BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA MEMORIAS DE UN COLEGIAL POR LUCf ~'\TO RIVERA y GARRfOO BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA M~MORIAS~D~UN COL~GIAL POR LUCIANO RIVERA Y GARRIDO 5ELECCION SAMPER ORTEGA DE LITERATURA COLOMBIANA PUBLICACIONES DEL MINISTERIO DE EDUCACION NACIONAL Editorial Minerv., S. A. 193& D. LUCIANO RIVERA y GARRIDO Vino al mundo este ameno narrador en Buga, el 5 de diciembre de 1846 y falleció en la misma ciudad el 6 de marzo de 1899. Cuenta él mismo que su niñez transcurre en Guadalajara, donde su padre tenía negocios, y afirma haber aprendido a leer antes de cumplidos los cinco años. Aunque el dato pudiera estimarse exagerado, hay que recordar la gran precocidad que existe en algunos puntos del trópico: en Antioquia son frecuentes matrimonios en que la novia cuenta doce o trece años, edad a que, por otra parte, se casaron casi todas las bisabuelas de las actuales bogotanas. La maestra que enseñó a leer a Rivera y Garrido se llamaba doña Leonor Núñez; y es justo consignar su nombre al lado del de un discípulo suyo que hace honor a las letras colombianas. De su cuidado pasó Rivera al de doña Teresa Racines de Tejada, excelente señora que protestaba de que a las niñas se les enseñase --.aritm.étiC8y -P0L-considerarla -s\.lP_crJJuª_12a,m. Ja, 6 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA mujer cristiana. Empleaba doña Teresa castigos como el de propinar sus buenos azotes al que los merecía, para lo cual se lo echaba a la espalda un compañero de más edad, a riesgo de que algunos lapos diesen fuera del blanco, sobre sus inocentes piernas. Rivera y Garrido vino de niño a Bogotá a seguir estudios de segunda enseñanza en el colegio de don Felipe y don Santiago Pérez. De allí, tras breve permanencia donde los jesuítas, pasó al de Santo Tomás de Aquino, dirigido entonces por el ilustre poeta don josé joaquín Ortiz. Hacia 1860 y detrás de él, vino a la ciudad su familia, empujada por los azares de la política, según cuenta Laverde Amaya en sus «Fisonomías literarias de colombianos». Las casas de Laverde y Rivera colindaban. y de esta circunstancia nació la amistad entre ellos. Nueve años después, habiendo regresado al Cauca, Rivera emprendió por tierra un interesante viaje a Quito, empresa larga y penosa todavía, cuánto más en aquellos tiempos. Estuvo luégo en Europa en 1874, 1878 Y 1883 Y supo aprovechar muy bien sus visitas al viejo mundo, como hombre observador y estudioso. En su nativa ciudad sacó a luz dos periódicos, «El Observador» y «El Rumop> , ninguno de los cuales tuvo larga vida. Pero su carrera literaria se inicia con las publicaciones hechas en «La Alianza» de Bogotá y «El Cóndor» CUADROS DE COSTUMBRES 7 de MedelIín, y posteriormente en muchos otros diarios y revistas, tales como «El Hogar», «La Fe», «El Museo Literario», «El Bien Público», «El Eco Literario», «La Revista» y «La América» de Bogotá, y en «El Oasis» de Medellín, «El Cauca» de Popayán y «La Esperanza» de Guayaquil. Algunos ensayos novelescos como «El Sargento Pedro» y «La Novia del Desertor», se hallan inclusos en el volumen «Ensayos Literarios> (Bogotá, 1871). También publicó en tomo «Dónde empieza y cómo acaba». (Palmira, ,1888) y sus impresiones del primer viaje a Europa, editadas en la misma ciudad en 1895 con el título «De América a Europa». En el artículo «Por qué no soy autor dramático» cuenta Rivera su única salida a tales campos: «Un día concebí el atrevido pensamiento de escribir una comedia. Ideario v hacerlo fue todo uno. Yayo había cometido un novelicidio intitulado «Carolina». Acumulé allí tantos disparates, que de ellos no ha quedado en mi memoria sino algo como el recuerdo de la borrachera que nos proporciona el primer cigarro que fumamos en la vida. Escribí, pues, con mis garrapatos de entonces, un zurcido de escenas extravagantes, sin plan ni objeto, naturalmente, el cual encerré en los límites de un solo acto, no obstante que entre el principio y el fin mediaban quince años, y lo bauticé con el pomposo nombre de "Don Juan». 8 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA ¿Por qué? Nunca he podido explicármelo, pues en aquella época lejana ni sospechaba que en los anales de la humanidad figurara como personaje legendario aquel amador insigne (Don Juan) ni tenía noticia de Lord Byron y mucho menos del famoso poema que con ese título conoce todo el mundo. Es lo cierto que el protagonista de mi comedia era un maestro de escuela; recuerdo que la dama llevaba el estrafalario nombre de Doña Petracola un criado se llamaba Quitrín, y todos los personajes morían violentamente en el embro!!ado curso del único acto, sin quedar ni uno para semilla; con la circunstancia agravante de que no sólo morían todos, hasta el apuntador, sino que el protagonista resucitaba dos o tres veces y volvía a morir otras tantas. {(Habría sido título más propio para mi comedia el de j!.lueven estacadas I pues apenas si hubo batalla campal en las antiguas edades en que más cuchilladas se repartieran. j Virgen Santísima! jSi aquello era una matanza atroz!. .. Hondamente impresionado con las carnicerías de algunos dramas de Dumas, de Bouchardy o de ZorrilIa, que había visto representar, se me desarrolló tal cuchillomanía de autor dramático, que si a mi bisabuelo lo sacaban a la escena, ino había misericordia! mi bisabuelo moría apuñaleado .... '! «Don Juan» fue representado por la vigésima vez, joh poder de la vanidad infantil! en CUADROS DE COSTUMBRES plena sala de la casa de la familia de Enrique, que denominaban «el balcón», por ser la única de esa calle que tenía un piso alto, y en presencia de sesenta o más personas de ambos sexos,' que rieron hasta desternillarse ante aquella matanza dividida en escenas. Todavía me acuerdo del entusiasmo con que en la mañana de aquel día ·nos dirigimos a los bosquecillos de arrayanes y alisos que crecen al oriente de la ciudad, para traer ramas, musgo y flores, que formarían parte de las decoraciones, enriquecidas con una ventana de cartón, suministrada para el efecto por un joven carpintero, amigo nuestro. «El obsequio que con esa ventana se nos hizo fue causa indirecta de que dos sujetos notables de la ciudad tuvieran conocimiento de nuestras hazañas teatrales, y un día me llamaron a casa de uno de esos señores para que, como director de la Compañía, les mostrara nuestro repertorio y les expusiera nuestros proyectos. Con el desenfado y la presunción propios de la niñez, no tuve embarazo en mostrarles a «Don Juan», y les"confié el manuscrito de otra barbaridad que yo había perpetrado con el título de «Elena». ¡Oh! ¡cómo rieron aquellos caballeros!. ... Creo que si Dios no los hubiera llevado, a su lado hace ya luengos años, todavía estanan riendo. «Pocos días después me devolvieron los manuscritos; y como mi condición de muchacho o 10 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA no. hubiera sabido retenerlos, dieron rienda suelta a su hilaridad al hacer en mi presencia el análisis de mis famosas comedias, que calificaron con los epítetos más burlescos. Esa misma tarde los arrojé al fuego; y, despechado con aquel fiasco, juré no volver a escribir nada para el teatro, siendo esta la razón por la cual no soy autor dramático». La obra que da lugar importante a Rivera y Garrido en nuestra historia literaria es la que bajo el nombre de «Impresiones y Recuer,. -, UO:)) -.,. 1,_ l.. VIU la lU¿. D ~t. 1;;11LJUl;;,U\..G ,,~ 1 Q70 1;;,11 IVI :l. 1\,., ,.,11•..• J,...., 1..J,", '"'!la l1a~ cen parte los párrafos transcritos y las «Memorias de un colegial», reproducidas en el presente volumen. Durante su permanencia en Bogotá, a mediados del siglo, Rivera trabó amistad con los dos Pérez, don Manuel Marroquín, don José María Vergara y Vergara, don Tomás Cuenca y don Manuel AncÍzar, que fueron sus maestros, y Carlos Martínez Silva, y Rufino José Cuervo, sus condiscípulos. Afecto el más importante de su vida fue, sin embargo, el que profesó a su paisano Jorge Isaacs. Los escritores de «El Mosaico», no obstante rendir verdadero culto a los autores españoles de su tiempo, como acontecía respecto de T rueba, fueron en lo general incorrectos en la forma, excepción hecha de Marroquín. De modo que el estilo de Rivera y Garrido resulta superior al de esos amigos suyos que le infun- CUADROS DE COSTUMBRES 11 dían admiración, bien que el escritor caucano apenas conoció autores distintos de los que integran el ciclo romántico francés. Rivera sabe relatar en forma despejada y sencilla, pero abundante de emoción. Resulta inexplicable que en los ensayos de historia literaria publicados después de Vergara, no se le haya concedido la importancia que merece, pues él y su paisano Isaacs son de las más interesantes figuras literarias del Cauca en la segunda mitad del siglo XIX. MEMORIAS DE UN COLEGIAL POR D. LUCIANO RIVERA y GARRIDO 1 La corta campaña de los primeros meses del año de 1860 dejó a mi padre poco menos que arruinado, como que fue él uno de los hacendados que mayores perjuicios recibieron con la guerra. No obstante, anheloso de que yo aprendiera alguna cosa y me desarrollara en el seno de una sociedad culta como la de la capital, sueño dorado y ambición la más grata que, con respecto a sus hijos, alienta en el ánimo de todos los padres de familia en provincia, asintió gustoso a las insinuaciones de mi tío Antonio, que manifestaba interés por mi suerte, y, en consecuencia, le confió el cuidado de llevarme a Bogotá, sin parar mientes en los sacrificios que tendría que imponerse para el logro de sus generosos propósitos. No intentaré describir la escena dolorosa de mi separación de la casa paterna. Mi pobre madre y mis hermanos me abrazaban sollozando, y al impartirme su bendición, mi padre, a quien no había visto llorar nunca, tenía el rostro bañado en lágrimas. ¡Cuán profunda fue la impresión que ese llanto dejó en mi alma! 16 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA Al principio del viaje estuve muy triste, pues era aquélla la primera vez que me separaba a larga distancia del hogar y de la familia, y como fui siempre apegado a mi buena madre, cuyas demostraciones de una ternura sin límites recibía a cada· instante, padecí en esos días lo que no es decible. Pero, desde que entrámos en la montaña del Quindío, la novedad de aquellas cordilleras altísimas, cubiertas en sus crestas superiores por los albos mantos de las nieves eternas; los inmensos palmares, majestuosos y solitarios como antiguas basílicas; las variadas y magníficas arboledas; los aterradores abismos, por cuyos angostos bordes pasaban temblando nuestras cabalgaduras; el solemne silencio en que parece complacerse la naturaleza en las soledades de los páramos, y los mil accidentes del paisaje, diversos a cada revuelta de la senda, produjeron notable entretenimiento en mi ánimo y alej aron algún tanto la sombría tristeza que me agobiaba y atraía las burlas de mi tío, espíritu positivo, si los hubo. Si las llanuras y las selvas del valle del Cauca habían cautivado mi atención desde niño, el espectáculo agreste y variado de la montaña no me impresionó menos. Una flora y una fauna enteramente nuevas se ofrecían a mi vista, y como siempre fui dado a los desvíos quiméricos de la imaginación, creía ver en mi paso al través de la cordillera central el principio de CUADROS DE COSTUMBRES 17 esos viajes fantásticos con que había soñado mi mente desde la infancia. Las cuestas interminables y las fragosas travesías, cortadas a cada paso por tremedales profundos; las casitas de los campesinos antioqueños, que entonces empezaban a poblar los baldíos de la sierra; los torrentes despeñados, que lanzaban los chorros de ·sus límpidas aguas entre hondos cauces de lajas y pedrejones; la inmensa variedad de flores, en que las orquídeas dominaban como reinas y embalsamaban el ambiente con aromas suaves como los del estoraque y del incienso; las variaciones musicales del canto de avecillas desconocidas, eran otros tantos moti-vos de embeleso para mi alma de niño soñador. En medio de la noche oía sobresaltado la voz sonora y misteriosa de la montaña, grito singular de la naturaleza salvaje, que hacía llegar hasta mí el lejano y pavoroso acento de sus extrañas entonaciones .... La luz descolorida de la luna, velada por nubes pardas y muy bajas, daba una apariencia fantástica a las moles enormes de la cordillera y hacía aparecer los árboles más altos y profusos; a lo lejos rodaban las espumosas corrientes del Tache y el Quindía, que se descolgaban por entre breñas, salpicando con los diamantes líquidos de sus aguas la lama y los helechos, terciopelo y encajes que decoran las orillas sombrías; el viento helado zumbaba entre las ramas de los cedros, y la inmensa y triste sole- 18 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA dad de ese conjunto rudo y bravío, pesaba sobre mi alma infantil como un manto de plomo... En aquellos tiempos ocurría aún la necesidad de rodear de hogueras el rancho o el toldo en que pernoctaban los viajeros, para precaverse de los ataques de los tigres que, atraídos por los relinchos de las caballerías, solían subir del fondo de las selvosas cañadas hasta las empinadas serranías por donde serpeaba la fragosa senda. j Ya puede presumirse qué clase de escenas terribles fraguaría mi mente en presencia de semejantes precauciones!. .. Cinco días después de haber entrado en la montaña, avistámos las extensas y tostadas llanuras del valle del Tolima, y en la tarde de la última jornada llegámos a la simpática y alegre ciudad de Ibagué. Es Ibagué, sin duda, una bonita población. Vista desde las alturas de La Palmilla, constituye con sus dilatados horizontes un panorama seductor, que recuerda, hasta donde es posible, los paisajes de la alta Italia, en su aspecto de estío. Los mayores atractivos naturales de Ibagué se encuentran principalmente en 10 pintoresco de sus inmediaciones, ya se contemple el cuadro hacia el lado de las montañas, ya hacia las llanuras, cruzadas en diversos sentidos por sendas amarillas. El Combeima, encajonado en un valle profundo y angosto, se precipita turbulento y sonoro al pie de la vertiente oriental de los Andes del centro y va a CUADROS DE COSTUMBRES 19 formar más adelante el principal encanto de un admirable paisaje que se desarrolla al suroeste del lugar. La masa imponente de la montaña que se levanta a espaldas de Ibagué, enriquece la perspectiva con la majestuosa apariencia de sus colosales cimas; y la profusión de aseadas y atrayentes casitas, diseminadas sobre las faldas y en las hondonadas y arrugas de la serranía, o en la llanura, todas al abrigo de guayabos y cañaverales, caracteriza singularmente el cuadro, comunicándole alegría y belleza. En tres jornadas subsiguientes atravesé las áridas llanuras del ChiPalo y de Piedras, salpicadas a trechos distantes por grupos de palmeras y risueñas casitas; pasé el majestuoso Magdalena en frágil canoa; ascendí los primeros contrafuertes de la cordillera oriental, medio ahogado por el calor y la sed; apenas me detuve cortos momentos en la importante .ciudad de La Mesa, y al expirar una tarde bella y serena, llegué al sitio denominado «Tenasucá». La habitación de «Tenasucá» era en esa época una casa grande, pajiza, impagable asilo para los fatigados caminantes. Era propietaria de esa posada una amable señora llamada doña Rosa, infeliz protagonista de una dolorosa aventura que me fue referida la noche en que permanecí allí y conmovió hondamente mi corazón de niño. · 20 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA La señora Rosa tenía una hija, primorosa criatura de seis años, gordita y sonrosada, con ojos color de cielo costeño y cabellos muy rubios y crespos: un verdadero serafín, a quien sus padres amaban con delirio. Una tarde, joh tarde desgraciada! en la cual el esposo de la señora asistía a unos trabajos de desmonte, establecidos un tanto arriba del sitio ocupado por la casa que, a su vez, se hallaba edificada en el fondo de una garganta profunda, al lado de cristalina fuente y entre dos elevados raillales de la cordillera, quiso llevar personalmente los alimentos a su marido, para evitar a éste la molestia del viaje a la casa. Con tal mira envió adelante a Natividad (era éste el expresivo nombre de la niña). Cualquier motivo detuvo a la señora algo más de un cuarto de hora en la habitación, y en seguida emprendió la marcha tras de su hija. Cuando llegó al sitio donde habían establecido los trabajos, el sol descendía ya al ocaso. Como no ve a la niña por ningún lado, pregunta por ella a su esposo, y éste la responde que aun no ha llegado. Ambos empalidecen, sobrecogidos por horrible presentimiento de desgracia .... Oevuélvense a la casa, registran por todos lados; unidos a los peones, escudriñan el enmarañado bosque; exploran matorrales y levantan peñascos; investigan el curso del vecino torrente, y las cuatro de la mañana siguiente los sorprenden vagando de- CUADROS DE COSTUMBRES solados por aquellas serranías frígidas y entre . esos barrancos pavorosos, sin que hayan' podido descubrir las huellas, siquiera, de la desventurada criatura. Aquellos pobres padres estaban medio dementes: pedían a su hija al cielo, a la tierra y a los viajeros matinales que descendían de la sabana o subían hacia ella; y éstos, atónitos ante, el aspecto conturbado de los infelices padres, no saben qué responder: cielo, naturaleza y hombres no pueden devolverles su hija idolatrada; y al fin, tanta pesadumbre se resuelve en raudales de llanto. ¿Qué se hizo Natividad? ... ¡Parece cosa de encantamiento! Treinta años habían pasado cuando me fue referida tan extraña historia, y la fuente de las lágrimas no se había agotado en los ojos de los desdichados padres. Treinta años se habían sucedido los unos a los otros con la impasible regularidad que caracteriza la marcha del tiempo, y en tan prolongado espacio no había podido averiguarse el paradero de la pobrecita niña. Un cuarto de hora fue suficiente para que se consumara la singular desaparición; y completamente inútiles fueron los esfuerzos y los sacrificios de dos padres tan amantes, para descubrir el espantoso misterio. Las conjeturas fallaron; los recursos se extinguieron; todo cuanto una voluntad firme y decidida puede suministrar en forma de acción infatigable para obtener un _fi.t'Lgeterminado, fue puesto en práctica: se 22 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA gastaron sumas ingentes; se enviaron emisarios a diferentes provincias de la república; el ministerio de relaciones exteriores tomó cartas en el asunto; y, no obstante tan multiplicado y costoso afán, nada volvió a saberse de Natividad. ¿Podrá negarse, en vista de hechos como el que refiero, que la más inverosímil de las novelas es la historia? .. ** * llevaba Gran curiosidad yo de conocer la sabana de Bogotá. famoso territorio que llena con su nombre los ámbitos de la república; y por lo que se refiere a la hermosa ciudad que en él reina como sultana seductora, parecíame que no habría de llegar el momento en que mis ojos pudieran contemplada. Creo que si se exceptúa a París, en su condición de capital admirada y querida por los habitantes de Francia en general, difícil será encontrar otra ciudad que, como Bogotá, goce de mayor popularidad e influencia en el ánimo de los respectivos nacionales. Suprimir a Bogotá en Colombia equivaldría a decapitar la nación. En el extenso y pintoresco Cauca como en el rico y laborioso Antioquia; en los poputosos Boyacá y Santander como en el industrioso y simáptico T olima y en los departamentos importantes que baña el mar Caribe, el nombre seductor de Bogotá goza de mágico prestigio; y así como ningún musulmán se consideraría CUADROS DE COSTUMBRES 23 completamente identificado con el espíritu de su religión, en tanto que no hubiera puesto los labios una vez, siquiera, sobre el suelo sagrado de la Meca, así ningún colombiano estará satisfecho mientras que no haya hecho una visita, por lo menos, a la señora de las altiplanicies andihas. Nada más natural y puesto en razón; por lo que protestar contra tal atractivo sería dar muestra de insensatez, pues la importancia histórica de la capital; el papel preponderante que viene representando desde los tiempos del descubrimiento y de la conquista; la belleza singular y severa del magnífico territorio geográfico que domina como una reina del Oriente, reclinada sobre los cerros de Guadalupe y Monserrate; la espiritualidad y cultura que distinguen a sus habitantes, justifican esa influencia y explican aquella popularidad. Bogotá no tiene, pues, ni podrá tener nunca una rival seria en toda la extensión de la república. Ahora bien, si en los hombres formados y hasta en los ancianos produce Bogotá un entusiasmo tan considerable, ¿cuál no producirá en el espíritu de los niños de provincia, y cuál no causaría en el ánimo de un muchacho tan visionario y tan quimérico como el autor de estos apuntamientos? ... Fue, pues, con un sentimiento de íntima satisfacción como, al salir a la Boca del Monte, vi desarrollarse ante mis ojos el inmenso y espléndido panorama de la-Sabana~ Entonces _no__conoda._YJ:LeLmªcy,_ 24 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA por consiguiente, la impresión de sorpresa fue completa. Y diré por qué: el mar es, quizás, lo único que da al hombre la idea de la belleza en la extensión y es la sola cosa, después del cielo, que simula lo infinito. A falta del mar, espectáculos como el desierto, los llanos de Casanare o la sabana de Bogotá, constituyen aquello que mejor hace concebir el pensamiento de lo ilimitado. Aquellas llanuras dilatadísimas de la Sabana, regulares y niveladas como si la mano del hombre, auxiliada por instrurnentos matemáticos, se hubiera propuesto igualarlas hasta el extremo de no hacer de todas ellas sino una sola mesa, pero, ¡qué mesa!, esas ciénagas azules que, de trecho en trecho, interrumpen con sus lampos de plata la uniformidad verde-gris de la planicie; las apartadas y áridas serranías, cenicientas como moles de pizarra, y todo ese conjunto, monótono, si se quiere, pero interesante por su singularidad, alumbrado por la luz cruda de un cielo purísimo, formaron para mí, hijo de los bosques y de la naturaleza variada y múltiple, un espectáculo enteramente nuevo, caracterizado por la majestad silenciosa y solemne que sólo se encuentra en las regiones elevadas de nuestras cordilleras. En el paraje denominado Balsillas terminaba entonces el camellón macadamizado de la Sabana, y hasta allí llegaban vehículos de ruedas. En esos sitios componían el paisaje cerros CUADROS DE COSTUMBRES 25 arenosos, piedras enormes, calcinadas como las que arrojan los volcanes; vallados cubiertos de cactus y revueltas interminables por entre barrancos, todo de un aspecto árido y desierto, impropio para regocijar el ánimo. Sólo de distancia en distancia se veía alguna casuca de tierra negra, habitada por indios de sórdida apariencia. El frío se hacía sentir con tal intensidad en esas alturas, que casi me impedía hablar, y el viento helado e impetuQso me abrasaba los labios y me producía entontecimiento. Desde aquellas eminencias apenas se distinguía a Bogotá como una confusa agrupación de puntitos rojizos que formara mancha en el confín del vastÍsimo horizonte, al pie de los cerros clásicos de Monserrate y Guadalupe, cuyas cimas desnudas coronaban dos motitas blancas; los dos templos levantados allí por la piedad católica. Interminables llanuras desprovistas de árboles y monótonas en su aspecto general por la igualdad de su conformación; casuchas de tierra con techo de paja, habitadas por gentes vestidas de frisa; vastas dehesas cubiertas de ganados y deslindadas unas de otras por zanjas muy anchas o' vallados de ramas menudas; hermosas casas de teja con portadas de ladrillo, en comunicación entre sí por avenidas de sauces y rosales; y como horizonte, en contorno, a la derecha, a la izquierda, adelante y atrás, la __extensa. sabana •. ilimi tªd.ª-. p~r§p_~cJjyª verde L 26 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA aquí, amarillenta más allá, gris en seguida, parda más lejos, azul descolorido en los confines extremos .. " y sobre esa planicie, dilatada y serena como lago inmenso de apartadas orillas, un cielo pálido con reflejos de acero. Tal era el cuadro que por primera vez contemplaban mis ojos. En el fondo, hacia el oriente, al pie de empinada serranía, y entre los amarillos desgarrones de la escarpa, se presentaba ya distintamente Bogotá, en la forma de una acumulación considerable de tej ados plomizos y rojos, en medio de los cuales sobresalían las torres gemelas de la iglesia Metropolitana, la cúpula de San Carlos, el edificio de la casa consistorial, el observatorio astronómico y otras construcciones con cuyos nombres y apariencia estaba familiarizado por los grabados de algunos de mis libros, las conversaciones de mi padre y la charla de los chinos. jCuán lejos estaba ya de todas esas cosas!.... El día era claro y hermoso, y yo me sentía muy contento. Como por casualidad acertó a ser víspera de mercado, el camellón no cabía de gentes, caballos y vehículos de toda clase, lo que era para mí un espectáculo nuevo y variado, como que yo no conocía carros, ni jamás había visto ómnibus ni carruajes de ningunanaturaleza. De las gentes, unas iban para la capital, otras regresaban de ella, y todas pasaban a mi lado galopando incesantemente. Pesados carros, colmados hasta más allá de CUADROS DE COSTUMBRES 27 los topes con cuanto la feraz tierra de la sabana y sus aledaños cálidos producen, y arrastrados por parejas de bueyes enormes, se dirigían con lentitud hacia la ciudad, produciendo, al rodar, monótona y desacompasada resonancia que iba extinguiéndose hasta perderse del todo a medida. que se alejaban. Los ómnibus pasaban aprisa, cargados de viajeros que parecían contentos y felices, pues en su mayo! parte eran jóvenes y señoritas elegantes, que acaso se encaminaban a j iras campestres. De vez en cuando encontrábamos grupos de orejones, montados en briosos corceles, con grandes sombreros de paja, ruana de paño, anchísimos zamarras de piel o de tela encauchada, y espuelas de descomunales rodajas, que con el movimiento del andar iban resonando chis, chas, chis, chas, al compás con los estribos y el freno; y más adelante se cruzaban con nosotros indios e indias, unos y otras con grandes ruanas y sombreros de ramo, montados en bueyes, sobre enjalmas, y, lo que era más curioso que todo para mí, que nunca había imaginado semejante cosa, al galope en tan extrañas cuanto pesadas cabalgaduras. Una de las cosas que más grata impresión producían en mi ánimo era el semblante de los habitantes de . la sabana. Oriundo de un país cálido, donde predominan, naturalmente, los semblantes pálidos, aquellas fisonomías sanotas y redondas de las mujeres y_º~los ni:"_ 28 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA ños, de un encarnado vivo como el de las manzanas en sazón; las caras de los campesinos sabaneros, rojas como sólo las he visto después en París en el gremio de los cocheros; la vivacidad en las miradas, la animación y el brillo de la saluden todos los rostros, debido esto, sin duda, a la benéfica influencia del clima, me causaban sorpresa y complacencia. Media legua antes de llegar a ]a capital el camellón partía en línea muy recta y dejaba a uno y otro lado hileras de coposos sauces, al pie de los cuales se veían anchas zani8s som~ breadas por curubos y rosales que embalsamaban el ambiente con el suave aroma de sus flores .... El movimiento de las gentes aumentaba gradualmente; vehículos de diversas clases se cruzaban en uno u otro sentido; pasean- . tes de ambos sexos y de diferentes edades recorrían aquellos sitios, y todo hacia comprender que entrábamos en una gran ciudad .... Al llegar al sitio denominado El Paréntesis (murallitas semicirculares de piedra, que encierran una fuente pública en la forma indicada por aquel nombre) un apreciable caballero bogotano que se había unido a mí desde «Cuatroesquinas» y a quien yo había comunicado el objeto de mi viaje a la capital, me dijo, mostrándome hacia la izquierda un extenso edificio de teja, que tenía el aspecto de una gran fábrica, coronada por doble fila de claraboyas, en cuyos vidrios reverberaba el sol: CUADROS DE COSTUMBRES 29 -Ahí tiene usted, mi amigo, el colegio de los señores Pérez Hermanos, donde va a ser colocado para hacer sus estudios. Inexplicable sentimiento de angustia oprimió mi corazón al oír aquellas palabras ... El dulce recuerdo de mi madre trajo a mi alma algo como el calor de alas que abrigan y defienden de peligros desconocidos .... Sentí que las lágrimas se· agolpaban a mis ojos, y si no hubiera hecho un esfuerzo supremo, habría prorrumpido en sollozos. * ** El colegio de Pérez Hermanos gozaba de grande y merecida reputación en toda la república. Dirigía ese importante establecimiento el señor don Santiago Pérez, hombre público notabilísimo, que desempeñó posteriormente un brillante papel en la política del país y ocupó el solio de la primera magistratura de Colombia. Muy joven descolló como poeta eximio, y después fue reconocido unánimemente como uno de los mejores escritores suramericanos. En la época en que tuve la honra de ser alumno del colegio de Pérez Hermanos era don Santiago un hombre de treinta años, poco más o menos; de estatura mediana y más bien fornido que grueso; de tez morena, pálida y muy limpia; oJos negros, de serena y firme mirada; barba e~pesa y cabellos abundantes y lacios, 30 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA negros también y peinados con esmero; correcto en el vestido, que lo llevaba siempre de color oscuro,y de andar corto y acompasado. A las veces se le veía en sus habitaciones privadas y dentro del establecimiento con la cabeza cubierta por un gorro griego de terciopelo negro con borla de seda. Jovial y festivo por lo común, como que ni en los momentos en que las circunstancias de su posición lo obligaban a ser severo, se mostraba iracundo, solía recorrer a paso menudi- to y acelerado los salones a la hora de estudio, canturriando a media voz una tonadilla que le era familiar, y mirando la cara a los estudiantes uno por uno, animado por un visible propósito de observación persistente. De vez en cuando prodigaba papirotes a los cachitos, por vía de broma afectuosa, pero evitaba con cuidado intimar con los patanes. Pocos hombres han nacido entre nosotros con mejores y más especiales dotes para el ejercicio del noble profesorado de la educación y la enseñanza, que el señor Santiago Pérez. Conocedor profundo de los caracteres distintivos de la infancia, de los defectos y cualidades de la adolescencia y de las ventajas e inconvenientes de la juventud, sin serle extraño, por lo mismo, ninguno de los medios de derivar provecho moral de ese conjunto de elementos buenos y malos, podía jurarse sin temor de incurrir en error, que el señor Pérez conocía CUADROS DE COSTUMBRES 31 el modo de ser de cada uno de sus educandos con la propiedad y exactitud del mejor de los confesores o de la más amorosa o perspicaz de las madres. Veinticuatro horas después de tener un niño en su establecimiento, sabía si era rudo o inteligente, áspero o· amable, condescendiente o pertinaz, sobrio o intemperante; en una palabra si era bueno como un angel o perverso como un demonio. Y basado en ese conocimiento, procedía en consecuencia. Como el jardinero entendido, que cultiva con particular esmero cada una de las plantas de su huerto, sabedor de las necesidades de ésta, de las propiedades de aquélla y de las exigencias de la de más allá, el señor Pérez atendía a la educación física, moral e intelectual de cada uno de sus discípulos con el cuidado, la atención y la solicitud que requerían el carácter y las aptitudes de ellos. Con los niños, cuya índole maligna reclamaba severidad, el director no se andaba por las ramas; pero en su manera de corregir empleaba medios prudentes, asaz originales, que tenían siempre como objetivo el estímulo del honor, y le daban por lo común resultados excelentes. Con los alumnos humildes, benévolos y pundonorosos, el señor Pérez tenía ternuras de padre. Y no se crea que en el cumplimiento de tan excelsos deberes fuera hombre que se atuviera a las recomendaciones hechas a los profesores y a los oasantes. o a las teorías de los textos: no: 32 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA dotado de un sentido práctico maravilloso, sus lecciones eran, por decido así, personales y objetivas, y no desperdiciaba ninguna oportutunidad, por insignificante que pareciese, para inculcar en la mente de sus alumnos los principios que juzgaba más adecuados para el logro de sus sanos propósitos como institutor. Un número considerable de colombianos que se han distinguido y se distinguen aun en diversos departamentos de las ciencias literarias y políticas, fueron educados e instruídos en el afam@do plantel que dirigió don Santiago Pérez; y aquellos de los discípulos de ese hombre benemérito que no hemos alcanzado a ser nada en el mundo, no obstante el celoso empeño empleado por tan hábil maestro en la formación de nuestro ser moral, nunca echaremos en olvido los nobles sentimientos de amor al bien y a la verdad que él procuró grabar cuidadosamente en nuestro espíritu. Jamás oí decir a ninguno de mis condiscípulos, aun incluyendo a los más refractarios, que odiasen o deseasen el mal al director del colegio, cosa no muy rara, a la verdad, entre muchachos, y que en mi vida de colegial oí de labios de algunos de mis compañeros en otros establecimientos; y como, sin consentir nunca en la más leve relajación de la disciplina reglamentaria, el señor Pérez sabía mostrarse benévolo y afectuoso y recompensaba los esfuerzos de los alumnos aplicados con paseos CUADROS DE COSTUMBRES 33 y otros obsequios, los estudiantes lo amábamos y lo respetábamos al mismo tiempo, sin llegar al extremo de familiarizamos con él ni a temerIe como a un tirano, extremos igualmente viciosos, que perjudican en alto grado la buena marcha de un establecimiento de educación. A las veces ocurría que el señor Pérez, consecuente con su modo de ser, se tomaba molestias y cuidados de madre cariñosa con sus alumnos, particularmente con los pequeños, que le inspiraban especial y profunda ternura. Recuerdo una ocasión en que, vencido por el irresistible sueño de la infancia, al llegar una noche al dormitorio me deje caer en la camilla, a medio desvestir y con la corbata ceñida al cuello, quedándome en seguida profundamente dormido. Entre sus muchas prácticas buenas, el señor Pérez tenía la muy recomendable de recorrer los dormitorios media hora después de que nos retirábamos a ellos, acompañado de un pasante, que lo precedía con una lámpara encendida. Al acercarse a mi cama ¡Pobre calentanito !-di jo; estaba tan abrumado por el sueño y por el frío, que no alcanzó a quitarse la corbata y los botines ... y con suma delicadeza y cuidado extremo, para no despertarme, me descalzó, deshizo el lazo de la corbata, me abrigó hasta el cuello con el cobertor y se retiró en puntas de pies. 34 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA Un condiscípulo que velaba me refirió al día siguiente la escena, motejando lo pesado de mi sueño. Yo era apenas un niño; pero desde ese instante comprendí instintivamente que aunque me separaban muchas leguas de mi hogar y de mis padres, no estaba abandonado del todo: en el corazón de nuestro director alentaba por nosotros algo semejante al dulce calor del afecto paternal. La parte material del establecimiento no estaba menos atendida que la moral e intelectual. Los alimentos, que se nos servían metódicamente a horas fijas, eran abundantes y sanos, y el extenso local se encontraba siempre aseado en sus diversas dependencias. Casi nunca dejaba el director de encontrarse presente en el refectorio mientras comíamos. Paseábase de extremo a extremo, vigilante y atento a la conducta de los niños en la mesa. y en ese lugar, como en los demás sitios del colegiO, no descuidaba aleccionamos. Si un niño mordía el pan, llevándolo entero a la boca; si introducía en ella el cuchillo; si tomaba las viandas con los dedos; si producía ruido con los labios al sorber los líquidos, al punto se acercaba con disimulo al alumno chabacano y con buenos modos y profiriendo algún chiste, para quitar a la lección la amargura que pudiera contener. le enseñaba la manera correcta de proceder en esos casos. CUADROS DE COSTUMBRES 35 *** El día de mi entrada al colegio, el señor Pérez me acogió con amabilidad, y después de darme algunas palmaditas afectuosas en la mejilla, me invitó para que pasara al interior del establecimiento. Eran las cinco de la tarde, hora en que principiaba la recreac'ón vespertina. Cuando me vi en el gran patio del colegio, en medio de más de trescientos niños de diferentes edades y de aspectos y maneras los más variados entre sí, experimenté un sentimiento muy semej ante a la angustia. Entre esos niños circulaban sonrosados y alegres, muchachos de las altiplanicies;. mulatitos y negros costeños, vivarachos y parlanchines que, al hablar, devoraban las eses como si fueran confites; descoloridos caucanos y tolimenses enjutos; robustos mocetones antioqueños y no pocos santandereanos y boyacenses .... Todos ellos interrumpieron por un momento la ruidosa algazara cuando yo me presenté en aquel sitio, y viendo en mí un nuevo de los más nuevos, me consideraron de pies a cabeza de la manera más impertinente, como si hubiera sido un animal raro. En seguida, sin miramiento ninguno, prorrumpieron en chistes más o menos hirientes, alusivos a mi marcado aire provinciano, y volvieron a su alboroto y a sus juegos, como si tal cosa. Entr..e.Jas-carcajadas,--g.r-itGS--y.--\loces· .ee--to- 86 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA da especie con que sazonaban aquellos niños sus juegos variados, oíase proferir por aquí y por allá los diversos apellidos que predominan en las diferentes secciones de la república: los De la Torre, Barrigas, Salas, Rivas, Hoyos,Rizos, Manriques, Cuervos, Herreras y Laverdes, de Bogotá; Uribes, Restrepos, Muñoces, Mejías, Vélez, Arangos y Echeverris, de Antioquia; Rincones, Vargas, Valenzuelas, Arciniegas y Silvas, de Santander; Abellas, Romeros, RonrlO'llp.7: v Monroves. de Bovacá: Garcías. Araú~- -o -- - jos, Amadores, Trespalacios, Mulets y Posadas, de Mompós, Barranquilla y Cartagena; Encinales, Riveras, Duranes, Espondas y Perdamos, del Tolima, y Sanclementes, Caicedos y Trianas, del Cauca .... Del seno bullicioso de esa alegre juventud, indiferente entonces a las preocupaciones serias de la vida, surgieron más tarde Rutina J. Cuervo, Carlos Posada, César Coronado Guzmán, José Manuel, Lorenzo y Martín Lleras, Eustasio y Alejo de la Torre, Julio Barriga, Comelio Manrique, Olegario Rivera, Luciano Perdomo, Clímaco lriarte, Enrique Chaves, Carlos Tanco, y muchos más que han figurado con brillo y provecho en las letras, la política, la milicia, la jurisprudencia y la industria. Por de contado, la mayor parte de esos muchachos no eran denominados en el colegio con sus nombres de pila o con los apelli.J - - - - -.i - , "' •. CUADROS DE COSTUMBRES 31 dos con que fueron matriculados en el registro respectivo: obedeciendo a una costumbre implantada en los establecimientos de educación desde tiempos antiguos, allí nadie escapaba a la mortificante ley del apodo, cumplida casi siempre en acertada consonancia con algún ostensible defecto físico o moral del agraciado. Así, abundaban los sobrenombres de Escupitas, Cabezón, Califato, Tigre, Patazas, Chulo, Mata-leones, Cafuche, Inglés, Bocadillo, Ranga, Runcho, Altandoque, etc. Catires y chatos había por docenas; pecosos y tripones, por gruesas. A los antipáticos se les propinaba el sustantivo adjetivado de panelas; los empalagasas no pasaban de la ínfima categoría de bocadillos; los cobardes eran flojos; los valientes, muy gallos y el conjunto general se dividía en patanes y cachifos. La primera noche que pasé en el colegio fue una de las más tristes de cuantas noches de intensa melancolía he tenido en mi vida. ¡Ay, éstas han sido tántas!. .... El colegio tenía dos dormitoriosíndependientes: el bajo, que corría paralelo al gran salón de estudio, especie de nave central de un templo protestante, el cual estaba destinado para los alumnos mayores de quince años; el dormitorio alto era ocupado por la numerosa legión de los cachifos. Este departamento se componía de una galería doble, angosta, que tenía a un lado una serie interminable de camas, y al 38 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA costado opuesto un pasillo o corredor estrecho, a modo de paso de ronda, como suele verse en muchas prisiones. Las camas estaban separadas unas de otras por tabiquillos de madera, de poca altura, lo que las daba el aspecto de literas de un camarote de trasatlántico. El recuerdo de la casa paterna con todos sus halagos; la afectuosa ternura de mi madre; el cariño de mi buen padre; los agasa ios y dulces palabras de mis hermanitos .... todas las escenas inocentes y gratas de mi vida de niño acudían a mi entristecida mente, poblándola de imágenes risueñas que se resolvían en cuadros melancólicos; y esa visión querida y conmovedora me hacía derramar abundantes y silenciosas lágrimas. Era muy tarde cuando pude conciliar el sueño; y dormía profundamente en los momentos precisos en que, a las cinco de la mañana que siguió a aquella noche triste, fui despertado con sobresalto por el sonido agudo de una campanilla que agitaba el director del colegio, al tiempo en que recorría los dormitorios y nos excitaba para que nos vistiésemos y bajásemos al oratorio. A esa hora, con el frío, que es de presumirse, cuánta impresión haría en un pobre niño como yo, recién llegado de un país cálido, nos dirigimos a la capilla, anexa al salón de estutudios, donde, presididos por el señor Pérez, rezamos una corta oración. En seguida pasamos al departamento del baño, inmediato al CUADROS DE COSTUMBRES 39 oratorio. Allí efectuamos nue~tras abluciones con una agua que abrasaba de lo puro helada, y después nos congregamos en el salón principal, pues era llegado el momento de encaminamos al refectorio. A las siete de la mañana empezaban las clases: castellano, idiomas extranjeros, geografía, aritmética, contabilidad, historia, ciencias políticas, etc. En el resto del día se dictaban otras clases, como latín, álgebra, física, química, ciencias morales y jurídicas, etc. Mientras que unos alumnos concurrían a las aulas, los demás permanecíamos en el salón de estudio, vigilados incesamente por dos pasantes, quienes se paseaban sin cesar en el extenso recinto de un extremo a otro, y se turnaban cada dos horas. Algunos de esos pobres pasantes eran el dedo malo de los colegiales, que a veces les proporcionaban ratos muy crueles. A las nueve, almuerzo, y en seguida, media hora de recreo. A la una, comida, recreo, y ¡al estudio! A las cinco, recreo otra vez; a las siete de la noche la merienda, y luégo, estutudio hasta las nueve y media, hora precisa en que nos recoglamos. El personal de profesores del establecimiento era de 10 más distinguido que podía ofrecer la capital de la república en aquel tiempo. Formábanlo el señor Ancízar, don Ramón Gómez, don Lorenzo María Lleras, don Tomás Cuenca, don José Manuel Marroquín, don )0/ 40 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA se María Vergara y V., don Cerbeleón Pinzón, el presbítero don Benigno Perilla (hoy obispo), don Juan Padilla (calígrafo eminente), don Felipe y don Rafael Pérez y otros caballeros, notables todos por su ilustración y sus capacidades. Don Santiago dictaba un número considerable de clases, pues su actividad y consagración eran asombrosas. * * * En los primeros tiempos de mi permanencia en el colegio tuve el consuelo de recibir frecuentes cartas de mis padres. El contenido afectuoso y solícito de esas misivas comunicaba a mi alma algún valor, que bien necesario me era, pues paulatinamente había venido apoderándose de mí una melancolía intensa, que no alcanzaba a atenuar siquiera el espectáculo constante de mis numerosos condiscípulos, alegres en todo momento, juguetones y felices. Muchos de esos niños eran nativos de Bogotá o de las poblaciones inmediatas a la capital, y hasta ellos llegaba el tibio y amoroso aliento del hogar. Con frecuencia presenciaba escenas de familia que torturaban mi afligido corazón. Una madre, un padre, en muchas ocasiones hasta los hermanitos, llegaban a la portería del colegio, sitio descubierto y, CUADROS DE COSTUMBRES 41 por lo mismo, accesible a las ojeadas de todos los estudiantes que anduvieran por alli. Al punto era llamado un niño, que acudía alborozado, con miradas radiantes de felicidad. ¡Qué abrazos! ¡qué caricias! ¡qué palabras tan afectuosas!.. , . -¿Cómo está, 'mi hijo? ¿Se ha mantenido buenecito? ¿No han vuelto a dolerle las muelas? .... Pero, ¡como que se ha enflaquecido, mi chinito 1. ... -¡Nos haces una falta!-agregaban los hermanitos. y vuelta a 10':> agasajos, a las caricias vehementes, a las expresiones colmadas de ternura .... y en seguida: -j Tóma! Itóma, hijito !-y lo abrumaban a presentes, dulces, frutas, un trompo, una coca .... Yo desviaba los ojos, llenos de lágrimas: me oprimía las manos con sombría tristeza, pensando en la enorme distancia que me separaba de los míos y en los muchos años que habrían de pasar sin que los viese; e involuntariamente surgía a media voz de mis labios, en medio de sollozos ahogados: «¡Mamá, mamá!», como cuando tenía apenas cinco años, y la fiebre me postraba en el lecho del dolor .... Transcurridos unos pocos meses se encrudeció la guerra, como consecuencia natural del decreto de 8 de mavo de 1860, en virtud del cual el general Mosquera declaró al estado del 42 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA Cauca separado del resto de la Confederación granadina; generalizáronse los aprestos bélicos en toda la república, ya por la acción del gobierno, ya por la de los revolucionarios que surgieron en e' norte y en los Estados de la costa; y con motivo de la completa incomunicación, resultado inmediato de la conducta política del caudillo caucano, no volví a saber de mi familia en mucho tiempo. Tan penosa circunstancia agravó considerablemente la nostalgia que minaba mi espíritu. Entre las cuatro o cinco materias del curso en que fui matriculado, sólo la geografía y la historia excitaban mi curiosidad. No me sucedía lo mismo con la gramática, de la cual apenas si lograba fijar en mi mente los principios más elementales; y en cuanto a la aritmética, puedo afirmar sin riesgo de incurrir en error de memoria, que siempre fui el último en la clase. Aquel importante ramo de los conocimientos humanos, indispensable en las lides de la vida práctica, era instintivamente antipático a mi organización moral, mal constituída para comprender el mecanismo de los números y la utilidad indiscutible de sus evoluciones infinitas. En cambio, dócil a las sugestiones de mi temperamento quimérico, y consecuente con mis aficiones de antaño, no desperdiciaba la ocasión de habérmeIas con algún librejo ameno, para atenuar la melar.colía que agobiaba mi alma de muchacho triste. CUADROS DE COSTUMBRES 43 Algunos sinsabores me proporcionaba la satisfacción de ese anhelo de lectura entretenida o sentimental, pues a tal respecto, los pasantes y los profesores habían recibido órdenes terminantes del director del colegio: el niño a quien se sorprendía entretenido con libros que no fueran los textos de estudio, era castigado sin misericordia. Por lo mismo, no pocas veces fui severamente amonestado por mis reincidencias en el particular, y aun llegó el caso de que se me embargaran obrillas ajenas, que no volvieron a manos de sus dueños sino después de transcurrido mucho tiempo. El recuerdo del país natai y del hogar no desamparaba mi mente un solo instante. ¡Con qué placer rememoraba las verdes llanuras del valle nativo, sus bosques amer..os, sus ríos y su cielo! .... Comparaba la naturaleza desapacible y monótona que me rodeaba con la exuberante cuanto variada y alegre naturaleza caucana: j cuán bella y seductora me parecía ésta, vista con los ojos de una alma enamorada de lo que le pertenece! .... La imagen adorada de mi madre reinaba como soberana en ese conjunto de dulces recuerdos, que revivían en mí al calor de impresiones misteriosas, como las que me producían, por ejemplo. el aroma de ciertas flores que ella amaba con determinada preferencia, o el eco casi extinto en mi memoria de alguna tonadilla que entonaba en sus momentos de afectuosa expansión. Y 44 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA en tanto que mis compañeros empleaban las horas de recreo en retozones juegos, yo permanecía triste, sentado en algún sitio aislado, por lo comÚn al pie de la escalera que conducía a los dormitorios del segundo piso, o en un extremo apartado del patio, desde donde contemplaba las cimas negruscas de la cordiílera central, que me separaba de mi patria .... La campanilla del director, que nos llamaba de nuevo al estudio, interrumpiendo de improviso la atronadora algazara de los estudiantes, me sorprendía en medio de pensamientos melancólicos, afligido y lloroso. Mi situación moral se agravó con el hecho que vaya referir. Una tarde, a la hora de recreación, me encontraba sentado al pie de uno de los elevados sauces que había en el gran patio del colegio, y miraba con mi tristeza habitual a varios niños que se mecían en el pasavolante, situado a corta distancia del lugar en que me hallaba. De improviso presentí que alguien se acercaba por detrás, recibí un fuerte empellón y fui a rodar a dos varas de distancia. Cuando, lleno de ira, me levanté hecho una miseria de polvo y con los pantalones desgarrados en una rodilla, vi que el autor de tan innoble broma era un muchacho calentano, agresivo y antipático, a quien llamaban Chicora, a causa de lo flaco, curtido y cuellilargo. Sin acordarme de que yo era un niño poco esforzado, nada hecho a los peligros de una lucha CUADROS DE COSTUMBRES 45 a puñadas, me lancé sobre Chicora y le di un golpe en el pecho, reconviniéndolo por su agresión. ¡Señor! ¡Mejor hubiera valido habérmelas con un tigre! El Chicora, que era ya un mocetón de diez y seis años, por 10 bajo, cayó sobre mí a los bofetones, y en un santiamén me postró en tierra, medio cegado por los furibundos golpes y con el rostro inundado en sangre, pues aquel bárbaro me reventó la boca y la nariz. Levantéme como pude y vi que en un segundo se había formado un gran corro de niños en torno nuéstro, todos muy alborozados, pues nada halaga tanto los gustos de una reunión de muchachos como el espectáculo o la perspectiva de una riña entre compañeros. Ninguno de ellos intentó oponerse a la furia con que aquel energúmeno, abusando de mis pocas fuerzas y de mi inexperiencia en la materia, se cebaba en mí; y por el contrario, 10 azuzaban para que continuara estropeándome. No hay un ser más indiferente a la desdicha ajena, más destituído de misericordia y compasión y a quien sepa más a ridículo todo 10 que se asemeje a sentimentalismo, que un colegial. Fíjese la consideración en que no digo un niño, -¡Arriba, Chicora! - decían unos-¡Oale recio! -¡Defiéndete, caucano! - gritaban otros, -¡No seas collón! 46 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA -¡Al caño con él si se corre!-vociferaban los de más allá. -¡Voy medio al tolimense! -¡El caucano no sirve! ¡Al agua! ¡al agua! -¡Hucha perroL ... ¡Cabeceól Yo no hacía más que defender la cara con los brazos; pero me propuse no retroceder un palmo, pues con rápida intuición me di cuenta de que si me corría, en lo sucesivo sería el juguete de todos mis compañeros. Afortunadamente, en esos instantes llegó hasta nosotros el sonido de la campanilla que nos liamaba al oratorio; y el ataque cesó, no sin que el ChiCOTa dejase de propinarme unos cuantos improperios, como si los golpes no le hubiesen parecido suficiente agravio. Me lavé la cara a la ligera en una acequia lodosa que atravesaba el patio, y, reprimiendo el diluvio de lágrimas que se agolpaban a mis ojos, acudí a ocupar mi puesto en la formación. Por la noche no se habló en el estudio de otra cosa entre los numerosos alumnos que presenciaron el lance. Unos decían que yo era un pollo mojado que, aunque paraba, no sabía defenderme; otros, que el ChiCOTa había hecho bien en castigar la intolerancia de un cachifo que no sabía aguantar chanzas; y los de más allá opinaron que era indispensable excitarme para que me diera de pescozones con el ChicoTa el próximo domingo, no ya en el colegio sino en la Huerta de Jaime que, como es sabido, CUADROS DE COSTUMBRES 41 era el campo abierto donde decidían los colegiales todas sus querellas de entre semana. Ninguno de esos niños tuvo una palabra de compasión para mi debilidad y mi inexperiencia, y esa circunstancia, que yo, con más pericia en las cosas de la vida, habría atribuído a la ligereza propia de la edad feliz en que nos encontrábamos, fue estimada por mí como una injusticia que produjo en mi ánimo honda sensación de disgusto; me alejó instintivamente de aquellos que me parecieron más descorazonados, y acrecentó en proporciones tan considerables la melancolía que se había apoderado de mi ánima impresionable, que al fin el mismo señor Pérez, observador y perspicaz como era, acabó por darse cuenta de mi situación moral y se esforzó en reanimarme, diciéndome que la tristeza que experimentaba correspondía a un estado enfermizo del espíritu, que no podría curarse sino apelando al estudio perseverante y a la sociedad íntima y cordial con mis condiscípulos, a quienes debía acompañar en sus juegos y algazara. Sería aquélla, según él, la mejor manera de probar el afecto a mis padres y a mi país natal, supuesto que era la separación de esos seres y de esos lugares lo que determinaba mi tristeza; y concluyó por echar a broma la cosa, dándome unos cuantos papirotes y empujándome suavemente hacia el sitio en donde era mayor la animación entre los colegiales. 48 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA Cuanto a la riña con el Chicora, los pasantes tuvieron después conocimiento de lo ocurrido, e interrogado por los superiores acerca de aquel incidente, me abstuve de revelar la verdad, pues me repugnaba la delación de un condiscípulo, siquiera me hubiese él causado mucho mal. Esta conducta me valió la consideración de algunos compañeros; el Chicora se reconcilió después conmigo, y en unos ejercicios espirituales que se efectuaron posteriormente, al aproximarse alguna solemnidad relioin<;:):1_, o-~ IT1P r"'-"'nirliA ~~~_. nprrlAn r -- nnr .t-""'-J.L In .•..•..•.••..•..•. rn<:>1"1"""'"" .•.'-' ('1110 "O \J'-" h..,~ ~ JU- bía conducido. Con el correr de los años, hombres formados ya y entregados ambos al duro tráfago de la vida, estrechamos relaciones y llegamos a ser muy buenos amigos. ¡Cosa singular! Generalmente en los colegios es donde se contraen esas amistades cordiales y durables que amenizan después la existencia y sirven de consuelo en los días de suprema amargura. Pues bien, no obstante contarse en el Colegio de don Santiago Pérez más de trescientos niños; no obstante mi naturaleza impresionable y afectuosa, si he de exceptuar dos o tres condiscípulos con quienes simpaticé desde el principio, no adquirí allí un solo amigo, si es que debe entenderse por tal a un ser que sienta, piense y obre exactamente como uno mismo, pues para la mayor parte de mis colegas fui indiferente, y apenas si alcancé a contar entre ellos unos pocos relacionados o CUADROS DE COSTUMBRES 49 conocidos. Acaso tuve yo la culpa de que las cosas pasaran de esa manera: dado a 1as abstracciones melancólicas del sentimiento y llevado por mi modo de ser a una concepción falsa de la vida, no era yo adecuado para atraerme la simpatía de muchachos positivos y prácticos que, en armonía con las exigencias naturales de su edad, sólo se preocupaban con los goces y emociones que procura montar a caballo, luchar o reñir con los compañeros, comer dulces hasta hosti garse, correr, gritar, golpearse, mecerse en el pasavolante y, sobre todo, huir instintivamente de cuanto pareciera ternura o vehemente afectuosidad. Muy decidido, como he dicho, por las lecturas amenas, nunca hablaba con esos niños de mi afición favorita, porque apenas si tres o cuatro de entre ellos habrían oído mencionar a Robinson Crusoe o leído Los Incas y Pablo y Virginia; y por nada me habría atrevido a dejarles entrever el triste estado de mi alma por la separación de mi madre y de mi patria, pues temía que, egoístas e indifereotes a todo 10 que no se refiriera a sus diversiones y a sus placeres, no pudieran darse cuenta del carácter de mis impresiones, y las profanaran con su risa y sus sarcasmos. * :11 • Todos los días de fiesta teníamos permiso para salir del colegio y permanecer fuera de 50 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA él desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Eran pocas las relaciones con que un colegial forastero y pobre como yo contaba en Bogotá. Entre ellas se comprendían dos que me eran particularmente gratas: las de la familia de un tío paterno de mi madre, anciano benévolo y cariñoso, que respondía al nombre de don Julián, y las de un excelente viejecito, don Joaquín Vélez. Mi tío J ulián era padre de una prole numerosa; vivía por los lados de Las Nieves, en una casita arrendada que sus buenas hijas mantenían siempre arreglada y limpia como una ánfora de cristal; v, no obstante sus muchos años, no había abandonado la senda escabrosa del trabajo y ocupaba la plaza de escribiente en una oficina de la secretaría de hacienda, de donde pasó después al tribunal de cuentas. Era muy poco 10 que aHí ganaba el honrado y venerable anciano; pero con su exiguo sueldo, el no menos reducido honorario que pagaban en una imprenta a Fernando, su hijo mayor, y lo que por aquí o por allá conseguían allegar los demás miembros de aquella patriarcal familia, ahí se iban pasando las húmedas y las secas, las duras y las blandas, y nunca oí a esas buenas gentes murmurar de Dios ni maldecir del prójimo porque no las hubieran colmado de riquezas. Por el contrario, fue en esa cristiana casa donde oí por prime- CUADROS DE COSTUMBRES 51 ra vez en mi vida el filosóficodictado: ({Aquien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga». Mi tío J ulián fue uno de los muchos emigrados que huyeron del Cauca hacia la capital de la república en 1816, con motivo de la persecución de las autoridades españolas, que ejecutaban atrocidades en el Valle, como en todo el país, para vengarse por medio de represalias crueles de las derrotas infligidas a los realistas por los patriotas en años anteriores. Acompañado de su padre y dos hermanos, atravesó a pie la montaña del Quindío, que en esa época lejana era apenas transitable, y al llegar a Bogotá se estableció allí definitiva-. mente, luégo de haberse casado con una virtuosa joven de buena familia. Cuarenta y seis años después de aquel tiempo recordaba mi tío con exactitud el aspecto natural de su país, los apellidos de las familias principales, los nombres de los pueblos y haciendas y muchas otras particularidades locales, conservadas en su memoria de anciano de buena salud con una frescura envidiable; y como por lo común disertaba sobre cosas, personas y costumbres desaparecidas, de las cuales apenas si había oído hacer yo remota referencia, aquellas relaciones interesaban en alto grado mi curiosidad, ávida siempre de los misterios y las oscuridades de nuestro pasado regional. Así, pues, grande era la complacencia que yo experimen.taba-cuandG-mi--tí0--f-€m~m()fa·ea -aEluelles-eam~EjJU~LiCA \~1'j:¡,~j~~A lJilS·ANGEL AlAN~e; 52 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA pos que me eran tan amados y aparecían tan bellos a través de la distancia, poetizados por la ausencia; o cuando discurría sobre esos patriarcas y esas matronas que fueron nuestros antecesores, gentes virtuosas y de gran carácter, a quienes tan poco nos asemejabamos sus descendientes, y me volvía todo oídos cuando, con su amenidad habitual, hablaba de señores y esclavos, fiestas reales, blasones y genealogías nobiliarias, calzones rodilleras, espadines, casacas de punta de diamante y otras mil minuciosidades de la vida de antaño, que tenían el sabor añejo de los últimos tiempos de la colonia y de los albores de la república. Cuando mi tío trataba de esos asuntos, rancios, dirán los entusiastas admiradores de lo moderno, pero muy gratos para quien ama y comprende la poesía de las cosas muertas, cuando con su voz simpática, entera todavía, a pesar de los años, se detenía en la relación de los pormenores del tiempo ya tan lejano de su adolesceI1cia,parecíame que oía leer un ameno libra de crónicas y leyendas vallecaucanas, impregnadas de suave olor, de la belleza sencilla propia de la verdad. Era mi tío J ulián muy afable de maneras, sincero y generoso, pulcro en el porte y cumplido como pocos empleados jóvenes en la concurrencia a su oficina. A las seis de la mañana se levantaba, se afeitaba él mismo con esmero delante de un espejito que permanecía CUADROS DE COSTUMBRES 53 suspendido a un pilar del corredorcillo, y después de almorzar, acto que se efectuaba a las nueve, tronara o lloviera, soplara viento o no soplara, se embozaba en una gran capa de paño carmelita, con doble vuelta sobre los hombros, la cual tendría, por lo bajo, veinte años de servicios públicos y privados; poníase un gran sombrero de copa alta, rojizo ya en los bordes, y se dirigía sin demora al despacho, como decía él, invariablemente. Mi tío debió de haber sido muy buen mozo en su juventud, pues todavía conservaba notables rasgos de varonil y gallarda apostura. Como estimaba mucho a mis padres, a quienes conoció y trató íntimamente en un viaje que ellos hicieron a la capital cuando apenas contaba yo tres o cuatro años, mi tío J ulián se complacía en que lo visitara en mis salidas de los días' de fiesta, y acabó por cobrarme gran cariño. El viejecito don Joaquín Vélez tendría en aquella época de setenta y cinco a ochenta años. Era de mediana estatura, que la edad y la delgadez de miembros hacían aparecer más exigua; encorvado como una G, sumamente miope y bueno como el pan de trigo. Don Joaquín había conocido a Bolívar, Santander y demás hombres grandes, colaboradores del Padre de la Patria en la inmortal labor de hacer libres a cinco naciones. Era muy dado a referir las múltiples reminiscencias de su va- 54 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA riada vida, como que había sido artesano, militar, viajero, sacristán; casado, viudo tres veces y vuelto a casar otras tantas; comerciante en granos, empleado en la portería del senado, y últimamente ..... zapatero de viejo y pobre vergonzante, o, como dicen en Bogotá, jubilado, con capote de color del tiempo que fue, gafas verdes y sombrero de pelo sin pelo. Con motivo de que mi padre se encargó de la suerte de Santiago, su hijo, y de que en casa se trató y consideró a'! pobre muchacho r"r'\yY'IA ""V~.l.l\J r:J u 'Y'Y"';o,.........,hrr\ .lJ.J.l""J.J..l"-'.l'-J r10 fr:J'1"'n;l;r) ,"",,"-' .LU.1.l.lJ..l.lU, rlr\V'\ \,...I.\JLl Tr\r:Jrn1-:"'" Jvu.~\.A.J.J.J t-DV'\~r) ~,""l.l.lU adoración por todos nosotros. Puede juzgarse por esto si el viejecillo sentiría placer cuando supo mi llegada a Bogotá. Fue su visita una de las primeras que recibí; y como doña Antonia, su tercera esposa, no le iba en zaga en benevolencia y afectuosidad, ella y su marido no sabían cómo obsequiarme y atenderme cuando los domingos iba a visitados en la tiendécita clara y muy adornada con litografías de generales de la independencia y grabados de El Correo de Ultramar, donde vivían cual un par de palomos viejos, arriba del Chorro del Rodadero. Era de oírse en esas ocasionesa don Joaquín, cuando narraba con su voz cascada de cencerro, los diversos recuerdos de su existencia pretérita, interrumpiéndose a cada momento para reanudar los hilos del relato, que se extraviaban en el dédalo de su medio apagada memoria. Pasaron de cuatro o cinco las CUADROS DE COSTUMBRES 55 veces que en una misma sesión me refirió la entrada del ejército libertador en Bogotá, después de la memorable batalla del 7 de agosto de 1819,yel fusilamiento de Barreiro y sus treinta y cincocompañeros; el atentado del 25 de septiembre de 1828, y muy detenidamente y con expresiones y acento de la más honda pesadumbre, la salida del ilustrísimo señor Mosquera de la capital, cuando partió desterrado para el extranjero. Era un culto cuasi religioso lo que el recuerdo de aquel varón eminente, en cuyo palacio fue portero algún tiempo, inspiraba a esa pobre alma abatida por la miseria y los años. Mas, lo que había de particularmente gracioso en las narraciones de don J oaquín era que, enredado a menudo en el laberinto de sus lejanos recuerdos, confundía a las veces a doña Manuela Sáenz con Policarpa Salavarrieta, y al general Santander con el presidente López; y llegó día en que, muy en ello y levantándose a medias de su raído sillón, me dijo con ademán de súbita energía, que «si el virrey Amar no hubiera sido tan calzonazos y se las hubiera templado con el ,congreso,el ilustrísimo arzobispo habría muerto tranquilamente en su cama, en Bogotá». Ciertos días de fiesta visitaba yo en su lujosa y cómoda habitación de la Calle de la Carrera, .a una familia muy respetable y distinguida de Bogotá, con)a cual tenía el honor de estar .emparentado, y cuyo jefe fue uno de los hom- 56 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA bres más sobresalientes de su época, así por sus capacidades y vasto saber, como por su integridad legendaria y la distinción nativa que relevaba su eminente personalidad: el señor don Lino de Pombo. Este venerable patricio, infatigable servidor de los intereses nacionales, que a ser menos modesto y desprendido, acaso habría gobernado la república alguna "ez, pues dotes y merecimientos le sobraban para ello, teflÍa como esposa a la señora doña Ana María ReboIledo, dama apreciabilísima, popayaneja de origen. muy acatada en la sociedad culta de la capital por sus virtudes y amenidad de maneras, y reconocida por sus incontables relacionados como modelo cumplido de amigas leales, generosas y perseverantes. De los hijos de ese matrimonio honorable, uno, don José Rafael, se hizo conocer desde muy joven, dentro y fuera del país, como poeta de vigorosa y levantada inspiración, que ha contribuído en gran manera al renombre literario de Colombia; otro, don Manuel, se ha distinguido como jurisconsulto tinoso e ilustrado, periodista laborioso y pulcro, escritor de costumbres festivo y galano, y, sobre todo, como hombre de mundo del más agradable y discreto trato. La casa del señor Pombo era espaciosa, llena de luz por todas partes, y dispuesta con comodidad, lujo y elegancia. Del zaguán se pasaba a un corredor ancho, adornado con tazo- CUADROS DE COSTUMBRES 57 nes en que florecían los geranios, las fucsias y los rosales, y de allí se ascendía por una grada de buen gusto a una amplia galería, cerrada a un lado por vidrios de colores; especie de vestíbulo elegante, decorado' con blandos diva~ nes, que precedía a un vasto salón bien amueblado, en el cual, a la media luz tamizada por densas cortinas de damasco, realzadas por otras más ligeras de punto inglés, se respiraba con delicia inolvidable ese ambiente especial de las habitaciones bogotanas, saturado siempre con el humo fragante de la alhucema quemada con azúcar. En ese salón se reunía muchos domingos una sociedad selecta, formada por lo más distinguido del personal masculino de la Bogotá de aquel tiempo, la cual presidía el respetable dueño de casa, hombre de hermosa presencia, quien, con su cuerpo membrudo y lleno, la enhiesta cabeza de ancha frente, y sus facciones pronunciadas, que recibían original expresión de unos ojos miopes, muy dulces y benévolos, me hacía pensar en esos varones romanos de que nos hablaba con su habitual elocuencia nuestro profesor de historia, don F elipe Pérez. Pobre y desconocido niño, en quien apenas si paraban mientes esos hombres, notables todos por algún motivo, yo permanecía por ahí, sentado en el ángulo más apartado de la suntuosa estancia, y oía sin pestañear las diversas conversaciones de aquellos personajes y de los señores del hogar, conversaciones que 58 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA rodaban comúnmente sobre política, periodismo, noticias del extranjero y crónica menuda de la ciudad. Sabido es cuánta influencia ejercen en el ánimo de las gentes sencillas de provincia los nombres de individuos prominentes de]a capital, y la fama que alcanzan los sitios más visibles o concurridos de ella, o que, por cualquier causa, se singularizan y llaman la atención general. Así, por ejemplo, por cuántas y cuán peregrinas cavilaciones pasa el magín de las buenas gentes del Cauca o del T olima, de Santander o Boyacá, cuando a sus oídos llega, o leen en periódicos o libros, el apellido de este político célebre, o el de aquel orador afamado, o el de ese literato notable; o el del médico doctor N, que salvó la vida al millonario Juan Fernández, o del hábil abogado que ganó un pleito de doscientos mil pesos, o el del general Fulano, que hizo diabluras en la campaña del norte, o el de la señorita Zutana, que es una pura maravilla de belleza. O .. , j el cuento de nunca acabar! ¿Y la Alameda? ¿el Atrio? ¿el Parque del Centenario? ¿el Salón de Grados? ¿ el Camellón de las Nieves? ¿ el Coliseo? ¿ la Catedral? y ¿ tántas otras cosas que el candoroso provinciano anhela conocer, por lo mismo que las imagina tan particulares y bellas? .. ¡Ah, muchas decepciones se experimentan después, cuando se ven de cerca algunos de esos individuos de renombre y se contemplan CUADROS DE COSTUMBRES 59 muchos de aquellos objetos que, miradas de lejos con el lente fantástico de la imaginaci6n, parecen tan interesantesL .. Personajes a quienes se supone modelos de cortesanía y civilidad, porque en sus artículos de periódicos no han hecho otra cosa que censurar la mala educaci6n de. los pr6jimos, y suj etos a quienes la mente finge espirituales, decidores y galanos, aparecen en la realidad como unos patanes desabridos e incultos; y otros que, con la fantasía crédula del habitante de pueblo pequeño, se ven hermosos como bustos griegos, resultan más feos que Pido ... Nada semejante ocurri6 por entonces conmigo en lo que se refiere a la generalidad de las personas que formaban la tertulia de la señora Rebolledo de Pombo. Por el contrario, excedieron a cuanto mi mente de muchacho había concebido respecto de ellas. Así, nunca olvidaré la fisonomía seria a la par que expresiva del señor AncÍzar, tan circunspecto como culto, y cuya discreta conversaci6n no alcanzaba a velar la solidez y variedad de sus conocimientos; al señor don Pedro Fernández Madrid, con su rostro pálido, de vasta frente, rodeado por un collar de barba negra, reposado en el hervor de las más agitadas discusiones, y urbano y deferente hasta con los niños; don Mariano Ospina Rodríguez, encargado a la sazón de la presidencia de la república, afeitado del todo, vestido enteramente de negro y 60 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA con ancho corbatín del mismo color, lo cual formaba en él un austero conjunto, que atenuaba la sonrisa estereotipada en sus delgados labios; sin que nada revelase en su porte y maneras que se envaneciera con la alta dignidad que le estaba encomendada; el doctor Salvador Camacho Roldán, verdadero gentil-hombre republicano, gallardo, cultísimo, y una de las personalidades más importAntes y simpáticas de aquella reunión distinguida; el célebre médico escocés doctor Ricardo Cheyne, compadre y amigo predilecto de los dueños de casa; el ilustrísimo señor Herrán, que deploraba con frases sentidas de evangélica unción, las desgracias que amenazaban a la patria; el doctor Manuel Murillo Toro, jefe eminente del partido gólgota, que departía con el señor Ospina, cual si hubiesen sido los mejores amigos del mundo, y a quien el señor Pombo atendía con particular deferencia; el doctor Ca rlos Holguín, muy joven entonces pero animado ya por el verbo brillante y la fogosidad de pensamiento, que hicieron de él con el tiempo uno de los más notables oradores parlamentarios de Colombia; el doctor Andrés María Pardo, delicioso causeur, y otros muchos caballeros importantes, entre quienes no puedo prescindir de nombrar al doctor Manuel María MaIlarino, que hablaba de las bellezas naturales del Cau· ca con una elocuencia y un sentimiento poético tan elevado, que sus palabras, pronuncia- CUADROS DE COSTUMBRES 61 das con ]a rapidez y propiedad que eran peculiares de aquel eminente repúblico, me llegaban al alma; al doctor Aníbal Galindo, bastante joven también y que me impresionaba con su expresión ardorosa de meridional saturado de inglés, y a algunos jesuítas de la comunidad que residía entonces en Bogotá y un año después sería expulsada de] país por e] general Mosquera. Asimismo, visitaban la casa del señor Pombo algunos miembros del cuerpo diplomático, entre ellos el barón Goury du Roslan, ministro del imperio francés, y monseñor Micolao Ledokowski, delegado apostólico. * ** Un domingo ocurrió un acontecimiento deplorable, que produjo en el colegio la más espantosa consternación. En la sección de pequeños ° cachifos había un niño apellidado Torrijos, oriundo del pueblo de Chaparral, muchacho vivo e inquiE'to, que siempre andaba en dares y tomares con los profesores y los pasantes por sus incontables travesuras. No obstante, Torrijos tenía buen corazón e inteligencia despejada. Era mi vecino en el dormitorio, y con tal motivo pude darme cuenta lo mismo de sus defectos que de sus cualidades. El día a que me refiero, Torrijos salió a la calle como todos los demás niños, y después de-unfLcort8-vjsit~a2u acudiente- se lanzó 62 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA por esos mundos en busca de aventuras, pues, ya lo dije, era una criatura esencialmente andariega y vivara(;ha. Al pasar por el atrio de la catedral encontró un condiscípulo de su edad, a quien propuso en seguida que subieran a la torre que mira hacia el norte, a lo que accedió el otro sin vacilar, pues bien conocido es el espíritu sugestionable y novelero que predomina en los niños, y ya se sabe que las empresas más temerarias y peligrosas son precisamente las que los atraen y seducen con ma.1'•• _ n~_ ;y VI 11.011;;1L.o. La puertecilla de la torre estaba abierta. y el campanero se encontraba ausente, por lo cual la oportunidad no podía ser más propicia para la satisfacción de tan loco pensamiento. Los dos niños emprendieron el difícil ascenso, siendo Torrijos, como autor de la idea, quien tomó la delantera; y después de vencer sabe Dios cuántas dificultades, ya trepando por una escalera angosta y pendiente, ya subiendo como monos por las rampas, ya saltando de montante en montante y de viga en viga, con rIesgo de romperse cien veces la crisma, llegaron a la galería de las campanas donde se encontraba el enon;ne y complicado mecanismo del reloj antiguo que desde el año de 1740 venía sirvie~do al público Excitados por la novedad de los mil obj etos que por vez primera veían, no se contentaron ya con observar las cosas de lejos, sino que pretendieron, insensa- CUADROS DE COSTUMBRES 63 tos, introducirse en aquel laberinto inextricable de ruedas, cuerdas, cilindros, tablas, pesas, poleas y qué sé yo cuánto más. Torrijos fue el primero que abandonó la escalerilla para pasar a la región de la máquina, que es como si dijéramos, al corazón mismo del peligro. El compañero, más cobarde o más prudente, se abstuvo de seguirlo en tan arriesgada vía, y se quedó atrás, después de haber instado al otro para que retrocediera. Pero lo que ha de suceder, escrito. está, como lo reza el fatalisIDo musulmán: no bien hubo puesto el pie el infeliz muchacho, .sobre el extremo de una tabla saliente que, acaso, juzgó podría sostenerlo, cuando cedió el frágil apoyo y Torrijos cayó desde tan tremenda altura, y dando botes de travesaño en travesaño, de escalón en escalón, por entre las paredes de piedra que forman la caja de la torre, hasta estrellarse en las baldosas del piso, a nivel del pavimento del atrio ... No se oyó sino un solo grito, lanzado por el pobre niño cuando se sintió precipitado en el vacío; pero ese grito fue tan agudo y dolorido, que resonó hasta en los más apartados ámbitos de la gran basílica. Un joven J aén, panameño, condiscípulo nuéstro, que figuraba entre los grandes, y era uno de los personajes más serios del colegio, como que se abrigaba con capa e inquiría la hora del tiempo en reloj propio, cosas extraordinarias en_un_estudiante de agu~lla época,_ acertó 64 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA a pasar casualmente por frente a la puerteci]la de la torre en el momento preciso en que se consumaba el terrible suceso ... ; y atraído, primero por el grito pavoroso que atravesó el espacio, y en seguida por el Siniestro ruido que produjo el cuerpo del niño al caer sobre las anchas losas, se acercó y llegó a tiempo en que la desdichada criatura se conmovía dolorosamente, torturada por las violentas convulsiones de la muerte. J aén tenía conocimientos en medicina, pues seguía los primeros cursos de esa CienCIa en la escuela respect:lva; y aSl, pUdO darse cuenta con certeza de que T orrijos había dejado de existir. Al instante se congregaron allí muchas gentes de toda condición, entre las que pululaban los estudiantes, los chinos y los sirvientes de ambos sexos; y cuando, momentos después, el compañero de Torrijos, tan pálido como el muerto, descendió de las alturas de la torre y refirió lo ocurrido, ya se encontraban allí algunos empleados de policía, quienes, por indicación del joven J aén, alzaron los sangrientos despojos, los colocaron en una ruana y así los llevaron a la casa del acudiente, que era persona muy conocida. Fácil es imaginar la penosa sorpresa de aquel caballero. La noticia del acontecimiento produjo en el colegio una verdadera revolución, que perturbó completamente los ánimos y dio lugar a comentarios interminables. El señor Pérez pade•. _ •. 1 1 .•. 1" CUADROS DE COSTUMBRES ció lo que no es decible con tan grave contrariedad, de la cual nadie fue responsable. *** A la sazón ardía la guerra en todo el territorio de la república, y a menudo ocurrían en el colegio ciertos hechos relacionados con la situación política, que exasperaban al director y lo hacían pensar de vez en cuando en cerrar el establecimiento, como en efecto tuvo que hacerla algún tiempo después. Entre los grandes era la política tema obligado de discusiones ardientes, que en más de una ocasión degeneraron en riñas a puñadas. Otros se abstenían de discutir, pero formaban planes para evadirse del colegio con la mira de acudir a lo') campamentos de uno u otro partido, según sus simpatías o inclinaciones, y tomar servicio como soldados. No podré olvidar la impresión que produjo en el colegio el descubrimiento de la escapada de un joven Patiño, antioqueño, que era sumamente entusiasta por la causa liberal. T endría apenas veinte años, era hermoso como Antinoo, v en su condición de montañés disfrutaba de una salud y un vigor envidiables. A tan recomendables dotes unía una inteligencia clara y ese carácter franco y abierto, propio de los hijos de la Helvecia colombiana ... Un p-ª~ante _Yiº--ª-la_.mad-1'ugadaJa _e.s.c.ala_de.lazQs~_ 66 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA que, suspendida a una de las altas ventanas del edificio, había servido a Patiño para evadirse; y de tan insólito ~uceso dio cuenta inmediatamente al director. iYa puede presumirse cuál sería el disgusto del señor Perez! Trascurridas unas pocas semanas supimos con dolor que Patiño, después de haberse batido con el coraje de un león, había muerto en el combate de «Jaboncillo», en el estado de Santander. El ejemplo del ardiente joven fue seguido por tres o cuatro alumnos más; pero al fin, el señor Pérez, muy alarmado por hechos de tan grave naturaleza, adoptó medidas serias, y las escapadas cesaron. Mientras tanto, la incomunicación con el Cauca continuaba. Como acabo de decido, la guerra en vez de cesar o atenuarse, tomaba mayor incremento cada día. El general Mosquera. después de violar el pacto de Manizales, había atravesado la cordillera central por el Guanacas; y, batido ya el general París en el campo de Segovia, avanzaba a pasos agigantados hacia la sabana de Bogotá. En el norte de la república no eran menos activas las operaciones. Como consecuencia natural de este orden de cosas, yo no recibía de mi familia ni cartas ni recursos de ningún género. Fue entonces cuando tuve oportunidad de conocer más a fondo la generosidad e hidalguía del señor Pérez. Ya se sabe cuán poco CUADROS DE COSTUMBRES 61 resiste la ropa a los niños, siquiera sea ésta abundante y de telas superiores. Así, aunque bien provisto de vestidos cuando me separé de la casa paterna, el paso del tiempo en combinación con el descuido, peculiar a la edad en que yo me encontraba, y acaso también la rapacidad de alguna lavadora de conciencia ancha, redujeron muy pronto el contenido de mi ba(d de estudiante a las más exiguas proporciones. No brillaba, pues, mi personilla en el colegio por el lujo, ni por la deceneia en el vestir, y, por el contrario, mis pobres ropas formaban notable contraste con la apariencia ostentosa de algunos de mis condiscípulos ricos, de quienes era mirado con el desvío consiguiente. Llegaron las cosas al lamentable extremo de que para poder asistir a las clases de una manera decorosa, me vi precisado a negociar con uno de mis compañeros de dormitorio un viejo casaquín de paño verde-botella, en cambio de algunos platos finos de mis comidas. Fuese que el deplorable estado de mi ropa hubiera acabado por atraer la atención del señor Pérez, o que alguien lo pusiera de oficio al corriente de las penosas circunstancias que yo atravesaba, es lo cierto que una mañana me llamó a su habitación particular y me interrogó con interés acerca de mis necesidades más urgentes. Expúsele con ingenuidad lo que ocurría y me reconvino, paternalmente por mi íªltª---ºl:L[r!l!29.~_~zav de confianzfL oS BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA -El director de un colegio-me dijoes, en cierto modo, el segundo padre de sus alumnos y tiene el deber de velar por que ellos no padezcan privaciones del género de las que usted viene soportando por ministerio de circunstancias especiales, de que es irresponsable. ¡Conque ¡menos timidez en 10 sucesivo! Transcurridos diez o doce días, me fueron entregados dos vestidos completos de buen paño, calzado, sombrero y ropa interior suficiente. El bondadoso caballero que, en medio de las serias e importantes funciones que reclamaban su incesante atención, tenía tiempo para recordar que no sólo era maestro sino padre de sus alumnos, y poseía un corazón accesible al noble sentimiento de la compasión, J1evó su generosa fineza hasta el extremo de proveerme de algún dinerillo para que satisficiera alguno de mis antojos de muchacho, tanto tiempo contenidos. Al recibir esas pocas monedas, no pude contener el llanto: iapenas sí mi buena madre hubiera procedido con más delicadeza y ternura! Refiero estas cosas, que acaso serán tachadas de demasiado íntimas, de excesivamente personales, porque, al recordadas, la gratitud, latente en mi corazón hace más de treinta años, me impele a consignarlas en estas páginas; y porque no puedo prescindir de trazar ciertos rasgos que, aunque insignificantes en apariencia, pintan meior que cualesquiera con- CUADROS DE COSTUMBRES sideraciones extensas de otro orden, la fisonomía moral de un hombre eminente, que con el tiempo llevó sobre sí la investidura suprema de primer magistrado de la nación. Corrieron algunos meses más, y al nn llegaron los certámenes, ese período de la vida del colegio, tan deseado y tan temido por los estudiantes. En esos actos decisivos, que se efectuaron cuando ya las dianas de los campamentos del ejército de la revolución resonaban a cortas jornadas de la capital, obtuve un resultado así, tal cual, muy mediano más bien. Estuve muy lejos, mucho, de ser de los primeros; y en ciertas clases, como la aborrecida aritmética, por ejemplo, debo confesar que fui de los últimos ... Sin embargo, salvo la satisfacción de la conciencia, ¿ de que me habría servido por el momento cosechar lauros en esas justas del estudio, si cerca de mí no sentía palpitar de temor o de esperanza un corazón afectuoso? ¿si a mi lado no veía esos seres amados, padre, madre y hermanos, que tanto habrían gozado con mis triunfos, si algunos hubiera oh· tenido?.. ¡Cómo se conmovía mi pobre alma cuando a los acentos de una música armoniosa y alegre, en medio del regocijo general de una concurrencia numerosa y escogida, entre flores y cortinajes, presenciaba las vehementes demostraciones de contento de todos aquellos p-::ldreSY_(lq!J~llª_~fYll'lnrps ~le esperaban a sus 70 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA hijos a la terminación del acto solemne de la distribución de premios, para felicitarlos con calor por el éxito obtenido!. .. jAh! que entre las cosas tristes de la vida, pocas, muy pocas igualan al aislamiento del alma en los instantes en que todo lo que nos rodea respira alegría y satisfacción. >le ** Por ese tiempo se había estableCIdo en ia capital mi tío Antonio con su familia, y en casa de esos parientes pasé las vacaciones. Transcurrieron algunos meses durante los cuales no pude continuar mis estudios porque, con motivo de la terrible situación de guerra que atravesaba la república, ninguno de los colegios privados de Bogotá pudo reanudar el curso de sus labores. El establecimiento de los señores Pérez Hermanos corrió la suerte de los demás. La intranquilidad en que se vivía, el alto precio de los artículos alimenticios y otras tantas circunstancias análogas, justificaban la suspensión de las tareas en los institutos de enseñanza secundaria. Entonces se decidió que yo sería colocado como alumno externo en el colegio que dirigían en la capital los padres jesuítas; y en marzo del año siguiente fui matriculado en la clase que regentaba uno de los individuos más estima- CUADROS DE COSTUMBRES 71 bles de la compañía, el reverendo padre Navarrete. Hay que hacer a los buenos religiosos la justicia de que, no obstante la zozobra en que vivieron desde fines de 1860 (a ellos no podía ocultárseles las aviesas miras del general Mosquera respecto de la orden) ni un solo día dejaron de cumplir sus numerosos y complicados deberes ce institutores y ministros del santuario; y hasta el 17 de julio de 1861, víspera de la tremenda batalla que dio como resultado la caída definitiva del gobierno de la Confederación, nos hicieron asistir a las clases, sin que por nuestra parte pudiéramos descubrir en el semblante de los padres la más leve muestra de emoción, ya corriesen noticias favorables a la causa del gobierno, ya circularan rumores funestos respecto de las huestes revolucionarias. El 18 de julio de 1861, después de una serie de combates más o menos sangrientos, como los de ,{Subachoque», «El Chicó~ y otros, en los cuales, como todos saben, la victoria se mostró indecisa y costaron a la patria innumerables vidas, preciosas muchas de ellas, se libró la batalla decisiva que produjo como fruto inmediato la toma de la capital por el general Mosquera, y en seguida, eí cambio más completo que se ha efectuado en nuestro país, no sólo en la forma política, en lo que se reiiE;L~ª-j~_hombres que sucedieron a los seño- 72 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOl'vIBIA res Ospina, Calvo, Sanclemente, Pardo, Gutiérrez, etc., sino en la estructura fundamental de las prácticas de gobierno, en los diversos ramos de la administración pública, y en el espíritu de la legislación, así penal como económica, social y religiosa. El primer acto del drama de la guerra de 1860, iniciado en el combate de «El Derrumbado>, terminaba con el triufo obtenido sobre el general Ospina: el último no sería menos fecundo en peripecias terribles y tendría como trágico epílogo un nombre escrito por la mano de la historia con letras de sangre: j Berruecos ! , Desde el tejado de la casa donde vivía (por las alturas de Belén) presencié con un amigo alguno de los episodios lejanos, ¡muy lejanos! del famoso combate. La operación, hábilmente ejecutada por el general Rafael Mendaza, de rodear la ciudad por el oriente, al pie de los formidables cerros de Monserrate y Guadalupe, y asaltada en seguida por la parte de Las Cruces, fue vista por nosotros; pero pronto empezaron a silbar las balas sobre nuestras cabezas, y los lamentables gemidos de los proyectiles, que, parecía, deploraban de antemano los estragos que se veían obligados a producir, nos hicieron abandonar más que de prisa nuestra ventajosa aunque incómoda posición de curiosos, para correr a ocultamos en el sitio mejor defendido de la casa. Esa misma tarde se vetan las calles de Bo- CUADROS DE COSTUMBRES 73 gotá cruzadas por millares de negros caucanos, quienes ostentaban en los sombreros coronas de follaje y de flores, muestra evidente del entusiasmo de las damas liberales de la capital, que habían recibido como a ¡ibertadores a aquellos valerosos descendientes de africanos. Entre muchos, recuerdo al negro Victoria, ascendido ya a general, quien recibía por todas partes las más efusivas demostraciones de consideración, a las cuales correspondía el jefe caucano con sencillez y, si se quiere, hasta con encogimiento, pues no era hombre que aspirase a aparecer distinto de lo que realmente era: una muy mediocre personalidad. .•.* * Como durante un tiempo considerable la situación política del país continuó presentando un aspecto serio, no pude proseguir por entonces en ningún estudio, pues el difícil orden de cosas que alcanzámos, con motivo de la prolongación de la guerra en el Cauca, impedía el restablecimiento de los colegios en la capital. No se pensaba en otra cosa que en movimiento de tropas, campamentos y batallas; por lo que en mi condición de adolescente a quien los asuntos políticos no interesaban en gran manera, me vi forzado a permane~eL~_lD-ª_~c;Jºn, __contraído únicamente a la 74 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA lectura, que entonces, como siempre, fue consuelo de mis pesares, sostén de mis vacilaciones, estímulo de mi vida intelectual. Cuando la lectura fatigaba mi mente, cerraba el libro o doblaba el periódico, y entornando tras de mí la puerta del cuartucho que me servía de habítación, me encaminaba hacía las alturas que dominan el barrio de Belén ... Como si las tuviera presentes, recuerdo ciertas callecitas de esos lados, formadas por cabañas y chozas pajizas, encerradas dentro de cercadillos de ramas secas entrecruzadas, en las cuales se enredaban profusamenee hasta formar emparrado, los verdes festones de los curubos y los bejucos rojizos de las suaves y fragantes madreselvas. Por allí se iba a la fábrica de loza del señor Leiva. El silencio V la soledad de aquellos sitios apacibles, adonde apenas si alcanzaba a llegar el rumor lejano de la gran ciudad; los aromas silvestres que exhalaban esas humildes arboledas de cerezos, duraznos y borracheras, y la rusticidad y sencillez cuasi campesinas de los habitadores de esas casitas blancas, vivo contraste entre la callada existencia de una aldea y la animación de los centros populosos de la capital, armonizaban con la persistente melancolía de mí espíritu. ¡Cuántas tardes de mi extrema juventud pasé en esos solitarios campos, sentado sobre las grandes piedras del cerro, en tanto que los gorriones y las chisgas picoteaban CUADROS DE COSTUMBRES 75 los frutos de los huertecitos vecinos y alegraban la naturaleza con ]a melodía de sus gorjeos! A]gunas veces .extendía mis sentimentales excursiones hasta los empinados cerros de La Peña; y cuando estaba en vena de pasear, subía sin cansarme por las verticales laderas que forman el vallecito encajonado por donde se descuelga, triste. y vergonzante, el riachuelo San Agustín. Desde esas alturas cubiertas por gramíneas ruines y matorrales ásperos que crecían con dificultad entre aquellos barrancos y pedrejones. contemplaba conmovido el melancólico panorama de la sabana, que extendía a mis pies sus vastas y monótonas líneas, con la hermosa ciudad, coronada de torres y cúpulas, en primer término, y las verdegrises llanuras cruzadas por carreteras y senderos, y limitadas en ]a desnuda lontananza por plateados lagos y serranías pizarreñas, que acababan por contundir la vaguedad de sus perfi les indecisos con el azul metál ico de] cielo .... El helado cierzo llevaba hasta mí los múltiples y variados rumores de la ciudad, los lejanos ladridos de los perros, los golpes de los talleres y cerrajerías, los gritos de los niños, las voces de los trabajadores, los toques de corneta, el balido de los ganados, el rodar sonoro de los carros, la voz melancólica y sugestiva de las campanas ... todos esos suSu.r.rmLy.agQs.J:_inªs!bt~sLgl1~ son como la 00- 76 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA tente respiración de una gran capital; y en el ocaso el sol, rodeado por la pompa magnífica de resplandores de oro y pÚrpura, hundía su disco deslumbrante y cedía el imperio de la luz al dominio de las sombras que aquí y acullá salpicaban con chispas de fuego los reverberos de las calles del comercio. Como nadie lo ignora, Bogotá de entonces era una ciudad muy diferente de la BogotÚ de hoy, pues hasta la época a que me refiero conservaba muchos de los rasgos principales de la antigua Santafé. Los espaciosos conventos de frailes y monjas ocupaban aún grandes porciones del área central de la población y la deformaban con sus enormes conjuntos arquitectónicos, pesados y de mal gusto, y las muchas casas y solares que formaban parte del patrimonio monacal, no habían sido transformados aún en los centenares de habitaciones elegantes que después han constituído uno de los más atrayentes embellecimientos de la capital. Las calles no habían sido adoquinadas y las aceras estaban cubiertas con baldosas ahondadas por el el paso de muchas generaciones, que cedían de un extremo o del otro, al ser pisadas, como las teclas de un piano viejo. Todos los que vivían en aquel tiempo saben que el alumbrado publico se reducía a unos pocos faroles de hechura grotesca, que afeaban las bocacalles del centro. v no siempre prestaban el servicio que de ellos se es- CUADROS DÉ COSTUMBRES '17 peraba. La plaza de San Francisco, mal empedrada con guiJarros menuditos, sucia y desapacible como plaza de lugarón, mostraba como cosa buena hacia el centro de su vasta y desierta superficie una fuente (vulgo ,bila) de piedra color de lepra, en la cual recibían el agua en cachos enastados, que hacían el oficio de embudos de un nuevo género, unas aguadoras que en lo desharrapadas y sucias llevaban muchas ventajas a la supradicha fuente. A corta distancia v a la sombra de la histórica capilla del Hum'illadero, se hallaba el mercado de forraje. En las goteras de ]a tercera Calle Real, en la vecindad de grandes y elegantes almacenes de flcaudalados introductores, existían dos o tres chicherías auténticas, las cuales contaban con clientela numerosa, Que a cada instante hacía oír los jora sí! jso endeviduo! jori verá! y otras lindezas de lenguaje, fav0ritas de los descendientes de los muiscas. En cuanto a carruajes, en el perímetro de la ciudad propiamente dicho sólo rodaba un0 que otro antiguo birlocho, yeso de una manera sobrenatural y milagrosa, porque el piso de las calles no era de lo más adecuado para esa gimnástica rodante; y en materia de paseos públicos que merecieran tal nombre y se mostraran hermoseados con obras de arte, Bogotá estaba a menos de cerú, pues los camellones Aguanueva, Egipto, San Diego, Las Cruces, etc., apenas podían aspirar a ser 78 BIBLIOTECA ALDEANA DE cotOMBtA considerados como vías de comunicación o campos abiertos, en los cuales, si había algún atractivo, éste lo suministraba la naturaleza con su contingente de horizontes vastísimas, cielo a~ul y agrestes serranías, en lo que, como es notorio, ninguna parte tenía el hom· bre. El teatro antiguo o Coliseo era indigno de una ciudad de tan avanzada cultura social; y la plaza Mayor, de la Constitución o de Bolívar, que todas esas denominaciones ha recibido era una especie de Sahara en miniatu.••n "':¡"'V"l,..1o OV"l 1 el UVJ.l\o .•. n •.•. , '-'1.1 '70<"7' V,,","'" rl~l U \,.1. _""'L'r"t. k'O .•.• 1 i~111JV~V o..-1;h_;_ \"'Ul11""lU "..... 111.• ~ \.'f\.A~ hoy decora el costado meridional, sólo se veían entonces unos muros. desaseados, convertidos en escombros antes de ser obra terminada. j Y cuénta que esto sucedía al mediar ya la sexta década de este siglo! Pero sobre esa Bogotá de mis recuerdos de colegial han pasado más de treinta años, y se afirma que en ella se han efectuado uno de esos cambios maravillosos como sólo se ven en los cuentos azules, cuando las hadas benéficas convierten la mísera choza de Cenicienta en el palacio encantado de la Princesa Deseada! ¡Treinta años! ¡Ay! es mucho tiempo en la vida de un hombre: i apenas el espacio de un instante en la existencia de una ciudad! 11 Transcurrido un tiempo de consideración, me matriculé como alumno externo en el plantel que con el nombre de Colegio de Santo Tomás de Aquino fundaron y dirigieron los señores Ortices, de ilustre y veneranda memoria. AlIado de tan conspicuos institutores permanecí más de un año; y en verdad que si, no obstante mi buen querer, nada aprendí· ni a hacer nada alcancé allí, culpa no fue de esos respetables y queridos maestros, porque tanto el sabio y bondadoso don José Joaquín como el ameno e ingenimo don Francisco, se esforzaron cuanto les fue dado en el noble empeño de enseñar a los que nada sabíamos, ¡Dios haya premiado las virtudes y méritos de esos dos egregios varones que tanto bien hicieron a la juventud colombiana y tan brillante lustre dieron con sus obras a las letras patrias! En aquella época contraje amistad con tres jóvenes notables de quienes guardaré grato recuerdo mientras viva. La varia suerte nos ha alejado después completamente los unos de 80 BI.BLlOTECA ALDEANA DE COLoMBIA otros, hasta el extremo de preguntarme muchas veces en el silencio de mi alma si acaso recordarán aún mi oscuro nombre, después de veinteseis años de separación, esos amigos que llegaron a ocupar puesto tan eminente en el orden de mis afectos .... Carlos Martínez Silva, Francisco Antonio Gutiérrez y G. e Ignacio Gutiérrez Ponce, son los nombres de estos tres jóvenes, distinguidos desde los albores de su adolescencia por la ';lmplitud de facultades y la elevación de carácter, dotes importantes que les han permitido desempeñar noble encargo en el lugar que cada uno de ellos ha ocupado en el mudable escenario de la vida. No recuerdo ya, ¡tantos años han transcurrido desde entonces! por ministerio de qué circunstancia adquirí relaciones con el primero de esos jóvenes; el segundo y el último fueron condiscípulos míos en el Colegio de Santo Tomás de Aquino. Carlos, miembro de una familia linajuda del departamento de Santander, C1.lYO jefe fue un hombre importante que desempeñó papel notable en la política y en el foro del país, era un muchacho espigado, de facciones pronunciadas y ojos expresivos, aunque miopes, y abrigados por cejas hirsutas que comunicaban cierta dureza a su fisonomía, circunstancia que hacía fallase en este caso la regla aquella que quiere sea el rostro el espejo del alma, pues la de Carlos era toda bondad e hidal· CUADROS DE COSTUMBRES 81 guía. Desde muy temprano se echaba de ver que iba a ser corpulento; y su voz tenía ya entonaciones rudas, que dejaban adivinar al polemista fogoso, al escritor de nervio acerado, al político tenaz y. al institutor perseverante y enérgico. Carlos, Francisco e Ignacio habían tenido la fortuna de ser alumnos del Liceo de la Infancia, dirigido por don Ricardo Carrasquilla, de inextinguible y simpático recuerdo; y la simiente sana, depositada en el espíritu de esos niños por aquel eminente sembrador de buenas doctrinas, había germinado lozana y fecunda. De ahí que se advirtiera en ellos esa distinción de aspiraciones y gustos que es como el sello de un carácter y el mejor indicio de que se ha recibido una dirección acertada en los primeros años de la vida. Contraído Carlos a lecturas y ocupaciones serias desde una edad en que la mayor parte de los jóvenes sólo piensa en entretenimientos frívolos y placeres efímeros, cuando no en algo poco sancto, siempre lo encontrábamos en su casa, primero por los lados del Hospicio y después arriba del Colegio del Rosario, en un cuartito muy ordenado y limpio, rodeado de libros y papeles; y, lo que más nos sorprendía, de libros y papeles que nada tenían de amenos ni divertidos. La crítica literaria en sus más elevadas formas; la historia en sus , . 1aeconom18' -pol'ltl..,. . ..8spectQs_mas_.lmportantes; 82 'BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA ca en sus problemas más complicados; el derecho, con sus asperezas inaccesibles y otras materias de análoga contextura formaban el fondo habitual de sus estudios favoritos. Así, sus amigos nos quedábamos alelados cuando le oíamos disertar con un desparpajo envidiable, guiñando y paseándose en la pieza de largo en largo, acerca de las doctrinas de Macaulay y Balmes, Bentham y Destutt de Tracy, Prescott, Calvo y otros literatos, f1lósofos, historiadores, economistas y jurisconsultos de largo pelo, a tiempo en que a nosotros no nos parecía grande 'Ysublime sino 10 que halagaba .nuestra imaginación con la pompa luminosa del verso, o los atractivos galanos de la novela y el cuento. Algunas veces intentábamos tornar en ridículo la inocente manía de nuestro amigo de sazonar sus conversaciones éon citas y referencias alusivas al cúmulo de obras serias con que nutría su mente; pero al fin acabamos por damos cuenta de que nuestra frivolidad era la merecedora de zumba, y le tributábamos el homenaje debido a una perseverancia y a una aplicación que tan vigorosos frutos habrían de dar con el transcurso del tiempo. Porque, valga la verdad, demostraba con abundancia de testimonios que día por día aumentaban en calidad y cuantía. Carlos Martínez Silva es uno de los hombres públicos de Colombia que han logrado acumular más s6lid!1 instrucci6n, CUADROS DE COSTUMBRES 83 no sólo en la ciencia del Derecho, en la cual se le proclama como profesor eminente, sino en otros departamentos del saber humano en los cuales su ilustración es tan variada como extensa. No entusiasmaba a Carlos ninguno de los atractivos que forman conmúnmente el ideal, poco levantado, si se quiere, pero natural hasta cierto punto en la juventl.ld masculina, constituído en resumen por las diversas manifestaciones de la vida galante: el baile, el paseo, los amoreillos de esquina, las serenatas, las aventuras y la parranda .... Latente existía en el espíritu de Carlos cierto fondo de melancólica abstracción, que bien a las claras se transparenta en uno de los primeros escritos con que se hizo conocer ventajosamente en el mundo literario: El baile de las sombras. Original y encantadora fantasía de una mente juvenil, asaltada en hora temprana por lúgubres visiones de ultratumba, esa producción pinta mejor el carácter íntimo de aquel adolescente esquivo a las insinuaciones del placer mundano, que el análisis más minucioso de su fisonomía moral. Paréceme recordar que es Enrique Heine quien refiere en alguna de sus obras que aunque un mal entendido amor propio lo llevaba a oír con agrado las apreciaciones que algunos críticos hacían de su índole de escritor, representándolo como un espíritu cáustico. y 84 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA dado con temperancia al cultivo de la ironía, a sí mismo nO pudo engañarse nunca, pues siempre comprendió que, en el fondo, su carácter era esencialmente serio, contemplativo y melancólico. Contaba Carlos de diez y siete a diez ocho años, y apenas si toleraba que en su presencia se hablara de algo que trascendiera a amores o galanteos: ruborizábase naturalmente y desviaba la conversación, pues en ese adolescente timorato y grave había algo así como místico o '1'" -, sacerccta. SIn aplce de gazmonena, que l'o Impulsaba a mirar con repugnancia y esquivar con empeño todo lo que significara o se pareciera a grosero sensualismo. Acaso la· cir· cunstancia de haber sido -discípulo de los Padres J esuítas, siempre en guardia en asuntos de concupiscencia, influyó poderosamente en la manera de ser de Carlos a ese respecto en aquellos tiempos, púdica y discreta como la de un joven levita. Carlos no leía novelas francesas. La poesía buena, cualquiera que fuese su procedencia, sí era de su agrado; y, no obstante, nunca ha hecho versos, que yo sepa, cosa tánto más notable cuanto, poseedor de una rica imaginación y señor de una vasta inteligencia, es él uno de nuestros mejores prosadores, no sólo por la corrección de la forma, el corte castizo de la frase, la acertada escogencia de los vocablos y la sobriedad de los conceptos, sino CUADROS DE COSTUMBRES 85 por la galanura del pensamiento. la verdad del discurso y el vuelo elegante del estilo. Con el correr del tiempo, Carlos recogió el fruto de sus perseverantes y variados estudios con la obtención del título de doctor en J urisprudencia, que no fue sino la confirmación oficial de lo que todo el mundo sabía acerca de los méritos y aprovechamiento de aquel colegial de ceño 'adusto y espíritu elevado, Después entró de lleno en las candentes luchas de la política y, lo que menos hubiéramos creído los amigos de su adolescencia, se convirtió en cierta época en guerrillero terrible y llegó a alcanzar un grado alto eD el escalafón militar de su causa, del cual hizo después lo que hacen algunos frailes con la cogulla, cuando quieren abandonar el convento: lo arrojó a la calle por encima de los tejados. Nueva y concluyente prueba del juicio de nuestro ami- go. Al tratar de la personalidad militar de Martínez Silva, se expresa así el doctor José María Samper, en su importante libro Galería nacional de hombres ilustres: '«En las marchas del ejército lo sufría todo con el mejor humor: comía y bebía de lo que se encontraba, y si nada le venía a las manos, se conformaba y se reía del hambre. Dormía con sólo su manta o bayetón, frecuentemente tirado en el suelo, y ponía de cabezal o a1!TIoj1adasus grandes botas amarillas fabrica. 86 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA das en Fusagasugá. ¡Que viene el enemigo! gritaban súbitamente en altas horas de la noche. ¡No vendrá! comestaba desperezándose algo Martínez Silva. ¿ Y por qué nó? Porque yo no he dormido y tengo sueño. Y se volvía para el otro lado gruñendo: j Que aguarde el enemigo dos horas, o que me coja. Por lo demás, bailaba siempre que había modo de hacerla, recitaba con delicia versos y sentencias de clásicos, se burlaba del enemigo y estaba siempre contento.» Aquello de que Carlos bailada siempre que había modo de nacería, me sorprendió mucho más, cuando lo supe, que todas sus hazañas de coronel; y me demostró que el avance de los años y las circunstancias pueden modificar sustancialmenre el modo de ser de un hombre. De todos mis amigos de la adolescencia, aurora de una juventud que habría de asemejarse tan poco al medio día de mi vida, fue Carlos quien primero me echó en completo olvido. Siempre lo he sentido ¡pero nunca me he quejado: «las quejas, como con profundo espíritu de verdad lo dijo el Balzac español, Fernán Caballero, no son sino exigencias disimuladas;» y como por mi parte no tengo derecho para exigir perseverancia en el afecto de mis amigos, porque carezco de calidad para ello, únicamente quiero tomar nota del hecho, sin que por esto se crea que en mi coraz6n quede ni sombra de amargura. CUADROS DE COSTUMBRES 87 Sin embargo ... ¿qué diría Carlos si supiera que al través de los años y a pesar de mil vicisitudes que han acibarbdo mi existencia, conservo aún con cariño el afectuoso recuerdo que me consagró cierta ocasión en un librito de memorias, donde guardo, asímismo, el nombre de otros seres que me son igualmente queridos? . Hélo aquí: «Amigo mío: he recibido de tus manos un libro de recuerdos, para que ponga algo en él. Pero, ¿a quién te has dirigido? .. , ¿Ignoras, acaso, que no soy sino un pobre estudiante sin luces ni talento? . ,. ¿Qué quieres que en .? .? ..... N o pue d e d are"1 consIgne ..... c... C onseJos Ios quien, joven como tú, carece de experien. ¿V?ersos lA'y. no se" manejar '1 os. ¿Q"ue, CIa. pues? ... , Una cosa muy sencilla: ¡Una flor arrancada de mi marchito corazón! (el cuitado no había cumplido diez y ocho años, y adviértase que no conocía a los novelistas románticos ni por el forro) la flor de la amistad, que cultivo con embeleso, porque su vista me consuela, porque su aroma me deleita. Acéptala y consérvala con cuidado, que, por mi parte, te prometo que velaré sin descanso para mantenerla fresca y lozana.-186 ... » Es de presumirse que Carlos olvidó en absoluto las pocas nociones de jardinería y horticultura que pudiera poseer en aquella época, 88 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA pues la florecita cultivada por leso y cuyo aroma lo deleitaba ció seca una mañana, el viento suelo sus pétalos, y al fin creo dó de ella ni el recuerdo .... él con embetanto, apareesparció por el que no le que- * ** Francisco Antonio Gutiérrez tendría diez y seis años cuando nos conocimos. Me fue muy simpático inmediatamente. y desde entonces le consagré un afecto decidido y sincero. No eran análogos nuestros caracteres ,en algunos aspectos, pues Francisco, muchacho muy expansivo, alegre y animado en sus movimientos hasta el extremo de tocar casi, en ciertas ocasiones, las fronteras de una cosa que, si no era la brusquedad, se le parecía bastante, por los desbordes de su naturaleza franca y leal, formaba contraste conmigo, más reservado y prematuramente en guardia contra las frías realidades de la vida. Por sus venas corrían tumultuosas en vigoroso consorcio la sangre bogotana y la sangre antioqueña; y de esa acertada unión, no sólo resultaba una rica inteligencia, sino un bello y generoso carácter, con todas las condiciones espirituales de la primera y los valiosos elementos físicos e intelectuales de la segunda. Robusto, garboso, con bellos ojos y cabellos negros muy abun- CUADROS DE COSTUMBRES 89 dantes; de tez limpia y buen color, cuando tuvo veinte años ostentó un par de patillas sedasas y muy negras, con unos bigotes finos que complementaban de manera irreprochable su varonil fisonomía. Obsequioso, decidor, ocurrente y un tanto inclinado a la ironía, comidilla grata siempre al paladar humano, F rancisco hacía las delicias de los pocos amigos que cultivábamos su intimidad. Como nosotros, leía mucho, especialmente libros de literatura española, antigua y moderna, afición que le trasmi tió su grande y querido amigo don J osé María Vergara y Vergara, el primero entre los literatos colombianos que aclimató en el país a Fernán Caballero, Selgas, Trueba y La Quintana, Alarcón y otros de no menor valía, con lo cual nos hizo un gran bien a todos los que estábamos creyendo que sólo lo que escriben los franceses merece la pena de leerse. Al comercio constante de aquellos escritores selectos debió Francisco, sin duda, el excelente gusto literario de que ha dado bellas muestras. Los versos que desde la adolescencia hizo Gutiérrez son muy notables. En los avances de la vida ha pulsado el laúd con tan levantada entonación, que críticos de indiscutible autoridad han colocado sus poesías entre las muy buenas que se han dado a luz en este país. Muy de sentirse es que, reclamado por las exigencias de una vida activa, consagrada _ a Ja_s__ªt~ncloJ1~~_d~LcQmer.cio,_s.e haya mostra- BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA }O do desdeñoso y esquivo a la publicidad, y sólo nos haya dejado saborear contadas creaciones de su ingenio. Hay en los versos de Francisco Antonio Gutiérrez tan espontánea naturalidad, aliada a ternura tan sincera, y en ellos se encuentran expresados los sentimientos, y descritos los objetos con tan rigurosa propiedad, que si en ellos el poeta llora, el lector recoge el dejo de los sollozos y extraña no descubrir en el papel la huella húmeda de las lágrimas; y cuando con delicado pincel copia la naturaleza, re$ultan tan verdaderos sus cuadros, que un pintor de talento podría trasladados al lienzo con facilidad. « . ¡Qué dulce es recordar! Gozamos tánto Con la infantil historia Si de los años con el puro encanto Visita la memoria. Los recuerdos son músicas que vienen En alas de los vientos; Las mÚsicas cercanas nunca tienen Tan mágicos acentos. !Cora! La amiga de mi edad primera .... Su imagen no he perdido; Mientras viva, será mi compañera: La robaré al olvido. • •• • • •• •• • • • • • ••• •• lO •••••• I ' ••• :;, , •••••• •• , •••••••••••••••••••••••••••• , ••••••••••••• , •• CUADROS DE COSTUMBRES 91 Lloré ai mirarla por la vez postrera Sobre la tierra, inerte; ¡Ay! esa fue la lágrima primera, . Que me arrancó la muerte .... (1) .•••...••...•.•.•••••••.•..•..•••••• » «La luna sobre el monte se levanta, Con blanda luz los valles ilumina, y hacia el ocaso con ligera planta Por el azul profundo se encamina. No muere como el sol que en occidente El regio lecho con su lumbre dora, Sino apenas de nácar levemente Las nubecilIas pálidas colora. Consumirse en silencio es el destino De una vida de amor pura y modesta; Así el astro, acabado su camino, Desaparece tras lejana cresta. Cuando la noche brinda su misterio, Es dulce, oh luna, con tu luz dudosa, Errando por cristiano cementerio, Los muertos visitar fosa por fosa. Cuando oramos allí, lleva a su oído El ruego por el labio pronunciado, - --O} Cora~ 92 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA Cual llega al labrador adormecido El rumor apacible del sembrado . . • . . • • . . . • .• . • • • . . . • . • . . • •... . , • (2)>> No obstante la índole de las composiciones publicadas, que pudiera hacer creer que la musa de Gutiérrez tan sólo se complacía en asuntos sentimentales, siempre he presumido que si él hubiera cultivado también la poesía festiva, ligeramente satírica, habría hecho primores; y al juzgado así me fundo en el recuerdo de mil rasgos chispeantes de fina y aguda crítica que brillaban en sus conversaciones, rasgos que, trasladados a la forma sugestiva del verso, habrían revelado al discípulo y al admirador entusiasta de don Ricardo Carrasquilla. Acaso eran más íntimas mis relaciones con Francisco que con Carlos e Ignacio. Lo visitaba a menudo en el hermoso y cómodo departamento que ocupaba en la parte baja de una gran casa que poseía su respetable familia en la plaza de San Francisco. Vecino de ese departamento había un vasto jardín, en el cual se respiraban con delicia los aromas de innumerables cedrones y rosales. Recuerdo aún el buen gusto con que Francisco había decorado su ha- (2) Meditaci6n. CUADROS DE COSTUMBRES 93 bitación, en la que se veía un sencillo mueblaje de estilo norteamericano, lindas láminas de paisaj es y escenas de caza y una biblioteca no muy considerable pero tentadora por su aspecto elegante y por lo selecto de su contenido. Allí pasé ratos inolvidables, mimado y obsequiado de diferentes modos por aquel noble y generoso amigo. También seguíamos los mismos cursos en el Colegio, y esto, como es natural, debía contribuír a estrechar más y más los vínculos de nuestra amistad. De ello resultaba, es cierto, notable aumento de susceptibilidad recíproca, por lo cual, con frecuencia y por los motivos' más fútiles, disentíamos y pasaban muchos días sin que nos saludásemos siquiera. En alguna ocasión, no recuerdo ya por qué causa, así sería ella de insignificante, el entredicho duró dos o tres meses. A la sazón se interpusieron unos ejercicios espirituales en el Seminario Conciliar, a los cuales nos hicieron concurrir nuestras familias como asistentes internos. En los primeros días nos vimos Francisco y yo de reojo, y nada indicaba que el resentimiento mutuo que abrigábamos se hubiera modificado ante la espectativa de una confesión general con todos sus accesorios; pero la víspera de la comunión de los ejercitantes, convenientemente preparado ya nuestro ánimo por nueve días consecutivos de frecuentes pláticas hechas por notables oradores sagrados; ayuno constante, 94 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA meditaciones prolongadas y Miserere solemnísimo, con el obligado acompañamiento de azotes, en el oscuro, que así caían sobre los escaños, como sobre las espaldas de los prój imos cercanos, en momentos en que regresaba del refectorio, me encontré en un pasadizo estrecho y sombrío con Francisco en persona. Pintábase claramente en el semblante de mi amigo, como en mi rostro debía reflejarse también, la lucha de mil sentimientos opuestos y la vacilación entre el amor propio mal entendido, que ordenaba no ceder, y el pensamiento de humildad cristiana, propio de la situación, que aconsejaba el perdón, la mansedumbre yel olvido. Terrible era el combate que se libraba en nuestras almas; pero de improviso, Francisco, con la nobleza que le es característica y extraño a las influencias de esta sangre amarga y bravía que nos hace tan quisquillosos a los caucanos, abrió los brazos y me estrechó fuertemente en ellos, sollozando como una criatura ... , De ese día para adelante no volvió a enturbiarse ni por un solo momento el despejado cielo de nuestra amistad. Predestinado al dolor como todos los hombres de genio que profesan el culto del sentimiento, en más de una ocasión ha apurado Francisco hasta las heces el cáliz de las amarguras supremas: ángeles, que no seres humanos, entreabrieron un día en la existencia del poeta la puerta de oro de las dichas soñadas; CUADROS DE COSTUMBRES 95 y cuando, anheloso y sediento de felicidad pura, quiso salvar esos dinteles, para vivir entre flores, aromas y armonías la vida del ideal, interpúsose airada la muerte y tornó en días de !lantó una juventud que tan hermosa se ofrecía a quien, como amigo, . había sabido ganarla con su virtud y su talento. * * * - Ignacio Gutiérrez Ponce era un muchacho bello, inteligente, dulce; sus amigos teníamos en él un hermano menor, afectuoso y amable, más bien que un compañero. Difícilmente podría encontrarse una naturaleza más delicada y exquisita que la de Ignacio. Si parecía como que la providencia se hubiera complacido particularmente en crear ese encantador niño, dótándolo con todas las formas de la gracia, enriqueciéndolo con todos los atractivos de la simpatía!. ... El adjetivo dulce era el que meior cuadraba a Ignacio de cuantós pudieran propinársele para calificado, por la suavidad de sus maneras, lo agradable de su fisonomía y las cadenciosas inflexiones de su voz. Huérfano de madre y educado con singular esmero por un padre sabio y cristiano, que procuró inculcar en su corazón los más nobles y elevados sentimientos, nuestro joven amigo fue siempre un dechado de cultura y bondad. En 96 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA lo físico era tipo cumplido de esa clase de jóvenes sonrosados, de cabellos crespos, rubio-cenicientos, y ojos entre pardos y garzos, que si no corresponde al ideal de la belleza masculina que ofrecen en abundancia los pueblos meridionales de Europa y las razas morenas del Oriente arábigo, sí constituye una variedad muy distinguida del francés buen mozo de puro orígen céltico, o del español de las Provincias vascongadas, de donde, acaso, haya llegado hasta r.osotros. Sea de ello lo que fuere, es 10 cierto que a los diez y ocho años, Ignacio debió de trastornar muchas cabecitas lindas en Bogotá; y en las tiernas miradas que a él le dirigían de preferencia las muchachas desde los balcones y ventanas de las calles por donde pasábamos cuando íbamos de paseo, dejaban comprender bien a las claras la grata impresión que el gallardo mancebo les causaba. No me será posible olvidar la manera discreta y cultísima como el respetable padre de Ignacio, hombre tan distinguido por la solidez de sus principios morales como por su grande inteligencia y conocimiento de las ciencias económicas y administrativas, nos acogió a los amigos de su Benjamín, el día en que, arrastrados por una de esas muchachadas imperdonables que dejan en el espíritu el sabor amargo de un remordimiento, aceptamos la invitación que sin arriere pensée nos hizo Francisco para que saliéramos de paseo por la Sabana, en el CUADROS DE COSTUMBRES 97 coche de su familia; y por allá en «Cuatroesquinas» nos dejamos seducir del diablo y apuramos unas cuantas copas de mistela, que en dos por tres elevaron nuestros cerebros de neófitos a la quinta potencia .... Me confundo todavía cuando recuerdo la mirada de dulce reconvención que nos dirigió el señor Gutiérrez .... Imagine el lector cómo sería aque. lIo, tratándose de la fea calaverada que hicimos cometer a ese niño delicado, en quien tenía .puestas todas sus complacencias de padre anCIano ..... Ignacio, nacido con valiosas dotes de poeta, era también muy decidido por la literatura, y desde niño se consagró a estudios de historia nacional, los cuales produjeron con el tiempo frutos muy importantes, que vieron la luz en diversos periódicos de la capital. No había cumplido veinte años cuando se trasladó a la República de los Estados Unidos con el propósito de seguir diferentes cursos que habrían de servirle como preparación para el estudio de las ciencias médicas, que hizo en efecto y coronó brillantemente con la adquisición del título de doctor e incorporándose poco tiempo después como profesor de las facultades de Londres y París. En esta última capital tuve el placer de abrazarlo hace algunos años, muy lejano ya el dichoso tiempo en que juntos nos habíamos sentado en los bancos del colegio de los seño.Ies_-DItices-~~.~-.Siempre-el-mismO-j--Jgnacio--se- , 98'BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA mostró conmigo tan afectuoso, tan cumplido, como en la época feliz de nuestra vida en que, animados por risueñas esperanzas en un porvenir que tan diverso habría de ser para cada uno de nosotros, nos íbamos con Francisco, cogidos del brazo, por el camellón de Las Nieves, hasta cEl Sargento», o por la alameda de San Victorino hasta Puente Aranda, departiendo con sabroso entusiasmo acerca de asuntos y cosas que nos eran muy gratos. Cuánto gozó mi corazón al vede al lado de su bella y joven esposa, con una preciosa niña de pocos años, sobre las rodillas, en un lindo departamento de rez-de-chausséee, en la calle de Pierre Charron, en el aristocrático y elegante barrio de los Campos Elíseos! Comprendí que Ignacio era tan feliz cuanto se puede aspirar a serio en este mundo de penas y llanto; y desde el fondo de mi alma di infinitas gracias a Dios por la dicha de mi amigo. * ** Llevados por nuestra creciente afición a cosas de literatura, Carlos, Francisco, Ignacio y yo concertamos el pensamiento de fundar una Sociedad literaria que formara ambiente común para ensayar el vuelo de nuestras débiles alas, y al propio tiempo nos permitiera asociamos a otros jóvenes, inclinados como nosotros a CUADROS DE COSTUMBRES 99 las peroratas y a borrajear. A las primeras de cambio nos encontramos con más de veinticinco socios, entre quienes recuerdo con especial complacencia al inteligente y espiritual Roberto Suárez Lacroix, el que con su gentileza de cachifo de buena casa, se ganó muy pronto las voluntades de todos. Sólo la discusión del nombre que habríamos de dar a la Sociedad, nos embargó tres o cuatro sesiones. El uno opinaba de este modo, el otro de aquél; el de más allá pedía la palabra y proponía que la denomináramos Academia, así, llano, llano, como quien le dice primo al Papa; y el de acullá, que el nombre de Congreso literario era el ajustaba como anillo en el dedo. Al fin, Carlos Martínez Silva, con la rectitud de sentido que desde niño lo caracterizó, dijo que nos dejáramos de semejantes barrabasadas; que la incipiente institución debía recibir el nombre sencillo de Liceo juvenil, y así fue bautizada en el acta respectiva. Una vez decidido ese punto importante, nos ocupamos con ahinco en solicitar un local adecuado para la celebración de las sesiones del novel Ateneo, pues las de la Junta preparatoria se habían efectuado en el cuarto de uno de nosotros, incapaz, como puede comprenderse, para contener tanta gente. Uno de los socios activos del Liceo, paréceme recordar que era el simpático y despejado Joaquín Pardo Olar-re,-tenía--relaeiones-con-un-·mocetón-oriun_ 100 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA do de los alrededores de Bogotá, especie de lego o alumno de convento, quien, por ministerio de qué sé yo qué artes, nos facilitó el acceso a una de las celdas grandes del claustro alto de Santo Domingo, edificio en el cual se efectuaban entonces las transformaciones iniciadas por el Gobierno del General Mosquera y proseguidas con no menor eficacia por las administraciones nacionales que sucedieron a la de aquel caudillo afortunado, y convirtieron la vetusta y austera construcción colonial en un eiegante palacio de gusto moderno. Al semilego, o cosa parecida, a quien debimos el importante servicio de que acabo de hacer mérito, dábamos familiarmente el nombre de Padre BIas; y en efecto, con el tiempo se justificó el respetuoso apodo, pues el tenaz mozo, que tenía entre ceja y ceja tal pretensión y poseía como pocos la fisonomía del estado, dio y cavó hasta que logró vestir el negro hábito y calzar las sandalias amarillas (vulgo chinelas) de los Padres Candelarias. A la postre obtuvo la cura de almas de un pueblecillo de la región oriental de Cundinamarea, donde acaso goce aún de los beneficios de su prebenda. Sujeto bonachón y no destituído de luces (aunque no eléctricas) acogió con entusiasmo nuestro propósito, y desde el primer momento su cooperación nos fue sumamente útil. El se encargó de conseguir mesas, asientos, recado de escribir, elementos de alumbra- CUADROS DE COSTUMBRES 101 do; en fin, cuanto se necesitó. Conque se las arregló como pudo y formó hasta solio para la presidencia .... El hombre era una preciosidad; y más aparente para confiarle el ministerio de fomento de la asociación, no lo habríamos conseguido ni pidiéndolo con factura especial al extranjero. «Con tal de que ustedes me den algún carguito en el Liceo, nos decía con cierta sonrisita humilde de fraile amable, aunque sólo me nombren portero: yo lo que quiero es servidos». Pero .... forzoso es decido: no todo era en él amor desinteresado por el progreso de las letras en general y de la corporación en particular: el buen Padre Bias alimentaba entre pecho y espalda ciertas pretensioncillas de predicador en cierne; y éomo se prometía in pectore deslumbramos con su facundia mística cuando le llegara el turno, se desvelaba por dar vida y robustez a nuestro gran pensamiento. Desde que fundamos el Liceo juvenil empecé a darme cuenta de lo que es entre nosotros la asociación, y de cómo entiende nuestro carácter nacional eso de la colectividad en el esfuerzo, ya se trate de empresas públicas o privadas, ya de negocios o de industria, de artes o de política, de obras buenas o de otras que no lo sean. Empezaron entre nosotros las dificultades, los tropiezos y las contradicciones en el momento mismo en que se trató de elegir dig": natal:iQS__paLa_la _c.m:PQraºigI1L __ llDo sólo era el í~tf::lU.~L¡eA fJ!.?;":{~r¡¿CA iJJi5·J\NG;:L Artl"'N@\~ c..P~TAL()GASION 102 BIBLIOTECA ALDEANA DE 'COLOMBIA puesto de presidente y todos nos considerábamos con títulos para ocupado; así fue como los muy contados que constituíamos la minoría tuvimos que valemos hasta de intrigas electorales, nada menos que si hubiéramos sido Gobierno, para sacar avante nuestro candidato, que lo era, como de justicia, Carlos. Cuando llegó el turno a la elección de secretario, todo el mundo sacó el cuerpo, pues como este cargo implicaba algún trabajo y pocas o ningunas genuflexiones de la porción subalterna, cosa que nos seducía y encantaba en la presidencia, había que echarle el muerto al más desmazalado de la partida. Cargué yo con él, elegido por abrumadora mayoría, y de adehala le agregaron otro leño; el destino del bibliotecario, que no era tampoco una canongía. Por fortuna, como la biblioteca era cosa que no existía aún sino en la mente acalorada de los socios del Liceo, el empleo era puramente nominal. y, por lo mismo, muy llevadero. ¡Al fin cosas de muchachos! Nombradas las comisiones respectivas y aprobado el reglamento en todas sus partes, pronto empezamos a dar de nuestro lomo escama y llovieron las peroratas y las lecturas en las sesiones del Liceo. Retumbantes como truenos y encumbrados como montañas eran los temas que escogíamos para nuestros trabajos; y en consonancia con su elevación y grandeza eran, como puede presumirse, la exagera- CUADROS DE COSTUMBRES 103 ción y mal gusto con que los desarrollábamos. Por supuesto, al expresarme así, me refiero únicamente a los que constituíamos la gran mayoría de la asociación: pues mis amigos Martínez, los Gutiérrez, Roberto Suárez y algún otro, dieron desde entonces, así, burla burlando y como cosa de juego, muestras muy bellas de sus talentos. Influencia decisiva del cristianismo en la marcha de la civilizaci6n moderna; El porvenir de la poesía er6tica en el siglo XX: Caracteres y distintivos de la literatura dramática en la Edad Media; El niño, el joven y el anciano en sus relaciones con la mujer de todos los tiempo; Flores, perfumes y armonías de la Iglesia Cat6lica (éste era del Padre BIas) etc., etc.: tales eran los títulos de algunos de nuestros famosos discursos. Aquello se prestaba más a la risa que a la censura seria; y s.i hombres de la talla intelectual del doctor Camacho Roldán, los hermanos Pérez, don Manuel Pamba, Vergara y Vergara, Quij ano Otero o Guarín hubieran podido procurarse el regalo de asistir a nuestras sesiones se habrían divertido en grande y reído hasta desternillarse. Uno de los socios más característicos del Liceo juvenil era el Loro. El Loro era un muchacho que pertenecía a distinguida familia de la capital, pero no como se quiera, sino a una familia de abolengo ilustre en los fastos históricos del país. Tenía unos diez y seis años 104 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA de edad en esa época, era inquieto como una ardilla, más vivaracho y travieso que un mi~ co, feo como él solo y más embustero que un saca-muelas; pero al mismo tiempo, tan simpático, ocurrente y decidor, que, a pesar de las mil y una diabluras que ejecutaba por día, no podía uno dejar de quererlo y se solicitaba su amistad como un hallazgo precioso. Con es· to, muy inteligente, agudo como una lezna y dado como ninguno a leerlo todo y a saber cuanto ocurría en la ciudad y fuera de ella. ¡Tremendo avechucho! En cinco minutos y con una volubilidad extraordinaria lo ponía a uno al corriente de lo cierto y de lo falso; de lo que había sucedido y de lo que no acontecería jamás; de la última novela de Paul de Kock, que había devorado la noche anterior a escondidas de su señora madre; de las chispas que corrían acerca de un pronunciamiento en Giiepsa; de los motivos por los cuales nuestro profesor de francés acudía cada momento y más que de prisa aL ... jardín del colegio, y de una chirinola horrorosa que se había desenlazado a garrotazos en una chichería, por los lados de Las Cruces .... iTerrible pajarraco!. ... Paréceme que lo veo aún por esas calles de Dios con un gabancito de paño color de café maduro, botines de derrotado, con tacones más torcidos que la senda que lleva al crimen; sombrero gris de fieltro, de alas estrechas, con más abolladuras que el yeÍ- CUADROS DE COSTUMBRES 105 mo de un cruzado; con aquellos oj illos de pá· jaro que lo veían todo a un tiempo, y la tez descolorida y sembrada de espinillas ... Hoy sé con mucha satisfacción que nuestro Loro de antaño es un caballero muy respetable y distinguido, excelente padre de familia, hombre utilísimo por sus conocimientos especiales en diversos ramos de las ciencias físicas, y persona llena de recomendaciones y merecimientos; ¡Quien 10 hubiera sospechado entonces! ... ¡Oh poder de las transformaciones!. ... El nombre de pila del que era entonces nuestro colega es ) avier; pero todo el mundo, inclusive las personas de su muy honorable familia, no lo llamaban de otra manera sino Loro: Loro por aquí, Loro por allá! Y 10 que más me sorprende es que el ornitológico apodo se halla perdido en el conjunto de modificaciones experimentadas por nuestro amigo y consocio, pues raras veces sucede que un sobrenombre que cae con suerte en un colegial. no lo acompañe hasta el sepulcro. De esto hay muchos ejemplos, en Bogotá, sobre todo. Así, acaso sea yo la única persona que recuerde al travieso Loro. El Loro era el elemento disolvente de nuestra asociación. No había cosa, por sagrada o seria que fuese, que resistiera a su espíritu burlón, a sus artificios diabólicos, a sus terribles mentiras, enormes como montañas, a su ironía cáustica e implacable. Era muv capaz 106 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA el taimado de ofrecemos el palacio arzobispal para que celebrásemos en él las sesiones solemnes del Liceo, y se quedaba más fresco que un manojo de claveles acabado de coger; y como se pintaba él solo para hacer pasar las verdades como mentiras y las mentiras como verdades, a las veces conseguía hacemos tragar la bola de que el presidente de la república se informaba con interés de la marcha de nuestros trabajos; o, mostrándonos un bonito cortaplumas o el lindo reloj de bolsillo de alguna de las señoras de su familia, nos decía muy suelto de talle que eran pequeños regalos que, en premio de sus escritos del Liceo le habían hecho, el ministro inglés o el señor Delegado apostólico. Jamás dio medio real como contribución de las que le correspondían en su calidad de socio, para papel o para alumbrado; y siempre encontraba modo decente de socaliñar algunas pesetas al tesoro de la sociedad, con las que se atracaba de dulces y pastelillos en la confitería del francés de la calle de los Plateros. Nos enredaba con todo el mundo y entre nosotros mismos nos ponía que no sabíamos cómo entendemos; y como poseía una facundia y una labia que el mismo diablo le habría envidiado; y a las veces recitaba con una gracia indecible cosas muy bonitas, en prosa o en verso, que se aprendía de memoria y con las cuales. en ocasiones nos hacía reir como tontos, y otras nos CUADROS DE COSTUMBRES 107 arrancaba lagrimones como cerezas; y tenía relaciones en todas las botillerías de la vecindad; y era amigo y conocido del género humano .. " se nos impuso como una necesidad; como el hombre indispensable en la asociación, y ya no pudimos pasamos sin él. ¡Asombrosa criatura! Los caracteres serios del Liceo protestaban a menudo contra la influencia malsana del Loro; pero el muchacho, malicioso como un gallinazo, comprendía la cosa, se hacía el chiquito y el mimado, y entonaba con voz compungida y contrita el peccavi; ofrecía que en lo sucesivo sería otro, que no volvería a mentir ni a enredar, y mil promesas más, que nunca cumplía, porque a las pocas vueltas el natural lo dominaba de nuevo. Al fin uno de los jaques del Liceo juvenil (que también contaba la corporación con hombrecillos de pelo en pecho) se cansó de tolerar las burlas del Loro, quien con sus embustes estuvo al canto de ponerlo en ridículo delante de personas respetables; le esperó una tarde a la salida de la sesión, y le dio una tunda que lo hizo cantar. Ese día se descubrió que el pobre Loro, aunque acumulaba muchas y variadas habilidades .' d'lre'1..... en su persom'11a, era muy .... ,como ¡muy gallina! Y desde ese momento empezó para él una existencia desgraciadísima, pues conocida su parte vulnerable, conviene a saber, la flojera, hasta los granujas del colegio se le 108 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA encaramaron en la nuca y procedieron como en país conquistado. No fue larga la vida del Liceo juvenil. Como en las corporaciones de las personas grandes y formales, pronto se suscitaron emulaciociones, surgieron rivalidades y desagrados, en una palabra, se reveló, como siempre el elemento humano con todas sus pretensiones y ruindades, sin que fuese parte a desvirtuar tan menguados sentimientos la influencia juvenil que, generosa y noble, no alcanzó a formar ambiente bastante paia que píedoB1inasen . allí únicamente las manifestaciones del corazón y de la inteligencia. De ahí que el mejor día fuese tal el alboroto y tan grande la algazara, que el presidente, cansado de gritar: ¡al orden, señores, al orden! y de agitar la campanilla hasta voverIa pedazos, se cubrió majestuosamente y descendió las gradas del solio para retirarse, en los momentos precisos en que un tintero lleno, lanzado no se supo por quién, fue a dar en su pecho, inundólo en tinta y, por r.arambola, nos roció en regla a los demás socios que andábamos por allí. Renuncio a describir la escena que sucedió a semejante incidente. Hubo puñadas, estrujor.es, mordiscos, gritos y vociferaciones de: ¡tú fuiste! ¡no fui yo! ¡SOcanalla! jsinverguenza! ¡más lo es éll etc., etc. En fin, todo como si hubiéramos sido ya hombres de barbas, y CUADROS DE COSTUMBRES 109 en vez de miembros de una Sociedad literaria pour rire, padres conscriptos reunidos en con- greso. Cuando Carlos, los Gutiérrez, Suárez y yo nos vimos sanos y salvos en la calle de Florián,apenas si lo creímos. ¡Qué pelotera aquélla Dios santo! * ** A medida que el vuelo infalible de los años me llevaba a las regiones encantadas de la adolescencia, se hacían sentir con mayor fuerza en mi espíritu la afición y el entusiasmo por las diversas formas que en la literatura sirven de vehículo al hombre de sentimiento para expresar sus más caros ideales. Experimentaba algo semejante a la necesidad de trasladar a lo escrito de un modo claro, que resultara interesante por la vivacidad de la frase y. lo original de la idea, los pensamientos que cruzaban mi quimérica mente, arrebataba por mirajes deslumbradores hacia espacios soñados que mi vagabunda fantasía poblaba de visiones risueñas ... ¡Cuántas veces, impulsado por esas aspiraciones generosas, pretendí desplegar las nacientes alas para volar a las regiones maravillosas que mi alma me mostraba tan bellas!... Pero, iayt_~ __ªPenªLiI)~E:X1ta-ºQ.~L_yu~lºl recogi~n- 110 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA se tímidos los débiles muñones y volvía a caer pesamente en tierra! Mi entusiasmo por las bellezas naturales, expresión grandiosa de la labor divina, había llegado a su apogeo; y a ese noble sentimiento se asociaban en mi alma impresionable el recuerdo de los gratos y tranquilos días de la infancia y la memoria de los lugares en donde esos momentos dichosos transcurrieron; la imagen de los seres que entonces me amaron y a quienes, a mi vez, prodigué mi cariño ... Todo ese conjunto poftico y risueño volvió vigoroso a mi espíritu y lo impregnó con el aroma de las flores benditas que embellecieron mi niñez. Pero la exageración del sentimiento ahogaba mis propias concepciones, o, para expresadas, encontraba demasiado vulgar el órgano insuficiente de mi pobre palabra. Oía resonar en mi interior las notas melodiosas y sublimes de un instrumento rico en armonías, que era mi corazón; mas esas notas, dulces y melancólicas, esas modulaciones delicadas y tiernas, se perdían en los infinitos espacios de mi alma, como se pierde en el seno de la atmósfera la fragancia exquisita de las flores. Ese concierto perenne, especie de idilio musical compuesto de dolores y alegrías de recuerdos y esperanzas; sinfonía misteriosa que revelaba a ocultas la situación de ni ánima, sólo era escuchado por mí... ¡Oh, si yo hubiera nacido poeta, habría cantado entonces has- CUADROS D1:; COSTUMBRES 111 ta hacerme inmortal! Pero, venido al mundo sin fuerzas para mostrar a los demás mis pensamientos con la elocuencia y con la gracia de un verdadero vate, tuve que contentarme con sentir, sin poder hablar a los hombres en el lenguaje de los dioses. El hombre recibe con la vida la vocación que ha de decidir de su destino. Es cosa inevitable; y en eso, como en todo, hay que someterse a la voluntad suprema de la Providencia. El que nació para obrero, ama los útiles del oficio que habrá de ejercer, desde que empieza a balbucir las primeras palabras; y fijas tendrá siempre en el cielo las miradas, aquel que viene al mundo destinado a contemplar eternamente las estrellas. Grande y hermoso es lo último cuando el que, constituído así por el querer de Dios, ha de vivir en el seno de sociedades cultas y espirituales, capaces de estimar y comprender el sublime empeño del genio en dar cumplimiento a las divinas palabras de Jesús: "no sólo de pan vive el hombre»; lb mismo es una gran desgracia para los que, animados por altos y nobles pensamientos, arrastran la pesada cadena de la vida en medio de pueblos ajenos a las fruiciones del arte, donde sólo se da el nombre de trabajo al esfuerzo que doma la materia y en los que el sagrado vocablo literatura, sirve a los necios y petulantes de la mayoría de emblema irónico de mentira y de farsa ... 112 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA Los hechos se verifican así por la fuerza misma de las cosas. y por eso no tienen remedio: predicar en sentido contrario es perder el tiempo; protestar contra tal orden de ideas j insensatez! A los diez y ocho años no podía ver el mundo con la claridad con que hoy me lo deja ver la experiencia de la edad madura. Por tal motivo, como pude y no como quise, di rienda suelta a mis inclinaciones; me revestí de audacia y dije al público en letras de molde algo de lo que pensaba en el secreto de mi alma. Dos asuntos ocuparon de preferencia mi pluma de principiante: la mujer. y no la mujer como se quiera, sino la mujer pobre, paupérrima; y los pobres en general. Me convertí en un San Martín amateur de literatura; en un San Juan de Dios, polluelo de escritor público. Acaso la estratégica escogencia de mis temas me libró de las burlas de muchas gentes y me puso a cubierto de más de una crítica zumbona, pues los pobres son legión, las muieres, legión, y siempre es bueno apoyarse en legión: la legión es fuerza y ya se sabe que la fuerza es el más poderoso y eficaz de los apoyos. Fue el señor don José Leocadio Camacho la primera persona del mundo de las letras que amparó mis tímidos ensayos. Era en esa época el señor Camacho un hombre muy jóven aún, inteligente. instruído y virtuoso que CUADROS DE COSTUMBRES 113 se distinguía especialmente por la bondad con que estimulaba a la juventud estudiosa. A ese apreciable caballero y noble artesano, que tanto honra la alta clase obrera de Bogotá y tan bellas muestras ha dado de su talento; al progresista y laborioso don Nicolás Pontón y, sobre todo, a mi inolvidable y llorado amigo don José Joaquín Borda, debí la inefable satisfacción de ver publicados por primera vez mis renglones de aficionado. Lo confieso: mi placer fue muy grande: nada hay comparable a las gratas emociones que experimenta un aprendiz de escritor cuando ve impresos sus ensayos que, en su inocencia de las cosas de la vida, él juzga, cuando menos, como obras acabadas, que el público va a disputarse con avidez. Esas sensaciones se debilitan, se gastan con la frecuencia, como sucede con todo en este mundo efímero, principalmente con aquello que no tiene más sustentáculo que la ilusión; pero su amable recuerdo acompaña al través de las amarguras de la existencia y es como un oasis en medio del desierto que dejan en el alma los desengaños y los padecimientos. Era muy joven cuando tuve el honor de contraer relaciones con el señor don Manuel Pamba, uno de los hombres más benévolos, espirituales y distinguidos de Bogotá. Con él consultaba mis ensayos, antes de atreverme a -sQU~iLaL __ cQlºcació~para __ ello5-_en_las.hoj.as-li",- 114 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA terarías de la capital; y como es tan indulgente, escuchaba con santa paciencia, él, ático y atildado literato, la lectura de mis pesados articulan es sobre asuntos que nada tenían de originales ni de nuevos; y me ayudaba con sabios y oportunos consejos de maestro, lo cual contribuyó, acaso, más que ninguna otra circunstancia, a que mis pocos lectores no protestaran. contra esos desatinos de principiante. Es el señor Pombo uno de los más valiosos amigos que me ha deparado mi afición a las letras. tv1e encontraba en el colegio de los señores Pérez cuando un día, impelido por el anhelo de lectura que me asediaba siempre, tomé un número del reputado periódico El Tiempo, y en él vi un artículo extenso, rubricado: Una excursi6n por el Valle del Cauca ... Imagine el lector lo que ese título tendría de decidor para mi pobre alma, mortalmente entristecida por la ausencia de la tierra nativa! Al pie de ese escrito, uno de los más amenos, conceptuosos e interesantes de cuantos en ese género han visto la luz en Colombia en los últimos cuarenta años, se leían dos iniciales: P. M. En su modestia esquiva, el eminente escritor había llegado hasta el extremo de invertir el orden natural de las primeras letras de su nombre y apellido, para desorientar a sus admiradores. Por lo que se refiere al más oscuro de éstos. el señor Pamba había contado sin la curiosidad tenaz de mi entusiasmo; CUADROS DE COSTUMBRES 115 pues impresionado con aquella lectura deliciosa que tan a ]0 vivo y con expresiones de tan elocuente poesía me mostraba, como al través de una lente mágica, la espléndida naturaleza de mi país, tanto hice hasta que logré desentrañar el querido y respetado nombre del ameno escritor y hombre distinguido que con el tiempo habría de honrarme con su amistad y su cariño. Nadie ignora en Bogotá que es difícil encontrar un hombre de trato más discreto y amable que el señor Pamba. Su fácil y castiza conversación, animada por recuerdos de no corta existencia, en el curso de la cual ha sido testigo de una multitud de hechos importantes para la vida pública y la crónica privada del país, lo primero con tanto mayor razón cuanto su respetable padre fue uno de los hombres que más eficazmente intervinieron en la existencia política de la nación por tiempo considerable; tiene todo el atractivo de una narración de A]ejandro Dumas, unido al encanto de un lenguaje sencillo, original y festivo. Entre las particularidades de hombre educado que distinguen a don Manuel, recordaré siempre la puntualidad extremada con que da respuesta a todas, todas las cartas y esquelas que se le dirigen, siquiera sea muy trivial el asunto que las motive; y la manera suave, comedida y circunspecta con que acoge a quienquiera-que-a-éL- se---aceF~ue.-bie-fl-st.tGeEla--est-o- 116 BIBLIOTECA ALDEANA DE 'COLOMBIA en momentos de dicha y placidez, bien en días en que, como a todo hijo de Adán, le aquejen contrariedades o pesares. A primera vista parece fácil proceder en ambos casos como procede habitualmente el señor Pamba, y tiene asomos de perogrullada el presentar como recomendación de un caballero la fiel práctica de esos actos de civilidad corriente: Ponga la mano sobre el pecho aquel a quien ocurra la observación, y diga con sinceridad absoluta si se siente capaz de obrar de igual modo en circunstancias análogas. Puede 'juzgarse de la espiritualidad de don Manuel Pamba por el siguiente rasgo, insignificante en apariencia si se quiere, pero muy expresivo por la piadosa poesía que en su esencia revela. Hombre de extensas relaciones en la capital de la República y sumamente popular entre sus amigos, suele ser invitado a casi todos los matrimonios de la alta sociedad bogotana; y en aquellas fiestas de familia, nunca olvida exigir a la desposada una flor de la simbólica corona de azahares que en tan solemne día ha adornado sus sienes. Con esas flores, emblema de pureza, llevaba formado en más de veinte años un ramillete espléndido, el cual había puesto, a guisa de ofrenda propiciatoria, al pie de una hermosa imagen de la Virgen de las Mercedes que guarda cuidadoso en su habitación particular. CUADROS DE COSTUMBRES 117 * ** El inolvidable literato don José María Vergara y V. me favoreció una vez con la inserción de algunas líneas mías en las columnas de su interesante semanario «La Fe~. Fue ese el punto inicial de las cordiales relaciones que después me unieron con aquel malogrado escritor, a quien pudiera haberse dado el título de maitre, con que en Francia son designados los hombres de letras que descuellan por su originalidad y su talento. En Bogotá nadie ha olvidado que el señor Vergara era un hombre de gallarda presencia, trigueño, muy barbado y más bien cenceño que membrudo; de nariz bien hecha, frente amplia y ojos muy negros, de mirada suavemente acariciadora. Los rasgos característicos de esa fisonomía tan distinguida como simpática los encontré años después reproducidos en muchos sevillanos y granadinos, pues al tipo andaluz correspondía, acaso por afinidades atávicas, el historiador de la literatura nacional. Agradable y festivo en su trato, don José María era un tanto dado a las bromas cariñosas; hiriente, nunca; manso y bondadoso, siempre. Con' su muerte, Bogotá perdió uno de sus mejores hijos, que si la honró mucho por su ingenio y su erudición, sus grandes dotes de -poeta-Qulce-- y- seIlGi-Uo--Y-Slls--relevafltes--€endi- 118 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA ciones de galano y delicado prosador, no la enalteci6 y sirvi6 menos con las nobles pren~ das de su caritativo espíritu; todo él piedad, amor y abnegaci6n. La víspera de partir para Europa, en 1868, me llev6 a su casa; y estando allí, sacó su retrato en fotografía, y me lo dio, después de haber escrito su nombre en el reverso .... ¡Ay! no pensé entonces que aquélla sería la última vez que lo vería sobre la tierra: a su regreso a Bogotá expiró, dejando tras sí un reguero de lágrimas sinceras. Pasado un año volví a la capital de la república, y tuve el consuelo de llorar a mi vez sobre su tumba. Valióme mi gusto por los asuntos literarios la adquisici6n de otras relaciones no menos importantes que las mencionadas: las de los señores don José María Samper y don Salvador Camacho Roldán. ¿ A qué mejor recom· pensa puede aspirar el admirador vehemente y sincero de los hombres que forman la corona gloriosa de la patria, que a la que procu~ ra el goce de amistades que honran y consuelan, como las de los eminentes colombianos cuyos nombres acabo de escribir? Hallábame recogido en mi habitación una noche del mes de junio de 186., y serían las once y media cuando oí que alguna persona llamó a la puerta que daba a la calle e inquirió por mí. Levantéme, salí y me encontré con un criado de buen aspecto, quien me sa- CUADROS DE COSTUMBRES 119 lud6 con cortesía y puso en mis manos una esquela. Abríla al punto y leí en ella las siguientes palabras, escritas en una letra de forma bien d~terminada y de contornos acentuados: «Estimado señor: «Me encuentro reunido en este momento en mi casa, que es la de usted, con algunos amigos de confianza, en mosaico pleno; y deseo que usted me complazca en venir a ella para tener el gusto de estrecharle la mano y presentado a mi señora y a mis amigos, suplicándole se sirva acompañarnos a tomar una taza de té. «Su estimador, )OSE MARIA SAMPER>. No tenía yo el honor de ser amigo del señor Samper, y ningún motivo podía hacerme presumir que mi oscuro nombre hubiera llegado a su conocimiento. Aquella amable cuanto honrosa e inesperada atención no dejó, pues, de sorprenderme. Sin embargo, me vestí apresuradamente y me trasladé a la habitación del ilustre publicista. Una vez allí, no tardé en obtener la clave de lo que acontecía. Devoto del señor Samper, cuyas obras históricas y literarias había leído con gran interés. muchas veces había expresado mis senti- 120 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA mientas de admiración en presencia de don Manuel Pamba, amigo íntimo y compadre del autor de Martín Flórez, a quien designaba familiarmente con el abreviado de Pepe. Hombre incapaz el señor Pamba de guardar secreto a sus amigos cuando se trata de hacerles saber el bien que de ellos se diga, como hiciese parte del mosaico congregado en casa del señor Samper en la noche a que me refiero, dio cuenta cabal a su compadre de cuanto yo le había dicho en el calor de mi entusiasmo, agregando-lo qtle, por lo demás, era muy cier= to-que para mí sería una dicha relacionarme con él. Vehemente y activo en todos sus actos; naturaleza ardiente y generosa, en la que predominaba la gran virtud del reconocimiento, el señor Samper no quis0 esperar la coyuntura ordinaria que, sin duda, habría presentado el mismo señor Pamba para que contrajésemos amistad, sino que al punto me dirigió la esquela que trascribí antes. En los primeros momentos de mi permanencia en el salón del señor Samper, me sentí embarazado. Además de los respetables dueños de casa se encontraban allí personas muy distinguidas, para quienes yo era un desconocido: don Alejandro Posada, don Diego Fallón, don Ricardo Silva, don José María Quijano O ... Natural era, pues, mi turbación, pero ella no duró mucho: las incontables personas que cultivaron las valiosas relaciones del cele- CUADROS DE COSTUMBRES 121 brado autor de La literatura fósil, saben cuán expansivo y afectuoso era aquel eminente hombre público y cuántos tesoros de generosidad y benevolencia guardaba en su gran corazón. Abrumóme con. sus atenciones; y en esa grata noche-ole la cual conservaré mientras viva el inolvidable recuerdo-quedó consagrada por la simpatía recíproca la amistad que nos unió después. Con el señor Camacho Roldán me relacionó el honroso incidente que paso a referir. Publicábase en Bogotá, con el título de La Paz un periódico político de mucha importancia. El nombre del periódico era su mejor programa, pues sin eludir el estudio de los grandes problemas políticos, económicos e industriales que agitan sin cesar las sociedades civilizadas, a nadie podía ocultarse que el objeto principal de aquella publicación consistía en trabajar por todos los medios posibles a fin de conservar la tranquilidad del país, en momentos de suyo difíciles por las circunstancias especiales que se atravesaban entonces. Era jefe de la redacción de La Paz el señor doctor Camacho Roldán, y bastaba su respetable nombre para dar al periódico una eficaz y legíti. ma influencia. 122 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA A menudo recibía cartas del país de mi nacimiento, en las que se traslucía la satisfacción producida en el ánimo de los caucanos pensadores y honrados por la propaganda benéfica de La Paz, propaganda que formaba singular contraste con el empeño mal encubierto de algunos órganos perturbadores de la prensa bogotana, entre otros un semanario dirigido por un personaje político de relumbrón, " .... cuyos propoSltos aVIesos no eran un mIsterIO para nadie. r"......,."" ,-,VUIV .. paIsanos, ..,•..+-:".;~...,"_ }-IOl ~1"'Il-'a':><J ,..J_1 U~l __ ...:1_ ...J-. UIUUU UI:; _._~:_ ;:)l:;lll ..U .-:1_ ~--:- UI:; 1111;:) ." " me permltl, constltUlrme en organo oficioso del reconocimiento público-cosa tan conforme con mis entusiasmos juveniles-y escribí una manifestací6n, que hice imprimir y circular en hojilla volante. Al día siguiente apareció en la sección editorial del periódico antagonista un suelto, en el cual se decía que La Paz empleaba medios reprobados y vulgares para formarse atmósfera de popularidad ficticia, una vez que la hoja que había circulado la víspera evidentemente tenía que ser obra de la Redacción de aquel semanario. Fundábase tan peregrino cuanto ofensivo cargo, en que el impreso volante había sido editado en la misma imprenta en que se publicaba La Paz .... No había querido poner mi nombre al pie de la hojilla porque temí que la circunstancia CUADROS DE COSTUMBRES 123 de ser el de una persona insignificante perjudicara al objeto que con ella me proponía. Así, tan pronto como tuve conocimiento de la ofensiva aseveración del periodista subversivo, me presenté en la oficina del doctor Camacho Roldán y le manifesté que, siendo yo el autor responsable del escrito que motivaba el desagradable incidente conocido del público, acu· día a la Redacción de La Paz con el objeto de autorizar al respetable director de ese semanario para que expresase con entera libertad 10 que ocurría en el asunto. Tratándose de un caballero como el doctor Camacho Roldán, cuya cultura y civilidad son proverbial es en toda la república, fácil es darse cuenta de la manera atenta y cumplida con que fuí acogido por él. Expresóme en términos de calurosa efusión la complacencia que en su ánimo producía el paso dado por mí; pero se negó en absoluto a usar de la libertad en que yo lo dejaba. Comprendí al punto los motivos de dignidad que inspiraban su abstención, y no insistí sobre el particular. Cuanto al incidente en sí mismo, la sociedad sensata lo juzgó con severidad, censurando con acritud la ligereza del temerario periodista. De ello ningún desdoro resultó para La Paz, pues el noble silencio con que su respetable Director correspondió al vi- 124 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA llano insulto, fue la reprobación más elocuente de aquella injusticia. Ruego al lector crea que no refiero estas cosas por lo que ellas puedan tener de lisonjeras para mi amor propio. Escritos e3tos Recuerdos, cuando ya la nieve de los años empieza a blanquear mis cabellos, y remontándose ellos a tiempos que bien puedo llamar, para mí, por lo menos, tiempos muertos, tal sentimiento equivaldría a puerilidad, imperdonable en quien aspira, sobre todo, a ser atendido con indulgencla por el pUOllCo.~1 de ellas se derIva algún honor, bien se comprende que él corres· ponde a los distinguidos caballeros que procedieron conmigo del modo que dejo referido, pues pintan bien el carácter hidalgo y generoso de quienes, colmados de glorias y colocados en muy alta posición social, descendieron, en su bondad, hasta acoger, agradecidos, las manifestaciones de aplauso y admiración del pobre e insignificante joven que era entonces el autor de las presentes páginas. • _ 1 J' t 1. I""l •• 1 ••.••• ~ .• *** Al hacer el grato recuento de los hombres generosos que alentaron mi extrema juventud con su cariño, su estímulo y sus consideraciones, creería cometer la más negra de las ingratitudes si omitiera el nombre del venerable caba- CUADROS DE COSTUMBRES 125 llero don Narciso Sánchez, uno de los últimos y más dignos represéntantes de la generación que precedió a la nuéstra, en los promedios del siglo que termina. Serán contadas en la capital de la repúbli. ea las personas nacidas antes de 1860 que no recuerden al respetable doctor Sánchez, pues era bien conocido de todas las clases sociales, ya por sus relevantes prendas personales, ya por haber servido en el curso de largos años el importante empleo de Notario Primero del Circuito de Bogotá, al cual supo imprimir el carácter de elevada integridad que era propio de su persona moral. Circunstancias que no es del caso referir aquí me procuraron la honra de relacionarme con el doctor Sánchez y me colocaron en situación de poder apreciar con entera imparcialidad las altas dotes de aquel venerable anciano, tipo cumplido del caballero probo y benévolo. Era el doctor Narciso Sánchez hombre corpulento y de estatura elevada, que apenas si había podido encorvar lo avanzado de la edad; cabeza abultada, de facciones gruesas; grande y carnuda la nariz; bilioso el tono de la tez, y lbs ojos garzos, de expresión dulce, que revelaba la mansedumbre de su alma de niño y formaba contraste con la gravedad habitual de su porte. El rasgo culminante de la fisonomía moral 126 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA de ese patricio benemérito, lo constituía el desprendimiento de los intereses, llevado hasta los límites de lo increíble, casi hasta el abandono; circunstancia tanto más singular y recomendable cuanto, por sabido se calla, que en la mayor parte de los ancianos llega, por lo general, el culto del dinero hasta la exageración vituperable de la avaricia. No hago resaltar precisamente esa cualidad del doctor Sánchez porque, siendo jefe de una numerosa familia, compuesta de hijos, nietos y sobrinos-de los ___ .A._...,_.L_ .....,....•.•-f'11!:llpc:l pr!:l (lni('{) " J pfif'!:l'7 - .•..• --- !:ln{)V{)-f'11YY1nl jpr!:l l;:{) -t""-J -- .•..•..•. ~ .••. _ •._ •..•. __ lícito los deberes del más afectuoso de los padres; sino porque, no obstante gravado carga de suyo ponderasa, era la providencia terrenal de muchas gentes menesterosas y desvalidas de la capital, familias y personas con quienes s6lo lo unía el vínculo santo de la caridad. Indudable que era pingue la renta que le procuraba el empleo que ejercía, pues además de que para nadie es un misterio el movimiento considerable de los negocios que diariamente se efectúan en Bogotá por compra y venta de bienes raíces y bienes muebles, traslación de acciones, poderes etc., todo lo cual representa un cúmulo enorme de actos que tienen que ser extendidos ante Notario, en el presente caso la gran confianza que inspiraba al público el íntegro anciano hacía que el trabajo de su oficina le produjera utilidades de una CUADROS DE COSTUMBRES 127 cuantía importante; y si el doctor Sánchez hubiera sido, no diré avaro, sino simplemente económico, habría acumulado un verdadero capital. Pero tengo evidencia, en razón del conocimiento íntimo, de la noble manera como empleaba sus ganancias diarias, de que cuando le lleg6 la última hora sólo pudo dejar a sus virtuosas hijas la envidiable herencia de un nombre inmaculado. Lo curioso del caso era que las condiciones características de la edad en que se encontraba el doctor Sánchez no alcanzaban a perderse del todo, ahogadas por los sentimientos generosos que constituían la esencia de su manera de ser. Sucedía a menudo, pero con mucha frecuencia, que cuando nos encontrábamos en la oficina en lo mejor de la redacción de la póliza para alguna escritura de venta, o extendíamos la matriz de un poder generalísimo, se presentaba de improviso una sirvienta (pongo por caso) y preguntaba por el doctor -jHum! murmuraba el anciano con su gravedad habitual y su voz de bajo profundo: ¿qué es? -Mi señora tal (o mi amo cuál) decía la sirvienta. manda saludar a sumerced con mucho cariño y le suplica le haga el favor de emprestarle los diez pesos de que le habló ayer, pues se los cobran con mucho empeño, Yo o o • -jVálgame Dios! exclamaba el doctor Sánchez un sí es no es amostazado: ¿hasta cuáno o 128 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA do durará esto? ¡Qué calamidad!. ., y en seguida, levantándose de su asiento y encaminándose hacia la arquilIa donde guardaba el dinero, agregaba en voz más baja y cambiando de tono: -¡Pobres gentes! mucha será su necesidadcuando se ven en el caso de molestarme. Acaso diez pesos no alcancen a aliviar su penosa situación ... ¡Mejor será mandarles veinte! ... iY los enviaba! Otro de los perfiles salientes del carácter del doctor Sánchez era la mansedumbre. Obligado por la naturaleza de su empleo a estar siempre en contacto forzoso con gentes de la más opuesta índole y de educación la más diversa, no había contrariedad que le fuese ahorrada y diariamente padecía lo que no es decible con impertinencias de todo género. Y sin embargo, en el largo espacio de tiempo que permanecí a su lado, nunca tuve ocasión de verle enojado con nadie. Además, hombre benéfico en el sentido más amplio de la palabra, a menudo cosechaba ingratitudes, como es regular que así suceda a todo el que presta servicios y dispensa favores; y, no obstante, jamás 10 oí quejarse de la malevolencia humana, ni tuve motivos para juzgar que se hubiese arrepentido de ejecutar el bien. Desde muy temprano concurría todos los días a su oficina, situada, como debe recordarse, en el salón alto del Bazar Veracruz, que CUADROS DE COSTUMBRES 129 mira a la segunda Calle real; y allí, rodeado de ocho o diez jóvenes pobres, a quienes hacía ganar el pan cotidiano y trataba con la bondad de un padre afectuoso, trabajaba cuatro o cinco horas, sin que el exceso de la labor-en momentos en que se acercaba a los ochenta años-le hiciera murmurar nunca. Indulgente con los inferiores, el doctor Sánchez, circunspecto y callado de ordinario, se hacia verboso y pródigo en palabras expresivas cuando se trataba de consolar infortunios, de disculpar faltas invoIuntarias o de estimular los sacrificios de la virtud o los esfuerzos de la inteligencia. Tal fue aquel anciano noble y digno, que pasó por la escena de la vida sin más propósito que el de hacer el bien, y bajó a la tumba bendecido por una descendencia de patriarca, a la cual dejó un alto ejemplo qué imitar. * ** Por los años de 1865 a 1866 conocí a Isidoro Laverde Amaya. La casa donde habitaba este jóven era vecina de la mía, y de esa circunstancia feliz nacieron nuestras relaciones, que en seguida fomentó cierta similitud de gustos y, si se quiere, de caracteres, e hizo durables hasta la ~oca Pfesente el decidido e.ntu- 130 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA siasmo que ambos hemos sentido siempre por las cosas literarias. Era Isidoro en aquel tiempo un jovencito delgado, de quince a diez y seis años, poco más o menos; de tez mate con tintes rosados; facciones muy finas, casi femeniles, ojos pardos, risueños, y cabellos muy negros. Al entrar en la juventud elevóse su estatura, aunque se conservó cenceño, y adornó su rostro un espeso collar de barba, del mismo color de los cabellos. 't\.A"1"1,rioh"''''t.. ~V~""v IQvU o ,...:lo 1_Á_l". UV "",t .• _ .•. ,.n, u~UVJ.~ <>•••• QV~ "7 :t t.....l_,.. !"'Io-J ••.•• a~laUaJJl't;;:) _!""to lua- neras desde niño, fue Isidoro hijo único muy mimado de una santa señora que debió de ha· ber sido bellísima, y de un caballero distinguido y estimable, aunque un tanto grave y retraído. Cuando conocí a la señora madre de Isidoro, su presencia produjo en mí el mismo efecto que me habría producido una imagen de Santa Teresa de Jesús que hubiera cobrado de improviso la animación y los colores de la vida. Era joven aún, se parecía extraordinariamente a su hijo, y en su semblante escultural, que tenía los tonos ebúrneos de la azucena próxima a marchitarse, se adivinaba ese no sé qué indefinible y melancólico que se observa en el de todas las personas destinadas a morir pronto ... 1nvoluntariamente se agolpaban las lágrimas a los ojos cuando, accediendo por condescendencia a reiteradas súplicas CUADROS DE COSTUMBRES 131 de sus amigas, la señora se sentaba al piano y, después de sentidísimo preludio, hacía oír algunos fragmentos de música escogida, como el gran dúo de Norma, por ejemplo, o el Miserere, del Trovador. Parecía entonces como si el alma de la sensible y distinguida dama se comunicara con el teclado por lazos invisibles y le transmitiera las exquisitas y sentimentales impresiones de su esencia misma. ¡Ay! cuando mi pobre amigo vio volar hacia el cielo esa madre adorada, que era la vi. da de su vida, creyó morir también; y su espíritu recibió uno de esos golpes terribles, de los cuales no se repone nunca un hombre sensible. Apenas si el afecto solícito de su buen padre, los viajes por comarcas amigas, en donde fue acogido con favor singular, y el cariño por los libros, que ha dominado su existencia; apenas, agrego, si las manifestaciones de amistades sinceras y los triunfos obtenidos en el periodismo y en obras de aliento, han logrado atenuar aquel dolor inmenso, tan justo como inconso. lable! ¡Pobre Isidoro! Perseverante en su afecto por mí, siempre encontraba Isidoro oportuno pretexto para darme el gusto de pasar de su casa a la mía; y en mi cuartito de estudiante, rodeados de láminas, de libros y de flores, mientras que afuera las más de las veces llovía como suele llover en Bogota, esto es, a torrentes y por horas-seguidas_:-en- tanto- que-eL viento-silbaba 132 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA por entre las junturas de los cristales de la única ventana y el agua caía a chorros con es\ trépito sobre las baldosas del patio cercano; bien abrigados y calentitos, devorábamos periódicos, novelas, versos ... iQué ratos tan deliciosos nos proporcionábamos allí con Dumas, Sué, Feval y BaIzac! ¡Cuán delicadas e inolvidables emociones nos procuraban con sus escritos Vergara y Vergara, Guarín, Caicedo Rojas, Silva, los Ortices, los Pombos y los Pérez!... Recuerdo que entonces se publicaba en Bogotá El Iris, periódico literario del señor Borda. ¡Con qué ansiedad esperábamos el día de la salida-de esa amena publicación, para recrearnos con las bellas cosas que allí aparecían! En El Iris leímos por primera vez Las tres tazas, del ingenioso Vergara; El Remiendito, de Silva, el inimitable Silva; El Maestro Julián, de David, y muchas preciosidades más que son como otras tantas perlas de purísimo oriente que enriquecen el joyel de nuestra literatura. A Isidoro le encantaban los dramas y comedias y perecía por todas las cosas de teatro. Hubiera podido creerse, en presencia de tan marcada afición, que con los años habría de encaminar sus notables aptitudes al cultivo del género dramático, tan desdeñado entre nosotros; pero no fue así: el estudio y la reflexión cambiaron el curso de sus inclinaciones artísticas y, con el correr del tiempo, adquirió CUADROS DE COSTUMBRES 133 gusto decidido por la crítica bibliográfica. En tan difícil campo de especulativa literaria ha producido Isidoro excelentes trabajos, que son muy leídos y en los cuales acaso no haya de tachable sino la parte en que, con excesiva benevolencia, juzga a algún escritorzuelo de provincia, en quien el cariño le hizo ver dotes que no existen. Por 10 demás, esos escritos, como sus volúmenes de Viajes, y otros que pertenecen a los géneros biográfico y bibliográfico, se señalan por la sencillez y tersura del estilo, la oportunidad y cesudo alcance de las apreciaciones y lo acertado e imparcial de los conceptos. En esos trabajos, resultado de la incansable laboriosidad y paciente investigación de Laverde Amaya, encontrarán los historiadores y bibliógrafos del porvenir fuente abundante de datos exactos que disiparán muchas sombras de lo que, presente hoy, se llamará entonces pasado, y contribuirán a que nuestra época literaria sea apreciada con algún acierto por los críticos del futuro. Solíamos Isidoro y yo dar largos paseos por Las Cruces, El Aserrío, Egipto, Aguanueva, San Diego y otros sitios pintorescos de los alrededores de la capital, propios, por lo excéntricos y solitarios, para seducir nuestro espíritu, poblado en todo momento por mil ensueños y románticas visiones. El tema predilecto de nuestras disertaciones en esos paseos lo -constituía.rLlQ5---.-Comentarlº-5_íclªJJY9.La_Jª§.. 41- 134 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA timas lecturas que hubiéramos hecho juntos y los risueños y variados proyectos relacionados con nuestras comunes aficiones. Desde esa lejana época se descubrían ya en mi joven amigo las notables dotes de bibliógrafo y crítico de que después ha dado distinguido testimonio. Muy joven aún colaboró Isidoro en periódicos nacionales, ya con trabajos propios, ya con traduaciones muy correctas del francés; y su labor literaria ha sido tan considerable en rl rl',..J ... 1 ~ecurso e... ve mas ue ,reintlcinco atiOS, que, puede afirmarse, es él uno de los escritores de nuestra generación, que más han trabaj ado en el campo fecundo y hermoso del periodismo. Animado en toda circunstancia por las disposiciones más benévolas hacia sus compañeros de aficiones y gustos; admirador entusiasta y vehemente de los hombres notables que nos precedieron en la civilizadora tarea de enaltecer el pensamiento humano; y sin gota de hiel en el alma, ni la más lejana sospecha de lo que pueda ser la envidia, a semejanza del malogrado Adriano Páez, de gratísima memoria, Isidoro ha hecho conocer ventajosamente en el país y fuera de él a muchos prosadores y poetas noveles que la genial indiferencia de nuestros compatriotas dejaba sumidos en completo olvido, y ha confirmado con sus conceptuosos escritos la fama de que ya gozaban otros literatos renombrados.· A fuerza de estu- CUADROS DE COSTUMBRES 135 dio y de perseverancia ha logrado acumular considerable acopio de erudición literaria, de la cual son fruto bien sazonado las diversas obras que sobre bibliografía colombiana y viajes ha dado a luz en diferentes épocas, y la muy notable Revista Literaria que publicó en años pasados con aprobación y aplauso de la sociedad culta. Ni el transcurso del tiempo ni la ausencia, mar de sombras en cuyas olas naufragan tantos y tan nobles afectos; ni la distancia, ni ... ninguna de las cosas que contribuyen, por lo común, a entibiar poco a poco el cariño entre los amigos que no se ven' diariamente, han sido parte a minorar la estimación sincera que siempre nos hemos profesado .... ¡Devuelva Dios en dicha a lsidoro los gratos momentos que a la benevolencia de ese amigo querido debe mi pobre alma rudamente combatida por el dolor! * ** Por aquel mismo tiempo estreché relaciones con otro joven, compatriota mío: Jorge Enrique Delgado. Este talentoso e interesante muchacho fue enviado de Guadalajara a Bogotá por su respetable padre, el conocido abogado caucano doctor Anselmo V. Delgado, de grata JlleJ::DOsiªLl?_ara Que estudiara medicina. A la 136 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA sazón se había reorganizado la Escuela respectiva sobre un vasto y sabio plan de reformas trascendentales, e iban a ser regentados los cursos diversos que constituyen esa elevada Facultad por profesores tan distinguidos como los doctores Osario, Bayón, Vargas Vega, BuendÍa, Pardo, etc. ' Delgado entró con decisión y entusiasmo en la senda espinosa de tan serios estudios, resuelto a no trepidar hasta ver coronados sus esfuerzos con la adquisición de los complicados y extensos conocimientos que debe poseer a fondo el verdadero médico para ejercer como se debe el augusto ministerio de aliviador y consolador de los padecimientos humanos; pero, no porque las ciencias naturales, primero, y en seguida la farmacia, la anatomía, la fisiología y la obstetricia, embargaran lo más claro de sus días y lo disponible de sus noches, echó en olvido la poesía, deidad encantadora, de la cual había sido devoto constante desde niño .. " Sí, porque Delgado es poeta y de los verdaderos, es decir, poeta de corazón; y si no, óigase cómo cantó en la edad dorada de las ilusiones vírgenes: A UNA PALOMA Vé paloma, vé paloma, Crúza el éter, presto vuela Al lugar donde mi amada CUADROS DE COSTUMBRES Afligida y triste espera Un consuelo que mitigue El martirio de la ausencia. Refiérele cuidadosa La amargura de mis penas, Díle que la amo y que siempre Mi corazón vive en ella. Vé, Y posándote en el techo De su hogar, alegre cánta Lo que a disipar alcance La tristeza de su alma; Arrúllala y cuando veas Que sus párpados se bajan, Con cuidado y silenciosa Cobíjala con tus alas, y véla su corto sueño J unto al ángel de su guarda. y en la noche, si en el sueño, Delirando, algún suspiro Se le escapa, alguna queja, O acaso un nombre querido Que pronuncie enamorada Con sus labios purpurinos! .... No te olvides, no te olvides Cuando vuelvas a tu nido, De contarme 10 que a ella Con ternura le has oído!... 137 138 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA Cuando la mires contenta, Risueña, alegre, amorosa, Tu piquillo comprimiendo En el coral de su boca, y sientas entre tus plumas Jugando su mano hermosa, Alza el vuelo y a mi lado Dirígete sin demora, Trayéndome de su seno Un recuerdo, vén paloma! "J\un me parece que ,reo a Jorge Eilrique, en aquella época, ¡ya tan lejana!. ... Era de estatura mediana pero bien proporcionada; moreno, de ese moreno americano tan seductor; la cabeza un tanto abultada y cubierta por una selva de revueltos y hermosos cabellos, crespos y sedosos como los de lord Byron; redonda y espaciosa la frente; los ojos pardidorados como los del águila (indicio evidente de ambición levantada) y, como los del águila, de un mirar intenso, ¡pero muy intenso! .... Imposible conocer a Jorge y no estimarIo; imposible tratarIo y no comprender, por poco ob· servador y advertido que uno fuese, que era un muchacho de mucho talento. Aquello trascendía, como trascienden los aromas; como se difunde la melodía, conducida por la onda sonora. Cuando hablaba entre amigos de confianza, pues delante de extraños. era un poco corto, se expresaba con facilidad y lucimiento, CUADROS DE COSTUMBRES 139 acompañando sus palabras con cierta sonrisilIa sugestiva, que le era peculiar; y tenía un modito de ladear la cabeza y de quedarse mirándolo a uno de hito en hito, con esos ojos de pupila magnética que Dios le ha dado ... La fuerza de voluntad de Delgado era cosa poco común. Con motivo de trastornos políticos y a causa de otras circunstancias particulares, el resp'etable padre de mi amigo se vio en absoluta incapacidad de continuar suministrándole recursos para su permanencia en Bogotá; y, si mis recuerdos no me engañan, lleg6 al doloroso extremo de insinuarle que regresara al Cauca. Habituado ya Jorge Enrique a las múltiples privaciones que impone al estudiante un vida de pobreza; domadas por él con energía de hombre maduro, para las necesidades del momento presente, todas las grandes aspiraciones de su naturaleza de adolescente espiritual y soñador, y con una fe de mártir en las promesas halagueñas del porvenir, no hizo lo que tantos otros, débiles para la lucha con las durezas de la existencia, habrían hecho en lugar suyo: abdicar, amilanarse, perder la confianza en el futuro probable, arreglar las maletas y, ¡a tu tierra, grulla! ¡No! Semejante proceder no habría sido adoptado nunca por un hombre del temple de Jorge Enrique: se someti6 valerosamente a desempeñar el humilde y duro empleo de practicante - farmaceuta en etHg~ital de San ---Juan de Dios. con el -~-"-"------'------- 140 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA sueldo miserable de doce pesos; y con esa su~ ma tan exigua, que no alcanzaba a ser una ración de hambre, vivió en Bogotá cinco o seis años, soportando ccm absoluta dignidad una vida casi inverosímil de abnegación y privaciones sin cuento. Mientras tanto, estudió sin perder un instante en pasatiempos fútiles; completó todos los cursos, y al fin coronó brillantemente sus esfuerzos y recogió el premio de sus sacrificios con la obtención del diploma de profesor de la ciencia médica, que se le confirió por unanimidad. Y no sólo hizo eso, que fue mucho, dadas las circunstancias personales: cultivó las letras; leyó un gran número de obras históricas, literarias y científicas en los ratos que robaba a sus tareas y consagraba a la Biblioteca Nacional; escribió artículos interesantes sobre diversas materias; hizo versos bellísimos en que cantó la naturaleza, el amor, la mujer ... y tuvo tiempo hasta para cortejar a esa dama hosca y voluble que se llama la política. Delgado volvió al Cauca; viajó por el Ecuador y permaneció en distintas épocas, más o menos prolongadas, en Francia, 1talia, Austria y Alemania. En aquellos centros poderosos de la civilización complementó sus estudios científicos y enriqueció su inteligencia con el caudal de conocimientos que sabe acumular en los viajes quien, como él, tiene el juicio suficien- CUADROS DE COSTUMBRES 141 te para observar y el talento bastante para aprender. Con muy notables condiciones intelectuales; docto en una profesión que todo el mundo acata porque ella, a la par que es el consuelo de la humanidad que padece, ensancha y facilita todos los caminos de la vida, sorprendente sería que Delgado no hubiera desempeñado un buen papel en nuestra sociedad, máxime si se agregan a sus dotes de gran médico, las de hombre de mundo versado en literatura y diestro en las difíciles justas de la existencia práctica. ¿Ha sido feliz? .. Si hacemos consistir la dicha en los lauras que procura el ejercicio de una carrera Útil y honrosa, seré afirmativo, porque mi amigo ha cosechado suficientes títulos para fundar una reputación sólida en el hermoso campo de la ciencia, que no todos pueden fecundar. Si la hacemos consistir en ese algo enteramente personal, íntimo, tras del cual corremos desalados los hombres como en pos de un fantasma que se escapa siempre de entre nuestras manos cuando creemos que vamos a asirlo ... acaso él, espíritu delicado, sediento de emociones grandiosas y más dichoso que otros, no haya divisado en los antros sombríos del porvenir la puerta maldita de que habla el Dante en su inmortal poema, ese símbolo siniestro de las pobres almas en que se apagó la luz de la esperanza! INDICE Pipo Don Luciano Rivera y Garrido .......•.......... 5 CUADROS DE COSTUMBRES Memorias de un colegial, por don Luciano Rivera y Garrido: l .......•....................................•. 17 11••••.•••••..••••..•••......••••.•..••..•...• 79