Untitled - Alianza Francesa de Medellín

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ÁGATA DE MEDELLÍN
Jacques Jouet
Traducción al español de
Martha Pulido
© Jacques Jouet
© Alianza Francesa de Medellín
© Alcaldía de Medellín
© Metro de Medellín
© Comfama
Patrick Deyvant
Director de la Alianza Francesa de Medellín
Ramiro Márquez Ramírez
Gerente general Metro de Medellín
Iván Darío Upegui Velásquez
Jefe de Servicio al Cliente y
Gestión Social Metro de Medellín
María Inés Restrepo de Arango
Directora Comfama
Luis Fernando Hoyos Ochoa
Jefe Departamento de Cultura Comfama
Martha Pulido Correa
Traducción
Catalina Garcés Ruiz
Edición y corrección
Agradecimientos:
Luis Miguel Úsuga
Secretario de Cultura del Municipio de Medellín
Guillermo Cardona
Director Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín
Yesica Prado Quintero
Jefe de Programación
Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín
Juliette Salzmann
Encargada de Asuntos Culturales
Alcaldía de París
Olivier Chaudenson
Director artístico de París en toutes lettres
Alcaldía de París
Martine Grelle
Curador general de las Belles Etrangères
Centro Nacional del Libro, París
Stella Salazar
Presidenta del Comité de la Alianza Francesa
de Medellín
Bruno Simonin
Delegado General de la Alianza Francesa
de París en Colombia
Thierry Bayle
Agregado Cultural de la Embajada de
Francia en Bogotá
Diseño de carátula e interior: Andrea Sarmiento B.
Ilustración de carátula: Zeina Abirached
Diagramación e impresión:
Panamericana Formas e Impresos S.A
Primera edición: noviembre de 2011
ISBN:
Impreso en Colombia
www.comfama.com
cultura@comfama.com.co
www.metrodemedellin.gov.co
http://medellin.alianzafrancesa.org.co/
www.medellin.gov.co
www.ambafrance-co.org/
www.institutfrancais.com/
www.parisentouteslettres.net/
www.paris.fr/
CONTENIDO
PRÓLOGO............................................................9
EPISODIO I..........................................................15
EPISODIO II.........................................................19
EPISODIO III........................................................23
EPISODIO IV........................................................27
EPISODIO V..........................................................31
EPISODIO VI........................................................37
EPISODIO VII......................................................41
EPISODIO VIII.....................................................45
EPISODIO IX........................................................51
EPISODIO X.........................................................55
EPISODIO XI........................................................61
EPISODIO XXII....................................................67
EPISODIO XIII.....................................................73
EPISODIO XIV......................................................77
EPISODIO XV.......................................................83
EPISODIO XVI.....................................................89
EPISODIO XVII....................................................93
EPISODIO XVIII..................................................99
EPISODIO XIX.....................................................105
EPISODIO XX.......................................................109
EPISODIO XXI.....................................................113
EPISODIO XXII....................................................119
EPISODIO XXIII...................................................125
EPISODIO XXIV...................................................131
EPISODIO XXV....................................................139
EPISODIO XXVI.................................................. 143
EPISODIO XXVII.................................................147
EPISODIO XXVIII................................................153
EPÍLOGO..............................................................157
PRÓLOGO
Pero, ¿quién es Ágata? Sabemos que es bella,
extraordinariamente inteligente, a veces maquiavélica, siempre sorprendente, llena de ideas, unas
veces generosa, otras egoísta, generalmente muy
segura de si misma, un tanto megalómana (o
megalowómana). Este personaje aparece desde la
creación de las aventuras de Mispel-Hotas, desde
la primera parte de una saga que sobrepasa ahora
los mil trescientos episodios. Rival de Teresa, la
primera mujer conocida de Mispel-Hotas, el
camionero loco, a la cabeza pronto multicéfala
de su república autoproclamada, Ágata está en
todas partes y en ninguna, surge a la vuelta de
un episodio y desaparece en medio de otro.
Pero, donde quiera que ella esté, Mispel-Hotas
la ronda. Ágata nació (como personaje) en cercanías del área de las autopistas que presidía el
extravagante Mispel-Hotas, luego recorrió el
planeta, el mundo y el Mundo-Mundos del cual
llegó pronto a ser la vice-presidenta sin vice. La
presidenta del Mundo-Mundos reaparece hoy
9
ÁGATA DE MEDELLÍN
(se nos quiere hacer creer que de incógnito) en
Medellín, y Mispel-Hotas jugará también aquí
su papel, de hecho, a pesar de él.
La escritura de este libro es producto de una
aventura que no podemos ignorar: cuatro días en
el Jardín Botánico de Medellín durante la Fiesta
del Libro y la Cultura. Aún más, fue traducido
simultáneamente al español por Martha Pulido,
lo que también es una primicia. Otra originalidad
que vale la pena mencionar: Ágata se publica
en la versión española, antes de la publicación
del texto original en francés. Pero Jacques Jouet
no pone límite a sus desafíos. Pareciera que su
traductora comparte con él esa característica que
pocos escritores poseen: la escritura ultra-rápida,
que sale a borbotones de la pluma en una facilidad
aparente (¡pero cuántos años de profesionalismo
acumulados!), la escritura “infinitud”, propia de
la novela por entregas, decía Jacques Jouet: la
que no se agota. El ejercicio tiene antecedentes:
Ágata de París (2009, 5 días para su escritura),
Ágata de Beirut (2010, 3 días para su escritura).
Pobre Flaubert que podía quedarse en una frase
durante 18 horas…
10
Ágata de Medellín, es un poco como una ventana abierta a la ciudad, su paisaje urbano, su
situación geográfica. Vemos en ella y sentimos
las cosas al mismo ritmo que sus habitantes; el
misterio de la historia se desarrollará alrededor
de una flor que resulta ser uno de los más famosos emblemas del país desde 1936: la orquídea.
Ahora bien, resulta que esa misma flor decora
la bandera nacional de la República de MispelHotas. Letrado fino, este no ignora la etimología
que el nombre de esta flor comparte con la parte
de su anatomía evocada por la pronunciación de
su patronímico (del latín y del griego, orchis). Es
sin duda a causa de esta ambivalencia semántica
que algunos pretenden dar al bulbo macerado
de esta flor, virtudes afrodisíacas. Esta propiedad
(totalmente imaginaria) se convierte en el motor
de la historia. Aún más, funciona como palabra
sésamo, como la palabra que Mispel-Hotas finge
no recordar, la palabra mágica y talismánica de
Orquidea Cattleya Trianae (episodio XXIII).
Esta historia es política y social: pone en escena
falsos ricos y pobres reales a los que la corrupción, la traición y la trampa obligan a interactuar
11
ÁGATA DE MEDELLÍN
en un vals sin fin (cambian de campo cada seis
meses). Cada episodio podría leerse como una
plancha de un tabloide, llena de humor y de sorpresas, de las que Jacques Jouet se ha convertido
en un proveedor inagotable, no solamente por
su imaginación fecunda sino también, y sobre
todo, por las manipulaciones que le hace experimentar al lenguaje. Tenemos la impresión de
que las palabras se deslizan sobre sí mismas, se
descarrían solas, sin hacer caso de esas “aparentes
aporías” (episodio II); en el primer párrafo del
episodio X se repite la palabra “hierro” (fer), 5
veces, para llegar a “infierno” (infer), en una cascada implacable. El episodio XIX se cierra sobre
una escena deliciosamente sensual en la que el
masaje difunde un mensaje, la caricia promueve
la pereza… Si el diccionario no tiene los términos
adecuados, no es para nada un problema, Jacques
Jouet los crea según sus propias necesidades, tan
irremediablemente como “irremeavemaríamente” (episodio VII). Y cuando alguien remonta
peldaño a peldaño una escalera de hierro, es por
el ruido de sus pasos sobre el peldaño de hierro
que percibimos su presencia. Nada más lógico.
Allí donde el lenguaje es lagunar, Jacques Jouet
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tapa los huecos o enlata las palabras para formar
palabras-valija alegres (remontar, encantar, encantamiento).
Lo más sorprendente de todo esto es que el escritor
de novelas por entregas, no falla en acompañar a
sus lectores, o mejor a sus lectoras, como a él le
gusta decir. La lectura parece entonces un vasto
juego de pistas en donde el autor surge como
un conejo salido de un sombrero, para hacer
comentarios dirigidos tanto a los lectores como
a los personajes. Esta “novela por entregas que no
tiene final” (episodio XXVII) presta a este tipo de
interferencias códigos narrativos: su autor solicita
constantemente nuestra atención; nos mantiene
atrapados sin respiro.
Jacques Jouet, en sus historias, sabe mostrarse
divertido o irónico, mordaz y sarcástico, conciso
e implacable, pero inevitablemente reconocemos
en su escritura un calor y un humanismo propios
a encantarnos. Frente al desvergonzado tráfico de
bulbos de orquídea a las que se atribuyen poderes
inexistentes, el personaje de Álvaro, enamorado
de Ágata de larga data (desde La Villette, preten13
ÁGATA DE MEDELLÍN
de él) propone al objeto de su amor esta bella
expresión que podría servir de moraleja y de
blasón a la historia: “el único afrodisíaco eficaz
es simplemente una mujer”.
Marc Lapprand
14
EPISODIO I
Ágata de Win’theuil estaba entusiasmada.
Medellín se presentaba nueva ante sus ojos. Medellín era un descubrimiento. A la presidenta del
Mundo-Mundos le bastaba mirar a su alrededor
para olvidarse, olvidar sus preocupaciones, olvidar
sus colores, olvidar sus preocupaciones de colores
cuando estos no son reales, olvidar sus dolores,
olvidar sus cólicos y sus deseos de dormir, olvidar
su irritación ilusoria, olvidar sus desgracias.
La única visión del mundo local y bicolor, –el
rojo y el verde en contraste armonioso: el rojo
de los ladrillos, el verde de las hojas–, ofrecía a
Ágata la posibilidad casi reflexiva de transformar
cualquier dolor en su contrario, cualquier tormento del alma en alegre rosado en las mejillas.
El llanto se convertía en carcajada solo con la
magia del paisaje. La ciudad que Ágata tenía en sus
manos suavizaba, como por encantamiento, esas
melancolías, que solo existen porque las adoramos
de rodillas. La roca negra interior de lo agrio, o
15
ÁGATA DE MEDELLÍN
de la cólera, se fundía con la suavidad del aire:
más rápido que un terrón de azúcar en una taza
de café negro, de preferencia colombiano, luego
de revolverlo con la cuchara.
En una palabra como en cien (de hecho, eso
está muy bien, porque la novela por entregas
comienza, ¡qué coincidencia!) Ágata de Win’theuil,
presidenta titular de la República General del
Mundo-Mundos no pensaba ni un segundo en
arrepentirse de haber cruzado la cordillera ni de
haber dejado sin resolver una cantidad astronómica de expedientes, unos más desesperantes
que otros. De cuando en cuando odiaba esos
expedientes. Le fastidiaban por la lentitud desesperante que tomaba su ejecución. Ágata estaba
cansada de orinar fuera del tiesto, de avanzar sin
avanzar, de hacer cosas inútiles, cada vez más
exigentes y caprichosas y que no proporcionaban
satisfacción. En esas horas negras en lugar de
enervarse, lo que le restaba belleza, la decisión
razonable de Ágata consistía en hacer una visita
improvisada aquí o allá, es decir, allá mejor que
aquí, siendo aquí como lo hemos visto, el lugar
de la más grande insatisfacción.
16
Cada vez que Ágata se encontraba en este mood,
como se dice bellamente en lengua gran-bretañona,
comenzaba con dos días de baño turco, tres días
de ultravioletas, una sesión exhaustiva donde su
peluquero preferido, así como un auto de fe de todo
su guardarropas, con la perspectiva de renovarlo.
Puesto que todo esto se daba por sentado, la nueva
Ágata llegó también como el Beaujolais nouveau1,
o como el primer salario de un estudiante de una
escuela de comercio. Era completamente nueva,
tan irreconocible como fácil de reconocer, grande
y pequeña a la vez, fina y entrada en carnes, blanca
y castaña, nerviosa y lánguida.
Naturalmente, el escritor de novelas por entregas
podría muy bien describir su personaje de manera
más detallada y más sugerente, pero que se le
deje la posibilidad de poner en funcionamiento
algunos escrúpulos: la lectora tiene el derecho
Beaujolais nouveau (Beaujolais nuevo, pronunciación: «boyolé
nuvó») es un vino tinto realizado con uvas gamay, producido en la
región de Beaujolais de Francia. Es el más popular vin de primeur,
fermentado durante sólo unas pocas semanas y luego lanzado oficialmente al mercado el tercer jueves de noviembre. Este “Día de
Beaujolais”, o “Día del Beaujolais Nouveau” es objeto de un gran
márketing por los productores, con carreras para conseguir colocar
las primeras botellas de la cosecha en diferentes mercados.
1
17
ÁGATA DE MEDELLÍN
–incluso, el deber– de proveer su propio alimento
y de hacerse un retrato definitivamente carnal
en el secreto de su mentalidad que le será útil
durante toda la lectura y que, quizás, no pueda
compartir con su padre, con su hermano o con su
enamorado, lectoras también ellos, Hm… quiero
decir, lectores con otras preferencias. Es suficiente
anotar que Ágata era encantadora, que atraía las
miradas, que a cinco minutos de encanto seguía
siempre un cuarto de hora de belleza estrepitosa
y que ese cuarto de hora de belleza estrepitosa
daba lugar inevitablemente a una hora de una
voluptuosidad potencial inquietante.
De todas maneras, si Ágata de Win’theuil había
escogido Medellín como destino para el teatro
de su renovación, había una razón y esta razón
era lo suficientemente fascinante para ser ella sola
objeto de un episodio, episodio que, con toda
evidencia, no podría ser otro que el que
Sigue
18
EPISODIO II
La buena ciudad de Medellín estaba nombrada dos
veces de manera elogiosa, en la gran archivística
erudicional del Mundo-Mundos. Un palmarès
absolutamente honorable que provocaba la envidia de más de una ciudad a la que los rumores le otorgaban más de lo que era reconocido
oficialmente.
Medellín era ciudad de ciudades en lo que concierne a las orquídeas (pero eso no le interesaba
a Ágata de Win’theuil, como no le interesaba el
Corán, por lo menos hasta ese instante, pues
veremos más adelante, pero no nos anticipemos),
y sobre todo era el lugar totalmente único de una
gran experimentación social de gran envergadura,
que no tenía comparación. Desde que Ágata se
enteró de esta tentativa pasablemente revolucionaria, se prometió que iría a verlo de cerca.
Me dirán, ¿de qué se trata, como decía Guillermo
Tell? Yo responderé, que me esperaba un poco
esta pregunta que intentaré responder lo antes
19
ÁGATA DE MEDELLÍN
posible, puesto que no veo a nombre de qué
privilegio puedo demorarme para narrar una
historia divertida (detesto las historias divertidas,
incluso aquella sobre la gallina feminista que
logró hacerme sonreír, no para retorcerme de
risa debajo de la mesa).
Las cosas eran muy simples en Medellín, luego
de unos pocos años, en cuanto a la inestabilidad
programada de dos estados de la humanitud que
se caracterizan generalmente por la más grande
constancia, quiero decir la riqueza y la pobreza.
Cuando se tiene la una o la otra es por mucho
tiempo. No es posible tener la una y la otra. Se
puede creer que uno persevera, con la una o
con la otra. En Medellín, entonces, el consejo
comunal, el consejo de los viejos, el consejo de los
nuevos y el consejo de los cachorros (este último
consejo acogía a los representantes de los niños
de temprana edad) habían decidido de manera
unánime que, cada seis meses, los ricos estarían
obligados a volverse pobres mientras que al mismo tiempo, los pobres se verían gratificados con
el estado de riqueza. Claro está, que seis meses
después, el movimiento volvía a comenzar.
20
La idea era simple, incluso simplona dijeron los
dirigentes del Fondo monetario Mundo-Mundano
el día en que sacaron tiempo, entre dos orgías,
para pasar por la oficina; idiota, estaban listos
a refutar los tecnosabios de la Intersocialo, la
Oficina de estabilidad social con sede en Dacca;
cándido, había sonreído de manera condescendiente el papado.
Ahora bien, precisamente esta simplicidad había
golpeado los dos ojos esmeralda de Ágata de
Win’theuil, quien había conocido planes tan
laberínticos (puesto que se encontraban a la altura
de la pretendida complejidad del sujeto), que
ninguno había logrado nunca alcanzar al otro y
no se avanzaba ni una pulgada para este cara a
cara permanente cargado de todas las revueltas
y de todas las matanzas.
La propuesta, que pronto se conoció entre los
especialistas como “la solución de Medellín”
planteaba, sin duda, algunas dificultades de
realización sobre el terreno. No podía ser de otra
manera. “Que soplen los cierzos y los aquilones”,
como dice un proverbio, en particular referido
a los vientos en las Islas Baleares. Precisamente,
21
ÁGATA DE MEDELLÍN
eran estas aparentes aporías, vistas desde la distancia, en las que Ágata mostraba gran interés y
de las que ella quería pesar in situ los pros, los
contras y lo concreto. Un rincón de su hermosa
cabeza, en particular aquél donde se encuentra
la inteligencia proposicional, le había susurrado
en su deliciosa oreja, allí donde yace la sutileza
receptora, que generalmente los pobres son más
numerosos que los ricos y que por lo tanto era
bastante improbable que el intercambio pudiera darse en proporciones iguales. Entonces,
¿cómo resolvieron los medellinenses, que han
sido siempre los habitantes de Medellín, esta
primera dificultad?
Continuará
22
EPISODIO III
En cuanto bajó del aeropuerto –bajar es la palabra, pues el taxi descendía por la cordillera para
sumergirse en el valle en donde se encontraba la
ciudad desde sus orígenes– Ágata de Win’theuil
empezó a hacer una gran cantidad de preguntas
indiscretas al conductor que respondía al nombre
de Álvaro y de cuando en cuando el teléfono.
––Álvaro, amigo mío, si de alguna manera usted
me autorizara a emplear este tono, lo admito,
un tanto familiar…
Álvaro asintió. Autorizó.
––¿Desde hace cuánto es usted taxista, Álvaro,
amigo mío?
––Exactamente, seis meses.
––¿Y qué hacía usted antes?
––Antes, yo era el principal accionista de la firma Linguadoil que se ocupa de extraer y tratar
el petróleo que duerme bajo los pies de toda
Colombia, así como de La Fina, especie de
margarina elaborada a partir de nuestras mejores
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ÁGATA DE MEDELLÍN
plantas verdes. Aunque mi cargo era un tanto
marginal, puesto que hacia todo lo que podía
para que las posiciones de la OPEP no dejaran
manchas de aceite, mantenía mucho dinero y no
me parecía que oliera particularmente mal. No
es necesario decirle que he cambiado mucho,
que un taxista está obligado a ponerle él mismo la gasolina al carro y que no ensuciarse los
dedos es una operación difícil, pues las bombas
de gasolina son ancestrales. Además, hay que
devolverle a los clientes sin tomarse el tiempo
de enjabonarse las manos. ¡Así es, soy quizás,
un poco menos refinado que en el pasado! ¡Pero
asumo mi condición!
––Es decir –comentó Ágata–, eso se entiende,
tengo sin embargo la impresión de que es mejor
decirlo, ¿antes de ser conductor de taxi usted era
entonces un hombre rico?
––Sí y no, amiga mía.
––Amiga mía, amiga mía… va usted muy lejos,
amigo mío, pero ¿a nombre de qué quiere esto
decir que un taxista deba ser pobre? ¡Un verdadero
pobre es alguien que no tiene trabajo, ni salario,
ni ocupación!
24
––Pues bien, veo que usted no sabe mucho sobre la situación que predomina actualmente en
Medellín. ¿Me equivoco?
––Digamos que estoy aquí para aprender –murmura de manera melindrosa la presidenta del
Mundo-Mundos que viajaba de incógnito e
incluso sin escoltas.
Y diciendo esto, se acercó a su conductor, es
decir que pasó la pierna por encima del espaldar
de la silla de adelante para sentarse a la derecha de
Álvaro, quien pretendió no darse cuenta de nada
a pesar de que la pierna izquierda de Ágata había
rozado muy de cerca el mentón mal afeitado, o
seguramente sin afeitar del conductor, arriesgando
que la piel tan femenina y tan fina se viera irritada
como por una rama vulgar de espino blanco o de
zarza salvaje.
––Sepa usted –comenzó Álvaro–, que en lo que
a mi concierne no me arrepiento de nada. El
capitalismo puro y duro no es amable con el
hombre. Lo pone a rodar las veinticuatro horas
del día, aunque aparentemente él sea el primer
beneficiario. No se detendrá por sí mismo, ni bajo
el efecto de cualquier “alzarse en armas” (nunca
25
ÁGATA DE MEDELLÍN
entendí porque en francés se dice siempre “alzarse
en escudos”). Lo único que puede desestabilizarlo
seriamente, es esa capacidad que encontramos
en Medellín de cambiar radicalmente de nivel
de vida y de definición. Así, yo que he cambiado veintiséis o veintisiete veces de estado, estoy
en la incapacidad de decirle si soy un rico o un
pobre, tanto es así que soy alternativamente el
uno y el otro. Si mi caso fuese único, no sería
nada extraordinario, pero después de que haya
estado usted unos días en nuestra ciudad, la
desafío a encontrar una sola persona que tenga
la capacidad de afirmar que es, tanto por esencia
como por existencia, rica de los ricos o pobre de
los pobres. Todos están en la misma situación,
lo que significa que no hay ya ni ricos ni pobres
¿Qué piensa usted, mi querida y tierna clienta?
––Digo que es alucinante –susurra Ágata–, avanzando su mano izquierda hasta ponerla sobre el
muslo que aceleraba.
Continuará
26
EPISODIO IV
––Todo esto no me dice –continuó Ágata limpiándose las manos–, cómo se las arreglan ustedes para
organizar el asunto del número de pobres que es
excesivo, siempre ha sido excesivo, siempre será
excesivo, en todas partes, y siempre sobrepasará
el número de ricos…
Álvaro, que se dormía sobre el volante debido
al gasto de energía que no había anticipado,
no respondió inmediatamente a la pregunta agatiana. Prefirió tomar una vía diferente
hablando sobre el placer que le hacían sentir
los muros de simple ladrillo y el hierro de las
barandas de la terraza, después de seis meses de
vivir en una casa grande residencial con jardín
o en un gran apartamento con terraza y riego
automático para los ficus, con aves del paraíso
y otros tamarindos.
––Y recíprocamente, si le entendí bien… ¿Le
entendí bien?
––De hecho, parece usted comprenderme con
mucha facilidad –admitió Álvaro que, apoyando el
27
ÁGATA DE MEDELLÍN
pedal, no refrenaba la atracción que sentía crecer
en su fuero interno hacia la bella desconocida–.
¡Es necesario que comprenda, que el estado de
pobre, no es de ninguna manera, en este protocolo, un momento de vacío y de desespero, un
mal momento que se pasa, durante el cual uno se
contentaría con esperar los mejores días por venir
a los que se tiene derecho! De la misma manera,
el estado de rico no es de ninguna manera un
período de veleidad irresponsable, de bocados
dobles y de gozo inmoderado. El pobre, sabe
usted, no es nunca del todo pobre, el rico no
es nunca rico en todos los campos. En consecuencia, la experiencia programada de esos dos
extremos es una prueba tal de la ducha fría, que
los esfuerzos de cada uno se verán, tanto como
se pueda, atenuados de estas dos radicalidades.
No sé si me hago comprender bien.
La novela por entregas se ve en la obligación de
añadir que, para hacerse comprender aun mejor,
Álvaro se autorizaba en ese momento a dejar
deslizar su mano derecha por la nuca de Ágata
de Win’theuil hasta el coxis, como si quisiera
controlar el número de vértebras.
28
––Sí, sí, comprendo mejor, gemía Ágata. –Bajo
semejantes manos piadosas, la pedagogía conoce
un aumento de eficacia, me parece.
––Era lo que intentaba en vano explicar a mi
maestra, cuando estaba en la escuela primaria de
Santo Domingo, hace ya no sé cuantos decenios,
Señora…
Ágata se mordió los labios al responder rápidamente. Por fortuna, balbuceó lo que seguía en
una especie de “djeouinoeil” que no lograba hacer
una palabra, sobre todo no un sustantivo, común
o propio, ni siquiera una partícula.
––¿Ágata, cómo la presidenta? –Sugirió Álvaro
sin mostrar mucho interés por su hipótesis interrogativa.
––Sí, –articulando difícilmente, puesto que no
quería que su estado de incógnita se perdiera ni
que se viniera a tierra su anonimato.
––En mi escuela elemental en Santo Domino,
como he tenido el honor de contarle…
––¿Era usted un niño rico o un niño pobre,
Álvaro?
––Ni lo uno ni lo otro.
29
ÁGATA DE MEDELLÍN
––¿Cómo es eso posible?
––Entonces era posible.
––¿Qué quiere usted decir?
––Qué había entonces una clase media, grupos
intermedios, la mayoría… Pero han sido completamente diezmados, pauperizados descaradamente,
atribuyéndolo a circunstancias fatales. No me
diga que le estoy contando algo nuevo…
De pronto, Ágata de Win’theuil se puso sombría.
¡Sí, ella estaba al tanto de esta situación! ¿Quién
sino ella, lo había visto venir año tras año, había
temido, se había enfrentado sin nunca encontrar la
palanca para soliviar esa roca de Sísifo e impedirle
rodar de una vez por todas al abismo, empujada
por su propio peso y por la fuerza de accionistas
irresponsables? Mirando hacia el pasado, tenía
que recordar que hizo todo lo que había estado
en su poder para liberar las fuerzas resistentes.
Todo lo que estaba en su poder… ¡Qué ironía!
Si se atrevía a mirar de frente el balance, esto
significaba que nunca había tenido, nunca con
mayúscula, el mínimo poder.
Continuará
30
EPISODIO V
El Jardín Botánico dejaba caer la noche de Medellín sobre sus espaldas vegetales. Como ya se
habían cerrado las puertas a esta hora tardía, el
reino dominado levantaba la cabeza y bombeaba
el torso llenándose, tanto como le era posible,
de la humedad que exhalaba la tierra después de
la última lluvia y aun sin ella. Era el momento
del aperitivo para las hojas resecas por las horas
de contemplación popular, el instante de una
copa entre amigas para las flores tan admiradas
que debían desmaquillarse y dejar descansar
sus pétalos. Mañana temprano en la mañana se
embellecerán de nuevo y volverán al trabajo, a la
espera de los visitantes del día. Los murciélagos
hacían su ronda periódica, con la incertidumbre
de su mamiferidad o de su avicolidad.
––Sabe usted, –dijo una voz que se dirigía a un
oído– o mejor no, usted no sabe… este jardín
estuvo en una época a punto de cerrar pura y
simplemente, a punto de ser borrado del plan de
la ciudad para ser reemplazado por no se sabe qué
31
ÁGATA DE MEDELLÍN
proyecto de parqueadero o de supermercado. Se
necesitó un movimiento popular, materializado
por una suscripción masiva a golpes de micro
adquisiciones simbólicas: cientos (quizás miles)
de personas adquirieron uno o dos metros cuadrados de terreno, impidiendo la quiebra. ¿No
es una riqueza conquistada a golpes de pobreza?
Aunque esto no haya sido suficiente para salir de
la quiebra, no se hubiera logrado lo que se tiene
ahora sin ese movimiento colectivo. El consejo
de ancianos, de modernos, de cachorros, etc…
se vio obligado a hacer parte del movimiento
tirándose frente a los buldócer.
––Qué agradable es pasearse con usted en esta
noche tan dulce –dijo la voz que pertenecía al
oído del que hablamos hace poco, dirigiéndose
hacia las orejas que colgaban de cada lado de la
boca que se manifestó primero, mientras que las
cuatro manos continuaban palpando los lugares
palpables sobre los cuerpos concernidos.
––Es verdad que no es particularmente insoportable.
––Es lo menos que se puede decir.
––¿Un eufemismo?
32
––Con frecuencia he pensado que en el estado
amoroso el eufemismo y la hipérbole eran los
dos extremos entre los cuales era agradable navegar.
––¿La riqueza y la pobreza del lenguaje?
––Quizás sí. Aunque las palabras comunes que se
encuentran en el medio no deben por lo tanto
descuidarse, me parece.
––Pienso como usted.
––¿Quiere usted decir que está de acuerdo?
––Casi.
––Escucho su objeción.
––No se trata realmente de una objeción. Digamos
que el lenguaje amoroso vive de su parecido con
todo menos con el diccionario, o entonces, se
trataría de un diccionario escrito por un poeta
en el que las palabras estarían clasificadas sobre
todo, por orden alfabético.
––Con usted, me siento obligada a darle mantenimiento a la fachada de mi pensamiento. Álvaro,
déjeme decirle que es bastante agradable, en mi
posición, que es con frecuencia muy pesada.
33
ÁGATA DE MEDELLÍN
––¿De qué posición habla usted, Ágata? –Frunció Álvaro la frente en la que se veían sus cejas
abundantes y crespas.
Ágata de Win’theuil empezó a sudar frío. Se
vio atrapada por el día. Se mordió la lengua
hasta sangrar interrumpiéndose justo antes del
mordisco.
––¡No se lo diré! –Canturreó, evadiendo la mano
alvaresa que había comprometido la parte trasera
de su cintura.
Y Ágata se puso a saltar en el jardín repitiendo
su canción vivaracha. Sin duda, este desmán
en su conducta será apropiado para desviar la
conversación hacia las locuras sin consecuencia,
tanto es así que este tipo de escapada se concibe
generalmente para suscitar una persecución
lúdica del tipo el gran lobo malo de comedia
persiguiendo una cordera de pies suaves.
Infortunadamente, en el momento mismo en el
que Álvaro se preparaba para aplicar los atributos
que le otorgaba el papel que le había sido tendido
desde la punta de una percha y le había sido pre-
34
sentado en bandeja, Ágata de Win’theuil emitió
un grito de terror que no podía ser fingido.
––¡Ayyyyyyyyyyyy!
¿Qué sucedió, de pronto, en el Jardín Botánico?
Ágata lloraba, enloquecida en el suelo. Como
no podía pronunciar ni una palabra, es mejor
interrumpir aquí este episodio.
Continuará
35
EPISODIO VI
En ese preciso momento sonó el teléfono; Álvaro
contestó.
“El celular es una prisión”, pensó apretando la
tecla verde. Le habló en español a quien estaba
al otro lado de la línea –el español era su lengua
favorita–:
––Estoy con ella.
Era mejor que Ágata de Win’theuil no hubiera
entendido esta revelación tan imprudente. Estaba bastante ocupada con el espectáculo que la
asustaba. Álvaro colgó, no sin antes especificar
que se encontraba en una emergencia y que
llamaría más tarde.
Álvaro era un monstruo de sangre fría. Se tomó
todo el tiempo para deslizar el celular en su
bolsillo-revólver. Levantó los ojos hacia los árboles
–un inmenso eucalipto, una araucaria–, que se
erguían por encima de su cabeza hacia las luces
de la ciudad que parecían remontar la colina
37
ÁGATA DE MEDELLÍN
hasta la cima, allí donde comienza el otro valle.
Respiró profundamente y se dirigió hacia el lugar
de donde venía claramente el llanto de Ágata.
En ese momento, entonces, tuvo delante de los
ojos algo que no constituía para él una visión
tan horrorosa como para Ágata, pero que le
ocasionó un rictus que era apenas perceptible,
sin embargo, asimilable a la inscripción de una
manera de miedo que aún los más terribles males
humanos no podían arrancarle. Quizás la lectora
no sepa hasta qué punto el escritor de la novela
por entregas se siente desarmado en el momento
de tener que revelarle con sus pobres palabras la
catástrofe que había sufrido el jardín botánico,
una tragedia horrenda para una sola espectadora,
primero, luego para un segundo espectador, habiendo entrado los dos a la sala espeluznante, si
se puede decir, después de la batalla. El crimen se
había cometido antes de que se levantara el telón
y no se podía afirmar, como Stéphane Mallarmé,
que “nada había tenido lugar sino el lugar”.
Un crimen se había cometido, pero la palabra
no es suficiente. Las palabras del novelista son
indigentes. Será mejor buscar sonidos roncos en
38
el fondo de su gran bolsa vocal. Será mejor ir a
buscar los gritos desarticulados por el camino de
la laringe o de los encantamientos volcados hacia
las desgracias del mundo como para bendecir
la curación esperada. ¡Son estos momentos en
los que las profesiones son quizás simples,
pero el arte es bastante difícil! (Por favor, no hablemos de la crítica). Y las dudas que nos agobian
se quedan pegadas a los dientes de la manera
más desagradable, un poco como cuando en una
pesadilla masticamos arena o vidrio dudando
entre una sensación de fusión petrificante o más
bien una sensación crocante deliciosa como
cuando se mastica un caramelo.
El paso estoico de Álvaro era de una lentitud
exasperante y muy apropiado para exasperar los
nervios de un occidental común y corriente, que
no hubiese asimilado la sabiduría Zen. No era
exactamente la imagen convenida de lo que se
hubiera esperado en términos de desplazamiento
suramericano. Pero como decía con frecuencia, en
la lengua de John Grisham, Ágata de Win’theuil
al hombre de su vida, de quien todavía no hemos
hablado en estas páginas: “Hay mas cosas en el
39
ÁGATA DE MEDELLÍN
cielo y en la tierra, don Mispel-Hotas, que sueños
en tu filosofía”.
Los murciélagos, por su parte, se habían quitado
el delantal de Batman. Se habían ido a acostar
muy juiciosos, es decir, a colgarse de cabeza, lo
que no significa que hubiesen decidido irse por
adelantado de este mundo de dolor, sino simplemente que habían presentido una circunstancia
funesta. Dormir en la noche era para ellos como
hacer la siesta, para lo que su naturaleza generosa
no ponía ningún obstáculo.
Álvaro avanzaba en el silencio. Sus pasos no se
escuchaban sobre las hojas muertas. No quebraban ninguna rama. El tejido de su pantalón
no producía ningún ruido entre las dos rodillas.
Su corazón latía solo un poco más fuerte de lo
acostumbrado, pero el control que Álvaro ejercía
sobre sus emociones le había permitido ponerse
en modo de vibración. Era un momento de intensidad inexplicable y que no obstante acabamos
de explicar con cierta maestría.
Continuará
40
EPISODIO VII
Lo primero que vio Álvaro fue a una Ágata recuperada de sus emociones. Estaba sentada con
un vestido sastre, la espalda derecha, enfrentando
el increíble desastre: alrededor de ella cientos,
miles quizás, de orquídeas habían sido desenraizadas de manera salvaje, estrujadas, retorcidas,
destripadas, decoloradas, despetaladas, peladas,
trituradas, machacadas, mezcladas sin pudor la
una con la otra, golpeadas bestialmente como se
golpea un tapete para sacarle el polvo, o como
la pulpa que suaviza los billetes para ponerlos
en circulación. La colección de orquídeas que
se preparaba para la gran Feria de las flores, la
que tiene lugar cada año en el mes de agosto en
Medellín, el cuidado de estas maravillas envidiadas
por los enamorados de las flores y los amantes
de bulbos, todo esto, había quedado en la nada.
Era terrible. Era patético.
––Exijo una explicación –dijo Ágata, quien hacia
gala en ese momento de toda la frialdad de la
41
ÁGATA DE MEDELLÍN
que su mirada era capaz y que no iba dirigida
hacia Álvaro.
––Exijo, exijo… ¿A nombre de qué exige usted
alguna cosa? ¿Con qué derecho?
––Usted lo sabe perfectamente, mi viejo.
––¿Quiere usted decir, que ya no soy su amigo?
––¿A quién dijo usted hace un rato, desde su caja
de espionaje, que estaba de mi lado? ¿Quién es
esa “ella” de quien usted se vanagloria de no
dejar ni un instante? Espero que no pertenezca
usted a ETA.
––¿A la ETA? Pero, ¿qué cosas está pensando?
––¡Es un chiste malo!
––No la estoy espiando, Ágata. No sé quién es
usted.
––¿Me toma usted por una tonta? ¿Por qué dice
que no sabe quién soy? ¿Qué le hace pensar que no
me haría feliz que usted conociera mi identidad?
¿Quién le ordenó venirme a buscar al aeropuerto
para tener que viajar en su auto sucio y no en
otro? ¿Por qué aquí, casi siempre, desde que le
conozco, no me deja usted nunca sola, excepto
cuando lloro y cuando precisaba justamente un
42
poco de conmiseración? ¿Quién le aconsejó que
me contara todas esas historias de pobres que
duermen de pie y de ricos que velan en tierra?
¿Me va usted a denunciar, finalmente? ¿Cómo
explica lo que tengo frente a mis ojos? Confiese
que sabía perfectamente lo que nos esperaba
en el jardín botánico en el momento en que decidió que debíamos entrar como ladrones cuando
ya habían cerrado. ¿Conoce usted al hombre de
mi vida? ¿Sabe usted como se llama el hombre
de mi vida? ¿El hombre de mi vida lo contactó?
¿Cuándo lo contactó el hombre de mi vida? ¿Sabe
usted que sobre la bandera del hombre de mi vida,
por razones etimológicas, existe precisamente
una orquídea en pleno centro del rectángulo?
¿Cree usted que es una coincidencia? ¿Cómo es
que no muestra usted ninguna emoción ante el
espectáculo del crimen contra esta vegetalidad?
¿Quiere decir que en esta ciudad toda especie
de simpatía, en el sentido fuerte, esta atrofiada,
irremediablemente como irremeavemaríamente?
¿Comparte usted el odio del hombre moderno,
de su cultura y de sus culturas como se muestra
en los libros ásperos de su compatriota Fernando
Vallejo? ¿Qué sucedió en este campo de batalla?
43
ÁGATA DE MEDELLÍN
¿Terminó la batalla? ¿Se trata de una batalla o
más bien de una guerra? ¿Me va usted a responder
finalmente? ¿Quién es el responsable? ¿Quién es
el culpable? ¿Qué mano-machete pasó por aquí?
¿A quién debo dirigirme para conocer una brizna
de verdad. Si la paloma que se eleva allá arriba
poseyera letras, me diría lo que vio. No me dejaría
en esta ignorancia, no tendría el coraje. Todas
estas flores están ahí, completas. ¡Nadie se las ha
llevado! Devastación, devastación, devastación,
solo devastación… ¿Va usted a abrir finalmente
su caja de palabras?
––Eso que usted describe, no es totalmente exacto,
–dijo finalmente, Álvaro, en tono severo.
––¿Qué quiere usted decir?
––Faltan los tubérculos.
Continuará
44
EPISODIO VIII
Lo que declaraba Álvaro era cierto. Ágata de
Win’theuil quería recoger las evidencias y no se
privaría de ello. A primera vista, no había sabido
percibir que habían cortado la base del tallo –la
base de todos los tallos, sin excepción– con sumo
cuidado con una herramienta corto punzante
bien afilada, podadora o tenaza, después de haber
arrancado de la tierra cada flor individuo. Solo
lo rápido de la intervención provocó esa falsa
apariencia de un acto de cólera y de iconoclasia
pura.
––No –dijo Álvaro–. Esto es un robo, una agresión, una rapiña. No tiene nada que ver con
vandalismo. No nos dejemos engañar por las
apariencias.
––Habla usted como un comisario de novelas
policíacas, mi pobre Álvaro.
––¡Ah, no! No puede usted decir “mi pobre Álvaro”, señora Ágata.
––¿Y eso por qué?
45
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Porque son las doce y un minuto, mi querida
mi amiga.
––Sí, pero sea discreto por favor, no hemos leído
juntos Durante mucho tiempo me acosté temprano, si entiende lo que quiero decir… Entonces
¿por qué no puedo decir “mi pobre Álvaro”, mi
pobre Álvaro?
––Porque hoy es precisamente el último día de
mi período de pobreza, en un minuto seré de
nuevo rico. En lugar de ofrecerle una mera tortilla
sin jamón, tendremos hormigas culonas para el
almuerzo, (un manjar raro y costoso), tendremos
papaya, piña, melón y todas las delicatessen que
se le antojen.
––¿Quién le dijo que estoy contenta de presenciar
precisamente el momento de su retransformación?
¿Cree que me complace? ¿Tengo yo necesidad de
que se me complazca?
––¿Por qué pregunta usted tanto, Ágata?
––Por el placer de enmierdarlo con sus propias
no-respuestas generalizadas, ¡especie de gaznate,
que arrulla más de lo que informa!
––¿Por qué me dice usted todo esto?
46
––Porque parece que no es mi día. ¿No cree
usted que sería más eficaz partir en busca de los
ladrones de bulbos, en lugar de estar peleando
entre nosotros?
––¿No sabe usted por qué detesto el giro interronegativo?
En ese momento, Álvaro abandonó su bella
indiferencia. Se acercó a aquella que había considerado su amiga y poniendo su mano sobre
el hombro derecho, allí donde se extendía un
hermoso tatuaje polícromo, le dijo mirándola
a los ojos:
––Todo eso lo sé, Ágata de Win’theuil, amiga
mía, mi presidenta.
Esta revelación no pareció ejercer ningún efecto
sobre la emotividad agatiana. Dijo, simplemente,
con palabras de todos los días:
––Hace muchos años entendí que usted sabía
quien soy.
––Yo no diría eso. ¿Quién puede saber quién es
usted realmente, Ágata de Win’theuil? Debo decir
que ni siquiera es mi ambición saberlo. Desde mi
47
ÁGATA DE MEDELLÍN
punto de vista, usted podría ser perfectamente
una. Eso me tranquilizaría. Nunca he entendido
porqué los políticos quieren reflejar un retrato
unívoco de sí mismos. ¿No se ven ellos confrontados a situaciones cambiantes?
––Acaba de hacer usted elogio del cambio radical
de vida, mi rico amigo. No se confié usted.
––Sin embargo, avanzamos, Ágata de Win’theuil.
Sé quien es usted. Siempre lo he sabido…
––… en cambio yo no sé, precisamente, quién es
realmente usted.
––Es verdad.
––¿Entonces?
––¿Llegó el momento?
––Lo he llamado.
––¿Es suficiente para que le obedezca?
––Creo que sí.
––Demuéstrelo.
––No he desenterrado argumentos de la panoplia
de la coerción, ese concepto inmaterial que se
arma de pinzas y tenazas, de bañeras y tenacillas.
Todas esas vidas sobre las que hace cómodamente
48
su duelo el más sudoroso y apático de los tiranos,
he aprendido a mantenerlos a flote, imagínese
usted…
––Todo esto es en su honor, en su honor. Y puesto que es así, debe usted saber, querida amiga,
que soy.
Continuará
49
EPISODIO IX
Don Mispel-Hotas estaba en la oscuridad, sentado y atado de manos y pies. No se amarró solo,
como se puede imaginar. Sus antebrazos estaban
pegados a sus muslos, las manos abrazaban las
rodillas, y el conjunto completo se mantenía
en estrecho contacto con una cinta adhesiva de
las que se utilizan en electricidad, distribuida
generosamente, reforzada con fibras de metal
que ni siquiera una dentellada hubiera logrado
debilitar. En esta posición, y mientras que con
una argolla estaba fijo a otra argolla de metal que
salía del pavimento, el prisionero tenía dificultad
para mantener consciencia de su existencia. La
bola de algodón que tenía en la boca y la mordaza
mantenían todo en su lugar, no permitían un
eventual monólogo, que por lo menos hubiera
dado testimonio de la capacidad de la palabra o
de la risa, consideradas generalmente propias al
hombre. Un guiño en la oscuridad absoluta no
se parece al que se efectúa a plena luz. Lo mismo
para la agitación de las orejas hacia adelante y
51
ÁGATA DE MEDELLÍN
hacia atrás, hazaña inútil de la que don MispelHotas se sabía capaz, pero que pensándolo bien,
no le ayudaba mucho. La utilización misma
de los recuerdos, no era un recurso cómodo,
puesto que estos se escabullían hacia la sombra.
Aceptar la inercia era la única posibilidad de no
desfallecer. Estaba apretado como una salchicha.
La momia se imponía.
En consecuencia, Mispel-Hotas no era más que
espera. Estaba reducido a no dejarse caer en una
especie de demencia que podría desarrollarse a
causa de la inmovilización. Debía tener paciencia,
no podía soñar con maratones matinales por
los viñedos o sobre los pasos de los pantanos.
Estamos de acuerdo, pregunta quién te oprime.
Piensa que si el desgraciado no te ha ejecutado es
porque tiene algo que debe decirte de frente, algo
seguramente qué preguntarte. En consecuencia,
prepárate para ese cara a cara que probablemente
llegará muy pronto. Han querido debilitarte. No
has comido desde hace diez o quince horas (¿cómo
saber cuánto tiempo ha pasado?), tienes sed, pero
vives de tus reservas, recuerdas que el cuerpo tiene
una cantidad considerable de agua. Tampoco
52
ignoras que tienes una cantidad apreciable de
vegetal en ti, cuando se siente necesidad, los
órganos de reserva, los tubérculos, por ejemplo,
enterrados con frecuencia están a tu disposición
así como el agua y los glúcidos.
Don Mispel-Hotas se decía todo esto en la oscuridad de su fuero interior, puesto que él mismo
se encontraba en otra oscuridad.
Duerme, duerme, negrito
que tu mama está en el campo
negrito, negrito…
Como en la versión de Atahualpa Yupanqui.
Y Mispel-Hotas recordaba esta canción que le
salía armoniosamente por la nariz; por la boca
era imposible. Otro recurso que utilizaba para
ocupar su mente, el único elemento de su ser que
todavía podía mover: dejaba pasar una y otra vez
por su memoria los titulares de las carteras de los
ministros colombianos desde la Independencia.
Los había aprendido de memoria en el avión
que lo traía a Medellín, una costumbre que tenía
desde que era niño, por una preocupación a la
vez de entrenamiento de memoria y de republi53
ÁGATA DE MEDELLÍN
canismo incurable: “Ministro del Interior y de las
Orquídeas… Ministro del Metro rodante y del
Metro-cable… Ministro de Limpieza de las Aguas
y de su Recuperación… Ministro de las Artes y
de la Literatura elitista para todos… Ministro de
los Suéteres Rojos… Ministra de la Traducción
Paralela… Ministro del Café y de las Almendras
tostadas…” mientras que a cada enunciado de la
cartera seguía un nombre propio de, por lo menos,
cuatro elementos, Rubén Armando Contreras
Ibarra o Darío Patricio Víctor Hugo Sánchez…
Mispel-Hotas estaba ahí en su lucha contra la
parálisis asistida por la cinta Scotch, cuando llegó
a sus oídos un ruido de pasos, un ruido que peldaño a peldaño multiplicaba generosamente una
escalera en hierro en una celda de cemento.
Continuará
54
EPISODIO X
Una llave de hierro giró, manipulada por una
mano de hierro, en la cerradura de hierro. De
hecho, la mano era de hierro, por lo menos con
guante de hierro, un excelente atajo para lo que
podría ser un carcelero en el infierno.
Sin embargo, Mispel-Hotas estaba feliz. Lo que
hubiera podido representar un deterioro de su
suerte parecía ser en un primer momento una
satisfacción. El que se decía visitante decía también
que había una razón para que la visita se diera. Don
Mispel-Hotas estaba convencido de que detrás
de todo eso se anunciaba una transacción y que
él volvería a ver la dulce luz de Medellín, aquella
bajo la cual se podía caminar sin mucho temor
(no siempre fue así, de ninguna manera, en la
historia de la ciudad). Mispel-Hotas, además ¿no
había sido secuestrado a plena luz del día?...
La mano de hierro manipulaba en ese momento
otra cosa en hierro, era una navaja. La acercó a la
boca del prisionero y con precisión de cirujano
55
ÁGATA DE MEDELLÍN
cortó la mordaza. Don Mispel-Hotas expulsó
algunos trozos de algodón salivófilo.
––Creo, Señor, –dijo una voz que tenía algo de
metálico y de destemplado, como si hubiera sido
accionada por un cuasi violinista debutante–, creo
que el interés súbito de las más altas autoridades
del Mundo-Mundos para la ciudad de Medellín
no es de muy buen augurio para la integridad
física. Espero, evidentemente, equivocarme,
porque me parece usted simpático. ¿Qué vino
a hacer aquí?
––No vengo a hacer nada a ninguna parte, –dijo
don Mispel-Hotas de manera muy suave–. Vea
usted, hace muchos años que no tengo el más
mínimo proyecto. Tomo los lugares como me
llegan, la predicción meteorológica como la
posibilidad de que el clima sea frío, húmedo,
canicular. Los hombres me interesan todos por
lo que son. Me siento satisfecho con muchos
fenómenos que no parecen atraer la atención
de nadie o de casi nadie. No lo tome a mal, eso
no significa de ninguna manera la más grande
indiferencia ante lo que sea. Vine a Medellín
porque pasaba por aquí y mi trabajo es pasar
56
por aquí y por allá.
––¿En qué se ocupa usted?
––Sabe usted, nunca he dejado de ser conductor
de vehículos de utilitarios.
––Miente usted. Es presidente del MundoMundos.
––No soy ya el presidente del Mundo-Mundos
desde hace tiempo. He sido liberado de mis
funciones.
––¿Por quién?
––Por mi incompetencia.
––¿Quién lo remplaza?
––Un incompetente siempre es irremplazable.
––¿Quiere usted decir que ninguna necesidad
particular lo atraía a usted a estos lugares?
––No quiero decirlo. Lo digo.
––Cuando usted fundó, en otra época, su república
individual, nombrada por usted de manera tan
elegante la República de Mispel-Hotas…
––¡Hace mucho, muchísimo tiempo, no en otra
época!...
––¡En otra época o hace mucho, muchísimo
57
ÁGATA DE MEDELLÍN
tiempo, poco importa! ¿Olvidó usted de qué
estaba hecha su bandera?
––No lo recuerdo.
––¿Cree usted que esto podría reavivar su memoria? (Jugaba con la navaja haciendo salir la hoja
de metal, escondiéndola y haciéndola salir de
nuevo) ¡Quiero decir, darle la vida! Su vida está
en peligro, Señor.
––¿Es usted quién trae ese peligro?
––Así es.
––¿Con quién tengo el honor?
––¿Qué quiere usted decir?
––¿No tiene usted un nombre? ¿Un nombre de
pila, un nombre de clan, un nombre de cartel?
––De nada le servirá saberlo.
––De nada, sin duda, solo lo exijo en aras de la
cortesía que debe presidir esta conversación.
––Puede llamarme el Hombre de Hierro, si eso
lo hace feliz.
––Es un nombre frío.
––La temperatura apropiada para pronunciar la
sentencia extrema.
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––¿Quién le dijo a usted que me aferraba a la
vida?
––Su voz me lo dice. Como me lo dijo la voluptuosidad que expresó al respirar la noche de
Medellín. La única noche de Medellín que se le
permitirá conocer.
––¿Por qué esperó usted el día para atraparme?
––Porque necesitaba atrapar todo lo que pudiera.
––Es usted misterioso.
––El misterio no va a durar mucho tiempo.
––La navaja entró de nuevo en acción, esta vez para
retirar el adhesivo y liberar el brazo y las piernas del
prisionero. Mispel-Hotas estiró las piernas, quejándose, resintiendo una multitud de picadas virtuales
administradas por una multitud de hormigas núbiles
que agredían al macho.
––Sígame –dijo el violón chillón crujiendo los
dientes.
––Hago lo que puedo.
Los dos hombres salieron de la cárcel. MispelHotas con la cinta Scotch erizada parecía un
espantapájaros. Tomaron el camino de la escalera
59
ÁGATA DE MEDELLÍN
de hierro, cuarenta y ocho peldaños de bajada, y
finalmente un largo corredor que terminaba en
un callejón sin salida.
––¿Sabe usted lo que hay detrás de esta puerta?
––El futuro –dijo don Mispel-Hotas.
Continuará
60
EPISODIO XI
La mano izquierda de Ágata de Win’theuil estaba
comprometida con la mano derecha de Álvaro y
la mano derecha de Win’theuil Ágata, con la de
un nuevo personaje que respondía al nombre
de Fernando. Todos tres caminaban por la misma
línea, considerando con atención el suelo macadamizado del camino que habían tomado.
––¿A qué se parece exactamente un tubérculo?
–preguntó Ágata.
––A una papa minúscula –respondió Fernando–,
pero de cáscara un poco más fina.
––¿Fina como la mía? –soltó el cumplido Ágata
de Win’theuil, de hecho, no tan finamente.
––No se me hubiera ocurrido compararla con
una papa, a pesar de que, como botánico que
soy, tengo una idea bastante buena de ese tipo de
legumbre que es también un tubérculo…
––Agradezco sus buenos pensamientos pero no
me ha dicho todavía, por una parte, si es rico o
pobre, por otra parte, ¿con qué objetivo fueron
61
ÁGATA DE MEDELLÍN
arrebatados todos esos bulbos de orquídeas a las
reservas nacionales?
––Se lo va a decir –le dice Álvaro tranquilizándola,
dándole un apretón de manos afectuoso.
––El tubérculo de la orquídea, debe usted saberlo
como el común de los mortales que no conocen de
etimología, es doble. Los ignorantes ignorantistas,
diré mejor, los obscurantistas creen de manera
firme como el hierro que su polvo puesto durante
varias horas bajo la lengua es el afrodisíaco más
extraordinario que se pueda encontrar sobre este
maldito planeta, y falta le hace.
––¡Qué estupidez! –Dijo Ágata.
––Estoy de acuerdo con usted, es como decir que
el núcleo de la nuez es bueno para el cerebro
porque se parece al cerebro o que la alcachofa
hace crecer el cabello si se come el heno. De
hecho, para responder a su primera pregunta,
soy rico en este momento, rico, en todo caso,
en ideas más científicas que esta sorprendente
historia de orquídeas.
––No solamente es estúpido desde el punto de
vista científico –dice Álvaro.
62
––¿Además?
––Le voy a revelar algo, Ágata de Win’theuil,
pero quisiera que guardara para usted esta revelación.
––Por supuesto, ¿en dónde quiere usted que la
difunda, yo que nunca participo en las cenas
de la ciudad?
––¿Me lo jura?
––¡Se lo juro!
––¿Y que esta confidencia no la escribirá usted
en una novela por entregas traducida a varias
lenguas comenzando por el español de América
Latina?
––¡Juro y rejuro!
––Pues bien, Ágata, le diré algo que nunca me he
atrevido a decir a nadie. A pesar de que esta verdad me ha quemado la lengua. ¿Por qué me la he
guardado siempre para mí como si no hubiera que
desperdiciarla en el primer oído que apareciera?
Creo que hoy es el día o nunca. Pero no quiero
que Fernando me escuche. Venga para acá.
Álvaro esperó que Ágata le soltara la mano al
botánico, quien se ocupaba de mover con el
63
ÁGATA DE MEDELLÍN
pie el polvo del camino como si estuviera en
busca de una pepita. Ágata siguió a su guía
que la conducía detrás de una van estacionada
en la acera y que esperaba el día y el servicio
público. Protegidos por esa mampara, diría mejor
vanpara, Álvaro tomó la mano de Ágata y la besó
profundamente. Después de esto, la miró a los
ojos. Ágata sentía que el mundo le daba vueltas
con toda esta ceremonia y dijo con una voz débil
pero inteligible:
––Voy a decirle, Ágata, para un hombre, quiero
decir, por lo menos para un heterosexual, el único
afrodisíaco eficaz es simplemente una mujer.
Escuchando esto, Ágata de Win’theuil estuvo a
punto de desmayarse, y ni siquiera se esforzó en
impedirlo. Cayó en los brazos de Álvaro que la
sostuvo como una pluma, es decir, que se sintió
convertido en portaplumas, presto a acostar por
escrito lo que le acontecía.
Regresaron tranquilamente donde se encontraba
el botánico que tenía entre dos dedos una pequeña
esfera vegetal y doble, con aire triunfal.
––Vamos –dijo–, por buen camino.
64
––Entonces, sigamos –decidió Ágata.
––Vamos –confirmó Álvaro.
Y, extendiendo el brazo, Fernando señaló con el
índice el Sur apurando el paso.
Continuará
65
EPISODIO XXII
El astro estaba en toda su plenitud. Era suficiente
dejarse guiar por su luz.
––La luz no es suficiente, Ágata –dijo Álvaro.
––¿Qué podría añadirse a esta luz? Esta luz es
suficiente, veamos… No la vamos a atosigar.
––Hay, sin embargo, algo que se encuentra más
allá de la luz.
––¿Qué?
––Su plural.
––No entiendo.
––Las luces. Incluso quizás aquellas con L mayúscula. Las Luces.
Fernando asintió con muestras de convencimiento.
––Y Las luces me dicen, Ágatha de Win’theuil
que la hora es peligrosa. No tenemos derecho
a exponerla innecesariamente. Lo primero que
haremos es dejarla en el hotel.
––No tengo hotel.
67
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Le encontraremos uno.
––No tengo la intención de dormir esta noche.
No vine a Medellín a recuperar una llave magnética en un hotel de cuatro estrellas, ni a subirme
en un ascensor silencioso, ni a penetrar en una
habitación con una cama de dos metros, bañera
y lociones para el baño. No cuenten conmigo
para esa payasada. Soy pobre esta noche y no
pido nada. Ustedes me han convencido de la
necesidad de una cura y ahora que ha comenzado,
no me voy a echar para atrás. Infortunadamente,
todos dos, si entendí bien, están en un período
de riqueza, por lo que no puedo ir a alojarme ni
en la casa del uno ni en la del otro. Realmente,
la mejor solución es que los acompañe a lo de
los ladrones de bulbos con el fin de ponerles los
puntos sobre las íes. No dudo un solo segundo
de que el solo hecho de anunciármeles con mis
títulos y calidades les hará entregar las armas si
es que tienen alguna.
––¿Duda usted, un solo segundo, de que sea ese el
caso? –Dijo Álvaro con inquietud–. No quisiera
tratarla de inconsciente, algo que la altura de su
función me prohíbe absolutamente hacer, de todas
68
maneras, ¡usted no tiene derecho a arriesgar así
su bella existencia!
––Sea sincero, Álvaro, respóndame, ¿a son de
qué fue usted a recogerme al aeropuerto? ¿A qué
policía exactamente pertenece usted? No tiene
usted derecho a esconderme nada. ¿A quién le dijo
usted por teléfono “estoy con ella”, en español,
que es su lengua favorita, en el episodio seis?
Durante todo este intercambio, caminaban a
buen paso, Fernando se agachaba de tanto en
tanto para recoger un tubérculo que dejaba caer
en su bolsillo imaginando el momento en el que
pudiera finalmente volverlo a enterrar en el lugar
de donde no debió haber salido.
Álvaro sentía que no podía echarse atrás. Respiró
profundamente y, bastante inspirado, le dijo a
Ágata:
––Desde el día en que la vi por primera vez,
Ágata de Win’theuil, he madurado. Fue hace dos
años. Estaba usted en París y caminaba a lo largo
de La Villete. Mi memoria no me traiciona,
pues La Villete estaba escrita en letras completas
sobre un panel luminoso de la gran ciudad. Que
69
ÁGATA DE MEDELLÍN
La Villete fuese un barrio de la ciudad, me pareció
de la lógica más elemental. Yo me encontraba
en París para terminar mi tesis de literatura
comparada dedicada al tema de la tempestad
marina en la literatura europea de Rabelais a
Conrad. Desde el día en que la vi, no me sentí
capaz de terminar mi proyecto. Tenía finalmente
la consciencia interior de la borrasca, estaba en
buena medida bajo su yugo.
––Pues bien, mi pobre rico amigo –dijo Ágata que
no era capaz de jugar a ser modesta si lo hubiera
sabido–… en fin, reconozca que no he hecho
mucho para avivar el fuego del que me habla. Lo
único que he hecho es ser yo misma y…
––Quizás –interrumpió el enamorado que temblaba de pies a cabeza como un Populus tremola
tremola de todas sus hojas (había renunciado
a su bello estoicismo)–, y créame que durante
dos años logré convencerme de que mis sueños
deberían contentarse con la distancia y con la
desactualización de todo el potencial que, de
todas maneras, acariciaba. Todo esto para decirle
que no pertenezco a policía ninguna, que no
dependo de ningún presupuesto de la defensa
70
o de los servicios secretos, que soy solamente
su servidor, su conductor, su mayordomo, su
vestidor si usted lo desea o su desvestidor y su
peluquero, su cosmetólogo preferido, pero eso
en una primera etapa, luego su protector.
––Mi protector… va usted rápido, amigo mío.
Continuará
71
EPISODIO XIII
––Mi protector… ¡se puede decir que, por lo
menos usted no se anda con rodeos!... A decir
verdad, todo esto me parece duro de sobrellevar.
Hace mucho tiempo que renuncié a contratar
personal menor… Ya no está de moda y nadie
quiere humillarse realizando ese tipo de tareas. En
jerarquía estoy por encima de usted. Es lo único
que le puedo conceder. Pero, en este momento,
va usted a dejar sus zalamerías de enamorado
transido pues comienza a enfriármelas, como
se dice vulgarmente. Estamos en una operación
de envergadura, Álvaro. El azar ha querido que
hubiésemos presenciado un crimen de la más
abominable especie, esto es un signo de que
nuestro deber es ponerle orden a las cosas, es
decir, volver a plantar los bulbos una vez que
los hayamos encontrado. Fernando, no tiene
sus miedos ni sus pusilanimidades. ¡Mírelo! ¡No
pesa el peligro en la balanza de la acción! ¡Así me
imagino el ciudadano del futuro, el del futuro
que canta como debe ser!
73
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Pero, Ágata, conozco el…
––¡Yo también lo conozco! El no sé qué que usted
quiere decir: el contexto, probablemente el país,
la conjetura, la Historia y el pasado, todo esto con
el mismo cuidado, pero es cuido para los gatos,
¡así es mi viejito! No quiero saber lo que usted
conoce. ¡Exprima el limón de sus conocimientos
a favor de la acción que debemos realizar, en eso,
estoy con usted, pero no me caliente la oreja con
el detalle de sus deducciones o de sus dudas!
Álvaro miraba a Ágata con ojos del Quijote para
su Dulcinea, Ágata cuyo brillo constante en los
ojos iría hasta el disco lunar como chispas de
acero en fusión.
––Pues, qué así sea –dijo Álvaro más con filosofía que
con entusiasmo real. Estaba convencido de que corría
delante de ráfagas que no serían más que viento.
La novela por entregas debe informar que Álvaro no
sentía sus intestinos tan valientes como lo deseaba.
––No se puede pedir a una jirafa que camine como
un cocodrilo –dijo Ágata alzándose de hombros,
Ágata que leía muy bien los comentarios narrativos
en el desarrollo de la vida misma.
74
––¡Silencio! –dijo Fernando agachándose una vez
más–. Nos acercamos a nuestro objetivo. No es
momento de alborotar al enemigo.
––¿Cómo sabe usted que nos acercamos al final?
Solo estamos en el episodio trece.
––La temperatura –precisó el sabio.
––¿Cómo? ¿La temperatura?
––El tubérculo que acabo de recoger, como no
sucedió con los anteriores, se siente afectado por
el calor que seguramente emanan también una
gran cantidad de sus coetáneos probablemente
almacenados a veinticinco metros a la redonda. Con
seguridad el cargamento pasó por aquí en camión
de carga. Aquél que está aparcado un poco más
allá. Apuesto mi cabeza, pues, de todas maneras,
solo tengo una a disposición. Basta con encontrar
una puerta de garaje que acoja esta hipótesis para
que la búsqueda termine en belleza.
––Con Ágata de Win’theuil –dijo Álvaro–, ¿cómo
puede acabar cualquier proyecto sino en belleza?
Ágata pretendió no haber escuchado, de todas
maneras, levantó el dorso oscilándolo de manera
provocativa haciendo pivotar su pelvis.
75
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Allá –dijo ella, señalando una fachada de mala
muerte, una puerta pesada cerrada, que levantada
podía dar paso a un camión de doce toneladas
de carga.
Sobre el metal pelado, se podía leer, escrito con
pintura blanca: GARAJE EN USO.
––Vamos, al ataque –exclamó tranquilamente
Fernando, como lo hubiera dicho delante de
cualquier puerta a la que hubiera tenido la intención de tocar.
––Despacio, despacio –lo calmó Ágata de
Win’theuil como si hubiera sido el general Córdova en la batalla de El Santuario–, debemos
organizar nuestras tropas.
––Pero, ¿de qué tropas habla usted, general? –dijo
Álvaro que más aún que su amor, era capaz de
leer entre líneas el diálogo con los comentarios
narrativos.
––¿Me puede prestar su celular, teniente Álvaro?
–dijo Ágata de un tono tranquilo.
Continuará
76
EPISODIO XIV
Álvaro metió la mano en el bolsillo y entregó
el celular a su general. A este gesto añadió una
precisión verbal.
––En el jardín botánico estuve solamente con
Fernando.
––¿Es verdad, Fernando?
––Claro que es verdad.
––¿Sabía usted que los bulbos estaban en peligro?
––Lo sabíamos desde hace tiempo. Pero la arrancada de los bulbos sucedió mucho antes de lo
que habíamos previsto.
––¿Saben ustedes por qué?
––Porque el crimen no fue cometido por quienes
nosotros imaginábamos.
––¿La competencia, entonces?
––¡Así es, la competencia! Y no nos lo esperábamos. Entre ellos habrá chispas y centellas,
cuando los primeros se den cuenta de que fueron
remplazados.
77
ÁGATA DE MEDELLÍN
––¿Cómo conoció usted a los primeros?
––Me había infiltrado entre ellos en la época en
que era pobre.
––¿En dónde vivía usted en ese entonces? En que
tipo de casa, quiero decir.
––Se está burlando usted de mi, Ágata…
––¿Por qué piensa usted que me estoy burlando?
––Pues porque no tenía casa… ¿Qué cree usted?
Dormía al borde del río donde la lluvia caía sobre
mis espaldas. Cuando llovía, enrollaba mi ropa
seca, la metía bajo una plancha y me duchaba
esperando a que saliera el sol. Siempre estaba
impecable… Estudié mucho, en esa época lo
que llamamos la “maleza”.
––¿La maleza de la sociedad?
––No, en el sentido botánico… No hay maleza, el
viento que las trae no es ni malo ni bueno, es un
viento solamente. La maleza de la sociedad no se
encuentra solamente entre los pobres…
––Álvaro nunca me supo explicar cómo resolvió
“la solución de Medellín” el asunto del número de
pobres, infinitamente superior al de los ricos, en
el momento del intercambio de condiciones…
78
––Yo puedo hacerlo, Ágata, ahora si usted lo desea.
––Con gusto –Fernando–, pero le recuerdo que
estamos en un momento crucial y que la actualidad
consiste mejor en forzar la puerta de esa especie de
bunker, que se encuentra ahí, delante de nosotros.
Cuando triunfemos, tendremos muchas horas de
ocio para dedicarnos a la conversación.
––Como usted quiera, Ágata de Win’theuil. Es
usted quien manda. Yo solamente puedo aconsejarla, desde mi punto de vista científico, cuando
sea necesario. No es aconsejable poner en peligro
el precioso cargamento de tubérculos que estos
malandrines robaron a la colectividad planeando
un allanamiento a esa fortaleza.
––No tema, no estoy acostumbrada a entrar como
un elefante en una tienda de porcelana o como el
enorme y malvado lobo en un rebaño de corderos.
Mi plan es muy delicado y comprometeré las
premisas utilizando este teléfono, que no sé cómo
utilizar y que parece más bien una barra de jabón
que una herramienta de comunicación. Álvaro,
quiere usted por favor marcar con sus dedos el
número que tendré el placer de dictarle.
79
ÁGATA DE MEDELLÍN
Álvaro escuchó el número (que la novela por entregas no reproducirá aquí por evidentes razones
de seguridad) y lo marcó con los dos pulgares.
Tendió la barra de jabón a Ágata de Win’theuil
con un golpe de talón.
––Descanse, mi viejo.
Ágata pegó el objetó de su oreja derecha. La panela sonaba. La desplazó hasta su oreja izquierda.
Inclinó la cabeza dándose cuenta, con algo de
inquietud, de que escuchaba mejor de ese lado.
¿Estaba ya perdiendo la agudeza auditiva?
––Aló, dijo Ágata. Pueden enviar la tropa (…) Si,
el rebaño, si lo prefiere (…) Hará lo que estaba
previsto (…) Exactamente (…) No sé en qué
parte de la ciudad nos encontramos, pero diablos,
no me diga que no va a poder localizarme con el
GPS (…) Avise a los otros, claro (…) Todo debe
hacerse en el próximo cuarto de hora. Mañana
al mediodía todo debe haber terminado. (…)
Si, concluido.
Ágata le devolvió el teléfono a Álvaro para que
lo apagara.
80
––Solo nos queda esperar –dijo Ágata, acercándose
a Fernando para besuquearle el crespo bigote.
Continuará
81
EPISODIO XV
––Nada de eso –dijo don Mispel-Hotas.
El relato del Hombre de Hierro había sido preciso, frío y detallado. Había durado exactamente
el tiempo que necesitaba la lectora para leer los
episodios once, doce, trece y catorce. Había
terminado con una propuesta formal, lo que
Mispel-Hotas esperaba sin conocer realmente
el alcance. Confirmó su rechazo, persistió y se
persignó:
––Nada de eso.
La risa del Hombre de Hierro chirrió como si le
faltara aceite. Mispel-Hotas no pudo evitar sentir
escalofrío, cualquiera que haya sido su estado de
ánimo. Recordó el maelstrón2 de Edgar Poe y
pasó su mano por entre los pocos cabellos que
caían sobre sus sienes. “La amenaza lo argentará,
quizás… lo emblanquecerá en una noche de
horror…”
2
Un descenso al maelstrón, cuento de Edgar Allan Poe publicado
en 1841.
83
ÁGATA DE MEDELLÍN
Detrás de la puerta, hacía un rato, Mispel-Hotas
había descubierto, llevado por su guía y sin embargo extorsionador potencial, un espectáculo
terrible: en medio de un inmenso hangar se elevaba una pirámide blanca, que a cierta distancia,
podía parecer un morro de piedrilla. Una volqueta
tuvo que descargar en una tolva, allá encima, y el
material fue a parar al sótano, como el montículo
de arena en la parte baja de un arenal. Un olor
grasoso violentaba el olfato.
Alrededor de la pirámide, siguiendo un anillo
regular, se encontraba una cuarentena de obreras
y de obreros sentados en el piso e incluso en el
puro pavimento. Estaban encadenados el uno al
otro por medio de una argolla de hierro ajustada
a cada tobillo, los pies desnudos posados sobre el
suelo y las rodillas plegadas vueltas hacia el techo.
Trabajaban con las dos manos entre las piernas.
Mispel-Hotas se acercó, obedeciendo a un gesto
del puño de hierro que se mostraba acogedor,
con algo de ironía.
La multitud laboriosa dio apenas una mirada al
visitante. Tenían mucho que hacer con el rallador
84
que Mispel-Hotas percibía entre los dedos de todos
y que se le parecía a algo que usan los cocineros
cuando quieren dar a la crema una pizca de nuez
moscada. Había allí niños, cuyos dedos delgados
estaban claramente mejor adaptados para la pequeñez de la herramienta, mucho más, en todo
caso, que las manos regordetas de los adultos que
con frecuencia dejaban caer el rallador, dejaban
escapar lo que rallaban o se rallaban torpemente
los dedos hasta sangrar.
––“Veamos, veamos –se dijo don Mispel-Hotas–,
el… ¡se diría que tenemos todavía hermosos días!
El… ¿Cómo se llama eso? ¿Por qué se me escapa
la palabra? Si no es una palabra rara. La tengo en
la punta de la lengua. La hubiera creído olvidada.
Ciertos diccionarios seguramente la han sacado
de su repertorio. Poco importa, ya la recordaré,
puesto que llegó su referente… ¿Pero, qué están
rallando, exactamente?”
Mispel-Hotas no se decidía a cuestionar al Hombre de Hierro, tan decidido estaba a responder
negativamente a sus propuestas deshonestas.
Esto no lo hacía, sin embargo, un interlocutor
cualquiera. Que no se haga ninguna ilusión.
85
ÁGATA DE MEDELLÍN
Lo que rallaban no eran minerales. Era evidente
cuando uno se acercaba bastante. Eran vegetales
y eran dobles.
Mispel-Hotas no sabía lo que era. Tomar un
ejemplar y ponerlo en la palma de su mano no
estaba prohibido. Entonces se lo permitió, sin
avanzar mucho más. Solo tenía que devolver el
objeto al montón y empezar a hacer el recorrido
completo del equipo de trabajo.
Cada proletario (“pero no es esa la palabra que
busco”, pensaba ofuscado don Mispel-Hotas),
cada trabajador (“tampoco es esa”) tenía entre
sus piernas una pirámide minúscula de polvo,
que se parecía a la grande, a pesar de su tamaño
irrisorio. Cuando el montoncito llegaba a la altura
de una mano –la medida era del pulgar al suelo
y del auricular al aire– el que maniobraba (“de
nuevo la palabra se me escapa, no se parece a esa”)
llamaba al que recogía que se acercaba con una
palita, una pequeña escoba y un balde grande.
Solo en ese momento, era posible descansar recostando en el suelo la espalda encadenada (“la
tengo, tengo la palabra”), pero menos de dos
86
minutos, tiempo que era decidido por un rejo
al que no era posible replicar.
Continuará
87
EPISODIO XVI
Mispel-Hotas había encontrado la palabra, pero
no quería pronunciarla. No era una palabra digna
de pasar por una boca libre que le volvería a dar la
actualidad perdida. ¡Que la realidad se las arregle
con lo indecible y con la bancarrota del léxico!
Ofrecerle el aparato de una palabra histórica,
sería otorgarle demasiado honor. Claro está, que
siempre habrá la posibilidad de pronunciarla con
desagrado y de acompañarla de un rictus que
indique el rechazo. Te pronuncio y te escupo. En
cuanto dispongo la memoria de mi lengua para
pronunciarla, la enuncio y la rechazo, la anuncio
y la tiro lejos de mí, la farfullo y la mascullo, la
destrozo con mis dientes como lo hiciera con
una pulga. Mi paladar se contrae, mientras la
palabra pasa: mis papilas reaccionan produciendo
una saliva envenenada de palabras, una saliva
que duerme en una bolsa de veneno. Mi lengua
carnuda toma la palabra con sus pinzas para no
dejarse contaminar. Mis mejillas se retuercen
y se vuelcan hacia el exterior. Pero la protesta
89
ÁGATA DE MEDELLÍN
con la que se podría gratificar esta actitud sería
insignificante a los ojos del maestro, mucho más
descorazonador a los oídos de aquellos que no
lo son, maestros –ni de si mismos ni de su destino–. Quizás. Por lo menos lo que me queda de
consciencia estará tranquilamente sentado a mi
lado, sin conocer vergüenza ni remordimiento
de haber sido cobarde.
La voz insoportable que se escuchaba en ese momento como una puerta que se abre mientras
unas piedrillas se deslizaban entre ella y el suelo
de porcelana, ponía los puntos sobre las tres
íes de la incomprensión mispel-hotana:
––No deberían intrigarle esas pequeñeces, MispelHotas. ¿Es posible que X no se reconozca en el
espejo? ¿Nunca? Es verdad que el espejo tiene
tendencia a invertir las cosas… pero no la X,
precisamente, la letra irreversible… El tubérculo,
la orquídea, Mispel-Hotas, es oro…
La voz había dicho “es oro”, iluminando de pronto
sus ojos. Y la voz de pronto, perdió su timbre.
Los labios súbitamente temblaban sobre la base
de la quijada. Los vellos se erizaban. La voz se
90
había convertido en una larga expiración, un
movimiento de máquina. Mispel-Hotas recordaba los frenos de su remolque, de otros tiempos,
cuando los hacía chirriar por una bajada. La “r”
no sonaba, tan ligera, sobre los neumáticos, sino
sobre las llantas. Una humareda salía, tabaco
caliente, el caucho quedaba inservible. “!Qué
horrrrrrrr!…” Ni un gramo de líquido en la “r”
de este riachuelo. El odio de Mispel-Hotas por
el metal amarillo, aquél que había hecho tanto
daño aquí mismo en tiempos de La Conquista,
subió desde un rincón oscuro de su estómago, algo
que después de mucho tiempo, hubiera jurado que
estaba vacío. Mispel-Hotas que estaba en ayunas,
vomitó un líquido amarillo, era la bilis.
––¡Pues bien –dijo con desagrado–, por qué no
lo produces sólido si tienes la fórmula!... –Respondió con un rechinamiento que no podía
llamarse “risa”.
––No sea melindroso. He aquí lo que hará –continuó el crujido que no merecía el nombre de
“voz”–. O mejor, he aquí lo que haremos juntos.
Tengo la materia prima, como lo ve, y tengo
todavía la mano de obra. Estamos en el proceso
91
ÁGATA DE MEDELLÍN
de producción. Es un trabajo de titanes, de
acuerdo, pero al tiempo no le hacen falta titanes
desde que uno los sepa fabricar. Es mi trabajo.
Toda la cadena de comercialización está lista para
entrar en acción. La clientela espera. Su cuerpo
y su imaginación echan chispas. La clientela está
cautivada, puesto que cada uno se cree encerrado
en sus deseos, es decir en sus insatisfacciones.
Todo esto, lo manejo, Mispel-Hotas, todo esto
lo domino. Hace años que maduro este proyecto.
Hoy se encuentra en su fase decisiva. Solo hay
algo que me falta, que me falta y que usted tiene.
Y tendré que obligarlo a que me venda ese algo.
Ese algo es su nombre, Mispel-Hotas.
––Lo comprendo, pero no soy vendedor.
Continuará
92
EPISODIO XVII
––Lo comprendo perfectamente –continuó realmente molesto Mispel-Hotas–, pero no soy
vendedor.
––Solo los cerdos no cambian de overol y solo los
imbéciles no cambian de opinión. De hecho, no
tengo afán. Vea usted la altura de esta pirámide.
Necesitamos, mis colaboradores y yo, muchos
días para rallarla toda. Infortunadamente, el
trabajador es una bestia que debe descansar
de tanto en tanto. Otra solución sería hacerlos
trabajar hasta la sed y luego remplazar las piezas
y la mano de obra, dejando de lado lo que no
sirve para nada. Los nazis decían Ersetzbar, lo
que significa “reemplazables”. Sabían trabajar.
Sin embargo, prefiero la experiencia. No se puede
hacer un trabajo eficaz con debutantes perpetuos.
Lo voy a dejar con ellos, con seguridad lograrán
convencerlo de que colabore con nosotros. ¿Quién
no busca ponerle fin a sus males? Es el caso de
cada uno de ellos. Es también su caso. Lo llevaré
luego de regreso a su habitación. Mientras tanto,
93
ÁGATA DE MEDELLÍN
puede usted aprender con ellos. No son peligrosos.
Están demasiado ocupados. De todos modos,
usted esta siendo observado permanentemente.
No tiene nada que temer.
Mispel-Hotas se sintió en un primer momento
aliviado con la desaparición momentánea del
humano metálico. No quiere esto decir que una
bocanada de oxígeno obrara en favor de su liberación, pero, por lo menos, la cólera impotente
que henchía por todo el pneuma mispel-hotano,
logró debilitar la tensión y el calor. Mispel-Hotas
retomó la ruta por detrás de los ralladores teniendo cuidado de no dar una apariencia tranquila.
Recordaba el juego del pañuelo al que jugaba
cuando era niño: el que perdía debía dar una
vuelta alrededor del grupo dando vueltas sentado
y dejando caer el pañuelo sobre la espalda de
otro. Si aquél no se daba cuenta y el perdedor
lograba recuperar su pañuelo al terminar la
vuelta, debía salir a correr y dejar su lugar al
antiguo perdedor.
Mispel-Hotas no corría, sino que examinaba una
a una las espaldas curveadas y cansadas por el
94
trabajo, una escoliosis allí, una joroba allá, una
espalda musculosa de mujer que se había desnudado sin pudor, esas espaldas de niño muy suaves
con lunares, una perla de sudor descendía por las
montañas rusas de la columna vertebral…
En cuanto un cuerpo se desmadejó, extenuado y
jadeante, Mispel-Hotas lo levantó para ponerlo
a un lado y tomar su lugar. Se encontraba ahora
sentado entre un niño de diez años, algo ridículo,
y un viejo de mirada fija.
––Rallas bien –dijo Mispel-Hotas al niño–. ¿Me
muestras cómo lo haces?
––Es un asunto de dedos. Si tuviera los tuyos,
no lo haría mal.
––Trabajas concienzudamente.
––Sí.
––¿Por qué?
––Puedo llegar a ser jefe.
––¿Qué hace el jefe?
––Recoge las manos. Esto se llama una “mano”.
Un montón calibrado. El jefe es el recogedor.
––Sí, lo he visto.
95
ÁGATA DE MEDELLÍN
––¿Al recogedor, le pagan más?
––¿Pagar? Ninguno recibe paga aquí. ¿Dime, de
dónde sales tú?
––De la pereza.
––¿Qué es eso? ¿Tiene eso algo que ver con el
oso perezoso?
––No exactamente, pero podría.
––Dime, ¿me harás trabajar un día en tu perezocidad?
––Te lo prometo. Si logro salir de aquí, te prometo
que te daré un curso intensivo en perezocidad.
––¿Aprenderé a perecear?
––A vivir muy lentamente, sí.
––¿Cómo una tortuga?
––Como una tortuga no estaría mal.
––¿Y podría colgarme de los árboles?
––Si quieres colgarte de los árboles, diríamos mejor
un murciélago, digamos una ardilla, o incluso un
mico. Los micos no necesitan un lugar muy grande
para vivir. Vamos por un mico.
––Sí.
––Escribiré eso en mis tabletas.
96
––¿De chocolate?
––No, no de chocolate. No llevo chocolate.
––¿Y comería solamente bananos?
––¿Por qué querrías tu comer solamente bananos?
––Porque tenemos bananos en abundancia, incluso
podría invitarte a comer bananos.
––¿A comer patacón, entonces?
––A comer patacón.
––Estoy contigo.
Continuará
97
EPISODIO XVIII
––Me causas mucha impresión –dijo Mispel-Hotas
al niño que le respondía con risa.
La risa era de aquél que hubiera logrado hacer
una buena farsa.
––¿Por qué ríes?
––¿No es mejor que llorar?
––Por supuesto.
––¡Yo río también porque no veo qué te causa
impresión de mí! ¿No soy un niño?
––¿Por qué no puede un niño causar impresión
en su momento? Trabajas con precisión y hablas
y trabajas al mismo tiempo, lo que no te quita ni
una pizca de habilidad. Mírame, soy torpe con
mis dedos, mi polvo de orquídea está lejos de ser
tan fino como el tuyo y mientras organizo mi
frase mis dedos descansan obligatoriamente.
––Es porque acabas de llegar. Trabajas hace muy
poco.
––¿Y tú, hace cuánto trabajas en esto?
99
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Hace ya unas ocho horas, pero me entrené antes
para estar seguro de conseguir el trabajo.
––Un trabajo debería ser remunerado.
––Un día lo será.
––¿Quién te lo ha dicho?
––El jefe.
––¿Y le creíste?
––Pues claro que le creo. El fue quien tuvo la
idea de crear la empresa. ¿Por qué no habría de
creerle?
––Porque no tiene ningún interés.
––Se diría que no quieres.
––Ya te diste cuenta de eso…
––No es difícil.
––Contigo, se diría que nada es difícil. ¿Vas a la
escuela?
––¿La escuela? ¡Allí solo se aprenden cosas inútiles!
––¿Quién te metió eso en la cabeza?
––No se aprende a rallar, no se aprende a decorticar, no se aprende a hacer montoncitos regulares
ni a empaquetar.
100
––Te lo podrían enseñar, no sería difícil. Se aprenden otras cosas.
––¿Qué?
––Por ejemplo, a tener ideas para hacer trabajar
otra gente que no sean los niños, y pagarles por
lo que hacen.
––¿Y te crees que yo podría tener ese tipo de
ideas?
––Sin duda. No me parece fuera del alcance de
tus capacidades.
––Es lo que dice mi padre.
––¿Tú padre es pobre o rico?
––En este momento, es pobre.
––¿El hijo es siempre pobre cuando su padre es
pobre y rico cuando su padre es rico?
––Sí. Van de la mano hasta que el hijo comienza
a trabajar.
––¿Trabajar solamente o trabajar para ganarse
la vida?
––Cuando tu padre, por ejemplo, está en su período rico ¿hace el mismo trabajo que hace en
el período pobre?
101
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Sí, claro, mantiene su puesto de trabajo pero
no se le paga de la misma manera.
––¿Qué es lo que cambia?
––Eso puede adivinarse, ¿no? Cuando es pobre
se le paga con una cauchera, de otra forma se
volvería rico antes de los seis meses reglamentarios. Cuando él es rico, le pagan bien, sino caería
rápidamente en la pobreza.
––¿Y tú mamá?
––Lo mismo pasa con mi mamá, pero ella no
trabaja ni de un lado ni del otro, por lo que
no vale la pena preguntar.
––¿Qué hace ella?
––Niños.
––Eso no es un trabajo.
––No se considera.
––¿Dónde están en este momento?
––¿Los otros niños o mi padre y mi madre?
El niño señaló con el mentón el otro lado de
la pirámide, escondido a la mirada de MispelHotas.
––¡Quieres decir que están allá!
102
––¡Claro está!
––¿Y tus hermanos y hermanas?
––El niño señaló con el mentón dos más pequeños
que trabajaban a su derecha.
––¿Entonces están todos aquí? –Dijo Mispel-Hotas
algo sorprendido.
––Claro.
––¿Pero cómo logran subsistir?
––No nos lo preguntamos, puesto que somos
pobres. Basta con defenderse con lo que llegue
a las manos.
––Cuando pase tu padre de lado de los ricos…
––Sí, en cuatro meses y dieciocho días.
––…En ese momento, le pagarán. ¿No es verdad?
––Generalmente, sí.
––¿Por qué dices, “generalmente”?
––Porque en ese momento el trabajo habrá terminado.
––Ves, entonces, que nunca ganarás dinero.
––Soy un niño, no es una obligación. Mi padre
dice que eso llegará pronto.
103
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Quisiera ir a decirle unas cuantas cosas a tu
padre.
––Es el que tiene la gorra que le cae sobre los
ojos.
––Porque sus ojos son frágiles.
––¿Es la única razón?
––No.
––¿Cuál es la otra?
––Mi madre dice que tiene vergüenza.
Continuará
104
EPISODIO XIX
Mispel-Hotas no encontraba razón, al final de este
diálogo, para ser optimista en cuanto a su propia
situación a corto plazo. Luego de devolver el lugar
al buen hombre que había estado remplazando,
cuando este adepto al servilismo voluntario, vino
a darle una palmadita en la espalda pidiéndole
que le devolviera su lugar, Mispel-Hotas dio dos
vueltas alrededor del grupo laborioso. Los padres
del niño escondieron la cabeza cuando lo sintieron
venir. Los otros reaccionaban de manera similar,
pues habían escuchado, sino las palabras, por lo
menos el rumor del diálogo que había tenido
lugar. Recorriendo esta circunferencia por la
periferia, Mispel-Hotas no se daba por vencido.
Quería seguir creyendo que un fermento de
revuelta podía de alguna manera existir, como
una brasa que permanecía todavía viva algunas
horas bajo las cenizas calientes. Tuvo la idea de
una especie de acontecimiento del cual sería el
agente y que tendría la capacidad de revelar un
posible sobresalto. Un salto por un sobresalto.
105
ÁGATA DE MEDELLÍN
Mispel-Hotas detuvo su lenta marcha y saltó
en el aire, lo más alto que pudo levantando las
rodillas a la altura del pecho, como lo hacía
cuando era niño, en clase de gimnasia. El salto
solitario no tuvo ningún efecto sobre el primer
hemiciclo, pero cuando este reiterado por los
obreros del segundo, se levantó una cabeza, dos
manos se interrumpieron, dos ojos lo miraron
con sorpresa y sin hostilidad.
Mispel-Hotas se dirigió hacia la joven de ojos
cansados que reflejaba ya la edad de su agotamiento, más que la de su estado civil.
Se sentó a sus espaldas y comenzó a masajearla
dulcemente. La mujer no protestó, retomó tranquilamente su trabajo moviendo sus hombros
en círculo de tanto en tanto, atrás adelante,
adelante atrás, como diciendo que era agradable,
y que si era posible, un poco más a la izquierda,
no estaría mal. Si, ahí precisamente, había un
músculo contraído. ¿Lo siente usted? Puede
masajear un poco más fuerte. Mispel-Hotas no
dejaba de obedecer la desiderata expresada con
tanta exactitud y discreción.
106
El niño que mencionamos antes, después de
haber entregado una mano de orquídea en polvo inmediatamente se atacado a la segunda. El
recogedor que había entrado consideró la presencia de Mispel-Hotas con agresividad explícita.
Mispel-Hotas interrumpió el masaje, para no
comprometer a su amiga que también había
terminado una mano. Ella se recostó de espaldas,
levantando las rodillas hasta los senos, durante
el minuto de pausa a la que tenía derecho. El
recogedor hizo su trabajo y salió de nuevo, furioso
de no poder, según las órdenes que seguramente
había recibido, descargar su rejo en la espalda de
Mispel-Hotas o mejor aún por entre los muslos,
allí donde quemaría durante semanas con la
mínima caminada, por el roce.
––¿Es necesario rallar tan rápido? Murmuró Mispel-Hotas, en la espalda de la joven que había
retomado su labor.
––Es necesario masajear muy suavemente –respondió ella.
Mispel-Hotas apreció la respuesta como una
motivación que no tenía derecho a descuidar.
Decidió forzar las cosas:
107
ÁGATA DE MEDELLÍN
––¿Es una vocación entre ustedes, matarse con
esta labor de desinterés general y aún particular
que hace experimentar al código del trabajo una
regresión terrible, alimentando las arcas de los
peligrosos rufianes?
La fórmula había hecho su efecto.
––Me llamo Anita –dijo ella–, entre dos risas
claras agradables de escuchar.
––Mispel-Hotas –dijo Mispel-Hotas–.
––Anita se dobló de la risa. No podía parar,
Mispel-Hotas no tenía nada en contra de este
acceso de libertad súbita, pero no quería poner
en peligro a la comunidad de trabajo. Hizo todo
lo que pudo para transformar la risa anitesca en
una reacción más benéfica, es decir, que el masaje
se encargara de difundir un mensaje y que en la
trabajadora, la caricia motivara la pereza. Los
pies de Mispel-Hotas se deslizaron bajo las nalgas
de Anita, y no le digo todo lo que hicieron sus
manos para hacerse uno con Anita.
Continuará
108
EPISODIO XX
Amaneció a la hora debida, un poco más temprano
en la montaña que en los valles. Desde el punto
más elevado de las cosas, tan considerable era
la diferencia de altura, que la mirada caía sobre
Medellín como si fuera aérea. Podría uno creerse
un pájaro o una yegua parada en las patas traseras,
o una nube. De hecho ¿no hay cantidad de nubes
que fugaces se parecen a sujetos del reino animal?
Para asegurarse, habría que tomarse el tiempo de
mirar con más frecuencia las nubes.
Una larga caravana se había propuesto seriamente
emprender la ruta zigzagueante de bajada, saliendo
de Rionegro y llegando a Medellín. Estaba compuesta por vacas y bueyes, sin ningún vaquero que
los cuidara. Las bestias ocupaban inteligentemente
la vía más a la derecha de la ruta pavimentada.
Caminaban a buen paso, sin preocuparse por
mugir, no dudaban de su camino.
Un poco más lejos, descendiendo por los torrentes, una cuadrilla de Martines pescadores3 de alas
109
ÁGATA DE MEDELLÍN
azules y vientre rojo, la cola manchada de blanco,
marcaba su trayectoria atrapando a su paso moscas
aquí y allá, que reservaban vivas en la boca.
A veces tan materiales, a veces inmateriales, las aves
y los bueyes tenían el mismo objetivo: bajar a la
ciudad en donde se encontrarían, donde incluso
se reunirían también con los miles de caballos de
las tierras altas y con los mapaches.
Todos habían lustrado su piel y sacudido sus
plumas, le habían sacado a sus colores francos
todo el polvo que los pudiera opacar.
Las abejas en enjambre, entrenadas desde la
eternidad para poder penetrar por cualquier
intersticio, avanzaban sobre Medellín y sin perder el norte.
Los instintos permanecían intactos. Los tratamientos químicos más diversos no los habían
realmente afectado después de todos estos años
El Martín pescador, si bien es un pájaro que actualmente solo
habita Europa y Asia, al parecer también habitó en el oriente antioqueño, más precisamente en El Retiro. Es una especie extinta o
en vía de extinción. En El Retiro hay una unidad residencial que
lleva el nombre del ave y porta con orgullo un Martín pescador
a la entrada (N del T).
3
110
durante los cuales, sin embargo, la tentativa se
había reiterado muchas veces. A menos que, dada
la ocasión que les permitía desarrollar lo mejor de
su capacidad en detrimento de lo peor, fuesen a
buscar en reservas que no imaginaban, alimento
para su coraje y su determinación.
Un hombre, que no tenía con ellos nada en común
y que no era ni de su especie ni de su entorno,
había seguido a los bueyes. No tenía casa, no tenía
país, no tenía familia, no tenía meta. El vestido de
nuestro vagabundo era demasiado grande para él,
y mucho. Flotaba alrededor de su cuerpo como
una bandera sin color y que solo le pertenecía a
él. El hombre no tenía lenguaje, pues el lenguaje
lo había traicionado y él lo había abandonado
sin el menor remordimiento. Por eso se sentía
muy bien entre las bestias. Se sentía parecido a
ellas. Correr para él no tenía más sentido que
saltar o revelarse. Fumaba marihuana para tener
siempre consigo algo de fuego. Si esa mañana
seguía a las bestias, era porque las bestias tenían
aire decidido y eran muchas, iban oscuras y en
derecho propio, fuera de toda jerarquía y de todo
plan decidido en el rincón de una mesa de estado
111
ÁGATA DE MEDELLÍN
mayor, que será siempre más pequeña que el mapa
que se despliega por encima de ella. Y como las
bestias no le prestaban atención, ni los erizos,
ni las palomas, ni los escarabajos, ni los pumas,
no temía ninguna agresión, así como tampoco
esperaba ninguna ternura desconsiderada en la
que se pierde el animal de compañía. Ese hombre
era el último hombre, era esa su ambición. El no
entendía que alguien pudiera venir a disputarle
el título que él había logrado conseguir en débil
lucha. Era un último hombre, y no el último,
debido a que el último hombre era la modestia
encarnada, sobre cuyo ejemplo efímero ninguna
nueva religión lograría construirse.
El último hombre no buscaba apurar el paso,
tampoco buscaba frenar en la abrupta cuesta.
Era necesario continuar al ritmo de las cosas,
con constancia, con lo absurdo, quizás.
Y cuando todos estos rebaños llegaron a buen puerto, se dio cuenta de que había mucha gente.
Continuará
112
EPISODIO XXI
Ágata de Win’theuil estaba febril. No comprendía
muy bien el comportamiento de la ciudad que
tenía tendencia a desocuparse bajo sus ojos, así
como una represa después de que se abren todas
las compuertas. Los taxis habían desaparecido
del barrio desde las primeras horas del día, y
también los carros particulares desde las primeras
horas de la noche. Los almacenes habían cerrado
sus puertas, cada inquilino se encerraba en sus
aposentos con dos o tres días de patacones y
unas cuantas galletas. Los pequeños vendedores
ambulantes habían recogido sus pertenencias
y las habían colgado alto en los árboles, fuera
del alcance de los malandrines. Las palomas
miraban todo esto aterradas como si fueran
espantapájaros. En los talleres los trabajadores
precavidos habían recogido lo esencial de sus
herramientas. Las cajas se balanceaban desde lo
alto de la cadena a diez metros del suelo: hubiera
sido necesario robarse la grúa. Esperando días
mejores se quedaban a la intemperie.
113
ÁGATA DE MEDELLÍN
Ágata de Win’theuil interrogaba a Álvaro con
la mirada, pero Álvaro continuaba su caída
vertiginosa, que lo alejaba más y más de su bella
constancia. Esta no era más que un recuerdo. Es
importante constatar que el amor loco no mejoraba su carácter, lo que no es una fatalidad. Quizás le
había legado un poco de sus cualidades anteriores
a su amigo Fernando, quien comprendía muy
bien los cuestionamientos agatianos y se ponía
en cuatro para responder con la esperanza de una
recompensa contada en besos en su bigote, de lo
que Ágata no se mostraba avara, para desespero
de Álvaro quien comenzaba a atormentarse de
celos. “Oh, sufro, sufro, sufro tremendamente,
tanto es así…”, como decía Paul Verlaine.
–No tiene usted de que preocuparse –decía
Fernando, que había puesto una oreja sobre
el macadán y la otra contra el tronco de un
gualanday–. Sin dudarlo sus tropas llegan. Se
siente el golpeteo sobre el pavimento que hace
vibrar el aire. ¿De dónde vienen? ¿A qué grupo
pertenecen? Yankees, probablemente, o algo por
el estilo…
114
––¡Comprenderá usted que tengo dificultad para
responder a su pregunta que es secreto del MundoMundos, como se decía tiempo atrás “secreto de
Estado”, pero le quiero señalar que los yankees
no son más que un viejo recuerdo que ya se
ha diluido debido a todos los movimientos,
mezclas, intercambios de población que hemos
conocido desde hace muchos años a lo largo de
esta intermitente (en sentido estricto) novela
por entregas!
––Comprendo, Ágata, pero me permitirá usted, no
obstante tener mi opinión y aferrarme a ella.
––No me gustan mucho las “opiniones”, generalmente, como dice usted. Si usted no fuera el
científico que conozco, le haría una escena, Fernando, téngalo en cuenta. ¿Pero, qué va a suceder
ahora? ¿Puede usted alumbrar mi lámpara?
La gente está abandonando el combate. Sabe
usted, han visto tanto durante el período anterior
que una especie de sexto sentido, un dolor en
la pierna o una neuralgia, los convence de que
habrá problemas.
115
ÁGATA DE MEDELLÍN
––¿Quiénes serán los protagonistas? Es lo que
quiero saber.
––Serán cuatro.
––¿No son muchos?
––Podrán jugar el juego de las cuatro esquinas.
––¿Quiénes serán?
––a) Usted y los suyos, es decir, también nosotros,
Álvaro y Fernando. b) La bacrim de los eficaces
ladrones de bulbos. c) La bacrim de los eficaces
ladrones de bulbos que fueron suplantados sin
tener tiempo de darse cuenta.
––Si cuento bien, no somos más de tres.
––Hay una cuarta fuerza, pero todavía no estoy
en capacidad de identificarla.
––¿De dónde vendrá?
––Creo que ya se encuentra adentro.
––¿Quiere usted decir, aquí?
Ágata de Win’theuil señalaba el hangar con su
hombro tatuado como si le faltara un brazo.
––Sí. Es eso exactamente lo que pienso.
116
Pues bien, decididamente, Fernando, amigo
mío, siento mucho tener que forzar la situación,
pero para saber más hay que entrar. No podemos
echarnos para atrás.
Continuará
117
EPISODIO XXII
––¡Eres una desgracia, Toño!
––¿Qué, jefe?
–– ¡Toño, todo es culpa suya!
––¡Está exagerando un poco, jefe!
––Cierra tu bocota mientras yo te regaño. Te digo
que eres tú quien ha mandado todo al diablo.
Si te lo digo es porque es así, nos quitaron la
mercancía, porque te fuiste a ver a tu papá…
––Al hosp…
––¡Pues sí, al hospital, sé que está en el hospital, tu
pobre papá… yo no lo envié allí, que yo sepa…
pero no quiero tener un brazo derecho que pase
su tiempo en el hospital para ir a ver a su papá!
Necesito trabajar con los duros, ¡Voy a eutanasiar
a tu papá si eso sigue así! Y me harás el favor
de no pasar todo el tiempo en el cementerio,
¿de acuerdo?
––Sí, jefe.
––Si fuera tu mamá, lo entendería…
––¡Bah! ¡Ella ya está muerta, jefe!
119
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Pues que Dios la tenga en su reino. ¡Y bien,
te escucho!
––¿Escuchar qué?
––¡Pues, tus ideas!
––Porque ¿se supone que yo tengo ideas?
––¡Ideas para recuperar la mercancía, sí! ¿Eres mi
brazo derecho o no? ¡No quiero un brazo derecho
atrofiado! Despierta buen hombre. Un camión
con veinte toneladas de bulbos de orquídeas no
puede estar escondido mucho tiempo, ¿no tienes
amigos que lo hayan visto pasar?
––Pues no.
––¿Les has preguntado?
––Se me hace que fue un golpe del Hombre de
Hierro, jefe.
––¡Bueno, ya es algo! Y el Hombre de Hierro como
dices, ¿quién es ese Hombre de Hierro?
––Todo el mundo lo sabe, jefe.
––¿Quién es?
––¡Es su primo, jefe! Hasta dicen que es hermano
suyo, pero eso no me lo creo, no tienen aire de
familia.
120
––¡Pues sí, especie de bruto! ¡Es mi hermano,
casi mi hermano, pues tenemos el mismo padre!
¡Afortunadamente, no tuvimos la misma madre,
sino hace mucho tiempo que la mía estaría de
espaldas en su tumba! ¿Y si es mi hermano, en
dónde está encuevado?
––Usted debería saberlo mejor que yo, jefe.
––¿Y dónde hace sus actividades ilegales? ¡En la
Isla de Gales!
––Las actividades nuestras no son más legales, jefe.
––¡No es ese el problema, especie de hormiga
culona, lo vas a mover un poco, tu centro de
gravedad!
––Es tan fácil como encontrar una aguja en un
panal, jefe.
––Mírame a los ojos.
––Dígame, jefe. ¿Qué quiere usted que le diga,
que tiene bonitos ojos? Usted se pone furioso
cuando se lo digo. Y sin embargo, es la pura
verdad…
––Lo sé. Pero, no necesito de ti para escuchar ese
tipo de cumplidos. Los prefiero cuando vienen
de otra parte y ojalá de una fuente femenina.
121
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Está bien, jefe, perdóneme, no pude evitarlo.
––¡Mírame!
––Sí.
––¡Y respóndeme!
––¿Cuál es la pregunta, jefe?
––¿Te hice una pregunta?
––Pues no, jefe.
––Pensé.
––Pero todavía puede, jefe.
––Sí. ¿Sabes por qué soy jefe?
––Porque…
––¡No! ¡No porque tengo bonitos ojos, sino porque
yo sé dónde está él escondido con su banda!
––Entonces jefe, si usted lo sabe ¿por qué me
pregunta?
––¡Para probarte, bananudo!
––Y ahora, ¿la prueba, jefe?
––¿Cuál prueba, idiota?
––¡El resultado de la prueba!
––Me produces compasión, ¡especie de patacón
podrido! ¡Miserable! ¡Desastroso! ¡Negativo!
122
––Ah, ya sé jefe, está escondido en el campo, allá
arriba, del lado del cultivo de cannabis de su
otro primo, el…
––¿Entre la hierba? ¡Imbécil! No sirves para nada.
Para que te sirve la nariz si no eres capaz de olfatear. ¡Comes mucho queso ahumado! ¡Está en
la ciudad, eso lo sé yo! ¡Está a dos pasos de aquí.
Está en su sótano, en la antigua electrificadora!
––¿Está seguro, jefe? ¿Allí de dónde se robaron las
turbinas el año pasado para llevarlas al Ecuador?
––¿Tienes que gritar tan fuerte, especie de bafle?
¿Quieres que todos conozcan la crónica de nuestras aventuras?
––Entonces, ¿qué vamos a hacer, jefe?
––Necesito unos treinta hombres de verdad.
––Somos solamente veintidós.
––Dije treinta.
––Vamos a tener que reclutar.
––Te doy dos minutos, el tiempo de cambiar de
episodio.
Continuará
123
EPISODIO XXIII
––Los tenemos, jefe.
––No me empelicules, veo veintisiete.
––Con nosotros dos, somos veintinueve.
––Dije treinta.
––¡Ah, no! ¡Usted dijo una treintena!
––Dije primero, una treintena, y después dije
treinta. Podemos verificar unas líneas arriba, si
quieres.
––Para mi veintinueve son ya una treintena.
––Ah si…
––Sí, eso se llama una pequeña treintena.
––Nunca hablé de una pequeña treintena, dije
una treintena…
––De acuerdo, jefe, pero hay uno que no cuenta.
––¿Quién?
––Álvaro, jefe
––¿Álvaro? ¿Qué decía yo desde que ese llegó?
¿Cuál era mi convicción sobre ese maloso? ¿Puedes
refrescarme la memoria?
125
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Siempre dijo usted que era un policía infiltrado, jefe.
––¿Y quién me juraba lo contrario? ¿Quién salía
en su defensa?
––¡Uhm! Me parece que era yo, jefe, lo que demuestra que nunca podré ser jefe.
––Te sales con la tuya muy fácil.
––Sin embargo, jefe, si de todas maneras lo contamos, ya seríamos los treinta.
––¿Y por qué lo contaríamos, cerebro de repollo,
si está del lado del enemigo?
––Porque hará menos daño por fuera que con
nosotros, y eso no hace más que reforzar nuestra
eficacia.
––¿Y dónde están tus veintinueve?
––Pues, ahí están, jefe.
––Cuento solo veintisiete.
––Tiene que contarme a mi también, jefe. No
hay que olvidarlo a usted tampoco.
––No tengo costumbre de olvidarme y quedar
fuera de lugar.
––¿Les va a hablar, jefe?
126
––¡Claro está que les voy a hablar!
––¡El jefe les va a hablar! ¡Cállense, el jefe les va a
hablar! ¡El jefe les habla a sus hombres! ¡Silencio!
¡Les digo esto para usted, jefe!
––¡Viva el jefe! Repitan todos conmigo ¡Viva el
jefe!
––¡Compañeros, amigos míos, camaradas! ¡Levanten
las armas por encima de sus cabezas para que yo
vea un poco la artillería! Gracias, eso será suficiente.
Tengo un plan. Forzamos la puerta y penetramos.
Abatimos todo lo que se mueva y nos tomamos
el lugar. ¿Está claro?
––Debimos haberlo pensado.
––Y la filosofía de la vaina, jefe, ¿cuál es la filosofía
de la vaina?
––¿De dónde salió éste?
––Es un filósofo, jefe, estaba cansado de agitar
ideas abstractas, tiene urgente necesidad de acción,
respondo por él como si fuera yo, jefe.
––¿Cómo si fueras tú? ¿No tienes una mejor
referencia?
––Pues no, jefe.
127
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Entonces, adelante.
––¡Viva el jefe!
––Perdóneme jefe, con el respeto que le tengo,
le voy a preguntar algo, ahorita, cuando le preguntaban por la filosofía de la operación, me
parece que no ha respondido ni en las grandes
líneas ni detalladamente. ¿Quiere que reformule
la pregunta, jefe?
––¡Viva el jefe!
––¡Escúchenme compañeros, amigos míos, camaradas! Una bacrim sin conciencia ni fe, ni
ley es culpable de una destrucción masiva de
flores nacionales, quiero decir orquídea Cattleya
Trianae. Esta operación vandálica esconde una
empresa comercial mezquina que pretende mejorar, digamos, la media nacional de la libido. Es
una superstición o no estoy al corriente. Y yo sé,
puesto que soy el jefe, y ustedes lo saben tanto
como yo o mejor que yo, porque soy su jefe. Si
yo soy su jefe, es porque son ustedes, nadie más,
quienes reconocieron mi vocación y mi talante
triunfal para los campos de entrenamiento. Si
hubieran visto como yo la devastación en el jardín
botánico, anoche, hubieran llorado como yo lloré,
128
y hubieran dicho, como lo hice yo, debo salvar
la flor, el presente de la flor, el futuro de la flor
y hacer dinero con la flor para poder pagar bien
a aquellos que arriesgaron su vida por esta santa
operación. Amén. ¿Les queda claro?
––¡Es filosofía!
––¡Entonces, adelante! Tomaremos el mini-bus.
––Solo hay puesto para nueve. Como nos vamos
a acomodar treinta, ahí adentro.
––Pensé que solo seríamos veintinueve.
––Si, así es. Pero entre veintinueve y treinta, no
queda mucho lugar ni de menos ni de más…
––Iremos apretados. ¡Si hay lugar para nueve, hay
lugar para veintinueve!
––¡Muévanse, abran la puerta del garaje y a la
carga! ¿Escucharon al jefe?
––¡Viva el jefe!
Continuará
129
EPISODIO XXIV
––¿Pero, qué animales son esos que veo allá?
––¿Dónde?
––¿Aquél es que tiene mierda en los ojos o qué?
––Son bueyes, aparentemente.
––¿Y qué es lo que hacen en plena ciudad?
––Tiene que haber una razón.
––Nunca había visto tantos.
––Se pueden ver muchos en el campo, en las ferias
de ganado, o en las películas del oeste…
––¿No estaríamos mejor a caballo que en un mini-bus?
––¿Qué darías por un caballo?
––¡Acelera! ¡Empújalos, empújalos!
––¡No puedo, son ellos los que empujan, son más
fuertes que el motor!
––¡Son cuarenta caballos de fuerza! ¡Eso debería
contar contra veinte bueyes!
––¡Pero, quién me manda a tener un chofer tan
torpe! ¡Haz sonar el pito, don dios! ¡Voltea las
llantas! ¡Atraviesa el montón!
131
ÁGATA DE MEDELLÍN
––¡No son veinte, son doscientos!
––Incluso hay marranos.
––Mehgr…, megrrr…
––Nunca habíamos visto eso.
––¡Al que vuelva a decir una frase así “nunca
habíamos visto algo así” le arranco los ojos!
––Nunca habíamos visto algo así.
––Nunca habíamos visto algo así.
––¡Cuidado, el toro, nos va a pinchar la llanta!
––No, cómo se te ocurre.
––¡Bum!
––Pinchamos.
––Pasó por debajo.
––¿Qué estás diciendo?
––¡Oh! ¡Un águila!
––¡Dos!
––El toro pasó por debajo. ¡Tres pasaron por
debajo!
––¡Cuatro!
––¿Pero, a dónde nos van a llevar?
––Me estoy mareando, voy a vomitar, quiero salir…
132
––Pero, estás loco, te van a aplastar…
––No me importa, ¡soy claustrofóbico!
––Además, ¿no van a dejar de mugir?
––¡No volveré a comer carne!
––¡Ay!
––¿Qué pasa?
––Una abeja.
––La tienes en el pelo.
––¡Uy!
––Mira, nos hacen era de honor.
––¡Pero disparen, por qué no disparan al montón!
¡Pita!
––¿A dónde nos llevan?
––Cuando le cuente esto a mi papá en el hospital
no me lo van a creer, ni las enfermeras ni los
médicos.
––No vas a volver a ver a tu padre.
––¿Tú crees?
––O mejor, es él que no te volverá a ver.
––¿Por qué el cielo se oscureció?
––¿Por qué la trompeta toca la marcha fúnebre?
133
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Gansos salvajes.
––“Qué gritaban la muerte al pasar” como dijo
Paul Verlaine.
––Son cuervos marinos.
––¡Ah, no! Lo siento, no es Verlaine, es Aragón.
––¡Nunca me imaginé que un ganso salvaje pudiera
tocar así de bien la trompeta!
––¿Quién es esa niña que veo allá abajo?
––No es una niña, es una mujer.
––¡No es una mujer, es una dama!
––¿Agarrada al gran puma con el perezoso bajo
el brazo?
––Sí.
––Me parece que la he visto.
––Su hombro derecho me dice algo.
––¡A su lado está Álvaro!
––¡Si, es Álvaro! ¡Qué basura! ¡Voy por él! ¡Voy
por él! ¡Ay! ¡Cierren las ventanas, por dios! Hay
avispas ahora.
––¡Álvaro!
––¡Dispárenle. Es una orden!
––BZZZZ…. BZZZZZ
134
––Las ventanas están cerradas. Se están entrando las
abejas por la caja de cambios, por el tablero.
––¡Imbécil, disparó a través del parabrisas!
––¡Cuidado! ¡El cóndor, el cóndor!
––¿Alguien entiende lo qué está pasando?
––Es un misterio por descubrir.
––Lo bueno del misterio es que no hay sorpresa.
––¡Manada de buenos para nada! ¡No sirven
sino para sorprender a aquellos que ya lo han
anticipado todo!… ¡La puerta!
––¿Qué, la puerta?
––¡Pues esa, la puerta del garaje!
––¡Allí está! ¡Allí está! ¡Allí está la puerta! ¡Disparen
al montón!
––Cálmese, jefe, por el momento no somos dueños
de la situación.
––Tengo un montón de picadas, ¡Miren esto!
––Nos van a poner a jugar estos corderos!
––¡Agárrense!
––Beeee… Beeee
––Ahora son las ovejas.
135
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Me parece que estamos muy mal parados.
––¿Sabes dónde me meto tu opinión?
––¡Atrás. Demos marcha atrás, atrás!
––No es posible, va a llover.
––Y quedamos sin parabrisas.
––¡Retrocedamos!
––¡No me jodas! ¿No ves que estamos en el aire?
Para qué sirve meter reversa.
––¡Cuidado, la puerta, la puerta!
––¡Bum!
––¡La vaca aguantó!
––¿Están bien los de adelante? ¿Hay heridos?
––El conductor se desmayó.
––¡Remplácenlo!
––¿Va a servir de algo reemplazarlo?
––Nunca se sabe.
––¡El volante quedó torcido!
––Están retrocediendo.
––¿Quiénes?
––Nuestros porteros, los toros.
––Retroceden para volver a avanzar.
136
––¡Agárrense bien!
––¿De qué?
––¡Suéltame las orejas, güevon! ¡Me las vas a
arrancar!
––José entró en pánico, jefe, está escurriendo
babas.
––¡Otra vez el ataque de epilepsia!
––¡Atención!
––¡Bum!
––La puerta, aguantó. Garaje en uso. ¡Se raspó
la pintura!
––¡Qué desastre!
––Retrocedemos de nuevo.
––¡Mete el cambio, mete el cambio, por dios!
––Mmmmmuuuu… M……
––Te digo que no sirve de nada meter cambios.
––¡Sería mejor que mataras a los otros!
––¡Pero quién nos metió en esta operación de
retrasados!
––¡Me importan un carajo tus filósofos!
––Es el momento, va a ceder, estoy seguro de
137
ÁGATA DE MEDELLÍN
que va a ceder
––¡Jefe, jefe, va a ceder!
––¡Pues que ceda!
––¡Ayyyyyyyyy!
––¡Grrrrrr….! Banggggggg…. Pummmm….
Continuará
138
EPISODIO XXV
La puerta había cedido como se había previsto.
Había cedido de los dos lados. Había cedido de
adentro y de afuera, adelante y atrás. Por el exterior había cedido por los golpes que acabamos
de escuchar, pero Anita había ayudado con un
trabajito de sabotaje, con la complicidad del niñotrabajador, que conocía más de una astucia. Todo
esto había sido posible gracias a una estrategia
mispel-hotana, que consistió en fingir que vendía
su nombre al Hombre de Hierro, mientras que se
preparaba una tentativa (que solamente implicaba
unos cuantos voluntarios) de evasión.
De la misma manera, Mispel-Hotas, debió dejarse
vestir presentablemente, lo que siempre era útil
en caso de escape. No llevaba más el traje coqueto
decorado con la cinta Scotch que le hacía parecer
una carroña de lo sucio y desordenado.
Ahora bien, el Hombre de Hierro no le creyó a
Mispel-Hotas, así de buenas a primeras, como
se pudo haber pensado. Puesto que la sinceridad
139
ÁGATA DE MEDELLÍN
del cambio total era dudosa, dos acólitos tenían
siempre a Mispel-Hotas bajo observación. En
el momento en el que la puerta cedió, la puerta
de hierro del Hombre de Hierro, maquillaban
a aquél que iban a filmar para una publicidad
sobre comprimidos de bulbo de orquídea de doble
acción, que despertaría a los amantes dormidos,
cualquiera fuera su sexo.
Anita y Zorino, que era el nombre del Gavroche
resucitado, habían logrado abandonar el equipo
de trabajo llevándose el polvo de tubérculo. Lo
hicieron muy bien. Encontraron la manera de
subir hasta el embudo, primero con un cadena
que caía hasta el suelo (la cadena accionaba la
puerta), luego avanzando de tornillo a arandela
de arandela a tornillo, llegaron hasta el garaje
donde dormía el camión que había transportado,
algunas horas antes, el precioso cargamento. La
puerta del garaje estaba cerrada con llave, pero
dos cables metálicos, que no estaban en los
primores de su belleza, aseguraban la apertura
de la puerta. Mirando silenciosamente, Anita y
Zorino se habían puesto de acuerdo: por lo menos
debilitar o mejor cortar esos cables les daría la
140
oportunidad de deshacerse del obstáculo en el
momento en que decidieran escapar. Y puesto
que no disponían de una mejor tijera o tenaza,
cada uno hacía lo que podía con su rallador.
Desde afuera, les llegaban mugidos estruendosos
que eran incapaces de explicar: probablemente
se trataba de alguna feria agrícola y de ganado
que corría a la desbandada.
Zorino trabajaba más rápido que Anita, pero Anita
tenía un cable más viejo. Estaba concentrada en
un punto particularmente débil. Pronto, estuvo
a punto de dar el último golpe de rallador. Por
temer a recibir en los ojos los dos pedazos de cable
en el momento en que éste cediera, retrocedió
para ayudar a Zorino.
En ese momento se escuchó el primer golpe
que comenzó a doblegar el metal de la puerta.
El cable de Anita cedió con el choque. Los ojos
de los rebeldes se iluminaron. Zorino duplicó
los esfuerzos para terminar de cortar el cable
que le correspondía, pero Anita lo convenció de
retroceder algunos pasos más, presintiendo que
el asalto se iba a repetir pronto.
141
ÁGATA DE MEDELLÍN
Entre todo este desorden, el maquillaje de Mispel-Hotas había tenido que interrumpirse. El
ruido proveniente del garaje había llegado hasta
los oídos del Hombre de Hierro quien ordenó
inmediatamente rescotchar a Mispel-Hotas y
llevarlo a la oscura celda, sin consideración por sus
gritos de protesta ni por los golpes insuficientes
que intentaba dar a quienes le apuntaban con
revólver.
Mispel-Hotas volvía a su inoperancia pasada,
profundamente inquieto por la suerte de aquellos que había enviado a la revuelta y a quienes
no podría proteger. ¿Cómo iban a salirse de esa
situación sin ayuda?
Todavía no sabía que la bacrim del jefe había penetrado en el garaje con los toros, que la caja de
cambios había entregado el alma, y que los guerreros
habían entrado en la guarida como los griegos en
Troya en el vientre del caballo.
Continuará
142
EPISODIO XXVI
Los veintinueve no entraron solos, ni tampoco se
puede decir que entraron con los aliados.
Los grupos de animales sentían que no habían
terminado su tarea solamente con la forzada de la
puerta del garaje. Su estrategia instintiva era de una
exactitud que confundía porque, apenas llegados
al lugar, los mapaches se precipitaban en conjunto
para invadir los mas mínimos rincones, morder
los tobillos de los francotiradores que no lograban
mantener los dedos en el gatillo. Al mismo tiempo
los bueyes, como podían, taponaban las bocas de los
cañones dejando allí la punta de sus cuernos, lo que
podría provocar la explosión del arma en las manos de
quien la manejaba. Trataban por igual los dos campos
rivales, sin buscar lo mejor o lo peor. Su objetivo no
era que se mataran entre ellos. Preferían disuadirlos,
lo que era más difícil y más exaltante.
Avispas y abejas mostraban tremenda eficacia,
aunque aparentaban indiferencia frente a los tiros
de gran calibre que pasaban a su lado.
143
ÁGATA DE MEDELLÍN
A todo esto se añadía el hecho de que la sorpresa era
total y el hecho de que los mismos que intervenían
no eran, en lo más mínimo, esperados; los brazos
fuertes, los duros, y hasta el Hombre de Hierro
estaban pasmados. El labio inferior, incapaz de
luchar contra la ley de la gravedad, les hacia abrir
la boca en donde se introducían moscardones
liberados por los Martines pescadores. Y aún allí,
ese tipo de agresión, benigna en si misma, ejercía
un gran efecto sobre la moral de las tropas.
Ágata de Win’theuil jugaba a mover las cuerdas.
Pretendía dar órdenes aquí a un enjambre, allá
a una horda de lobos. Ni los unos ni los otros
la escuchaban, como es seguramente el caso en
una batalla preparada. Álvaro jugaba a cuidarla,
cuando en realidad nadie pensaba en amenazarla.
Alejaba una cabra o una oveja inofensiva dándole
palmaditas en la joroba.
De todos, Fernando era el más serio. Pensaba en el
tesoro que había sido robado del jardín botánico y
era el único pensamiento que lo ocupaba, era una
obsesión. Un buen científico es un hombre tanto
de imaginación como de exactitud. Sabía que un
144
Hombre de Hierro en situación de derrota era capaz de escapar abandonando a sus hombres y a sus
bienes, lo que sería un mal menor, o, al contrario,
sería capaz de quemar sus barcos y los tesoros allí
escondidos. Si en el lugar hubiese explosivos con
detonador de emergencia, eso sí sería un drama.
––¿Dónde están los tubérculos?
No se demoró para entender que la pareja Anita
y Zorino no pertenecían a la bacrim hostil.
––Sígame– dijo Anita.
––Cuidado, hay que bajar la cabeza para evitar
las balas.
Pero Anita no quería doblar la espalda una vez
más. Pensaba que ya la había doblado durante
mucho tiempo.
––Eso, nunca más.
Seguía avanzando feliz, despreocupada, embellecida. Nada ni nadie podían detenerla. Bajó por
la escalera de hierro indicándole a Fernando que
estaría satisfecho.
––Es ahí.
145
ÁGATA DE MEDELLÍN
Zorino avanzaba a su lado a grandes pasos, buscando
con los ojos a su madre. La descubrió estática en un
ángulo del hangar, protegida por cincuenta caballos
que se habían puesto delante para protegerlos.
––¿Dónde está el Hombre de Hierro?
––No lo sé. Hay puertas secretas. Esta cerradura, por
ejemplo. Tendríamos que forzarla. Un macho cabrío
se acercó, levantó una pata y orinó en la cerradura.
El hierro cedió casi instantáneamente, el pestillo
cedió. Un golpe de espalda de un asno, un golpe de
cabeza del macho cabrío, forzaron el ala de la puerta.
Fernando penetró seguido y luego precedido por el
vuelo de los buitres. Un largo pasillo sin luz. Una
puerta, al fondo, que estaba abierta, un rectángulo
amarillo, y el Hombre de Hierro de pie sobre una
mesa. Alrededor de su cuello tenía una fuerte cuerda
anudada, un pie sobre el detonador y una copa en
la mano. Sin beber todavía, iba a apoyar el talón
sobre la manija, a escuchar el efecto que seguiría y
a decidirse finalmente: llevar a sus labios el veneno,
empujar con la mesa con el pie.
Fernando tomó delicadamente el detonador.
Continuará
146
EPISODIO XXVII
Un buitre tiró la copa al suelo, quedando el
brebaje sobre el cemento. Otra ave rapaz agredió
los atributos de hierro del Hombre de Hierro.
Pico y garras atacaron la mano de hierro que dejó
lugar a cinco dedos banales con uñas carcomidas.
Pronto era un hombre desnudo, la cuerda que
los buitres hubieran querido destrozar hasta
el hueso seguía en el cuello. Pero Fernando se
interpuso a tiempo.
––¿Vas a continuar o vas a dejar que se te acabe
esa complacencia, esa fascinación por la ley de
la fuerza?
––No soy yo quien decide –dijo la voz adiposa.
––Entonces, que decidan los buitres…
La amenaza era demasiado real. El Hombre de
barro saco su cabeza del nudo que colgaba y sus
piernas lo abandonaron. Se desmayó sobre la
mesa, mientras los buitres aleteaban emitiendo
sus gritos guturales.
147
ÁGATA DE MEDELLÍN
Fernando había logrado desmontar el detonador.
La chispa no se propagaría a lo largo del hilo
de cobre.
––Vámonos –dijo Fernando.
Tomó la mano de Anita, Anita la de Zorino.
Regresaron cerca de la pirámide.
Había un hermoso silencio en el gran hangar.
Todos los animales descansaban acostados sobre
las armas torcidas o descargadas. Se rascaban
mutuamente, se lamían, se peinaban. Si se daban
mordiscos era para desenredar los nudos del pelo.
El dulce perfume de las bestias hacia olvidar el
hedor de los bulbos.
Algunos animales, bien minoritarios, que se
consideraban como de la especie humana, para
mantener su honor se mostraban discretos. La
calma después de la conmoción era respetar según los criterios animales. Un hombre caminaba
en medio de las bestias como si fuera una más.
Era el último hombre que había bajado con los
bueyes. Un último hombre. Su aliento era fuerte,
quizás porque se alimentaba exclusivamente de
148
pimienta. Un suspiro algo profundo salía de su
pecho, ni desgraciado ni satisfecho. Tampoco
era indiferente, pues nada se le escapaba de lo
que había para ver. Recuperó la palabra perdida
para lo que eran sin duda sus adioses definitivos
al lenguaje. Dijo:
––Falta alguien.
Anita se llevó la mano a la boca, siguiendo un
gesto reflejo que indicaba un olvido o un acto
fallido:
––¡Mispel-Hotas!
Y sus ojos mearon un arroyito de lágrimas.
––Entonces qué, Mispel-Hotas, –salió al estrado
una Ágata de Win’theuil con deseos de recuperar
aunque fuera un poco de su papel dominante–.
¿Qué viene a hacer aquí, ese irresponsable perezoso como un oso?
––Estaba aquí. Estaba con nosotros.
––¿Mispel-Hotas?
––Así se nos presentó… ¿No es así, Zorino?
––Pues sí, debe estar en una celda.
149
ÁGATA DE MEDELLÍN
––¿Quién tiene la llave de la celda?
Una urraca se acercó aleteando llevándola en
el pico.
Una rata se acercó y dijo:
––Ahí vivo yo.
––¿Quién va a buscarlo?
––Yo –dijo Ágata de Win’theuil de mal humor.
––Yo puedo ir –dijo Anita–, le debo mucho. Le
debemos todo.
––Yo también, quiero ir, dijo Zorino.
Agatha de Win’theuil emitió un buen gruñido
mascullando quejas sobre los niños impertinentes
y los niños que se meten en lo que no deben.
––¡Si solamente les contara un cuarto de los
cuatrocientos golpes que hicimos juntos, él y yo,
no después de que el mundo es mundo, no hay
que exagerar, sino después del Mundo-Mundos,
considerarían ustedes que sus pequeñas aventuras
de este día no pesan mucho y no merecen cuatro
episodios de esta novela a entregas que no parece
acabarse nunca!
150
Pero Anita imploraba con los ojos húmedos, y
Zorino parecía tan decepcionado que el corazón
de Ágata se doblegó.
––Vámonos, consintió finalmente.
Y todos tres siguieron a la cacatúa. Y todos tres
le siguieron el paso a la rata.
––Deberían llevarse eso –dijo el Hombre de
barro, extendiendo la navaja cerrada que había
puesto en la palma de la mano abierta. Así no
la balanceaba ni amenazaba a nadie.
Continuará
151
EPISODIO XXVIII
––Pero ¿qué es lo vino a hacer por aquí, a rodar
entre mis piernas, especie de Mispel-Hotas al
aceite de nuez?
––Mmmmmmmmmmmmmmmm…
––Pues bien, no vamos tan rápido, no me molesta
comenzar en posición de fuerza este pequeño
diálogo con usted. ¿Qué piensa usted?
––Mmmmmmmmmmmmmmmm…
––Calma, calma, lo vamos a liberar, no se preocupe. Aquí hay por lo menos una mujer y un niño
que desean ardientemente que lo liberemos… Es
menos verdad en mi caso.
––Mmmmmmmmmmmmmmmm…
––¿Por qué? ¡Pues porque cuando pienso en que
voy a volver a encontrar sus argucias insoportables,
su lógica de colegial y sus terribles bromas, se me
sube la mostaza a la nariz más rápido de lo que
se puede imaginar! ¡La idea de salir del país en
el mismo avión que usted, me da urticaria por
adelantado! ¡Ah, Mispel-Hotas, Mispel-Hotas, si
153
ÁGATA DE MEDELLÍN
me hubiera amado como lo merezco, hubiésemos sido felices, los dos! ¡Pudimos haber hecho
grandes cosas!
––Mmmmmmmmmmmmmmmm…
––¡Pero, no! ¡Usted no me ama Mispel-Hotas!
¡No me eche a mí cuentos! ¡Ni tampoco se eche
cuentos a usted mismo! ¡Ya está muy viejo para
eso, diablos! ¡Medellín! ¡Cuando pienso que me
siguió usted hasta Medellín! ¡Qué insolencia!
––Mmmmmmmmmmmmmmmm…
––Vaya a contarles sus mentiras a otro, especie de
mmmmmmmmmm…! ¡Usted ni siquiera sabía,
bueno yo tampoco, la importancia crucial que
tenía la orquídea, en esta buena ciudad! Quiero
simplemente, ¡míreme a los ojos Mispel! Le
prohíbo encontrarlo en mi camino sin que yo
lo haya invitado. ¿Está claro?
––Mmmmmmmmmmmmmmmm…
––Sí, lo amo, gran bandido del gran banditismo
del corazón, ¡pues claro que lo amo con locura
y que usted es el más delicioso bandido que me
haya ofrecido la vida! Evidentemente no debería
decírselo, ni echarme a sus pies como lo hago en
154
este momento. Usted me enloquece, Mispel....,
¡usted me vuelve tonta, me rebaja al estado de
la reina de la yuca!
––¿No cree usted que deberíamos abrirle un
poquito la boca? –Dijo Anita tímidamente, que
no soportaba este casi monólogo.
Le hubiera gustado no estar allí, no tener que
inmiscuirse en un asunto privado que no tenía
nada que ver con ella. Sin embargo, no se resolvía
a dejar a Ágata con la navaja frente a un MispelHotas indefenso. Esta historia no había visto sangre
derramada. Es importante que esto se verifique
hasta el epílogo. Zorino, él, descubría una panoplia
impúdica de sentimientos de los que percibía las
consecuencias, se preguntaba si no era una manera
expedita de envejecer cinco años.
––Después de todo, he dicho lo que tenía que
hacerse, hagan ustedes lo que quieran –dijo con
una voz cansada lanzándole la navaja a Anita que la
recibió con habilidad–. ¿Qué más quieren que
les diga? Me he desnudado completamente, he
desnudado mis sentimientos delante de ustedes,
¡lo que es más difícil que desabrocharse el corsé
o sacarse los calzones por las rodillas!
155
ÁGATA DE MEDELLÍN
––Mmmmmmmmmmmmmmmm…
––¡Ah, eso no, no me diga eso, Mispel-Hotas,
nunca lo he calumniado! ¡Pase revista por nuestras
aventuras con ojos de honestidad, si le queda
uno por lo menos de los dos que le dio la vida,
si me prueba lo contrario estoy lista a recibirla
de su mano!
––¿De qué habla usted? –dijo Anita cada vez más
inquieta.
––¿De qué hablo, patita? ¡Pues hablo de la muerte!
Y Ágata de Win’theuil se puso de pie con todo lo
grande que era. Abrió los brazos como si esperara
la saeta que Mispel-Hotas estaría a punto de
lanzar dada la situación en la que se encontraba. Fusiló con la mirada a la patita, tratándola
probablemente en secreto de gallina. Miró con
melancolía a Zorino de quien tuvo un segundo
el deseo de haber sido su madre. Finalmente, sin
mirar a Mispel-Hotas, dejó el lugar caminando
como una modelo que presenta un nuevo vestido
en un desfile.
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EPÍLOGO
Cuando Mispel-Hotas entró de nuevo en el gran
hangar había mucha animación. Los animales
se felicitaban mugiendo sus gritos preferidos,
urracando, silbando y trompeteando. Se gritaba
en todas las lenguas, nadie escuchaba a nadie.
Mispel-Hotas que apretaba fuerte la mano de
Anita, pasó cerca de Ágata de Win’theuil que
parecía ya bastante relajada. Ella se dirigió a
Fernando que, sentado sobre un búfalo tenía
una copa en la mano, pues había barriles de
vino chileno:
––Fernando, !nunca me dijo usted cómo hicieron
para resolver el asunto del número en la historia
de la alternancia entre ricos y pobres. Es quizás
el momento!
––Fernando asintió con una carcajada y se puso a
explicar todo el asunto a Ágata de Win’theuil. Pero
como los invitados se pusieron a brindar una y
otra vez, su voz era completamente inaudible.
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FIN
Este libro se terminó de imprimir
durante el mes de noviembre de 2011
en los talleres de Panamericana
Formas e Impresos S.A
con un tiraje de 1600 ejemplares
Medellín - Colombia
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