SACRISTÁN O SACRISTANA (II) UNA CASA PREPARADA Y ACOGEDORA En este y en los siguientes capítulos vamos a concretar este “espíritu”. Porque todo lo que acabamos de decir se realiza a través de distintas responsabilidades y actuaciones. Responsabilidades y actuaciones que llevará a cabo directamente el sacristán, o que estará atento para que el encargado correspondiente lo haga. Y el primer capítulo es este: preocuparse de que la casa esté preparada y sea acogedora. Como cada uno, en su familia, se preocupa de que en su casa se esté bien y haya todo lo necesario, también hay que procurar que en la casa de la familia cristiana se esté bien y haya de todo. Porque, efectivamente, eso es el lugar en el que nos reunimos: la casa de una familia, la casa de la familia cristiana. A esa casa le llamamos “iglesia”, y eso es una abreviación de cómo se le llamaba antes: antes, a este edificio, se le llamaba “casa de la iglesia”, es decir, la casa en la que la Iglesia, la comunidad de los cristianos, se reúne. Actualmente lo decimos más breve: no decimos “casa de la Iglesia”, sino simplemente “iglesia”. Pero eso es lo que significa: nuestra casa, la casa de todos los que creemos en Jesús y nos reunimos en su nombre. La casa en la que Jesús, Dios está en medio de nosotros. El sacristán es el principal encargado de que en esta casa resulte agradable entrar y permanecer en ella, y no falte nada de lo que debe haber. Y esto implica una serie de aspectos. Por ejemplo, podemos señalar los siguientes: La limpieza. Es fundamental, sin duda. Cada iglesia tiene su modo propio de cuidar este aspecto: puede hacerlo el propio sacristán, o alguna o algunas personas encargadas (voluntarias o cobrando); puede haber distintas personas encargadas unas de barrer y otras de los cristales o de las imágenes… Pero en cualquier caso, la limpieza de la iglesia es un aspecto que hay que cuidar con especial atención. Además del cuidado habitual de este tema, quizá pueda ser también una buena idea crear algunas veces al año (la víspera de Navidad, de Pascua, de la fiesta Patronal…) la costumbre de que venga un buen grupo de feligreses y feligresas a hacer una limpieza general: será útil desde el punto de vista práctico, y además ayudará a crear buen clima de colaboración colectiva. Los bancos bien colocados. Es decir, correctamente alineados, con la separación debida para que se quepa bien… Y no sólo los bancos: también la sede del presidente y los demás asientos del presbiterio…. Y los cirios del altar… y los cantorales su sitio, y las hojas, y las publicaciones que pueda haber a disposición de los fieles… y así sucesivamente. Ver las cosas bien colocadas ayuda a sentirse mejor, hace también que valoremos más el lugar, e invita también a cuidarlo más. Y en el caso de la iglesia eso significa que nos sentiremos mejor, y nos resultará más fácil concentrarnos en la oración, y experimentaremos mejor que formamos una comunidad. Un aspecto concreto de la limpieza y el buen aspecto que debe tener la casa de la Iglesia es el arroz o los pétalos de flores que quedan en las escaleras de la entrada, o en el atrio, o incluso dentro de la iglesia, después de los casamientos. Es algo muy desagradable y molesto. Y además, es peligroso, porque puede provocar resbalones. Bueno será que los sacerdotes y diáconos a que presiden bodas digan antes de terminar, con amabilidad y buen humor, que el arroz se tire lo más lejos posible de la puerta, por respeto a todos. Pero aun así, habrá que prever los medios para limpiarlo. Y será función del sacristán procurar que ser haga. Otro aspecto de la limpieza y el buen aspecto son las flores y las plantas que adornan el altar y otros espacios de la iglesia. Más adelante ya hablaremos de cómo deben dosificarse en función de los tiempos y las celebraciones. Aquí, lo único que señalaremos es que hay que estar atentos a sacarlas cuando empiecen a marchitarse, en cuanto ser necesario, sustituirlas. Las flores en mal estado no adornan, sino que, por el contrario, repugnan a la dignidad que la iglesia debe tener: mejor que no haya flores, antes que mantener en el altar unas flores que resulten desagradables a la vista. Y aún otro apunte sobre las flores. Ocurre que en algunos lugares, para no tener que preocuparse más del tema, optan por poner flores de plástico. Lo cual también desdice de la dignidad de la iglesia, y habría que evitarlo. Sí se pueden poner, en algunas ocasiones, flores de trapo, cuando se trate de bellas obras manuales. Pero en cualquier caso, siempre serán preferibles las flores de verdad. Porque lo auténtico, en las flores y en todo, siempre es mejor que lo simulado. También habrá que procurar que se mantengan en buen estado las vestiduras de los ministros, los manteles del altar, los candelabros, los cirios, los libros… No sólo habrá que mantenerlos limpios, sino también procurar que no haya rotos en la ropa, y que los cirios no estén excesivamente gastados, y que los libros estén enteros y dignos… A veces la decisión dependerá directamente del sacristán: por ejemplo, cuando haya que cambiar los cirios del altar. En cualquier caso, el criterio no debe ser ahorrar al máximo, sino gastar equilibradamente lo que sea necesario y posible para que las celebraciones tengan dignidad que se merecen. Una especial importancia tiene el mantenimiento en buen estado de los vasos sagrados. Es decir, los cálices, patenas, cestas, copones… Todo lo que servirá directamente, en el momento más importante de nuestras celebraciones, para contener el sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo. Y, junto con los vasos sagrados, las vinajeras y demás utensilios que empleamos en la Eucaristía. Y es igualmente importante la conservación y limpieza de los recipientes y utensilios que se utilizarán para los demás sacramentos. Quizá lo más destacable en este sentido sea el lugar y los recipientes en los que se guardan los santos óleos, que si no se cuidan con especial esmero pueden quedar fácilmente sucios y desagradables. Habrá que evitar, en cuanto será posible, tener los santos óleos en pequeños botecillos con un trozo de algodón impregnado: este tipo de recipientes quedan muy fácilmente llenos de suciedad y cuando se utilizan no dan en absoluto la imagen de unción abundante y perfumada: será mucho mejor tener los santos óleos en recipientes en los que se pueda mojar el dedo en el aceite directamente. También será función del sacristán ir a comprar cuando sea necesario (o avisar a quien le corresponda hacerlo) pan y vino para la Eucaristía, cirios para el altar, etc. respecto al pan de la Eucaristía, bueno será proponerse eliminar el uso de las hostias individuales y comprar sólo hostias grandes, para que se puedan partir y repartir, como signo de que todos comemos del mismo pan. Cabe recordar, en este sentido, que la fracción del pan antes de la comunión es un signo muy importante, que actualmente, con el uso de las hostias individuales, pasa prácticamente desapercibido. También se encargará el sacristán de las velas que los fieles pongan ante las imágenes o altares. Mantener limpios los espacios correspondientes, quitar las velas o lámparas si están en un lugar que no corresponde, retirarlas cuando estén gastadas… También pueden ser responsabilidad del sacristán los papeles, avisos, carteles, etc. que se puedan colgar en el atrio o la puerta para noticia de los feligreses, o los pósters que se puedan colocar para ambientar en un determinado tiempo litúrgico o en una determinada celebración, habrá que ponerlos cuando corresponda, y también quitarlos en el momento oportuno. Todo lo que llevamos dicho son aspectos concretos que el sacristán deberá tener en cuenta. Pero hay otros más generales, que podríamos llamar de mantenimiento, a los que habrá que prestar atención de forma continua, y asegurar su arreglo cuando sea necesario. Por ejemplo la megafonía, o la iluminación. O poner ejemplo también, la calefacción, o la ventilación. O también, si hay un banco roto, o una ventana que no cierra, o cualquier otro desperfecto. Y esta atención general al mantenimiento puede incluir, también, que el sacristán avise al sacerdote, o a quien corresponda, sobre posibles mejoras a realizar, o compras que cabría hacer, para que la iglesia resultase más acogedora y agradable. Y un último aspecto: la sacristía. Su propio nombre indica ya la especial responsabilidad que sobre ella tiene el sacristán o sacristana. La sacristía es el lugar donde se guarda todo lo que se utilizará para las celebraciones, y al mismo tiempo es el lugar en el que los que deben intervenir en ellas se preparan antes de empezar. Es un lugar, por tanto, en el que se debe poder encontrar fácilmente todo lo que se necesitará para celebrar bien. Y es un lugar en el que, también, deberá vivirse un clima que ayude a disponer el espíritu para ello. Al sacristán le corresponde hacer que todo en su sitio, de modo que no resulte difícil encontrar las cosas cuando él, por el motivo que sea, no está. Y le corresponde también asegurar el buen orden y buen ambiente que invite a prepararse para la acción celebrativa. Esto último no significa que en la sacristía no se pueda hablar; pero sí que hay que evitar que se convierta en un lugar de tertulia descontrolada, como se estuviésemos en el bar. Cada lugar tiene su función propia, y si la función de la sacristía es la preparación, en todos los sentidos, de las celebraciones, bueno será que el clima que allí se cree ayude también a esa función. UNA CASA EN LA QUE NADIE SE SIENTA EXTRAÑO La iglesia debe ser un lugar acogedor. Esto se consigue con todo lo que hemos visto en el capítulo anterior, pero no sólo. También tendrá un papel importante el trato que reciban los que se acerquen a ella, y de un modo especial los que lo hagan de modo menos habitual. (Porque los que van habitualmente no dependen tanto de la impresión de un contacto esporádico; mientras que para una buena imagen de la comunidad cristiana, y puede hacer que se interesen más por la fe). El sacristán o sacristana puede hacer mucho en este sentido. A menudo es él que tiene el primer contacto con las personas que vienen a preguntar algo, o a pedir algún servicio. También puede ser él que tenga contacto con un grupo determinado que venga a la iglesia para alguna celebración o encuentro. E incluso puede ser él quien tenga mayor contacto con los pobres que piden limosna en la puerta de la iglesia (lo cual, por otra parte, es un tema complicado, y en ella que entran distintos aspectos que aquí no vamos a tratar). Todo lo dicho se puede concretar en situaciones como las siguientes: Con los que vienen habitualmente a la iglesia, de lo que se trata es de tener con ellos la buena relación que sin duda merecen: es la familia cristiana, y como tal nos debemos querer y valorar. Y como nos queremos y valoramos, a veces, también, somos capaces de aguantarnos mutuamente alguna salida de tono, o alguna palabra más alta de lo debido… A veces, también, los que vienen habitualmente podrán hacer sugerencias, o críticas, que el sacristán o sacristana harán bien en escuchar, porque pueden ayudar a mejorar su labor. Si las criticas son sin fundamento, lo que habrá que hacer será no enfadarse, sino tomárselas con tranquilidad, intentando incluso sacarles algún provecho. A veces, tienen lugar en la iglesia actos organizados por determinados grupos de la parroquia, pero que no forman parte de lo que se hace habitualmente; a veces, incluso, los que los organizan no son personas que vengan mucho por la parroquia sino que en una ocasión determinada, encuentran acogida en ella para algún acto determinado: por ejemplo, un encuentro de oración por algún motivo. Hay que alegrarse por este tipo de actos no habituales, porque denotan vitalidad cristiana. Pero también es verdad que estos actos especiales, precisamente por serlo, crean algunas complicaciones: tener la iglesia abierta a horas no acostumbradas, o cambiar de sitio los micrófonos, o los bancos… Al sacristán, eso probablemente le dará más trabajo. Pero merecerá la pena, porque, como decíamos, denotará vitalidad. E incluso si se trata de gente que no viene muy a menudo (por ejemplo, un grupo de jóvenes), así se sentirán más cercanos a la comunidad. Desde luego que, si se cambian las cosas de sitio, será conveniente asegurarse de que al terminar las vuelvan a poner donde estaban, para no dar más trabajo a los que vendrán después de ellos. Y otra situación, finalmente, es la de los que vienen a preguntar o pedir algo: horarios de misas, o de despacho, o qué hay que hacer para casarse. Se trata, claro está, de responder amablemente a todo lo que sea posible. Aunque a veces se complica. Por ejemplo, cuando no es la hora de despacho y una pareja de novios quieren fijar sea como sea la fecha de la boda. O mil otros casos similares. Ahí habrá que tener claros los criterios: por ejemplo, en algún lugar se puede tener el criterio de que, si el sacerdote está en casa, se le avisa y viene a atender a los que quieren verle; en otros lugares, en cambio, hay horarios fijos de despacho. El sacristán, entonces, explicará todo lo bien que pueda los criterios que allí se siguen, y habrá que confiar en que aquellos novios lo entiendan. U otra situación complicada: cuando alguien quiere poner una vela y en aquella iglesia sólo se aceptan lamparillas; también en este caso habrá que explicarlos todo lo mejor que se pueda… Y finalmente, cabe recordar que habrá que tener la máxima delicadeza para con los que vienen por algún motivo doloroso: o para avisar un fallecimiento; en estos casos, el sacristán deberá acogerlos del mejor modo, y facilitarles, según lo que allí sea costumbre, los pasos que deban realizar. LA ACTIVIDAD COTIDIANA Las funciones del sacristán se concretan, finalmente, en poner la casa a punto para las distintas actividades que se deben realizar en la iglesia. Cada una de esas actividades (una misa, o una boda, o simplemente que la gente pueda venir a rezar) tiene sus propias exigencias, y de ellas hablaremos más adelante en concreto. Pero también hay un conjunto de aspectos generales, que aquí vamos a repasar: En primer lugar, abrir las puertas. Es, naturalmente, lo primero que hay que hacer. Habrá que abrir las puertas para las misas o los demás sacramentos, y con el tiempo suficiente para que la gente pueda ir un poco antes, y para que los que deben preparar algo puedan hacerlo con la tranquilidad necesaria. Y habrá que abrir las puertas, también, según las costumbres y posibilidades de cada lugar, para que se pueda entrar a rezar: a veces eso se traducirá en tener abierta una capilla que da directamente a la calle, o toda la iglesia. Lo de tener la iglesia abierta para rezar es, sin duda, un buen servicio cristiano; pero a menudo exige también un servicio de vigilancia que quizá también le corresponderá coordinar al sacristán; en cualquier caso, en cuanto sea posible, vale la pena tener la iglesia disponible para la oración. También puede ser misión del sacristán tocar las campanas. Habrá que hacerlo en los momentos que corresponda y según el tipo de toques que corresponda, y exigirá mayor o menor esfuerzo. Encender la iluminación eléctrica según corresponda a cada momento y lugar. En las misas y demás sacramentos, será importante que todo el mundo pueda ver bien, y que el altar y el ambón tengan la iluminación necesaria para que destaquen del resto. Y fuera de las celebraciones, tiene que haber también suficiente luz como para sentirse cómodos: es muy deprimente que una iglesia esté casi a oscuras, por excesivo afán ahorrativo. Si hay en la iglesia un espacio destinado a la oración, debe estar suficientemente iluminado como para que sea posible leer con tranquilidad, y sin perder la vista en el intento, los evangelios o cualquier otro libro de oraciones o de lectura espiritual. Otra tarea del sacristán es poner a punto el equipo de sonido, que los aparatos estén adecuadamente sintonizados, los micrófonos y los altavoces situados en su lugar, y ponerlos en marcha en el momento necesario. También puede ser función del sacristán poner música ambiental cuando sea necesario, según se crea oportuno en cada lugar. Normalmente será en los momentos previos a las celebraciones, para crear clima de oración, pero también puede ser en otros momentos; habrá que tener claro que música hay que poner (según los tiempos y ocasiones: cada música crea un clima específico, y se debe escoger adecuadamente). Y si el sacristán es el encargado de poner la música, también deberá quitarla en el momento adecuado: por ejemplo, si se pone música antes de las celebraciones, habrá que quitarla antes de empezar el canto de entrada y de que salga de la sacristía el presidente de la celebración. Otro aspecto es el del dinero. Excepto en el caso de que haya otro encargado específico, puede corresponder al sacristán recoger el dinero de las colectas. Habrá que tener preparadas las personas necesarias para hacerlo, de modo que la colecta sea rápida y haya terminado cuando empieza el diálogo inicial del prefacio (puesto que con el prefacio comienza la parte central de la misa, la parte en la que Jesús se hace presente entre nosotros en el pan y el vino, y por tanto no se debe distraer a la asamblea con otras cosas); luego, o bien en aquel mismo momento o al final de la misa, el sacristán guardará en el lugar correspondiente el dinero recogido. A veces recoje la colecta en otros sacramentos, como casamientos o baustimos, pero esta práctica no parece muy recomendable, dado que normalmente se trata de asistentes poco habituales, y recoger la colecta da una imagen de Iglesia demasiado preocupada por el dinero. Porque, aunque es verdad que en los casamientos y baustimos la gente gasta mucho y sería razonable que contribuyese más a los gastos de la iglesia, habría que evitar al máximo motivos de crítica por este tema: mejor será decirles a los protagonistas (novios, padres de niños que se van a bautizar, etc.) que pueden aportar su contribución económica, que recoger la colecta. Además de la colecta que se pueda hacer en la misa, está también la recogida del dinero de los alcancías. A veces, según los lugares y los peligros de robo, habrá que hacerlo todos los días; a veces bastará con una vez a la semana. Y a veces, el sacristán deberá ejercer alguna función de policía ante visitantes demasiado espabilados… Y finalmente, poner la casa a punto implica, en el momento correspondiente, apagar el equipo de sonido, las luces del altar, las luces de toda la iglesia y cerrar las puertas. Aunque, antes de cerrar las puertas, bueno será dar una vuelta por la iglesia para comprobar que todo esté en orden.