El rol de los medios de comunicación en el sistema político.

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Resumen preparado para las 2das Jornadas de Ciencia Política del Litoral,
Universidad Nacional del Litoral; 29 y 30 de mayo de 2014
Área temática: Análisis político, opinión pública y comunicación
Título del trabajo: El rol de los medios de comunicación en el sistema político.
Relaciones de poder y producción periodística de la actualidad
Autor: Gustavo Di Palma
Correo electrónico: fmciudad@hotmail.com; gustavodipalma43@gmail.com
Pertenencia institucional: Centro de Estudios Avanzados-Universidad Nacional de
Córdoba
Resumen. En el trabajo propuesto se sigue la idea de los medios como actores centrales del
sistema político, dado su papel activo en la esfera pública. Se abordan cuatro grandes
aspectos: la tensión entre los medios y el poder político, el proceso de producción
periodística de la actualidad, la objetividad y subjetividad periodística y la incidencia de las
fuentes de información en la producción periodística. Este enfoque apela a la noción que
entiende a los diarios como organizaciones que desarrollan un “proceso de construcción
social de la realidad”, insertos en un complejo sistema de relaciones políticas, económicas y
socioculturales.
Palabras clave. Medios de comunicación, periodismo, producción periodística, poder.
Introducción
En los sistemas democráticos modernos es cada vez más intensa la relación entre los
actores políticos y los medios de comunicación que ejercen el derecho a informar y
divulgar opiniones sobre las cuestiones de Estado. Esta es una relación dialéctica que
evidencia una frecuente tensión, toda vez que los medios posibilitan un ámbito de control y
debate de la actividad del poder estatal y del sistema de partidos por parte de la sociedad
civil, que se manifiesta a través del fenómeno conocido como “opinión pública”.
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En el proceso de intermediación que ejercen entre el poder político y la sociedad civil,
los medios de comunicación están en condiciones de decidir qué temas incluirán o
excluirán de sus espacios. La importancia que adquiere este proceso obedece a que los
debates sobre la cosa pública están basados en lo que muestran, dicen y publican los
medios sobre situaciones y actores políticos en un ámbito y momento determinado.
La mayoría de las investigaciones que se profundizaron desde la década de 1970 se
centraron especialmente en los periódicos y la televisión. Algunos de esos estudios
determinaron que los diarios, por su tratamiento jerarquizado y profundo de la información,
llegan a un público más selectivo y racional (Monzón, 1996), aunque otros estudios ven en
la mayor cantidad de seguidores que tiene la televisión uno de los principales factores para
asignarle a ese medio más capacidad para influir con sus coberturas.
Entre los estudios con base empírica que le otorgan a los diarios más poder de
influencia, se pueden resumir los siguientes hallazgos: en la televisión predomina la
inmediatez, los temas ocupan espacio durante un periodo breve de tiempo y no se trabaja
sobre los detalles; en la prensa gráfica, los temas permanecen durante un periodo mayor (lo
que facilita su asimilación por parte del público), se enfatizan los detalles y se puede
reconocer la importancia que se le otorga a cada cuestión por el tipo de titular o el número
de páginas que ocupa. Con esos elementos, Mackuen (1984:24) formula la siguiente
conclusión: “La influencia de los periódicos persiste durante un tiempo, mientras que la de
la televisión se evapora rápidamente”, pese a que el medio electrónico cuenta con más
público.
Los diarios gozan de una cualidad, de simple constatación, que refuerza las posturas de
los que le asignan más capacidad de influencia: desde que irrumpieron la radio y la
televisión, buena parte de las noticias centrales de los periódicos lograron un mayor alcance
social al actuar como disparador o fuente primordial de los contenidos periodísticos de esos
medios electrónicos. Esta situación persiste pese al fuerte avance actual de Internet, que
encuentra a los diarios en pleno proceso de adaptación frente a ese fenómeno.
Según McCombs (2004), un factor que le otorga mayor credibilidad intelectual a los
periódicos es que en muchos países la totalidad o la mayor parte del servicio televisivo está
bajo control de los gobiernos, mientras que casi universalmente los diarios se hallan en
manos privadas. Pero más allá de los diferentes niveles de influencia o capacidad para
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instalar agendas temáticas, tanto en la opinión pública como en otros medios o el propio
gobierno, los distintos tipos de medios de comunicación no sólo constituyen espacios de
mediación entre la sociedad civil y el Estado, sino que construyen representaciones del
poder y de la sociedad con las que adquieren una importancia central en la esfera pública,
lo que implica una fuente permanente de tensiones.
1. La relación entre los medios y el poder político
Desde las bases del pensamiento democrático, la función periodística de los medios es
entendida como la herramienta fundamental para el acceso de los ciudadanos a la
información originada en los ámbitos del poder y como “parte del sistema de equilibrios,
frenos y contrapesos en el marco de un régimen pluralista de libertades” (Muñoz Alonso,
1989:36). La plena vigencia de la libertad de prensa posibilita una práctica efectiva de la
libertad de pensamiento y de expresión, situación que consolida el pluralismo y la
transparencia de la política sujeta al examen de la sociedad.
Monzón (1996) señala que, desde una perspectiva histórica, la relación entre el poder
político y los medios pasó del sometimiento de estos últimos a una situación de respeto y
control mutuo. La incorporación de los medios como cuarto poder en los sistemas
democrático-liberales reforzó la teoría clásica del equilibrio de poderes, noción a la que se
contrapone la idea de que su condición de cuarto poder no es tal porque en vez de controlar
a los otros tres comparte intereses con ellos (Diezhandino, Marinas y Montiel, 2007).
El poder es un aspecto de las interrelaciones sociales que se ejerce cuando se intenta
modificar o alterar en forma permanente un comportamiento, pero para que exista una
relación de poder debe existir un vínculo constante, con proposiciones de conducta de una
de las partes y la realización de conducta por parte de la otra. Como expresa Pellegrini
(1993:26), “en el caso de la política y los medios, el principal problema se produce porque
ambos actores proponen conductas para el otro, en forma casi constante, y más aún, estas
proposiciones se entienden como parte inherente e irrenunciable de sus propios roles”.
En su carácter de actor social, cada medio dedicado a la cobertura de hechos de
actualidad detenta determinados objetivos e intereses, a la vez que tiene la capacidad de
afectar el proceso de toma de decisiones en el sistema político con una tipología de discurso
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social (el discurso periodístico) que incluye información, publicidad y entretenimiento.
Enfocado en el caso específico de los periódicos, Borrat (1989) sostiene que la actuación
pública le otorga al diario privado e independiente la entidad de actor político, que no
apunta a la conquista del Estado sino a la influencia en los asuntos públicos:
El periódico pone en acción su capacidad para afectar el comportamiento de cientos
de actores en un sentido favorable a sus propios intereses: influye sobre el gobierno,
pero también sobre los partidos políticos, los grupos de interés, los movimientos
sociales, los componentes de su audiencia. Y al mismo tiempo que ejerce su
influencia, es objeto de la influencia de los otros, que alcanza una carga de coerción
decisiva cuando esos otros son los titulares del poder político (Borrat, 1989:67-68).
El análisis de Borrat se orienta a explicar el juego de relaciones de poder en el que los
medios tratan de que su propio discurso encuentre resonancia en la audiencia y en el
sistema político. En tal sentido, Page aporta la siguiente reflexión:
Los medios no actúan como agencias neutrales de información, proveyendo un
espacio para que se expresen otros actores, sino que toman un papel activo en el
proceso político, seleccionando y estructurando la información, interpretando y
evaluando continuamente la cadena de eventos ocurridos y apoyando o rechazando
opciones políticas particulares (1996, c.p. Corvaglia, 2009:20).
Un aspecto clave en la relación que se establece entre los medios, el poder político y la
ejecución de políticas gubernamentales es la asignación de recursos públicos a las empresas
periodísticas, que no debe ser discrecional sino bajo reglas estrictas que garanticen la
distribución equitativa, a partir de la vigencia del Estado de derecho por sobre la
discrecionalidad, el clientelismo o las prácticas corruptas (Sánchez Ruiz, 2005). Pero el fiel
cumplimiento de ese ideal teórico es puesto en riesgo ante la posición crítica que asumen
algunos medios frente a gobiernos de turno.
Tanto la asignación de recursos publicitarios como el suministro de materia prima (como
por ejemplo el papel) son herramientas vitales que pueden ser utilizadas como forma de
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control sobre la línea editorial de las empresas periodísticas, pero no sólo por parte del
poder político ejercido desde el Estado sino también por el poder económico privado. Las
pautas publicitarias tienen capacidad para condicionar la actuación pública de los medios,
incidiendo eventualmente en la definición de las posiciones de apoyo o las demandas
específicas de la prensa hacia los aparatos gubernamentales (Sánchez Ruiz, 2005).
Otra forma de articulación entre los medios y el poder político está relacionada a la
forma de cobertura de la esfera pública como principal fuente de información. Los órganos
públicos tienen la posibilidad del control y ocultamiento de la información, como así
también criterios de selectividad informativa que implican decidir qué se da a conocer,
cómo se lo da a conocer y a qué medio, mientras el poder de los medios reside en dar
visibilidad selectiva a determinadas cuestiones (Sánchez Ruiz, 2005).
Según lo descripto anteriormente, las fuentes públicas pueden conducir la relación en el
primer nivel (producción informativa) pero no en el segundo (tratamiento noticioso), lo que
significa que pueden decidir qué se informa pero no cómo se informa. El ideal de los
políticos es que los medios transmitan sus mensajes sin cambios y en el momento que más
les conviene (Corvaglia, 2009).
Las empresas periodísticas, desde el auge de la prensa como actividad informativacomercial a fines del siglo XIX, mostraron su preocupación por romper con los
compromisos partidarios o los condicionamientos ejercidos por distintos factores de poder.
Si se observa el caso de los medios gráficos, esa posición está expresamente reflejada, por
ejemplo, en las declaraciones de principios y los manuales de estilo de grandes diarios
argentinos con fundamento en la teoría liberal tradicional de la prensa. Dos ejemplos son
Clarín y La Voz del Interior (uno de los diarios más importantes del interior del país, con
sede en la provincia de Córdoba):
La independencia económica de la empresa periodística es condición esencial para
la independencia ideológica de la información que ella pública. Esta función propia
del periodismo independiente genera tensiones con los poderes, en especial los
gobiernos. La tensión entre los medios y el poder es una parte constitutiva y
funcional del sistema democrático (Manual de estilo del diario Clarín, 1997:20).
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En materia política seremos independientes, en la más amplia acepción del
concepto, pues no pertenecemos a partido alguno; y así no tendremos
inconvenientes en criticar los actos de esta naturaleza, pero sin apartarnos de los
principios, cuando el gobierno o los partidos en lucha obren en contra de la ley o
produzcan actos dignos de censura (nota editorial publicada en la primera edición
del diario La Voz del Interior, 15 de marzo de 1904).
“El rechazo expreso a todo tipo de alineamiento con partidos políticos, corporaciones o
grupos de presión”, tal como lo plantea La Voz del Interior en su Manual de principios,
valores y estilos (2006:21), señala la tendencia objetivista como ideología profesional,
aunque con compromisos editoriales bien definidos ante decisiones políticas y económicas
de cada época. En sus orígenes, la teoría libertaria a ultranza no imponía responsabilidades
morales a los editores, pero en las democracias contemporáneas la “teoría de la
responsabilidad social de la prensa” impone una serie de obligaciones por las funciones
esenciales del periodismo, como recuerda Alfonsín (2006).
Las seis tareas atribuidas a la prensa en el marco de su responsabilidad social son: servir
a la democracia brindando información, discusión y debate sobre los asuntos públicos;
ilustrar al público para capacitarlo en el auto-gobierno; proteger los derechos del individuo
actuando como “perro guardián contra el gobierno”; servir al sistema económico, acercando
principalmente a los compradores y vendedores de bienes y servicios mediante los avisos
de publicidad; brindar entretenimiento y mantener su propia autosuficiencia financiera para
librarse de las presiones de los intereses especiales (Alfonsín, 2006).
Al intentar una posición equidistante del Estado, los gobiernos y los partidos y entrar en
contradicción permanente con estos y otros actores, los medios deben asumir el conflicto
como una categoría clave de las actuaciones públicas, tanto propias como ajenas. Para el
caso de la prensa gráfica independiente, por ejemplo, Borrat (1989:67-68) postula los
siguientes aspectos sobre su rol en una sociedad democrática:
- El periódico independiente se define y actúa como tal en cuanto excluye toda
dependencia estructural con cualquier otro actor que no sea su propia empresa
editora.
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- La configuración histórica de los estados occidentales ha hecho del periódico
independiente de información general un actor político de existencia necesaria en
todo sistema democrático.
- Para que el periódico independiente cumpla adecuadamente sus funciones en el
sistema democrático, debe ser objeto permanente de un análisis crítico tan riguroso
como el que se hace sobre otros actores que ocupan el poder, que pugnan por él o
influyen sobre él.
- (…) Al mismo tiempo que reafirma sus señas de identidad ya reconocidas como
productor y comunicador público de la actualidad, cada periódico presenta otras
señas como participante de los conflictos políticos, a título de parte principal o de
tercero involucrado.
El cuarto postulado apunta al ya citado papel activo de la prensa en los procesos
políticos, que implica su frecuente competencia con la dirigencia política y los gobiernos
para definir la agenda temática de la opinión pública, a partir de la posición privilegiada
que le otorga su rol en la sociedad. Así es como puede exceder su papel de intermediación
entre los políticos y la ciudadanía y mostrar su capacidad para establecer las expectativas de
una porción significativa de la sociedad.
Es necesario señalar que existen perspectivas teóricas que cuestionan el modelo de
prensa liberal o independiente, al considerar que tiene como principal preocupación la
restricción que ejerce el poder político estatal sobre la libre circulación de informaciones y
opiniones, poniendo al Estado en el papel de “peligroso enemigo a vencer”. Dentro de esa
postura, más afín al poder político, López Noriega (2007:51) señala que el mayor peligro
para el libre acceso de los ciudadanos a la información es el crecimiento sin trabas de los
medios como intereses comerciales, porque la arbitrariedad privada se incrementa por la
acumulación y concentración de medios y muestra que su desempeño, lejos de ser neutral,
“se reduce más bien al desahogo de una agenda de intereses”.
Para continuar esta discusión en el campo de los diarios, que por su naturaleza pueden
ser considerados como los medios periodísticos por excelencia, Salgado Andrade
(2001:135) plantea que “una de las características distintivas del discurso de la prensa
escrita es su carácter de mercancía”, porque la información contenida en sus páginas es un
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discurso que produce actualidad y opinión pública pero a la vez se ofrece para su venta a un
variado universo de lectores, lo que le da a las empresas que editan los periódicos un doble
anclaje: político y económico. En el mismo sentido, Granados (1980, c. p. Salgado
Andrade, 2001:135) señala que “puestas a elegir entre la libertad de empresa y la libertad
de prensa, las compañías periodísticas optan por la primera”, por su condición de negocios
destinados a obtener ganancias o poder político.
Si se toma como eje la tensión entre libertad de prensa y libertad de empresa para
contraponer los modelos antes expuestos, surge una contradicción fundamental: por un
lado, la prensa tiene la necesidad de defender su condición de espacio de debate pluralista y
de instrumento de canalización de las demandas de la sociedad; por otro, la compleja
relación de las empresas periodísticas con los poderes políticos, económicos y sociales,
lleva a los medios a ejercer autorregulaciones en el trabajo de sus periodistas más allá de
sus propios códigos de ética. La resolución de esta contradicción juega un papel clave en la
definición de los comportamientos del medio periodístico y en su nivel de credibilidad.
2. El proceso de producción periodística de la actualidad
La información periodística, como una forma de relato, es en sí misma una construcción
discursiva, pero más allá de la artificialidad que presupone una construcción, siempre debe
tener un anclaje en la realidad. Los medios ponen aquí en juego sus jerarquizaciones,
caracterizaciones y representaciones de esa realidad para justificar y legitimar los criterios
con los que deciden qué es noticia (Martini y Lucchessi, 2004).
Sobre el proceso de jerarquización de los temas que realizan los medios, Monzón (1996:
264-265) considera que “se realiza sobre la base de criterios más o menos inconfesos e
interesados (…) seleccionando unos temas sobre otros, destacando algunos y silenciando el
resto, consiguen canalizar la atención pública hacia aquellos mensajes que difunden los
medios y no otros”. De esta manera, aprovechan el monopolio de la condición de “fuentes
fácilmente accesibles de conocimientos sobre la realidad social que se escapa de la
experiencia personal, directa e inmediata” (Wolf, 1994:120).
La relación entre los medios y sus destinatarios se encuentra establecida por un “contrato
fiduciario social e históricamente definido”, es decir que la actividad periodística es un rol
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legitimado e institucionalizado por la sociedad para producir construcciones de la realidad
públicamente relevantes, que se realizan en el interior de los medios de comunicación como
aparatos especializados. Los propios medios “son los primeros que llevan a cabo una
continua práctica de autolegitimación para reforzar ese rol social” (Alsina, 1989:31).
Wolf (1994:119) señala que “los sujetos utilizan las representaciones que hacen los
medios sobre los fenómenos sociales como recursos para orientarse, para comprender, para
alinearse en las propias interacciones cotidianas”. Pero más allá de la relación asimétrica
que esta dependencia de la oferta mediática supone, el público puede incidir sobre la
actuación de los medios a través de sus expectativas y sanciones (Alsina, 1989).
A partir de esa forma de articulación es significativa la incidencia de los cambios
sociales y culturales en los contenidos de los medios, configurados según los valores
políticos o socio-culturales de los distintos sectores de la opinión pública. Cuando Van Dijk
(1990) explica la noticia como una forma del discurso público a partir de las cogniciones
sociales de todos los que participan en la noticia, proponiendo un enfoque interdisciplinario
alternativo al análisis de contenido, llega a la siguiente conclusión:
Las complejas estructuras de las informaciones periodísticas pueden relacionarse
sistemáticamente con las prácticas sociales de los fabricantes de noticias, sus ideologías
grupales y las restricciones institucionales de los medios informativos. A la inversa, esto
significa que las macrodimensiones de la estructura social, la historia o la cultura se
establecen o trasladan a este micronivel del discurso periodístico y de su procesamiento
(Van Dijk, 1990:259).
Pero esto no significa que las agendas de información respondan acabadamente a las
necesidades del público, porque es frecuente que se produzca una disociación entre ambas.
Martini y Lucchesi (2004) interpretan que este comportamiento está fuertemente
influenciado por la presión empresarial que implica la “mercantilización de la noticia”, es
decir, la circulación de la información como mercancía entre grandes clientes como los
anunciantes, la opinión pública y las instituciones del poder, según la configuración que
adquieren las empresas de medios como parte de la sociedad capitalista.
Según Shoemaker y Reese (1994), los condicionamientos que inciden en la producción
de los mensajes responden a factores como las características individuales de los
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periodistas, las rutinas de trabajo, las pautas organizacionales del medio, las fuentes
externas y la ideología social predominante. Entre los factores que inciden sobre los medios
desde los grandes ámbitos externos se deben tener en cuenta la influencia que ejercen otros
medios de comunicación, los compromisos comerciales que genera la publicidad contratada
por los anunciantes (lo que incluye su deseo de que no se publique material controvertido),
los intereses institucionales, las presiones de los gobiernos y partidos políticos y las
características del público.
Respecto a las características individuales que influyen en la tarea de los periodistas, se
encuentran el sexo, la edad, la clase social, la educación, las actitudes políticas y
orientaciones religiosas y los valores personales. Muchos coinciden en que los valores
profesionales, entre los que se encuentra la objetividad periodística, se sitúan en un nivel
más organizacional que individual, “debido a que son las instituciones de medios las que
imponen códigos de conducta y aspiraciones de profesionalismo a sus comunicadores”
(Lozano Rendón, 2007:46).
La rutina de producción periodística, en la que se toman las decisiones sobre lo que se
pretende transmitir al público, traduce esos factores condicionantes a través de un marco
editorial-empresarial y un “contexto práctico-operativo en el que los valores-noticias
adquieren significado” (Wolf, 1991:248). El proceso se materializa con los miembros
jerárquicos de la redacción como los encargados de definir los contenidos, su estilo y los
lineamientos editoriales que los redactores y cronistas deben seguir para decidir el tema a
cubrir, el enfoque, las fuentes que deben ser consultadas, el criterio de selección de datos y
otros aspectos relacionados a la presentación pública de los temas.
Una de las corrientes de investigación que indagan con profundidad el procesamiento de
los discursos periodísticos es la sociología de la producción de noticias. Mediante la
aplicación de métodos de tipo etnográfico estudia las formas de construcción mediática de
la realidad social a partir de la selección de los acontecimientos que serán convertidos en
noticias, las interpretaciones de los periodistas al redactar, las fuentes consultadas y los
marcos o estereotipos implícitos en la información (Tuchman, 1983).
Otra metodología de investigación muy usual, sobre todo en el campo de la prensa
gráfica, es el análisis de contenido, que permite conocer de manera directa las actuaciones
públicas de la empresa periodística, mientras que las actuaciones no públicas pueden
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conocerse por inferencia, de manera parcial y tentativa, a partir de esas actuaciones
públicas. Como lo expresa Borrat:
En la medida en que se encuentren en los temarios publicados ciertos rastros del proceso de
producción y de la toma de decisiones que lo encauzan, es posible un conocimiento
aproximativo e hipotético de los intereses del periódico, los objetivos que persigue, los
recursos de que dispone para alcanzarlos, los riesgos con que se enfrenta (1989:69).
3. Objetividad y subjetividad en la información periodística
Las principales banderas del periodismo y de las empresas de medios son la
independencia y la imparcialidad como fundamentos para lograr objetividad, pero en la
práctica esos valores no pueden pensarse en términos absolutos. La libertad para decidir
determinado tratamiento de los hechos y el equilibrio frente a los actores de la realidad
están atados a un hecho inexorable: tanto el periodista como el medio de comunicación son
también parte de esa realidad, de la que es sumamente complejo abstraerse totalmente.
La “mistificación de la objetividad (el periodista como humilde mensajero)” se asienta
sobre dos premisas: la posibilidad y el deber de una presentación estrictamente objetiva de
los hechos y la posibilidad de separar exposición de los hechos y evaluación crítica
(Rodriguez Borges, 1998). El lenguaje neutro, las citas de fuentes y el equilibrio en la
distribución de contenidos son las alternativas para resolver el dilema que plantea la
búsqueda de objetividad.
La también denominada “sacralización de los hechos” es lo que logró, según Muraro
(1997) institucionalizar un conjunto de prácticas en la elaboración del mensaje para
provocar un efecto de imparcialidad de la fuente entre sus lectores. El resultado de ese
recurso reside en que normalmente “logra que sectores sociales de muy distinta orientación
política, con valores a menudo opuestos entre sí, integren el mercado potencial de un
mismo periódico, radioemisora o noticiero de TV” (Muraro, 1997:52).
De todas maneras, el concepto de objetividad entra en crisis cuando aparece la inevitable
decisión respecto a qué tipo de hechos pueden ser convertidos en noticia o merecen la
atención de los medios, proceso conocido en la literatura de la sociología de la producción
de noticias como gatekeeping (o filtro editorial). Luego siguen la valoración de los
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elementos con los que se construirá el relato periodístico y su puesta en contexto con
relación al resto de los contenidos, proceso denominado newsmaking.
El proceso de producción de la actualidad, como ya se explicó, está atravesado por
múltiples factores, que ubican al periodismo (como oficio o práctica profesional) inmerso
constantemente en el circuito de relaciones entre los medios, las instituciones, los sistemas
político y económico y los ciudadanos (Martini y Lucchesi, 2004). Es inevitable que la
objetividad sea afectada cuando entran en juego los intereses del medio como empresa, la
relación de los periodistas con las fuentes (políticos, grupos de presión, instituciones
sociales o políticas, empresas), las rutinas y la presión del tiempo en las redacciones
(competencia por la primicia), el público meta, la propia ideología de los periodistas y la
relación del medio con el gobierno y con los anunciantes.
Los factores señalados, que parten del modelo desarrollado por Shoemaker y Reese
(citado en el punto 2) explican claramente los condicionamientos que afectan a la
objetividad periodística. Hillard (1999) también sugiere como elementos condicionantes la
oportunidad en que se da a conocer la información y su transformación en entretenimiento,
la exaltación producida por los medios sobre algunas historias que “venden” y las etiquetas
que se le ponen a determinados hechos (y con las que el público identifica los temas).
Fattorelo (c.p. Gonzalez Reyna, 1997:19) considera que “todo proceso informativo
presupone una ineludible dosis de subjetivismo, de intencionalidad, de intento de captación
de las opiniones ajenas por parte del sujeto promotor que elabora la forma del mensaje”.
Este concepto apunta a que la impersonalidad de una noticia no implica la desaparición del
“yo” del periodista, cuestión que contradice el concepto de objetividad como ausencia de
mediación durante los procesos de producción (Villafañé, Bustamante y Prado, 1987).
Desde la perspectiva de Villafañé, Bustamante y Prado, los modos de racionalización del
proceso productivo adoptados por los grandes medios de información tienden a ceñirse
continuamente a las demandas y necesidades del poder, porque son fundamentalmente “la
información sobre el poder mismo” (1987:147). Una de las formas de romper esa tendencia
es el periodismo de investigación, al que Muraro considera como una “fuerza
democratizadora” que es posible llevar a la práctica con “empresas periodísticas
independientes de los partidos políticos, del gobierno y de los grupos de presión, además de
la existencia de un consenso social” (1997:31).
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A partir de las marcas que dejaron el faccionalismo del siglo XIX o el compromiso
político asumido en el siglo XX, existe un periodismo que no se esfuerza en buscar
imparcialidad y asume posiciones muy claras con relación al poder político. Aquí la
intencionalidad del medio abandona el territorio de lo implícito, porque sus variadas formas
discursivas no tienden al equilibrio.
La apuesta es que el público decida si es más creíble y confiable el periodismo imparcial
o el periodismo comprometido con una determinada causa, o si la sociedad puede tener
mayor preferencia por medios inocuos para el poder, cercanos al oficialismo o con fuerte
actitud crítica. La discusión sobre la forma de construcción de la actualidad, la relación con
la opinión pública y los climas políticos favorables o desfavorables que se pueden provocar,
muestran la enorme responsabilidad que tienen los medios periodísticos (Borrat, 1989).
4. La influencia de las fuentes en la producción de la actualidad
Las fuentes públicas son primordiales en el proceso de construcción de la actualidad,
porque constituyen la principal usina de información y su articulación con periodistas,
medios y opinión pública tiene importantes efectos políticos sobre la sociedad. La
divulgación de datos o información responde en todos los casos a una determinada
intencionalidad, que implica una mezcla de intereses, negociaciones, presiones y también
posicionamientos y alineamientos en el seno del poder político (Martini y Lucchesi, 2004).
La interdependencia mutua entre los políticos o funcionarios públicos y los periodistas
implica una relación de intercambio en la que cada uno tiene algo que requiere del otro: los
políticos están muy interesados en cómo se informa sobre ellos y los periodistas necesitan
acceder a los políticos como fuentes de información, o como verificación de datos
obtenidos de otras fuentes (Corvaglia, 2009). La construcción de los contactos y las
relaciones con las fuentes de la política, por lo tanto, es uno de los niveles más complicados
de la rutina periodística.
Además de requerir la publicidad de sus actos a través de los medios, en determinadas
ocasiones las fuentes necesitan desviar la atención pública hacia determinadas cuestiones y
sacar de foco otras. El gatekeeping que se ejerce en los medios se enfrenta con el que,
desde las fuentes, se realiza entregando o negando contactos e información a partir del
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interés en provocar determinados efectos políticos (Martini, 2004). En consecuencia, la
cooperación que caracteriza la relación entre fuentes, periodistas y público no está exenta
de una importante dosis de desconfianza.
Según la actitud que asumen frente a la prensa, Caminos Marcet (1997) distingue dos
clases de fuentes: activas, ya que toman la iniciativa para ponerse en contacto con los
periodistas, a veces a través de conferencias de prensa y en otras ocasiones comunicándose
discretamente con determinados medios o periodistas para divulgar datos en forma
confidencial (esto se da con frecuencia en el periodismo de investigación y en muchos
casos se suele suministrar informaciones sesgadas, por lo que es necesario contrastar los
datos aportados); pasivas, porque no toman la iniciativa y sólo suministran datos ante la
requisitoria periodística.
Es muy importante recordar que entre las fuentes de la política no sólo existen las
gubernamentales (u oficiales) sino también las opositoras, cuyo valor adicional es
proporcionar información útil para contrastar los datos que surgen de los ámbitos
principales del poder. Ambos tipos de fuentes tratan de lograr la mayor influencia entre los
periodistas y su repercusión en la opinión pública se producirá según los medios estén más
próximos a más alejados de uno u otro sector.
La relación de necesidad se hace también relación de afectos y desafectos. Es común que
los funcionarios recompensen a los periodistas “amables” con mayor acceso a la
información, privando de esto a los periodistas que no los tratan bien (Kavanagh, 1996, c.p.
Corvaglia, 2009). La afinidad desarrollada en la rutina diaria puede generar también una
situación como la que describen Martini y Lucchesi (2004:162-163): “La connivencia, la
fidelidad o las sencillas relaciones con las fuentes generan tensiones entre la curiosidad
(como elemento fundamental para el ejercicio del trabajo) y los compromisos que se
adquieren en términos de negociación”.
El poderoso aparato estatal también cuenta con las secretarías o direcciones de prensa, el
mecanismo formal para dar publicidad a los actos de gobierno que tiene una enorme
capacidad para producir información rápidamente utilizable por los distintos medios de
comunicación. Pese a la valiosa función de esos órganos de prensa, los temas sensibles
obligan inexorablemente al periodista a procurar información complementaria por otras
vías y es aquí donde entran en juego las fuentes personales.
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El poder político puede influir en el tratamiento informativo de la actualidad mediante la
producción de acontecimientos artificiales dotados de sentido, que permiten redefinir la
realidad. Grossi (1981, c.p. Alsina, 1989) señala que cuando se producen hechos
extraordinarios, en los días sucesivos el sistema político-institucional produce una serie de
hechos secundarios o colaterales que le permiten recuperar el control de la situación y se
transforman en las fuentes informativas principales de los periodistas, aunque no se puede
afirmar que sea una característica natural del poder político producir siempre hechos
artificiales para controlar el impacto de la información periodística.
Para aliviar las presiones del periodismo sobre temas de gran interés y actualidad, el
poder político puede producir confidencias o informaciones de “atribución reservada”
(versiones o trascendidos) que se enmascaran con expresiones ambiguas como “fuentes
gubernamentales” o “fuentes allegadas o cercanas al gobierno”, pero también las
informaciones off the record, que no pueden ser utilizadas por el periodista (Caminos
Marcet, 1997) o pueden ser publicadas conviniendo los términos con la fuente (La Voz del
Interior, 2006). Las informaciones divulgadas de esta manera por el poder político, o bien
los rumores (sin origen determinado y de veracidad absolutamente condicionada) pueden
responder también a dos estrategias: ser un globo de ensayo para auscultar a la sociedad
sobre determinadas medidas de gobierno o poner a circular “intoxicaciones informativas”
(La Voz del Interior, 2006), es decir, “carne podrida”, según la jerga periodística.
Los aparatos de prensa y propaganda de los partidos y del propio Estado tratan de
influir en la agenda periodística nutriendo de material en forma permanente a los medios y,
en el caso del aparato estatal, ejerciendo una carga de coerción decisiva (Borrat, 1989). El
proceso de producción de los medios hace que los mensajes sean filtrados y no en todos los
casos lleguen al público como fueron elaborados originalmente.
5. A modo de conclusión
La relación entre los medios y el poder político es naturalmente dificultosa, hasta el
punto que en determinados periodos o situaciones se traduce en recurrentes presiones y
ataques a través de distintos mecanismos, sobre todo en sociedades en las que los principios
democráticos atraviesan crisis o no tienen vigencia. También es necesario tener en cuenta la
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fuerte influencia que ejerce sobre los medios la permanente relación que entablan con su
público y sus anunciantes, factor que junto a la relación con los actores de la política
configuran un escenario donde entran en tensión la libertad de prensa y la libertad de
empresa, origen de buena parte de las autorregulaciones que los propios medios se
imponen.
El delicado equilibrio que los medios de comunicación deben llevar a la práctica frente a
cada uno de esos actores pone en juego su credibilidad, principal patrimonio que pueden
esgrimir como elemento para tamizar las presiones y condicionantes externos. En el
proceso de producción periodística que llevan a cabo lo que Verón define como “fábricas”
que producen “modelos de actualidad”, las demandas sociales o del público (que muchas
veces encuentran en ellas el único refugio frente a la falta de respuesta de los distintos
estamentos del Estado) entran en juego con la inexorable convivencia que los medios deben
llevar a la práctica con los poderes y factores de presión públicos y privados, que en
distintas ocasiones alcanzan a ponerlos bajo control, restringiendo la capacidad de acción
del periodismo.
En el caso de los recursos que proveen el Estado y los anunciantes privados a partir de la
publicidad, los medios y por supuesto los propios periodistas transitan un estrecho camino
que contrapone la necesidad de no ser concesivos ante las pretensiones de los grandes
intereses políticos, empresariales y comerciales y la necesidad de obtener recursos para su
funcionamiento. La experiencia demuestra que no basta con el valor abstracto de la
credibilidad para poder sostenerse.
Desde este punto de vista parece indispensable que los medios de comunicación logren
la mayor independencia económica posible para garantizar una mayor fortaleza frente a los
factores de presión externos, aunque esta situación engendra a su vez el riesgo de que los
medios entren en la lógica impuesta por grupos económicos que muchas veces son los
únicos en condiciones de desarrollar capacidad de autosustentación. Así planteados los
distintos escenarios, si no se respetan los principios de la función social de los medios,
siempre habrá situaciones que van en detrimento de la veracidad y la calidad de
información que se le brinda al público.
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