® VII Los arduos dilemas de la democracia en Colombia Llús Alberto Reslrepo' '. Profesor del Itl$lituto de Estudios Políticos y Relaciollcs [nteclIJciona.lcs (TEPm), UlIjversidau Nacíon~1 de Colombia. !' " ReSUfllCn Todo régimen democrStico, y ell p;Hti<::ubr el colombiano, condiciOIlJdo por su sistema político, enfrenta grJves dificultades par;¡ hacerle frente a un conflicto interno tan serio como el que padece ColombiJ. Los cambios, la dispersión y las contradicciones en el poder estatal se ven enfrentados a la concentrJción del poder y la coherencia esttatégic<l de un ejército irregular como las HillC. En Colombia, la legitimidad del Estado no se (:Qnfronta jninó­ pahnente con UIlJ aspirJCión guerrillera a su propia legitimidad sino con su poder financiero y militar, obtenido de fuentes ilegales y criminales. El artículo pbntea interrogantes, pero no pretende aportar soluciones, que no son Gciles. Palabras claves: asimctrÍJ estratégica, negociación, guerra, co­ herencia, duración. Me propongo analizar aquí la responsabilidad que le cabe al Estado cololllbiallo en la prolollgación del conflicto armado que vive el país, con especial atención a ¡as políticJS de los dos últimos gobiernos, el de Andrés Pastralla (I998-2002) yel de ÁlVJfO Uribe (2002-2006). Dejo de lado, en cambio, el aporte primero y funda­ mental de las guerrillas, los paramilitares u otros distintos f.1Ctores que -como la geogr:lÍia columbiana, el desarrollo de econonúas de guerra, la droga, etc.- ya han sjdo analizados por diferentes investigadores. Más que entrJr en u na discusión casuística acerca de la coo­ vClliencja de cada UJJa de las. políticas adoptadas por uno u otro gobierno, me propongo sustentar una tesis general. Quiero mostrar que mientrJs no exista una duradera política de Estado, es muy di­ ficil, si no imposible, qne un gobierno o unJ sucesión de gobiernos puedan darle solución al conflicto armado. Esta tesis, así enunciada, no dice nada nuevo. Esw í,nphcada en los reclamos que discintos sectorcs de b socicdad coJombian;¡ vienen expresando desde hace algunos años en demanda de una política de Estado ante d conflicto. Le añado aquí, sin embargo, UJl elemento esencial. A mi juicio, teniendo en cllenta la amplitud e intensidad que ha akJnzado el conflicto armado en Colombia, al Estado le reS\lltJ hoy imposible poner en práctiCJ una verdadera política, no necesariamente por falca de voluntad o capa<:idad dc [3 15) :,' Luis Alberto Ro'tropo ., Los arduo.' dilemas ,le /" ,lc"'<'Cracia fIl Calombill los gobiernos, sino, sobre todo, debido a los condiciOI1~\Inientosque " Los gobIernos de P<1stran<l y Uribe se han visto obligados a jugar impone el r¿gimen democrático freme a este tipo de situ;lciollcs y, . cartas definitivas, y, como lo sostIenen ;¡lgll110S analistas, Colombia en p;nticulJr. debido a bs uracterísticas y linút~ciolles del sistema "~ podrLt haber entrado en la 6se resolutiva del conAicto. 2 El lluevo político colombiano, contexto internaóon;¡], ahora mucho más intr;¡nsigente frente a b L1 estrategia del Estado frente ~ con{jjcto comiste, como se sabe, en mer::cs polítiCJS de gobierno: planes de corto pIno, impl'Ovisados y con frecuencia c<ll11büIltes en el bpso de una nUSlllJ adnünistra, ción; políticas que no comprometen seriamente a todo el Estado violencia p riv"d", (:¡¡ m bjén em pl0a hacia su resolución defi nü,iva. A esta segunda tesis me referiré mís adelante. Si las perspcctiv<1S aquí el1tl nci adJS son v;Í lidas, pla Iltea n in te rro­ r g;lIJtes muy serios sobre la democracia cololJ1bJ;tlJa. Por mi p:ute, 0, m;Í,s aÚlI. que dan lugar a divisiones y conspiraciones internas invito a examinar, de m:mera desapasionad;:! y realista, la validez de entre distintos sectores del poder con el estimulo de una voluble la5 premisas que propongo, dejando por ahora de l<1do las conc1u­ opi Ilión pública y de diversas fr::cnjas de b sociedadY estas caracte­ sion es, q 1I e podrí:ln se r diversas. nstic;¡s son intónsec,ls a b democracia colombiana en su posición ante el conflicto. La prec;¡ried;¡d de las políticas gu bertlJl11entales , Precisiones con Ce pI u ales no seria tan críticl si no se vicl<l enfrentJd~ <l b re);¡tiv<l coherencia . y duración de la e5trategia insurgente, en particular de LIs Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cololl1bía (rARe), así como con la unidad de esta guerrilla en su ejecucióll (Ferro Medina y Uribe cuya previa ;lclaración puede ahorrar malentendidos. Ra món, 2002).1 Para deci do en térlllí nos lllJS acaJémicos, entre el Estado colombiano y los insurgeIHes existe -en lo rebcionado con los procesos de elaboración y ejecución de sus políticas y no en el campo estriCf.1l\lente milüar- una asimetría "-_,Im/égica favorable a los instll-gentes. En estas cQ1Jdícíones, ninguna il1jcj.1tiv<l gubernamental -ni Antes de entrar en materia, quiero precisar cuatro concepciones En ¡)(imer lug,lf, tomo aquí la noción de paz en su sentido restringido, como cesación del conflicto armado, abandono de las anms por parte ele las organizaciones al ll1:Hgen de la ley e installr<lóón del monopolio de la fuerZ<l estJtal. Desde luego, para consolidar este tipo de pn en Colombia es indispensable (lue los IllJS " gobieruos lleven a cabo serias reformas económicas, sociales y políticas, en particular una amplia transformación del sector fU"'\. La ausencia de refoou;!, Si)]l ilares es, a mi juicio, la Il1JS seriJ crítica de di~logo, ni de 'rien« arrasada', ni de presión llliliur con müas que se les puede formul:lr;¡ las poüticas de todos los gobiernos co­ a u na negociacián- tíene probabilidades de éxito. Y aunque el lombianos. Sería necesario, asimismo, <1delantar una transformación Estado colombiano h;l mantenido hasta ahora bs regl<ls b<ÍsJcas de de las costumbres politicas: pero esta tarea no compete mI amente la demoCf:lcia y un;¡ sillgtliar estabilidad en medio de a los gobieruos. Ull conflicto _' correspolld~sobre todo a los partidos y al COll­ t,m grave y prolong;¡do, la asimetría estratégica de l¡lS políticas lo . greso, que hastJ ;lIJara han entorpecido el calubio, no tanto de las ha ido desg;lstJl1do a través de sucesivos intentos, contradictorios y... n0n11<lS -que ya fueron parcialtnelJte modificadas- como sí de las fallidos, de negociación o guerra, costu lllb res reinan tes en la JC tividad politíca. Debo advertÍL' que Lls condiciones que han limitado el al-; ca lJ ce de bs polí Licas gtl be rila mentales p II eden esta r camb) ando. bllen est\I(.liQ sobre L1 c!abOI',lCión de estl"J tegí"s, des;ll'l'OUO~ ~j' org.:tlúzKiolJ;¡]es y construcción de las ickJS POlílic<lS dc esa o\-g~niz.ación¡ " , Se trata de lUl Sil) cll1b:trgo, dado que ,liS :tutores se bas,nJ en buena n\\xlid,l en bs de­ l chrJciones de losjefes de es;¡ organiz,loóll, obtenidas durante los diálogos;. de pn del gobierno de Past(~ na, h versión sobre la (oiJe rell ci. interna di:' jas FN\C resulta idealizada. ,\; [3[6J Mientras no se lleven J cabo seria5 reformas de este tipo, es muy probable que no se pueda consolidar la paz en Colombia. Pero ~ Tesis sostenida desde h;lce ;tlgún tiempo por el profesor Armando " Borre ro, ex (O nsej ero de segll ri(!<Id, y, posteri ormc IItC, pOt el colllllmista y ,~sesor de segu ri (LId Al (redo lb ngel. La nllSlll3 tesis fu c expresada, a su n,lodo, por el cOlm ndante de bs rARe Jorge Driceiio,'Mono Jojoy', cllando. t¡-;¡s la rllptll r;¡ de las ncgoci acion es, s<: ¡,"Ió q ue, dentro de Jl¡;ullos alios, O . bien las FI\lK sol icit~ rí"ll varios departamcntos o bien se reuniría n en 1111 pueblito de Alemania par~ s~lvar lo que quedara de h org:uuzKión. [317] .'l~ ',) Les arduos dilemas Luis Alherto Re'(fel'0' ~11 obtencióll no se identifica con estos cambios; por el contrario~ una concepción maximalista de la paz, que la identifique con la ne ¡" ¡f,,,,,,c,.trcia CIL Colombia \ Requiere que los ant;¡gonist;¡s, o al menos alg¡mo de ellos, haya lIeg;,do a la conclusión de que inst;ull-acióll de IIna sociedadjust,j y democr~tica, nos conduce a j pucdt' derivar de UIl SQI1 mayores Jos beneficios que acuerdo o menores los males que se le siguen de éste, que aquellos bienes o m;¡!es que podría esperar de Ul1;1 el contrario, bs dos pntes un caUej6n sin saüdaY esto por dos razones. Ll primera, porque la . ~. prolongación de b g1len--:l. Pero si, por equidad y la delJ1ocraci~ son siempre perfectibles. Ningull~ socieebd alea nz.J j amás una perfect~ eq II i lb el Y JemOCr¡l c i;:l, Y es i lJ1 posi ble en conflicto abrigan aún la i]mión de obtener un triunfo militJr frontera a pa rti r de la cu al se pueJ ~ ciecir <]u e u na o dI:: mejorar notJbkmente sus condiciones en la negociación mediwte la presión armada, 110 es viable la solución negociada. En de marcar 11 na sociedad determinada las ha rcaJjz~do y;¡ , Si debiéramos cOlldiciol1u la conclusión del conflicto armado a la obtención de nna mayor I eyuiJad y democracia, sería preciso entonces que las org~niz.aciones rebeldes defillieran, con precisión y claridad, a putir de qué mo- .' este aspecto, los pwt;lgonistas de un conflicto armJdo suelen ser bastante 'rJcion;l1cs'. J La tercera cOllsider~ciÓl1 es que la verdadera disyuntiva política mento considerarian que la sociedad colombiana ha conseguido el que enfrentan los gobiernos colombianos no es entre paz o guerra, grado de equidad y dell10ctacia equivalente, según ellos, a un<l paz como ;1115\1110S lo af¡ r lllJ 11. Las O pcjones rea Illlente disponibles son o suficiente para ~bandoJlar las armas y poner fin al conAicto. De Jo bllscar la pn por vía exdusivamente lllilit<lT o procur:u-Ja mediante una combinación de presión militar y llegocí<Kión. Ninguna solu­ ción negociad;l es posible nuentras la presión militar de una de las partes o de a nll'JS no persu<lda a los contrÍJlcantes de la necesid<ld contrario, tendri<ln siempre argumentos pa ra continuar indefinida­ mente la lucha violenta. En segundo lugar, y sobre todo, porgue el mismo enfrenta­ miento ann.o.do se ha convertido en U110 de los factores que I1l~S de tr~l1sigir. Por ello no es extraílo qlte, desde agosto de 1982 h:lsta KrecientJ b desigualdad en Colombia. Por \ll1a parte, la 15\lerra est~ 2002, Jfcet;lndo de una manera muy grave a la economJa y eUo incre­ buscado la finalización del conflicto mediante una combinación menta el desempleo y, por b otra, absorbe cada vez m<Ís recursos del Estado, con lo cual recort:! su G\p:lcidad de adelantar reformas de estrategias militares y políticas. Según las cirnmstallcias, unos y realizar inversión social. De este modo, la guerra contribuye a " han l)rjvilegiado la negociaciólI, aunque hay que seJ'ialar también incrementar la pobreza. Entre t;:lIHO, facilit;l el em-iquecimiemo de que los gobiernos que han optado de Illanera preferenci<lJ por una tanto Jos gobiernos colombianos Co1110 las guerrilbs hubiemll gobiernos hall hecho hincapié en la presión mjlitar, en tanto otros unos pocos que se benefician direct..lmente de el13 o que adebntan de eS{,lS dos estrJ te gias ha 11 te nninado cambiando sus en fog ues en a su sombra, y con la participación de las organizaciones umadas, mitad de Cantillo. 4 grandes negocios ilegales como el narcotr~f¡co. Por esta razón, si No sobra advetti r que el) las reflexiones que siguen no me refiero ;1 tln;l eventual inc<lp<lcidad militar del E5t;Ic\O colombiano, para concluir el conflicto debiér<lll1o$ esper;lr a gue se hllbier;¡ con- " SUlllado un profundo cambio económico y social en Colol1)bi~, nos verbl1los ll1;Ís bien arrastrados <l \.111 círculo vicioso: no se reuuncia .:~-' a );¡s :nnus porque existe desigualdad y la ineguidad es cJda día mayor, porque no cesa J;¡ gllerr;¡. Por estas dos razones, considero , SillO exclusivamente a sus limitaciones en iJ ebboración y ejecu­ ción de políticas consistentes que pemútan esperar algull:t solución del conflicto. Por ello HUSillO, tampoco tomo en consideración los apoyos llIilitares externos que recibe el Estado colombiano. Estas indispensable sostener que b paz debe ser entendIda con10 el fin ~ del confucto ¡¡rmaclo y el abandono de las armas por parte de las otgallizaciolles ilegales. -1:1, La segunda consideración es una simple verdad de perogrullo,',': Un Estado dispone de una de dos vías pJra buscar el fin de un'­ .\ conAicto armado: la ,0hICión negociada o la victori~ IllJ]itaT. Desd'1' luego, 1;1 primetJ es la más dese<lble, pero no siempre es posible, , :~ L3 18J \ J RaciolJ<t!cs :11 me nos en el sentí do \JtiJ itar iSt.1 del término. , Así lo hi zo Beh~:1rio Betallcur (198 2-19~(¡), tras b toma de! P~Jado dc justicia:Virgilio OJrco (I9U'-I<)?O), tns el secuestro de ÁJvaro Gómez; , César G~viria (J9?O-I<)94), Iras b ofensiva militar a C~sa Verde, y Andrés PJst~na (1998-2002), tl,;]S el ~se~il1,lto de Consuelo A(Jújo Nogue,", 'L1 Cacic~', y el seclIes t ro de 11 11 aviÓll comercial COIl el se nador Getch en Tnrbay a bordo. l3 19J 'c Los arduos <filemos de la dClIlocrtlcia en Colomúia Lui, Alberto Restropo el colombia no, qtle du ra ya cllatro décadas, p\.leda ser resuelto eH el término de C\l:ltro :lilas. El breve tielnpo del que disponen los gobiernos, sometidos además a las presiones de una opinión pú­ blica vol\l ble, habituada J evaluar ];¡s estrategias por sus resultados inmedi atos, los impulsa con frecuen cía a decí dir con precip ita ci ÓJl. No es de extra ííar que casi todos los presidentes colombianos de Jos últimos 25 años -sobre t.odo aquellos que se hJn jugado su capit;¡J político en est.rategias Il):ís definidas, COIllO Turbay, Betan­ ;yuJas, aunque pueden incrernentar su capacidad militar, e inc1llSo podrían asegurarle ulla aparente victoria bélica,S 5011 incapaces de mejorar la eSC(lsa coherencia y consistencia de sus políticas. Con estas cuatro observaciones previas doy paso, ell primer Jugar, a la sustentación de la tesis general, ya enunciada, sobre Jas limitacio­ nes dd Estado colombiano, de su régimen y de su sistema político. para darle solución al conflicto armado interno. A continuación miraré cómo, en oposición a lo seJiabdo, la evoluóón lnisma del conflicto y el ombio del contexto internKional nos han situado aute la necesidad de su resoluóón.Y,para concluir,presentaré algunas reflexiones más generales sobre las dificilcs relaciones entre demo­ cracia, opinión pública y conflicto artllado en Colombia. Debo anota r, aden lás, que nus refiexion es tienen en CHen ta sobre toJo a J;¡S FARC, no porque desconozca al Ejército de Liberilción Naciollal (I:LN) o a las Autodcfensas Unidas de Colombia (Aue), sino porque hast:J boy esa organización constituye, dentro de estos grupos, el reto más serio al Est.ado colombiano. La notable consistencia de sus polítios y su sólida organización burocrática ofrecen un agudo contraste con la dispersión e i¡¡coherencia del poder estatal. cur y Pastr;ma- hayan tc:rrninado S\I período desacreditados ante la opinión, y que S\lS esfuerzos en est.e campo hayan concluido ~n el ¡i'acaso. La política de Uríbe y su resultado final parecen Linútaciul1l's del Estl'ldo colombiano pMa ponede fin al conflicto armado La corta duraci ón, la con ti Ilua va ria ció 11, las drásti cas ru p tu ras y 1<1 improvisación en las políticas gubernantcnta1es, así como la falta de unilhd en el Estado nusmo en su ejecución -en suma, la falta de una estrategia bien defmida-, han chocado con una relativa coherencia estratégica y una mayor unidad ejecutiva de las r·,\Rc. Examinemos más de cerca estos planteanuentos. LIS políticas <'(uUl'Tn<llller·¡lalrs son de corfo plazo La polítil.:a de cada gobierno ante el conflicto sólo puede. extenderse, como es obvio, a su propio cuat.rienio. Ahora bi en, políticas de tan corta duración están c",si inevil;.lblelllente abocadas al fracaso. No parece posible que \111 conflicto tll1 complejo como En eSte s~ntido es aleccionado... lJ experiencia d(O Jos acontecimientos recientes en Afganisún e lr~g.Tras un triunfo mijitar ~plasta]]{e de Estados Unidos, la superpotencia se ha visto e 11 illcapaci dad de rest<lulecer el orden y la pn. < [3 201 I contradecir h;¡stJ ahora esta secuencia, aunque es necesario es­ perar aún su result;¡do fillJl. De todos modos, como Jo seí'lalaré más ade!:lnte, el notable cambio de las condiciolles nacionales e in ternacioll3les podría explicar esta mayor consistenci;¡ de la opinión y del mismo g-obie.rno. La falta de continuidad de jas políticas estatales ante el confljcto no se limita al hecho de que éstas concluyan tras los cuatro años de un gobierno. Mucho mJs grave resulta que la política de c:lda nuevo gobierno se trace con frecuencia en explícita ruptura y con­ tradicción con la de su predecesor. Buena parte de su popubridad iIliciaJ se monta sobre eJ corte con la~ políticas de su antecesor frente a la guerra. Uribe rompió raclical mente con Ll estrategia de paz de P;¡stra­ na; pero no es el único caso. Belisario Betancur montó los d;~logos de paz a lomo de una opinión hostil al Estatuto de Seguridad de Turbay. Barco anunció" puls!=> flrme" una vez que las ilusiones de paz de Betancur se consumieron en las llamas del Palacio de Justicia. Gaviria lanzó la .. guerr:a integral" contra las fAI\.C y el ELN tras las negociaciones iniciadas desde el gobierno de Barco; sin embargo, ante el 'fracaso' de la guerra, Samper propuso de ll11eVO negociaciones, que no prosperaron debido a la crisis de su gobier­ no. En vez de logrJr la paz, el conflicto adquirió dimensiones de verdadera guerra. Pastra na lanzó entonces conversaciones de paz con las FARC, pero tras el 1 J de septiembre su intento terminó en la declaración de guerr;l sin cuartel coutrJ la misma organización, setialada ahora como terrorista. Y el fracaso de los intentos de paz de Pastralla le abrió las puertas al proyecto de autoridad de Uribe. No hay en el EstJdo mayor continuidad en las estrateglas [pI J U>S Luh A.lbeno Resnepo J nte el conflicto. Prevalece casi siempre la polítio de "borrón y \ C\lent" nueva". Lo anterior no silPúfica que no haY'~n existido t:<lmbién hilos de continuid"d en el tratamiento del conflicto. La mayor parte de ,,' ellos ha sido, probablemente, el esfuerzo emprendido por todos los " gobiernos, a p:lrtir de Bdisario I3etJIlC\ll, por fort<l\ecer bs fuer""~ de segurid;¡d del Est3do. Otro talHo puede decirse de 1.1 reiterada, combinación de negociación y guerra entre 1982 y 2002, Junque cada una de cst:lS dos estrategias se ha abandonado sin tener ell cuenta la ililfútada tenacidad que se requiere p3ra poner fin a un conflicto tan ar.raigado. Los cambios radic:l1cs de política por p:1rte de cada gobierno se inspiran con frecuencia en el aían de los ondídJtos presidenciales por captar votos; pero no se derivan de UIl mero oportunismo electoral. M~s bíen, ante los nulos resultados del gobierlJo que ter~ mina, los candidatos que aspiran a sucededo se ven inducidos po~ la opinión a cabalgJr sobre su fracaso. De hecho, Betancur, Pastrana y Uribe fueron recibidos por los colombianos como salvadores del país, lo que no impidió que, al final, los dos primeros concluyeran, . SIl m:mdato en un profundo desprestigio. Pero estos sucesivos y. radica1cs cambios de política d..ifiClllt:lll cualquier solución de! conAicto, $~a negociada o militar. ::. !J,S pvlítlws gr.¡.bcrntll1lcn la/es son i, nproIJL<<1d<!s Las estrategias gubernamentales ante el conflicto armado son¡ .\ adc11I5s, improvisadas. Y es dificil que políticas no bien Jlleditada~ ~.. teng:lll éxito e/1 la solución de un probleJll<l tan complejo. Quiero mostrar aquí por qué la Ílnproví.sación no es necesarí:llllente el·; " resultado de la incapacidad o Jigerez.1 de alg1.1l10S gobiernos, sinq,;~, ante todo una consecuencia ínevit;lble de las ümitaciones de las.' reglas de fllncioll:ll1liento oe la democracia, en general, y de la..: colombiana, en particular. Desde [lIles de los anos setenta, las políticas para trJt:n de so"". luciollJr el conflicto se han convertido en Ull tema cada vez más.' importante en los debates electorales. Un candid;lto que no silltO~" !lice con la opinión en este Pl\l\tO o qllC no logre persuadida de Sll~ propias opciones no parece tener, al menos desde 1998, posibilidad de llegar al poder. Que Ja opinión de Jos ciudadanos acerca de 1I1~ [3 22J «(rd,~os dilelll"s dc {ti dClflocr"cóa CIl Colomhil1 \ problema celltral de la nacíón tenga un peso decisivo en las urnas • es natur;l! en Ull<l democracia; pero más que un tenw elecrorJ.l, j;¡ estrategia ante el conflicto se ha convenido en un tema electorero, que atrae votos, y que por dIo da pie al oportunismo y la impro­ visación de los candidatos. Pastrana, por ejemplo, no le prestó casi ninguna atención al conflicto antes de la primera jornada electoral. Sin embargo, traS haber sido derrotado por escaso margen, auullció sor preSiV<lllle 11 te, al conúenzo de la segunda vuelta, su disposición para negociar la paz con las FARC e incluso para "ir al monte", si fuera necesario. "-; Luego, envió al coordinador de su campaila en Cundinamarca, Víctor G. Ricardo, a dialog;¡r con Marulanda. La foto de Ricardo con el jefe guerrillero y el 'Mono .fojoy', difundida por los medios, tuvo un efecto decisivo en la opinión. M5s adelante, rastrana anunció que, si erJ. elegido, retiraría la fuerza milit<lr de cinco municipios dd sur. Tales promesas y gestos, gue eomprometbn seriamente J:¡ esrrategiJ del gobierno y la suerte del país, fueron casi totalmentt' improvisados. Al parecer eran producto de los ~omejos de úlÚm;1 hOl'3 del dirigente conserV<lclor Álv;¡ro Leyv:l. quien había mantenido de tiempo atrás conversaciones COIl las , FARC (Téllez y otros, 2002, y Valencia, 2002). Con todo, tales ae­ : lítndes parecen haber inAuido decisivamente en los electores. El ': '{-! de junio de lY98, Pastrana superó a Serpa por cerca de medio millón de vmos. . Ante la precariJ situación del Est:ldo tras el gobierno de S3mper, ~l presidente Pastrana adoptó un modelo de negociación abier­ \?, basado en b gcner;lCión de: confi.anz:l con las fARC (v.1lencia, 2002). Con ese principío en mente, les concedió el despeje militar de 42.000 kilól1letros cuadrados, sí Il haber convenido Jntes unas íionnas mínirllJS sobre su uso ni sobre el papel del Est3do o de la éomunidad int~rnacionalen la ZOrJa. Estas indefiniciones, derivadas ~e)a estrategia elcgid3 pero también de la improvisación, dieronpie ~ reiteradas tensiones del gobierno tanto con las Fuerzas Mil.itares y la opinión pública como (;O!1 la núsm;¡ organización insurgente. Por ,sú propia f,nprevisíón, el gobierno quedó situado entre ambos fue­ .gos. Sometido a las presiones de los dos lados, terminó dilapidando todo su capital político. Algunos tropiezos del proceso y su fracaso !¡;lal se gelleraron, en buena medida, alrededor de los rumores, " . [323J Luis Alber(o 'roces y conflictos que se suscitaron en torno Re_Ilrcl'0. L>s ardu~s dile/llas ¡fe la Jrwccmcia CIl Colontuin 13s condiciones que M5s clisCll tibJe aÍln ha sido b selección de los conúsionados de No es posible saber si b política de seguridad de Unbe fue de b política gl1bernamental.Y en este punto sí les cabe tUla gran 1- responsabilidad a los gobiernos, aunque se encnentran también :J. deberi()1l regir en la zona de despeje.(' paz, asesores y negociadores, quienes tienen a su elrgo la ejecución también una mera estrategia electoral, b expresión de llna íntima ' condicionado,s por la fragment<1.ción del sistema de partidos. El cri­ convicción o una cOlllbinaóón de Jlllbas cosas. De todos modos, tUYO consecuencias electorales. En su caso no se trató de una po­ terio predominante p;¡r;¡ el nombramiento de los comisionados no sición improvisada. Como gobern"dor de Antioquia, Uribe había tomado dristjcas rncdid;ls de seguridad, y desde mucho antes de ha sido sicml1re que se ¡-ompier<11l Jos di~logos con las nacional, si110 ¡njs hien otros atributos que los hacen funciotlales <1. la estrategia presidenci;d. PARe venía pregonando la necesidad de que el Estado ejerciera mayor autoridad frente ;¡ 1,,5, guerrillas. Sus puntos de vistJ contribuyeron a orientar la opinión S\1 habilidad de negociadores, ni S\1 conocimiento teórico o su experiencia directa del conflicto, ni su representativid"d ~, Los dos comisionados de Pastram respondí:lO sobre todo" cri­ pública, Pero, sobre todo, Uribe tuvo la suerte de que, en el monteu­ ­ terios de amistad y lt::\lt(llholl el jefe del Estado. Fuera de algl.l11~S to de las elecciones, sus propuestas coinciJieran con las corrientes . gestiones realizad<lS durante el gobierno de Bet<lnem en rebeión de opinión preclornjnJnres en el país y en ellllundo tr<ls el frac<lso con la I'Jz,vÍGtor G. Ricardo carecía de especiales conocimientos de las conversaciones de paz ell Cololllbia y bs repercusiones del o experiencia en este campo. La dificultad de 13 tJreil y los errores 11 de septiembre en el planeta. Sin esta constelación de f.1ctores es de Ricardo Obl i garon fi nJ) lJ1 e n te a Pastrana a removc d o del ca rgo. probable que Uribe no hubiera Ueg;¡do <1 ser presidente. A diferencia de los gobiernos anteriores, Uribe y su equipo El presidente nombró etltonces, en Illayo de 2000, a su secretario elaboraron. antes de la posesión presidencial, un documento sobre. 'c prepar:lóól) pa r<l el dc-sempelio de su c'lrgo. Ade1113s, desde el prí mer mOllJento file mirado por las r'Me como el antagonista de Ricardo. De ta I ma Il.t'f<l tlt\~' 1<1 ro p tu fa con la gen erosidnl j Ilicial destruyó la su estrategia de seguridad; no obstante, incluso en este caso, la es­ trategia, elaborada ell bs premuras del inicio de Ull gobierno, 110 p¡-ivaJo, Camilo GÓl11cz. El nuevo comisioll<1.do t~lt1rOCO poseía dejó de tener una alt., dosis de improvisación. 7 precari;l cOllfi<lllZa construilb hast;t entonces con las PARe sobre bases eguívoc;ts y con altos costos, y le dio fundamento a b suspicacia de Entre otros episodios se puede recortb,r cómo la cxigencí<l de las FARC de 'lue se retil<lQ b. fueru milit;¡r del B~t~Uól\ Cnadores dio 1U15'11' a las primeras tensiones fuertes entre Jos :tItos Ol;mdos militares y el gobicrno~ , L~, fi\JlC congelaron 13, convcrs~(ioncs en rechazo a la decisión de P~str:ma de cre~r ulla cOInJsión de vcri[¡cKión que alemlie\~l las denuncias sob,e " violaciones en la z.ona de despeje. EI1 olra oportullidad, fll~ el gobierno, qUIen las congeló ,1Jlle el secu~stro de Utl ,1vión por pnte dd guerrillero¡ , Arnubio Ramos y su desvío h~cia b zona dt: distensjól). M;'s ~dehlltc, ya " osi :ti 6n;11 del proceso, bs conver1ia cíOlles fueron slIspendi elas por bs FARC: r" en protesta por los controles externos que el gobierno puso ;¡ la ~ona. sucesiv;¡s prórrog;1s de la :>;ona de despeje fm~rOIl t~mb)¿'n objeto de fuertes' temiOl1cs del gobi efllo COI; los 11l ilttJr~s_ ' 7 Según dechracíones de la entonces 1l¡j\1.istr~ ele Oefema ~l gnlpo de. ~cadémicos al que convocó pna disClI tír el borrador de la estra tegi~ d~¡' ~eg\lr)(üd democrática. Tr~s d triunfo de Uribe, el e(Juipo del 11l1CVO presidente electo lt~bría prepar;ldo un primer dOClll1lt'llto de segr'rida~ 'lile, Juego. antes ele su pubhc;ldón, [ue puesto a ,uscusióll de distintos ~s..1 orgillli 2.,1 ci ón fn;:n te ó G-s grupos 13 2 4J SOCJaI cs. J G óm ez. Pastra 11a nombró, adcm;ís, em tro grupos sllCesiyos de negociadores, todos ellos es<..ogidos por el presi­ , dellte entre Sll~ amigos o cercanos, y só.1o convocó a personalidades de la Iglesia y del Partido Liberal cuando el aislamiento del proceso '. exigía una lJl<lyor amplitud (V:I\ellcia, 2002).8 1, L ), Se puede pClJsar. en c:llllbio, que Uribe nombró ;¡I actual co­ I'nisioll<ldo PO( sus credenciaks aC3démic:ls, pacifistas y hum"nit:l­ rias ~ 11 te 1;1 opi món p{1 blicl. Esta ele<.:ción sugi e re q \1 e la pr j me ra , íntención de Uribe era la de ;¡yudar a legitimar ante la opilJióll Segúl1 el testimonio de M~ri~ Elluna Mejía, IllÍembro del primer grupo, la i Ilicia lJ n en la mesa de conversaciones desde el S de 'enero de '999. En clIl1bio, Cnlte Jos voceros del gobierno tuvimos que h.cer lIna rel11lió 11 y rC<lJiZJ r un;l verchdera1Ju vj<l de ide_s de la que SJI ¡eron lE I1l11llerales entre pUlltos )' subpuntos para proponer a la rusClIsión de las FAAC. , , .. (V:d encia, 2002: 121). ! ~'Ia\ FMl.C toll1 J 1'011 [325J Luís Alberto Reslrepo ÚH \;3cion;\\ e intern;lcional SllS medidas de segurid,ld, y sólo en se­ gunda instancia JbrirJe canunos a una negociación, pero desde las , cOllvertido en blanco de las ;uncnaZ:1S y atentados de los grupos J.l nnrgen de la ley, sin que el gobierno nacional esté en condiciones condiciones del gobierno. Es comprensible que cada presidente quiera contar con un co­ misionado que se ajuste a su estrategia ante el conflicto y que éste deba ser una person a de su conflall l.1 pe rSOlla 1y política; pero t<l!es criteüos no deberían llevar a prescindir de otras calidades esenciales que deberh poseer quien ha de conducir un proceso tan complejo. . En clI<IlCJuier caso, sorprende qlle ninguno de los presidentes co­ lonlbianos lv~ a¡Hovechado b experiencia acumuladJ c!urante los últimos veinte años por Jguellos que h;¡n participado en procesos anteriores o 50\1 reconocidos expertos en el teun. Pero los recelos entre partidos y grupos poJíticos co]ombi;.¡1l.0s. cu;.¡ndo no bs anti­ patías personales. parecen impedir esta colabor;1Ciól1. Las políliC<ls de g<)bicnJv ¡W compl1.JlI1dell arr/"os dilemas dc la r/cllwcracia en CQIQmbi" de brindarles plenas gal<lutías por su seguridad. Esos dos fKtores los impulsan a tomor iniciativas propias frente al conflicto. De ahí la insistencia de numerosos gobemantes de provincia en la solicitud al gobierno central, al menos basta el gobierno de Pastr<lna, de facultades para adelantar negociaciones locales con las guerrillas, a lo (Ilallas gobiernos nacionales se 11m negado. A pes;¡, de ello. muchos gobern~ntes locales rnantienen convenios secretos con las organiZ3cioncs arnudas insurgentes O ....,. cOlltrainsurgentes. De hecho. guerrílJas y paramilit:lres disponen hastJ. a hOI<1 de pa rte i~llpO rt.111te de los cargos y recursos na cionales a través de acu erdos con. alcaldes y gobernadores. Estas j nicia tiv:ts, que parten de un enfoque Jacal o regional del conAicto, dificultan \, cada vez más el desarrollo de una política nacional coherente. Más a loao el Esl,jd" aún, estas políticas locales, enfre.ntadas a las estrategias nacionales de Un último aspecto, crítico par:l. las políticas gubernamentales, es un grll po cen trali 7~1do como las que no todos los org-<lIl.isIllOS y fUllcionarios dd Estado se sienten comprometidos con cUas. Cualquiera sea b politica del gobierno~ fJ\RC, se encue 11 tra n en u na nota bJe desventaja eSlf'<ltégica y va1l en detrimento de c\I;11quier política del ést:l debe contar de antemano con divergenci;.¡s, oposición y di­ gobierno central. l'ong:IIHos algullos ejemplos. Dur;.¡ntc el gobierno de P;.¡strana. visiones illterllas en el seno del Estado mismo, CJue en ocasiones ¡mec!en UcgJr hastJ la conspiración. En estas condiciones no es facil • los seis gobernadmes dd sur del país, opuestos a las fumigaciones aéreas incluid3s en el Plan Colombia, deS:lrrolJaron tina diplomacia g u e una estrategia pll eda teller éxi too En efecto, la política ante el conflicto no depende sólo de la internacional orientada a busc.ar recursos para cre:tr un fondo pfOpio que propiciara un des;.¡rrollo alternativo de la región. En Arauc:l y voluntad del presidente o del gobierno central. Éste requiere del ;¡poyo del resto de los poderes Ejecmivo.Legisbtivo y Jurisdiccional. y sobre todo del resp,ddo incondiciol1a1 de:: la Fuerza P\lblicJ, en e'n otros departamentos, como Pu tu mayo y Ca gue tá, algu nas autori­ dades habíall lIeg-Jdo a convivir con las guerrillas y a compartir con ell;ls, en algunos CJSOS desde h::ce alrededor de veinte aiios,9 puestos, especial de los militares. De t'llmanera que todo presidente, antes que negociar con las guerriJl;ls, debe negociar su política con el • resto dd Estado, y estos arreglos deben prolonguse. día a día, a lo,'" largo de todo su periodo de gobierno. La relación del gobierno central de Colombia 1 j' el resto! ~ del poder Ejecutivo en tomo a h guerra interna se ha vuelto es­ pecialmente difícil. La descentralización política consagrada en la Constitución de 1991 rompió la unidad del Ejecutivo en d..iversos.:~· CHUpOS y, en particular, frente <ll conflicto. Gobernadores y alcaldes hoy deben responder por sus :1(;tos ante la pobb.ción de sus Inuni,'" ). COll cipios y regiones, 11)5s que ante el gobierno central, sobre todo el~. relación COll b violencia que los Jseciia;<ldemás, lIllOS y otros se hari~ "l:i~ [326] regalías y presupuesto. Durante el actual gobierno esos nexos se han debilitado. pero es m\ly probable tJue no hayan desaparecido por completo. En Magc!Jlena sucede otro tanto con las AutoJefensas ~ aesde los atlos ochenta, mientras en Córdoba y Urabá un fenómeno , similar (lat;) de hace aJgo más de un lustro.Ambos fenómenos pare­ cen est;.¡r aún vigentes. Al comien.zo de su mandato, Uribe mantuvo una relación dificil con las autoridades de Alltioqnia, quienes -con el asesinado gobernador Guillermo Gaviria ;.¡ la cabeza- asumieron lá polític:l de No Violencia y conversaciones departamentales con r ~ .Es e I caso dd 25 aiios. HN en A r'1\lCa. donde esa org;lIúzación lleva y;t Jn~s de [J27} --------------~===~ Luis Alberto Re'trepo., UlS ardllOS dilemas eJe 1" las guerriUas.1O Esta desarticulación de J~s polític:ls del Ejecutivo dC~lOcracia CII C~lo",bía I , nús ponder~dJ, sino por intereses particu!al-es. Incluso, cuando las central logre llevar y Il1:lntener sufIciente fuerza pública y brindar t autoridad jurisdiccional, como aconteció, por ejemplo, a fines de seguridad efectiva a todas las regiones y a sus gobernantes. Entre abril de 2003, con la suspensión ~c la~ Zoms de Rehabilitación, frente al conflicto es diúcillllente reversible,;¡ 110 medidas ya estiÍl\ en ejecución, pueden ser desmontadas por :ilguna ser que el gobierno y como puede suceder con la ley que aspira a brindarle un marco tanto, debilita al Estado y sus estrategias de defensa. Desde luego, 1<1 descentralización cOllstituye un importante avance dClllocr:ltico.Aspira a darle al ciud,llbl1o mayor participación jurídico a la negociación con los paramilitares. ConsideT<lcíón específica merece la rel;¡clón de cada gobier­ I y control sobre el poder local y sus representalJtes, y en este sentido ¡lO 1I cololllbiauos han cometido numerosos y graves abusos de poder. debería contribuir a forCllecer la legitimidad del Estado. Pero en el ompo no ya de la legitinúd;.\d, sino del enfrentamiento de fuerzas: la eficacia de las políticas estJtaJ.es tiende a verse entorpecida con las Fuerzas Mili t:\res en tomo al conflicto. Los militares Muchos de sus míembros han sido responsables de tOHuras, desapa­ ~ por, r.iciones, masacres, asesinatos selectivos, nexos con organizaciones . paramilitares y engalios aja. opinión. Además, como buena parte la descentT<llizaclón. de la sociedad colombiana y de sus élítes políticas, también eUos Las políticas del gobierno deben enfrcnt.. 1r también un dificil tr[¡mite J través de Jos demás poderes del E,tado. Como es norl11~, en una democracia, el Ejecutivo debe someter su política frente ,. se han visto afectJdos por el narcotcifico y por un alto nivel de corru pción e i Ileficiencia, proyectos en-, Por otra pJrte,los militares constituyen el único cuerpo per­ cucntralJ críticas y oposición. En Ulla democracia bien constituida manente del Estado colombiano. Mientras un presidente dura al conflicto a la aprobación del Congreso. Alli Sl\S y babncead;:¡ por partHlos fuertes. el debate no sena facil; pero en Colom.bia se torna ,Iún más dificil en razón del deterioro y fral:;,;: ; mcntJción de los p:ntidos políticos. Ante los proye::<:loS no suelé . klbcr posiciones de partido. Las cóticas de los congresistas se fUl1d:lI1," con frecuencia, en intereses persomles O de grupo, con los que el gobierno se ve en );¡ necesicbd de negociar. Después de su p as 9: ' por el Congreso, bs leyes y los decretos son a su vez sometidos a;\ (" control <.\t: la Corte Constitucional, no exentl de parcialidad polític~ Asimismo, como corresponde en una democracia, bs medidas s(;m,~ objeto del an~liSls y l:l critica de instituciones como la ProcuT<lduria y b Dcfcnsoóa del Pueblo. El proceso de aprobación de bs políticas de gobierno frente ~~ conflicto es dispe ndioso y la s metas gll berllJ m enta les suele ti ql~eda, desftguradas en su trámite no siempre por una visión estratégical '. ~ El confuso episodio de los tralOS autoriz"dos por la Gobernación . l' del Dep<Jrtamemo de AlltiOqui<t {con el gnlpo de las IWlC glle mantcl¡m secuestrados a.l ex gobernador Gaviria y el ex ministro Echev~rri, y dr:! rcsunto tTJshd o ele once ouerr illeros enfe rlllüS en ti n heli cópte ro '~ de; ~ P la Gobem:lción sin collt<lr con ~\Itoril<1ciól\ presidclIci;IJ, es apellas tJll~ cuatro ailos, un general lleva treinta o más ailOs al servicio del . Estado. Los ;lltos mandos aCtuales han experimentJdo en carne propia el conflicto (Il'm~do, conocen palillO a pJlIllO el territorio y la población naciOIlJl y tienen U11 conocimiento directo de sus antagonistas. En estos aspectos, los milit:Jres conforman el único cuerpo estatJl que compite con las FARC en algún tipo de visión ,,: estratégica de largo plazo, au nque ésta sea meramente militar. De alU que ninguna solución al conflicto sea posible si no se los tiene muy en cuenta. A diferencia de lo que ac.ontece en las FARC, el aho mando milit.3r no posee atribuciones políticas. La lógicJ de la guerra no es iguJl a la lógica política COI1 la que se orienrn una sociedad diversa y, compleja. La ocupación de l~s armas dificulta la comprensión 'política ele una sociedad. Por eUo es necesario que el gobierno ci­ 'yil ejerza, de manera inequívoca, la dirección política de la Fuerza f..,nnada. IQ pequeih Il1ueSlra de dio. " [nfortllllJ,ela1lle 11 re, éste no ha sielo el <:;150 e 11 111\1 ch os 111 un I cipios lombi;¡nos. Este es \In lema que mercce lIna cllld,\JoSJ eva..!uación. (323] cpi­ ' Esto no significa que un gobierno pueda i.mponer sus polítÍcJS a,las fuerzas ntiJitares sin prestar atención a sus plintos de vista. Antes le·convocar a diálogos o decl:uar la guerra a las guerril.J;¡s, el go­ b;erno civil debe acordar Sil política con sus propias fuerzas.Y antes de. cada paso i 1)1 port:l11 te, debe establecer un d iáJ ogo fraJlco con ~s altos mandos, para el cual, en el corto y agitado período de un [329J Lt,;s Alberto R.cSlrcpo, , gobierno, apenas queda lugar, Lo contrario da pie ;l Los ard¡{05 dilemas d~ ahora. 12 AglI í nos resentimientos la tfwU'cracia lill1 itamos ell CQlolllhia a co nsiJerar los [1Ctores in media tos .' que incide n en la desa rticuJaci ón de las políti c;'\s. , No sobra advertir que Mauceri rechaz<'\ ambas estrategias, Fuera de que la fórmula pen1al1a no podría ser asumida por tinas élites que pueden concluir en oposición y conspiraciones larvadas, Dura Ilte b primera [,se del gobierno de Pastra n,l, los milita­ res -debilitados por s\1s propios errores dlll'allte el gobierno de, ' Sa11lper- respaldaron los di~Jogos; sin embargo, la falta Je tacto del ' fragmelltadas como las de Colombia, ambas habrían conducido a gobierno provocó choques innecesarios con los altos lll<ludos, que conduje ro n, en tre otros episodios, a la grave crisis del 2Ú de mayo de 2000, cuando el ministro Rodrigo Lloreda presentó su renUll­ gr;¡vísitnas violaciones a los derechos humanos y a !.as reglas básicas de la democracia. cia en rechazo a la prolongaci.ón indefinida de la z,olla de despeje, lo que originó la masiva renuncia de numerosos oficiales (féllez, 2002). A partir de allí, los militares Comenzaron a poner sus propias El contraste con las FARC Frente ;¡ la corta duración, J los cambios, a la improvisación 'i a condiciones al proceso. Aunque Uribe ha fornmbdo críticas y ha~tl. ha destituido de ,;" la faltil de coherencia glle caracterizan las políticas de los gobíernos ante el conflicto "rm;¡do, re.salt:l, en primer lllgar, la relativa col1<:­ - rencia y duración de la estr:ltegia de las FI\RC. Aunque su práctica lllanerJ apresurada a oEcialcs, a] mismo tiem po les ha brindado a las rea! esté lejos de corresponder a lo que dicen sus jefes, éstos reveJJn sin dLld~ elementos 'lile le permiten a esa organiz.lción una mayor Fuerzas Milit<lres u 11 respaldo tot;,\!. En cualquier caso, a no ser que las guerriUas derroten al Estado. en Colombia no habó solución , del conflicto sin ulla estrech;¡ coJaboraciá'l entre gobierno civil , coherencia en el conflicto que la del ES~ldo (Ferro Medilla y Uribe Ramón, 2002). La organización insurgente mantiene y cultiva una fuerte iden­ y fuerza militar, lo que no significa que, en un futuro acuerdo de paz, las FlIer7..as Militares no deban aceptar también una alta cuora tiJad basada en la memoria histórica del movÍltúellto, en puticllhlr de s;lcrificio. . \ En una interesante comp;n-;lción entre las polítjc;lS del Estado: , en la resistencia que ofrecieron 48 hombres al ;¡tague del Ejército en peruano y las del Estado colombiano frente al conflicto armado· interno, Philip Mauceri (2004) atribuye la incapacidad del Estado i colom,biano para ponerle fin al conflicto a la fr:tgmentación de las é!ites y su peculiar relación con el Est<ldo. El autor muestra cómo: , mj e ntrJS en Perú las éli tes, conce n tr:J das en Lima, hJ n alcan Z;¡Jo . " una cierta unidad, se bJI) disputado el Estado como instrumento'; de poder para r.ealizar un proyecto de alcance nacion;11, \1lJntienenl " lIna estrecha alianza con los militares y di.cron su respaldo jncon- . dicional a A1berto Fujimoü en su lucha sin cuartel y sin controt contra Sendel'O Lunlinoso; en Colombia, en cambio, las diferen':'; cias entre las élites region;¡lcs ha [~vorecido su fragmentación. há j ,npedido que alguna de ellas ejerza cierta hegemonía nacional, hj hecho que miren ;¡l Estado como instru mento al servicio de sus Enes l1ler;Ullente locales y que confien ll)JS Cilla seguridad privad.k< (paramilitar) que en la fuerza nlllit.1r del Est;rdo central. Estos fac~i ," rores habrían dificultado el desarrollo de Ulla verdaJera política d~ Estado el! Colombia. Una eStfUctllra profunda como ésta POdd)" subyacer a la falta de coherencia est;rtal que hemos ;¡n;¡JJz"ldo hasta t.• o [330] Marquetali<l. Los primeros combatientes, entre los que se contaban Mannel Mallllanda y Jacobo Arenas, le dieron al movimiento un;¡ ,ideología inicial con el Program<l Agrario N<lciollal, proclamaóo . el 20 de julio de 1964, en b asamblea general de guerrilleros y acttlaliz<ldo en la octava conferencia de 1993. L1S fARe poseen ulla i¡¡stitucionalid;¡d centrahzacll. En OroCII jer<Ír­ e qllico descendente escin compuqt..1s por la cOlllereu<.;ja de guerrilleros, el ,'" est..ldo mayor centl,¡). el senctariaJo, los bloqucs,Jos tientes, las columnas, 13s cOl1lpaiúas,Jas guerriJbs y escuadras, cad<l una con su comandante y -reemplazallte (Fen-o Medina y Uribe Ramón, 2002). 1, En las conferencias de guerrilleros, máxim:¡ instancia ue las la organización actualiza sus planes políticos y mjl.it:lres. Estas deberÍ;r 11 celebrarse, no, malmeJ I te, cad~l c UJ tro a¡íos; pero, por FlI.RC-I:.P, t;\zones de seg\lrid'ld, sólo se JJevan a cabo cuando las condiciones ) ~: b rr<lgment:lC1Óll ele 1:.1 ¿lites colOll1bi~n,)s ante la, polí{l(.~S de seg.,lrid<ld se ha evidenci,ldo en el últ; 1110 año en la suerte corrida por los proyectos l~e ley- CJue buscan est:lb!Ccer t111 marco ju rídko P" ra b llegociación con jos p;¡raJllili t;]tes. l33 1 ] Les arduos dilclllfi,< de I,¡ dWllxp"(/cia en Colombia Luis Albe<lo Rcstrcl'0' han , m,qor parte lIev;¡ varios períodos en el secretari'H\o. Por otra parte, celebrado ocho cOllferenci<ls, A partir de la sexta, las tesis q\le deben ser discutidas en cad:l asamblea son ebbOr:lc\as previalllence por el secrctaríado, sometidas luego a discusión de 1,15 bases y, posterío r ­ mente, puestas a consideración de los delegados de los [rentes que el contraste elltre la dispersión, competencia y dívlsión entre los poderes del Estado y sus fllllcion;¡!Í.os y la centr;¡liz"ción autoritaria del poder en las f!\RC no puede ser más agudo. No está permiticla en el seno de las fARe b división de poderes ni tlll<l real descen­ pnticipan en la confercnci;>., Los pl'Oyectos estratégicos que el11;1n;ln ,de cada conferencia recogen la experiellci;¡ acumulada, introducen los cJmbios nece­ sarios y phmtean lluevOS retos de :lclIerdo con las circll nstanóas. El Prog [:111),1 Agra río Nacio nal, por ejemplo, promulgado en 19 ú4, fue actualizado, como ya lo seiíaJamos, en [993 Y conserva gran " vigencia en la melltahdad de las f/\Re. La conrinuidad y la l11.emoria histórica están galclntizadas, adcI1)5s, por la participaciólJ de unos mismos jefes en varias conferencias. Marulanda ha tOlludo parte tralización, No cabe CIl su org,lIJización lIna libre opinión ptlbJica interna, ni la competencia entJe grupos o la oposición política. Una vez aprobadas cn una conferencia, bs orientaciones estratégic;Js se pOllen en march;¡ sin discllsión. Otro t:mto acontece con las órdenes que imparte el es(;}do mayor, el secreta riado, un. jefe de bloque o de frellte. Esto no excluye, desde luego, luchas de poder, engailos, incoherencias, actos de indisciplina e insubordinación, deserciones y robos, que, además, se hacen cada dla n1:Ís [recuentes. De cU;llquier modo, quien no clImpla las órdenes se expone a ddsticas sanciones, en tod;IS elbs y siempre ha ejercido un papel central. Las estra tegias de las ['ARC son el fruto de UIJ;l, h rga expe riencia histórica acumulada. Este procedim,iento contrasta COII la a\1se))ó;l qu e pueden llega r h;l~ta la pella de Dltl erte. A las FAll.C no les preocupa la opinión nacional, a la que consi­ deran manipulada por los Illedios. Menos aún les interesa la opinión internacioJlJl, ya que, a diferencia del gobierno, no dependen de la . lo pernúten, Desde su creación hace c\larenta años, bs MRe ló' de memo ria del Esta do, en el C\1 a1 ca lItb i a 11 con ti llll a me n te las personas que deflllen las estrategias y las políticas rnjslHas [rente co IJ flic too Por sí solo, este con traste establece l\ Ila ventaja estrdtégica­ a! para las primeras. ',4 El estado mayor de bs rARC consta de 25 míembros y es el orga­ nismo superior de dirección y m.mdo. Sus miembros son escogidos' en cada conferencia, y éstos, a su vez, nombran a los miembros del, secrct<lriado. En principio, el esc;¡do mayor ajusta los planes de la conferencia, toma deciSiones financieras y designa a los comandan-" tes del estado m,'yor de frentes y de bloques. Se reúne en plenQ . cllando el secreta riado lo considelcl necesario, Manuel Matulanda ha participado en el estado mayor desde la creación de bs FARC, en'. 19 6 4. Lleva cuarenta alias en su lugar de mando y ha sobrevivido:, t a diez presidentes de Colombia. El secretaríado es la mhima alltoridad elltre pleno y pleno, del estado mayor. En la pr~ctica, es el que ejecuta y reajusta sob¡:( el terreno las decisiones de cada conferencia. Desde la. séptima. sus miembros son sieteY'Todos eUos son antiguos guerrilleros y j~ :'" ------~ . j,'" .~ AcrualTllcnte,1o COnfOTlll,1n Manuel M;u'lIhmda (<;onnmhnlc cnjefc), ' Alfonso Cano, Raúl Reyes, lváll Márqucz.,Jorge Briceilo, Timoléó.\:f Jiménez e 1v~ n Río~. ,~' .. [332-] ayuda externa; sólo les preocnpaba en la medida en que impidiera C011\O fuerza beligerante, aGn estéril en el nuevo contexto internacíonal posrerior al 11 de septiembre. Desde luego, todas éstas son formas de organi;wción y disciplina propias de un ejército y ajenas a la democracia, que no pueden ser , impuestas en ningún caso <l una sociedad pluralistJ y pacífica; pero no hay duda de que, en el terreno de una lucha ann,l<!a, esta fuerte ". unidad interna ,j\.\nto con una extraordinaria aculJ1ulación de ex­ periencia histórica, representa .tina importante ventaja estratégica [6bre la dispersión del poder estatal y sus disputas, t<lnto con miras ah gllerra como en la perspectiva de una negociación. ~ú reconocimiento ~.' ¿Es posible una política de E~tlldo ante el conflicto? gu berna mentales ante el conflicto :\'i'mado no parecen estar en condiciones de darle una solución éll alquiera, sea negoci:ldJ o mili ta r, ¿cómo establecer una política de Estado bien elaborada, de largo alGll1ce, que aproveche la experíen­ ti'a aculllllbda, C)lle implique a tudo el Estado y que comprometa a {.~rios gobiernus h:l5t:l qlle se le pon~ fin al enrrent<lmiento? '" Si se quisiera SlIstraer la política estatal frente JI conflicto de inici:1tiva de cada candidatu, de los azares del gobierno, de la Si las poli ticas 11l e ra me 11 te Ir !J3J] Luis Alberto Restrepo. , encaroiZJela eompetenci;¡ cotidi~ma entre los inn1ll1ler~bles grulJOS que manejan la politica, habría que llegar a algún tipo de acuerdo, k nacional entre todos los colombiallOS o, allnenos, entre LIs principa­ ' les ftlerzas politicas y sociales del país acerca de una estr:ltegiJ bien' defillida y de larga duración frente al problema. El acuerdo debería ser tan sóhdo, que fuera capaz de Superar las coyunturas nüs adversas; pero esto no parece posible en Colombia por varias razones. '1 La agudización del conflicto ha venido acentuando la !,olari­ zJóón y fragmentación de la opillión lMt:ioml ante el problema.; A sÍlnple vista, aparece hoy entre los co]ombi;lIlos (H1,1 grieta insu­ pera ble entre aquellos gue piden 'manu dura' frente a b guerrilla y. quienes rec1<unan en todo momento negociación. Esta polariZJción constituye, por sí sola, un obsciculo decisivo a la consolid,lción de un acuerdo nacio nal, además de que escon de una más aguda fragmen­ tación nacjol\~l. Entre los pa rtielarios de b mano dura hay quienes piensan qu~ la presión militar sobre la guerriUa debe condllcir aUlla negociación aceptable, mientras otros se ilusionan con su completa J niquihción militar. Algunos reclat1lan J Illplias facultades para el Ejército nat:ional, otros apoyan a los paramilitares, mientras otros más claman por una intervenóón nulitar externa. El acuerdo entre quienes piden negociación tampoco es mayor. Algunos aceptan el fortalecimiento militar del Estado como condición necesaria para lIna negociación; en talito otros. que parecen considerar :U Estado, el responsable de la guerra, reclaman su renuncia a la fuerza y S~l' disposición incondicional a la negocia<;Íón. En estas condiciones, un consenso nacional no parece posible. Ante b imposibilidad de alcallZO¡r d consenso, se puede recurrir, a 1<1 ley de las mayorías. Sería posible pensar, por ejemplo, en un referendo que sometiera a votación popular tres altermtivas estraté­ gicas claramente definidas: negociación, prcsi6n lniJitu combinada con ofertas de negociación o aniquilación militar. No obst.lnte, en primer lugar, su anuncio desataría la ofensiva de los grupos insur­ gentes, que saben que el resultado de 1<1 consulta dependerí~ de la sit\l~ción del conflicto en el momento de la votación y 110 de ulla seria consideración estratégica de largo ~liento. En segundo térnuno, medida que fueran apareciendo las inevitables dillcultades de la política elegida por la mayoría. 1<Is minorías derrotacbs comenzarían a ej ere er oposición hasta log¡-~ r su n~ utralización o, al menos, su debilitamiento. De hecho, aSl ac.onteció con la política de paz de J [334J Los m'dl/v" Jile",ns de In denwandn en Colombin 1" Betallcur y de Pastr,ma y con la de guerra integral de Gaviria. Otro tJnto comienZ<1 suceder con la estrategia de seguridad democrática de Uribe. De hecho, organizaciones políticas de izquierda. y sectores liberales parecen abogar de nuevo por la negociación. Si no es posible obtener un acuerdo nacional sobre la política ame el conflicto, y si un referendo tampoco garantiza la continui­ dad y coherencia de una política de Est.1do, h;¡bria que recurrír, al menos, J pol.ític~s de partidos. Progr.lln.as que los cOlllprolllet.'ln con una estrategia defl1lid:l, alnpliamente discutida y bien estructurada., podrían da r coherencia a las poJitícas gubernamelltales. Los electores tendrían la posibj Iiciad de opta r por da ras al terna ti v;lS estra tégicas; pero los partidos colombianos carecen hoy por completo de plan­ teamientos definidos sobre éste y sobre cualquier otro tema. Más aún, en cada uno de ellos coexisten tendencias cOlltraructorias ante el conflicto. En el Conservaelor, los diálogos adelantados por 13e­ tancur y Pastrana iban contra las corrientes m~s beligerantes de la casa Gómez y sus seguidores; núentras PJstrall;l y sus colaboradores Illan tienen la distancia frente a las políticas de U ribe. En el Partido Liberal. la política de Uribc CUC/l[:;l. por ahora con el apoyo de Tur­ bay y de muchos senadores, pero recibe ya duras criticas de López y de Gaviria. El Partido Comunista no le perdona al dirigente del Pajo Dcmocrático y hoy alcalde mayor de Bogotá. Luis Eduardo Garzón, que baya firlllado el acuerdo ~ntilerrorista propuesto por el gobierno. Por ello, la definición de h política ante el conflicto es, desde los años setenta, asunto exclusivo de cada candidato a la Presidencia. Ante estas dificultades. a1i?unos piensan que se deberia confiar b poJitica frente al conflicto a una comisión permanente con capa­ cidad para deflllir políticas. bien sea conformada por expertos, por representantes de los partidos, por representantes de distintos secto­ res sociales o por una combinación de estas tres cosas. Este 'arreglo' institucional podría sustraerse mejor a bs cambiantes corrientes de opinión. Pero la solución es impracticable. El conflicto no es en Colombia un tema marginal de la política, l:i uno más entre otros. Es el asunto central. Entregar su manejo a una comisión despojaría a los gobiernos de la conducción del Estado en el campo de lo que hoy constituye el problema más urgente de la nación. Quedaría pendiente, además, la ardua cuestión de saber quién nombra a los miembros de tal comisión y cuál es, por lo tanto, su legitimidad [33S] Luis Alberto Restrepo Los arduos dilemas de la ,fCII,ocracia , par~ definir la suerte del país. ¿U n gobierno deternllllaJo? ¿Unas C1l Colombia ,el primer efecto han sido los gobiernos. Los presidentes que han asumido una política detinida ante el conflicto hall concluido su elecciones genera!es?Y ¿quién propone a los candid;¡tos? El Consejo Nacioml de Paz, 11Ombr;¡do por los obispos católi-, mandato en un gran desprestigio. Pero la consecuencia más fuerte la han sufrido los militares. Ante los sucesivos cambios de política, cos, ha desel npeíbdo en ocasion es un p"pe! positi va; sin embargo,]o ha podido hacer porque su función ha sido meramente consultiva. éstos se han sentido desconcertados y desalentados; además, han En el mOlllento en qlle pudierJ tomar decisiones, se convertiría en. el bb neo de todas las crí ticas o lo CJue no obsta para CJue se rccla me la constituóón de Ulla comisión consultiva conformada por expertos, ido incub<lndo resentimientos frente al poder civil. El respaldo del ¡¡ctual gobierno les ha devuelto la moral, pero resulta facil adivinar su reacción si un gobierno posterior volviera a convocar a diálogos bien sea de antiguos conllsionados de pn, acadénúcos cOllocedores' sin mayores condiciones. Finalmente, es el mismo Estado el que ha perdido credibilidad y confianza ante b población. No sol1 pocos '~, los colombia nos que desconri;lIJ de su capacidad parJ da de un2. del tema o representantes políticos y corporativos que tengan claros, vínculos con éste. Una comisión similar sería UIl adelanto, aunque el probicrn;>. de la toma de decisiones seguirb intacto. Si ante el conflicto no es posible adelantar ni 1111~1 estrategia solución cualguiera al ca n fli<;: to. Amplios sectores han cambiado su percepción en este punto gracias al gobierno de Uribe, pero falta saber Jo g 1I e pueela Ii pe J)S~ r si las PA He e l1J pre nclen una ofensiva de Estado IJi una polítiC:l de partido, y si Jos gobiernos no pueden ser suplantados en este tema por un~ comisión, Ilinguna política mer.:lmcnte gubernamental -ní de negociación inmecli;:¡ta ni de duradera. Al tiempo, los frustrados esfuerzos de los distintos gobiernos ido dejando cansancio y desesperanz.1 en roda la sociedad. El presión lJlilital~ tiene probabilidades éxito. h~lJ ¿Hacia el fin del conflicto? 4uiebrc de la mo l<l \ de 1:Is cLlses aItas y medi2.s urba nas, y de los militares, no lo produjo, en primera instancia, el conflicto mismo. Paradójicamente, la evolución del conflicto colombiano y del contexto illternacional¡>ucde c;'star sugiriendo otra cosa. Es posible que el agotamiento de la sociedad y del Estado obliguen a buena parte de la opinión pública y a las mayorías electorales a jugarse sus últimas y defill i tiva~ c;:¡ rtas de Ina!le ra Illás consisten te q 1I e en. '~ el pasado. La acwal intOlerancia internacional frente a la violencia ~ ejerce una fuerte presión adicioll,¡J en ese sentido. I f' rastrana se jugó a la negociación y ésta se agotó. Uribe ha lanzado una fuerte presión nlÍlitar sobre las gl.le rrilhs, y después de ésta y« no quedan más cartas gt1é jugn La próxima vez que los,:, contendientes se sienten a una mesa negociaciones ser~ porque,~ uno de los dos -guerrilla o Estado- reconoce sn virtual derrota y .' Lo generó la crisis polhica dd gobierno de Samper. La Frustr;¡ción y la impotencia a 11 te II n2. c1«se política corrupta, la falta de dirección política ante el conflicto, el sei);¡larnienro del país y el aislan:tiento del Estado por parte de Estados Unidos, Europa y América Latina, crearon una houd;l desmoralización en amplios sectmcs. Al amparo de la cúsis política se agudi7..ó el conflicto mismo. Se fortalecie rOIl las rtI.RC, Yo e Iltre J 9yG Y 1998 ole propin aroll r6 derrotas consccutiv:ls al Ejército (Valel~ci;¡, 2002). Al tiempo, aumentaron las silllpa tÚl s inte Tl) aóonales ha cía esa o rga nización, sobre todo en América Latin« y Europa. Tanto los escándalos que sacudieron al gobierno com,O las derrotas en los campos de batalla afectaron la moral de las Fuerzas Milit<\res.'4 Y ante el 2.gudo debilitamiento 11 inililar del Estado, el1 '997 los paramilitares se dieron una coordi­ llegado al convencimiento de que la guen" es inútil. En efecto, la incoherencia de las políticas gubernamentales ante;­ el conflicto, confrontad« con la relativa consistencia de las eSlr·.ltegiái: Ilación nacional y crecieron t«mbiél1 aceleradamente. Por primer;¡ acepta negociar en los términos del adversario o porque ambos han vez en setenta años, la economÍJ colombiana. entró en recesión a • de las FMC, le ha venido callsando un pro(undo desg~lste ecol1óm.ico~:~ político, miJilar y moral a toda la nación frente a las guerrillas. I!~ los fracasos de las políticas ;l11te el conAicto armado !Jan debi"'; litado, ell primer lugar,;J1 Est;ldo lnismo. Aquellos que hm recibido. [33 61 " Su comandante, geller;¡! Bedoya, expresó entonces públicamente fuertes crítiC<lS al gobierno, miclltt;ls otros :1..Itos 11l~lldos,coIJ10 el ~enera] Cih.lcntes. dillútieron de su orgo con el argtllllC\1l0 de CJue no podían servir a un gobie rilO ilegítimo. [337) , Lnh A[beno Rcstrepo:r partir de 1997. En suma, al final del gobic(lJO dc SJlllper el país :' se hallaba en bancarrota. Un índice del desaliento nacional es el éxodo rll<lsivo de naCiOll<1les desde medi;¡dos de 10$ Jljos noventa. AsinuslUO, ante la incertidumbre, las cines altas y medias sacaron al exterior buena parte de sus capitales. Pastralla recibió un Estado en q\liebr:l polícíC:l, diplomática; económica y müitar. Por cllo, una vez comprometido en las COI1-, ~'erS;lciones con las FARC, por motivos electorales se vio obligado a , jug:.rse todo su capital político a esa carta, La exrrerm debilidad de la sociedad y del EstJdo en todos sus aspectos, contrastad;¡ con la creciente fort;¡leza de !;¡s FARC, generó lln consenso entre las élites . en torno J b necesidad de dialogar. A l:'astrallJ lo acompaiíaron los grandes grupos econónúcos y la mayor parte de los grellÚos, mucho más dlspuestos a negociar que el) la época de BetaJlcur, aUllque ~ no igtlaJmel1te uuidos en relación con los ténniuos de la negocia- '! ciÓn. Los lu,ilitares, humillados en los campos de batalla y acusados u.s anillOS dilcOIIM de la dc"'o(r~ci~ en C%",/,ia . 'Plan Colombia. Finalmente, el 21 de fc!>rem de 2002, se rompieron ~ . las conversaciones y terminó la zona de despeje. Con el {i-acJso del proceso, la carta de b negociación parece agotada. Así lo sugieren las condiciones que tanto el Esudo como las FAHC han fijado p;ira volver a Sellt::lrse a la 1}1CSa de negoci;¡ciones. El gobierno dice estar dispuesto a negociar si las fAite declara u UII cese el fuego y a las hostilidades, si bs negociaciones se l'CJlizan _' en el exterior y si se acepta la llledi,lción de las Naciones Ulú(\as. Entre tanto, bs FIIRC exigen el despeje de dos depart,1tllelltos para realizar las convers;lciones en el país, \1na clara políticJ de enrrenta­ '~.jniento a los paramilit;¡res y una disposición del gobierno par;l no tratarlos como terroristJs. ,En palabras de León Valencia, c;ld~ tln~ de las partes ha escogido bs condiciones mas inaccpt~bles para enemigo, .ldversario (2003: 2\)). 5\1 Resulta dificil pens~r que un C<lIldidato quiera apostarle de nuevo a b paz y más difícil aún que una mayoría de electores co­ de corrupción e ineficienóa, se vieron obligados;) pkgarse a los lombianos esté dispuesto a seguirlo, a no ser que propósitos del gobierno, al ruenos inicialmente. Amplios sectores " de opinión pública, sobre todo lll'bana, le extendieron un alnpJio '. cllegue de confianza a Pastr;¡na. llegado a la convicción de que no existe y;1 otra ,1Itern;,¡(ivJ para el Sobre esas bases. el presidente empleó a fondo su estrategia" de generación de confianz.1. y de ,Implias concesiones a bs FARC, y mantuvo en vida el proceso durante largo tiempo contra criticas .,,' por la cart;! militar. Esa voluntad se reReja en el Jmplio triunfo de Uribe en la primera vueJu. I U ribe se lla elupcJiado en movilizar todo el aparato del Estado con el p ropós ito de ejercer presión sobre las gu e rr iHas y con ducid as á um negociación en los términos del gobierno. Mientras esto últi­ • mo el presidente pretende fortalecer la presión militar, , no se logre, ' apelando incluso ;¡ \lila muy improbable participación externa dirCC~1. Parte ct'lltr:ll de h política gubernamental Jnte el conflicto se desarrolla en el campo diplol)lático. El gobierno ha enmarcado su diplomac}:l en el contexto de la guerra global contra el terrorisnlO ..¡ pretende UIl;! alineación de la comunidad internacional CO\1 su administración en esa lucln Es aú 11 demasiado pronto pa ra evaluar la política del actual go­ bierno ante el conflicto. Es muy poco probJble que logre persuadir I illas organizaciones insurgentes de IJ necesidad de negociar la p<lZ. Si,al cabo de cllntro aiios, el gobierno lograra recuperar y consolidar " el contra) y la presencia eld Estado en una porción significativa elel territorio nacional, IllUY probablemeIlte el siguiente gobierno -sea cual fuere-le darÍJ continuidad a su política. Pero en la medida en crecientes. Pe ro, así ca mo el go bi ee no y 1Js élites necesitaba n con '1, la. pn pa ra ree uperar la e~ta bil id,ld de 13s instituciones y la econollJ.ín, bs I'AHC carecían de rnones para negociar en serio' tras SIlS victorias militares. 15 De hecho, mantuvieron Ulla actitud, eVJsiva e inflexible en b mesa y aprovec1lafon el despeje para su' t fortaleCÍ! ni e n to nü1.i tal'. A s u vez, Pastrana, e 111 p ren di ó exitosos es": '. U rgcneia fuerzas por recuperar la credibilidad Ilacioml e internacional del, gobierno y fortalecer la capacidJd mditar del Estado. Para logran este propósito, buscó y obtuvo el apoyo estadounidense a través dd ~ ,'(' \; Segün TéUcz, cuando liTIO de los dirigentes de hs FJ\J\C,)O<l<]lIÍn GÓmcz. se enteró de lJue se pensaba adelantar conversaciones ele pn con el go.! bietllo, Uamó a su eoleg.¡ Jorge Briceño 'Mono Jujoy' y le preguntó por qué Ib'\1l " negociar si esuban gan,lIlc\O l~ guerra y lt'l1ían osi wncido al"l, Est~d() (TéIJez, 2002: 34). [33 S] ~' llllOS y otros Ilayan Estado que la de acert:lr UIlJ negociación en los términos de bs rAlle. FrustrJd~ la esperanza de paz, \lila mayoría de dectores optó [3391 Lui:5' Alhl(''l'"to RC.::lotrcpo que ~lTden los resultados esperados o se nlUltipliquelllos tropiezos de la política gubernamental, se acentuarJn las críticas tanto en el p:lÍs como por fuera de éste. A 12s FI\RC les bastaría entonces con esperar el desgaste dd gobicUlo.Y el siguiente gobernante podría verse obligado a volver a la mesa de diálogos; pero, esta vez, para negociar b pJZ en los términos y condiciOlles de hs fI\RC. Conflicto, democracia y opinión pública Estoy consciente de la gravedad de los argumentos qne he aducido aquí. Cuestionan la CJIJJcidad de b democracia, y en particular de la democracia colombiana, para darle solución a un conflicto intemo de las proporciones que ha J.dguirido el ellfrcll­ talruento colombiano. Por eIJo nlisluo, es necesario ai'iadir algunas reflexiunes Jdicion:des. CU;llquier forma de autoritarismo -{;OIllO el que pr:lCtican las FARC- es un tipo de gobierno inacept3bJc p:na cualquier sociedad que aspire a un;l c:ierw modernidad. No se ajusta a las necesidades de una sociedad compleja. No garantiz.l la liberwd e integridad de S\.lS miembros. Atropella los dcre<,:hos de los ciudadanos. Es, en fin, un régimen repudiable; sin embargo, nadie dueb tampoco de que toda guerra exige fuertes estructuras de autoridad entre los combatiente.s. Sin ellas, los ejércitos pierden toda eficacia y qunhn Jbocados a la derrot-:l. Por ello, cuando se tr;lta de la conducción de una guena contra otra nación, desaparece b\.lena parte de los controles demo­ cráticos. Su comando queda centralizado en mJnos del Ejecutivo y los mandos militares. El Congreso se limita, de ordinario, a aprobar o reprobar el inicio de la conflagración. Sólo con posterioridad puede acontecer que se !ev;¡nten voces CrítiC3S en el Congreso y la opinión pública. Es lo que le aconteció a Estados Unidos, por ejelllplo, en Vietnam, y lo que en p;ane le ha sucedido tras la gue­ rra contr;¡ JT3C]. Hay que decir que, incl\150 en esos casos, IllJS g\le el1 protesta por la carencia de legitilllidJd de la guerra misma, las críticas se han lev.mtado cuando I;¡ 113CIÓl1 empieza a sufrir graves pérdidas hun1Jnas y parece m;nch;lr haCIa el frac\so. La dificultad para definir los esquemas de autoridad estatal más adecuados parJ enfrentar lIlIa conflagración surge cUJmlo se trata de enfrentar un conflicto umado interno de las dilnensiollcs del quc se libra en Cololllbia. Los controles democráticos dd poder 11an sido diseñados para proteger los derechos y libertades de ciucbdanos f340J Los ard"Qj dilwll1$ de la democracia el' Colombia leales al Estado (no al gobierno), pacíficos y desannados, y no para cOlllbatir a quienes enfrentan a la sociedad y al ESlado con las aunas en la mano. Pero en un conflicto interno resulta Illuy difícil scp;uar con claridad al ciudadano pacífico del insurgente, de tal manera que se puedan aplicar, en el último caso, las reglas que exige el combate, y en el primero, Jos contrules de la democracia. Algunos arguyen que la profundiZJ.ción de la democracia es el mejor 3ntídoto contra Jos grupos violentos ya que, en definitiva, 11113 guerra interna sería siempre, en l1ltimo término, una disputa . entre sus prot:lgonistas por obtener su legitimación :\Ilte la opiTÚón '~ nacional e internacioual. Más a(¡n, argumentan que ninguna de­ moc:raciJ ha sucumbido a un conflicto interno. Con relación a este último argumento hay que anot;H, en primer Jug:lr, gue las orgauiz.-lciones violentas que han afect:ldo a ciertas democracias consolidadas como el grupo Baader Meinhof, en A!eI1l;\nia; las Brigadas Rojas, en Italia; el lAA, en Irlanda, o la ITA, en Espaüa, no han poseido ni remoWmente las dimensiones de UIla organización arlllada como las FARC. Se ha tratado de pequeños grupos que, en razón de su impotencia, se han visto obligados a renlrrir sistemática y exclusivJmente al terror y con cIJo han agudizado aún n-....ís su aisbnlÍento. En ColombiJ, por el contr;:lrio, el Estado enfrenta a verdaderos ejércitos irregulares, CJpaces de poner en peligro todo el orden social y político. Y estJ situJción cambia radicalmente las condiciones miliLlrCS, políticas y jurídicas del enfrentamiento. En segundo ténnjno,j\lstamentc por tratarse ele um¡ lucha con grupos reducidos que rccu[r<;ll al terror, los gobiernos europeos han contado con un rc~paldo permanente de h opinión y del resto del Estado. Y aunque en Colombia parece existir hoy un rechazo mayoritario a las organizaciones insurgentes, la opinión, muchas ve­ ces movilizada por intereses personales, de región o grupo político, vacila y se divide acerca de la Illanera más adecuada pafa enfrentar y ponerle Ün :11 conflicto. En tcrcer lllgar, se suele olviclar C)ue, a pe~ar ele la enorme dife­ rencia entre los cOI1f1ictos que han enfrentado los Estados europeos y 105 retos :l los que hace frente el Estado colombiano, esos miSlllOS Estados renlrrieron, yen algunos casos, siguen poniendo en prJctica medidas de excepción mucho más drásticas que las que rigen e11 el país y gue todos dios h3n apelado, in(ortullad;¡mel1te, a m':todos [34 1] Lui~ AIl.>crIO R.estrel'0 , Los ~rdlloj dilc/ll~$ de lo deJllocra;;;" w Colomúia antidemocráticos, como la tortura, el asesinato, el control de la vida p rivada del ci L1 dadaJJO com Ú 11, etc., hechos que -se íi¡¡1 émoslo de acatan simplemente al m~s poderoso. Esta ha sido su actitud desde la Colonia hasta nuestros días. Es quizá una condición ancestral de supervivencia. Por eso no es de extrañar que lllllchn poblacio­ p"so- "lgul1oS de esos núsmos gobiernos europeos pas"n hoy por alto en su rd"cíón con Colombia. Ni qué decir de los métodos milizados por otras democracias no nes y numerosos combatientes pasen sin mayores dificultades del apoyo a l¡¡s guerrillas ;¡J respaldo a Jos paramilitares, o viceversa. Otros muchos, aunque se encuentran ya saturados por los grupos violentos, son indiferentes ;lnte la suerte del Estado. Prueba de eUo son las numerosas comunidades que se declaran neutrales ante el conflicto. En estas ti l'CUIlS ta 11 cias, propias de la singular democr;¡.cia colombiana, el enfrentamiento no se reduce a una disputa entre Jegi ti núdades. consolidadas qoe, C0l110 la peruana, han sobrevivido, T1l;lltrechas, a conAictos Je mayor envcrgadu(;l. Para Jerrotar a Sendero Luminoso, Fujimori y su gobicwo no vacilaron en violentar bs instituc)ones de l:l deTlJocr<lcia y en recurrir al autogolpe de ES(.;ldo, a la per­ petuM.:ión en el poder, al secuestro, a las masacres, a la tortura y JI asesinato, con bs funestas consecuencias para Ja democr;¡ci;¡ peruana que hoy conocemos. En cuarto y llltimo Jugar, conviene recordar aquí cómo todas las democrJ.cias del continentel:ltiIJO;lmericano (incluida la s6lida democt<lCia chilena) que se vieron desafiadas durante el siglo pasado por grupos armados mucho menos fuertes que Jüs que hüy enfren­ ta Colombia, sucumbieron, no en mallos de las org;lIliz;lcíones AdemJs, la relación en~re la legiti Illidad de una organización o institu¡:¡ón y su poder real no es ll1ec5nica. Depende de las con­ diciones. En Colombia, la legicinúdad del Est;¡do, históricamente precaria, se encuentra confrontada hoy con unas organizaciones cuyo poder no depende en Jo esencial dd apoyo popular, sino de rebeldes, sino de los propios cuerpos de defensa. Decir que llíngulla democracia ha sucumbido a un conflicto interno no deja ser un provenientes de activida.des ilegales como el narcot,.ifll;O. o incluso criminales, como la extorsión, el ~ecuestro y el asesinato. Se trata aquí de un enfrentamiento cotre ulla legitimidad estructuralmente frágil y un grado considerable de fuerza y poder de dalio. Más aún, b :lbUlldallcia de sus recursos finwcíeros, logísticos y militares, singular autoengaiio. . No pretendo con esto, en modo alg\IIlO, avalar este tipo de procedinúentos, pero no puedo dejar d~ seliaJar con entera clarid;¡d las enormes dificultades e interrogantes yue los conflictos internos pla ntCJll a las de moera cias. . Finalmente, y de modo m[.s general, digamos goe un con­ flicto armado interno no siempre se reduce a una disputa entre los :lIItagonistas por 1:1 conquista de su propia legitimitbd ;lnte la. población. Esta hipótesis puede ser cierta en democt<\cias maduras, donde la l'Hayor pa [te de la po bla ciól1 le guarda II na leal tad el ara, activa y permanente al Estarlo. Aun así, corno y;J lo hemos seiia1<tc!o, algunas de las democraci;ls más sólidas de Occidente han recurridq , a bastante lJ1~S que a su propi:r 1egitinúdad para !ucerles frente a pcq \leilos gru pos aislados de au tén tiros t.e r rol' istas; Ill~S todavía, h al) renunciado a Ulla parte de su legitimidad en aras de la eficacia. PeJ:O f' en democracias en gestación como la colombiana, el problema es . ' , 1 ,1: tOl:l aVl;l mas are \la. ,. ~ Para una parte significativa de la pobbción colombiana, rmal y ~l suburbana, no existen actores políticos k.gítúnos. La lealtad a deter- : minados actores o instituciones le ha sido siempre ajena. Muchos,' ~ []4-2J ¡ teniendo en C~lenta que buena parte de la población colombí;ll1J se somete al más fuerte, se podrb pensar que para muchos hay un cierto tipo de legitimidad q\1e se deriva directamente de la fuerza, y na del respeto a la ley, las libertades y los derechos democráticos. Tal vez no por mera castlJlidad, a las PARe no les preocupa g;marse la simp;nla de la poblac.:ión; ~onfian en ida conquistando a través de su demostración de poJer. A esto hay que aJiadir que mientras el poder del Estado co­ lombiano está limitado por la difícil situación de un"s finanzas públicas agotadas por 1" guerra, y depende en buenJ medida de un circunstancial apoyo externo, los ingresos de los grupos al margen de la ley parecen no tener límite, ya que dependen de negocios ilegales sumamente rentables, que además p,rosperan con el incre­ mento de la guerra. De talmJllerJ que, al menos por este cOllcepto, en la medida en que el conflicto se prolonga, el tiempo favorece a los j nsu rgen tes. Aiia.dalllOS una breve reflexióo sobre la opinión pública, que desen1peila \111 papel central en cualquier democracia. COnlO ya lo [343] Cuis A¡beno Re.trepÓ; ,.. '" dijimos, la democracia es, en cierto modo. un contj nuo plebiscito de., opinión. Las elecciones consultan a los e1ecrores sobre las persoJ)a~; y programas más aptos para dirigir a la nación. Y las políticas de ~ !,i cada gobierno avanzan, se desgastan o cambian de acuerdo con escrutinio cotidiano que re;)liza la opinión pública. Las opinion"s nacioml e internacioml cumplen un papel decisivo, en partictllati en b deflrli(ión del conAicto colombiano. el;' Ahora bien, la opinión del ciudadano promedio, en COIOlll~~! bia, está lejos de gui;)rse por consideraciones estratégicas de largo: alcance. Con un pobre nivel de formación e información, mucho~~ coJombianos reacciomn de manerJ emocional, por lo CUJj son Gei]!i mente influenciables. Se mecen ;)1 vaivén del conflicto y de los me- ;. lÓ"t dios de coml1n icaciÓn. A bs oscilaciones de la op in ión contribuyen 'll Ji! región con criticas más o menos Gciles al gobiem'~ llJuchos dingentes y cohllnniskls, que buscan ganar puntos para para su grupo o ele t\1rno, aJ IllJrgen de los intereses de la Ilación. Esas tradiciones / c ul tu ra les pesan llega ti v;ll11e o te sobre la de rn oc raci a colo1)1 biaoa ~ ( en p,nticular, inducen frecuentes cllubios y proflllldas nlpturas e'tY.. las políticas gubernamentales ante el conflicto armado. :I.~ '!i La relación con la opinión púhlica internacioJlal es aún l11~si: compleja, Mientra.s el Estado colombi;llJo es muy vulnerable all'í:~ · depen d'lentes, al lIIenos en u 11 me d'1an0' .. ~~ e U:l. Ias lOARe son bastante In plno. El) la medida en gue hoy las potencias pretenden legitiolaf: e incrementar su participación en los conflictos internos de on'¿(: Est.Jdos y en que el colombiano se ha visto en la necesidad de bús~ car ayuda externa, los gobiernos colombianos se han tornado m1t'íY, . d el ' lA sens,-bl es a IJS presIones extenor, y tanto e 1 con fu cto COtIlo:S\~ solución se hall hecho más dependientes del contexto illternacion~if W;lsh ington, e n particular, ej eree u 11 a prcsió n deGÍ síva sobre Bogotá.~ " .\Il fl uyen el'" pero t;lm blen Istllltos paises curopeos, e1 P arJamento', ~'l 'a' la U nióo, las Nacioncs Unidas, la prensa internacíollJl, numeio's~t ¡¡¡¡ Y algunos aCldémicos ínternJcionJles. ONG ',' )1.: De hecho, Pastrana rompió las cOllversaciones de pn en vi'rtuB de los desafios de las FI\RC, pero sobre todo presionado por la nacíoJl;)I, la decepción de Estildos Unidos frente J erHi~~ su estrategia Y~ dÍlna interno y el internacionaJ generado por los atenl:.1dos del fl' de septiembre. La política de ~eguridad democrática que ade1a'iii~~ Uribe ha recibido desde el comienzo lln:l avabncha de cntié:Js'1 advertencias de las N;lCiones Unidas, de Amnistía Internacional;·d} [344J '.).05 arduo.' dilelllas de (" JClllocr"cí(J 1:/, Colombi(J ,'The Washington Omee on Latin Americ;J (wOl.A), de otra.s Ilumero­ ;, sas ONG y de no pocos acadélllícos.Y esa opinión posee un notable _poder pa ra a Itera r las estra te gi as gu be rIla mentales, Esto no acontece con );¡s FARe, no necesariamente porque exista una especial simpatía hacia esa org;míz.1ción, aunque tampoco baya 'Due excluirla siempre. En su nuyor parte, es prob:lble que haya que ;' iHribtlir!o a otras r;\1',011es: la mayoría de la opinión internacional "desconoce las metas y métodos de hs FARe; otros piensan que no . vale la pena criticarlos, puesto que no dependen del exterior, no )es interesa la opinión externa ni se sienten comprometidos con ,~las reglas imerlJacíonaJes de juego, y algunos más no consideran a :hs fARC un interlocutor legitimo, mientras nl1ran al Estado como ; el único responsable del respeto a llllas normas nacionales e inter­ nacionales C011 las c]tle se encuentra explícitamentc comprometido. Por válidas que estas rnones puedan sn, la unilateralidad de la ,crítica tiene crecientes efectos negativos para Jas políticas estatales: .la opinión internacional castiga casi exc!usivJlllcnte al Estado y en muchos casos logra entorpecer y cá1l1biar sus políticas, en tanto no Jo hace con las rARe. Es el caso, por ejemplo, de Jas actuale~ nego­ 'ciaciones con las autodefensas, cruzadas por todo tipo de presiones íruern'Kionales. ¿Cómo evit;)r que en el esfuerzo por neutralizar a Ic>s ill5ur­ gentes el Estado COl1Jeta abusos contra el resto de la sociedad? Esta preocupación, que inquieta a una parte de l;¡ opinión nacional y a los organismos internaciomles, es completall1ente justificada. La \'igilanci,l nacional e interl)Jcional sobre el poder del Estado y sus ~velltllales abusos una dimepsión [undament;¡l para 1:1 demOCr;l­ cía colombi :lna. Pero C]U i z;Í sea necesarj o forllluJi¡rse t<l rn bién, COI) WIl 1 ' j~ ,nlÍsllJa fuerza, la pregllll ta con traria: ¿cómo evita r q 11 e, e 1) vj rtu d 'éjc en ticas bi en iIltenci O ll.1d,]s, pero idealistas, se le abra n las pu e I:t;]S l u na violencia a 1111 maYal: de guie nes hoy a taca 11 a la sociedad y ~1 Estado? Tal vez la mejor formJ de evif,lr que Cololllbía cJiga en el au toriti]risIllO o la dictJdura sea la de respaldar Ja firmeza ~- Jegí tinLl de J Est,] d o fren te a los J ctores J r maclos ilegales, bie o sea '\ para adelantar la negociación o pJra conducir la guerra.Y, aJ menos por ahora, nos enCOlltrinuos en la hora del combate, Par,] conduir, no sobrJ recordar que LJ dificultad para extraer conclusiones no plJede hacernos pJsJr por alto Ja ó pren:IÍsas del probJema q\le hemos tratado de exponer aquí. [345] Di blíogr~fia Ferro Medina,j\lan Guillermo y Uribe R;l1uÓI1, Gracieb. 2002. El, ordel'l de la XI.I,crra. LIS FARC-EP: w/re la <lIxanizaáón y la política','; Bogotá, Centro Edítori:U Javenano (Ceja). Mauceri. Philip. 2004. Poli/ir" in lite Andes, /denlit¡" C"I!fli(l, Rifoml; Píttsbllrgh, University or Pittsburgh Press. TélJez, Edgar y otros. 2002. Diario (r¡limo de un fmwSil. Historill n~ WI1/ada dd proceso de paz wn I(u FI'1RC, Bogot~, Planeta. 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