Planes anticrisis Álvaro Bracamonte Sierra* Con la peor recesión de los últimos 60 años, los economistas de todo el mundo se tuvieron que remangar las camisas y trabajar febrilmente en acciones orientadas no sólo a mitigar los estragos de la crisis sino a poner las bases para recuperar la senda del crecimiento. Mañana martes, Obama jurará como presidente de Estados Unidos; bajo el brazo trae ya cocinado un formidable plan de reactivación que, según cálculos, creará entre tres y cuatro millones de empleos. Se estima que el monto destinado al programa es de mil millones de millones de dólares. De la suerte que tenga el plan dependerá el desenvolvimiento de la economía mundial, especialmente la de México. En nuestro país los planes anticrisis se han multiplicado. Las autoridades de todos los niveles diseñan y aplican medidas para contener el daño que eventualmente registren los principales indicadores económicos. Calderón ha propuesto, en menos de tres meses, dos planes anticíclicos. Lo mismo han hecho el Gobernador mexiquense y el Jefe de Gobierno del D.F. Incluso el PRD anunció la semana pasada su propia estrategia; de hecho, el movimiento encabezado por López Obrador propuso a mediados de diciembre un conjunto de acciones encaminadas a administrar las repercusiones del crack económico. Independientemente de que en algunos casos estos planes responden a una lógica electorera, nadie medianamente informado pondría en duda que eran no sólo necesarios sino urgentes. Unos cuantos datos ilustran el acelerado desmoronamiento de la economía que hacía impostergable la aplicación de acciones extraordinarias so pena de correr el riesgo de sufrir consecuencias irreversibles: Sólo entre octubre y noviembre de 2008 se perdieron más 400 mil empleos. Durante el año pasado la producción nacional apenas creció 1.8 por ciento; fue el ritmo más bajo de América Latina. Lo peor es que en el 2009 se pronostica que será negativo; Venezuela y México son los únicos países que estarán en esta triste situación. Por otra parte, las exportaciones tienden a desacelerarse a raíz del profundo desplome que registra la industria manufacturera estadounidense, especialmente la automotriz, misma que consume grandes volúmenes de materias primas fabricadas por la industria maquiladora mexicana. También, las remesas se están desplomando abruptamente: en el 2007 se ubicaron en 24 mil millones de dólares mientras que el año pasado no rebasaron los 20 mil. Al desempleo, que se extiende por todo el País, se suma el drástico aumento de la inflación, sobre todo la que corresponde a la canasta alimenticia. En este caso, según las propias cifras oficiales, se ha elevado en más de 67 por ciento los dos últimos años, cuando los salarios mínimos lo han hecho en sólo 8.4. En estas difíciles condiciones, es importante evaluar la efectividad del nuevo plan anticrisis calderonista. A éste le precedió, en octubre pasado, el anuncio de un programa anticíclico con el que implícitamente se aceptaba que la crisis mundial golpearía a la economía mexicana. Se plantearon recursos extraordinarios para infraestructura y la construcción de una refinería. En cambio, la estrategia del 8 de enero se basa en tres ejes: a) blindaje del poder adquisitivo de los trabajadores, b) protección del empleo y, de nuevo: c) incrementar la inversión en infraestructura mediante un mayor gasto público. Los planes oficiales y los propuestos por el PRD y los gobiernos del Estado de México y de la capital del país se parecen en lo fundamental: la protección del empleo y la reactivación de la producción a través de un incremento del gasto público. Se advierte en ellos la restauración del Estado como actor central del desarrollo económico; se trata, dicho en otras palabras, del regreso de Keynes al primer plano en la formulación de políticas públicas. En ese contexto, la clave entonces sería detectar las diferencias entre lo que propone Felipe Calderón, el plan perredista y el gobierno de la ciudad de México. Lo que marca la distinción es que, en estos últimos, la austeridad y la reducción del precio de la gasolina, diesel y electricidad constituyen el centro de la estrategia. En los de Calderón, en cambio, estos aspectos no fueron considerados. Marcelo Ebrard, por ejemplo, contempló la reducción del 10 por ciento en los sueldos de los funcionarios de primer nivel; también, la disminución del uso de automóviles, teléfonos y otros. El plan de AMLO incluye además un incremento importante de los salarios mínimos, a fin de resarcir parcialmente la pérdida del poder adquisitivo acumulado en los últimos 25 meses. Algunos pensarán que dichas medidas son populistas; sin embargo, deberían tomarse como muestra de que el Gobierno debe ser el primero en ajustarse el cinturón al inicio de un periodo de sacrificios económicos. Dada la profundidad de la crisis, medidas de ese corte son indispensables para sentar las bases de la recuperación. *Profesor-investigador del Centro de Estudios de América del Norte de El Colegio de Sonora, abraca@colson.edu.mx