P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF ARMENGOL COLL Y ARMENGOL: MISIONERO Y OBISPO PARA ÁFRICA Por Eduard CANALS, CMF Los primeros años El pequeño Armengol nace el 11 de enero de 1859 en el pueblo leridano de Ivars de Urgell, en Cataluña. Era el cuarto hijo de Josep Coll y Josefa Armengol. Posteriormente, nacerían tres más. Por aquel entonces Ivars era una comunidad rural muy pobre debido a la sequedad de la tierra y la consiguiente escasez de recursos. Armengol fue bautizado al día siguiente de su nacimiento en la iglesia parroquial de San Andrés. Pocos días después, su madre lo presenta a la Virgen de Horta. Un poco antes de cumplir los dos años, el 4 de noviembre de 1860, recibe el sacramento de la confirmación de manos del obispo de Urgell, José Caixal, muy amigo del entonces confesor de la Reina Isabel II, Antonio María Claret. El obispo no podía sospechar entonces que ese niño pertenecería también a la congregación de su amigo Claret y sería obispo en las lejanas tierras de Guinea. 1 P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF Armengol crece feliz en Ivars. Frecuenta la escuela. Juega con los amigos en la calle. Ayuda como monaguillo y canta en el templo. Su maestro, Miguel Fondevila, ve en él un discípulo listo y aplicado. Además de frecuentar la escuela, jugar en la calle y ayudar en la iglesia, Armengol echa una mano en las tareas agrícolas de la familia. Seminarista en Solsona A pesar de que en España se vive una tensa situación política que repercute negativamente en la vida de la Iglesia, Armengol comienza sus estudios eclesiásticos en el seminario de Solsona en septiembre de 1870, unos días antes de que el obispo Claret muriera en el destierro de Fontfroide. No es fácil saber por qué Armengol ingresa en el seminario cuando su deseo era ser músico. Su padre había muerto cinco años antes cuando él contaba solo 6. La marcha al seminario alivia las estrecheces el hogar. Armengol vivirá como fámulo en casa del presbítero D. Pedro Jaime Segarra. A cambio de pequeños servicios, su tutor se hace cargo de los estudios y la manutención. D. Pedro, natural de Ivars, amigo de la familia, vive en Solsona. Por esa razón el pequeño Armengol ingresa en su seminario y no en el de Urgell, que es el que le hubiera correspondido, dado que su pueblo pertenecía a esa diócesis. Durante los años que pasa en el seminario obtiene excelentes calificaciones, se siente a gusto en casa de D. Pedro, pero siente que Dios le llama a ir más lejos. El “más allá” de Dios lo acompañará a lo largo de toda su vida. Más allá de los Pirineos Año 1876. A sus 17 años, el joven seminarista de Solsona, con excelentes calificaciones académicas y futuro prometedor como sacerdote diocesano, decide dejar el seminario, pasar la frontera y proseguir sus estudios al otro lado de los Pirineos en el noviciado de la joven congregación misionera, fundada por Antonio María Claret, el misionero arzobispo, fallecido hace tan sólo seis años en el exilio francés. En agosto de este mismo año, Armengol remite al austero general de los misioneros, P. José Xifré, la documentación necesaria, escrita con letra menuda, pero inteligible. En ella aparece como “muchacho sincero, inteligente, de buen corazón”, “padece algún tanto de imaginación”, según el vicario capitular, “y no es de naturaleza robusta”, según el profesor de gramática. Admitido por el superior general, con otro compañero, cuyo nombre ocultará siempre Armengol, inician su camino de aspirantes misioneros, atravesando los Pirineos, frontera de España con Francia, soñando realizar su ideal misionero. Armengol, en éxodo histórico, deja patria y familia, para realizar esa vocación misionera. No volverá nunca más a su querido Ivars de Urgell, muy consciente de que el misionero es un hombre arraigado en el país que evangeliza, pero desarraigado del terruño que le vio nacer. Más allá de los Pirineos, en Thuir, se ha ido reuniendo una comunidad numerosa de misioneros claretianos exiliados por la revolución del 68. Y aquí llegan los dos seminaristas catalanes el 11 de enero de 1877. En esa comunidad edificante inicia el joven Armengol su formación religiosa y misionera. Durante esos años de formación en Thuir, crece milagrosamente la congregación misionera del “Padre Claret”. Eran un centenar al morir el Fundador en 1870. A los diez años, en 1880, son ya 400. 2 P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF La formación que se da en Thuir a los aspirantes a misioneros es sólida, sin concesiones fáciles, apta para formar hombres recios y arriesgados evangelizadores para América y África. Aquí, en Thuir, Armengol el 15 de octubre emite sus votos religiosos y hace su consagración al Señor en el instituto misionero. El P. Xifré, lo ha admitido sin escrúpulos a la profesión sin que hayan pasado los doce meses prescritos de noviciado. Algo especial ve el perspicaz superior general en el joven Armengol. Y aquí, en Thuir, prosigue Armengol sus estudios eclesiásticos durante los años 1878, 1879 y 1880, hasta que llegan a este rincón tranquilo los ramalazos de la persecución religiosa contra los misioneros exiliados. Más allá de Thuir No acaba en esa numerosa comunidad del exilio la congregación misionera fundada por Antonio María Claret. El animoso superior general ha fundado ya en Chile y Argel. Y pasada la turbonada revolucionaria política y social del 68, reabre las casas de Vic, Alagón, Segovia, Barbastro, Alfaro, La Selva del Camp, Barcelona, Córdoba, Calahorra, Pamplona, Solsona... Vuelve Xifré de vez en cuando a descansar con sus misioneros exiliados en Thuir, y prepara nuevas expediciones misioneras. A la fundación de Chile sigue la de Cuba, tierra evangelizada por el arzobispo Claret. Salen para allá el 23 de mayo de 1880 los once misioneros. Las cartas que llegan de las nuevas fundaciones enardecen los ánimos de los jóvenes de Thuir, muy especialmente de Armengol Coll, que en una carta recordará las trágicas muertes de los fundadores de Cuba: “Cuando en el 80 se murieron los de Cuba, a cada cablegrama de defunción, había la mar de ofrecimientos para cubrir la plaza” (Carta de 28 de abril de 1911). En Thuir, pues, no sólo cursa Armengol los años académicos para acceder al sacerdocio, sino que templa sus ánimos para la misión que le espera. Y lo hace ajustando su vida a la “definición del misionero” que les ha dejado el fundador, bien aprendida de memoria, pero sobre todo vivida heroicamente. Heroicamente, en primer lugar, con la expulsión de Francia de la numerosa comunidad claretiana de Thuir. Cambia la situación política en nuestro país vecino y los proyectos de ley que han de ahogar la vida religiosa en Francia auguran tiempos difíciles y de persecución para la Iglesia y las instituciones religiosas. El día 26 de octubre de 1880 se presenta el comisario político en la tranquila morada de formación de los misioneros para decretar, sin miramientos, la expulsión de todos, entre ellos Armengol Coll. Inician el nuevo éxodo a pie y a las tres de la mañana del día 30 de octubre, mientras rezan por los que los odian y persiguen, emprenden el camino del exilio forzoso. La numerosa comunidad, sacerdotes, estudiantes y hermanos coadjutores, en marcha hacia Elna, vestidos con sotana y cargados con los enseres imprescindibles, que han podido salvar de la rapiña de los republicanos, es un espectáculo inédito que impresiona, un verdadero éxodo bíblico. El tren, que pasa por Elna, los lleva hasta más allá de los Pirineos. Mientras, los misioneros expulsados recuerdan y meditan la definición del misionero: “Nada le arredra...se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos”. 3 P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF En la patria, de regreso Los estudiantes de la numerosa comunidad expulsada del país vecino quedan en Barcelona, en la comunidad de Gracia. Calmada la efervescencia antirreligiosa del 68, la espaciosa casa, con amplia huerta, puede muy bien acoger el nutrido grupo de repatriados, llegados del otro lado de los Pirineos. Armengol Coll cursa aquí el último año de su carrera sacerdotal. Aquí es ordenado de subdiácono el 12 de marzo de 1881; de diácono el 2 de abril del mismo año y de sacerdote, con dispensa de edad, el 24 de septiembre de 1881. Tiene 23 años, y unas ganas locas de partir para las misiones. Pero, de momento, ha de esperar. Tendrá “sus misiones” en Alfaro, a cuya comunidad es destinado como predicador para toda la comarca de La Rioja. Ese es su primer destino misionero entre cristianos, fieles unos e infieles otros, como el guardia civil que le dice al misionero a boca jarro: “¡Ojalá hubiera otra guerra!”. Y el pacífico misionero le replica evangélicamente: “¿Y para qué quiere otra guerra?”. Al pacífico y equilibrado joven misionero, que conoce muy bien el superior general, José Xifré, le nombra pronto, en 1883, superior de la comunidad de La Selva del Camp, provincia de Tarragona. Es una casa-misión de venerables y veteranos misioneros. El joven superior de 25 años, entre esos experimentados misioneros revela ya sus dotes de gobierno y su delicada atención a las personas que se han gastado en el servicio del Evangelio. Intensamente ocupado el P. Armengol en el ministerio misionero de la predicación en las poblaciones de esta comarca tarraconense abierta al mar, ve transcurrir tres años de su vida misionera en ese caserón de La Selva del Camp, de claustro señorial neoclásico, santificado por la sangre del primer mártir de la Congregación claretiana, P. Francisco Crusats. Más allá de Cataluña Para el misionero claretiano no hay fronteras ni nacionales ni regionales. Acabado su primer trienio de superior en tierras catalanas, encontramos al P. Armengol en tierras aragonesas, con el mismo cargo en Alagón, junto al Jalón y al Ebro. Llega a finales del curso de 1886, cuando se ha dejado sentir rabioso el cólera morbo en esta población aragonesa. La comunidad claretiana de aquí es numerosa y compleja, dedicada sobre todo a la formación de aspirantes a la vida religiosa y misionera. La constituyen cuatro grupos diferenciados: estudiantes de humanidades y filosofía, con sus formadores; noviciado con su maestro responsable; hermanos coadjutores que atienden los oficios de la casa; y la sección de sacerdotes, “los padres”, profesores unos y predicadores otros. Conjugar las diversas y variadas actividades y hacer convivir pacíficamente a tantas personas no es fácil. Exige una plena dedicación del superior de veintisiete años. El P. Armengol Coll sigue de cerca la formación de los estudiantes claretianos, como apreciamos por las actas del claustro de profesores. Hace aplicar el nuevo reglamento para los estudios eclesiásticos de los Hijos del Corazón de María, que acaba de aparecer. Quiere una enseñanza al día: urge adquirir un nuevo texto más extenso de matemáticas; insta para que se compre el instrumental necesario para las clases de geometría, y ordena adquirir la mejor gramática de griego recién editada, así como la de latín con un nuevo método para aprender la antipática pero necesaria lengua muerta. Será siempre el P. Armengol Coll un misionero culto y un superior responsable de la formación de sus encomendados, aquí en Aragón y pronto en África. Más allá del mar 4 P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF Porque sí, aquí en Alagón, donde ha sido el servidor de todos, recibe el todavía joven superior la noticia de su destino a las difíciles misiones africanas aceptadas por la congregación claretiana en el Golfo de Guinea hace tan solo siete años. Allí han fallecido ya dos prefectos apostólicos y muchos misioneros en plena juventud. Para todo misionero hay siempre un “más allá” posible para anunciar el Evangelio de Jesús. Y ahora, ese “más allá” para nuestro P. Armengol Coll es la Iglesia que está naciendo en el implacable trópico africano. Así lo acuerda todo el gobierno general de la congregación misionera que escribe a la Santa Sede proponiendo como nuevo prefecto apostólico para las lejanas misiones del Golfo de Guinea,“el Rvdo. Padre Armengol Coll, Pbro. superior de uno de nuestros principales colegios, sacerdote ejemplar, edad 31 años, talento y aplicación meritísimo, el cual bajo todos los aspectos nos merece entera confianza”. El camino que lleva nuestro joven misionero a Guinea pasa por Madrid. En la capital del Reino ha de hacer las gestiones necesarias y recibir la conveniente información de todo cuanto ha de llevar y de lo que le va a sobrar, aunque allí falte de todo. Relee de nuevo la “Memoria de las Misiones de Fernando Poo”, escrita por el P. José Mata. Con él realizan los trámites necesarios. Activa la impresión de la “Gramática bubi”, que se está editando y que él quiere esté lista el día de su embarque para Guinea para estudiar, durante los largos días de viaje, la lengua en que ha de evangelizar a los nativos de la Isla de Fernando Poo. Se informa también con el P. Mata del estado económico de esas misiones africanas. Como buen catalán que es el P. Armengol, será siempre un administrador detallista y fiel. Y gracias a sus cuentas y sus cálculos, no andará tan mal la pobre economía de los misioneros en esas misiones guineanas. El 24 de septiembre, el nuevo prefecto apostólico está de regreso en Barcelona y pronto para zarpar, nervioso pero feliz. Escribe: “Es éste un día muy señalado para mí”. Empieza a ver realizados sus sueños misioneros, más allá de ese mar que separa la vieja Europa del misterioso continente africano. Han ido llegando sus compañeros de viaje y de misión. Los más veteranos son él y el P. Sutrías, los dos de 31 años. El más joven, el P. Sala, con 22 abriles solamente. Embarcan a las once y media de la mañana en el cansado vapor Larache. En alta mar, pronto se encrespan las olas con un viento recio y el barco es juguete de un mar embravecido. Hasta Cádiz, a donde llegan el día 27, no se reponen del mareo. A todo ha de estar dispuesto un misionero. Rumbo a Guinea, es parada obligada la de Las Palmas de Gran Canarias, donde se les suma otro misionero, el H. Eulalio Sanz, navarro de trato cordial. Y aquí, cumpliendo la cuarentena impuesta al buque, se enteran de la muerte en Guinea de otro misionero, el P. Vicente Causada, fallecido al año y medio de estar en esas insalubres misiones, y a los 27 años de edad. Pero nada les arredra a ese puñado de misioneros. Dakar es otra parada obligada. Es el primer contacto con el continente africano. La cuarentena impuesta al Larache les impide también aquí desembarcar. Y han de aguantar las altas temperaturas tropicales mientras se distraen los pasajeros viendo cómo saltan los delfines en torno al buque, y contemplando las faenas de carga y descarga. A poca distancia pueden ver la histórica isla de Gorea, mercado de trata y venta de esclavos con destino a América. En Monrovia, capital de Liberia, ciudad fundada en 1822, pueden descender del buque y acercarse en cayucos hasta la playa para pisar tierra firme, aunque la nueva ciudad no tiene 5 P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF todavía calles ni plazas, pero disfruta de una frondosidad tropical, muy africana, digna de ser contemplada. 19 de octubre de 1890. Nuestros expedicionarios de pie, sobre la cubierta del Larache, ven aparecer la cónica silueta de la isla de Fernando Poo con su pico de tres mil metros de altura. A medida que avanza el barco se perfila la isla con su vegetación tropical lujuriosa y los pequeños islotes, centinelas del puerto natural de la bahía. Ese es el término de su viaje y el escenario de su aventura misionera más allá del mar. ¡Cuánto han soñado en esas tierras y en esas gentes africanas! La isla que los descubridores llamaron “Formosa”, y en los días del P. Armengol Coll se llamaba Fernando Poo, ahora es conocida por el nombre de Bioko. Es de una hermosura fascinante, pero mortal. Más allá de la “Cuesta de las Fiebres” Del puerto a la ciudad de Santa Isabel suben nuestros misioneros por la llamada “Cuesta de las fiebres”. Muchos han muerto ya al desembarcar. El nombre del camino ascendente les recuerda a los recién llegados la historia trágica y lúgubre de tantos hermanos suyos misioneros sacrificados ya en estas tierras ardientes del Golfo en tan pocos años de presencia evangelizadora de los claretianos. En siete años, son 18 los fallecidos, la mayoría de ellos víctimas de las fiebres. Todos están entre los 25 y los 30 años. Pero la alegría y algazara acompañada de cantos religiosos con que el pueblo creyente, ya bautizado, ha salido a esperarles, les anima a subir por la fatídica cuesta. Más allá de esa “Cuesta de las fiebres”, esperan al P. Armengol y sus compañeros 15.000 bubis que pueblan la isla y han de ser evangelizados, muchos otros africanos de naciones vecinas, la mayoría de confesiones protestantes, algunos cubanos deportados a Fernando Poo por el gobierno español, algunos ingleses dueños de factorías y negocios; y también amos de las mismas calles que no ostentan sino nombres británicos. No es ciertamente muy optimista la descripción que el nuevo prefecto apostólico hace de cada uno de esos grupos o etnias afincados en la isla. Más allá de la Isla de Fernando Poo Pero el campo misionero confiado a los claretianos va más allá de esta isla hermosa y sus habitantes de etnias diferentes. El recién llegado prefecto apostólico, sin descansar, recorre con los escasos medios de transporte los territorios más cercanos y accesibles: Corisco, los dos Elobeys, la parte continental del Muni y la lejana isla de Annobón. Tribus diferentes, distintas lenguas, costumbres exóticas… África es otro mundo que el nuevo prefecto apostólico ama y se esfuerza por conocer y comprender. Le va la salvación de esos sus hermanos africanos. Recorre ríos, selvas y mares de ese trópico implacable para evangelizar a sus habitantes. En sus años misioneros en Guinea hablará, y a perfección, todas las lenguas nativas de esas tribus: bubi, fang, combe, benga y ese inglés negro que llaman “pichinglis”, que sirve para entenderse con todos. Consciente de la necesidad imprescindible de escuelas para los nativos, urge a sus misioneros a que en todos los centros misionales levanten en primer lugar una escuela para instruir niños y jóvenes en régimen de internado y comedor gratuito. Durante muchos años en Guinea Ecuatorial no habrá más escuelas, aparte de alguna protestante en la capital, que las escuelas de las misiones claretianas, y siempre mal 6 P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF subvencionadas desde Madrid. Y a cargo de los misioneros va todo: libros, comida, vestidos, cama y colchón, medicamentos... En 1890, a la llegada de la expedición del P. Armengol Coll, funcionan ya los centros misionales de Santa Isabel, la capital; cerca de éste, Banapá; más allá, Concepción y Batete en la misma isla de Fernando Poo. A muchas horas de remar, Corisco, Cabo San Juan, Elobey Chico, Elobey Grande, y más allá de la línea ecuatorial, Annobón. Durante siete años han trabajado los misioneros del Padre Claret muy generosa y arriesgadamente. Y ahora el P. Armengol ha de continuar e impulsar esa evangelización iniciada. Ha de hacer crecer esta Iglesia joven de Guinea que el Padre le ha confiado. Esa es su misión. No se resigna el prefecto apostólico a ver disminuidas las posibilidades de evangelización por falta de recursos. Arbitra una solución y la sugiere al superior general, P. Xifré: “En vista del gasto que nos causan los niños, he pensado seguir con ellos un régimen que, al mismo tiempo que los aficione al trabajo, nos dé a nosotros medios de sustentarlos. Cerca de cada casa abriremos para ellos una finca...”. Y es la solución que adopta para no reducir el número de colegiales y no mermar las posibilidades de expansión misionera en los territorios del Muni, sobre todo, con los muchachos educados y bien instruidos en el internado de la misión. Las fincas de ñames, yuka, malanga, cacahuete, plátano y boniatos, proveerán la mesa de los alumnos dotados siempre de buen apetito. Pero la educación escolar en esas lejanas misiones africanas no es tan sólo para los muchachos. La misión atiende ya, a poco de llegar los primeros misioneros, a la formación de niñas y jóvenes, con las escuelas que dirigen las Misioneras Concepcionistas, que colaboran y colaborarán con los misioneros. Y eso, en aquellos años, a finales del XIX y comienzos del XX, cuando en España la instrucción femenina sólo alcanzaba a las clases altas de la sociedad. Esa amplia visión educativa de los misioneros claretianos inmediatamente se nota en la formación de matrimonios y hogares cristianos, que hacen crecer las comunidades eclesiales, a la sombra del campanario. Escribe el P. Armengol Coll a su superior general, José Xifré: “Yo, hasta ahora estoy muy bien, estoy muy alegre, y tengo ganas de trabajar. Quizá me pone ahora el Señor en el Tabor para subirme luego al Calvario”. Y no se equivoca. Más allá del Tabor Más allá del Tabor de los primeros tiempos en África, le llegan “sus Calvarios”. Calvario es para él, la amenaza de la fiebre amarilla que se abate sobre la vecina población de Calabar, con la cual hay constante comunicación marítima y comercial. Calvario es y será durante mucho tiempo el litigio sobre los territorios de la región continental de Río Muni que les disputan a los españoles los misioneros franceses. Litigio que, gracias a la firmeza y prudencia del P. Armengol, acabará con el reconocimiento por parte de Francia de la soberanía española sobre los territorios en discusión, y por lo mismo de la jurisdicción eclesiástica del prefecto apostólico de Fernando Poo, con la consiguiente responsabilidad evangelizadora sobre las numerosas tribus de la región continental. 7 P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF Calvario será esa evangelización del interior del Continente, con nulas o escasas vías de comunicación por las selvas, ríos infranqueables, con misiones y capillas por construir, y por las enfermedades y defunciones de misioneros que no cesan. Calvario será tener que facilitar para la evangelización de tribus tan diferentes, catecismos, devocionarios, gramáticas y diccionarios, a sus misioneros, a quienes exige muy apostólicamente el aprendizaje de las lenguas nativas. Calvario será, sobre todo, la relación con las autoridades que representan a la Metrópoli en esos territorios de la colonia. Relación a veces muy cordial y disponible, pero muy difícil y poco colaboradora por parte de otros gobernadores de turno, alguno “masón empedernido... tirano perseguidor”, a quien en Madrid le han advertido: “No me toque a los Misioneros; si no le reviento.” Calvario será para el P. Armengol su responsabilidad pastoral sobre la lejana isla de Annobón, con lengua propia, el fadambú, incomunicada casi todo el año con la capital, Santa Isabel, por incuria de la autoridad española, de manera que cuando, casi por milagro, encuentra medio para visitarla, lleva siempre consigo un misionero “de recambio”, por si ha muerto alguno de allí. Calvarios no le faltarán a lo largo de su vida misionera al buenísimo P. Armengol, a quien todos quieren, fuera de aquellos para quienes el mensaje evangélico de los misioneros es una denuncia de sus vidas nada ejemplares para los nativos recién bautizados. Pero también tiene sus Tabores y consolaciones misioneras. Tabor es para el prefecto apostólico el poblado de Batete, una comunidad cristiana ejemplar, formada de bubis solamente, sin ningún europeo, fuera del misionero. Uno de estos misioneros, el P. León García, escribe: “Esta Misión es la más floreciente de toda la Prefectura. Sólo en esta Misión se reúnen todos los días festivos en nuestra iglesia más de 400 fieles”. En ese Tabor, el P. Armengol Coll establece un colegio-internado para niñas que dirigirán las Misioneras Concepcionistas. Para aquellos años era un gran avance social y cultural. Tabor es también la misión de Basilé, en las alturas, camino del Pico, y con una panorámica maravillosa. Pero, sobre todo, con una comunidad de Misioneras Concepcionistas y un internado de niñas blancas y morenas que conviven y fraternizan ejemplarmente. Es para el P. Armengol un descanso subir hasta allí y hablar con ellas. Tabores son también para el prefecto apostólico las misiones de Musola y Concepción, que funda en el este y en el oeste de la parte sur de la isla de Fernando Poo, para que la evangelización pueda penetrar entre las tribus bubis de ese sur inaccesible de la isla. Pronto llegan ya sus misioneros hasta Ureka: una hazaña misionera. Tabor es también la capital, Santa Isabel, donde la comunidad cristiana va creciendo notablemente y ha de pensar en un templo capaz de acogerla para celebrar los cultos. Ya se habla de una catedral. Y la habrá el 23 de enero de 1916, edificada en vida del P. Armengol, y 8 P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF gracias a sus sudores y desvelos. Un templo airoso neogótico, con dos torres, admiración de todos cuantos lleguen a Santa Isabel. Otro Tabor, mimado por el prefecto apostólico, es la misión de Banapá, con todo su complejo de edificios y su equipo de personal preparado para atender al servicio pastoral de la misión, la escuela, el internado y talleres profesionales de agricultura para explotar la amplia finca, carpintería, zapatería, albañilería, etc... hasta imprenta en los primeros años del s. XX, para editar una discreta revista informativa, “La Guinea Española” que irá creciendo. Para construir la catedral y poner en marcha la imprenta ha tenido un buen colaborador en el P. Luis Sagarra, un misionero catalán “todo-terreno”. Más allá de prefecto apostólico Desde 1890 nuestro misionero biografiado se ha entregado en cuerpo y alma a la misión que la Congregación le ha confiado como prefecto apostólico de las misiones del Golfo de Guinea. Ha trabajado duro y sin descanso. Lo reconocen el instituto misionero y la Santa Sede. En los albores del siglo XX la Iglesia de Guinea ha alcanzado una madurez suficiente como para ser reconocida como vicariato apostólico y con obispo al frente. El nuevo superior general, P. Clemente Serrat, considera que el crecimiento de esta joven iglesia de Guinea, a los 20 años de evangelización, requiere ya la categoría y rango de vicariato y la presencia y servicio de un obispo. Por esas fechas, “las Misiones cuentan en la Guinea con 11 residencias de Misioneros y tres de religiosas, con un personal de 80 individuos, manteniendo abiertos 14 Colegios, en los que educan, alimentan y visten a 548 niños y 303 niñas”. El gobierno de Madrid, consciente de su mal proceder contra los misioneros injustamente calumniados, apoya la propuesta del gobierno general de los claretianos ante la Santa Sede. Es el reconocimiento oficial de la labor evangelizadora, humanizadora y cultural de los misioneros claretianos en Guinea, de la cual el P. Armengol Coll ha sido el director y animador durante catorce años, habiendo pasado sus Calvarios, pero también habiendo gozado de muchos Tabores. Y, aunque ante un posible nombramiento haya repetido varias veces el P. Armengol que “todas las mitras echaría al Muni”, obediente siempre el hijo de Cal Traginer de Ivars d’Urgell, el hasta ahora prefecto apostólico será el primer obispo al frente de la joven Iglesia de Guinea. Y con su catedral inaugurada. Con motivo del nombramiento, el P. Armengol ha de viajar a Madrid y Roma Se embarca en el San Francisco que zarpa del puerto de Santa Isabel el 26 de febrero de 1904. Un atronador cañonazo resuena en la bahía cuando el buque leva anclas a las cuatro de la tarde, rumbo a Barcelona adonde llega el 18 de marzo a las seis de la tarde. A los pocos días el P. Armengol ha de llorar la muerte de otro de sus misioneros en Guinea, el P. Benito Allueva Castro, un aragonés dotado e inteligente, de 27 años. Ha llegado a las misiones guineanas el 16 de febrero, en el mismo San Francisco en que ha partido el P. Armengol. La muerte no perdona en ese trópico africano ni a los más jóvenes ni a los más dotados. El P. Benito ha vivido sólo veinte días en esas misiones, entregado al estudio del bubi y el inglés negro para ser un evangelizador útil entre esas gentes de color. De Barcelona pasa el P. Armengol a Madrid, bien abrigado, pues teme mucho el frío de la capital. El cambio del trópico africano a los fríos de Europa le provoca siempre inevitablemente catarros y gripes. 9 P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF En los Ministerios de Madrid, la venerable presencia del nombrado vicario apostólico, con su luenga y blanquísima barba y un rostro tostado por el sol del trópico, dan insólita autoridad a sus palabras, cuando expone sus ideas sobre la promoción de esas tierras y esos pueblos africanos, confiados a la corona española, últimos restos del antiguo imperio colonial. Lo ameniza todo con lances y aventuras de sus expediciones misioneras por selvas impenetrables, ríos peligrosos y mares alborotados, por los cuales han de navegar con frágiles cayucos, y por esos años ya con alguna lancha a remos. Cuando le preguntan por la fauna y la flora africanas, se entusiasma el P. Armengol hablando de las gigantes ceibas, de los árboles de ricas maderas y los refrescantes cocoteros y egombegombes de las playas vírgenes y solitarias. Ultimados los asuntos oficiales en Madrid, ya le esperan en Roma al nombrado vicario apostólico. El 3 de mayo se firma el decreto de erección del nuevo vicariato apostólico y el breve del nombramiento del P. Armengol Coll para el cargo. Para ello recibirá la consagración episcopal el 19 de junio. Será en Roma, porque, como escribe el mismo interesado, “de allí han partido los Obispos Misioneros más célebres que en todos los tiempos han evangelizado los países de infieles, y en Roma fue donde adquirieron aquel vigor que les hizo arrostrar innumerables peligros y hasta sacrificar su vida por la salvación de sus hermanos”. Y nuestro P. Armengol Coll, consagrado obispo, con ese vigor evangélico cumple con sus obligaciones de pastor el resto de su vida en sus queridas misiones del trópico africano, entregado al anuncio del Evangelio del amor, de la paz y la justicia. El nuevo vicario apostólico intensifica la presencia misionera en la región continental. En 1909, inaugurado el siglo XX, con visión de futuro da un paso muy importante para la evangelización de África con la creación de un instituto religioso femenino, la primera congregación religiosa autóctona africana, con el nombre de “Auxiliares de las Misiones”, que en 2009 cumplen ya su primer centenario, con un nombre más suyo: “Misioneras de María Inmaculada”. Estarán, piadosas y serviciales, esas religiosas al lado de los misioneros claretianos en la frontera de la evangelización, ayudando en las catequesis de niños y adultos, en las “sigsas” de acogida para muchachas y mujeres mayores, también en los dispensarios, y eso en los principales centros misionales de Nkuefulán, Evinayong, Mbini, Añisok, Ebebiyín, en la región continental; y realizarán también muy buena labor catequética en las comunidades cristianas más formadas de la Isla: Banapá, Basilé, Bososo, Basakato… Fue una intuición profética del “Padre Obispo” -así le llaman cariñosamente al vicario apostólico- que agradecerán las futuras generaciones, sobre todo en los años difíciles de persecución, cuando las congregaciones europeas habrán de abandonar esas misiones. Pero esos tiempos tan difíciles en esas misiones ya no los verá el primer vicario apostólico de la Iglesia de Guinea. Más allá de esta vida No con muchos años, 59 solamente, pero sí con muchos méritos, celebra, porque así lo quieren sus misioneros, los 25 años de vida misionera en Guinea. En este trópico africano, 25 años son muchos años. Con este motivo le dedican un homenaje el 7 de abril de 1918, cuando ya se cumplen casi los 28 de la llegada. Y es que el P. Armengol tenía una agenda muy llena para celebrarlo antes. El P. Armengol, eso sí, agradece a Dios que le haya conservado la salud para servir durante cinco lustros “y con propina” a esa Iglesia ya crecida de Guinea. Da las gracias a Dios y a sus misioneros. Considera que el homenaje es para todos ellos, “para los 10 P. Armengol Coll Eduard Canals, CMF que viven y trabajan duro y para los muchos que en este cementerio de los misioneros, que es Guinea, han sepultado su salud, su vida y sus ilusiones misioneras”. No tardará mucho el P. Armengol en unirse a ellos. Al estrenar el año 1918, ha escrito al superior general de los claretianos, Martín Alsina: “¡Haga el Señor que la paz venga pronto!”. El fin de la primera guerra mundial tardará todavía unos meses en llegar. Pero la paz y el descanso para este esforzado misionero obispo, se acercan ya. El 14 de abril de 1918, el “Padre Obispo”, ha inaugurado la nueva iglesia de Baney. A su regreso, las cinco horas de travesía nocturna por el mar se le han hecho eternas. Al amanecer, desde alta mar, vislumbra las afiladas torres de su catedral y eso le anima, pero llega herido de muerte. Como de costumbre en sus viajes, al llegar lo primero que hace es mudarse de ropa y celebrar la misa con el fervor y la pausa de siempre. Es ésta la última misa de su vida sacerdotal y misionera. Se encuentra muy mal y se acuesta. Llaman al médico. El enfermo toma los medicamentos recetados, pero no mejora. Hay consulta médica. Coinciden en la gravedad del caso. Alguien le sugiere que si recupera la salud, cantarán un Te Deum de acción de gracias a toda orquesta. Él se santigua y empieza a cantarlo con alegría en el rostro, agradeciendo al Señor la muerte que llega. Pero la agonía se alarga hasta la madrugada del día 21, con pleno uso de sus facultades. En ese estado de lucidez, renueva su profesión religiosa, y le encarga al P. Nicolás González: “Escriba al reverendísimo padre general, diciéndole que le doy satisfacción de todo y que protesto querer morir en la congregación como humilde religioso”. Y muere al amanecer del día 21 de abril, domingo, pero no en la cama, sino en un sencillo sillón de rejilla. Eso sí: muere como un santo, digno de figurar en el catálogo de los “claretianos de ayer y de hoy”. 11