Tin Tín, Babar y El Fantasma, hechos en un mundo de colonialismo y racismo Escrito por María Camila Núñez Ilustraciones de Steve Serrano En su libro “La historia o la lectura del tiempo” el historiador francés Roger Chartier afirma lo siguiente: “[…] Algunas obras literarias han moldeado más poderosamente que los escritos de los historiadores las representaciones colectivas del pasado” y esto es aún más susceptible a un territorio como África que ha sido menospreciado, silenciado y dejado a un lado. Las películas, los libros, el teatro, la televisión y los cómics, son medios de comunicación, que reproducen y consolidan imaginarios, mitos. Damos por hecho y verdad, por ejemplo como afirma Barthes, que todos los romanos llevaban un flequillo. “¿Pero qué es lo que se atribuye a esos obstinados flequillos? Pues ni más ni menos que la muestra de la romanidad. Se ve operar al descubierto el resorte fundamental del espectáculo: el signo. El mechón frontal inunda de evidencia, nadie puede dudar de que está en Roma, antaño” Así como asociamos el flequillo en la frente con la romanidad, también lo hacemos con la esclavitud y África, con la raza negra y las cadenas. “No pueden representarse a sí mismos, deben ser representados” esta frase de Karl Marx refiriéndose a los orientales es una máxima que escuda al colonialismo europeo, aplicable para todo lo que no sea considerado occidental. Se reduce a referirse a grupos de gente diferentes entre ellos, plurales, mixtos, con un solo nombre: “orientales”, “negros”, “indios”, etc. En Estados Unidos y países europeos como Francia y Bélgica, el consumo de cómics tiene unas cifras sorprendentemente altas, desde los años 90 ese fenómeno se ha extendido por todo el mundo. En un país como Colombia puede llegar a ser difícil pensar, cómo una revista de aventuras puede llegar a influenciar tanto una cultura y un modo de pensar debido a que la lectura de historietas no llega ni a la mitad de la cifra anual en el norte del continente. Entre 1930 y 1931 fue publicada la historieta del autor belga Georges Prosper Remi, mejor conocido como Hergé “Tin Tín en el Congo”, en un importante periódico belga. Las historietas de Tin Tín eran muy populares en su país y eventualmente en Europa y el resto del mundo. En las páginas de las aventuras se consolidan y reproducen prejuicios contra los africanos, los muestran torpes, sumisos y salvajes. Por otro lado la actitud del protagonista Tin Tín, nunca es malintencionada pero obra bajo una ideología claramente colonialista. Los nativos del Congo se comportan como buenos súbditos y sirven a Tin Tín, lo alimentan, lo cargan, lo atienden. De hecho son tan sumisos los negros africanos que convierten a Milú el fiel compañero canino de Tin Tín, en rey. Otro cuadro que llama bastante la atención es cuando el siempre impecable Tin Tín arregla un conflicto entre dos africanos por un sombrero, Tin Tín como buen europeo, superior, inteligente y justo, resuelve el asunto dándole la mitad del sombrero a cada sujeto. Los africanos por supuesto se sienten muy agradecimos ya que a ellos nunca se les hubiera podido ocurrir una solución al inconveniente. Otro elemento que es necesario resaltar de esta entrega de las aventuras de Tin Tín, es la idea de la superioridad europea y occidental so- bre la naturaleza. El cemento se relaciona con la civilización y el progreso, mientras la naturaleza, las selvas, los desiertos, el bosque, etc. son considerados como lugares del pasado, lugares exóticos, la reminiscencia de lo que alguna vez fue el ser humano que era más animal que hombre. Babar el elefante es un personaje creado por el francés Jean de Brunhoff que tuvo su primera aparición en 1931, como Tin Tín tuvo un gran éxito comercial en su país y luego se extendió por Europa y finalmente al mundo entero. Básicamente, la historia de Babar es la de un paquidermo cualquiera, que debido a su educación y vínculos peculiares con el mundo de los hombres, se convirtió en el rey de los elefantes, salvando y transformando su país. Después, al tener familia, el autor y el lector atenderán con preferencia a los hijitos de Babar. Babar nace como un elefante común y corriente: crece y juega en una realidad idílica, entre los otros animalitos. Sin embargo, esta focalización adánica se va a alterar, pues un «cazador malo» mata a su mamá y lo fuerza a escapar del bosque y dirigirse a la deslumbrante ciudad. Sí, el primer contacto con la civilización resulta negativo: se interviene para matar y destruir. Pero la ciudad paga a Babar lo que le quitó. La figura femenina de la «anciana señora» sustituye a la madre; adopta al elefante. La anciana representa a Europa, a Occidente, sin ella Babar no hubiera podido dejar su lado salvaje para convertirse en todo un caballero, que viste bien, come bien y por supuesto actúa bien. Entre las cosas que la amable anciana le brinda a Babar, está la educación, la mejor de hecho, contrata a un maestro privado para que le enseñe todo lo que un hombre blanco europeo debe saber. Mientras Babar va creciendo, va dejando su animalidad a un lado, deja de caminar en cuatro patas y hasta maneja su propio auto. Su camino para ser el rey de su país es cada vez más claro, gracias a la instrucción brindada por su tutora humana; es casi algo providencial, mesiánico, una serie de eventos lo llevaron hasta su destino, entre ellos la trágica muerte de su madre, su adopción por parte de la anciana y posteriormente la del rey de los elefantes. Babar es elegido como su sucesor por el consejo de ancianos debido a sus características y cualidades que obtuvo gracias a su educación e influencia europea. No existe elefante más justo, inteligente, humilde y bello que Babar, por eso debe ser el rey. Las historietas de Tin Tín y Babar se convierten en justificación a los actos colonizadores europeos, occidente le está haciendo un favor a África al intervenir en sus asuntos, al imponer su sistema y cultura en sus pobres y salvajes territorios. Si no fuera por la anciana europea que adopta, viste y educa a Babar, su país nunca hubiera tenido un gobernante justo y bueno, porque simplemente su cultura no es suficiente para llenar esas necesidades, para tomar el puesto de un verdadero rey. Por otro lado tenemos a El Fantasma, que hizo su primera aparición en 1936, personaje creado por el historietista estadounidense Lee Falk, también conocido por darle vida al mago Mandrake. El primer Fantasma que se publico es el descendiente de un linaje de hombres que dedicaron su vida a combatir el crimen usando el traje morado que lo caracteriza, todos operando desde el país ficticio de Bangalla en África. El primero de estos sujetos vivía en 1536 y decidió convertirse en vigilante cuando su padre fue asesinado por piratas. Si bien su hogar es un país ficticio es a la vez real, es decir representa el imaginario de África. Es un territorio salvaje, lleno de bestias enormes y con pintorescos nativos. De hecho un grupo de pigmeos admira a El Fantasma casi como a un dios, también están a su servicio y lo auxilian en pequeñas tareas que sus cortos cuerpos y mentes pueden desarrollar. Los pigmeos son “el buen salvaje”, son casi como niños. Es un hecho ampliamente reconocido que la identidad del civilizado ha estado siempre flanqueada por la imagen del Otro; pero se ha creído que la imaginería del Otro como ser salvaje y bárbaro – más o menos distorsionado- de las poblaciones no occidentales es una expresión eurocentrista de la expansión colonial que elabora una versión exótica y racista de los hombres que encontraban y sometían los conquistadores y colonizadores. Yo pienso, por el contrario, que la cultura europea generó una idea del hombre salvaje mucho antes de la gran expansión colonial, idea modelada en forma independiente del contacto con grupos humanos extraños de otros continentes. Además, los hombres salvajes son una invención europea que obedece esencialmente a la naturaleza interna de la cultura occidental. Dicho de forma abrupta: el salvaje es un hombre europeo, y la noción de salvajismo aplicada a pueblos no europeos como una transposición de un mito perfectamente estructurado cuya naturaleza sólo se puede entender como parte de la evolución de la cultura occidental. El mito del hombre salvaje es un ingrediente original y fundamental de la cultura europea. Los pigmeos, africanos y los malos muy malos existen no solo como contraposición o complemento de El Fantasma, sino como parte de su identidad misma, el héroe sobresale gracias a que es mucho más hábil, inteligente y fuerte que sus compañeros y enemigos. El Fantasma es todo lo que los otros no son, solo él al ser parte de una familia elegida, de un linaje legendario que lucha contra el mal, puede ser el que se ponga el traje de El Fantasma y solo él puede defender a Bangalla, a África. El héroe pudo irse de Bangalla, pudo negarse a su destino como justiciero pero siempre elige quedarse, cumplir con su deber, defender a un territorio que no podría hacerlo solo. Por más habilidosos que puedan parecer en ocasiones los nativos, no es suficiente, no son El Fantasma, no son los elegidos, no son blancos ni europeos. El Fantasma también domina a la naturaleza, somete a los grandes animales, a las bestias más violentas. El Fantasma es Europa, Occidente, la civilización imponiéndose ante la naturaleza. Todos los animales terminan entendiendo que no vale la pena resistirse, El Fantasma es el elegido para calmarlos, hazaña que ningún nativo es capaz de realizar. En los tres casos tratados se hace evidente que las historietas y la llamada literatura infantil no es algo tan vacío e inocente como puede parecer a simple vista. Se suele hacer una relación casi inmediata entre dibujos y niños, también entre niños y lo tonto. El mundo de los cómics es algo fascinante, con personajes, estilos e historias muy diferentes, pero lo que tienen en común es que son elementos que conforman la cotidianidad y la historia. En los cómics se ven reflejadas políticas, ideologías e imaginarios de diferentes épocas de la humanidad, son fuente para diagnosticar por lo menos una parte de un periodo y territorio.