Libro Heridas Urbanas- Isla Míguez 2003

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HERIDAS URBANAS. Violencia Delictiva y Transformaciones
Sociales en los noventa.
Editorial De las Ciencias, Buenos Aires , 2003
Índice
Agradecimientos
De los Autores
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Alejandro Isla y Daniel Míguez:
De las Violencias y sus Modos. Introducción
Sección 1: Dinámicas Barriales
I.
Nathalie Puex:
Las Formas de la Violencia en Tiempos de Crisis: Una Villa Miseria del Conurbano
Bonaerense.
II.
Gerardo Rossini
Vagos, Pibes Chorros y Transformaciones de la Sociabilidad en Tres Barrios Periféricos de
una Ciudad Entrerriana.
Sección 2: Los Jóvenes y Las Acciones del Sistema Penal
III.
Alejandra Roovers
Los Jóvenes Tutelados: Un “Elenco Estable”.
IV.
Daniel Míguez y Ángeles González:
El Estado Como Palimpsesto. Control Social, Anomia y Particularismo en el Sistema
Penal de Menores de la Provincia de Buenos Aires, Una Aproximación Etnográfica.
Sección 3: Los Adultos y Sus Trayectorias Delictivas
V,
Néstor Manuel Alfonso.
Desde la Prisión. Relatos de Diez Personas Encarceladas.
VI.
Alejandro Isla y María Cecilia Valdez Morales:
“Los Malvados. Reflexiones Desde la Perspectiva de los Ladrones”.
241 a 285
Conclusiones. El Estado y la Violencia urbana. Problemas de
Legitimidad y Legalidad
Daniel Míguez y Alejandro Isla.
286 a 308
Bibliografía citada.
309 a 318
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Agradecimientos.
En primer lugar debemos agradecer a los autores de los presentes trabajos y a los
demás participantes de un seminario sobre “Violencia y cultura política”, que organizamos
y coordinamos en FLACSO, desde 1997. Esta obra, en gran parte, es fruto de ese trabajo
conjunto. A lo largo de estos años y por largos períodos con una frecuencia de una reunión
semanal, fuimos presentando y debatiendo los diferentes trabajos de campo y las propuestas
teóricas – metodológicas que los acompañaban, de numerosos colegas de diversas
disciplinas de las ciencias sociales. Se estableció así un ámbito académico de reflexión y
discusión de los diferentes puntos de vista sobre un tema tan sensible y controvertido como
el enunciado. Sin embargo, debemos explicitarlo, las elaboraciones y conclusiones de cada
artículo, son responsabilidad de quienes los han firmado.
En el transcurso de esos años participamos de las reuniones que se organizaron en
la SECYT sobre Violencia y Seguridad Ciudadana, presentando un proyecto sobre el tema a
la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que salió nominado. Del cual
estamos completando el segundo año de ejecución, y este libro es uno de los productos.
Este proyecto, “Violencia, sociabilidad y cultura política en conglomerados
urbanos” (PICT 04-06699/ 99) que dirigimos, nos permitió profundizar en diferentes casos,
comparando localidades muy distintas, en cuanto a sociabilidad y formas de la violencia,
como una villa en el Conurbano bonaerense (el estudio de Nathalie Puex), una ciudad
intermedia de la provincia de Entre Ríos (el estudio de Gerardo Rossini). Siguiendo los
estudios de casos analizamos un instituto de menores de la provincia de Buenos Aires (el
artículo de Míguez y González), como la percepción de un grupo de ladrones veteranos
sobre los cambios producidos en las formas del delito y su represión en los últimos 30 años
(trabajo de Isla y Valdez Morales).
Los otros dos artículos el de Roovers (sobre el seguimiento de un grupo de menores
delincuentes) y el de Alfonso (sobre adultos encarcelados) fueron inicialmente tesis de
maestría que se desarrollaron en el convenio Universidad Nacional de Mar del Plata y
FLACSO que se inició en el año .
Además de las discusiones de los artículos en frecuentes seminarios internos,
decidimos realizar un taller público, de evaluación de los mismos con académicos de
diferentes disciplinas que pudieran comentar críticamente las diferentes posturas. Para ello
en septiembre de 2002, invitamos al sociólogo Miguel Murmis, al jurista y politólogo
Carlos María Vilas (a la sazón Subsecretario de Seguridad), y al antropólogo Fernando
Jaume. Nuestro especial agradecimiento por su participación y agudos comentarios.
Alejandro Isla y Daniel Míguez
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De los Autores.
Néstor Manuel Alfonso, Sociólogo egresado de la Universidad Nacional de Mar del Plata,
Magíster en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(FLACSO). Docente e Investigador de la Universidad Nacional de Mar del Plata y de
FLACSO.
Ángeles González, Licenciada en Trabajo Social y Auxiliar Docente en la Facultad de
Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
Alejandro Raúl Isla, Dr. en Antropología UBA, Investigador del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, investigador y profesor de FLACSO. Director del
proyecto "Violencia, sociabilidad y cultura política en conglomerados urbanos", de la
SEPCYT.
Daniel Míguez, Dr. en Antropología Social y Sociología del Desarrollo por la Universidad
de Amsterdam, Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas y Docente de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
Codirector del proyecto "Violencia, sociabilidad y cultura política en conglomerados
urbanos", de la SEPCYT.
Nathalie Puex, doctora en Antropología Social del Institut des Hautes Etudes de
l'Amérique latine, Paris 3, Sorbonne Nouvelle. Investigadora asociada al CREDAL-CNRS
y mimebro del Area de Antropologia Social y Politica de FLACSO.
Alejandra Roovers, Licenciada en Ciencias de la Educación y Docente de la Facultad de
Ciencias Humanas, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
Gerardo Rossini, Licenciado en Antropología/ UBA. Becario de la Sepcyt del proyecto
“Violencia, sociabilidad y cultura política en conglomerados urbanos”. Alumno de la
maestría en Ciencias Sociales de Flacso.
Cecilia Valdez Morales, Abogada/ UBA, investigadora del Grupo de Antropología Social
y Política de FLACSO
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De las Violencias y sus Modos. Introducción.
Alejandro Isla y Daniel Míguez
Puntos de Partida
Este libro es el primer resultado de un estudio que se inició en el 2000 sobre hechos,
prácticas y discursos asociados a la violencia criminal, tal cual vienen desarrollándose
durante los últimos años en sectores urbanos de la sociedad Argentina. El estudio estuvo
motivado por una creciente serie de indicios, que ya en los años 98 y 99 mostraban que la
violencia delictiva era una temática que, a la vez, se instalaba en la conciencia colectiva de
la población argentina, y que además podía rastrearse en la emergencia de nuevas prácticas
y hábitos que afectaban predominantemente a los sectores de menores ingresos. Estos
procesos daban lugar a dinámicas complejas en las que aparecían involucradas e
influyéndose recíprocamente la acción de los medios, de diversos actores políticos, de
movimientos espontáneos de sectores poblacionales afectados por una suerte de ‘pánico
moral’1 y el surgimiento, entre sectores empobrecidos, de estrategias económicas e
identidades que involucraban, más que antes, a la transgresión normativa. Estos procesos
aparecían reflejados, aunque no siempre de una manera clara o directamente aprehensible,
en una serie de tendencias estadísticas, en ciertas acciones de los medios de comunicación y
en algunos discursos políticos sobre los que volveremos luego.
Cuando nos propusimos estudiar estos procesos enfrentamos algunas dificultades
significativas. Un problema fue, y sigue siéndolo, que las fuentes estadísticas oficiales de
juzgados y, sobre todo, de la policía, incluían sesgos muy pronunciados debido a dos causas
principales. Una, es que existe una tendencia al subregistro por la reticencia de la población
a denunciar cierto tipo de delitos. Otra, es que también hay frecuentes manipulaciones de
las estadísticas por parte de las agencias estatales en función de diversos intereses
coyunturales (como lo muestra, por ejemplo, el trabajo de Roovers en este volumen).
Aunque en ese momento no pensamos en esto con detalle, esta dificultad inicial
evidenciaba algo que reencontramos muchas veces en la investigación. Niveles muy
significativos de inconsistencia en el funcionamiento de las burocracias estatales dedicadas
1
La expresión pánico moral tiene un significado más específico que será detallado luego.
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a los ‘problemas de seguridad y prevención de la violencia’ y, más importante, un enorme
nivel de desconfianza de la población sobre ellas. Como mostraremos después, existe una
clara reticencia de la población a vincularse a organismos judiciales, policiales o, incluso,
políticos relacionados con la seguridad, por que se sospecha al mismo tiempo de su
honestidad, idoneidad e interés en los problemas de la población. Sospechas, por otra parte,
más que fundadas dadas las prácticas que frecuentemente acometen los integrantes de estos
organismos estatales. Pero, más allá de lo que indican estas dificultades sobre la relaciones
entre la sociedad civil y ciertas agencias estatales, esta limitación de las fuentes estadísticas
nos obligó a trabajar solo sobre tendencias generales, haciendo muy difícil establecer
medidas precisas de los procesos bajo estudio. Otra dificultad que se adiciona a esta es que
la Argentina no parece tener una tradición de estudios sobre la violencia delictiva y sus
formas. Salvo algunas publicaciones ocasionales, y en muchos casos realizadas más desde
una perspectiva legal que sociológica, no parece haber en Argentina una masa crítica de
trabajos sobre este tipo de problemática. De manera tal que al intentar diseñar el estudio del
tipo de fenómeno descripto hasta aquí nos fue difícil trascender una dimensión
impresionista provista por los medios informativos, y algunas fuentes estadísticas que
presentan diversos sesgos y dificultades.
Una segunda fuente de problemas surgió de que la categoría de análisis de la que
pretendíamos partir, la de violencia delictiva, no termina de dar cuenta del fenómeno bajo
estudio. Desde la perspectiva legal que le dio origen, la noción de ‘violencia delictiva’
incluye solo a los hechos 'ilegales'; o sea, hechos que infringen las leyes constitutivas del
Estado y la sociedad, pero que al mismo tiempo han sido 'reconocidos', son 'visibles' y
'denunciados'. El problema de esta definición radica en que, por un lado, encontramos en
nuestros trabajos de campo un abanico de prácticas que son ilegales y violentas desde la
perspectiva del sistema jurídico vigente, pero no desde la perspectiva de los actores. Por
otro lado, el sistema jurídico puede dejar afuera prácticas muy violentas, sino se
comprueban según sus pre-requisitos. Como pasa, por ejemplo, con la violencia doméstica
o lo que se denominan delitos contra la honestidad, en los que si la víctima no denuncia es
descartado por el sistema, más allá del sufrimiento del involucrado y el daño ocasionado; o
con los ‘apremios ilegales’: se sabe que la tortura está prohibida, pero frecuentemente se
usa, tratando de no dejar huellas visibles lo que oblitera la posibilidad legal de tratarlas.
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Pero además, y esto es posiblemente el problema principal, la ‘violencia delictiva’ no puede
entenderse desvinculada de procesos políticos, económicos y culturales que, a su vez,
contienen sus propias formas interrelacionadas de violencia. De forma tal que comprender
el fenómeno de la violencia delictiva nos obligaba a estudiar los substratos económicos,
políticos y culturales sobre los que se asentaban, más el funcionamiento de algunas
instituciones públicas (cárceles, institutos de menores, la policía, el sistema judicial) que
formaban parte de los procesos que fomentaban la violencia delictiva. Paradójicamente, no
en todos ellos la violencia (al menos no en su manifestación más obvia como violencia
física) ocupa un lugar preponderante en las prácticas. Sin embargo, forman parte
inextricable de los procesos que sí conducen a su existencia en otros ámbitos.
En definitiva, fue esta combinación de datos parciales, impresiones y problemas los
que fueron configurando los ‘puntos de partida’ que orientaron la investigación. Esto
implicaba, entonces, intentar dar cuenta de procesos complejos, en los que se imbricaban
una serie diversa de fenómenos, procurando establecer con cierta precisión exactamente
cómo es que estos interactuaban entre sí. Ahora, enfrentamos la dificultad de no poder
recurrir a suficientes estudios previos sobre estas dinámicas en Argentina, y a la limitación
de los datos estadísticos que si bien permitían establecer algunas tendencias en términos
muy generales, no tenían la calidad suficiente para dar cuenta detalladamente de los
procesos. De manera tal que dadas estas aspiraciones y las limitaciones del caso
comenzamos planteando, a manera de una red que intentara atrapar todo, o casi todo, unos
puntos de partida bastante genéricos con la esperanza (tal vez la ilusión) de poder ir
reduciendo las ambigüedades y aumentando las precisiones a medida que la investigación
avanzara.
Nuestro punto de partida inicial suponía que, como lo hemos sugerido antes, el
incremento de los niveles de transgresión se vinculaba con los procesos de crecimiento del
desempleo, empobrecimiento y marginación que comenzaron a evidenciarse desde
mediados de la década de los setenta, y se profundizaron significativamente en los años
noventa. Paralelamente, en nuestra óptica incidían dos factores. Uno era la pérdida de la
capacidad integradora del estado, tanto por la acción de políticas que tendían a reducir la
prestación de servicios por parte de las instituciones públicas, como por la pérdida de la
calidad relativa de esos servicios en función de las nuevas demandas: Nos referimos, por
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ejemplo, a la perdida de la capacidad del sistema educativo de proveer las calificaciones
necesarias para ingresar a un mercado de trabajo cada vez más exigente, o la superación de
la capacidad de respuesta del sistema público de salud dada la demanda creciente vinculada
a los desempleados que perdían sus obras sociales.
Otro factor, también referido al estado, se vinculaba a las transgresiones que se
cometen al interior mismo de las instituciones públicas y que reducen luego la legitimidad
de estas para controlar y reprimir las transgresiones. Si, como se ha demostrado
innumerables veces, la eficacia predominante de los aparatos penales del estado radica en la
capacidad simbólica de dramatizar la existencia de la norma (Downes y Rock, 1998:100) la
comisión sistemática de transgresiones por parte de estos elimina esa función y favorece las
tendencias a que otros sectores de la población las cometan. Agregadas a estas tendencias
de las instituciones públicas, la sociedad argentina parece haber experimentado otras
formas de degradación de sus lazos sociales, particularmente vinculadas a la pérdida de
legitimidad de referencias como los partidos, los sindicatos y otras organizaciones
aglutinantes.
Sumado a esto supusimos que, afectados por la pérdida de la estructuración de la
vida en torno al trabajo, por la creciente incapacidad del estado de cumplir su tradicional
papel integrador, observando las crecientes formas de transgresión al interior (y hacia el
exterior) de las instituciones públicas, y evidenciando la creciente obturación de sus
tradicionales canales de expresión de demandas (partidos y sindicatos) importantes sectores
de la población sufrieron profundas alteraciones de sus identidades tradicionales. La
ruptura de esas identidades afectaría los lazos sociales, dando lugar
a procesos de
fragmentación social perjudicando las tradicionales formas de sociabilidad y favoreciendo
el surgimiento de la violencia. Entonces, para un importante sector de la población,
creíamos, la violencia era la expresión de la incapacidad de reestablecer alianzas y
acuerdos. Pero también creíamos que además de ser producto de la reducción de los
consensos sociales mínimos, la violencia podía cumplir un rol constructivo. Esto es, la
violencia podía formar parte relevante de nuevas formas de encarnar protestas, de
establecer identidades y hasta de constituir vínculos. Pero, dado que los procesos sociales
rara vez carecen de matices y contratendencias, suponíamos también que esa
fragmentación de consensos e identidades no implicaba una ruptura definitiva del lazo
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social. A pesar del debilitamiento de ciertos colectivos sociales, como sindicatos, juntas
barriales, etc., era probable encontrar distintas formas de líderazgos territoriales y laborales,
que articulan demandas de localidades específicas, con organismos municipales,
funcionarios, políticos, sindicatos, iglesias, al promover clientelarmente2 intercambios de
bienes y/o servicios, que proporcionan a los representados por esos líderes redes de
relaciones3 que los incluyen en 'lo social o público', según las características
contemporáneas.
Ahora bien, si estos supuestos y especulaciones orientaron el diseño de nuestra
investigación, es oportuno mencionar que estamos lejos de haber logrado una adecuada
comprensión de todos estos procesos. Los diversos estudios de caso que se presentan en
este trabajo permiten vislumbrar, hasta cierto punto, el proceso de conjunto que atraviesa la
sociedad argentina, pero no en realidad poder ‘demostrar’ de manera acabada que lo
‘vislumbrado’ es efectivamente así. De todas maneras, parece útil presentar en esta
introducción ese ‘escenario vislumbrado’, en el que los casos estudiados se insertan como
efecto, a la vez que lo producen como causa. De alguna manera, los estudios de caso actúan
como metonimias, que permiten entender con más detalles esos procesos, pero que como
tales requieren de una visualización, aunque sea somera, del proceso general para ser
comprendidas.
Escenarios: El Pánico Moral
Aunque, como decíamos, no existe una masa crítica de estudios que sirvan de base
para comprender la violencia criminal en Argentina, el proceso que atravesamos ha tenido
paralelos en otros países y períodos sobre los que se han hecho estudios relevantes. Un
paralelo significativo es con la Gran Bretaña de los setenta y ochenta, los años de Thatcher.
Aunque hay diferencias profundas sobre las que volveremos, hay algunas cercanías entre
los procesos atravesados por la Gran Bretaña de esos años y la Argentina en estos,
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Se promueve en general una idea negativa de los intercambios y relaciones facciosas y clientelares, sin
embargo en un contexto de debilitamiento del lazo social, aquellos son muy importantes y no siempre existen
en la realidad social como se los presenta: relaciones rígidas bajo lealtades inconmovibles. Siempre hay
negociación, aunque con márgenes muy estrechos y las lealtades son lábiles, si las cabezas no cumplen con
sus promesas (ver Isla, 2002)
3
Siempre resurge la discusión en América Latina en torno al papel de las redes de 'protección' a partir del
trabajo clásico de Larissa Lomnitz (1977).
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particularmente en lo que se refiere a las modificaciones del estado, del mercado laboral, la
evolución de los índices delictivos y los humores de la opinión pública.
Al igual que en los años noventa en Argentina, los años del Tatcherismo en Gran
Bretaña estuvieron caracterizados por una reducción de la protección otorgada por el estado
de bienestar (que de hecho había sido bastante más inclusivo que el argentino), la
expansión del desempleo y de las tasas de delincuencia. Downes y Rock dan algunas cifras
ilustrativas del proceso experimentado por la Gran Bretaña de esos años, que de hecho, en
algunos aspectos, tuvo paralelos con el Estados Unidos de Reagan. Según los autores
mencionados, en Gran Bretaña entre 1979 y 1983 el desempleo masculino paso del 4% al
14%, lo que produjo en las áreas más golpeadas picos que llegaron al 80 y 90% entre los
varones jóvenes; a su vez, la tasa de delincuencia se duplicó entre 1979 y 1992, con un pico
de crecimiento del 40% entre 1989 y 1992. Estas tendencias provocaron un ‘estado público
de ansiedad’ (Downes y Rock, 1995:175 y 176), caracterizado por el miedo a ciertos
enclaves urbanos, la estigmatización de ciertos biotipos y sectores sociales, y la demanda
de políticas que extremaran las acciones represivas.
A diferencia de lo que sucede en Argentina, para el caso británico la vinculación
entre estos estados de ansiedad y los procesos objetivos de transformación social ya habían
sido estudiados previamente. Una aproximación al asunto había sido realizada por Stan
Cohen (1980) al estudiar a los movimientos de rockeros en los años sesenta y setenta; y
por Gill (1977) al estudiar enclaves urbanos estigmatizados como zonas delictivas y
violentas. Ambos autores utilizaron la noción de ‘pánico moral’ para referirse a los estados
de la conciencia colectiva durante procesos de transformación social como los señalados.
Pero quien, posiblemente, elaboró el concepto en los términos más aptos para el ejercicio
de comparación que estamos realizando fue Hall:
Cuando la reacción oficial hacia una persona o grupo de personas o serie de hechos es
completamente desproporcionada a la amenaza representada, cuando los ‘expertos’, encarnados por
los jefes de policía, el sistema judicial, los políticos y los editores perciben la amenaza de formas
completamente disímiles... cuando los medios... enfatizan ‘repentinos y dramáticos’ incrementos... y
‘novedad’ por encima y más allá de lo que un estudio sobrio y realista podría sostener, entonces
creemos que es apropiado hablar de los comienzos del pánico moral. (Hall, 1978:16)
Como puede notarse, la noción de Hall muestra que los estados de pánico moral no
devienen, tan solo, de las tendencias objetivas reflejadas por las estadísticas, sino también
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de los esfuerzos que diversos actores (algunos medios masivos, sectores políticos y
‘expertos’ en problemas de seguridad) hacen por otorgar significados específicos a estas
tendencias objetivas de la realidad. En general, estos discursos magnifican los riesgos,
promoviendo una sensación exagerada de ansiedad y temor en la población, que produce
una demanda, o al menos consensos, en torno a políticas represivas y restrictivas de las
libertades. Ahora, lo que esta definición de pánico moral parece no abordar del todo son las
razones que hacen que estos discursos y percepciones de la realidad sean aceptadas. En
algún sentido, parte de las razones parecen remedar el surgimiento de los movimientos
ecologistas estudiados por Mary Douglas y Aaron Wildavsky (1982). Ellos observaban que
la conformación de esos movimientos respondía, en realidad, a la percepción de un
conjunto difuso de amenazas (producidos por cambios sociales de diversa índole) que se
condensaban y expresaban en el miedo a una devastación ecológica. De la misma manera
en Gran Bretaña, como posiblemente en Argentina, el pánico a la violencia delictiva podría
actuar como catalizador de un conjunto de temores vinculados a la pérdida de seguridad en
diversos planos de la vida (el empleo, la familia, la salud, el retiro de las garantías estatales,
etc.). Ahora, aún articulando una respuesta como esta, el modelo de pánico moral de Hall
deja abierta la pregunta sobre si estas miradas son aceptadas sin resquicios, o si todos los
sectores las aceptan de la misma manera. La exploración de los escenarios argentinos nos
permitirá, más adelante, realizar algunas observaciones en torno a estas preguntas.
Pero más allá de estas preguntas críticas finales, explorar el caso de Gran Bretaña
muestra que la emergencia de la violencia delictiva suele estar asociada a escenarios
sumamente complejos en los que se entremezclan procesos y políticas económicas, los
intereses coyunturales de diversas burocracias estatales (de los políticos por consolidar sus
electorados, o de la policía y miembros del sistema judicial por incrementar su legitimidad),
los medios de comunicación y estados de la conciencia colectiva que la vuelve receptiva de
discursos que ofrecen ficciones de seguridad y orden. Esta tendencias encontradas en el
proceso británico, por lo menos en los aspectos más generales, tienen paralelos en la
Argentina de los noventa. Si bien las tendencias al surgimiento del desempleo estructural
comenzaron a mediados de los años setenta, en los años noventa y principios del siglo XXI
este alcanzo niveles sin precedentes, por momentos superiores a los del caso Británico.
Como se muestra en algunos de los estudios en este volumen, el desempleo que a principios
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de los noventa rondaba el 6% llegó a picos del 18,4% en 1995, no bajando del 12% en el
resto de la década, ni durante los primeros años del siglo XXI (INDEC, 2000a:10 y 11).
Esto, obviamente, ha sido más grave entre los sectores de menor edad e ingresos, llegando a
picos de más del 40% para los menores de 19 años (INDEC, 2000b:13). Similar a los países
Europeos, el incremento del desempleo estuvo, en parte, asociado a la incorporación de
nuevas tecnologías que desplazaron mano de obra y además exigieron mayores niveles de
calificación. Pero además, en el caso argentino, se sumaron a esto una política monetaria,
de apertura de mercados y la privatización indiscriminada de empresas estatales que
explican, quizás más que la incorporación tecnológica, las cifras expuestas..
Estos niveles de desempleo promovieron de hecho, e incluso de derecho, la
‘flexibilización’ de la condición de los trabajadores, que redundó en una disminución de la
estabilidad y beneficios laborales (vacaciones, obras sociales, indemnizaciones, etc.) que
habían disfrutado los trabajadores argentinos durante décadas. A diferencia de muchos
casos europeos, los trabajadores argentinos no fueron asistidos por seguros sociales, y solo
por precarios seguros de desempleo. Esto produjo importantes incrementos en las tasas de
pobreza, que luego de la hiperinflación de 1989 alcanzó picos del 27,9% del total de
personas en el Gran Buenos Aires en 1997 (INDEC, 1998:986) y también profundizó la
brecha entre ricos y pobres. La Argentina llegó así a niveles de marginalidad que no había
experimentado en casi ningún período de su historia moderna.
Tal como sucedió en el caso británico, en el caso argentino esta fluctuación de las
tasas de desempleo y pobreza estuvo acompañada por incrementos en los niveles de
transgresión normativa. Si solamente nos referimos a los delitos, la tasa de criminalidad se
expandió significativamente en Argentina, pasando de 80 delitos cada 10 mil habitantes en
1980 a 174,2 en 1990, y a 319,7 en 1999 (Dammert, 2000: 12 y 13). Otros datos indicarían
que existió también un significativo crecimiento de la judicialización. Por ejemplo, según
datos de la Suprema Corte de Justicia, en la provincia de Buenos Aires la cantidad de
jóvenes en conflicto con la ley penal en 1999 representaban el 299,47% de los
judicializados en 1986. Pero al mismo tiempo, los encausados por problemas asistenciales
habían experimentado un crecimiento mayor, el 391.04%, lo que sugiere una cierta
conexión entre procesos de degradación económico social que afectaron a la población y
estos mismos procesos de judicialización. Al mismo tiempo, las encuestas de victimización
1
ilustrarían un significativo nivel de desconfianza en los poderes públicos como efectivos
para la resolución de estos conflictos. De acuerdo con una encuesta de Gallup realizada en
agosto de 1999, 4 de cada 10 personas sufrieron crímenes sobre su persona durante el año
anterior a la consulta, el 61% creía que la zona en que vivía era insegura y desconfiaba, al
menos, de la eficacia de la acción policial. Esta desconfianza se manifestaba en el hecho de
que un 56% de los afectados no realizó la denuncia policial correspondiente. Otros datos
estadísticos muestran que la ‘cifra negra’ del delito es todavía mayor de lo señalado por
Gallup. La encuesta de victimización 2000 realizada por la Dirección Nacional de Política
Criminal coincidía con la de Gallup al señalar que cerca de un 40% de la población había
sido objeto de delitos, pero solo el 30% de las víctimas lo había denunciado. A su vez, del
69,2% de quienes no denunciaban, el 44,3% no creía en la eficacia policial.
Lejos de escapar a la lógica del ‘pánico moral’ que operó en el caso británico, sobre
estas tendencias estadísticas que manifiestan, hasta cierto punto,4 las dimensiones
‘objetivas’ del proceso social se produce la emergencia de una diversidad de discursos que
intentan otorgarles significados específicos. En este sentido, los discursos enunciados por
sectores de la policía, de la clase política y algunos medios masivos responsabilizaron de la
violencia urbana a ‘individuos’, que se dedicarían por su propia opción y perversión al robo
a mano armada, asaltos a bancos, asaltos reiterados a comercios en barrios del Conurbano
de Buenos Aires. Estos discursos subrayaron especialmente los robos con niveles muy altos
de uso caprichoso e irracional de violencia –v.g. jóvenes que matan por un par de zapatillas,
como también el asesinato 'a sangre fría' de policías de custodia, como de franco; al mismo
tiempo estigmatizando ciertos espacios urbanos, como a las villas o barrios de monoblocks,
definiéndolos como contaminantes y cargados de violencia. Estratégicamente, estos
enunciados suelen dejar en un cono de sombras otras prácticas violentas que afectan a los
sectores marginales de la sociedad: vg. los muertos por la violencia policial, por la falta de
alimentación adecuada o de asistencia apropiada a su salud. Tal como en el caso británico,
el objetivo buscado por estos actores es legitimar posturas que enfatizan el costado
represivo de las políticas de seguridad.
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En realidad, y como señalamos, casi todos los datos estadísticos con que contamos para medir las tendencias
en las conductas transgresoras de la población tienen importantes deficiencias.
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Para el caso Argentino es interesante indicar que si bien, por un lado, estos discursos
logran cierta efectividad, por otro lado, el desprestigio y falta de legitimidad de muchos de
los actores que los enuncian producen ambigüedad en su aceptación. Del lado de la
efectividad, es notable como estos discursos logran constituir algunos acontecimientos
como paradigmáticos de ‘lo que está sucediendo’, usándolos como justificaciones o
‘pruebas’ de las significaciones que promueven. Además, y como lo demostró Gill (1978),
estas operaciones discursivas no dejan de tener efectos sumamente concretos sobre la
estructuración y usos del espacio y tiempo. Así, en el caso Argentino, ciertos
acontecimientos como la violencia en el fútbol, o los varios tipos de secuestros que se han
practicado recientemente, o el asesinato de la hija de un juez de la zona norte de Buenos
Aires, más los numerosos policías asesinados, son utilizados para constituir una imagen de
caos y violencia inusitados. Esto ha repercutido en una tendencia posiblemente exagerada a
percibir la ciudad como peligrosa, promoviendo que amplios sectores de las clases medias
acomodadas se refugiaran en ‘barrios cerrados’, countries o casas de departamentos con
vigilancia extrema. Esto ha generado, por momentos, una suerte de paranoia que exagera
como una ‘aventura riesgosa’ el atravesar las villas y barrios populares para llegar a sus
lugares cotidianos de trabajo. Y por eso en coches, muchas veces con vidrios polarizados,
se elaboran permanentemente tácticas para eludir a los asaltantes y asesinos, posibles o
imaginados, que los rodean. La efectividad discursiva ha logrado que estos sectores se
sientan asolados por hordas de delincuentes, o de pobres y menesterosos que los espiaban
diligentemente, aguardando para el manotazo. Estas se convirtieron en ficciones corrientes
en algunos lugares y por períodos imprecisos. Por ejemplo, durante un período era común
transitar el Acceso Norte, paranoico por la posibilidad que desde algún puente le arrojaran
un proyectil, le astillaran el parabrisas obligando la detención y así cómodamente lo
saquearan, y posiblemente violaran.
1
Todo ese magma de temores creció, sobre todo en los noventa, mezcla de
conjeturas, basadas en rumores y algunos hechos, pero tiene un hito notable cuando
comienza a hacerse obvio que algunas comisarías de la Policía de la provincia de Buenos
Aires estaban implicadas en el delito. Como indicamos, esto inefectivizó, hasta cierto
punto, la búsqueda de que las imágenes del delito y violencia legitimaran las políticas de
mano dura. Particularmente, el problema de la complicidad policial salió a la luz cuando
una víctima de apellido y fortuna ilustre, que por azar habían asaltado, fue a la Comisaría
más próxima del suceso para radicar su denuncia y encontró a algunos de los asaltantes del
‘otro lado del mostrador y con gorra’. También fue marcante la caída de la poderosa ‘banda
de los comisarios’, asaltantes de bancos y blindados que además de contar con avezados
policías de ese rango, reunía entre sus cuadros más conspicuos a exguerrilleros de las
formaciones de los ’70, que habían sido colaboradores durante su detención en los distintos
centros la dictadura.
1
El estado de sospecha y deslegitimación en el que cayó la policía en todos los
sectores de la sociedad se puso en evidencia durante unos hechos ocurridos en el 2002 en El
Jagüel, un barrio pobre del suroeste del Conurbano bonaerense. Los sucesos comenzaron
con el secuestro de un joven, hijo de un almacenero, que luego de ser retenido para exigir
un rescate durante varios días apareció asesinado, de manera cruenta, flotando en una
tosquera inundada. El día en que apareció el cadáver, un piquete de vecinos del Jagüel
asaltó la comisaría local: la saquearon, la prendieron fuego y casi la demolieron. Falta de
legitimidad para defender su local, la policía se retiró permitiendo la acción demoledora de
los vecinos. Aunque el piquete estaba conformado por personas de distintas edades, quienes
más activamente protagonizaron la demolición del local policial fueron jóvenes de entre 15
y 25 años. Las motivaciones de los vecinos para protestar/atacar al local policial
emergieron a borbotones en los reportajes realizados por la prensa en ese momento. La
indignación brotaba al mismo tiempo de considerar a la policía ineficaz, posiblemente
cómplice en el secuestro, y sobre todo, en el caso de los jóvenes protagonistas de la
demolición, un poder perverso: No sólo por que siendo jóvenes de sectores de bajos
ingresos muchas veces sufrían la represión policial, sino por que para ellos la policía mas
que un poder represivo es un poder extorsivo, que –como se ve en el artículo de Puex— los
presiona para extraerles dinero, para utilizarlos en delitos, ejerciendo sobre ellos un poder
absolutamente discrecional y abusivo. La reacción de los jóvenes del Jagüel expresaba
todas esas sensaciones en un solo acto vandálico. Pero para completar la complejidad del
proceso un hecho adicional debe ser narrado: algunas horas después de ocurridos estos
incidentes un periodista de un medio que claramente promueve las políticas de mano dura
inquirió a la madre del joven asesinado sobre qué era lo que merecían los delincuentes que
habían matado a su hijo: ‘la pena de muerte’, fue la previsible respuesta de una madre
compungida.
1
Los hechos que venimos relatando indican la necesidad de reflexionar algo más
sobre la noción de pánico moral introducida por Hall, observando lo que tal vez son
diferencias con el caso británico. Según Hall el pánico moral no es construido solo por la
prensa, sino que expertos como policías, miembros del sistema judicial y algunos líderes
políticos participan de esa construcción. La salvedad argentina es que, públicamente, estos
mismos sectores aparecen involucrados en los delitos. Esto produce profundas
ambigüedades, por que como se ve en el caso anterior, al mismo tiempo que las víctimas o
potenciales víctimas de diversos sectores sociales se ven inclinados a pedir la represión
extrema de los delincuentes, desconfían, incluso perciben como antagónicas, a las mismas
instituciones que deberían llevar adelante las políticas de ‘mano dura’ que suelen proponer.
Entonces, como en el caso ingles, existe una percepción y padecimiento concreto de las
amenazas presentes en un sociedad riesgosa que induce a aceptar políticas de seguridad
extrema. Pero al mismo tiempo se percibe que las instituciones de la seguridad contienen en
su vientre la amenaza, por lo cual se desconfía de sus propuestas, generando una actitud
ambigua que muestra que la aceptación de la acción discursiva de medios y expertos no es
tan lineal como Hall parece suponer.
Pero antes de avanzar más sobre estas cuestiones, queremos introducir todavía un
caso más que con todas sus derivaciones y ribetes, ilustra de una manera sumamente clara
la imbricación entre sectores del estado y delincuentes de toda laya en la comisión de una
variedad de transgresiones normativas; mostrando además cómo participan de estos hechos
algunos medios y sectores de la opinión pública.
Los Crímenes del "Loco de la Ruta”
“Ha llegado el punto en que cada vez que escucho acerca de una cadena de
secuestros no resueltos, inmediatamente sospecho de la policía” Paul Chevigny,
2002: 74
1
En julio de 1996 se produjo el primer asesinato de una saga de crímenes de mujeres
de los que se conocen fehacientemente por lo menos 13, sospechando que superan los 50
entre muertes y desapariciones. Estos crímenes alcanzaron enero del 2002, continuando la
macabra serie una prostituta de Batán, que quería abandonar el negocio y fue asesinada en
esa fecha.
El 1 de julio de 1996 se encontró el cuerpo desnudo de una artesana uruguaya:
Adriana Fernández, estrangulada con un alambre. Ligada a asociaciones de excombatientes
de Malvinas, con 27 años, no se determinó que trabajara, en aquel momento, como
prostituta. Aunque años más tarde se comprobó (vía excalibur) que tenía conexiones y trato
con otras mujeres; esas llamadas desde su celular sugirieron sospechas de ejercicio de la
prostitución.
En noviembre del mismo año 96, se encontró en la ruta 55 el cuerpo de María
Esther Amaro. En su espalda el asesino talló a cuchillo la palabra ‘puta’.
Una mañana soleada de enero de 1997 se encontraron las piernas y el brazo
izquierdo de Viviana Guadalupe Spíndola, que había desaparecido una semana antes. A los
7 días se encontró el torso a 20 km del primer lugar. La cabeza seccionada, nunca se
descubrió. A comienzos de ese mayo, el cuerpo de Mariela Giménez apareció con los
glúteos seccionados y sin el brazo izquierdo. De María del Carmen Leguizamón sólo se
encontraron los muslos, limpiamente cortados en una bolsa plástica en un cubo de basura.
Tenía 25 años y había nacido en Rosario.
Surgió así, en el imaginario de ‘La Feliz’, la figura de un asesino serial al que
denominaron el ‘Loco de la Ruta’, pues esos primeros cuerpos y despojos se encontraron en
las rutas aledañas a la ciudad. Esta invención fue creada y popularizada por un periodista
del diario La Capital de Mar del Plata, que debió crear un título en un espacio gráfico
limitado de aquel matutino. De inmediato, el apelativo corrió por la opinión pública como
reguero de pólvora.
Se supo, también, que varios cuerpos hallados ofrecieron muestras de torturas
tremendas antes de alcanzar la muerte. Dos de los cuerpos tenían rastros de quemaduras
producidas por un soplete para soldadura autógena. Uno debe preguntarse si ‘El Loco’,
perseguía algún fin pedagógico específico al exhibir los cuerpos descuartizados y
cruelmente torturados, como ilustró Foucault con los castigos y ejecuciones publicas que se
1
ejercían en el Medioevo. Y de contestar, aunque sea de manera preliminar en forma
afirmativa en relación a que los cadáveres contenían un mensaje, uno debería preguntarse
de inmediato, a quién estaba dirigido.
Pero también, a partir de julio de 1996, desaparecieron Ana María Nores, Patricia
Prieto (conocida como “la dominguera”, pues sólo trabajaba ese día), Silvana Paola
Caraballo, Claudia Jaqueline Romero, Verónica Andrea Chávez, Mirta Adela Bordón,
Sandra Carina Villanueva y Mercedes Almaraz. Varias de ellas estaban embarazadas, tenían
hijos muy pequeños, por lo que es improbable que los dejaran abandonados, yéndose a
otros destinos, como sugirieron algunas interpretaciones oficiales apresuradas. Nunca se
supo qué les ocurrió.
Siempre mujeres, jóvenes, entre 25 y 35 años, todas prostitutas confirmadas, menos
la artesana Fernández. Y además todas con paradas en el barrio de La Perla, conocido entre
los frecuentadores como el “yiródromo”.
La excepción a esta regla fue María del Carmen Leguizamón, que antes de su
muerte trabajaba en el local de Margarita Di Tulio; más conocida, desde el asesinato en
Pinamar del periodista Cabezas, como “Pepita la Pistolera”. Fue un acontecimiento
fundamental pues terminaría la carrera de un juez (el Dr. García Collins) y reencausaría la
investigación a partir del 2001.
Otra cuestión igualó esos hechos: siempre los procedimientos fueron borrosos, mal
realizados, como en los ampliamente publicitados de Cabeza o de Natalia Melmann. Fueron
tan desastrosos que evidenciaron la intención de esconder pruebas, de destruir evidencias.
Por ejemplo, nunca se pudo determinar qué había en el disco rígido de la computadora de
Silvana Paola Caraballo, una de las pocas mujeres de clase media alta, en la que por
testimonios, se sabe que anotaba detalles de sus clientes: citas, frecuencias y cobros.
Sandra, una de las chicas de La Perla, declaró una vez, refiriéndose elípticamente al
Loco: “es alguien muy grosso, que se mueve con muchos coches, que pasa mirando y te
elige... capaz que yo estuve con él...” (Clarín, 25/10/98)
Algunos periodistas que siguieron cuidadosamente el tema tienen razones para
asociar el inicio de los crímenes del ’96 a la primera depuración que hizo Duhalde, de ‘la
policía mejor del mundo’, cuando separa de la fuerza a su jefe el comisario mayor Klodzik
y es remplazado por el equipo de de Lázzari y Vitelli. Éste dejará afuera de la Bonaerense a
1
varios comisarios principales. Se trataría, hipotetizaron, de ajustes de cuentas entre bandas
policiales que ensuciaban el terreno de las nuevas autoridades.
El subcomisario Antonio López Camelo, de la Delegación de Investigaciones de
Mar del Plata, decía que la pesquisa apunta “a un profesional; alguien que sabe del manejo
de armas blancas de precisión” (Clarín, 22/ 10/ 98)
Por aquellos años, escribía el corresponsal de Clarín en ‘La Feliz’: ‘Aferrado al
culto del bajo perfil, el fiscal Carlos Pelliza se esfuerza para que no trasciendan detalles de
la investigación. Ayer -como en anteriores ocasiones- Clarín quiso hablar con él pero no
encontró respuesta. “Hay que tener cuidado; el asesino nos está mirando", se excusaba
hace un tiempo’ (Clarín 15/09/99). Pero esta frase que Pelliza la reiteró a la prensa en varias
oportunidades, preanunciaba cínicamente uno de los desenlaces finales del caso: era él
mismo que ‘miraba’; o, aterrado, sabía que lo observan desde el escritorio de enfrente, o de
un lugar muy próximo. Siempre el fiscal ‘fue cauteloso’, y personalmente agregaríamos
moroso, para relacionar en una misma causa las diferentes víctimas que fueron apareciendo,
todas sospechadas víctimas del ‘Loco’.
El discurso de Sandra sugiere algo similar a lo que, a su vez, sugiere Pelliza: el
asesino ‘nos está mirando’. No es un cirujano reprimido y perverso que, para sus horas de
diversión, sale de su prolija vida familiar, se transforma en Mr. Jekyll y despanzurra
mujeres. Es más bien alguien próximo, con mucho poder: ‘dispone de muchos coches’ para
inspeccionar las calles, dirá Sandra; puede estar en el Palacio de Justicia, temerá el fiscal.
El fiscal general Fernández Garello (un hombre de Duhalde, que fue director de
IOMA en la Provincia de Buenos Aires) reconocía que ‘la investigación no es sencilla. Las
prostitutas se mueven en lugares donde predominan la droga y el alcohol; es un ambiente
difícil para trabajar’ (Clarín 15/09/99).
No se entiende qué ambiente selecto pretendía el fiscal general que le allanara los
motivos de la investigación. Pero en las calles de Mar del Plata, en los bares frecuentados
por prostitutas y en sus pensiones, un secreto a voces se desparramaba en susurros: ‘había
policías metidos en el asunto de los asesinatos’ y que la causa eran ciertas indisciplinas de
las chicas para pagar sus cuotas.
Es sabido que las 10 comisarías de Mar del Plata tienen un precio específico de
acuerdo a las áreas de ilegalidad que controlan. La 1ª. Controla prostitución y juego. En su
2
zona las prostitutas se dividen por su edad. En La Perla Nueva están las más jóvenes, que
hacen un promedio de 1500 pesos al mes y deben pagar un canon a la policía. En La Perla
Vieja están ‘las veteranas’, muchas de más de 60 años, que no pagan canon, pues la policía
las usa para confeccionar la estadística. Hay así, como en la mayoría de la estadística de
delincuencia, una cifra de ilegalidad encubierta.
A su vez, las de La Perla, se pueden incorporar en dos categorías: las ‘callejeras’ y
las ‘privadas’ que trabajan en sus casas o departamentos. En promedio estos dos tipos de
prostitución cobran $80 por ‘servicios completos’ y más barato $40 o $20 según los
servicios que presten. Luego están las llamadas ‘vip’ o del ‘sector vip’ que, por ejemplo,
merodean el Hotel Sheraton o la whiskería Smoke, que tienen tarifas muy superiores, y
seguramente ganancias mensuales bastante mayores que aquel promedio.
Pero por lo que se sabe, todas tienen un porcentaje común de canon y ganancias
personales: 40% para la mujer y 60% para la policía. Participación y cifras bastante
reconocidas por autoridades de distintas instituciones de ‘La Feliz’. El juez Pedro Hooft
terminó comprobando años más tarde algo similar: una banda de policías cobraban 100
pesos por semana a cada prostituta para darles ‘protección’: no detenerlas, realizando
también cobros por tareas de ‘custodia’ en los locales nocturnos.
Aquellas primeras muertes del 96 desataron un aluvión de teorías populares sobre
las motivaciones del ‘Loco’. Así, de inmediato trascendieron teorías folk sobre psicópatas,
serial killers, o perversos graves. La policía y los fiscales a cargo de la investigación,
orientaron a la opinión pública para imaginar un Hanibal Lecter. Un corresponsal de La
Nación, por ejemplo, imaginó un monólogo de su Jack the Ripper: ‘Ahora escucho de
nuevo la voz. “Volvé a hacerlo”, dice. No dice, ordena. Sobre todo cuando la Luna está
grande ahí... para limpiar la suciedad del mundo...’ (18/ 10/ 98) Comparó también en su
crónica a ‘El Loco de la Ruta’ con Santos Godino, más conocido por ‘El Petiso Orejudo’,
un espécimen que en dos meses del año 1912 despachó siete chicos.
Se hablaba en aquella nota de un perverso de extrema crueldad, capaz de frecuentar
prácticas caníbales, y se consultó a expertos criminólogos como Elías Neuman, Gabriel
Jure y Rodolfo Goncebate, quienes a ciegas del expediente, cuidadosamente reservado,
opinaron sobre un psicópata abstracto.
2
Jure, como psiquiatra, habló del ‘narcisismo pleno’ de los asesinos seriales, que
además exhiben ‘una pasión necrófila’. Es posible encontrar en sus vidas vivencias
infantiles de suma agresividad, con violaciones reiteradas o severos castigos corporales,
adujo. El perfil de un ‘monstruo’ estaba desarrollado desde sus raíces.
Neuman, sin embargo, dudó de los hechos y le recomendó cautela al periodista,
afirmando que era extraño este tipo de criminalidad en este país (La Nación, 18/ 10/ 98).
Aunque es bueno hacer la salvedad de que, como se investiga muy mal, las pruebas sobre
los cadáveres son alteradas en las autopsias, a veces negociadas con familiares o abogados
defensores, según la importancia de los casos, que además hay poca o nula
complementariedad para investigar hechos entre comisarías y que los hechos que no se
producen simultáneamente se dividen entre diferentes causas en distintos juzgados, como
en este caso, es difícil discernir la cantidad de asesinos seriales que tenemos entre nosotros.
Es sintomática de un estado de descomposición de la sociedad, aquella discusión
sobre la caracterología del Loco. Periodistas, comentaristas y expertos dieron por hecho que
detrás de los acontecimientos macabros se encontraba un Loco, que a su vez era la versión
policial publicitada. Nadie sospechó hasta ese momento, y si lo sospechó nadie afirmó
públicamente otra alternativa; y mucho menos que la locura tenebrosa se hallaba dentro de
una institución, cuyo cometido es cuidar que esas cosas no ocurran. Un grupo de policías,
amparados por algunos funcionarios judiciales, se había disparado con una saga de
crímenes alucinantes.
En agosto de 1999 el gobernador Duhalde ofreció medio millón de pesos para quien
aporte datos sobre ‘El loco’ (Clarín 04/08/ 99). Esto produjo que un testigo con identidad
reservada se presentara a uno de los abogados patrocinantes en la causa de las
desapariciones de Ana María Nores y Claudia Jackeline Romero. Fue conducido frente al
Juez de garantías Marcelo Medina, quien le tomó declaración. La fiscalía de Carlos Pelliza
se hizo cargo de la misma, indicando a la policía cómo debían dirigir sus actuaciones
investigativas: El zorro en el gallinero.
El hermetismo fue total, y por supuesto que toda la investigación volvió a tomar
otro callejón sin salida. Un corresponsal sin entender la burla escribió: ‘...la mirada de los
sabuesos apunta a un carnicero en cuyo vehículo se encontró un cuchillo, varios meses
2
atrás, durante un operativo de control de tránsito, pero en ese entonces pudo justificar la
tenencia de dicho elemento’ (La Nación, 03/04/99).
Los ‘sabuesos’ perseguían e interrogaban a carniceros, minoristas de la carne, por el
uso de habitual de cuchillas, pensaban repentinamente en las peligrosas redes del
narcotráfico, e insistían con Jack el Destripador. La pesquisa estaba empantanada.
En enero del 2000, en plena temporada, otro hecho de sangre volvió a salpicar ‘La
Feliz’. Una arquitecta joven, que viajó de Tres Arroyos con sus padres, salió una noche para
tomar algo en un pub del centro de la ciudad. Allí, los últimos que la vieron, la describen
conversando animadamente con un hombre en la barra, con quien después de la
medianoche salieron del local. Apareció asesinada en los descampados de la Barranca de
los Lobos, y nadie puede aseverar que este hecho se relacione a los otros. Pero otra mujer
se sumaba a la serie de asesinadas y de casos sin resolver.
Recién en el 2001 se comenzó oficialmente a mencionar la hipótesis de que grupos
de la policía podrían estar involucrados. En realidad, vecinos de las afueras de Mar del
Plata, con viviendas sobre los caminos donde se habían encontrado restos de cuerpos, ya
hablaban en 1998 de ‘los locos de la yuta’, en vez del ‘loco de la ruta’.
El fiscal general Fabián Fernández Garello ‘dio a entender que un gran obstáculo
para esclarecer el caso es la propia Policía. “La prostitución es una de las fuentes de mayor
corrupción policial”, dijo’ (Clarín, 25/01/01). Por octubre de aquel mismo año, la misma
policía comenzó a incluir dentro de sus hipótesis de investigación la posibilidad de que
alguien o algunos de los efectivos de su fuerza, estuvieran involucrados, y que la ‘teoría del
Loco’ no fuera otra cosa que una maniobra de distracción, fogoneada por efectivos de la
policía bonaerense, como también por otras instituciones públicas.
Ocurrió que para la época,
nuevamente en Mar del Plata se dió una
seguidilla de muertes de mujeres jóvenes que volvieron a concitar la atención pública, y el
terror de las damas de la noche.
El 12 de septiembre de 2000, encontraron el cuerpo con golpes en la cabeza y
estrangulada con una bufanda, de Marlene Michensi de 16 años. Había sido violada. El 16
de ese mismo mes se encontró a Débora San Martín, también de 16 años, estrangulada de
manera similar que la primera. Ambas, se descubrió más tarde, estaban enganchadas con la
prostitución, en su modalidad de atención ‘privada’, o sea en departamentos.
2
El 31 de octubre en su departamento del centro de esa ciudad, se halló el cuerpo de
Iris Izza, quien había sido asfixiada.
Al mes, el 21 de noviembre de 2000, un trabajador en el basural de Mar del Plata
encontró restos no identificados de un fémur, como pies y manos seccionados de una mujer.
A los dos días encontraron a Liliana Hatrick, de casi 40 años, ahorcada con el cable de un
electrodoméstico: una plancha. Había sido violada.
Luego, el 25 de ese noviembre sangriento, hallaron a María Vázquez, asesinada
mediante asfixia, aunque antes había recibido varios golpes contundentes en su cabeza.
Vivía sola en los suburbios de Camet y no había sido violada. En ese mismo barrio el 24 de
enero de 2001 encontraron asesinada a María Claudia Renavell, también por asfixia.
En este nuevo grupo de asesinatos, donde primó el estrangulamiento y la asfixia, se
atacó en su mayoría a mujeres muy jóvenes que vivían solas en casas o departamentos. En
general todas ejercían la prostitución.
En la segunda semana de julio de 2001 fue destituido el juez Jorge Horacio García
Collins, integrante de la Cámara de Apelaciones marplatense. Este hecho se fundamentó en
la denuncia de que ese juez ‘arreglaba’ causas de algunos detenidos en la cárcel de Batán,
en relación a Margarita Di Tulio, alias Pepita la Pistolera. Pero la investigación se
profundizó a partir de la denuncia del Fiscal Pelliza, que seguía la muerte de María del
Carmen Leguizamón, cuando la joven trabajaba en la whiskería de Di Tulio. El juez fue
acusado de recibir plata de la meretriz, lo que se comprobó en las escuchas telefónicas5.
Las escuchas por el Excalibur, habían tenido resultados complementarios. Se
descubrieron varios llamados entre la comisaría 1ª. de policía y el prostíbulo de la calle
Salta al 1200, a propósito de la desaparición de Verónica Andrea Chávez, en cuya casa se
encontró una agenda con nombres y direcciones de muchos de sus clientes. Entre ellos
había políticos y funcionarios del Poder Judicial, concejales, policías; varios prohombres de
La Perla del Atlántico. Encontraron en esa libreta el nombre del fiscal del fuero federal Dr.
Marcelo García Berro, que en el 2002 se haría famoso por su detención como involucrado
en la causa.
También se constató ‘que con suma frecuencia alguien hablaba a los teléfonos del
prostíbulo desde el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Mar del Plata y desde la fiscalía
5
Nos preguntamos si el juez está procesado o detenido. La opinión pública le perdió el rastro a la impactante
noticia.
2
que funciona allí’ (La Nación, 18/10/ 01). Es interesante como esto volvía la mirada sobre
el lugar de Pelliza, quien se decía mirado. Ese fiscal apartó al médico forense Jorge Tonelli
de las primeras causas, después de que éste había realizado minuciosas autopsias,
iniciándole un sumario por un motivo fútil. También Pelliza amenazó con causas a
periodistas.
Por lo menos dos policías estaban involucrados en la desaparición de Chávez, y
todas las sospechas tendían a desmentir la presencia de un psicópata que años antes había
sido bautizado como el Loco de la Ruta. La densidad de las llamadas entre la Seccional 1ra
y el prostíbulo hicieron sospechar que la cosa iba mucho más allá del asesinato de Chávez:
detrás había una organización delictiva para la trata de blancas.
En octubre de 2001 el juez Hooft realizó dos allanamientos sorpresivos, tanto para
los dueños de los prostíbulos como para la misma policía. Como la sospecha estaba
centrada principalmente en la policía bonaerense, se debieron realizar con el concurso de la
Gendarmería y de agentes de la Policía Judicial, institución que no depende de la
Bonaerense, sino de la Procuración de la Corte Provincial.
Todos estos acontecimiento se precipitaron tras el impacto que causó la desaparición
de Fernanda Lucía Verón, el 11 de octubre del 2001, cuando con sus 22 años hacía ‘la
calle’ en una parada de La Perla. El Comisario Norberto García explicó una vez a La
Nación, respecto a Mar del Plata: ‘No se la puede comparar con prácticamente con ninguna
otra del país y mucho menos dentro de la provincia’, quien continuó, ‘le doy cuatro datos:
tiene casi 700.000 habitantes, puerto marítimo, una cárcel con unos 700 detenidos y recibe
por año 3 millones de visitantes. No hay otra localidad así en el país. En este contexto, casi
no hay asaltos express, ni golpes a camiones blindados y no se ve el nivel de violencia de
algunos hechos que se dan en el conurbano bonaerense. Tampoco hay mafias organizadas
con sede en el lugar; en lo que coincidimos con el resto del país es que en los casos más
violentos son protagonizados por delincuentes cada vez más jóvenes. Esto no es un paraíso
y seguramente hay muchísimo por mejorar, pero teniendo en cuenta las condiciones que se
da aquí, la situación no es tan mala’ (La Nación, 18/10/01).
Hay periodistas que sostienen que a la fecha de la declaración habían sido
asesinadas o desaparecido más de 50 mujeres en 5 años. Incluso hay otro casos no
relacionados, aún previos a ese año, donde se comprobaron descuartizamientos.
2
La causa de la muerte de Ana María Nores que la llevaba el juez Jorge Peralta, se
unificó con la causa de la desaparición de Silvana Paola Caraballo y Verónica Andrea
Chávez, que lleva adelante el juez Pedro Hooft.
A partir de los procedimientos ejecutados por ese juez las investigaciones
comenzaron a dar algunos resultados. Se determinó, por el sistema de articulación de
comunicaciones VAIC, la existencia de una red delictiva conformada por policías,
funcionarios judiciales y políticos provinciales (La Nación, 23/10/01). Por ejemplo,
aparecía a menudo en las conversaciones entre prostíbulo, comisaría, juzgado el nombre de
Jesús Porrua, secretario de gobierno del Municipio.
La fiscal Susana Kluka, del juzgado de Pedro Hooft, insistió que había miembros de
la justicia implicados además de la policía. Esta tesis fue decididamente apoyada por el
procurador general de la Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Buenos Dr. De la
Cruz, quien declaró ‘se detectaron cruces telefónicos entre un prostíbulo, policías y la
Justicia Federal... hay un funcionario judicial de jerarquía que, además de tener relaciones
continuas con prostitutas, habitualmente anda de noche por la zona roja’ (Clarín, 12/ 10/
01). Intachables jueces, hombres de familia, custodios de la moral pública y privada
frecuentaban el ‘yiródromo’.
Esas declaraciones exasperaron los ánimos de los jueces del Tribunal Oral Federal
de Mar del Plata, que reaccionando frente a la acusación, solicitaron la apertura de un
sumario administrativo para que se investigue las acusaciones del procurador general. Las
sospechas relaciones intensas con chicas y dueños del prostíbulo de la calle Salta, recayeron
y/o rozaron a otros encumbrados miembros del tribunal federal; el excalibur había
desenterrado estos comercios.
Sin embargo, y aquí una de tantas paradojas, esa cámara con esos jueces, era la que
llevaba uno de los ‘juicios de la verdad’, por los desaparecidos durante la última dictadura
en Mar del Plata. Así, comenzaron los comentarios, incluso entre muchos ‘progresistas’,
que esas acusaciones sobre los honorables miembros se debían a que el juez Hooft había
colaborado con la última dictadura, y así trataba de impedir el buen resultado del ‘juicio de
la verdad’. Pero en el tema de los asesinatos y desapariciones de mujeres prostitutas, las
voces de los organismo de derechos humanos, que tuvieron un papel protagónico con las
2
denuncias y reclamos relacionados a las violaciones durante la última dictadura, no se
escucharon.
El 8 de agosto del 2002 quedaron procesados diez policías, una madama (Doña Pilar
de las Mercedes Peralta Zamora, que dirigía el prostíbulo Pent House Privado, y que se
mantiene prófuga), un rufián y el fiscal García Berro, con variados cargos: extorsión,
privación ilegítima de la libertad, asociación ilícita, falso testimonio, etc. El Loco de la
Ruta se reconfiguraba en algunos representantes de instituciones conspicuas de la moral y
el control social.
Los Crímenes del Loco en Perspectiva Analítica
Los hechos del Loco de la Ruta ilustran de una manera particular los escenarios en
los que han tenido lugar los procesos vinculados a la violencia delictiva en la Argentina.
Una de las cosas que emerge de esta historia de forma particularmente clara son los
mecanismos y variantes que se producen en la evolución del pánico moral. La invención
del ‘Loco’ muestra de forma transparente cómo, sobre una serie de hechos objetivos —las
muertes de muchas mujeres jóvenes— se pueden construir imágenes diversas que
amedrentan de distintas maneras a la población. En este sentido los medios de
comunicación jugaron un papel cambiante. Si en un punto facilitaron la construcción de la
figura mítica del Loco, colaborando con los intereses de algunos de los actores
involucrados, en otro momento publicitaron la existencia de las redes institucionales de
corrupción, develando la inexistencia del ese personaje. Más allá de que algún medio
específico o periodista particular podría estar comprometido con los intereses de algunos de
los sectores involucrados, la prensa parece divulgar aquello que suena en principio como
vendible, por escandaloso o por exótico o por morboso. Por eso la construcción no
permanece en un punto fijo, por que también la característica de ‘saga’—ahora parece una
cosa, y luego, un giro dramático, se descubre otra— también tiene un impacto comercial
importante. De forma tal que la acción de la prensa en la construcción del ‘pánico’ no es
lineal, es cambiante, favoreciendo imágenes de temor, pero no haciéndolo necesariamente
en un sentido único, ni homogéneo con los intereses de alguno de los sectores involucrados.
A lo único que necesariamente atienden sin cortapisas, como es lógico, es a sus propios
intereses comerciales.
2
Pero adicionada a esta cuestión surge otra, y esto es que en el caso argentino
muchos de los actores que Hall menciona como arquitectos del pánico moral, aquellos
‘expertos’ —policías, jueces, políticos— que definen la fuente y calidad del peligro,
aparecen involucrados ellos mismos y públicamente en la acción criminal. Esto plantea
problemas analíticos de varias índoles. Primero, complejiza aún más la cuestión de la
construcción del pánico moral, ya que la experiencia permanente de la población es que
estos expertos, que intentan presentar el problema y sus soluciones, son en realidad ‘parte
del problema mismo’. Con lo cual la legitimidad de sus discursos y definiciones quedan en
un cono de sombras. Esto parecería producir actitudes ambiguas en la población que, como
puede verse en el trabajo de Puex, al mismo tiempo pueden reclamar la intervención
policial y pensar a esta fuerza pública como una permanente fuente de peligro.
También puede notarse esto en la inestabilidad de las políticas de seguridad. Si
tomamos lo que estadísticamente constituye el epicentro de los problemas de seguridad, la
provincia de Buenos Aires y dentro de ella el Conurbano, la ambigüedad es evidente. La
cartera desde la que se instituyen las políticas de seguridad ha estado, en el lapso de 2 o 3
años, alternativamente en manos de militares vinculados a las fuerzas represivas del
proceso que proponían ‘mano dura’ frente al problema de la delincuencia; y de abogados
con actuaciones destacadas en el enjuiciamiento a las juntas militares y con perfiles
claramente garantistas. Ninguno de todos estos cuadros logró, de hecho, conseguir un claro
consenso en la población (seguramente de allí su escasa estabilidad en el cargo), ni
establecer una política de seguridad orgánica que ordenara el funcionamiento de las
agencias estatales de seguridad —que usualmente miraban a esas políticas como intrusivas
de las prácticas más rentables que permitían sus tradicionales formas de organización,
como el cobro de comisiones a prostitutas y prostíbulos detrás de los hechos del Loco.
En la misma vena, es posible pensar que la adhesión a políticas de mano dura y el
pánico moral no cunden de la misma manera por el conjunto de la sociedad. Por ejemplo, si
bien es cierto que algunos ex – militares y policías identificados con los procedimientos de
la dictadura militar y con las políticas de mano dura y tolerancia cero han ganado
elecciones municipales, su derrotero electoral ha sido incierto en el campo provincial,
evidenciando consensos solo regionales y fluctuantes. Por otra parte, en zonas donde el
electorado es principalmente de clase media (como en la Ciudad Autónoma de Buenos
2
Aires) estos líderes políticos han tenido consensos mínimos, y quienes ganaron las
elecciones en general han sostenido programas de seguridad ideológicamente opuestos a los
anteriores.
En definitiva, en el caso argentino resulta complejo pensar el pánico moral como
una construcción sistemática de la amenaza proveniente de algunos perversos que acechan
a los ciudadanos ‘normales’ o de sectores empobrecidos que amedrentan a los más
favorecidos. Si bien esto parece ser una parte de las amenazas percibidas por la población,
otra fuente de amenazas serían las propias fuerzas del orden, que se piensan dispuestas a
extorsionar, delinquir y disimular; más los funcionarios políticos que en el imaginario
social también delinquen, disimulan y mienten. De forma tal que el pánico moral en
Argentina no proviene de la simple construcción de la opinión pública que un sector de la
sociedad logra articular en función de sus intereses. El pánico cunde por que se percibe la
amenaza por una multiplicidad de fuentes, y si bien es posible que la sensación de
devastación, de caos y desorden sea algo mayor de lo que los hechos ameritan, este existe
con un nivel inusual en la sociedad argentina.
Frente a este panorama la población no parece atinar a unificarse en una mera
demanda de políticas de mano dura. Hay un pánico moral, una sensación de devastación y
riesgo, pero que no encuentra canales claros en los que expresarse orgánica e
institucionalmente y que canaliza por estallidos, como los frecuentes ‘cortes de calle’ con
las más diversas demandas: trabajo, seguridad, justicia, alimentos, educación, etc. Estos
estallidos se expresan muchas veces en contra de los propios organismos de seguridad,
justicia y de las instituciones políticas.
Pero la imbricación sistemática de diversos agentes estatales en la transgresión nos
lleva a pensar en, al menos, dos cuestiones más. La primera es la siguiente:
tradicionalmente se ha pensado en la teoría social al estado como la encarnación del orden
normativo de la sociedad. Ya sea, en el funcionalismo, donde es la expresión del consenso
poblacional sobre la necesidad de un orden moral o, en la visión marxista, como imposición
de una visión ideológica sobre los sectores subordinados. Así el estado, y sobre todo sus
instituciones penales, judiciales y policiales, contiene los órganos primordiales del control
social, del resguardo del orden frente a la transgresión normativa. Pero las particularidades
del caso argentino hacen difícil encuadrarlo en estas tradicionales miradas sobre el estado.
2
Los agentes estatales en la Argentina, por lo menos en muchísimas oportunidades y en
muchísimos sectores del estado, parecen no responder a los intereses colectivos o a los
intereses de una ‘clase’, sino a los intereses particulares y coyunturales de las propias
burocracias estatales. Obviamente que esta afirmación no puede hacerse sobre la totalidad
del estado, ni sabemos siquiera si sobre la mayoría de sus agencias, pero si que es
sumamente frecuente en aquellas destinadas a la seguridad pública (judiciales, policiales y
penales). Esta cuestión que, como se verá, reaparece en muchos de los trabajos incluidos en
este libro nos obliga a repensar el rol de estas agencias en el caso argentino, cosa que
haremos en la sección final del libro y a la luz de lo que los estudios de caso presentan.
La segunda cuestión que emerge de la existencia de un ‘estado trasgresor’ es el
problema de la conceptualización de la violencia. Como hemos sugerido antes, uno de los
problemas de estudiar la violencia es que el término tiene una carga ética y moral que lo
hace relativo a los diversos contextos culturales en los que se emplea. El problema puede
resolverse parcialmente observando las instituciones que encarnan los consensos sociales
mínimos, sobre lo que constituye o no, violencia, en un contexto determinado. Ahora, la
particular imbricación de los agentes estatales en la transgresión normativa hace difícil, en
este caso, encontrar esos consensos que nos permitan definir qué constituye y que no
constituye violencia. Encontrar alguna solución al problema exige elaborar algo más la
noción de violencia y las complejidades teóricas y metodológicas que le están asociadas.
El Evanescente Concepto de Violencia
No fue intención de la investigación que emprendimos el logro de una definición de
la siempre inefable noción de violencia, pero sí debemos teorizarla un instante para no
quedar amordazados por las prescripciones del código penal, que como indicamos al
comienzo presentan serias dificultades a la hora de teorizar sobre la violencia asociada a la
transgresión normativa en Argentina.
La violencia es una noción escurridiza, pues siempre depende de valores subjetivos
el denominar una acción de tal forma. Entonces, es común que víctimas, victimarios y
testigos de una acción la valoren y nominen de manera disímil. Lo que la víctima puede
considerar como violencia, para el perpetrador puede ser sólo una respuesta habitual, y
3
para los testigos cobrar heterogéneas interpretaciones. Estas interpretaciones siempre están
relacionadas a valores que se desprenden, no sólo de normas y leyes generales, sino de su
socialización según un conjunto de relaciones sociales mediadas por la clase, la cultura y
subculturas, la localidad, la familia e incluso también por la misma subjetividad de la
persona. Así, el uso de la palabra violencia para una acción está sujeta de manera inmanente
a la concepción ética de los sujetos que la realizan, reciben o simplemente asisten a dicha
acción.
Tiene de esta forma múltiples puntos de referencia. Entonces, ‘la noción de
violencia, si ella implica a fin de cuentas una referencia a hechos positivos, hace pasar esa
referencia por un recorte en función de normas’ (Michaud, 1978: 90). Por ello, nosotros la
conceptualizamos, en una primer aproximación, como formas de transgresión a usos,
normas y leyes de una sociedad. De esta manera, la violencia, en su expresión física o
simbólica es parte constitutiva de las relaciones sociales. Es episódica en su
manifestaciones extremas (el daño físico), pero en sus manifestaciones no extremas es
cotidiana e inmanente de las relaciones sociales, pues hace parte de la tensión permanente
entre el cumplimiento del orden establecido y su transgresión. Pero la represión de una
transgresión, por mas legitimada que esté, puede ser también violenta, como en el caso de
la pena de muerte en algunos estados de EE.UU.
En nuestra cultura en particular, muchos de los sentidos de la palabra violencia están
estigmatizados. Nadie diría ‘soy violento’ en familia o en la calle. Nadie suscribiría ‘la
violencia es una buena solución, o una buena medida’. Es un término proscrito, en general
en las culturas, pues está ligado a valores y preceptos éticos.
De todas formas, lo que ilumina la palabra 'violencia' son determinadas acciones
sociales proscriptas, como por ejemplo ‘pegar’. En una amplia serie de entrevistas que
realizamos en dos capitales de provincias del NOA, se advirtió la dificultad que tenía más
del 90% de los entrevistados de hablar de ‘golpes’ y ‘violencia’ en el seno de su hogar. En
cambio, frecuentemente reconocieron ‘vecinos golpeadores’ en las inmediaciones. Varias
mujeres de San Miguel de Tucumán reconocieron haber recibido ‘chirlos’ de sus parejas,
pero no aceptaron que a ello se le llamara ‘golpes’, ni menos hablar de ‘maridos violentos’.
Entonces, la apelación al calificativo violencia tiene un fuerte contenido cultural,
que hace que 'chirlos' en una región sean considerados como 'no violentos', y en otras sean
3
calificados con aprehensión. O que el insulto, en algunas culturas sea mirado con horror, y
signifique una agresión mucho más dañina que una puñalada. Entonces, está lejos de ser un
concepto fácilmente definible y es mucho más dificultoso su uso transcultural.
David Richies, en un encomiable esfuerzo, propuso una mínima definición
transcultural de violencia: ‘una resistida producción de daño físico’ (1986: 4) proponiendo
un núcleo central de significado de la violencia6. Se concentró en la relación existente entre
el o los perpetradores de la acción violenta, la o las víctimas de tal acción y por fin, el o los
testigos del acto. Siendo la violencia para Riches un ‘recurso’ cultural y social, propuso
cuatro propiedades básicas de validez transcultural:
1) La ejecución de la violencia es por su propia naturaleza susceptible de debate en cuanto a su
legitimidad.
2) La discrepancia entre los implicados en la comprensión básica de la ejecución de un acto violento,
o en la experimentación de una imagen violenta, probablemente sea mínima: en su sentido clave,
como la consecusión de daño físico, es poco probable que la violencia no sea reconocida como tal.
3) La práctica de la violencia es fuertemente perceptible a los sentidos.
4) La ejecución de la violencia en un grado moderado de efectividad, requiere relativamente poco
equipo especializado o conocimiento esotérico. La manipulación y los recursos de fuerza que posee
el cuerpo humano, más el conocimiento de que estos recursos son capaces de destruir objetos, son
elementos suficientes para lograr un acto lesivo con mediano éxito en contra de otro ser humano
(Riches, 1986: 11)7.
Estas ‘propiedades’, como llama el autor, sin embargo, se basan en una definición
de violencia centrada en el daño físico no aceptado o resistido, dejando fuera los
fenómenos de ‘sado-masoquismo’ con lo que podríamos acordar, pero excluye todo lo que
es el ‘daño psíquico’, además del daño físico involuntario. Propone tácitamente que los
únicos 'daños psíquicos' considerados como 'violencia', son sólo aquellos producidos por
'daños físicos'. Deja afuera esta mínima definición un sinnúmero de conductas -que no
dejan huellas físicas- pero que los actores pueden calificar como 'violentas'. Con esta
simplificación de la cuestión, Richies termina seducido por ‘la tentación positivista’, y en
sus conclusiones afirma que ‘no hay evidencias de que la estructura social produzca
6
Otra definición de violencia, empleada en organismos multilaterales latinoamericanos, es "...el uso o
amenaza de uso, de la fuerza física o psicológica, con intención de hacer daño de manera recurrente y como
una forma de resolver los conflictos" (Guerrero, 1997 y otros, cit. en Arriagada y Godoy, 1999: 8).
7
Nuestro énfasis. Volveremos sobre la relación entre violencia y legitimidad.
3
violencia, siempre hay caminos alternativos’(1986:25), encapsulándola en su definición de
‘daño físico resistido’.
Una actualización de esa concepción es la elaborada por John Keane, quien
complicando aquella definición, entiende por violencia: ‘...cualquier acto no requerido, ni
deseado, aunque intencional o semi-intencional de violación física del cuerpo de una
persona, quien previamente había vivido en paz ’ (1996:6)8. Introduciendo aquí un nuevo
intríngulis moral de final incierto: si alguien hiere, tortura o mata a otro, que no había
vivido ‘en paz’, esto no es violencia, desde la perspectiva de Keane. Uno debe agregar con
ello, a las incertidumbres del término violencia, quién define ‘la vida en paz’.
Esta posición nos obliga a confrontar con el pensamiento de Paul Heelas (1982),
quien negaba también la utilidad del término violencia en contextos transculturales. Heelas
hallaba que, para ciertas comunidades de las tierras altas de Nueva Guinea, el asesinato de
extraños no es considerado violencia (Heelas 1982:49). Sería, así, imposible establecer una
definición general del término violencia que abarque diferentes culturas.
Cuestión que ya habían advertido teóricos del derecho, como Kelsen (1962:60)
cuando se refería a los ‘órdenes jurídicos primitivos’, describiendo comunidades con esos
‘órdenes’ en donde matar a un foráneo o a un esclavo no era delito, mientras que sí lo
constituía, y era sancionado, matar a un miembro de la comunidad 9. No es necesario
remitirse en nuestros días a ‘órdenes jurídicos primitivos’ para encontrar ejemplos en las
naciones del llamado ‘primer mundo’ de un uso discrecional del derecho y la violencia,
como, por ejemplo, la inmunidad que exige el gobierno de EE.UU. en relación a sus tropas,
repartidas por el mundo, sobre ser juzgados sus posibles crímenes solamente por las leyes
nacionales de ese país, evitando los tribunales nacionales locales y los internacionales. La
explicación de la discrecionalidad del uso del derecho y la violencia no esta en ‘el orden
juridico primitivo’, sino en el poder que se detenta en el concierto local o internacional.
Christian Krohn-Hansen, nos ofrece otro ejemplo interesante de disyuntiva moral: el
aborto es considerado como una práctica legítima por el estado noruego; y visto, en cambio,
por algunos grupos religiosos de ese país como extremadamente violento, definiéndolo con
8
Más adelante el matizará su definición “cruda” de violencia, siguiendo las líneas argumentativas de los
autores que comentamos seguidamente (véase pp. 65 a 70).
9
En las sociedades guerreras de los "indios de las praderas", matar a un enemigo en combate, o morir en un
combate era ensalzado como conducta; sin embargo matar a uno de su tribu a traición era severamente
penalizado. Todos eran actos violentos y propio de guerreros, pero unos eran correctos y otros incorrectos.
3
el término feticidio (Krohn-Hansen 1994:368). Para Krohn-Hansen, lo que entiende por
violencia sólo sería válido cuando se dan consensos sobre su centro o vértice moral,
dentro de contextos sociales determinados10.
Diferentes antropólogos han adelantado ideas similares sobre conceptos de similar
polisemia11 “...violencia y sexualidad son conceptos culturalmente anclados, los cuales no
necesariamente tienen una relevancia intercultural mensurable” (Harvey & Gow: 1994:12)
Desde ese punto de vista relativista, sería improcedente describir una acción como violenta
sin el consentimiento de los participantes (Khron-Hansen, 1994:368), a lo que adhiere
también la antropóloga Alba Zaluar en sus estudios pioneros de la violencia y la represión
en Río de Janeiro.
Pero advertir la diversidad no significa quedarse teóricamente paralizados, buscar
una definición escolar o caer como llaman algunos en la ‘tentación positivista’, que iguala
‘hechos’ a ‘representaciones’. Queda claro que no se dispone de una definición de
violencia universalmente aceptada como, por ejemplo, la de ‘salud’ reconocida por la
O.M.S. —a pesar de los ingentes esfuerzos en congresos y reuniones de psicología, salud
mental, derecho, criminología, etc. sobre el tema. Si bien coincidimos con aquellos que
postulan que es un término imposible de definir transculturalmente, es imprescindible
elaborar un conjunto de principios que coadyuven a definir un punto nodal sobre la
violencia.
Un primer postulado que creemos a esta altura fundamentado, lo constituye la
pluralidad de significaciones que recogemos y atribuimos a la violencia. Entonces,
hablaremos de las violencias para comprender sus tipos y las visiones de los actores,
imprescindibles desde la concepción de los investigadores involucrados en este trabajo. Es
decir, que más allá de factores socioeconómicos como ‘pobreza’, ‘desempleo’, ‘bajos
ingresos’, o la constatación de otros, como ‘carencia de orden social’, ‘fragmentación’, que
podemos y debemos recabar en las relaciones entre sociedad civil y Estado, para entender
10
Existe en el acto violento una lucha política por su significación social. El perpetrador argumentará a favor
de la legitimidad de sus acciones, los testigos (y la/ las víctimas) la condenarán como ilegítima. Riches, nos
dice Krohn-Hansen, sugiere que en el centro de todo acto de violencia existe una contradicción que los
involucrados deben necesariamente confrontar (Khron-Hansen, 1994: 370).
11
Similar problema con “tortura”: “...en Chile, por ejemplo, los detenidos “políticos” que habían sido
gravemente atacados físicamente y a veces amenazados de muerte no se describían asi mismos como
habiendo sido torturados. Cuando se les preguntaba por qué, explicaban que no habían sido sometidos a
shocks eléctricos”(Rodley, 2002: 41).
3
las violencias, no se puede, a fuerza de cometer un gran equívoco, no incluir la visión o
interpretación del actor sobre sus propios actos y los propios de los demás. Por lo cual,
además de las teorías disponibles en las ciencias sociales, nosotros usamos con poca
reverencia, las teorías nativas, que en general, como decía Gramsci, son elaboraciones
parciales o fragmentarias pero muy útiles, por cierto, para entender cualquier fenómeno, y
en particular uno tan ‘fantasmal’, como el que tratamos.
Un segundo postulado lo constituye el carácter cultural de la violencia, frente a las
posiciones biologicistas que acentúan la base genética de la misma, y que son más afines a
discutir el fenómeno utilizando el término ‘agresión’. Sin pretender eludir la posible
presencia de algún componente biológico en las conductas violentas, la particularidad de la
persona humana fundamenta que la explicación de la violencia se debe centrar en las
distintas formas de cultura y de sociedad. Pero, además, su carácter cultural implica que no
solamente estamos recogiendo ‘hechos’, sino también sus ‘representaciones’, que en
general ofrecen desplazamientos de aquellos12.
Casi como consecuencia natural del anterior, el tercer postulado es el de la
reflexividad subrayado por Teophilos Rifiotis, cuando apunta ‘seria interesante identificar
quais práticas e discursos estão sendo postos em jogo, pois é a partir deles que é construída
a nossa própria imagem do campo das violencas’. Rifiotis trata la violencia13 como campo
discursivo, pero además sitúa dentro del problema al autor: además de los puntos de vista
de los participes de una acción supuestamente violenta, interviene en la definición o en su
valorización, las nociones y supuestos que el autor pone en juego al interpretar una acción
determinada14.
Un cuarto postulado, es la necesidad de entender la violencia, emergente en los '90,
mediante la construcción de nuevos paradigmas en las ciencias sociales. Esto ya lo había
avizorado Wieviorka (1994) en sus investigaciones de ese fenómeno en los servicios
12
Toda acción violenta tiene componentes simbólicos, separando los significados del término, de los propios
de las nociones de dominación y hegemonía.
13
La violencia, para Rifiotis, "ocupa um lugar central na luta pela posse do presente, pela compreensão das
experiências atuais, com seus mundos marginais, a sua dimensão episódica e fragmentária, num tempo
marcado pela diferença, pela falta de finalidade das formações sociais. A violência, nas suas múltiplas
formas, é representada como um domínio da experiência social que permeia as brechas da crise da
modernidade e a busca de alternativas interpretativas para a sociedade contemporânea".
14
Yves Michaud concluía de manera similar en su reflexión filosófica sobre la violencia: “...Nous avons dit...
que la difficulté centrale pour traiter de la violence tenait au cercle inéliminable des faits et de leurs
représentations: si les faits de la violence commandent ce que nous considérons comme violence, en retour ce
que nous considerons comme violence guide notre appréhension des faits...” (1978: 199) nuestro énfasis.
3
públicos parisinos, en las escuelas de Francia y especialmente en los suburbios de las
grandes ciudades. Concluyendo que el crecimiento de los homicidios y de la criminalidad
en general es un ‘indicador del grado de desorganización de una sociedad, que resalta el
uso creciente de la violencia como forma de resolver conflictos interpersonales, y
principalmente, además, la incapacidad del Estado en impedir o cohibir la violencia
privada de bandas de criminales’ A lo que debemos agregar, para armar un nuevo
paradigma, que tienda a comprender la situación Argentina, que el Estado no es solamente
‘incapaz’ de impedir o cohibir la violencia privada, sino que debemos colocarlo en el
paradigma como un agente productor de delito.
En quinto lugar, y en clara concurrencia con lo anterior, es importante tener en
cuenta que los Estados latinoamericanos son fuertemente responsables, tanto de la violencia
episódica, como la estructural (Méndez, O’Donnell y Pinheiro, 2002). Lo cual hace
particularmente difícil concebir y analizar formas de ‘violencia urbana’ sin contextualizar
esas acciones en el terreno de fines y medios de las instituciones encargadas de prevenirla y
eventualmente reprimirla. De allí la necesidad de repensar muy seriamente el binomio
Estado - Sociedad Civil, especialmente en el caso argentino, sobre lo que volveremos,
como indicamos antes, en las conclusiones.
En síntesis, definir universalmente la violencia como fenómeno es un camino
intransitable; desde la óptica antropológica, al menos, la violencia solo es definible en los
términos que cada comunidad la concibe. Pero alcanzar esta definición es problemático en
sí mismo. Si bien es esperable que en una comunidad organizada haya algunos consensos
mínimos sobre pautas de interacción entre sujetos, y por lo tanto, sobre lo que constituye o
no violencia, también es inevitable la existencia de disensos, particularmente en sociedades
altamente diferenciadas. De manera que, tal como lo señala Rifiotis, la definición sobre qué
es violento y qué no es un campo discursivo seguramente atravesado por relaciones de
poder y conflicto, en la que el propio investigador interviene como actor. Esto introduce,
entonces, una primera dificultad, que nos obligará a hablar de violencias (de acuerdo a
distintas definiciones) y nunca de violencia, que implicaría tomar parte por la posición de
un sector.
Sin embargo, aún en la disparidad discursiva, si existe comunidad o si existe
sociedad, debería haber acuerdos mínimos, unas pautas morales básicas que permitan
3
ciertos consensos sobre lo que constituye o no, violencia. De acuerdo a una serie muy
extensa de trabajos, entre los cuales la obra de Foucault ha sido posiblemente el punto
culminante, en las sociedades de clase el estado ha tradicionalmente encarnado el eje moral
de la sociedad. Expresando al mismo tiempo ese centro al que todos adhieren, pero un
centro sesgado que implica una moralidad acorde a los intereses del sector social en
control. Sin embargo, en el caso Argentino esta visión presenta una dificultad, ya que los
niveles de transgresión normativa, de vulneración de la moral común —de sentido común
—, de los propios agentes estatales hace que la ‘función pedagógica’ que el estado suele
encarnar en las sociedades de clase quede desdibujada. Si la función del sistema penal es
por sobre todo ‘dramatizar la existencia de la norma’, en el caso argentino lo que parece ser
dramatizado por los ‘aparatos represivos del estado’ es un estado social de completa
anomia. Así, en lugar de promover, por ejemplo, el acatamiento a los ‘derechos de
propiedad’, las acciones de ‘La Banda de los Comisarios’ o, como se ve en varios capítulos,
de los agentes policiales en las villas de emergencia o el funcionamiento del sistema penal
de menores, parece promover su vulneración. Esto agrega un punto complejo en el análisis
de la violencia, por que las organizaciones que deberían encarnar esa definición
hegemónica de la norma y por lo tanto los consensos mínimos sobre lo que constituye o no
violencia, se han desplazado de ese eje. Esto, ya señalamos, nos lleva a repensar el papel
que tradicionalmente ha jugado el estado en ese sentido, pero además nos obliga a buscar
en otro lugar los ejes consensuales básicos que nos permitirían saber qué es violento y qué
no en los ámbitos explorados. Nuestra idea es que ese orden básico permanece como rasgo
mnémico que se expresa en diversas aspiraciones de la población. Pero dada la
deslegitimación de los tradicionales canales de expresión (partidos, sindicatos, etc.), esas
aspiraciones circulan como murmullos en los pasillos de las villas, como rezongos
recurrentemente gravados en nuestras entrevistas y como explosiones ocasionales y
espontáneas en protestas y no llegan a encarnarse claramente en políticas, programas o
acciones públicas.
Hemos abierto hasta aquí un abanico extenso de problemas, tanto en lo que hace a
las dinámicas que atraviesan la sociedad argentina, como a las dificultades conceptuales
que surgen al explorarlas. Tememos —en realidad estamos seguros— que son muchos más
problemas de los que podremos resolver, de todas formas pretendemos profundizar todavía
3
un poco más en algunos de ellos en la sección final del libro. En este sentido, los trabajos
que se presentan en este volumen, que exploran los procesos de disolución y reconstitución
identitaria en barrios de grandes y pequeñas ciudades argentinas, o las formas de
transgresión de agentes estatales en el sistema de menores o la trayectoria de delincuentes
adultos y sus vicisitudes, nos permitirán conocer con mayor profundidad estas ‘aristas de la
violencia’ sobre las que volveremos a reflexionar al final.
La Observación y sus Formas: Perspectivas y Capítulos
Los trabajos que se presentan en este texto son resultado de una variedad de
aproximaciones metodológicas, producto de un equipo con diferentes formaciones
profesionales en las ciencias sociales: sociólogos, trabajadores sociales, abogados, con el
predominio de antropólogos, que dieron lugar a diferentes énfasis en las herramientas
usadas. Así, se emplearon en algunos trabajos la combinación de enfoques cualitativos con
cuantitativos, cuando los datos recolectados por instituciones gubernamentales lo
permitieron. En otros prevaleció la etnografía como ‘descripción densa’ (Geertz: 1992) del
caso, de la única manera que se la puede hacer: con observación participante con
residencia prolongada. Además, estas etnografías describen también las articulaciones de
lo local con la sociedad nacional y el Estado (Comaroff, J. and J. 1992) cuya presencia
está inserta y es constitutiva de las dinámicas locales. Otros trabajos se basaron más en
entrevistas focalizadas, trayectorias y en uno de ellos se realiza una etnografía de la
memoria.
La priorización del enfoque etnográfico se fundamenta en tres razones. En primer
lugar, que existen sucesos, prácticas, que los discursos no rememoran, o no mencionan, y
que solo pueden ser registrados desde la observación prolongada. En segundo lugar, es
necesario contrastar ‘discursos verbales’ con prácticas, pues aquellos pueden contradecirlas
u obscurecerlas. En tercer lugar, porque las nociones nativas, a partir de su uso en contextos
empíricos, son sometidas a correcciones y revalorizaciones prácticas (Sahlins, 1988). Por
fin, la distancia entre lo que se habla y lo que se hace constituye, a partir de Malinowski, el
punto central de toda investigación en antropología social.
Esta combinación de estrategias ha dado por resultado un total de seis trabajos
divididos en tres bloques de dos capítulos cada uno. El primer bloque presenta las
3
dinámicas vinculadas a la violencia y al delito en dos enclaves urbanos diferenciados: Una
villa en el Conurbano de Buenos Aires en la que la antropóloga Nathalie Puex desarrolló
strictu sensu una etnografía, y varios barrios marginales en una ciudad de rango intermedio
de Entre Ríos, en los que el antropólogo Gerardo Rossini efectuó prologados trabajos de
campo. Iniciamos el libro con estos capítulos por que presentan la visión más global o de
conjunto de las dinámicas estudiadas. En estos trabajos puede verse la fragmentación de
identidades, la reconstitución de nuevas formas de sociabilidad, el rol de la violencia en
ellas y también puede avizorarse la acción de las agencias estatales, de los medios y de la
opinión pública.
La sección siguiente analiza la acción de las agencias del sistema penal de menores
en la provincia de Buenos Aires. Estos enfoques permiten percibir el nivel de
descomposición de estos fragmentos del estado y cómo intervienen en la gestión de una
violencia que ocurre más afuera, que adentro de ellos (aunque también hay violencia
interna). Los trabajos presentan un contrapunto entre una visión, la de Roovers, que
considera a estas agencias como parte de los mecanismos de control social y la de MíguezGonzález que los percibe como instituciones transgresoras, que no responden a un orden
preestablecido sino a un estado general de desorden social. Esta tensión en los enfoques,
lejos de constituir un problema, permite un matiz que enriquecerá nuestra reflexión en la
sección final del libro sobre la articulación Sociedad Civil/ Estado. Los últimos dos
capítulos se incluyen en una sección sobre la trayectoria de delincuentes adultos. Estos
estudios ‘longitudinales’ permitirán, sobre todo en el caso del trabajo de Isla y Valdez, una
perspectiva diacrónica sobre la evolución de la cultura delictiva y de los comportamientos
de las agencias penales de adultos. Este tema, es profundizado particularmente en el trabajo
de Néstor Alfonso.
3
Para finalizar, es importante destacar que no todos los trabajos abordan la violencia
como tema principal. En algunos, como el de Puex o el de Isla - Valdez, sí aparece
como tema explícito, en otros casos lo que se analiza son varios de los procesos, de
las ‘aristas’, sea desde las dinámicas de agencias estatales, desde los procesos de
fragmentación identitaria, o de los cambios en las pautas culturales, constituyen las
precondiciones, los escenarios en los cuales las violencias emergen, multifacéticas,
como corolario inevitable.
Ξ
3
I.Las Formas de la Violencia en Tiempos de Crisis: Una Villa
Miseria del Conurbano Bonaerense
Nathalie Puex
Introducción
Desde hace unos años, las villas miseria del conurbano bonaerense empezaron a ser
acusadas de constituir el mayor foco de violencia urbana, sin que las autoridades pudieran
encontrar una solución al problema. Se crearon cuerpos de elite, tanto en la policía
bonaerense como en la policía federal, que intervinieron de manera más espectacular que
efectiva, reafirmando las "razzias" como principio de gestión institucional, por lo menos
simbólico, de la violencia. Lo cierto es que el tema villa vinculado al de violencia empezó a
ser central en el debate público. En cierta manera, este trabajo tiene por objetivo retomar el
tema de la violencia en las villas. Pero abordándolo desde la perspectiva de los habitantes
de una villa del conurbano, ya que por lo general se sabe más de las preocupaciones de los
habitantes de los barrios que las rodean y se ignora cómo viven y definen el problema de la
violencia los villeros. Después de cuatro años de trabajo de campo con varios meses de
convivencia en una villa del conurbano bonaerense15, se pudo empezar a determinar una
diversidad importante de situaciones y formas de violencia.
Justamente es esta diversidad la que nos lleva, en estas páginas, a intentar establecer
una clasificación de formas de violencia -cada una de ellas involucra a determinados tipos
de actores y prácticas- y tratar de definir la manera cómo cobran sentido para sus
habitantes. Esto nos llevó a pensar la violencia, no como un objeto de estudio definido de
manera esencial y objetiva, sino como un "hecho social" (fait social) en el sentido de
Durkheim: es decir, un hecho socialmente definido. Este hecho se entiende en un contexto
particular, se expresa a través de una continuidad de formas, pero que en este caso pueden
romper las solidaridades de un grupo determinado –aun falta determinar si existe o no una
forma particular de solidaridad en las villas, y hasta que punto es efectivamente operativa.
Ahora, el hecho de entender la violencia como un hecho social nos lleva a interrogarnos
15
En realidad el trabajo de campo abordó más temas que solamente el de la violencia y sus diversas
manifestaciones.
4
sobre la pertinencia de estudiar el caso de las villas como unidad habitacional aislada dentro
del sistema urbano mayor.
Lo cierto es que una parte importante de los trabajos sobre pandillas o violencia
urbana focalizan sus trabajos en determinadas comunidades o tipo de barrios tomados como
enclaves aislados; es el caso de Whyte (1943) con su famoso “Street corner society”, o más
actualmente Sánchez-Jankowski (1992) para citar sólo dos ejemplos. Otros focalizaron más
en un determinado grupo, los jóvenes como, por ejemplo, Dubet (1987) o Peralva (2001).
Si bien la mayoría de estos trabajos son de una gran calidad, no nos satisface el análisis
focalizado que realizan, ya que no permite entender el proceso social que conduce a
determinados grupos a delinquir o a tener con sus propios vecinos actitudes violentas y, a
veces, devastadoras en la medida en que rompen con la posibilidad de mantener relaciones
más o menos solidarias al nivel local, de preservar el lazo social al menos en un grupo
social reducido.
Esto nos llevó a considerar que la villa es parte de un sistema social complejo que
conoce, en su conjunto, procesos de cambio y de socialización muy fuertes, que afectan sus
posibilidades de mantener una coherencia interna y sus diversos lazos solidarios. Es decir,
la posibilidad de tener un sistema solidario propio o, por lo menos, más o menos autónomo.
Nuestra hipótesis es que las villas, que desde un punto de vista externo parecen ser
comunidades cerradas teniendo sus propias reglas autónomas, están más integradas al resto
de la sociedad de lo que a primera vista parece. Las prácticas de sus habitantes, así como
sus representaciones simbólicas, su visión del mundo, tiende a mostrar continuidades con el
resto de la sociedad. Entonces, si el conjunto de la sociedad está afectada por cambios
profundos que modifican la manera de construir el lazo social, no hay ninguna razón para
qué no ocurra esto también en las villas. Es lo que vamos a intentar mostrar en este trabajo.
Si bien es cierto que en las villas se suele concentrar una población que vive de
varios tipos de delitos, la imagen de la villa como refugio y encubridora de delincuentes es,
antes que nada, una construcción social en el sentido de P. Berger y T. Luckmann. Es decir,
que la mala fama de las villas se estableció, por lo menos en parte, a partir de
representaciones colectivas que se construyeron afuera de ellas y que coinciden con formas
de conocimiento social espontáneo, generalizante y a menudo superficial de la realidad. Y
4
esta realidad es mucho más compleja de lo que parece, sobre todo tratándose del problema
de la seguridad y del delito.
Es decir, que las relaciones sociales puestas en juego en el contexto interno de una
villa, así como sus relaciones con el barrio vecino, no se construyen de manera simple o en
forma de oposiciones claras -es decir, los que delinquen y los que no delinquen por
ejemplo- sino que se establecen más a través de formas de intercambios y rupturas según
contextos particulares en los cuales toman sentido estas relaciones de intercambio o
ruptura. Cada contexto histórico, social y económico, le van dando una forma particular de
articulación al lazo social en la villa entre los vecinos, entre la villa y el barrio, la villa y el
Estado. Es decir, que tanto las representaciones y el sentido que se le dan, se entienden
siempre vinculados a estos contextos, y no de manera abstracta. Este modelo interpretativo
nos va a permitir entender cómo las villas no son sólo barrios marginados, sino que
conocieron un proceso social y tenían una función social que se fue redefiniendo a lo largo
de diversos periodos y contextos históricos, los cuales hacen decir a la gente tanto afuera
de la villa como adentro, que éstas antes no eran así: es decir, tan violentas; y a sus
habitantes: antes no éramos marginados.
En una primera parte mostraré cómo se fue estableciendo una frontera entre la villa
y el resto de la ciudad; además explicaré cómo se organiza la villa donde se hizo la mayor
parte del trabajo de campo, y cómo se construye el lazo social y las relaciones de
solidaridad, pero también cómo se van rompiendo estas reglas de solidaridad y respecto del
vecindario. En la segunda parte, mostraré cómo se distinguen diversos tipos de violencia y
la variedad de repuestas a ellos, apuntando a los límites del control social propio de la
villa. Por fin, en una tercera parte, empezaré a analizar la relación entre el actuar de la
policía en la villa y los habitantes que cometen delitos o no, el problema de la legitimidad
de las instituciones encargadas desde el Estado de establecer el orden y la ley, aunque de
manera enteramente hipotética. Es necesario recordar al lector, que cada villa es a la vez
similar y distinta a otra. Así que es muy difícil generalizar a partir del trabajo en una sola
villa. Pude observar y comparar con otras experiencias la similitud de ciertas
características, como la territorialización de la villa (con territorialización quiero expresar la
idea de creación de un territorio con su frontera que existe entre la villa y el resto de la
ciudad, frontera tan real como imaginaria), la subdivisión en territorios internos o las
4
relaciones complejas con las fuerzas de seguridad. Pero siempre es preciso acordarse que lo
que se describe acá será válido en el contexto de la villa donde se efectuó el trabajo de
campo y que otras formas de sociabilidad, incluso en las villas, es posible.
Historia de Formas de Sociabilidades y sus Vinculaciones Contextuales.
La villa donde se realizó este trabajo concentra unas 35000 personas, o sea, unas
5000 familias, sobre un terreno de menos de 1 Km cuadrado. En el centro, una parte está
ocupada por una laguna y un basural que alimentan los cirujas de la villa. Es la zona más
pobre de la villa, y tiene la fama de ser la más violenta. Lo primero que hay que señalar es
que no se puede decir que la villa siempre fue así. Primero, en su relación con la ciudad en
general, más y más la villa se fue aislando y territorializando. De lugar de paso, provisorio,
pasó a ser un enclave de pobreza y marginalidad permanente, con todo el proceso de
estigmatización que esto significó. La dictadura militar del 1976 contribuyó en gran parte a
este proceso, aunque ya se puede señalar ciertas acciones en contra de la villa a fines de los
años cincuenta. Pero, en el caso que nos interesa, la dictadura cobra una importancia
particular. Para esto hay que empezar por recordar el origen de esta villa. Ella nació
después de una decisión municipal en el año 1958, después de una inundación muy
importante que obligó a la gente que vivía en las zonas cercanas al río Quilmes a huir de
sus viviendas precarias. Frente a la amplitud de los daños materiales, el intendente de la
época permitió a la gente instalarse sobre este terreno fiscal, que según relatan los vecinos,
fue confiscado por Perón en el año 1947. Una parte del terreno había sido usado para
construir un policlínico, y la otra había quedado sin uso, hasta esta decisión municipal. La
gente empezó a instalarse de manera provisoria, esperando las viviendas prometidas por el
gobierno nacional en este entonces encabezado por el presidente Frondizi. Pasaron los años
y la gente siguió ahí, sin que nada cambiara.
Poco a poco, también empezó a instalarse una importante población de origen
paraguayo. Hoy en día la población se divide entre argentinos y paraguayos en su gran
mayoría, con un pasillo de peruanos y unos uruguayos. En ese entonces, las relaciones con
los habitantes del barrio, es decir los que no vivían en la villa, eran bastante buenas, según
recuerdan tantos los habitantes de la villa como los que siempre vivieron en la zona. Los
chicos de la villa acudían a las tres escuelas del barrio y cursaban con los otros chicos del
4
barrio y acostumbraban juntarse para jugar a la pelota en una cancha situada en lo que iba a
constituir progresivamente una de las entradas de la villa. Esta zona en los años sesenta
todavía no había sido ocupada, lo cual dejaba un espacio de juego compartido, tanto por los
chicos como por los hombres, en los partidos del domingo.
La villa empieza a "llenarse", según la expresión de sus habitantes, a partir de la
segunda mitad de los años sesenta y durante los setenta. Dos factores explican este proceso.
El primero es el comienzo de las crisis regionales que atraen más y más familiares de las
provincias. De origen fuertemente correntina, la villa empieza a llenarse de tucumanos,
chaqueños, formoseños, pero también de paraguayos. La primera ola de migrantes
paraguayos viene de Formosa y constituye una población ya integrada, en el sentido que en
su mayoría eran refugiados de la guerra civil paraguaya de los años cuarenta y como los
argentinos, huían de la miseria de la provincia. Recién en los años ochenta llega otra ola de
trabajadores golondrina que, a veces, se iban quedando. El segundo factor es el resultado de
la política de erradicación de las villas de la Capital Federal. Me comentaba una chica que
trabajaba en unos de los Jardines de la villa:
"Cuando los milicos comenzaron a sacar las villas de Capital, no es que le dieron
vivienda a la gente. No, simplemente la tiraron en el Conurbano. Muchos se vinieron
para acá, y construyeron sus viviendas, más para el lado de las vías del tren. Antes
este sector no estaba ocupado. Fueron muchos los que tiraron así noma', en el
conurbano, que se vinieron en este sector. Sacaron a la cancha, porque la ocuparon, y
bueno, así fue. Empezamos a ser muchos, muchos no conocidos. Porque ellos
también trajeron a sus familias."
Durante los años sesenta la villa no era tan homogénea desde el punto de vista
ocupacional de sus habitantes. Vivían allí una cantidad importante de obreros de la
metalurgia o de otras fábricas de la zona, que constituía la población más integrada desde el
punto de vista laboral y social. De hecho, una gran parte de esta población se fue
comprando casas en el barrio cercano o en la zona oeste de Quilmes. Los otros trabajadores
eran de tres tipos, pero ya perteneciendo a sectores de actividades más inestables o frágiles.
El primer grupo era integrado por peones y obreros (a veces informales)
de la
construcción. Muy vinculados a la duración de una obra, su actividad laboral era más bien
4
intermitente; pero, hasta mediados de los ochenta, antes de las primeras crisis monetarias y
después más estructurales que acompañaron el regreso a la democracia, el tiempo de
desempleo entre dos trabajos era siempre bastante corto. El segundo grupo era el más
vinculado a formas de empleo informal. Vendedores ambulantes, empleadas domésticas,
changarines de todo tipo, prostitutas16, y otros individuos que el origen de sus ingresos
siempre dejaba sospechar actividades oscuras u otros que eran los delincuentes declarados
del lugar. En fin, aunque de manera más marginal, el tercer grupo estuvo constituido por los
que consiguen sus ingresos de la villa: es decir, los diversos negocios de la villa que van
desde el almacén grande al kiosco, o los quinieleros de la quiniela ilegal o como dicen
paralela.
También, hasta mediados de los ochenta, había una fuerte división sexual 17 de las
tareas. Es decir, que los que más salían a trabajar de la villa eran los hombres y la parte más
importante de ingreso del hogar era una responsabilidad masculina. Sólo las mujeres que
vivían solas y que tenían una familia a cargo, asumían una responsabilidad similar. En los
otros casos, las mujeres participaban de los ingresos del hogar pero asumiendo tareas
adentro de la villa: unos arreglos de ropa para una vecina, un corte de pelo, cuidar chicos, la
preparación de alguna comida, especialmente tortas para fiestas. También muchas
mantenían un pequeño negocio instalado adentro mismo de la casa. Es decir, que eran
ingresos complementarios, y que se conseguían adentro mismo de la villa. Pocas mujeres
salían a trabajar.
Entre el fin de los años sesenta y durante todos los setenta, la villa no deja de crecer,
hasta llegar a su importancia actual. Esto contribuye a cambiar, tanto su estructura social
como la forma de las relaciones sociales. Primero, la villa empieza a dividirse en lo que los
habitantes van a definir como sectores. Los sectores se determinan de dos maneras. Una
empírica, vincula cada sector a una salida hacia el exterior de la villa. La segunda es
16
Aunque pocas mujeres reconocen abiertamente ejercer esta actividad, son muchas las que salen a trabajar de
noche pero sobre todo afuera de la villa porque por vergüenza pocas trabajan en los prostíbulos de la villa
situados en una calle que divide la villa y el barrio.
17
Utilizamos este termino para diferenciar la división social del trabajo, noción más vinculada a las
estructuras socialmente construidas de división laboral y complejización de la estructura social según la
definición de Durkheim y que implica el conjunto de un sistema social (en este caso la nación Argentina por
ejemplo), y las formas de dividir las tareas dentro de una grupo particular en termino de género. El termino de
tarea se refiere a la idea que dentro del grupo familiar, los hombres y las mujeres cumplen tareas distinguidas
socialmente, y cada género respecta el papel que le es atribuido dentro de esta división. Una forma de división
de las tareas puede coexistir con una forma de división social del trabajo.
4
construida socialmente, con relación a las formas de reciprocidad mantenidas con los
vecinos de un sector. Esto es lo que, además de la situación geográfica, determina la
pertenencia a un sector o no. Las formas de reciprocidad, según Marshall Sahlins (1972),
no son meramente intercambios de servicios y bienes, como muchas veces se define la
solidaridad de los pobres (Lomnitz 1975), sino que constituyen un conjunto de
intercambios y una continuidad de formas de relaciones sociales que los vinculan y le dan
sentido dentro de un contexto histórico dado. Y estas formas de reciprocidad, unas más
fuertes e importantes que las otras, son las que construyen socialmente y le dan sentido a la
noción de sector y de división territorial de la villa en término de obligaciones entre
vecinos. Este cambio, desde el punto de vista interno, es importante ya que conduce
progresivamente a transformar las relaciones y representaciones que los habitantes van a
tener de su propia villa. Así, por miedo mucha gente ya no cruza toda la villa, y nadie
conoce a todo el mundo. Fuera del sector uno es extranjero, y hay sectores más temidos que
otros por fama de ser peligrosos.
Desde un punto de vista externo, la relación con la villa empieza a articularse
alrededor de una dialéctica interno/ externo, con la creación de una frontera más y más
rígida, una forma de territorialización de la villa, a partir de la última dictadura militar.
Llamo “territorialización”, a este proceso de identificación y estigmatización negativa y
violenta de un territorio determinado adentro del espacio urbano, conduciendo a relaciones
y prácticas discriminantes en su contra, no sólo por parte de autoridades públicas sino del
conjunto del resto del sistema social.
Varios eventos contribuyeron a territorializar a la villa. El primero fue la represión
policial y militar que hubo en contra de los "subversivos", que es todavía recordada por la
muerte de un cura "que se llevaron una noche a la comisaría y que apareció muerto unas
semanas después"; este evento marcó el inició de una represión continua hasta el año 1982.
Militantes de la JP o de grupos de guerrilla urbana, pero sobre todo hombres que no estaban
vinculados a ellos, desaparecieron. Según un actual militante del PJ, y otros villeros, la
razzia en la villa constituyó un elemento importante de la política mediática represiva de los
militares y de la policía bonaerense.
4
Un chico de la cooperativa de crédito y vivienda La Bonita, que también cumple el
papel de unidad básica del PJ en la villa me contó un día como actuaban los militares y la
policía bonaerense en esta época:
"Ellos tenían que mostrar que había un peligro y la villa era el lugar más mediático
para mostrarlo. Te podés imaginar que no podían mostrar en la tele cómo se llevaban
a la gente de su casa y que no reaparecía. En la villa, sí podían hacerlo. Así que
venían con la tele y las cámaras; rodeaban toda la villa y se llevaban unos cuantos
tipos. Obviamente era cualquier tipo, porque militantes o guerrilla ya no había, pero
así podían demostrar que había un peligro y que ellos hacían algo en cuanto a esto.
¿Y quién se iba a quejar en la villa? Acá nadie se queja, ni antes ni ahora. No
mostraban que en la comisaría que quedaba a la entrada de la villa torturaban a gente
que se llevaban. Pero de esto nosotros nos acordamos."
La represión de las villas en general fue justificada a través de una campaña
publicitaria que se inició en 1977, con la iniciativa del intendente de la ciudad de Buenos
Aires y que se articulaba sobre los ítems siguientes:
(1) Al villero le gusta vivir en la villa, una especie de "ghetto" donde "nadie entra" y donde
se integra una estructura socioeconómica particular, con leyes internas especiales:
(2) Se trata de gente de muy bajo nivel laboral, generalmente extranjeros de países
limítrofes, que poseen una formación cultural diferente y trasladan al ámbito urbano las
pautas de sus lugares de origen.
(3) Tienen medios suficientes para acceder a otras formas de vivienda, ya que muchos
poseen autos, comercios, terrenos y casas.
(4) Obtienen beneficios y privilegios de los que no gozan otros habitantes de la ciudad: no
pagan impuestos ni servicios, explotan comercios clandestinos o forman parte de mafias
organizadas.
(5) Muchos de ellos son delincuentes, que encuentran en la villa cómodos aguantaderos.
(6) Son una clientela política fácil para partidos y movimientos populares, que movilizan a
esta población con promesas demagógicas.18
18
Estos ítems de campaña están citados en Oscar Oszlak, 1991.
4
Esta campaña se inició con la iniciativa de la Ciudad de Buenos Aires, pero tuvo
repercusiones fuertes, por lo menos en la provincia de Buenos Aires y los primeros
cordones del Conurbano bonaerense. La villa sufrió dos consecuencias directas, además de
las razzias. La primera, como ya lo hemos mencionado, fue la llegada de una parte de la
población trasladada de la ciudad de Buenos Aires a esta villa. Y la segunda en el año 1979,
el ejército desalojó de manera violenta una parte de la población de la villa a otro barrio
construido rápidamente por los militares, que nunca terminaron su obra. Este barrio
actualmente es otra villa de Quilmes, donde más de la mitad de los habitantes fue sólo
desplazada de la villa hasta ahí, y después tuvo que arreglarse como podía hasta para traer
los servicios de luz y agua, y excavar los pozos ciegos, ya que no se había previsto cloacas.
Esto constituyó el primer paso a la estigmatización y a la territorialización de esta villa
como enclave urbano nefasto.
El segundo paso de estigmatización hacia afuera se inició con el periodo de la
hiperinflación. El año 1989 fue el más duro. Durante todo el período del inicio de la
democracia, que va desde 1983 a 1989, la situación económica y laboral en la villa se fue
deteriorando considerablemente. Con el pico hiperinflacionario la pobreza, o mejor dicho,
la miseria, fue tan importante que los planes alimentarios nacionales y provinciales no
permitían ni siquiera sobrevivir. Muchos negocios adentro de la villa, como los kioscos o
los almacenes, se fundieron por no poder resistir la presión del sistema de fiado al cual
tradicionalmente están sometidos —es imposible acá extenderse sobre el tema, pero es
preciso entender que si existen almacenes en la villa, que por lo general cobran más caro
que los supermercados, es que fían a sus clientes, constituyendo un sistema de
endeudamiento importante en la relaciones solidarias propias de la villa. En ese momento,
hubo mucha violencia y robos en el barrio pero también en la villa. La gente recuerda esta
época como un caos, y una desestructuración de las relaciones sociales. Los vecinos no
podían ayudar a nadie y las mismas familias quedaban impotentes frente a la amplitud del
problema. Esta época coincidió con los asaltos a negocios y supermercados afuera de la
villa, alimentando un miedo a los villeros que había sido fomentado durante la dictadura.
“La gente en los barrios se encerraba en su casa y unos cuentan que para que nadie
pudiera entrar en la casa electrificaban las rejas de los patios.”
4
También este miedo fue alimentado adentro de la villa, ya que fue una época de
muchísima violencia interna. Como me lo contó Carmen, ellos también tenían miedo,
porque tenían un negocio y en este momento se robaba todo, también adentro. Muchas
casas empezaron a poner rejas y se dice que algunos villeros también las electrificaron para
proteger lo poco que tenían.
"Nosotros nunca lo hicimos, pero otros sí. Era una época de caos, y no podías salir
tranquilo. La gente estaba desesperada, y salía a robar y asaltar donde podía. En la
villa, en el barrio o donde sea. Yo nunca fui, pero mis vecinos iban a los
supermercados. Yo no podía porque tenía chicos chicos, y era una situación muy
violenta y peligrosa. La Rosita, varias veces me trajo leche y cosas para los chicos.
Fue realmente una época terrible. Para mí, que en ese momento extrañé a los milicos.
Tuve más miedo en ese momento, y mi familia pasó un hambre bárbaro! La pasamos
muy mal!"
En fin, la tercera etapa de estigmatización desde afuera se inició a mediados de los
años noventa. Esta es la más vinculada a la violencia urbana, y con la imagen de la villa
como aguantadero de delincuentes. A partir de mediados de los años noventa, después de
unos pocos años de recuperación económica, durante la primera presidencia de Carlos
Menem, los habitantes de la villa vuelven a sufrir un fuerte proceso de precarización del
empleo y se hace más y más difícil conseguir aunque sea changas. Pero además del
desempleo que va a generar cambios fuertes en la estructura social de la villa y en las
relaciones sociales, a partir de los noventa se instala la droga, a la vez como negocio y
como consumo. Y según coinciden tanto los habitantes de la villa como los vecinos del
barrio, esto es lo que contribuyó en gran parte al aumento de la violencia y del delito en la
ciudad de Quilmes, pero también en la villa. Ahora, es importante analizar como estos dos
problemas que suelen ser vinculados en el imaginario social, lo son y no lo son.
Primero, el desempleo, tanto como el agotamiento de las changas, provocó, además
de una crisis económica, una crisis identitaria fuerte. Aunque en la práctica no fuera cierto,
la mayor parte de los villeros argentinos y los migrantes que se fueron radicando,
participaban de la construcción de la identidad sobre valores como el trabajo, la ayuda al
vecino, y la posibilidad de acceder a una vida mejor a través del esfuerzo y del trabajo. Y
4
esta vida mejor era concebida afuera de la villa. Ese modelo de vida termina de
derrumbarse a partir de la segunda mitad de los años noventa. La nueva pobreza va
creciendo, la clase media se va cayendo, y las fuentes de trabajo se hacen más y más
escasas, ya que la mayor parte de los trabajadores de la villa, aunque del sector informal,
dependen de los ingresos de la clase media.
Las que en un primer tiempo menos sufrieron el desempleo fueron las mujeres, que
mucho más que antes tuvieron que empezar a salir de la villa a buscar trabajo,
especialmente en el servicio doméstico. Esto contribuyó a cambiar la división sexual de las
tareas tradicionalmente vinculada a las relaciones sociales adentro de la villa, y en muchos
hogares, el ingreso de las mujeres empezó a ser el más importante. Esta situación produjo
una fuerte transformación de las relaciones sociales y de género adentro de los hogares, que
en muchos casos contribuyeron a aumentar la violencia familiar -el hombre que no soporta
depender de su mujer y empieza a pegarle cada vez que vuelve del trabajo, o a los chicos
que tienen a cargo durante el día, otros abandonaron su hogar-, pero también en las
relaciones de vecindario. Sin embargo, si el trabajo femenino tuvo su importancia, a partir
de fines de los noventa también se empieza a reducir esta fuente de ingreso, a medida que la
crisis de los sectores medios va incrementándose.
Este contexto de crisis, imposibilitó a una gran parte de los villeros, sean hombres o
mujeres, a construir una identidad positiva, transmisibles a sus hijos y a su grupo familiar,
limitando la posibilidad de construirse como autoridad representativa de valores
transmisibles. Más bien, se puede observar una resignación frente a esta situación de
marginado, y un abandono de la necesidad de transmitir valores. Y en la medida que este
sentimiento de fracaso se fue extendiendo, las posibilidades de ayuda de los vecinos,
también afectados por diversos problemas, se fue achicando parcialmente. O sea, que en
muchos casos, la gente enfrenta bastante sola problemas que antes no existían, o que podían
ser socializados a través de instituciones como la escuela u otra institución pública o
privada más eficaces. Los casos en los cuales el abandono se hace más visible, son en los
del consumo de droga de los jóvenes y de la delincuencia de los hijos en familias donde
esto nunca había ocurrido antes. Estas situaciones generaron tanto desconcierto como
rechazo, y no son pocos los padres que renuncian a educar a sus hijos por el sentimiento
aún mayor de fracaso.
5
La directora de unos de los colegios donde acuden mayormente los chicos de la
villa, contó que muchos padres les venían a pedir que se encargaran de la educación de sus
hijos, ya que ellos habían fracasado en esta tarea, y que ellos mismos no podían darles
ningún ejemplo. Pedido que les resultaba imposible cumplir ya que ellas mismas estaban
totalmente desbordadas por la nueva situación a la cual estaban enfrentadas; o sea, la
violencia en el colegio. Y en estos colegios es imposible construir otro modelo de
socialización que el de la villa, ya que todos los chicos son de la villa. El miedo de los
padres de otros chicos, como la necesidad de conservar estatus social, hizo que nadie
siguiera mandando a su hijo al colegio allí.
Paralelamente, el tráfico de droga y el consumo de chicos más y más jóvenes
apareció de manera fuerte en esta época. Es preciso subrayar que los jóvenes no consumen
las mismas drogas que están destinadas al consumo de las clases medias y media alta. Sino
que son dos circuitos distintos, ya que las drogas buenas salen demasiado caras para
jóvenes que no tienen ningún ingreso fuera de robos chicos. Los chicos empezaron a
consumir los clásicos: Poxirrán y pasta base, como ciertas pastillas (mayormente antipsicóticos y anti-depresivos mezclados con cerveza) en grupos que se reunían en el barrio
en barritas.
Existen dos tipos de revendedores. Los que revenden para afuera, droga de bastante
buena calidad, y los negocios que revenden adentro esta droga barata. En ciertos aspectos,
el consumo de droga hace parte de la socialización de bandas de chicos (y chicas). Y esta
forma de socialización coincidió, por lo menos en parte, con el debilitamiento de
transmisión de valores familiares vinculadas al trabajo y al esfuerzo. Hay que ser
consciente que muchos de estos chicos nacieron durante o después de la dictadura, y
muchos de ellos ¡nunca vieron a sus padres trabajar! En otros casos, los padres o familiares
y vecinos adultos que antes solían hacerse cargo de los chicos salen a trabajar por lo que
pueden, y los chicos pasan solos muchas horas del día. Entonces, muchas veces la
socialización de los más jóvenes se hace a través de los modelos de los adolescentes que en
muchos casos consumen drogas y delinquen, sin tener realmente otro tipo de referente. Se
puede decir que, en parte, a partir de la generalización de esta situación dejaron de ser
válidas normas y valores que regulaban las relaciones sociales en la villa, como lo vamos a
analizar enseguida.
5
La clase media que se fue cayendo, y la aparición de lo que fue llamado la “nueva
pobreza”, también instalaron en el discurso y después en las prácticas, la necesidad de
diferenciarse de los pobres de siempre. Los medios de comunicación, como la gente de los
barrios empezaron a estigmatizar a los villeros que terminaron asimilados a delincuentes y
drogadictos. Aunque no fuera cierto, ya que el consumo de drogas y las prácticas
delincuenciales no son lo que más caracteriza a la villa, esto contribuyó a cerrar el territorio
de la villa a través del proceso represivo que se instaló y de la repuesta a ello, en una espiral
de violencia que justificó aún más la representación de la villa como territorio de violencia.
Y el actuar de las fuerzas de policía, a veces represora y a veces cómplice de las bandas de
la villa refuerza esta situación de violencia, como lo veremos.
Del punto de vista de la organización social interna de la villa, la situación de
desempleo y de crisis económica, como la violencia interna produjeron cambios
importantes.
Primero, el desempleo o la falta de ingreso redujo más y más la posibilidad de
constituir redes solidarias. Aunque resulta imposible extenderse acá, la mayor parte de la
solidaridad entre vecinos y en parte la solidaridad familiar, se sostiene sobre la posibilidad
de endeudarse y devolver su deuda. Con el aumento de la crisis, este modelo de
sociabilidad también entró en crisis. Muchos vecinos no pueden devolver sus deudas, y
rompen el círculo de confianza que les otorgaba su reputación en la villa. Y si, además,
estos vecinos tienen hijos que son delincuentes y molestan a gente del sector o del pasillo,
uno terminaba “cortarles el rostro”, dejando así gente afuera de las redes solidarias ( por lo
general muy débiles), contribuyendo a su marginación adentro de la villa (esta gente
termina dependiendo enteramente de la red clientelar de los punteros.).
El factor importante que contribuye también a reducir la posibilidad de construir
redes fuertes es la sectorización de la villa, que reduce las posibilidades de encontrarse con
nueva gente y de extender una red más allá de la de su familia y unos vecinos más
cercanos. Esta sectorización también es un factor importante en el desarrollo de la violencia
interna a la villa, como lo vamos a mostrar. Sin embargo, sería equivocado decir que ya no
existen solidaridades o mejor decir formas de reciprocidades en la villa. El problema es
que, en general, el lugar común tanto de los investigadores como de los medios de
5
comunicación o de los habitantes de los barrios, da una idea equivocada de lo que eran las
formas de reciprocidad en la villa antes, ¡pero no se sabe muy bien cuándo!
Se suele utilizar la idea de reglas y solidaridades propias a la villa en dos sentidos
distintos. Uno negativo, para estigmatizar un grupo que se supone tiene sus normas propias,
que transgreden las normas dominantes, y que en el caso de la villa le exigen a sus
miembros ser cómplices de todo lo malo que algunos de ellos producen en sus afueras. Así,
se suele decir que si hay tantos delincuentes en la villa, y que son aguantaderos, es porque
la gente de allí los bancan y son cómplices de estos delitos. La realidad es muy distinta
como lo vamos a ver. El segundo sentido, positivo esta vez, implica que la villa es un lugar
donde la gente es solidaria porque es pobre, y que los pobres siempre son buenos,
vulnerables, y víctimas, porque su misma condición social de marginados los conduce a
este tipo de valores y posiciones. ¡Este es mayormente el discurso de la iglesia o de los
medios cuando les conviene utilizar esta representación de la villa!
Ni la una, ni la otra son válidas para la villa. Como la villa no se construyó a partir
de un proyecto colectivo con fuertes normas colectivas desde su origen, como es el caso de
los asentamientos, es muy probable que nunca haya habido reglas fuertes de solidaridad.
Las formas más importantes de reciprocidad se establecían en el seno del grupo familiar y
con algunos vecinos y no con toda la villa. La densidad actual y el tamaño actual de la villa,
permite aún menos establecer relaciones con el conjunto.
Además, nunca se reintroducen estas prácticas en su contexto, donde podemos
empezar a entender cómo ellas permiten construir el lazo social, pero que la manera de
construirlo es un proceso que depende de factores que no son sólo endógenos a la villa, sino
como lo hemos visto dependen de las condiciones externas a ella, y de las formas que van a
tener las relaciones sociales adentro. Entonces, si bien las formas de reciprocidad son
menos visibles porque son afectadas por la crisis, siguen existiendo en la villa, como
normas y valores reconocidos por todos. Pero en la práctica, éstas valen para un sector
determinado y no para el conjunto, por lo cual en el caso de la violencia y de la regla de
respeto del vecino esto conduce a ciertas rupturas (pero no totalmente) del lazo social, que
pueden conducir a formas de violencia en el seno mismo de la villa. En cuanto a las
relaciones con el barrio, podemos entender que se tornan más conflictivas, violentas y
5
depredadoras en cuanto a la cantidad de robos o actos de agresión que sufren sus habitantes
por parte de jóvenes (no siempre menores) de la villa.
Las Diversas Formas de la Violencia: Las que se Pueden Resolver y las que Rompen el
Círculo Solidario
El problema de la violencia adentro de la villa no es muy frecuentemente
mencionado y difícil de interpretar, ya que cuando empecé a trabajar y a preguntar si había
más violencia hoy en día, la gente me contestó que siempre en la villa hubo violencia, y que
de cierta forma la villa es un ambiente violento. Entonces tuve que empezar a entender lo
que para la gente era violencia y cuál era la forma o las formas de violencia que más les
molestaban. Y pude empezar a entender esto, no tanto a partir de los hechos violentos en sí,
que son muchos y diarios, sino a partir de las relaciones de solidaridad; es decir, las normas
y los valores que permiten constituir un colectivo social en el sentido durkheimiano. Esto
me llevó a analizar el fenómeno de la violencia no como uno, sino como algo polimorfo, y
donde unas formas de la violencia están aceptadas y no rompen el lazo social, y otras
rechazadas, no tanto desde un punto de vista moral o ético, sino porque rompen el lazo
social.
Cuando empecé a trabajar en la villa, me impresionó la cantidad de hechos violentos
que se producían diariamente en los pasillos. Desde robos menores, pero realizados con
mucha violencia ya sea con arma de fuego o arma blanca, hasta ajustes de cuenta o
venganzas. Si las peleas entre bandas son algo frecuente, y dentro de todo algo bastante
común no sólo en la Argentina, lo que me llamó la atención fueron los ajustes de cuenta
entre parejas. En un año, el primero en el que estuve trabajando, cuatro chicos, de los cuales
uno era un jefe de banda muy conocida de la zona de Quilmes, fueron apuñalados por sus
novias engañadas, y dos envenenados (método más clásico y femenino). El caso del
asesinato de Pablito, el famoso jefe de banda, al cual asistí personalmente detrás de una
ventana del pasillo donde yo vivía, fue muy significativo para entender cómo los villeros no
juzgaban únicamente los hechos violentos en función de una moral o de una idea de la
legalidad o de la justicia, tal como uno lo haría (no está bien matar o robar, esto es legal
esto no...). Si no que consideraban un hecho violento y condenable en función del contexto
5
en el cual se desarrollaba, y según si afectaba o no el lazo social y las relaciones solidarias
entre los vecinos.
Cuando Pablito fue apuñalado en el Pasillo de la casa de Carmen, todo el mundo salió
a ver qué pasaba. La chica que lo había matado resultaba ser la novia que se había enterado
que el chico la engañaba con otra; todo el mundo sabía quién era y un par de personas
habían sido testigos del acontecimiento. Yo pensé que la pobre chica iba a ir presa ya que
todo el mundo iba a denunciarla. Resultó que al llegar la policía, ya que fue un hecho
violento y difícilmente ocultable, nadie se acordaba haber visto algo o haber reconocido a
alguien. Después de un rato, la policía se llevó el cuerpo con la unidad coronaria y no pasó
nada más. Los amigos de Pablito le escribieron una canción de la cual se hizo una cumbia
-de la cumbia villera-, prometiendo venganza y eso fue todo. Empecé a preguntar por qué
nadie había denunciado este crimen, hasta que Juan, un amigo de la cooperativa, me
contestó:
“Lo que pasa, esto para nosotros es algo muy común y no te podés meter. Son
historias de las bandas, de mujeres y en todo esto no te podés meter sino terminás
implicado, y entonces viene la cana, tenés que salir de testigo, el fiscal te viene a
joder, después el juez, en fin, y perdés tiempo y quedás implicado! Después tenés que
cuidarte adentro, porque acá no hay policía o justicia. Acá todo esto es un verso! Son
historias de las bandas, se pelean entre ellas todos los días, si la chica lo mató es un
problema de ella, y si nadie la denuncia es que a nadie le importa. Acá es así. Esto es
común. Entiendo que vos, que nunca viviste eso, eh, que venís de tu país, tienes otra
lógica, pero eh, como decirte, acá para nosotros esto no es nuestro problema, tenemos
otros que sí son graves, pero esto no. Son las bandas y sus historias, y para no tener
lío no te metes! Es lo mismo con las historias de las familias; no te podés meter sino
te joden a vos. La policía, el mismo vecino que te pidió ayuda te jode. Entones acá
mejor no meterse en la vida de los demás. Tiene que joderte a vos para que tengas
que meterte. Sino no es asunto de uno lo que pasa en la casa de los vecinos, aunque
escuches.”
Y efectivamente, los enfrentamientos entre barritas o bandas más importantes son
frecuentes, y nadie se mete, nadie los considera como importantes, y sólo se quejan los
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vecinos cuando se empiezan a pelear en los pasillos molestando. Entonces sí los vecinos
hablan con las bandas, o con chorros más viejos y que imponen el respecto y todo entra
rápidamente en orden. ¡Nadie habla de violencia o la denuncia!
Lo mismo ocurre con la violencia familiar; ya que se desarrolla en el espacio
doméstico, es decir privado, y por lo general los vecinos prefieren no intervenir.
También pude observar un caso de complicidad de vecinos y de las entidades de la
villa y, en parte, de la policía en el caso del asesinato de dos chicos. Todo empezó en julio
del año 1997, cuando un tal Pimentel empezó a ser hostigado por dos chicos que le pedían
un peaje todos los días cuando volvía de su trabajo. El pobre hombre les tenía que dar a
menudo toda su jornada, y no podía decirles nada ya que lo amenazaban con robar su casa y
matar a su mujer si no les daba. Como muchos villeros, Pimentel no fue a la comisaría ya
que por lo general no tiene sentido pues la policía no hace nada, o a lo mejor podía llevarse
a los chicos, pero los iba a soltar y las consecuencias podían ser peores para él y su familia.
Fue a hablar con Tito, unos de los punteros de la villa, que intentó hablar con los chicos que
se quedaron tranquilos unos días. Pero pronto volvieron a hostigar al hombre y otros
vecinos. Estos dos chicos no hacían otra cosa en el día que cobrarles peaje a los vecinos
amenazándolos, para a la noche comprarse droga y alcohol. Un día, Pimentel se hartó.
Llegó de su trabajo una hora antes que de costumbre y sorprendió a los dos chicos sentados
en el pasillo; sacó un arma y mató a los dos. Los vecinos empezaron a salir en los pasillos y
llamaron a Tito. Este, lo agarró a Pimentel y lo mandó a un depósito que usaba la militancia
del PJ a esperarlo ahí. Mientras tanto vino la policía y preguntó por el asesino, que nadie
había visto, y se fue. Al día siguiente me contó que lo habían ayudado a irse. Los vecinos
habían juntados plata para ayudarlo y la cooperativa también. Nadie hizo algún reclamo por
la muerte de los chicos, y la policía no vino nunca más.
“Lo que pasa eran dos ratas, y a nadie les interesa las ratas. Las madres me vinieron
también a hablar y nadie sabía qué hacer con ellos. Es decir, que Pimentel hizo lo que
todos hubieran querido hacer, y resolvió el problema a todo el mundo. Estos chicos
volvían loca a la gente de este pasillo. Qué sé yo. Nosotros de las entidades no
podemos hacer nada, pero sí, cuando nos parece justo ayudamos un vecino; porque
les resolvió un problema a la gente de acá lo hacemos, porque nos parece bien a
nosotros y a los vecinos. Para nosotros él no es un criminal; está bien, para la justicia
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sí, pero para nosotros no, porque estos muchachos perjudicaban a los vecinos. Y mira
que les fuimos a hablar eh, acá nos se trata de matar porque sí. Les fuimos a hablar
muchas veces. Pero no hubo caso. Así que así fue. Y la policía no va a decir nada
porque no le interesa, y además no puede contra todos los vecinos. Así que ella no se
va a meter con los asuntos de los vecinos. No le interesa!”
Aunque todos estaban de acuerdo en decir que esto fue un hecho violento, nadie lo
consideró como un delito o como dice Tito "un acto criminal" y al contrario consideraban
que los vecinos habían hecho todo lo posible para evitarlo y que Pimentel hizo lo que había
que hacer en estos casos. Más molesto para los vecinos del pasillo habían sido las amenazas
y el terror que ejercían (la palabra ‘terror’ la usaron vecinos del pasillo que entrevisté
después del acontecimiento) estos dos chicos, que según los vecinos, eran drogadictos y
muy violentos.
Entonces, las razones que explican la indiferencia frente a la muerte de estos dos
chicos es que rompieron una de las reglas de convivencia más importante de la villa: no se
roba en su sector y ¡menos en su pasillo! No se molesta a los vecinos. Pero para entender
porque parece que ya no se respeta nada, ningún código como se suele decir desde afuera
de la villa, y especialmente en los medios de comunicación, tenemos que establecer una
distinción entre varias categorías de personas y restituir el problema de la delincuencia en
su contexto. Esto mostrará el sentido de la representación conflictiva del lazo social adentro
de la villa, tanto por parte de los vecinos de la villa como afuera de ella. Esta representación
se traduce en formas de rupturas y violencias que transforman las relaciones sociales
cotidianas.
Existen determinados tipos de “delincuentes”19 que viven de varias formas de delito.
La gente distingue dos grupos dentro de los cuales operan una clasificación de tipos de
delincuentes. El primer grupo es el de los que no actúan en la villa o si trabajan adentro no
molestan a los vecinos. Dentro de este grupo están los “profesionales”, que pueden ser
ladrones de diversos tipos, desarmaderos, pungas, ladrones... en fin todo una clase de
profesiones vinculadas a actividades delictivas, pero que finalmente no molestan a los
19
El término delincuente es frecuentemente usado por la gente en la villa, y lo retranscribimos en este sentido.
Si bien cuando se le pregunta especifican de qué tipo de delincuente están hablando, el término genérico es
éste y lo utilizaremos en este sentido.
5
vecinos. De cierta forma el delito si bien no está valorizado, es acá considerado como una
actividad que exige determinado grado de práctica y es una fuente de ingresos importante
para las familias de los “delincuentes”. También éstos, son los pocos de la villa que trabajan
regularmente cuando no están presos, por lo cual mantienen buenas relaciones de
intercambios recíprocos con sus vecinos. Siempre pagan sus deudas y les prestan dinero a
los vecinos con los que mantienen relaciones más cercanas. Entonces, desde el punto de
vista de sus vecinos, no molestan para nada y sus actividades delictivas no son un problema
sino una fuente de ingreso que les permite vivir. Es también obvio que a nadie se le va a
ocurrir denunciarlos mientras respeten a las normas de convivencia dentro de la villa, ya
que nadie tiene ganas de tener problemas con ellos.
La otra categoría de delincuentes es más bien poco profesional, y roba cuando tiene
la ocasión de hacerlo. Viven de lo que se dice el raterío. Sin embargo, también los "ratas"
conocen las reglas de convivencia y hacen todo, por lo menos en principios, para
respetarlas. Constituyen un grupo más y más importante, y se puede decir que en este caso,
el factor de desempleo masculino -pero también femenino ya que más y más mujeres se
encuentran implicadas en estos delitos menores- y el aumento de la pobreza y en muchos
casos de la miseria, incidieron en el desarrollo de diversas actividades de robos más
vinculados al descuido o la oportunidad. Y si bien este grupo pretende no tener demasiado
problemas con los vecinos, siempre intentan reducir en la villa las cosas que robaron. Y en
muchos casos la policía termina presionándolos para aprovecharse de ellos y del vecino que
se dejó seducir por el precio bajo de algún electrodoméstico. Pedro, un amigo me contó lo
que le pasó a él.
Un día dos jóvenes le vinieron a proponer a Pedro una video casetera a 120 pesos.
Él sabía perfectamente que había sido robada, porque hace falta unos 250 pesos en efectivo
para comprar este aparato en un negocio del centro de Quilmes o en capital. Necesitó un
tiempo, porque no le gustaba comprar cosas robadas y nunca se había tentado. Sin
embargo, siempre quiso tener una video casetera y en los negocios, incluso a crédito,
estaban demasiado caras y tenía otros gastos para hacer. Así que se dejó tentar olvidándose
de sus principios y la compró a los jóvenes.
Dos meses después, una patrulla de policía lo para en la entrada de la villa y le
pregunta si conoce un tal Pedro A. y si sabe donde vive. Él le contesta a la policía:
5
"-Yo soy Pedro A.
-Entonces nos puede acompañar hasta su casa. Le ordenan los policías del patrullero.
¡"Sabemos que usted tiene en su posesión una video casetera robada que compró un
tiempo atrás a unos delincuentes de la villa"!
Los acompañó. Entraron sin golpear la puerta y se llevaron al aparato:
"Me preguntaron por una boleta que, por supuesto, no tenía lo que sabían
perfectamente. Entonces me pidieron seguirlos hasta la comisaría. Cuando me subí al
otro patrullero, me di cuenta que en el primero se encontraban los chicos que me
habían vendido el aparato unos meses antes. Me habían buchoneado a la cana! En la
comisaría, me instalaron en una sala atrás. Vino otro cana- el sub-comisario. Él
empieza a hablarme y a decirme que en la medida en que compré un objeto robado
eso era un problema porque en este caso me hacía cómplice de los delincuentes.
¡Obviamente eso lo sabía! Me miró un momento en silencio, como no contestaba
nada empezó él a hablar: ‘Es un problema que un padre de familia como vos tenés
que estar acá una noche o por ahí más. ¡Quizás van a tener que juzgarte por cómplice
de estos delincuentes! Y esto que tus hijos y tu señora te necesitan! Si querés te
podemos arreglarlo todo.’
Seguí sin abrir la boca, pero ya sabía que me iban a pedir dinero para irme:
‘Un aparato como este debe salir como 250 pesos más o menos. Así que si los puedes
pagar te podés ir a tu casa. ¡Por supuesto nos dejás el aparato!’
Entonces le contesté que no tenía 250 pesos en este momento, que todo lo que le
podía dar eran 100 pesos y que eso era el precio por lo cual había comprado el
aparato. Me contestó que le parecía bien. Entonces le di los 100. ¡Todo lo que había
cobrado en dos días de laburo! Pero era mejor pagarlos porque sino me podían retener
varios días en la comisaría. Desde este momento no compro nada robado. En mi casa
está todo legal y con boleta. Porque no se sabe dónde está el chorro y el cana, trabajan
juntos. Si tengo todo legal no me pueden decir nada y estoy tranquilo.”
Esta posible complicidad con la policía hace que mucha gente evite comprarle
directamente a los "ratas". Ellos también reducen en un mercado, el famoso mercado de los
5
chorros de la feria de Solano. Allí es más difícil que la policía pueda hacer algo para volver
a encontrar a los compradores para presionarlo, ya que no son vecinos.
Los "delincuentes" profesionales y, a veces, los que se consideran como ratas,
también cumplen una función importante: la de regular, en parte, el problema de la
violencia adentro de la villa. Por lo general, protegen la villa de los intrusos de otras bandas
que vienen a robar a los vecinos, y controlan a los jóvenes delincuentes o pibes chorros
violentos que muchas veces actúan en la villa. Es decir, que dentro de las relaciones
sociales propias a la villa, ellos cumplen un papel positivo y protector, ya que la policía por
ejemplo no lo cumple como ya nos hemos podido dar cuenta. Cuando pregunté porque
cumplían este papel me explicaron lo siguiente:
“Se toman ese papel porque ellos saben que los vecinos los ayudan. Son los vecinos
que les ayudan cuando están heridos o enfermos y necesitan medicamentos. Son los
vecinos que los ayudan si sus familias necesitan algo. Son los vecinos que les ayudan
si se les quema la casa. Y son los vecinos que dan una moneda para que tengan
funerales dignos! Por esto se toman ese papel de defender a los vecinos.”
Entonces, si bien los vecinos saben de qué “trabajan” estos vecinos particulares,
mientras cumplen un papel positivo, o sea que en primer instancia no rompen con la regla
de solidaridad con ellos, respetan las normas y los valores establecido por el colectivo
social que es la villa, son considerados como un vecino más20. Se les da ayuda como
corresponde como vecino y están integrados a las relaciones sociales de la villa, porque su
respeto a las normas, y la ayuda que aportan mantiene y reconstruye el lazo social. Lo cual
desde el punto de vista de toda la villa es lo más importante dado el grado de degradación
de otros intermediarios que tendrían que cumplir esta función, como la policía por ejemplo.
Tampoco importa la justicia oficial o sea la justicia de la nación Argentina, ya que
en el imaginario de la villa (y supongo de muchos argentinos) la justicia, la diferencia entre
lo legal y lo ilegal, no está claramente representada. Sin embargo, la villa no deja de ser
20
El respeto de la comunidad por parte de los que delinquen es algo muy frecuente y conocido, incluso dentro
de sociedades donde los representantes de las agencias públicas de mantenimiento del orden no son corruptas
o donde la corrupción no es la regla. Sin embargo los mecanismos de justificación de la protección o por lo
menos de la indiferencia hacia las bandas que delinquen es distinta a la que se puede observar en la villa. Ver
para esto Sanchez-Jankowski (1991).
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parte de esta nación y entonces no puede construir de manera totalmente independiente
formas de justificación y entonces, de justicia. Es decir, que en caso particulares la
solidaridad interna tiene sus límites y la villa expulsa estos casos hacia el exterior. Esto
implica que a pesar del discurso del punto de vista externo de la ley propia a la villa, la
práctica demuestra que la villa tiene sus límites en cuanto a la resolución de determinados
conflictos que los vecinos prefieren dejar en manos de las instituciones estatales aunque no
confíen en ellas.
Pero antes de abordar este problema, tenemos que analizar el segundo grupo de
"delincuentes" presentes en la villa.
Se trata, más bien, de toda una nebulosa de chicos jóvenes, menores o mayores pero
que empiezan a delinquir adentro mismo de la villa. Este fenómeno empezó a hacerse
visible y a molestar a partir de fines de los años ochenta, lo cual hace decir a los habitantes
de la villa que la democracia es responsable de este desorden. Sin embargo, si
efectivamente se puede decir que el régimen democrático argentino es sumamente corrupto
y entonces produce a través del sector político y de sus instituciones una serie de
desarticulaciones que producen violencia, la relación entre este contexto y lo que ocurre en
la villa es un poco más complejo.
El régimen político democrático, no cambió el modelo de acumulación
implementado durante la última dictadura militar. La transformación de la estructura
productiva cambió de manera radical la división social del trabajo de la cual también
participaban los villeros, ya sea a través del trabajo en el sector industrial o en el sector
informal. Como ya lo hemos mencionado, el contexto actual de crisis afecta a los habitantes
de la villa que se tornó aun más dependiente de los ingresos de la clase media. Esto condujo
también a producir una crisis de representación al nivel de los valores integradores -como el
trabajo, el progreso social- a un conjunto social a partir del cual se articulaba el sistema
social más o menos autónomo que era la villa. También este nuevo modelo de acumulación
condujo a producir un cambio importante en el modo de reproducción de la villa en el
espacio urbano. Si antes, se reproducía a partir de una renovación a través de un proceso
migratorio, a partir de los años setenta, la reproducción de ella se hace a través de la
convivencia generacional, saturando los espacios disponibles. Ya no es el trampolín a la
movilidad social, ya no es el lugar desde el cual uno espera acumular suficiente para poder
6
salir: sino es el lugar donde uno tiene que vivir y construir su vida. En este contexto,
muchos de los jóvenes ya no salen de la villa, sino que hacen de ella y del barrio cercano su
territorio de acción. Es allí donde encuentran sus recursos para vivir o sobrevivir.
Esta generación de jóvenes, es la que justamente nació durante la última dictadura
militar o durante los años ochenta, y que muchas veces asistió a la caída de sus familias que
seguía aferrándose a valores que para ellos no tienen mucho sentido, como el trabajo por
ejemplo. La idea de tener algún trabajo para estos jóvenes es tan surrealista como la de
trabajar para estar integrados a algo que sea más que la villa. Además, la violencia en el
mismo espacio familiar es tan fuerte que muchas veces terminan instalándose en los
pasillos para evitar estar en sus casas. Y si no tienen porqué temer en su casa es porque
quedan solos la mayor parte del día, teniendo que arreglárselas para comer, estudiar, etc. En
este contexto, el fracaso escolar es muy importante y la deserción escolar se hace a una
edad más y más joven. Los padres o los familiares, por lo general, no saben cómo
responder a la violencia de sus hijos que muchas veces roban a sus vecinos.
Se pueden observar dos actitudes distintas frente a la delincuencia de los hijos en las
casas de familias que nunca habían delinquido antes. La primera es un desconcierto
absoluto. No se entiende más a los chicos, y se estima que dos factores contribuyen a
conducir a los chicos a este tipo de violencia contra el barrio. El primero es la facilidad con
la cual se consiguen armas en la villa. Si bien todos los vecinos reconocen tener un arma y
esto desde siempre, ya que "acá, en la villa no hay ley ni justicia", los chicos o los
adolescentes no solían acceder a ellas. Hoy en día no sólo las tienen, sino que mostrarla, y
amenazar con ella públicamente hace parte de su manera de ser y de relacionarse tanto
adentro de la villa como afuera. Se amenaza con ella para cobrarles peaje a vecinos que
viven en otro sector o a extranjeros de la villa, se utilizan para robar en la villa o en el
barrio. El segundo factor es el alto consumo de diversas drogas de mala calidad que crean
adicciones rápidas y muy fuertes. Las familias en estos casos no saben cómo reaccionar y
muchas veces terminan rechazando al joven que desaparece de la villa o muere.
En los casos más extremos, las familias renuncian a educar a sus hijos por miedo al
fracaso, y por sentirse incapaz de transmitirles sus valores a sus hijos. Esperan que otros se
hagan cargo de ellos, ya sea la escuela, la iglesia, o los institutos de menores, o sea una
institución que tendría que mediar entre ellos y sus hijos. Es decir, que existe una fuerte
6
demanda institucional en un contexto donde estas instituciones resultan totalmente
incompetentes para resolver el problema. Lo cual acentúa el sentimiento de abandono y
marginación de los villeros que se encuentran muy solos para resolver situaciones inéditas
de violencia o degradación de las normas que solían regular las relaciones sociales en la
villa.
La segunda actitud es más de complicidad, justificando los delitos cometidos por los
chicos -sobre todo cuando se trata de robos de los cuales también se beneficia la familiapor el contexto económico que los condujo a vivir del delito. A partir de allí se hacen más
aceptables las desviaciones de los hijos, ya que benefician al grupo familiar. Sin embargo,
estas mismas familias saben que si sus hijos empiezan a robar demasiado a los vecinos,
pueden terminar sufriendo una represión de parte de ellos, por lo menos en términos de
rupturas de formas de reciprocidad. Los vecinos, por ejemplo , pueden dejar de aportar
ayuda en caso de emergencia, no los saludan y si la policía busca a los chicos no hace nada
para esconderlos.
Sin embargo, esto no significa que todo el mundo roba a todo el mundo y de
cualquier manera. En efecto, siguiendo a Marshall Shalins (1974), podemos considerar que
hasta cierto punto puede haber formas de reciprocidad negativas, como el robo por ejemplo.
Según Sahlins, la reciprocidad negativa es la forma más impersonal de intercambio, la más
económica. Cada uno de los participantes de este intercambio -no voluntario y sentido
como violento en este caso- se confrontan en intereses opuestos y cada uno busca
maximizar la utilidad a costa del otro. Como lo hemos mencionado, si uno toma la noción
de solidaridad en el sentido Dukheimiano, la villa sigue presentando una solidaridad que le
permite, en parte, existir. Ahora, esto no significa que las formas de intercambios sean tan
institucionalizadas como para crear un sistema social autonomo con normas propias, ya que
los villeros no dejan de pertenecer a su manera a la sociedad argentina, y entonces de sufrir
las consecuencias de la realidad histórica argentina. De cierta forma esta solidaridad es
negativa ya que no es deseada por los villeros. Es simplemente una manera práctica de vivir
su situación de marginación más y más fuerte del sistema de mercado. La violencia
cotidiana en la villa es sólo la expresión de esta falta de posibilidad de los villeros de
representarse como autónomos frente al resto de la sociedad desde el punto de vista
simbólico, y la imposibilidad práctica de realizar esta autonomía.
6
Prefiero esta interpretación a la de anomia en el sentido de Merton que adopta
Peralva (2001)21, ya que en este caso se trata de mostrar que los que se desvían de la norma,
robando un auto, por ejemplo, lo hacen para cumplir con un deseo de conformidad, es decir
poseer un auto como todo el mundo y robarla es la condición para poder acceder a ella.
Pero si esto permite explicar en parte el robo de objetos deseados porque significan una
conformidad al nivel del consumo, y esto especialmente en el barrio ya que es donde se
encuentran con más frecuencia estos artefactos, no permite explicar determinadas formas de
robos en la misma villa, ni formas de robos organizados por la policía que suele utilizar los
jóvenes integrándolos en determinados tipos de actividades ilícitas.
La ventaja de considerar la posibilidad de una forma de reciprocidad negativa en el
marco de la villa, es que deja un espacio abierto a la existencia de normas reconocidas
colectivamente detrás de la apariencia de ausencia de ellas. También permite contemplar la
posibilidad de negociación entre los actores que van a determinar como resolver el
problema a través de reciprocidades también negativas. Esto permite entender porque a
pesar de la gran cantidad de delitos y especialmente robos que se cometen diariamente en la
villa por hijos de vecinos, no hay mucha represión física de estos robos por ejemplo, ya que
la venganza como lo veremos es un acto difícil de justificar colectivamente.
Como ya lo hemos mencionado en la primera sección, la villa está hoy en día
dividida en sectores que constituyen fronteras. La pertenencia a un sector está más que nada
definida por una serie de relaciones de intercambio entre vecinos (además de la familia que
es el primer núcleo solidario fuerte para un individuo). Esta forma puede ser generalizada,
es decir. que el intercambio no implica una reciprocidad inmediata, sino que uno
simplemente espera que los vecinos hagan lo mismo un día, cuando uno lo va a necesitar.
Un ejemplo de esta forma de reciprocidad es la moneda que cada vecino le da a una familia
cuando se le muere uno de sus miembros. Nadie sabe cuándo se va a morir, pero todos
saben que ese hecho va a ocurrir y que en ese momento será su familia la que ira a pedir.
21
La autora, tomando como ejemplo el caso las favelas de San Pablo y de Río de Janeiro tiene el mérito de
intentar relacionar el concepto mertoniano de la anomia al de Durkheim, ya que a pesar del intento de
demostrar el conformismo de los deseos de los jóvenes que delinquen, admite que el grado de descomposición
social y desocialización conduce en muchos casos a un individualismo muy destructor. El problema de este
análisis de las formas de anomias existentes es que no logran mostrar las practicas de los jóvenes que por
ejemplo delinquen en la misma favela: porque ¿pueden seguir viviendo allí? En algunos casos, la autora
menciona situaciones de castigo o linchamientos colectivos para restablecer el orden, pero estos actos se
producen en casos muy particulares. Esto significa que entre los extremos existen una variedad de situaciones
no contempladas por las diversas definiciones de la anomia.
6
No dar para los funerales de un vecino implica que uno se está vengando de algo o que uno
está extremadamente pobre y no tiene en el momento absolutamente nada para dar, pero sí
por lo menos hace un gesto simbólico con la familia, visitándola. La segunda forma es más
bien equilibrada, en el sentido que los términos del intercambio están negociados y
dependen de los que están implicados en él.
Estas formas de reciprocidad son las que permiten mantener cierta solidaridad de
grupo y están en gran parte respetadas, incluso, por los jóvenes que roban en la villa, ya que
por lo general roban en otro sector distinto de donde viven y vive su familia. Esto implica
que se reconozca un espacio dentro de la villa donde se puede robar, sin que esto implique
una ruptura de los lazos solidarios con vecinos y, entonces, éstos aunque sepan que un
grupo de jóvenes delinque en la villa "no se van a meter a defender gente que uno no
conoce y no sabe cómo es". Esto implica que la distancia social determina dónde uno puede
romper con la norma sin afectar su necesidad de seguir integrado a un grupo. Así que el
tamaño de la distancia social entre los que intercambian condiciona la manera cómo se
intercambia.
Entonces, la reciprocidad será más bien de tipo generalizada con los familiares, el
grupo más cercano y fuerte de obligaciones, y tenderá a ser negativa cuando la distancia
social, de parentesco, vecindad, etc. sea importante. La mayor parte de los jóvenes respetan
esta regla de convivencia que permite que los vecinos todavía se puedan hablar y convivir
en un mismo territorio. Los que vienen a robar siempre son desconocidos, o considerados
como tal aunque no fuera exactamente así. En efecto, la circulación de información sobre
quiénes roban y qué robaron es muy importante, ya que los jóvenes no salen mucho de la
villa. Entonces en varios casos, la víctima del robo puede preguntar a la barrita o a los
jóvenes que delinquen quién le robó, por ejemplo, el televisor. Ellos para hacerle un favor
van a preguntar, y una vez que tienen la información le indican a dónde ir para recuperar el
objeto robado, y negocian con los ladrones el precio del objeto para recuperarlo.
Como me explicó un señor a quien le habían robado la heladera:
"Lo que pasa, yo a esta heladera, todavía no la terminé de pagar, y no puedo
comprarme otra. Entonces por esto hablé con los muchachos para recuperarla. Les
pagué a los chorros unos cincuenta pesos, pero una heladera nueva vale mucho más.
¡Hasta me la trajeron hasta la casa los guachos! Y a los muchachos de acá les tire
6
diez, y es así que funciona la cosa. Te roban una cosa que no podés volver a comprar
y se la tenés que volver a comprar a ellos. Porque ellos viven de esto. Casi no salen
de la villa. O la revenden en Solano, pero su mayor ganancia la hacen con los
vecinos. Y los pibes de este lado hacen lo mismo con los del otro lado."
Obviamente este vaivén de las barritas o bandas de muchachos implica muchas
peleas armadas entre ellos para controlar y vigilar su territorio, lo cual pone mucho más en
peligro la vida de los vecinos que los robos. Pero es muy importante destacar en estos casos
cómo se roba y, sobre todo, cómo se revende el objeto robado a su mismo dueño. Los
jóvenes que roban saben perfectamente que, en la mayor parte de los casos, los dueños de
lo que robaron van a buscar recuperar sus bienes. Y el interés de ellos es reducir estos
objetos; sin embargo, como ya lo hemos mencionado, estos jóvenes no salen mucho de la
villa y todo su actuar se construye, en gran parte, a partir de ella y adentro de ella. Esto
significa que no son parte de una banda organizada que tiene toda una estructura para
reducir lo robado, como es el caso de los más profesionales. Entonces, les conviene poder
revender lo robado a la persona que más lo necesita, es decir a la persona que robaron. Y se
lo revenden a un precio muy accesible y que negocian juntos, por lo cual terminan llegando
a un acuerdo que beneficia a ambos. Esto permite tener una resolución no violenta del
conflicto. Y como cada sector tiene sus barritas o jóvenes problemáticos, de cierta forma
todos consideran que es una forma de no acentuar la violencia de las relaciones sociales, ya
que la venganza o resolución violenta de los conflictos puede traer más problemas desde el
punto de vista de las autoridades policiales o jurídicas.
Como me explicó un vecino:
"Este es el problema! Acá no hay, como uno dice, que la ley está de un lado y los
delincuentes del otro! No, acá hay que hacerse respetar uno, tampoco no hay que
andar con el revólver en la cintura, saber decirle a un delincuente, buen día; a un
policía, buen día, viste! Hay que saber como es el movimiento! Vos no puedes decirle
a un policía donde está un delincuente, tratas sólo de ayudarlo en decirle, no se meta
por acá, o por allá.
Porque un día una señora se quejó, por ejemplo, que estaban tirando piedras contra
su casa. Bueno vino la policía ¡los llevó a todos! ¡A la media hora volvieron todos
6
libres! Porque en la comisaría les dijeron, bueno pongan tanta plata entre todos,
junten todos y se van. Y estaban a la media hora reventándole el rancho a piedrazos
de vuelta. ¡Así que acá no hay ley! Si vos tenés un problema con los delincuentes, es
mejor que agarrés un fierro, y lo encontrés solo en una calle, calladito la boca, solo, y
bueno le pegás un fierrazo y chao! Viste, esto es la idea mía cuando me pase algo!
Pero no ir a la comisaría, porque la policía no es justicia! »
Y los otros ¿ no vienen a vengarlo?
« Si nadie lo ve no! Acá el problema es así, si vos le pegás a alguien: si a vos te
pegan, nadie lo vio! Pero si vos lo pegás, todo el mundo te vio! Si es un delincuente
que te pegó, nadie sabe donde duerme, entonces nadie dice nada! Pero en cambio
como vos sabés que como vos vivís acá, tenés hijos acá, y todo el mundo te agarra y
te dice, mira el gordo le pegó al chorro aquel y lo mató, y entonces ahí viene el
problema. ¡Nadie te tiene que ver! El problema es encontrarlo un día, justo en el
momento. Porque sino al final, ¡te dan el papel de asesino a vos! Por eso tiene que ser
algo muy serio. ¡Que te viole un hijo! Tiene que ser algo fuera de lugar. Porque
tampoco podés salir a matar a alguien en la calle porque te miró mal! Tiene que ser
algo muy, muy grave para que nosotros tengamos una represalia hacia ellos, muy
grave, muy, pero no sé, que le peguen una paliza a mis hijos, al Pablo, por ejemplo y
me lo desarmen. ¿Entendés? Tiene que ser algo muy grave, porque sino lo más
correcto es hacer una denuncia como corresponde y listo. No vamos a quitarnos
nuestra forma de vida tranquila, trabajadora, por un loco o un delincuente. Y sólo por
un hijo quizás, que si nos toca a nosotros que somos grande, quizás que no llegamos a
tener una venganza.»
¿Y ellos se pueden vengar?
«Ojo que hace 18 años o más que vivimos en la villa, así que quizás ellos (los
jóvenes delincuentes) pueden llegar a tener una venganza, pero ojo que ellos te
reconocen, y saben reconocer cuando están mal o cuando están bien. Cuando
cometen un error y cuando no lo cometen. Los delincuentes de ahora, pibes de 18, 21
años, uno los vio crecer! Alguna vez, cuando ellos fueron chicos, uno le hizo un
favor, o porque le diste un caramelo, o porque le diste un pan, y eso ellos lo
reconocen! Y lo llevan por el resto de su vida. Y puede ser el delincuente más pesado
6
que hay, que a vos no te toca! Porque te lo reconoce! Por eso te digo que tiene que ser
algo muy grave para que salgamos con un arma y tomamos una represalia hacia ellos!
Entonces, por lo general, las formas de represalia son muy simbólicas, pero eficaces.
La denuncia a la policía, aunque no tenga efectos desde el punto de vista de resolución de
los robos, sí deja marcado al joven por parte de los agentes policiales, lo cual complica la
vida de los delincuentes, no tanto y sólo porque los pueden llevar presos, sino porque a
partir del momento en que quedan denunciados la policía viene frecuentemente a
presionarlos. Entonces las “ratas”, como se les dicen,
prefieren evitar este tipo de
problemas. Segundo, si es un joven muy joven, los vecinos pueden eventualmente juntarse
e ir a su casa y exponerlo públicamente como delincuente que no respeta a los vecinos, lo
cual frente a sus compañeros es una vergüenza, por que demuestra que es un "cachivache".
Entonces, esto explica porque los que roban adentro de la villa evitan robar en el sector
donde son conocidos. Por fin una amenaza muy eficaz desde el punto de vista simbólico es
la negación de dar algo para los funerales. En la medida en que la pobreza fue aumentando
de manera considerable, las familias más y más necesitan de la ayuda de los vecinos cuando
se muere uno de sus miembros, y solicitan mucho a los vecinos, sobre todo los más
cercanos. Entonces, cada uno evalúa la posibilidad de dar algo o no, en función de la
conducta que tuvo el muerto con sus vecinos. El rechazo lo excluye simbólicamente como
vecino y arriesga dejarlo sin funerales dignos. Este miedo de no ser enterrado como un
cristiano, es decir tener una tumba linda, más linda de lo que ofrece un entierro municipal 22.
Como dicen, "uno no quiere ser enterrado como un animal"; y conservar esta dignidad
humana, y seguramente preservar el alma de uno, implica mantener ciertas formas de
reciprocidad, por lo menos con los vecinos más cercanos.
Sin embargo, estas formas de reciprocidad se hacen más y más difíciles de mantener
en un contexto de degradación social generalizado. En efecto, la posibilidad para la villa de
mantener un sistema social solidario que le es propio depende mucho del contexto general y
de la realidad coyuntural del conjunto del sistema social. El desempleo creciente, y la falta
de alternativas para conseguir ingresos decentes y más o menos estables, condujeron a una
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Los municipios tienen como obligación de financiar el ataúd y el entierro de los indigentes. Pero el funeral,
es decir todo el rito del funerario corre a cuenta de la familia del difunto. Sólo en los casos más extremos de
pobreza, el entierro municipal es aceptado y realizado como tal. En la mayor parte de los casos, los familiares
del difunto se endeudan y son ayudados por donaciones de los vecinos.
6
fuerte desocialización que introduce rupturas en el lazo social. Además, de este contexto de
caída económica y de retiro del estado de bienestar, las disfunciones crecientes de las
instituciones que deberían ejercer un control del orden público, y en estos casos
especialmente la policía y la justicia, no sólo no cumplen este rol fundamental en nuestros
sistemas sociales, sino que producen e influyen directamente en la producción de delitos.
Por lo cual, el contexto violento va aumentando al mismo ritmo que la degradación general
del sistema social e institucional.
Esto introduce prácticas que podemos calificar de depredadoras para cualquier
sistema social complejo, ya sea la sociedad argentina considerada en su conjunto, un subsistema como es la villa, o cualquier otra sociedad. En la villa esta degradación se puede
observar muy concretamente en dos tipos de comportamientos.
El primero es el robo entre vecinos, a veces de un mismo pasillo. Como dicen los
más profesionales, esta forma de robo supera todo; estos delincuentes, que ya no respetan
nada, son definidos significativamente como anti-chorros, justamente por no respetar el
código profesional. Si bien, en general, se considera como anti-chorro al loquito, al tipo
que es un cachivache, que no sabe robar y no respeta determinados códigos de conducta
especialmente donde vive (Patricia Rojas, 2000), en la villa marca también este
comportamiento depredador entre vecinos muy cercanos. Estas prácticas se fueron
desarrollando a medida que la situación de miseria fue agudizándose, y de manera
dramática a partir de diciembre del 2001, cuando el "corralito" y la declaración de default
de la Argentina al nivel internacional, desestructuraron la relación entre el mercado de
trabajo informal y el mercado laboral formal, además de parar el proceso de importación
del cual es muy dependiente el sistema productivo y el mercado interno argentino. Esto
contribuyó a valorizar todo producto importado, para el mercado de repuestos. Agregado a
la falta de ingreso monetarios (incluyendo a créditos de la Red Global del Trueque), por lo
cual los robos entre vecinos dejaron de tener límites.
"Nos sospechamos todos, y no confiamos en nadie. No podés dejar la casa un minuto
sola y te roban cualquier cosa. Ayer me robaron las plantas del patio, ¿te das cuenta?
Y ¿sabes que? Las vendieron al kiosco del barrio, el que está a una cuadra de acá,
frente a la escuela. Te digo que todo está bravo acá. Ayer a la noche mi marido tuvo
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que salir a pegar unos tiros y amenazó con matar al primero que tocaba una chapa de
esta casa."
El segundo tipo de comportamiento es aún más preocupante, ya que se trata de casos
de desocialización muy graves de jóvenes que en la mayor parte de los casos se terminan
muriendo víctimas de su propia violencia. En la villa los llaman los "perros rabiosos", los
que ya no tienen nada para perder. Y para los habitantes de la villa, este fenómeno es muy
preocupante, ya que uno no nace así sino que se vuelve así por el contexto general de
degradación de las formas de integración social y por las disfunciones de las instituciones
que provocan situaciones anómicas frente a las cuales la villa sola no puede nada sino sólo
responder también con violencia, como explica este vecino:
"Y eso es cuando uno va... no, no, no va cuidando su, sus valores ¿no? No tiene
valores de la vida, ni si lo puede, el daño que le puede hacer a otra persona, y ahí es
cuando aparece el salvaje... ustedes saben muy bien que el más salvaje, es el que más
está como para llegar a ser más delincuente, más fatal ¿no? Es la persona que... es
mucho más agresiva, los mismos guerreros, los mismos soldados, el más agresivo es
el mejor combatiente y acá pasa lo mismo, el más salvaje es el más... el más apto para
sobrevivir. Si nosotros sabemos, que estamos preparando a nuestros hijos, para ser lo
más apto, pero por medio de la educación ¿eh? Dentro de todo esto que es una, es una
selva de cemento como decimos eh..., el más apto es el que más sabe, y en la villa
también el que más daño hace, más apto está, pero ellos no están, cuando son mas
grandes eh..., cuando son ya delincuentes un poco mas grandes, quedan esos son los
perros rabiosos que le decimos ya que son personas que no, no son personas; van
pateando eh... cabezas por el mundo, no son personas que cuando le tocan lo que
ellos mas valoran eh... se vuelven mucho más furiosos y cuando están en las cárceles
son más animales, cuando salen son mucho más bestias y tratan de hacer desastre, y
ahí es cuando están cinco días fuera de la cárcel y lo tienen que matar. O la sociedad
o la policía o lo que sea, o la gente de la villa, pero lo tienen que matar porque no hay,
no hay una barrera."
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La muerte en estos casos es la única salida que pueden entrever los vecinos, aunque
con mucha preocupación para su futuro en este contexto de violencia que no pueden
siempre resolver de manera autónoma. Por esto, en los casos extremos, rechazan hacia los
sistemas institucionales la responsabilidad de restablecer un orden, aunque no crean en su
eficacia. Pero, si por lo menos les exigen que se hagan cargo juntándose para hacer una
demanda fuerte y presionar las instituciones en caso de desacuerdos. Es lo que vamos a ver
en el marco de un caso.
¡No lo queremos más por acá!
El caso que voy a describir acá es realmente particular y tiene una historia que se
fue desarrollando en dos etapas. La primera cuando se produjo el hecho en el año 1998. La
segunda se inicia en el mes de Abril del 2001, cuando el defensor del responsable casi
obtiene su liberación, provocando una movilización de los vecinos en contra de esta
decisión. Así empieza la historia.
En una calurosa mañana de noviembre del 1998, Irma hizo un terrible hallazgo en la
casa de su cuñado: yacía muerto un hombre conocido en el barrio por ‘El Borrachito’, ya
que dedicaba la mayor parte de su tiempo a tomar en los boliches de la villa. Vivía de
alguna ayuda de familiares y unos "rateríos" (robos menores) que él cometía en las afueras
inmediatas de la villa. El hombre yacía con más de una docena de cuchillazos en el piso de
su casilla, el cráneo deforme por los golpes; tenía el cuero cabelludo pelado hasta el hueso,
y los testículos cortados. Había sangre por todo el pasillo. El Borrachito había intentado
huir de sus agresores sin éxito. Lo alcanzaron en su casa y terminaron su funesta obra, y
luego lo abandonaron con las manos atadas por la espalda. Irma empezó a alertar al
vecindario, que acudió de inmediato.
Una mujer se acercó, y mirando el horroroso espectáculo de este cuerpo mutilado
dijo: “Sé quien lo hizo. Está durmiendo en mi casa!” De ahí se fue a la comisaría para
denunciar a quien resultaba ser su propio hijo: “Seguro que tiene cómplice. Debe ser mi
marido quien lo ayudó.”
El Indiecito era famoso por su violencia y crueldad en el barrio como en la villa.
Los vecinos le temían y sus peleas siempre terminaban con muertos. El mismo había sido
baleado unos meses antes del hecho por una barrita que le competía el territorio. Tenía
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muertos por toda la villa y como consecuencia muchos enemigos. A los balazos había
sobrevivido de casualidad; se decía en el barrio que una mujer conocida por su brujería,
había dicho que él nunca iba a morirse porque tenía el mal en su cuerpo y en su alma. El
maleficio era su protector y seguro que había hecho un pacto con el diablo. Los dichos de
esta mujer se confirmaron con este acto de locura. El Indiecito no podía escaparse a ningún
lado ya que los balazos lo habían dejado inválido y dependiente de cuidados médicos
semanales. Y de hecho ni se preocupo de huir después de su crimen; se fue a dormir lo más
tranquilamente a su casa como si fuera imposible que lo castigaran o lo denunciaran. Fue
encontrado durmiendo, con la ropa manchada por la sangre del Borrachito. Además de su
propia familia, los vecinos empezaron a hablar y se deshicieron de él como uno se deshace
de algo que molesta un orden establecido. Cuando uno preguntaba por qué este consenso en
el actuar del vecindario normalmente tan cauteloso en meterse en asuntos ajenos y en
llamar a la policía, la respuesta era siempre: “Esta vez se pasó. Matar así no es humano y
todo el mundo estaba en peligro!”
Unos días después, la familia del Indiecito vino a hablar con Irma; fue una manera
de solidarizarse con ella, de no “borrarse” frente al hecho. Ellos asumieron que un miembro
de su familia había matado mucho en la villa, y creaba un ambiente de terror entre los
vecinos. La madre entregó a su hijo y fue apoyada por sus vecinos. Cada tanto la vienen a
saludar e incluso le preguntan por el hijo preso en el Melchor Romero: ‘a pesar de todo
sigue siendo su hijo y uno entiende el dolor de una madre, más en la villa que tantas
comparten esta historia de hijos presos.’ También el marido estuvo preso en otra cárcel de la
provincia de Buenos Aires. Al año murió: unos dicen que se suicidó, pero otras fuentes
afirman que cayó en el mismo pabellón que otros chicos de la villa y le cobraron sus
muertos.
El problema parecía estar resuelto cuando un día volvió a reaparecer su espectro. En
el mes de Abril del 2001, se volvió a hablar del Indiecito. Abogados habían logrado reducir
su tiempo de encarcelación por su estado de salud. Todavía faltaba la decisión del juez. Los
vecinos empezaron a reunirse. No querían que el Indiecito vuelva al barrio: “Si vuelve lo
hacemos boleta!”
Irma, que trabajaba con su prima explicó: “Yo no tengo ningún problema con su
familia. Yo trabajo con Juana que es su prima, o tengo en el Plan Trabajar a otros primos y
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todos fueron muy buenos conmigo. Pero yo al Indiecito no lo quiero ver por acá!” También
Juana estaba convencía de esto: “Yo, al Indiecito lo quiero mucho. O sea, es mi primo y
conmigo siempre fue bueno. A veces lo veía caminar y parecía como perdido. Yo le decía
que se deje de joder y que se fuera a la casa y él me hacía caso! Así que yo nunca tuve
problemas con él; pero si lo dejan suelto, acá no va a poder volver. Los vecinos se lo van a
impedir. Y no se puede estar en contra de los vecinos. No creo que vuelva y nosotros
mismos, su familia, no lo queremos!”
Tanto la familia como los vecinos ejercieron presiones muy fuertes, sobre el
defensor como sobre el juez, para que evitara la excarcelación por el bien de todos. La
familia, porque sabía que si el chico volvía al barrio lo iban a matar, ya que era obvio que el
Indiecito no había cambiado durante su internación. Lo cual era preocupante para la familia
que había logrado quedar bien con los vecinos, encontrando un punto intermedio a través
de la mediación de la justicia y de la internación de este pariente molesto.
Los vecinos, ante la duda amenazaron al defensor, prometiendo la muerte del
Indiecito si volvía a pisar la villa. Ahora, los vecinos estaban convencidos de que el
muchacho había hecho un pacto con el diablo, por lo cual no iba a ser fácil matarlo. Esto
explica, en gran parte, la fuerte movilización que hubo en contra de su liberación,
implicando al defensor y al juez en la discusión vecinal, ya que permitía a los vecinos
solucionar el problema a través de una supuesta mediación legal que garantizaba la
protección del Indiecito afuera de la villa. Por esto, el objetivo de los vecinos era no
enfrentar la cuestión de cómo matar a alguien que hizo un pacto con el diablo y que,
entonces, no puede morir, ya que aunque se muera físicamente explicó, una señora, su alma
malvada va a seguir amenazando a los vecinos. Entonces, había que expulsar el problema
hacía afuera, respetando y exigiendo una respuesta institucional para resolverlo. Y, hasta
ahora, el Indiecito no volvió.
Cada vez que el problema enfrentado por los vecinos se torna insoportable y sin
resolución posible o, por lo menos, realizable sin correr el riesgo de ver la situación de uno
complicarse con las autoridades, se expulsa el problema hacía ellas, exigiendo de manera
colectiva que se hagan cargo. Esto, aunque como lo vamos a ver ahora, no se confíe en
absoluto en ellas. Tomaremos más específicamente, como ejemplo, a la policía, ya que es la
institución más cercana a la realidad práctica y a lo cotidiano de los villeros.
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La Policía: El Orden y La Ley Imposibles
Más que el problema de la violencia policial ejercida en la villa, tema ya muy
denunciado por la prensa y por asociaciones de defensa de derechos humanos, voy a
intentar entender cómo se articulan las relaciones entre la policía y la villa en general.
También, abordaré las relaciones de la policía con las nuevas formas de delincuencia, como
las nuevas prácticas y relaciones que se fueron desarrollando estos últimos años, y más
precisamente desde los años noventa. Esto nos va a permitir empezar a analizar las causas
de los distintos procesos de legitimación y deslegitimación del actuar de las instituciones
públicas, como la policía y la justicia que co-existen en el marco de la relación entre la villa
y ellas.
Las relaciones entre la villa y la policía (en este trabajo no nos vamos a interesar en
el caso específico de la justicia por falta de precisión etnográfica) son complejas y bastante
ambivalentes. Obviamente, la policía puede actuar en la villa con aún más impunidad que
en el resto de la sociedad, y según me contaron a lo largo de mi trabajo de campo, esto
siempre fue así. El policía puede venir a pedir a un negocio de la villa cualquier cosa y es
muy difícil decirle que no. Para muchos villeros el policía es el "otro chorro", como
también lo es el político, y no representa la ley en el sentido común, ya que también
participa del delito; esto contribuye a construir una doble imagen del policía a la vez
represora y proveedora de trabajo. La mayoría de los jóvenes delincuentes de la villa
“trabajan” para la policía; es decir, son parte de una organización ilícita dirigida por la
policía que los viene a buscar para trabajar. Muchos jóvenes encuentran allí una forma de
conseguir ingresos. El problema surge cuando los jóvenes no quieren colaborar; la policía
puede utilizar métodos de violencia coercitiva para presionar a los jóvenes y sus familias.
Así, la cuñada de una vecina de la villa viviendo en Fuerte Apache me contó que se quería
mudar a la villa porque sus varones ya tenían doce años y la policía iba a venir a buscarlos
para trabajar. Y no se puede rechazar las ofertas de la policía, que no tolera ninguna
oposición. Como es muy difícil pelearse contra este poder, mucha gente prefiere en casos
extremos mudarse, ya que la policía "tiene el poder de la ley entre sus manos". Según los
villeros, la policía funda y legitima su poder sobre dos ejes importantes.
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El primero es la sociedad que "le cree más a la policía que a unos villeros"; es
cierto que últimamente las villas son el blanco de los medios y la opinión pública, cada vez
que ocurre un hecho violento. Siempre los delincuentes se escapan a una villa, o son
sospechados de estar refugiados en una villa. Y esta representación de las relaciones social
"insider/outsider", como la define Norbert Elias (1965), también termina integrada y
aceptada como tal por una parte importante de la villa. La aceptación de esta relación de
subordinación conduce, muchas veces, además de otras causas, a legitimar el actuar policial
en la villa.
El segundo eje de poder importante es la legitimidad institucional. Aunque no
siempre existe una representación clara de lo legal e ilegal, la gente en la villa intuye que la
policía está legitimada como institución y como tal tiene un poder que la supera. La
vinculación del poder de la policía al poder de los políticos es claramente mencionada en
varias entrevistas. Desde un punto de vista más teórico es posible interpretar el papel de la
policía como un elemento de regulación del poder político. Es decir, que si la policía es tan
corrupta es en gran parte porque el poder político permite esta corrupción o, por lo menos,
hace poco para impedirla y luchar contra ella. Siguiendo a la filosofa Hélène L’Heuillet
(2001), consideramos que la policía no es un mero brazo armado de la política que tiene el
poder legitimo de la violencia, como en Weber. Sino que es constitutiva de la estructura de
la política y participa de la definición de sus fines. En este sentido, es muy difícil de
analizar el actuar de la institución policial de manera autónoma. Forma parte de una
estructura de poder y de decisiones que, en gran parte, dan sentido a su actuar y permite,
tolera o contribuye a sus desviaciones en los casos más extremos. En la Argentina, la
coincidencia entre periodos históricos y políticos autoriza esta interpretación que resulta
estar muy presente en las representaciones que los ciudadanos se hacen de la institución
policial. Se vincula la corrupción policial a la corrupción política, tanto en las
representaciones de las clases medias, como de la gente más pobre como los villeros.
Sin embargo, la gente es muy consciente que no se puede vivir sin policía. La gente
sabe que la policía y la justicia siguen siendo los agentes de regulación y de mediación de
la violencia, incluso en la villa, cuando ellos mismos no pueden encontrar solución y
mediación interna. Entonces, el poder de la policía y su legitimidad como policía y
regulador del orden, con represión si es necesario, no son sólo simbólicos (se reconoce al
7
policía por el uniforme, y este uniforme le da poder), sino que son reconocidos como tal,
en contextos y condiciones particulares. Es decir, cuando la villa ya no puede resolver de
manera autónoma ciertos problemas. En otros casos, la policía no tiene ninguna
legitimidad, y pasa a ser desde las representaciones un delincuente con poder, como tiene
poder una banda que amenaza permanentemente a los vecinos de su pasillo o sector (como
lo vimos en el caso de Pimentel). Obviamente desde el punto de vista de los delincuentes (o
de los chorros u otro profesional), la policía nunca es legitimada como tal y los
enfrentamientos con ella pueden ser violentísimos, porque termina siendo para los dos
bandos una cuestión de supervivencia.
Es importante entender, que las relaciones entre villa / policía no se construyen de
manera claras y bien definidas, con una legitimidad del poder policial definida para
siempre. Todo depende del contexto en el cual se desarrolla la acción policial, y cada una
de estas acciones vale por sí misma. Fuera de esta legitimación, el actuar de la policía es
considerado como abuso de poder, o como un acto delictivo como lo podría cometer
cualquier delincuente. Los casos donde se legitima la acción policial son pocos, pero
importantes, y sobre todo útiles, porque es muy difícil hacerse justicia o vengarse en la
villa. Para explicar esto tenemos que situarnos más allá del problema de la delincuencia o
de la violencia, y entender la relación de la villa con el resto de la sociedad.
Contrariamente al discurso más y más instalado en la sociedad, la villa no es un
mundo independiente del resto de la sociedad, gestionado únicamente por sus propias
reglas, aunque la representación del mundo que tienen los villeros y el resto de la sociedad
se articula entre un nosotros y los otros. La villa no deja de formar parte de la sociedad, y
los villeros, desde el punto de vista de la ley, deben en principio seguir las mismas reglas
que todos los ciudadanos. Obviamente, en la práctica, sabemos que esta aplicación de la ley
igual para todos es relativa, y que existen muchas variaciones y contradicciones en ella.
También hemos mencionado, en las primeras partes de este trabajo, que las relaciones de
convivencia en la villa se construyen a partir de una regla de solidaridad entre las familias y
los vecinos, pero que esta regla se está aplicando de manera muy segmentada. Esto, tanto
como las acciones delictivas fomentadas o protegidas, contribuye a aumentar el grado de
violencia cotidiana sufrida por los villeros.
7
Esto significa que la represión por parte de la villa se asume muy raras veces de
manera colectiva, legitimada colectivamente. Si no que en la mayor parte de los casos se
necesita un actor externo para resolver el problema en sí, y también la contradicción que
crea la segmentación en la villa en términos de relaciones sociales. Es ahí donde la policía
interviene como regulador y mediador de la violencia. Esto no significa que se valoriza la
acción policial desde el punto de vista de haber cumplido con la ley porque se denuncia a
un delincuente, por ejemplo, sino que se legitima la acción policial desde un punto de vista
mucho más práctico. Frente a la imposibilidad de resolver colectivamente un problema, se
apela a las autoridades designadas desde el Estado. En este sentido, la villa comparte la
misma "representación del mundo" que el resto de la sociedad, es decir que en nuestra
representación práctica como simbólica de la sociedad moderna, el Estado es el agente
regulador, mediador y controlador de las relaciones sociales, y lo aceptamos como tal.
También como tal, le delegamos el poder represivo o de violencia legítima, pero esta
legitimidad no es esencial (en el sentido filosófico), sino que se construye y deconstruye.
En este sentido, en el caso de las relaciones entre la policía y la villa, prefiero hablar de
procesos de legitimación, donde el abuso de poder no está legitimado, sino definido como
una forma de dominación ilegítima desde la perspectiva de los actores.
Esto permite explicar, en parte, por lo menos porque en unos casos, el actuar de la
policía está legitimado y en otros no. La otra explicación importante está más vinculada a
las relaciones sociales propias a la villa. Efectivamente, en mis primeros meses de trabajo
de campo, tenía una visión más simple de las relaciones entre la villa y la policía; o sea, de
manera resumida, entre el bien y el mal. Si bien en la villa había mucha violencia, y
muchos robos internos, el papel del malo lo asumía más la policía, ya que desde el Estado,
fomentaba por lo menos una parte de la delincuencia de los jóvenes, desestructurando el
lazo social y solidario entre los vecinos. Una forma de fomentar la violencia y la pequeña
delincuencia es de pedirles coimas a los chicos, para que no caigan presos cuando
delinquen afuera de la villa. Obviamente, estos chicos no son profesionales, y tienen un
sector de actividad muy reducido, por lo cual también empiezan a robar en la villa o en
otras villas. Esto, tarde o temprano, provoca enfrentamientos de bandas o barritas como
venganza por la invasión del territorio ajeno, aumentando el grado de violencia y riesgo
para los vecinos. Además, la policía venía a menudo a la casa de Carmen que tenía en esta
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época un pequeño negocio donde vendía comida, y le pedía comida gratis, favor al cual
Carmen podía difícilmente negarse. Ella se quejaba mucho, como también se quejaba de la
complicidad de la policía con los delincuentes. Pero al mismo tiempo, era la primera en
decirme que la policía muchas veces arriesgaba su vida cuando entraba, y que no tenía
problema en ir a la comisaría para hacer una denuncia. Me resultó imposible en este
momento resolver aunque sea parcialmente la contradicción del punto de vista teórico, o
encontrar una vía para hacerlo.
Durante mi segundo trabajo de campo, un año después del primero, empecé a
enterarme que en la villa vivían muchos policías que además trabajaban en las comisarías
de la zona. Me parecía totalmente contradictorio pensando en los chicos que se tatuaban los
cinco puntos, la cantidad de delincuentes o de profesionales que vivían en la villa, y el
aparente desprecio de la gente para la institución. Mi pregunta era entonces ¿cómo hacen
para sobrevivir ahí? ¿Utilizando su poder? Esta posibilidad era poco imaginable porque una
vez afuera de la comisaría, no iban a poder abusar de su poder con los vecinos sin ningún
riesgo de represión. Empecé a entender como podían vivir en la villa, cuando empecé a
pensar en términos de relaciones de solidaridad. También, los policías entran en la red de
solidaridad con los vecinos, respetan las reglas internas, y ayudan en lo posible a resolver
los problemas de relaciones con la institución policial. Y a menudo se les pide a ellos
resolver problemas como "policías", cuando se agota la posibilidad interna, como se les
pide ser cómplices de acciones ilegales como villero; el caso de Pimentel fue muy
significativo en este sentido, ya que cuando le pregunté a un cabo que vivía en la villa si lo
habían encontrado el día después del hecho, me contestó lo más tranquilamente: "Y no,
pero espero que ya haya llegado al Chaco", enterándome que él había participado del
escape de Pimentel.
Es difícil, entonces, establecer una frontera clara entre el bien y el mal, lo legal y lo
ilegal, lo legítimo o ilegítimo. Por esto, prefiero desde el punto de vista metodológico,
analizar estos conceptos no como definiciones absolutas o esenciales, sino como procesos y
prácticas que se hacen y deshacen en el marco de relaciones sociales definidas. A manera de
conclusión, se puede decir que en la villa estos procesos son bastante complejos ya que la
villa, aunque parezca ser una entidad autónoma de la sociedad, con sus prácticas propias y
su cultura propia, resulta ser extremadamente dependiente de ella, ya que no constituye un
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sistema social con instituciones propias. Las formas de reciprocidad que se pueden observar
no alcanzan a constituir un sistema distinto del cuerpo social del cual las villas son una
forma de habitat particular, donde se expresan las desviaciones de manera más aguda por el
contexto de ilegalidad en el cual se encuentra la villa desde su origen. Los conflictos más
visibles allí, son la expresión de la desestructuración y la crisis social e institucional que
vive el conjunto del país. En este sentido, los villeros no son distintos del resto de la
sociedad; participan de ella, compartiendo representaciones, valores y normas a las cuales
no pueden definitivamente escapar.
Ξ
7
II.
Vagos, Pibes Chorros y Transformaciones de la Sociabilidad en
Tres Barrios Periféricos de una Ciudad Entrerriana
Gerardo Rossini
“Lo que no hay es trabajo, estos son todos buenos pibes pero lo que falta es trabajo, eso tendrían que saberlo los
políticos. Nosotros te contamos todo pero yo tengo que decir como son las cosas, que no son malos pibes, se fuman un
porro, chupan y salen a robar porque no tienen para comer. En mi casa no hay gas, no puedo ni prepararme un mate, que
me voy a quedar haciendo en mi casa, me vuelvo loco, me comienza a funcionar la cabeza, por eso prefiero irme, estar
con los pibes chupando, lo paso mejor. Mi mamá va a buscar la comida a la escuela pero yo no la quiero probar porque
es horrible, eso es una falta de respeto. Tenés que contar como es la cosa, que no hay trabajo. Acá vinieron por cuatro
puestos y armaron un lío, 120 pesos para qué alcanza, para nada. Vos te crees que si yo tendría un trabajo voy a estar
acá chupando, por ahí me fumaría un porro pero me iría a trabajar, pero que voy a hacer si no hay nada. Yo tengo una
hija que no veo porque para que la voy a ver si no puedo llevarle nada, si no tengo un peso, que la voy a ir a ver. Y así me
separé de la madre por problemas de dinero. Si vas a escribir un libro se tiene que llamar: aguante los pibes” (Popeye,
27 años)
Este trabajo es el resultado de una investigación realizada en una ciudad de rango
intermedio de la provincia de Entre Ríos. Esta ciudad ha sufrido una rápida expansión
demográfica en las últimas décadas y también ha sido objeto de la implementación de un
plan de prevención del delito, que contó con la participación de la Secretaría de Política
Criminal de la Nación. Para el relevamiento de datos se utilizó la etnografía, residiendo en
la ciudad durante dos períodos, de abril a agosto 2001 y de enero a marzo 2002. Esta
aproximación metodológica nos ha permitido comprender el fenómeno de las
transformaciones de la sociabilidad dentro de los vínculos sociales concretos, pudiendo así
captar la dinámica entre prácticas y representaciones sociales. Los dos primeros meses de
estadía en el campo fueron ocupados en el conocimiento del ámbito de gobierno local, los
diferentes programas sociales y las instituciones intermedias. Particularmente centré mi
trabajo en el seguimiento más profundo de un comedor municipal, establecido en un barrio
carenciado, al cual accedí durante seguidas jornadas a lo largo de dos meses, entablando
relación con los colaboradores, políticos y funcionarios municipales y beneficiarios. Estas
observaciones me permitieron percibir la vinculación entre pertenencia social y ocupación
espacial, además de registrar la calidad de los lazos entre distintos espacios sociales.
En una segunda etapa, el trabajo se centró en tres barrios en los cuales se
evidenciaban, desde los mismos residentes y desde la visión de otros barrios, un desarrollo
crítico de los conflictos ligados a la inseguridad y la violencia física.
7
En el primero de estos barrios, “Potreros”23, a pesar de lograr hacer algunas
entrevistas a los jóvenes ligados a las barras, no pude mantener una relación más
prolongada que me permitiera compartir sus reuniones. Por eso, opté por la realizar
entrevistas (alrededor de cuarenta) en los hogares de los distintos planes y asentamientos
que conforman el conjunto, y acceder a una de las instituciones que funcionan en el ámbito
local, como es una guardería con pre-primario y comedor. En el segundo caso, “San
Martín”, tuve contacto con los jóvenes más problemáticos del barrio y los circundantes, por
medio de un proyecto en el cual se incluía a algunos de ellos (proyecto municipal con la
intervención de la Secretaría de Política Criminal de la Nación). Ese primer acercamiento
tuvo sus frutos y permitió integrarme de una manera ambigua (luego será desarrollado) a su
cotidianeidad, pasando largas jornadas con ellos y compartiendo algunas salidas. También
realicé entrevistas a otros residentes. En el tercer caso, “Los Pinos”, pude vivir en una casa
del barrio, con una familia conformada por la jefa de hogar y cuatro hijos, tres mujeres (de
16, 15 y 13 años) y un varón mellizo de la menor. Las adolescentes de esta familia fueron
un buen nexo con el resto de los jóvenes locales y la jefa de familia con los adultos del
barrio. En éste las barras de jóvenes no tienen rutinas diarias tan estables (me refiero a la
seguridad de encontrar un grupo sentado en alguna calle interna del barrio), por lo tanto
establecí un contacto más discontinuo, principalmente a través de un grupo de dos
muchachos y dos chicas, cada una de las cuales tenía un hijo de menos de tres años, que
vivían juntos en una de las residencias, utilizada como centro de reunión de muchos
jóvenes locales. También acompañé a estos jóvenes a eventos como los encuentros de
fútbol, donde participaba el equipo con el cual el barrio se identificaba. Además, realicé
entrevistas a grupos de jóvenes no integrados a las barras y de otras barras pertenecientes a
otros módulos del mismo barrio.
La evidencia recolectada en estos ámbitos nos permite observar ciertos cambios en
la sociabilidad, que se expresan como emergentes en las prácticas de los jóvenes. Nuestro
propósito será discriminar las continuidades y discontinuidades en la realidad social de esos
espacios urbanos que estos cambios introducen, indicando si se trata solo de diferencias
cuantitativas o si están también involucrados cambios cualitativos y cómo estos pueden
23
Todos los nombres propios son ficticios a fin de preservar el anonimato de personas que pueden resultar
comprometidas por lo aquí expuesto, figurando desde el principio en la base del acuerdo ético con los
informantes.
7
estar mutuamente implicados. Nos interesa, también, establecer el posible efecto negativo
que producen las modificaciones en la percepción de seguridad de la ciudad en general;
intentando, además, discriminar si estos fenómenos son efectivamente fuentes de peligro
para la ciudad, del mismo modo que lo son al interior de los barrios. Además, queremos
agregar a esta indagación sobre la sociabilidad su relación con los aspectos identitarios
ligados al sostenimiento de una seguridad básica para la integridad del yo en los jóvenes,
tendiendo un puente entre los aspectos sociológicos más estructurales y los psicosociales.
Así, incorporamos esta indagación sobre la violencia en barras de jóvenes ligados al delito
en la ciudad de ‘Aguaray’ a la discusión sobre la reproducción social, los vínculos sociales
y las identidades; prestando atención a las formas emergentes de lo colectivo que están
teniendo lugar en la actualidad.
La Problemática Urbana en ‘Aguaray’. Ocupación Espacial y Pertenencia Social
Aguaray esta situada en el sudeste de la provincia de Entre Ríos, cuenta con una
población de ochenta y cinco mil habitantes, ha tenido un crecimiento acelerado en las
últimas décadas, y sufrido transformaciones estructurales que guardan relación con los
cambios de nivel nacional y con tendencias de orden más local. Con relación a lo último, se
destaca la redefinición como turística de una ciudad tradicionalmente ligada, primero, al
agro y, posteriormente, a la industria24. Por otro lado, el aumento de población ha acarreado
problemas habitacionales que han sido deficientemente cubiertos por diversos programas de
viviendas, con diferentes modalidades de construcción y financiación –lo segundo,
principalmente a través del IAPV (Instituto Autárquico Provincial de la Vivienda). Esto ha
llevado a que la ciudad se extendiera rápidamente más allá de la zona céntrica,
especialmente a través de programas públicos de viviendas (3.288 viviendas en 42 nuevos
barrios desde 1960). Con anterioridad a esto, las viviendas características de la zona
periférica eran el rancho o casilla precaria construidas, mayoritariamente, en terrenos
fiscales, sin servicios de luz, agua o cloacas (las últimas dos
carencias estructurales
afectan, aún hoy, al 25% de las viviendas). Estos enclaves eran el paisaje característico de
la periferia. En la zona norte, Potreros y Victoria, y en la zona baja, junto al río, en el norte
24
Estrategia que comenzó a perfilarse a partir de la crisis de la industria y el paulatino cierre de fábricas en un
parque que llegó a ser muy importante, impulsado por la Ley Nro. 20. 560 de promoción industrial que
concedía desgravaciones impositivas.
8
Ribereños y en el sur Costeros –estos dos últimos continuamente expuestos a las
inundaciones. A estos barrios los caracterizaba la pobreza y una cultura semirural, hábitos
que eran mirados con distancia desde el centro. Eran barrios con un alto grado de violencia,
especialmente familiar, que era sufrida por los mismos vecinos. Una violencia interna de
los barrios que no se extendía hacia el centro. En gran medida, dicha violencia, era tolerada
por la policía, o ignorada, como una cuestión de 'otros', y resuelta dentro de los límites de
los mismos barrios.
En estos barrios predominaba un bajo nivel de instrucción, lo que signaba un
empleo de baja calidad. Muchas de las mujeres estaban ligadas al servicio doméstico y las
jóvenes entraban muy temprano a esta actividad (entre 12 y 14 años). Entre los hombres, el
trabajo estaba ligado a empleos discontinuos en el ámbito rural, actividades forestales
(como el trabajo en la deforestación, principalmente en las Islas sobre el Paraná), 25 además
de la caza y la pesca. También eran frecuentes actividades de baja calificación en la ciudad,
principalmente albañiles; otros tenían carro con caballo que usaban para emplearse como
chatarreros, vendedores de verduras y frutas o fleteros. Todos ellos carentes de protección
social o de pertenencia a asociaciones de representación laboral.
La conformación de estos asentamientos habitacionales responde a los clásicos
procesos de migración desde el ámbito rural que de una u otra manera se fueron
estableciendo en la periferia fiscal; aunque estas generalizaciones esconden las distancias
entre las trayectorias familiares particulares. En muchos casos se trata de familias con
trayectorias de migraciones anteriores a diversos puntos de la provincia o el país, muchos
han pasado por trabajos sin relaciones de dependencia fuertes que se traducía en
inestabilidad y migraciones en búsqueda de nuevas oportunidades. No hay evidencia de
redes migratorias, se trata de trayectorias familiares particulares que incluso no incluyen a
todos los miembros. También familiares que siguieron caminos distintos se van
encontrando luego de llegar a una vejez sin muchas perspectivas en otros lugares donde la
vida es más cara y más peligrosa, como por ejemplo zonas del gran Buenos Aires.
Dentro de estas, se puede diferenciar entre aquellas familias que mantuvieron una
relación estable y otras en las que estaban presentes tanto la inestabilidad laboral como
25
El trabajo en las Islas ha sido y es importante aunque siempre se caracterizó por la búsqueda de
supervivencia de los trabajadores que por una capacidad de ganancia, en la Islas se usa los mecanismos de
endeudamientos a través de alimentos muy sobrevaluados, el cobro de ropa y herramientas, lo que dejaba a
los trabajadores al momento de marcharse tan pobres como habían llegado.
8
familiar, conjuntamente con distintos niveles de alcoholismo y violencia –no privativo de
los hombres-. Estas trayectorias discontinuas estaban vinculadas tanto al ámbito del trabajo
urbano, como al trabajo rural -peones ocasionales, changarines, con más o menos
posibilidades a través de los vaivenes de la economía, pero nunca con períodos de
desempleo prolongados como en la actualidad, con el convencimiento de una exclusión casi
definitiva-.
Los testimonios coinciden en la existencia de inestabilidad en las parejas, a lo que se
refieren como ‘promiscuidad’. Esta inestabilidad sigue estando presente, dando lugar a
familias de madres solas y padres solos, a nuevas familias con padres que se desentienden
de los hijos anteriores. Junto con este fenómeno persistente aparece un mayor protagonismo
de las mujeres, mujeres jefa de familia con autonomía y mayor carácter. El nuevo programa
de viviendas por autoconstrucción es un fuerte potenciador de la participación de las
mujeres, el Club del trueque, casi extinguido, también lo fue, así como programas ligados al
cuidado de los más pequeños. Estos espacios de participación motivan y facilitan la
promoción de las mujeres en forma más evidente que la integración al trabajo doméstico,
que es un tipo de labor expuesta a diversas formas de abuso.
También se encuentran familias sólidas que hacen frente a las dificultades
económicas con una mayor flexibilidad de los roles. Es decir, que en el mismo espacio
social se encuentran expectativas diferentes sobre familia, pareja y vínculos sociales. Este
último tipo de familias son las que más rechazan los hábitos de los jóvenes ligados a
desordenes públicos o ilegalidad. Jóvenes que son percibidos como un peligro para los
niños, fuentes de ejemplos negativos, generadores de trastornos ligados a la seguridad,
tranquilidad e imagen del barrio. También son vistas como conflictivas las familias con un
alto grado de comportamientos disruptivos, violentos y en algunos casos ilegales.
La edad de 20 años es considerada más que avanzada para formar una familia, al
llegar a ella la mayoría de las chicas ya ha sido madre. La maternidad es muy valorada y se
considera una conducta desviada su exclusión, al igual que el aplazamiento por prioridades
de desarrollo o progreso personal o económico. No se puede hablar de una reducción de la
violencia familiar actualmente, aunque sí se ha producido este mayor protagonismo de la
mujer y, a su vez, la creación de leyes e instituciones protectoras (Ley Provincial de
Prevención de la Violencia Familiar 9198 del año 2000, Comisaría del Menor y la Familia).
8
A pesar del reconocimiento y la memoria que reflejan estos elementos en el pasado:
‘promiscuidad’, violencia familiar, alcoholismo, es importante remarcar que los residentes
se sienten afectados y conmocionados por prácticas que consideran fenómenos nuevos. Es
decir, perciben una transformación cualitativa ligada a aspectos de la vida social que
implicarían nuevas formas de sociabilidad. Ahora, es relevante remarcar que estos procesos
de transformación y las mutaciones culturales que implican no se dan de manera
completamente homogénea en los tres barrios considerados en este estudio. Los procesos
de constitución de estos enclaves urbanos han establecido ciertas características comunes,
pero también ciertos aspectos diferenciados entre ellos. Veamos.
Tres Barrios en Perspectiva Diacrónica
El barrio San Martín, uno de los que analizamos aquí, constituye en realidad un
desprendimiento del sector suburbano de Potreros, que se produjo en 1980 cuando parte de
la población fue trasladada a un complejo habitacional en el sur de la ciudad, producto de
un plan de viviendas. Los beneficiarios de este plan tienen la obligación de pagar una cuota
mensual y cumplir horas de trabajo en la autoconstrucción. Las casas del plan, de dos, tres
y cuatro habitaciones, poseen un patio diminuto y están organizadas en hileras de seis
unidades, que van conformando un laberinto de pasillos y calles internas en un radio de dos
manzanas. Lo poco atractivo de este trazado y la calidad y tamaño de las viviendas llevaron
a algunos beneficiarios a rechazar la oferta.
Una nueva alteración espacial se produce en 1981, cuando se traslada parte de la
población ribereña de Costeros a San Cayetano, en la zona sur, junto a San Martín. Aquí las
casas presentan características similares a las de San Martín, aunque poseen un patio más
grande.
En la actualidad, después de algo más de 20 años, San Martín presenta una situación
de hacinamiento -a la que ha contribuido el tamaño reducido de los terrenos-, degradación
edilicia y es uno de los tres barrios visto como problemático por la población en general y
sobre todo de los residentes próximos al mismo. Sin embargo, esta mirada difiere de la de
los residentes, ya que estos declaran una ausencia de robos y hurtos hacia su interior.
Paradójicamente, los mismos jóvenes que producen una imagen de inseguridad a través de
sus comportamientos disruptivos (como pasar todas las jornadas en las veredas
8
consumiendo alcohol y drogas, o escuchando música fuerte) confieren cierta protección de
posibles incursiones desde el exterior. Ahora, esto no impide las incursiones hacia otros
barrios de estos mismos jóvenes locales. Otro de los aspectos que llevaron a la
conformación de la imagen del barrio se relaciona con los conflictos ocasionados por la
hinchada del club de fútbol barrial.
Así como estos procesos fueron los que dieron lugar a la conformación de barrios
marginales en la zona sur de Aguaray, la zona norte también fue afectada por procesos
análogos. Estos implicaron la construcción de los barrios Potreros 1 y 2 (año 93/94) en una
primera etapa, y 3 y 4 (año 94/95) en una segunda. En los primeros los beneficiarios son del
mismo barrio, en los segundos provienen de Ribereños y San Martín. En la actualidad
Potreros contiene estos cuatro barrios, una zona financiada por la municipalidad para
construcciones particulares y una zona precaria en la cual la municipalidad ha construido
solo los baños. Recientemente, hace un año, se han establecido en una manzana fiscal
casillas de cartón y madera. Este es un barrio caracterizado por problemas de inseguridad
graves, especialmente por la proliferación de hurtos calificados. Lo residentes
responsabilizan a personas del barrio por los mismos, en especial debido al grado de
espontaneidad con que ocurren aprovechando el descuido ocasional de los vecinos. Se
considera a los jóvenes de las barras que se reúnen en la plaza y en una intersección de
calles en particular como responsables. A su vez, la única plaza es abandonada por las
familias y los niños en favor de estas barras. También, los almacenes debieron maximizar
sus medidas de seguridad; afectados, incluso, por los hurtos provenientes de niños, aún los
menores de 10 años.
La zona oeste de la ciudad también ha sido objeto de políticas habitacionales que
afectaron las dinámicas sociales. Al igual que en la zona norte, en la década del noventa se
construyeron en esta área tres barrios: Los Eucaliptos, Las Palmeras y Los Pinos. Los
beneficiarios no provinieron de zonas particulares, accediendo a estos planes beneficiarios
de diferentes niveles socioeconómicos. En Los Pinos, ubicado más al oeste, los requisitos
para el ingreso fueron menos excluyentes. Estos barrios se caracterizan por poseer edificios
de dos plantas, con varias viviendas por bloque. Tienen escaleras y pasillos internos
(excepto Las Palmeras). Actualmente, Los Pinos, compuesto por tres módulos, presenta una
degradación edilicia importante. A esto se suman graves problemas de seguridad y las
8
familias de mayor ingreso han abandonado el mismo, siendo habitadas esas casas por
familias de menores ingresos, en algunos casos comprando y en otros directamente
usurpando. Las usurpaciones se han multiplicado recientemente, estableciéndose en general
migrantes de una provincia limítrofe, quienes son altamente rechazados por los demás
vecinos por su alto grado de conflictividad –hurtos, robos, prostitución, venta de drogas y
portación de armas-. A su vez, entran en competencia por el dominio del barrio con las
barras establecidas. Se dan redes excluyentes de confianza-desconfianza entre los vecinos.
A pesar de la cada vez mayor homogeneización, aún persisten diferencias sociales y
culturales visibles entre los residentes. Es el único de los tres barrios analizados que posee
un destacamento policial en su interior, en una vivienda tipo del barrio. Este pasa
totalmente desapercibido, aún para los que delinquen, que a veces lo hacen enfrente del
mismo local policial. Así, la relevancia del destacamento es casi nula para el barrio, ya que
las dinámicas de los jóvenes ligados al delito se ven poco afectadas por él.
LAS PALMERAS
LOS EUCALIPTOS
ZONA CENTRO
LOS PINOS 1994/5
POTREROS
SP1 Y SP2: AÑO 1993/4
SP3 Y SP4: AÑO 1994/5
C.P.: CONSTRUCCIONES
PARTICULARES/ALGUNAS CON
SUBSIDIOS PUBLICOS
C.: CASILLAS PRECARIAS
O
S
N
E
EL DIAGRAMA NO GUARDA
NINGUNA PROPORCIONALIDAD
MAS DE 40 NUEVOS BARRIOS
FUERA DE LA ZONA CENTRO
DESDE 1960
POTREROS
SAN MARTÍN
1980
SAN CAYETANO
1981
SP3
SP4
SP1
SP2
C. P.
COSTEROS
C
A
RIBEREÑOS
RIO
Después de esta breve exposición de sus trayectorias y dinámicas, cabe resaltar que San
Martín, Potreros y Los Pinos son percibidos por los habitantes de la ciudad y por los
mismos vecinos como los barrios con problemas de seguridad más graves y como fuentes
de peligro para toda la ciudad. Esta sensación de inseguridad presenta algunas
8
discontinuidades con la pasada realidad de las zonas de origen de su población. La
emergencia de estos nuevos fenómenos, ligados a los jóvenes, se remonta a más o menos de
siete años atrás y surgen como parte de un proceso complejo, con múltiples aspectos
mutuamente implicados.
La principal de estas transformaciones está en relación con la presencia masiva del
hurto, especialmente el hurto calificado que, con matices, sufren los mismos vecinos de los
barrios mencionados, pero que también se extiende a toda la ciudad. El auge del hurto está
en relación con las nuevas pautas y comportamientos que rigen la vida de los jóvenes, que
son poco comprendidas por las generaciones adultas, incluso al punto de rechazarlas. Estos
jóvenes conforman un nuevo paisaje de barras que se reúnen en las esquinas durante todo el
día a consumir alcohol y drogas, siendo señaladas como las causantes de los delitos 26. Estos
jóvenes son reconocidos como los ‘vagos’ o los ‘pibes’. Su presencia pública bebiendo
produjo un fenómeno extraño: ha velado el alcoholismo en los mayores. Hoy se considera
que son los jóvenes quienes se ‘emborrachan’ mientras en el pasado la bebida era ‘cosa de
los grandes’. Los mayores piensan que ‘antes se tomaba para divertirse’, especialmente los
fines de semana, mientras ahora expresan su desconcierto manifestando no comprender el
fin del consumo por los más jóvenes, que se extiende a la totalidad de la semana.
Lo anterior también significa un cambio en las formas de diversión y recreación;
antes los jóvenes frecuentaban bares y whiskerías donde había mujeres que ejercían la
prostitución, iban a bailes y también solían transitar los fines de semana por la calle
principal de la ciudad. Como se ve, hoy esto ya no es así. En realidad, algunos de estos
cambios son inherentes a los jóvenes de todos los sectores sociales: las whiskerías han
perdido a estos clientes quienes ahora prefieren reunirse a consumir bebidas alcohólicas en
lugares públicos –esto recientemente imposibilitado en zonas céntricas y expuestas por
sanción de ordenanza municipal con facultad de intervención de la policía 27- o en
domicilios particulares.
26
Algunos vecinos juzgan que roban para drogarse lo cual evalúan como un hecho más inmoral que robar para
comer. En verdad el fin de ese dinero puede abarcar un abanico de necesidades no muy amplio pero no
reducible únicamente a la droga. Por otro lado ningún ‘vago’ que desee dejar bien sentada su imagen
reconocerá que roba para drogarse.
27
Se produjo una disminución drástica del consumo de alcohol en la vía pública, a partir de fuertes multas
especialmente a comercios que no poseén habilitación para bar o restaurante e infrinjan los horarios nocturnos
de prohibición de venta, que afectó especialmente a los jóvenes de sectores sociales medios y medio altos. En
tanto, son quienes particularmente hacen uso de los espacios céntricos. Por el contrario, no afectó en nada el
consumo en los barrios analizados.
8
La mencionada proliferación del hurto evidencia una disrupción de las reglas de
convivencia comunitarias, en tanto en gran parte se dirige a los mismos barrios. Otras
actividades propiamente grupales también implican disrupción de pautas tradicionales,
como la música a todo volumen, uso de espacios públicos para consumo de alcohol y
drogas, que pasan a ser abandonados por el resto de los vecinos. Aquellos vecinos que
intentan encauzar sus vidas familiares a través del trabajo se sienten perjudicados por estas
prácticas y apelan a una mayor presencia policial. Junto a esto hay temor a que esta
situación se profundice, comprobándose mayor violencia en los más chicos. Esta imagen
negativa va en detrimento del valor de la propiedad, una casa en el barrio Los Pinos puede
cotizar menos de 2000 pesos, si se logra con mucha suerte conseguir comprador. Esta es
una de las consecuencias de que familias que se van del barrio no vendan las casas que,
desocupadas, terminan siendo usurpadas.
Hay, sin embargo, una diferenciación en los tres barrios mencionados (Potreros, San
Martín y Los Pinos) en cuanto a la adhesión a códigos que condenan robos y hurtos hacia el
interior de los mismos. En San Martín ‘se respeta el barrio’, lo que posiblemente ocurra por
tratarse de una relocalización de población con vínculos previos, provenientes todos del
mismo lugar de asentamiento. Es considerado de este modo por los mismos jóvenes,
quienes creen en una relación de pertenencia y de respeto con el barrio; por eso rechazan,
considerándola ‘despreciable’, la actitud de las barras de Potreros, que, por el contrario,
afectan al propio barrio. Los vecinos reconocen que los jóvenes de San Martín no atentan
contra la propiedad en el barrio, pero eso no impide que los vean como perjudiciales y
problemáticos, y hagan reclamos a la justicia y otras instituciones competentes. 28 Los
vecinos de Potreros, a su vez, consideran que los conflictos comienzan a partir de la
concreción de los módulos 3 y 4, que tuvieron beneficiarios externos al barrio y de distintos
puntos suburbanos. Por su parte, los residentes de estos últimos, que anteriormente habían
compartido el barrio en Ribereños, consideran un cambio en la actitud de los vecinos: ‘son
los mismos vecinos, pero la gente cambia’.
En necesario señalar incidiendo en los conflictos las frecuentes dificultades surgidas
por la convergencia en barrios con planificación urbana de sectores originalmente
28
En el 2001, después de reuniones de seguridad entre el organismo municipal encargado de la misma,
autoridades policiales y vecinos, se siguieron una cantidad importantes de denuncias. En estas reuniones los
vecinos manifestaban temor a represalias ante la actitud de denunciar. Las autoridades ofrecieron garantías si
mantenían los careos.
8
pertenecientes a zonas semirurales. Personas acostumbradas a que gran parte de la vida se
desenvuelva en el exterior de la vivienda, enfrentan indudables contrariedades por no
poseer hábitos necesarios para convivir en un ámbito urbano moderno. Tales como
incorporar conductas diferenciadoras de aquello que es aceptable en el orden público y lo
que debe reservarse al ámbito de lo privado. De hecho hubo casos de beneficiarios de
Potreros 1, 2, 3 y 4 que regresaron a Ribereños o a Costeros; esto, en ocasiones, por la
imposibilidad de desprenderse de algunos animales, como cerdos y aves de corral, en otras
oportunidades se mostró un evidente deterioro de las viviendas debido a la acción de los
mismos beneficiarios.
Por otro lado, estos procesos de urbanización han logrado un bajo nivel de
conformidad y dignificación. Los beneficiarios no se encuentran satisfechos por las
viviendas y la infraestructura urbana a pesar de no pagar las cuotas de las mismas acumulan
quejas y críticas considerándose en gran medida estafados.
Es fundamental, también, indicar como dato adicional, que la población de estos
barrios fue la más expuesta a las condiciones de desempleo surgidas en las últimas décadas.
La crisis económica golpeó a la clase media que requería de personal doméstico –optando
por deshacerse de él o reducirlo a uno o dos días en la semana en los que se exige el trabajo
que antes se hacía en cinco- dejando a las mujeres sin su única oportunidad de ingreso al
mercado laboral. Debe considerarse que muchas familias tienen padres ausentes –por
ejemplo, en el barrio Los Pinos sobre 32 familias beneficiarias del comedor municipal 20
son de madres solas-. Incluso, aunque los padres vivan en el mismo barrio, es común que si
volvieron a formar familia se desentiendan de las necesidades de sus hijos. En menor
medida, se ha comenzado a notar en los últimos años casos de madres abandónicas, según
consta en los registros de la guardería de Potreros (aún poco significativo con respecto a los
padres abandónicos). De igual modo, los hombres han visto ceder sus posibilidades
laborales a la par que el ámbito rural va expulsando mano de obra como parte del proceso
de tecnificación, pero también como consecuencia de la crisis económica que también
produjo la disminución drástica de actividades ligadas a la construcción.
Además del desempleo, otro problema persistente es la escolarización. Si bien, en
general, todos terminan el primario, el rezago es muy elevado y son muy pocos los que
8
continúan el secundario. Es decir, los jóvenes ni ingresan al mercado laboral, ni continúan
escolarizados, lo que agrava la imposibilidad de generar lazos en otros ámbitos.
Paralelamente a la crisis del empleo y la persistencia de la baja escolarización,
sucede la introducción de la droga que se superpone a la fuerte presencia del alcohol en
estos barrios. La droga, a su vez, trae aparejada una mayor necesidad de dinero para
acceder a ella, e influye en la conflictividad de la convivencia con los vecinos, en cuanto no
es tolerada por los mayores y en cuanto facilita comportamientos disruptivos. En síntesis,
los jóvenes, ligados al delito, en general, no han sido socializados en contextos delictivos,
no provienen de familias donde el mismo ha estado presente, se han creado por la
conjunción de diversos factores, algunos tradicionales a los que se han sumado condiciones
nuevas de realización del mismo.
Así, desprovistos de la participación en instituciones tradicionales (el trabajo, la
educación) y de pertenencias religiosas fuertes o identidades políticas aglutinantes, lo
colectivo por extendido y común a todos en estos barrios está representado por los
sentimientos de frustración y de desesperanza29. Particularmente orientados a la desilusión
y crítica hacia el campo de la política, y promotor de reclamos dirigidos al Estado 30(el
conocimiento y la percepción sobre el alto grado de corrupción vigente produce más
indignación y desesperanza que las acciones políticas concretas). La figura más
representativa es la de víctima y las posibilidades de mejora, individual y colectiva, se
vinculan al cambio de la dirigencia política. Hay una fuerte presencia de la figura del
29
Los casos que observe como escapando a esta generalidad son los de mujeres que han hecho un proceso de
cambio personal, en los que puede encontrarse el liberarse de un hombre golpeador conjuntamente con la
participación en espacios que promueven el desarrollo personal como es el caso del plan de viviendas por
autoconstrucción o la participación en instituciones donde desarrollan actividades solidarias. Estas mujeres
manifiestan ser conscientes de cambios importantes en su actitud y creen que de esta manera se les abre
posibilidades antes vedadas.
30
En una análisis reciente de la sociedad chilena N. Lechner releva que el vínculo social está presente a través
de las quejas y las aspiraciones acerca del futuro personal, esto último marca distancia con nuestro caso, nadie
se atreve a albergar aspiraciones relativas a un futuro de bienestar, la desesperanza y la frustración están muy
presentes. Por otro lado Lechner señala que la acción colectiva se esfuma ante la fuerza normativa de lo
fáctico, del mercado, hay una absolutización y naturalización de este, que tiende a congelar el orden existente
y a censurar toda alternativa (2000, 109). En nuestro caso el poder de la economía y de los mercados se
encuentra subordinado aún, en las subjetividades, al poder proveniente del ámbito de la política, es a este
espacio que van dirigidas las interpelaciones. La falta de compromiso colectivo deviene de la distancia que se
percibe el ámbito de la política, como, además, atravesado por la corrupción y los intereses particulares y
sectoriales en detrimento de los colectivos. Y que esta perversión de la política se considere como fatalidad
inevitable. A su vez no se abandona los reclamos ligados al Estado como responsable y garante del bienestar
popular. Es decir, es del campo de la política y el Estado, que aún se considera dependiente la realidad social.
Pero en la medida en que se desconfía de la institucionalidad vigente: justicia, policía, etc., y de las reglas de
juego como iguales para todos, conduce a una desconfianza de todo tipo de involucramiento cívico.
8
asistido, por lo que gran parte de la interpelación al ámbito de la política y del estado se
vincula a la falta de distribución de recursos y protección.
No obstante, la asistencia estatal es mayor que en el pasado, especialmente
intervenciones de tipo municipal, aunque áreas importantes como la salud presentan gran
deterioro (especialmente la función del hospital), sin embargo, están muy lejos de paliar las
carencias. Hay ocho comedores municipales distribuidos por las zonas más pauperizadas,
que ofrecen viandas de comida nocturnas -en algunos también diurnas-. Aquellos con
enfermedades que requieran dietas especiales también son asistidos. Los más chicos están
siempre cubiertos por algún tipo de comedor, escolar o de guarderías (dependientes de la
Iglesia Católica con aportes provinciales). Hay un ‘hospitalito’ en San Martín y salas de
salud distribuidas en otros barrios. En el 2001 se entregaban cajas de alimentos
provenientes de distintos programas ligados a la protección de los más chicos y
embarazadas. Los mayores sin seguridad social, pueden acceder por la ley 1035 a un
subsidio de 58 pesos mensuales. La municipalidad se ha encargado de pagar la luz a
muchas familias y facilitarle la garrafa de gas, también ha provisto a familias expulsadas a
la calle de una vivienda temporaria. Algunas, como en el caso de Potreros, son
relocalizadas en viviendas desocupadas de estos planes. Estos tipos de beneficios no son
muy estables, dependen de la capacidad financiera municipal por lo que cada vez se han
visto más restringidos, en el ultimo año y no hay parámetros claros de cuantos y quiénes
acceden a ellos. Por medio de Acción Social Municipal se pagan gastos de pasaje y, en
algunos casos, para recibir tratamientos médicos fuera de la ciudad. El Consejo del Menor
tiene un instituto de día para casos asistenciales y, en menor número, con problemas
judiciales, ofrece alimentación –también se benefician con alimentos para la casa en
algunas ocasiones-, y talleres de oficios. Para los jóvenes de hasta 14 años hay diversos
programas deportivos31, en los que intervienen provincia y municipio. A esto debe sumarse
31
Tanto el barrio San Martín como Los Pinos cuentan con espacios e instalaciones municipales para prácticas
deportivas donde se desarrollan estos programas, no así en el caso de Potreros. Este último carecía también
de instituciones privadas deportivas hasta el año 2001 en que se instaló la cancha de fútbol de un club
céntrico.
9
la intervención de Cáritas32 y otras instituciones no estatales menores, algunas de ellas
dependientes de cultos religiosos.
Hasta aquí hemos descripto un contexto socioespacial, en el que según hemos
sugerido han ocurrido transformaciones en la sociabilidad. Si bien no todas, muchas de
estas transformaciones están ligadas a cambios identitarios ocurridos entre sectores
juveniles, incluidos jóvenes adultos. Ahora, terminar de comprender estas mutaciones
culturales e identitarias exige una aproximación más detallada a las verdaderas prácticas y
representaciones de parte de este sector etário, designado y autodesignado como los ‘vagos’
o los ‘pibes’.
Los Vagos
Los jóvenes de los barrios descriptos comparten el descontento, la desesperanza y
los reclamos ligados a la precariedad material, incluyendo a aquellos que participan de las
barras. Sin embargo, éstas opiniones, más o menos organizadas, en los ‘vagos’ se
verbalizan rara vez, su identidad no congenia con los debates políticos. Es decir, si algo une
a la comunidad, incluye como colectivo social, son estos sentimientos y las
representaciones ligadas a ellos. La diferencia, como veremos, es relativa a la imagen de
víctima, en estos últimos se revierte por las prácticas y representaciones propias de la
identidad del ‘vago’. Más precisamente, hay una parte de la identidad que comparte ese
sentimiento como el resto de la comunidad, unida a la comprensión del pasado reciente y su
presente, como forma de interpretar su propia trayectoria y la familiar –especialmente
ligada al ámbito del trabajo-. Pero el ‘vago’ reconvierte sus carencias en oposición y acción,
no es una identidad pasiva.
Por otro lado, la percepción de la corrupción como enquistada en los centros de
poder, gobierno, empresarios, policía y justicia, legitiman prácticas ilegales, en tanto son
evaluadas desde los mismos jóvenes como menos inmorales. Su menor inmoralidad se
justifica por producirse desde la pobreza, como una forma de supervivencia a donde los
envía la ignominia de los gobernantes, y por lo tanto, la desprotección del Estado. Es difícil
32
La presencia de Cáritas fue más importante que la del mismo estado en Potreros en el pasado. Hoy la iglesia
católica administra allí una guardería, un importante edificio de excelente calidad construido con fondos
públicos facilitados por un funcionario de primera línea del gobierno nacional de Carlos Menem ligado al
ámbito de la seguridad, que fue central en la transformación del barrio. Produjo una radiación positiva en
hábitos ligados a educación e higiene.
9
evaluar cuánto de causa y cuánto de justificación a posteriori hay en estas manifestaciones,
pero sin duda los niveles institucionales estatales generan, por lo menos, una realidad en
que tales justificaciones tienen sentido.33 Esta falta de confianza en el ámbito de la política
no imposibilita que puedan producirse lazos oportunistas, como en el caso de necesitar un
político de mano de obra para su campaña, a cambio de dinero.
Estos jóvenes son desocupados, y no ven en el futuro una mejora posible de su
situación. Tienen como experiencia la trayectoria de los mayores, desocupados también,
que no han podido, en una vida de trabajo, ganar una posición estable, y la de sus pares que
han intentado ese camino –algunos yendo a las islas, otros como peones ocasionales, otros
desocupados que se la rebuscan haciendo leña en el monte y saliendo a venderla, o yendo a
cazar, o, según los vaivenes de las políticas públicas, una mayor o menor perspectiva de
acceso a planes de trabajo públicos 34- y no están mejor que ellos. Saben que las situaciones
de empleo son por demás precarias. Algunos, lejos de la mayoría, no tienen ninguna
intención de integrarse a algún tipo de actividad laboral y lo manifiestan como elemento de
su identidad. Parece, además, que se han producido cambios en las expectativas ligadas al
modo de vida, antes ir a las islas por trabajo era una opción más válida aún cuando nunca
significó la posibilidad más que de solventar los gastos mínimos a cambio de duro trabajo.
Hoy esa opción no sería aceptada por una mayoría entendiendo que hay formas de
supervivencia, en algunos casos ligados a la asistencia pública en otros a delitos menores, o
a changas, o a la combinación de ellas, que sin ese duro esfuerzo ofrece un pasar
probablemente similar.
Muchos de ellos han desarrollado rebeldía 35 hacia ciertas formas de autoridad como
los patrones y, principalmente, la policía, que comprenden como formas de autoridad
implicadas: la policía funciona como institución de preservación del status quo, de la
33
Esto está intrínsicamente ligado a la hipótesis 1) del proyecto del que parte este trabajo: ¨La violencia
es producto de la crisis de legitimidad del estado y de los procesos de exclusión económico-social. Según
entendemos, la ruptura de los consensos sociales generales debido a la percepción del comportamiento
“desviado” de los órganos estatales, más la fragmentación de identidades que implica la exclusión, tanto
social, como política y cultural instalan una percepción social en los sectores excluidos que implica su
desvalorización (la pérdida de la autoestima, como valor básico) en cuanto ciudadanos constituyendo la
base de la emergencia de nuevas formas de violencia.¨
34
Para Septiembre el 2001 solo habían ingresado 24 puestos de trabajo dentro del ‘Plan trabajar’, actualmente
el programa ‘Jefes y Jefas de Hogar’ a extendido a más de 3000 los beneficiarios.
35
Relacionada a un orgullo fuerte que, por ejemplo, los hace rechazar la asistencia de los comedores
municipales que reparten viandas a la noche “yo no retiraría la comida del comedor, no me gusta, antes
prefiero morirme de hambre, yo de hambre no me voy a morir, para comer siempre voy a conseguir” (Pablo,
24, barrio San Martín).
9
prepotencia y las condiciones de vida de los patrones y en tal sentido es percibida como
‘corrupta’ y represiva. Lo cual es reafirmado en las palizas ocasionales que han sufrido
jóvenes de estos barrios. En estos 'pibes' la oposición a la policía es un elemento de
conformación identitaria. Es una de las dos dicotomías fundamentales en las cuales se
construye su identidad y se interpreta la relación con los demás. La otra oposición
fundamental es la de ‘vago’ vs. ‘careta’. A través de estas dicotomías es que se cataloga a
los otros y toda nueva relación exige ser medida primariamente en estos términos: ‘pibe’,
‘chorro’, ‘vago’ vs. ‘yuta’, ‘botón’, ‘poli’, y ‘vago’ vs. ‘careta’. Los términos ‘yuta’, ‘poli’,
‘rati’, ‘botón’, hacen referencia a la policía, el último es más abarcativo e incluye a todo el
que sea afín a actitudes policíacas, limitantes de sus actividades. ‘Careta’ se refiere a todo
aquel que no participa de los hábitos del ‘vago’. Varias veces al entablar relación con un
‘pibe vago’ de manera muy simple se me interrogó sobre qué relación tenía con la policía, o
qué parecía policía, y si era ‘careta’ o no.
La oposición con la policía es retroalimentada desde ambos lados en cuanto la
policía acciona represivamente contra ellos. La policía conoce a los 'pibes' que integran las
barras y especialmente a aquellos ligados al delito, y actúan persecutoriamente (a veces se
persigue simplemente lo que se llama ´portación de cara´, es decir, tener rasgos que se
perciben socialmente como amenazantes: pelo largo, tez oscura, tatuajes). La policía se
caracteriza por su escasa formación. Comparten la misma pertenencia social, y en la
mayoría de los casos, el mismo ámbito residencial. No escapan a hechos de violencia
familiar y el alcoholismo -hay casos de jóvenes ligados al delito con padres policías-. La
policía es denunciada –en el caso de mujeres que trabajan en la prostitución- y sospechada
en el ámbito local de participar de actividades ilegales relacionadas con el negocio de la
droga y la prostitución, especialmente ligada a las whiskerías. Donde ampararían e, incluso,
participarían de las redes de inmigración ilegal desde países vecinos de mujeres para ejercer
esta actividad. También se ha incluido a la gendarmería en estas denuncias. El sector de la
policía más involucrado en estas denuncias es la división de investigaciones. También
incluyen a algunos oficiales como ‘fiolos’. Un juez de la ciudad ha usado la prefectura en
algunos procedimientos ante la desconfianza hacia la fuerza policial. En un nivel más
general, son muchos los testimonios de sorpresa y dafraudación ante la respuestas de la
9
policía en los casos de denuncias de los comunes robos de bicicletas: se les indicaba como
solución que saliesen ellos a robarse otra.
Las barras las conforman jóvenes de entre 16 y 30 años. Sus participantes tienen
contactos con otras de otros barrios, es así que, por ejemplo, ‘pibes’ de Los Pinos van a San
Martín y viceversa, fluidamente. Una fuerte identificación con el barrio, que se refuerza por
la pertenencia al club local de fútbol, convive con la debilidad de lazos de confianza entre
éstos jóvenes y el resto de los vecinos. El precario Club San Martín se encuentra
suspendido del torneo de fútbol de la liga local como consecuencia de los actos de violencia
de su hinchada, en ocasiones son visibles en alguna ventana de la Penitenciaría Federal, los
colores del club en una bandera o camiseta amarrada a los barrotes. Esta identificación no
impide que haya relaciones interbarriales entre los ‘vagos’. Esto crea redefinición de
situaciones en contextos ambiguos como el enfrentamiento entre clubes de fútbol donde en
ambas hinchadas hay ‘vagos’ conocidos. Mientras algunos de ellos manifestaban respetar
más la identificación con los ‘vagos’ que con su equipo de fútbol, por lo menos con los
conocidos, otros dudaban y ligaban la definición de situación a las circunstancias, al
momento, y otros, por último, creían en la prioridad de la ‘camiseta’, considerando que no
hay, en el momento, conocimiento que valga.
Las barras no presentan un orden cerrado, ni estructura interna, ningún tipo de
jerarquía. Cuando se decidió crear puestos de trabajo para jóvenes de la barra de San Martín
–la cual integran jóvenes de barrios cercanos- con problemas judiciales en una obra
municipal los funcionarios habían pensado en sortear una parte y el resto que fuera decidido
por los mismos ‘pibes’ para evitar que los líderes boicotearan el proyecto en caso de quedar
afuera. Los jóvenes se opusieron rotundamente a esto, argumentando que nadie era más que
otro y todos merecían igual oportunidad.
Al acercarme a ellos en ocasión del sorteo de puestos de trabajo para esa obra (un
proyecto de reconversión de un terreno en polideportivo que se esperaba abriría nuevas
posibilidades para los más jóvenes de la zona) me fue difícil incorporarme a sus rutinas, en
tanto no tenía a quién dirigir particularmente mi pedido de integrarme explicitando mis
intereses. Comencé, por lo tanto, a realizar entrevistas a quienes resultaron más dispuestos.
A partir de ahí frecuenté el barrio, realicé entrevistas con otros residentes y comencé a
participar de las jornadas en las veredas donde se comparte el consumo de alcohol y en
9
algunas ocasiones drogas. En este caso mi identidad se fue configurando de manera
ambigua sobre la marcha, considerándome un “encuestador” que a su vez le gustaba la
“joda”. A partir de esta identidad ambigua pude compartir una parte de la cotidianeidad en
el barrio, en el club de fútbol, ir a bailar o participar de cumpleaños o asados.
La ausencia de jerarquía se explica en tanto la sociabilidad de estas barras no están
estructuradas en torno al delito como empresa concreta, sino que éste es un aspecto más que
no incluye a todos sus participantes y cuya característica es la espontaneidad, por lo que
necesita de formas flexibles de cooperación. Hay algunos de más edad que poseen más
prestigio, en tanto reúnen una historia ligada a hechos que son significativos: peleas,
delitos, internamientos en instituciones de rehabilitación por consumo de drogas, algún tipo
de causas judiciales, paso por institutos de menores, y en menor medida cárcel de adultos.
Quienes poseen tales biografías, en general, consideran cierta jerarquía de prestigio que va
del ‘careta’ al ‘vago’ y particularmente entre estos a quienes se consideran totalmente
identificados con el delito, entonces se consideran ‘vagos’ y ‘chorros’ como un peldaño
más dentro de la primera. Se debe entender que en esta escala hay grados diversos de
compromisos: hay quienes están en la periferia de las barras de ´vagos´, comparten el
consumo de drogas y algunas jornadas pero carecen de tatuajes u otras formas del estilo,
por otro lado dentro de los ´vagos´ hay formas diversas de compromiso con el delito.
Pero estos atributos de prestigio son más relevantes para quienes los poseen que
para quienes están en la periferia de tales valores y como las barras no tienen una
conformación cerrada son difíciles de imponer al conjunto, entonces no produce un poder
efectivo, no proporciona ningún tipo de prioridad y quienes creen poseerlos pueden ser
enfrentado por cualquier otro ´vago´ si éste último se ha sentido ofendido, o simplemente
no concuerdan en algo. Por otro lado, concretamente es difícil compartir parámetros de
prestigio cuando los hechos sobre los que se cimentan algunas historias personales son de
relevancia dudosa: conflictos reiterados con vecinos, causa de denuncias en su contra,
confrontaciones físicas con otros ‘vagos’, internaciones en hogares de menores o en
institutos de rehabilitación para drogadependientes.
He presenciado discusiones que rápidamente pasan al insulto: ¨gil¨ u otros (el mayor
agravio es insinuar en otro la condición de ´cornudo´) sin que se tuviesen en cuenta las
edades, ni la extensión de sus ´proezas´. Uno de los mayores en edad me comentó después
9
de una larga discusión con insultos entre un ´vago´ muy conocido en toda la ciudad por sus
delitos y otro mucho más joven, sobre que éste último se había tornado insoportable: Hacía
tiempo que quería pelear con todo el mundo y a él lo había cansado por insultarlo sin razón
alguna; por lo tanto, debió decirle que si lo volvía a hacer lo ¨destrozaría¨ a golpes, de ahí
en más lo dejó más tranquilo. Sin embargo, al poco tiempo volvieron a tener una fuerte
discusión, pero de ellas no se seguía ningún tipo de reconocimiento, o deferencia posterior
evidente. Cada ´vago´ mantiene total autonomía en sus decisiones a pesar de participar de
una barra de manera estable.
La de San Martín es la más homogénea de las barras y la más fuerte en códigos
(como no robar en el barrio). Mantienen buena relación con ‘vagos’ del barrio Los Pinos y
estos últimos consideran que el barrio San Martín es más interesante y gustan de visitarlo.
Esta falta de jerarquía y de estructuras cerradas no impide la clara idea de un nosotros, que
se hace operativa en la relación con alteridades variables. Por ejemplo, entre vagos de
distinto barrios puede existir ciertas formas de alteridad,
pero que se disolverían
conformando una identidad única ante la presencia de un ‘careta’ o de la policía.
Los participantes de estas barras presentan una fuerte precaución ante extraños, para
ellos es importante saber con quién están hablando, particularmente interesa si se trata de
alguien con algún lazo con las fuerzas policiales y de seguridad. De ciertas cosas no se
habla, un poco por precaución, otro porque hay una historia familiar o personal que no es
fuente de autoestima o felicidad. Quién llega saluda a cada uno de los presentes con la
mano, el no hacerlo o dejar a alguien sin el saludo representa desconfianza.
El tránsito por la ciudad es reducido, en general evitan circular por el centro cuando
se trasladan de un barrio a otro lo hacen por calles periféricas. Cuando van a al local
bailable los fines de semana, situado en una zona bastante céntrica, lo hacen por calles
periféricas y en zig zag lo máximo que pueden y en grupos no muy numerosos, en caso de
estar juntos antes de salir se dividen en grupos menores, al llegar tratan de entrar
rápidamente sin quedarse en la puerta. Temen que la policía los vea, no tanto por una
golpiza sino por ser ingresados en la comisaría.
Es importante en la configuración identitaria del ‘vago’ el consumo de alcohol y
droga desmedidos; es decir, hasta que se acaben, no hay planificación del mismo. La
damajuana de vino hasta diciembre del 2001 costaba entre 2 y 2,50 pesos, suelen beberse
9
varias en una tarde, a lo que agregan algunas cervezas si tienen dinero, ya que estas son
más caras. El vino se sirve en una jarra, para lo cual también puede servir una caja de vino,
y siempre se le pone mucho hielo (todos controlan que no falte nunca) y se hace circular de
manera que todos toman un trago y la pasan. La marihuana, “piturro”, también se hace
circular, al igual que el Poxirán. Y cuando escasean los cigarrillos también se comparten en
rueda. Las pastillas, principalmente Artan, a veces se disuelven en vino. La cocaína es más
difícil de conseguir por precio y calidad.
El alcohol sirve como un delimitador menor, en este sentido el verdadero límite lo
pone la droga, ella separa entre ‘vagos’ y ‘caretas’. Es aceptado que en algún momento
alguien no consuma, pero siempre y cuando lo haga ocasionalmente y no necesite ya
demostrar su pertenencia al círculo de ‘vagos’. La fuerte presencia de la droga de cinco
años a esta parte es una marca importante en la sociabilidad de estas barras y que estas
hacen público. La hoja de marihuana se lleva en tatuajes, remeras, gorras y principalmente
en banderas en los partidos de fútbol (es llamativo que los símbolos son comunes a las
hinchadas en general: banderas de los redondos, algunas del Che Guevara).
Entonces, la droga actúa como un delimitador de quienes pertenecen o no al círculo
de ‘vagos’ (‘vagos-vagos’, como se reafirma a veces para hacer notar el compromiso con
esta identidad). Aunque cuando un ‘vago’ dice de otro que es un ‘vago’ se refiere a que
reúne más atributos que simplemente el consumo de droga. Por sobre todas las cosas, el
‘vago’ es alguien valiente, que sabe hacer uso de la violencia en el momento justo, con
habilidades y conocimientos corporales para tal efecto. Hay un par de personas que
frecuentan la barra de San Martín que viven alrededor del barrio y participan de las
jornadas, estos jóvenes tardíos –que rondan los 37 años- son alcohólicos y también
consumen drogas en ocasiones pero no son considerados ‘vagos’, ni ellos se identificarían
como tales. En primer lugar está mal visto entre los ‘vagos’ terminar totalmente
alcoholizado, pudiendo realizar acciones ridículas; es considerado como positivo tomar
mucho y mantener el control del cuerpo36. Por otro lado, estos muchachos mayores no
36
Estos jóvenes mayores son fuente de risas constantes para el resto de los jóvenes, estos a su vez toman el
lugar de bufones en algunas circunstancias. En una ocasión uno de ellos orinó el pantalón y los demás lo
mandaron a dormir riéndose sobre que llega a esos estados de alcoholismo. Fueron varias las veces que se los
instó a que se vayan a dormir estando en estas situaciones. Las burlas, las risas y chanzas no quita que sean
estimados afectivamente. Por otro lado los ‘vagos’ tienen preferencia por la cerveza antes que el vino pero el
rendimiento de uno y otro en cuanto a cantidad y precio hace que generalmente se consuma en rueda vino. En
el local bailable se consume cerveza con menta o vino con granadina.
9
participan de la estética del vago, seguramente por una cuestión generacional, en su
juventud estos rasgos ligados al cuerpo y la ropa eran distintos y la ‘cumbia’ no tenía
difusión.
Hay otros elementos que no son tan delimitativos pero pertenecen a los rasgos
relevantes de los ‘vagos’, uno ya ha sido mencionado que es el fanatismo por el fútbol,
principalmente local; otro es la música, la mayoría opta por la ‘cumbia villera’ pero también
es importante la presencia de ‘Ricoteros’ (fanáticos de los Redonditos de Ricota, banda de
rock). En las letras se reafirma la oposición a la ‘yuta’ y son muy celebradas así como
aquellas que hablan de los ‘pibes chorros’. He participado de varias situaciones donde los
‘pibes’, con gran alegría, se ponen a bailar, cantar y acompañar con las palmas al ritmo de
una música que alguien pone a todo volumen en una ventana o durante algún asado.
“En la casa de Mirta, donde funciona un pequeño almacén, ponen música y los
‘pibes’ que estaban sentados frente a la puerta bebiendo se incorporan y dirigen a la vuelta,
al lado de la ventana. Están muy alegres, comienzan a bailar y batir palmas mientras cantan
siguiendo la letra de Damas Gratis. El primer tema menciona que necesita vitaminas y
quiere una bolsa de vitaminas. Saben todas las letras. Después ponen Mala Fama. Parece un
poco ridículo verlos a todos llenos de tatuajes bailando contentos y cantando, a veces
bailando entre ellos. C. C. me agarra de la mano y se pone a bailar conmigo, me escapo
cuando puedo. Siguen el ritmo con movimientos cortos y acompañan continuamente con
los dedos, como señalando. De vez en cuando la letra menciona a la ‘yuta’ y Mariano me
pregunta si soy ‘botón’, pero no agresivo, ni le contesto. También escuchan Almafuerte
(banda de rock pesado)...llega un ‘pibe’, hincha de un club de fútbol de otro barrio, cuenta
que hubo una pelea con la policía, ésta golpeaba una chica y él se iba a meter pero estaban
filmando. Pelearon con otro club pero ‘no había pica, fue una provocación de ellos’.
Además, dijo que cuando pelea se olvida de todo. Se ponen a cantar canciones de hinchadas
muy contentos. El muchacho saca un ‘piturro’, lo arma y pasa entre todos...”(notas de
campo 2 de agosto)
9
La imagen de ‘pibe’37 es continuamente reafirmada a través de las letras: “vamos los
pibes”, hay una integración genérica a un concepto que define rasgos ligados a jóvenes de
sectores populares, especialmente marginales (en relación a ocupación espacial y
integración laboral o educativa), con lazos con la ilegalidad y la búsqueda de placeres como
el consumo de drogas. Cuando estos jóvenes canturrean y repiten “vamos los pibes” no se
limitan al grupo con el que participan de la cotidianeidad, sino a un espectro más amplio
con el cual comparten o desean compartir expectativas y hábitos.
Otro rasgo es la presencia de tatuajes, los motivos se repiten, es común la P y la R
de Patricio Rey (líder de los Redonditos de Ricota), corazones con espadas, calaveras.
Cuando hace un poco de calor se sacan las remeras exponiéndolos. En ellos, también se
muestra la oposición a la policía (a través de los cinco puntos, la serpiente atravesada por la
espada, -Daniel lleva el nombre de su hermano muerto en una comisaría en la pierna como
homenaje pero como desafío a la vez-), algunos llevan varios, todos son caseros 38. Los
tatuajes si bien representan una cuestión de imagen para el ‘vago’ no son un elemento de
discriminación entre ‘vago’ y no ‘vago’. A su vez también hay jóvenes que no participan de
delitos (más allá del poseer droga para el consumo o contravenciones como el consumo en
la vía pública) y, sin embargo, se han realizado tatuajes que hacen referencia a este mundo
(como los ya mencionados).
La estética se complementa con un interés por el calzado deportivo de primera
marca, los vagos se interesan inmediatamente por qué clase de “zapatillas” lleva uno
puesta. Esto es visto por los vecinos más viejos como un cambio importante, ellos
recuerdan que antes se conformaban con unas ‘alpargatas’ y unos pantalones caseros, “no
existía todo esto de las marcas, ahora los pibes son capaces de matar a alguien por sacarle
las zapatilla, y si a los chicos le dan una ‘alpargata’ se la tiran por la cabeza”. Un diálogo
pinta muy bien este interés y el grado de compromiso afectivo o compañerismo que son
capaces de entablar con las mujeres: llegué una vez a San Martín con unas zapatillas que
fabricaban en la misma ciudad, inmediatamente me hicieron un comentario sobre las
37
Para los vecinos son chicos, jóvenes, pibes, hay una mirada que los incluye aun a los más grandes que
rondan los 30 en esta categoría, ellos del mismo modo mantienen esta tensión-contradicción en su estética
entre imágenes del delito y adolescentes, evidentes en sus propias autoimagen a través de maneras de referirse
a si mismos.
38
Algunos se hacen con una maquinita improvisada con un motor de radiograbador y un alambre, la otra
forma más precaria son las tres agujas atadas pero que quedan más toscos. En general los que han pasado por
hogares de menores, centros de rehabilitación o la cárcel ostentan estos últimos tatuajes.
9
mismas. Les dije que me gustaron y, además, eran baratas, pero para ellos carecían de valor
al no ser de primera marca. Respondí que me parecía superfluo gastar mucho dinero en
zapatillas, como las hay de ciento ochenta pesos (esto sucedió a mediados del 2001). Dos
de ellos me respondieron subestimando mi comentario que no había ninguna razón para no
comprarlas poseyendo el dinero. Dije que prefería comprarlas de cincuenta pesos y con los
cien y pico restantes comprarme pasajes para ir a una ciudad cercana que no había visitado,
con una chica. Bueno, ellos pensaron que me refería a viajar y pagar una prostituta, les
costó entender que aludía a viajar acompañado de una chica a la que ya conocía.
También las remeras y buzos son valorados: las remeras de equipos de fútbol –en
primer lugar locales-, y de bandas de ‘cumbia villera’ y rock39. Los pantalones son
deportivos y en ningún caso tipo jeans. En la ropa y los accesorios –pulseras y collares,
gorras- los colores de las banderas de Etiopía y Jamaica están muy presentes (la estética de
las bandas de ‘cumbia villera’ los han adoptado ligado como están simbólicamente a la
marihuana a través de las culturas rasta y reagge). Además, algunos usan aros y la mayoría
el pelo largo; como me decía uno ellos: ¨acá de cada tres mujeres a dos le gustan los
hombres con pelo largo¨. La preocupación por el pelo es constante, lo tocan siempre, lo
acomodan. La higiene es valorada, jóvenes que viven en condiciones precarias, se bañan
con agua fría, diariamente, en pleno invierno40.
El gusto por la música y la difusión que ésta tiene a través de programas especiales
–especialmente programas dedicados a la ‘cumbia’- en televisión y radio hace que los
equipos electrónicos de música y los televisores también sean apreciados. Como es fácil
estar enganchados en la red de canales de cable, estos jóvenes acceden a un mundo cultural
más amplio que sus padres, por medio del cual transitan informaciones, modas y estilos
-aunque esta opción mediática no es muy aprovechada-. Estos también se transmiten a
través de los contactos con parientes de Buenos Aires y gran Buenos Aires, encuentros en
lugares de judicialización, amistades que se van entablando en la temporada veraniega.
Además, cada vez hay más jóvenes residiendo que provienen de barrios carenciados de
Buenos Aires y que han estado ligados al delito.
39
Una vez un joven que había pasado por varios institutos de menores y programas de rehabilitación para
adictos me mostraba la cantidad de remeras y buzos que tenía, señalándome aquellas que eran de marca
conocida, y los pantalones, tipo deportivo, que también tenía una considerable cantidad. Me decía que le
gustaba cambiarse de ropa varias veces por día.
40
Un joven que frecuentaba la barra de San Martín ocasionalmente era objeto de chanzas porque
supuestamente no se bañaba muy a menudo.
1
Vagos, Delito, Pibes Chorros
La demarcación ‘vago’-‘careta’ es más profunda que la que se da entre 'chorro' y no
'chorro', todos los que se identifican como 'chorros', comprometidos con el delito,
pertenecen al círculo de los ‘vagos’, lo que no significa lo inverso. Si bien, en general, son
muy pocos los que no intervienen en alguna actividad delictiva, aunque más no sea menor,
pero no son presionados a participar ni son discriminados del grupo. Tampoco impide que
los que son ‘chorros’ –es decir, que interviene de hurtos, hurtos calificados y robos, si bien
en este último caso no presenta formas vinculadas al uso de armas de fuego- se identifiquen
como tales y hagan gala de tal denotación.
Se puede hacer una diferencia entre aquellos que alternan entre trabajo ocasional y
delito –donde se encuentra una gama de posibilidades, desde aquellos que, existiendo la
oportunidad dejarían tales actividades ilegales integrándose al mundo del trabajo, como
aquellos que se resisten a abandonarlas, temiendo una devaluación de su identidad-, y
aquellos que solo delinquen y se sienten plenamente identificados en ello. Lo que no
significa que para el caso de estos últimos se pueda hablar de una delincuencia profesional
(como una subcultura con un conocimiento especializado, jerarquización interna de acuerdo
a tales conocimientos, códigos firmes) sino que por el contrario carece de saberes
particulares y específicos, y presenta una gran cuota de improvisación.
Hay hechos y prácticas que pueden ligarse a la imagen del ‘pibe chorro’ que tienen
gran valor en la autoimagen de los jóvenes: haber estado, tener o haber tenido amigos que
‘cayeron’ en la cárcel, ser conocidos de personajes mayores ligados al delito –que es más
raro-, utilizar armas tanto blancas, como de fuego –aunque no las utilicen los ‘vagos’ y
principalmente aquellos que se consideran ‘chorros’ expresan que sí lo hacen porque es
parte positiva de su imagen que los demás crean que ‘andan de caño’. El uso de armas es
limitado, los robos a mano armada aumentan considerablemente en verano, cuando llega
mucha gente de afuera, algunos son alojados por residentes locales. No obstante son
ostentadas en los barrios y en las noches es posible escuchar detonaciones, cada vez más
usual especialmente en Los Pinos, donde los nuevos residentes, migrantes de una provincia
vecina, tienen grados más altos de criminalidad y, a su vez, confrontan con los residentes
más viejos.
1
Aquellos que se consideran ‘chorros’ tienen bajos estándares socioeconómicos, en
general siguen conviviendo con su familia de origen o, si están en pareja, pueden ser
ayudados por suegros, dado el bajo nivel de redituabilidad de su actividad delictiva,
considerándose que se trata de robos menores. No son solo robos y hurtos agravados, de
escaso nivel de planificación, sino que también tienen nula logística: en general lo que se
llevan de una casa se debe poder transportar a pie o en bicicleta. Entonces, las actividades
delictivas de los ‘pibes chorros’ están caracterizadas por el escaso uso de violencia física,
ya que se trata de ‘raterismo’(saltar un portón, un tapial, pasar por techos, violentar una
puerta, rejas o ventanas, en raras ocasiones tener el dato de una casa desocupada y llevarse
algunas cosas), por el repentismo y escasa planificación. Lo que no invalida el
conocimiento del entorno del barrio, de los movimientos de esos hogares. Conocimiento
que se obtiene por el simple hecho de estar ahí como parte de la rutina diaria. Esta
información da poder, de actuar o de decidir no hacerlo, como parte de los códigos –no
robar en el barrio-.
Dentro de las actividades delictivas es posible una diferenciación entre aquellas que
pueden ser individuales o grupales, como el hurto y su modo agravado, que en gran medida
depende de las oportunidades que deben ser aprovechadas rápidamente como en el caso
substracción de bicicletas, y otras netamente grupales como el cobro de peaje, que aunque
se dirige en general a extraños al barrio profundiza la ruptura de lazos internos y refuerza la
imagen de intransitable y peligroso del mismo. El dinero conseguido de éste último modo
es inmediatamente gastado por el grupo en alcohol o droga. Es muy probable que el fin del
dinero conseguido por robos y hurtos también sea ese pero, en todo caso, depende de una
decisión individual o del pequeño grupo que los llevó a cabo. Otra forma de obtención de
dinero es el pedido de una moneda a vecinos y conocidos –en ocasiones el límite entre
‘apriete’ y pedido es difuso- destinado al alcohol o la droga. Cuando la barra de San Martín
va al boliche bailable, en general, ya gastó todo el dinero (porque se comienza a tomar
desde el medio día), sin embargo, por medio de conocidos, varones o mujeres, logran beber
toda la noche. El dinero está al servicio de un repentismo del placer.
Las formas de cooperación más importantes están relacionadas con la reducción de
lo sustraído: se circulan los datos sobre ofrecimientos y posibles compradores,
1
especialmente vinculadas a la sustracción de bicicletas tan frecuente que siempre hay
interesados que recientemente, a su vez, fueron víctimas de una sustracción.
En síntesis, todos los ‘pibes’ que participan de actividades delictivas se reconocen
como ‘vagos’ y alternan en las barras, compartiendo alcohol, droga y diversión. Aún
aquellos que tienden a identificarse como 'chorros'. No obstante, el delito no es un requisito
para la pertenencia al círculo de ‘vagos´ –si bien son pocos los que no intervienen en algún
tipo de delitos menores (pedir peaje o hurtos)-, en tanto compartan el consumo de alcohol,
drogas y aspectos de estilo como las camisetas de fútbol, pelo largo, colores de la cultura
reggae (ligados a la marihuana), collares o pulseras y gusto por la cumbia villera. Esta
identificación también requiere el uso de imágenes propias de la subcultura delictiva; por
ejemplo, tatuajes rústicos alusivos o formas de discursos que le son típicas y que crean la
impresión de que suelen “andar de caño”, y definen las relaciones utilizando las formas
dicotómicas estereotípicas: “yuta, cana, botón, gorra vs. pibe, vago, chorro, etc.”
‘Vagos’, Vecinos y Mujeres
Esta claro que el grupo de jóvenes descriptos en la sección anterior no existe en un
vacío social, además de ellos existen otras percepciones acerca de los vagos. En este
sentido puede indicarse que la mirada de los vecinos en general es condenatoria, no aceptan
que los vagos pasen todo el día en el mismo lugar bebiendo y drogándose y, además, los
consideran causantes de los robos y hurtos identificando inmediatamente al ‘vago' con el
'chorro’ (los vecinos tienen un conocimiento preciso de quienes andan en el delito). Los
'pibes', por su parte, se sienten molestos por lo que consideran “chusmerío”, y no entienden
por qué los vecinos los critican. Así, el contraste de normas y hábitos culturales crea
espacios comunes que no están precisados y su definición es re-elaborada en una
interacción problemática entre las partes.
En general, todos tratan de minimizar los conflictos: Los vecinos evitan hacer
denuncias, aún sabiendo quiénes son los que les substrajeron las pertenencias –
particularmente porque luego tienen que seguir conviviendo y creen que las denuncias
producirán un incremento del conflicto. Sin embargo, en ocasiones la situación se vuelve
insoportable y algún vecino puede tomar medidas drásticas, amenazando con arma de fuego
al joven o los jóvenes que lo fastidian. Este tipo de acción no es sencilla y requiere valentía
para soportar luego la posibilidad de una venganza. Sin embargo, suele ser efectiva porque
1
el ‘vago’ sabe que se está situando en el límite de lo soportable y podría producir una
situación incomoda para su familia y para los demás ´vagos´, así que estos tampoco lo
respaldarían y considerarían aceptable la represalia.
Por su parte, los ‘vagos’ en general mantienen respeto hacia los vecinos, estos
pueden pasar por donde ellos están sabiendo que no serán molestados. Esto, como he
referido, es más notorio en San Martín, no impide, sin embargo, que existan innumerables
tensiones. Más allá de los años que conviven estos vecinos, a diferencia de los otros dos
barrios, habiendo sido relocalizados juntos, los ‘vagos’ saben que presionar demasiado
sobre los vecinos podría ocasionar una dificultad a la continuidad de su sociabilidad pública
cotidiana. En el caso de San Martín mantienen buenos vínculos con algunos residentes –
almaceneros, por ejemplo, de quienes son clientes y en un caso desarrollaron una relación
muy estrecha de confianza y solidaridad mutua (en algunos casos han salido en sus
defensas dentro del barrio contra las acusaciones de otros vecinos)-.
Por otro lado, no robar en el barrio es una conducta delictiva cuyo cumplimiento
jerarquiza la conducta de los ‘vagos’ -de hecho se enuncia como una norma general y la
indignación ante el comportamiento de los jóvenes de Potreros responde a esto. Por otro
lado, los jóvenes del barrio Los Pinos que no la respetan demasiado la enuncian como una
norma que cumplen fielmente. En contraste, los ‘vagos’ evalúan sus relaciones y los
beneficios que obtienen del barrio como un lugar razonable para vivir y también se sienten
satisfechos con la pertenencia a la ciudad, mientras en general muchos vecinos desean
irse41.
No es posible todavía confirmar una tendencia ya que se trata de un fenómeno
relativamente reciente, pero aquellos que forman pareja no se alejan del círculo de sus
pares. Es decir, hay un problema ligado a la posibilidad de ingresar a un mundo de adultos
desprendiéndose de las prácticas de los jóvenes. Además, porque que hayan formado pareja
no modifica en nada su relación con el empleo. Algunas veces esta situación no es tolerada
por la mujer y termina en ruptura. En otras, la mujer comparte los hábitos del ‘vago’ pero
debe afrontar la presión de sus padres.
Las mujeres no participan, salvo contadas excepciones, del espacio callejero de las
barras de ‘vagos’, con su consumo público; éste es netamente masculino. Tampoco
41
Hay vecinos de Potreros que esconden su lugar de residencia en algunos casos por miedo a ser rechazados o
discriminados en espacios laborales o educativos, en otros, por simple vergüenza.
1
participan de los hurtos. La relación con las jóvenes del mismo barrio no es tan estrecha
“yo siempre ando por otro barrio porque las chicas del barrio, que se criaron conmigo no
dan bola, viene uno de afuera y se las gana, y si yo voy a otro barrio capaz que soy Gardel,
por eso voy mucho a Los Pinos” (P. G., 25 años, San Martín). Sin embargo, hay chicas que
comparten el consumo de alcohol y drogas con los vagos, pero en otros espacios 42. El
círculo de relaciones femeninas es bastante abierto, incluye algunas chicas que consumen y
otras que no. Un lugar importante para la relación con las mujeres fuera del barrio lo
representa la bailanta, para ello es condición imprescindible saber bailar bien cumbia, la
cual cumplen todos los ‘vagos’.
La relación con las parejas se basa en el amor sexual, o en la procreación, pero poco
en el compañerismo. Las formas de expresión de sentimientos son muy reprimidas, el
orgullo, el honor son tenidos en cuenta en la relación de pareja. Se mantiene una
consideración machista de la pareja, no se valora la posibilidad de que la mujer trabaje
como positivo, se toma la posibilidad de ser “cornudo’, engañado, y se considera que si
bien no se debe pegar a las mujeres ¨una cachetada de vez en cuando no viene nada mal¨,
solo que hay que saber cuando es el momento oportuno. Cada vez son más importantes los
grupos de chicas que consumen alcohol y drogas desde muy jóvenes.
El placer, en los ‘vagos’ está my ligado a las prácticas corporales, es fundamental en
sus expectativas, y está fuertemente ligada goces cortoplacistas, que no requieren un
proyecto y una postergación a un futuro lejano. En este sentido tanto los ‘vagos’ como las
jóvenes con las cuales se relacionan rechazan el uso de protección a la hora de tener
relaciones sexuales. Y consideran la posibilidad de contraer SIDA como un riesgo al cual
exponerse comparable al de realizar un delito. El sexo puede ser, también, un medio de
obtención de dinero para los jóvenes manteniendo relación ‘áctiva’ con hombres de buena
posición. (Esto es extendido en jóvenes de otros sectores sociales. Hacen públicas tales
relaciones a sus pares sin poner en riesgo su identidad sexual, al contrario la refuerza).
Estos jóvenes, los ‘vagos’, comparten el espacio barrial con otros que persiguen un
camino diferente, orientado a la posibilidad de insertarse laboralmente, de formar una
familia estable o incluso de continuar estudios secundarios y terciarios. Es un camino lleno
42
Dos chicas comparten la casa con dos ‘vagos’ en Los Pinos, también el consumo de alcohol y drogas dentro
de la casa con ellos y sus amigos, pero no participan de la barra cuando están todos los ´pibes´ en la vereda.
1
de dificultades43, las pocas posibilidades económicas familiares y el déficit drástico de
trabajo así la convierten. Estos jóvenes mantienen mayor o menor distancia con los ‘vagos’,
pero en ningún caso hay una confrontación. Es común ver un grupo de ‘ vagos’ pasándose
el vino sentados en la vereda y a pocos metros, frente a una casa vecina, un grupo de
jóvenes tomando mate; o convidándose, entre ambos grupos, con cigarrillos. Como las
barras no son cerradas, hay jóvenes que mantienen formas fronterizas de inserción; sin
embargo, hay otros que repudian plenamente las prácticas de los ´vagos’, no tienen ninguna
intención de identificarse con ellos y los evitan plenamente.
También es posible encontrar barras de jóvenes que mantienen una rutina de
encuentros cotidiana, con lazos estrechos pero alejadas de actos ilegales de todo tipo, con
buen vínculo con los vecinos e incluso con instituciones barriales. Uno de estos casos
sucede con una barra de jóvenes de entre 16 y 18 años del barrio Los Pinos, aunque esto es
poco frecuente. Esta barra, además, intenta conformar, con la ayuda de un programa del
municipio, un equipo de fútbol para competencias. Esto resultaría imposible entre quienes
se consideran ‘vagos’, en ellos el gusto por el fútbol acepta la práctica ocasional y el
fanatismo del hincha; pero jamás la regularidad de un entrenamiento.
Principalmente, en el barrio Los Pinos son muy fuertes los lazos barriales entre los
más chicos –hasta los 14 años- que pasan la mayor parte del día fuera de su hogar en los
espacios públicos, algunos de los cuales comienzan a imitar a los más grandes en el
consumo de alcohol, en los tatuajes y en algún hurto menor como forma de ser respetados.
Una vez estando con un ‘vago’ llegaban al club de fútbol un grupo de chicos entre 11 y 13
años cantando la letra de una canción de ‘cumbia villera’: “a donde va a parar? A la
comisaría.”, y este joven me comentó que las generaciones más jóvenes venían siguiendo
los pasos de ellos pero mucho más radicalizadas, que cuando tuviesen 16 años le van a
poner un cuchillo en el cuello a alguien. Uno de los miembros de la barra de San Martín me
hizo notar una vez que su hermano menor se juntaba con jóvenes de su misma edad, peores
que los de su barra y que iba a terminar mal pero que él ya no le recriminaba nada porque
43
El joven que intenta la conformación de una familia en general no puede eludir el depender en alguna
medida de la asistencia pública, desde las cajas de alimentos y leche que entregan en el hospital para familias
con bebés, como alternar entre hospital y Acción Social para conseguir remedios en caso de enfermedad de
los niños, e incluso recurrir a los comedores escolares o municipales (donde también se dan viandas para
adultos). La asistencia puede complementarse con Cáritas.
1
se había cansado. Las chicas en el barrio Los Pinos también ocupan con sus pares los
espacios públicos gran parte del día.
Vista la disparidad de estilos y pertenencias, una pregunta oportuna en este punto es
por qué algunos jóvenes se vuelcan a actividades ligadas a la ilegalidad en tanto otros no,
aún cuando provienen del mismo sector social. Una gran parte de los jóvenes que adscriben
a la identidad del ´vago´, además de una ostensible precariedad en la integración sistémica,
es decir, la relativa a los espacios institucionales, como los educativos, laborales o estatales,
presentan algún tipo de déficit en el ámbito de la familia. Esto puede implicar la ausencia
de uno o ambos progenitores, en algunos casos por fallecimiento en otros porque volvieron
a formar familia quedando los hijos anteriores un poco a la deriva. Es posible en este caso
que residan cerca, pero el trato principalmente en el caso de padres puede transformarse en
indiferencia. Pasan, entonces, a ser criados por abuelos, lo más común es que sea la abuela
sola, o tíos, generalmente, o en caso extremo pueden vivir los hermanos solos. Otro factor
es el alcoholismo en el seno de la misma. Esto es, se trata de menor presencia de las
regulaciones y las normas dentro del ámbito de la familia, o de la capacidad para
imponerlas. Pero hay, por el contrario, casos que escapan a este esquema y ofrecen una
perspectiva familiar diferente, como casos de jóvenes que integran una familia
aparentemente bien constituida con padres trabajadores –hay un caso con madre docente,
padre empleado público y un hermano mayor policía-44.
Sucede que, particularmente las madres, recurren a la Comisaría del Menor y la
Familia, o al Juzgado de Menores o al Consejo del Menor solicitando ayuda para hijos que
tienen problemas con la droga y otras formas de delito, esto puede ser deducido de la
participación de éste en grupos de ‘vagos’ lo cual para algunos padres representa un serio
peligro. También esta actitud, algunas veces, llega como consecuencia de la presión de los
vecinos acobardados por los comportamientos de estos chicos. Los vecinos ponen el acento
en la responsabilidad de las familias, en los casos que no han quedado a cargo de una
abuela o tía anciana, que es frecuente, considerando que se protege la actitud de los hijos,
se ignora o se niega la realidad. Las instituciones tienen dificultades para operar sobre los
44
En este caso su trayectoria muestra un muy pobre desenvolvimiento escolar con abandono temprano,
trabajos poco gratificantes (como ‘canillita’) y un período sin trabajo que iba como aprendiz a una fábrica de
comestibles sin sueldo y con pocas probabilidades de integrarse. En este caso seguramente la sociabilidad con
el grupo de ‘vagos’ le da mayor satisfacción personal y autoestima que su trayectoria anterior, por otro lado,
este joven hace demostración ostensible de los atributos de fuerza física.
1
jóvenes. Principalmente porque el sistema solo está preparado para operar represivamente
sobre los mayores de 18 años, pero no aún con la franja inferior. La justicia local evita
institucionalizar a los jóvenes, entendiendo que el estado del sistema produciría solo un
agravamiento mayor de su conflictividad. Es así que suelen encontrarse en los barrios
jóvenes que tienen varias causas en suspenso, en algunos casos la figura legal de la
‘probation’ es la que permite su salida al sistema carcelario. Cuando son más chicos son
enviados los varones, tanto por casos penales como asistenciales, a un tutelar diurno y las
niñas a un internado. Ambos en la ciudad. Para casos asistenciales existe la opción de los
“Pequeños Hogares” donde los chicos quedan al cuidado de una familia particular.
Como vemos,
asistimos en la actualidad a una variación en las formas de
sociabilidad que experimentan los jóvenes y que están también relacionadas a cambios
identitarios promovidos por transformaciones estructurales, particularmente el surgimiento
del desempleo estructural. Ahora, y como adelantábamos en la introducción, hay también
dimensiones de orden psicosocial que intervienen en el proceso, y que deben ser exploradas
a un mayor nivel de abstracción para poder ser comprendidas.
Transformaciones Estructurales, Nuevas Identidades y las Lógicas de la Sociabilidad
Entre Pares
El mantenimiento de la identidad personal y su conexión con identidades sociales
más amplias es un requisito fundamental de la seguridad ontológica 45(Giddens, 1997: 32).
Las tradiciones constituyen elementos centrales en el mantenimiento de esta seguridad, en
tanto generan ligaduras emocionales fuertes, por ello las amenazas a la integridad de las
tradiciones son con mucha frecuencia experimentadas como amenazas a la integridad del
yo (Giddens, 1997:31). En el caso de los jóvenes de Aguaray, la ausencia de posibilidades
laborales ha ocasionado dificultades en la incorporación al mundo de los adultos, quienes a
su vez ya estaban sujetos a una economía altamente precaria.
La imposibilidad de participar del ámbito laboral vulnera los sustentos que vinculan
la masculinidad al manejo de recursos, la capacidad de sustentar una familia en un medio
en el cual esta es una necesidad temprana –más allá de su estabilidad-, dando lugar a que
45
Giddens con seguridad ontológica refiere a la conciencia de ‘ser’ indispensable y básica para el
desenvolvimiento como persona inserta en un mundo fiable, íntimamente vinculada con el carácter tácito de
la conciencia práctica; con la puesta entre paréntesis que supone la actitud natural en la vida cotidiana, desde
el cual se construye un sentimiento de realidad compartida de personas y cosas. Dejando de lado las
cuestiones y el caos que acechan tras esa reproducción de fiabilidad, en relación a asuntos existenciales,
relativos al tiempo, al espacio, las identidades, etcétera.
1
surjan sentimientos de vergüenza, y generando perspectivas inciertas. La exposición de la
integridad del yo, en la etapa de consolidación que es la adolescencia y el ingreso a la
adultez, a la incertidumbre del futuro, se resuelve a través de la confianza en un mundo
cercano, finito, rutinizado -no van al colegio, no van a trabajar, pero a la tarde es seguro
encontrarlos todos los días reunidos como un compromiso insustituible. También
contribuye a la constitución de este mundo, la radicalización de hábitos que estaban
presentes en ese ámbito cultural, como el consumo de alcohol o la violencia 46, creando las
rutinas necesarias para la seguridad del yo. Pero, a su vez, en los procesos recientes han
aparecido nuevos fenómenos que minan los andamiajes por los que tradicionalmente se
estructuraba la masculinidad, como una mayor autonomía de las mujeres y la participación
de éstas en prácticas callejeras, ligadas, por ejemplo, al consumo de alcohol o drogas.
Ante la dificultad de acceder a la madurez según los modos tradicionales y dada la
vulnerabilidad de su status de género, anclado a una masculinidad ostensible, la
sociabilidad en grupos de pares, en una extensión que no existía en el pasado, incluye a
estos jóvenes en un grupo de pertenencia que los representa como ‘pibes’, chicos o jóvenes.
Pero lo hace adoptando como rasgo novedoso las prácticas y estéticas del mundo delictivo,
de los ‘pibes chorros’, que reafirman rasgos masculinos a través de una simbología de la
violencia, la rudeza y el peligro. Estas imágenes producen, hacia afuera, una distorsión de
la realidad aumentando la sensación del peligro o amenaza que estas barras representan,
esta percepción se liga a las imágenes que caracterizan a estos barrios y la profundiza. Por
lo tanto, la contracara de esta nueva sociabilidad entre jóvenes es la disgregación social más
general: tanto en la relación centro urbano-periferia, como en el debilitamiento de las
relaciones intergeneracionales barriales, además de la distensión de la confianza vecinal
-como vimos esto en menor medida en San Martín-. Tratándose de relocalizaciones
recientes, en dos de estos casos vemos más la dificultad de cimentar lazos barriales y
códigos comunes; esto se evidencia, por ejemplo, en las actitudes de los más pequeños con
46
No hay continuidad necesaria entre violencia y delito: en el pasado convivían la violencia familiar con el
rechazo a lo segundo, para la mayoría de los vecinos de estos barrios ser un hombre golpeador puede ser más
tolerado que un ‘chorro’. Ahora la continuidad puede buscarse en la incorporación de símbolos del ámbito del
delito de sectores bajos, como, por ejemplo, tatuajes toscos, realizados de forma precaria y dolorosa, y la
identificación social que algunos delitos tienen en el imaginario colectivo con estos sectores: uso de armas,
agresión física y otros tipos crímenes. Y más concretamente la profundización de hábitos violentos debe verse
con relación a las confrontaciones físicas entre ´vagos´ especialmente en encuentros futbolísticos del torneo
local.
1
relación al hurto en los almacenes, más aún en el caso de Los Pinos donde se agrega la
dificultad originada por la heterogeneidad de distancias sociales y culturales existentes
desde un principio.
Pero, agregado a lo anterior, las prácticas ligadas al consumo de drogas y al delito
son también maneras de resolver o, mejor, de atravesar, la ausencia de ocupaciones: el mero
estar allí sin tener qué hacer y la simple, pero absorbente, actividad de pasar el tiempo. En
el fondo, estas prácticas remedan el estar parados en las esquinas de los jóvenes de
¨Corneville¨, los ¨corners boys¨ (chicos de la esquina) que describe Whyte (1993) en una
comunidad italiana en Boston durante el final de la década de la Gran Depresión, en los
años treinta.
Ahora, es interesante para introducir una nueva temática, pensar en el posible
etapismo que representa la participación en alguno de estos grupos juveniles. En el caso de
las descriptas por el propio Whyte, existía una ‘especificidad generacional’ que parece ser
parte del estilo de muchas de las subculturas de jóvenes. En el mismo sentido, distintos
estudios como el de Merry Morash (1983) sobre pandilleros, el de Kurt Horowitz sobre la
comunidad ´chicana´ en Chicago (1986) y el de Sánchez Jankowski (1991) sobre pandillas
con diferentes composiciones étnicas, en varias ciudades de Estados Unidos, dan cuenta de
la transitoriedad de la etapa de adhesión al grupo. En este sentido, parecería ocurrir un corte
o alejamiento producto de la conformación de una familia y la obtención de un trabajo (que
si bien suelen ser precarios son alcanzables) o con el ingreso a formas profesionalizadas del
delito. En los casos en que las subculturas están centradas en los aspectos sociales de grupo,
parecen producirse afiliaciones delimitadas por lo etario. Incluso se suceden, con relación a
las pandillas en EE. UU., afiliaciones sucesivas de acuerdo a la edad, pasando de pandillas
de más jóvenes a otra compuesta por un grupo de jóvenes de mayor edad. También se
encuentran pandillas de larga historia, en la que se van sucediendo generaciones de
miembros, con formas más efímeras que se disuelven cuando sus fundadores se apartan
(Sánchez Jankowski, 1991). Una variante se produce en aquellas subculturas juveniles
donde el aspecto central son formas de estilización: por ejemplo graffiteros en EE. UU.,
estudiados por Jeff Ferrell (1996), donde el estilo en cuestión es asumido como arte, lo que
genera una prolongación en las adhesiones haciendo a las marcas de diferenciación etarias
poco importantes.
1
En el caso de las barras de ‘vagos’ entrerrianos, se trata de un fenómeno reciente
que no permite evaluar la transitoriedad de esta identidad. Sin embargo, la dificultad de
garantizar un ingreso mínimo para la manutención de una familia dificulta el abandono del
núcleo de pares. Esto puede verse, sobre todo, en el caso de los ‘vagos’ de mayor edad,
quienes fracasan en la conformación del núcleo familiar, en parte, por los valores
exagerados de género que no toleran la mayor libertad del mundo femenino - intolerancia
que refleja la posición tradicional de la mujer en el ámbito local-. A estos problemas
iniciales, se suma la dificultad de congeniar el ámbito de la familia con el de los pares para
quienes se resisten a abandonarlo, así como la continuidad del consumo elevado de drogas
que también obstaculiza el cumplimiento del rol protector dentro de la familia. Esta misma
incapacidad de conformar un núcleo familiar conlleva a la tendencia a permanecer en el
seno del grupo de vagos, aún en el caso de aquellos que ingresan a la paternidad.
Una tercer cuestión, que surge del proceso de constitución de la identidad del vago,
se refiere a los aspectos constructivos del carácter oposicional de la identidad. La identidad
del vago adquiere una dimensión autoafirmante en sus prácticas disruptivas, opositivas y
contrastantes con el orden existente. Los vagos se perciben como protagonistas de una
elección al adoptar estas prácticas, produciendo así una autoimágen de rebeldía y
transgresión. Por ello, si bien los ‘vagos’ estarían de acuerdo con un discurso que afirme la
exclusión y la pobreza como panorama de su realidad, no aceptarían el lugar de víctimas.
De este modo se evita la ¨vergüenza¨ (N. Elías, 1979, 499-500), contracara del orgullo y la
autoestima, que se generaría por no poder sentir a la propia biografía como aceptable. De
esta manera, la vergüenza se relaciona con el yo ideal, el yo según yo quiero que sea
(Giddens, 1993, 89). El orgullo fundado en el vínculo social, es continuamente vulnerable a
las reacciones de los demás. En tanto la identidad de los ‘vagos’ se corre de los objetivos
sociales generales, ante la imposibilidad de cumplirlos, minimiza los sentimientos de
vergüenza. De esta forma, la identidad los ¨vagos¨ permite la reconstitución de un mundo
moral común, de hábitos y valores compartidos que se distancian de las expectativas
sociales generales, reemplazandolas por otras con las que sí pueden cumplir. La continuidad
de las prácticas comunes entreteje las hebras de las actividades de hoy y las de ayer. Una
parte importante de la sociabilidad y las prácticas comunes están marcadas por la
repetición, para Giddens formas antitéticas a la indagación racional, que comparten algo
1
con la psicología de la compulsión (1997:16). Las prácticas entre los ‘vagos’, que parecen
basarse más en la repetición que en la innovación (por ejemplo, el consumo de alcohol o
drogas en rueda, jornada tras jornada, haciéndolo circular constantemente, que parecen
diluir en gran medida la temporalidad) son, a diferencia de los señalado por Giddens,
incorporadas a un marco reflexivo compartido, en el cual se da una interpretación de la
realidad -es también expresada a través de las letras de las canciones de ‘cumbia villera’-.
Entonces, hay elementos repetitivos que se acercan a la compulsión, pero también
reflexivos que son los que hacen que aquella tenga sentido social. La repetición cotidiana y
el corte de perspectivas tanto espacial como temporal, es un mecanismo de control de la
ansiedad que logra enfrentar en alguna medida el aletargamiento del proceso de madurez,
las amenazas a la masculinidad, la retracción del futuro, en un espacio económico y social
desaventajado. Las rutinas tienen una importancia psicológica básica para la seguridad del
yo, porque proveen un medio para la estructuración de la continuidad de la vida en
contextos cambiantes.
Las acciones inherentes a la realización de hurtos o robos conllevan prácticas que se
alejan de la rutinización y la repetición, dando lugar a una dosis importante de
impredecibilidad, pero la forma en que el dinero obtenido se administra, en beneficio de un
placer repentista, minimizan la perspectiva de futuro. Un proyecto personal, recortadas las
oportunidades, está expuesto a una gran cuota de frustraciones y, por ende, es de poca
redituabilidad para la confianza personal y la autoestima; entonces, volcar los pocos
recursos a mantener las prácticas colectivas aparece como una decisión aceptable en el
mediano plazo. La perspectiva de futuro es eludida entre los ‘vagos’, es la condición
presente de existencia, el arma efectiva contra la incertidumbre, y de reducción de la
ansiedad que un proyecto de vida a largo plazo en un medio precario puede ocasionar. De
esta manera el futuro se vuelve extremadamente cercano, acotado.
Pero la memoria, a su vez, también se mantiene en los arrabales del presente,
penetrando limitadamente el pasado. La memoria, como la tradición, tienen que ver con la
organización del pasado en relación al presente. La tradición proporciona un marco
estabilizador que integra las huellas de la memoria y le da coherencia. Entre los vagos, el
espesor de memoria, como memoria colectiva definida desde los propios actores en tanto
qué recuerdan y cómo, se acota a un pasado muy reciente –como máximo y solo cuando es
1
posible, se extiende hacia el recuerdo de la trayectoria familiar. Los hitos que se recuerdan
son meramente personales, hay una conexión débil entre la memoria colectiva y la memoria
interna. Hay una ausencia de mojones sociales históricos que anclen la historia personal
dentro de una narrativa más extensa. Cuando se diluye ésta última, las huellas de la
memoria quedan expuestas en toda su desnudez y aparecen mayores problemas con
relación a la construcción de la identidad y significado de las normas sociales. La
reconstrucción del pasado se convierte en gran parte en una responsabilidad individual47.
La precariedad de educación formal facilita una mayor privacidad de ese pasado.
Dentro de la recreación del sentido de seguridad comunitario, la educación no tiene valor
para los ‘pibes’, es de hecho uno de los mecanismos básicos de desanclaje que permite el
despegue de la actividad social de sus contextos localizados de interacción (Giddens, 1993).
Hay en los ‘vagos’ una construcción de fiabilidad a partir de elementos convencionales
comunes, compuestos por una interpretación de la realidad y de las identidades propias y
ajenas sobre la base de una estructura en gran medida dicotómica 48 y por prácticas comunes
recurrentes: escuchar música y bailar, canturrear de memoria todas las letras de cumbia
villera, marcando aquellas que refieren al delito, la policía y la droga; robar, ´aprietes´ para
obtener dinero, pelear en los partidos de fútbol, el consumo en rueda haciendo circular
constantemente el alcohol o la droga, preponderancia del cuerpo, expresada en la relevancia
de la vestimenta, los tatuajes, los cortes y las heridas. En esto se nota una utilización de
‘estilos’ que delimitan el círculo de ‘vagos’ y por oposición define la alteridad de los
‘caretas’. Los estilos, más allá de los hábitos y comportamientos, se expresan en códigos
estéticos integrados en las prácticas cotidianas de la vida social.
Los Vagos y sus Estilos
El estilo se corporeiza a partir del re-esamblaje de elementos, removidos de su
contexto social normal, en un nuevo conjunto simbólico que otorga un significado al grupo
47
Para Lechner, en su análisis actual de la sociedad chilena, el silencio sobre el pasado, que de alguna manera
lo anula, elimina también las energías afectivas para proyectarse al futuro. Sin memoria no hay imaginación,
con un pasado vacío y un futuro plano –producto de la falta de autoconfianza para proyectarse en él- sólo
queda el presente (2000, 109).
48
Ahora este mundo construido a partir de interpretaciones en gran medida opositivas es analíticamente pobre,
en el sentido que todo debe ser incorporado dentro de esas dicotomías. Pero gana en rapidez y evita la
angustia de la desnaturalización de las convenciones ordinarias por la estabilidad social que implican y por la
función constitutiva en la organización de un entorno “como sí” en lo referente a las cuestiones existenciales.
1
y se constituye como marca identitaria. Este proceso se da en una especie de ´bricolage´
(Clarke,1998:177, retomando a Levi Strauss), hay una selección semántica, en tanto se
sopesa la posibilidad objetiva del elemento de reflejar los valores de la subcultura. De esta
manera, objetos, símbolos y actividades son reapropiados y reconstruidos en forma de una
respuesta cultural visiblemente organizada a su situación de clase y generacional. Por esto,
se producen distintos grados de homología, de integración, entre estilo, prácticas y
situación social (Ferrel y Sanders, 1995; Hall y Jefferson, 1998).
Hay algunas subculturas que tienen un calce más ´ajustado´ entre la vida, los valores
de esos grupos, y la experiencia subjetiva; por ejemplo, en los motoqueros (bicker) en los
setenta en EE. UU. hay una relación integral entre la condición social y la estética y valores
de la cultura motoquera (Paul Willis,1998:106). La homología motoquera se disuelve
cuando la ropa de cuero, brazaletes con tachas y motos ´choperas´ son adoptadas como
moda, diluyendo el sentido transgresor ligado a la exageración de aspectos de la
masculinidad de la cultura de clase de origen --´parent cultures´-- (Ferrel y Sanders, 1995;
Hall y Jefferson., 1998). En nuestro caso, los ´vagos´, se produjo la apropiación de los
colores de la cultura reggae, vinculados a la marihuana, la cual mantuvo una relación de
significación e integridad con los principios del hedonismo pasivo, connotación
particularmente notoria en el movimiento hippie —que en su momento se opuso a la
relación estimulantes-acción de otros grupos, como los ´teds´ o ´mods´ en los cincuenta(Dick Hebdige, 1998; Jefferson, 1998; Willis, 1998). En contraste, más que en conexión
con un hedonismo pasivo, en los ´vagos´ la marihuana se integra al ámbito del delito de
sectores bajos, donde imperan valores como la rudeza y masculinidad, adoptados
sobremanera por los ´pibes chorros´. Esta integración se hace particularmente presente en la
cumbia villera, donde el consumo de droga y la alusión a los valores transgresores de los
pibes chorros (expresados también en los tatuajes) se asocian permanentemente y se
expresan en las consabidas dicotomías que separan a pibes, vagos, etc. de los botones, ratis,
yuta y caretas.
Sin embargo, y como hemos mostrado, estas imágenes y símbolos que producen una
identificación con el ámbito del delito están presentes más como una estrategia simbólica
que real: ¨...una victoria romántica, una victoria de la imaginación; definitivamente una
victoria imaginada...” (Dick Hebdige,1998:94). No es tan solo que las formas de delito no
1
solucionan su situación material, sino que la presencia simbólica no corresponde con las
prácticas. Los delitos son mínimos, en tanto se trata de tenencia de droga para consumo,
cobro de peaje a la circulación de foráneos en el barrio, formas menores de robo y hurtos,
que suelen ser irrisorios: robos de macetas, toallas viejas, una zapatilla de un par —tal
como contaban las víctimas, entre la risa y el enojo. Así, si bien están lejos de las prácticas
de los ´pibes chorros´ en el Gran Buenos Aires (donde el ´ajuste´o ´alineación´ entre la
simbología delictiva y las prácticas es mayor), estos símbolos de todas maneras producen la
reafirmación de valores de rudeza y valentía, significativos como reconstrucción de la
percepción de género de sus culturas de origen.
Las formas de delito que encontramos en los ´vagos´ son caracterizadas por la
espontaneidad e imprevisibilidad marcadas, en gran medida, por las necesidades inmediatas
del consumo de alcohol o drogas, la ausencia de pericias o conocimientos especiales. Tal
improvisación no genera la necesidad de un esquema organizativo o liderazgos y jerarquías,
el delito es un medio inestable y exiguo de recursos, aún la familia o changas ocasionales
representan fuentes mayores de ingresos, que siempre son mínimos, y por ello tampoco se
requiere de formas de administración de los mismos, en tanto escasos y rápidamente
empleados en el consumo. Sin embargo, el trabajo de Whyte sobre los ¨corners boys¨, da
cuenta de un liderazgo grupal que no necesita de la existencia de empresas grupales,
actividades tan inocentes como el juego de bolos pueden ser suficientes para cimentarlos.
El status dentro del grupo otorga formas de beneficio simbólicos ligados a la autoimagen y
la imagen frente los otros, y al ejercicio de algún tipo de poder real por pequeño que fuera.
Las necesidades de la jerarquía no necesariamente dependen de empresas, en el sentido de
algún tipo de administración o producción de recursos concretos y diferenciándola de las
simples actividades grupales, conjuntas. Sin embargo, donde estas están presentes se hacen
más explícitas, por ejemplo, en los graffiteros en EE. UU. analizados por Ferrel (1996) la
jerarquía se conforma en base al prestigio como artista y esto determina también las
diferencias entre ‘crew’ (formas más flexibles que las bandas) de ‘Kings’ (reyes) y ‘Toys’
(juguetes). También se muestra en el trabajo de Hebert A. Bloch y Arthur Niederhoffer
(1968) sobre la pandilla de ¨los Piratas¨, donde la jerarquía y la competencia de roles
diferenciados son puestas al servicio de un plan de acción de expansión 49. Y especialmente
49
El trabajo de Morash, es útil a la hora de correlacionar la pertenencia a un grupo donde el delito está
presenta de manera importante con la delincuencia de sus integrantes, éste desarticula la aceptación sobre que
1
en el de Sánchez Jankowski donde define las pandillas como altamente organizadas para la
administración de los recursos económicos (1991).
Entre los ´vagos´, se pueden encontrar formas poco pronunciadas de prestigio o
respeto de acuerdo a mayor edad y biografía asociada a hechos relevantes para los valores
del grupo, particularmente porque tales hechos no están lejos del alcance de los demás, pero
no obtiene beneficios particulares ni poder concreto. Aunque se evidencia en algunos de
estos mayores menos predisposición a participar de provocaciones, desacuerdos y los
‘juegos de manos’ de otros más inquietos, como si éstas definieran la conducta de los más
jóvenes. Por otro lado, la membrecía entre los ´vagos´ no es cerrada, si bien presenta una
situación territorial marcada: barra de San Martín, barra de Potreros, etc., y son posibles
formas de vínculos entre pares interbarriales como, por ejemplo, una buena relación une a
los ´vagos´ de San Martín con los de Los Pinos. No obstante, a la vez se mantienen fuertes
rechazos a otras definidas con relación a otros barrios.
Ahora, la estilización realizada sobre los símbolos del delito produce significados de
peligro y amenaza hacia fuera; la relación interna positiva ligada a la autoimagen, y por
ende a la autoestima, posee la contracara de una relación externa negativa (los ´vagos´
evitan transitar el centro de la ciudad, más que por las causas judiciales que algunos poseen,
por la impresión y rechazo que saben su imagen produce en la sensibilidad de clase media;
que reproduce la policía actuando violentamente sobre ellos si son sorprendidos en estos
lugares). La homología existe, no en tanto llevar tatuada una serpiente atravesada por una
espada corresponda entre los ´vagos´ a una práctica de crimen propiamente dirigida contra
la policía, sino a que estos símbolos tienen relevancia (integralidad) en el esquema de
valores que propugna el grupo, y son fundamentales en la subjetividad de sus integrantes.
Pero la problemática de la clase subordinada no puede ser solucionada por estos medios,
puede ser atravesada, vivida, negociada o resistida, pero no puede alterar las situaciones de
desempleo, falta de educación, etc. (Hall y Jefferson, 1998:48)
las bandas de jóvenes en EE. UU., pandillas, jueguen un rol principal en la estimulación de la delincuencia en
sus miembros y lo invierte afirmando que la delincuencia de la pandilla depende de la delincuencia de sus
miembros. Es decir la solidaridad hacia el interior del grupo no juega un papel central a la hora de explicar la
delincuencia de las pandillas, la correlación registrada no tiene la fuerza para contrarrestar la influencia de las
tradiciones y valores sociales prevalecientes en la comunidad de origen, por ello a la hora de explicar la
delincuencia en las pandillas es necesario dirigir la mirada hacia otro lado (1983).
1
Hall y Jefferson, desde los estudios culturales de la escuela de Birminghan, origen
de la ´nueva criminología británica´, traen al centro de la problemática de las culturas
jóvenes la estructura de clases, y por ende de poder y dominación, de hegemonía y
contrahegemonía. Postulan llamar a estas culturas de jóvenes subculturas, en tanto tienen
especificidades de clase, están situadas a lo largo de la escala de ´poder cultural´; y como
los distintos grupos están posicionados desigualmente en sus relaciones entre sí (en
términos de relaciones productivas, riqueza y poder) las culturas también lo están,
manteniendo oposiciones entre ellas en relaciones de dominación y subordinación. Así, la
cultura hace objetiva la experiencia material de un grupo, y le da forma. Por ello, se debe
entender la subcultura como una respuesta a los problemas o condiciones materiales y
sociales específicas (Hall y Jefferson, 1998). Agregaría, por mi parte, que representan una
respuesta en la esfera más intima de la personalidad, al atentado sobre la seguridad del yo
que condiciones precarias, cambiantes y altamente frustrantes ocasionan. En el medio en
que se desenvuelve la vida de los ´vagos´, creo pertinente enfatizar la precariedad e
inseguridad que amenazan el núcleo básico de confianza del yo: la identidad, la autoestima
y el orgullo, como así también las herramientas cognitivas para interpretar la propia
realidad.
Por ello el análisis, según postulan Hall y Jefferson, debe colocar la subcultura
dentro del marco histórico particular: condiciones reales materiales y sociales en que se
desenvuelve la vida: la estructura de los barrios y sus cambios, la economía local, la
estructura familiar y los impacto que sufre, aislamiento familiar, alteración de lazos padreshijos, efecto en los miembros jóvenes. Entendiendo que las problemáticas que atraviesan a
una clase impactan diferencialmente en la experiencia de los adolescentes porque están en
su etapa formativa, a medio camino en el proceso de socialización, por ello en el estilo se
muestran elementos de clase, explotando así tanto las estrategias de sus mayores como de la
propia generacion.
Teniendo en cuenta estas contribuciones, podemos definir los hábitos y el estilo de
los ‘vagos’ como estrategia subcultural, caracterizada por un fuerte espíritu de grupo, lazos
de tipo cuasi-tradicionales, en un entorno cada vez más aislado del acceso a otros espacios
sociales, con una precarización social y económica cada vez mayor que problematizan
áreas centrales de la personalidad: adultez, masculinidad, identidad y autoestima, en un
1
marco de estructura institucional-estatal débil50-. Las prácticas comunes se asientan sobre
algunos elementos ya existentes originando otros novedosos. De alguna manera, hay una
cultura que utiliza imágenes y estética ligada al mundo de la violencia juvenil como
seductoras. Categorías que son utilizadas en la medida que permiten una expresividad
ligada a la identidad. Convenciones, rutinas y marcadores simbólicos que configuran un
estilo, creando una coraza protectora de la integridad del yo a partir de la confianza en un
tipo de vínculos sociales.
Esta introducción de hábitos y aspectos simbólicos novedosos al entorno social, crea
dilemas en la esfera de la acción y los valores, como sucede con los mayores que no
comprenden estas nuevas prácticas o los vecinos que las rechazan y se sienten amenazados
por ellas. El contexto espacial y la pobreza incluye en un colectivo y una generalización
ficticia, y externa, trayectorias, expectativas y estrategias disímiles. La pertenencia social
no determina biografías homogéneas –en un mismo entorno social conviven ‘vagos’ con
jóvenes que no asumen sus hábitos-, las ambivalencias biográficas que pueden ser
decididas de acuerdo con el marco establecido por la familia, el grupo o la clase, ahora
deben ser en una medida detectadas e interpretadas y manejadas por los propios individuos.
Así, los condicionamientos socioculturales se articulan con elecciones personales,
propiciando nuevos marcos de sociabilidad, de contención e identidades más o menos
transitorias. Esto, ya que pueden ser abandonadas ante nuevas posibilidades como el
ingreso al mercado laboral, dependiendo del grado previo de adscripción a ellas. La
identidad del ‘vago’ es particularmente lábil, ya que no se inserta en el entramado de
relaciones sociales de la sociedad mayor y no es procesada por las instituciones estatales
más que, principalmente, de forma disciplinaria: Consejo del Menor, Juzgado, policía,
proyectos municipales de seguridad.
Conclusiones
Se ha producido un salto cualitativo en las prácticas y en la presentación de sí,
propias de las nuevas identidades juveniles típicas de los barrios de sectores populares
analizados. Estas nuevas identidades están, en parte, vinculadas a las continuidades de
hábitos tradicionales como el alcoholismo, la violencia y la masculinidad exagerada. Estos
50
Habría actualmente en la ciudad 3000 personas sin Documento Nacional de Identidad.
1
confluyen con factores nuevos, como la falta de empleo, ingreso masivo de la droga, mayor
autonomía de las mujeres; más emergentes típicos de la cultura urbana ligada a los jóvenes
de sectores populares y a la cultura de masas: estilos musicales, ropa, hábitos corporales,
etc. En un contexto de programas públicos de viviendas y relocalizaciones relativamente
recientes, esto ha producido cambios en las formas de sociabilidad, en las identidades y las
formas de placer y diversión. El resultado es una imagen bastante diferente de la de un
joven de 20 años atrás, aparecen elementos visuales y expresivos que hacen identificable a
un ‘vago’. Conjuntamente a estos cambios se ha producido una extensión de formas no
graves de delitos y la radicalización en la mirada sobre la policía, como así también en la
deslegitimación de la esfera de la política.
Las prácticas de los jóvenes ligados a la identidad de ´vago´ deben comprenderse
dentro de las relaciones sociales concretas en las cuales participan. Un ‘estado social’
limitado, que se extendió sobre todos los sectores de forma muy despareja, ejerciendo una
regulación limitada sobre áreas ligadas a la propiedad de la tierra y la vivienda
(asentamientos precarios), a la protección laboral (por ejemplo trabajo infantil), a la salud
(ausencia de obras sociales), y al sistema educativo. A su vez, la relocalización de estos
sectores produjo nuevos conflictos ligados a los requerimientos de la vida urbana. A lo que
se agrega en los últimos años la crisis del mercado de trabajo. Colocando a los jóvenes de
estos sectores que ingresaban al mercado generalmente después de finalizar la primaria en
una situación de disposición crítica. La imposibilidad de conformar una identidad y
trayectorias aceptables ligadas al trabajo, una de las pocas posibles en tal contexto,
vulnerando la masculinidad, conlleva a la redefinición de modelos identitarios.
La extensión de las barras actuales, las demarcaciones que conjuntamente surgen
con ellas, la asiduidad del trato, traducen alteraciones en los modos de socialización. Las
barras que, como el caso de la mencionada en Los Pinos, mantienen lazos estrechos sin
vínculos con el alcohol, la droga o el delito muestran la necesidad de estas formas de
integración entre pares. Mediante la utilización de relaciones sociales tradicionales como el
‘compañerismo’ se conforman estrategias de adaptación e innovación a la marginalidad
(principalmente definida desde la exclusión al mercado de trabajo). Pero en el caso de los
‘vagos’, además, recomposición de la autoestima y el orgullo mediante prácticas que
combinan el hedonismo –formas de satisfacción ligadas a la imágen, el consumo y el sexo-
1
con imágenes de peligrosidad provenientes del ámbito del delito, que sobrepasan en
significación las formas de delito efectivamente practicadas —marcas de muerte a la
policía, y la exageración discursiva de los hechos delictivos; vg. manifestar que usan
¨fierros¨, aunque no siempre sea cierto. Es importante entender estas barras como nuevas
formas de sociabilidad y de expresión; entre pares encuentran una forma de interpretar la
realidad, de ubicarse en ella y frente a los otros.
Entre los ‘vagos’ esta forma de socialización pone el acento en una fuerte presencia
del cuerpo, en la cual intervienen hábitos y estilos bastante homogéneos. Esta cultura,
altamente basada en prácticas corporales, muestra una presencia importante de aquellas
comunes. Por otro lado, los peligros que se ciernen sobre el establecimiento de una
seguridad social y psíquica mínima son contrarrestados, en gran parte, en base a riesgo
físico -hurto, robo, confrontaciones, pero también consumo desmedido de droga y alcohol,
y sexo sin protección-. Estos riesgos son fuertes productores de placer. Un placer que
también tiene una impronta repentista. Lo que resulta en pautas culturales cortoplacistas,
ligada estrechamente al presente.
Aunque no son propensos a la argumentación política, la presencia de vínculos
colectivos con un entorno más amplio al de las propias barras esta dado por los
sentimientos de víctimización ligado a la imagen del pobre, producto de los intereses de
quienes comparten el poder, de esta manera se impugna el ámbito de la política y del
gobierno y de las agencias pertenecientes a él: policía, justicia, etc. Lo que se percibe como
inmoralidad del poder legitima las propias acciones. Del mismo modo, éstas prácticas
opositivas revierten la pasividad de la imagen de la víctima. Las coincidencias en las
evaluaciones sobre el presente ligada a la política y el Estado muestra valores morales
compartidos que se transmiten socialmente, a pesar de las ambigüedades culturales y la
perdida de centralidad del Estado como órgano supremo de la moral a partir de un proceso
creciente de deslegitimación. Las expectativas entre los vecinos confluyen en la búsqueda
de un Estado como el edificado simbólicamente a partir del 45, en este sentido como deseo
o añoranza sigue estando en el centro de las expectativas sociales.
Vemos también un mayor vínculo horizontal entre pares, en detrimento de otros más
verticales como son la integración intergeneracional en ámbitos de trabajo o la inclusión en
espacios institucionales. Entonces, estas relaciones y prácticas construyen modos de
1
socialización de tipo tradicional entre pares en un entorno de fuerte incertidumbre,
constituyendo modos de pertenencia aceptable para la propia autoestima, que ya no pueden
ser generados de igual manera por los anteriores modos de socialización. Se constituyen
nuevas identidades culturales que conllevan cambios cualitativos en las formas de
sociabilidad. La relación entre ambas es recíproca.
Ahora, estas prácticas y estilos compartidos que expresan la identidad y la
sociabilidad producen, en tanto de alguna manera utilizan imágenes del mundo del delito,
una sobredimensión de la amenaza hacia fuera del barrio. Esto se superpone a los
estereotipos con que son observados estos sectores sociales, ocultando formas de delito y
peligrosidad mayores. Por fin, esto produce un mayor corte socioespacial: los ‘vagos’ no
transitan por el centro y estos barrios son cada vez más ligados a la inseguridad. Por último
esta amplificación del peligro que supone la presencia estilística del delito puede ser
aprovechada desde espacios de poder en beneficio de formas más severas de control social
y represión vinculando delito-pobreza.
Para terminar, esta peligrosidad sobrevaluada se sitúa lejos de los grados de violencia
en el conurbano bonaerense, esta diferencia queda abierta para el desarrollo comparativo en
un trabajo posterior, pero a modo de borrador me permitiré señalar algunas cuestiones
pertinentes a mi caso que podrían servir para transitar hacia esa comprensión:
a) Éstas prácticas de los jóvenes ligadas al delito no tienen antecedentes familiares, ni
en los grupos etarios mayores, salvo contadas excepciones.
b) Esa distancia crea un contexto poco facilitador para estas prácticas, que por el
contrario son generadoras de desconcierto y rechazo.
c) La estructura urbana, a pesar de que uno de estos barrios posee un diagrama interior
laberíntico –de casas de una planta-, presenta espacios suficientemente amplios que
resultan en una gran visibilidad.
d) Esta visibilidad, más el conocimiento que los vecinos del barrio y de fuera del
mismo tienen de las identidades de los jóvenes, crea impedimentos para el
ocultamiento y la protección. Sobre todo en una ciudad que permite por su tamaño
un conocimiento mayor de los vecinos y donde el ‘chisme’ funciona aún como
medio de información.
1
e) El estilo de vida de los jóvenes ´vagos´ en el barrio necesita, por lo tanto, de formas
de negociación y tolerancia implícitas que éstos deben controlar, exponiéndose en
caso contrario a una confrontación que vulneraría, en primer lugar, sus formas
públicas de sociabilidad.
f) Hay formas de delito que no pueden ser digeridas, en la ciudad, por ningún sector
social.
g) Por último, se evidencian diferencias sustanciales en el poder político local –es
posible apreciarlo en los intentos de integrar a jóvenes judicializados a través de
diversos programas: construcción Polideportivo, Plan Trabajar y Plan Jefes y Jefas
de hogar-.
Ξ
1
III.
Los Jovenes Tutelados: Un “Elenco Estable”
Alejandra Roovers
Sobre el Sentido de la «Protección» O «Tutela» en la Justicia de Menores
Desde el momento mismo en que la sociedad proscribe el uso de la fuerza privada,
limitando su aplicación a las situaciones de legitima defensa, el ordenamiento jurídico
adquiere un sentido proteccional que impregna todas las ramas del derecho. No obstante lo
cual, en las diversas modalidades del derecho la idea de «protección» cobra diferentes
sentidos.
Cuando la protección se refiere a personas adultas, el derecho tiende a eliminar o
neutralizar obstáculos susceptibles de impedir o limitar irrazonablemente el uso de su
libertad. En cambio, cuando la protección se refiere a los niños, el derecho propone
“acompañar el proceso de crecimiento y formación de su personalidad, de transferirles
conocimientos del mundo y de sí mismos, de inculcarle valores de conducta para que pueda
hacer uso en forma progresiva y responsable de su libertad.” (Raffo, et.al., 1986)
Esa propuesta diferencial procede de reconocer en los niños
“... una natural
insuficiencia para afrontar las situaciones que le presenta la vida en sus diversas
manifestaciones...”(Raffo,et.al., 1986). Esa insuficiencia se defiende aduciendo que se trata
de un individuo “no plenamente desarrollado en sus aspectos biológicos, psíquicos y en
consecuencia social...” (D’Antonio, 1994), de donde “...esta particularidad hace que el
derecho se impregne de una orientación intuitiva que, a su vez, se vuelve principio
interpretativo”(D’Antonio, 1994).
Esta noción sobre la infancia, construida en relación con su insuficienciaincapacidad, si bien procede de épocas tan remotas como las del imperio de la institución
1
del “Padre de Huérfanos” 51 que llegara desde España a América junto con la colonización,
está presente hasta hoy en la cultura del derecho.
En nuestro país, para dar cuenta plenamente sobre el alcance de dicha doctrina,
tenemos que remontarnos al periodo comprendido por los años 1919 a 1939. Durante esos
20 años, no solo se diferencia la rama del derecho especializada en individuos menores de
edad y se crea un nuevo tipo de institucionalidad en la justicia a propósito de ellos, sino que
además la concepción sobre esos individuos alcanza una configuración institucional más
definida en la noción de «menor», que condensa significaciones tales como huérfanos,
vagabundos, delincuentes52.
Este periodo es considerado por García Méndez como una primera etapa en las
reformas jurídicas del derecho de la infancia en América Latina 53; durante ella se sanciona
la ley 10.903/19 del Patronato de menores, conocida como ley Agote y de alcance nacional,
y se crean los primeros tribunales con competencia en esa materia.
La ley de referencia contiene los preceptos generales para un sistema proteccional
que consagra el principio de la subsidiariedad de la intervención del Estado en las
relaciones paterno-filiales; principio que además faculta al juez para intervenir educativa,
tutelar y asistencialmente sobre niños abandonados o expuestos por sus padres, otorgándole
una amplia delegación para disponer del menor de edad y decidir sobre su vida
discrecionalmente.
La noción de «abandono» que se delinea en la ley Agote es tanto amplia como
imprecisa, ya que ese estado puede ser el peligro moral a la incitación –por parte de padres
51
La institución llamada “Padre de Huérfanos” resulta de la orden impartida a los jurados de Valencia por el
Rey Don Pedro IV de Aragón y II de Valencia para que se nombrasen como curadores de niños pobres y
huérfanos a vecinos de la ciudad. Con el tiempo esta institución pasó a tener las funciones de atender a los
huérfanos —buscándoles “acomodo y oficio”— y de reprimir el vagabundeo y los delitos cometidos por
niños. La institución del Padre General de Menores se extendería a diversas ciudades y villas de los reinos de
Castilla y de Navarra y subsistiría hasta finales del siglo VIII. Cuando la conquista de América, la Corona
designaba un Padre de Menores y Huérfanos en cada ayuntamiento. Esa institución luego pasó a ser llamada
Padre de Menores para transformarse posteriormente en el Juez Principal de Menores. (Cf.: Raffo, et.al.1986).
52
Al respecto es de importancia la contribución de Carli quien se propone dar cuenta de la convergencia de
múltiples procesos que intervienen en la construcción social de la infancia y aplica para ello la noción de
“matriz” a la cuestión de edad. Una de las matrices que reconstruye en su investigación es la del periodo
comprendido entre 1880-1916, cuyas características básicas se extienden hasta 1930, en la cual el niño es
entendido como «menor» sin derechos propios. (Cf. Carli, 1994).
53
Este especialista afirma que en América Latina, y en lo que se refiere al derecho de infancia, una primera
etapa de reformas jurídicas aconteció entre los años 1919-1939 y una segunda, aun abierta, comenzó a partir
de 1990. (Cf. García Méndez, 1998).
1
o tutores- a actos perjudiciales a la salud física y moral del niño, la vagancia, la
mendicidad, la frecuentación de sitios inmorales, y otros más. Los márgenes poco claros y
la determinación siempre dubitable, cuando es menester el reconocimiento práctico del
«abandono», hacen posible no diferenciar las infracciones a la ley penal, en sentido estricto,
de otros comportamientos sociales.
Esa cuestión ha propiciado enfoques sobre el problema del «abandono» que varían
entre los que sustentan que el ejercicio proteccional alcanza a cualquier menor de edad en
“estado de carencia”, hasta los que sustentan que ese ejercicio alcanza a cualquier menor de
edad en “situación irregular”. Este conjunto de enfoques es, según afirman los juristas, el
soporte filosófico e interpretativo de la doctrina de la “Situación Irregular”. Nosotros, y
siguiendo a Gramsci, podríamos decir que se trata del soporte ideológico 54 de dicha
doctrina.(Cf. Sacristan, 1986).
La doctrina de la Situación Irregular, en el plano concreto del ejercicio proteccional,
se reveló a lo largo de casi 83 años en prácticas donde “..lo «tutelar» en sentido de
«protección» y lo «correccional» en sentido de «curación» constituyeron una suerte de
andamiaje sobre el que se montarían todas las políticas dirigidas hacia aquellos que se
identificaran
y
clasificaran
como
«desviados»,
«delincuentes»,
«abandonados»,
«maltratados»...” (Guemureman y Daroqui, 2001). Por esta razón, señalan algunos analistas
críticos de la doctrina de la Situación Irregular, esta ideología jurídica es pseudo-tutelar, ya
que en la realidad se traduce en un sistema compasivo-represivo, que judicializa los
problemas sociales y criminaliza la pobreza. (García Méndez, 2001).
Pese a que la Argentina integró a su legislación la Convención sobre los Derechos
del Niño en el año 1990 —a través de la ley 23.849— e incorporó a su Constitución
Nacional dicha Convención en el año 1994, todo ello con la finalidad de promover y
garantizar los derechos y la integración social de la niñez y la juventud, la correspondiente
adecuación
y transformación de todo el andamiaje legislativo y administrativo de la
justicia de infancia aun no se ha corporizado en la realidad —salvo excepciones en algunas
jurisdicciones judiciales—. La Doctrina de la Situación Irregular y el sistema de justicia
que le es propio, aun hoy están en vigor y observancia.
54
1
El Patronato Público de Menores: Institucionalidad y Prácticas
La breve reseña que antecede no pretende ser un examen de la evolución del sistema
tutelar y su doctrina jurídica, sino solo un modo de presentar el escenario de nuestro
estudio, escenario que se limita a algunas instancias entre las que conforman el Patronato
Publico de Menores en la Provincia de Buenos Aires55.
Pretendemos examinar las prácticas sociales inherentes al ejercicio del Patronato, al
amparo de niños y jóvenes, con el propósito de conocer tanto sus propiedades distintivas
como los efectos que le son propios.
Ahora bien, conocer y explicar las prácticas sociales exige que todo el tiempo se
considere que los agentes, en la interacción social, están constreñidos por sistemas de
relaciones objetivas que, además, fundamentan sus prácticas tanto como sus
representaciones, las que tienen respecto de las relaciones objetivas en que se inscribe su
práctica, las que tienen respecto de su propia práctica y las que tienen respecto de las
prácticas de otros agentes.(Bourdieu, 1991)
Para dar curso a nuestra pretensión examinaremos los datos obtenidos durante un
estudio exploratorio orientado a observar diversos aspectos vinculados a las medidas
tutelares y a los recursos dinamizados por diferentes autoridades de aplicación del
Patronato Público de Menores, así como material cualitativo relevado a partir de entrevistas
a informantes competentes y registros de testimonios.
En el estudio exploratorio de referencia el universo sujeto a observación se acotó a
individuos menores de 18 años, autores o participes de hechos calificados por la ley como
delito, falta o contravención; con residencia fija en el territorio de un partido de la Provincia
de Buenos Aires; a disposición de juzgados de menores con competencia territorial en
dicho partido. Por la muestra que resulta de este recorte nos limitaremos a profundizar en el
conocimiento de las intervenciones tutelares de naturaleza penal, de donde la
generalización de nuestras aproximaciones no podrá hacerse extensiva a intervenciones
tutelares de otra naturaleza.56
55
La estructura de administración de justicia para menores de edad, en jurisdicción de la Provincia de Buenos
Aires, se conforma según lo establece el decreto-ley 10067/83 por: el órgano jurisdiccional o fuero
especializado; el organismo técnico-administrativos que desarrolla acciones auxiliares de la justicia, en
aspectos procesales y operativos, para ejecutar las decisiones judiciales; y el Ministerio de Menores que los
representa en todo asunto judicial o extrajudicial. Cf.: Decreto 1304/95 Provincia de Buenos Aires.
56
Causas de naturaleza penal: cuando aparecieran como autores o participes de un hecho calificado por la ley
como delito, falta o contravención, menores de 18 años de edad. Causas de naturaleza asistencial: cuando la
1
Preliminarmente, en el marco de diversas tareas exploratorias, reparamos que es la
aprehensión y alojamiento transitorio del niño o joven en una dependencia policial el
principio de un recorrido durante el cual, y a partir del cual, operan y operaran sobre ellos
una variedad de prácticas tutelares.
Ese recorrido, expuesto sucintamente, se inicia cuando la policía hace efectiva la
aprehensión de un menor de edad. En esa circunstancia, la policía como auxiliar de la
justicia, debe en principio comunicar al tribunal de menores de turno —incluso de forma
inmediata por vía telefónica— la aprehensión y remiten en calidad de prueba preliminar la
documentación donde obra la situación que motivó la captura.
En tanto el Tribunal de turno, y sobre la base del tipo de delito imputado y/o las
características del menor, puede disponer continuar el proceso con el menor en libertad o
bien ordenar su detención. Cuando ordena la detención ésta se hace efectiva en una
dependencia policial57.
Durante el proceso, el juez ordena los procedimientos periciales necesarios y es la
policía la responsable de hacer efectivas las medidas sumariales 58. Cuando el menor de
edad es presentado ante el Juez59 para su indagatoria, se lo somete a un examen médico y si
su causa es nueva, es decir si no se cuenta con conocimiento anterior sobre el niño o joven,
también se lo somete a un examen psicológico y se ordena un informe socio-ambiental. La
declaración del menor de edad se realiza con la presencia del/la Asesor/a de Menores y
puede ser materia de la misma tanto las circunstancias relativas al hecho delictivo, como
salud, seguridad, educación o moralidad de menores de edad se hallare comprometida por actos de
inconducta, contravenciones, o delitos de sus padres, tutores, guardadores o terceros; por infracción a las
disposiciones legales referentes a la instrucción y al trabajo; cuando por razones de orfandad o cualquier otra
causa, estuviesen material o moralmente abandonados, o corriendo peligro de estarlo, para brindar protección
y amparo, procurar educación moral e intelectual al menor y para sancionar, en su caso, la inconducta de sus
padres, tutores, guardadores o terceros, conforme a las leyes; etc. Cf. Decreto 1304/95, artículo 10 incisos a y
b.
57
La privación de la libertad “debería” ser excepcional. Cuando tiene que materializarse en la detención en
comisaría “correspondería” que las dependencias policiales alojen con exclusividad individuos menores de
edad, separados según sexo y diferentes rangos de edad. Pero aun más, cuando el caso fuere de individuos que
no alcanzan los 14 años, “debería” alojárselos provisionalmente en establecimientos asistenciales locales y de
ningún modo en una comisaría. N. del A.: Usamos el modo condicional, señalado entrecomillado, para aludir
a que las condiciones tratadas en la práctica no se hacen realidad.
58
Según el Código Procesal Penal, en la Provincia de Buenos Aires y en materia de menores, el proceso lo
instruye la policía. Este aspecto ha sido modificado en materia de mayores.
59
Presentación que en la práctica –salvo excepciones- es ante alguno de los Secretario de causas penales,
dependiente del tribunal, que será en adelante el responsable de la tramitación de la causa.
1
otras relativas a aspectos tales como la escolaridad, las relaciones familiares, el consumo de
drogas, etc.
El fin de la estadía en una comisaría sucede cuando el juzgado que dispone
tutelarmente del menor administra las medidas para su egreso. Estas pueden consistir en el
reintegro del menor de edad a su familia y bajo la tutela de sus responsables legales —con
o sin inclusión del menor de edad en alguno de los programas alternativos a la interacción 60
— o bien otras formas de egreso61 que suponen la reserva de la función tutelar por parte de
los juzgados.
La internación, en el caso de la Provincia de Buenos Aires62, implica, en general, la
mudanza63 del menor de edad desde la comisaría hacia la sede —en la ciudad de La Plata—
del Departamento de Ubicación de Causas Penales 64, donde se procede a la identificación
civil del menor, a una nueva evaluación y a su ubicación en establecimientos, sean estos los
acordes a la problemática y características psicofísicas que se determinaron respecto de él
en la sede judicial, en la sede del Departamento de Ubicación, o sencillamente en los que
hay disponibles vacantes.
Respecto de los individuos menores de edad detenidos en comisarías, resta aun
exponer que, si bien éstos están al cuidado diario de agentes policiales comunes, el órgano
técnico-administrativo del Patronato de menores —Consejo Provincial del Menor—, a
través de sus dependencias descentralizadas emplazadas una en cada jurisdicción del fuero
de menores —Consejos Departamentales—, es el encargado de proveer los alimentos,
colchones y frazadas, elementos de higiene personal y de limpieza65. Asimismo, desde los
60
P. ej.: Centros de día para atención de psicopatologías, régimen de libertad a cumplir con asistencia o
vigilancia, etc.
61
P. ej.: interacción en establecimientos penales de diversos regímenes, en establecimientos asistenciales, etc.
62
En esta Provincia, el organismo técnico-administrativo del Patronato de menores, actualmente Consejo
Provincial del Menor, es, según lo establece el decreto-ley 10.067, el encargado de “instalar y atender: a)
Institutos -que dependerán exclusivamente de él- de seguridad y tratamiento para menores que hayan
incurrido en hechos que la ley califica como delitos...; b) establecimientos de régimen cerrado -que
dependerán exclusivamente de él- para menores de uno u otro sexo con graves problemas de conducta; c)
institutos de internación cuya tipificación según sexo, edad y otras características, será establecida por vía
reglamentaria...”.Cf.: Decreto- 1304/95. Capítulo IV, artículos 102 a 104; sobre el Consejo Provincial del
Menor: Ley 11.737/95 de la provincia de Buenos Aires.
63
Efectuada por la policía con personal y vehículo propios.
64
Organismo dependiente del Consejo Provincial del Menor, Subsecretaria de Asistencia y Tutela del Menor,
Dirección de Registro, Evaluación y Ubicación. Cf. Ley 11.737/95.
65
Con el fin de favorecer una mejor coordinación entre los Juzgados de Menores, el Ministerio de
Seguridad de la Provincia de Buenos Aires y el Consejo Provincial del Menor en 1985 se decide la creación
provisoria de comisarías del menor, posteriormente el Consejo Provincial del Menor diseñó y puso en
ejecución el programa especifico para la atención de los menores de edad alojados en ellas.
1
Consejos Departamentales se desarrolla una asistencia personalizada a los niños menores
de edad privados de libertad, además de seguir la tramitación de la causa judicial y analizar
las particularidades de cada caso para gestionar pertinentemente la disponibilidad de
vacantes en los institutos y establecimientos de internación.
Precisar el circuito exhibido anteriormente nos permitió advertir que podíamos
seguir intensivamente el ejercicio del poder proteccional fijando como campo de
observaciones las acciones de asistencia dirigida a niños y jóvenes privados de su libertad,
tal y como se gestiona desde los Consejos Departamentales dependientes del Consejo
Provincial del Menor, y de este modo concurrir a satisfacer el propósito de acercarnos
concretamente a la institución del Patronato de Menores, en especial a sus prácticas.
La incertidumbre: ¿Cuántos y Quiénes son los Niños y Jóvenes Tutelados por Causas de Naturaleza Penal?
En oportunidad de desarrollar nuestra tarea investigativa tomamos como testigo un
Consejo Departamental. Utilizamos como fuente de datos un conjunto de diversos
instrumentos que en ese Consejo Departamental son usados para registrar por escrito
información sobre niños y jóvenes tutelados por causas de naturaleza penal y privados de su
libertad.
Un conjunto de estos instrumentos está compuesto por documentos que resumen las
actuaciones instruidas por funcionarios policiales —auxiliares de la justicia—
intervinientes en la aprehensión de individuos menores de edad
—sospechados de ser infractores a la ley penal, contraventores, etc.—. En cada unidad de
estos instrumentos, “Investigación Penal Preparatoria” (IPP), se consigna: seccional y
agentes intervinientes en el procedimiento, motivo por el cual intervienen, circunstancias
del procedimiento, identificación civil de los damnificados y de los sujetos activos del
delito o contravención, domicilios, carátula provisional del hecho, providencias efectuadas
a diferentes autoridades judiciales con competencia y, si el juzgado ha ordenado la efectiva
detención66 del individuo menor de edad, se consigna el lugar donde se le alojará para
materializar su detención: número de seccional de la comisaría para menores de edad o
nombre del establecimiento de internación transitoria.
66
Usamos el término “detención” para referirnos a la circunstancia en que ya fue dispuesta, por orden
judicial, la efectiva privación de la libertad.
1
Otro colectivo está compuesto por nóminas de individuos alojados en comisarías
para menores de edad67. Cada unidad de este instrumento, “Parte Diario de Comisaría”
(PDC), consiste en una planilla que se produce en el Consejo Departamental testigo y son
responsables de su confección agentes técnicos de esa repartición. Se individualiza cada
PDC según día-mes-año y número de seccional de la comisaría para menores de edad; y en
ellos se siguen las altas y bajas de individuos alojados a disposición de la justicia tutelar.
Además se especifica para cada individuo registrado: apellido y nombre, edad, causa de su
alojamiento o detención —consignada según carátula, esto es, según el nombre legal de la
circunstancia que da lugar a la intervención del juzgado—, número del tribunal competente,
fecha de ingreso a la seccional de la comisaría para menores de edad y fecha de egreso de
ella, y destino del egreso —consignada según la disposición del juez: libertad con sus
progenitores o derivación para su interacción—.
Un tercer grupo de instrumentos está compuesto por memorias individuales sobre
individuos menores de edad tutelados por causas de naturaleza penal. Estas memorias
individuales también se producen en el Consejo Departamental testigo y son responsables
de su confección los mismos agentes técnicos que llevan los PDC. Cada unidad de este
instrumento, “Memoria Individual” (MI), consiste en una ficha donde se registra: apellido y
nombre del individuo menor de edad que ha estado alojado en una comisaría para menores
de edad; fecha de nacimiento; domicilio; lugar de nacimiento; tribunal competente y
secretaría judicial a cargo. Asimismo, para cada una de las veces que ese individuo ha
estado alojado y/o detenido en una comisaría para menores de edad: la causa
—número de trámite y carátula—; fecha de ingreso a comisaría y seccional
correspondiente; fecha de egreso; destino del egreso; seguimiento con relación al egreso —
consignado según la disposición judicial correspondiente: programa alternativo a la
internación al que pudiere haber sido derivado, o si se ordenó su interacción, nombre del
establecimiento en el que se aloja, información sobre su permanencia y comportamiento—;
síntesis de datos emanados del “Estudio de Causa”.
67
De hecho, si bien este aspecto no lo abordaremos aquí, en las comisarías para menores de edad, y en otras
seccionales policiales, se alojan niños y jóvenes detenidos pero también otros que, sin estarlo, están privados
de su libertad –por tratarse de una causa de naturaleza social o bien hasta tanto sean entregados a sus tutores
legales-. Para remitir a esta realidad, que también se materializa en los PDC, creemos que podemos nombrar
en general las dos situaciones con el término “alojados”.
1
El “Estudio de Causa” es el instrumento individual que conforma el cuarto conjunto
entre las fuentes. Individualizados para cada caso de un niño o joven tutelado por causas de
naturaleza penal, los Estudios de Causas (EC) son una anamnesia de los antecedentes
judiciales. Esta anamnesia la producen en el Consejo Departamental testigo agentes
profesionales que están acreditados ante los tribunales para tomar vista de los expedientes.
De ellos extractan, además de datos generales sobre el individuo, información relevante
sobre su personalidad y las circunstancias familiares y sociales presentes en su medio —
información obrante en los protocolos socio-ambientales, médicos y psicológicos
efectuados por los peritos de los juzgados—. El producto de esta pesquisa se registra en una
planilla que se archiva en dependencia del Consejo Departamental.
Estos grupos de instrumentos fueron utilizados en calidad de fuentes porque en su
conjunto nos permitieron construir datos con un alto grado de consistencia para los
individuos de nuestra muestra. Dicha construcción no fue una tarea sencilla, ya que sobre
un mismo individuo, las imprecisiones obrantes en algún grupo de fuentes y las diferencias
y contrastes entre las diferentes fuentes se nos presentaban recurrentemente. Por esta razón
surgió, como un interés secundario a nuestros objetivos, la inquietud por explorar, a
propósito de las fuentes, los procedimientos, en tanto dominio práctico de la práctica
(Bourdieu, 1991), aplicados a la recolección de información y a su asiento en registros
escritos.
Examinamos entonces exhaustivamente cada unidad de estos grupos de registros;
observamos jornadas de trabajo e indagamos sobre los procesos de producción de los
mismos a quienes son los agentes encargados de conformarlos y mantenerlos actualizados.
Una ardua tarea de casi un año.
En adelante comentaremos ciertos aspectos de los procedimientos, de las tareas
cotidianas y minúsculas, con la pretensión de mostrar el considerable efecto que ellas
tienen: la incertidumbre. Incertidumbre que se manifiesta en diferentes dimensiones
institucionales y en diversas formas, dado que los efectos de los que hablamos se revelan
tanto en las estadísticas globales de la población tutelada por causas de naturaleza penal,
como en el conocimiento disponible para el uso institucional cotidiano, conocimiento
necesario y suficiente para intervenir tutelarmente a propósito de las peculiaridades de esos
niños y jóvenes.
1
Comenzaremos
por
comentar
sucintamente
cómo
los
Informes
Penales
Preparatorios presentan un conjunto de inconvenientes para un correcto calculo de la
población tutelada por causas de naturaleza penal, tanto en el campo policial como en el
tutelar.
Cuando analizamos las entrevistas realizadas a informantes competentes 68
advertimos indicios sobre la existencia de dos situaciones diferentes pero concurrentes a los
fines de sus efectos. Una de estas es que en las comisarías no siempre se inician actuaciones
escritas, y no siempre se da intervención a la justicia de menores cuando se aprehende a un
individuo menor de edad. La otra, y que trataremos en este apartado solo en uno de sus
matices, es que no todos los individuos menores de edad aprehendidos por cometer un
ilícito reciben el mismo trato durante su demora en una dependencia policial.
Durante el examen referido cobra sustancia una suerte de caso ejemplar 69. Se trata
de una dependencia policial que se emplaza en un barrio donde, en una de sus arterias
principales, se localiza un centro de recreación nocturna al que concurren regularmente
cientos de jóvenes. Además, en dicho barrio residen prevalentemente familias
pertenecientes a segmentos socioeconómicos altos. Es esa seccional policial la que tiene
capacidad en esa jurisdicción e interviene, por lo tanto, siempre que pudieren producirse
disturbios ocasionados por los jóvenes en los locales de recreación mencionados. Pese a
demorar a los causantes de delitos tales como daño, lesiones, y contravenciones diversas,
no en todos los casos dan intervención a los tribunales de menores, entregando a los
jóvenes a sus progenitores sin más trámite —sin ser registrado el acontecimiento en el libro
de guardia, etc.—.
Hasta donde hemos podido conocer, la inteligencia que preside este tipo de
procedimientos policiales está ligada a una atribución de integridad, conferida por la policía
a las familias. Tanto por su status social, como por la presunción de que entre las relaciones
sociales de estas familias, sino entre alguno de sus miembros mismos, existen personas con
“influencia” que pueden cuestionar competentemente y ante las autoridades pertinentes el
empleo de medios operados por agentes de la dependencia, una forma de evitar problemas
68
Entrevistas de mayo-junio de 1999: agente profesional, retirado, del Consejo Provincial del Menor;
entrevistas de Abril de 2002, agente técnico del Consejo Provincial del Menor.
69
Además, la inspección de los IPP archivados en el Consejo Departamental testigo, correspondientes al
periodo comprendido entre los meses de marzo de 1998 a marzo de 2000, corroboró la situación que se
sintetiza en el caso ejemplar.
1
—tanto entre la dependencia y la estructura de mando de la fuerza de seguridad, como entre
la dependencia y el fuero de menores— es entregar de inmediato a estos jóvenes a sus
padres.
Estos procedimientos, que no dejan huellas objetivas, hacen difícil hallar un camino
viable para constatarlos en toda su magnitud. No obstante, aun sin certezas sobre cuán
extendidos pudieren estar, es admisible encuadrarlos como prácticas de “selección” y
sustentar que la contabilidad o estadística general de “menores en conflicto con la ley
penal”70 —las del Sistema de Estadística Policial, las del Registro Nacional de Reincidencia
y Estadística Criminal, las del Ministerio de Seguridad y Justicia de la provincia de Buenos
Aires, las del Consejo Provincial del Menor, entre otras— está afectada, por efecto de estas
prácticas, de subregistro.
Aun otras dificultades relacionadas con los IPP se relacionan con los procedimientos
aplicados a una parte de la indagación policial para conformarlos. Ilustraremos brevemente
sobre esto con la intención de mostrar cómo estos procedimientos, que no llegan a resolver
de modo certero la identificación —en términos de edad, nacionalidad, ocupación, estudios,
etc.— de un individuo sospechado como autor de un delito, inciden en las estadísticas
globales.
Las IPP reúnen los datos de base tal como son declarados por el agente activo del
delito. Ahora bien, nuestra investigación mostró que entre los individuos menores de edad
es frecuente el uso de identificaciones civiles falsas, o «alias», para impedir de este modo el
acceso al conocimiento de procesos penales anteriores al actual. Otra práctica recurrente es
falsear la edad y fecha de nacimiento: en algunos casos, cuando se trata de menores de edad
de 16 y más años, tan solo para pretender ser alojados en una comisaría para menores de
edad destinada a niños de menos de 16 años —dado que éstas son consideradas más
“blandas” en el trato diario—; en otros casos, cuando se trata de jóvenes de más de 18 años
de edad, para evitar el ser alojados en seccionales policiales comunes —donde tendrían que
compartir calabozos con individuos mayores de edad—. Además suele falsearse el
domicilio, con el propósito de evitar allanamientos de morada o la sospecha en relación con
algún cómplice del delito que se halle prófugo; así como la ocupación, para demostrar
cierto grado de integración social y disuadir sospechas.
70
Entrecomillamos la expresión dado que corresponde al eufemismo usado en algunos organismos públicos
para designar a los niños y jóvenes tutelados por causas de naturaleza penal.
1
Esas y otras práctica semejantes que ejercen los niños y jóvenes en instancias de su
aprehensión, prácticas que responden a estrategias de oposición a la autoridad y que
permiten obstruir el accionar de dichas instancias, son de tal eficacia que suelen insumir
mucho del tiempo y los recursos de la instancia procesal-judicial para determinar “de quién
se trata”. Pero para cuando esto se logró, ya ha llegado esa información de escasa
confiabilidad hasta los registros-fuente de las estadísticas criminológicas de la policía.
También cabe aquí señalar, que este es uno, entre otros, de los motivos por los cuales se
presentan tantas diferencias de cantidad, respecto de una misma unidad bajo análisis,
cuando se comparan estadísticas provenientes de diferentes organismos oficiales.
Otro tipo de inconvenientes que presentan los IPP está relacionado con los
procedimientos relativos a su distribución, que realiza directamente la seccional policial
que intervino en la aprehensión del individuo menor de edad, entre las diferentes instancias
del Patronato Público de Menores.
Al respecto hemos observado que cuando la policía registra oficialmente las
aprehensiones de individuos menores de edad, confecciona una IPP y éste es siempre
remitido al tribunal de menores en turno. Pero no sucede lo mismo con el Consejo
Departamental testigo. Durante los días hábiles no todas las seccionales policiales remiten
los IPP, correspondientes a individuos menores de edad que hubieren aprehendido, a la sede
de dicho organismo; así mismo, cuando las aprehensiones se producen en días feriados o
fines de semana no todos los correspondientes IPP que se hubieren confeccionado se
remiten al primer día hábil siguiente.
Ahora bien, la información obrante en los IPP es uno de los insumos usados para
conformar los PDC, el otro es la información que recogen agentes del Consejo
Departamental testigo durante las inspecciones que realizan en las comisarías para menores
de edad. Estas inspecciones no se realizan todos los días hábiles y, salvo excepciones, no
se hacen durante fines de semana y días feriados, por tanto los días en que no se dispone de
esta información, el IPP es el único medio para registrar en el PDC el ingreso de un nuevo
detenido o alojado. De este modo, la ineficiente distribución de los IPP afecta, por defecto,
el recuento de individuos detenidos y alojados en comisarías para menores de edad. Es
conveniente aclarar, además, que el subregistro de casos es más alto cuando las
aprehensiones se producen en fines de semanas o días feriados y si es que al primer día
1
hábil el individuo ha sido egresado según disposición judicial, ya que este caso
directamente es incontabilizable hasta para quienes inspeccionan las comisarías para
menores de edad.
Hasta aquí pudiera parecer que estos procedimientos relativos a la distribución de
los IPP afectan solo las estadísticas internas al Consejo Departamental testigo, pero ello no
es así. Los PDC se giran a diario a la sede central del Consejo Provincial del Menor y son la
fuente utilizada para producir sus estadísticas de niños y jóvenes privados de libertad y
alojados y detenidos en comisarías, las que por lo tanto adolecen de subregistro. Este es un
motivo, entre otros, por el cual cuando se comparan estadísticas provenientes de otros
organismos oficiales con las del Consejo Provincial del Menor las magnitudes respecto a
individuos menores de edad en comisarías no coinciden.
Por otra parte, cuando inspeccionamos todos los “Partes Diarios de Comisaría”
(PDC), correspondientes al periodo comprendido entre los meses de marzo de 1998 y
marzo de 2000, observamos también que los procedimientos aplicados a su producción
afectan la contabilidad o estadística general relativa a la población de menores tutelados
bajo proceso penal. Determinamos la existencia de dos formas de subregistro.
Para tratar una de esas formas de subregistro comencemos por señalar que los PDC
no dan cuenta de la totalidad de individuos menores de edad tutelados por causas de
naturaleza penal, privados de libertad y alojados en comisarías. Colegimos, a partir de las
explicaciones ofrecidas por quienes eran los agentes responsables de confeccionar los
partes que examinamos, que este subregistro es consecuencia de limitaciones de cobertura
del Consejo Departamental testigo.
La competencia o autoridad territorial del Consejo Departamental, que es idéntica a
la del fuero de menores, alcanza a varios partidos de la provincia de Buenos Aires; en tanto
la sede del Consejo Departamental, al igual que la de los tribunales del fuero, y de la
Jefatura Regional de Policía, se emplaza en la localidad cabecera de uno de esos partidos,
localidad en la cual existen las únicas comisarías para menores de edad de toda la
jurisdicción. Con estas comisarías el Consejo Departamental testigo está en permanente
interrelación; al respecto hemos comentado ya que los PDC los completan agentes del
Consejo Departamental testigo con información que telefónicamente proveen las
1
comisarías para menores de edad y con información que aportan otros agentes técnicos de
dicho Consejo que inspeccionan regularmente esas comisarías.
Ahora bien, por razones de diverso orden, no todos los individuos menores de edad
alojados en comisarías y tutelados por causas de naturaleza penal se hallan en las
comisarías para menores de edad. De hecho, están a cargo de las instituciones tutelares
niños y jóvenes que se alojan en dependencias policiales emplazadas en otros partidos de
la jurisdicción, en otras localidades del partido y, aun más, en la misma localidad donde se
ubican las comisarías para menores de edad hay individuos menores de edad alojados en
dependencias policiales comunes. Estos son los casos que el PDC no captura71, sino de
modo eventual y en determinadas circunstancias.
Hasta donde hemos podido determinar, esta perdida de casos es resultado de la
ineficiente instrumentación de mecanismos de interrelación entre el Consejo Departamental
testigo y la Jefatura Regional de Policía, en forma integral, y con las dependencias
policiales en forma particular.
Pero aun más, el PDC pierde otros casos, engrosando el subregistro de menores
tutelados por causas de naturaleza penal y privados de libertad, también como consecuencia
de su escasa cobertura. Nos referimos aquí a casos de niños infractores de la ley que son
detenidos pero por razones de diverso orden —como por ejemplo cuando se trata de un
niño que no supera los 14 años de edad y la infracción da lugar a la primera causa de
naturaleza penal— son alojados en establecimientos locales de tipo asistencial y de gestión
Municipal. También aquí, hasta donde hemos podido determinar, la inexistencia de
mecanismos de contacto interinstitucional con la Municipalidad en general y con los
establecimientos en particular es la causa de la perdida de estos casos.
Para tratar la otra forma de subregistro detectada durante la inspección del conjunto
de PDC ya citados, consideraremos algunos procedimientos aplicados a asentar la
información recolectada que inciden en la captura de datos relativos a las aprehensiones y
detenciones reiteradas de un mismo individuo en el mismo mes.
71
No solo no se los capturan en tanto “dato” sino que además no se los registra en tanto menores de edad
tutelados por causas de naturaleza penal y privados de libertad. Así, quedan privados de la asistencia que
realiza el Consejo Departamental destinada a los niños y jóvenes alojados en comisarías para menores de
edad, tanto de la asistencia material —provisión de alimentos, colchones y frazadas, elementos de higiene
personal y de limpieza— como de la asistencia personalizada —entrevistas en calabozos, seguimiento de la
tramitación de la causa judicial, gestiones de traslados y obtención de vacantes en los institutos y
establecimientos de internación— .
1
Observamos que de modo recurrente se anotan imprecisamente en el parte del día
las fecha de ingreso-egreso de un individuo a una comisaría para menores de edad. Hasta
donde pudimos determinar, la imprecisión resulta del contínuum mismo durante el cual se
recolecta-registra la información. El parte del día se conforma, sobre la base de la planilla
del parte del día anterior, luego de haber solicitado la noticia sobre nuevos ingresos a las
comisarías para menores; este parte preliminar es luego corregido y recorregido a medida
que se verifica información para cada caso individual a través de los reportes que resultan
de las inspecciones a comisarías del menor, de las MI y los EC. Las correcciones y
recorrecciones se materializan en tachones y borrones que quedan impresos en las planillas
haciendo de ellas, frecuentemente, algo ininteligible para quien no participó de su factura.
Cuando la confusión quedó instalada, para un mismo individuo menor de edad, y si
es que éste ha reingresado a comisaría en un mismo mes —sospechoso de otro delito o
porque ha sido capturado por pesar sobre él una causa en proceso— es difícil dilucidar
entre una permanencia o un reingreso, de donde con mucha frecuencia ocurre que se
cuentan como un ingreso el primero y los sucesivos.
Antes de concluir es menester que volvamos sobre un punto, cada PDC es girado en
el día a la sede central del Consejo Provincial del Menor donde se sistematiza la
información reunida por sus 19 Departamentales y se confeccionan las estadísticas, de
individuos menor de edad tutelados por causas de naturaleza penal privados de libertad y no
institucionalizados, de toda la provincia de Buenos Aires. Como es evidente, esos vicios de
procedimientos de los que tratamos representan un obstáculo a la sistematización
estadística general, pero además toda sistematización posible de aspectos tales como
reingresos, días/promedio de alojamiento de menores de edad en comisarías, resultará
viciada por defecto, en algunas ocasiones, por exceso en otras.
No queremos abandonar este capitulo sin antes comentar los procedimientos que si
bien pueden incidir en el recuento de la población sobre la que aquí tratamos,
prevalentemente impactan en el conocimiento disponible, para el uso institucional
cotidiano, necesario y suficiente para intervenir tutelarmente.
Las acciones propias a la instancia tutelar que constituye el órgano técnicoadministrativo del Patronato requieren de conocimiento sobre la población tutelada, y
además de una apropiada sistematización de ese conocimiento, para ejercer dichas acciones
1
a propósito de las peculiaridades de esos niños y jóvenes. Ese conocimiento se construye
con insumos y medios propios, pero además con insumos que provienen del campo judicial
y policial —en tanto auxiliar de la justicia—. A los archivos escritos donde se conserva ese
conocimiento se recurre ordinariamente en el Consejo Departamental testigo para organizar
y decidir intervenciones coadyuvantes de la función tutelar, sea esta una intervención que
se realice por iniciativa de sus propios equipos técnicos, por requerimiento de la instancia
central de éste Consejo, por demanda de los establecimientos de alojamiento de menores
tutelados, o bien por solicitud del fuero especializado o el Ministerio de Menores.
Ya hemos comentado que los IPP, los PDC, las MI y los EC fueron utilizados en
calidad de fuentes porque en su conjunto nos permitieron construir datos con un grado alto
de consistencia para los individuos de nuestra muestra; también decíamos que ese proceso
de construcción-reconstrucción de la información para conformar nuestro propio registro
de datos no nos fue fácil ya que, respecto de un mismo individuo, las imprecisiones
obrantes en algún grupo de fuentes y las diferencias y contrastes entre las diferentes fuentes
se nos presentaban recurrentemente.
Comentar concretamente nuestras dificultades es un buen medio para ilustrar en
paralelo los procedimientos que suponen esas imprecisiones, diferencias y contrastes con
que tropezamos y por esta vía dar cuenta del conocimiento institucional disponible, sobre
cómo es y de qué adolece.
Un obstáculo recurrente que enfrentamos fue determinar la identificación civil de
individuos de nuestra muestra, ya que esta varía según la fuente. Respecto de un mismo
individuo nos encontramos con que su identificación no era la misma en el IPP que en el
PDC, a veces hasta en la MI que de él se lleva. Para explicar concretamente el origen y
causa de estas incongruencias expondremos un ejemplo. La comisaría que aloja a un
individuo en general no fue la que lo detuvo y realizó el IPP correspondiente; además, y
como ya hemos comentado, el IPP toma la información tal y como es presentada por el
indagado, información que puede no ser fidedigna. En tanto la comisaría donde se aloja el
individuo, las comisarías para menores de edad, por su especialización, disponen en cierta
forma de un saber sobre los individuos menores de edad que insisten en transgredir la ley,
de donde es para los agentes de esas comisarías hasta innecesario, en muchos casos,
preguntar por el nombre cuando se va a registrar en el libro de detenidos a un individuo.
1
Cuando esta información es comunicada desde la comisaría para menores de edad al
Consejo Departamental testigo, a efectos de completar la planilla del parte del día, es esta
última identificación la que se registra.
Pero aun más, sabido es que en los organismos policiales existe una definición
práctica respecto de cómo un individuo se identifica civilmente, por lo tanto se lo registra
usando el apellido paterno y el materno. Pero mientras que la policía tiene una definición
práctica del asunto y como consecuencia un procedimiento de registro, en el Consejo
Departamental testigo no se ha instruido al personal respecto de una definición práctica
sobre el mismo asunto, de donde el procedimiento de registro de la identificación civil de
un individuo es diferente, usándose para registrarlo nombres y un apellido.
Entonces cuando la identificación civil de un individuo es comunicada desde la
comisaría para menores de edad al Consejo Departamental, en este se toma el primero de
los apellidos citados para anotar en la planilla del parte del día al individuo. Si al día
siguiente el agente policial omite uno de los apellidos y sobre el que da cuenta no coincide
con ningún individuo ya registrado en la planilla del parte diario del día anterior, se genera
una duda que prácticamente se resuelve produciendo un alta de ingreso, es decir, se lo
registra como un nuevo individuo ingresado a comisaría.
Estas confusiones podrían salvarse si durante el proceso de confección de una
planilla de PDC se verificara la información a través de las MI y de los EC, pero en la
realidad el proceso se da de modo inverso. Si del individuo ya tiene una MI se registran en
ella las novedades según surja de los PDC y si la ficha de su memoria todavía no existe se
inaugura una antes de confirmar de quién se trata. Luego entonces, en el fichero donde se
archivan las MI se corporizan los vicios de definiciones y rutinas cotidianas disímiles: en él
conviven las fichas que corresponden a individuos en tutela y anteriormente tutelados con
las de individuos que nunca fueron tutelados porque no existen.
Otro obstáculo recurrente que enfrentamos fue determinar, para algún individuo de
la muestra, el valor de su edad. Para un mismo individuo la edad puede asumir diferentes
valores según la fuente a la que se acuda. En general la edad que se conoce por intermedio
de las comisarías para menores de edad, que varían unas de otras por alojar población con
categorías de edad diferentes —hasta 16 años unas, de 16 a 18 años otras— es una “edad
imputada”, esto es, cuando se ingresa al libro de detenidos un nuevo individuo no siempre
1
se inquiere sobre su edad, se supone que tiene una edad que se encuadra en la tipificación
de la comisaría, y es esta la que se registra. Igual procedimiento aplican en el Consejo
Departamental testigo cuando para completar en un PDC se carece respecto de un individuo
de la información necesaria para completar la celda destinada a esta variable, entonces se le
imputa por deducción en función de la comisaría en la cual está alojado. Aun más, no todas
las MI registran la fecha de nacimiento de un individuo, de donde usar esta fuente para
verificar una edad no siempre permite dilucidar dudas.
Una dificultad recurrente que también enfrentamos fue determinar el tribunal de
menores competente respecto de un individuo. Para la policía este es el que está de turno
cuando se captura al individuo; para las comisarías para menores es el que tiene
competencia legal sobre el individuo, pero asientan esta competencia usando el número del
tribunal sin agregar la jurisdicción del fuero de menores a la que ese tribunal pertenece.
Además, si en la ficha correspondiente a la MI no se confirmó este dato a través del EC,
esta también puede contener el error de asiento que constituye el consignar el número del
tribunal sin agregar la jurisdicción del fuero de menores a la que ese tribunal pertenece.
Establecer el delito por el cual se procesa a un individuo es a veces también una
tarea que exige dedicación y tiempo. Según la fuente la carátula del delito puede ser la que
la policía, en primera instancia y de modo provisional, imputa al individuo. Esta es la que
generalmente se registra en la celda del PDC para cada individuo alojado en comisarías
para menores de edad. Pero la investigación procesal-penal que desarrolla el tribunal puede
determinar variaciones en la carátula del delito, de donde en el EC el valor que adquiere
esta variable difiere con el registrado en el PDC y a veces con el registrado en las fichas de
MI —dado que es muy común transcribir a éstas la carátula que se registró en el PDC.
Otro obstáculo con el que nos cruzamos, cuando pretendimos reconstruir la
biografía de alguno de los individuos de nuestra muestra y determinar la red de relaciones
parentales y sociales de las que participa, se relaciona con los EC y las MI, y las cualidades
sustantivas de la información que en ellas se registra. Por ejemplo, respecto de la
conformación de la familia de un individuo las MI solo registran, y para un conjunto
minoritario de casos, el apellido y nombre de la madre o el padre con el que el individuo
comparte local de habitación. Las relaciones parentales no pueden reconstruirse desde allí,
siendo una realidad la conformación de familias reconstituidas, con hijos de parejas
1
anteriores conviviendo en otro local de habitación y con otro progenitor o miembro de la
familia extendida, de donde establecer redes de relaciones políticas y consanguíneas entre
los niños y jóvenes tutelados es imposible prácticamente. Otro ejemplo, los EC resumen
para cada individuo solo los antecedentes o intervenciones judiciales recientes y de
naturaleza penal. Es como ya dijimos una anamnesia estrictamente judicial, pero aun siendo
esto es una anamnesia sesgada. Así, es prácticamente imposible considerar aspectos tales
como desde cuándo, por causas de qué naturaleza y cuántas veces un mismo individuo es
sujeto de acciones tutelares, dado que para su producción no se consideran las causas más
remotas en el tiempo. Pero siendo este instrumento producto de una investigación del
expediente donde se registra por escrito el proceso judicial examinamos también algunos de
ellos y observamos que los protocolos médicos, psicológicos y sociales tienen una
fisonomía tal que, aunque las decisiones respecto de los datos a relevar en un Estudio de
Causa fueran más pretenciosas, serian difíciles de satisfacer. Así, por ejemplo, el informe
psicológico es un escrito de no más de tres o cuatro párrafos concisos que se centran en un
rotulo o etiqueta con el que se describe ambiguamente la personalidad del individuo; el
informe socio-ambiental no releva datos que permitan dar entidad a análisis de tipo
sociodemográfico; en fin, conforman en su conjunto un recuento de “vidas sin teoría”72.
Como hemos visto, la existencia de practicas de selección de las fuerzas de
seguridad,
la
insuficiente
instrumentación
de
mecanismos
de
articulación
interinstitucionales, la ausencia de una apropiada preparación científica y técnica de los
recursos humanos —propios a las instancias tutelares y a su auxiliar, la policía— para la
recolección y el tratamiento de la información, las diferentes definiciones prácticas sobre
idénticos asuntos, son aspectos que, seguramente, junto a otros que aquí no hemos
abordado, conducen a la indeterminación, cuantitativa y cualitativa, de la población de
niños y jóvenes tutelados por causas de naturaleza penal y privados de su libertad.
Ese no es un asunto menor. Por el contrario, constituye un problema que en
principio convierte a las políticas publicas focalizadas hacia la infancia y adolescencia
“delincuente” en objeto de cuestionamientos —cómo pueden diseñarse para una población
de cantidad indetermina; cómo pueden planearse las acciones que las hagan efectivas y
eficientes si se desconoce en cantidad y calidad a los destinatarios de esas acciones; etc.—.
72
Expresión usada por Garcia Mendez a propósito de un tipo de enfoque en los estudios sobre la infancia.
(2001: 96).
1
Pero además, y respecto del campo en el que se posicionan las diversas instancias que
conforman el Patronato Publico de Menores, plantea una paradoja a la propia
administración de justicia: administrar justicia, con justicia, sobre la base de la ignorancia.
El Elenco Estable: ¿Cualquier Niño O Joven Puede Ser Sujeto de Acciones
Tutelares por Causas de Naturaleza Penal?
Como ya expusiéramos, la muestra con que trabajamos durante la investigación
exploratoria que aquí en parte comentamos se conformó con individuos menores de 18
años, autores o participes de hechos calificados por la ley como delito, falta o
contravención; con residencia fija en el territorio de un partido de la Provincia de Buenos
Aires; a disposición de juzgados de menores con competencia territorial en dicho partido.
Esta muestra estuvo sujeta a observación por un periodo de tiempo comprendido entre
marzo del año 1998 y marzo del año 2000 —25 meses en total—.
Los individuos de esa muestra sumaron 452. Entre ellos, el 55,53% ingresó a
comisarías para menores de edad solo una vez durante el periodo, el otro 44,47% de
individuos ingresó entre 2 y 11 veces —esto es, con una frecuencia que va desde 1 vez cada
12,5 meses hasta 1 vez cada 2,27 meses—. Así, el conjunto de causas judiciales que se
cursaron durante esos 25 meses alcanzó 93273 unidades.
Esos datos revelan para nosotros un hecho de suma importancia: la existencia de
una proporción de individuos que se repiten como sujetos de la acción tutelar.
Cuando en la actualidad hay quienes reclaman de los resultados de las prácticas
tutelares del Patronato de menores que su función de protección no alcanza a todos los
niños y jóvenes en “estado de desprotección material y moral” y que allí donde extiende su
alcance, todos los recursos que aplica no son suficientes para “acompañar a esos individuos
en su crecimiento y en la formación de su personalidad”, la realidad de los hechos tal como
la develamos nos suscita otros reclamos: ¿por qué alcanza a unos más que a otros? y ¿cómo
son aquellos a los que alcanza?
De allí que nos preguntáramos por las formas y orientaciones que sigue el
reclutamiento de niños y jóvenes a tutelar. De allí que intentáramos desentrañar cómo ellas
73
Se desestimaron sobre 1171 causas relevadas un total de 239 como resultado de los problemas de
consistencia que presentaron las fuentes.
1
afectan tanto el tamaño como la composición de esta población, hasta obtener como efecto
la conformación de un subgrupo o “elenco estable” de individuos tutelados.
La exploración de la situación en que se encuentra en la actualidad la relación entre
el reclutamiento de niños y jóvenes a tutelar y las expectativas sostenidas por la sociedad
civil respecto del mismo se nos presentó como el primer estado a revelar. Para ello
examinamos algunos pasajes de las entrevistas realizadas a agentes locales del Ministerio
de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires74.
Cuando se inicia localmente la gestión de la Defensoría Municipal de Seguridad,
primeros meses del año 1998, los representantes en el Foro Vecinal de Seguridad,
representantes barriales, de organizaciones civiles y estatales locales y de las fuerzas de
seguridad, plantearon como principal problema de seguridad urbana el delito contra la
propiedad privada protagonizado por adultos. Respecto de los niños y jóvenes la
preocupación de los vecinos se relacionaba con tres cuestiones diferentes.
En los barrios menos céntricos los vecinos vieron afectada su tranquilidad
con la progresiva afirmación de una costumbre que consistía en la congregación de los
jóvenes en lugares públicos tales como las esquinas o plazas. Estas reuniones, donde los
jóvenes pasaban las tardes hasta entrada la noche, generalmente consumiendo alcohol y
drogas, en ocasiones culminaban en actos dañosos, y tanto la presencia de esos consumos
como los resultados de los encuentros inclinaban a los vecinos a reclamar a las autoridades
publicas, políticas y de organizaciones civiles, acciones preventivas tendientes a disuadir la
congregación a través de planes para ocupar el tiempo ocioso.
Otra preocupación extendida entre vecinos estaba centrada en la recurrencia de
situaciones de tensión y conflicto entre niños y jóvenes —que habían sido separados de
establecimientos escolares emplazados en el barrio por presentar problemas de conducta—
y los miembros de la comunidad educativa, situaciones que en general devenían en daños y
robos contra el establecimiento y sus bienes, y lesiones a docentes y alumnos. Esto también
inclinaban a los vecinos a reclamar a las autoridades, incluso escolares, acciones de
reparación y preventivas, tendientes a reintegrar de modo informal a los individuos
excluidos del espacio de la comunidad educativa.
74
Entrevistas mayo de 2002, ex-Defensor Titular y ex-Defensor Adjunto de la DM de S local.
1
También ocupaban un lugar en la preocupación por la seguridad urbana los
disturbios relacionados con la “nocturnidad”, sobre todo en los barrios donde se emplazan
lugares de recreación que concentran 7000 u 8000 jóvenes en las madrugadas de los días de
fin de semana.
Si bien los delitos protagonizados por individuos menores de edad fueron ocupando
cada vez más la atención de los vecinos en los años posteriores al inicio de la gestión de la
Defensoría Municipal de Seguridad, muy recientemente se instaló esta forma de
delincuencia como motivo de inseguridad urbana. Además de lo cual, los demás problemas
subsistieron como tales, al tiempo que se consolidaba la percepción en los vecinos respecto
de la insuficiente atención pública dirigida a prevenirlos o resolverlos.
Dado que en ese Foro Vecinal estaban representadas las fuerzas de seguridad,
nosotros confrontamos la información hasta aquí expuesta con alguno de los
resultados de nuestra investigación. Mediante ella obtuvimos datos relativos a la
situación que deriva primero en la aprehensión de individuos menores de edad y por
ello en su tutela. Los motivos que preponderan, sobre la base de 436 casos
examinados, son los tipos diversos de atracos contra locales comerciales; le siguen
formas de sustracción de bienes en domicilios particulares; luego los casos que
resultan de operativos o procedimientos policiales de rutina tales como, por
ejemplo, averiguación de antecedentes. En orden decreciente de cuantía se ubican la
apropiación de vehículos en la vía pública, diversas formas de despojo a
transeúntes, la extracción de bienes del interior de vehículos en la vía pública. Otros
motivos que se encuentran representados más escasamente son el apoderamiento de
la de la recaudación de taxistas y colectiveros, diversas formas de apropiación de
bicicletas en la vía pública y, finalmente, aprehensiones de individuos menores de
edad por circular por la vía pública aparentemente sin dirección prefijada o por
mendigar.
Asoma aquí una cuestión importante respecto del reclutamiento de la población a
tutelar. El contraste entre las preocupaciones por la inseguridad urbana que expresan los
vecinos y los motivos frente a los cuales intervienen las fuerzas de seguridad muestra que
lo que algunos sectores de la sociedad perciben como áreas criticas en función del riesgo
moral y social a que pueden estar expuestos los niños y jóvenes no se corresponden con los
motivos que originan la intervención de las fuerzas de seguridad, intervenciones que
además terminan ocupando, por la demanda que deriva de su forma de proceder, parte de
los recursos proteccionales con que cuentan las autoridades que ejercen el Patronato.
Además de mostrar esto la ya tan consabida avenencia entre una de las autoridades
del Patronato, el fuero de menores, y las fuerzas de seguridad, muestra la relativa
autonomía existente entre las autoridades del Patronato y la sociedad civil, el grado de
1
extrañeza en la valoración que cada parte hace de los factores y circunstancias que
constituyen “la exposición objetiva de los individuos menores de edad a amenazas o
peligros morales y sociales”, motivos que según la ley del patronato deberían ameritar la
intervención subsidiaria del Estado en las relaciones paterno-filiales.
Entonces, preguntarnos acerca de cuáles son esos factores y circunstancias que
habrán de considerarse como una exposición objetiva de los individuos menores de edad a
amenazas o peligros morales y sociales nos conduce a un único espacio, el campo tutelar,
las instancias que componen el Patronato Público de Menores y su auxiliar —la policía—,
para observar en él las prácticas que dan forma y orientación al reclutamiento de niños y
jóvenes a tutelar.
Nuestro escrutinio permitió identificar algunas de las prácticas que, en su conjunto,
contribuyen a conformar un subgrupo o “elenco estable” de individuos.
En un primer apartado desarrollaremos todo cuanto hemos podido conocer sobre las
prácticas de reclutamiento de niños y jóvenes a tutelar que más directamente afectan el
tamaño de esa población. En un segundo apartado trataremos todo cuanto hemos podido
conocer sobre las prácticas de reclutamiento de niños y jóvenes a tutelar que más
directamente afectan la composición de esa población.
Estrategias de Negociación y Decisiones Institucionales: Su impacto en el tamaño y
la fluctuación de la población a tutelar
Algunas cualidades inherentes a las relaciones sociales entre agentes de las
fuerzas de seguridad y delincuentes constituyen una materia de interés para amplios
sectores de la sociedad ocupados en controlar y velar por la existencia de un Estado de
Derecho, principalmente a partir de la incorporación en la Constitución Nacional de un
conjunto de tratados internacionales de Derechos Humanos. Con investigaciones
sistemáticas y discursos sustentados doctrinariamente, como en el caso, por ejemplo, de las
organizaciones de Derechos Humanos, o bien con investigaciones ajustadas al formato que
imponen los medios de comunicación de masas a propósito de divulgar hechos que
1
incumplen las normas de respeto por los Derechos Humanos de los individuos privados de
su libertad, la existencia de relaciones de reciprocidad entre policías-delincuentes ésta al
descubierto.
Pensamos al respecto que las relaciones sociales entre agentes de las fuerzas de
seguridad y los individuos que incurren en delitos no pueden examinarse y probarse en sus
cualidades sino a condición de tratar directamente el tema con los sujetos implicados en
esas relaciones, único medio por el cual aspectos en un punto invisibles de estas relaciones
sociales que estamos indagando pueden precipitar en toda su objetividad. Con relación a
ello queremos advertir que consideramos los indicios que reunimos como insuficientes para
habilitar conclusiones categóricas dado que nuestros informantes no son los individuos
directamente implicados en esas relaciones sino solo allegados a ellas. No obstante, el valor
de los testimonios sobre los que nos basamos reside en que resumen muchos años de
experiencia en el trato técnico y profesional con niños y jóvenes privados de su libertad y
tutelados por causas de naturaleza penal.
Ya hemos comentado la existencia de prácticas, ejercidas por la policía, de selección
y discriminación en el tratado de individuos menores de edad que incurren en delitos. Aquí
avanzaremos sobre la misma materia pero en otro sentido, ya que cuando profundizamos en
la indagación pudimos identificar la presencia de condiciones de otra naturaleza
coadyuvantes de la “selección” de individuos de la población de tutelados.
Analizando el material obrante en una entrevista efectuada a quien tiene acceso
continuo a dialogar con individuos que cuentan con una carrera delictiva aun siendo
menores de edad75, encontramos un pasaje en el que se hace referencia a que aparecen
como respuesta, dada por algunos niños y jóvenes a los que se les pregunta ¿por qué estás
detenido?, que quedaron detenidos por no haber podido llegar a un “arreglo” con la policía
para evitar ser “blanqueado”. El “arreglo” refiere a las condiciones en las cuales la relación
entre los agentes que lo detienen y él se ajusta a una permuta que consiste en no
“blanquear” al delincuente con la condición de que éste entregue a cambio o bien una suma
de dinero u otro tipo de bienes, provengan éstos del actual ilícito o de la propiedad del
delincuente, o bien información sobre otros ilícitos o sus protagonistas. “Blanquear” se
75
Entrevistas abril de 2002, agente técnico del Consejo Provincial del Menor.
1
refiere a registrar al detenido según los procedimientos oficiales y dar intervención al
tribunal de turno.
La posibilidad de esa negociación se vincula con factores diversos, algunos
privativos de los agentes policiales y otros del delincuente, y para una especificación
precisa de ellos se requiere una indagación más profunda de la que nosotros hemos
realizado. No obstante, el “arreglo” es una oportunidad que no todos los delincuentes
encuentran y no todos los agentes policiales conceden. Por lo demás, los niños y jóvenes no
registrados oficialmente permanecen demorados por algunas horas en la dependencia
policial que intervino en su aprehensión y luego son liberados.
Hasta aquí entonces, tanto las prácticas de selección que resultan de operaciones de
clasificación76, como ya hemos visto la atribución de integridad conferida por la policía a
algunas familias y su efecto, en principio, selectivo, como algunas estrategias de
negociación entre agentes de las fuerzas de seguridad y delincuentes afectan el tamaño de la
población que resulta efectivamente tutelada.
Por otra parte, la ocurrencia de casos de ingresos a comisaría, para el periodo por
nosotros observado, presentó una tendencia decreciente. (ver en el anexo el gráfico:
“Tendencia de la ocurrencia mensual de ingresos a comisaría. Marzo 1998-marzo 2000.”).
Además, sucedió hacia fines del año 2000, meses que no entraron en el periodo por
nosotros observado, que durante varias semanas los calabozos de las comisarías para
menores de edad permanecieron vacíos.
Estas cuestiones se convirtieron para nosotros en un dilema: ¿los individuos
menores de edad progresivamente dejan de delinquir? o ¿los agentes de seguridad pública
progresivamente renuncian a la persecución del delito? o ¿el fuero de menores tiende a
tomar como pauta ordenar la inmediata entrega de menores aprehendidos a sus
progenitores?
El análisis de la información obtenida77 nos permite afirmar que los agentes de
seguridad publica a veces renuncian a la persecución del delito y el fuero de menores a
veces se impone como pauta tramitar las causas judiciales con los infractores en libertad. Al
76
Nos referimos con operaciones de clasificación a la ejecución de esquemas de percepción, apreciación y
acción integrados a un sistema, en estado práctico, de re-conocimiento. (Bourdieu y Saint Martin, 1998).
77
Entrevistas junio 1999, agente profesional, retirado, Consejo Provincial del Menor; entrevistas junio-julio
de 1999, agente técnico del Consejo Provincial del Menor; entrevistas abril de 2002, agente técnico del
Consejo Provincial del Menor.
1
respecto, un principio de explicación de los calabozos vacíos debería de buscarse en las
decisiones internas a los fueros judiciales de menores y/o a las fuerzas de seguridad, y sin
explicitación formal, que suceden a determinados episodios, como por ejemplo fugas de
detenidos, amotinamiento acaecidos en comisarías para menores de edad de los que
resultan individuos lesionados y/o muertos, etc. Estos acontecimientos imponen la
instrucción de sumarios orientados a establecer responsabilidades sobre estos hechos e
imputaciones por las consecuencias, de donde, todas las instancias involucradas sufren un
embate contra la integridad que suponen sus responsabilidades y cada una de ellas pone en
práctica estrategias de resguardo —como por ejemplo: renunciar a la persecución del delito,
ordenar la inmediata libertad de un individuo menor de edad—.
El mismo tipo de rastreo, focalizado en acceder a conocer las decisiones no
formalizadas que emanan de determinadas jerarquías de las fuerzas de seguridad o de la
justicia de menores, que producen la “orden invisible” de seguir tal o cual conducta
respecto de la persecución del delito y del tratamiento del delincuente, debe seguirse
también cuando se presenta súbitamente la situación contraria, los calabozos rebasados de
menores de edad privados de su libertad.
Aun otro hecho empírico detectado durante nuestra investigación interesa a los
efectos de profundizar sobre este último aspecto en tratamiento. Esto es, la evolución en el
tiempo del promedio de días / estadía en comisarías que alojan menores de edad fue para el
año 1998 de un mes, ese promedio baja a 10/15 días durante el año 1999 y decae a 5 días
durante los seis primeros meses del año 2000.
En relación con esos hechos, el examen de la información obtenida nos permitió
conocer que la disminución del promedio de días / estadía deberían de considerarse en
paralelo con otras circunstancias. Los tiempos insumidos por el proceso judicial para
determinar el momento y la forma de egreso de un individuo de una comisaría para
menores de edad pueden ser más cortos o más largos en función de, por una parte, las
restricciones-presiones a que está sujeto el fuero de menores, por otra, de la necesidad de
presionar-restringir como respuesta a ellas.
En determinadas ocasiones el fuero es
reclamado, a veces por las fuerzas de seguridad, otras por el órgano técnico-administrativo
del Patronato, de una mayor eficacia y eficiencia. Frente a la insuficiente disponibilidad de
recursos apropiados a propósito de su función, cuando sufre estas presiones emplaza en el
1
cumplimiento de sus responsabilidades a sus reclamadores, que producen en tiempo y
forma la mudanza de un niño o joven de la comisaría para menores de edad hacia el
organismo que los ubicará en establecimientos de internación o que proveen de las plazas
necesarias a la internación.
En conjunto, la dinámica de la acción institucional, de los órganos del Patronato y
su auxiliar —la policía—, que exhibimos en los últimos cuatro párrafos, parece estar mas
ajustadas a articular soluciones a contingencias que a un plan de conjunto. De donde la
fluctuación de la ocurrencia de casos de ingresos a comisarías para menores de edad es un
fenómeno desligado, en general, del segmento social que incluye a niños y jóvenes, y en
particular de los individuos de ese segmento social infractores de las leyes.
Efectos del reclutamiento selectivo y la escasez de disponibilidades materiales y
simbólicas en el medio familiar en la composición de la población a tutelar
Estamos ocupados en las formas y orientaciones que sigue el reclutamiento
de niños y jóvenes a tutelar, pretendemos, como ya afirmamos, desentrañar cómo ellas
afectan tanto el tamaño como la composición de esta población, hasta obtener como efecto
la conformación de un subgrupo o “elenco estable” de individuos tutelados. Aquí
trataremos todo cuanto hemos podido conocer sobre las prácticas de reclutamiento de niños
y jóvenes a tutelar que más directamente afectan la composición de esa población.
El camino que seguiremos será examinar el resultado del reclutamiento, pasando
revista a los caracteres que distinguen a la población sometida a observación.
Cuando analizamos la muestra de causas judiciales, compuesta por 932 unidades 78,
establecimos que el 87,66% (817 unidades) de ellas corresponde a delitos o faltas que caen
bajo una sola sanción, delitos que nosotros denominamos del tipo «único»; mientras que un
12,12% (113 unidades) de las causas corresponden a acciones calificadas, por leyes
subsidiarias, como tipos diferentes de delitos y/o faltas y que suponen la aplicación de más
de una sanción, delitos que nosotros denominamos del tipo «concurrente».
Ahora bien, considerando solamente las causas seguidas por delitos del tipo
«único», hallamos que el 84,21% (sobre 817 unidades) de estos delitos infringen el bien de
78
Para dos casos la causa no se pudo especificar.
1
la propiedad privada; al mismo tiempo están escasamente representados los delitos contra
otros bienes sociales protegidos por la ley penal
—por ejemplo, le siguen a los delitos contra la propiedad, con el 0,73% sobre el
total de casos, delitos contra las personas; luego, y con el 0,48% sobre el total de casos, los
delitos contra la Administración Pública—.
Respecto de las formas de atentar contra la propiedad, 688 casos registrados, se
posicionan más ampliamente representados los robos, alcanzando una proporción
equivalente al 83,14%, le siguen los hurtos alcanzando una proporción igual al 16,57%, en
tanto que solo un 0,29% de los casos registrados corresponde a delitos de daño.
Por otra parte, considerando las causas seguidas por delitos del tipo «concurrente»
encontramos que el 85,84% (sobre 113 unidades) corresponde a delitos que conjugan una
forma de perpetración sobre la propiedad privada con otras figuras jurídicas. En este
subgrupo, la figura del robo se impone numéricamente, le sigue en menor cuantía el hurto,
y más escasamente representado el daño. A diferencia de los delitos del tipo «único», para
este tipo de delitos se registra un caso de estafa.
Además de esa evidencia reunimos otra que para nuestro análisis es de gran
importancia. Respecto de los delitos del tipo «concurrente» determinamos que las
combinaciones que presenta conjugan un delito contra la propiedad privada con otros tales
como delitos contra las personas —por ejemplo lesiones y abuso de armas—; o bien con
infracciones a la Ley nacional 20.492 —por ejemplo tenencia de armas de guerra y de
explosivos—; contra la libertad —por ejemplo privación ilegal de la libertad y amenazas—;
y aun otras en las que concurren al delito contra la propiedad privada otros delitos contra la
administración publica tales como atentado contra la autoridad y resistencia a la autoridad,
etc. Puede notarse que la propia naturaleza de éstos delitos expone al individuo que los
comete a la contingencia de un daño para sí, hasta una forma de daño extrema como
pudiere ser perder su propia vida. Esta exposición a un peligro para sí es aun más grave si
consideramos, como lo muestra la distribución de casos para las dimensiones delito
«único» y «concurrente» en función de la edad del individuo infractor, que entre los 13 y 14
años de edad es proporcionalmente mayor la porción de individuos imputados de delitos del
tipo «concurrente» que la de individuos imputados de delitos del tipo «único». (Ver en el
anexo el gráfico “Edad de los individuos según tipo de delito”). Asimismo, la evolución en
1
el tiempo de los diferentes tipos de delito muestra que mientras la ocurrencia de delitos del
tipo «Único» decrece la de delitos del tipo «Concurrente» tienden a permanecer
relativamente constante. (ver en el Anexo el gráfico: “Evolución del tipo de delito. Periodo
marzo 1998-marzo de 2002”).
En su conjunto, estos hechos permiten suponer que existe un potencial
recrudecimiento del peligro para sí al que están expuestos los individuos infractores.
Así la evidencia hasta aquí reunida muestra que una porción de la población
reclutada para ser tutelada está expuesta a una forma de peligro para sí y que esta porción
tiende a aumentar, pero, por otra parte, también muestra que la población reclutada está
compuesta masivamente por individuos que orientan su conducta hacia la apropiación
ilegal de bienes privados, lo que se cuenta como un peligro para los otros —la sociedad—.
Ahora bien, como expusimos en el primer apartado de este trabajo, la noción de
«abandono» en las leyes tutelares es tanto amplia como imprecisa de modo que su
determinación práctica puede, por la propia discrecionalidad para intervenir de la que están
dotados los jueces, recaer sobre variadas circunstancias. Con relación a ello, los hechos
demuestran que la forma de justicia tuitiva que implica la institución del Patronato, su
función tutelar, alcanza a unos pocos individuos que están objetivamente expuestos a
situaciones de peligro para sí; pero también demuestran que la institución del Patronato
intensivamente alcanza a individuos que orientan su acción hacia el apoderamiento de
bienes de propiedad privada.
Pero claro que podría sustentarse en el campo de la justicia de menores que el
perjuicio causado a la sociedad por esta forma de delitos no radica en el bien que se
menoscaba sino en las circunstancias y medios aplicados para acometer contra él. Esto nos
remite a observar la responsabilidad de los individuos implicados en delitos contra la
propiedad privada, su peligrosidad79.
Para ello examinamos las calificaciones legales que, sin cambiar la naturaleza típica
del delito, son usadas por el derecho para expresar que él mismo se cometió según formas,
circunstancias y medios que complican en más la responsabilidad del autor(Ossorio, 1990).
Determinamos así que el 45,60 % de los delitos del tipo «único» responden al «grado de
79
Usamos aquí las nociones de “responsabilidad” e “individuo peligroso” en el sentido que éstas asumen en el
pensamiento jurídico moderno cf.: “La evolución de la noción de «individuo peligroso» en la psiquiatría
legal” (Foucault, 1990).
1
tentativa», es decir, no llegaron a consumarse plenamente; en tanto para los delitos del tipo
«concurrente» hallamos que el 35,85% responden al «grado de tentativa». En cuanto a las
formas agravadas del delito —por escalamiento, abigeato, realizado en poblado y en banda,
por el uso de armas, etc.— hallamos que el 52% de los delitos del tipo «único» no se
perpetró por ningún medio y/o circunstancia que lo agravara; en tanto para los delitos del
tipo «concurrente» la proporción de no agravados es del 48%.
Por la supremacía numérica de los delitos del tipo «único» que atentan contra la
propiedad privada, conjunto compuesto por 688 casos, es ilustrativo para estimar su
incidencia real comentar que el 64% de los hurtos y el 61% de los robos responden al
«grado de tentativa»; el 62% de los hurtos y el 49% de los robos no se perpetró por ningún
medio y/o circunstancia que los agravaran.
Estos hallazgos, y teniendo en cuenta que la cantidad de delitos del tipo
«concurrente» es aproximadamente 7,23 veces menor que la cantidad de delitos del tipo
«único», demuestran que es preponderante la cantidad de delitos que no se consuman
plenamente; y que los que se consuman plenamente mayoritariamente no se perpetran por
circunstancias y medios agravantes.
Asi, se revela con toda nitidez la existencia de prácticas selectivas de reclutamiento
de la población a tutelar, prácticas estrechamente vinculadas a situaciones en las cuales se
considera prevalentemente la orientación de la acción sostenida por niños y jóvenes
infractores por sobre la responsabilidad de los mismos. De donde la institución del
Patronato se muestra a sí misma más como un sistema penal a propósito de proteger a la
sociedad del ataque contra la propiedad privada, antes que como un sistema tuitivo en
relaciona a los niños y jóvenes.
Otro aspecto del resultado del reclutamiento nos queda aun por tratar. Ese resultado
lo podemos ilustrar inicialmente con un pasaje extraído de una entrevista:
“Cuando volví de la comisaría le dije a la Doctora: ese pibe ya sale y le apuesto lo
que quiera. La doctora me preguntó si tenia alguna información sobre la tramitación de la
causa. Me reí mucho y después le dije: no, pero es rubio y la mamá preguntó al oficial de
servicio si el hijo podía quedarse con su teléfono celular en el calabozo...”. “Por supuesto
1
que sin haber apostado nada... gane la partida porque al pibe le dieron ese mismo día la
libertad. Te das cuenta, los rubios salen rápido.”80
¿Cuál es el alcance de la expresión “los rubios salen rápido? Para precisarlo
analizaremos las dimensiones «antecedentes» de los individuos infractores y «reingresos a
comisaría» de los individuos infractores.
Observamos respecto de los antecedentes y reingresos registrados para los
individuos de nuestra muestra y durante el periodo que alcanzó nuestro estudio, que entre
932 causas el 73,93% —689 unidades— involucra a un individuo que registra procesos
judiciales anteriores a la causa actual81. Dicho en otros términos, aproximadamente 7 de
cada 10 causas de naturaleza penal tramitadas se siguen a individuos que registran procesos
anteriores.
Pudimos establecer para esos individuos con antecedentes —689 unidades— la
naturaleza82 de los mismos. Determinamos que el 86% de los individuos fueron objeto de
procesos judiciales anteriores de naturaleza penal; el 10% de los individuos fueron objeto
de procesos judiciales anteriores entre los cuales alguno/s fue/ron de naturaleza penal y
otro/s de naturaleza social; y el 4% restante fueron objeto de procesos judiciales de
naturaleza social.
Así, por cada 10 causas de naturaleza penal seguidas durante el periodo que alcanzó
nuestro estudio, entre 8 y 9 de ellas se siguen a individuos que ya habían sido procesados
por causas de igual naturaleza, es decir penal. Aun más, para esos individuos con
antecedentes —689 unidades— averiguamos que el 48% de los casos —332 unidades—
corresponde a niños y jóvenes que permanecieron internados en institutos o
establecimientos de diverso tipo y/o fueron integrados a regímenes de libertad a cumplir
bajo vigilancia o asistencia. Finalmente, determinamos que el 71% de esos individuos
reingresaron a comisaría, durante el periodo que alcanzó nuestro estudio, entre 2 y 6 veces;
el 16% de esos individuos reingresaron a comisaría entre 7 y 11 veces en 25 meses, y un
13% ingresaron solo una vez.
80
Pasaje extractado de entrevistas realizadas durante abril de 2002, agente técnico del Consejo Provincial del
Menor.
81
El 7,62 % involucra a un individuo que no registra procesos judiciales anteriores. Para el 18,45% de las
causas no se pudo obtener el dato relativo a los antecedentes del individuo involucrado.
82
Cf.: Decreto 1304/95, artículo 10.
1
Es importante en este punto que hagamos una comparación. El comportamiento
seguido por la ocurrencia de reingresos de un mismo individuo a comisaría es diverso
según se considere la muestra de casos en general o el subgrupo de esa muestra compuesto
por individuos con antecedentes. Para la muestra, que alcanza 932 casos, se determinó que
el 40% de ellos corresponde a individuos que reingresan a comisaría entre 2 y 6 veces en 25
meses, el 4% corresponde a individuos que reingresan entre 7 y 11 veces, y el 56%
corresponde a individuos que ingresan a comisaría durante el periodo observado 1 sola vez.
Esta comparación hace evidente un hecho: las medidas tutelares, dispuestas en procesos
anteriores, no impidieron que esos niños y jóvenes tutelados reingresaran a comisarías para
menores de edad por una nueva causa o por necesidades vinculadas a una causa en trámite
—fuga del individuo del establecimiento donde se hallaba internado—, y tampoco
incidieron para bajar la frecuencia con que lo hacen.
La evidencia reunida revela que estos niños y jóvenes, independientemente del color
de su tez y su cabello, no parecen ser “los rubios que salen rápido” luego de trasponer las
rejas de un calabozo por primera vez.
Sobre la base de este resultado concreto del reclutamiento es razonable concluir que,
en el pequeño espacio de la justicia de menores que nosotros examinamos, opera una forma
de reclutamiento tendiente al alistamiento de aquellos que ya han delinquido.
Probablemente los jueces decidan tomar como pauta, para evitar la recaída en el delito,
seguir tutelando a niños y jóvenes que reúnen antecedentes y reingresan a comisaría con
mucha frecuencia.
Ahora bien, ya ofrecimos un principio de demostración de que ser integrados a
espacios comunes de socialización, constituidos por diversos programas de protección
integral y especializada, propios a la institución del Patronato, no produce ese efecto. Esto
nos inclina a afirmar, en principio, que el alistamiento de niños y jóvenes que reúnen
antecedentes reingresan a comisaría con mucha frecuencia pues recaen en el delito revela la
existencia de prácticas de segregación, de separación de los individuos infractores, respecto
de la sociedad.
Respecto de esta «separación» de los individuos infractores de la sociedad, nos
preguntamos de qué sociedad son separados, y al respecto es muy significativo el
conocimiento al que accedimos cuando nos propusimos conocer las relaciones sociales más
1
inmediata en la que estos individuos viven. Así, nuestra investigación mostró que los
individuos de la población observada disponen de potenciales posibilidades cotidianas de
interacciones cara a cara, en el barrio, en los establecimientos emplazados en él, como
escuelas e iglesias, así como en los espacios vecinales de recreación, tales como plazas,
esquinas, bares, etc. La posibilidad de tales interacciones es factible en principio porque
entre el 55 y 56% de 90283 casos está distribuido en dos franjas de la localidad donde
residen.84
Además, respecto a las formas o modos de conformación de grupos o redes
delictivas, se ha establecido —si bien la cobertura de los datos necesarios a este análisis es
relativamente insuficiente para producir afirmaciones categóricas— que el 32,40% de los
casos de la muestra corresponde a causas seguidas a coautores de un mismo hecho y todos
individuos menores de edad. Sobre las relaciones entre los coautores además se estableció
que un 7,40% de los casos corresponde a causas seguidas a coautores menores de edad y
parientes entre sí, hermanos y/o primos, y que un 13,30% de los casos corresponde a causas
seguidas a coautores menores de edad y vecinos. Esta tendencia seguida en el
comportamiento asociativo revela de alguna manera que tanto el núcleo familiar, primario o
extendido, como las relaciones de vecindad son centros de atracción integrativa para estos
individuos a los que, en general, se los presupone en estado de extrañeza respecto del
arraigo.
Asimismo hemos examinado, en función de una dimensión de la variable territorial,
el barrio, la residencia en ellos de individuos que registran antecedentes judiciales y fueron
objeto de medidas tutelares.
La distribución de los individuos de la muestra que registran antecedentes según el
barrio en que residen muestra que, para un total de treinta y cuatro barrios, solo en 2 de
ellos no residen individuos que registren antecedentes judiciales. En tanto, en un grupo
compuesto por 8 barrios la situación es tal que, entre el 1% y el 5% de los individuos que
83
No se consideran a los efectos del presente análisis 30 casos correspondientes a individuos que residen en
el territorio estudiado pero sin domicilio fijo, dado que esta circunstancia impidió que éstos pudieran ser
individualizados según dimensiones relativas al territorio (barrio y fracción censal).
84
En estas franjas se emplazan los barrios que conforman una suerte de últimos cordones de la zona urbana,
donde además han crecido nuevos asentamientos, con la precariedad que otorga la usurpación de las tierras
sumado a la carencia de servicios. Asimismo, y sin que se pueda hacerse extensivo a la totalidad del espacio
delimitado por estas franjas, muchos de sus residentes sufren un deterioro de su calidad de vida como
consecuencia de la desaparición de actividades productivas antes tradicionales y distintivas de algunos barrios
y la correspondiente desaparición de puestos ocupacionales.
1
residen en cada uno de ellos registra antecedentes; en otro grupo compuesto por 6 barrios,
entre un 6% y un 10% de los individuos que residen en cada uno de ellos registra
antecedentes; en otro grupo compuesto por 3 barrios, entre el 11% y el 16% de los
individuos que residen en cada uno de ellos registra antecedentes; en otro grupo compuesto
por 5 barrios, entre el 17% y el 21% de los individuos que residen en cada uno de ellos
registra antecedentes; en otro grupo compuesto por 6 barrios, entre el 22% y el 27% de los
individuos que residen en cada uno de ellos registra antecedentes; en otro grupo compuesto
por 2 barrios, entre el 33% y el 37% de los individuos que residen en cada uno de ellos
registra antecedentes; y en otro grupo compuesto por 2 barrios, entre el 43% y el 52% de
los individuos que residen en cada uno de ellos registra antecedentes.
También puede sostenerse que las interacciones están constreñidas en el espacio. Al
respecto develamos que los individuos de la muestra observada presentan una tendencia al
desplazamiento territorial limitado a distancias reducidas respecto del emplazamiento de su
residencia habitual, movimiento que alcanza hasta los límites del perímetro del barrio y la
fracción censal donde se emplaza el local de habitación de residencia fija o, cuanto más,
hasta perímetros lindantes. Por ejemplo, comprobamos 85, en relación con el lugar donde se
consumó el ilícito, que la agregación de los valores obtenidos para las categorías
«lindante86» y «mismo», de la dimensión que relaciona el barrio donde reside el causante
con el barrio donde se perpetró el ilícito, totalizó un valor mayor —el 19,40% sobre 902
casos— que el obtenido para la categoría «distante 87». En la misma línea y respecto a la
aprehensión o captura del individuo, la agregación de los valores obtenidos para las
categorías «lindante» y «mismo», de la dimensión que relaciona el barrio donde se efectúo
el procedimiento policial con el barrio donde reside el causante, totalizó mayor valor —el
20,06% sobre 902 casos— que el obtenido para la categoría «distante».
La evidencia hasta aquí reunida revela, por una parte, que la población que
mantenemos bajo estudio está compuesta por una proporción representativa de niños y
jóvenes, autores o participes de acciones definidas por las leyes como delitos o faltas, que
además de compartir frecuentemente calabozos en las dependencias policiales donde se les
85
Sólo para un 33% de los casos de la muestra se pudieron obtener los datos necesarios a esta medición.
El adjetivo lindante precisa que el barrio en el que reside y el barrio en que perpetra el hecho delictivo son
contiguos en cualquier dirección en sentido orbicular.
87
El adjetivo distante esta precisando que el barrio en que se emplaza el domicilio en que reside el causante y
el barrio en que se perpetra el hecho delictivo se encuentran mediados o separados por uno o más barrios de
distancia, y esto en cualquier dirección en sentido orbicular.
86
1
aloja son integrados recurrentemente a espacios comunes de socialización, constituidos por
diferentes programas de protección integral y especializada a los que son derivados por las
autoridades tutelares. Es a este “elenco estable” al que en la jerga propia al sistema de
justicia de menores se los denomina “menores judicializados”. Por otra parte esa evidencia
revela que los “menores judicializados” desarrollan sus vidas cotidianas en un medio social
y espacial donde existen concretas oportunidades para que interactúen individuos
habitualmente infractores a la ley, entre sí y con otros individuos; y además, que infringen
esas leyes en su propio ámbito residencial, afectando de modo directo a su sociedad más
próxima.
Asi, esta orientación seguida por el reclutamiento, dirigida al alistamiento de los
individuos que recaen en el delito, es por una parte resultado de prácticas de segregación
cuya finalidad es integrar a los infractores en la organización de control 88 propia al
Patronato, pero por otra parte, como consecuencia o efecto de esas mismas prácticas, el
Patronato extiende su control más allá de su propia organización hasta el espacio social del
que participan los “menores judicializados”. El sistema tuitivo vuelve aquí a aparecer como
un sistema penal que controla a los delincuentes que él mismo produce, los “menores
judicializados”, sistema que además a través de ellos controla a otros niños y jóvenes en el
espacio abierto de la sociedad.89
Finalmente queremos desarrollar otro aspecto relevante de nuestra investigación. En
principio lo ilustraremos con un testimonio que habilita una discusión:
“Cuando me robaron en el Estudio (de abogados) yo salgo a la sala de espera y un
chicome dice: -Don ¿nos puede tirar unos pesos? y ese que hablaba con una mano en el
bolsillo aparentaba tener un arma.... luego de lo cual saque del bolsillo 20 pesos y se los di.
Les dije que se fueran rápido y que no molestaran a la clienta que esperaba... Eran dos
chicos que no tendrían más de 15 o 16 años, me hablaban sin amenazas ...se fueron bien,
como contentos. ...cuando salí del estudio, miro para la esquina, y veo que entran en el
locutorio.Entonces llamé a la policía, que los encontró en el locutorio, porque me imagine
que seguirían pidiendo ahí. Pensé: ¡pero serán tan p...!”... “La segunda vez, yo volvía a casa
caminando con el nene, que había festejado su cumpleaños, y veo saltar del paredón al
88
89
Sobre la vigilancia y control de la delincuencia (Foucault, 1990).
Sobre el “gobierno de la población” ver Foucault (1996).
1
terreno vecino un pibe ¡ pero muy chico!. Cuando entramos a casa estaba vacía, sí...
¡desmantelada!. Se llevaron en menos de una hora hasta las cosas de tocador del baño, las
que estaban en uso también. ...la policía revisó todo ... a mi se me ocurrió pedirles que
también revisen en el terreno vecino. Habían pasado todo al terreno, el televisor, el
equipo,...pensarían llevarlo a la noche. Pero ahora vas a ver, cuando volvió A...
(nombra a la esposa) me dice: —S... estos chicos tomaron la leche y se comieron lo que
quedaba de torta. Además, ¿sabes qué?, en la mochila negra se habían guardado todos los
ositos de peluche de los nenes...”90
¿Qué tipo de ladrón será el que puede entretener su tiempo, en la escena misma del
delito, tomando la leche acompañada de torta? Y más: ¿de qué carecerá para constituir en
parte de su botín objetos tales como ositos de peluche?. Al respecto, algunas características
de los individuos de la muestra son muy elocuentes, y además hacen posible identificar
otras formas y orientaciones que sigue el reclutamiento de niños y jóvenes a tutelar y que
afectan la composición de esa población.
Hemos utilizado como medio para conocer los estratos sociales que están
representados en la muestra sujeta a observación, el análisis combinado de nuestros datos
con otros obrantes en un conjunto de fuentes secundarias tales como estadísticas sociodemográficos producidos por la Subsecretaria de Estadística del Municipio local y un
informa sobre la calidad de vida de la población del partido provincial producido por un
grupo de investigación.91
El examen relativo a dos variables, principalmente, es el que mejor trámite provee a
la satisfacción de nuestro propósito, estas son el lugar de nacimiento y la condición
educacional. También y accesoriamente consideramos datos relevados por nosotros mismos
relativos a la variable condición ocupacional.
Nuestra muestra esta compuesta por un 57,30% de individuos nativos. En la
categoría no nativos está más altamente representada la corriente migratoria proveniente del
interior del país; le sigue la corriente migratoria del resto de la Provincia de Buenos Aires;
90
Testimonio ofrecido por un damnificado. Uno de los delitos del cual resulta victima la persona que ofrece su
testimonio corresponde con un casos de los 932 de nuestra muestra.
91
Grupo de Investigación dirigido por L. HALPERIN WEISBURD; el informe que utilizamos corresponde al
análisis de los datos ofrecidos por el Censo Nacional de Población, por las Encuestas Nacionales de Hogares
y resultantes de relevamientos efectuados por el propio grupo, que alcanzan el periodo 1992/1994.
1
representada por un porcentaje menor le sigue la corriente proveniente del área
Metropolitana —esto es Ciudad Autónoma de Buenos Aires y localidades del Gran Buenos
Aires—; y finalmente, en mucha menor medida, está representada la corriente migratoria
que proviene de otros países, principalmente limítrofes.
Cuando comparamos estos datos con los obrantes en el informe sobre calidad de
vida observamos que respecto de la procedencia de los no-nativos, a diferencia de lo que se
verifica para nuestra muestra, en el área urbana de la localidad cabecera del partido y en
general en todo el partido provincial, está prevalentemente representada la corriente
migratoria proveniente del resto de la Provincia de Buenos Aires; le sigue la proveniente
del área Metropolitana; en tercer término se ubica la corriente proveniente del interior del
país y en menor medida está representada la corriente proveniente de otros países.
Examinando la población migrante por sector el perfil es otro, de donde resulta que “...La
población migrante en el sector de los NBI/LP 92 muestra mayor representación de las
corrientes internas provinciales y de la procedente de otros piases. En el grupo de los
NBI/V93 la corriente dominante corresponde a otras provincias Argentinas excluida Buenos
Aires, abarcando casi la mitad de los migrantes. El segmento de los NBI reitera las
características del grupo anterior, con mayor peso de los migrantes provenientes de otros
Partidos de la provincia de Buenos Aires, superando la mitad de las personas radicadas en
el área analizada, y es destacada la proporción de población con lugar de origen en otros
piases.94
Ahora bien, pese a que la condición migrante-no migrante no se muestra como una
categoría diferencial en la asignación de la población a estratos de diferente nivel de vida,
se desprende del análisis comparativo que individuos de nuestra muestra cuya condición es
la de no nativo, con mucha probabilidad participen de los segmentos sociales de pobres por
la corriente migratoria de la que resultan residentes en el Partido de referencia. Además,
dado que no se dispone de datos relativos a la condición lugar de nacimiento de los
progenitores de los individuos de nuestra muestra, hasta cabe considerar probable que
muchos nativos estén integrados a familias cuyos jefes son migrantes y participan de
corrientes migratorias más altamente representadas en los segmentos sociales pobres.
92
Categoría: necesidades básicas insatisfechas e ingresos insuficientes.
Categoría: necesidades básicas insatisfechas e ingresos bajos / vulnerables.
94
Informe de la investigación de referencia.
93
1
Acerca de la condición educacional de los individuos de nuestra muestra sabemos
que el 37% de los casos corresponde a individuos que declaran estudios primarios
incompletos. En este conjunto el 70% de los individuos tiene entre 15 y 17 años de edad
además de un retraso escolar de entre 1 y 5 años. Otro 15% de los casos corresponde a
individuos que declaran estudios primarios completos; un 3% de los casos corresponde a
individuos que declaran estudios de nivel secundario incompletos y un 0,10% corresponde
a individuos que declaran haber completado estudios de nivel Secundario. Además, un 6%
de los casos corresponde a individuos que se declaran analfabetos. Finalmente, advertimos
que para el 39% de los individuos de la muestra este dato no se pudo relevar.
Cuando comparamos estos datos con los obrantes en el informe sobre calidad de
vida advertimos que para la población global se verificó una tendencia de los segmentos
pobres en mayor proporción que los no pobres a presentar un desfasaje en la
correspondencia entre edad/grado escolar que se mantiene en todos los años del nivel
escolar primario. Además, para el grupo etario 15/19 años en los segmentos sociales pobres
aparecen concentrados entre los dos primeros años del nivel escolar secundario en tanto que
los segmentos no pobres y vulnerables se encuentran más altamente representados en los
años posteriores al segundo del mismo nivel. Respecto del analfabetismo es prácticamente
inexistente en los segmentos de no-pobres. Así, para los individuos de nuestra muestra el
comportamiento mostrado por la variable educación es semejante al de los segmentos
sociales pobres.
Respecto de la condición ocupacional debemos anteponer dos comentarios. En
principio, nuestro propósito original se redujo a conocer para la muestra alguno de los
modos, según declaraciones de los propios causantes, por medio de los cuales obtienen
recursos económicos. Las categorías que construimos para sistematizar los datos obtenidos
son incomparables con las de uso habitual en estudios sociodemográficos. El segundo
comentario pretende advertir sobre la escasa cobertura de este dato.
Con relación a los casos para los cuales hemos obtenido este dato —158 unidades—
se pudo establecer que el 8,48% de los individuos declara ser estudiante; el 2,36% de los
individuos declara ocuparse habitualmente como peones de la construcción. Según hemos
conocido, a través de documentar algunos casos, este tipo de ocupación se consigue por
medio de familiares o amigos que proponen al individuo con algún conocido para trabajar
1
en la obra en construcción que conducen. Se trata de una ocupación que se paga por día de
trabajo; es poco rentable, dado que no los toman para desempeñar un oficio sino
únicamente en calidad de ayudantes y además es una ocupación muy inestable —no sólo
depende de un mercado especifico, sino también de condiciones climáticas—. Otro 2,36%
de los individuos declara obtener recursos de ocupaciones marginales al mercado formal e
informal de trabajo. También aquí hemos podido conocer, a través de documentar algunos
casos, que estas ocupaciones lindan con la mendicidad y consisten en ocupar espacios de la
vía pública, de modo más o menos permanente, para generar algún «servicio» que
justifique la obtención de un par de monedas. Esos «servicios» en general se relacionan con
ofrecer el lavado de vidrios de vehículos en las esquinas de arterias locales muy transitadas;
ofrecerse para cuidar vehículos mientras permanecen estacionados en la vía pública; vender
para un tercero que provee la mercadearía en forma domiciliaria o bien en la vía pública;
etc.
El 1,07% declara ocuparse informalmente con terceros para trabajos eventuales que
no requieren conocimiento experto —como por ejemplo, y según nos hemos documentado,
descargar camiones en el Mercado Concentrador de Frutas y Verduras local; realizar
mudanzas en calidad de ayudantes de fleteros; limpiar y despachar en comercios de
frutería; etc.— El 0,86% declara ocuparse informalmente con terceros para trabajos
eventuales que requieren de conocimiento experto —como por ejemplo, y según nos hemos
documentado, en calidad de ayudantes en talleres de mecánica automotor o bien de chapa y
pintura de automotores; parqueros; ayudante de carpintero; ayudante de tapicero; etc.—.
El 0,75% declara ocuparse en actividades rurales —hasta donde hemos podido
documentarnos preferentemente en quintas dedicadas a la producción hortícola— y el
0,64% en actividades relativas a la industria pesquera —hasta donde hemos podido
documentarnos preferentemente en fases de la industrialización que exigen escasa o nula
calificación, como carga y descarga en plantas de congelado, peón en plantas procesadoras,
etc.—.
Los resultados precedentes remiten a considerar que es importante la proporción de
los individuos de la muestra que participan de familias que desarrollan sus estrategias de
vida con las disponibilidades y limitaciones propias a los segmentos más bajos de la
estructura social. Entre esas estrategias, además, la ocupación de los hijos no representa una
1
oportunidad fiable para obtener en cantidad necesaria recursos para la satisfacción de
necesidades personales —alimentarías, de vestimenta, etc.— y, mucho menos para
contribuir con aportes al sustento de la economía común a todos sus miembros.
Si bien parcialmente, estos resultados dejan traslucir una de las orientaciones que
sigue el reclutamiento de niños y jóvenes a tutelar. Esto es, un medio apto para la
determinación práctica del «abandono» es considerar las disponibilidades materiales y
simbólicas de las familias para la satisfacción de las necesidades de sus miembros más
jóvenes, consideración según la cual la escasez constituye “un estado de riesgo”.
En resumen, el examen de los resultados del reclutamiento de niños y jóvenes a
tutelar muestra que la institución del Patronato está en realidad más próxima a un sistema
penal que a un sistema tuitivo. Sistema penal que en principio protege a la sociedad de los
ataques contra la propiedad privada, que además controla a la población marginal que él
mismo produce y a través de ella controla a los niños y jóvenes en el espacio más amplio de
la sociedad, recayendo este control prevalentemente sobre los segmentos poblacionales
posicionados en los escalones más bajos de la estructura social.
Este tipo de selectividad judicial-penal practicada por el Patronato Público de
Menores es al que se refieren los especialistas jurídicos cuando reclaman a la doctrina de la
Situación Irregular por conformar un sistema compasivo-represivo. Claro que estos juristas
también sostienen que la victimización de la infancia pobre que resulta de este sistema
pseudo-tutelar puede superarse transformando el sistema de justicia sobre la base de la
doctrina de la Protección Integral.
Nosotros hemos podido confirmar la relativa autonomía existente entre el sistema
judicial para menores de edad y la sociedad civil, el grado de extrañeza en la valoración que
cada parte hace de los factores y circunstancias que constituyen “la exposición objetiva de
los individuos menores de edad a amenazas o peligros morales y sociales”. Además, no
ignoramos que la violencia presente en el ámbito de la justicia no es diferente de la
violencia presente en todos los ámbitos de la sociedad; violencia que se relaciona con la
persistencia de un modelo socio-económico concentrador y excluyente, y con sus
consecuencias: la multiplicación de conflictos sociales
y el sostenido aumento de la
pobreza que además afecta diferencialmente a los niños y jóvenes. Por todo ello sostenemos
que disgregar la hegemonía de la doctrina de la Situación Irregular y el sistema tutelar que
1
le es propio no es suficiente para garantizar los derechos y la integración social de la niñez
y la juventud.
ANEXO
Tendencia de la ocurrencia mensual de ingresos a comisaria.
(Mzo. '98 - mzo. '00)
12
10
Casos
8
6
12
4
10
2
8
Casos
0
6
4
Distribucion del tipo de delito.
(Mzo. '98 - mzo. '00)
1
Edad del individuo segun tipo de delito.*
40
35
Casos en % segun tipo de delito
30
25
20
* En número de casos para cada categoría de delito: del tipo «único» 817; del tipo «concurrente»
113; sin datos 2 casos; total 932. En numero de casos para cada categoría de edad: 10 años, 2 casos; 11 años,
11 casos; 12 años,1521 casos; 13 años, 36 casos; 14 años, 98 casos; 15 años, 160 casos; 16 años, 300 casos; 17
años, 292 casos; 18 años, 4 casos; sin datos 8 casos; total 932.
ξ
10
5
0
10
11
12
13
14
15
16
17
1
1
IV.
El Estado Como Palimpsesto. Control Social, Anomia y
Particularismo en el Sistema Penal de Menores de la Provincia
de Buenos Aires, Una Aproximación Etnográfica.
Daniel Míguez / Angeles Gonzalez95
Al escribir sobre instituciones políticas, surgen numerosas discusiones sobre
el origen y la naturaleza del estado, que habitualmente es representado como
una entidad que está por encima de los individuos humanos que conforman
la sociedad, que posee como uno de sus atributos algo llamado ‘soberanía’ y
a veces se lo describe como algo que posee voluntad (a menudo se define a
la ley como la voluntad del Estado) o que emite órdenes. El estado en este
sentido no existe en el mundo fenomenológico; es una ficción de los
filósofos. (Radcliffe Brown, 1970:xxiii)
Recientemente, el sociólogo francés Loïc Wacquant (2000) ha propuesto que en las
postrimerías del siglo XX y comienzos del XXI se asiste a una profunda alteración del
orden político en las sociedades occidentales. Según su tesis, esta transformación podría
resumirse como el pasaje del ‘estado providencia al estado penitencia’. Es decir que, a
partir de las décadas finales del siglo, el estado de bienestar cedió espacio a la acción
espontánea de los mercados, que estos agudizaron las diferencias sociales y que frente al
descontento que esto produjo los estados occidentales asumieron un papel esencialmente
represivo: del estado que redistribuye e integra al estado ausente que solo aparece para
castigar. Según Wacquant, la popularización de las políticas de ‘tolerancia cero’ ocurridas
en la década del noventa responden a esta mutación, ilustrando de manera particularmente
clara el nuevo papel disciplinador que cumplirían las instituciones públicas.
Cuando uno observa el pasado reciente de la Argentina, las tesis del sociólogo
francés parecen sostenerse. Desde que a mediados de los años setenta complejos procesos
económicos empezaron a reducir la capacidad integradora del estado y las dinámicas del
mercado restringieron el acceso al trabajo y al consumo, efectivamente se ha producido un
crecimiento sostenido de la pobreza, del desempleo estructural y una retracción de las
garantías mínimas otorgadas por las instituciones públicas. Entre muchos otros factores,
uno de los que ha acompañado a esta fluctuación negativa de los indicadores mencionados
95
Queremos agradecer a la Fundación Antorchas, que mediante un subsidio permitió concretar algunos
aspectos de esta investigación.
1
es el incremento de los jóvenes menores de 18 años en conflicto con la ley. Efectivamente,
si, como haremos en detalle más adelante, uno observa el caso de la provincia de Buenos
Aires en la década del noventa, puede verse que junto al crecimiento pronunciado del
desempleo y la pobreza en la franja etárea que va de los 15 a los 18 años se ha producido un
crecimiento enorme de la cantidad de causas penales abiertas a menores. Así, parecería
corroborarse para la Argentina lo que Wacquant sostiene a escala planetaria: a crecientes
niveles de diferenciación social originados por la acción de los mercados le corresponde un
incremento del papel represivo del estado.
Ahora bien, si a este nivel de generalidad lo que Wacquant sugiere parece ser cierto,
una observación detallada del funcionamiento de algunas de las instituciones publicas
responsables del control social en Argentina nos indica la necesidad de razonamientos
menos lineales y más cuidadosamente documentados. Cuando uno observa el caso del
sistema penal de menores de la provincia de Buenos Aires, lejos de encontrar una mutación
del estado que lo transforme linealmente en una estructura disciplinadora, descubre una
suerte de palimpsesto organizacional con prácticas contradictorias. En él se superponen
distintas culturas institucionales resabios de diversas políticas minoriles, y agentes
institucionales de varias generaciones; en tensión entre sí y con los cambios que la sociedad
ha experimentado. En este contexto lo que prima es un comportamiento caótico o, más
técnicamente dicho, anómico en el que imperan intereses particulares y que nos obliga a
problematizar la tradicional definición de los órganos del sistema de minoridad como
instituciones del control social. Si, como lo hace Wacquant y varios otros, estas
instituciones son definidas como órganos de control es por que se ha supuesto más que
observado lo que realmente son. Superar estas visiones, a nuestro juicio simplificadoras,
nos exige conocer, primeramente, el escenario en el que se desempeñan las instituciones, y
luego su historia y prácticas actuales a fin de comprender las verdaderas causas que
explican su accionar y los efectos concretos que este produce.
La Complejización de un Escenario: Variaciones en la Cantidad y Perfiles de los Jóvenes
Judicializados en la Provincia de Buenos Aires
Como sugerimos antes, comprender los efectos del accionar del sistema de minoridad en la
provincia de Buenos Aires requiere, como paso inicial, contextualizar el ámbito en el que
1
actuaron y actúan las instituciones públicas que lo componen. En este caso, comprender las
mutaciones de la estructura social y sus impactos en la cantidad y perfil de los jóvenes que
transitaron por las instituciones minoriles. En términos generales, estas variaciones
implicaron que en un contexto de creciente desempleo y pobreza se produjera un aumento
pronunciado de la cantidad de menores judicializados, y también una cierta variación en el
tipo de causas en las que estuvieron involucrados. Como veremos, estos cambios operaron
como un nuevo escenario, más violento y transgresor, en el que debieron desempeñarse las
instituciones de minoridad. En una sección subsiguiente se verá cómo esto ha favorecido la
ocurrencia de violencia física al interior de los institutos de menores y, sobre todo, ha
hecho que su falla de lugar a la reproducción extramuros de una violencia que, en realidad,
tenia y tiene por víctimas principales a los propios jóvenes que la protagonizan.96
Una de las maneras en que pueden ser analizadas las tendencias antedichas es a través de
las estadísticas que elabora la Suprema Corte de Justicia. 97 Estas estadísticas muestran
claramente cómo, durante toda la década del noventa, se incrementó la cantidad de menores
judicializados
en la
provincia de Buenos Aires. Este crecimiento
acompañó
cronológicamente al ascenso del desempleo juvenil, que, para los menores de 19 años,
aumentó en la década del 19% al 34%, con un pico del 47% en 1997. 98 Esto lo mantuvo
claramente por arriba del promedio de desempleo para la totalidad de las edades que
aumentó solamente del 6 % al 14%. Al mismo tiempo que creció el desempleo también se
incrementó la pobreza, ya que la cantidad de personas sin ingresos suficientes para cubrir la
canasta familiar ascendió del 16,9% al 25,9% entre 1993 y 1999, teniendo impactos
mayores entre los más jóvenes.99 El Gráfico I muestra cómo el crecimiento del número de
96
Resulta imposible dar datos rigurosos de este fenómeno, solo podemos decir que en 18 meses de trabajo
etnográfico con unos cuarenta informantes pudimos comprobar que las muertes violentas de amigos en manos
de pares o de la policía es una ocurrencia frecuente.
97
Es importante tener en cuenta que si bien estas estadísticas son un fiel reflejo de la cantidad y tipo de causas
que tramitan en los juzgados de menores de la provincia, son un reflejo parcial e impreciso de la evolución
general de la delincuencia juvenil. Esto se debe a que, si bien todas las causas iniciadas en los juzgados de
menores son registradas por estas estadísticas, no todos los delitos son denunciados y mucho menos se
transforman en causas judiciales.
98
Datos extraídos de la Encuesta Permanente de Hogares, INDEC.
99
Datos de SIEMPRO (2000) indican que entre los menores de 18 años el porcentaje de la población afectada
por la condición de pobreza alcanzó a finales de la década al 47,7%, una cifra claramente superior al
promedio que ronda el 25%. A su vez, la proporción de niños y jóvenes indigentes se estableció en torno al
16,6%, mientras que en el resto de la población es de algo más que el 6%. Otro indicador significativo del
impacto diferencial de la pobreza entre los jóvenes es que, si para finales de los noventa los menores de 18
años eran la tercera parte de la población urbana, representaban el 49% de los pobres y el 55% de los
indigentes.
1
jóvenes involucrados en causas penales coincide cronológicamente con el incremento del
desempleo y la pobreza.
Gráfico I: Evolución de la Cantidad de Causas Penales y de Menores
Incluídos en Ellas. Totales en la Provincia de Buenos Aires.
30000
25000
20000
15000
10000
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
Menores Incluidos
17678 16232 18315 20634 22788 21635 23555 25945 26827 28057
Número de Causas
12166 10952 12419 13825 16021 15572 16723 18593 19195 20205
Fuente: Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.
Si el Grafico I ya muestra el crecimiento global de la cantidad de causas y de jóvenes
judicializados, al desagregar la totalidad de las causas en los tipos de delito por las cuales se
iniciaron puede conocerse algo más del perfil de estos jóvenes transgresores. El Gráfico II
indica que los delitos contra la propiedad fueron los que más crecieron en términos
absolutos, particularmente en el rubro “robos”. A su vez, muestra que si bien los delitos
contra las personas no son numéricamente tan significativos (particularmente los
homicidios), también en estos casos se produce un crecimiento importante. Y, además, la
cantidad de causas por lesiones alcanza números alarmantes, junto a un crecimiento
proporcional pronunciado.
1
Gr´fico II: Evolución de la Cantidad de Causas Penales en la Provincia de Buenos Aires.
8000
7000
6000
5000
4000
3000
2000
1000
0
robo
hurto
lesiones
homicidio
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
4947
4088
4421
5116
5633
5687
6476
7224
7429
7556
3259
844
2470
963
2756
1052
2921
1112
3155
1309
3261
1243
3405
1517
3689
1857
3344
2082
3254
2162
172
162
161
172
181
205
208
302
239
292
Fuente: Suprema Corte de Justicia de la Prov. de Buenos Aires.
Si hacemos una estimación porcentual, el gráfico anterior indica que durante la década
comprendida entre los años 1990 y 1999 se produjo un incremento de la cantidad de causas
abiertas por delitos contra la propiedad, que en el caso de los robos alcanzó un crecimiento
pico del 52% al final de la década. Mientras tanto, las causas por hurtos muestran una
mayor oscilación, con lo cual si bien pueden observarse picos de crecimiento del 43.3%
entre 1991 y 1997, también aparece un ocasional decrecimiento si comparamos a 1990 y
1999. En el caso de los delitos contra las personas alcanzaron un pico de crecimiento del
156.1% en 1999 para las ‘lesiones’ y un 75.5% en 1997 en lo que respecta a los
‘homicidios’. En este punto es importante notar que si bien el número de causas por estas
formas de delito crece y además son las que más lo hacen en términos absolutos, no son
necesariamente las que proliferan más en términos relativos. En el cuadro siguiente puede
observarse que, salvo las lesiones, las causas por las otras formas de delito mencionadas
decrecen o se mantienen más o menos constantes si son tomadas como proporción del total
de causas penales.
1
Cuadro I: Evolución Proporcional de los Tipos de Causa Penal. Porcentajes Sobre el Total
de Causas Penales en la Provincia de Buenos Aires.
Causas/Año
Abuso Deshonesto
Aborto
Accidente
Asociación Ilícita
Daños
Habeas Corpus
Homicidio
Homicidio
1990
0,29
0,34
0,39
0,90
3,67
0,06
1,41
0,59
1991
0,18
0,42
0,45
0,66
4,78
0,09
1,48
0,51
1992
0,23
0,43
0,26
0,57
5,25
0,06
1,30
0,61
1993
0,25
0,49
0,40
0,49
5,63
0,05
1,24
0,61
1994
0,31
0,38
0,31
0,31
4,56
0,06
1,13
0,46
1995
0,36
0,30
0,35
0,24
5,52
0,04
1,32
0,48
1996
0,23
0,32
0,26
0,23
5,39
0,16
1,24
0,50
1997
0,33
0,40
0,33
0,08
5,52
0,07
1,62
0,34
1998
0,37
0,22
0,26
0,13
5,33
0,09
1,25
0,30
1999
0,07
0,25
0,21
0,09
4,91
0,09
1,45
0,18
Culposo
Hurto
26,7 22,5 22,1 21,1 19,6 20,9 20,3 19,8 17,4 16,10
Lesiones
9
5
9
3
9
4
6
4
2
6,94 8,79 8,47 8,04 8,17 7,98 9,07 9,99 10,8 10,70
5
Lesiones Culposas 1,35 1,98 2,74 3,32 3,69 3,41 2,71 2,63 2,24 2,14
Robo
40,6 37,3 35,6 37,0 35,1 36,5 38,7 38,8 38,7 37,40
Suicidio
Violación
Violación
6
0,33
1,73
de 0,16
Domicilio
Otros
11,4
3
0,34
1,54
0,36
0
0,44
1,37
0,24
1
0,57
1,19
0,35
6
0,66
0,91
0,27
2
1
0,98
0,43
3
0,63
0,80
0,38
5
0,62
0,77
0,34
0
0,57 0,46
0,72 0,70
0,27 0,35
13,9 16,1 14,4 15,9 14,0 14,5 14,5 18,2 20,61
3
2
1
7
1
5
7
6
9
Faltas/Contravenci 2,98 4,61 4,13 4,76 8,03 6,08 4,42 3,69 3,01 4,28
ones
Total
100 100 100 100 100 100 100 100 100 100
Fuente: Elaboración Propia en Base a Datos de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia
de Buenos Aires.
Si realizamos un análisis atento del Cuadro I se verá que el descenso relativo de los delitos
contra la propiedad se vincula al crecimiento de ciertas formas de delito contra las personas
—particularmente las ‘lesiones’ y ‘lesiones culposas’— y también a un conjunto
1
heterogéneo de transgresiones catalogadas bajo la denominación común de ‘otros’. Así,
mientras en términos absolutos crecen las causas en casi todos los rubros, en términos
proporcionales se nota una tendencia a que disminuyan las causas por atentar contra la
propiedad y a que crezcan las causas por delitos contra las personas y a que proliferen
causas vinculadas a formas genéricas de transgresión. Bien, si estos datos efectivamente
reflejaran las prácticas delictivas de los jóvenes podríamos concluir que uno de los factores
más pronunciado en las tendencias analizadas es un incremento absoluto y relativo de la
violencia —expresado sobre todo en la evolución de las causas por lesiones— y una cierta
desprofesionalización del delito —evidenciado en la proliferación de transgresiones
genéricas y menores (categoría ‘otros’). Estos datos coinciden, por otro lado, con lo
señalado en varios trabajos etnográficos acerca de cómo ha variado la cultura delictiva de
los jóvenes que crecieron en el contexto del desempleo y pobreza estructurales generados a
partir de mediados de los años setenta (ver Puex en este mismo volumen y Kessler, 2002).
Es decir, que los datos anteriores nos permiten concluir que durante la década del noventa
se produjo una variación importante en la cantidad y el perfil de los jóvenes que transitaron
por el sistema penal de menores de la provincia de Buenos Aires. La pregunta que subsiste
es si el sistema logró adecuarse a estas fluctuaciones y dar algún tipo de respuesta a los
problemas que estas suponen. Antes de ingresar al análisis estrictamente etnográfico, un
primer dato que las fuentes estadísticas rebelan mostraría que existió una desproporción
entre el crecimiento de la cantidad de causas y la cantidad de jueces y juzgados (Gráfico
III).
Gráfico III: Promedio de Causas por Juez. En Base a Totales en la
Provincia de Buenos Aires.
500,00
400,00
300,00
200,00
Promedio
1990
1991
1992
1993
1994
1996
1997
1998
1999
320,78 281,33 328,22 341,10 382,60 398,00 429,18 428,36 422,00
Fuente: Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires.
1
Si observamos el Gráfico III la desproporción antedicha se manifiesta en un incremento
superior al 30% del promedio de causas por juez al final de la década. Así, los datos
parecen indicar que el incremento de causas penales posiblemente haya producido
dificultades en el funcionamiento de los juzgados. También es muy probable, aunque aún
no poseemos los datos que nos permitan dar cifras precisas, que un fenómeno similar haya
acontecido con relación a las plazas en los programas de minoridad. Tal como lo
manifiestan las propias autoridades del sistema provincial de menores, así como ha crecido
el promedio de jóvenes y causas por juez, se ha multiplicado la cantidad de los mismos con
relación a las vacantes en los distintos programas de minoridad, debilitando también de esa
manera su funcionamiento. Pero, en este punto, los datos estadísticos agregados no nos
permiten avanzar demasiado en el conocimiento de las dinámicas internas que las
organizaciones del sistema de minoridad pueden haber asumido frente a estos cambios en
los números y perfiles de los internos. Para comprender con profundidad el impacto de las
transformaciones contextuales en la vida institucional debemos poder registrar su
cotidianeidad, los sistemas de relaciones sociales expresados en las interacciones cara a
cara que van conformando, en definitiva, el verdadero funcionamiento institucional.
Un Instituto de Menores en Perspectiva Etnográfica
las agencias que concibe la sociedad para prevenir la desviación frecuentemente están tan
pobremente equipadas para la tarea que bien podríamos preguntarnos por qué, en primer
lugar, ésta es considerada como su real función (Erikson, 1966: 232)
La finalidad de conocer la cotidianeidad institucional que nos hemos establecido aquí nos
obliga a cambiar el tipo de aproximación metodológica, pasaremos de los datos estadísticos
agregados a la observación etnográfica de un instituto de menores que tomaremos como
caso testigo.100 Como hemos sugerido en los párrafos introductorios, la descripción
100
La ventaja de este tipo de aproximación es que permite percibir los mecanismos cotidianos, las
representaciones sociales, las formas microscópicas de interacción que en algún sentido producen los datos
agregados de la estadística. Las causas inscriptas en la cotidianeidad se vuelven literalmente visibles a los ojos
del investigador. Si bien esta aproximación etnográfica contiene las ventajas señaladas posee también
desventajas evidentes, esencialmente dificultades de generalización. ¿Cómo sostener la idea de que lo que
ocurre en el caso que describiremos es igual a lo que acontece en otros institutos y programas de minoridad?
1
pormenorizada de las dinámicas sociales que resulta de este tipo de aproximación
metodológica muestra una realidad que se manifiesta en tensión con una gran parte de la
bibliografía reciente referida al sistema nacional y provincial de minoridad. Una parte de
esta bibliografía, que asume una perspectiva legal, supone que las dificultades principales
se originan en la falta de leyes adecuadas y por eso acentúan la necesidad de producir
nuevas que respondan al espíritu de los tratados internacionales (cf. Raffo et al., 1986;
Larrandart y Otano, 1992; García Méndez, 1997).101 Otra parte de la producción
bibliográfica, más cercana al análisis sociológico, sostiene la idea de que las instituciones
del sistema de minoridad son aceitados instrumentos del control social (cf. Balestena, 1997;
Benitez, 1999; Codina, 1999; Costa y Gagliano, 2000; Guemureman y Daroqui, 2001). Los
datos etnográficos de que disponemos señalan la necesidad de problematizar estas visiones.
En principio puede observarse que las modificaciones de la normativa institucional no
siempre redundan en cambios favorables de las dinámicas organizativas.102 Esto sucede por
que las organizaciones del sistema de minoridad están constituidas por tradiciones y
culturas institucionales que las hacen infinitamente menos maleables de lo que los cambios
legales suponen o implican. Como hemos sugerido, estas tradiciones reúnen en una
totalidad no siempre coherente resabios de variadas políticas minoriles y culturas y agentes
institucionales en una suerte de palimpsesto organizacional que enfrenta dificultades a la
hora de ejercer las funciones del ‘control social’ que mucha de la bibliografía sociológica
les asigna. Entender por qué los efectores del sistema de minoridad adquirieron estas
estructuras, y qué dificultades enfrentan a la hora de cumplir sus finalidades, nos exige
comenzar por explorar la historia institucional para ir ingresando progresivamente en sus
prácticas presentes.
Para resolver esta dificultad hemos utilizado la estrategia de Glasser y Strauss (1967) del muestreo teórico por
saturación. Por razones de espacio no podremos ilustrar en su totalidad cómo se manifiesta este punto de
saturación en cada caso estudiado, pero si podremos indicar la recurrencia de, al menos, una lógica básica.
101
En general estos postulan que debe transitarse de un modelo legal basado en la noción de ‘situación
irregular’ del menor a un modelo legal que reconozca la ‘protección integral’ del menor, por el cual el estado,
y dentro de él, el sistema de minoridad, actúen como garantes de los derechos de los niños y jóvenes, en lugar
de actuar como organismos de control social o disciplinamiento.
102
Coincidimos aquí con lo señalado por Font (1999:91) en el sentido de que es una falacia pensar que la
mera reforma de las leyes puede producir cambios significativos en las prácticas institucionales.
1
El Sarmiento y su Historia103
La historia del sistema de minoridad reconoce un origen asociado a la beneficencia, que lo
constituyó como expresión de la acción caritativa de damas de alta sociedad, vinculadas en
su mayoría a la Iglesia Católica. Esta claro que el surgimiento del peronismo implicó una
crisis de ese modelo, en tanto la política social en general dejó de ser concebida como
acción caritativa y empezó a percibirse como una responsabilidad social del estado. En
parte, la dictadura militar del 1976 a 1983 intentó desguazar esta visión, lo que en el campo
de la minoridad parece haber redundado en una tendencia al reestablecimiento de la política
de beneficencia y caridad, con la clara suma de un componente autoritario. Finalmente, con
el retorno democrático de 1983 se vuelve progresivamente al modelo de responsabilidad
social. Este retorno a la responsabilidad social se asocia en los noventa a una serie de
factores: por un lado, a avances en la legislación de minoridad ligada a tratados
internacionales como la Convención de los Derechos del Niño y los acuerdos del Riad y de
Beijin. Por otro lado, a la complejización del campo de la minoridad, que como vimos
puebla al sistema de más jóvenes, con perfiles distintos cada vez más desligados del mundo
de la educación y del trabajo. La proliferación de jóvenes en conflicto con la ley, generó
una creciente demanda en la población para que se ‘resolviera el problema de la
delincuencia juvenil’, lo que agregó un nuevo elemento de complejidad al campo. Cuando
se observa al Sarmiento, puede verse cómo esta secuencia histórica se va expresando en su
constitución institucional y finalmente cómo incide en sus dinámicas de funcionamiento
actuales.
El Instituto Sarmiento se creó en junio de 1945 con un régimen asistencial. Se origina como
una macroinstitución bajo la figura de ‘reformatorio’ o ‘correccional’ que inspiraba la ley
nacional 10903, vigente desde 1919. En sus inicios, el establecimiento estuvo a cargo de un
grupo de religiosos de confesión católica. El Sarmiento albergaba en ese entonces a niños
huérfanos y abandonados. Durante la década del cincuenta, hacia finales del gobierno
peronista, los religiosos dejaron la institución y el Sarmiento quedó a cargo de un
matrimonio oriundo de La Plata. Por entonces, el Sarmiento albergaba a unos 65 niños y
adolescentes de diferentes edades y con problemáticas disímiles (abandono, conducta,
103
El nombre de la institución, los actores y los lugares se han modificado para preservar el anonimato de los
mismos.
1
enfermedades mentales) y contaba solo con un celador para el cuidado de todos los niños y
jóvenes internados. La gestión de este matrimonio duró dos décadas, sin que se registraran
durante ese lapso mayores incidentes ni transformaciones. Así, hasta los años setenta, todo
parece haber quedado en una suerte de status quo en el Sarmiento, más allá de una posible
controversia que puede haber ocurrido con el cambio del tutelazgo religioso al estatal a
finales de los cincuenta, probablemente fruto de los conflictos entre la Iglesia Católica y el
gobierno peronista.104
A mediados de los años setenta la situación se modifica significativamente. En 1974 y
1975, fuentes periodísticas locales dan cuenta de una enfática participación de diversos
sindicatos y agrupaciones políticas en debates concernientes a la política minoril,
incluyendo específicamente el funcionamiento del Sarmiento. En la constitución y
desarrollo de estos debates se evidencia claramente la superposición de procesos de
diversas índoles. Estos involucran, por un lado, ideologías e intereses políticos
contrastantes; y, por otro, concepciones de la política minoril, en la que se entremezclan
elementos tradicionales con visiones innovadoras.
Los debates en torno a la situación general de la minoridad y al Sarmiento en particular se
hacen públicos el 3 de marzo de 1974, cuando en un diario local aparecen denuncias sobre
el estado de precariedad edilicia de la institución. El lenguaje en el que estas denuncias son
hechas muestra que el renovado interés en el sistema de minoridad se origina, al menos en
parte, en una visión ideológica que promueve los ideales de la justicia social, hasta un
punto que va más allá de lo que tradicionalmente había proclamado el peronismo. Esto
posiblemente se vincule también a la tendencia sindical gestada desde mediados de los
sesenta a asumir ‘funciones ampliadas’(James, 1990)105 Así, la propuesta que acompaña a la
denuncia por el deterioro edilicio es mucho más ambiciosa que la simple reparación física
del edificio:
104
En realidad las fuentes solo nos permiten suponer esto, ya que no aparecen explicitadas las razones por las
cuales la iglesia abandona la conducción institucional.
105
Según James, entre 1962 y 1966 se consolida una tendencia a extender los tradicionales roles de los
sindicatos, aunque con énfasis diferentes entre distintas ramas sindicales. Por una parte, existieron dirigentes
sindicales que fomentaron una imagen de su organización como entidades fundamentales de servicios, que
proporcionaban a sus miembros toda una gama de beneficios y obras sociales. Por otra parte, los dirigentes
más tradicionales y más integrados a los sindicatos peronistas, apuntaban a definir en términos políticos y
sociales muy abarcativos las metas y funciones de los sindicatos, promoviendo el protagonismo político.
1
Sin la participación organizada del pueblo no habrá reconstrucción y liberación. Nosotros
entendemos que los institutos de la minoridad no deben existir. Deben transformarse en
hogares-escuelas; deben transformarse en talleres, en aulas, en donde el niño aprenda a
sentirse responsable, donde sienta el cariño y mantenga una participación activa y sea
realmente un ser humano y no un marginado que coma y duerma y que no se le enseñe
realmente algo para que el día de mañana, cuando llegue a la mayoría de edad, salga a la
sociedad con la capacitación técnica e intelectual que la Argentina necesita.106
Es importante destacar aquí que esta propuesta de modificación de la Institución implica,
claramente, una reformulación del conjunto de la política minoril en dos sentidos. Por un
lado, obviamente se está proponiendo la superación de un modelo en el que los Institutos
funcionaran como ‘depósitos’ de los niños pobres o marginados; por otro lado, esto está
claramente vinculado al surgimiento de un modelo más profesionalizado de atención a la
infancia. La idea de que las instituciones deben ‘enseñar’ supone la incorporación de
personal capacitado para llevar adelante esa tarea de reintegración social. Pese a esta idea
de profesionalización del sistema institucional, se mantiene la tendencia a que la propuesta
y gestión de las políticas de minoridad este en manos de un ‘voluntariado’, en este caso los
Consejos Voluntarios de Apoyo a la Minoridad: ‘integrados por todos aquellos que sentían
interés hacia los niños marginados y explotados.’ 107 Si bien la integración de estos consejos
es en términos formales definida como amplia y voluntaria (todos aquellos que sientan
interés), es claro que son promovidos, en ese momento, por la Juventud Peronista, que
aprovechará la oportunidad para denunciar a sectores opuestos dentro del peronismo:
Esto del instituto Sarmiento no es una falla individual, sino una falla que se da a través de
toda la organización de la minoridad y que tendíamos nosotros a reemplazarla con la
participación popular, sin sectarismos ideológicos y políticos. Es decir, eso se dio cuando
llamamos a las mesas de trabajo de la minoridad, en donde fueron peronistas y quienes no
lo eran, pero si tenemos la obligación de decirlo, no fueron ni la CGT ni las 62 locales y
muchos de los que hoy dicen que hay que luchar por la minoridad.108
106
Diario local 3/4/74
Diario local 3/4/74
108
Diario local 3/4/74
107
1
El breve episodio anterior ya muestra cómo los debates dentro del sistema de la minoridad
en los años setenta se estructuran en torno a varios elementos concurrentes. Por un lado,
participan elementos ideológicos; pero también se agregan, asociados a estos, cuestiones
claramente vinculadas a la confrontación entre facciones políticas y, además, visiones
específicas de la política minoril. Casi un año después de estos episodios, entre marzo y
abril de 1975, se vuelven a producir debates del mismo tipo pero con ciertos matices.
Producto del cambio de la relación de fuerzas en el nivel nacional, la Juventud Peronista ha
desaparecido como actor principal del debate y la confrontación se produce entre otras
facciones del peronismo. Esto también introduce algunos matices en las posiciones
ideológicas sustentadas y en la política de minoridad que se propone.
Los incidentes del 1975 también comenzaron por denuncias referidas al deterioro
edilicio del Sarmiento que hizo un sector vinculado a las 62 Organizaciones Peronistas. En
este caso, la propuesta que acompaña la denuncia no apunta a una reformulación absoluta
del sistema de minoridad (transformar a los institutos en hogares-escuela), sino a la mejora
de la calidad de las instituciones vigentes. La propuesta específica para el Sarmiento
consiste en remover a las autoridades existentes y en instrumentar una serie de políticas que
mejoren la calidad institucional. Si bien, en este sentido, hay diferencias con las propuestas
de la Juventud Peronista, reaparece sugerida la necesidad de profesionalizar al personal
institucional, aunque esta noción convive con ideales típicos del modelo asistencial y de
beneficencia anterior. Por otro lado, si bien la merma en la relevancia de la Juventud
Peronista sugeriría la disminución de la confrontación corporativa, esta de hecho persiste
expresándose en debates sobre la continuidad o discontinuidad del matrimonio que ocupaba
la conducción del Sarmiento. Veamos cómo se llevaron adelante estos episodios.
Los acontecimientos comenzaron el 21 de marzo de 1975 cuando miembros de la
CGT local y de las 62 Organizaciones Peronistas realizaron, junto con la prensa, una
sorpresiva ‘inspección’ al Instituto Sarmiento. En realidad, ninguno de los que realizaron
esta inspección constituía autoridad alguna dentro del sistema de minoridad, lo que generó
una cierta reacción de la directora en ese momento:
1
¿Con autorización de quién hacen esto? Preguntó la directora, evidentemente molesta, ‘En
nombre de los sentimientos humanitarios, por que no se puede aceptar que con el gobierno
del pueblo los chicos vivan en estas condiciones’ respondió el Sr. [sindicalista]109
Como señalamos, la propuesta de quienes realizaron esta inspección concluyó con un
pedido de intervención del instituto y remoción de sus autoridades, que la CGT regional y
las 62 Organizaciones Peronistas elevaron al gobernador provincial y al ministro de
bienestar social. Este pedido dio lugar a la expresión de un conflicto entre facciones
partidarias que se alinearon a favor o en contra de la intervención del Instituto. Si, como
vimos, de un lado, se agruparon la CGT y las 62 organizaciones, del otro lado se colocaron
el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) y el gremio de los
Ceramistas. Estos últimos sostenían que no debía haber una intervención del instituto ya
que:
‘dentro de las limitaciones a que se ve expuesta proveniente principalmente de la falta de
apoyo oficial, sostenemos que la función de hacer de los internados del hogar hombres
eficientes para la Argentina potencia, aunque imperfectamente, la viene cumpliendo.’110
Las posiciones encontradas parecerían responder, no solamente a diferencias en cuanto al
desempeño de las autoridades del Sarmiento, sino a una confrontación entre facciones
partidarias que tenía que ver con conflictos en el nivel de la política nacional111
Con esto no hacemos más que cumplir con el legado del general Perón a través de la
Doctrina Justicialista y que dice en uno de sus postulados dados por nuestro mismo líder el
12 de octubre de 1974: ‘ya pasaron los días de exclamar: “la vida por Perón”’[...]112
La cita anterior hace clara referencia a las confrontaciones entre facciones internas del
peronismo (cuando Perón rompió, en un acto en Plaza de Mayo, su alianza con los sectores
de izquierda) y muestra cómo se dirimen en el debate de las instituciones de minoridad
109
Diario local, 22/3/75
Diario local 2/4/75
111
El conflicto entre estos dos sindicatos responde, en realidad, a su confrontación en el orden nacional que se
retrotrae a la oposición entre vandoristas y la ‘línea dura’, más fiel a la tradición peronista y al propio líder
durante los períodos de proscripción. Una visión más completa de estos procesos puede consultarse en James
(1990) o Cavarozzi (2002) entre muchos otros.
112
Diario local 2/4/75
110
1
cuestiones vinculadas a la interna partidaria. La contrarréplica de la CGT y las 62
organizaciones a lo planteado por SMATA y los Ceramistas completa este panorama al
terminar de ilustrar la ingerencia de los intereses partidarios en la política minoril. En el
fragor del debate con SMATA y los ceramistas, los integrantes de la CGT regional
reconstruyen estratégicamente el pasado del matrimonio que en ese momento conducía al
Sarmiento, de modo de vincularlo al antiperonismo, algo que no parece coincidir con la
realidad histórica, aunque si con las finalidades políticas de quienes hacen la acusación:
La dirección actual, datan con su antigüedad en sus funciones desde el año 1955
aproximadamente, o sea, posterior a la revolución que depuso al gobierno constitucional de
nuestro conductor el general Perón [...] para forjar una Argentina Potencia no se puede
contar con colaboradores que no se hallen consustanciados con uno de los principios
básicos de la Doctrina Justicialista “Que en nuestra patria los únicos privilegiados deben ser
los niños.”113
El sindicato de Luz y Fuerza, alineándose claramente con esta posición reafirmó lo anterior
con un argumento de similares connotaciones en cuanto al peso de los intereses partidarios
en la constitución de la política minoril:
[los directores] deben ser ciudadanos que compartan integralmente la concepción
doctrinaria del Movimiento Justicialista, por que como es obvio señalar, de no ser así nada
positivo se realizará, por que ello significaría prestigiar indirectamente la acción del
gobierno provincial. (énfasis provisto).
Hasta aquí hemos mostrado cómo la política de minoridad es claramente atravesada por los
intereses que las diversas facciones políticas poseen con relación a sus posicionamientos en
el nivel nacional. Esto puede verse, particularmente, en los términos en los que es llevado
adelante el debate, y en cómo priman los criterios corporativos (contratar a alguien del
propio partido e idiosincracia, buscando réditos político-electorales) a la hora de dirimir la
conducción institucional del Sarmiento. Pero el debate que resumimos hasta aquí tiene otras
113
Diario local 30/3/75
1
connotaciones que no hemos explorado del todo, estas se refieren a las diversas
concepciones sobre las políticas de minoridad. Como vimos en los incidentes de 1974
comienza a pensarse en la necesidad de una cierta profesionalización, pero sin que esto
implique abandonar del todo la idea de que la acción caritativa y voluntaria tiene un
significativo papel que desempeñar. Estas concepciones atraviesan también los debates de
1975, con el agregado de mantener elementos de la visión religiosa que puede encontrarse
en los orígenes del sistema.
Un primer ejemplo de cómo aparecen estos elementos en la discusión puede verse
en las acusaciones que se le hacen al matrimonio a cargo del Sarmiento al pedir su
sustitución.
Estimamos que existe negligencia e incapacidad para resolver los problemas que se hallan
al alcance de los mismos y falta de sensibilidad y abnegación con que deben contar quienes
tienen la responsabilidad de devolver a la sociedad a estos niños transformados en hombres
de bien, con condiciones para ganarse el sustento y con una formación moral cristiana y
que puedan sentir amor por la vida y derechos del prójimo.114 (énfasis provisto)
Un hecho llamativo es que la defensa del matrimonio se ejerce en los mismos términos; es
decir, las virtudes que se invocan en el matrimonio hacen referencia, en gran medida, a los
mismos valores que se invocan para su destitución.
Llegaron a [la ciudad], ya hace casi 20 años, llenos de ilusiones, deseosos de trabajar en
bien de la minoridad confiada a su custodia. Amor y conocimientos se fundieron en un solo
haz para derramar sobre los niños internados aquello que solo pueden brindar a sus
semejantes los elegidos por la Providencia Divina: instrucción, educación, alegría,
felicidad.... 115 (énfasis provisto).
Como se ve, tanto la acusación como la defensa implica concepciones por las cuales el
tratamiento de los niños y jóvenes abandonados debe estar basado en virtudes personales
típicas de la acción caritativa de raíz cristiana: amor, sensibilidad, abnegación; y en un tipo
114
115
Diario local 30/3/75
Diario local 3/4/75
1
de conocimiento que es inespecífico. Es decir, se invoca un ‘saber’ o conocimiento, pero
que no esta ligado a ningún tipo de calificación particular. Sin embargo, con relación a esta
última cuestión es necesario incorporar ciertos matices. Tal como emerge embrionariamente
en los conflictos de 1974, también en este caso comienza a aparecer en el horizonte la idea
de una cierta profesionalización del sistema. Esto se decía como parte de la defensa del
matrimonio director del Sarmiento:
Pero esto no es todo, quién no recuerda, de los viejos empleados a Don Domingo dirigiendo
el coro de niños del Hogar, haciendo de maestro, celador, casero. Alguien debe conocer el
proyecto, el enjundioso proyecto de hacer de este Hogar modelo en la Provincia, con la
incorporación de gabinete psicopedagógico y todos los modernos métodos de enseñanza
para hacer de este instituto una verdadera casa de Admisión y Observación, separando los
niños internados por protección de aquellos internados por problemas de conducta.116
Como se ve, en el discurso de defensa del matrimonio de directores se combinan ambos
modelos. Por un lado, uno basado en la simple voluntad de enseñar, por lo que una persona
puede despeñarse indistintamente como celador, maestro y director de coro; al mismo
tiempo se vislumbra como situación ideal la incorporación de un saber profesionalizado en
la figura de un gabinete y en la posibilidad de intervenir sobre los niños y jóvenes en
función de sus problemáticas específicas. La coincidencia en cuanto al modelo de
tratamiento de la niñez entre los sectores en pugna es tal, que cuando hacia fines de abril de
1975 se concreta la intervención del Sarmiento, lo que se instrumenta es un modelo de
Admisión y Observación como el mencionado por quienes defendían al matrimonio de
directores.
Esta política en ciernes se interrumpió con la segunda intervención que se produjo
en 1976, al inicio del Proceso de Reorganización Nacional. El Sarmiento estuvo a cargo de
un oficial de marina retirado que duró en funciones alrededor de siete meses, pero la
intervención era conflictiva ya que el director no residía en la ciudad donde el Sarmiento
esta radicado. Como solución a esta dificultad, se produjo una última intervención que duró
solo días y que se orientó fundamentalmente a establecer un nuevo matrimonio platense
116
Diario local 3/4/75
1
como directores del Sarmiento. Con esta acción se restablecía claramente el modelo de
beneficencia y caridad. Sin embargo, todo parece indicar que durante el Proceso, a este
modelo de beneficencia y caridad y a la restitución del tradicional rol de la Iglesia Católica
en la política de minoridad, se le adicionaron algunas de las prácticas típicas asumidas por
las fuerzas de seguridad en la época.
Un presbítero que había ocupado funciones significativas en el sistema de
minoridad en esos años denunciaba lo siguiente:
‘Hay tres formas de dirigir un instituto de este tipo—indicó el sacerdote—: dentro de la ley,
por la fuerza y transando con la pesada de los internos para que ellos controlen la cosa.’
Relató entonces: ‘se de un caso en que la pesada salía a delinquir los fines de semana y los
restantes utilizaba al instituto como aguantadero. Hubo una oportunidad en que un interno
cometió un asalto con un arma proporcionada por un celador’. Relató luego que ‘también
tengo conocimiento que en el Araoz Alfaro se tenía chicos encerrados en habitaciones
totalmente peladas durante 20 días, totalmente desnudos, sin hablar con nadie y comiendo
sin cubiertos.117
Concordante con el clima represivo dominante en los institutos que denuncia el presbítero,
en el año 1983, en las vísperas del retorno democrático, florecen las denuncias por malos
tratos durante los años del Proceso. El Sarmiento no escapa a la tendencia, ya que el propio
director es relevado de sus funciones por haber sido encontrado responsable de maltratos
físicos a jóvenes internados.118 La dirección del establecimiento quedó a cargo de su esposa
hasta 1994, cuando ella decidió mudarse a otra ciudad. El período que va del 83 al 94 se
caracteriza por la incorporación creciente de personal. La mayor parte del personal
incorporado consistió en celadores con bajos niveles de calificación. Tanto el jefe de
disciplina, como el actual director ingresaron a mediados de los ochenta, no a partir de una
predisposición vocacional sino forzados por la condición de desempleados. En los mismos
años ingresan también otras personas en la misma condición, generalmente quienes
ingresaron lo fueron haciendo por conocimiento previo de alguno ya empleado,
funcionaban las redes personales más que cualquier proceso de selección por capacidades o
117
118
Diario local 24/3/83
Diario local 2/6/83
1
calificación. Además de celadores, durante este período finalmente se crea y consolida el
gabinete psicopedagógico y, lo que se verá luego, son los ‘talleres profesionales’.
Hacia mediados del noventa el proceso de incorporación de personal había finalizado.
Durante el transcurso del 2000, el debate en torno a la institución se reabrió. Resulta de
interés indicar que los actores que intervienen en este debate, si bien son corporaciones
homólogas a las que participaron a mediados de los años setenta, presentan motivaciones
diferentes. Si durante el tercer gobierno peronista la intervención de sindicatos y partidos
parece estar promovida por una identificación ideológica con la causa de los pobres y
postergados, en este caso sus acciones parecen privilegiar los intereses de los propios
afiliados o congraciarse con la opinión pública alarmada por los crecientes niveles de
delincuencia juvenil. Con respecto al primer tipo de reivindicaciones, uno de los actores
intervinientes es una comisión provincial de la Asociación de Trabajadores del Estado
(ATE). Si bien la comisión invoca los derechos de los niños contenidos en los tratados
internacionales que la Argentina había adoptado recientemente, su reivindicación principal
no es la modificación del sistema institucional, sino un reclamo al Consejo Provincial del
Menor solicitando la incorporación de más personal (a todas luces innecesario: en ese
momento había 43 empleados para atender a un promedio de 40 jóvenes internos). A
diferencia de lo acontecido en los setenta, en este caso ningún otro gremio o sindicato, sin
intereses directos en el área, se involucra en la discusión.
Vinculada a los debates que se inician con la gestión de ATE, fuerzas políticas relacionadas
a él como el Frente por un País Solidario (FREPASO), comienzan también a promover
iniciativas con relación a la política de minoridad en general y al Sarmiento en particular.
Otra vez, estas iniciativas tienen un matiz contrastante con sus contrapartes de los
años setenta. En este caso la intervención política no esta tan vinculada con la mejora de la
situación de los jóvenes marginados, sino con la preocupación de los vecinos por preservar
su propia seguridad. Así, la propuesta promovida conjuntamente por miembros del
FREPASO y de la Unión Cívica Radical (reunidos en ‘La Alianza’) es contradictoria. Por
un lado, proponen que el Sarmiento no reciba más a jóvenes con causas graves que
indiquen alta peligrosidad, de manera que el Instituto no contenga a internos de riesgo, y al
mismo tiempo proponen que se adopte un régimen de máxima seguridad, destinado
justamente a personas con causas graves.
1
Sobre el Sarmiento se menciona que el régimen abierto establecido en algunos institutos
que albergan a menores, [...] propio de otras épocas con otro tipo de internos, no se
compadece con las características que presentan algunos de ellos y representan un peligro
potencial para el resto de la sociedad. 119
El breve raconto histórico realizado hasta aquí creemos que muestra, al menos, la existencia
de cuatro tendencias troncales que fueron constituyendo, desde el escenario nacional, la
tradición organizacional del Sarmiento. i) La tradición de beneficencia y caridad, vinculada
a ideales religiosos, que instituyó la idea de que las condiciones de vocación divinamente
inspirada, voluntad y un ‘saber’ genérico e inespecífico eran suficientes para conducir las
instituciones minoriles. ii)Como se vio, en los años setenta esta concepción entra en
conflicto con otra que incorpora una serie compleja de elementos. a)Primero, desplazan el
campo de minoridad de ser objeto de la beneficencia y la caridad a ser una responsabilidad
social del estado. b)Segundo, el giro hacia el modelo de la responsabilidad estatal incluye al
campo de minoridad como objeto de los intereses corporativos de sindicatos y partidos.
c)Tercero, sin dejar de ponderar la importancia de una vocación sacralizada, promueven
una cierta profesionalización del campo de la minoridad. iii) Durante el gobierno del
Proceso se retrocede del modelo profesional, volviendo en el fondo a uno de beneficencia y
caridad, pero a esto se agregan ahora un conjunto de prácticas típicas de esa dictadura
militar. Esto es, por un lado, se reincorporó el castigo físico como práctica sistemática y,
más novedoso, el clima de permisividad que experimentaron los agentes estatales de las
organizaciones represivas en ese momento favoreció que estos incurrieran en prácticas
transgresoras junto con los internos mismos. Como puede notarse en las denuncias del
párroco, esto muchas veces incluyó la promoción de fugas para la comisión de delitos de
los propios internos en los institutos de menores. iv) El retorno democrático promovió
varias tendencias, no del todo novedosas. a)Reestableció la idea de la responsabilidad
estatal de la situación de la infancia y juventud desprotegida, cosa que se manifestó en la
transición de los modelos legales que incorporando la legislación internacional avanzó
hacia el ideal de ‘protección integral’ de la niñez. b)Vinculado a esto, se favoreció el
119
Diario local 22/11/2000
1
modelo profesionalista de institución minoril (la creación de gabinetes psicopedagógicos).
c)Se reincorporó el peso de corporaciones como los partidos y sindicatos, que comenzaron
nuevamente a hacer pesar sus intereses específicos en el campo de la minoridad, aunque
con matices ideológicos diferentes a los del setenta. d)El peso sindical y partidario hizo que
se mantuviera en las instituciones la tradición de beneficencia y caridad, ya que
promovieron la permanencia e incorporación de personal no profesional que solo contaba y
cuenta, en el mejor de los casos, con la ‘educación inespecífica’ y una supuesta ‘vocación
caritativa’ de ese modelo. A su vez, la permanencia de personal que actuó durante la
dictadura hizo que pervivieran, aunque atemperadas, algunas de las prácticas acuñadas en
ese período—como veremos, se siguen promoviendo fugas y persisten las alianzas entre
celadores e internos ‘pesados’ como mecanismo de control institucional.
En este breve raconto histórico ya puede notarse cómo se configura una estructura
organizativa que contiene, como si fueran capas geológicas, diversas culturas
institucionales acumuladas en el tiempo. Pero la imagen de esta ‘estructura de palimpsesto’,
como la hemos llamado, no esta todavía completa. Más de ella puede percibirse al analizar
el perfil de los internos, el régimen institucional establecido y el tipo de personal que posee
el Sarmiento.
Internos, Funciones y Niveles de Calificación
El primer elemento reglamentario que debe tenerse en cuenta al contemplar al Sarmiento es
la definición formal del régimen de internación que posee. Como se señaló antes, si bien
existen planes de transformar al Sarmiento en un instituto de ‘máxima seguridad’,
actualmente funciona como un instituto de régimen abierto:
[régimen abierto] se refiere a la alternativa de estructurar una modalidad de abordaje que
contemple la mayor cantidad posible de actividades relacionadas con la comunidad en la
que se halla inserto el establecimiento. Asimismo se agrega a ello que las actividades
internas se hallaren dispuestas de tal manera que el adolescente o joven pueda volcar al
máximo sus potencialidades.
1
Ello no implica desde el plano del control de la permanencia que no exista una
pormenorizada atención del sujeto, basándose específicamente en una contención, no ya de
tipo edilicio como en el caso de establecimientos cerrados, sino desde un ámbito técnico y
profesional, donde sigue estando presente el esfuerzo para que el adolescente o joven
permanezca en el establecimiento.’120
Además de lo señalado en estos párrafos en lo referente a sus aspectos edilicios y dinámicas
terapéuticas, el régimen abierto implica trabajar con cierto perfil de internos. Es decir, se
supone que estos regímenes se adecuan a jóvenes con problemáticas que no son calificadas
como de alta complejidad o peligrosidad. Sin embargo, como lo muestra el cuadro siguiente
entre 1988 y 2001 se produjo una variación en el perfil de los internos producto de los
cambios contextuales analizados en una sección anterior.121
Cuadro II: Evolución de los Tipos de Delito de los Internos en el Sarmiento
Tipo
Abuso Deshonesto
Pedido Captura
Medidas Tutelares
Fuga de Hogar
Homicidio
Homicidio en Robo
Homicidio Culposo
Hurto
Incendio Intencional
Int. Homicidio
Lesiones Graves
Resist. Autoridad
120
Año 1988
Totales
1
0
6
1
6
3
1
29
1
1
1
1
Porcentaje
0,47
0
2,80
0,47
2,80
1,40
0,47
11,55
0,47
0,47
0,47
0,47
Año 2001
Total
1
6
12
0
9
9
0
4
0
0
2
2
Porcentaje
0,38
2,27
4,55
0,00
3,41
3,41
0,00
1,52
0,00
0,00
0,76
0,76
Normativas de Trabajo Nº10, p. 1.
Lamentablemente, solo podemos mostrar esta evolución parcialmente, ya que las fuentes existentes no
permiten un estudio detallado de secuencias temporales extensas y continuas, sino tan solo (al menos por el
momento) comparaciones entre 1988 –año para el cual la suerte ha querido encontremos fuentes
medianamente confiables— y el 2001 que fue el período en el que hicimos el estudio etnográfico. Esta
limitación en la fuente de datos produce ciertos problemas, ya que al comparar tan solo dos años aislados las
diferencias encontradas entre ellos podrían responder tanto a tendencias estables como a clivajes
circunstanciales entre los años en cuestión. Si bien este problema no puede ser resuelto por completo, en
varios casos pueden encontrarse paralelismos entre las tendencias marcadas por las estadísticas expuestas
antes y lo encontrado en el Sarmiento. Si bien esto no nos habilitará para sacar conclusiones definitivas, si nos
permite realizar conjeturas e hipótesis sobre bases documentales relativamente sólidas.
121
1
Robo simple
79
36,92
Robo Automotor
9
4,21
Robo Calif.
14
6,54
Robo/Lesiones
2
0,93
Ttva. Robo
13
6,07
Tcia. Arma
0
0
Violación
5
2,38
Otros
0
0
Falta Dato
41
19,16
Totales
214
100
Fuente: Libros de registro del Instituto Sarmiento
12
2
69
4
18
11
0
6
82
264
4,55
0,76
26,14
1,52
6,82
4,17
0,00
2,27
31,06
100
En el cuadro pueden verse algunas fluctuaciones significativas, que ilustran la variación de
perfil hacia uno de mayor peligrosidad. Por ejemplo, la proporción de internos con causas
por hurtos y robo simple disminuye significativamente, mientras que se incrementan los
guarismos por robo calificado y tenencia de armas. También puede notarse que se
incrementa la proporción de internos por homicidio y, sobre todo, homicidio en robo.
Cuando uno compara lo ocurrido en el Sarmiento, con el Cuadro I que da cuenta de las
variaciones en la totalidad de las causas en el nivel provincial, lo que parecería estar
sucediendo es que el incremento en la cantidad de menores judicializados ha producido de
hecho, pero no de manera planificada, una fluctuación en los criterios de internación. Por lo
que si antes se consideraban a los hurtos o el robo simple como motivo suficiente para
decretarla, ahora solo aquellos que cometen robo calificado u homicidio son pasibles de tal
sanción. Como vemos, en el caso específico del Sarmiento esto hizo que convivan un nuevo
perfil de internos con un régimen internativo originalmente pensado para jóvenes con otro
tipo de problemática, característica de tiempos pretéritos. Así, este hecho agrega un nuevo
elemento a la heterogeneidad institucional que venimos analizando; pero lejos de agotar las
aristas de una estructura organizativa heterogénea más superposiciones de ‘lo viejo y lo
nuevo’ pueden encontrarse al analizar las normativas y políticas institucionales que
regulan actualmente al Sarmiento.
Una de las cuestiones llamativas de toda la documentación que define las políticas
institucionales que involucran al Sarmiento es que contienen, además de las
especificaciones técnicas correspondientes, una serie de peticiones de principio que
muestran la continuidad filosófica con los tratados internacionales. En este sentido puede
1
notarse que, en términos formales, en la década del noventa se llevaron adelante las
transformaciones normativas que los autores que trabajan desde una perspectiva legal
perciben como las principales soluciones al problema de la minoridad. Este espíritu se
transluce, por ejemplo, en el hecho de que los institutos son definidos como organizaciones
educativas, que deben funcionar como espacios de contención y desarrollo y no como
ámbitos de castigo y estigmatización. Incluso, la documentación llega a la enunciación de
una finalidad política de la acción institucional, también fuertemente vinculada al espíritu
de los tratados internacionales. Esto queda claramente retratado en citas recurrentes a
pedagogos vinculados a la tradición Freiriana, como son las referencias a Antonio Carlos
Gomes da Costa:
El servicio que el educador ejecuta, en la división de trabajo de equipo, representa apenas
su campo de acción, pero no es la razón principal de su presencia junto al educando. La
razón fundamental será siempre la liberación del joven, y ésta es una exigencia que se sitúa
mas allá de todas las rutinas, a pesar de que no deje de pasar por ellas.122 [énfasis provisto]
Estas bases filosóficas del diseño organizacional no permanecen tan solo como peticiones
de principio, sino que se reflejan también en la misma idea de organización y en las formas
de abordaje de la problemática de los jóvenes internos. Así, la institución se supone
dinámica; una organización que define proyectos específicos, los evalúa y los rediseña, y se
plantea al abordaje institucional como una acción educativa orientada por una visión
pedagógica:
Se define el abordaje institucional como a todas aquellas acciones y dispositivos
implementados con el objetivo de intervenir en la individualidad de un joven infractor,
introyectando
[...] objetivos primordialmente pedagógicos que permitan no solo la
adquisición de responsabilidad de sus propios actos y cambios de hábitos nocivos, sino
abrir los caminos para incorporar aquello que se da en llamar ‘las adquisiciones utilitarias’
(el aprendizaje de un oficio, la incorporación de actividades y hábitos solidarios, etc.), y
122
Normativas de Trabano Nº 10, p. 2.
1
que posibilitarán al joven ser partícipe activo en la modificación de la realidad que le toca
vivir.123
Estos enunciados valorativos y fines organizacionales son desagregados, dentro de la
documentación consultada, en un conjunto de funciones y personal que debería encarnarlos
y llevarlos adelante. Para la definición de funciones se establecen tres categorías: el sector
conducción, el sector profesional y el sector técnico-pedagógico. Obviamente, el sector
conducción esta constituido por quienes ocupan las funciones directivas de la institución,
en el caso que examinamos el director, el sub-director y el jefe de disciplina. Este primer
sector tiene varias funciones, pero la más destacada parece ser la de guiar el diseño e
implementación de un proyecto institucional, a través de un constante proceso de
evaluación, que: ‘implica su revisión constante y un dinamismo conceptual de
funcionamiento que no permite un esquema de diseño totalmente rígido.’124
Vale remarcar aquí que, dentro de la planificación institucional, deben contemplarse rutinas
a ser llevadas adelante en situaciones de emergencia. Esencialmente, posibles situaciones
de violencia entre internos, motines y fugas —que también son entonces formalmente
definidas como ocurrencias graves y anómalas, aunque, como veremos, están lejos de tal
situación y también de merecer un ‘plan de emergencia’ en el Sarmiento. Con respecto al
nivel de calificación del sector conducción, no se establece un nivel formal de educación
para ocupar los cargos directivos; aunque los llamados a ocupar nuevos cargos sugieren que
se exigiría haber completado el nivel secundario y haber hecho alguna ‘capacitación’ cuyo
contenido no se especifica.125 La única condición existente es detentar ciertas habilidades
mínimas, no garantizadas por ninguna certificación formal: ‘un profundo conocimiento y
una acabada experiencia en el manejo de aspectos técnicos, legales, administrativos y
contables que involucra la función.’126
En esta misma línea se establecen funciones para el personal profesional, que esta
constituido por el cuerpo de psicólogos y trabajadores sociales que forman parte de la
estructura institucional. Obviamente, en este caso si deben ser personas que detentan un
título, al menos terciario (en el caso de los trabajadores sociales no necesariamente
123
Normativas de Trabajo Nº 10, p. 1.
Documento de Trabajo No 3.
125
Documento de Trabajo No. 3
126
Documento de Trabajo Nº 3
124
1
universitario), para quienes se establecen un conjunto significativo de funciones de orden
técnico, aunque explícitamente se les niega el monopolio del saber: ‘No debe arrogarse la
suma del conocimiento sobre la materia, sino que debe desplegar acciones permanentes
interrelacionadas con los otros sectores, fundamentalmente cubriendo el espacio de
apoyatura técnico-científica.’127 Las funciones de este sector consisten en definir las formas
del abordaje institucional para cada interno. Sus tareas más importantes están vinculadas a
entrevistar a los jóvenes y sus familias, procurando su contención emocional, elevando
informes sobre su situación a juzgados y demás dependencias y a establecer actividades que
eviten el aislamiento social, procurando la integración entre los internos y el resto de la
sociedad.128
Finalmente, el sector técnico-pedagógico esta conformado por los llamados ‘Asistentes de
Minoridad’; traducido al lenguaje tradicional son los ‘celadores’ encargados de supervisar
cotidianamente a los jóvenes internos. Sin embargo, ha de aclararse que existe en la
documentación un intento explícito por superar la figura del celador: ‘El cambio de término
pretendió ir más allá del simple reemplazo de una palabra por otra. El cambio pretendió
producir un viraje de 180 grados [...] De un modelo de custodia a otro de asistencia y
acompañamiento. De una posición pasiva en términos generales a un despliegue activo,
participativo e integrado al abordaje institucional.’ 129 A estos Asistentes de Minoridad se les
asigna el papel de ‘educadores no formales’, actividad que implica, primordialmente, la
‘búsqueda y promoción de las potencialidades’ que se detecten en los jóvenes. Además, los
Asistentes de Minoridad deben fomentar el desarrollo de la ‘ciudadanía’ en los jóvenes,
básicamente vinculando la adquisición de derechos con el cumplimiento de obligaciones.
Todo esto requiere del Asistente de Minoridad que sea ‘observador y analítico’ y además
que prevea más que reprima ‘peleas, motines y relajamientos de disciplina’ y que: ‘En
ningún momento delegue autoridad en los propios menores para la organización de las
relaciones internas.’130 Pese a la complejidad de las tareas asignadas, no se exige en el caso
de los Asistentes de Minoridad ningún nivel de educación formal, ni no formal. Incluso, a
diferencia del caso del sector conducción, los documentos de trabajo consultados sugieren
que ni siquiera deben poseer educación secundaria completa.
127
Documento de Trabajo Nº 3.
Documento de trabajo Nº 3.
129
Normativas de Trabajo Nº 10, p. 3.
130
Normativas de Trabajo Nº 10, art. 60.
128
1
En definitiva, podemos concluir en que las prescripciones normativas que definen
objetivos, funciones y personal para institutos como el Sarmiento proponen un perfil
escasamente profesional para llevar adelante tareas de enorme complejidad. Cuando uno
analiza concretamente los niveles de calificación del personal del Sarmiento, la letra de la
normativa analizada adquiere una manifestación concreta.
Cuadro III: Niveles de Calificación del Personal del Instituto Sarmiento
Nivel de Instrucción Sin Datos
Primaria
Secundaria Secundaria Terciaria
Sector
Conducción
Profesional
Asistentes
Completa
1
--3
Incompleta
2
--5
Completa
----5
Completa
--9
---
---
---
3
---
---
3
5
Minoridad
Personal
----de 7131
1
Administrativo
Docentes
----Fuente: Registros del Instituto Sarmiento
La primer cuestión notoria que se desprende del Cuadro III es que el personal que ejerce la
conducción institucional se encuentra entre quienes tienen el menor nivel de instrucción
formal. Esto implica que quienes tienen las tareas de más alta complejidad y
responsabilidad —como el diseño del proyecto institucional más su ‘revisión constante’
ejerciendo ‘un dinamismo conceptual de funcionamiento’— son personas con muy bajos
niveles de instrucción formal; que probablemente encuentren difícil entender el sentido
mismo de las palabras que definen sus roles y tareas en los documentos institucionales.
Una situación análoga se produce en el caso de los Asistentes de Minoridad. Como puede
verse, incluso los que han alcanzado los más altos niveles de instrucción y capacitación tan
solo han concluido la escuela secundaria. Formalmente a este sector se le asigna una
actividad crucial, ya que deben asumir una ‘actitud analítica’ para detectar los conflictos y
potencialidades de un adolescente, promover estas últimas, preveer posibles actos de
violencia, contener afectivamente a adolescentes con trayectorias biográficas más que
131
En la documentación oficial del Instituto Sarmiento no figura el nivel de escolaridad alcanzado. Puede
deducirse del perfil profesional de alguno de ellos que posiblemente se encuentren al nivel del ‘primario
completo’ o ‘secundario incompleto’ ya que varios son ex obreros de una curtiembre y otro ex miembro del
sistema penitenciario de adultos.
1
complejas e inculcarles la noción de ciudadanía. Así, puede vislumbrarse, que el sistema de
minoridad espera todo esto de personas cuyas credenciales formales no garantizan
conocimientos sólidos ni en psicología, psicología social, o dinámica de grupos. El sector
profesional es al único que se le exigen ciertos niveles de calificación formal. Ahora, el
diseño institucional implica que, si bien es formalmente el más calificado para diagramar,
llevar adelante y evaluar un proyecto institucional, esta subordinado a una conducción que
desde ese punto de vista se encuentra mucho menos capacitada para la tarea.
De lo que hemos expuesto puede deducirse claramente que la estructura de funciones y
niveles de calificación presenta una tensión significativa entre la complejidad de las tareas
y los niveles de preparación del personal. Las razones que explican este raro diseño
institucional son variadas. Por un lado, podríamos pensar que es el resultado de adoptar una
visión Freiriana por la que la ‘experiencia’ es relativamente homologada a la formación
escolarizada —por eso, a la hora de decidir funciones se toma tanto en cuenta una como la
otra. Sin embargo esto, que tampoco se ajustaría del todo a la visión de Freire, parece ser la
racionalización de una motivación más profunda, inscripta en la historia misma del sistema
institucional. Como señalamos, a partir de 1983, y más aún a finales de los noventa,
comienzan a convivir un modelo legal de protección integral, que exige una
profesionalización del sistema, con una estructura institucional formada por personal
escasamente calificado. Esto, que es el resultado de lo que llamamos la acumulación de
‘capas geológicas’ del armado institucional, obviamente produce un conflicto de intereses
entre una parte significativa del personal y los requerimientos del nuevo modelo
institucional, ya que el primero o debía ser sustituido o recalificado para que el nuevo
modelo institucional pudiera funcionar con el perfil de personal adecuado. De hecho, hubo
algunas iniciativas en el sentido de la recalificación, expresadas en políticas como el
‘CINAPEO’132 o en el hecho de que el sistema de minoridad posee en su propia estructura
organizativa escuelas secundarias destinadas, no a la formación de los internos, sino a
lograr que su propio personal la concluya. El peso de las corporaciones gremiales en el
132
Nos referimos a la política conocida como ‘CINAPEO’ que modificaba el régimen de asenso por
antigüedad a una de asenso por cursos internos que permitían la acumulación de puntaje. Esta política se
aplicó desde 1992 en casi la totalidad de la administración pública, debido a la acción gremial el personal de
los institutos nacionales y provinciales de menores mantuvieron el sistema tradicional de ascenso por
antigüedad, eludiendo la obligación de incrementar sus niveles de capacitación .
1
sistema parece haber evitado que la nueva política produjera un cambio profundo en el
perfil del personal por cualquiera de las dos vías: sustitución o recalificación.
Lo expuesto hasta aquí ilustra cómo se manifiesta al nivel de la estructura la
heterogeneidad institucional de la que hemos venido hablando. Esta claro también que esta
heterogeneidad es el resultado de la acción, dentro del sistema de minoridad, de diversos
agentes y corporaciones participes de tradiciones culturales divergentes. Lo que no hemos
develado aún, y resulta imprescindible para terminar de comprender el funcionamiento
institucional, es cómo se manifiesta su heterogeneidad al nivel de las prácticas. Es decir, no
tanto las tensiones del diseño formal de un instituto de menores, sino la manera en que se
manifiesta la estructura de palimpsesto en la cotidianeidad institucional y en las prácticas
de sus agentes. Un buen punto de partida es comenzar viendo los resultados generales del
funcionamiento institucional, para luego ver las operaciones diarias que los producen.
Permanencias y Egresos
Un primer dato ilustrativo de los resultados del funcionamiento de la estructura
institucional heterogénea del Sarmiento y de sus crecientes dificultades de adaptación al
contexto cambiante se expresa en algunos indicadores cuantitativos. Uno de estos es la
evolución de los tiempos de permanencia en la institución, y otro las formas de externación
que tradicionalmente ocurren. El cuadro siguiente da cuenta de los períodos de
permanencia en el Sarmiento tomando por referencia la comparación 1988-2001 que ya fue
utilizada anteriormente.
Cuadro IV: Período de Permanencia en la Institución 1988; 2001
Tiempo
de Año 1988
Total
Permanencia en
Días
1a2
10 o menos
11 a 30
31 a 90
91 a 180
181 a 360
46
83
27
25
33
26
Porcentaje
Año 2001
Total
Porcentaje
21,50
38,79
12,62
11,68
15,42
12,15
93
174
24
17
7
6
35,23
65,91
9,09
6,44
2,65
2,27
1
361 o más
5
2,34
Permanecen
0
0
Falta Dato
15
7,01
Total
214
100
Fuente: Libros de registro del Instituto Sarmiento
0
32
4
264
0
12,12
1,52
100
El Cuadro IV muestra claramente que los períodos de permanencia de los internos dentro
del instituto ha caído significativamente, de hecho el promedio de los días de permanencia
por interno fue de algo más de 70 para 1988, pero de tan solo 20 para el 2001. Esta
tendencia descendente se corresponde con algunas fluctuaciones presentes en el Cuadro,
donde puede verse que si para 1988 algo más del 38% permanecían menos de diez días, en
el 2001 estos constituyeron una fuerte mayoría: más del 65% de los que residieron durante
ese período en la institución, incluidos un 35,23% que permanecieron entre uno y dos días
solamente. Una visión optimista e inocente podría hacernos creer que los cortos períodos de
permanencia se deben a la capacidad y velocidad de la institución para producir la
reintegración social de los jóvenes. Sin embargo, las formas de egreso nos someten a una
rápida desilusión.
Cuadro V: Formas de Egreso 1988; 2001
Formas de Egreso
Año 1988
Total
Porcentaje
Fuga
119
55,61
Egreso
36
16,82
Egreso de Permiso 9
4,21
Egreso Comparendo 15
7,01
Baja
14
6,54
Traslado
5
2,34
Permanecen
0
0,00
Faltan Datos
16
7,48
Total
214
100
Fuente: Libro de registro del Instituto Sarmiento.
Año 2001
Total
197
6
6
5
5
10
32
3
264
Porcentaje
74,62
2,27
2,27
1,89
1,89
3,79
12,12
1,14
100
Como puede verse en el Cuadro V, la forma predominante por la cuál los internos
abandonan la institución son las fugas, que constituían ya la manera principal de egreso en
1988, y que se extendieron todavía más para el 2001. En este sentido debe aclararse que
algunas de las otras formas de egreso expuestas en el Cuadro V, si bien no constituyen
1
técnicamente fugas (los jóvenes no escapan del predio institucional estrictamente), también
implican una interrupción de la internación por voluntad del menor y sin el consentimiento
de las autoridades. Por ejemplo, muchas veces las ‘bajas’ como los ‘egresos de permiso’
constituyen casos de jóvenes que salieron de permiso a su casa y jamás se reintegraron al
Instituto cuando lo deberían haber hecho. Así, solo los ‘egresos’ darían cuenta de
situaciones en los que el juez que decidió la internación de un joven interpreta
(hipotéticamente con el consenso de las autoridades del Instituto) que se encuentra en
condiciones de reintegrarse socialmente. Como puede notarse, siempre ha sido una minoría
la que abandonó el Sarmiento en estas condiciones, pero ha pasado de ser una minoría de
cierta significación en 1988 (16,82%) a una insignificante (2,27%) en el 2001.
Los datos anteriores muestran lo que es un resultado previsible de la inadecuación
entre la variación del perfil de los internos y el régimen abierto del Sarmiento. Ahora, estos
datos no nos dicen mucho acerca de las causas que los producen, que como sugerimos antes
se encuentran en la cotidianeidad y dónde, además, pueden ser halladas nuevas dimensiones
de la heterogeneidad institucional.
Los Usos del Tiempo y el Espacio
Las rutinas organizacionales que componen la cotidianeidad institucional se expresan como
prácticas sociales recurrentes en el tiempo y el espacio. Es por eso que hemos escogido
analizar estas dos dimensiones (tiempo y espacio) para ver cómo es que efectivamente
‘funciona’ el Instituto Sarmiento. El análisis de estas dinámicas obliga a observar el doble
juego existente entre la rutina formalmente establecida al interior del Instituto y la manera
en que esta es efectivamente ejecutada por el personal. Comenzaremos exponiendo esta
rutina formal y luego iremos desmenuzando las prácticas reales.
Un primer dato referido a la distribución espacial, es que el Sarmiento esta dividido
claramente en dos espacios edilicios separados unos 10 metros por un jardín interno. En el
edificio más próximo a la entrada se encuentra el sector administrativo, las oficinas de la
conducción institucional (director, vice-director y jefe de disciplina) y los gabinetes
psicopedagógicos donde trabaja el personal técnico (psicólogos y trabajadores sociales). En
el edificio más alejado de la entrada al predio institucional se encuentra el pabellón donde
1
residen los internos. Este edificio contiene los dormitorios, la sala de recreación, los baños,
un patio interno, y las aulas escolares. Por lo tanto, es allí donde los jóvenes pasan la mayor
parte de su tiempo en compañía de los Asistentes de Minoridad. Esta distribución espacial
divide claramente al personal institucional en dos sectores: aquellos en contacto
permanente con los internos (docentes y Asistentes de Minoridad), y aquellos que solo
entran en contacto con ellos en los momentos en que lo desean (el sector conducción y los
profesionales). Esta distribución espacial hace que el personal con mayor nivel de
calificación (con más posibilidades de detectar potencialidades y problemas) permanezca
menos tiempo con los internos; pero, además, da lugar a rutinas y conflictos institucionales
muy específicos que explicaremos después.
Desde el punto de vista de la estructura temporal, la rutina institucional comienza alrededor
de las 07:00 Hs. AM. Los internos se levantan, bañan, desayunan y luego son revisados por
un médico pediatra. Posteriormente, quienes aún no han finalizado el ciclo escolar
obligatorio, concurren a una escuela interna del Instituto, mientras que quienes ya han
finalizado su escolarización realizan tareas de mantenimiento edilicio o colaboran en
actividades domésticas como la limpieza y la cocina. A las 11:30 hs. finalizan las tareas
escolares y la colaboración en tareas domesticas y luego de un recreo breve de 30 minutos
se almuerza. A las 14 hs. los internos ingresan a los ‘talleres de formación profesional’
(carpintería, agricultura y apicultura, peluquería, etc.), donde deberían aprender algún
oficio hasta las 16 hs. Usualmente entre las 16 y las 18 hs. tienen clases de educación física
y luego de ducharse tienen otras dos horas de formación profesional hasta las 20 hs. cuando
cenan, hay luego un momento de recreación (miran televisión, escuchan música) y
finalmente van a dormir a las 22hs. Esta rutina es seguida prácticamente todos los días,
salvo los viernes en los que la tarde se aprovecha casi íntegra para la recreación y la
educación física y los fines de semana en los que se recibe la visita de familiares.
Estas rutinas de los jóvenes internos son acompañadas, desde luego, por el personal
institucional que desarrolla sus actividades adecuándolas a estos tiempos. Los Asistentes de
Minoridad están divididos en tres guardias. Una matinal que se extiende hasta las 14 hs.,
otra a la tarde que dura hasta las 22 hs., y una última nocturna de 22 a 7 AM. Como se
señaló, los Asistentes de Minoridad permanecen prácticamente todo el tiempo en
vinculación directa con los jóvenes. Son quienes los despiertan a la mañana, supervisan a
1
aquellos que realizan tareas cotidianas, los controlan en los momentos de recreación,
organizan su ingreso a los talleres profesionales y deben controlar los pabellones en horas
de la noche. En el edificio del área administrativa, trabajan los empleados del sector en
general en el horario matinal, excepto la administradora que concurre a trabajar por la tarde.
Los empleados administrativos realizan tareas de correo, armado y foliado de legajos,
relevamiento de datos pertenecientes a los jóvenes, comunicación con los tribunales
correspondientes y otros organismos estatales como comisarías, y delegaciones
departamentales del Consejo Provincial del Menor, entre otras.
El
establecimiento
también cuenta, por la mañana, con la presencia de un referente de la dirección y personal
del equipo técnico. Ambos sectores, dirección y equipo técnico, organizan su jornada de
trabajo dividiéndose entre las guardias de la mañana y de la tarde, a fin de cubrir las horas
en las que el movimiento institucional es mayor. En ambas guardias, el equipo técnico se
ocupa de entrevistar a los jóvenes que ingresan diariamente y de realizar contactos con las
familias y tribunales. También, realizan las entrevistas de seguimiento de los jóvenes ya
alojados, recibiendo sus demandas y realizando los trámites correspondientes para resolver
sus problemas.
Así, aparentemente, la cotidianeidad del Sarmiento se adecuaría a los fines de
educación y reinserción social definidos por la normativa vigente expuesta antes. Los
jóvenes tienen rutinas en las que cumplen con su formación escolar, deportiva y profesional
siempre supervisados por el personal de la institución. Por otra parte, la distribución formal
de tareas contempla tiempo y personal para entrevistas de seguimiento, contención afectiva,
y las demás exigencias formalmente establecidas. Incluso, podría decirse que la cantidad de
personal es sumamente adecuada al promedio de internos residentes: unos 43 empleados
para una población institucional que ronda los 40 jóvenes. 133 Sin embargo, las prácticas
concretas muestran importantes niveles de disonancia con lo formalmente establecido.
Estas manifestaciones de disonancia se expresan en un gradiente que va desde pequeñas
excepciones —casi normales al funcionamiento de cualquier institución— hasta prácticas
que implican finalidades directamente opuestas a los propósitos de contención y educación
establecidos por la documentación analizada antes. En este sentido si bien se encuentran el
133
Esta es la cantidad usual de internos en cualquier momento determinado, aunque hay una enorme rotación
producida por el altísimo nivel de fugas. Si todos los jóvenes enviados en un año permanecieran en el
Sarmiento la cantidad de internos alcanzaría a más de 200, cifra que la institución no podría alojar a menos
que se quintuplicara su capacidad internativa.
1
tipo de adecuaciones que alguna vez encontró Cicourel (1968) en California, por la que el
personal institucional ‘interpretaba’ los datos para adecuarlos a las exigencias de la
estructura burocrática, se encuentran también niveles de contradicción completos entre
prácticas y normas, parecidos a aquellos que menciona Miller (1998) en el caso de
Massachussets. Un primer ejemplo puede verse en las jornadas laborales del personal.
Formalmente, todo el personal debe cumplir con un régimen laboral de 48 horas
semanales, lo que implica trabajar 8 horas diarias y tomarse un día de franco a la semana.
Sin embrago, existen arreglos internos entre el personal y la dirección del establecimiento
por los cuales se acortaron arbitrariamente las jornadas de trabajo. En lo que atañe a los
Asistentes de Minoridad, sus guardias representan un total de 7 horas de trabajo diario.
Mientras que para los profesionales del equipo técnico, lo acordado con la dirección son 6
horas diarias. Sin embargo, el tiempo ocioso, más frecuentes ingresos y salidas fuera de
horario, acortan las jornadas de trabajo real a 2 o 3 horas, incluso a veces la totalidad de la
jornada laboral transcurre sin que se cumplan ningún tipo de tarea específica. Una nota de
nuestros registros de campo muestra esto:
Mientras relevaba datos estadísticos aproveché para ver cómo funcionaba el sector
administrativo. Una de las trabajadoras sociales llega tarde (creo que casi una hora)
afirmando: ‘hoy se me hizo tarde por que tuve que ir a comprar un remedio y el de la
farmacia no se apuraba.’ En lugar de concurrir a su escritorio de trabajo va al lugar donde el
resto de los empleados administrativos hacía una sobremesa luego de almorzar y comienza
a hacerle masajes en la espalda a una de las psicólogas. Conversan sobre temas generales de
la vida nacional, pasan aproximadamente 45 minutos en eso. Mientras tanto algunos que
terminan su guardia se retiran y otros van llegando y sumándose a la conversación. En
algún momento el grupo de la sobremesa se dispersa, sin que halla ninguna razón clara.
Algunos van del comedor hacia la oficina administrativa donde siguen las charlas
informales sobre la vida familiar de cada uno y bromas entre compañeros de trabajo. A eso
de las 15:30 llega el director del instituto, saluda a los empleados que charlaban en el sector
administrativo y se encierra por unos minutos en su oficina. A eso de las 16:00 hs. se retira,
según comentan algunos hoy estuvo tan solo esa media hora en todo el día y solo ha
concurrido al lugar otros dos días de esa semana. Yo me retiro a eso de las 17 hs., ya han
2
transcurrido unas tres horas desde que llegó la trabajadora social y la psicóloga y no se han
ocupado en ningún momento de sus tareas laborales. [notas de campo, 5/4/01]
Este registro corresponde a un período de aproximadamente 4 meses en los que
semanalmente concurríamos a relevar algunos datos estadísticos de la institución, lo que
nos facilitó observar sistemáticamente la duración y desarrollo de las jornadas laborales.
Esto nos permite afirmar que, lejos de representar una situación excepcional, esta estructura
de la jornada laboral es sumamente frecuente, posiblemente la mitad de los días de trabajo
se utilicen de esta manera. Ahora, es importante resaltar que esta disipación del tiempo no
es inocua en lo que respecta al cumplimiento de tareas. Aunque por momentos se cumplen
parte de los requisitos formales, son comunes también las omisiones en las tareas de
contención emocional de los internos, en las actividades diagnósticas, en el diseño e
implementación de los tratamientos y en la confección de informes. El clima en el que esto
ocurre y la falta de relevancia que se le otorga puede verse en las siguientes transcripciones
de nuestros cuadernos de campo –que ilustran reuniones semanales del equipo profesional y
el personal directivo, en las que debía intercambiarse información sobre la situación
internativa de los jóvenes:
Del equipo todavía no había llegado nadie [debían llegar a las 9 hs.] La primera en llegar
fue Cuca[Psicóloga], luego Rosario [psicóloga]. Eran más de las 09.30 Hs. y el resto de las
profesionales no llegaban. Habían ingresado dos chicos del tribunal de San Martín N°2 y
había que ir a verlos [hacerles las entrevistas de ingreso]. Manuela [Asistente Social], sin
dudas, iba a llegar más tarde, si lo hacía, porque era su cumpleaños. Si Manuela no llegaba
los chicos tendrían que esperar hasta la tarde para que los entrevistaran. Se me ocurrió
decir: ¿Y si vamos a ver los chicos mientras vienen las chicas para ganar tiempo? La
respuesta fue un silencio total que entendía como negativo. Llegó Lucía [Psicóloga] y
decidieron empezar con la reunión por si Manuela no llegaba. Para entonces,
aproximadamente 10:00 am, Galán [Director] ya estaba en el Instituto.
La reunión no tuvo nada de nuevo con respecto a las anteriores. Salvo los comentarios de
Cuca, que esta vez parecía estar de buen humor. Cuando hablaron de Llamarada dijo con
tono de burla: “Poné que abandonó su estado psicótico”. Cuando hablaron de Amotinado y
2
se refirieron a la salud de su mamá (el desequilibrio emocional que sufrió la madre cuando
le dijeron que el chico había sido encontrado culpable del homicidio) dijo: “Cuando
salieron de permiso, él la abrazaba a la madre y la madre a él. Iban abrazados como
hermanos en desgracia”. Por último cuando se refirió a Sol Negro cantó a duo con Manuela
(que ya había llegado al instituto): “O sole mío...Poné eso y nada más. ¿Vos sabés algo? (se
dirige a Manuela), yo tampoco”. [Notas de campo 04/07/02]
[En otra oportunidad] La reunión de equipo como siempre. Cuca (psicóloga) va escribiendo
los comentarios en el libro y las chicas van dando algunos datos escuetos referentes a los
chicos. Rosario (Psicóloga) miraba la lista de los chicos y nombraba a chicos que ya
estaban egresados, que estaban con permisos prolongados o bien se habían fugado del
Instituto. La excusa de Rosario por no conocer la situación de los internos—ante los
llamados de atención en chiste de Cuca—fue: “Este Luis (Empleado administrrativo) que
pone cualquier cosa en la lista ¿Por qué no saca a los que no están?”. Pero lo más
tragicómico fue que el equipo técnico había dado de baja a un chico pensando que se
había fugado, y justo en medio de la reunión llamó la madre. El caso es que, desde el
ingreso, hacía nueve días, ninguna psicóloga lo había visto y el chico estaba desde el 1012-01 en el Instituto. [Nota de campo 19/12/01]
La tolerancia institucional a esta actitud de despreocupación por la situación de los internos
produce momentos críticos, en los que a veces estos últimos ven vulnerados parte de sus
derechos, lo cual necesariamente genera en ellos una profunda desconfianza hacia el
personal institucional. Por ejemplo, hemos presenciado varias veces situaciones en las que,
por no haber sido elevado el informe mensual a tribunales, algunos de los internos han
perdido sus permisos de salida. Esto ha ocurrido tanto porque el personal profesional
directamente no confeccionó los informes correspondientes, como porque el personal
directivo no lo envió al tribunal, si bien el informe había sido realizado. Incluso, hemos
presenciado situaciones en las que las madres de los propios internos han llamado desde
tribunales pidiendo al Instituto que eleve los informes, y visto cómo recién en ese momento
2
el personal institucional se abocaba a la tarea. En algunos casos, confeccionando informes
de internos que hacía semanas no entrevistaban.
Mientras estábamos en la oficina llamó la mamá de Zorro. Lola (Empleada administrativa)
le pasó la comunicación a Rosario que es la psicóloga del chico. La señora se encontraba en
el tribunal en ese momento y llamaba porque aún no había llegado el informe que debían
mandar desde el instituto para que el juez evaluara si Zorro salía de permiso el día del
padre. Rosario se excusó ante la señora diciéndole que el director mismo se encargaría de
ese tema, que ella ya lo había hablado con él y que en cuanto llegara al instituto se lo
volvería a recordar. La madre de Zorro dijo que esperaría en el Tribunal por si había alguna
novedad. Rosario dijo al cortar con la señora “ Hace una semana que le dije esto a Galán.
Debe tener el informe durmiendo en algún cajón”. Rosario se sentó en la computadora y
empezó a hacer un informe nuevo para Zorro.[Notas de campo 13-06/01]
El hecho anterior muestra las consecuencias graves que a menudo resultan de la tolerancia
institucional a no llevar adelante ordenadamente la tarea de confeccionar informes y, en
términos más generales, realizar un seguimiento adecuado de la situación de los internos —
solo la ocasional, pero frecuente, desatención a la situación internativa de un joven explica
omisiones en algo tan importante para ellos como son las salidas para visitar a sus familias.
Es oportuno resaltar aquí que esta desatención seguida de omisiones se expresa, como
dijimos, en una suerte de gradiente. Es decir, ocurren en ciertos momentos, y son más
típicas en ciertos integrantes del personal que en otros. Ahora, el hecho de que estas cosas
puedan acontecer sin que produzcan mayores conflictos para el personal que las comete
genera un clima desidia profesional en el que casi todo es posible. Así, cumplir o no con las
obligaciones profesionales puede depender, casi exclusivamente, de la voluntad
circunstancial del agente involucrado. Veamos algunos ejemplos:
[Esto sucedió una mañana en la que una de las profesionales debía decidir si dejaba o no
salir a un joven de permiso a su hogar.] La última vez que Llamarada salió de permiso, no
estaba muy bien emocionalmente. Llamarada, es uno de los chicos psiquiátricos que hay en
el Sarmiento. Galán por este motivo, no sabía si dejarlo salir o no. Es más, Llamarada le
2
había pedido al enfermero que lo apartara de la población porque no quería tener problemas
con los chicos. Rosario es la psicóloga de Llamarada. Galán llamó al chico para que la
psicóloga, a partir de verlo, evaluara la posibilidad de la salida. Rosario lo llamó al
comedor, donde estábamos Tupac, ella y yo. Miró a Llamarada que estaba en la puerta y
después de mirarlo dijo “ Esta bien, que salga”.[Notas de campo 11-07-01]
[En una reunión de equipo] En un momento le preguntaron a Rosario [psicóloga] por la
situación internativa de Mati. Con mucha naturalidad Rosario constestó: ‘no a Mati no lo
quiero ver más por que es un psicopatón.’ [resulta llamativo que nadie en el equipo halla
cuestionado la decisión de una psicóloga que decide no entrevistar más a un interno
justamente por que tiene una afección psicológica.
Los hechos anteriores dejan claramente asentado que estas formas de evaluación no son
resultado de la urgencia o una sobrecarga de trabajo. No había en estos casos obstáculo
alguno para hacer evaluaciones y tratamientos rigurosos y sistemáticos, es simplemente la
desidia la que hace que la tarea no sea tomada con seriedad. Otro ejemplo lo encontramos
en las guardias que se desarrollan los fines de semana. Dado que los sábados y domingos se
producen las visitas familiares, estas deberían ser aprovechadas por el personal técnico
como momentos de contención, orientación y asesoramiento familiar. Ahora, el clima de
desidia profesional hace que muchas veces terminen siendo sólo charlas de minutos;
particularmente en las ocasiones, frecuentes, en que el personal desea reducir su jornada
laboral lo más posible para aprovechar el fin de semana (cuanto más temprano terminan
con las entrevistas más temprano se retiran).
Luego vimos a la familia de Víctor. Estaban su mamá y padrastro, al gabinete pasó la
mamá. Antonia (Asistente Social) la atendió casi de parada, agilizó la entrevista
preguntando directamente: ‘¿salen de local? Bueno, bárbaro: ¿Alguna novedad?’. La señora
comentó que estaban esperando que se presentara el papá del chico al Tribunal, porque es
quien se va a hacer cargo de Víctor. Lo tragicómico es que Antonia en el apuro le dijo a la
señora: ¿Necesita pasajes? [se utilizan para financiar los viajes de personas provenientes de
otras ciudades de la provincia]. Tanto la señora como yo miramos a Antonia con cara de:
2
¿en qué planeta vivís? La familia es oriunda de la misa localidad en la que esta radicada el
Sarmiento (...) [Notas de Campo, 27-02-02]
Hasta aquí hemos explorado cómo la tolerancia a la elusión de las obligaciones laborales
produce un clima de desidia que da lugar a una enorme cantidad de omisiones por parte del
personal profesional, administrativo y de conducción de la institución. Ahora, vale señalar
que en gran medida la posibilidad de evadir tareas y obligaciones por parte de este sector
del personal institucional esta basado en su ubicación espacial y los usos temporales que
realiza. Al estar radicado en el edificio de tareas administrativas, alejado de los lugares en
los que habitan los jóvenes, este sector puede evitar el contacto cotidiano con ellos,
minimizando de este modo la cantidad de tiempo invertida en tareas específicas. De hecho,
hemos presenciado períodos de más de una semana en que el personal profesional o
directivo permanecía sin concurrir a los pabellones de residencia de los jóvenes, o incluso
sin entrar casi en contacto con ellos.
La ubicación espacio-temporal de los Asistentes de Minoridad difiere en lo referido
anteriormente de la del personal profesional y directivo, los primeros no pueden eludir el
contacto cotidiano con los jóvenes. Ser Asistente de Minoridad implica estar en contacto
permanente con los jóvenes dentro del pabellón: Atender a sus demandas inmediatas, tener
que llamarles la atención, lograr que realicen sus tareas de rutina (ir a la escuela, limpiar el
patio, lavar la ropa). Los Asistentes de Minoridad son quienes se encuentran físicamente
más expuestos frente a los jóvenes. Por ejemplo, en una pelea también pueden salir
lastimados y por un llamado de atención es común que reciban algún insulto de parte de los
internos. Podría decirse que trabajan en un espacio que presenta un mayor nivel de
agresividad y violencia. En cambio, la administración es un territorio más tranquilo y de
menor exposición física. Donde se atiende al chico a solas, en un gabinete o en la dirección,
y donde el contacto es solo transitorio. Si bien puede originarse algún episodio violento, los
mismos no tienen la magnitud que tendrían en el pabellón, donde los internos están en ‘su
territorio’. Esto hace que se perciba a quienes están en el sector administrativo como
privilegiados, lo que da lugar a tensiones. Esto pudimos captarlo cuando algunos Asistentes
de Minoridad hacían comentarios acerca de la tendencia del personal profesional a
2
posponer indebidamente (una omisión más) las ‘entrevistas de ingreso’ que debe hacerse ni
bien arriba un nuevo interno al Sarmiento.
Terminamos de almorzar. Luis (Empleado administrativo) se dirigía a la oficina para volver
a trabajar, y desde el hall, grita “¡ Tupac (Jefe de disciplina), mirá!”. Todos salimos del
comedor, y nos quedamos en el hall de administración, los dos chicos nuevos, que no
habían sido entrevistados se daban a la fuga. Habían trepado desde el patio del pabellón al
techo del edificio, y desde allí, bajando por las rejas de las ventanas del dormitorio Rojo,
saltaron a la cancha de football. Uno rengueaba, supongo que cayó mal en la huida. Los dos
salieron por la reja de atrás, que está abierta. Tupac los chistó, los chicos lo miraron, pero
igual se fueron. Enseguida los maestros llamaron desde el pabellón, para avisar la fuga.
Antonia (Asistente Social) puso el grito en el cielo: ¿Nadie vio a los chicos? ¡Esto no puede
ser!”. El asistente Garavito, que venía desde el pabellón con Hobo, se quedó charlando con
los que estábamos en el hall de la administración. Parecía enojado con el Equipo Técnico:
¡Menos mal que los habían visto a los chicos! Nova (Empleado administrativo) por su
parte comentó: Yo estoy en la moto, si querés los voy a buscar. Garavito agregó: Si podés
lleválos a la casa de alguna de las asistentes o de alguna psicóloga, para que le hagan la
entrevista de ingreso. ¡Dos veces llamamos hoy para que fueran a ver a los chicos! Nadie
los fue a ver. ¡Y después nosotros no los sabemos contener!. Se excusan con que tiene
reunión de equipo. Esto es una joda: ¿Qué, no sabés? (a mi). Esto es una feria artesanal:
perfumes ropa, lo que quieras. Los maestros vamos a tener que estudiar psicología, y para
asistentes, así les hacemos las entrevistas nosotros, y les alivianamos el trabajo. ¡Ocho
horas allá (Pabellón) adentro tendrían que hacer, peleando todos los días con los pibes!
[Notas de campo 18-04-01 ]
Lo anterior muestra dos cosas: una, las raíces de uno de los conflictos institucionales
recurrentes entre el personal del edificio administrativo y el que cumple funciones en los
pabellones; otra, la tensión que implica para los últimos (Asistentes de Minoridad y
maestros) tener que estar permanentemente con los jóvenes. Esto les hace obviamente
imposible adoptar los mismos usos del tiempo y espacio que el personal profesional y
2
directivo. Sin embargo, no indica que no adopten sus propias estrategias adaptativas frente
a las circunstancias que deben enfrentar.
Ya sabemos que las funciones de los Asistentes de Minoridad y de los docentes
implican la contención emocional, y la potenciación de las capacidades presentes en los
jóvenes, particularmente aquellas vinculadas a las ‘adquisiciones utilitarias’, más la
promoción de la identidad ciudadana. Todas estas son tareas de una enorme dificultad,
particularmente en el caso de jóvenes con trayectorias biográficas tan complejas como la de
los internos del Sarmiento; y fundamentalmente para personas que no han sido formadas en
los saberes específicos para llevarlas a cabo. Incluso, el personal con formación docente
encuentra compleja la tarea, ya que muchas veces no ha sido capacitado para trabajar con
una población educativa con el tipo de problemática social y psicológica típica en el
Sarmiento. Esto redunda en una situación en la que el personal debe ‘contener’ a los
jóvenes, aunque en realidad no posee saberes específicos para ello pero, a diferencia del
sector administrativo, no puede eludir el contacto con ellos. En este contexto dilemático los
docentes y Asistentes de Minoridad desarrollan una táctica adaptativa que consiste en lograr
que el tiempo en el que un agente se encuentra a cargo de los jóvenes ‘transcurra sin
novedades.’ Esto es, que durante el período en el que se encuentra como responsable de los
internos no se produzca ningún conflicto llamativo y se mantenga la apariencia de estar
cumpliendo funciones, aunque muchas veces la táctica empleada implique que en realidad
estas no se realicen.
La táctica adaptativa predominante adoptada por docentes y Asistentes de Minoridad y
también por el sector directivo (no olvidar que en su mayoría estos fueron anteriormente
también Asistentes de Minoridad) es la de establecer diversos mecanismos de reciprocidad.
Estos tienen lugar, entre otros ámbitos, en los talleres de formación profesional y en las
aulas escolares. En los mismos los adolescentes realizan cualquier tipo de actividad, menos
las específicas de los cursos. En ciertas oportunidades los maestros les permiten, incluso,
fumar durante las clases a cambio de que cumplan con alguna tarea, se trata de una
negociación por la cual los chicos hacen lo básico a cambio de cigarrillos. También los
maestros les permiten que abandonen las aulas y deambulen por el predio, vuelvan al
pabellón de alojamiento o directamente no realicen tarea alguna. Las razones que explican
esta permisividad de los docentes es que, de no acceder a los requerimientos de los
2
internos, las clases se tornarían insostenibles por el nivel de conflictividad interna que
fomentarían los jóvenes descontentos. Así, se establece una reciprocidad implícita por la
cual se intercambia la tolerancia de los docentes a la inactividad de los alumnos por el
mantenimiento por parte de los últimos de un clima de calma y obediencia aparente. Claro
que el costo de ‘mantener la calma’ es que estos períodos educativos se transformen en
verdaderos tiempos muertos en los que nada se enseña o aprende.
Además de estos mecanismos de reciprocidad en la escuela y los talleres
profesionales, existen otros que pueden involucrar alternativamente al sector directivo, los
Asistentes de Minoridad y los líderes de la población de internos, apodados ‘Pata’ en la
jerga institucional o los ‘buchones’ (delatores) que también existen entre la población. Pese
a que está explícitamente instalada la prohibición de ‘delegar autoridad en los internos’, en
muchos casos los Asistentes negocian ciertos privilegios o exención de castigos a cambio
de que uno de los Patas controle al resto de los internos (evitando que abusen de alguno, o
que promuevan alboroto, motines u otras transgresiones). En el caso de los Buchones,
aunque estos no gozan de prestigio entre el resto de los internos, obtienen privilegios por
parte de las autoridades a cambio de la información que le brindan sobre las actividades de
otros internos o de los propios Asistentes de Minoridad. Una vez que un Buchón asume ese
papel, le es difícil abandonarlo ya que las autoridades institucionales no toleraran
fácilmente la deserción. Catriel, el jefe de disciplina de la institución, lo ponía en los
siguientes términos:
(refiriéndose a un interno que usualmente había jugado el rol de delator, pero que intentaba
integrarse al grupo de los jóvenes más duros, cambiando de actitud) Lo agarré solo y le
pregunté qué le pasaba, porque el antes no era así. Cuando le dije: ¿querés que te ponga
delante de todos y les cuente cuando vos ibas a la dirección a decir quiénes eran los que
molestaban? ¡Loco se puso! (Notas de Campo, 02-5-01).
Como se ve en este contexto el interno solo tiene tres alternativas: o lo descubren frente a
sus compañeros y recibe una paliza por ser ‘buchón’ o se fuga para no ser golpeado o
vuelve a su postura inicial como buchón permitiendo que la dirección domine la relación.
Claramente, esta forma de manejo de las relaciones de poder internas no transmite el ideal
2
ciudadano que propone la normativa institucional. Lejos de establecer un sistema de
derechos y obligaciones, se establece un esquema de presiones extorsivas por la cual los
propios agentes institucionales pueden desencadenar, adrede, la violencia física entre
internos. Pero el ejemplo anterior esta lejos de dar una imagen acabada de las variantes y
efectos que pueden tener estos esquemas de reciprocidad. Por lo menos un caso más debe
ser relatado para, aunque más no sea, tener una idea aproximada de sus alcances y efectos.
Mientras hacíamos trabajo de campo se produjo una pelea entre los jóvenes
internados que llegó a un alto grado de violencia evidenciado en la utilización de ‘facas’
(puñales improvisados). La pelea se produjo entre un joven que había ingresado ese día y
un grupo de ‘Pibes Piolas’: líderes prestigiados entre los demás internos. Este último
grupo entraba en conflictos frecuentes con las autoridades institucionales, recibiendo
permanentes llamados de atención por inconductas y por imponer su autoridad frente a
otros internos. Sin embargo, en esta ocasión los ‘Pibes Piolas’ no habían iniciado el
conflicto, sino que en un episodio confuso a la salida del comedor el nuevo interno recibió
una agresión y asumió que eran miembros de ese grupo quienes lo habían provocado. En
este contexto los Asistentes de Minoridad presentes le comunicaron el incidente al director,
quien estratégicamente decidió que los Pibes Piolas eran responsables de la agresión. Hasta
este momento la situación estaba a favor de la autoridad institucional, ya que gracias a la
pelea tenía una excusa para pedir el traslado institucional de estos internos conflictivos.
Para ir concretando su maniobra, el director decidió separar a los Pibes Piolas del resto,
haciéndolos dormir esa noche en el área administrativa en lugar de en los pabellones.
Mientras eran trasladados al sector administrativo se produce un conflicto entre el director
y los internos, en el que este pierde el control: empuja y abofetea a uno de los jóvenes. Por
este incidente la situación comenzó a virar. Ahora los cuatro internos integrantes del grupo
tenían un motivo para denunciar al director por malos tratos. De los cuatro integrantes del
grupo testigos de la agresión del director, por razones administrativas solo se produjo el
traslado del joven que había sido golpeado. A quién se consideraba más involucrado en la
pelea con el otro interno se le otorgó un ‘permiso de salida’ y nunca más se reintegró al
instituto. El joven que había sido trasladado denunció al director. Citaron al resto de los
jóvenes que habían sido testigos de la agresión y permanecían aún en el Sarmiento, y
sorpresivamente todos declararon a favor del director. A partir de ese momento todos ellos
2
comenzaron a recibir el privilegio de salir quincenalmente de visita a sus hogares. Vemos,
entonces, cómo esta situación transluce claramente el funcionamiento de los mecanismos
de reciprocidad, la denuncia desencadena una negociación por la que jóvenes que en
principio habían cometido una transgresión terminan obteniendo privilegios.
No disponemos en este trabajo de espacio suficiente para seguir ilustrando el
funcionamiento de estos mecanismos de reciprocidad, solo queremos agregar ahora que
estos no solo regulan las relaciones entre internos y autoridades, sino también las
vinculaciones entre las distintas jerarquías del personal. Así como los internos que
funcionan como delatores de otros internos obtienen privilegios, el personal que denuncia
las actividades ilegítimas de sus colegas también obtiene privilegios ocasionales. Incluso,
los empleados que tienen trayectorias en la militancia gremial y por lo tanto mecanismos de
poder extramuros también logran obtener prevendas y evitar sanciones en función de ello.
Como hemos tratado de hacer notar, los mecanismos de reciprocidad conforman una parte
substantiva de las prácticas adaptativas que desarrolla el personal frente a los desafíos que
le plantea la tarea a cumplir. Sin embargo, esta exposición estaría incompleta si no
describiéramos cómo estas prácticas adaptativas, destinadas a simplificar las tareas que no
se sabe como desarrollar de manera adecuada, se vinculan con las fugas. Tal vez en estas se
expresen los niveles más grandes de disonancia entre los objetivos formales de la
institución y sus prácticas reales, hasta el punto en que la primera su vuelva casi
irreconocible.
Los Caminos de Salida
Como claramente expresan los datos estadísticos expuestos anteriormente, las fugas
constituyen la principal vía de egresos de la institución. Pero estas fugas no sólo implican
que los jóvenes abandonan el predio institucional por voluntad propia, ya sea saltando por
los techos o escapándose durante las horas de recreación en las que se encuentran en la
cancha de football del instituto (cuyo alambrado perimetral tiene un boquete de unos 6m 2
que da a la calle). Al fenómeno de las fugas subyacen prácticas más complejas que
involucran al personal de la institución, así como también a los jóvenes alojados. Detrás de
una fuga puede estar la simple voluntad de uno de los jóvenes de irse, pero también puede
2
estar la voluntad de otro interno de obligarlo a fugarse o el deseo de los Asistentes de
Minoridad o de la dirección de la institución de que se vaya.
En el último caso, esto sucede fundamentalmente con internos que son sumamente
conflictivos y por lo tanto ‘complican’ el funcionamiento institucional haciendo más
dificultosa la tarea de los Asistentes o del personal directivo. Esta estrategia, que se aplica a
los casos específicos de internos conflictivos, funciona muchas veces como un criterio más
genérico que actúa en el caso de casi cualquier interno que desee fugarse. Es decir, cuanto
menor sea el número de internos más simple es la tarea del personal y cualquier interno que
manifieste la voluntad de irse es potencialmente conflictivo. Por lo tanto, desde el punto de
vista de la simplificación de tareas, es más funcional dejarlos ir o, a veces, hacer que se
vayan que intentar retenerlos.
A partir de los registros realizados durante el trabajo de campo pueden ilustrarse las
diferentes prácticas que se esconden detrás de una fuga y que dan cuenta de lo
anteriormente mencionado.
Un caso que pudimos observar fue el de Chicho, apodado el macumbero por que
argumentaba tener la capacidad de incorporar espíritus de la Umbanda. Además de esta
habilidad, Chicho tenía la particularidad de ser conflictivo. Había tenido altercados con uno
de los profesores de educación física a quién le había dañado el auto, desafiaba
repetidamente a la autoridad de los Asistentes de Minoridad, se había fugado alguna vez
pero vuelto a la institución con lo cual se transformaba en difícil de tratar y contener.
Repentinamente, durante un domingo Chicho desapareció de la institución sin que se
hablara demasiado de su fuga. Al poco tiempo nos enteramos qué había pasado:
Luis (Empleado administrativo) me dijo que él se había curado de espanto cuando fue a
llevar a su hijo a la terminal de ómnibus y se encontró que allí estaba Chicho, con un pasaje
oficial del Instituto y cerca de él esperando el colectivo estaba Catriel (Jefe de disciplina).
Este al verlo a Luis le dijo que hiciera de cuenta que nunca se habían visto en la terminal.
Así que Chicho nunca se fugó, sino que ‘lo fugaron’ a su hogar con pasajes oficiales y
pasaron su fuga como si el se hubiese ido voluntariamente. [Notas de campo 10-01-02]
2
Podría parecer en principio que exageramos, que suponemos estas prácticas sobre la base
de rumores de hechos aislados o esporádicos. Sin embargo no es así, es posible vincular
este acontecimiento a un sinnúmero de hechos similares, que muestran la plausibilidad de
lo dicho, en este caso, por Luis.
La nota se registró una mañana en que las entrevistas de ingreso de dos jóvenes fueron
realizadas en el área de administración del Instituto. Realizar las entrevistas en la
administración no es demasiado frecuente, pero en algunas oportunidades se efectúan en
este lugar.
Terminada la entrevista de Rosario (Psicóloga) y luego de acompañar al chico hasta el hall
para que un maestro lo llevara hasta el pabellón, el chico se echó a correr, dándose a la fuga
por la cancha de football. Similar situación se dio con el chico que entrevistó Cuca
(Psicóloga), pero esta vez, con el apoyo del asistente Garavito, quien al caminar dos metros
con el chico, dirigiéndose al pabellón, lo alentó con un disimulado: “aprovechá ahora”.
[Nota de campo 04/04/01]
En esta nota podemos observar a qué nos referimos cuando señalamos que detrás de las
fugas subyacen prácticas que involucran al personal de la institución. En este caso se trata
de la complicidad de un Asistente de Minoridad que alienta a un joven a que se fugue
mientras es llevado desde la administración al pabellón de alojamiento. En otras
oportunidades la complicidad de los Asistentes de Minoridad pudo observarse cuando, por
ejemplo, en el caso de un joven baleado, se le acercó una escalera a fin de que pudiera
escaparse por los techos del pabellón de alojamiento. O bien, momentos en los que se
dejaron las puertas de acceso al pabellón sin llave para facilitar que un interno abandone el
predio institucional.
Además de estas motivaciones, detrás de las fugas hay otra serie de elementos
complementarios. Hay períodos en los que los lideres de la población de internos (los Pata)
se oponen a la incorporación de nuevos integrantes. Esto por que el incremento del número
de internos restringe las comodidades, o por que pueden complicar su autoridad entre la
población o, a veces, por simple capricho o para exponer dramáticamente su poder y
autoridad. Como sea, en algunas circunstancias los Pata presionan y obligan a los recién
2
llegados a fugarse el mismo día o al día siguiente de llegar. En general, esta situación es
conocida por los Asistentes de Minoridad, sin embargo es frecuente la indiferencia o
incluso la cooperación en la expulsión de un recién llegado. Nuevamente, las motivaciones
detrás de esto responden a la simplificación del trabajo. La presencia de alguien indeseado
entre la población de internos puede provocar peleas en las que tendrán que intervenir con
la posibilidad de salir lastimados, o simplemente el incremento del número de internos lo
que de por si implica una mayor actividad y responsabilidad.
Para terminar con esta sección quisiéramos remarcar que al ilustrar todas estas
prácticas no intentamos sugerir la perversidad de corte individual del personal institucional.
Lo que intentamos mostrar es el resultado de la estructura heterogénea de la institución
sobre su funcionamiento cotidiano. En muchos casos la situación descripta es vivenciada
con angustia y ansiedad por el personal, así lo ponía un Asistente de Minoridad:
Le digo la verdad, estoy cansado con esto de las fugas. Los chicos se van y a quién le dan:
a nosotros. Yo lo que quiero es que alguien me enseñe cómo hay que hacer. Porque después
dicen que la culpa es nuestra porque no los cuidamos. Antes los teníamos encerrados en el
salón con una cadena, y te tenías que quedar vos con el chico, arriesgando tu vida. ¿Sabe
las veces que han roto vidrios y nos han agarrado?. Ahora nadie se queda encerrado con un
chico. Y de acá nos dicen: “Hay que retenerlos, pero no los podés tocar si se quieren ir”.
Acá hay que tener mucha psicología, tenemos problemas con nuestros propios hijos, que
son cultos, no vamos a tener problemas con estos pobres chicos que son marginados. Nos
dan a nosotros porque los chicos se fugan, cuando sabemos que desde acá los hacen fugar.
Cada vez que viene uno que rompe todo lo traen acá y le dicen: “pibe andate”; y los
culpables somos nosotros... [Notas de campo 28-03-01]
Si bien esta última cita expone lo dicho por un Asistente de Minoridad, posiblemente refleje
también la experiencia de gran parte del personal del Instituto Sarmiento. Este debe realizar
cotidianamente una tarea enormemente compleja para la que no esta capacitado. No
casualmente este Asistente de Minoridad reclama que ‘alguien le enseñe’ y reconoce que
necesitaría saber ‘psicología’, algo que él encuentra como carencia incluso en la relación
con sus hijos. Como vimos, frente a estas limitaciones el personal genera una serie de
2
tácticas adaptativas que en el fondo traicionan abiertamente la finalidad institucional.
Incluso, varias de estas tácticas terminan promoviendo la violencia intramuros, como
cuando se utilizan las estructuras de poder de los internos para controlar a la población, ya
sea al presionar a alguno de los que actúa como delator o cuando se acepta el poder del
‘Pata’ y se permite que este obligue a fugarse, o haga pelear a otros internos. Como lo
muestra la cita anterior, esto da lugar a conflictos entre el propio personal que se acusa
mutuamente de no cumplir con sus funciones, como mecanismo para eludir la
responsabilidad de las transgresiones que cometen. Los dichos anteriores también muestran
que lejos de ser vivida como una situación ideal, el personal institucional vivencia su
ámbito de trabajo como un lugar desagradable, que produce cansancio y frustración. Como
expusimos en una sección anterior, en la mayor parte de los casos las razones por las que
ingresaron y por las que se quedan trabajando en el Sarmiento no son de orden vocacional,
sino que responden a las actuales condiciones del mercado laboral: personas con los niveles
de calificación de la mayor parte del personal del Sarmiento difícilmente encuentren otra
inserción profesional con salarios y beneficios laborales similares a los que actualmente
poseen.
Las Lógicas del Sarmiento
Hasta aquí hemos expuesto, en un tono predominantemente descriptivo, la estructura
institucional y las prácticas cotidianas que tienen lugar en un instituto de menores.
Queremos ingresar ahora a un plano más analítico: i) inquirir sobre los procesos que
produjeron un tipo de institución como el Sarmiento y, sobre todo, (ii) descubrir las lógicas
que subyacen a las prácticas institucionales más frecuentes en la actualidad.
Sobre el primer tema varias cosas ya han sido señaladas, incluso reiteradamente. La
actual constitución del sistema institucional de menores, y dentro de él del Sarmiento, es el
resultado de un proceso histórico que fue produciendo una superposición en el tiempo de
diversas culturas o tradiciones institucionales. Estas dieron lugar a estructuras organizativas
heterogéneas o de palimpsesto, como las hemos denominado. En el caso que hemos
analizado se produce la superposición fundamentalmente de dos tradiciones que dan lugar a
los conflictos ya descriptos. Una de ellas, que se remonta a los orígenes del sistema de
2
minoridad, constituyó a este espacio institucional como objeto de la acción caritativa y
benéfica no profesionalizada y fomentó entonces la incorporación de personal sin
calificación específica. Otra, que aunque posee antecedentes en los años setenta, se instala
con más fuerza desde el retorno democrático y fundamentalmente en los años noventa,
profundiza un modelo de responsabilidad social que se expresa en significativas reformas
legales. Este modelo, conocido como
de ‘protección integral’, fomenta instituciones
minoriles con un perfil educativo y contenedor de los jóvenes en conflicto con la ley,
destinado a garantizarles las mismas posibilidades de desarrollo personal que al resto de los
integrantes de la sociedad. Este segundo modelo requiere para su funcionamiento adecuado
personal altamente calificado para llevar adelante tareas particularmente difíciles en un
contexto de creciente complejización del campo de la minoridad, como viene ocurriendo
desde comienzos de los noventa. Como hemos mostrado, esta conjunción de elementos ha
producido diseños institucionales que requerirían personal con una fuerte formación
profesional, pero que son llevados adelante por personal completamente subcalificado. El
peso de corporaciones como partidos y sindicatos ha impedido que se produzca, vía la
recalificación o la sustitución, una adecuación entre la calidad profesional del personal y la
finalidad institucional. En este contexto, el personal institucional ha desarrollado diversas
prácticas adaptativas para resolver la dificultad de llevar adelante una tarea para la que no
están preparados. Ahora, y este es el segundo tema que nos ocupa aquí, estas prácticas
adaptativas tienen una suerte de lógica común que vale la pena develar.
Para entender la lógica que regula las prácticas adaptativas hay que referirlas,
aunque sea parcialmente, al contexto mayor de la cultura de las instituciones estatales en las
que tienen lugar. Como puede verse en la sección histórica, posiblemente desde los
cincuenta y claramente en los setenta, el sistema de minoridad se vuelve campo de acción
de diversas facciones gremiales y políticas. Si bien estas acciones estaban orientadas a la
defensa de intereses corporativos, también asignaban enorme importancia a producir
mejoras en la situación de los beneficiarios del sistema de minoridad. Así, si por un lado se
favorecía, por ejemplo, la conducción por autoridades del mismo color político, se lo hacía
promoviendo un programa vinculado a los intereses de lo internos, preocupándose por las
condiciones edilicias y educativas en las que se encontraban. La acción de las
corporaciones políticas y gremiales en los noventa presenta muy marcados matices con sus
2
antecesoras; se privilegian casi exclusivamente los intereses corporativos soslayando o,
incluso, contraponiéndolos a los de los beneficiarios del sistema. La oposición sindical a
pasar de un sistema de ascensos por antigüedad a uno por niveles de calificación, mediante
cursos internos (el ‘Cinapeo’) es una clara ilustración del caso —y es en gran medida esto
lo que explica la tensión entre funciones complejas y niveles de calificación escasos. En
algún sentido, y sin que esto pueda exagerarse, podría afirmarse que se ha acentuado en la
acción de estas corporaciones una relación patrimonialista con el estado, que si bien nunca
estuvo completamente ausente parece haber cobrado una preeminencia inusual.
Tal como lo ha señalado Weber, el orden patrimonialista implicó la instrumentación de las
instituciones públicas en función de los intereses particulares o individuales de los
funcionarios que las ocupan. En la acción de las corporaciones mencionadas, justamente
puede verse cómo los sectores que habitan la burocracia estatal tienden a instrumentar al
estado en función de sus intereses particulares, incluidos los más inmediatos. Si
observamos las microprácticas de los agentes institucionales del Sarmiento veremos que la
lógica con la que se comportan es justamente esta. Se privilegia, por ejemplo, el deseo del
personal de permanecer menos tiempo en el instituto por encima del cumplimiento de la
jornada laboral, lo cual conlleva el incumplimiento de funciones con el consecuente daño a
los internos. O se favorece el interés de los Asistentes o la Dirección de evitar una
población conflictiva, por encima de la función de contención que el instituto debería tener
(las fugas).
En realidad, desde la perspectiva de los propios agentes institucionales (o al menos la
mayoría de ellos) la estrategia es plenamente racional. Sus intereses son los de mantener,
particularmente en el contexto de desempleo presente en la Argentina, una clara posición de
privilegio. Ya que, como indicamos, sectores con los niveles de calificación del personal del
Sarmiento difícilmente encuentren otros nichos en el mercado de trabajo en los que puedan
disfrutar de la estabilidad laboral, protección social y remuneración salarial que tienen en
sus actuales cargos. Sin embargo, la necesidad de mantener esta fuente laboral los coloca en
una clara disyuntiva, ya que deben permanecer en una actividad que no saben cómo
desempeñar. Las tendencias a reducir la jornada laboral, eludir responsabilidades,
simplificar tareas, etc., están sin duda vinculadas a la necesidad de mantener la fuente
laboral por su significación económica, pero en una situación de insatisfacción personal
2
vinculada a la carencia vocacional y/o a la imposibilidad de desempeñarse adecuadamente
en ella. Como se ve en lo descripto anteriormente, en este contexto se imponen los intereses
económicos de aquellos que han logrado ocupar los cargos, por encima de la finalidad
institucional y de los intereses de los propios jóvenes marginados para quienes la
institución ha sido creada.
Esta lógica que opera en las microrelaciones institucionales del Sarmiento tiene continuidad
con la lógica vigente a un nivel más general en el sistema de minoridad. En este sentido, es
importante resaltar que lo que sucede en el Sarmiento no es una particularidad de ésa
institución específica: el Sarmiento expresa en términos concretos lo que en este caso es
una contradicción presente en la normativa institucional misma, que, entre otras cosas,
establece funciones complejas para calificaciones escasas y que compete al conjunto del
sistema de minoridad. Va de suyo, entonces, que ya que esta lógica funciona en las
normativas más generales del dispositivo institucional de minoridad puede sospecharse que
opera en otras instituciones más allá del Sarmiento. Aunque no hay espacio aquí para
descripciones detalladas, podemos sintetizar lo que hemos descubierto en otros ámbitos a
través de observaciones etnográficas complementarias y por fuentes secundarias. Con
respecto a otros programas e institutos, una cosa que puede indicarse es que posiblemente
los programas menos masivos, como las Casas de Contención, logren articular proyectos
institucionales y establecer consensos internos mejor que el Sarmiento. Sin embargo, está
claro que no escapan del todo al tipo de proceso descripto hasta aquí. Hemos podido
constatar, también en estos casos, bajos niveles de calificación del personal a cargo y la
injerencia clara de la política partidaria y las corporaciones religiosas en la designación del
personal. Esto reproduce el patrón de asignación de personal subcalificado en funciones de
dirección.
Situaciones análogas se producen en los juzgados de menores y una muy particular en el
caso de la policía. Esta última es la institución en donde la lógica patrimonialista indicada
aquí se manifiesta con más crudeza. El texto de Isla y Valdez-Morales o el de Puex en este
volumen (ver también Isla, 2002; Sain, 2002) reflejan esto en el que los primeros operan
casi como superiores de los segundos. Es decir, aprovechan sus posiciones en el estado para
administrar los flujos económicos extraídos por los delincuentes en beneficio propio. El
texto de Puex confirma esto hasta su expresión más microscópica, al describir cómo la
2
policía utiliza su posición institucional para extorsionar a personas que han comprado algún
objeto robado o a jóvenes sobre los que tienen algún dato comprometedor.
Ya es claro en este punto porque hemos caracterizado en el subtítulo a este sector
del estado como anómico y particularista. Es una porción del estado en la que, con una
altísima
frecuencia,
los
códigos
o
normativas
sociales
que
pueden
encarnar
representaciones e intereses colectivos, son subordinados a los intereses particulares de los
agentes y corporaciones que la ocupan. También vale mencionar, aclarando un aspecto más
del subtítulo, que difícilmente estas instituciones en las que se producen más de un 70% de
fugas, en las que ocurren toda suerte de transgresiones y omisiones puedan ser
consideradas, sin más, organizaciones del ‘control social’ y pensarlas sin matices como
parte de una política represiva extrema, tolerante en grado mínimo, como lo sugiere
Wacquant. Vistas desde la óptica del control social, estas organizaciones no parecen evitar
que los jóvenes continúen amenazando la propiedad privada, ni suprimir su identidad o
actitud transgresora. Pero antes de sacar conclusiones definitivas sobre las formas en que
estas instituciones participan del control social vale la pena incorporar, brevemente, una
instancia comparativa.
El Sarmiento en Massachusetts,
Una Similitud Inesperada
Una de las experiencias mejor documentadas de reforma de un sistema de minoridad es la
que produjo, entre 1970 y 1972, el cierre de todas las macroinstituciones penales de
menores en el estado de Massachusetts, Estados Unidos. Además de varias ediciones del
libro autobiográfico de Jerome Miller (1998), el promotor de dicha reforma, se han escrito
más de 64 informes, artículos y libros sobre el tema. Aunque no podemos hacer un análisis
exhaustivo de tan vasta obra, vale la pena detenernos en algunos detalles contenidos en la
autobiografía de Miller.
Uno de los primeros elementos del trabajo que llama la atención es la cantidad
inesperada de similitudes que existen entre las instituciones norteamericanas antes de la
reforma y el Sarmiento. Tal como en el caso del Sarmiento, Miller encuentra que las
instituciones de minoridad transformaban a los tiempos de internación en tiempos muertos.
2
Hay recurrentes relatos en su trabajo de cómo en sus visitas a los institutos encuentra a los
jóvenes internados sentados alrededor de una mesa, callados y sin hacer nada. También,
encuentra Miller que es usual la promoción de fugas por parte del personal institucional, el
uso de los internos más ‘pesados’ para controlar a otros internos, en algunos casos extremos
la asociación entre celadores e internos ‘pesados’ para delinquir (al igual que en Buenos
Aires, los celadores los dejaban salir a robar a cambio de una parte del botín). Incluso,
descubre Miller que el robo de objetos de la institución por parte del personal es más que
frecuente. Cuenta Miller que quince días después de recibir una donación de unas 20
cámaras fotográficas para crear un taller en uno de los institutos, quedaban solo dos —el
resto había sido substraída por el personal.
Además de estas similitudes en las prácticas, que podríamos multiplicar aún más, el
relato de Miller muestra paralelismos en la estructura institucional. Al igual que en el
sistema de minoridad de la provincia de Buenos Aires, en Massachusetts la mayoría del
personal carecía de cualquier calificación específica o profesional. También, el personal
profesional presente estaba de tal suerte socializado en una cultura organizacional perversa
que terminaba replicando las peores prácticas institucionales posibles. La mayor parte del
personal no profesional había ingresado a sus cargos por influencias políticas o amiguismo
y carecía de cualquier entrenamiento para trabajar con los jóvenes. Esto daba lugar a una
enorme cantidad de prácticas perversas del personal, pero dado el peso de las asociaciones
gremiales y corporaciones políticas era muy difícil sancionar sus transgresiones. Miller da
por ejemplo de este predicamento un caso en el que el director de un instituto regresó
borracho una noche, forzó a un interno a salir del pabellón y lo golpeó produciéndole
algunas lesiones graves. Pese a que el hecho estuvo probado, incluso con la presencia de
varios testigos, Miller, debido a la defensa gremial, no logró que el director fuera
despedido. Apenas logró un translado a otra institución, donde el director repitió el
comportamiento. Otra similitud radica en que, tal como sus hermanas bonaerenses, las
instituciones de Massachusetts no lograban importantes reformas en los hábitos o
identidades de los internos, los porcentajes de reincidencia luego de la externación eran
sumamente altos.
Los intentos de reforma que promovió Miller enfrentaron problemas de la misma
índole que sus contrapartes en la provincia de Buenos Aires. Al intentar cerrar las
2
macroinstituciones que poseían un rendimiento deplorable, Miller encuentra obstáculos en
las presiones políticas y gremiales que ejercen diversos diputados y senadores, y el propio
personal institucional a través de sus sindicatos. Estos últimos suman a sus estrategias de
resistencia sabotajes a las nuevas políticas mediante la promoción de conflictos (fugas,
motines, robos), estrategia similar a la utilizada por los agentes institucionales vernáculos.
Incluso, hace explícito Miller en su relato que los intereses políticos afectados por él se
vinculan fundamentalmente a dos cosas: Una, que la reforma que él lleva adelante
restringía la cantidad de empleo público generado por el sistema de minoridad que los
políticos usaban para sostener sus estructuras clientelares. Otra, que el plan de reforma
tuvo, por momentos, una mala repercusión en la opinión pública por conflictos
coyunturales, lo cuál podía afectar la performance electoral de este o aquel diputado o
senador, que en función de estas coyunturas estaban dispuestos a sacrificar todo el plan de
reformas. Esto hizo que si bien Miller lograra introducir algunas modificaciones, su plan
nunca se llevara a cabo en su totalidad; además de constituir un obstáculo insalvable en
otros estados norteamericanos donde las reformas nunca se llevaron a cabo.
Si bien presentamos algunas de las más llamativas, las similitudes entre Buenos
Aires y Massachusetts son muchas más que las que hemos expuesto y la complejidad, y
exhaustividad del texto de Miller queda escasamente reflejada en este resumen
simplificador. Sin embargo, lo relatado alcanza para presentar algunas de las cuestiones que
nos interesan tratar aquí brevemente. Cuando Miller analiza las razones por las que las
instituciones de Massachusetts no funcionan adecuadamente, indica como causa principal
el carácter cerrado de las mismas. Este énfasis en condenar a las instituciones totales tiene
que ver principalmente con los objetivos de Miller, que consistían en substituir a los
macroinstitutos de régimen cerrado por microprogramas de régimen abierto. Ahora, puede
parecer a primera vista que las similitudes entre Massachusetts y Buenos Aires, y los
argumentos de Miller, van en contra de lo que sostuvimos aquí como argumento principal.
Esto es, que el funcionamiento de los institutos de menores en la provincia de Buenos Aires
se debe a la historia particular del sistema, que les ha generado una suerte de ‘estructura de
palimpsesto’. La similitud de problemáticas entre Buenos Aires y Massachusetts mostraría
que no es la historia particular, sino la característica común de las instituciones la que
produce los problemas. Sin embargo, la contradicción es solo aparente y se vincula
2
fundamentalmente a los distintos niveles de abordaje o análisis en nuestros respectivos
trabajos.
La preocupación principal de Miller es entender las dinámicas institucionales para
poder reformarlas. Para sus propósitos, las razones históricas por las cuales estas
instituciones llegaron a ser lo que son cuentan como irrelevantes. Su mirada esta orientada
hacia el presente y el futuro y no al pasado. Por eso, para él las causas principales se
esconden en las dinámicas institucionales internas y actuales, más que en cualquier otra
cosa.
Asumido este recorte, los argumentos de Miller son sostenibles, y podríamos coincidir en
que las prácticas observadas en los macroinstitutos de régimen cerrado son típicas de las
conductas adaptativas que personal subcalificado desarrolla en instituciones totales de
menores. Incluso más, el mejor funcionamiento relativo de programas abiertos y
no
masivos que indica Miller como respuesta, parece también adecuarse a la realidad
Argentina. Ahora, esto no invalida la idea de que estas instituciones tienen una suerte de
estructura heterogénea resultado de los procesos históricos que las afectaron. Cuando uno
observa la estructura institucional del sistema de minoridad de Massachusetts encuentra un
esquema de poderes e intereses muy similar al argentino. Miller muestra que, tal como en
el caso Argentino, el sistema de minoridad de Massachusetts estuvo originalmente poco
profesionalizado. No tenemos los datos específicos que nos permitan vincular este hecho a
un origen asociado a la beneficencia y la caridad cristiana, pero es probable dada la historia
norteamericana, que esto haya sido así también en este caso. Tal como en el caso argentino,
se percibe que en Massachusetts también los partidos y los sindicatos llegaron a tener un
peso muy importante en la gestión del sistema de minoridad, influyendo en sus políticas
específicas. Y también puede verse que estos intereses obstaculizaron reformas, sobre todo
las que tenian que ver con una profesionalización y mejoramiento del sistema. Es decir, que
como en Buenos Aires, se produce el mismo conflicto entre los intereses de un personal
subcalificado y las necesidades de nuevos recursos humanos más acordes a políticas
renovadoras. De la misma manera, la acción sindical a favor de la mantención de los
derechos laborales de los viejos empleados, atenta contra la posibilidad de los jóvenes
internos de tener mejores programas. Esto indicaría que en el caso de Massachusetts,
también se trata de un sistema institucional constituido por culturas organizacionales y
2
políticas minoriles distintas y contradictorias, posiblemente producto de un proceso
histórico análogo, aunque seguramente no igual, al argentino.
En síntesis, no es simplemente que se trata de instituciones totales lo que establece
la similitud de prácticas entre los dos casos explorados, sino que son instituciones análogas
producto de procesos también análogos. Se trata en ambos casos de un sistema de
instituciones de minoridad, enclavadas en una estructura organizacional heterogénea,
probablemente producto de procesos históricos con algunas analogías significativas. Es
decir, que en concordancia con lo que venimos sosteniendo desde el comienzo, no es el
carácter de institución total por si mismo el que explica el mal funcionamiento, sino que
son también las condiciones históricas y contextuales que las han constituido las que les
dan características similares.
Ahora, una vez llegado a este punto la perspectiva comparativa nos permite volver a la
pregunta sobre cuál es el efectivo rol de estas instituciones penales. Se justifica, como
hacen Waquant y varios autores locales (cf. Costa y Gagliano, 2001; Guemureman y
Daroqui, 2001), tratarlas como partes de políticas unívocas de disciplinamiento o
necesitamos, para comprenderlas, una mirada más matizada y que de cuenta de su
complejidad. ¿Si vemos que en ambos casos, Massachusetts y Buenos Aires, las mismas
instituciones destinadas a encerrar y reformar a jóvenes que transgreden las normas, a veces
promueven sus fugas, participan de los delitos y estimulan la transgresión, podremos seguir
interpretando a estas instituciones como parte de los mecanismos de control social?
Si entendemos al control social como los dispositivos institucionales que uniformizan a los
sujetos, logrando que en su mayoría respeten una estructura normativa que contiene los
intereses de sectores dominantes de la sociedad (Pitch, 1996), la respuesta debe ser
compleja. En este sentido, una de las cuestiones que parece haber producido confusión es el
hecho de que estas instituciones suelen contener un alto nivel de perversidad y violencia en
su funcionamiento cotidiano. Pero que sean violentas y perversas no las hace, de suyo,
instituciones del control social. En este caso, la violencia y la perversidad pueden estar
presentes tanto en la represión de una actitud transgresora, como en la promoción de la
misma. Es tan violento y perverso esposar a un joven en una celda de encierro durante días
por haber cometido un robo, como que un celador lo obligue a salir a robar para compartir
parte del botín. En el fondo, la perversidad fundamental de estas instituciones en ambos
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países no parece radicar tanto en su capacidad de reprimir, disciplinar y uniformar; sino en
que atravesadas por múltiples intereses suelen preocuparse muy poco del destino de los
jóvenes que pasan por ellas. Esto, ya sea que las pensemos en su función disciplinadora,
cuanto en sus funciones de promoción social de la niñez y juventud injustamente
marginadas. Y esta falta de compromiso no ocurre muchas veces por la oposición de
sectores hegemónicos de la sociedad, sino de la acción circunstancial de este o aquel agente
estatal, sindical o político. No son grandes intereses del capital, sino pequeños intereses de,
más o menos, pequeños hombres de a pié. Todo esto, tal vez, debería alertarnos en contra
de la extendida tendencia a tratar a estos sectores del estado homogéneamente como
organismos disciplinadores, en vez de optar, sin ir mucho más allá de un clásico como
Poulantzas, por pensar al estado como una estructura más compleja y contradictoria en la
que el imperio de los intereses de los sectores dominantes no se produce de manera
mecánica, ni omnímoda; las burocracias estatales también ocasionalmente participan del
balance de poder y sus intereses no siempre, ni en todos los aspectos, parecen estar en
consonancia con los sectores que controlan los flujos económicos.
ξ
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