre
adquirió más compromisos y empezó a ausentarse de
su casa con mayor frecuencia, Marta empezó a sentirse
cada vez más sola y triste. Se sentía como si fuera un
pájaro pasando sus días en una jaula de oro. Con el
tiempo su marido se fue distanciando mucho. Siempre
sin ganas de hacer el amor, de platicar con ella, de ir
al cine o de salir a algún lugar. Hasta que un día por
casualidad conoció a Jorge, un joven colectivero que
la alegró con su �iloso�ía y su buen humor. A partir de
entonces empezaron a ser amantes.
Rodolfo entró al dormitorio con su taza de café
en la mano. Vio a su mujer acostada en la cama con
ropa interior y se sentó al borde del colchón. Apenas
le prestó atención. Marta, que se hacía la dormida,
hizo como que se despertó y lo saludó. Rodolfo
le respondió el saludo con un tono que denotaba
desgano. La discusión que había tenido en el comité
con otros miembros del partido lo había dejado sin
ganas de hablar. Marta se relajó y se sintió mucho
mejor. “Parece que no se dio cuenta…”, fue lo que se le
cruzó por la mente. Jorge estaba tendido debajo de la
cama inmóvil como una momia y muerto de miedo.
Sabía quién era Rodolfo Velasco y no quería acabar
 196
HISTORIAS CRUZADAS
saliendo en la sección policial de los diarios. Marta se
incorporó y acarició la espalda de su marido.
− ¿No quieres darte una ducha mi vida? Te veo muy
cansado… Anda que te preparo la ropa…
Marta esperaba que Rodolfo se metiera en el
baño lo más pronto posible para así poder sacar del
departamento a su joven amante. Cuando el hombre
se reincorporó de la cama y se encaminó en dirección
a la ducha, sonó inesperadamente su celular. Cuando
atendió, cambió rápidamente de dirección y se sentó
cómodamente en el sofá de la sala de estar. Era Luis,
uno de sus mejores amigos y también miembro del
partido como él.
− ¡Hola Luisito! ¡Cómo andas…!
Sacó una botella de Chivas Regal que tenía en su
“bodega” y se sirvió un poco de whisky. Le gritó a su
mujer que le trajera un poco de hielo de la heladera…
“Maldición”, pensó Marta, “Justo ahora tiene que llamar
ese pelotudo…”. Jorge, por su parte, estaba todavía
debajo de la cama y no tenía la más mínima idea de
cómo podía escapar de allí. Mucho menos “cuándo”
escapar. ¿Debería esperar a que se hiciera de noche?
Ya estaba lucubrando cuál sería la escusa que le daría
a su mujer si no llegaba a salir de allí lo más pronto
posible. Se la imaginaba sentada en la mesa con la
comida enfriándose y mirando las agujas del reloj. El
 197
HISTORIAS CRUZADAS
problema era si su mujer estaba dispuesta a creerle
esa escusa. ¿Y si ella, alarmada, llamaba por teléfono
a la empresa? En Colombia muere mucha gente por
problemas de inseguridad. Jorge rezó para que su
mujer no llame a la empresa…
Marta ingresó al dormitorio y le explicó a Jorge
lo que estaba sucediendo. Le dijo que se quedara
tranquilo y que apenas su marido entrara al baño ella
le avisaría y lo sacaría de allí. Luego regresó a la sala
de estar y vio que Rodolfo todavía seguía hablando
con Luis. Pidió a los santos para que todo se acabe y
se fue a la cocina a hacerse un té de manzanilla. Eso la
mantendría más tranquila. El hombre habrá estado en
comunicación aproximadamente una hora… Después
de hablar con su amigo realizó un par de llamadas
más a contactos in�luyentes para arreglar sus asuntos
políticos. Cuando �inalizó, encendió el televisor y
empezó a mirar un poco las noticias del día, luego un
poco de fútbol hasta que se cansó y se fue a duchar.
Ya eran como las 20:15 cuando Marta escuchó desde
afuera el ruido de la lluvia de la ducha. Se apresuró
a sacar a Jorge de la casa y lo despidió con un rápido
beso. El colectivero había aprovechado para cambiarse
en el dormitorio matrimonial cuando Rodolfo estaba
hablando por teléfono en la sala. Bajó lo más rápido
que pudo por las escaleras del edi�icio (estaba en un
5to. piso) ya que, de la ansiedad, no quiso esperar el
ascensor. Quería huir de allí lo más pronto posible.
 198
HISTORIAS CRUZADAS
Cuando salió a la calle respiró. La tortura había
acabado.
Caminó por la vereda en dirección a donde estaba
estacionado su colectivo. Por seguridad, siempre lo
ubicaba aproximadamente a una cuadra del edi�icio.
No quería despertar sospechas. Cuando llegó a destino
vio, con gran desazón, que su colectivo no estaba por
ningún lado. Se lo habían robado. Siempre había robos
en una ciudad tan grande como Bogotá. Caminó en
todas las direcciones para ver algún rastro del vehículo
pero fue totalmente inútil. Ahora le había tocado
perder a él. Entró en la cuenta que era necesario hacer
primero la denuncia en la comisaría antes de regresar
a su casa. No podía dejar las cosas así... Además había
que inventar urgentemente una historia conveniente
sobre el robo del vehículo. No podía confesar que se
lo habían robado después de estacionar cerca de la
casa de su amante. Eso sería fatal. Finalmente debía
excusarse con su mujer... “Quizás regrese a casa cerca
de las 10 de la noche” pensó.
Varado en el medio de la ciudad, a pie y con la
noche a cuestas, Jorge se llevó las manos a la cabeza
mientras miraba, sin consuelo, para ambos lados de la
calle. “¿Por qué diablos me pasó esto a mí?”.
 199
HISTORIAS CRUZADAS
Lucas estaba esperando en la sala de recepción
de la empresa que �iguraba en el anuncio. El lugar
era pequeño pero cómodo. Tenía pisos de cerámica
de color marrón claro y las paredes y el cielorraso
estaban pintados de un rosa claro. Varias lámparas
modernas dispersas en distintos puntos del techo
iluminaban el recinto a la perfección. Delante de él
había una recepcionista sentada detrás del mostrador
que estaba muy concentrada tecleando frente a su
monitor. Estaba navegando en el Facebook. Junto a
Lucas estaban esperando su turno dos muchachos
más. Uno de 24 años aproximadamente vestido con
una camisa blanca y un pantalón y saco de vestir de
color negro. Sus zapatos estaban impecablemente
lustrados y su barba lucía prolijamente cortada. Tenía
una carpeta apoyada sobre sus piernas. El otro chico
parecía un poco menor y estaba vestido con una
camisa amarilla y jean. Sus mocasines eran de color
marrón y estaban algo gastados. Tenía una hoja de
papel doblado en su mano. Lucas supuso que ese era
su currículum. La recepcionista oyó sonar el teléfono
y atendió. Luego colgó y mencionó el nombre del
muchacho de barba.
− ¿Zapata Carlos? Subí por la escalera, por favor, y
cuando llegues arriba, entra a la o�icina que está a la
derecha ¿Sí? Allí te van a entrevistar…
Minutos más tarde Carlos bajó y fue el turno
 201
HISTORIAS CRUZADAS
del otro muchacho. El recién entrevistado parecía
exultante. Eso a Lucas no le gustó. Pensó en lo mucho
que signi�icaría para él dejar la Universidad. Cuando
llegó su turno, subió las escaleras sin demasiado
ánimo. Aunque tenía una última chance. Si llegaba a ser
lo su�icientemente convincente frente al entrevistador
(probablemente el mismo jefe de personal) y no exigía
un sueldo grande, quizás podría ser contratado...
Quizás.
La escalera parecía interminable.
Luisa estaba ese día de mejor humor. Habían
arreglado el maldito aire acondicionado. Tenía un lío
de papeles encima de su escritorio y tuvo que tomarse
su tiempo en acomodar las cosas para estar lista para
empezar. El técnico había puesto la escalera justo
al lado en donde ella se sentaba y no había tenido
la delicadeza de acomodar las cosas antes de irse.
Aunque se sentía un poco molesta por eso, pre�irió no
darle demasiada importancia. Peor hubiese sido que
el hombre no hubiera venido y tuviera que empezar
el día sufriendo el in�ierno por segunda vez. Pensar en
eso la consoló. Cuando vio que alguien estaba parado
en el umbral de la puerta de su o�icina, dio la orden
de hacerlo pasar. Una �igura delgada y rubia hizo su
aparición.
 202
HISTORIAS CRUZADAS
− Siéntate. Le dijo con toda con�ianza.
El chico ingresó y se sentó.
Ella lo observó a la cara y, dándole la impresión
de que le resultaba conocido, le dijo:
− ¿Vos no sos el chico que viajaba conmigo ayer en el
colectivo?
El pobre muchacho, al escuchar esa pregunta, se
puso rojo de vergüenza. Su cara parecía una fresa. No
sabía dónde diablos esconderse. Quería huir de allí
cuanto antes. Salir volando a mil kilómetros por hora
en un jet supersónico y no volver nunca más. Que lo
tragara la tierra si eso fuera posible. Luisa lo miraba a
la cara con expresión de sorpresa mientras esperaba
que el chico diera su respuesta. Lucas no podía
mentir. Sabía que ella se acordaba perfectamente de
él. Lo podía leer en su rostro. La pregunta era sólo
una forma de empezar a entablar conversación, no
de sacarse una duda. Lucas, desviando levemente la
mirada, respondió.
− Ss…í. Era yo…
− Ya me parecía que tenías cara conocida... ¿Y a todas las
chicas que encuentras en el colectivo le haces ‹‹eso››?
La palabra “eso” la sentía en su conciencia como
si fuera un dedo acusador. Se sentía un pervertido. Un
violador de mujeres o algo así. Le costaba horrores
 203
HISTORIAS CRUZADAS
mirarla a la cara. Pero tenía que hacerlo. Era su
“entrevistadora”. ¿O acaso ex abusada? No importaba.
Ya estaba todo perdido. El trabajo, la Universidad,
todo…
− Bueno… No a todas… sólo a las que me gustan. Que me
gustan y… se �dejan�.
− ¿Y vos pensaste que yo me �dejé�?
− No lo sé… Es que estaba muy caliente. Hace mucho
que no tengo sexo… Sé que estuve mal. Discúlpeme…
Lucas agachó la cabeza. No podía seguir mirándola
de frente.
− Bueno… dejemos eso de lado y vayamos al trabajo.
Mi nombre es Luisa Bunge y soy la Jefa de Personal de
la empresa. A ver… (le dio una ojeada al currículum)
Por lo que veo tienes bastante experiencia en depósito…
Estuviste trabajando seis meses en Lubricom, un año en
Tecno Ingeniería, dos en Autotools…
El currículum de Lucas era más que bueno.
Lástima que sus datos eran totalmente falsos, a
excepción de Lubricon. Pero allí había trabajado sólo
como despachante de pedidos. Nunca había pisado el
almacén. Luisa, sin embargo, parecía encantada con la
“experiencia” del muchacho. Daba la impresión que
se había creído todo lo que el jovencito le mostraba.
Se remitió a hacerle unas tres o cuatro preguntas que
 204
HISTORIAS CRUZADAS
Lucas sorteó con facilidad y luego metió el currículum
en su carpeta. Parecía estar un poco apurada.
− Bien – dijo − Tu per�il está muy óptimo. Pero lo que más
quiere la empresa es una excelente disposición para el
trabajo. Verdaderas ganas de trabajar y progresar ¿Me
explico? Vos estás yendo a la Universidad…
− Sí. Pero eso no es un problema − se apresuró a decirle −
Yo necesito el trabajo porque mis padres son pobres y ya
no me pueden seguir costeando los estudios… Necesito
el trabajo sí o sí o deberé abandonar la Universidad.
Yo sé que estuve mal con usted... por lo que pasó en el
colectivo pero… si hay algo que me sobra son GANAS
DE PROGRESAR EN LA VIDA. Quiero ser alguien. Quiero
recibirme de Ingeniero Químico. No quiero terminar en
una fábrica ganando «dos pesos» como mi padre…
− Mi papá también trabaja en una fábrica y eso no es
indignante, respondió la mujer.
− Sí. Lo sé. No me refería a eso. Pero yo siento que estoy
para mucho más… Además puedo ayudar mejor a mis
padres cuando ellos sean viejos si me hago un lugar en
la vida. Usted me entiende...
− Claro que te entiendo. Bueno. Este miércoles tienes
que presentarte en este lugar para hacerte la revisación
médica. Si pasas el examen médico el puesto es tuyo.
Cuando tenga los resultados, si todo está bien, te llamo
 205
HISTORIAS CRUZADAS
por teléfono para que empieces a trabajar…
− ¡Gracias! le contestó Lucas, con un tono indisimulado
de emoción.
Luisa se levantó y lo acompañó hasta el comienzo
de la escalera. Allí lo despidió y pronto el chico estuvo
caminando en dirección a la parada del colectivo. Tenía
el corazón por el cielo. Se lo veía feliz y exultante. Lucas
había pasado del In�ierno al Paraíso en menos de lo
que dura una entrevista. Ahora sabía que sus sueños
de seguir en la Universidad no estaban terminados.
Pensaba en lo contenta que iba a ponerse su madre
cuando le dijera que había conseguido un empleo. En
el regalo que iba a hacerle cuando cobrara su primer
sueldo. Y en las cosas que iba a poder comprarse para
él después de dos años de “sequía” �inanciera. Incluso
a su hermano más pequeño. Su padre, seguramente,
también se pondría contento con la noticia. Quizás
no tanto por el tema del estudio sino porque tendría
uno menos que mantener… Igual sentía afecto por
él porque, pese a “todo”, era un buen padre. Estando
ya en la parada del colectivo, no dejaba de pensar en
las palabras que le había dicho la jefa de personal
mientras bajaba por la escalera que daba a la sala de
recepción.
− Cuando termines de hacerte la revisación médica
llámame. Es para asegurarnos de que fuiste atendido.
Por el tema del pago a la obra social…
 206
HISTORIAS CRUZADAS
− ¡Sí, le avisaré! No se preocupe.
− Y otra cosa...
Lucas se detuvo y la miró.
− La próxima vez no le hagas eso que me hiciste en el
colectivo a otra mujer… Puede que la próxima vez no
tengas la misma suerte.
 207
“La Amiga de la Madre”
LA AMIGA DE LA MADRE
La madre de Ricardo esa mañana no estaba. Se
había ido al centro a ver a su tío que estaba internado
en el hospital… La noticia le cayó de sorpresa; la noche
anterior su primo le avisó que le había dado un infarto
y que lo habían llevado de urgencia al sanatorio
donde se atendía. Justo esa mañana Liliana tenía
que encontrarse con Teresa, su amiga. A las dos le
gustaban las plantas y habían plani�icado ir juntas al
vivero. Liliana era la mamá de Ricardo y esa mañana,
cuando Teresa llegó, se encontró con que su amiga no
estaba. El chico, que la conocía, la hizo pasar a la casa
y Teresa – una veterana de 42 años – aprovechó que el
pequeño estaba solo para poder tener sexo con él. Lo
llevó a la habitación de sus padres y allí se sacó todas
las ganas…
– ¿Te gusta la cotorra Ricardo?
Chap! Chap! Chap!
– ¡Sí Teresa...! ¡¡¡Sí!!!
La mujer chapoteaba sobre el mocoso que no
tenía respiro frente a los embates de ésta. La veterana
lo zarandeaba en la cama mientras el chico no sabía
cómo controlar la erección. Al �inal, después de tanto
darle, logró que el niñato le humedeciera la cuca…
 209
LA AMIGA DE LA MADRE
Terminaron los dos “pegoteados” y felices de alcanzar
el orgasmo.
– Me mojaste todos los pelos bebé… ¿Qué te pasó?
Ricardo no podía responder. Su corazón le latía a
mil…
Teresa y Liliana se habían conocido en una
reunión de padres y de profesores que se había
hecho en el colegio de sus hijos. Las profesoras se
habían quejado de la indisciplina de los alumnos y
la directora había convocado a una reunión entre
padres y docentes. Ambas mujeres tenían a�ición por
las plantas y ese fue el punto central de conexión.
Se empezaron a comunicar por el Facebook y allí
empezaron a compartir lo que tenían. La madre de
Ricardo invitó un día a Teresa a mostrarle las plantas
que habían en su jardín, y le regaló – a modo de
amistad – unos gajos de rosas que aquélla no tenía.
Una tarde ambas amigas estaban tomando mate con
facturas en la cocina y Teresa vio a Ricardo salir del
baño envuelto en una toalla. El joven no sabía que su
madre tenía visitas y se fue derecho a la heladera a
beber un poco de gaseosa. Apenas Teresa lo vio, quedó
impactada por su impresionante �ísico… Ricardo tenía
14 años de edad pero aparentaba tener 18. Iba con
frecuencia al gimnasio y tenía el cuerpo de un jugador
de fútbol.
 210
LA AMIGA DE LA MADRE
– Hola, saludó Ricardo.
– Hola, respondieron las dos mujeres. El chico se
marchó y se encerró en su dormitorio.
– ¿Ese es tu hijo? le preguntó Teresa a su amiga…
– Sí. Ese es mi bebé, le respondió Liliana orgullosa.
– ¡Es un bombonazo! ¿Qué edad tiene tu nene?
– Catorce años… Pero parece más grande…
– ¡Yo le daba 21! ¿Cómo hizo para crecer así…?
– Le gusta mucho los deportes. Este año le dio por ir al
gimnasio…
– Cuídalo mucho porque las mujeres, cuando lo vean, se
lo van a querer violar…
– ¡Cállate! Este �in de semana largo nos fuimos con mi
marido a la costa y vos no sabes cómo lo miraban las
chicas… ¡Se lo comían con los ojos!
– Y… ¡Con ese lomo!
Las dos mujeres siguieron hablando, durante un
rato, de las cualidades de Ricardo y después cambiaron
de conversación y regresaron al tema de las plantas.
Otro día Teresa vino a verla y se encontró nuevamente
con el chico. Estaban en el jardín mirando unas alegrías
del hogar y Ricardo se apareció en medio de ellas.
 211
LA AMIGA DE LA MADRE
Venía vestido con un pantalón corto y una camiseta
del club Peñarol. Teresa también era hincha de ese
club y comenzaron a hablar sobre fútbol. Le contó al
chico que cuando ella tenía su edad iba los domingos
a la cancha con su padre y que había conseguido una
camiseta �irmada por todos los jugadores campeones
del 97`. Ricardo se dio cuenta que Teresa era un poco
“masculina” en su forma de ser, pero le sentó bien
saber que tenía muchas cosas en común con ella.
Aparte de gustarle las plantas, Teresa era fanática de
los juegos de PC, y le mandó una solicitud de amistad
para hacerlo amigo en el “Face”. Gracias a ella Ricardo
pudo conocer el juego “Plantas vs. Zombis”. También el
famoso “Fire Bird” y otros juegos aditivos de la Web.
A partir de entonces el fútbol, los videojuegos y la
computación fueron temas cotidianos entre ellos.
Teresa era muy dada con los jóvenes y era
moderna en cuestiones de sexo. Con sus hijos había
hablado todo lo que tuviera que ver con la sexualidad.
Liliana no era tan abierta, pero coincidía con ella en
muchas cosas. Un día Teresa fue a la casa de Liliana
– siempre por el tema de las plantas – y se presentó
con unas calzas de color negro bastante apretadas.
Era un día de mucho calor y la mujer quería sentirse
cómoda. Mientras estaba en el jardín con Liliana, vio
que Ricardo salió con el mate...
– ¿Así que tu hijo te ceba mate? ¡Este chico es un
 212
LA AMIGA DE LA MADRE
AMOR!
– Sí. No sabes qué compañero es conmigo… A él le gusta
el mate como a mí y cuando se pone a tomar mate
siempre viene y me acerca un matecito…
El chico – muy amablemente – empezó a cebarles
mate a las dos señoras. Iba y venía con el mate mientras
ellas estaban con las plantas. Teresa se dio cuenta
que el chico le miraba las nalgas cada vez que venía.
Era muy rápida para esas cosas y ese detalle no se le
escapó… Al principio no le dio importancia – Ricardo
estaba en su pubertad– pero después le empezó a
gustar y una cosita rica le picó en su interior. Ni lerda ni
perezosa, cuando vio que Ricardito se aproximaba con
el mate, se agachó a inspeccionar una planta dejando
sus nalgas a la vista del chico. Cuando el mocoso la vio
agachada se le abrieron los ojos como platos y eso le
dio más �motivación� para seguir cebándoles mate...
Ricardo – cada vez que venía – rogaba que Teresa se
volviera a agachar.
Teresa vivía sola con sus hijos y hacía meses que
no tenía un hombre. Como es natural en esos casos,
las situaciones eróticas hacían más llevadera su vida.
Es por eso que al ver que el chicuelo sentía una fuerte
atracción por ella, se fue un día a la casa de su amiga
con la misma calza y una pollerita encima. Mientras
estaban charlando en la cocina, vio ingresar a Ricardo
y salir por la otra puerta. Como todo aquel que sale
 213
LA AMIGA DE LA MADRE
tiene que volver... Teresa aprovechó para elaborar su
coartada. Sin que se diera cuenta su amiga, se subió
la pollerita bien hasta arriba y abrió las piernas de
par en par. Después torció su cuerpo en dirección al
pasillo para que aquél que pasara al lado de ellas le
pudiera ver las piernas... Liliana, como es lógico, no se
dio cuenta de lo que hizo Teresa. Le estaba mostrando
– justo en ese momento – una lujosa enciclopedia de
crasas. Además estaba sentada en el otro costado de
la mesa. Le era imposible, desde esa posición, mirarle
las faldas a su amiga. Cuando Ricardo entró a la
cocina y pasó al lado de las dos mujeres, le echó una
mirada a Teresa y bajó sus ojos hasta su entrepierna…
¡Menuda sorpresa se dio cuando vio que la veterana
no tenía bombachas! Una pupa abundante y carnosa
se traslucía por debajo de la calza. Partidita al medio
como �ilete de merluza. Ideal para mostrarla en el You
Tube. El chico sufrió una �conmoción� y se fue al baño
a hacerse una manuela. A los diez minutos regresó, se
sumó a la mesa junto a las mujeres y se puso a tomar
mate con ellas. Antes de marcharse a su casa, Teresa
quiso despedirse del chico.
– ¿Dónde está tu hijo que quiero despedirme?
– ¡Ricardo! ¡Teresa quiere despedirse de vos! La madre
le gritó a su hijo para que viniera a despedirse de
su amiga. Ricardo salió del dormitorio acudiendo al
llamado de su madre.
 214
LA AMIGA DE LA MADRE
– Gracias por los mates que me diste. Estuvieron
riquísimos. Chao bebé… La veterana le estampó un
fuerte beso justito al lado de sus labios. El chico
comprendió ese gesto y desde ese día la miró con más
“cariño”. En todo lo que restó del día Ricardo no pudo
sacarse de su boca el sabor húmedo que ella le había
dejado.
Los días iban pasando y la tensión erótica
entre Teresa y el chico iba en sostenido aumento. Al
principio el chicuelo titubeaba. No estaba preparado
– dada su corta edad – para abordar a una mujer
adulta. A eso se le sumaba que Liliana era muy celosa
y lo cuidaba demasiado. No permitía que anduviera
con malas juntas ni que dejara de lado sus estudios.
Le controlaba semanalmente las carpetas y no le
permitía salir de noche. Eso daba como resultado que
Ricardo se criara como un chico sano. Pero después
de las insinuaciones de Teresa, el chico se empezó a
animar y fue perdiendo su timidez inicial. Un día que
hacía mucho calor, Liliana invitó a Teresa a meterse
a la pileta. Ese día su marido estaba trabajando, por
lo que tenían todo el tiempo para ellas. La madre de
Ricky se había puesto un traje de baño y Teresa una
bonita bikini. Cuando las dos mujeres se metieron al
agua, Ricardo apareció y las vio conversando juntas. El
chico volvió a entrar a la casa, se puso un bóxer negro
 215
LA AMIGA DE LA MADRE
y salió de nuevo al patio. Después se zambulló en el
agua como si fuera un experto nadador. Teresa, cuando
vio al chico de cuerpo entero, le llamó la atención a su
amiga…
– ¡Tu hijo está tan bien que no me canso de mirarlo!
Cómo me gustaría tener 20 años…
– ¡Viste! ¡Qué te dije! Pero él no le da bolilla a ninguna…
Dice que no le gustan las de su edad porque son todas
unas tontas. Una vez me dijo “Mamá, el día que tenga
una novia, va a tener que ser MAYOR que yo…”
– ¡Entonces se va a meter con una vieja!
Liliana puso cara de pato… “Y… Si a él le gusta… Yo
en esas cosas no me meto”. Teresa – en medio de risas
– tomó nota de la respuesta de su amiga. Liliana no
tenía ni idea de lo importante que fueron para Teresa
esas palabras…
Mientras las dos mujeres continuaban con su
plática, Ricardo daba muestras de sus capacidades
natatorias. Hacía la plancha delante de ellas y se
mandaba un clavado de vez en cuando. Cuando se
tiraba del borde de la pileta, buceaba por debajo del
agua y aparecía en el otro extremo. Luego nadaba
unos metros de espalda, respiraba profundo y se
sumergía de nuevo. Teresa no tardó en darse cuenta
que, cuando el chico se sumergía en el agua, tardaba
 217
LA AMIGA DE LA MADRE
varios segundos en salir…. “Me está mirando las
piernas…” pensó la sagaz mujer, por lo que aprovechó
para meterse la malla bien adentro de las nalgas con la
intención de llamarle la atención. Ricardo pronto cayó
en la red… Cada vez hacía menos la plancha y nadaba
más por debajo del agua. Liliana, por su parte, estaba
ajena a lo que estaba pasando. No paraba de hablar de
sus anécdotas y de situaciones vividas con su marido
bajo el oído atento de Teresa. Le contaba cosas sobre
sus vacaciones y algunos viajes que había hecho a
Argentina. Y mientras la mujer no paraba de hablar
y de hablar, su hijo se la pasaba nadando y mirándole
el culo a su amiga. En una de esas “buceadas” Teresa
se percató que a veces el chico pasaba en frente de
ella. Pensó que ya se estaba cansando de mirarle
tanto el culo y que ahora buscaba otra cosa. Entonces,
mientras escuchaba lo que Liliana le contaba, se corrió
la parte delantera de la malla y empezó a rascarse por
un rato la vulva… ¡Ricardito se volvió loco cuando vio
esa cuca llena de pelos! No más estuvo frente al cuerpo
de la mujer, aguantó como pudo la respiración para no
perderse ese espectáculo fascinante… Ya una vez en la
super�icie, salió pronto de la pileta y se metió en la
casa a hacerse otra manuela.
Liliana, con el tiempo, no tardó en darse cuenta
que su buena amiga estaba detrás de su hijo… No
 218
LA AMIGA DE LA MADRE
quería cortar relaciones con ella pero empezó a tomar
algunas precauciones. Cuando Teresa venía a su casa,
mandaba a su hijo a realizar tareas. Y si se iban juntas
al jardín se llevaba el termo para cebar mate. Teresa
– que no era tonta – se dio cuenta de lo que hacía su
amiga. Pero como era completamente desinhibida,
empezó a hacerle preguntas sobre Ricardo…
– ¿Qué está pasando con tu hijo que ya no viene a
cebarnos mate?
– Es que su padre lo mandó a hacer algunas cosas.
Dice que se está haciendo grande y que ya tiene que
colaborar en casa…
– ¡Dile que se deje de joder…! Es un chico de 14 años
y tiene que disfrutar de su adolescencia. Cuando sea
grande va a tener todo el tiempo de su vida para
trabajar…
Ricardo – por su parte – también se sentía molesto.
El chico se había acostumbrado a los juegos picantes
de Teresa y no quería estar lejos de ella cuando ésta
venía a su casa. A veces salía al patio a preguntarle
cosas a su madre con la intención encubierta de
echarle un ojo a la veterana. Ésta, cuando lo veía, lo
saludaba con una sonrisa y le decía que extrañaba
sus “mates”. También le hablaba de fútbol y de los
juegos que salían en la Web. Pero esas conversaciones
eran breves porque Liliana lo mandaba a trabajar.
 219
LA AMIGA DE LA MADRE
Estuvieron casi un mes en esa incómoda situación.
Con Teresa visitando a su amiga y el chico ocupado
haciendo algo. Y esa prolongada “abstinencia”, lejos
de disminuir las tensiones, generó en Teresa un
efecto adverso. En vez de olvidarse de Ricky sintió
más deseo de querer estar con él… Por eso, cuando se
presentó esa mañana en la casa de Liliana y vio que el
chiquillo se había quedado solo, no lo pensó dos veces
y aprovechó para encamarse con él…
Chap! Chap! Chap! Chap!
– Ah! Ah!... jadeaba el chico.
Teresa chapoteaba sobre el cuerpo de Ricky
buscando que el mocoso se corriera pronto...
Chap! Chap! Chap! Chap!
– ¿Te gusta la cotorra Ricardo?
Sabía que una vez que el chico acabara, podría
aguantar más una segunda erección…
– ¡Sí Teresa...! ¡¡¡Sí!!!
La idea era ponerse en cuatro patas delante del
chico y hacer que éste le diera por detrás. Le volvía
loca esa posición sexual pues contenía una carga
de salvajismo muy fuerte. Como no sabía en qué
momento podría llegar su madre, quería terminar las
cosas rápido para no tener complicaciones. Ricardo,
 220
LA AMIGA DE LA MADRE
por su parte, ya estaba a punto de explotar...
– ¿Y Ricardito? ¿Canta el pajarito o no canta?
– Ah! Ah! Ah!...
– ¿Canta o no canta?
– ¡Canta Teresa! ¡¡CANTA!!
Ricardo no aguantó más y se corrió como un
descosido. De la punta de su pito salía a borbotones
la leche. Cuando Teresa se miró la entrepierna tenía
los vellos todos pegoteados… Pasó sus dedos por la
oscura pelambrera y los sacó untados de semen…
– Me mojaste todos los pelos bebé… ¿Qué te pasó?
Ricardo no podía responder. Todavía no se
reponía de la agitación.
– ¿Te sentís bien mi vida? Se le acercó y le dio un beso
en los labios.
– Sí… alcanzó a decir.
– ¿Es tu primera vez?
– Sí… Ricardo le sonrió.
– Bueno… No te pongas nervioso que yo te voy a guiar.
Teresa se puso en cuatro patas y le dio una
seguidilla de instrucciones. Éste su ubicó por detrás, se
 221
LA AMIGA DE LA MADRE
apoyó en sus rodillas e intentó penetrarla. Al principio
le costó meter su pájaro en el nido matoso de la mujer.
La abundante pelambrera de Teresa no le permitía
encontrar la gruta. Pero Teresa le cogió el jilguero y lo
introdujo en el nido con facilidad. La experiencia de la
veterana le permitió al chico realizar su tarea. Éste se
amarró bien fuerte a los gruesos rollos de las caderas
de Teresa y empezó a sacudirla con ganas metiendo y
sacando su inexperto pichuelo…
– ¡Así Ricardo! ¡Así! ¡Mantén el ritmo! ¡Mantén el
ritmo!
Chap! Chap! Chap!
– ¡Así, mi amor…Así!
Chap! Chap! Chap!
Chap! Chap! Chap!
– ¡Qué potro! ¡Qué potro! decía Teresa enloquecida.
El miembro del joven Ricardo entraba y salía por
entre medio de las nalgas. Las embestidas constantes
del niñato ponían a Teresa como una Ferrari... La
gruta del sexo de la mujer se abría cada vez más por
el constante traqueteo. Y esto hizo que Ricardo fuera
tomando una conciencia mayor de las dimensiones del
nido... Algo nuevo estaba por aprender y tenía que ver
con la anatomía de la hembra.
 222
LA AMIGA DE LA MADRE
– ¿Qué es �esto�? pensó desconcertado...
Chap! Chap! Chap!
– ¡Oh! ¡Por Dioooss! ¡Me entra todo! ¡¡Hasta los huevos!!
¡¡Diooos santo!! volvió a pensar excitadísimo.
El tremendo tajo de Teresa, oculto tras la mata de
pelos, le llegaba al chicuelo hasta la altura del ombligo.
El chico podía meterse adentro con pelotas y todo si se
lo hubiera propuesto. Cuando Ricardo tomó plena
conciencia de la tremenda cuca de la mujer, se puso
ciego como un toro y arremetió como un loco contra
las blandas carnes…
– ¡¡Qué TAJO que tienes Teresa!! ¡¡Qué TAAAAJO!!¡¡Qué
TAJO MAAADRE!!
Teresa había despertado en él sensaciones �ísicas
totalmente desconocidas. Y eran tan increíblemente
deliciosas que el mocoso no quería dejar de sentirlas.
Era como meter la verga en un tarro lleno de miel…
Un panal lleno de avispitas que le picoteaban y lo
hacían volaaaar… Teresa, por su parte, hacía meses
que no tenía relaciones. Desde el día en que se separó
de su ex pareja no había estado con ningún otro
hombre. Ella era del tipo de mujeres que no servían
para vivir solas. El tener caliente la cama, para Teresa,
era fundamental. Había intentado “saciarse” mirando
novelas por televisión. También había probado con
leer “Cincuenta Sombras de Grey”. Pero llegó un
 223
LA AMIGA DE LA MADRE
determinado momento en que su cuerpo le pedía algo
real. Sentir la verga de un hombre �concreto�. Sentirse
dominada por un macho bien rudo. Aunque esos
señuelos eróticos le habían servido de gran ayuda,
no eran una suplencia adecuada para reemplazar una
experiencia concreta. Cuando conoció al hermoso de
Ricardo y vio que el chico no le despegaba el ojo, no
dudó en tener sexo con él apenas vio que la madre lo
descuidó...
– ¡Me corro Ricardo! ¡¡Me cooorro!!
– ¡Yo también Teresa! ¡Yo también!
– ¡Ahh! ¡¡Ahhhh!!!!! Teresa se corrió como una perra
desquiciada chorreando al chico con sus jugos
femeninos. Ricardo pensó que la mujer se había
meado… Pero no era meada; era �lujo de mujer.
Cuando el chico sintió ese �lujo derramarse por todo
su vientre, se excitó tanto que se corrió dentro de ella,
no sin antes acordarse de su madre…
– ¡Ay Mamita! ¡¡Ay Mamiiiitaa!! gritó Ricardo en medio
del éxtasis. Su lozana leche se mezcló en la vaina con
los copiosos líquidos de la mujer. Parte de ese jugo
genital salpicó las sábanas y las manchó. Cuando
Teresa se separó de su amante tenía sus pelos púbicos
todos mojados...
– Me voy a dar una ducha. ¡Estoy hecha un asco!
 224
LA AMIGA DE LA MADRE
– Yo voy a lavar las sábanas… Si se entera mi madre nos
mata, le dijo Ricardo con preocupación.
Ricardo sacó las sábanas y las metió en el
lavarropas automático. Teresa se dio una ducha
y después se despidió del chicuelo. “No le digas a
tu madre que vine… Yo después le digo que tuve un
percance y no pude venir. Chao bebé”. Le dio un chupón
en la boca. Cuando Teresa se marchó, Ricardo todavía
sentía en sus labios el sabor del chupón.
Era obvio que Liliana iba a descubrir la lanzada
de su amiga Teresa. No se creyó para nada la escusa
que ella le dio. Se dio cuenta que las sábanas de su
cama habían sido lavadas y también encontró en la
ducha pelos de su cabellera y pubis... Es por eso que
una noche, mientras su marido estaba en el dormitorio
mirando un partido de fútbol, llevó a su hijo al living y
allí lo reprendió…
– ¿Qué pasó esa mañana que yo me fui a ver al tío…?
– ¡Nada mamá! ¿Qué cosa podría pasar?
– Mira Ricardo. No me mientas. Tu madre no es
ninguna tonta; cuando vos fuiste al país de los vivos yo
ya vine diez veces… Sé que Teresa desde hace rato te
viene “tirando los galgos”. Yo no le dije nada porque la
considero mi amiga, pero no me gusta en absoluto que
 225
LA AMIGA DE LA MADRE
se meta con mi propio hijo... ¿Qué estuvieron haciendo
esa mañana? le preguntó con una cara muy seria.
Ricardito al principio se resistió. No quería meter
en líos a Teresa. Pero al �inal tuvo que confesar ante la
inquisidora insistencia de la madre… Tenía claro que
las preguntas de ella no apuntaban a saber si tuvieron
sexo sino qué cosas habían hecho en la cama... Quería
conocer los detalles. Lo “otro” ya lo tenía bien clarito.
El chico le contó a su mamá que Teresa le propuso
tener sexo y que lo hicieron en la habitación de sus
padres. Que practicaron algunas posiciones y que
después se duchó y se marchó. Liliana miraba a su hijo
asombrada, no creyendo que su amiga fuera capaz de
llegar tan lejos.
– Encima lo hizo en mi cama… ¡Qué chancha! le contestó
a su hijo.
– Es que en tu cama íbamos a estar más cómodos…
Ella me dijo que mi cama no servía porque era muy
angosta.
– Y… claro, dijo con sorna.
– Pero vos me dijiste una vez que yo era libre de salir
con una mujer MAYOR…
– ¡Pero no con catorce años!
– ¿Y a qué edad querías que me hiciera un «hombre»
mamá? ¿A los 18?
 226
LA AMIGA DE LA MADRE
– Podrías haberlo hecho con una chica de tu edad…
– ¡Claro! Con una cría que no supiera nada de sexo y
encima que no tomara pastillas… ¿Eso te parece mejor?
¿Que deje embarazada a una chica? Teresa tiene
experiencia. Lo hicimos y listo. No pasó nada.
– Los jóvenes pueden usar preservativos… Eso ya te lo
enseñé.
– ¿Y si viene pinchado? ¡La puedes dejar embarazada
igual mamá!
– Bueno. No nos pongamos a discutir. Ya voy a hablar
con Teresa para que esto no se vuelva a repetir… Me
cayó muy mal que alguien que supuestamente se
considera mi amiga se presente un día en mi casa y,
aprovechando que yo no estoy, se trinque a mi hijo y
encima en mi propia cama… ESAS COSAS NO SE HACEN.
Y vos, que sos mi hijo, no lo deberías haber permitido…
Liliana le prohibió a su crío volver a encontrarse
con su amiga Teresa. Le adelantó que no vendría a
su casa hasta que ambas aclararan el asunto. Las
dos mujeres mantuvieron luego una tensa charla
telefónica y, después de ese día, se mantuvieron
distantes por largo tiempo. En esa charla telefónica,
Teresa asumió toda la cuota de responsabilidad y le
dijo a su amiga que no se enojara con su niño… Que
no lo reprendiera porque el chico no era culpable de
nada. “Ricardito es un primor. Fui yo la que lo llevé a
hacer eso. La que lo seduje. Perdóname Liliana… Tu hijo
 228
LA AMIGA DE LA MADRE
no es culpable de nada”. Fue así como ambas amigas
se sinceraron y dejaron de verse… hasta que, con el
tiempo, las heridas se fueron curando. De a poquito
volvieron a reencontrarse. Al principio tímidamente,
pero después con mayor frecuencia… hasta que un día
se volvieron a amistar. Ya, por ese entonces, Ricardo
se había hecho más grande y empezaba a salir con
chicas. La experiencia mantenida con Teresa había
despertado prematuramente su interés por el sexo
opuesto. Las chicas copaban su atención. Sin embargo
un día, hablando con�idencialmente con su madre,
le comentó que jamás pudo repetir la experiencia
que tuvo aquella vez con Teresa… En una charla que
mantuvo con ella le dijo:
– ¿Sabes mamá? Aunque probé con otras chicas Teresa
fue insuperable. Nunca una chica me pudo hacer sentir
lo que me hizo sentir ella esa mañana…
– Es normal. Cuando seas más grande tus experiencias
van a mejorar.
– ¿Y por qué tengo que esperar a hacerme más
«grande»? ¡Es una tontera mamá! Yo quiero tener
sexo con Teresa… Sé que ella no se ha olvidado de mí.
Pero necesito que me des tu AUTORIZACIÓN. Si no
hablas primero con ella, ella no va a querer acostarse
conmigo… No quiere volver a tener problemas con vos.
¿Por qué no me haces “pata” con ella?
Liliana lo miró con una expresión muy seria.
 229
LA AMIGA DE LA MADRE
Después de re�lexionar unos segundos le contestó:
– Si buscas divertirte con Teresa no tengo problemas…
Pero ojo con eso de “enamorarte”. El amor entre un
hombre y una mujer treinta años mayor que él nunca
funciona… Si vas a elegir una compañera para vos debe
ser no mayor de cinco años.
– ¡Es para tener sexo mamá! ¿Quién dijo que yo la quiero
como novia?
– No sé… dijo la madre. Hay veces que el corazón queda
atrapado. Ten cuidado con lo que haces...
A los pocos días Liliana llamó por teléfono a su
amiga y le habló de lo que quería su hijo…
– ¿Que tu hijo quiere tener sexo conmigo?
– Sí… Me dijo que las mujeres de su edad no lo
satisfacen.
– Bueno… Yo sé que tuve algo con él hace unos años pero
ahora… No sé… Creo que te dije que me estoy viendo
con un ingeniero ¿Te acuerdas? Hace como un mes que
estamos saliendo…
– Bueno Teresa. Vos �íjate… Yo no te digo que engañes a
ese hombre. Simplemente te comunico lo que me dijo mi
hijo. Si quieres le digo que vos ya estás en pareja o sino
habla vos con él…
 230
LA AMIGA DE LA MADRE
– Está bien. Deja que yo me encargo… Después hablo
con tu hijo.
Teresa estaba saliendo con un hombre de 65 años.
Lo conoció en un Círculo de Orquídeas y allí entablaron
amistad. El hombre – cuyo nombre era Rodolfo –
estaba divorciado y andaba buscando una compañera.
Teresa empezó a salir con él. Se llevaban bastante
bien, pero todavía no se habían decidido a formalizar
una relación. Aunque ya habían tenido sexo – Teresa
no era una mujer que andaba con vueltas – todavía
estaban atravesando la etapa de «reconocimiento».
La amiga de Liliana era una mujer sexualmente muy
activa. Sentía afecto por Rodolfo pero necesitaba
para su vida un hombre más “vital”, con más vigor
en la cama. Por ende, después de pensarlo un poco,
tomó la decisión de abrirle la puerta a Ricardo… Sin
cortar, por supuesto, la relación con el ingeniero. Se
comunicó por teléfono con el chico y le dijo que
aceptaba tener «encuentros» con él… pero eso sí; sin
ningún COMPROMISO, pues no quería abandonar a
Rodolfo. Fue así como Teresa resolvió ingeniosamente
su situación. Algunos días de la semana los dedicaba
a salir con el ingeniero y el resto de los días le daba
“clases” al hijo de su amiga. Esos días eran los más
emotivos para la veterana pues Ricardo no paraba de
aprender. A su vez el joven – ya más hábil en las artes
amatorias – hacía que Teresa tuviera unas corridas
tremendas que la dejaban de puta cama. Cada vez que
 231
LA AMIGA DE LA MADRE
venía el muchacho tenía que cambiar las sábanas… A
Ricardo le gustaban esas “meadas” que lo dejaban todo
mojado. Había descubierto el punto “G” de la mujer y
hacía que ésta se corriera con facilidad. El ingeniero
nunca se enteró de las «andanzas» de su novia y
Liliana – que estaba al tanto de todo – hacía oídos
sordos a la situación. Ambas amigas se seguían viendo
y pronto Liliana conoció a Rodolfo. Él la hizo sumar al
Círculo de Orquídeas y después hacían reuniones en la
casa de Liliana. Aquellos días en que se encontraban
los tres, Ricardo se sumaba al grupo y se ofrecía para
cebar mate. Pasaban horas charlando de un montón de
cosas y a veces Liliana invitaba a la pareja a almorzar.
Cuando Rodolfo y Liliana estaban en el jardín, Ricardo
volvía a la casa para seguir haciendo sus cosas. Minutos
más tarde Teresa avisaba que necesitaba ir al baño y se
metía en la casa… Ese era el momento en donde los dos
se juntaban para hacer de las suyas a espaldas de la
madre y el novio. El chico la besaba con toda su pasión
y le metía mano por todas partes del cuerpo. Teresa, al
principio, se hacía la di�ícil pero al �inal se entregaba a
sus caricias. A veces lo hacían en el baño y otras veces
tenían sexo en la cocina. También en el dormitorio
del joven pues la ventana daba justo al jardín. Esas
situaciones calientes siempre se repetían en la casa de
Liliana. El muchacho aguardaba pacientemente en su
dormitorio y Teresa se excusaba para dejarlos solos.
Mientras Rodolfo examinaba las exóticas orquídeas
 232
LA AMIGA DE LA MADRE
y le indicaba a Liliana cómo debía cuidarlas, Ricardo
le regaba la orquídea a Teresa en alguna habitación a
puerta cerrada.
 233
Facebook
(álbum de fotos)
“Regalo de Navidad”
R E G A L O D E N AV I D A D
I
La �iesta estaba por comenzar. Ya habían llegado
todos los invitados de Raquel y el mozo comenzaba
la primera ronda de bebidas. Había vino del mejor,
champaña, cócteles e incluso agua y jugo para aquellos
(o aquellas) que no bebían alcohol. La discjokey
contratada por ella (una californiana oriunda de Los
Ángeles llamada Samantha Ronson que casi nadie
conocía) había arrancado la música con temas del
grupo “Eminen” y luego enganchó con “The Roots”,
“Mos Def” y “Dilated Peoples”. A Raquel le gustaba
mucho el Hip Hop y esa era la mejor música para
celebrar sus 38 años. Estaba en ese momento rodeada
por sus mejores amigas. Sally Huson, una joven
diseñadora de modas que conoció en la ciudad de San
Diego, Cynthia Bottoms, compañera de la Universidad
casada con un ingeniero en sistemas y Judie Morgan,
una treintañera recientemente divorciada de un
empresario mucho mayor que ella que se dedica a la
construcción. Todas ellas lucían hermosos vestidos
acordes a la �iesta que se estaba celebrando. De las
cuatro amigas reunidas allí sólo Cynthia Bottoms
estaba en pareja. Las otras tres (incluyendo Raquel)
estaban solas. Las cuatro estaban bebiendo champaña
que el mozo les había servido, mientras los demás
 243
R E G A L O D E N AV I D A D
invitados estaban distribuidos por el resto del salón.
Una señorita bien parecida salía de la fastuosa cocina
del rancho de Raquel sosteniendo en su mano una
bandeja con sándwiches y se dirigía hacia un grupo de
muchachos. Entre ellos estaba un joven universitario
de abogacía de nombre Richard Taylor, amigo de
Cynthia Bottoms. El joven no parecía sentirse muy
cómodo en esa importante reunión.
¿De qué pueden hablar cuatro mujeres reunidas
con media copa de champaña en el estómago donde
tres de ellas están sin pareja? La respuesta es más que
obvia: de hombres. Tanto Sally como Judie estaban
en sequía desde hacía algunos años. No sequía de
“chicos” sino de “chicos que quisieran quedarse con
ellas”. A Sally su último novio sólo le había durado
tres meses y a Judie ni siquiera una semana. Después
de tener sexo con ella en su vehículo (esa noche
habían venido de una discoteca algo ebrios) el joven
galante no la llamó nunca más. Judie intentó después
llamarle por su celular, pero luego recordó que no le
había pedido su número. Sólo se habían conocido una
noche. La situación de Raquel no era para nada mejor,
aunque se esforzaba mucho en disimularlo. El primer
hombre que había perdido fue su padre. Un poderoso
estanciero a�iliado al partido Republicano que, al
igual que millones de estadounidenses, no pudo
contra el cáncer y murió. Por entonces ella era una
adolecente de 15 años. Anteriormente había perdido
 244
R E G A L O D E N AV I D A D
también a su madre sólo que ella, en vez de morirse,
huyó en brazos de su amante después de tener una
fuerte discusión con su padre. Nunca más la volvió a
ver. En realidad era Raquel la que no la quería volver
a ver, pues culpó a ella del cáncer de su padre. Y es
que a poco de la huida de mamá su padre sufrió una
depresión y se le despertó un cáncer poco después.
Aunque el médico le dijo que la muerte de su padre
había sido probablemente porque comía demasiada
carne, para Raquel la “carne” había sido su propia
madre. Jamás pudo perdonarle eso. Después de la
muerte de su progenitor Raquel, única hija, hereda el
gran rancho y la empresa. Al principio los negocios los
manejaba un antiguo socio amigo de la familia, pero
a poco de crecer y de empaparse en el trabajo, luego
de recibirse de contadora en una Universidad privada,
tomó el control de la empresa haciéndose cargo de
todo. Fue por esos años en donde conoció al que fue
su futuro marido. Un texano de nombre Johnson,
de 53 años, que tenía inversiones en la industria
cerealera. Tenía casi la edad de su padre cuando
murió. Ese fue el segundo hombre que perdió. Como
muchas mujeres de su posición, Raquel pensó que
la unión con ese veterano le depararía la seguridad
�inanciera que ella andaba buscando, aparte de
acabar con su soledad. Ella tenía 26 años y el hombre
parecía muy seguro de sí mismo. Hábil en el manejo
de los negocios. Además le hacía recordar a su padre.
 245
R E G A L O D E N AV I D A D
Se casaron a poco de conocerse y se instalaron en el
rancho de Raquel, por cuestiones de comodidad. Pero
las cosas no le salieron bien. Su marido la estafó y le
hizo perder una montaña de dinero. Tanto, que hasta
casi tuvo que vender el rancho para poder pagar la
cuantiosa deuda. Una pesadilla total. La separación
no se hizo esperar y ella lo demandó por daños y
perjuicios. Afortunadamente ganó el juicio y con el
dinero cobrado pudo salvar su rancho y sus tierras.
Raquel lo maldijo hasta más no poder. Luego de eso no
quiso saber nada más con los hombres. Pero después
de estar 10 años completamente sola empezó a
cuestionarse seriamente esa idea de que los hombres
son todos unos patanes. Quizás no había dado en
el clavo – pensó − ya que algunas de sus amigas no
pensaban como ella. Y ese pensamiento la alegró.
− ¿Todavía sigues sola? le preguntó Cynthia a Raquel.
− Sí, le respondió Raquel, en un tono que delataba
que la habían tomado desprevenida. Pero bueno, estoy
en la búsqueda... Tarde o temprano va a aparecer mi
‹‹príncipe azul››. Si hay una virtud que tengo es que
jamás pierdo las esperanzas. Así que no me a�lijo...
No era verdad. Realizó un gran esfuerzo para
que no se le notara lo desesperada que estaba por
encontrar algún hombre. Pero ella era una mujer
de negocios. Una ganadora. Era Raquel Wagner y no
podía demostrar frente a la gente vulnerabilidad. Y
 246
R E G A L O D E N AV I D A D
mucho menos en el día de su cumpleaños. Eso sería el
colmo. Su rostro se mantenía sonriente.
− ¿No vino David contigo? le preguntó Raquel a
Cynthia.
− No pudo venir. Tiene que terminar con urgencia un
programa para entregarlo a la empresa donde trabaja
y no quería atrasarse. Ya sabes cómo es él, el trabajo
está primero que la diversión.
− Qué lástima… Voy a extrañar mucho su buen humor.
Tú sabes lo bien que me cae David, si es que eso no te
“molesta”.
− ¡Claro que no! Cambiando de tema… Raquel ¿Te
gustaría conocer a un chico? Bueno, quizás sea un poco
menor para ti pero… ya sabes cómo se vive el amor en
éstas épocas. Hoy en día se cree más en el amor que en
las épocas de mi abuela. En el amor más allá de la edad
o la condición social. Como en la serie televisiva “My
Sweet Love” ¿La viste?
− ¿My Sweet Love? preguntó Raquel con cara de ver
pocas novelas.
− Sí, pero no importa… Este chico es súper guapo. ¡Te va
a encantar! Es un amigo mío. Se llama Richard Taylor.
Es el rubio que está allá cerca de la ventana. ¿Lo ves?
Le señaló con la mano que lucía el anillo engarzado en
brillantes de fantasía.
 247
R E G A L O D E N AV I D A D
Raquel miró en dirección a la ventana y comprobó
que era cierto lo que le decía su amiga. Era guapo y
además joven. Eso le gustó.
− ¿Quieres que te lo presente? Eres la an�itriona y
corresponde que te conozca. Nadie puede sospechar de
nada. ¡Vamos!
Raquel estaba algo nerviosa, pero no pudo
resistir la idea de conocer a ese joven efebo. Se dirigió
junto a sus cuatro amigas al lugar donde estaba
Richard y los demás muchachos. Estaban bebiendo
un coctel hecho con melón y ron dulce. Y además
estaban alegres. Raquel se acercó a ellos y se presentó.
Richard apenas le prestó atención. “Hola” le contestó.
Los demás la saludaron con gran ánimo y además le
dijeron el correspondiente “feliz cumpleaños”. Uno
de ellos, que estaba poniéndose ebrio, casi le recita
la canción completa pero los demás le detuvieron
oportunamente. Raquel se sorprendió por la reacción
“tosca” del muchacho, pero no se desanimó. Pensó
que el joven estaba allí para complacer a alguno de
sus amigos. Tal vez a Cynthia Bottoms. Y eso explicaba
la causa de su reacción. A veces ocurre que uno asiste
a una reunión sólo porque otros te lo piden. A ella le
había pasado muchas veces.
Mientras se desarrollaba la conversación entre
el grupo, Raquel se enteró de la edad de Richard.
Tenía 26 años, aunque aparentaba un poco más. El
 248
R E G A L O D E N AV I D A D
hecho de que Richard sea 10 años menor que ella no
le preocupaba demasiado pues el joven se mostraba
maduro y desenvuelto. Pero ya tenía bien en claro,
a poco de conocerlo, que Richard no era un hombre
muy dado a las mujeres. Al menos, a mujeres como
ella. Raquel era una mujer hermosa aunque, como
muchas otras norteamericanas, algo entrada en
carnes. Su pelo era oscuro y lacio aunque en nada
parecida a Morticia Addams. No era blanca como una
vela sino más bien morena. Sus ojos eran marrones y
su mirada tenía la dureza de las mujeres que se habían
hecho a fuerza de golpes. Mujeres en donde la vida no
las había tratado muy bien. A pesar de eso, en el fondo
era una mujer verdaderamente romántica. Soñaba con
encontrar algún día su ‹‹príncipe azul››. O al menos un
‹‹paje azul›› pero AZUL al �in... Sin embargo, la vida le
había enseñado a disimular su verdadera naturaleza.
A ocultar lo que había en su interior. Vivía inmersa en
un mundo dominado por hombres (era una exitosa
mujer de negocios) y en ese ambiente altamente
“pretoriano” (y deshumanizado) una mujer femenina
no debe bajo ningún aspecto mostrarse vulnerable.
Con Johnson, su ex marido, había aprendido más que
bien la lección y no deseaba repetir la experiencia. No
se la iban a comer dos veces; tanto en el amor como
en los negocios. Richard, por su parte, estaba más
interesado en beber otra copa de ron que en participar
de la conversación. Raquel, que ya había notado que
 249
R E G A L O D E N AV I D A D
Richard le esquivaba la mirada, seguía conversando
con el resto y no se le ocurrió mejor idea que hacer
alarde, frente a todos, de sus grandes logros y valiosas
posesiones. ¿Esa actitud la habrá aprendido de los
hombres con los que se manejaba? (trataba todo el
tiempo con hombres ricos y de negocios) Tal vez, pero
su persona era la razón principal de la �iesta ¿Quién no
iba a perdonarle ese «pecado»? Aparte, sentía deseos
de presumir frente a Richard. “Con los hombres hay
que pisar fuerte” – pensó en ese momento − “Hay que
demostrarles que nosotras también podemos luchar
solas”. Mala estrategia fue la idea de Raquel. El amor
no funciona como una junta de negocios y lo peor que
una mujer puede hacer frente al hombre que desea
conquistar es demostrarle lo fuerte e independiente
que es. Y menos frente a un hombre como Richard. La
pobre Raquel, a la primera de cambio, se dio de bruces
contra la pared. Una pared de apellido Taylor…
− La cosecha de manzana fue espléndida � dijo � pese
a algunos problemas que tuvimos con un grupo de
ambientalistas que se oponían al uso de pesticidas. Pero
el gobierno nos dio el aval y terminó todo bien gracias
a Dios. Ya saben… todo ese rollo del medioambiente
que nos quieren meter hombres como Gore y demás
fanáticos del Partido Demócrata. Ahora estoy
apostando al negocio del vino y ya exportamos con éxito
nuestra primera partida a Francia. Una línea exclusiva
de varietales que incluyen tres cepas de primer nivel:
 250
R E G A L O D E N AV I D A D
Cabernet Sauvignon, Pinot noir y Garnacha, que es una
cepa que se mezcla con Syrah y se consume mucho en el
sur Francia…
Todos los presentes celebraron la brillante
exposición de Raquel, menos uno, que al instante
disparó.
− Claro… cuando se vive muy cómoda en un lujoso
rancho en vez de hundirse en el agua como los pobres
negros de Nueva Orleans es fácil quejarse de Green
Peace y hablar a boca llena de los “grandes negocios”.
No me sorprenderías si me dijeras que votaste al
psicópata de Bush…
Raquel, después de escucharlo, se quedó con la
boca abierta sin poder emitir palabra alguna. Todos
los presentes tenían su mirada puesta sobre ella;
la gran an�itriona. Esperaban que dijera algo pero
el aire parecía cortado por espadas chinas. Raquel
tenía intenciones de hablar, pero no se le ocurría
decir absolutamente ni una palabra. Era como si la
voz, de repente, se le hubiera quedado atascada en la
garganta. No estaba prepara para «eso». Siempre había
sido una mujer locuaz que sabía desenvolverse muy
bien en todas las reuniones sociales pero, en aquel
momento, no supo qué diablos decir. Tuvo, de repente,
la sensación de que Richard la había “bloqueado”. Que
le hubiera desconectado el cerebro de los cables que
lo unen a sus cuerdas vocales, imposibilitándola así
 251
R E G A L O D E N AV I D A D
articular posible respuesta. Se hizo un corto silencio
(que a Raquel le pareció una eternidad) y luego
alguien intervino oportunamente echando paños fríos
a la conversación.
El primer cruce entre Richard y Raquel no
había sido para nada fructífero. Apenas se habían
conocido y ya tenían bien en claro que las cosas no
iban a funcionar bien entre ellos dos. Esa incómoda
situación frustraba mucho a la mujer pues, desde el
primer momento en que lo vio, se sintió prendada
de él. Algo en su corazón le dijo, cuando lo vio, que
ése era su chico. Y tenía bien en claro que eso no era
solamente una cuestión de simple atracción �ísica o
“Sex Apple” como decían sus amigas. Había algo más
que ella, como mujer, logró percibir en ese joven. Algo
que se traslucía en sus ojos y en su rostro. Algo que
se percibe solamente cuando utilizamos el “sexto
sentido”. Quizás fuera también una percepción áurica,
como decía Diana Keaton (una astróloga de EE.UU que
aparece por las noches en televisión) aunque nunca
observó aura alguna ni luces raras saliendo del cuerpo
de él. Pero ese detalle no le importó. Raquel sabía que
Richard Taylor tenía algo especial y que eso lo hacía
importante para ella.
Después de ese intento fallido, Richard participó
en otras conversaciones más (siempre ignorando
 252
R E G A L O D E N AV I D A D
a Raquel) donde hizo galas de sus conocimientos
económicos y políticos. No porque le gustara alardear
(Richard odiaba eso) sino porque la conversación
lo exigía. Quizás también como un mecanismo
inconsciente de defensa. De no pasar por un memo
o un inculto delante del resto, pues allí todos eran
hijos de empresarios o universitarios. Si bien habló
poco en toda la noche, cuando lo hizo fue certero y
extremadamente lúcido. Dejó sin palabras a más de
uno. Estaba terminando la carrera de abogacía y ya se
per�ilaba como un joven inteligente y emprendedor.
Era la clase de tipos que, si lo dejabas hablar mucho, te
terminaba convenciendo de lo que a�irmaba. Aunque
esa noche, para fortuna de todos los presentes, habló
sólo lo justo y necesario. Raquel notó que el joven
se sentía algo incómodo y que esa incomodidad
aumentaba con el correr de la conversación. Era
como si quisiera salir volando de allí sin saber cómo
diablos hacerlo. Parecía una paloma encerrada y eso
la consternó. No entendía por qué el joven se sentía
así. “¿Habré sido yo que le caí mal?”, pensó para sus
adentros. Después de la plática vino la cena. Y luego
la gigantesca torta. Raquel se sintió aturdida por
un coro masivo de “Happy birthey to you…” y luego
vinieron los aplausos. Vio que Richard no aplaudió.
Ni siquiera emitió una sonrisa. Era una hermosa
estatua griega adornando la fastuosa mesa. Cuando
se fueron retirando todos los presentes al ir cayendo
 253
R E G A L O D E N AV I D A D
la medianoche, Raquel se acercó al último grupo
apostados en una esquina de la gran sala. En ese grupo
quedaba sus tres amigas, un par de chicos y… Richard
Taylor. Pensó que era un milagro que el chico todavía
estuviera allí hasta tan tarde, pues todo apostaba para
que se largara pronto junto con los otros. Aunque
después se acordó que había venido con su amiga
Cynthia. Posiblemente ella le había pedido que no
se largara… Cynthia Bottoms, por su parte, ya había
notado que su rol de San Valentín había sido todo un
fracaso, por lo que intentó, infructuosamente, acercar
al tosco de Richard a alguna de las otras mujeres.
Era obvio que el alcohol que había bebido en toda la
noche le había hecho perder las pocas dotes naturales
de armadora de parejas que tenía, pues apenas pudo
tener la palabra, lo miró a Richard y en tono sonriente
le dijo:
− Richard… No me digas que de todas las chicas guapas
que asistieron hoy a la �iesta no te hayas hecho «la
cabeza» con ninguna… ¡Seguro que alguna te gustó!
Raquel, que estaba sentada en un lujoso
sillón junto a ellos, estuvo inusualmente atenta a
la respuesta. Mucho más que cualquiera de los allí
presentes. Estaba segura que esa mujer (si es que
existía) no era precisamente ella.
− Sabes que no me gustan estas �iestas… Vine solamente
porque tú insististe. Con respecto a si me gustó alguien…
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R E G A L O D E N AV I D A D
No creo que en este tipo de ambiente pueda encontrar
a alguna mujer INTERESANTE. Todas parecían más
preocupadas en �ijarse cómo le quedaba el vestido a la
otra que en intentar agasajar a la an�itriona... Más que
asistir a una �iesta de cumpleaños parece que habían
venido a una exposición de Versace. ¿Cómo piensas que
me pueden gustar mujeres «así»?
− ¡Bueno! – respondió Cynthia − Pero es que en este
tipo de �iestas se acostumbra a lucir a la moda. Además
ya sabes cómo somos las MUJERES. Siempre queremos
deslumbrar…
Cynthia sonrió después de escuchar las palabras
de su amigo, aunque a más de una mujer no le cayó muy
bien su modo de hablar. Los hombres, por su parte, se
mostraron indiferentes frente a su comentario. Les
daba lo mismo lo que hacían o no hacían las mujeres
esa noche pues estaban más atentos a la pesca de
mujeres, no en �ijarse en quién lucía el mejor vestido.
En todo caso, si había que �ijarse en algo, era en
quién lo llenaba mejor… Varios hombres solos habían
asistido a la reunión y los que tuvieron mejor suerte
ya habían conseguido acompañante. En ese momento
intervino oportunamente Raquel (¿oportunamente?)
pues era una de las que no estaban de acuerdo con
esa idea. Si había algo que le hacía “ruido” a ella era
justamente escuchar a un hombre mofándose de la
“natural” vanidad femenina. Era su momento para
 256
R E G A L O D E N AV I D A D
vengarse del jovenzuelo y hacerlo quedar incómodo
frente a todos. Raquel había quedado herida después
de aquella frustrada conversación y quería devolverle
el golpe. Lo había esperado toda la noche. El hecho de
que el muchacho le gustara no le impedía tomar esa
actitud, pues se sabe que hasta en las parejas más
sólidas existen diferencias y rencillas… ¿Por qué no
intentar «pincharlo»? Le excitaba tremendamente
saber qué reacción tendría. Tal vez lograra ponerlo
nervioso... Intuía algo sobre él aunque no sabía
exactamente qué. Además, saldría en defensa de las
pocas mujeres allí presentes. Podría quedar incluso
como una “justiciera” del género femenino. Recibiría
de inmediato la aprobación de todas. Haciendo alarde
de una gran seguridad, miró a Cynthia y le dijo:
− Lo que ocurre es que Richard no comprende a las
mujeres… Luego dirigió una mirada sesgada hacia el
joven y lanzó: Apuesto a que nunca salió con una chica
de ‹‹verdad››. Debe tener poca experiencia con el sexo
opuesto… es por eso que piensa así de nosotras.
Raquel dudaba de que el chico fuera inexperto.
No podía ser que un joven tan guapo y tan joven haya
tenido pocas mujeres en su haber. Y más en un país
como EE.UU. Sus palabras apuntaron más a provocar
que a lastimar y estaba segura que Richard le
contestaría algo. Pero esa contestación no le importaba.
Ella quería tener su chance de pelear mano a mano
 257
R E G A L O D E N AV I D A D
contra él. De demostrarle que intelectualmente no era
inferior. Muchos hombres desprecian el pensamiento
femenino por considerarlo poco racional o realista. Ni
se imaginaba remotamente que sus �ilosas palabras
habían dado en el clavo… Era cierto. Raquel, sin darse
cuenta, la clavó justo en el centro del nudillo. La clavó
y la «cagó». No sólo porque Richard había tenido poca
experiencia con las mujeres sino porque además no
había tenido NINGUNA. Su único acercamiento real con
una mujer había sido a los 20 años con una prostituta
en un cabaret de los Ángeles a causa de las bromas
que le propinaban sus compañeros de universidad.
Los cargosos le llamaban “Andy” (por el protagonista
de la película “Virgen a los 40”) y entonces, cansado
de tantas bromas y discriminaciones, fue cuando se
decidió a “debutar”. El día que lo hizo sus compañeros
lo consideraron un héroe. Hasta le hicieron una �iesta
en un bar que quedaba a media cuadra de donde
estudiaban. Después de eso, se mantuvo lejos de
cualquier mujer que pudiera acercársele. Casi todas
ellas compañeras de la misma Universidad. Sabiendo
que no era un chico con facilidad para mentir (nunca
había sido bueno mintiendo pese a que estaba
estudiando abogacía) estaba para él más que claro que
su adversaria (es decir Raquel) lo había puesto contra
las cuerdas. ¿Qué iba a responderle entonces? ¿Podría
«contrarrestarla» argumentando una mentira?
¿Hacerse pasar por un James Bond cuando en verdad
 258
R E G A L O D E N AV I D A D
no lo era? No estaba peleando un juicio… Lo resolvió a
la manera de un abogado: con una respuesta escueta.
Escapando por la tangente, como se dice. Con mucha
astucia y diplomacia. Sin embargo sus palabras fueron
pronunciadas en un tono claramente “apagado”. Sin
mucha fuerza. Y eso fue lo que más le llamó la atención
a Raquel; el tono de sus palabras más que la respuesta
en sí misma.
− Mi vida privada pre�iero reservarla para mí. No veo
porqué tenga que hacerla pública. Bueno… creo que
ya es hora de que me retire. No estoy acostumbrado a
quedarme hasta tan tarde…
Y después de decir eso saludó a todos y se
marchó. Y así lo hicieron poco después el resto de los
presentes, a excepción de los organizadores de la �iesta
y de su amiga Cynthia Bottoms, que se quedó junto a
Raquel en el sofá bebiendo crema helada mezclada
con trozos de fruta.
Su amiga hubiese deseado seguir bebiendo más
cóctel de melón al run, o durazno granizado al run
o todos los cócteles y bebidas alcohólicas que tenía
su amiga guardada en la heladera pero, sabía que
si lo hacía, Raquel iba que tener que llevarla en su
auto hasta su casa y no tenía la menor intención de
joderle la noche a quien consideraba su mejor amiga.
 259
R E G A L O D E N AV I D A D
El helado estaba más que bueno. Después de tragar un
pedazo grande de frutilla, miró a Raquel y le dijo:
− No entiendo que le pasó a Richard. Creo que la cagué
con eso de querer acercarlo hasta vos. Realmente no sé
qué decirte. Perdóname si la jodí…
− ¡No te preocupes! Yo me siento muy bien sola. ¿Piensas
que me hice problema? Es un chicuelo engreído, pero
ya se le va a pasar… Cuando se “golpee” como nos
golpeamos nosotras aprenderá. Es muy joven todavía.
Está muy “verde” para entender la vida y se nota hasta
la legua que no tiene experiencia con las mujeres. ¿Viste
la cara que puso cuando le dije que no había tenido
novia? ¡No supo qué contestar! Salió volando el pobre…
Raquel intentó disimular su gran desazón frente
a su amiga, pues la verdad era que lo que menos había
disfrutado esa noche era la huida del chico. Nadie
había notado la cara que había puesto ella cuando
Richard inesperadamente se marchó, ya que todos los
presentes estaban atentos a él. Deseó haber tenido la
lengua enganchada a un ancla de trasatlántico pero ya
era demasiado tarde… Su chico se había esfumado.
− ¡Ay! No seas tan mala… le contestó su amiga con la
frutilla en la boca. Richard es un buen muchacho. ¿Por
qué le hiciste eso? Lo que pasa es que… Bueno. Ya está.
Ya pasó...
 260
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− ¿Cómo es que ‹‹que››? ¿Hay algo que sabes de él?
Raquel se acomodó en el sillón y clavó sus ojos
en la cara de su amiga. Estaba atenta al mínimo de sus
gestos mientras esperaba con ansiedad la respuesta
− No, nada… Es que es como vos decís. Es muy joven
todavía... Se metió en la boca otra cucharada de helado
desviando la mirada hacia la ventana que daba a la
calle.
− ¿Muy joven? Cynthia. Me estás ocultado algo... Sé que
algo querías decirme. ¿Qué quisiste decir con ese “que”?
¿Qué cosa sabes de Richard? ¿Hay algo que debería
saber? ¡Cuéntamelo! ¿O es que no somos AMIGAS?
Cynthia Bottoms no estaba en ese momento
como para poder ocultarle cosas a nadie. Había
bebido tanto esa noche que era capaz de confesarle
sus más íntimos sentimientos a su peor enemiga. Hizo
un esfuerzo para erguirse en el sofá y cuando estuvo
bien acomodada respondió.
− Bueno. Esto que voy a decirte no lo ventiles a nadie. Tú
ya sabes cómo es la gente aquí en California… Aquí hay
muchos “prejuicios”. No está bien visto ser “diferente”…
− ¿Diferente? No me digas que…
− ¡No! No es eso… Déjame terminar. Bebió otra
cucharada de crema helada. Richard no tiene “muchas”
 261
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experiencias con chicas. Tuvo una infancia di�ícil…
Yo ‹‹creo›› que pasa por allí. Sus padres se separaron
cuando él apenas tenía 10 años. Él quería mucho a su
papá. Siempre recuerda cuando su padre le hacía unos
hermosos barriletes y lo llevaba al campo a remontarlo.
¡Le encantaba jugar con eso! También lo llevaba al
bowling cuando jugaba los sábados con sus amigos.
Era obvio que por su corta edad no podía participar
del juego. El bowling es un juego de adultos. Pero era
la manera que tenía su padre de compartir cosas con
su hijo. De involucrarlo de temprano en las cosas de
“hombres”. A Richard le encantaba ir al bowling con
su padre. El ambiente era tranquilo y todos parecían
pasarla bien. Cada tanto se escuchaba algún grito
motivado por las circunstancias del juego, pero nunca
presenció una pelea. Y eso que casi todos eran hombres
y bebían. Siempre había alguien que le cedía una bola
para que él tirara… Y desde luego lo alentaban para
que volteara los palos. ¡Imagínate esa situación para
un niño! Richard disfrutaba una enormidad aunque
volteara tan sólo un palo… ¿Te das cuenta? Se sentía
feliz con su papá. Después vinieron las peleas y el
divorcio. Los pasillos de los tribunales y la presión de
los abogados. Tú ya sabes… El padre tuvo que irse de
la casa por orden del juez y la madre se quedó con
la tenencia del hijo. A partir de ese día cambiaron
las cosas para Richard. Prácticamente dejó de ver a
su padre y la madre empezó a ponerle “límites”. Esos
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R E G A L O D E N AV I D A D
límites que el padre antes no le ponía. Un día su padre
dejó de visitarlo y eso lo puso muy mal, pues pensó que
éste ya se había olvidado de él. Su madre le dijo que su
padre estaba saliendo con otra mujer y que se había
ido a vivir lejos con ella. Eso era verdad, y Richard se
desplomó. Años más tarde se enteró que era la madre la
que no permitía que su padre lo visitara… Eso empeoró
las cosas y trajo malas consecuencias tanto para él
como para su progenitora…
Cynthia se bebió la última cucharada de helado
que le quedaba. Raquel no veía la hora de que tragara
el helado lo más rápido posible… Sabía que la historia
recién había comenzado.
− Para peor de males – continuó Cynthia − al poco
tiempo de haberse divorciado la madre se juntó con
otro hombre y lo llevó a vivir a su casa. Eso Richard
no lo soportó. Fue la bomba �inal de la película. Como
el atentado al World Trade Center. Tener un “intruso”
viviendo con él. Un nuevo enemigo que se aliaría a su
odiosa madre. Ahora eran dos los que le digitaban la
vida. Dos capitanes a los que había que obedecer. O un
capitán y un alférez. Daba igual una cosa que la otra. Y
su padre seguía sin aparecer. Yo no conocí a ese hombre
pero por lo que me dijo Richard era un gobernado
de su madre. Un puto “pollerudo”. Hacía todo lo que
ella le decía. En cuanto a Richard, se le acabaron
de�initivamente sus días de alegría. Ya no había en la
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R E G A L O D E N AV I D A D
casa un hombre con la cual compartir cosas. Con la
cual “identi�icarse”. Su vida era predecible y monótona
y encima tenía que soportar a un tipo que lo mandaba
como su padre pero que, en realidad, no era su padre.
Más tarde la madre quedó embarazada de ese hombre y
Richard tuvo que compartir su habitación con su nuevo
«hermanito». ¡Imagínate! Todo un rollete. Esas nuevas
condiciones de vida contribuyeron para que Richard
aumentara su recelo hacia su madre. Y, por extensión,
a casi todas las mujeres… La cosa terminó de podrirse
cuando, años más tarde, Richard encuentra a su padre
y se entera que fue la madre la que ponía trabas para
que ambos no se vieran. Eso ya te lo conté. Desde ese día
odió a su madre con todas sus fuerzas…
− ¿Y cómo sabes que el padre decía la verdad? ¿Y si fue
el padre el que se olvidó de él por ir tras otra? preguntó
Raquel.
Cynthia, que ya se había comido todo el helado
de crema, dejó el bol vacío encima de la mesita ratón.
Miró a su amiga y añadió:
− Me hablas como si tú no hubieses sido nunca una
niña… ¿Acaso piensas que un niño no sabe distinguir
quién le mani�iesta cariño y quién no? ¿Acaso crees que
los niños son estúpidos? Vamos Raquel… Seguro que
ahora me vas a decir que no conocías a tus padres. Al
menos, en cuanto a la relación contigo… Puede que un
niño ignore que su padre es tra�icante de drogas o un
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R E G A L O D E N AV I D A D
político corrupto, pero no si se acuerda de él cada día de
su cumpleaños… Allí no puede haber “mentiras”. Cuando
un padre o madre quiere a su hijo, inevitablemente, se
lo ‹‹mani�iesta››. Y eso el niño lo detecta. ¡Claro que le
iba a creer a su padre! ¿Acaso habría alguna razón
para que no?
− Puede que tengas razón…
− Puede no. TENGO RAZÓN. Mis padres también se
separaron…
− Lo siento.
− No lo sientas nada. Sólo escúchame, ya que quieres
conocer su historia... A partir de entonces, Richard
odió a su madre. Y creo que junto a su madre al resto
de las mujeres. En EE.UU la inmensa mayoría de los
matrimonios se divorcian antes de los diez años. Y sabes
que los hijos casi siempre se quedan a vivir con la madre.
La mayoría de los compañeros de Richard vienen de
padres separados y al poco tiempo sus madres ya están
viviendo con otro tío. Las americanas consiguen hombre
enseguida... Así que ya aprendió bien la “lección”.
Apenas consiguió su primer empleo se inscribió en la
Universidad y se marchó para siempre de su antigua
casa. De su madre no quiere saber más nada. Él ya me
lo dijo… Jamás va a perdonarle el haberle quitado a su
padre en su infancia. Jamás. Su madre tampoco parece
esmerase mucho en querer reconciliarse con él. Parece
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R E G A L O D E N AV I D A D
que la está pasando muy bien con su nuevo “amor”
pues me enteré hace poco que está por tener de nuevo
familia…
− ¿Tú crees que por eso él ‹‹odia›› a las mujeres? Quiero
decir… que no con�ía en «ninguna»?
− Puede ser… Nunca me lo dijo de esa manera pero mi
intuición me indica que la relación con su madre en
algo lo ha marcado. De hecho que jamás le conocí una
novia…
− ¿¡Será entonces virgen!?
− No lo sé. Tampoco me he querido entrometer tanto
es sus cosas. Quizás haya tenido algún encuentro
ocasional, pero no puedo asegurártelo.
Tal vez fue un ataque de «maternidad» o simple
autosatisfacción, pero a Raquel le sentó bien el hecho
de que ese joven que tanto le atraía y que se lo veía
tan seguro de sí mismo fuera, en el fondo, vulnerable.
Recordó que ella también había tenido una infancia
di�ícil y que su madre la había abandonado para
irse en brazos de otro hombre. Y que quería tanto
a su padre que estuvo llorando toda una semana
cuando lo vio partir al otro mundo. Se fue de su vida
su soporte, su mejor amigo, el que la hacía sentir
una princesa. Amaba quizás a su padre tanto como
Richard amaba al suyo y nunca le perdonó a su madre
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R E G A L O D E N AV I D A D
que los haya abandonado. Jamás volvió a verla ni
quiso verla tampoco... Sintió, en lo más profundo de
su corazón, que la vida de Richard y la suya estaban
marcadas por destinos semejantes. En niveles sociales
completamente distintos; ella había sido una niña rica
y el muchacho no, pero iguales en cuanto a problemas
familiares. En lo referente al sexo opuesto, por mucho
tiempo ella sintió que ningún hombre era capaz de
amarla y que todos parecían buscar sólo su fortuna. En
cualquier caso, la vida había sido di�ícil para ambos y
eso establecía entre ellos un claro punto de conexión.
Aún así, pese a todo lo vivido, ella seguía buscando
el amor... Creía que el amor era posible. Y en eso
parecía que se diferenciaba bastante del muchacho.
Richard, según lo visto por ella y lo contado por su
amiga Cynthia, parecía no querer saber nada con eso
de formar pareja. Rechazo que llegaba a tal punto
de querer negarse a mantener simples relaciones
sexuales ocasionales. Podría ser que eso no fuera
realmente así y que frecuentara de vez en cuando
algún burdel, como hacen muchos hombres que viven
solos, pero igual, a Raquel le parecía que un hombre
que se limitaba a acostarse con meretrices en vez
de hacerlo con mujeres “normales” era un hombre
que reducía a la mujer a un mero objeto sexual. La
sexualidad rebajada a la animalidad más básica y
eso le causaba repulsión. No podía imaginarse a
ese muchacho tan inteligente y guapo frecuentando
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R E G A L O D E N AV I D A D
oscuros lugares… De todas formas, más allá de
cualquier conjetura, estaba claro que la precariedad
sexoafectiva de Richard era una manera inconsciente
de auto�lagelarse. Una forma psicológica de expresar
su rechazo a la madre. La amputación de su propia
sexualidad (o su reducción al nivel más bajo) era la
manera que él tenía de manifestar, día tras día, su
dolor por ese padre ausente. Y ese dolor lo amarraba
a ese recuerdo, a esa añoranza, a esa alegría vivida.
Y esa alegría vivida mantenía, de una forma cruel y
enfermiza, la �igura de su padre vivo… No el padre
actual, desde luego, sino el padre de la infancia. Aquel
padre que perdemos cuando crecemos porque ya
no podemos vivir con él las mismas experiencias
que cuando somos adultos.
Ese pensamiento la sobresaltó.
El cómo un niño puede quedar marcado
psicológicamente por una separación conyugal no
debidamente asimilada. Entró en la cuenta de cuántos
niños en EE.UU padecen a diario la �igura de un padre
ausente… Eran millones. También pensó en que ella
había soñado alguna vez con tener un hijo y el daño
que le podría haber ocasionado el haber tenido una
separación prematura.
− ¿En qué te quedaste pensado? le preguntó Cynthia
algo intrigada.
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R E G A L O D E N AV I D A D
− ¡No! En nada… Estaba pensando en ese chico y bueno…
Es que me da mucha lástima, pobre. Se ve que tuvo una
infancia di�ícil…
− Igual que la tuya…
− Bueno, sí… Pero yo no quedé tan “traumada” como él.
¿No quieres quedarte a dormir? No estás para manejar
esta noche.
Raquel pre�irió cambiar de conversación rápido,
aprovechando el estado de su amiga.
− No gracias. Ahora llamo a David para que me pase a
buscar en su auto. No creo que a esta hora todavía esté
trabajando…
− Como quieras.
Cuando Cynthia se marchó ya no quedaba nadie
en la estancia salvo el personal doméstico. Raquel
se quedó a solas en el living bebiendo la última
copa de champaña con su mente clavada en ese
joven estudiante de abogacía. No podía negar que le
gustaba. Pensaba que sería una estúpida si se negaba
a reconocer eso. Y más ahora que lo conocía un poco
más y se sentía identi�icada con él en muchas cosas.
Raquel era una mujer independiente y con mucha
experiencia en la vida. Las había pasado casi todas.
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R E G A L O D E N AV I D A D
El abandono de una madre, la muerte de su padre,
un matrimonio infeliz y una crisis económica que
la dejó casi sin nada. Dada que se sentía una mujer
con mucho para ofrecer sintió un inevitable deseo de
querer ayudar al joven a superar su pasado. Incluso
darle, aunque sea de una manera simbólica, parte
de ese amor que su madre le había negado de niño…
¿Pero por qué? ¿Por qué ella debía ayudarlo como
si fuera una madre? ¿Por qué tenía que hacer eso?
¿Acaso sentía por él algo más que una simple atracción
�ísica? ¿Qué cosas había despertado en su alma la
inusitada presencia del muchacho? ¿Por qué sentía
que, de ahora en más, no podría sacarse a Richard de
su cabeza? Los pensamientos de Raquel iban y venían
con el correr de los minutos a la par de los latidos de
su corazón. Se había quedado tan enganchada con su
historia, una historia no muy diferente a la de ella, que
no podía sacarse todo eso de su cabeza.
− ¿Quiere que le prepare un poco de café señora? le
preguntó la joven empleada.
A Raquel no le gustaba que le llamen “señora”.
Eso la hacía sentir más vieja y prefería que le llamen
“señorita”. O simplemente “Raquel”. Pero sabía que su
empleada la llamaba así por respeto y no se molestaba
por el sentido de sus palabras.
− Sí Daniela. Me va a ayudar a bajar un poco todo el
alcohol que tengo encima… Hazlo bien cargado por
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R E G A L O D E N AV I D A D
favor.
− Muy bien.
La joven mexicana se marchó rumbo a la cocina y
al ratito vino con la taza de café.
− Sírvase señora.
− Gracias. Puedes irte a dormir Daniela. Ya puedo
arreglármela sola.
La criada se marchó feliz. Su señora la
había liberado. Raquel, por su parte, retomó sus
pensamientos. Sí. Era verdad. Debió reconocer al �inal
que se había enganchado de nuevo con un hombre…
Después de tantos años de estar sola, el dios Eros la
había �lechado. Y en este caso con un hombre mucho
más joven que ella. Se había despertado en su corazón
el deseo de volver a enamorarse. De apostar una
vez más al amor. A esa bebida emocional que vuelve
loca a todas las mujeres. Y no pensaba renunciar a
esa oportunidad aunque tuviera que exponerse al
rechazo del joven. Sentía que debía conquistarlo de
alguna manera. Que debía existir alguna forma de
poder llegar a su corazón. De derretir esa coraza de
hielo que lo aislaba del mundo femenino… Desde
luego no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo. Qué
estrategia tejer para poder tenerlo a su lado. Aunque
eso no la perturbó, pues con�iaba en que con el tiempo
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algo se le iba a ocurrir. Su amistad con Cynthia le abría
una posibilidad para estar cerca de él, y esa era una
ventaja que no iba a desaprovechar. Bebió el último
sorbo de café y se dirigió luego a su habitación. Al día
siguiente tenía muchas cosas que hacer y necesitaba
levantarse bien descansada.
II
Pasó más o menos un mes sin tener noticias
de Richard y por entonces ya era mediado de
Octubre. Faltaba poco más de una semana para que
se celebrara Halloween. Desde la última vez que lo
había visto sólo sabía que seguía estudiando en la
Universidad. Su fuente de información era, desde
luego, Cynthia Bottoms, amiga de ella y del joven
muchacho. Cynthia y Richard se habían conocido en la
Universidad, ya que ella era la dueña de la concesión
de la cantina, lugar donde los estudiantes se reunían
para desayunar y almorzar. Cuando Cynthia formó
pareja con David y tuvieron luego una hija ella dejó la
concesión para dedicarse al cuidado de su pequeña.
Fue en esa época donde Richard conoció a David, con
la cual establecieron una gran amistad. Compartía
intereses e ideas políticas, y eso consolidó la relación
entre ambos. Más tarde se sumó Cynthia a esa relación
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R E G A L O D E N AV I D A D
y entonces la amistad se trasladó a la pareja. Los
Bottoms eran la única amistad verdadera que tenía
el joven y los que conocían toda su historia. El cable a
tierra que lo conectaba con el mundo. La cuestión era
que los Bottoms habían organizado una reunión para
el �in de semana con un reducido grupo de amigos.
A ellos les gustaban mucho hacer reuniones en su
casa, algo que les permitía mantener sus amistades
en el tiempo. Eran personas muy afables, algo no
muy común en estos días. Raquel normalmente no
asistía a este tipo de reuniones, pues prefería visitar
a su amiga cuando ésta estaba sola, pero al saber que
Richard Taylor iba a asistir a la misma no lo pensó
dos veces y le comunicó a Cynthia su deseo de asistir.
De esa manera iba a tener una buena oportunidad de
estar cerca de él. Cuando llegó ese día, estaban todos
reunidos en la sala de estar. Los invitados fueron
llegando de a poco. Primero una joven pareja amiga de
los Bottoms, luego un compañero de trabajo de David,
ingeniero en informática igual que él, después Richard
y, �inalmente, Raquel. Había caído una fuerte tormenta
cuando la rica estanciera llegó. El clima en los EE.UU
estaba cada día más inestable y los pronósticos de
tormenta solían fallar. Cuando Cynthia le abrió la
puerta, apareció con su ropa media empapada.
− ¡Qué tormenta se largó! Diablos… Ya no se puede vivir
en este país.
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R E G A L O D E N AV I D A D
Cynthia le dio un beso y la hizo pasar.
− ¿Viste Raquel? Menos mal que la tormenta de nieve
asoló la ciudad de New York, porque si hubiera llegado
hasta aquí… le contestó su amiga con una sonrisa. ¿Y
ahora qué trajiste?
− Los amaretis que tanto te gustan. Son ideales para el
café. También una tarta de kiwi y limón.
− ¿En la pastelería donde compramos la última vez?
− Sí.
− ¡Wuauu!¡¡Quiero probarla!!
Cynthia adoraba ese tipo de tarta. Podía
engullirse una tarta entera si la dejaban. Una vez
que su amiga estuvo dentro, la presentó a todos los
invitados. Richard la saludó con frialdad, pues no le
cayó nada bien que viniera… No se había olvidado de
lo ocurrido el día de la �iesta. Una vez que estuvieron
todos reunidos, la an�itriona sirvió los exquisitos
amaretis, reservando la tarta de frutas para el �inal.
La conversación, en esa tarde, había girado sobre
el tema de la tecnología y su in�luencia en la sociedad
norteamericana. El cómo esos cambios afectan las
relaciones humanas e in�luyen en la mente de los
jóvenes. Los hombres, apasionados de esos temas,
lideraron al principio la conversación de la mesa, pero
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R E G A L O D E N AV I D A D
las mujeres lograron después desviar la conversación
hacia el tema del amor, pasando a ser ellas las
conductoras de la tertulia. Se plantearon cosas como
el acceso de los niños a Internet, el problema de la
pornogra�ía y el tema de los celos y la in�idelidad en
la pareja. Marcos y Susan, la joven pareja amiga de los
Bottoms, le confesaron a los allí presentes que ambos
se conocieron por medio del Facebook. Después de
chatear e intercambiar mensajes, se reencontraron
y decidieron formalizar. Sin embargo, aunque Susan
a�irmaba querer mucho a su novio, reconocía que se
sentía celosa de Marcos por la gran cantidad de amigas
que éste tenía en su portal. A veces tenían peleas por
eso y pasaban mucho tiempo sin hablarse. Marcos
a�irmaba que era verdad que tenía muchas amigas,
pero que no eran amigas reales sino amigas virtuales.
Decía que en el Facebook es común intercambiar
mensajes con miles de gente, pero eso no signi�icaba
que él se iba a acostar con las miles de chicas que
�iguraban allí. Se defendía diciendo que, cuando su
novia lo conoció por primera vez, ya se chateaba con
muchas chicas de su portal, y que eso al principio a
ella no le molestaba. Susan se quejaba diciendo que,
por ese entonces, ella no era su novia y que por eso no
le molestaba, a lo que Marcos respondía que eso no
tenía nada que ver... Cynthia, por su parte, intentaba
convencerla de que la raíz de sus celos era su
inseguridad y que Marcos no tenía ninguna intención
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R E G A L O D E N AV I D A D
de engañarla… Raquel, por su parte, sostenía que a
ella no le hubiese gustado que su novio anduviera
chateando con otras chicas, dándole parte de la razón
a la joven Susan. David, en cambio, salía en defensa
de Marcos, algo que él le agradecía. Los hombres se
defendían y justi�icaban el uno al otro y las mujeres,
a excepción de Cynthia, se atrincheraban en el otro
extremo. Richard contemplaba en silencio la escena
tomando su café con amaretis… Si bien al principio
conversó un poco con los hombres, dejó de participar
en la conversación cuando las mujeres conquistaron
la mesa. Sin embargo, el panorama se presentaba muy
ameno y divertido hasta que al �inal se devoraron la
deliciosa tarta de kiwi. Luego los hombres bebieron
un poco de coñac.
La charla entre el grupo duró un par de horas
hasta que la noche �inalmente cayó. Susan y Marcos
ya daban muestras de sueño y lo mismo pasó con el
amigo de David, por lo que luego de dar por �inalizada
la tertulia se levantaron de la silla, saludaron y se
fueron. David también se levantó de la mesa, saludó a
sus amigos y se fue a acostar. Y Richard hizo lo mismo
cuando vio marchar a su amigo, por lo que Cynthia y
Raquel se quedaron solas platicando en la sala de estar.
Durante todo ese tiempo que duró la reunión Richard
se mantuvo poco comunicativo y raras veces emitió una
opinión, limitándose a escuchar pacientemente a los
demás. No se lo veía incómodo, pero sí extrañamente
 277
R E G A L O D E N AV I D A D
callado. Parecía que no tenía muchas cosas que decir
respecto a los temas tratados en la mesa... El amor no
era su fuerte y Raquel lo notó.
− ¿Viste qué poco habló Richard? dijo Raquel,
extrañada.
− Sí. Pasa lo de siempre. Cuando sale el tema del amor y
la pareja siempre habla poco… Es así. Con él tienes que
hablar de política y temas sociales. Por ahí algún tema
cultural. Pero el amor no es su fuerte.
− Pobre…
− No te preocupes por eso, porque Richard la pasó muy
bien. A él le gusta estar con nosotros.
− A mí me parece que lo hicimos sentir muy aislado…
− ¡No! Te digo que la pasó bien. Créeme. Él se siente bien
cuando está con nosotros. Vos ya sabes su historia…
apenas consiguió un empleo se fue de la casa de su
madre y ahora está viviendo solo. No le preguntes de
su madre porque con ella ni se habla... Ahora está por
viajar a Phoenix para volver a ver a su padre, según me
contó…
− ¿Vive en Arizona?
− Sí. Hace un par de años que vive allí, porque aquí no
encontraba trabajo. La cuestión es que él nos dijo una
vez que nosotros somos la familia que a él le hubiese
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R E G A L O D E N AV I D A D
gustado tener. No por la edad, porque apenas somos
mayores que él, sino por cómo nos llevamos con David y
cuidamos a la nena.
− A Caroline...
− Sí. ¡No tienes una idea de qué bien se lleva con ella!
Se pasan horas jugando a la Play Station con esos
juegos de arcade para niños que vienen ahora. También
juegan juntos en la PC y a veces se ponen a ver películas.
La acompaña mucho, como si fuera su propia hija o
hermanita menor.
− Qué lindo…
− Sí. Se llevan bárbaro. Quizás sea porque nunca tuvo un
hermano. Bueno, en realidad la madre tuvo un hijo con
el otro hombre… como te conté la otra vez, pero Richard
nunca lo sintió como un «hermano». Además, según él,
la madre hacía diferencias entre los dos. Le daba más
atención al más chico…
− Hubo celos entre hermanos…
− ¡Claro! Yo creo que pasó por ahí… Pero Richard la pasa
muy bien cuando viene acá. También charla mucho con
David sobre tecnología y otros temas. Ambos tienen
buena relación.
− Mejor así… Pero parece que yo no le gusto en absoluto.
Creo que no tengo suerte con los hombres. ¡Cómo
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envidio a tu hija! Me parece que lo mejor es que me vaya
olvidando de él…
− ¡No te des por vencida tan rápido! Es cuestión de
tiempo para que te vaya conociendo…
− ¿Te parece?
− ¡Sí! Vas a ver que cuando te conozca mejor las cosas
van a empezar a cambiar. Yo lo conozco… Sé que los
hombres como él necesitan mucho del amor de una
mujer. Tienes que ser paciente y vas a ver cómo tu
siembra va a empezar a dar sus frutos.
Cynthia trató de darle buenos ánimos a su amiga,
pero más allá de todo su empeño no logró cambiar
para nada su ánimo. Raquel se fue esa noche de su
casa un poco decepcionada al comprobar que no hubo
buena “onda” con el joven muchacho. Durante el viaje
de regreso, su mente repasaba cada momento vivido
en la reunión y, mientras más se detenía en examinar
cada detalle de la misma, más se convencía que sus
posibilidades con el chico eran menos que mínimas.
Cuando aparcó su Porsche en el garaje de su lujoso
rancho, casi se terminó de convencer de que sería casi
un milagro poder conquistar al joven y que lo mejor
que podría hacer es olvidarse para siempre de él.
“Siempre me enamoro de tipos con problemas…” pensó,
cuando ya estaba dentro de su casa. “¿Por qué no me
puedo enamorar de tipos ‹‹normales››? ¿Será que el
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problema soy yo?”. Tomó una revista que estaba en la
mesa y leyó el horóscopo de la semana:
“Cáncer: Estos días que vienen se presentan muy
propicios para los nativos de este signo. El paso de la Luna
por la casa de Venus predice augurios de un romance
imprevisto. Encuentros secretos y momentos de fuerte
pasión abren las puertas para las relaciones duraderas.
Aproveche este momento si se encuentra sin pareja. Deje
a un lado sus miedos y apueste toda sus �ichas al amor, ya
que el éxito está asegurado.”
− ¡Pamplinas! dijo, y arrojó la revista a un lado. Estos
astrólogos sí que saben currarla fácil. Debería haberme
dedicado a la Astrología y haberme puesto un programa
en la T.V y ahora seguro que estaría pagando menos
impuestos…
El personal de servicio se había retirado a
sus aposentos. Toda la casa dormía en un silencio
monacal. En la cocina Daniela había dejado preparado
un termo con café caliente listo para tomar. La joven
mexicana nunca se olvidaba de prepararle el café a su
señora. A Raquel le gustaba leer durante la noche y el
café la mantenía mucho más despierta, pero esa noche
no tuvo ganas de leer nada y pre�irió irse temprano
a descansar. Mientras se balanceaba en un sueño
profundo soñó que su padre muerto la visitaba. Vestía
un jersey azul y una camisa leñadora a cuadros. En la
cabeza llevaba puesto un sombrero y se lo veía sano y
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sonriente. Venía de revisar los establos cuando entró
por la puerta y le dijo:
− Me dijo tu abuela que te vas a casar…
− Sí. Nos vamos a casar este invierno… respondió
ella.
− Haces bien. Me estaba haciendo falta un chico
para que me ayude en los negocios. Ya lo puse al
tanto de todo y se lo ve muy entusiasmado. Apenas
termine la Universidad se viene a vivir para acá…
− ¡Tenemos que construir una casa nueva en estas
tierras!
− ¿Para qué? No hace falta… Pueden dormir juntos
en tu habitación. Necesito tenerlos a los dos bien
cerca mío.
− ¿Viviremos acá papá?
− ¡Claro hija! ¡Seremos todos una FAMILIA!
Al día siguiente, cuando estaba tomando su
desayuno en el comedor, Raquel recordó ese extraño
sueño y no tenía la menor idea de lo que signi�icaba.
Le pareció algo tan absurdo que pensó que era mejor
olvidarlo. Una semana después había olvidado los
detalles de su sueño por completo y a la semana
siguiente ya ni se acordaba que lo había soñado. La
hermosa �igura de Richard Taylor se iba desdibujando
rápidamente con el pasar invariable del tiempo.
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R E G A L O D E N AV I D A D
III
Llegó la Navidad. La nieve cubría los techos
de las casas y las calles se vestían de un blanco
fantasmal. Fue un año bueno para Raquel en cuanto
al funcionamiento de sus negocios. Su incursión en
el mercado del vino se coronó con un éxito total y
los ingresos por la venta de la última cosecha de
manzanas fue mejor de lo esperado. Pasó lo mismo con
la venta de limones, naranjas, peras y fresas. La vida
le devolvía una sonrisa más y ya estaba plani�icando
ponerse su propia línea de perfumes con las nuevas
ganancias obtenidas. Lo de Richard había quedado
atrás y ahora debería continuar su vida sola. Sí, era
cierto, pretendientes tenía. No podía negarlo. Pero
eran todos ellos del ambiente, como su último esposo.
Y ella no quería retornar a eso. Quería un hombre
“normal”, con la cual poder compartir las cosas
más sencillas de la vida, no un accionista de bolsa…
Para empresarios se bastaba ella sola. No necesitaba
sumar “otro” a la causa. Aunque ella era una mujer
acomodada, le encantaba el contacto con la naturaleza
y disfrutar de las cosas más simples pero hermosas
de la vida… montar a caballo mientras veía caer el
atardecer, visitar lugares exóticos, mirar por la noche
una buena película, tener una cena romántica a la luz
 284
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de las velas, pasar horas a orillas del mar disfrutando
del agua y del Sol. Incluso hacer locuras de amor con
un hombre en la cama. Raquel amaba la vida y quería
a su lado un hombre que amara la vida lo mismo que
ella.
Cuando llegó la Navidad, pensó que lo mejor sería
ir a pasarla en la casa de algún pariente. Normalmente
hacía eso todos los años salvo cuando la familia
organizaba pasarla en su rancho, pero por alguna
razón que no comprendió muy bien, eligió pasarla
en la casa de los Bottoms. Quizás fue una forma
simbólica de despedirse para siempre de Richard. De
sentir su presencia por última vez antes de echarlo
de�initivamente al olvido. Las mujeres a veces hacen
cosas que no tienen un sentido lógico pero que
para ellas igualmente se justi�ica. A los hombres, en
cambio, les cuesta mucho entender eso. Esa noche,
cuando llegó a la casa de los Bottoms, estaban todos
los invitados incluyendo desde luego el muchacho.
Ella fue la última en llegar. Su amiga, que la estaba
esperando, abrió la puerta y la recibió.
− ¡Hola Raquel! ¡Qué bueno que decidiste venir! No
sabes la alegría que me diste cuando me dijiste por
teléfono que ibas a pasar la Navidad con nosotros.
− Sí. Hace rato que te debía una visita como esta…
− Pasa, que te presento a mi familia.
 285
R E G A L O D E N AV I D A D
Raquel ingresó a la sala de estar y saludó uno por
uno a todos los presente. Allí estaban los padres de
David y una hermana de Cynthia que sólo conocía por
el nombre.
− Esta es Jessica, la hermana de que te hablé.
Ambas se saludaron con un cálido un beso. A
Raquel le pareció una mujer simpática. Estaban todos
sentados alrededor de una pequeña mesa y la recién
llegada ocupó su lugar. Richard estaba en el otro
extremo y lucía un rostro más serio de lo normal.
Raquel lo miró con atención, pero el muchacho desvió
sutilmente la mirada como si no quisiera que ella lo
escrutara. La mujer pre�irió no insistir, acostumbrada
a la indiferencia del joven, y se quedó escuchando
atentamente la conversación que se daba a su
alrededor. La millonaria pensó que la había cagado con
eso de venir a pasar las �iestas allí, al ver la reacción
tosca de Richard. “Sí, indefectiblemente me ODIA. Para
él no soy más que una millonaria que se mea en aquellos
que menos tienen. Una depredadora implacable de
la madre naturaleza. Una tilinga de pueblo que vive
gastando su dinero en los shopping... Me odió desde el
día en que me conoció” pensó con un poco de tristeza.
No tristeza de sí misma porque no había perdido nada
y no tenía que arrepentirse de nada sino tristeza por
la situación, pues le hubiera gustado que las cosas
se hubieran dado de otra manera. Una vez que la
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R E G A L O D E N AV I D A D
recién llegada se acomodó entre todos los presentes
la familia de David continuó con la conversación que
tenía pendiente. Habrán pasado aproximadamente 30
minutos de charlas sobre anécdotas familiares cuando
Cynthia se acordó del viaje a Arizona que había hecho
Richard poco tiempo atrás y, mostrando gran interés,
le preguntó:
− ¿Cómo fue tu viaje a Arizona Richard? ¿Pudiste ver a
tu papá?
− Sí, me quedé unos días en su casa…
− ¡Qué bueno! Me imagino que se habrá alegrado de
verte ¿Vive todavía con esa mujer?
− Sí, y está trabajando en la construcción. Se puso muy
contento cuando me vio y me dijo que las veces que me
ve regresar a California se pone un poco nostálgico.
Apenas llegué me abrazó fuerte y me invitó a tomar
una gaseosa, porque no bebe más alcohol. Recordamos
momentos vividos en la infancia mientras mirábamos
baseball por televisión y a la noche nos fuimos al
bowling, como en los viejos tiempos. La pasamos muy
bien al principio, hasta que me puso al tanto de su
enfermedad...
− ¿Está enfermo? Cynthia arqueó sus ojos celeste
poniendo cara de preocupación.
− Sí, tiene un problema en el corazón…
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R E G A L O D E N AV I D A D
− ¿En el corazón? ¿Qué problema tiene? Volvió a
preguntar su amiga.
− Necesita hacerse un trasplante.
− ¡Oh! Dios… Richard… ¿Sabes lo que signi�ica eso?
Se hizo un silencio en la mesa. De repente la
alegría navideña había desaparecido.
− Sí… El médico le dijo que si no se operaba no iba a vivir
muchos años, pero si dejaba el cigarrillo y la bebida
y hacía ejercicios periódicamente podría vivir mucho
más... aunque no precisó el tiempo. Todo dependía
de cuánto él cuidara su salud. Aunque si se operaba
era mucho mejor. Eso me daría tiempo para trabajar
duro y juntar el dinero para pagarle la operación.
Dentro de dos años me recibo de abogado y mi padre
me prometió que iba a cuidarse. A mí y a su mujer. Así
que, personalmente, creo que no es tan «grave». Creo
mucho en Dios y sé que todo saldrá bien. Papá también
es creyente… Tenemos muchísima fe.
Todos se quedaron contemplando la fortaleza del
joven muchacho, pues en una situación así cualquiera
se desmoralizaría. Cynthia se le quedó mirando con
una mezcla de ternura y pena, pues sabía que los
problemas cardíacos no eran tan sencillos como
Richard los planteaba. Otros, en cambio, sospecharon
que la salud del padre no era tan favorable como el
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R E G A L O D E N AV I D A D
joven decía y que éste había minimizado el problema
para no arruinarles la celebración… Quizás no le
quedaba al hombre más de tres años de vida, pero no
tuvo la intención o el «valor» de decirlo en ese momento.
Por supuesto que hubiese sido más fácil para Richard
no haber mencionado ese problema y remitirse a
contar las cosas buenas vividas con su papá, pero a
Richard le costaba mucho mentir o esconder cosas
importantes delante de los Bottoms, pues ellos eran
para él casi como su segunda familia. Compartía con
David y Cynthia más que con cualquier otra persona,
incluyendo su propio padre.
− Quizás no tendría que haber mencionado esto justo
este día… dijo Richard. Pero…
− No… le detuvo Cynthia, tomándole la mano. Si
había algo importante que decir como la enfermedad
de un ser querido éste era el momento más adecuado
para hacerlo, pues la Navidad es el día en donde
todos se reúnen para reencontrarse y, si es necesario,
apuntalarse. Es un día de unión con Cristo más que de
evasión y jolgorio… Hiciste muy bien en decirlo Richard.
Fuiste valiente.
− Gracias…
− Sí, es verdad… dijo David. Mira Richard, no tengo
idea de cuánto saldrá esa operación pero te prometo
que no te dejaré solo en esta… Podríamos ayudarte con
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R E G A L O D E N AV I D A D
algo de dinero. Podemos sacar un crédito y saldar parte
de la cuenta ¿Verdad Cynthia?
− ¡Claro! ¿Recuerdas ese compañero tuyo que recibió
hace un año un préstamo de tu empresa para que page
la deuda de la casa que estaban por rematarle?
− Sí, por eso lo menciono. Pero tenemos también la
opción del banco…
− ¿Y cuánto sale esa operación? preguntó Jessica.
− 400.000 dólares contestó Richard.
− ¡400.000 dólares! ¡Qué desgracia! respondió la joven.
Todos pusieron cara de desconcierto. No podían creer
que costara tanto vivir en un país como EE.UU... En
este país siempre pasa lo mismo con el tema de la salud
− continuó − Si no tienes una buena cobertura médica
tarde o temprano te cagas muriendo…
− Sí, contestó el padre de David. Y la cosa empeoró
desde que subió George Bush al gobierno. Él se encargó
de pasar tijera al presupuesto destinado a la salud
pública.
− Es por eso que yo odio a los republicanos, contestó su
mujer fuertemente indignada. Cada vez que ganan una
elección los trabajadores volvemos a empeorar. ¡Por eso
yo siempre voté a los Demócratas!
− Yo también siempre voto a los Demócratas, contestó
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R E G A L O D E N AV I D A D
Jessica. Acá en este país la salud es un maldito negocio.
¿Vieron la película “Sicko” de Michael Moore? Una
rescatista del 11 de Septiembre que contrajo una
enfermedad respiratoria por causa del polvillo tóxico
que había en el lugar tuvo que irse hasta Cuba para
obtener los medicamentos que el propio Estado
americano le negaba…
− ¿De veras? preguntó asombrado el padre.
− No te miento. Los remedios le costaban muy caros y no
podía pagarlos. Viajó con el «gordo» hasta la isla y allá
le dieron los remedios gratis…
− Espero que Obama mejore nuestra desmantelada
salud pública. Parece un buen hombre… concluyó.
Raquel, que se había quedado mirando la
conversación sin decir una palabra, se sintió muy
incómoda en medio de ese ambiente “progresista”.
Aunque hasta el momento no había hablado de
política, sabía que era la única republicana del grupo.
Ella siempre había apoyado a los Republicanos y creía
que Bush era una especie de Capitán América. De
protector del mundo occidental. En menos de cinco
minutos se sintió inmersa en un búnker demócrata y
eso no le gustó. Sin embargo, no pudo evitar sentirse
afectada por la salud del padre de Richard y entró en
la cuenta que millones de estadounidenses estaban
pasando por una situación similar. Era consciente
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R E G A L O D E N AV I D A D
de que la salud era muy cara en su país y que miles
de ciudadanos se morían todos años por falta de
cobertura médica… Pero ¿por qué en un país pobre
como Cuba la salud era gratis y en el país más rico del
planeta un remedio costaba un ojo de la cara? Quizás
Bush no había hecho todas las cosas bien… Aunque
fuera una republicana, no podía desentenderse de
las preocupaciones de sus amigos. Pensó en cómo
se sentiría ella si su amiga Cynthia padeciera de
cáncer o alguna enfermedad grave. Incluso David o la
pequeña Caroline, hija de éstos. ¿Quién los ayudaría?
¿El gobierno del país de la Libertad? Ese súbito
pensamiento la consternó. Que alguno de sus seres
queridos muriera por falta de dinero… Era la primera
vez, después de la muerte de su padre, que vivía de
cerca una situación tan dramática. Y encima un día de
Navidad. Raquel decidió abrir la boca por primera vez
y, en un tono muy serio y sereno, dijo:
− No te hagas problemas por eso Richard. Si la operación
sale medio millón de dólares yo te prestaré el dinero…
Podrás pagármelo como puedas y, desde luego, no te
cobraré intereses. Yo sé lo que es perder un padre…
así que puedes tomarlo como una «atención» de mi
parte.
Una vez que acabó de decir eso los familiares de
los Bottoms, salvo Richard y la apuesta millonaria,
se miraron unos a otros con cara de feliz asombro.
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R E G A L O D E N AV I D A D
Incluso Cynthia se sintió sorprendida por la actitud
altruista de su querida amiga.
− ¿Vas a hacer eso por Richard, Raquel?
Cynthia tenía el rostro encendido por la
emoción.
− ¿Por qué no? Muchos millonarios en este país tienen
sus propias fundaciones y hacen, por año, cuantiosas
donaciones. Yo no tengo ninguna fundación y jamás
hice donaciones a nadie. Supongo, además, que el día
que me muera no voy a llevarme toda mi fortuna al
otro mundo… ¿Por qué no hacerlo si eso implica poder
ayudar a un amigo «tuyo»? Tú quieres mucho a Richard
¿verdad? Siempre me hablas de él y de lo buena persona
que es. Bueno, entonces razono que todo lo que haga
bien a Richard te hará bien a ti también. ¿Somos amigas
no? Me parece que esa sola razón lo justi�ica…
Luego añadió.
− Tómalo como mi «regalo de Navidad».
Cynthia se levantó de la mesa, se dirigió hasta
donde estaba su amiga y la ahogó en un abrazo y
beso caluroso. No paraba de decirle en la cara lo
orgullosa que se sentía de ella. Todos los allí reunidos
contemplaban emocionados la feliz escena, como si
estuvieran en presencia de una santa viviente. En
menos de un instante ella se había transformado en la
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R E G A L O D E N AV I D A D
persona más importante de la casa. Pasó del anonimato
a la primicia. Una suerte de Santa Claus con polleras.
Raquel iluminó con su luz a toda la casa y a todas las
almas. A nadie le cabían dudas de que esa sería la
Navidad más inolvidable… Richard, por su parte, se
mantenía extrañamente callado. Su cuerpo yacía tieso
en el sillón como el monumento de Abraham Lincoln
en la ciudad de Washington. Era di�ícil escrutar qué
pasaba por la mente de ese muchacho en ese preciso
momento. Aunque no era una persona introvertida,
sabía cómo debía hacer para ocultarle a la gente sus
sentimientos. Cynthia lo miró y con una sonrisa muy
amplia le preguntó:
− ¿Qué te parece Richard? ¿No es éste el regalo de
Navidad más bello del mundo? ¡Ahora tu padre tendrá
esperanzas de VIVIR!
A Richard le costaba hablar en ese instante.
Tenía en su corazón una maraña de sentimientos
encontrados. Sentía deseos de rechazar la ayuda de
Raquel, pues desde que la había conocido no había
dejado de despreciarla. Sintió aversión por ella
desde el primer día en que la conoció. Odiaba su
super�icialidad. Su opulencia. Su vida “republicana”.
Sentía un profundo desprecio por gente como ella
pero ¿Cómo negarse a rechazar el dinero si estaba en
juego la salud de su papá? No podía jugar con la salud
de su padre simplemente por una cuestión de “orgullo
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R E G A L O D E N AV I D A D
personal”. Sabía que debía meterse el orgullo en el
bolsillo y aceptar la propuesta de Raquel. No tenía
otra opción. Entonces, no teniendo más remedio que
aceptar la realidad, habló…
− Sí… Creo que es un gesto muy generoso por parte de
Raquel…
Luego miró a Raquel a los ojos y, con gran
esfuerzo, le dijo “Gracias Raquel…”
− ¡Richard! le dijo Cynthia riendo. ¡Ponle más ánimo a
tus palabras! Ni que estuvieras en un velorio… ¿No te
das cuenta que ahora tu padre se va poder operar? ¿Esa
es la manera que tienes de agradecerle a mi amiga lo
que está haciendo por ti?
− Bueno… Es que no soy muy expresivo. Esa es mi
forma…
− Richard… ¿Saben qué? Cynthia dirigió sus palabras al
resto de los presentes mientras continuaba abrazando
a su querida amiga. Es que Richard está receloso con
Raquel porque piensa que las personas acomodadas
son gente descorazonada. No puede aceptar que Raquel
le esté tendiendo una mano…
− ¡No es eso! se atajó Richard, al ver que su amiga
revelaba lo que él sentía.
− ¡Sí! Es eso Richard… pero tú no conoces a Raquel. Ella
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es mi amiga desde hace años y no es lo que tú piensas…
Justamente por eso que yo la elegí como tu PAREJA.
Porque es la mujer ideal para ti… Pero tú la borraste el
mismo día que te la presenté… Siempre estás escapando
del AMOR.
Richard, tras escuchar la revelación de su
amiga, no sabía dónde diablos esconderse. Se sentía
avergonzado y se le notaba en la cara. Tanto, que
parecía que despedía fuego. Deseaba que la tierra se lo
tragara pero sabía que eso era imposible. Finalmente
se dio por vencido. Tuvo que reconocer la verdad.
Sus prejuicios le habían jugado una mala pasada.
Sus prejuicios o falta de madurez. A�lojó su cuerpo y
permitió que los nervios se le relajaran. Aún así no
pudo articular más palabras… Habían sido demasiadas
emociones encontradas en tan poco tiempo y no pudo
hallar ninguna forma de poder manejarlas a todas.
Raquel, por su parte, contemplaba la imagen vencida
del chico con humor y sana satisfacción. Se sorprendió
cómo su amiga le había hablado al joven como una
madre y lo había hecho entrar en razón. Cómo éste se
había sometido rápidamente a sus palabras. Lo que
indicaba lo importante que había sido, para la vida
de Richard, Cynthia y la familia Bottoms. Se sintió
conmovida y feliz por la situación. Nunca había vivido
una Navidad así. En el ambiente social en el que se
solía mover las celebraciones familiares no resultaban
tan cálidas.
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R E G A L O D E N AV I D A D
− Bueno, creo que la señorita Raquel merece un aplauso
por parte de todos nosotros. Un gesto así no es algo que
uno ve todos los días, dijo el padre de David en un tono
solemne pero alegre.
Todos al instante volvieron a mirar a Raquel y la
aplaudieron. La sala se llenó de ruido y alegría, y ese
gesto honró a la hidalga bienhechora. Richard también
aplaudió, pero se notó que le costó mucho hacerlo. Su
aplauso fue mecánico y seco, como animado mediante
control remoto. La situación lo había rebasado y le
costaba asimilar las emociones. En lo más profundo
de su corazón sentía pena por sí mismo. Algo lo había
movido de su centro emocional haciéndole perder por
unos minutos su natural estabilidad. Igualmente nadie
lo notó, porque nadie en ese momento se dirigía hacia
él. Todas las miradas apuntaban a la feliz de Raquel,
que se la veía muy emocionada al verse superada por
tantas muestras de afecto.
− No cabe la menor duda que hoy tuvimos la visita de
Papá Noel, dijo Jessica, para cortar un poco el desborde
emocional.
− Habrás querido decir Mamá Noel, porque Raquel es
una mujer, corrigió Cynthia en tono de broma.
Todos se rieron al unísono celebrando alegres
la ingeniosa ocurrencia. Después de ese evento
se levantaron y se dirigieron a cenar al comedor.
 298
R E G A L O D E N AV I D A D
Ya, cuando mediaba la medianoche, se produjo el
obligado choque de copas mientras afuera de la casa
se escuchaban los primeros fuegos de arti�icio.
− Brindemos por la unidad de la familia, dijo el padre
de David. Todos los presentes asintieron. Por Dios
nuestro señor para que nos proteja a todos y no nos falte
el trabajo y la salud, y a Raquel el éxito en sus negocios.
Todos volvieron a asentir. Y por el padre de Richard,
para que pueda operarse con éxito y un día ¡nos visite!
Todos volvieron a alzar sus copas que luego, llevaron
a sus bocas.
Por primera vez, en toda la velada, Richard Taylor
pudo esbozar una sonrisa.
IV
Eran cerca de las nueve de la noche y Raquel
estaba terminándose de arreglar. Los dos bolsos que
iba a llevar en el auto ya estaba listos y sólo faltaba
darse unos retoques en el espejo. Mientras peinaba su
larga cabellara sintió entrar a su habitación a Daniela.
− El joven Taylor la está esperando afuera señora.
− Dile que en un minuto salgo.
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R E G A L O D E N AV I D A D
La muchacha salió de la habitación para
trasmitirle el mensaje al joven. Cinco minutos después
Raquel, junto a la mexicana, salían de la casa con dos
pesados bolsos. Richard bajó del coche y las ayudó a
cargar los bultos dentro del baúl. Dos minutos después
ya estaban rumbo a la carretera que los llevaría directo
a Phoenix.
El auto de Richard era un modesto Ford Escape
que había comprado en una tienda de autos usados.
Tenía un pequeño bollo en la parte trasera y algunas
rayas al costado de la puerta. Aún así estaba en
buen estado y nunca había visitado un mecánico.
Por lo menos desde el día que él lo adquirió. Raquel
le propuso viajar juntos en su Porsche, pero el
muchacho se negó pensando que aceptar esa cortesía
sería demasiado abuso de su parte. Además no era lo
su�icientemente “moderno” (entiéndase feminista)
como para permitir que una mujer lo llevara en su
propio auto teniendo él el suyo. Lastimaría sin dudas
su ya vapuleado “machismo americano”. Quería viajar
de noche pues la ruta, por esas horas, estaba menos
transitada y el clima era menos pesado. Al principio
sólo intercambiaron unas pocas palabras. A decir
verdad unos pocos monosílabos. Pero luego, con el
correr de los minutos y ayudados por una carretera
tranquila y una noche despejada y espléndida, la
cortina de hierro que separaba sus almas de a poco
empezó a desvanecerse.
 300
R E G A L O D E N AV I D A D
− Está linda la noche ¿Verdad Richard?
− Sí, está cálida y fresca. Como para tomar algo afuera.
− ¿Quieres que paremos a tomar algo en la próxima
estación de servicio?
− No. Está bien. Además, no es bueno beber cuando uno
maneja.
− ¿Quién habló de beber alcohol? Yo te hablé de parar a
beber algo, no recuerdo haber dicho qué…
− Tienes razón. Bien, pararemos a tomar algo apenas
veamos una estación de servicio.
− Yo invito.
− De ninguna manera. Yo debería invitarte. Tú estás
haciendo demasiado al haber decidido ayudar a mi
padre.
Raquel se quedó callada y lo miró.
− ¿Piensas que esto es una cuestión de ‹competencia››?
Quiero decir de �ijarse en quién da más y quién da
menos… Esto no pasa por ahí. Fui yo la que salió con la
idea de parar para beber algo y de invitar a la persona
que viaja conmigo ¿Me imagino que no vas a quitarme
esa SATISFACCION verdad?
El joven giró la cabeza y le devolvió la mirada.
La palabra “satisfacción” le hizo ruido en la cabeza.
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R E G A L O D E N AV I D A D
¿Acaso le estaba enviando un mensaje? Se quedó
pensando unos segundos y luego, esbozando una leve
sonrisa, le contestó: “Está bien, acepto que me invites a
beber”.
Después de treinta minutos de viajar por una
carretera tranquila hallaron una estación de servicio
al costado de la Ruta 5. Salieron de la carretera y
aparcaron el auto en la playa de estacionamiento.
Cuando ingresaron al local, se sentaron en una de
las mesas que estaban junto a la pared de vidrio que
daba a la calle. No había mucha gente en el lugar y el
ambiente era limpio y agradable. La iluminación del
recinto era buena y las mesas y sillas estaban en buen
estado. El piso de cerámica brillaba como el Sol.
− Bonito lugar ¿verdad? dijo Raquel con mucho
entusiasmo mientras acomodaba su cartera Gucci a
un costado.
− Sí, es un sitio lindo ¿Qué quieres tomar?
− Quiero tomar un helado de crema. Soy una fanática
de las cremas heladas. Tráeme ese cuarto de helado que
aparece en aquella lámina, al lado de la expendedora de
bebidas. Toma... Le extendió un billete de 10 dólares.
− Bien.
 302
R E G A L O D E N AV I D A D
Richard volvió a los dos minutos con una lata
de Pepsi y el cuarto de helado para su acompañante.
Raquel destapó el envase y se llevó a la boca la primera
cucharada. Después de estar comiendo y bebiendo
juntos en silencio durante uno o dos minutos Raquel
disparó:
− ¿Qué edad tiene tu papá?
− Debe estar cerca de los cincuenta.
− Es muy joven todavía… Mi padre murió a los 51 años
cuando yo no había cumplido los 16.
− Lo siento.
− Gracias.
− ¿Y tu madre? preguntó Richard.
− Mi madre se fue con un hombre cuando yo tenía 13
años. Desde el día que se fue no la he visto más.
− ¿Es decir que te quedaste completamente sola desde
los 15?
− No exactamente. Una tía hermana de mi padre se
hizo cargo de mí hasta que me hice mayor de edad.
Estuve viviendo en su casa dos años y luego regresé
a mi hogar, donde me hice cargo de los negocios y del
rancho. Mi padre tenía un socio que me ayudó en el
manejo de mis bienes. Un hombre honesto y honrado
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R E G A L O D E N AV I D A D
que lo apreciaba mucho a él. El me puso al tanto de
todo y me enseñó lo que mi padre no me pudo enseñar.
Más tarde, cuando cumplí los 26, me enamoré de un
ru�ián y allí lo eché todo a perder… Después que nos
casamos, él se peleó con mi socio y empezó a manejar
mi negocio por su cuenta. Yo, como estaba enamorada,
le hice caso y lo apoyé. Thomas, el socio de mi padre,
me advirtió que mi marido me estaba estafando pero
yo no le creí. Con�iaba ciegamente en mi pareja y eso
me llevó a desestimar sus palabras. Él me convenció de
que debíamos invertir en el negocio inmobiliario que,
por aquel entonces, estaba en alza. Me dijo que íbamos
a ser más ricos de lo que éramos. Resulta que el hijo de
perra había sacado un préstamo del banco poniendo
como garantía mis bienes. Era mi marido y podía
hacerlo. El dinero de la venta de los productos de mi
campo los había depositado a su nombre en una cuenta
en las Islas Caimán sin que yo supiera nada. Por lo tanto
me quedé sin una parte importante de mi capital. Sólo
me quedaron las propiedades… Cuando estalló la crisis
inmobiliaria y comenzaron los remates y el pánico,
quedé endeudada hasta más no poder, ya que no tenía
forma de recuperar el dinero invertido. La gente perdía
sus empleos y las propiedades se desvalorizaban rápido.
Fue un desastre. Casi llegué a perderlo todo... Por suerte
conseguí un buen abogado y le inicié juicio. Tuvo que
devolverme parte del dinero que me robó y con eso
cancelé parte de la deuda. Así pude salvar el rancho y
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R E G A L O D E N AV I D A D
algunas tierras que me había dejado mi padre. Al �inal
volví a asociarme con Thomas, que perdonó mi gran
estupidez, y juntos pudimos levantar el negocio. En ese
momento comprendí por qué mi padre con�iaba tanto
en él. Ahora está todo superado y pude volver a mi vida
normal.
− Se te está derritiendo el helado…
− No importa, puedo comprarme otro.
Raquel se levantó de la mesa, tiró el helado
derretido a la basura y le pidió otro pote de crema a
la joven vendedora que atendía en la caja. El haber
revivido su traumático pasado la había puesto un
poco melancólica.
− Son dos dólares con cincuenta, dijo la cajera.
− Dame dos latas de Pepsi.
Raquel regresó a la mesa y de inmediato destapó
su helado.
− ¿Para qué compraste más gaseosas? Todavía no he
terminado la primera…
− No quiero que se me seque la garganta durante el
viaje. Además, seguro que dentro de dos horas te va a
volver a dar sed.
− Tengo botellas de agua en el auto.
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� Me gusta más la gaseosa... dijo ella.
� Como quieras.
Salieron de la estación de servicio alrededor de las
9:30 de la noche. A las 10:30 Raquel ya había vaciado
su lata de gaseosa y a las 11:00 yacía profundamente
dormida en su asiento. Estaba a minutos de llegar a
Los Ángeles y seguir su viaje por la Ruta 10. Richard
manejaba su Ford con la mirada clavada hacia
adelante. De vez en cuando se permitía echarle una
mirada a su madura compañera. Su cabeza apoyada
levemente sobre el vidrio dejaba entrever su blanco
y delicado cuello. Los botones de su camisa semi
abierta ocultaban celosamente sus senos. “Es muy
hermosa” dijo para sus adentros, mientras pensaba,
preocupado, en qué estado encontraría a su padre
cuando llegara…
− ¿Es cierto que tu padre no está tan grave como
nos dijiste en Navidad? le había preguntado
Raquel segundos después de haber salido de la
estación de servicio.
− No lo sé... La última vez que hablé me atendió
su mujer y me dijo que mi padre no se encontraba
en casa porque se había ido al hospital a hacerse
unos estudios. Por la tarde pude comunicarme
con él y ahí me puso al tanto de su situación.
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− ¿Y qué te dijo?
− Por ahora su salud no está tan mal pero, si no se
opera, en unos años su corazón va a estar peor…
Su salud está en manos de Dios y en las ganas que
él tenga de vivir. Me contó que eso lo puso muy
deprimido y que estuvo a punto de abandonar
su trabajo. Ya no tenía motivaciones para nada
y se le había dado por beber alcohol. Gracias a su
mujer dejó la bebida y ahora siente motivación
por hacer cosas. Le dijo que tiene que pensar en
su hijo. En las cosas que podría compartir con él
ahora que se habían reencontrado. Reconoció
que su mujer ha sido para él un gran apoyo en
estos últimos años de su vida.
− Pobre… Pero no te preocupes Richard. Yo pondré
a tu padre en las mejores manos y vas a ver que va
a quedar como un auto nuevo.
− ¿Como tu Porsche Cayenne?
− Mucho mejor que mi Porsche, le dijo con una
sonrisa y lo rodeó luego con su brazo. Richard
sintió en ese momento como si lo estuviese
abrazando una madre… El abrazo de Raquel
era cálido y se sorprendió al darse cuenta que,
en lo más hondo de su corazón, deseaba que
esa calidez no terminara nunca. Comprendió
también, en ese abrazo, lo solo que había estado
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en esos últimos años de su vida. No solo de gente
que lo amara. Solo de una compañera… De una
MUJER. Raquel, por su parte, sintió por primera
vez el cuerpo del hombre que quería. Ese
hombre que había perseguido y que le parecía
casi inalcanzable. Sí, perseguido, esa es la
palabra exacta. Pues si bien se había encontrado
con él muy pocas veces, desde el día en que lo
vio hasta la noche de Navidad no había dejado
de pensar casi ni un día en él. Con más o menos
intensidad. Con más o menos expectativas según
las circunstancias pero siempre teniéndolo
presente. Raquel lo había abrazado y lo bueno
de eso fue que no percibió de él ningún gesto
de rechazo. Ni siquiera el más leve. Se lo veía
frente al volante calmo y re�lexivo… Parecía
otro Richard. O tal vez no. Tal vez ese era el
verdadero Richard y no el que había visto antes.
Un hombre que se protegía del mundo con una
coraza de hierro. A Raquel − antes de subirse al
auto − le gustó lo que sus ojos le mostraban, y se
demoró unos segundos antes de retirar el brazo.
Después de ese breve momento de
acercamiento, entraron al coche y continuaron
su viaje en dirección a Los Ángeles. De allí a
Phoenix tenían entre cinco y ocho horas de viaje,
dependiendo de la velocidad con que viajaran.
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V
Llegaron a la casa del padre de Richard cerca de
las siete de la mañana de un día sábado. Los recibió la
mujer de éste y los hizo entrar pronto a la vivienda.
Steve, el padre de Richard, estaba desayunando en
la cocina y saltó de la silla cuando los vio ingresar.
Saludó a su hijo con gran emotividad y Richard hizo
lo mismo con él. Habían pasado bastante tiempo
sin verse… Padre e hijo estaban nuevamente juntos.
Raquel, por su parte, se había quedado a un costado
mirando como ambos se saludaban. Deseó tener a su
padre vivo para poder abrazarlo como el chico hacía
con el suyo. Le resultó imposible en ese momento no
sentir una leve nostalgia. Richard, después del saludo,
le presentó su acompañante a su padre.
− Ella es Raquel, la AMIGA que te conté…
− Raquel. ¡Qué mujer más bella! Tú sí que sabes elegir
bien a tus amigas hijo… Richard se ruborizó. El hombre
se veía con muy buen humor.
− Buen día señor Taylor. Es para mí un honor
conocerlo.
Ambos se saludaron afectuosamente. Luego se
 311
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sentaron alrededor de la mesa, donde la señora Taylor
ya había servido el desayuno. La mesa lucía muy
apetente. Había huevos fritos, panceta fría y tortilla de
espinaca. Todo eso acompañado con jugo de naranja,
yogurt con cereales, tostada de trigo y café.
− Sírvanse todo lo que quieran, dijo el padre de Richard.
Deben tener mucha hambre después de un viaje tan
largo…
El joven y su amiga deglutieron la suculenta
comida hasta quedar plenamente satisfechos.
Mientras comían, aprovecharon la oportunidad para
hablar largo y tendido de la salud de Steve y otras
cuestiones familiares. La charla se extendió hasta
la sobremesa. Luego se levantaron y Richard se fue
a recostar a la habitación. Se sentía cansado y con
sueño y necesitaba tomarse un descanso. Raquel, en
cambio, había dormido bien durante el viaje y optó
por salir de compras. Cuando Richard se levantó cerca
del mediodía, su padre estaba mirando TV en la sala
de estar con una lata de Pepsi en la mano mientras
su mujer estaba en la cocina preparando unos ricos
emparedados. El joven preguntó por Raquel.
− Me dijo que salió a hacer unas compras, respondió el
padre.
Se rascó la cabeza algo entredormido y se dirigió
hasta la cocina. Sacó una lata de Pepsi de la heladera y
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se sentó luego al lado de su padre. La TV televisaba un
resumen de un partido entre Arizona Diamondbacks y
Los Angeles Dodgers. Steve era hincha fanático de los
D-backs.
− ¿Cómo hiciste para conocer a esa mujer? le preguntó
el padre a su hijo con una expresión en el rostro que
delataba intriga y satisfacción.
− Es amiga de Cynthia… La conocí por medio de ella.
Alzó su mano y bebió un sorbo de coca.
− Mientras tú dormías como un tronco tu amiga y yo
estuvimos hablando largo rato. Junto a Mary… claro
está. Tú sabes cómo son las mujeres. Me contó que
conoce a un médico que hace maravillas en operaciones
cardíacas. Me dijo que me quedara tranquilo que todo
iba a salir más que bien… ¡No sabes cómo me levantó el
ánimo eso! Sin duda es una mujer muy generosa. Pensé
que esa clase de mujeres ya se habían extinguido…
Destapó la segunda lata de Pepsi y luego lanzó:
También me habló mucho de vos. Dice que eres un tipo
extraordinario.
Richard se sintió sorprendido luego de escuchar
esa confesión. No esperaba que Raquel tuviera esa
opinión de él. Pero intentó disimular sus sentimientos
y siguió tomando su gaseosa. Mientras bebía, miraba
como Luis Gonzalez avanzaba hasta la última baza y
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marcaba otro tanto para su equipo. Luego, sin mirar a
su padre, añadió:
− Es millonaria. Tiene campos y una gran producción
agrícola. Supongo que hacer eso por nosotros no debe
costarle demasiado… Igualmente, valoro mucho su
gesto. Estás en lo cierto en que es una mujer generosa,
además de bella… Pienso devolverle todo el dinero que
nos preste, aunque me lleve años hacerlo…
El padre lo miró con un aire de humor y
curiosidad. Mary, su mujer, irrumpía en la sala de estar
con la bandeja llena de unos deliciosos emparedados.
− Aquí tienen mientras miran el partido… Los dejó
sobre la mesa y se marchó.
El olor a jamón ahumado inundó, de repente, el
recinto. Las hojas verdes de lechuga fresca asomaban
por fuera de los panes. Ambos hombres se zamparon
como locos la comida preparada por la mujer. No
pudieron resistir el dulce olor de la carne. Mientras
devoraban juntos el alimento, el veterano hombre le
habló a su hijo.
− Ustedes dos harían la pareja ideal…
− ¿¿Qué??
− Ja! Ja! Estaba bromeando… Hablando en serio ¿De
veras que no te gusta esa mujer?
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R E G A L O D E N AV I D A D
− Es una amiga… Apenas la conozco. Además, tenemos
ideas muy diferentes de la vida.
− ¿A qué te re�ieres?
− Votó a George Bush…
− ¿A Bush? Yo también voté a Bush.
− ¿Cómo que votaste a Bush? ¿¿Acaso estás con los
«millonarios»??
− Me prometió que me iba a dar trabajo. Hacía un año
que estaba cobrando el seguro de desempleo.
− ¿Y te lo dio?
− No. Fue ahí cuando tu madre me dejó. No estaba
dispuesta a mantener a un desocupado…
− Claro… Ya no le servías…
El recuerdo de la madre llenó de fastidio al joven.
No quería enterarse más cosas de ella porque mientras
más cosas conocía más le odiaba. Se terminó de beber
toda la coca que le restaba y luego estrujó la lata.
− Me había abandonado a la bebida – continuó su
padre − Un día estaba tan borracho que tu madre me
tuvo que ir a buscar al bar. Fue cuando caí en casa esa
noche en el auto de tu tío Ronnie ¿Te acuerdas?
− No la de�iendas… dijo Richard fastidiado.
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En ese instante se escucha abrirse la puerta de
entrada y aparece Raquel con unas bolsas repletas de
cosas. Mary le ayuda con las bolsas y las dos mujeres
empiezan a sacar la mercadería. Luego Raquel
ingresa a la sala de estar teniendo puesta en la cabeza
una gorra con visera de color rojo de los Arizona
Diamondbacks.
− ¡Caray! Miren lo que tenemos acá. ¡Una de los nuestros!
celebró el padre de Richard azorado.
− Es la original. Me costó 25 dólares. Creo que a usted le
quedará mucho mejor.
Raquel se sacó la gorra y la colocó en la cabeza
de Steve. Los dos parecían llevarse más que bien. Se
los veía muy contentos. Esa noche toda la familia cenó
fuera de la casa de Mary y Steve. Raquel los invitó a
comer a uno de los mejores restaurantes de Phoenix;
el Sheraton Wild Horse Pass. A Raquel le gustaba ese
lugar porque tenía un toque romántico y su comida,
aunque exótica, era más que buena. Su padre la
había llevado a comer allí cuando era una niña. Se
quedó enamorada del ambiente y la comida. Esa
noche los cuatro comensales pidieron de todo. Desde
risotto con trufas revueltas hasta carne de búfalo
con salsa de peras y jengibre, pasando por un arroz
a la naranja con camarones rellenos de cebolla roja y
cilantro. Mary se animó a probar todo lo que Raquel le
invitaba. No le hizo asco a nada. Se quedó totalmente
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encantada. Steve y Richard, en cambio, fueron más
“convencionales” y pidieron dorado a la parrilla con
papas y salsa mexicana picante. No se animaron a
arriesgarse a tanto. Desde luego no faltó el mejor vino
y los mejores postres que podéis imaginar… Cuando
regresaron a casa se sintieron más que felices y esa
noche durmieron tiesos como unos troncos. El efecto
del buen vino realizó su divina labor. Al día siguiente
estuvieron todo el tiempo en casa (amaneció lluviosos
y nublado) y Richard, después del lunch del mediodía,
aprovechó para dormirse una siesta pues por la noche
debía manejar. Cenaron esta vez en casa y luego de una
larga sobremesa, donde hablaron todo lo concerniente
a la operación, el muchacho y la mujer se despidieron
de los an�itriones para iniciar el viaje de regreso. En
el transcurso del mismo, Raquel y Richard retomaron
por la misma carretera y a la mañana siguiente ya
estaban nuevamente en el rancho de Raquel.
El Ford aparcó en la puerta de entrada y Raquel se
apresuró a sacar las llaves de su cartera para ingresar
a su casa. Richard se veía visiblemente feliz, pues su
padre tenía ahora esperanzas de vivir…
− ¿Cómo haremos para devolverle esa suma? le
había dicho Steve a Raquel. Tardaríamos años en
juntar ese dinero…
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− Usted preocúpese por su salud. Lo del dinero ya
lo arreglamos con Richard… Su hijo me contó que
está por conseguir un empleo en el gobierno como
asistente en el Departamento del Tesoro por medio
de una pasantía que le otorga la Universidad…
Es un trabajo bien remunerado. Se dice que suele
haber dinero extra para los abogados cuando hay
acuerdo entre el Estado y las empresas… ¿verdad
Richard? Raquel le guiñó un ojo…
− Este… Sí. Es verdad. Me están por ofrecer un
empleo…
− ¡Qué bueno! – dijo el padre emocionado − Esto
hay que celebrarlo. Ese trabajo te va a servir para
que te labres un futuro y no tengas que andar por
ahí haciendo colas en una o�icina de empleo para
encontrar un maldito trabajo como lo hace todas
las semanas tu padre. Raquel… no tiene idea de
cuánto le agradezco todo lo que está haciendo por
nosotros. Como soy una persona cristiana no puedo
dejar de pensar que a usted me la ha enviado Dios.
− ¿Y no cree que haya sido así? Raquel le miró y
sonrió.
− ¿Por qué le dijiste ayer a mi padre que a mí me estaban
por dar un empleo en el Estado si no era cierto…? ¿Fue
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para hacerme quedar bien ante él?
− No. Es que estoy segura que tú vas a hacer lo que sea
para devolverme ese dinero… ¿O me equivoco? La mujer
le miró con un sesgo de complicidad.
− ¡Claro que haría lo que sea! Yo siempre PAGO mis
deudas. No me gusta quedar debiéndole favores a
nadie…
− ¡Oh! Lo miró y se sonrió. Por lo que veo eres todo un
‹‹hombre›› le dijo en tono de broma, mientras abría la
puerta y se despedía afectuosamente de él.
− ¿No quieres pasar a desayunar antes de irte?
− No, gracias… Desayunaré en casa…
− Como quieras. Maneja despacio.
− Lo haré.
Una vez que la mujer estuvo fuera del auto se
alejó rápidamente en dirección a su rancho.
Richard se le quedó mirando dentro del auto hasta
que ella llegó al portón. No sabía bien por qué pero,
por alguna razón desconocida, no podía marcharse de
allí. Al menos hasta ver a su buena amiga desaparecer
por completo de su visión. La mujer abrió el portón e
ingresó rápidamente a la propiedad. Antes de entrar
a su casa, se dio vuelta y vio que el auto de Richard
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no se había ido todavía. Le hizo un gesto con la mano
como invitándolo a entrar. Richard dudó un poco al
principio pero después, al ver que le costaba negarse,
se bajó del auto e ingresó al dominio. La personalidad
de Raquel era más fuerte y eso pudo contra la voluntad
del joven. Richard aprendió que ella lo podía cuando él
dudaba o bajaba la guardia.
− Vamos a desayunar algo bueno juntos. Tienes una
cara de hambre que te comes hasta las piedras…
Raquel se veía sonriente. Richard asintió con
la cabeza y sin decir una palabra le siguió. Ambos
ingresaron a la casa y se dirigieron hasta el lujoso
comedor. Daniela estaba levantada esperándolos para
servirles la comida. Puso en la mesa jugo de naranja,
leche y café con tostadas acompañado con rodajas
de queso, jamón y panceta ahumada. Más tarde les
acercó un bol con frutillas y uvas verdes para que les
hiciera mejor la digestión. Richard, aunque cansado
por el largo viaje, devoró todo sin reparos. Después de
terminar su taza de café, le empezó a entrar el sueño y
amagó para regresar a su auto, pero Raquel le propuso
quedarse a descansar en su casa. El muchacho no tuvo
problemas en aceptar. Dormir en su departamento o en
casa de Raquel le daba lo mismo pues el sueño es igual
en todas partes (siempre que se duerma cómodo),
pero no quiso dormir en ninguna de las habitaciones
del rancho y pre�irió tirarse en el sofá. Raquel se fue
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a hacer sus tareas y el muchacho se durmió en pocos
minutos. El largo viaje y el suculento desayuno habían
favorecido notablemente su sueño.
Las horas fueron pasando mientras el Sol
californiano cruzaba todo el cénit. Cuando al �inal
Richard despertó, ya eran las 19:30. Echó un vistazo
a su reloj y se maldijo. Ya era muy tarde para asistir
a la Universidad. Miró a través del gran ventanal
y el crepúsculo estaba arribando. Las nubes que
cruzaban el horizonte ardían como brasas en un cielo
apagado. Se refregó los ojos con los dedos y caminó
en dirección al lavabo. Después de enjuagarse la cara
salió en la búsqueda de su an�itriona. Recorrió algunas
habitaciones pero no la halló por ningún lado.
− Daniela ¿Sabes dónde está Raquel? Pues debo
marcharme y quiero despedirme.
− La señora está en el establo atendiendo sus caballos.
− Gracias. Richard salió de la casa pero antes saludó a
la empleada.
Tal como le había dicho la muchacha, Raquel
estaba allí con sus caballos. Le impresionó como
estaba vestida. Nunca antes la había visto así. Lucía
una camisa leñadora de color rojo ceñida a la cintura
con un pantalón corto de jean bastante apretado al
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cuerpo. También tenía puesta unas botas Clarks de
color marrón y un sombrero estilo cowboy del mismo
color que el calzado. Su look era verdaderamente
sexy, pero Richard hizo un gran esfuerzo para alejar
cualquier sentimiento lascivo. No quería que se le
notaran sus deseos. Cuando caminó en dirección hacia
ella, Raquel alzó la vista y le vio.
− Pensé que te habías ido, le dijo la mujer. Y le sonrió.
Parecía sentirse a gusto con su inesperada presencia.
−No… Me quedé dormido toda la tarde en el sofá. Tengo
que marcharme.
− ¿Viste que cómodos son...? Hizo luego un movimiento
con los pies para mostrarle las botas que calzaba. Las
compré en una tienda de remates, aunque no lo creas.
� Sí... Son bonitas... le contestó él.
Como si no hubiese estado atenta a lo que Richard
le había dicho, Raquel llenaba con alfalfa uno de los
cubos del equino, mientras le explicaba que ese tipo
de hierbas son el alimento preferido de los caballos.
− Las leguminosas provocan un aumento del tránsito
del intestino delgado. Si la hierba es buena, predispone
positivamente a las modi�icaciones de la �lora
microbiana intestinal. No me gusta darle otro tipo de
alimento, concluyó.
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− Sí… Le respondió Richard, sin entender demasiado
lo que ella le decía. Los asuntos del campo no eran
su “fuerte” y además debía marcharse. El joven, en
vez de partir, se quedó mirando como ella trabajaba.
Cuando estuvo a punto de decirle adiós, sus ojos se
encontraron con los de ella.
Raquel, lejos de esquivarle la mirada, se la
sostuvo. Le miró con esos ojos marrones y le contagió
su fuego de mujer. Los ojos de Raquel desprendían un
brillo excitantemente sensual. Tanto era el brillo que
desprendían que hizo arder el corazón del muchacho.
La virilidad de Richard despertó de repente. Estaba
hechizado por la expresión de ese rostro, que era una
auténtica invitación a la lujuria… Estaban solos los dos
en el establo y ella le estaba llamando. Con sus ojos, su
cuerpo y su corazón… Con todo lo que tenía para dar. Y
Richard se entregó a los brazos de su conquistadora. Ya
no podía resistir por más tiempo. Sus débiles defensas
se esfumaron frente a ella y ahora, sin blindaje, era otro
potrillo más dispuesto a ser domado...
El Sol casi se había puesto y Daniela ya estaba
preparando la cena. Había recibido estrictas
instrucciones de su señora y, como de costumbre, las
realizaba con absoluta perfección; “Daniela, quiero
que hagas un pavo al horno con patatas acompañado
con espárragos bañados en salsa roja de ajo… Saca de
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la bodega un Beringer rosado y ponlo ya en la heladera.
Hazlo antes de que te pongas a cocinar pues me gusta
beberlo bien frío. ¡Ah! Y quiero que hoy cenes conmigo...
Así que no comas ni bebas nada antes de la cena ¿OK?”.
“Sí señora” había respondido ella. El pavo ya estaba
en la mesa y lo estaba abriendo con un gran cuchillo.
El Beringer pasaba su invierno y la salsa se cocía a
fuego lento en la hornalla. Daniela era muy metódica
cuando se ponía a hacer sus cosas. No le gustaba la
improvisación. Ni se imaginaba que su bella señora
estaba a las agarradas con el jovenzuelo adentro del
establo mientras ella preparaba la comida. Richard, por
su parte, ya le había bajado el pantalón a su an�itriona
y empezado a hacer las delicias con sus dedos por toda
sus nalgas. Apretaba sus carnes con fuerza sintiendo
hasta en lo más hondo de su corazón la suavidad y
delicadeza de su piel. La tanga de la californiana se
había empezado a a�lojar. No aguantaba más tanto
manoseo desenfrenado. La mujer se sentía encantada
por la pasión que ponía su compañero. Hacía mucho
tiempo que no intimaba con un hombre de esa forma.
Las manos de su amante se empezaron a entremeter
por los lugares más imaginables. Esos lugares que
toda mujer sólo entrega al hombre que desea…
− ¡¡Ah!! Así Richard. Así… Tócame en «esa» parte… Ahí,
ahí… ¡¡Ahhhh!!
El joven seguía las instrucciones de la mujer.
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Tocaba sólo donde ella le indicaba. Raquel conocía su
anatomía femenina y sabía cuáles eran sus puntos más
sensitivos. Esos puntos que le hacían perder la razón.
Richard descubrió uno de esos puntos neurálgicos en
el interior de su vagina y empezó a punzar con su dedo
vigorosamente. Raquel experimentó un calambre de
placer tan intenso que todo su cuerpo se estremeció.
Las piernas le temblaron y casi pierde completamente
la estabilidad, pero se sujetó al cuerpo de Richard y de
esa forma evitó la caída. Al �inal, ya estaba totalmente
sacada...
− ¡Hazme el amor Richard! ¡Hazme el amor ahora mismo!
No tienes idea de cuánto necesito un HOMBRE...
Raquel había entrado en un estado de paroxismo.
Las manos de Richard, aún con su poca experiencia,
habían hecho maravillas en su sexo y ahora quería
ser empalada como una yegua. Quería un potro que
la montara. Un potro con verga de burro… Richard
accedió a las peticiones de su amante y comenzó
besándole el cuello, luego el lóbulo rosado de su
oreja y �inalmente su boca. Raquel se excitó al sentir
los labios de su hombre y metió su lengua en la boca
de él. Ambas lenguas se enredaron como serpientes
en celo y la respiración de los amantes se empezó
a hacer más entrecortada. Richard, enardecido, la
empujó hacia uno de los postes más cercanos y una
vez que la tuvo contra el madero se apresuró a bajarle
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los pantalones. Mientras lo hacía, el cortito pantalón
de jean había quedado enganchado en el tacón de la
bota. Jaló la prenda con brusquedad hasta que ésta
logró zafar y la arrojó lejos sobre la alfalfa. La mujer
quedó en bombachas, indefensa frente a los embates
del joven. Richard la miró con lujuria y ella, en un
espasmo involuntario, alcanzó a mojar su prenda
íntima. Estaba excitada y deseaba que Richard le
hiciera de todo. El joven se le acercó y le metió mano
dentro de sus calzones. Abrió con sus dedos la carnosa
gruta y presionó hasta que Raquel gimió. Luego frotó
alrededor de la uretra y ella volvió a gemir con más
fuerza. Pellizcó levemente su clítoris y el rostro de
Raquel se trans�iguró. Lucía desencajado y con la
mirada perdida. Parecía poseída por un espíritu
dionisio. Completamente distinta a esa Raquel que él
conocía...
Esa expresión extática de la mujer despertó en
Richard tanto morbo que hizo que se desplomaran
todos sus prejuicios e inhibiciones. Como si la
contemplación de esa imagen sublime hubiera
exorcizado viejas ideas y estructuras, empezó a
desvestirse con furia con la clara intención de poseer
a la mujer. El hermoso potrillo estaba a punto de
montarse a la yegua y Raquel, por su parte, lo esperaba
con las nalgas abiertas... El espectáculo era digno de
ver y más de uno hubiese pagado por ello. La diosa
Epona, llena de fertilidad, a punto de «machizar» a su
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cría. El nacimiento de un hombre nuevo que se forja
en el vientre de la Diosa Madre. Y no era que Richard
fuera sexualmente virgen sino que, por primera vez,
iba a tener sexo de ‹‹verdad››. No con una puta sino
con una MUJER. Con una hembra con todas las letras.
Llegado a esa instancia imprevista, al joven
Richard ya no le importaba nada. Ya no pensaba ni
en cuestiones políticas ni en diferencias sociales ni
ideológicas. La pasión borra todo eso. Allí estaba
Raquel para entregarse completamente a él. Sus
emociones aletargadas pronto se liberaron y se
perdieron lejos en las tinieblas de la noche. Ahora
era un hombre libre. Sin ataduras ni deudas con el
pasado. Cuando llegó el momento de amarse, Raquel
le dio la espalda y apoyó sus manos sobre el poste.
En esa posición Richard le entró por atrás, echando
su cuerpo sobre la espalda de la mujer y aferrándose
al poste también. Así pegados, el uno al otro, eran
yegua y caballo listos para el galope... Apenas el joven
comenzó a galopar contra las nalgotas de la veterana,
entró en un frenesí de aquellos y se descargó sin
poder contenerse. Todo ocurrió en dos minutos, pero
Raquel no se preocupó. La “cosa” recién empezaba. Se
arrodilló delante de él y le empezó a mamar la verga.
El miembro de Richard era bien grueso y la mujer se
metió todo eso en la boca. Succionaba con deseo y
con pasión pues le encantaba la verga del joven. Cada
tanto la tomaba con la mano y la llevaba hacia arriba
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para lamerle las bolas. Se metía un testículo en la boca
y lo sacaba completamente embebido en saliva. El
miembro de Richard no tardó en recuperar su vigor y
a los pocos minutos ya estaban copulando febrilmente.
La yegua ya tenía a su potrillo bien recuperado y éste
la montaba con deseo incontenible.
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
− ¡Eso Richard! Dame así… ¡Cógeme! ¡Cógeme bien
duro! le decía la mujer al joven, intentando que éste
no perdiera el excelente ritmo que había ganado.
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
− ¡Bien!
¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!
− ¡Excelente! Buen macho... buen macho... no paraba de
repetir la veterana.
En la cocina Daniela cocinaba su pavo. El olor a
carne cocida ya empezaba a inundar el ambiente y la
salsa que había preparado ya estaba lista para servirse.
Los espárragos hervían a fuego lento y el Beringer ya
estaba bien frio. Calculó que el pavo iba a estar listo
en aproximadamente veinte minutos. Empezó a poner
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los platos sobre la mesa, las copas, los cubiertos y el
pan. Se preguntó qué estaría haciendo su señora, pero
no se animó a buscarla por la estancia por temor a
quedar como una entrometida. Aunque hacía un par
de años que trabajaba en casa de Raquel y ya tenía
con ella una enorme con�ianza, siempre procuraba
no sobrepasar los límites y nunca se acostumbraba a
decirle “señorita”. Aunque Raquel le había dicho más
de una vez que no le dijera “señora”, la muchacha no
podía con su hábito y de tanto en tanto se le escapaba
el “señora” de su boca. Mientras el pavo se cocinaba
lentamente en la Whirlpool de acero inoxidable, otra
cosa se estaba cocinando en otro horno a metros de
ella. Richard Taylor hacía varios minutos que venía
sacudiéndose a la veterana. El canal vaginal ya había
entrado en calor y sus jugos calientes chorreaban por
la vulva como el jugo aceitoso del pavo chorreaba
por la bandeja acerada. El miembro del muchacho
también estaba que ardía y su glande se había
in�lamado dentro de la vaina de Raquel. Ya nada �ísico
cabía en ese hornillo natural, salvo cosas intangibles
como la pasión y el calor. Faltaba sólo el líquido
viscoso que desprende el macho en la instancia
�inal. Ese líquido refrigerante que aplaca los ardores
venéreos de la hembra. Finalmente Richard se corrió
dentro de ella. Había resistido todo lo que pudo y ya
no podía evitar la eyaculación. Raquel sintió como él
se había venido y alcanzó a retenerlo cuando él quiso
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separarse. Mantuvo al joven bien sujeto a su cuerpo y
no lo soltó hasta que entregó su última gota... Quería
todo de Richard. No perderse nada. Ambos cuerpos
terminaron exhaustos y se tiraron sobre la alfalfa para
recuperarse de la brega. Una vez recuperados de la
misma, ambos amantes se reincorporaron entrando
en la cuenta de que ya era de noche.
− Ya Daniela debe tener lista la comida, dijo Raquel.
Cambiémonos rápido y volvamos a casa.
Cuando ingresaron a la cocina, la mexicana ya
había puesto la mesa y recién estaba sacando el pavo
del horno. Raquel invitó a Richard a quedarse a dormir
en su casa y el joven aceptó. Cenaron junto a Daniela
la exquisita comida preparada por ella y, cuando se
hicieron las diez, ella lo llevó a su dormitorio. El cuarto
de Raquel era cómodo y lujoso, con toques clásicos en
la estructura de la cama y los muebles. Las paredes
eran blancas menos la que daba al respaldo de la
cama, que era de color marrón tierra. Había cuadros
en las paredes y una planta de interior en una de las
esquinas.
− ¿Te gusta mi dormitorio Richard?
− Sí, es muy hermoso.
− Podría ser tuyo si quisieras…
La indirecta de Raquel perforó la mente del joven
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como una bala de plata. Le estaba proponiendo, si no
ser su esposo, al menos ser su amante.
− ¿Quieres que sea tu «hombre»?
− ¿Y por qué no? ¿Acaso me tienes miedo?
Richard se quedó pensativo. Luego, titubeando,
contestó.
− Tengo miedo del amor… Me cuesta entregar mi
corazón.
− ¿Y por qué te cuesta entregar tu corazón? ¿A qué le
tienes miedo?
Richard volvió a hacer silencio. Le costaba mucho
expresarse abiertamente. Era un hombre y como tal
no le habían enseñado a expresar sus emociones.
Finalmente se decidió a responder.
− Supongo que a que me lastimen.
− ¿Y por qué piensas que yo querría lastimarte? Raquel
se le acercó y le tomó la cara con las manos. Yo jamás te
lastimaría, le dijo, y lo abrazó como si fuera su madre.
Richard sintió ese calor maternal, y al sentirlo, se
aferró a él. Ese abrazo le devolvió la seguridad. Se sintió
fuerte y seguro de sí mismo. Raquel lo hizo sentirse
viril. Hombre. Sus miedos se desvanecieron…
− Sí, le dijo. Acepto ser tu hombre Raquel. A tu lado
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comprendí que debo cambiar. Que ya no puedo seguir
siendo el mismo de antes… Sigo sintiendo algo de
temor. Te mentiría si te digo que todos mis miedos
desaparecieron. Pero la con�ianza que tengo en vos
es mucho más fuerte que mis miedos. Siento que debo
crecer. Que no puedo pasarme la vida escapando ni
escondiéndome del amor como un niño asustado. Debo
aprender a ser hombre y a abrir mi corazón. Ser fuerte.
Tu eres fuerte y valiente ¿Por qué yo no?
Raquel le escuchaba atentamente, disfrutando de
cada cosa que decía. Sus oídos le hicieron escuchar esas
palabras que había estado esperando. Esas palabras
que deseaba que él dijera pero que se habían negado
por esas cosas de la vida. Todo le estaba saliendo tal
cual lo soñó en un principio. Con Richard aceptando el
amor y eligiéndola a ella como su mujer. No podía ser
más perfecto…
− Te juzgué mal durante todo este tiempo – continuó
Richard diciéndole a Raquel � pero el curso de las cosas
me enseñó que estaba equivocado.
Finalmente concluyó:
− Acepto se tu hombre. Y si quieres que nos casemos
también… Acepto todo lo que me propongas. Quiero
que seas mi mujer. Quiero ser feliz a tu lado Raquel…
Apenas Richard terminó de hablar, Raquel lo
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arrastró hasta su boca y lo besó. Él sintió la intensidad
del beso y no pudo resistirse a su sabor. Era intenso
y profundamente sensual. Esos besos que penetran
en el alma y te hinchan el corazón de gozo. Que te
dejan clavado en el piso sin darte la posibilidad de
moverte. Richard sintió ese gozo y se entregó. Ella
sintió lo mismo y lo aferró más a su cuerpo. Lo poseyó
a tal punto de no darle la posibilidad de escapar.
Quería que fuera suyo. Suyo y de nadie más. Pronto
sus lenguas se enredaron y empezaron a jugar con
frenesí. Se buscaban, se querían, se deseaban. El
éxtasis del amor los invadía, venciendo la dualidad
hombre y mujer. Un aura de color rosado comenzó
a envolver sus cuerpos. Al principio fue tenue, de no
más de unos pocos centímetros, pero después se
hizo más fuerte, extendiéndose hasta el cielorraso.
Nadie que hubiera estado presente en ese momento
delante de ellos podría haber visto con sus ojos ese
magní�ico fenómeno. Muchas cosas extraordinarias
ocurren en nuestras vidas sin que lo sepamos. Pero
el amor, cuando es verdadero, también tiene su
expresión en el mundo �ísico. Richard y Raquel en
ese beso habían conjurado al espíritu del amor, y ese
despliegue ostentoso de energías presagiaban la venida
de una unión duradera.
− Quiero que nos casemos pronto, amor… le dijo Raquel
al joven.
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− Como quieras, yo sigo tus pasos.
− Ya no tendrás que pagarme la deuda. No se le puede
deber a una esposa. Raquel miraba a Richard con una
sonrisa.
− Claro que se le puede deber… pero lo que se debe se
puede compartir.
− ¿A qué te re�ieres con eso?
− Ya lo verás cuando te enteres…
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EPÍLOGO
Raquel y Richard se casaron en la fecha elegida por
ella. La �iesta se llevó a cabo en el rancho y asistieron
muchas personas. Estuvieron presentes familiares de
la mujer, sus amigos y el padre del joven. También la
mujer de Steve y familiares de la familia Bottoms. Steve
fue operado con éxito y siguió viviendo en su casa de
Phoenix. Vivió muchos años con su mujer hasta que
un cáncer de colon un día se lo llevó. Richard se quedó
con su recuerdo y con todas las cosas buenas que le
había dado. Caroline se hizo mayor e ingresó pronto
a la Universidad. Estudió la carrera de medicina y
ahora es una médica feliz y exitosa. Formó pareja
con un compañero de clase y se fueron a vivir en un
pueblo cerca de Denver. Sus padres, Cynthia y David
siguieron juntos viviendo en la misma casa, que ahora
les quedaba más grande por la ausencia de su única
hija. Continuaron su amistad con Richard y Raquel,
que los iban a visitar las veces que podían. Cuando
Raquel hacía una �iesta en su casa los Bottoms casi
nunca faltaban. De la vida de la madre de Richard poco
su supo, sólo que su marido la dejó por otra mujer más
joven. El hijo que había tenido con él se fue a vivir a
la ciudad de New York y actualmente ella, al parecer,
está viviendo sola en algún lugar de California. Por su
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parte Raquel, continuó manejando sus campos como
siempre y alcanzó su sueño de poder tener su propia
línea de perfumería. En lugares como Paris o Madrid,
incluso Londres o Milán, podían verse los frascos de
“Raquel Wagner” en las vidrieras. Richard, después
de haberse recibido de abogado, ejerció su profesión
durante un tiempo pero luego comprendió que la
justicia no era para todos sino para aquellos que podían
pagarla. Tuvo que defender a un empresario acusado
de contrabando, a una empresa constructora que se
negaba a pagarle una indemnización por accidente a
un obrero, a una aseguradora médica y a una empresa
de sepelios, entre algunas de sus muchas labores. El
día que se hartó de todo eso abandonó su profesión,
no sin antes haber hecho una buena suma de dinero.
Raquel le propuso trabajar para ella, y así Richard
se transformó en el socio de su esposa. También
en su empleado y chofer. Digamos que estaba para
todo lo que ella necesitaba, pero siempre se llevaron
bien. Nadie invadía el espacio del otro. Cuando dejó
de�initivamente la abogacía, con el dinero ganado
compró una hermosa cabaña en un bosque de Santa
Rosa, del mismo estado. La vivienda, lujosamente
amueblada, tenía unas paredes de vidrio que permitían
ver desde dentro los abetos y un pequeño arroyo que
pasaba cerca de allí. Tenía hogares por toda la casa,
lo que garantizaba en invierno una buena calefacción.
En el bosque había sequoias – árboles altísimos
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y ancestrales − razón por la cual las autoridades
controlaban mucho las actividades del lugar. Desde
luego todos esos cuidados no evitaban la posibilidad
de un incendio, pero daban mayor seguridad a los ya
maltratados bosques estadounidenses. Cuando la casa
estuvo terminada, Richard llevó a su mujer hasta allí.
− ¿Te gusta la cabaña mi amor?
− ¡Es maravillosa! ¿De veras que es para mí?
− Tiene tu nombre, se llama “Raquel`s House”. No soy
muy bueno eligiendo nombres, pero el arquitecto que
me la construyó me dijo que estaba bien. Le señaló
con el dedo el cartel de madera barnizado que tenía
grabada la inscripción con el nombre.
Raquel ingresó en la vivienda y recorrió todas
las habitaciones. Estaba encantada con el diseño.
Las paredes externas eran de madera y las internas
de material. El techo era de tejas negras y tenía un
pequeño altillo a dos aguas que daba en dirección al
arroyo. Ideal para hacer el amor por la mañana...
− Mi padre quería tener una cabaña así… – dijo Raquel
con un tono nostálgico – Pero se murió antes de poder
llegar a construirla. Yo podría haberla construido.
Haber hecho realidad su sueño. Pero me produce mucha
nostalgia estar sola en un lugar así. Podría haber
venido con amigas, pero el problema es que no siempre
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ellas están disponibles. Es por eso que siempre, para
vacacionar, preferí la ciudad. Si es posible cerca de una
playa, como Marbella o Copacabana. Pero ahora, que
estás a mi lado, mis sentimientos son diferentes. Contigo
no me siento sola. El fantasma de la soledad pasó… Y
siento que mi padre me mira desde algún lugar del
universo. Me mira y me dice sonriente “Muy bien hija…
síguelo haciendo así. Estoy orgulloso de lo que haces”.
Raquel en ese instante se emocionó. Y una lágrima
rodó por su mejilla de porcelana. No era una mujer de
llorar, pues había llorado mil veces por dentro. Llorado
en sus sueños nocturnos. Llorado a solas sin que nadie
la viese. Richard se acercó y la abrazó. Abrazó a esa
mujer que había cambiado su vida. La abrazó y lloró
junto a ella y quería estar con ella hasta el �inal de los
tiempos. Hasta que el mundo entero se acabase. Hasta
que la luz del Sol dejara de alumbrar la Tierra…
Todas las parejas pueden fallar. Pero no
tienen que hacerlo por el tiempo o por la edad.
Si luchas por lo que quieres puedes llegar a ser
feliz. Recuerda que la llama del amor sólo se
apaga cuando deja de arder...
Cuida esa llama todos los días.
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Love Story
(Una historia de amor)
Ella era 22 años mayor que él
Pero la pasión no respeta edad
El amor entre ambos era
auténtico y sincero
¡Empieza la diversión!
Comienza el dulce tormento...
3 minutos después...
5 minutos y el joven no da más!!!
6 minutos y ya estaba sobre ella ♥♥♥
Su tranca caliente llegaba hasta el cuello del útero...
El juego de lenguas es fundamental
para llevar el éxtasis a su punto máximo
Ahora son dos cuerpos en uno
Emoción..
El abrazo maternal...
... y un amor sin límites
SIEMPRE TE AMARE...
FIN
Matriarcado del Amor
Sobre la autora:
De niña me fascinaron los mundos mágicos, las
historias de misterio y las películas de terror. Cuando crecí
tuve deseos de llegar a ser algún día una bruja poderosa. No
para echarle maldiciones a la gente sino para sentirme parte de
algo mucho más grande. A causa de eso me interesé de joven
por las ciencias ocultas, pensando en que eso me abriría las
puertas al mundo de los saberes mágicos. El conocimiento de
esas artes milenarias me dio algo mucho mejor que poderes
para cambiar el mundo. Me dio el poder para cambiarme a mí
misma, para conocerme y comprender más a las personas.
Fue así como me convertí en una bruja, aunque no la bruja
que imaginaba de niña… Estudié por mi cuenta psicología,
sociología, historia antigua, antropología. Todo aquello que
tuviera que ver con lo “humano”. Después de leer y aprender
mucho se me dio finalmente por escribir. Tuve mis maestras,
que sería largo enunciarlas. También mis maestros, que me
enseñaron lo equivocada que estamos las mujeres en muchas
cosas. Matriarcado del Amor es mi primer libro, ¡pero para
nada va a ser el último! Tengo muchas cosas que trasmitir y
poco tiempo para poder hacerlas. Actualmente estoy abocada
a la investigación de la cultura medieval, la historia de las
civilizaciones antiguas y los misterios de la mente humana.
Además estoy viviendo con un hombre algunos años menor
que yo. No tenemos planificado tener un hijo, pero puede que
en el futuro se nos dé. Más allá de ese pequeño “percance”,
mi pareja dice que soy la bruja de sus sueños… Bendiciones
de la Luna para todos.
Maquetación: Elizabeth Blackwood
Mujer de la portada por Giovanna Casotto
Las imágenes que encabezan cada capítulo
(a excepción de “Regalo de Navidad”) pertenecen
a la artista Giovanna Casotto, de quien me he
permitido usar sin permiso sus imágenes. Espero
que la autora, por la cual me une una profunda
admiración, sepa perdonar mi delito. Pueden
dar con su trabajo (y quizás su mail) si la
buscan por la web. Se maravillarán de su
extraordinario talento.
Las fotos eróticas que pueblan estas páginas
las busqué por internet con ayuda de mi pareja y su
fin es sólo decorativo. Eran tantas que me vi obligada
a descartar la mayoría. Espero que hayan quedado las
mejores.
Actualmente estoy trabajando simultáneamente en
tres libros. Uno de ellos es del género erótico y el otro sobre
misterio y sexo. Habrá cuentos tradicionales, de brujería y
algún que otro lobo o vampiro colado... El tercero es un
libro personal que trata sobre mi fe espiritual. Es una
pequeña autobiografía de mi propia vida aquí en la
Tierra ¡Espero que este último no les aburra!
(la vida no es sólo diversión...)
e-mail: eliza.blackwood@gmail.com
Esta obra tiene derechos de propiedad
intelectual Nro: 1403240415341
Fecha 24-mar-2014 8:09 UTC
Licencia de SAFE CREATIVE
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