SUMARIO: El mar.-Impotencia.-El vapor Northern Light.- Travesía.-Santo Domingo.-Las Bahamas.-El bárbaro cazador de salvajes. Salida del sol en la mar.-Nuevos versosde ocasión.-Los amantes de Murcia. Antes de ver el mar por la primera vez, se tiene de él una idea grandiosa, exagerada, ora se le suponga tranquilo y lúcido como la lámina de un espejo, ora se le suponga rabioso y revestido de espumas, ocultando un abismo en cada ola y un leviathán en cada burbuja. Después de verlo ... después de verlo, la realidad de sus espectáculos supera a todos los cuadros de la imaginación. Sin embargo, el océano apacible, en círculo monótono, es siempre del mismo color, de la misma forma, y es siempre el mismo aro de aguas, sin gracia, desatándose en torno del espectador con una tenacidad olímpica. No así la tierra: una cordillera no se parece a otra, ni un valle a otro valle. El Pacífico y el Atlántico no son sino dos gotas de agua gemelas, dos perlas líquidas colocadas a los dos lados de la América. Más bravío el último que el primero, pero iguales en sus elementos y en sus perspectivas. Quizá es por eso por lo que yo nunca he podido cantar el océano. Intentélo otra vez, y no me fue posible. Ahora, teniéndolo por mesa y sentado en la popa del Tyne) he hecho nuevamente un llamamiento a mi Mu- FELIPE PÉREZ sa; pero mi Musa debió quedarse en tierra, o no ha querido bajar del Parnaso, porque no se ha dignado. contestar a lnis voces. "Felices los que no han visto el humo de las fiestas del extranjero, y sólo se han sentado a la mesa de los festines de sus padres." Esto ha dicho Chateaubriand, y en mi concepto con mucha razón. ¡Cuán dulce es la quietud en el seno del hogar doméstico! Allí donde sólo hay sonrisas para uno, y miradas que son otros tantos rayos de amor! El pan y el agua tienen en el hogar un sabor que no tienen en otra parte. Los ayes del corazón, los gritos del alma, el acento de la virtud, las amarguras del dolor, nada de eso tiene acá sentido ni expresión en los viajeros. El viajero es por acá un ser extraño, a quien todos se creen con el derecho de explotar. . . La piedad no existe para él ni los consuelos, salvo el que su cuerpo, al tocarlo, suene como una campana ... El hombre de metal (siempre que fuera de metal fino) viajaría por acá como un príncipe por en medio de sus Estados. ¡Dios santo! ¿qué será más adelante? Aca cada uno tira y arranca una pluma al pasajero: ¡un avestruz que pasase por aquí, rápido como una águila, llegaría mondo y lirondo al cabo de su jmnadal ¡Ay! lejana, fresca, dulce, rica, hospitalaria tierra de los muiscas, ¿dónde estás? ¿qué te has hecho? Yo te amo ahora más que nunca, aunque sea con tu modo. de ser, tu sencillez rústica y tus rezagos bárbaros. ¡Quiera el cielo volverme pronto a tu senol Este día, que era un viernes, a las cinco de la tarde, zarpamos de Colón para Nueva York, en el vapor nor-teamericano Northern Light, después de decir el postrer adiós a Colombia, de la cual habíamos venido como despidiéndonos por partes. Sin embargo, ante el EPISODIOS DE UN VIAJE pensamiento dominante en un viajero -el de andar siempre para llegar pronto al lugar de su destino- no dejamos a Colón con tristeza. Estuvimos sí contemplándolo sobre cubierta, hasta que la noche y la distancia nos lo quitaron completamente de la vista. Su aspecto es muy gracioso desde el océano. Aunque habíamos tomado pasaje con anticipación, se nos dijo en el vapor que no se nos podían dar camarotes hasta hacerlo con los pasajeros de California, quienes tenían la preferencia; empero, no se nos habló con la debida claridad, y confiamos demasiado en las águilas de oro que habíamos entregado al contador del buque. De California vinieron cerca de mil pasajeros, que con los que habíamos en Colón, y con los que se agregaron de las repúblicas del Sur, hicimos un total desespenmte. Llegada la noche, el vapor se convirtió en una Babilonia; los camarotes sólo alcanzaron para unas quinientas personas, y el resto tuvimos que tirarnos por el suelo sin distinción de sexos, edades, condiciones, riquezas, salud, etc. Faltaba el espacio por todas partes, y por todas partes brotaban hombres, mujeres y niños, con más abundancia que piedras de las manos de DeucaliÓn. Y ¡qué hombres! ¡y qué mujeres! iY qué nií"íosl Eran todos de maneras brutales, de rostros patibularios, de vestiduras sucias o harapientas, que regresaban de San Francisco, después de haber hecho su fortuna, o de no haberla hecho, sin otro avío ,-que su maleta y su puñal. Nada tan grotesco como los vestidos de aquella colonia peregrinante, productos los unos de las modas más anticuadas, y notables los otros por su mosaico o su extravagancia. En materia de sombreros, no más, había allí un museo entero, des-de el sombrero de felpa negro, nombrado cubilete en- FELIPE PÉREZ tre nosotros, hasta el gorro de palma de la China ... Suazas, fieltros, promontorios de género, mitras, bonetes, artesas de tela y de cuero, gorras horizontales de más de un metro, con toldillos de tafetán plegado que oeaían hasta la cintura, cachuchas, etc. En una palabra, todo lo que el hombre ha inventado o puede inventar en las cinco partes del mundo, para cubrirse la cabeza; pero casi todo grasiento, raído, lastimado ... Aunque nuestra caravana se había disminuído bastante desde Cartagena y Colón, todavía marchaban con nosotros y participaban de nuestro infortunio una señora y dos niños. El mar estaba grueso y mareáronse a poco momento, mas no fue posible conseguirles un camarote. Tuvimos, pues, que dejarlos tirados sobre .cubierta, durmiendo al sereno, y sin otro abrigo que el regazo de su madre enferma. La noche avanzaba, y era preciso tratar de pasarla de algún modo: fue entonces cuando resolvimos el difícil problema de acostarnos, cuan largos y numerosos éramos, en el reduci<lo espacie:>en donde habíamos estado de pie durante el día. Lográmoslo al fin, disputándonos el hueco pre<:isoa empujones con los yanquis, y quedando de blanco de sus patadas y codazos. Cerca de la madrugada, fuimos despertados a estrujones, pues era la hora de lavar el buque. El agua, que iba y venía por todas partes, nos había empapado, y tratamos de refugiarnos en algún rincón. ¡Diligencia vana! todas las cámaras estaban mojadas. N os resignamos. Algunos lograron trepar sobre las mesas y acurrucarse en ellas como titíes. Fue ésta una escena que se repitió todos los días a la misma hora, durante la navegación. Estas abluciones nocturnas me causan ahora risa, pero entonces sólo me causaban una indignación profunda. Tampo<:0 podía ser para menos, vista la indiferencia del ca- EPISODIOS DE UN VIAJE pitán con todas las personas decentes que allí había, y vista la mayor parte de ellas corriendo con su maleta a cuestas, dando traspiés, o yendo y viniendo, sin saber dónde refugiarse. ¡Qué escenasl, ¡qué molestias! La mugre nos tenía comidos, pues no se nos daba agua (¡se nos negaba el agua en medio del océanol) para lavarnos la cara y las manos; nuestros equipajes estaban en las bodegas, y no podíamos sacar ropa limpia. Empero, éste hubiera sido un recurso nulo, viviendo, como vivíamos, tirados sobre cubierta. Los víveres de a bordo eran de pésima calidad; escasos, malsanos, y mixtificados como de costumbre. En cambio, cuando lo queríamos, se nos vendía un plátano por un real (a nosotros que habíamos estado en Yucalitó), una botella de malísimo vino de Burdeos por dos duros, un vaso de limonada por cinco reales. un pedazo de hielo por igual precio! El Tyne era entonces para nosotros un paraíso de tablas; allí al mellaS había abundancia de víveres y orden; hasta el servicio del buque era nl<Ísregular, .más científico si se quiere. Era, en una palabra, el orgullo marino inglés •. frente al democratismo confiado y francote del herma· no J onatás. Sin embargo, confieso que esto mismo me sirvió bastante para mis estudios sobre los países que estaba recorriendo. En el Tyne había dos ordenados y lucidos parques: uno de armas de fuego, y otro de armas blancas. En el Northern Light con dificultad se hubiera encontrado un alfiler, salvo un cañoncito de mala catadura que servía para dar aviso en los puertos cuando se iba a zarpar. En el Tyne el capitán yl sus ayudantes se adivinaban por escala a tiro de ballesta; en el Northern Light nadie supo quién era el capitán" confundido como estaba éste entre la multiud. El contador era también el piloto y el cirujano de a bordo. FELIPE PÉREZ Los buques mismos se diferenciaban por la construc<:ión: el inglés era más fino y más firme; en él se sentía uno más seguro. Y ¿quién podrá negar que estos incidentes, aunque pequeños, no dan, por decirlo así, la clave del carácter nacional de estos pueblos podero'Sosy rivales, separados entre sí más por lo que va de Washington a la reina Victoria, que por la zona inmensa de las aguas atlánticas? En el uno la estabilidad, el orden, el orgullo; en el otro la movilidad del liiglo, la bulla republicana, el espíritu democrático. En el uno Albión serena, firme, engreída, agitando sus manos con la robustez del león; en el otro California improvisándose en el seno del desierto, activa, infatigable, logrera, agitando sus alas con la fogosidad de un ave de rapiña urgida. No obstante las penalidades del viaje y las maneras de vivir (tan distintas de las nuéstras) de los lugares que íbamos recorriendo, al fin logramos connaturali· zarnos con todo, gracias a que el hombre, según ha ¿icho alguien, no es sino un animal de costumbres, o 1ieaun animal capaz de acostumbrarse a todo. Prueba, entre otros, yo mismo, pues logré enseñarme a dormir a bordo del Northern Light sobre una mesa de mármol de un metro cuadrado; y me enseñé tanto, que 'cuando me acosté en Nueva York en un rico colchón de plumas, me desvelé las tres primeras noches! Y así debe ser: el hombre debe enseñarse a todo, menos a ser el juguete de sus costumbres y de sus hábitos. Re<:uerdo que Alcibíades se hizo tan célebre entre los persas por haberse amoldado prontamente a sus usos, que aquéllos no sabían qué admirar más en él, si su genio y su grandeza de alma, o la ductibilidad de su ser, la cual había hecho de aquel general griego el más afeminado de los esclavos de Daría. 66 EPISODIOS DE UN VIAJE Sería un libro muy divertido, y acaso bastante melancólico, decía yo a mis compañeros de viaje, el que se podría escribir de la historia íntima de todos los que vamos a bordo de este buque. ¡Qué de romances, de incidentes, de desgracias, de ilusiones, de desengaños, de crímenes, de novedades, de caracteres y de esperanzas! ¡Cuánta zozobra y cuánto dolor! ¿Qué hacen todos estos átomos de la humanidad? ¿Hacia dónde caminan? ¿Qué luz los guía, la fe o el ateísmo? ¿Por qué desierto peregrinan? ¡Parecemos muchos; y sin embargo, cualquiera de estas olas que nos rodean y que braman agitadas en torno nuéstro, la más pequeña bastaría para sepultarnos en el fondo del mar, sin dejar de nosotros ni un leve rastro! Todos los que vamos aquí, aunque llenos de vida, de fuerza y de voluntad, somos impotentes contra esa espuma cándida y suave que parece el encaje de la vestidura del mar. Me hizo pensar más en lo interesante de la narración de la vida de aquellos hombres de aventura, el hecho de que a los más pobres se los llevaba en la proa como a una manada de cerdos, y separados del resto de los viajeros por empalizadas puestas como los travesaños de un coso. Aquello era como la línea tirada por la mano caprichosa de la suerte, para separar la miseria de la miseria, porque hasta en esto ha establecido sus desigualdades el siglo XIX, ¡llamado de las luces y de la igualdad! Sí, allí iban, y con escarnio, esas pobres gentes, que yo contemplé de uno en uno, percibido tristemente de su situación. Descubrí entre ellas; el semblante de más de una madre, la belleza de los inocentes, y la concentración de pensamiento del padre de familia que teme el porvenir, ¡porque no sabe en dónde encontrará el pan del día siguiente! La primera noche de navegación fue muy pavorosa FELIPE PÉREZ 67 para mí: todos mis compañeros estaban mareados; el tiempo estaba tormentoso y el cielo oscuro. Extranjero, en aquella Babel de las aguas, no tenía con quién hablar ni a quién dirigirme ... El mar estuvo picado algunos días, durante los cuales sólo vimos cielo yagua, ambos abismos siempre del mismo color. Son dos espejos, uno encima de otro, que no hacen más que copiarse. Son dos gemelos dispuestos siempre a trasmitirse las mismas impresiones. Si el día está hermoso y el cielo azul, el mar toma el color del zafiro, y parece sonreír en cada ola; si, por el contrario, la altura está sombría, si muge el trueno y estalla el rayo, entonces las aguas se opacan; pierde la espuma su albo color, y todo es tristeza en torno. Durante la noche el espectáculo es distinto, porque esos dos universos se juntan para colmarse recíprocamente bajo el pabellón de las sombras ... se abrazan, se estrechan, y el ruido de su beso genitor repercute en todos los ángulos del horizonte. La estrella baja hasta la onda, y la onda sube hasta la estrella; el hálito salado del mar se confunde con el hálito dulce del cielo; todas las vallas desaparecen, y no hay ojo, sea humano o no, capaz de ver en dónde acaban y en dónde empiezan estqs dos infinitos, poblado el uno de estrellas y el otro de peces. El lunes 8, cerca de las tres de la tarde, avistamos. una isla grande, verde y solitaria al parecer (Santo Domingo). Nos la habían anunciado desde dos horas antes las gaviotas y las golondrinas de mar que habían venido a pararse sobre las cadenas del buque. Semejantes al mundo, que ve con la más completa indife· rencia la suerte de esta isla heroica, nosotros pasamos. de largo, sin derramar una lágrima, sin lanzar un suspiro, sin hacer una pregunta siquiera. Sin embargo,. >68 EPISODIOS DE UN VIAJE aquella tierra es americana, y en ella se luchaba en esos momentos por la libertad, que es la grande aspira. ción de los pueblos. La sangre humeaba cerca de nosotros, pero nosotros no vimos ese humo ni percibimos su horrible olor. Los dominicanos están condenados a triunfar o a perecer solos. iBien! Así será mayor su palma, o mayor su martirio. ¡La histórica isla nació sola en medio del océano, y sola quedará hasta la consumación de los siglos! Al tiempo del descubrimiento, Santo Domingo -cu"yo nombre indígena era Haiti- tenía un millón de habitantes, los cuales, diez y seis años más tarde, habían sido reducidos por los españoles a sólo 60.000. Seis años después sólo quedaban 14.000. Santo Domingo es una de las islas más grandes y más ricas de las Antillas, pues tiene 156 leguas de largo sobre 60 de ancho. En ella tuvieron origen los famosos y noveles,cos bucaneros, y de ella fue jefe el republicano Petión, a quien Colombia debe mucho por los eficaces auxilios que prestó a la causa de la indepedencia. ¿Se recor· dará esto, siquiera, en mi país? Después de Santodomingo,. avistamos una de las Bahamas, y la imagen de Cristóbal Colón se reflejó al instante en mi alma. Colón es grande para mí por su perseverancia y por sus desgracias. "Nada admiro tanto en Colón -dijo Turgot-, como haber ido a buscar el Nuevo Mundo bajo la fe de una idea." Buscando Colón un país, tropezó con otro, sin calcular siquiera la extensión del océano. Antes se iba a las Indias Orientales por el cabo turbulento de la Buena Esperanza: Colón quiso que se fuese por el centro mismo del mar, pues creía que el mundo no tenía sino la mitad del diámetro que tiene. FELIPE Pl:REZ En cuanto al valor, el mismo valor tiene el que ataca, con espada en mano, un cuadro enemigo, y el que espera a pie firme una fiera en el desierto, que el que se lanza en una carabela a un mar desconocido, para morir ahogado. La cuestión es pura y simplemente de perder la vida con serenidad, desafiando uno mismo el peligro. ¿Por qué, pues, hay hazañas que nos sorprenden más que otras? Por su originalidad, por su rareza, por las circunstancias más o menos grandiosas que suelen rodearlas. Todos los días el hombre muere valerosamente sobre los campos de batalla, o en las garras de las fieras; pero todos los días no se descubre un mundo arrostrando un peligro épico. Colón perseverante es más grande que Colón afortunado. Turgot tenía razón. Mientras tuvimos la Lucaya delante de nosotros, mi cabeza estuvo llena de mil y mil recuerdos remotos. Todas las escenas del descubrimiento y de la conquista de la América se mezclaron en mi imaginación, como los diferentes grupos de un cuadro colosal. Pensaba en la felicidad nativa de los americanos, viviendo en sus palacios de palmas, vestidos de plumas y sin otro alimento que las frutas del bosque. Pensé en las crueldades del peninsular. Recordé, en fin, a Moetezuma, a Atahualpa, a Sagipa, a Akimin y a TupacAmaru, todos príncipes sacrificados a la fiereza de ese monstruo que llaman la Conquista. A cada instante me parece ver surgir de en medio de las aguas, como una visión marina, la vieja y gastada nave del genovés; y verlo a él mismo jadeante el pecho y la pupila iluminada, de pie sobre la quilla triunfadora, como Apolo sobre el carro del Sol. Si la labor fue grande, casi divina, no debió ser menos su emoción en aquel momento de victoria suprema. EPISODIOS DE UN VL~JE Cierto es que después lo encadenaron los reyes; pero esas cadenas de hierro, convertidas en cadenas de in· mortalidad por la mano justiciera del tiempo, no han hecho sino atar su nombre con doble nudo al libro de la Historia. Entre los muchos pasajeros que venían de California, encontramos en el N orthern Light un hombre como de 56 años, alto y fuerte como un Nemrod, de barba larga y de cabellera más larga aún. Era bermejo; y su aspecto a primera vista era el de un oso vestido de hombre. Ceñía a la cintura un puñal de una fuerza extremada, fabricado por él mismo, y em· puñaba un rifle de rey. En otra parte que en aquel lu· gar se le habría tomado por un jefe de bandidos. Habiendo yo departido con él, supe que hacía treinta y tantos años que se había radicado en una parte desierta de California, donde tenía su familia y un hato de ganado que constaba de ochocientas cabezas; que había formado un museo de curiosidades indígenas, recogidas por él mismo, y que iba a exhibirlas en Nueva York. Me dijo también que llevaba consigo los cráneos de los indios bravos que había matado con sus propias manos ... Con este montañés atrevido y de aspecto rarísimo, iba un indio de unos doce años que él había recogido herido sobre el campo, después de un combate con las tribus, el cual lo seguía como un perro fiel y era querido como un hijo. -He ahí, me dije, al separarme de aquel'individuo, un matador de hombres que hace ostentación de su oficio, y a quien la sociedad admira en lugar de execrar. ¿De dónde puede venir al hombre civilizado el derecho de matar al hombre salvaje? ¿Se alegará, acaso, el principio de la propia conservación? Pero entonces, l'ELll'E l'É.REZ -¿por qué violar el sagrado retiro de las tribus? ¿No han cedido ellas casi todo el continente a los extranjeros? 1Déjeseles siquiera un hogar en los pliegues del polol Al día siguiente, muy temprano, me llamaron mis compañeros para que presenciase la salida del sol en la mar, espectáculo de que no habíamos podido gozar antes. El cielo estaba sereno y la mar tranquila que pare·da de aceite; ya no era esa montonera de tumbos crinadas, borbotando espuma lo que la componía: eran mantos espesos y azules moviéndose suavemente en láminas enormes. El sol, rojo como un coral, enorme como un mundo, sin un rayo, sin una sombra, sin vetas de zafiro, .in círculos de oro, se levantaba pausadamente entre los dos abismos. Parecía un rey que se hubiera quitado la corona para descansar, y que hubiera dejado caer indolentemente el manto a sus pies. pues una ligera nubecilla blanca, como el vestido de punto de un niño, le cubría la parte inferior, e iba d.esprendiéndose de su disco con la suavidad con que se desprende el aroma del cáliz de la flor. Por decirlo .así, la llama del día estuvo en nuestras manos, y nosotros la contemplamos de hito en hito, como una joya desengastada. Nada más hermoso sin duda. Entre las muchas mujeres que venían a bordo, dond.e había de todos los tipos, se hallaba una señorita peruana, graciosa como son todas las de su país, y de una belleza dulce e indisputable. Sólo su nombre era feo. Galantes los colombianos como los que más, pronto pagaron a la deidad el tributo de su admiración, llegando algunos hasta suplicarme que escribiera en EPISODIOS DE UN VIAJE su obsequio unos versos. Cedí al fin, más por jueg() que por inspiración, y después de haber conseguido, un lápiz y una vuelta de carta, escribí sobre la rodilla los siguientes renglones: Eres bella, sin duda, que en tus ojos hay todo un paraíso de ilusión; pero no valen tus pupilas regias una mirada de mi ausente amorl Del colibrí las alas extendidas, que esmalta en luz desde el cenit el sol, son menos lindas que tus cejas de ébano; pero es mejor su amante corazónl Venus, al darte un beso, por regalo dejó en tus labios su celeste ardor; mas yo no aspiro ni ambiciono otro halito que el de la flor que en mi jardín quedó! Las ricas perlas que la mar fecunda y Dios en sus entrañas escondió, son menos blancas que tus dientes húmedos; pero su llanto los forjó mejorl Tu enhiesto cuello de alabastro y rosa, do es cada hoyuelo un nido del amor, no es comparable a la blancura pálida que reviste su frente en la oración! Hay pues entre las dos la diferencia que entre un capullo que podrá ser flor y la brillante rosa que se mece sobre su trono de follaje al s01l Te admiro, pues, y trovador ocioso mi lira pulso, de la mar al son, para cantarte con acento plácido; pero mi lira no es mi corazónl FELIPE PÉREZ 73 No hay para qué decir que la agraciada no vio nunca tales barbaridades. Ya para terminar el viaje, conseguí prestado de un amigo un drama de Federico Soulié, titulado Los amantes de Murcia. Leí esta obra con mucho interés, pero sentí que el afamado escritor hubiera malgastado su tiempo escribiendo para el teatro sobre un asunto tan gastado en la literatura española. Los populares Amantes de Teruel, el Afacías, de Larra, el Trovador mismo, los Amantes de Afurcia, son la vibración de una misma cuerda literaria, agitada por diferentes ma. nos. Después del primero de esos dramas, faltó la originalidad a los demás. Amantes ardientes, grandiosos, espirituales, capaces de todos los sacrificios y dignos de todas las felicidades; bellos, jóvenes, entusiastas, pero separados para siempre por el valladar de antiguos odios de familia o por encontrados intereses de bando, he ahí el eje sobre que ruedan, poco más, poco menos, estas piezas de la literatura universal, y en las cuales se corre el riesgo de un plagio involuntario. En los Amantes de Murcia, hay además la circunstancia desfavorable de que el amante de la joven se hace traidor, y por consiguiente odioso, al paso que su rival se hace simpático, no obstante sus malas y vergonzosas condiciones. El escarnio pues para él; para ellas las lágrimas; y los aplausos para Villaflor. Confieso que no comprendí este modo de servirse de los héroes del drama. Nace esto, en parte, de que todos los asuntos de la tradición y de la historia están ya agotados, y de que nadie los puede tocar, como las armas de Orlando, si no puede estar a prueba con los grandes clásicos de la antigüedad. Mas, ¿para qué recurrir a las cenizas de los pasados siglos? En torno nuéstro no más se desarro-4 7~ EPISOlllOS llE U:'i n"JE lIan todos los días escenas sociales del mayor interés. La imaginación no tiene para qué trabajar: basta simplemente observar y contar lo que pasa en el mundo. Esa es la fuente de todas las peripecias, y por consiguiente la de todos los dramas. La humanidad es siempre más original que los poetas.