Monstruo de feria No, yo no soy una invención. Soy real. Y, aunque la gente me considere un monstruo, soy una persona más. Hablo, camino, comprendo las cosas, tengo sentimientos. Quizás por fuera sea un poco diferente. Los dedos de mis manos son dos veces más largos de lo normal, mi sonrisa se extiende hasta casi el inicio de mis alargadas orejas, mi lengua es puntiaguda y mi cuerpo es extremadamente fino. Aún así, me muestran en este espantoso circo como la elfa más hermosa del mundo. ¡Qué estupidez!. Los elfos no existen y todo el mundo lo sabe. La gente tan sólo se deja engañar por esos coloridos carteles que les prometen monstruos de la naturaleza, tanto hermosos como horripilantes. Al menos fui de las que mejor suerte tuvieron al nacer de todos los que estamos aquí. Muchas veces sueño con salir de este circo escondido en lo más profundo del bosque. No sé lo que hay fuera. Ni siquiera puedo imaginármelo. Nunca he salido de aquí. Nada más nacer mi madre me abandonó en un orfanato y el director, espantado por mi aspecto, llamó al dueño de este circo para que se ocupase de mí. Él me trata como su joya más preciada. Sabe que si me pierde, el circo dejará de tener visitantes. Ya hay algunos que son habituales y que vienen tan solo para verme. No les atraen ni los tan vistos siameses, ni la mujer barbuda, ni el hombre de goma, ni el hermafrodita. Sólo quieren verme a mí. Se sientan frente a mi jaula, contemplándome día a día. Pero hubo uno de ellos que desde que llegó llamó mi atención. Todos los que vienen habitualmente son ancianos sin trabajo ni nada que hacer. Él, en cambio, era un joven de unos 20 años, de familia rica, que venía todas las tardes y se quedaba hasta que cerrábamos. Recuerdo como empezamos a conocernos. Uno de los pocos días en los que me encontraba sola, él entró en la sala con sillas que hay frente a mi jaula. Se sentó en una y me miró. Yo le devolví otra mirada confusa. Estuvimos así cerca de un cuarto de hora. Después de esto, él se levantó, se acercó a mí y se sentó al lado de los barrotes, sin dejar de mirarme. - Soy Ansel Hervé – se presentó con una voz dulce y atrayente -. Vivo en una mansión a un kilómetro de aquí. ¿Tú cómo te llamas? Dudo que tu nombre sea “La espectacular elfa sonriente” – repuso con una encantadora sonrisa. Era la primera vez que alguien ajeno al circo se dirigía a mí para decirme algo que no fuera monstruo o algún insulto. Me quedé perpleja durante unos momentos. Luego reaccioné. - En realidad sí. Nunca he tenido otro nombre… - Entonces, ¿puedo ponerte yo uno? Con tu opinión, claro. - Si has venido a reírte de mí hazlo, pero déjame en paz – me giré y me senté de espaldas a él. - ¡No! ¡En absoluto! Déjame pensar… ¿Josephine? No… ¿Lisa?... - ¿Lo dices en serio? – pregunté acercándome con precaución al chico. - ¡Claro! Hum… ¿Qué tal Elaine? Es un bonito nombre y creo que te pega. - Llámame como quieras. Seguiré siendo “La espectacular elfa sonriente” para todos de igual modo – me senté justo al otro lado de la verja que nos separaba, a apenas unos centímetros de él. - Pero para mí serás Elaine. La mujer más hermosa y encantadora que he conocido en mi vida – anunció con una enorme sonrisa, agarrando una de mis manos entre las suyas atravesando los barrotes. A partir de entonces la cosa cambió. Todos los días venía a visitarme y cuando no había nadie, se acercaba y hablábamos de temas banales. Alguna vez me pasó algún libro. Lo cierto es que nunca he sabido leer del todo bien, pero lo que no comprendía, él me lo explicaba. Así empecé a averiguar cómo era el mundo exterior. Y mi ansia por escapar aumentaba cada día. Le mencioné varias veces a Ansel la idea de escapar de ese circo macabro y explorar el maravilloso mundo exterior. - No creas todo lo que pone en los libros. Son tan solo retazos de la verdadera vida que hay fuera de aquí. Hay muchas cosas que no aparecerán nunca escritas en esas páginas. – me decía varias veces -. Creo que si pudiese elegir, preferiría estar aquí encerrado y evadirme del mundo. Yo le reprendía explicándole lo horrible que era vivir en una jaula, por muy lujosa que pareciera desde fuera. Pero ambos estábamos convencidos de lo que decíamos. Aun así, él me intentaba comprender. Siempre encerrada aquí, sin conocer otra cosa… Al final acabó convencido de que la vida en el circo no era una vida adecuada para mí. Durante un par de días no apareció por el circo. Realmente me asusté. ¿Qué le podría haber pasado? No tenía forma alguna de averiguarlo. Estaba tan triste… La única persona ajena a este espectáculo que me entendía. El único que no me trataba como un monstruo, que comprendía que tenía sentimientos. Durante esos días permanecí acurrucada en un rincón de la jaula, esperando que alguien pronunciase mi nombre, ese que englobaba todo lo que yo significaba más allá de mi aspecto físico. Pasaron días y noches. El tiempo pasó de tal manera que no se con exactitud cuántos días fueron. Hasta que, al fin, en una oscura noche, con el circo ya cerrado y yo encogida entre las raquíticas sábanas, oí una voz. - ¿Elaine? ¿Estás ahí, Elaine? Me levanté como un resorte y salí de la cama. Tanteé a oscuras hacia el lugar de donde pertenecía la voz. Me topé con su cuerpo de pronto. Estaba dentro, dentro de mi jaula. - ¡Ansel! ¿Cómo… cómo has entrado? ¡La puerta está cerrada con llave! - Hay unos barrotes sueltos en la parte izquierda de la jaula. Los descubrí uno de los días que te observaba – indicó el acariciando mi mandíbula con suavidad. - Y… ¿por qué no has aparecido en todos estos días? Te estuve esperando – murmuré abrazándome a él por primera vez. Pude sentir el calor que desprendía su cuerpo. Nunca había estado tan cerca de alguien como en ese momento. - Tuve una pelea con mis padres. Pretenden que mañana nos mudemos a otro lugar, otro país, muy lejos… Al otro lado del mar. He huido de casa y ahora he venido a buscarte a ti. Me quedé paralizada unos instantes. - ¿Cómo que a buscarme? ¿Qué pretendes hacer? - Vendrás conmigo a explorar ese mundo que tanto has soñado, ¿verdad? Te estoy dando la llave para salir de este lugar y vivir – dijo con esa voz tan hipnotizante. No negaré que me replanteé la idea de escapar de este espantoso lugar. De hecho, estuve a punto de hacerlo pero… era imposible. Por muy humana que sea por dentro, por fuera realmente era como todo el mundo decía: un monstruo. ¿Qué sería de Ansel si le veían acompañado por mí? Nadie se le acercaría. No encontraría trabajo, ni casa, ni comida. La sociedad es tan cruel… - Lo siento, Ansel… Prefiero quedarme aquí – dije con voz firme apartándome de él. Ahora podía ver sus facciones en la oscuridad. - ¿Qué? Elaine, ¿realmente eres tú? ¿Qué te ha pasado? Siempre quisiste salir de este circo y ver mundo. ¿Por qué no quieres venir conmigo ahora? Podremos estar juntos toda nuestra vida – murmuró él con voz temblorosa. Sabía que le estaba haciendo daño, pero no había otra manera. - Óyeme, Ansel: Quizás no te has dado cuenta aun, pero yo no te amo. Además, eres estúpido amando a un monstruo como yo. Deberías buscar una bella doncella de gran inteligencia y casarte con ella. Y de paso, reconciliarte con tu familia. - Pero… yo sólo te quiero a ti… Tú eres la persona más bella que he visto en mi vida… - Vete ya o llamaré a los guardias, señor Hervé – dije girándome y caminando hasta la puerta. - No serás capaz… - Ansel… vete… vete por todo lo que hemos vivido juntos. Por todo lo que hemos sentido y amado. Vete ya. Oí cómo Ansel se alejaba y, cuando me giré, era tan sólo una sombra detrás de esos desgastados barrotes. - Al menos dime que me amas. Con eso me bastará para poder volver. Así podré llevarme un último buen recuerdo nuestro. - Te amo – murmuré lo suficientemente alto para que me oyese -. Ya lo sabes, pero esto es imposible. Seremos más felices si vivimos cada uno las vidas que nos corresponden. - Gracias… Ansel se fundió con la oscuridad de la noche y, unos minutos después, me derrumbé y comencé a llorar como una desdichada. Hace ya varios años que aquello sucedió. Desde entonces no le he vuelto a ver. Supongo que le habrá ido bien. Un hombre como él tiene siempre el éxito asegurado. Yo, sin embargo, aquí sigo, encerrada en esta jaula mugrienta, a los ojos de todo el que se quiera acercar a verme. Algunos se espantan de mi enorme sonrisa, otros se ríen de mis orejas puntiagudas, los hombres se preguntan qué sería sentir mi lengua puntiaguda en sus bocas y la mayoría de ellos intentan tocar mis largos dedos. Tan sólo soy un mono de feria. Ese es mi destino. Así que es mejor no evitarlo. Aunque seguiré esperando a oír de nuevo mi nombre. Mientras, seguiré siendo “La elfa sonriente”. Ángela Serrano Cuartero, 4 SA (Primer Premio Categoría A)