PDF (El mar: Impotencia)

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SUMARIO:
El mar.-Impotencia.-El vapor Northern Light.- Travesía.-Santo Domingo.-Las Bahamas.-El bárbaro cazador de salvajes.
Salida del sol en la mar.-Nuevos versosde ocasión.-Los amantes de Murcia.
Antes de ver el mar por la primera vez, se tiene de
él una idea grandiosa, exagerada, ora se le suponga
tranquilo y lúcido como la lámina de un espejo, ora
se le suponga rabioso y revestido de espumas, ocultando un abismo en cada ola y un leviathán en cada burbuja. Después de verlo ... después de verlo, la realidad de sus espectáculos supera a todos los cuadros de
la imaginación. Sin embargo, el océano apacible, en
círculo monótono, es siempre del mismo color, de la
misma forma, y es siempre el mismo aro de aguas, sin
gracia, desatándose en torno del espectador con una
tenacidad olímpica.
No así la tierra: una cordillera no se parece a otra,
ni un valle a otro valle. El Pacífico y el Atlántico no
son sino dos gotas de agua gemelas, dos perlas líquidas
colocadas a los dos lados de la América. Más bravío el
último que el primero, pero iguales en sus elementos y
en sus perspectivas.
Quizá es por eso por lo que yo nunca he podido cantar el océano. Intentélo otra vez, y no me fue posible.
Ahora, teniéndolo por mesa y sentado en la popa del
Tyne) he hecho nuevamente un llamamiento a mi Mu-
FELIPE
PÉREZ
sa; pero mi Musa debió quedarse en tierra, o no ha
querido bajar del Parnaso, porque no se ha dignado.
contestar a lnis voces.
"Felices los que no han visto el humo de las fiestas
del extranjero, y sólo se han sentado a la mesa de los
festines de sus padres." Esto ha dicho Chateaubriand,
y en mi concepto con mucha razón. ¡Cuán dulce es la
quietud en el seno del hogar doméstico! Allí donde
sólo hay sonrisas para uno, y miradas que son otros
tantos rayos de amor! El pan y el agua tienen en el
hogar un sabor que no tienen en otra parte. Los ayes
del corazón, los gritos del alma, el acento de la virtud,
las amarguras del dolor, nada de eso tiene acá sentido
ni expresión en los viajeros. El viajero es por acá un
ser extraño, a quien todos se creen con el derecho de
explotar. . . La piedad no existe para él ni los consuelos, salvo el que su cuerpo, al tocarlo, suene como una
campana ... El hombre de metal (siempre que fuera
de metal fino) viajaría por acá como un príncipe por
en medio de sus Estados. ¡Dios santo! ¿qué será más
adelante? Aca cada uno tira y arranca una pluma al
pasajero: ¡un avestruz que pasase por aquí, rápido
como una águila, llegaría mondo y lirondo al cabo de
su jmnadal
¡Ay! lejana, fresca, dulce, rica, hospitalaria tierra de
los muiscas, ¿dónde estás? ¿qué te has hecho? Yo te
amo ahora más que nunca, aunque sea con tu modo.
de ser, tu sencillez rústica y tus rezagos bárbaros.
¡Quiera el cielo volverme pronto a tu senol
Este día, que era un viernes, a las cinco de la tarde,
zarpamos de Colón para Nueva York, en el vapor nor-teamericano Northern Light, después de decir el postrer adiós a Colombia, de la cual habíamos venido como despidiéndonos por partes. Sin embargo, ante el
EPISODIOS
DE UN
VIAJE
pensamiento dominante en un viajero -el de andar
siempre para llegar pronto al lugar de su destino- no
dejamos a Colón con tristeza. Estuvimos sí contemplándolo sobre cubierta, hasta que la noche y la distancia nos lo quitaron completamente de la vista. Su
aspecto es muy gracioso desde el océano.
Aunque habíamos tomado pasaje con anticipación,
se nos dijo en el vapor que no se nos podían dar camarotes hasta hacerlo con los pasajeros de California,
quienes tenían la preferencia; empero, no se nos habló
con la debida claridad, y confiamos demasiado en las
águilas de oro que habíamos entregado al contador
del buque.
De California vinieron cerca de mil pasajeros, que
con los que habíamos en Colón, y con los que se agregaron de las repúblicas del Sur, hicimos un total desespenmte. Llegada la noche, el vapor se convirtió en
una Babilonia; los camarotes sólo alcanzaron para
unas quinientas personas, y el resto tuvimos que tirarnos por el suelo sin distinción de sexos, edades, condiciones, riquezas, salud, etc. Faltaba el espacio por todas partes, y por todas partes brotaban hombres, mujeres y niños, con más abundancia que piedras de las
manos de DeucaliÓn. Y ¡qué hombres! ¡y qué mujeres! iY qué nií"íosl Eran todos de maneras brutales, de
rostros patibularios, de vestiduras sucias o harapientas, que regresaban de San Francisco, después de haber
hecho su fortuna, o de no haberla hecho, sin otro avío
,-que su maleta y su puñal. Nada tan grotesco como los
vestidos de aquella colonia peregrinante, productos
los unos de las modas más anticuadas, y notables los
otros por su mosaico o su extravagancia. En materia
de sombreros, no más, había allí un museo entero, des-de el sombrero de felpa negro, nombrado cubilete en-
FELIPE
PÉREZ
tre nosotros, hasta el gorro de palma de la China ...
Suazas, fieltros, promontorios de género, mitras, bonetes, artesas de tela y de cuero, gorras horizontales de
más de un metro, con toldillos de tafetán plegado que
oeaían hasta la cintura, cachuchas, etc. En una palabra,
todo lo que el hombre ha inventado o puede inventar
en las cinco partes del mundo, para cubrirse la cabeza;
pero casi todo grasiento, raído, lastimado ...
Aunque nuestra caravana se había disminuído bastante desde Cartagena y Colón, todavía marchaban
con nosotros y participaban de nuestro infortunio una
señora y dos niños. El mar estaba grueso y mareáronse
a poco momento, mas no fue posible conseguirles un
camarote. Tuvimos, pues, que dejarlos tirados sobre
.cubierta, durmiendo al sereno, y sin otro abrigo que
el regazo de su madre enferma. La noche avanzaba, y
era preciso tratar de pasarla de algún modo: fue entonces cuando resolvimos el difícil problema de acostarnos, cuan largos y numerosos éramos, en el reduci<lo espacie:>en donde habíamos estado de pie durante
el día. Lográmoslo al fin, disputándonos el hueco pre<:isoa empujones con los yanquis, y quedando de blanco de sus patadas y codazos. Cerca de la madrugada,
fuimos despertados a estrujones, pues era la hora de
lavar el buque. El agua, que iba y venía por todas partes, nos había empapado, y tratamos de refugiarnos en
algún rincón. ¡Diligencia vana! todas las cámaras estaban mojadas. N os resignamos. Algunos lograron trepar sobre las mesas y acurrucarse en ellas como titíes.
Fue ésta una escena que se repitió todos los días a
la misma hora, durante la navegación. Estas abluciones nocturnas me causan ahora risa, pero entonces
sólo me causaban una indignación profunda. Tampo<:0 podía ser para menos, vista la indiferencia del ca-
EPISODIOS
DE UN
VIAJE
pitán con todas las personas decentes que allí había, y
vista la mayor parte de ellas corriendo con su maleta
a cuestas, dando traspiés, o yendo y viniendo, sin saber
dónde refugiarse. ¡Qué escenasl, ¡qué molestias!
La mugre nos tenía comidos, pues no se nos daba
agua (¡se nos negaba el agua en medio del océanol)
para lavarnos la cara y las manos; nuestros equipajes
estaban en las bodegas, y no podíamos sacar ropa limpia. Empero, éste hubiera sido un recurso nulo, viviendo, como vivíamos, tirados sobre cubierta.
Los víveres de a bordo eran de pésima calidad; escasos, malsanos, y mixtificados como de costumbre. En
cambio, cuando lo queríamos, se nos vendía un plátano por un real (a nosotros que habíamos estado en
Yucalitó), una botella de malísimo vino de Burdeos
por dos duros, un vaso de limonada por cinco reales.
un pedazo de hielo por igual precio! El Tyne era entonces para nosotros un paraíso de tablas; allí al mellaS había abundancia
de víveres y orden; hasta el servicio del buque era nl<Ísregular, .más científico si se
quiere. Era, en una palabra, el orgullo marino inglés •.
frente al democratismo confiado y francote del herma·
no J onatás. Sin embargo, confieso que esto mismo me
sirvió bastante para mis estudios sobre los países que
estaba recorriendo. En el Tyne había dos ordenados y
lucidos parques: uno de armas de fuego, y otro de armas blancas. En el Northern Light con dificultad se
hubiera encontrado un alfiler, salvo un cañoncito de
mala catadura que servía para dar aviso en los puertos
cuando se iba a zarpar. En el Tyne el capitán yl sus
ayudantes se adivinaban por escala a tiro de ballesta;
en el Northern Light nadie supo quién era el capitán"
confundido como estaba éste entre la multiud. El contador era también el piloto y el cirujano de a bordo.
FELIPE
PÉREZ
Los buques mismos se diferenciaban por la construc<:ión: el inglés era más fino y más firme; en él se sentía uno más seguro. Y ¿quién podrá negar que estos
incidentes, aunque pequeños, no dan, por decirlo así,
la clave del carácter nacional de estos pueblos podero'Sosy rivales, separados entre sí más por lo que va de
Washington a la reina Victoria, que por la zona inmensa de las aguas atlánticas? En el uno la estabilidad, el orden, el orgullo; en el otro la movilidad del
liiglo, la bulla republicana, el espíritu democrático. En
el uno Albión serena, firme, engreída, agitando sus
manos con la robustez del león; en el otro California
improvisándose en el seno del desierto, activa, infatigable, logrera, agitando sus alas con la fogosidad de
un ave de rapiña urgida.
No obstante las penalidades del viaje y las maneras
de vivir (tan distintas de las nuéstras) de los lugares
que íbamos recorriendo, al fin logramos connaturali·
zarnos con todo, gracias a que el hombre, según ha
¿icho alguien, no es sino un animal de costumbres, o
1ieaun animal capaz de acostumbrarse a todo. Prueba,
entre otros, yo mismo, pues logré enseñarme a dormir
a bordo del Northern Light sobre una mesa de mármol de un metro cuadrado; y me enseñé tanto, que
'cuando me acosté en Nueva York en un rico colchón
de plumas, me desvelé las tres primeras noches! Y así
debe ser: el hombre debe enseñarse a todo, menos a
ser el juguete de sus costumbres y de sus hábitos. Re<:uerdo que Alcibíades se hizo tan célebre entre los
persas por haberse amoldado prontamente a sus usos,
que aquéllos no sabían qué admirar más en él, si su
genio y su grandeza de alma, o la ductibilidad
de su
ser, la cual había hecho de aquel general griego el más
afeminado de los esclavos de Daría.
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EPISODIOS
DE UN
VIAJE
Sería un libro muy divertido, y acaso bastante melancólico, decía yo a mis compañeros de viaje, el que
se podría escribir de la historia íntima de todos los
que vamos a bordo de este buque. ¡Qué de romances,
de incidentes, de desgracias, de ilusiones, de desengaños, de crímenes, de novedades, de caracteres y de esperanzas! ¡Cuánta zozobra y cuánto dolor! ¿Qué hacen
todos estos átomos de la humanidad? ¿Hacia dónde
caminan? ¿Qué luz los guía, la fe o el ateísmo? ¿Por
qué desierto peregrinan? ¡Parecemos muchos; y sin
embargo, cualquiera de estas olas que nos rodean y
que braman agitadas en torno nuéstro, la más pequeña bastaría para sepultarnos en el fondo del mar, sin
dejar de nosotros ni un leve rastro! Todos los que vamos aquí, aunque llenos de vida, de fuerza y de voluntad, somos impotentes contra esa espuma cándida y
suave que parece el encaje de la vestidura del mar.
Me hizo pensar más en lo interesante de la narración de la vida de aquellos hombres de aventura, el
hecho de que a los más pobres se los llevaba en la
proa como a una manada de cerdos, y separados del
resto de los viajeros por empalizadas puestas como los
travesaños de un coso. Aquello era como la línea tirada por la mano caprichosa de la suerte, para separar la
miseria de la miseria, porque hasta en esto ha establecido sus desigualdades el siglo XIX, ¡llamado de las
luces y de la igualdad! Sí, allí iban, y con escarnio, esas
pobres gentes, que yo contemplé de uno en uno, percibido tristemente de su situación. Descubrí entre ellas;
el semblante de más de una madre, la belleza de los
inocentes, y la concentración de pensamiento del padre de familia que teme el porvenir, ¡porque no sabe
en dónde encontrará el pan del día siguiente!
La primera noche de navegación fue muy pavorosa
FELIPE
PÉREZ
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para mí: todos mis compañeros estaban mareados; el
tiempo estaba tormentoso y el cielo oscuro. Extranjero,
en aquella Babel de las aguas, no tenía con quién hablar ni a quién dirigirme ...
El mar estuvo picado algunos días, durante los cuales sólo vimos cielo yagua, ambos abismos siempre del
mismo color. Son dos espejos, uno encima de otro, que
no hacen más que copiarse. Son dos gemelos dispuestos
siempre a trasmitirse las mismas impresiones. Si el día
está hermoso y el cielo azul, el mar toma el color del
zafiro, y parece sonreír en cada ola; si, por el contrario, la altura está sombría, si muge el trueno y estalla
el rayo, entonces las aguas se opacan; pierde la espuma su albo color, y todo es tristeza en torno.
Durante la noche el espectáculo es distinto, porque
esos dos universos se juntan para colmarse recíprocamente bajo el pabellón de las sombras ... se abrazan,
se estrechan, y el ruido de su beso genitor repercute
en todos los ángulos del horizonte. La estrella baja
hasta la onda, y la onda sube hasta la estrella; el hálito
salado del mar se confunde con el hálito dulce del
cielo; todas las vallas desaparecen, y no hay ojo, sea
humano o no, capaz de ver en dónde acaban y en dónde empiezan estqs dos infinitos, poblado el uno de estrellas y el otro de peces.
El lunes 8, cerca de las tres de la tarde, avistamos.
una isla grande, verde y solitaria al parecer (Santo
Domingo). Nos la habían anunciado desde dos horas
antes las gaviotas y las golondrinas de mar que habían
venido a pararse sobre las cadenas del buque. Semejantes al mundo, que ve con la más completa indife·
rencia la suerte de esta isla heroica, nosotros pasamos.
de largo, sin derramar una lágrima, sin lanzar un suspiro, sin hacer una pregunta siquiera. Sin embargo,.
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DE UN
VIAJE
aquella tierra es americana, y en ella se luchaba en
esos momentos por la libertad, que es la grande aspira.
ción de los pueblos.
La sangre humeaba cerca de nosotros, pero nosotros
no vimos ese humo ni percibimos su horrible olor.
Los dominicanos están condenados a triunfar o a
perecer solos. iBien! Así será mayor su palma, o mayor su martirio. ¡La histórica isla nació sola en medio
del océano, y sola quedará hasta la consumación de
los siglos!
Al tiempo del descubrimiento, Santo Domingo -cu"yo nombre indígena era Haiti- tenía un millón de
habitantes, los cuales, diez y seis años más tarde, habían sido reducidos por los españoles a sólo 60.000.
Seis años después sólo quedaban 14.000. Santo Domingo es una de las islas más grandes y más ricas de las
Antillas, pues tiene 156 leguas de largo sobre 60 de
ancho. En ella tuvieron origen los famosos y noveles,cos bucaneros, y de ella fue jefe el republicano Petión,
a quien Colombia debe mucho por los eficaces auxilios que prestó a la causa de la indepedencia. ¿Se recor·
dará esto, siquiera, en mi país?
Después de Santodomingo,. avistamos una de las Bahamas, y la imagen de Cristóbal Colón se reflejó al
instante en mi alma. Colón es grande para mí por su
perseverancia y por sus desgracias. "Nada admiro tanto en Colón -dijo Turgot-, como haber ido a buscar
el Nuevo Mundo bajo la fe de una idea."
Buscando Colón un país, tropezó con otro, sin calcular siquiera la extensión del océano. Antes se iba a las
Indias Orientales por el cabo turbulento de la Buena
Esperanza: Colón quiso que se fuese por el centro
mismo del mar, pues creía que el mundo no tenía sino
la mitad del diámetro que tiene.
FELIPE
Pl:REZ
En cuanto al valor, el mismo valor tiene el que ataca, con espada en mano, un cuadro enemigo, y el que
espera a pie firme una fiera en el desierto, que el que
se lanza en una carabela a un mar desconocido, para
morir ahogado. La cuestión es pura y simplemente de
perder la vida con serenidad, desafiando uno mismo
el peligro. ¿Por qué, pues, hay hazañas que nos sorprenden más que otras? Por su originalidad, por su
rareza, por las circunstancias más o menos grandiosas
que suelen rodearlas. Todos los días el hombre muere
valerosamente sobre los campos de batalla, o en las
garras de las fieras; pero todos los días no se descubre
un mundo arrostrando un peligro épico.
Colón perseverante es más grande que Colón afortunado. Turgot tenía razón.
Mientras tuvimos la Lucaya delante de nosotros, mi
cabeza estuvo llena de mil y mil recuerdos remotos.
Todas las escenas del descubrimiento y de la conquista de la América se mezclaron en mi imaginación, como los diferentes grupos de un cuadro colosal. Pensaba en la felicidad nativa de los americanos, viviendo
en sus palacios de palmas, vestidos de plumas y sin
otro alimento que las frutas del bosque. Pensé en las
crueldades del peninsular. Recordé, en fin, a Moetezuma, a Atahualpa, a Sagipa, a Akimin y a TupacAmaru, todos príncipes sacrificados a la fiereza de ese
monstruo que llaman la Conquista. A cada instante
me parece ver surgir de en medio de las aguas, como
una visión marina, la vieja y gastada nave del genovés; y verlo a él mismo jadeante el pecho y la pupila
iluminada, de pie sobre la quilla triunfadora, como
Apolo sobre el carro del Sol. Si la labor fue grande, casi divina, no debió ser menos su emoción en aquel momento de victoria suprema.
EPISODIOS
DE
UN
VL~JE
Cierto es que después lo encadenaron los reyes; pero
esas cadenas de hierro, convertidas en cadenas de in·
mortalidad por la mano justiciera del tiempo, no han
hecho sino atar su nombre con doble nudo al libro de
la Historia.
Entre los muchos pasajeros que venían de California, encontramos en el N orthern Light un hombre
como de 56 años, alto y fuerte como un Nemrod, de
barba larga y de cabellera más larga aún. Era bermejo; y su aspecto a primera vista era el de un oso
vestido de hombre. Ceñía a la cintura un puñal de
una fuerza extremada, fabricado por él mismo, y em·
puñaba un rifle de rey. En otra parte que en aquel lu·
gar se le habría tomado por un jefe de bandidos. Habiendo yo departido con él, supe que hacía treinta y
tantos años que se había radicado en una parte desierta de California, donde tenía su familia y un hato de
ganado que constaba de ochocientas cabezas; que había formado un museo de curiosidades indígenas, recogidas por él mismo, y que iba a exhibirlas en Nueva
York. Me dijo también que llevaba consigo los cráneos
de los indios bravos que había matado con sus propias
manos ...
Con este montañés atrevido y de aspecto rarísimo,
iba un indio de unos doce años que él había recogido
herido sobre el campo, después de un combate con las
tribus, el cual lo seguía como un perro fiel y era querido como un hijo.
-He ahí, me dije, al separarme de aquel'individuo,
un matador de hombres que hace ostentación de su oficio, y a quien la sociedad admira en lugar de execrar.
¿De dónde puede venir al hombre civilizado el derecho de matar al hombre salvaje? ¿Se alegará, acaso, el
principio de la propia conservación? Pero entonces,
l'ELll'E
l'É.REZ
-¿por qué violar el sagrado retiro de las tribus? ¿No han
cedido ellas casi todo el continente a los extranjeros?
1Déjeseles siquiera un hogar en los pliegues del polol
Al día siguiente, muy temprano, me llamaron mis
compañeros para que presenciase la salida del sol en
la mar, espectáculo de que no habíamos podido gozar
antes.
El cielo estaba sereno y la mar tranquila que pare·da de aceite; ya no era esa montonera de tumbos crinadas, borbotando espuma lo que la componía: eran
mantos espesos y azules moviéndose suavemente en láminas enormes. El sol, rojo como un coral, enorme
como un mundo, sin un rayo, sin una sombra, sin vetas de zafiro, .in círculos de oro, se levantaba pausadamente entre los dos abismos. Parecía un rey que se
hubiera quitado la corona para descansar, y que hubiera dejado caer indolentemente el manto a sus pies.
pues una ligera nubecilla blanca, como el vestido de
punto de un niño, le cubría la parte inferior, e iba
d.esprendiéndose de su disco con la suavidad con que
se desprende el aroma del cáliz de la flor. Por decirlo
.así, la llama del día estuvo en nuestras manos, y nosotros la contemplamos de hito en hito, como una joya
desengastada. Nada más hermoso sin duda.
Entre las muchas mujeres que venían a bordo, dond.e había de todos los tipos, se hallaba una señorita
peruana, graciosa como son todas las de su país, y de
una belleza dulce e indisputable. Sólo su nombre era
feo. Galantes los colombianos como los que más, pronto pagaron a la deidad el tributo de su admiración,
llegando algunos hasta suplicarme que escribiera en
EPISODIOS DE UN VIAJE
su obsequio unos versos. Cedí al fin, más por jueg()
que por inspiración, y después de haber conseguido,
un lápiz y una vuelta de carta, escribí sobre la rodilla
los siguientes renglones:
Eres bella, sin duda, que en tus ojos
hay todo un paraíso de ilusión;
pero no valen tus pupilas regias
una mirada de mi ausente amorl
Del colibrí las alas extendidas,
que esmalta en luz desde el cenit el sol,
son menos lindas que tus cejas de ébano;
pero es mejor su amante corazónl
Venus, al darte un beso, por regalo
dejó en tus labios su celeste ardor;
mas yo no aspiro ni ambiciono otro halito
que el de la flor que en mi jardín quedó!
Las ricas perlas que la mar fecunda
y Dios en sus entrañas escondió,
son menos blancas que tus dientes húmedos;
pero su llanto los forjó mejorl
Tu enhiesto cuello de alabastro y rosa,
do es cada hoyuelo un nido del amor,
no es comparable a la blancura pálida
que reviste su frente en la oración!
Hay pues entre las dos la diferencia
que entre un capullo que podrá ser flor
y la brillante rosa que se mece
sobre su trono de follaje al s01l
Te admiro, pues, y trovador ocioso
mi lira pulso, de la mar al son,
para cantarte con acento plácido;
pero mi lira no es mi corazónl
FELIPE
PÉREZ
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No hay para qué decir que la agraciada no vio nunca tales barbaridades.
Ya para terminar el viaje, conseguí prestado de un
amigo un drama de Federico Soulié, titulado Los
amantes de Murcia. Leí esta obra con mucho interés,
pero sentí que el afamado escritor hubiera malgastado
su tiempo escribiendo para el teatro sobre un asunto
tan gastado en la literatura española. Los populares
Amantes de Teruel, el Afacías, de Larra, el Trovador
mismo, los Amantes de Afurcia, son la vibración de
una misma cuerda literaria, agitada por diferentes ma. nos. Después del primero de esos dramas, faltó la originalidad a los demás. Amantes ardientes, grandiosos,
espirituales, capaces de todos los sacrificios y dignos de
todas las felicidades; bellos, jóvenes, entusiastas, pero
separados para siempre por el valladar de antiguos
odios de familia o por encontrados intereses de bando,
he ahí el eje sobre que ruedan, poco más, poco menos,
estas piezas de la literatura universal, y en las cuales
se corre el riesgo de un plagio involuntario.
En los
Amantes de Murcia, hay además la circunstancia desfavorable de que el amante de la joven se hace traidor,
y por consiguiente odioso, al paso que su rival se hace
simpático, no obstante sus malas y vergonzosas condiciones. El escarnio pues para él; para ellas las lágrimas; y los aplausos para Villaflor. Confieso que no
comprendí este modo de servirse de los héroes del drama. Nace esto, en parte, de que todos los asuntos de
la tradición y de la historia están ya agotados, y de que
nadie los puede tocar, como las armas de Orlando, si
no puede estar a prueba con los grandes clásicos de la
antigüedad. Mas, ¿para qué recurrir a las cenizas de
los pasados siglos? En torno nuéstro no más se desarro-4
7~
EPISOlllOS llE U:'i n"JE
lIan todos los días escenas sociales del mayor interés.
La imaginación no tiene para qué trabajar: basta simplemente observar y contar lo que pasa en el mundo.
Esa es la fuente de todas las peripecias, y por consiguiente la de todos los dramas. La humanidad es siempre más original que los poetas.
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