JOSÉ MARÍA GIL ROBLES Y QUIÑONES (Salamanca, noviembre de 1898 / Madrid, septiembre de 1980) Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca, cambió la cátedra universitaria que había ganado en 1922 por la política, ligándose al activismo católico dentro de los sindicatos mixtos confesionales como la Confederación Nacional Católico-Agraria de la que llegó a ser secretario general en 1930, a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP) y la prensa próxima a esta organización (El Debate) y a la creación del Partido Social Popular (PSP) de 1922, inspirado en la doctrina social católica, junto al conservador Ossorio y Gallardo y el tradicionalista Víctor Pradera. Como gran parte del catolicismo ultraconservador se aproximó a la Dictadura de Primo de Rivera, colaborando con Calvo Sotelo. Fundó en abril de 1931 Acción Nacional, después denominada a partir de 1932 Acción Popular (AP), que se inspiró en las doctrinas posibilistas o accidentalistas de El Debate de Ángel Herrera Oria para tratar de aglutinar una oposición a la República sin manifestarse taxativamente a favor o en contra del régimen, en una calculada ambigüedad que buscaba organizar a las «gentes de orden» eludiendo el debate sobre república o monarquía que se veía como estéril y un obstáculo para un frente unitario. Se convirtió así en el más conspicuo representante de la derecha católica que buscaba modificar la Constitución de 1931 sin recurrir obligatoriamente a una insurrección armada o abolir la República. Esto le distinguía de los carlistas, monárquicos alfonsinos y fascistas. Participó en la Comisión que elaboró la constitución, pero tras la aprobación de los artículos sobre la Iglesia se retiró de las Cortes con casi toda la minoría agraria, a la que pertenecía. El fracaso de la «Sanjurjada» en el verano de 1932 realzó esta táctica como la que contaba con más probabilidades de éxito y aumentó su popularidad, formando la CEDA entre febrero y marzo de 1933, una coalición más amplia que sumaba distintos grupos conservadores y católicos locales. Pese a todo su programa, del cual casi la mitad lo formaban los apartados de Religión, Enseñanza y Política Agraria, sus preocupaciones principales, buscaba la instauración de un régimen corporativo y autoritario antiliberal y el restablecimiento de todo el poder político y económico de la Iglesia, paralizando la reforma agraria, educativa y laboral impulsada por el primer bienio. Su receta para resolver la conflictividad obrera se basaba en la doctrina social católica; su base social las múltiples organizaciones de la Iglesia y el apoyo de buena parte de su jerarquía; todo lubricado con una potente financiación y una importante militancia. Recibió por ello el respaldo de numerosos sectores agrarios del interior de España, especialmente de Castilla, así como de la clase media conservadora y católica. También mostró gran admiración por los métodos y logros del totalitarismo italiano y alemán después de haber visitado y estudiado ambos regímenes, aunque nunca comulgó con diversos aspectos del ideario fascista. Las elecciones de noviembre de 1933 le convirtieron en uno de los grandes triunfadores, pero la negativa de la CEDA a reconocer formalmente la República le obstaculizó el acceso al poder. Por ello decidió seguir una estrategia de desgaste de los gobiernos radicales cobrándose su necesario apoyo parlamentario con concesiones de todo tipo que le convirtieron en árbitro de la situación. Para ello usó a las JAP, las Juventudes de Acción Popular, en amenazantes actos de masas en lugares como Covadonga o El Escorial con saludos marciales, banderas, emblemas que evocaban visualmente a la esvástica y cantos de ¡Jefe!, ¡Jefe!, exigiendo cada vez mayores cuotas de poder para sí mismo. Finalmente boicoteó la negociación entre los gobiernos de Samper en Madrid y de Companys en Barcelona que pretendía solucionar el pleito suscitado por la Ley de Contratos de Cultivo retirando la confianza al primero y forzando que la CEDA entrase en el Gobierno, lo que fue la señal para la insurrección de octubre de 1934. Exigió para los protagonistas de ésta una represión implacable que, al no producirse, provocó otra crisis en 1935 con la que logró aumentar la presencia de la CEDA en el gobierno y entrar en él como ministro de la Guerra. Convencido de que los políticos republicanos eran demasiado débiles para hacer frente a la revolución marxista en marcha eso le hizo confiar cada vez más en el ejército y colocó en lugares estratégicos o ascendió a los militares más antiazañistas como Fanjul, Franco, Goded, Varela o Mola probablemente con la idea de dar un golpe de Estado, boicoteando las iniciativas reformistas de los miembros más progresistas de su partido (Giménez Fernández) o al menos no impidiendo que fuesen torpedeadas. En el mismo sentido contribuyó a hacer naufragar las políticas de ajuste presupuestario de Chapaprieta. Tras la caída de éste en diciembre de 1935 exigió la presidencia y en su caso el decreto de disolución de Cortes para dirigir las nuevas elecciones que se perfilaban, pero Alcalá-Zamora, que como casi todos los republicanos desconfiaba de sus intenciones, le negó ambas cosas y le obligó a abandonar la cartera de Guerra. Esto le enfrentó con el jefe del Estado de forma irreversible. Una vez conocida la victoria del Frente Popular en febrero de 1936 intentó que el Gobierno invalidara los resultados y declarara el estado de guerra sin lograrlo. Su estrategia de tomar el poder de forma legal al estilo de Dollfuss en Austria o Hitler en Alemania (políticos con los que la izquierda le comparaba) había fracasado y la derecha autoritaria española tomó buena nota de ello. Logró mantener unido el partido ante las crecientes discrepancias entre su ala izquierda (Giménez Fernández, Lucia), partidaria de convertirse en un partido republicano democristiano y los autoritarios del partido y los representantes de los terratenientes (los «conservaduros»). Transfirió fondos de la CEDA a Mola para el golpe que se avecinaba, que le encontró hábilmente en Biarritz (Francia), donde pasaba cada vez más tiempo. Tras ser expulsado de Francia recaló en Portugal desde donde apoyó al bando franquista durante la guerra, pero sin formar parte de su organigrama, a diferencia de la gran mayoría de cedistas. Se declaró monárquico y permaneció en el exilio como asesor de Juan de Borbón. Llegó a contactar con la oposición republicana y socialista (Pacto de San Juan de Luz), tras el final de la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que los Borbones se reconciliaran con Franco y el episodio del «contubernio» de Munich en 1962 le dejó fuera de juego y fuera del país, al que había vuelto en 1953, poco menos que desterrado temporalmente. Entonces escribe sus trabajos autobiográficos No fue posible la paz (1968) y La monarquía por la que luché (1976). Ligado definitivamente a la oposición, ejerció de abogado de los sindicalistas del Proceso 1001. Tras la muerte de Franco puso en marcha nuevos proyectos democristianos que naufragaron durante la Transición y le hicieron apartarse de la política. BIBLIOGRAFÍA Ardid Pellón, Miguel Ángel y Castro-Villacañas, Javier (2004): José María Gil Robles. Barcelona: Ediciones B. Gil Robles, José María (2006): No fue posible la paz. Barcelona: Ariel (1ª edic. en 1968). Montero Gibert, José Ramón (1977): La CEDA, el catolicismo social y político en la II República. Madrid: Ed. Revista de Trabajo, 2 vols.