Uruguay: el pacto que salvó a los aviadores prófugos

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Clarín El País 30 17/6/2005
INFORME ESPECIAL-ULTIMA ENTREGA / El 16 DE JUNIO DE 1955: EL
BOMBARDEO A PLAZA DE MAYO
Uruguay: el pacto que salvó a los aviadores prófugos
Noventa aviadores militares argentinos esperaron en Uruguay la caída del general Juan
Domingo Perón. La espera comenzó el 16 de junio de 1955, cuando tras los bombardeos
a la Plaza de Mayo y la Casa Rosada 28 aviones aterrizaron en Montevideo y otros
cuatro en Colonia. Aquí se revelan algunos detalles de la intimidad de ese tramo de
historia argentina. En el ataque se estima que hubo 364 muertos y más de 800 heridos.
Ayer, Clarín reveló documentos secretos sobre los personajes responsables de la
tragedia.
-------------------------------------------------------------------------------Zelmar Lissardy. MONTEVIDEO. ESPECIAL PARA CLARIN
Mientras todavía giraban las últimas turbinas de los 32 aviones argentinos que habían
participado del bombardeo de la Casa Rosada y la Plaza, el presidente Luis Batlle reunía
al consejo de gobierno y resolvía otorgar asilo a los 90 oficiales que venían a bordo. Fue
un pacto no escrito, pero sostenido en el enfrentamiento entre el gobierno uruguayo y el
argentino, fundado en profundas diferencias económicas e ideológicas.
Ese enfrentamiento entre Batlle y Perón se manifiesta en las palabras de uno de los
aviadores que llegó al Uruguay: el capitán de fragata (aviador) Néstor Noriega, quien
era jefe de la Base Aeronaval de Punta Indio recordaría: "Una semana después me
recibió el presidente Batlle Berres. Yo quería agradecerle todo lo que había hecho por
nosotros. El presidente me recibe, me abraza, prácticamente se pone a llorar y me dice:
'vea, no se imagina lo que he rogado para que saliera bien esto y mataran al atorrante
ese que nos tiene al Uruguay bajo el zapato'. Los uruguayos iban a vender carne a
Holanda a 1,50 dólares. Entonces Perón agarraba y decía: 'A Holanda se la mandamos a
1,25'".
Los últimos aviones aterrizaron a las seis de la tarde. En Montevideo llegaron a la base
aérea militar N° 1, junto al aeropuerto de Carrasco, donde se impuso un férreo control
para evitar el ingreso de civiles, en particular, de periodistas y reporteros gráficos. De
los 32 aviones que se refugiaron en suelo uruguayo, 28 aterrizaron directamente en la
base aérea militar Nø1, y los otros cuatro en Colonia. El hecho de que en allí aterrizaran
en un aeropuerto civil, permitió rastrear la identidad de los aviadores.
El primero en llegar, sobre las cuatro y media de la tarde, fue el 3B6 piloteado por el
teniente de fragata Alfredo Eustaquio, con los tenientes de corbeta Hugo Albanel y
Lagos Martínez, y el guardiamarina Miguel Ángel Londoni. Las radios uruguayas ya
hacía 3 horas que contaban lo que ocurría en Buenos Aires.
Poco después llegó el 3A29, que venía únicamente con el piloto, el teniente de corbeta
Máximo Rivero Kelly, ex número dos de la Armada durante el gobierno de Raúl
Alfonsín. La tercera máquina llegó piloteada por el te niente de navío Eduardo Velarde,
con el teniente de fragata Rafael Checachile como copiloto.
A las seis menos cuarto de la tarde, un Gloster Meteor sobrevoló Colonia pero siguió a
Carmelo, a unos 10 kilómetros. Iba tripulado por el teniente de navío Armando David
Yeannet, de 25 años. Se estrelló en el agua. El bullicio despertó la atención de los
vecinos, que corrieron a la costa. Cuando vieron lo que ocurría, un lugareño no dudó en
arrojarse vestido como estaba, para socorrer al aviador. Yeannet fue trasladado a un
sanatorio, donde le practicaron las primeras curas, y puesto a disposición de los mandos
militares locales.
Los que llegaron a Colonia fueron trasladados esa misma noche a Montevideo, y
reunidos con sus colegas. Aunque se les había prohibido hablar, uno de los oficiales se
aproximó a los periodistas, antes de subir al ómnibus que lo llevaría a Montevideo,
abrió sus brazos, y dijo: "nos traicionaron". No agregó más nada.
El celo dispuesto por el gobierno uruguayo para controlar a los aviadores argentinos,
parecía centrado en mantener en reserva sus identidades. Una vez reunidos en el grupo
de artillería Nø 5, en la calle Burgues, se procedió a proporcionarle a todos ropas civiles
de buena calidad, con variedad para tiempo seco y húmedo, documentos de identidad
uruguayos, y hasta algunos pesos a quienes nada tenían, para que se ambientaran a sus
primeros días en Uruguay. Luego se les otorgó libertad plena dentro del territorio
uruguayo. En septiembre, cuando Perón fue derrocado, todos volvieron a Argentina.
A Uruguay llegaron ocho aparatos de dos turbinas Gloster Meteor, dos cuatrimotores
Douglas DC4, cinco bombarderos bimotores C47, tres bimotores Beechcrafp AT11 de
observación y entrenamiento, 11 monomotores AT6, y tres anfibios bimotores Catalina,
uno de los cuales, el primero en llegar, había sido equipado con dos bombas que no
había lanzado. Los asilados argentinos se incorporaron rápidamente a la vida de
Montevideo, cuyos habitantes tenían posición mayoritaria tomada en contra del
gobierno del presidente Juan Domingo Perón. La diáspora argentina antiperonista se
había iniciado dos años antes. Los exiliados habían sobrevivido en Uruguay como
podían. Un grupo de ellos reunió el dinero, y abrió una librería en 18 de Julio y Plaza de
Cagancha, pleno centro de la ciudad, donde asistían a los que tenían más dificultades.
La influencia ideológica de los asilados y exiliados se hacía sentir en las habituales
peñas que se realizaban en los bares y confiterías del centro de Montevideo, y en
Pocitos. Alberto Methol Ferré, hoy docente de historia en Montevideo y Argentina, un
intelectual de cuño católico, se había convertido en un ferviente peronista "desde el 17
de octubre de 1945", confesó a Clarín. Methol era habitual animador de las peñas que se
realizaban en Montevideo, porque invariablemente era el único que defendía las ideas
de Perón. "Era horrible" la hostilidad que sentía de sus compatriotas por defender esas
ideas en 1955, confesó Methol.
Daniel Castagnin, hoy abogado jubilado, realizaba el servicio militar voluntario para la
reserva cuando se sucedieron los episodios de 1955 en Argentina, y rápidamente tomó
partido por los rebeldes. "Pero después que se fueron los asilados, y los exiliados
antiperonistas, el Uruguay se pobló de exiliados y asilados peronistas, lo que me
permitió conocer la otra cara de la moneda", contó a Clarín.
"Un tal Lamuraglia..."
El capitán de Aeronáutica Julio César Cáceres, en su testimonio en la causa sobre la
rebelión militar, contó los detalles de cómo se preparó el ataque. Allí, relató que
Francisco Manrique era el encargado de reclutar para la rebelión entre los marinos y que
"se reunían en una quinta en Bella Vista, propiedad de un tal Lamuraglia".
Raúl Lamuraglia nació en Buenos Aires el 3 de septiembre de 1905, estudió derecho y
en la escuela Naval, pero abandonó ambas carreras para dedicarse a sus tareas como
empresario en la rama textil y luego en la avícola y agrícola ganadera. Además, tuvo
campo.
Lamuraglia murió en marzo de 1984 y según la necrológica del diario La Prensa fue
"uno de los inspiradores del movimiento del 16 de junio de 1955 y tuvo una permanente
actitud de lucha y resistencia por lo que llegó a gozar de la confianza y profunda
simpatía de los que como él repudiaban las prácticas totalitarias".
Era presidente de la Unión Industrial Argentina cuando Juan Domingo Perón llegó por
primera vez al poder, desde donde desplegó una intensa actividad opositora. Por su
puesto, integró las filas civiles de la Revolución Libertadora y fue designado presidente
del Banco Industrial de la República Argentina. Luego fue director del Banco Central.
Fue miembro del Jockey Club y del Yatch Club Argentino y, también, integrante de la
entidad económica europea Mont Palerin.
INFORME ESPECIAL-ULTIMA ENTREGA / EL 16 DE JUNIO DE 1955
La pelea diplomática
-------------------------------------------------------------------------------El gobierno de Uruguay fundamentó 27 días antes del 16 de junio ante su similar
argentino, la plena libertad de opinión que otorgaba a los asilados, con el solo límite de
no instigar a la violencia. Lo hizo en un intercambio de notas que Clarín localizó en el
Archivo Histórico de la cancillería uruguaya.
El canciller argentino, Jerónimo Remorino, se quejó el 5 de mayo de 1955 por los
ataques que los asilados en Uruguay dirigían contra el presidente Juan Domingo Perón y
su gobierno. Eligen "por blanco de sus incalificables injurias a la persona del Jefe del
Estado argentino como si la hospitalidad que brinda ese país a los llamados exiliados
tuviera por precio el ataque sistemático y soez al Presidente de la Nación Argentina",
dijo.
Rompani rechazó la afirmación de Remorino 15 días después, "por inexacta y por
injusta", y dedicó más de tres de sus cuatro páginas a fundar en normas internacionales
el derecho de los asilados a expresarse libremente, aunque admitió que esa prerrogativa
prescribía cuando las expresiones incitaban a la violencia, en cuyo caso se preveían
penas de hasta 10 años de penitenciaria.
El Consejo de Gobierno de Uruguay que presidía Luis Batlle Berres, se reunió a las seis
de la tarde del mismo 16 de junio, mientras llegaban los últimos aviones desde
Argentina, y les otorgó a todos los tripulantes un expeditivo asilo.
Analistas de Derecho Internacional comentaron a Clarín la paradoja en la que incurrió el
gobierno de Batlle Berres, ya que no estaba otorgando asilo a personas que hubieran
incitado a la violencia, sino a individuos que acababan de sembrar el centro de Buenos
Aires con bombas, con un saldo de 364 muertos y más de 800 heridos.
INFORME ESPECIAL-ULTIMA ENTREGA / EL 16 DE JUNIO DE 1955
Valle y Olivieri: dos destinos
-------------------------------------------------------------------------------María Seoane.
mseoane@clarin.com
El destino quiso que la tarde del 16 de junio de 1955, el general de división Juan José
Valle fuera convocado por el ministro de Defensa, Arnaldo Sosa Molina, para tomar la
rendición de los cabecillas del bombardeo a Plaza de Mayo: los contraalmirantes Anibal
Olivieri, ministro de Marina y Samuel Toranzo Calderón, jefe de la Infantería de
Marina, así como el vicealmirante Benjamín Gargiulo. El expediente 26237/55 de la
causa "Aníbal Olivieri y otros sobre rebelión militar", archivada en el Consejo Supremo
de las Fuerzas Armadas, que ayer fue publicada en sus aspectos más salientes en Clarín
contiene la declaración de Valle. Relata al tribunal que juzgó el caso el respeto con que
se trató a Olivieri: "Le pedi al almirante Ramón Brunet (leal) que si Olivieri tenía un
arma se la entregara a él. Porque si tiene un arma, le dije, quisiéramos que fuera a usted,
y no a mí a quien se la entregara. Pero Brunet me dijo: 'Yo le pediría que se lo dijera
usted'. Entonces fue al segundo piso y le dije: vea almirante, le pido, si tiene un arma, la
entregue al señor almirante Brunet. Olivieri me contestó: no tengo ningún arma
disponible." (Fojas 434)
Valle custodió a Olivieri hasta tanto fue trasladado a declarar al Consejo Supremo.
Nunca más se vieron. Olivieri fue condenado a prisión, inhabilitación y destitución.
Pero ese Tribunal no llegó a condenar a ninguno de cabecillas a ser pasados por un
pelotón de fusilamiento. Tal vez Perón ya no contaba con la fuerza para hacerlo. Tal vez
lo hubiera hecho luego del 31 de agosto: allí pronunció el fatídico discurso donde juró
venganza —"por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos"— cuando
comprobó que la marcha del golpe de estado contra él no se había frustrado por el
fracaso de ese plan criminal que fue el bombardeo de la Plaza de Mayo. Lo cierto es que
luego del derrocamiento de Perón, en setiembre de 1955, Olivieri y toda la plana mayor
que ejecutó el bombardeo— los pilotos asilados regresaron con honores desde
Uruguay— tuvo destinos relevantes. A él le tocó ser embajador ante las Naciones
Unidas. Valle intentó levantarse con un grupo de peronistas en junio de 1956 con tra la
persecución tremenda del régimen del entonces presidente Pedro E. Aramburu. El grupo
de Valle fue descubierto. Una parte fue fusilada en la clandestinidad en los basurales de
José León Suárez. Rodolfo Walsh cuenta esta historia en Operación masacre. El día 12
de junio de 1956, un comunicado oficial expresaba: "Fue ejecutado el ex general Juan
José Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado". Se lo fusiló haciendo
retroactiva la ley marcial que había sido derogada.
INFORME ESPECIAL-ULTIMA ENTREGA / EL 16 DE JUNIO DE 1955
"Nos jugábamos la vida, pero en esa época no nos interesaba
la vida"
Pepe Azcurra tenía 30 años en 1955. Se armó para defender a Perón y auxilió a los
heridos.
-------------------------------------------------------------------------------Alberto Amato.
aamato@clarin.com
A las 12.40 de aquel 16 de junio de 1955, José Manuel "Pepe" Azcurra oyó el tronar
sordo de los aviones de la Armada, y la primera bomba que perforó el mediodía
neblinoso y ensangrentó la Plaza de Mayo, desde la pensión en la que vivía: Maipú,
entre Corrientes y Lavalle. Aún hoy, apunto de cumplir 80 años, con las huellas apenas
visibles de un accidente cerebro vascular que desde hace tres años le empaña los
recuerdos como la niebla de aquella mañana, Azcurra se estremece.
"Salí corriendo para la Plaza. Nadie presentía lo que iba a hacer "la contra"; nadie
imaginó que fueran a bombardear la Plaza. Y cuando llegué vi el despelote que habían
hecho, a toda esa gente muerta. Todavía nos sobrevolaban los aviones que, de paso, nos
ametrallaban; era como un mar de humo y las balas arrancaban las hojas de unas
palmeras grandes que había en la Plaza. Lo peor lo vi allí en Hipólito Yrigoyen y Paseo
Colón, pegado a la Casa de Gobierno. Me acuerdo de los heridos, de la gente como
atontada que caminaba sin rumbo, de los gritos y del trole incendiado, que estaba lleno
de muertos".
La imagen ha sobrevivido a medio siglo. Al menos tres de aquellos enormes ómnibus
eléctricos fueron desgarrados por las bombas y yacieron largas horas inmóviles, en
tétrica fila, los cables desmadejados, heridos de muerte, cargados de pasajeros muertos
y envueltos en llamas sobre Paseo Colón, frente al ametrallado Ministerio de Hacienda.
Azcurra, que tenía 30 años y era delegado del gremio de Farmacia, que aún hoy lo
cuenta entre sus dirigentes, vio las veredas ensangrentadas, escuchó el chillar agudo de
las balas y decidió defender al gobierno de Perón.
"Yo sentí que estaba en la guerra. Pensé que así era como se debían sentir los soldados
en las trincheras, todo parecía como en una película. Me acuerdo que había un un
general, o un coronel, un militar en la puerta de la Casa de Gobierno. Entonces le
pedimos armas. Queremos armas para defender a Perón. Y el tipo nos dice: Vayan a la
CGT, que allí les van a dar. Y nosotros, mirá qué tontos, fuimos. No había nadie, la
CGT estaba cerrada. Entonces yo me acordé que al lado del restaurante Pedemonte
había una armería. Y fuimos con algunos muchachos a pedirle armas al dueño, que no
quería darnos. Al final lo convencí. Le dije que nos diera armas y nosotros le dejábamos
nuestros documentos, y cuando terminara se las devolvíamos. Y lo hicimos así. Claro, el
tipo después nos denunció a todos".
Para el 16 de junio de 1955, Azcurra había pasado, y se aprestaba a pasar, por los más
importantes momentos de la historia peronista y del país que ese día cambió para
siempre. El 17 de octubre de 1945, con veinte años, Azcurra se había largado
caminando a la Plaza desde su patria chica, Lomas de Zamora. "Yo era un pendejo lleno
de entusiasmo. Y lo que decía Perón era lo que yo pensaba que era verdad. Perón quería
una gran nación, fuerte. La contra, sólo una colonia próspera".
Azcurra también quiso pelear por Perón en setiembre de 1955, cuando su
derrocamiento. En junio de 1956 fue partícipe de la sublevación contra la "Revolución
Libertadora", encabezada por el general Juan José Valle, que terminó con el
fusilamiento de sus líderes militares y el asesinato de varios civiles. Y conoció, cómo
no, casi todas las cárceles del país que poblaron los miembros de lo que entre 1955 y
1973 se llamó la Resistencia Peronista. Aquel 16 de junio, ya con un arma en la mano,
en el corazón de una ciudad desgarrada, Azcurra y sus cuatro seguidores volvieron a la
Casa de Gobierno.
"El último avión que pasó, que se escapaban al Uruguay, ametralló a la gente. Nosotros
buscábamos refugio en lo que eran las recovas que había sobre Hipólito Yrigoyen.
Entonces fue cuando vimos las camionetas frente al Hipotecario. Decidimos usarlas
para recoger heridos. Yo las hacía arrancar pelando dos cables y los muchachos se
largaban a buscar heridos". Al largo día le faltaba aún otra carga de violencia. La
respuesta al bombardeo de la Plaza de Mayo fue el ataque a la Curia y a las principales
iglesias del casco histórico, que fueron saqueadas y quemadas. Azcurra, que tal vez lo
presentía, marchó con su camioneta requisada hasta el Congreso: aún hoy no sabe qué
fue a buscar.
Fin de la historia. Azcurra sobrevivió al 16 de junio y a los vaivenes trágicos de la
Argentina. Pero to davía conserva cierta emocionada sumisión hacia sus años jóvenes,
cuando arriesgó todo. "No digo que aquel día no tuve miedo, que me pudieron matar.
Pero yo hubiera hecho cualquier cosa por defender a Perón. Es cierto que nos jugamos
la vida. Pero, ¿sabe una cosa?; en esa época no nos interesaba la vida".
INFORME ESPECIAL-ULTIMA ENTREGA / EL 16 DE JUNIO DE 1955
El final de la inocencia
-------------------------------------------------------------------------------Armando Vidal.
avidal@clarin.com
Por mérito del olvidado gobernador Domingo Mercante, en la provincia peronistas y
contreras convivían. Por eso, Quilmes quedaba muy lejos de Buenos Aires, la capital
del odio. En el barrio del club Tucumán, de la ciudad cervecera, por donde pasaba el
tranvía, Félix Feo, radical yrigoyenista, presidía el comité que estaba enfrente de la casa
alquilada del Negro, dirigente gremial peronista que aparecía en los diarios locales y
tenía fotos con Perón, Mercante y Evita. Estaba casado con Angelita, una "evitista" a la
que le brillaban los ojos negros tanto como su pelo cobrizo cuando decía que era
"fabriquera pero no para cualquiera".
Todos los chicos del barrio como José María, Fredi, Alfredo, Carlos o Mandi eran la
materia del laboratorio peronista en el que se modelaba la nueva nación. Fiel a sus
lecturas escolares, el hijo del Negro dibujaba en la portada de sus cuadernos de clase a
trabajadores, talleres, trenes y barcos argentinos y, por supuesto, a Perón y Evita. Leía
lo que su papá traía: el diario El Mundo y las revistas Mundo Infantil (nunca Billiken) y
Mundo Deportivo (nunca El Gráfico), productos de la expropiada editorial Haynes.
Solía ir a buscar a su padre a ese reino de fábricas textiles que era la calle Primera Junta,
cerca de la vieja cancha de Quilmes y gozaba del espectáculo de la salida de los obreros.
También iba al sindicato de la Asociación Obrera Textil, que sólo en Quilmes tenía 20
mil afiliados y de cuya seccional su padre era el secretario general.
Tras la muerte de Evita y la crisis económica, el oficialismo en la AOT perdió las
elecciones en 1952. Así fue como la lista verde opositora de Andrés Framini, -que de
ese modo entraba en la historia grande- pudo más que la fórmula de la azul. Igual, el
Negro siguió siendo el secretario general quilmeño.
En la escuela 17 de la calle Entre Ríos, "Marcata" era el compañerito de banco del hijo
del Negro. Parecían hermanos con sus guardapolvos almidonados y peinados con
gomina. Un día, la información perforó la coraza del hijo del Negro. Fue cuando las
bombas perforaron cientos de vidas en Plaza de Mayo. Esa voz de diablo y esa fatídica
marcha militar que la precedía (Ariel Delgado, radio Colonia) se quedaron en las casas
peronistas. Nada fue igual después.
Tres meses más tarde cayó Perón y luego de la multitudinaria Plaza de Mayo de
Eduardo Lonardi se reiniciaron las clases. "Marcata" volvió feliz … ¡feliz! Enojado, no
porque fuera contrera (el querido Felix Feo también lo era), sino porque se lo hubiera
ocultado. Le arrebató el cuaderno y escribió grande: "¡Viva Perón!".
Pobre "Marcata", pensó, mientras lo miraba hablar con la señorita Bonelli, la maestra de
sexto de mejillas sonrojadas. Fue confiado cuando lo llamó. Otro sacudón: tampoco ella
era peronista. Encima lo hizo blanco de una inesperada lección sobre la libertad.
Seguramente su padre le daría una explicación cuando apareciera, porque hacía mucho
que no estaba.
Con Martita, su hermanita, volvía un día del colegio cuando en Andrés Baranda y
Tucumán vio en la calle de tierra el jeep verde con soldados y largos fusiles. Estaban en
la puerta de su casa, rodeados de vecinos, peronistas y no peronistas, enfrentados por
una pelirroja enfurecida que les gritaba que su esposo era un trabajador honrado y no un
asesino. Desde aquellos días en que perdió la inocencia, el hijo del Negro no volvió a
ver a "Marcata", el hijo del vidriero. Quizás estén a tiempo de hablar de sus miedos.
"Igual que una regata"
El entonces teniente de corbeta Máximo Rivero Kelly fue parte de la veintena de pilotos
que descargaron sus bombas sobre Plaza de Mayo. Supo del plan del golpe unos seis
meses antes. Y que la noche del 15 de junio durmió "con la actitud de la acción, como si
uno tuviera una regata importante, un partido de fútbol, de tenis, de rugby o lo que sea".
No era lo mismo. Iba a matar gente. Tras el ataque, Rivero Kelly aterrizó en Uruguay,
en donde estuvo hasta septiembre tras el golpe de Estado. Jamás se arrepintió de su
acción y cuenta: "Todos querían ser nuestros amigos porque estábamos del lado de los
ganadores", dijo a la revista Viva, el domingo pasado. Quien fue número dos de la
Armada durante el gobierno de Alfonsín y se retiró con Menem asegura que en el
contexto de entonces, volvería a actuar como lo hizo.
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