¿ Y si no funciona? Alejandro Covarrubias Valdenebro* Es una preguntas cruel, pero es una pregunta inescapable que congresistas y líderes políticos y de opinión se están formulando en estos momentos frente al paquete de rescate financiero promovido desde la Casa Blanca. La pregunta no es retórica. Por tanto no tiene nada de política ni de irrelevante. Setecientos mil millones de dólares es demasiado dinero. Tanto que es más del presupuesto de egresos total que en un solo ejercicio fiscal consumen las arcas públicas más ricas y voraces del mundo, como son las estadounidenses. Tanto como que con ellos la deuda pública del Gobierno se saldrá de toda proporción conocida y cada uno de los contribuyentes llevará sobre sus espaldas una hipoteca de más de 30 mil dólares. El caso es que nadie tiene la respuesta. Lo más que sabemos es que la crisis financiera del Coloso del Norte puede rebasar el cataclismo productivo y social de la Gran Depresión de 1929. Pero una gran depresión en la era global puede significar mucho más que la ruina financiera de corporaciones, al lado de almacenes repletos de mercancías en descomposición que nadie tiene dinero para comprar –como aconteció en el siglo pasado. Quizás ahora el modelo del efecto dominó, con las fichas que se desploman una sobre otra, sería simplemente demasiado benigno para describir lo que veríamos. Luego, podría ser más apropiado visualizar los efectos mediante el juego ‘jenga’. Con la catástrofe del edificio en construcción que se viene abajo apenas se roza la ficha equivocada, o sea. El hecho es que no hay margen para la exageración, como no lo hay para el error. He aquí de nuevo el tiempo hecho historia cobrando sus cuentas a la única manera que sabe hacerlo. Esto es, implacablemente: Asistimos al espectáculo de ver al país líder del capitalismo sin restricciones violentando su propio credo. Es la única lectura posible de un Gobierno dispuesto a inyectar un mar de recursos al mercado para corregir ésas, sus ‘pequeñas imperfecciones’. Sólo que éstas se han descubierto de tal magnitud por estos días que han sido suficientes para poner a las bolsas e inversionistas del mundo con el alma en vilo. El problema es tan complejo que los 700 mil millones pueden no alcanzar para rescatar de la bancarrota a la larga fila de instituciones financieras e hipotecarias que esperan con las manos tendidas, a las que se suman antiguos símbolos del poderío norteamericano como los corporativos automotrices. Mas ¿y las familias endeudadas? Podrá ser necesario, pues, movilizar muchos más recursos. Pero ¿de dónde vendrán en un país hecho un desastre, con un déficit comercial de alrededor de 900 mil millones (equivalente al PIB mexicano), un déficit fiscal y de capitales más o menos similar y un presupuesto militar que rebasa los 400 mil millones? Tan importante como saber si funcionará o no el programa de rescate financiero, será enseguida desentrañar exactamente qué pasó hasta poner de rodillas a la economía prototípica de los mercados irrestrictos. No tengo duda que la respuesta la dio desde el 2001 A. Greenspan, a la sazón presidente de la Reserva. Frente al desfalco de Enron (el primero de los desfalcos monumentales que se producirían bajo la Presidencia de Bush Jr.) Greenspan dijo en una reunión del más alto nivel que analizaba el problema: “Se ha jugado demasiado con el sistema: Hasta que se ha roto. ¡El capitalismo ha dejado de funcionar! ¡Ha habido una corrupción del sistema capitalista!” (citado por Ron Suskind: 2004, The Price of Loyalty). Ése es el meollo del asunto. Con Bush se salió de control la corrupción, el engaño y desfalco de trabajadores e inversionistas por parte de un grupo de capitostes consentidos desde la Casa Blanca. Hombrecillos que armaron y vendieron empresas fantasmas, mientras el Presidente armaba y vendía guerras grandemente rentables para ellos, pero tremendamente costosas e inútiles para el mundo. El otro meollo está en el endeudamiento de las familias medias, apresadas en un consumismo desbocado para el que no existieron ni aún existen las otras variables de la ecuación capaces de soportarlo. Es decir, ni el ahorro ni la inversión productiva. Es “el capitalismo de compinches” (en la definición precisa formulada por Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía) puesto en escena por un Presidente que en su fundamentalismo religioso creyó encontrar justificación a todos sus desvaríos. El capitalismo de los compadres rapaces y belicistas que entrado el siglo XXI nos viene a demostrar que el capitalismo luterano de Weber (el de de los hombres éticos, prudentes ahorradores y generadores de riqueza) hace rato que entró en fase terminal. *Profesor-investigador del Centro de Estudios de América del Norte de El Colegio de Sonora, acova@colson.edu.mx