Tour de Francia: un Nairo de épica en La Toussuire Por MAURICIO LÓPEZ RUEDA, COLABORADOR DE SEMANA.COM Queda un día más para la gloria, el Alpe de Huez. Serán 110,5 kilómetros hasta el mítico alto donde Lucho Herrera se hizo inmortal. Es posible que Nairo se vista de héroe. La noche anterior a la etapa 19 fue toda una trama de novela policiaca. Como si el mismísimo Arthur Conan Doyle hubiese escrito el libreto. Controles sorpresa de los comisarios del Tour a los cuarteles de SKY y Movistar; reuniones secretas de los directores técnicos del Astana y el Tinkoff; llamadas a altas horas de la noche; declaraciones ambiguas a la prensa, como la de Nairo: “algo haremos mañana (hoy), en el ciclismo no hay secretos, aunque si los hubiera, yo no les diría nada”, alimentaban el nerviosismo. Se acababan los kilómetros rumbo a París. Todos estaban con los pelos de punta. En la pequeña población de Saint Jean de Maurienne, enclavada en un breve valle rodeado de altas montañas en Ródano-Alpes, región de Saboya, el cielo amaneció arropado por nubes grises y esponjosas. El viento que bajaba desde esos lejanos picos de Glandon o Croix de Fer, anunciaba lluvia. Bajaba silbando detrás de bandadas de silenciosas golondrinas, que cruzaban el pueblo en finos espirales, para luego perderse en las hileras de pinos que gobiernan las laderas. El viento, en cambio, se quedaba estacionado en la carretera, esperando la salida de la etapa para mezclarse en la marcha de los “guerreros” ciclistas. La etapa empezaba picando hacia arriba. ‘Purito’ Rodríguez y Jean Christophe Peraud, veteranos de decenas de guerras en las altas cumbres, tomaban la ventaja en esa primera pared rumbo a Col de Chaussy, 15 kilómetros de carretera al 6.5 % de dificultad. El catalán vencía en la cuesta. Atrás, Contador estiraba el lote, Valverde y Nibali se ofrecían como cómplices de esos tímidos y apresurados ataques. Froome miraba de un lado a otro, buscando sus alfiles, pero no los encontraba. Konig y Stannard se habían estallado a mitad de camino, y Porte y Thomas se la jugaban con su último aliento, en un estertor de valentía que, en todo caso, no era suficiente para llegar a la rueda de su acorralado jefe. ‘Purito’ y Peraud seguían atrayendo aliados para la aventura. 8, 10, 15, 20, casi 30. La escapada crecía. La cárcel del SKY se había quedado sin guardias y el “alcaide” Froome sólo se ocupaba de los evadidos más peligrosos. Parecía una fuga normal, pero no fue tal. Más y más ciclistas se despegaban del pelotón, que rodaba lento, como anclado por el frío. Por si fuera poco, la lluvia se hacía presente, como una enigmática bendición celestial; como un bautizo tardío para todos aquellos “extraviados jinetes”, quienes cabalgaban la montaña bajo el embrujo alucinante de esa tormentosa “orquesta wagneriana”. Truenos y viento acompasaban el viaje de aquellas “valquirias”. Urán y Pantano también intentaban la épica. Rolland, Bardet, Pinot, Martin, Kruijswijk, Sicard, Teklehaimanot, Losada, Cummings, Plaza, Talansky, Rogers, Gallopin, Edet, como siempre, apuntaban sus nombres en la aventura. El lote había explotado en mil pedazos y los favoritos, otra vez juntos rumbo a Croix de Fer, se daban una falsa tregua. A Froome le llegaban Thomas y Porte, medio muertos, pero respirando. El grupo de los “perfumados” se había seleccionado, eran menos de 15. Por delante, la fuga con más de 20 involucrados y, más allá, Pierre Rolland, el líder del Europcar, quien buscaba su segundo triunfo en La Toussuire. Faltaban 65 kilómetros cuando el francés tomó por asalto la punta. Plaza, Kruijswijk y Urán, trataban de perseguirlo sin mucha fortuna. Los demás escapados iban reculando y, uno a uno, se iban entregando a la “patrulla” de persecución que había montado el Tinkoff. Desde el difícil alto de Croix de Fer, en cuyas curvas y rampas escribieron historias de leyenda héroes como Coppi, Virenque, Hinault y Rasmussen, se podía ver un pedazo de Le Vernet, oculto entre la nieve, una imagen nostálgica que recuerda, y recordará para siempre la tragedia de Germanwings, ocurrida el pasado 24 de marzo. Y con ese viento helado y mortuorio, los ciclistas continuaban en su lucha. La lluvia los había abandonado. La temperatura comenzaba a aumentar. A 57 kilómetros de meta Froome sufría un percance en su bicicleta y Nibali aprovechaba para atacarlo. Se dice que los tiburones tienen el mismo perfil psicológico que los asesinos en serie: persiguen a sus víctimas, las acorralan y las matan. ‘El Tiburón del Estrecho de Messina’, haciendo honor a su estirpe, llevó a sus rivales hasta su propio terreno, hasta donde se siente seguro, hasta su guarida: el descenso. Nibali apoyó los ataques del Tinkoff, que no buscaban otra cosa que separar a Froome de sus gregarios. Lo lograron antes de coronar Croix de Fer. Después de eso, el del Astana se limitó a sus propias reglas, y se marchó en solitario. Con el británico solo, desamparado por su equipo, y con una avería mecánica, el plato estaba servido para el siciliano, quien se lanzó como una gaviota en busca de su presa, en picada desde esa cumbre a más de 2 mil metros sobre el nivel del mar. Nadie pudo seguirlo. Froome no podía gastar sus fuerzas tan temprano, pues sabía que lo peor venía más adelante: el ataque del Movistar. “Nairo me atacará en los últimos 5 kilómetros de la etapa”, había pronosticado la noche anterior. De modo que Nibali tomó vuelo y se fue derrapando en solitario, en perfecta posición aerodinámica. Los fugados iban cayendo como hojas secas ante el ritmo brutal del italiano, vigente campeón de la carrera. Rolland no se rendía y continuaba en la punta. Su ventaja era amplia, pero Nibali comenzaba a descontarle paulatinamente. Froome iba como podía, sometido a las intrigas de sus rivales, quienes lo miraban como hienas hambrientas, esperando con paciencia la muerte del flaco de Nairobi. Nibali era una saeta y a Rolland le avisaban de la fuerza de su persecutor. El francés apuraba en la parte llana, antes de la subida a La Toussuire. Col du Mollard ya era historia y, a la batalla, ya sólo le quedaba ese efímero escenario de asfalto y árboles. ‘El Tiburón del Estrecho’, a quien su padre le regaló una bicicleta cuando apenas tenía 8 años, hecha con sus propias manos, empezaba a acercarse a Rolland. Iba como una bala, rozando las barreras metálicas del “abismo” a más de 80 kilómetros por hora. Los grandes mueren luchando y Nibali estaba dispuesto a gastar su última gota de sudor en la etapa, para entregar, con la dignidad de un héroe, su corona de campeón en París. Rolland se hizo añicos en la última cumbre, la más esperada por los escaladores. Nibali lo pasó de largo, rociándolo con su viento del Mediterráneo. Rolland bajaba los ojos, estupefacto ante su inminente derrota. Atrás ya comenzaban a subir. Bardet y Pinot daban inicio a las escaramuzas. Contador cambiaba de bicicleta y Froome marcaba celosamente a Quintana. Como había presagiado el británico de origen keniano, a falta de 5 kilómetros Nairo atacaba. El colombiano tensionaba la cuerda, pero Froome respondía. Era un duelo de ciclismo de pista, un test de velocidad en los montes alpinos. Un pequeño descanso, 700 metros para respirar y entonces, de nuevo Nairo al ataque, pero esta vez con más decisión. El de Boyacá, como los pumas que habitan los páramos de su región, rugía y enseñaba sus garras. Su zarpazo fue contundente. Froome se quedó atornillado a la carretera, buscando su ritmo para no perder demasiado tiempo. Los demás se quedaron mirando, como espectadores de lujo de aquella batalla de auténticos gladiadores. Quintana apretaba, empujaba su bicicleta, torcía los labios y pedaleaba sin descanso. Froome lo seguía, a distancia, sin poder alcanzarlo. Los segundos crecían entre ambos y las banderas colombianas se animaban a lado y lado de la carretera. Quintana pasaba al segundo lugar de la etapa. Rolland cedía en cada esfuerzo por superar las pendientes de hasta el 10 % que hacían más imposible el camino. Los últimos 1.500 metros fueron de parto. Quintana no podía más, Froome tampoco. El sol picaba, la carretera se hacía más larga. La meta parecía una visión alucinada. “Ya casi, ya casi”, parecía decir Nairo en cada pedalazo. “Que termine esto por favor”, parecía decir Froome en cada gesto. Nibali triunfaba en La Toussuire, con lo justo. Era una romanza de Petrarca sobre una bicicleta. El italiano, uno de los seis ciclistas que han logrado ganar las tres grandes en toda la historia, se había gastado 4 horas, 22 minutos y 53 segundos para alcanzar su victoria. Nairo pasaba después, deshecho, a 44 segundos. Froome lograba el tercer puesto, a 1:14. Su imagen era tan dolorosa como esas canciones de Lou Reed. La etapa fue una masacre. El pelotón se desangró desde el primer alto. Apenas 160 llegaban al final, de uno en uno, como los restos de un batallón vencido y que, por el simple orgullo, aún en la agonía, continúa enarbolando su bandera. Queda un día más para la gloria, Alpe de Huez. La etapa saldrá de Modane Valfrejus y recorrerá 110,5 kilómetros hasta el mítico alto donde Lucho Herrera se hizo inmortal. Otra jornada para que Nairo se vista de héroe, otro día más para seguir esperanzados con el “sueño amarillo”. FUENTE: http://www.semana.com/deportes/articulo/tour-de-francia-un-nairo-deepica-en-la-toussuire/436062-3