Temas de historia argentina y americana. N° 18

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Temas
de historia argentina
y americana
18
Temas
de historia argentina
y americana
18
Enero - Junio de 2011
Pontificia Universidad Católica Argentina
Facultad de Ciencias Sociales, Políticas y de la Comunicación
Ilustración de tapa: Edición de “El Mosquito” del 13/4/1873 - Año X, N° 536 que
alude a la renovación presidencial de 1874. Rodean a Sarmiento: Bartolomé
Mitre, Adolfo Alsina y Nicolás Avellaneda.
Corrección de textos: Prof. María Sol Rubio García – Ariel Eiris
Traducción: Prof. María Sol Rubio García
Facultad de Filosofía y Letras. Departamento de Historia. Instituto
de Historia Argentina y Americana
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Los autores de los artículos publicados en el presente número ceden sus derechos al
editor, en forma no exclusiva, para que incorpore la versión digital de los mismos al
Repositorio Institucional de la Universidad Católica Argentina como así también a
otras bases de datos que considere de relevancia académica.
Sumario
Dossier sobre Domingo F. Sarmiento
Beatriz Figallo, Sarmiento y el primer peronismo. Entre las imágenes y
las conmemoraciones: los proyectos de nación...........................................15
Pablo Ferrara, Educar para la democracia. Tocqueville y Sarmiento: dos
visiones de la educación para una democracia republicana.......................47
Guillermo A. Oyarzábal, Sarmiento y su visión militar............................91
Investigaciones
Carolina Barry, Política y religión en la ayuda social del peronismo....113
Luis María Caterina, El ejercicio de poder en la República de los
notables: notas sobre las relaciones clientelares y legitimidad.................139
Lucas Codesido, La idea de “Nación” en el lenguaje político
hispanoamericano, 1808-1814: los límites monárquicos de la
imaginación liberal....................................................................................165
Jorge Núñez, Notas sobre un jurista olvidado: Julio Herrera y su
intervención parlamentaria con motivo de la reforma del código penal
en la República Argentina (1902-1936).....................................................193
Horacio Miguel Hernán Zapata – Leonardo C. Simonetta, Las
configuraciones de sentido en el Museo Histórico Provincial de Rosario a
principios del siglo XX: memorias visibilizadas, actores negados
y pasados en pugna....................................................................................213
Estudios y Reseñas Bibliográficas
Santo Domingo, cuna de América (María Victoria Carsen).....................255
Armando Raúl Bazán y Luis Navarro Santa Ana (EDS.), Historia y
Geografía de Catarmaca (Rodolfo A. Raffino)..........................................261
Fernando Enrique Barba, José Camilo Crotto: un gobierno en medio de la
borrasca (Ariel Alberto Eiris)....................................................................263
Miguel Ángel De Marco, La guerra de la frontera. Luchas entre indios y
blancos, 1536-1917 (Rogelio C. Paredes).................................................264
Dardo Pérez Guilhou, Los enemigos de la Revolución de Mayo (Federico
Miguel Oneto)............................................................................................267
Roberto Russell (Ed.), Argentina 1910-2010.
Balance del siglo (Miranda Lida)..............................................................268
Dossier sobre
Domingo F. Sarmiento
Sarmiento y el primer peronismo.
Entre las imágenes y las conmemoraciones:
los proyectos de nación1
Beatriz Figallo
UCA-CONICET/IDEHESI
beatrizfigallo@conicet.gov.ar
Resumen
Convertido en figura símbolo de la Historia Argentina, Sarmiento ofrece una imagen histórica de gran potencial para indagar y confrontar distintos
proyectos de nación. Asociado a una visión liberal del pasado, sus conmemoraciones han atravesado generaciones y gobiernos, arrastrando un caudal
ideológico que comenzó a ser enfrentado y cuestionado por los embates del
revisionismo histórico. Frente al declive que genera hoy día su memoria,
el presente artículo indaga en la visión que Perón dejó trascender sobre el
prócer sanjuanino y en su lugar dentro del peronismo, entre sus adherentes,
en la educación y en el ámbito militar. Planteos, todos ellos, que ayudan a
entender el diferente escenario que se plantea en el peronismo post 1955.
Palabras Clave
Sarmiento - peronismo - memoria – proyecto de nación - revisionismo
Abstract
Turned into a symbol in Argentine History, Sarmiento is a figure of
great potential taken to analyzing and confronting different nation-building
1
Una versión previa de este artículo fue leído en el panel de clausura del Congreso
Extraordinario de Historia en Homenaje a Domingo Faustino Sarmiento en el Bicentenario
de su nacimiento (1811-2011), San Juan, 12, 13 y 14 de abril de 2011, organizado por la
Academia Nacional de la Historia, la Junta de Estudios Históricos de San Juan y el gobierno
de San Juan.
16
BEATRIZ FIGALLO
projects. Often related to a liberal view of the past, commemorative celebrations have been made in his honor through different generations and successive governments, dragging with them an ideological corpus that would
later be questioned by historical revisionism. Facing the present decline of
his figure, this article dives into Juan Domingo Perón’s visions on Sarmiento, and the influence the latter had in Peronist ideology, the education and in
the armed forces during the 1940’s. These findings will help understand the
changing scenario Peronists had to face after 1955.
Key Words
Sarmiento - peronism - memoir – nation-building - revisionism
Introducción
Convertido en personaje símbolo, Domingo F. Sarmiento hizo méritos
más que suficientes para sobrevivirse. Ya en su vejez y ni bien fallecido,
su figura adquirió en la Argentina la condición de “hombre de mármol”,
levantándose monumentos, celebrándose sus aniversarios, acometiéndose
la edición de su excepcional producción escrita, componiéndose biografías,
reflexionándose sobre su prédica y sus realizaciones.
Ya que la magnitud de su vida política, de su obra y de sus escritos
encontró una constante disposición póstuma por prolongar su propia actitud polémica en los variados campos que él mismo transitó, casi se podría
decir que hubo y hay un Sarmiento para cada época, y en ese sentido, su
evocación en cada tiempo es reveladora del devenir histórico del país. Los
empeños conmemorativos en pugna son cabal muestra de las pujas por la
prevalencia de un ideario asociado a un proyecto nacional.
Lo más parecido a un genio que la Argentina diera, en palabras de Oscar
Terán,2 la combatividad y la vigencia de Sarmiento deviene de su capacidad
única por instalar una serie de cuestiones cruciales en el debate intelectual
de la nación. Como ha escrito Elías Palti, “la figura de Sarmiento encierra
la clave de una controversia que, de algún modo u otro, se proyecta hacia el
presente”.3
Entrevista, “De un tiempo a otro”, Página 12, Buenos Aires, 4 de junio de 2006.
Elías José Palti, “Argentina en el espejo: el “pretexto” Sarmiento”, Prismas. Revista
de historia intelectual, 1, 1997, p. 33.
2
3
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
17
Si las ceremonias, actos y ritos le han permitido a las naciones una
“inmersión en los orígenes, que reanima de las privaciones impuestas por
la realidad e induce a la continuidad”,4 el culto a los próceres esta ligado
a los valores que representan y por tanto no es común que su intensidad
permanezca invariable. De unos años a esta parte, una suerte de opacidad
va cubriendo la memoria de Sarmiento; no es la exaltación de 1911, ni las
querellas de 1938, ni la culta pero menguante evocación de 1988; 2011 apenas suscita algunas citas referenciales que simplifican al extremo la figura
de Sarmiento. En este trabajo nos interesa perfilar la imagen que se recordó
y se evocó durante los años del primer peronismo, en momentos en que el
proyecto de nación encarado permite reconocer puntos de asociación con
premisas planteadas por Sarmiento. Algunos, incluso, han ido bien lejos:
Sarmiento fue el Perón del siglo XIX.
Para encarar esta aventura del conocimiento es imprescindible, aún asumiéndola como una tarea inconclusa, otear el recorrido previo que ayuda a
explicar la toma de posiciones y, por otro lado, dejar expuestas las razones
del viraje posterior que se alarga hasta hoy día. Se trata de un ejercicio de
indagación y reflexión histórica suscitado como consecuencia del propio
bicentenario del nacimiento de Sarmiento. Una percepción que ha recogido
aquella prensa que se asume como cuestionadora de las políticas de la gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y a la que han prestado
su pluma intelectuales e historiadores, que advirtieron que “el gobierno no
celebra a Sarmiento”, en un contexto de “desaparición de hombres de la historia que no tienen condecoraciones en el santoral peronista: Sarmiento, por
ejemplo“.5 Matizando una explicación también simplista de esos enunciados
que crean conductas -que tiene sus excepciones-, la pregunta que guía este
trabajo es saber por qué y hasta donde estas actitudes de hoy tienen sustento
en la realidad histórica del peronismo, que en su génesis, no rechazó, ni
olvidó, ni se detuvo en sus polémicas, ni se regodeó en resaltar las contradicciones de Domingo Faustino Sarmiento.
Hebe Clementi, Las fiestas patrias, Buenos Aires, Leviatán, 1984, p. 18.
Beatriz Sarlo, “La fuerza de lo imprevisto”, La Nación, Buenos Aires, 27 de diciembre de 2010.
4
5
18
BEATRIZ FIGALLO
Al Centenario: honor y gloria
Para el 15 de febrero de 1911, Sarmiento tenía la trascendencia de prócer
de la nación. El presidente Roque Sáenz Peña había firmado la ley 8109 por
la que se declaraba feriado el día designado para conmemorar su centenario,
debiendo celebrarse solemnes tedeums en todas las Iglesias Catedrales del
país. José María Ramos Mejía, a cargo del Consejo Nacional de Educación
le encargó a Leopoldo Lugones, entonces persuadido de la prevalencia de la
educación para la formación de la nacionalidad,6 un libro celebratorio, una
Historia de Sarmiento, que apareció en marzo en dos imprentas, Buenos Aires Otero y El Monitor de la Educación Común, a la par que las efemérides
escolares ponían en un lugar central al sanjuanino. A través de iniciativas
didácticas novedosas, lo patriótico iba adquiriendo un ritual propio en los
ámbitos educativos, aún vigente: representaciones teatrales, iconografía de
próceres, peregrinación a lugares de memoria, cantos e himnos.7 La Comisión Popular del Centenario de Sarmiento organizó en mayo un festival en
el Teatro Colón, verdaderos “funerales cívicos”, con una gran concurrencia
de público, la presencia del presidente Sáenz Peña, y discursos de Joaquín V.
González y los historiadores Adolfo Saldías y Agustín Álvarez.
Sarmiento estaba consagrado, una de las mayores visualizaciones de
ello lo constituía su estatua hecha por Auguste Rodin, emplazada en el mismo lugar en que se demolió en 1899 la casa que había mandado construir
el gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas y donde habitó hasta
la batalla de Caseros. En aquellos terrenos de Palermo, el mismo Sarmiento
presidente había propuesto la creación del Parque 3 de Febrero, fecha de la
derrota rosista. Inaugurada el 25 de mayo de 1900 por el presidente general
Julio A. Roca, en medio de un desfile militar imponente, los fastos conmemorativos fueron testimonio del predominio político de la generación que
había triunfado al imponer su programa para organizar el país.
Tanto como el Sarmiento maestro y el Sarmiento político, el Sarmiento
militar encontró también fervorosos evocadores. El 19 de julio de 1917 al
pie del monumento palermitano, homenajeándolo como fundador del Colegio Militar, su director Agustín P. Justo pronunció un discurso donde lo se-
6
Patricia Funes, Salvar la nación. Intelectuales, cultura y política en los años veinte
latinoamericanos, Buenos Aires, Prometeo, 2006, p. 85.
7
Hebe Clementi, op. cit., p. 121.
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
19
ñalaba como un predestinado que “tuvo la manía obsesionante de un ideal”,
que admiró como modelos favoritos a los guerreros del tipo de José de San
Martín y José María Paz, por su disciplina, cultura y corrección, que quería
“para el ejército de su país oficiales instruidos, cultos, disciplinados y de sólida contextura moral” y que tenía “la noción de la nación en armas”.8 Años
después, en 1921, al inaugurarse las obras del edificio del Colegio Militar,
Justo enaltecía a Sarmiento, el “genial fundador”, quién se había puesto al
servicio del triunfo contra el régimen rosista. Ello motivó una réplica del coronel Alfredo de Urquiza por parecerle encontrar disminuida la personalidad
militar de su ascendiente, motivando una aclaración de Justo que robustecía
aún más la figura de Sarmiento:
La cruzada libertadora que terminó en Caseros no comenzó el 1° de mayo
del 51, ni aún en 1847; algo saben de ello los Avellaneda, los Maza y los
Castelli, toda esa falange de mártires de la tiranía; algo escribió el puño
de Sarmiento en las piedras de la Cordillera. Mucho antes del 51 o del
47, la pluma de Sarmiento había empezado a disparar sus proyectiles no
sólo contra los baluartes del tirano magno, sino contra las cuevas de esos
tiranuelos en cuajo, los caudillejos … en Caseros cayó la tiranía, quedó herido de muerte el caudillaje, pero se necesitaron las escuelas de Sarmiento
para rematar a los caudillos … Los 25.000 argentinos que Rosas alineó en
Caseros mal mandados y mal dispuestos, con todo debieron haber repetido
como siempre la epopeya, si no hubieran carecido de la fuerza moral que
Sarmiento, el primero, aun cuando no el último, les había espetado, a ellos,
analfabetos en su mayoría, con el mágico poder de las ideas.9
Mientras el prestigio de Sarmiento en la formación de la cultura platense se iba asentando solidamente, pocos lo discutían entonces.
La figura contrapuesta
Utilizando sus escritos como el arma por excelencia para oponerse al
gobierno autoritario de Juan Manuel de Rosas, Sarmiento había sido uno de
sus principales detractores y fuerza de choque contra su poder. Sin embargo,
8
Citado en Tulio Halperin Donghi, Vida y muerte de la República verdadera (19101930), Barcelona, Ariel, 2000, p. 209.
9
La Nación, Buenos Aires, 6 de septiembre de 1922.
20
BEATRIZ FIGALLO
la figura contrapuesta al prócer venerado había comenzado a demandar cada
vez más estudios que develaran su misterio, y encontrando defensores. En
1900, después de haber leído los tomos de la Historia de la Confederación
Argentina, definitivo título de Historia de Rozas y su tiempo, de Adolfo
Saldías, donde el Restaurador de las Leyes comenzaba a ser estudiado con
menos prejuicios, el escritor Manuel Gálvez compone el drama teatral La
conjuración de Maza. El revisionismo histórico se abría paso.
Diana Quattrocchi-Woison ha estudiado la irrupción de aquellos nuevos
aires en la memoria histórica de la nación, situando en el cambio de época
que significaron las primeras elecciones democráticas y el triunfo del Partido Radical la introducción de otras percepciones del pasado argentino, diversas a la que los antiguos adversarios de Rosas habían prohijado y plasmado. Junto con ello, una revalorización de la tradición telúrica y de las raíces
del país, que devinieron en una renovada admiración por el legado hispánico
y también por la figura del gaucho, comenzada de la mano de la crítica
literaria y tema central de la literatura gauchesca.10 A poco se fue planteando un debate crecientemente apasionado sobre el tema del rosismo, al cual
casi siempre era convocado Sarmiento. Aunque la discusión pública tenía
mucho que ver con la irrupción del yrigoyenismo y su estilo político que
con la figura de Rosas, se creía llegado el momento de ofrecer una versión
menos esquemática del pasado que permitiera “realizar en la historiografía
la misma integración nacional que el radicalismo permitía en la vida social
y política”.11 Las iniciativas tendían a integrar a Rosas al discurso histórico
nacional. La polémica de la que participaron los “intelectuales hegemónicos” de entonces encontró numerosas replicaciones en la prensa y difusión
en publicaciones de todo tamaño e incluso en las aulas de estudios superiores.12 Si ya desde 1922 Carlos Ibarguren había cuestionado la tradición
histórica liberal en una serie de conferencias que dictó en la Universidad
de Buenos Aires, será a partir de 1930 que la constitución del movimiento
revisionista dará un paso más allá: reivindicar a Rosas implicará entonces
Marysa Navarro Gerassi, Los nacionalistas, Buenos Aires, Editorial Jorge Álvarez,
1968, p. 132.
11
Diana Quattrocchi-Woisson, “El revisionismo de los años 20 y 30. Rosistas y revisionistas: ¿los rivales de la historia académica?”, en Academia Nacional de la Historia, La
Junta de Historia y Numismática americana y el movimiento historiográfico en la Argentina
(1893-1938). Tomo I, Buenos Aires, 1995, p. 298.
12
Diana Quattrocchi-Woison, op. cit., p. 298.
10
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
21
criticar abiertamente a los próceres del denominado panteón consagrado por
la visión liberal de la historia.
Ya entonces hubo quienes parangonaron yrigoyenismo a rosismo, en
particular conservadores y radicales antipersonalistas contribuyendo aún
más a recuperar la figura de Rosas. Paradójicamente, disímiles interpretaciones del pasado convergían para hacer retornar al presente al rosismo. Si
resultó característico de la campaña preparatoria del clima subversivo de
1930 que una página de Caras y Caretas presentara la caricatura de Yrigoyen en traje de mazorquero,13 hubo quienes, como el mismo Carlos Ibarguren que en su biografía sobre Juan Manuel de Rosas, su vida, su tiempo, su
drama, lo mostraban enemigo de parlamentarios, intelectuales, hombres de
prensa, masones, y más que nada amigo de la jerarquía, la propiedad y la
religión. Al presentar a Rosas y a su sistema político como el modelo del
siglo XIX que la Argentina necesitaba para el XX,14 lo identificaban con las
elites reaccionarias que acompañaban la dictadura de José Félix Uriburu.
Instalado ese escenario, habiendo tenido Rosas “principal catapulta”
contra su poder en Sarmiento, se entiende que los hechos conmemorativos del ex presidente despertaran verdaderas luchas por su memoria y, si se
quiere, acosos a su figura, en muchos casos con la voluntad de derribarla.
Así sucedió en 1934 en los homenajes al cincuentenario de la ley 1420,
ocasión en la que Sarmiento fue invocado extensamente al identificarlo con
aquel instrumento civilizador. Pero entonces el ahora general Justo, admirador de Sarmiento y gustoso de la Historia, gobernaba el país y el estado dio
curso a no pocas iniciativas culturales, muchas de ellas presentadas por el
historiador Ricardo Levene, desde la transformación de la Junta de Historia
y Numismática fundada por Mitre en Academia Nacional de la Historia en
enero de 1938,15 hasta las celebraciones para Sarmiento, al cumplirse cincuenta años de su muerte en Asunción.
13
Luis C. Alén Lascano, La Argentina ilusionada. 1922-1930, Buenos Aires, Ediciones
La Bastilla, 1977, p. 327.
14
Mark Falcoff and Ronald H. Dolkart, ed., Prologue to Perón: Argentina in depression and war, 1930-1943, Berkeley, University of California Press, 1975, p. 119.
15
Julio Stortini, “Polémicas y crisis en el revisionismo argentino: el caso del Instituto
de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” (1955-1971)”, en Fernando DevotoNora Pagano, La historiografía argentina académica. La historiografía militante en Argentina y Uruguay, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2004, p. 82; Diana Quattrocchi-Woison,
op. cit., p. 307.
22
BEATRIZ FIGALLO
La reacción no se hizo esperar y seis meses después del decreto de
Justo los rosistas replicaron con la creación de un organismo “consagrado
a la revisión histórica” de toda la época del general Juan Manuel de Rosas.
Impregnado de pasión política, en el naciente revisionismo histórico se
manifestaba, sin embargo, otra de las profundas mutaciones en el espíritu de
los argentinos. Agudizado por el contexto de crisis ideológica internacional
de entonces, aquellos heterodoxos, algunos rosistas y otros no, comenzaron
a ser tildados como un grupo de fascistas que escondían sus actividades políticas detrás del pretexto historiográfico. Mientras mucho del revisionismo
centraba sus ataques contra Sarmiento como el representante más cabal de
su generación -y en definitiva, de la oligarquía-, por su laicismo, antihispanismo, cosmopolitismo, admiración a los Estados Unidos y adhesión al
centralismo y a la masonería, soslayando el ataque a fondo contra Mitre,16 la
intelectualidad liberal y los partidos Socialista y Comunista se mantuvieron
antirrosistas, lo cual ayuda a explicar la posterior asociación entre rosismo
y peronismo, compartida por prácticamente toda la oposición desde 1945.17
Amar y discutir a Sarmiento
El gobierno de Justo y de su sucesor Roberto Ortiz asumieron como
política propia la celebración solemne del cincuentenario de Sarmiento. Los
homenajes incluyeron desde escritos de Gabriela Mistral a Eduardo Mallea,
a textos homenaje de la revista Sur, de la Universidad Nacional del Litoral
y de La Plata. La Comisión Nacional de Museos y Monumentos creada en
abril de 1938, también por impulso de Levene, propuso en sus primeras
sesiones hacer efectiva la instalación del Museo Histórico Sarmiento, para
resguardar los muebles, manuscritos, ediciones originales, retratos, bronces
de Sarmiento, que su nieto Augusto Belín Sarmiento había dado en custodia
en 1913 al estado nacional y que en su mayoría permanecían encajonados
en el Museo Histórico Nacional. El presidente Roberto Ortiz firmó el decreto por el cual dispuso su creación, refrendado por ley nacional. Ello era
concreción tardía de la ley de diciembre de 1910, por la cual se había acor-
Norberto Galasso, La larga lucha de los argentinos y cómo la cuentan las diversas
corrientes historiográficas, Buenos Aires, Colihue, 1995, p. 58.
17
Carlos Altamirano, Peronismo y cultura de izquierdas, Buenos Aires, Temas Grupo
Editorial, 2001, p. 27.
16
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
23
dado declarar de utilidad pública para su expropiación la casa que habitó
Sarmiento en sus últimos años, situada en la antigua calle Cuyo -después,
Sarmiento 1251-, con el objeto de instalar en ella el Museo que llevaría su
nombre. En cambio, se eligió como sede la declarada casa histórica de la
Municipalidad de Belgrano, donde en 1880 el Congreso Nacional, alejado
de la ciudad de Buenos Aires a causa del levantamiento porteño, celebró sus
sesiones.18 Allí se había dictado la ley de su federalización, por la cual se declaró capital de la República. Se creaba así un instituto de cultura histórica,
un lugar de “evocaciones retrospectivas”, ámbito para retemplar el espíritu,
de “emoción patriótica”, donde su frecuentación pudiera ser, en lo sucesivo,
“un acto escolar y público permanente, de indiscutible fuerza evocadora,
que las escuelas e instituciones podrán realizar a diario”.
Comenzada la Segunda Guerra Mundial, las repercusiones en la Argentina reforzaron la identificación del nacionalismo proclive a una revisión
de la historia, con una alineación los totalitarismos que representaban los
sistemas imperantes en Alemania y en Italia. Cuando en diciembre de 1940,
apareció el benévolo Rosas de Manuel Gálvez, la critica en general lo consideró “un libro “nazi”, en esos días en que, “bajo la influencia del dinero
yanqui y la dictadura del periodismo aliadófilo, dominaban los liberales e
izquierdistas”,19 pero al cabo de una década, en diferentes ediciones, se llegarían a vender unos ciento veinte mil ejemplares.
Tras la revolución de junio de 1943, las embestidas contra la imagen de
Sarmiento se reavivaron. Parecía que alguna de las apelaciones propias de la
época encontraban el contrincante simbólico ideal en Sarmiento, en especial
en el ámbito educativo. Mientras algunos se atrevían a entronizar retratos de
Rosas en ámbitos universitarios y a difundir divisas punzó,20 se desató en el
país una campaña anti-sarmientina y ministros de Educación y/o Consejos,
según los casos, ordenaron en algunas provincias, en forma abierta o encubierta quitar los retratos de Sarmiento de las escuelas.
En Santa Fe la intervención del capitán de navío Cárrega Casafouth
18
República Argentina. Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Breve reseña de la
fundación e instalación del Museo Sarmiento, Buenos Aires, 1939.
19
Manuel Gálvez, Recuerdos de la vida literaria (II). Entre la novela y la historia en
el mundo de los seres reales, Buenos Aires, Taurus, 2003, p. 425.
20
Nicolás Repetto, Mi paso por la política. De Uriburu a Perón, Buenos Aires, Santiago Rueda Editor, 1957, p. 273.
24
BEATRIZ FIGALLO
nombró al frente del Consejo General de Educación a José María Rosa hijo,
un “notable del nacionalismo local”, conocido por su fe rosista.21 Durante su
gestión, el 18 de agosto, el Consejo adoptó la resolución sobre la enseñanza de la religión en las escuelas de la provincia, fundamentado en que “el
amor a la tierra que nos vio nacer y a sus tradiciones debe fundarse en una
sólida moral cristiana, de acuerdo con nuestros orígenes y antecedentes”, a
la par que en circular cursada a los directores de escuela reducía a una breve
referencia en horas de clase, en vísperas del 11 de septiembre, el homenaje a
Sarmiento. Si bien Rosa se cuidó en no introducir la figura de Rosas, se retiraron las imágenes de Sarmiento, y se dieron instrucciones para celebrar al
prócer federal de la provincia, Estanislao López, y a Artigas como padre del
federalismo argentino, a la par de desaconsejar la lectura del Facundo.22 No
siendo posible aún hacer política nacionalista, podía de momento “iniciarse
una educación nacionalista”. El objetivo de Rosa era “afirmar primero el
terreno antes de hablar de Rosas, que era mala palabra para muchos”.23
En Rosario, las autoridades policiales prohibieron toda concentración
en torno a la magnífica estatua de Sarmiento. Pero un desfile incesante de
vecinos en silencio durante todo el día fue arrojando flores hasta cubrir totalmente el pedestal de la estatua del sanjuanino.24
La reacción de los docentes, de los periódicos y de los políticos liberales no se hizo esperar. El interventor le pidió la renuncia a Rosa, que también
había llevado como funcionario al Consejo al historiador rosista Ricardo
Font Ezcurra, y responsabilizó de los ataques a adversarios del nacionalismo
santafecino.25
El Boletín de Educación publicó en el mes de setiembre un comunicado
del Ministerio “por el cual se expresa que siendo de justicia reconocer que
la obra realizada por el prócer D. Faustino Sarmiento en beneficio de la
Dario Macor, “Las tradiciones políticas en los orígenes del peronismo santafecino”,
en Dario Macor y César Tcach (edit.), La invención del peronismo en el interior del país,
Santa Fe, UNL, 2003, p. 90-1.
22
Enrique Mason, José María Rosa. El historiador del pueblo, Buenos Aires, CICCUS,
2008, p. 117.
23
Pablo J. Hernández, Conversaciones con José M. Rosa, Buenos Aires, Colihue,
1978, p. 106.
24
Félix Chaparro, El logista Sarmiento, Rosario, 1956, p. 47.
25
Enrique Mason, op. cit., p. 117.
21
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
25
educación de nuestro pueblo, le hace merecedor al homenaje de gratitud del
mismo, y que en ninguna otra parte como en las escuelas argentinas debe
tributársele, se ha dispuesto que el retrato del prócer sea colocado en el lugar
que corresponde en todas las escuelas dependientes del Consejo General de
Educación. En virtud de ello la Dirección General de Escuelas se dirige a
los señores directores de establecimientos donde no se haya colocado aún
en retrato de Domingo F. Sarmiento, significándole que vería con agrado el
cumplimiento de esa disposición a la brevedad posible”.26 Publicaba entonces el diario La Tribuna, de Rosario: “para arrancar el nombre de Sarmiento
del corazón de los argentinos, habría que destruir la nación“.27
Dos circunstancias inesperadas contrabalancearon de modo rotundo
aquella ofensiva contra la imagen de Sarmiento.
En pleno conflicto bélico mundial y con la Argentina en difícil situación, único país neutral de toda América, el presidente norteamericano
Franklin D. Roosevelt convocó a los gobiernos vecinos a una conferencia
de educación. Bajo los auspicios de la Unión Panamericana, el objetivo
declarado era crear una universidad, y por ese medio formar un “un estudiantado interamericano, una sólida conciencia continental”. A pesar de
las dificultades internas y externas, a fines de julio de 1943, el gobierno
del general Pedro Pablo Ramírez, confirmaba su aceptación, disponiendo la
concurrencia del ministro de Justicia e Instrucción Pública, general Elvio I.
Anaya. El temario era muy amplio, desde el estudio de los sistemas educativos, la enseñanza de la historia, la fundación de bibliotecas, la educación
para la paz, la educación indigenista. Realizada entre el 27 de septiembre y
el de octubre, la delegación argentina debió ser integrada por funcionarios
diplomáticos y docentes debido a la crisis que vivía el gobierno de Ramírez,
fue presidida por el embajador argentino en Colombia, Juan G. Valenzuela,
y como delegados Luis Podestá Costa, ex director jurídico de la Sociedad
de Naciones y asesor jurídico del Ministerio de Relaciones Exterior, José
Trimarchi, abogado y profesor de la universidad y el profesor Juan Manuel
Corcuera, secretario del Instituto Nacional del Profesorado Secundario. En
26
Amelia Martínez Trucco, Acción del Magisterio de Santa Fe. Su trayectoria y aporte
a la construcción del sistema educativo, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2004,
p. 485.
27
Félix Chaparro, “Sarmiento y su lucha por la libertad”, La Tribuna, Rosario, 11 de
septiembre de 1943.
26
BEATRIZ FIGALLO
la comisión de “Acercamiento Cultural del Hemisferio”, la delegación de
Nicaragua presentó una moción, en razón de que era actividad “fundamental
de la Escuela la educación de los sentimientos”, y “la gratitud y devoción
debidas al maestro de la escuela primaria, que... orienta el porvenir espiritual y cultural de nuestros pueblos”,
[…] ninguna fecha ha de ser más oportuna para celebrar el Día del Maestro
que el 14 de junio, por haber sido este día del año 1842 la fecha memorable en que abrió sus puertas la primera “Escuela Normal de Preceptores”
fundada en Santiago de Chile y dirigida en sus albores por un argentino
glorioso, ciudadano de América y Maestro de Maestros: Domingo Faustino
Sarmiento”.
El delegado norteamericano, doctor Patterson, objetó que el 14 de junio
era período de vacaciones en su país, y allí intervino Podestá Costa, observador en la comisión, señalando que en la Argentina el día se celebraba el
aniversario del fallecimiento desde hacia más de veinte años, fecha en la
que no había clases “sino que se celebran solemnidades y se va a la tumba
de Sarmiento”. Fijada esa fecha, se salvó la objeción del delegado de los
Estados Unidos.28 Sarmiento era ya el maestro de América. Recién dos años
después, el gobierno de Farrell, dictó el decreto 21.215, por el cual y conforme a lo decidido por la Conferencia, se decidía hacer efectiva una resolución
honrosa para la Argentina, “cuna del ilustre patricio”. Así decretaba que el
11 de septiembre fuera el día del Maestro, que debería ser conmemorado en
todos los establecimientos educativos del país.
La otra circunstancia fue el estreno a principios de 1944 de la película
“Su mejor alumno”, diferente manera de hacer historia por su intención y
sus consecuencias. A pesar del clima hostil que se desplegaba contra Sarmiento, la industria fílmica argentina, que vivía momentos de auge de la
cinematografía épica -recuérdese el impacto de la reciente La guerra gaucha- lo eligió como protagonista de un tema nacional, en momentos en que
la sociedad no sólo aspiraba a encontrar distracción y solaz sino que se mostraba receptiva a una renovación cultural.
28
República de Panamá, Primera Conferencia Interamericana de ministros y directores
de Educación. Reunida en Panamá del 25 de septiembre al 4 de octubre de 1943, Panamá,
Cía. Editora Nacional, 1944, p. 298.
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
27
Tras un anterior intento inconcluso, La Vida del Gran Sarmiento, el
mismo año de 1941 el director Lucas Demare había comenzado a preparar
este nuevo proyecto. En el guión empezaron a trabajar Ulyses Petit de Murat y Homero Manzi, quién ya había redactado el guión del film “Huella”,
basado en el Facundo. Para “Su mejor alumno” se trabajaron con textos de
Sarmiento, en especial Recuerdos de Provincia y La vida de Dominguito.
Aún admitiendo que se alteraron algunos hechos,29 el argumento entregó
un prócer apasionado y sensible a las necesidades del pueblo. Se trata de
un Sarmiento –protagonizado por el actor Enrique Muiño, de gran parecido
físico- que tiene la impronta del nacionalismo popular, en el que Manzi fue
protagonista como militante de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de
la Joven Argentina), el movimiento intelectual de recuperación interna del
Partido Radical de tendencia yrigoyenista.30
En la película, los ataques a Rosas se relativizaron: “No debe recibirse
como moneda de buena ley todas las acusaciones que hemos hecho a Rosas
en aquellas épocas de lucha. ¡Al pasado no hay que criticarlo, hay que superarlo!”, Sarmiento habla de la aristocracia con olor a bosta y dice que la
educación asegurara el porvenir de los gauchos. El texto sigue poblado de
ideas similares: “... con esos gauchos San Martín formó un ejército”. Y algo
mucho más radical: “Cuando se agitan las pasiones políticas es difícil saber
de qué lado está la barbarie. Casi siempre llamamos barbarie a lo que no nos
conviene”. El ideal que persiguió Sarmiento en su vida pública está descripta en un improvisado discurso: “esta tierra está llena de pobres, desvalidos.
Para ellos reclamó justicia, instrucción; para que puedan gozar de los bienes
que ahora solo disfrutan los privilegiados”.31
Durante el rodaje el gobierno militar apoyó el proyecto y brindó las
instalaciones y el personal de la escuela de suboficiales de Campo de Mayo
para la filmación de los exteriores que reflejaban las escenas de la guerra del
Paraguay, además de asignar durante su filmación un asesor del Ministerio
de Guerra argentino -cuyo jefe de secretaría estaba a cargo del coronel Juan
29
Eduardo Jakubowicz-Laura Radetich, La historia argentina a través del cine. Las
“visiones del pasado” (1933-2003), Buenos Aires, La Crujía, 2006, p. 67.
30
Alberto Díaz, “Revisionismo histórico”, en Norberto Bobbio, Nicola Matteucci,
Gianfranco Pasquino, Diccionario de política, México, Siglo Veintiuno, 2005, p. 1408-1412.
31
Darío Lavio, “Sarmiento, la pluma y la pantalla” (consultado en línea: 1 de marzo de
2011) www.quintadimension.com
28
BEATRIZ FIGALLO
Perón, ministro a partir de mayo-, con lo cual se había buscado no herir el
honor militar paraguayo.
Estrenada en una función a beneficio de los damnificados por el terremoto de San Juan a la que también concurrieron altos funcionarios del
gobierno encabezados por el presidente Edelmiro J. Farrell, la película tuvo
una excelente acogida de la prensa y se mantuvo veinte semanas en las salas
de estreno.32. Ya bajo los gobiernos peronistas con el perfil de un prócer
conciliador y de gran fortaleza espiritual, Sarmiento volvió en varias oportunidades a ser tema de películas: el actor Juan Bono lo representó como
presidente en Almafuerte (1949), el film Escuela de campeones (1950) incluyó escenas con la exitosa caracterización de Muiño, mientras se presentó
también en la biografía de Mariquita Sánchez de Thompson, El Grito Sagrado (1954), que muestra la reconciliación del flamante mandatario nacional
con la heroína de la película y presidenta de la Sociedad de Beneficencia
en 1868, y que muchos identificaron con Eva Perón,33 y en El Amor nunca
muere (1955), donde aparece durante su exilio en Chile, dirigidas por Luis
César Amadori.
La lucha por apropiarse de la imagen histórica de Sarmiento encontró
en el crucial año de 1945 un nuevo escenario de combate: se experimentaba
el agotamiento del régimen militar, mientras Perón había adquirido el rango
de protagonista. La oposición demandaba la instalación de un gobierno democrático para poder cumplir con las exigencias de los Aliados que habían
ganado la guerra en la organización post bélica mundial, y en los ámbitos
universitarios aquel rechazo al régimen juniano se sintetizaba en la consigna
interpelante de “Sarmiento sí, Rosas no”.34 La Marcha de la Constitución y
la Libertad del 19 de septiembre que en Buenos Aires exigió la entrega del
poder a la Corte Suprema de Justicia lo hacia portando cartelones en los
que escribían que la Argentina que debía reinsertarse internacionalmente no
era la de la barbarie ni la de la tiranía de Rosas, sino el país de Rivadavia,
32
Ana Laura Lusnich, “Enrique Muiño: los modos de producción de un actor integral”,
en Osvaldo Pellettieri (dir.), De Toto a Sandrini. Del cómico italiano al “actor nacional”
argentino, Buenos Aires, Galerna, 2001, p. 174.
33
Agustin Neifert, “Sarmiento en el cine argentino”, Todo es Historia, Nº 523, febrero
2011, p. 33.
34
Norberto Galasso, Perón. Formación, ascenso y caída: 1893-1955, Buenos Aires,
Colihue, 2005, p. 255.
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
29
de Mitre y de Sarmiento,35 así como se desfilaba con sus enormes retratos.
Mientras, el diario La Época elevaba el significado del 17 de octubre al
rango de lo que había ocurrido en mayo de 1810 y ubicaba a Perón como
heredero de San Martín y Sarmiento.36
En 1945 se conmemoraban también los cien años del Facundo. El filósofo y discípulo de Heidegger que adhirió al primer peronismo, Luis Juan
Guerrero, se explayó en un seminario sobre las ideas filosóficas argentinas,
que desarrollaba dentro del Instituto de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, con unas conferencias tituladas “Tres temas de filosofía en las
entrañas del Facundo”,37 denso texto que sería editado ese mismo año. Tras
positivas apreciaciones donde mostraba a un Sarmiento que había roto
definitivamente con la actitud nostálgica frente al pasado y al medio, con
el horizonte de vida retrospectivo y pasivo propio de los románticos europeos, e inauguró en el romanticismo argentino una actitud prospectiva
frente a la existencia y su contexto físico y temporal que se tradujo en un
programa de acción cultural y político capaz de dar sentido nacional y americano a todas las formas de la vida histórica”,38
Calificaba a Sarmiento de “último gaucho cantor” y “montonero intelectual”, expresión esta última en la cual hacia converger las dotes del
caudillo con el hombre de progreso, las expresiones supremas del gaucho y
del civilizador. Guerrero, además de afirmar que con Facundo, Sarmiento
fue el primero en haber formulado un cuadro de las condiciones de posibilidad -y un proyecto de realización- de la vida histórico-social americana,
Jorge Nállim, “Del antifascismo al antiperonismo: Argentina Libre … Antinazi y el
surgimiento del antiperonismo político e intelectual”, en Marcela García Sebastiani (ed.),
Fascismo y antifascismo. Peronismo y antiperonismo. Conflictos políticos e ideológicos en
la Argentina (1930-1955), Madrid, Iberoamericana, 2006, p. 95.
36
Mariano Plotkin, Mañana es San Perón. Propaganda, rituales políticos y educación
en el régimen peronista (1946-1955), Buenos Aires, Ariel, 1993, p. 52.
37
Gerardo Oviedo, “Sarmiento y el canon filosófico nacional” (consultado en línea: 1
de marzo de 2011): www.cecies.org
38
Luis Juan Guerrero, Tres temas de filosofía en las entrañas del Facundo, Buenos
Aires, Editorial Docencia, 1981, con estudio preliminar de Rodolfo M. Agoglia, ps. 19-20.
35
30
BEATRIZ FIGALLO
entendió que con ello había forjado la utopía argentina.39 Actualidad y eficacia que implícitamente atribuía al peronismo naciente en cuanto forma de
“organizar un régimen democrático”, y en general, de civilizar la barbarie.
No seria esa la posición, por cierto, de Carlos Astrada, otro filósofo que adhirió al peronismo.40 Ni menos del batallador forjista Arturo Jauretche que
años después calificaría el dilema entre la civilización y la barbarie como
la principal zonzera argentina, o José María Rosa, equiparando civilización
con lo propio de extranjeros y barbarie con lo nacional, o del filósofo Silvio
Maresca que ya en 1983 planteaba el reemplazo definitivo de la dicotomía
sarmientina por la alternativa de “Liberación o dependencia”, también como
un pensamiento genuinamente argentino y latinoamericano.41
Pero aquel año crucial para el mundo y para la Argentina, fue también el
del impacto del libro Vida de Sarmiento: el hombre de autoridad, de Manuel
Gálvez, quien convertido en “elegante detractor” de Sarmiento, ya veía a
Perón como el hombre providencial, un nuevo Yrigoyen.42 En 1945 apareció también la biografía afín a Sarmiento de Ricardo Rojas, El profeta de
la pampa, una compleja visión empática del prócer con la nación.43 Aunque
Rojas venía escribiendo y estudiando a Sarmiento desde hacia décadas, su
obra parecía una respuesta a la del autor nacionalista admirador del coronel
del pueblo.
Sobre la obra de Gálvez cayó la censura de los enemigos de los militares en el poder, que lo calificaron como un “libelo”, escamoteándosele
reseñas en diarios y revistas y exhibición en librerías y vidrieras, mientras
39
Ver Marcelo Velarde Cañazares, “Facundo y Martín Fierro en las claves filosóficas de Luis J. Guerrero y Carlos Astrada“, en Patrice Vermeren y Marisa Muñoz, comp.,
Repensando el siglo XIX desde América Latina y Francia: Homenaje al filósofo Arturo A.
Roig, Buenos Aires, Colihue, 2009, p. 362.
40
“Reportaje a Guillermo David, Filosofía nacional: entre Mao y Perón”, Revista Ñ
Clarín, Buenos Aires, 26 de marzo de 2005.
41
Osvaldo Guglielmino, Perón, Jauretche y revisionismo cultural, Buenos Aires, Ediciones Temática, 1985, p. 178.
42
Mónica Quijada, Manuel Gálvez: 60 años de pensamiento nacionalista, Buenos Aires, CEAL, 1985, p. 94 y 116.
43
Diana Sorensen Goodrich, “Ricardo Rojas, lector del Facundo: hacia la construcción
de la cultura nacional”, en Saúl Sosnowski, selección, prólogo y notas, Lectura crítica de la
literatura americana. La formación de las culturas nacionales, Tomo II, Caracas, Biblioteca
Ayacucho, 1996, p. 555-6.
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
31
el libro de Rojas agotaba ejemplares. La posición ideológica determinó, en
gran medida, las repercusiones. Mientras el paraguayo Juan E. O’Leary, el
reivindicador del mariscal Francisco Solano López, se regodeaba con la
obra de Gálvez, “Sarmiento es ya un mito en su país. Usted lo ha devuelto a
la realidad y a la historia … el paradigma de todas las perfecciones que fue
trasunto de imperfección en todas las manifestaciones de su vida, sale de su
libro tal como fue”,44 el mismo Gálvez explicaba que su libro había tenido
la virtud de terminar con la “invención de los liberales” de que Sarmiento
era uno de los suyos, pudiendo ser, en cambio, “bandera del orden”. En los
prolegómenos del peronismo, aquella mirada era más afín con el momento,
que la que reflejaba un Sarmiento cercano a su versión canónica.
El desencuentro que se adivinaba se convirtió en escándalo al fallarse
en 1946 el Gran Premio Nacional de Letras de los años anteriores y ser
desechada la obra de Rojas. La comisión asesora de notables se había pronunciado por el Profeta de la Pampa, pero desentendiéndose de esa recomendación, la Comisión Nacional resolvió en cambio premiar el libro Proas
de España en el Mar Magallánico del ex ministro de Relaciones Exteriores
doctor Enrique Ruiz Guiñazu.45 Legisladores electos por las fuerzas peronistas Ernesto Palacio y Diego Luis Molinari, a ambos les correspondió integrar aquella comisión, cuya presidencia ejerció Palacio. El diputado Arturo
Frondizi acusaría entonces al cuerpo de estar integrado por “conocidos admiradores de d. Juan Manuel de Rosas, y por tanto, de conocidos enemigos
de d. Domingo Faustino Sarmiento”. La ecuación parecía indicar animadversión, tal vez complot, pero no consistía en algo tan sencillo: los autores
eran colegas académicos, Ruiz Guiñazú era un hispanista y Rojas también,
aunque aquel había sido el canciller del depuesto presidente Castillo, defensor de la neutralidad argentina en la Guerra Mundial, nacionalista, acusado
de falangista y por ende, de nazi-fascista. Era autor de obras históricas que
habían sido bien valoradas entonces, y el propio libro premiado se consideraba importante para sostener la posición argentina en el contencioso de
Malvinas y el Atlántico Sur. Con todo, como en otras ocasiones, se redujo el
Manuel Gálvez, op. cit., p. 513.
En Filosofía y Letras. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras, 1947, Volumen
13, Número 25, p. 167. También Raúl H. Castagnino, Sarmiento visto por Ricardo Rojas,
Buenos Aires, Comisión Permanente de Homenaje a Sarmiento en Washington y en Asunción, 1982, Nº 2.
44
45
32
BEATRIZ FIGALLO
conflicto a la detracción sarmientina, y por extensión al debate instalado de
libertad versus autoritarismo.
Difícil es saber si despojar del premio al Profeta de la Pampa fue una
medida que se le cobraba a Rojas por haber sido el candidato a senador de
la Unión Cívica Radical por la Capital en las elecciones generales de 1946
-para que al final resultó más votado el ex radical Molinari- o como afirmó
con sarcasmo uno de sus colegas, “Sarmiento no era en ese entonces figura
de buen tono para ser presentada en una sociedad de gente piadosa, decente
y ordenada”.46 Aunque la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) le había reparado con la concesión del premio de honor a su Sarmiento, Rojas
renunció a sus cátedras universitarias y se sumió en el ostracismo, tras los
muros de su casa colonial porteña, edificada en la calle Charcas gracias al
Premio Nacional de las Letras que había recibido en 1923 por su Historia de
la literatura argentina.47
En verdad, en 1939 Ernesto Palacio había declarado: “soy un viejo argentino, es decir, una víctima de la oligarquía que proclamó la superioridad
del extranjero sobre el criollo y del hijo del inmigrante sobre los descendientes de los conquistadores. No es de extrañar mi escasa simpatía por
Sarmiento y Alberdi, con quienes tengo una cuenta pendiente de carácter
personal”.48
Con todo, en el Congreso se oyeron a partir de 1946 distintas voces
evocando a Sarmiento. Si se siguieron señalando como identificación con
el autoritarismo las manifestaciones de rosismo, estas se exageraban con
el deseo de confrontar políticamente.49 Así, el diputado por La Rioja Oscar
Albrieu, de la Unión Cívica Radical-Junta Renovadora, adherido al peronis-
46
Flavia Fiorucci, “Los escritores y la SADE. Entre la supervivencia y el antiperonismo. Los limites de la oposición (1946-1956)”, Prismas, 5, 2001, p. 117; y “El antiperonismo
intelectual: de la guerra ideológica a la guerra espiritual”, en Marcela García Sebastiani,
(ed.), op. cit., p. 175.
47
Alfredo de la Guardia, Ricardo Rojas. 1882-1957, Buenos Aires, Editorial Schapire, 1967, p. 37.
48
Emma Cibotti, “¿Una colonia italiana en Buenos Aires?”, Temas de Patrimonio Cultural: Buenos Aires italiana, 25, Comisión para la Preservación del Patrimonio Cultural de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2009, p. 26.
49
Luis Alen Lascano, prólogo, Ernesto Palacio, Buenos Aires, Círculo de Legisladores
de la Nación, 1999, p. 24.
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
33
mo, hizo una defensa del personalismo, fundamentándolo históricamente:
“se nos dice que somos personalistas. ¿Ha habido algún movimiento argentino de envergadura que no tuviera un jefe … si hubiéramos estado en el
año 60, hubiésemos sido todos sarmientinos”. Albrieu insertaba al peronismo como continuador de la tradición popular histórica indicada por el eje
Moreno-Sarmiento-Yrigoyen-Perón, línea que también desarrollarán otros
diputados.50
En los debates para proceder a la ratificación de los decretos leyes del
gobierno militar, entre ellos el de la implantación de la enseñanza de la religión en las escuelas, el diputado oficialista por Corrientes Joaquín Díaz de
Vivar, sostuvo su postura con abundantes citas de próceres nacionales que
destacaban la enseñanza de la “sagrada religión católica” en la instrucción
pública, incluso de Domingo Faustino Sarmiento en carta enviada al doctor
Secundino J. Navarro. Todo esto, decía Díaz de Vivar, reforzaba la idea que
la ley 1420 no había buscado la instauración de una escuela pública y laica
tal como se desarrolló desde 1884, tratando de probar la intrinseca relación
que, para Sarmiento, tenía la enseñanza de la fe católica en las escuelas primarias en el marco de su concepción de la enseñanza del país.51
También se expresó con voz oficial en 1948 en el Congreso el canciller
Juan Atilio Bramuglia, al rechazar “que el gobierno se base para su acción
en discusiones habidas en la historia de nuestro pueblo”, sosteniendo que “el
gobierno no es rosista”.52
Posición vehementemente contraria asumiría John William Cooke, entre otros, de los más representativos, pero no el único. En ocasión del debate
que suscita en la Cámara de Diputados en 1949 por el tratamiento de un proyecto para homenajear al historiador Adolfo Saldías, afirma cómo desde una
postura revisionista: “Nos proponemos demostrar – y lo hemos conseguido
50
Cecilia Pitelli-Miguel Somoza Rodríguez, “Peronismo. Notas acerca de la producción y el control de símbolos. La historia y sus usos”, en Adriana Puiggrós (dirección),
Discursos pedagógicos e imaginario social en el peronismo (1945-1955). Historia de la
Educación en la Argentina. Tomo VI, Buenos Aires, Editorial Galerna, 1995, p. 225.
51
Sabrina Paula Vecchioni, “1946: el año en que la educación pública se volvió religiosa”, Instituto de Investigaciones Jurídicas y Sociales “Ambrosio Gioja” (consulta en línea:
3 de marzo de 2011) www.derecho.uba.ar/investigacion/
52
La Prensa, Buenos Aires, 3 de julio de 1948, p. 8, “Convirtió en Ley la Cámara de
Diputados el Convenio sobre aprovechamiento de los rápidos de Salto Grande”, en Luis Alen
Lascano, Ernesto Palacio, cit., p. 27.
34
BEATRIZ FIGALLO
si se estudia el problema objetivamente- dónde estaba la verdadera barbarie,
dónde estaban las fuerzas del país y dónde los enemigos de la nacionalidad”.
Asumiendo como representativas del lenguaje de la oligarquía diferentes
frases extrapoladas de Sarmiento,53 para Cooke el imperialismo estaba detrás de los dogmas históricos de la historia oficial y de los dogmas económicos: “solamente se puede obtener la liberación económica nacional a
través de la destrucción de esos dogmas históricos falsamente fabricados”.54
Disputando también por la figura de Juan Bautista Alberdi, otros peronistas
se quejan de que la UCR, identificada con la corriente liberal de la historia,
intenta monopolizar su legado. Desde que el Partido Peronista “se siente
heredero de todas las grandes tradiciones nacionales”, el diputado Raúl Bustos Fierro sostiene que la obra del peronismo estaba en consonancia con el
pensamiento de Alberdi, “paladín del pragmatismo”.55
Perón y Sarmiento
¿Y cuál era las visión que Perón había adquirido del pasado argentino, y
a la postre, la postura que asumiría sobre la figura de Sarmiento?
De tradición familiar nacionalista, es decir, “mitrista” y por extensión,
conservadora,56 alumno del Colegio Militar del que egresó como subteniente en 1913, inclinado a la docencia en el ámbito castrense y entendido en
historia militar, Perón había manifestado desde su tiempo de joven oficial
del ejército su admiración por el general San Martín, habiendo comenzado
incluso un libro que dejaría inconcluso en 1941 sobre las campañas militares
Melina Natalia Adelchanow, “John William Cooke y su visión del pasado argentino. Reflexiones entre la historia y la política”, Tesina de Licenciatura, Facultad de Derecho
y Ciencias Sociales. Carrera de Licenciatura en Ciencia Política, Universidad de Belgrano,
abril de 2005, p. 29 y passim.
54
Gregorio A. Caro Figueroa, “Las derivas del revisionismo histórico”, en Amelia
Royo y Elena Altuna, Literatura e imaginario político. De la colonia a nuestros días, Córdoba, Alción Editora, 2007, p. 230.
55
Alberto Ciria, Política y cultura popular: la Argentina peronista. 1946-1955, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1983, p. 98.
56
Enrique Pavón Pereyra, Perón-Balbín. Patética amistad, Buenos Aires, Editorial
Albenda, 1985, p. 39.
53
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
35
del libertador.57 Leyó las obras de los primeros autores considerados protorevisionistas que circulaban en el Colegio Militar -de Saldías a Ernesto Quesada. En tiempos del Centenario, tuvo por profesor a José Juan Biedma, un
prolífico historiador ligado a la tradición liberal, y también a Julio Cobos
Daráct, que era a la vez docente de Lógica en el Colegio Nacional Mariano
Moreno, y quien descubrió a los cadetes la figura de Rosas. Autor de una
Historia Argentina en dos tomos publicada en 1920 y reeditada, destinada
especialmente a los alumnos de los cursos superiores de los colegios nacionales y normales, este historiador puntano volcó su pensamiento en las
páginas de aquel manual que tuvo importante difusión, producto de “quince
años de práctica en a enseñanza de la materia”: “no tienen vida los ídolos
que tanto halagan el falso patriotismo, ni los monstruos que sólo son el fruto
de pasiones malsanas”,58 mostrando a un Rosas como “uno de los hombres
y gobernantes más honrados que ha tenido el país”, “gran patriota”, cuya
violencia se explicaba “considerando la época y el apasionamiento bárbaro
de las luchas internas, de las cuales no fue Rosas ni los federales, los únicos
autores”, asignándole a la historia “la sagrada deuda de reivindicar la verdad
para Rosas y para su época”.59 Al gobierno de Sarmiento le reconoce “jornadas importantes de progreso para el país, principalmente el desarrollo de la
instrucción pública”, aunque señalaba como causas de la seria oposición que
despertó, su condición de “hombre de pasiones fuertes”. Siendo entonces
muy joven Perón, hay testimonios que mencionan que en cartas familiares
reconocía que Rosas, aunque lo consideraba un tirano, había sido un gran argentino por su defensa del Río de la Plata y un buen diplomático,60 pero tanto como ello hay después algunas cartas donde exalta a Mitre y a Sarmiento.
Durante el gobierno de Alvear, Perón es capitán e ingresa a la Escuela
Superior de Guerra, donde era profesor de historia argentina Ricardo Levene, y donde él mismo, a cargo de la cátedra de Historia Militar, “repara en la
insustituible labor de Mitre, como historiador, a quien alaba sin reticencias:
57
Manuel Urriza, San Martín y Bolívar vistos por Perón, Buenos Aires, Colihue, 2007,
p. 24.
J. Cobos Daráct, Historia Argentina. Tomo I, Segunda Edición, Buenos Aires, 1923,
prólogo.
59
J. Cobos Daráct, op. cit., p. 285.
60
Fermín Chávez, Siete escollos sobre Perón, Buenos Aires, Ediciones Theoría, 2000,
p. 22-3.
58
36
BEATRIZ FIGALLO
“sólo ahora comprendo lo que importa tener un Mitre capaz de darnos en los
episodios medulares de nuestra Historia, algo que puede ser norma y pauta
para los investigadores del futuro””.61 En los albores del golpe militar de
1930, del cual participa, Perón se adhiere al sector liderado por Justo, que
dentro del Ejército se opone a las reformas corporativistas que pretendía
Uriburu.62
Jefe en su primer destino el Regimiento 12 de Infantería de Paraná, el
coronel Bartolomé Descalzo había ejercido una notable influencia en la formación profesional de Perón. Al organizarse para 1950 el año del Libertador
Gral. José de San Martín, se conformó un consejo superior coordinador,
dependiente del ejecutivo, al frente del cual se designó a Descalzo. Presidente del Instituto Sanmartiniano, Perón terminará por destituirlo en plena
conmemoración.63 Al coronel José María Sarobe, que había sido agregado
militar en la delegación argentina en Brasil en 1923 y acompañó al general Justo en su viaje de confraternidad a Brasil en enero de 1933, Perón lo
consideró también uno de sus maestros.64 Ya ingresado en la Academia Nacional de la Historia, publica en 1944 Iberoamérica: mensaje a la juventud,
donde reivindica la alianza argentino-brasileña como el núcleo del proceso
integracionista, capaz de favorecer la complementariedad de las economías
y de las políticas industriales,65 proyecto que a su fallecimiento en 1946 esta
aún lejos de concretarse.
En los libros de Perón, que estaban en 1955 en la Casa de Gobierno,
y fueron depositados por años en el subsuelo del Archivo General de la
Nación y hoy allí catalogados como Biblioteca Perón, había tomos recolectados desde la época en la que Perón fue profesor en la Escuela de Guerra,
61
Enrique Pavón Pereyra, Perón. Preparación de una vida para el mando (18951942), Buenos Aires, Ediciones Espiño, 1952, p. 153.
62
Jorge Castro, Perón y la globalización. Sistema mundial y construcción de poder,
Buenos Aires, Catálogos, 1999, p. 55.
63
Diana Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y política en la
Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1995, p. 309. Ver también Robert A. Potash, El ejército y
la política en la Argentina (II) 1945-1962. De Perón a Frondizi, Buenos Aires, Hyspamérica,
Sudamericana, 1981, 174 y passim.
64
Horacio González, Perón, reflejos de una vida, Buenos Aires, Colihue, 2008, p. 116.
65
Miguel Ángel Barrios, Perón y el peronismo en el sistema-mundo del siglo XXI,
Buenos Aires, Editorial Biblos, 2008, p. 174.
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
37
obras del general Descalzo -San Lorenzo. Combate de los granaderos a caballo (1943); La acción de San Lorenzo (1948)- y del general Sarobe -La
Patagonia y sus problemas: estudio geográfico, económico politico y social
de los territorios nacionales del sur (1935), El general Urquiza (1941)- y
mucho también de escritores correspondiente a la tradición de los “nacionalismos”, desde Leopoldo Lugones, Juan E. Carulla, E. Palacio, Manuel Gálvez, Carlos Ibarguren, José Luis Torres, así como Raúl Scalabrini Ortiz.66
Con todo, el 12 de febrero de 1946 en el acto de proclamación de su
candidatura en el centro de Buenos Aires, reivindicando la continuidad
con la idea de redención nacional que animaba a la Revolución de 1943,
acusando a la fórmula opositora de la Unión Democrática de “contubernio
oligárquico-comunista” y dirigiéndose a aquellos que aún no habían “comprendido la esencia de la revolución social, cuyas serenas páginas se están
escribiendo en el Libro de la Historia Argentina”, Perón afirmó que:
en nuestra Patria no se debate un problema entre “libertad” o “tiranía”, entre Rosas y Urquiza; entre democracia y totalitarismo. Lo que en el fondo
del drama argentino se debate es, simplemente, un partido de campeonato
entre la “justicia social” y la “injusticia social””.
Anunciaba, pues, su voluntad de querer saltar por sobre las polémicas
históricas.67
Los gobiernos peronistas y las imágenes de Sarmiento
En el dinámico y complejo tiempo de los primeros gobiernos peronistas, no fueron pocos los ámbitos en que la imagen tradicional de los próceres
fundadores –y entre ellos Sarmiento- se expresó.
Como es sabido, una de ellas fue en el tema de los ferrocarriles. A punto
de cesar la vigencia de la Ley Mitre, en especial los grupos nacionalistas
66
Matías Rodeiro, “La Biblioteca de Perón”, en Horacio González, compilador, La
memoria en el atril. Entre los mitos de archivo y el pasado de las experiencias, Buenos Aires,
Colihue, 2005, p. 189.
67
Maristella Svampa, El dilema argentino: civilización o barbarie. De Sarmiento al
revisionismo peronista, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1994, p. 244.
38
BEATRIZ FIGALLO
desplegaron una fuerte campaña nacionalizadora.68 Scalabrini Ortiz y Palacio le entregaron al presidente Perón un memorandum, donde se le pedía
la nacionalización de los ferrocarriles ingleses, como uno de los primeros
actos administrativos de gobierno. Efectivamente las líneas de ferrocarriles
se compraron a los ingleses, pero Perón les asignó los nombres de Urquiza, Mitre, Sarmiento y Roca, algunos de los más destacados opositores del
“Restaurador de las Leyes”, además de San Martín y Belgrano, próceres
aprobados por el consenso de los argentinos.69 Con todo, al acto convocado
en Retiro el 1 de marzo de 1948, al que no asistió Perón por estar enfermo,
tampoco concurrió Scalabrini Ortiz, especialmente invitado.70 No alcanzó
tampoco que ese día el centro de Buenos Aires amaneciera embanderado
y sus paredes revestidas de grandes afiches, donde un gaucho sostenía una
locomotora, con la leyenda: “Perón cumple: ¡ya son nuestros!”.
No tuvieron éxito asimismo las campañas que se gestaron entonces para
devolver los restos de Rosas. Ni la que inició en 1948 el diario peronista La
Época, ni la organización popular que se creó en junio de 1954 presidida por
José María Rosa y Ernesto Palacio.71
Declarado rosista, aunque el gobernador de la provincia de Buenos
Aires, Carlos Aloé, rosarino que era mayor del ejército, hará conmemorar
oficialmente la batalla de Obligado a partir de noviembre de 1953,72 al paso
de los años terminaría por alabar a quién había aparecido “en el escenario
político, como figura extraordinaria, Domingo Faustino Sarmiento… contra
todos y a favor de todos”, resaltando:
la acción de Sarmiento -desarrollada en una época convulsionada, llena de
pasiones violentas, donde precisamente el eje era Sarmiento, el más terrible, el más violento, el más terco y el más apasionado político de su tiempo,
pero también el más grande cerebro”.73
Norberto Galasso, Vida de Scalabrini Ortiz, Buenos Aires, Colihue, 2008, p. 350.
Diana Quattrocchi-Woison, “El revisionismo de los años 20 y 30”, cit., p. 296.
70
Juan de la Cruz Argañaraz, El freudismo reformista: en la literatura y la medicina,
la política y la psicología, 1926-1976, Córdoba, Editorial Brujas, 2007, p. 129; Arturo Jauretche, Política nacional y revisionismo histórico, Buenos Aires, Peña Lillo, 1975, p. 166.
71
Mariano Plotkin, op. cit., p. 63; Diana Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria, op. cit., p. 318.
72
Diana Quattrocchi-Woisson, “El revisionismo de los años 20 y 30”, op. cit., p. 296.
73
Carlos Aloé, Gobierno, proceso, conducta, Buenos Aires, 1969, p. 11.
68
69
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
39
Algunos funcionarios se manifestaron especialmente entusiastas de
Sarmiento. Antonio Castro, quien había ocupado el cargo de director del
Museo del Palacio San José, fue nombrado al frente del Museo Histórico
Sarmiento ya en 1945 y luego subsecretario de Cultura de la Nación.74 No
es sorprendente que en una serie de coloquios organizados por esa Subsecretaria, se escucharan algunos conferencistas para los que el revisionismo
histórico se encontraba aún en una “etapa panfletaria”, y se refirieran al
gobierno de Rosas como “la dictadura”.75 Aún vuelto Castro a su anterior
función, en una fecha tan avanzada como 1954, destaca la circulación de un
folleto oficial de distribución gratuita en los que se menciona a Urquiza y
Sarmiento como dos “paladines argentinos”, reencontrados en ocasiones del
“glorioso aniversario de la batalla de Caseros”.
Otra personalidad pro-sarmientina, será el ministro de Transporte hasta
enero de 1951, coronel Juan Francisco Castro, hermano de Antonio. Con
ocasión del 62 aniversario de la muerte de Sarmiento, en el Museo y ante
la presencia de Eugenia Belín, la anciana nieta del prócer, el ministro peronista reconoció en Sarmiento al gran estadista que con su confianza en los
valores económicos, multiplicados por el prodigio del riel, había luchado de
manera única en su época por formar una conciencia que basara el proceso
de engrandecimiento nacional en la técnica y en el progreso.
Otro ámbito en donde la recordación de la figura de Sarmiento persistió con fuerza fue en el mundo educativo. Lo fue durante el ministerio
de Belisario Gaché Pirán, pero especialmente durante la gestión de Óscar
Ivanissevich, primero como secretario de Educación en febrero de 1948 y
luego como ministro.76
Embajador en los Estados Unidos al igual que Sarmiento, y como éste
admirador de los adelantos educativos de la república del Norte, motivo
por el cual se sentía en especial sintonía con su predecesor, Ivanissevich
intentó emular experiencias que había visto durante su diplomática, creando gabinetes de orientación vocacional, las consejerías académicas tituladas
“El maestro es un amigo”, el sistema de “clubes escolares”, para acercar la
Flavia Fiorucci, “Reflexiones sobre la gestión cultural bajo el Peronismo“, Nuevo
Mundo Mundos Nuevos, Debates, 2008 [En línea].
75
Mariano Plotkin, op. cit., p. 64.
76
Carlos Escudé, El fracaso del proyecto argentino. Educación e ideología, Buenos
Aires, Instituto Torcuato Di Tella, 1990, p. 162.
74
40
BEATRIZ FIGALLO
escuela a la comunidad, las “vacaciones útiles”. Dio, además, un importante
impulso a la educación preescolar, ejecutando la primera reforma oficial de
los programas de estudio del gobierno peronista.77
El 11 de septiembre de 1948 Ivanissevich habló en el Teatro Colón a
los maestros. Afirmó allí: “estamos ciertos que Sarmiento nos acompaña
porque el honró a Dios, honró a su Patria y honró el hogar venerando a su
madre: Paula Albarracín de Sarmiento”.78 En años sucesivos continuaron
las Jornadas Pedagógicas Sarmientinas, denominadas “Sarmiento, Maestro
de América”. Para exaltar la figura del sanjuanino, Ivanissevich hizo publicar una Síntesis cronológica, así como se reeditó la Vida de Jesucristo,
traducción y adaptación de una obra en francés que Sarmiento hizo publicar
durante su exilio en Chile, y como manual destinó en 1872 a la enseñanza de
la religión católica en las escuelas.
Aunque en el aparato escolar no faltaron acciones en defensa del laicismo y de disconformidad frente a las reformas ensayadas por el peronismo
se ofrecieron resistencias para mantener su estructura tradicional, los homenajes a Sarmiento persistieron.
Los análisis de los manuales primarios muestran a la vez que un menor interés en la historia del siglo XIX, una evolución en la concepción de
patria, apareciendo como algo más concreto y tangible, menos idealizado.
No obstante, diversos investigadores de la educación en los años peronistas
han señalado que Sarmiento es uno de los pocos “próceres peronistas”.79 Si
el programa de conocimientos de primer grado incluía como Padres de la
Patria sólo a San Martín, Belgrano y Sarmiento,80 el sanjuanino aparecía a
menudo, recordado en términos positivos por su aporte a la organización nacional y por su obra educativa. Se exaltaba su vida humilde y su procedencia
Leonardo E. Fuentes, “Imágenes de la desperonización. La Escuela Normal de Tandil durante la “Revolución Libertadora”, 3ras. Jornadas sobre la política de Buenos Aires en
el siglo XX, La Plata, 28 y 29 de agosto de 2008, p. 7.
78
Oscar Ivanissevich, Rindo cuenta. 1893-1973, Buenos Aires, 1973, p. 240.
79
Superando, en parte al menos, la idea de que Sarmiento fue parcialmente ignorado.
Ver Colin M. Winston ha afirmado que “he is no Peronist hero”, en “Between Rosas and
Sarmiento: Notes on Nationalism in Peronist Thought”, The Americas, Vol. XXXIX, january,
1983, n. 3, p. 316.
80
Miguel Somoza Rodríguez, Educación y política en Argentina (1946-1955), Buenos
Aires, Miño y Dávila, 2006, p. 140.
77
SARMIENTO Y EL PRIMER PERONISMO
41
de una familia que sufrió penurias económicas, pero que no obstante, se
había educado y pudo llegar a ser presidente de la Argentina.81 Se lo mencionaba como “el coloso de la civilización”, el “gran educador, que trabajó sin
descanso por la cultura y el progreso de la patria”, el “maestro presidente”,
su “condición de hombre de pueblo, de un hogar humilde y pobre”, “célebre
por su inteligencia, voluntad y amor a los libros”.82
Acentuada la intromisión del peronismo en las expresiones cotidianas
del mundo escolar, creció la resistencia antiperonista en el magisterio. Sin
embargo, y a pesar que aquel fervor sarmientino se enfrió durante el ministerio de Armando Méndez San Martín, reputado de anti-clerical y masón,
no se erradicó su figura. En el libro de texto La Argentina de Perón de 1953
Sarmiento ocupaba un lugar destacado:
[…] escritor brillantísimo, fue un estadista de reconocidos méritos; fue
también presidente de la república y, además, hombre de ideales y de progreso; pero por sobre todo, fue maestro. En una época en que la instrucción popular era poco menos que nula, el le dio sus primeros impulsos.
Gracias a Sarmiento, millones de chiquillos gozaron de esa ventaja sin par
que son los colegios gratuitos, y pudieron educarse y llegar a ser hombres
de provecho. Gracias a él, la escuela argentina dejó de ser una utopía y se
convirtió en un hecho. … si bien Sarmiento, el “maestro”, fue el fundador
de la escuela argentina, sus propulsores máximos, no menos geniales por la
amplitud de sus miras ni menos “maestros” por su amor a la infancia, han
sido Juan Perón y Eva Perón.83
Aunque no faltaron en la segunda presidencia, menciones a Perón como
“el primer maestro de la República” o el “pedagogo de la revolución perfecta”, hay una sintonía entre las propuestas educativas sarmientinas y el
general anhelo peronista de educar, formar, capacitar -más allá de que pueda
achacársele además un afán de adoctrinamiento- que se tradujo en una ex-
81
Raanan Rein, Peronismo, populismo y política. Argentina 1943-1955, Buenos Aires,
Editorial de Belgrano, 1998, p. 109.
82
Emilio J. Corbière, Mamá me mima. Evita me ama. La educación argentina en la
encrucijada, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999, cit., p. 206; Mónica Esti Rein,
Politics and Education, 1946-1962, New York, Sharpe, 1998, p. 75.
83
Ángela C. de Palacio, La Argentina de Perón, Buenos Aires, Editorial Luis Lasserre,
1953, p. 108-9.
42
BEATRIZ FIGALLO
tensión de la instrucción primaria, la reparación y construcción de escuelas
y reformas del sistema, en clave de lograr mayor inclusión educativa. Afirma en ese sentido el investigador Miguel Somoza84:
Creemos que la valoración positiva que Perón tenía de Sarmiento así como
la imagen positiva que acerca de él transmitió el currículum escolar peronista, se debía, entre otras muchas razones, a que Perón reconocía en
Sarmiento un antecesor y quizás un ejemplo histórico del modo en que se
podían cambiar las mentalidades ciudadanas por medio de recursos educativos y de la inversión en educación.
En el ámbito militar, la posición de Perón se manifestó clara, y mantuvo
una fidelidad de cuerpo con quien había hecho mucho por organizar la clase
militar. El 5 de noviembre de 1949 firmó un decreto disponiendo que cuando en los organismos militares se nombrase a Domingo Faustino Sarmiento
se lo hiciera anteponiendo siempre el grado de “general”. Los ministros de
Ejército y Marina dispondrían que en la primera página de los programas de
ingreso al Colegio Militar y Escuela Naval respectivamente se inscribiera:
“Fundado por el general de división d. Domingo Faustino Sarmiento”. Los
considerandos señalaban que el “benemérito prócer sanjuanino, además de
haber ocupado la primera magistratura del país y otros altos cargos, alcanzó también el grado de general de división en el escalafón del Ejército …
siendo un deber de las Fuerzas Armadas de la Nación (Defensa Nacional,
Ejército, Marina y Aeronáutica), a la par que reconocer los eminentes servicios prestados a las mismas por el extinto general y como un acto de estricta
justicia, reparar tal omisión”.
Aunque la historia constituía ya un ámbito de discusión fuerte en el
peronismo -acusada de declinar su función de ser “depositario fiel y de guardián celoso de la tradición nacional”,85 la Academia Nacional de la Historia había sido intervenida, mientras se criticaban abiertamente obras de sus
miembros, de Levene, el P.J. Guillermo Furlong a Enrique de Gandía; se
desanimaron ciertas celebraciones como el centenario de Esteban Echeverría, de Caseros o de la Constitución de 1853 por su utilización por la oposi-
Miguel Somoza Rodríguez, op. cit, ps. 325-6.
José P. Barreiro, El espíritu de mayo y el revisionismo histórico, Buenos Aires, Ediciones Antonio Zamora, 1955, p. 15.
84
85
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
43
ción- se manifestaba en su seno un interés por apaciguar el enfrentamiento,
ubicándose por sobre encima de las pujas historiográficas: como ha escrito
hace tiempo Alberto Ciria, la propia Carta Orgánica peronista establecía en
1954 que se deberían adoptar medidas para evitar que el partido “… intervenga o aparezca interviniendo a través de sus dirigentes o afiliados en los
problemas del revisionismo o antirrevisionismo histórico y en los de carácter internacional”.86 A su vez, se mostraban antirrosistas desde el vicepresidente almirante Alberto Tessaire, electo en abril de 1954, hasta el ministro
del Interior, Ángel Borlenghi, sindicados ambos como liberales.87
Múltiples manifestaciones oficiales que sin embargo no alcanzaron a
frenar el crecimiento de una consideración adversa de la sola mención del
nombre de Sarmiento, pareja a la firme embestida que no cesa –más vale
encuentra cada vez más adeptos que son arrastrados por la identificación
simplificante, puesta en términos de peronismo-revisionismo/antiperonismo-historia de la oligarquía. Parece sintomática una anécdota que revela
que en una conferencia brindada en un instituto de cultura norteamericana
de Buenos Aires en julio de 1954 el orador José A. Balseiro, crítico literario
portorriqueño y profesor en universidades estadounidenses, observó que dos
de los oyentes discutían. Al preguntar el motivo le contestaron que se trataba
de dos agentes de los servicios de inteligencia del estado: “y cuando usted
exaltaba a Sarmiento, discutían si dar o no por terminada su conferencia”.88
A modo de conclusión
Luego del golpe de 1955, el gobierno de la denominada Revolución
Libertadora asoció los hechos de septiembre con la batalla de Caseros. En el
Libro Negro de la Segunda Tiranía, Perón fue acusado de haber denigrado
a los héroes nacionales y de haberlos ofendido, menospreciando el pasado
histórico. En virtud de ello, el presidente depuesto había trazado un cuadro
pavoroso del país de consecuencias gravísimas para incentivar el recelo del
pueblo con su historia y la lucha de clases, al expresar que la Argentina,
hasta su llegada al poder, había sido “vilmente gobernado por una oligarquía
Cit. Manual del peronista, 1954, p. 386, en Alberto Ciria, op. cit., p. 284.
Pablo J. Hernández, op. cit., p. 127.
88
José Agustín Balseiro, Obras selectas, Santo Domingo, Editorial de la Universidad
de Puerto Rico, 1990, p. 219.
86
87
44
PABLO FERRARA
rapaz”, haciendo caer sobre todos “los hombres públicos su indiscriminada
sentencia condenatoria”, a los que había acusado de entregar el patrimonio
nacional, de desoír el clamor social por una mayor justicia, de obedecer las
instrucciones impartidas desde el exterior.89
La desperonización impuesta volvió a señalar la alteración de la interpretación del pasado que se había impuesto, encarando la modificación de
los programas de estudio, que debían oponer:
[…] al revisionismo histórico destinado a exaltar la tiranía vencida en Caseros, debe oponerse la tradición de libertad que nace con Moreno en el
Mayo de 1810 y que cristaliza jurídicamente en la Constituyente de 1853;
por sobre el caudillo y la divisa de la anarquía, los principios de la organización nacional con la base de nuestras instituciones libres; a la persecución sectaria, la tradición liberal; a la Mazorca, la Asociación de Mayo y a
la sombría dictadura de Rosas, el genio civilizador de Sarmiento.90
A diestra y siniestra, no faltaron aún entonces los críticos sarmientinos.
Protestando por el abandono del gobierno de Pedro Eugenio Aramburu de
las consignas religiosas con las que las fuerzas antiperonistas habían derrocado a Perón, el pensador católico Jordan Bruno Genta protestaba: “Se está
entronizando en las escuelas al gran masón Domingo F. Sarmiento en lugar
de entronizar a Cristo, Nuestro Señor y Señor de la Patria”.91
No quedaba ya mucho espacio para el equilibrio pragmático que exhibió Perón, como sostiene Tulio Halperin Donghi, “… eran los antiperonistas victoriosos quienes imponían esa identificación entre el caudillo al que
habían derribado y el recuerdo de Rosas a la que el propio Perón se había
resistido hasta entonces tan discreta como firmemente”.92
Ya sea como analogía utilizada para alcanzar la adhesión popular, por
89
República Argentina, Libro Negro de la Segunda Tiranía. Decreto Ley Nº 14.988/56,
Buenos Aires, 1958, p. 41.
90
Camilo J. Muniagurria, “Conferencias radiales”, Ministerio de Educación y Justicia,
1956, en Gonzalo de Amézola, “El pasado servicial. Elementos revisionistas en los textos de
Cultura ciudadana (1852-1955)”, Clio & Asociados. La Historia enseñada, Nº 1, 1996, p. 54.
91
Horacio González, Filosofía de la conspiración: marxistas, peronistas y carbonarios, Buenos Aires, Colihue, 2004, p. 296.
92
Tulio Halperin Donghi. El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional. Siglo XXI. Buenos Aires. 2005, pág. 33.
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
45
la cercanía del Perón del exilio con supérstites historiadores y difusores del
revisionismo o con su obra y la identificación con el perfil de próceres exiliados de San Martín y de Rosas, lo cierto es que la nueva identidad peronista post 1955 reconocerá una nueva impronta en clave revisionista de
la historia. Mientras autores como Hernández Arregui individualizaron en
Sarmiento el enemigo, en los ámbitos universitarios muchas de esas perspectivas se hicieron habituales en las aulas, contribuyendo a fisurar la visión
del prócer sanjuanino. En el fragor de las crisis argentinas y también con
nuevas concepciones sobre las ciencias sociales y el lugar de la historia,
empezaron a ralear los homenajes conmemorativos a Sarmiento, mientras
se multiplicaron las voladuras de sus bustos, muchas veces apoyados en
citas de autores revisionistas.93 Al decir de Caro Figueroa, aquella visión
del pasado argentino se erigió en núcleo de articulación del programa y la
propaganda de una nueva generación, tratándose de un:
[…] neo revisionismo de cuño distinto: el de una izquierda populista y violenta, pero igualmente antiliberal y autoritaria. No fue un hecho improvisado, tampoco inocente, que sus cabecillas bautizaran como “Montoneros” al
grupo terrorista que hizo su aparición en mayo de 1970. 94
Pero ello ya es otra historia. La pregunta ahora es saber si la denostación, el olvido, la disección en múltiples facetas escindibles como un objeto
de estudio puramente académico, han agotado a Sarmiento como una contrafigura valida para seguir pensando el país, o si su prédica, su lucha, sus
sueños de progreso, siguen siendo aún una imagen desafiante digna de ser
convocada en el presente, para mirar, y quizás, construir el futuro.
María Valeria Galván, “La Revolución Libertadora y el uso polémico de la metáfora en el noticiero cinematográfico. El caso de “Por la ruta de Sarmiento””, Question. Publicación Académica de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad
Nacional de La Plata, No. 11, 2006, p. 5.
94
Gregorio A. Caro Figueroa, op. cit., p. 245. Ver también Horacio González, Filosofía de la conspiración, cit., p. 151.
93
Educar para la democracia.
Tocqueville y Sarmiento: dos visiones de la
educación para una democracia republicana
Pablo Ferrara1
Universidad del Salvador
ferrarapablo@salvador.edu.ar
Resumen
Estados Unidos de América ofreció a Domingo Faustino Sarmiento y a
Alexis de Tocqueville una opción de modelo inigualable para el contexto de
renovación social que necesitaban sus países de origen. Su experiencia llevó a ambos a forjar una teoría basada en la función de la educación como
engranaje de la democracia Americana. El presente trabajo se subsume en
el espacio dado por estos autores al Estado y a la religión como eje fundacional de una sociedad y su ejercicio de gobierno democrático.
Palabras clave
Alexis de Tocqueville - Domingo Faustino Sarmiento – Educación –
Religión - Estado.
Abstract
The United States of America provided Alexis de Tocqueville and Domingo Faustino Sarmiento with a unique model upon a historical context of
needful social renewal in their homeland. Common personal experience led
them to theorize on the function of education in the mechanics of American
democracy. This work focuses on both author´s conception of the role of
1
Max Planck Fellow, Center for International and Comparative Law, Universidad de
Heidelberg, Alemania. Doctor en Ciencias Jurídicas, Universidad de California, Berkeley.
Profesor de la Universidad de Buenos Aires.
48
PABLO FERRARA
State and religion on shaping the educational basis for society, and consequently on their exercise of democratic governance.
Key words
Alexis de Tocqueville - Domingo Faustino Sarmiento – Education –
Religión - State.
Entre las cosas nuevas que durante mi permanencia en los Estados Unidos, han llamado mi atención, ninguna me sorprendió más que la igualdad
de condiciones. Descubrí sin dificultad la influencia prodigiosa que ejerce
este primer hecho sobre la marcha de la sociedad. Da al espíritu público
cierta dirección, determinado giro a las leyes: a los gobernantes máximas
nuevas, y costumbres particulares a los gobernados.
Alexis de Tocqueville2
Separación histórica y alejamiento geográfico de las tradiciones y escena del viejo mundo. (...) ...generalización nacional de la facultad inventiva, para acelerar y multiplicar las producciones de la industria humana y
apropiarse la materia; aptitud intelectual generalizada a toda la nación y
a todas las generaciones por un plan de educación universal para difundir
inmediatamente todo nuevo progreso del saber humano en todos los países;
(...) y todo ese conjunto de ventajas naturales o adquiridas, creado, impulsado, regido por un sistema de instituciones políticas que tienen la sanción
del tiempo, de la experiencia fructuosa y feliz, y lo que es más, la sanción
moral de la conciencia humana en todos los países, puesto que la libertad
civil y religiosa, de acción y de pensamiento, está ya como una verdad incuestionable, en la conciencia de los hombres, aunque no en todas partes
esté en los hechos. Como se ve por esta reseña, ninguno de los poderes
actuales de la tierra, tiene en su seno o en su esencia todos, aunque tenga
algunos, de estos elementos de grandeza presente o de desarrollo futuro.
Domingo Faustino Sarmiento3
2
Alexis de Tocqueville, La Democracia en América, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 31.
3
Conferencia sobre la Doctrina Monroe, pronunciada el 27 de octubre de 1865 en oca-
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
49
Introducción
Alexis de Tocqueville y Domingo Faustino Sarmiento embarcaron hacia los Estados Unidos de América con la intención de encontrar allende los
mares la imagen de una sociedad total o parcialmente distinta a la que se
habían habituado día a día4. El tiempo y el esfuerzo de una vida terminarían
por dar a las imágenes que ambos recogieron allí sustancia esencial a su obra
teórica y sentido de Manifiesto a su camino político.5
La senda política de Domingo Faustino Sarmiento hace evidente el protagonismo que el Profeta de la Pampa asigna a la educación como elemento
determinante para la correcta configuración de una sociedad. Resulta imperioso reflexionar periódicamente acerca de los motivos que lo llevaron a
sostener tal afirmación y a descubrir la importancia que tuvieron los Estados
Unidos de América en la culminación de su perspectiva. Amén cometido,
Alexis de Tocqueville se hace presente. Autor que encontrara en América
el zenit de su producción, Tocqueville puede despertar cierta vacilación al
indagar el rol de la educación dentro de su marco teórico.
De esta manera, la propuesta que ofrece el presente trabajo es una comparación de la doctrina elaborada por ambos autores a la par de su efectivo
ejercicio en la función pública, enfocando el lugar que cada uno de ellos
otorga a la educación en la conformación del mismo.
sión de la incorporación de Sarmiento a la Sociedad Histórica de Rhode Island, en: Domingo
F. Sarmiento, Obras Completas [OC], T. XXI, p. 216.
4
“Alexis de Tocqueville y Gustave de Beaumont llegaron a Nueva York el 11 de mayo
de 1831, y embarcaron en el mismo Puerto el 20 de febrero de 1832. El objetivo primario
de su viaje era la observación directa de un nuevo tipo de sociedad, de las fuerzas que la
motivaban y la mantenían unida.” [traducción] En: A. Jardin, Tocqueville: A biography, The
Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1988, p. 101. En el mismo sentido, Sarmiento
escribió: “a fines de 1845 partí de Chile, con el objeto de ver por mis ojos, y de palpar, por
decirlo así, el estado de la enseñanza primaria, en las naciones que han hecho de ella un ramo
de la administración pública.” En: Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas. Viajes
por Europa, África y América (1845 – 1847), T. V, p. IX.
5
Para un abordaje en forma global de la teoría de Tocqueville, ver: Raymond Aron,
Las Etapas del Pensamiento Sociológico, Buenos Aires, Fausto, 1996, vol. I, cap. II. Para
lograr una aproximación general al pensamiento de Sarmiento, ver: Natalio R. Botana, La
Tradición Republicana, Sudamericana, Buenos Aires, 1984.
50
PABLO FERRARA
Primera parte: democracia y educación para Tocqueville
Instruir a la democracia, reanimar si se puede sus creencias, purificar
sus costumbres, reglamentar sus movimientos, sustituir poco a poco con la
ciencia de los negocios públicos su inexperiencia y por el conocimiento de
sus verdaderos intereses a los ciegos instintos; adaptar su gobierno a los
tiempos y lugares; modificarlo según las circunstancias y los hombres: tal
es el primero de los deberes impuestos en nuestros días a aquellos que dirigen la sociedad.6
I
Es posible encontrar el punto de partida para el análisis de la teoría
política de Alexis de Tocqueville en una de las tantas afirmaciones rotundas
que concibió en su paso por los Estados Unidos: “El estado social de los
norteamericanos es eminentemente democrático.”7. Ahora bien, ¿Cuál es la
condición que definiría el carácter democrático del estado social norteamericano? La firmeza en la forma de la enunciación presumiría una certera uniformidad en el concepto. Desafortunadamente, ésta nunca se dio. A lo largo
de sus textos, Tocqueville asignó al término democracia diversos sentidos
sin definirlo nunca con rigor8. De todos ellos, son dos los que deben tenerse
Alexis de Tocqueville, op. cit., p. 34.
Alexis de Tocqueville, op. cit., p. 67.
8
Así, democratie se define como “[...] una tendencia torrencial hacia la igualdad, que
afectaba a la propiedad, a las moeurs, a las leyes, a las opiniones y en último término, también a todas las demás partes de la sociedad”, en: T. Schleifer, Cómo nació la Democracia
en América de Tocqueville, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, p. 288. Asimismo,
es tanto “[...] esta inmensa revolución social [...]” como “[...] un estado social (état social)
especial [...]” en: J. T. Schleifer, op. cit., p. 288. Y es que “el autor no abandonó nunca sus
variados significados de démocratie. A lo largo de los cuatro tomos de su obra, el concepto
seguía conjurando una multitud de tendencias y condiciones, leyes y actitudes, formas políticas y grupos sociales. Más aún, dentro de ese racimo de definiciones, era frecuente que
cambiara su enfoque de una a otra, del état social a las lois politiques y viceversa, o de le
peuple a l’egalité, o de le sentiment de l’egalité a le mouvement. Pero estas fluctuaciones no
querían decir que se hubiera olvidado de los demás usos, ni que un significado en particular
fuera definitivamente el único y más importante; meramente reflejaban su deseo de establecer la definición más amplia y acabada que pudiera y su reiterada tendencia, durante la
redacción de los borradores de su grande affaire, a enfocar una sola idea, dejando de lado las
que compitieran con ella.” En: J. T. Schleifer, op. cit., p. 298.
6
7
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
51
particularmente en cuenta para el presente análisis: en primer lugar, aquél
que refiere un tipo de sociedad que se caracteriza por mostrar personas “[...]
más iguales por su fortuna y por su inteligencia [...]”9, por tener sus condiciones igualadas, y porque en ella las distinciones de orden y de clase ya no
perduran; en segundo lugar, el que define a la democracia como una forma
de ejercicio político del poder10. Queda por tratar una sola cuestión antes de seguir. Se ha hecho mención
a la democracia en términos generales. Sin embargo, es un tipo determinado
de democracia aquella a la que Alexis de Tocqueville asevera haber observado en su viaje y volcado en su obra: la democracia republicana11. Se torna
necesario, por ende, definir qué hacía republicana a una democracia para el
autor.
II
“Estoy convencido, por lo demás, de que no hay naciones más expuestas a caer bajo el yugo de la centralización administrativa que aquellas cuyo
estado social es democrático.”12. La exposición que Tocqueville hace de las
sociedades que toman el camino democrático concibe que “[...] la tendencia
permanente de esas naciones es la de concentrar todo el poder gubernamental en manos del único poder que representa directamente al pueblo, porque,
más allá del pueblo, sólo se perciben individuos iguales confundidos en una
masa común.”13.
El problema, puntualmente, es que “[...] cuando un mismo poder está
revestido de todos los atributos del gobierno, le es muy difícil no tratar de
penetrar en los detalles de la administración [...]”14. En efecto, esos detalles
que la administración intentaría por naturaleza regular, trascienden ya el
Ver: Tocqueville, op. cit., p. 72 y 73.
Ver: Sheldon S. Wolin, Tocqueville Between Two Worlds, Princeton University Press,
New Jersey, 2001, p. 63. En el mismo sentido, ver Alexis de Tocqueville, El Antiguo Régimen y la Revolución, Fondo de Cultura Económica, México, 1998, p. 13.
11
Ver: J. T. Schleifer, op .cit., p. 107 y ss., y 143 y ss. Asimismo, ver: Sheldon S. Wolin, op. cit., p. 74 y ss.
12
Tocqueville, op. cit., p. 104. Ver, asimismo, A. Jardin, op. cit., p. 216 y ss.
13
Tocqueville, op. cit., p. 105.
14
Ibidem, p. 105.
9
10
52
PABLO FERRARA
mundo de la vida en común y avanzan sobre el ámbito puramente personal
(sus expresiones intelectuales15, sus expresiones sentimentales16, sus costumbres propiamente dichas17, y su configuración como sociedad política)18.
Un peligro tal cerniéndose sobre el común de las sociedades democráticas
–parecen haber indicado a Tocqueville su experiencia en los Estados Unidos
y una profunda meditación acerca de la dinámica de ese país- debe llevar
a afirmar que son fundamentalmente tres los elementos que la mantienen
libre de “[...] aumentar indefinidamente las prerrogativas del poder central
[...]” y de “[...] hacer la existencia individual cada vez más precaria y más
subordinada”19, terminando por darle consistencia –o forma- republicana. Y
es precisamente aquí donde es debido retomar el sentido de tipo de sociedad
y de forma política de la expresión democracia pues el detenido acercamiento a ambos es lo que da nitidez a las tres elementos que Tocqueville
reconoce como imprescindibles para el mantenimiento del carácter republicano de la democracia en los Estados Unidos. A saber: sus circonstances,
sus lois y sus moeurs20.
No obstante, Tocqueville no parece estar libre de contradicciones. A
pesar de su insistencia21, una indagación profunda de sus textos publicados
y no publicados22 permite llegar a la conclusión de que sería la interdepen-
Ibidem, p. 391 y ss.
Ibidem, p. 464 y ss.
17
Ibidem, p. 519 y ss.
18
Ibidem, p. 613 y ss.
19
Ibidem, p. 624.
20
Ibidem, p. 278.
21
Ibidem, p. 302 y ss.
22
Resulta definitorio el eco que Schleifer hace de la reflexión extraoficial de Tocqueville acerca de la interacción de las causas en el sostén de la democracia republicana
estadounidense: “’De las tres causas, la que menos influye son las leyes y diríamos que es
la única que depende del hombre. [...] Los pueblos no pueden cambiar su ubicación ni las
condiciones primarias de su existencia. Una nación puede, a la larga, modificar sus hábitos y
sus costumbres, pero no alcanzaría a lograrlo en una generación. Ella [una sola generación]
no puede cambiar nada más que las leyes. Ahora bien, de las tres causas de que hablamos,
la menos influyente es precisamente la que resulta de las leyes. No sólo el hombre no ejerce
ningún poder sobre lo que le rodea, sino que tampoco lo tiene, diríamos, sobre sí mismo, y es
casi completamente extraño a su propia suerte.’” En: J. T. Schleifer, op.cit., p. 78. Se podrá
apreciar más adelante el motivo por el cual esta reflexión permaneció extraoficial.
15
16
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
53
dencia e interacción en igualdad de jerarquía de los tres elementos enunciados y no su ordenamiento en escala de incidencia lo que sería determinante
para la subsistencia del carácter republicano del régimen democrático. Ahora bien, ¿Por qué así?
III
“Son particularmente las costumbres las que hacen a los americanos
de los Estados Unidos capaces de soportar el imperio de la democracia; y
son ellas todavía las que hacen que las diversas democracias angloamericanas sean más o menos reglamentadas y prósperas.”23. Esas costumbres
(moeurs), según el autor, se plasman en el hecho de hablar la misma lengua;
de vivir sus creencias religiosas de la misma manera; de tener los mismos
hábitos; de responder a un mismo patrón moral; y de interpretar igualmente
el sentido de la soberanía, configurando un modo particular de respetar las
leyes, de concebir un lugar en la sociedad y de relacionarse con ella. Esta
última faceta costumbrista queda plasmada en una característica que unida
al espíritu comunal y a la vocación participativa de la ciudadanía resulta
definitoria para el tenor republicano de las instituciones estadounidenses: la
doctrina del interés bien entendido24.
Queda claro que esa personalización de los hábitos públicos en Estados Unidos es uno de los elementos más importantes y destacables que
Tocqueville menciona como contrapeso a la natural tendencia que tiene la
democracia a concentrar el poder y la evidente razón de la subsistencia del
republicanismo. Esta personalización, sin embargo, no se limita a los hábitos costumbristas, sino que se ve reforzada por una consagración en las leyes
Tocqueville, op. cit., p. 305.
Ibidem, p. 79; ver: Sheldon S. Wolin, op. cit., p 219 y ss. Remarca Jardín el interés
que Tocqueville tenía en estudiar y entender el “[…] espíritu que animaba a esta sociedad
[…]”, cosa que lo llevaría a escribir en una nota el 20 de septiembre de 1831 que “Una de
las consecuencias más felices de la ausencia de gobierno (cuando la gente es lo suficientemente afortunada como para sobrevivir sin él) es el desarrollo de esa fuerza individual que
inevitablemente le sigue. Cada hombre aprende a pensar, a actuar por sí mismo, sin contra
con el respaldo de una fuerza externa que, por más vigilante que se la pueda concebir, nunca
puede satisfacer todas las necesidades sociales. El hombre, acostumbrado entonces a buscar
su bienestar a través de sus propios esfuerzos, se eleva en su opinion de sí mismo como en la
de otros; su alma deviene al mismo tiempo mayor y más fuerte.” [Traducción de A. Jardin,
op. cit., p. 152 y ss].
23
24
54
PABLO FERRARA
(lois)25, particularmente de tres maneras: la forma Federal de gobierno, la
instauración de instituciones comunales y la constitución de un Poder Judicial autónomo26.
Por fin, el último de los tres elementos determinantes observados por
Tocqueville: las circunstancias (circonstances). Y aquí corresponde hacer
hincapié en un punto que también requirió una profunda atención por parte
del autor en razón de la influencia radical que habría llegado a tener sobre el
ejercicio democrático – republicano.
La dificultad parece haber surgido al definir el sentido original de circonstances27, cuando fue preciso determinar su papel e influencia concreta.
El texto definitivo que vio la luz en el año 1835 concluyó al referirse al
peso relativo de las determinantes que “[e]sas tres grandes causas sirven,
sin duda, para regular y dirigir la democracia norteamericana; pero, si fuera
preciso clasificarlas, diría que las causas físicas contribuyen para eso menos
que las leyes, y las leyes infinitamente menos que las costumbres.”28. Al
hacerlo, claro está, “[...] Tocqueville reducía el significado de las ‘circonstances’, haciéndolas abarcar sólo las causas físicas. La momentánea desaparición de la historia había hecho más fácil, indudablemente, rebajar la significación de las circunstancias. De tal suerte, en parte se satisfacía a sí mismo
cambiando las definiciones, aprovechando el significado indefinido de uno
de sus conceptos fundamentales.”29. Ahora bien, ¿Por qué hizo tal cosa?
Pues porque al plasmar las causas en su sentido original en los borradores
de la obra y realizar su relevamiento comparativo, éste lo llevó a concluir
que “[...]’les moeurs’ constituyen la explicación aislada más importante de
la asombrosa prosperidad de la república norteamericana”, que “[...] la que
menos influye son las leyes”, y que “[...] la primera [las circunstancias] es
la más permanente...” dado que “...cambian, en general, menos fácilmente
que sus leyes y sus costumbres.”30. El problema era que “Si las leyes fueran
la única influencia importante dependiente de la voluntad del hombre y, al
Tocqueville, op. cit., p. 85 a 163.
Ibidem, p. 286.
27
J. T. Schleifer, op. cit., p. 77 y ss.
28
Tocqueville, op. cit., p. 304.
29
J. T. Schleifer, op. cit., p. 79.
30
Ibidem, p. 78.
25
26
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
55
mismo tiempo, la menos importante de las causas fundamentales, ¿qué control tendría el hombre sobre su propio destino? [...] Tocqueville, como moralista, no podía aceptar su propio argumento, así que denegó su razonamiento
original y tachó toda la sección ofensiva.”31. Por eso, las circunstancias quedaron reducidas y relegadas. No obstante, es posible afirmar que su espíritu
perduró en su sentido original a lo largo del texto definitivo, desdoblado, si
se quiere, en esas causas físicas a las que hace mención explícita y en un
sustrato histórico presente en el pueblo estadounidense32.
IV
El comienzo es tan claro como definitorio: “Los emigrantes que vinieron a establecerse en América a principios del siglo XVII, trajeron de alguna
manera el principio de la democracia [...] trasplantándolo al Nuevo Mundo.
Allí pudo crecer la libertad y, adentrándose en las costumbres, desarrollarse
apaciblemente en las leyes.”33.
A primera vista, lo más llamativo de ese conjunto de personas emigradas al nuevo continente puede ser la igualdad general en su condición34,
expresada en sus condiciones económicas, en su grado de civilización, en
sus intereses comunes35, y en sus valores morales y principios religiosos36.
El punto de partida que queda definido “no es ya [...] una pequeña tropa
de aventureros que va a buscar fortuna allende los mares; es la simiente
de un gran pueblo que Dios va a depositar con sus manos en una tierra
predestinada.”37.
Ibidem, p. 78 y 79.
“He pensado que todas las causas que tienden al mantenimiento de la república democrática en los Estados Unidos podían reducirse a tres: La situación particular y accidental
en la cual la Providencia ha colocado a los norteamericanos forma la primera. La segunda
proviene de las leyes. La tercera emana de los hábitos y de las costumbres.” Tocqueville, op.
cit., p. 278.Ver Sheldon S. Wolin, op. cit., p. 163.
33
Tocqueville, op. cit., p. 39. Para un desarrollo detallado de este proceso, ver Sheldon S. Wolin, op. cit., p. 206 y ss.
34
Ver A. Jardin, op. cit., p. 206 y ss.
35
Tocqueville, op. cit., p. 161.
36
Ibidem, p. 64.
37
Ibidem, p. 57. Ver, asimismo, Sheldon S. Wolin, op. cit., p. 164 y 165.
31
32
56
PABLO FERRARA
V
De esta manera tuvo lugar el contrato social en Nueva Inglaterra y con
él nació la comunidad política -la comuna. En torno suyo:
[...] van a agruparse y a unirse fuertemente intereses, pasiones, deberes y
derechos. En el seno de la comuna se ve dominar una política real, activa,
enteramente democrática y republicana. [...] La comuna nombra todos sus
magistrados; establece el presupuesto; reparte y percibe el impuesto por sí
misma. En la comuna de Nueva Inglaterra, la ley de representación no es
admitida. En la plaza pública y en el seno de la asamblea general de ciudadanos es donde se tratan, como en Atenas, los asuntos que conciernen al
interés general.38
En ese marco, subraya Tocqueville, nacen la inteligencia gubernamental y las teorías avanzadas de su expresión legislativa, configurando un punto de partida que en forma de ley “[...] entra en mil detalles distintos para
prevenir y satisfacer un gran número de necesidades sociales [...]”39. Asimismo, el contrato resulta ser el comienzo configurativo de una sociedad
“de gente de clase media, independiente una de la otra, entre los cuales el
gobierno es más o menos invisible”40, pero que sin embargo funciona. ¿Qué
la hace funcionar? La respuesta es sencilla.
Solamente dos tipos de sociedades podían funcionar a la dispensa de un
gobierno fuerte: las sociedades primitivas y las sociedades altamente desarrolladas en las que “el hombre, descubriendo que hay mejoras por hacer en
la sociedad, llama a la voluntaria ayuda de sus coetáneos, lo que presupone
‘que ha llegado a un estado social en el que su intelecto le permite tener una
clara percepción de lo que le es útil’.”41. El quid de esta sociedad era su nivel
de educación42.
Tocqueville, op. cit., p. 62.
Ibidem., p. 62.
40
Ibidem, p. 286.
41
A. Jardin, op. cit., p. 153.
42
En este sentido, resultan ilustrativas las siguientes líneas: “Como Joseph Coolidge
le dijera, los Americanos eran los major educados en el mundo; ninguno dudaba –como
sí sucedía en Europa- de la enorme utilidad de la educación pública.” [traducción] Ver: A.
Jardin, op .cit., p. 153. Precisamente, otra de las veces que Tocqueville volvió sobre este
38
39
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
57
De todos esos detalles, Tocqueville parece resaltar que es particularmente en los acuerdos relativos a la educación donde “desde el principio, se ve
con toda claridad el carácter original de la civilización norteamericana.”43.
La razón fundamental que ve el autor es que a través de ella se logra incorporar a las generaciones consecutivas esa síntesis de espíritu de religión y
de espíritu de libertad que impregna -y define- al pueblo norteamericano
fundacional44. A través de ella se logra “interesar a los hombres en los destinos de su país”45; que la patria se sienta en todas partes; que sea venerada
desde la aldea hasta la Unión; que el habitante se ligue a cada uno de los
intereses de su país como a los suyos mismos46; que se glorifique de la gloria de su nación y se regocije al reconocer su propia obra en los éxitos que
ella obtiene; que se alegre en la prosperidad general de la que se beneficia;
que tenga, en definitiva, un sentimiento por su patria análogo al que siente
por su familia47.
La educación es el medio que configura las bases de la sociedad y que
transmite y mantiene incólume el espíritu público de la Unión a través de los
años, haciéndole entender que el respeto por la ley general y el derecho de
los otros es en definitiva en beneficio propio48. Simplemente resta determi-
punto –en este caso analizando los criterios de Montesquieu-, se vió llevado a decir que “otro
punto que demuestran los Americanos es que esa virtud no es, como se ha declarado por
tanto tiempo, la única cosa que puede mantener una república. La Iluminación, más que otra
cosa, posibilita que esa forma social sea posible. Los Americanos no son más virtuosos que
otros pueblos, pero son infinitamente más iluminados que otros pueblos que conozco (hablo
de la gran masa...) La masa de gente que entiende los asuntos públicos, que maneja leyes y
precedentes, que tiene una percepción de los intereses de la nación -bien entendidos- y la
capacidad de comprenderlos, es mayor que en cualquier otra parte del mundo.” [traducción]
Ver: A. Jardin, op.cit., p. 162.
43
Tocqueville, op. cit., p. 62.
44
“Considerando –dice la ley-, que Satanás, enemigo del género humano, halla en la
ignorancia de los hombres sus armas más poderosas, y que nos interesa a todos que las luces
que trajeron nuestros padres no permanezcan sepultadas en su tumba; considerando que la
educación de los niños es una de las primeras preocupaciones del Estado, con la asistencia
del Señor [...]” En: Tocqueville, op. cit., p. 62 y 63.
45
Ibidem, p. 103.
46
Ibidem, p. 244.
47
Ibidem, p. 103.
48
Ibidem, p. 249 y ss.
58
PABLO FERRARA
nar qué entiende Tocqueville exactamente por educación.
La respuesta a esta pregunta permanecería latente y sólo terminaría de
sustanciarse veinte años después49.
VI
Efectivamente, tan sólo luego de dos décadas de meditación puede Tocqueville arribar al punto de partida de su respuesta:
[...] la mayor parte de los economistas, la primera garantía política es cierta
instrucción pública impartida por el estado, según ciertos procedimientos
y de acuerdo con determinado espíritu. La confianza que muestra en esta
especie de medicación intelectual, o, como dice uno de sus contemporáneos, en el ‘mecanismo de una educación conforme a los principios’, es
ilimitada.50
Esto no convence para nada al autor, quien al transitar una vez más
sobre el punto, se ve llevado a decir:
[...] la única garantía que los economistas inventan contra el abuso de poder, es la educación pública; pues, como dice también Quesnay, ‘el despotismo es imposible si la nación es ilustrada’. ‘Víctimas de los males que
acarrean los abusos de autoridad’ dice otro de sus discípulos, ‘los hombres
han inventado mil medios totalmente inútiles, y han descuidado el único en
verdad eficaz, que es la enseñanza pública, general, continua, de la justicia
por esencia y del orden natural’. Con la ayuda de este pequeño galimatías
literario creen poder suplir todas las garantías políticas.51. Resulta nítido entonces que si el fin de la educación es “[...] formar el
espíritu de los ciudadanos”, “[...] imbuirle ciertas ideas [...]” e “[...] inculcar
Al redactar el prefacio de El Antiguo Régimen y la Revolución, Enrique Serrano
Gómez deja entendido en su análisis de la doctrina de Tocqueville que educar implicaría
“la creación de las condiciones que hagan posible mantener el policentrismo del poder y,
con ellas, de los factores que inducen a los ciudadanos a participar en la vida política de la
nación.” En: Alexis de Tocqueville, El Antiguo Régimen y la Revolución, Fondo de Cultura
Económica, México, 1998, p. 35.
50
Ibidem, p. 241.
51
Ibidem, p. 241.
49
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
59
a su corazón aquellos sentimientos que considere necesarios [...]”52, la sustancia detrás de educación formal, aún si la conforma, no resulta para Tocqueville suficiente para completarla. Ahora bien, si no es sólo la educación
formal lo que transmite de generación en generación el sentido democrático
de un pueblo, ¿Qué cosa lo es?
VII
Una vez más, la respuesta parece llevar forzosamente a su tiempo vivido en América:
Si detengo al primer estadounidense que encuentro, ya sea en su país o en
cualquier otra parte, y le pregunto si considera que la religión es útil para
la estabilidad de las leyes y el buen orden de la sociedad, sin vacilar responderá que una sociedad civilizada, pero sobre todo una sociedad libre, no
puede subsistir sin religión. A sus ojos el respeto a la religión es la mejor
garantía de la estabilidad del Estado y de la seguridad de los particulares.53.
¿Por qué es esto así? Tocqueville responde: “la educación y la libertad son hijas de la moral y de la religión”54 Y agrega “los Estados Unidos
no hay una sola doctrina religiosa que se muestre hostil a las instituciones
democráticas y republicanas. Todos los miembros del clero tienen allí el
mismo lenguaje; las opiniones están de acuerdo con las leyes, y no reina, por
decirlo así, sino una sola corriente en el espíritu humano”55. Efectivamente:
Ibidem, p. 243.
Ibidem, p. 235.
54
Tocqueville, op.cit., p. 215. Es importante tener presente el enfoque que utilizó Tocqueville al abordar el tema de la religión. Como recuerda Wolin: “En ambos volúmenes de
su Democracia, Tocqueville había sido lo suficientemente cuidadoso como para explicar que
discutiría la religión ‘de una perspectiva humanista’. Esto significaba más que tratarla con
una visión política y preguntarse cómo podía contribuir a la moralidad, a la auto-limitación
y al orden. Significaba -ni más ni menos- preguntarse qué clase de religión tenía que forjarse
para confrontar la crisis política creada por la igualdad. Esa pregunta significaba transformar
a la religión en un objeto, manipulable teórica y políticamente.” [traducción] En: Sheldon S.
Wolin, op. cit., p 324.
55
Tocqueville, op. cit., p. 289. Para una descripción puntillosa del sentido del dogma y
sus proyecciones, ver: Sheldon S. Wolin, op. cit., p. 328 y ss.
52
53
60
PABLO FERRARA
Hay una cantidad innumerable de sectas en los Estados Unidos. Todas difieren en el culto que hay que tributar al Creador, pero todas se entienden
sobre los deberes de los unos respecto de los otros. Cada secta adora, pues,
a Dios a su manera, pero todas las sectas predican la misma moral en
nombre de Dios. [...] Por otra parte, todas las sectas en los Estados Unidos
se concentran en la gran unidad cristiana, y la moral del cristianismo es en
todas partes la misma56.
Se puede apreciar cómo la religión se proyecta sobre todo el estado
moral e intelectual del pueblo norteamericano. Esto trae como consecuencia, entre otras, que se la pueda considerar “la primera de sus instituciones
políticas”57.
Se torna definitoria entonces la importancia de la religión58, haciéndose posible decir con certeza que ella penetra en todos los ámbitos de la vida
de la población59 y termina de completar una obra de formación insinuada
por la educación formal. La primera forja en este contexto como una de sus
labores principales la configuración de la moral pública y la concientización
de los valores primarios de la sociedad60. La segunda, por su parte, contribuye a la tarea haciendo que cada ciudadano reciba de su mano las nociones
elementales de los conocimientos humanos y que conozca la historia de su
patria y los rasgos principales de la constitución que la rige61. Coinciden
ambas en un devenir diario en el que el legado del comportamiento termina
por resultar más importante que cualquier simple conocimiento formal62,
siendo éste el modo en el que “el conjunto de la educación de los hombres
es dirigido hacia la política”63.
A esta altura queda claro cómo “la educación y la religión iluminan y
guían la opinión pública, sin la cual las instituciones republicanas no pueden
Tocqueville, La Democracia… cit., p. 291.
Ibidem, p. 292.
58
Alexis de Tocqueville, El Antiguo… cit., p. 235.
59
Tocqueville, La Democracia… cit., p. 393.
60
Sheldon S. Wolin, op.cit., p. 424.
61
Tocqueville, op.cit., p. 299. Ver en este sentido: Sheldon S. Wolin, op. cit, p. 194.
62
Ibidem, p. 301.
63
Ibidem, p. 301.
56
57
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
61
funcionar.”64. Ellas fueron el origen de ese espíritu de libertad que se plasmó
en las costumbres e “hizo libres las instituciones políticas”65. Lamentablemente, no puede evitar proseguir Tocqueville en su pensamiento, “en Francia, son las instituciones las que deben crear las costumbres”66.
VIII
“...la revolución sólo sucede cuando un país la quiere...”67
“Henri de Saint-Simon, compañero de Tocqueville en su nacionalidad y
aristocracia, había declarado que la educación política de la burguesía era la
cuestión central pendiente de la Revolución Francesa.”68. Tocqueville retomaría esta idea destacando que la razón fundamental del fenómeno radicaba
en un espíritu de auto-interés presente ante todo en la clase burguesa, espíritu que la mantenía alejada de la vida pública y estancada en la pasividad69.
Efectivamente, Tocqueville se veía a sí mismo en una Francia cubierta en la
apatía, el egoísmo, y la falta de principios, todo lo cual daba como resultante
un pueblo dispuesto a ser administrado más que gobernado70.
Aún en ese contexto, sin embargo, el hecho era que “la burguesía había
devenido la clase gobernante y por lo tanto había heredado la responsabilidad de lo político”71 y por ese motivo “[…] debía ‘servir’ como la clase gobernante y ‘gobernar’ en un sentido literal.”72. Para ello eran necesarias dos
A. Jardin, op.cit., p. 154.
A. Jardin, op.cit., p. 154. Claramente: “[…] la opinión pública debía ser inculcada
a través de la educación y un espíritu cívico, creado a través de las leyes [traducción] En A.
Jardin, op.cit., p. 176.
66
A. Jardin, op.cit., p. 154. Ver también A. Jardin, op. cit., p. 256 y ss.; y Sheldon S.
Wolin, op. cit., p. 193 y ss., p. 227, y muy en particular la p. 409 y ss.
67
Alexis de Tocqueville, “Discursos acerca de la Situación Doméstica en Francia”,
en: Sheldon S. Wolin, op .cit., p. 417.
68
Sheldon S. Wolin, op.cit, p. 413.
69
Sheldon S. Wolin, op.cit, p. 413.
70
“Tocqueville reastreó los orígenes de la alienación hasta los orígenes de la revolución y de la destrucción de un régimen que integraba intereses mediante principios jerárquicos.” [traducción] En: Sheldon S. Wolin, op.cit. p. 417.
71
Sheldon S. Wolin, op.cit., p. 418.
72
Ibidem, p. 418.
64
65
62
PABLO FERRARA
cosas fundamentalmente: quebrar su inercia económica y cultivar su interés.
Con ese fin, Tocqueville asumió su proyecto. El proyecto “[...] de ganar
la atención de una clase con un fino sentido desarrollado del auto-interés y
luego persuadirla de que la dirigencia política requería, en cierto grado, la
trascendencia de la clase y los intereses personales.”73. Para eso “[...] educaría a esta clase dirigente en los inusuales sentidos del interés común, un
proyecto formidable para una clase que, mientras se mostraba indiferente
en relación a la política, desarrollaba una economía política que le permitía
ejercer el poder a distancia, emplear representativos, y gobernar indirectamente a través del poder económico.”74. La forma correcta de hacerlo sería
“[...] elevar el pensamiento liberal-burgués a un plano auténticamente político, no dividir o confrontar la distribución posrevolucionaria del poder o la
hegemonía de las clases medias.”75.
Para la consecución de su proyecto, Tocqueville era consciente de que
sería necesario tratar de reconstruir un pasado histórico y cultural sembrado de elementos conflictivos a fin de dar lugar a ese nuevo conjunto de
creencias, mitos, y práctica moral imprescindible para la constitución de un
basamento político capaz de dar lugar a una realidad más justa e igualitaria
en Francia76. Ahora bien, ¿Solamente en Francia?
Segunda parte: educación y democracia para sarmiento
“...paladín de un progresismo abstracto.”
De esa manera han definido algunos a la persona de Domingo Faustino
Sarmiento.77 Un hombre que a lo largo de una vida autodidacta dio a luz
en varias decenas de volúmenes un proyecto tan basamental en su espíritu
como desordenado en sus fuentes y evolutivo en sus lineamientos78.
Ibidem, p. 415.
Ibidem, p. 415.
75
Ibidem, p. 415.
76
Ibidem, p. 416 y p. 421.
77
Tulio Halperín Donghi, Proyecto y Construcción de una Nación, Ariel, Buenos Aires, 1995, p. 35.
78
“Como era corriente en Sarmiento, todo le interesa: política, sociedad, educación,
73
74
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
63
I
[...] después de haber recorrido las primeras naciones del mundo cristiano,
estoy convencido de que los norteamericanos son el único pueblo culto que
existe en la tierra, el último resultado de la civilización moderna.79
La experiencia personal e intelectual en sus viajes por Europa, África
y América significó para Sarmiento el encuentro de un modelo finalmente
viable de conciliación entre la igualdad y la libertad80. Se puede sostener,
sin duda, que dicha experiencia significó para su ideología un ordenamiento
y un encausamiento lo suficientemente profundos como para significar el
verdadero comienzo del proyecto sarmientino81.
Previo a cualquier desarrollo conceptual de sus textos, es conducente
detenerse un instante en cierta aseveración –en cierta medida tocquevilleana- que realizó Sarmiento al abrir sus puertas: “para que una nación sea
eminentemente poderosa o susceptible de serlo, se requieren condiciones
territoriales que nada puede suplir permanentemente.”82. Hecha esta salvedad corresponde ahora sí pasar al fondo de la cuestión.
Lo primero que es preciso destacar a través de toda la obra de Sarmiento es el dominio ejercido por un elemento particular para la época -preexistente en sí y que lo acompañó siempre desde de su partida. Y es que no hay
que olvidar que en realidad “Sarmiento va en busca de ejemplos y modelos,
de ratificaciones a lo que cree que [...]” es cada uno de sus destinos -Francia,
religión, costumbres, artes, letras, monumentos, industria, comercio, historia, geografía. Y
como también es corriente en él, no se le puede exigir ni una relación sistemática ni un tratamiento proporcional a la índole de los temas. En uno de los primeros párrafos de esta parte
confiesa su desorden (‘No espere que dé a Ud. Una descripción ordenada de los Estados
Unidos’), si bien, tratándose de Sarmiento no hace falta que haga la aclaración.” En: Emilio
Carilla, El Embajador Sarmiento (Sarmiento y los Estados Unidos), Universidad Nacional
del Litoral, p. 11.
79
Domingo F. Sarmiento, Obras Completas. Viajes por Europa, África y América
(1845-1847), T. V, p. 274.
80
Domingo F. Sarmiento, OC, T. V.
81
Ver “El viaje exterior: la revelación de la democracia”, en Natalio R. Botana, La
Tradición Republicana, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1997, p. 285 y ss.
82
Domingo F. Sarmiento, OC, T. V, p. 256. Ver muy en particular Domingo F. Sarmiento, OC, T. V, p. 258 y ss.
64
PABLO FERRARA
España, Italia, Suiza, Alemania, el norte de África y finalmente los Estados
Unidos83. Sin embargo, el viaje se desvió del plan teórico original y terminó
por desenvolver tres imágenes claramente diferenciadas: una crítica, desarrollada en Francia por su imposibilidad conciliatoria entre la libertad y la
igualdad democrática; una desabrida, transmitida por el resto de las visitas
que realizó cruzando el Atlántico; y una alternativa y -por sobre todas las
cosas- viable, depositada en la realidad existente en los Estados Unidos.
Es más que evidente, ahora sí, que el elemento particular al que se hiciera mención, bosquejado tiempo atrás en la doctrina sarmientina y que
habría de tomar las riendas al transitar su camino era la educación.
II
Efectivamente, Sarmiento describe en Viajes su descubrimiento en los
Estados Unidos de muchos de los elementos que motivaron su partida, así
como la creencia de que los mismos fueran en mayor o menor medida producto de la educación impartida en ese país.
Demorado en cierta manera por la sorpresa que le produce el paisaje
con el que se encuentra y le hace recordar lo lejos que está de su casa,84
termina Sarmiento por recaer en la imagen de una sociedad marcada por
una “igualdad [...] absoluta en las costumbres y en las formas” que hace que
“los grados de civilización no” estén “expresados como entre nosotros por
cortes especiales de vestido” y una “parte más característica de aquel pueblo”, constituida por “su aptitud para apropiarse, generalizar, ‘vulgarizar’,
conservar y perfeccionar todos los usos, instrumentos, procederes y auxilios
que la más adelantada civilización ha puesto en manos de los hombres.”85.
Inmediatamente describe –en cierto modo libremente- el cuadro de una temática que le resulta altamente novedosa:
Emilio Carilla, op. cit., p. 10 y 11.
“Tienen caminos de hierro, canales artificiales y ríos navegables, en mayor número
y recorriendo mayores distancias que toda Europa junta. Sus líneas de telégrafos eléctricos
están hoy, únicas en el mundo, puestas a disposición del pueblo […]” En: Domingo F. Sarmiento, OC, T. V, p. 275; “La aldea norteamericana es ya todo el Estado, en su gobierno civil,
su prensa, sus escuelas, sus bancos, su municipalidad, su censo, su espíritu y su apariencia.”
En: Domingo F. Sarmiento, OC, T. V, p. 261.
85
Ibidem, p. 264.
83
84
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
65
Los norteamericanos se han creado costumbres que no tienen ejemplo ni
antecedente en la tierra. La mujer soltera, o el hombre de sexo femenino,
él libre como las mariposas hasta el momento de encerrarse en el capullo
doméstico, para llenar con el matrimonio sus funciones sociales.86.
Ambas realidades, agrega por su parte, son el producto de un pueblo:
lleva [...] en su cerebro, orgánicamente, cual si fueran una conciencia política, ciertos principios constitutivos de la asociación: la ciencia política
pasada a sentimiento moral complementario del hombre, del pueblo, de la
chusma; la municipalidad convertida en regla de asociación espontánea; la
libertad de conciencia y de pensamiento87.
Y estas realidades se fundan en comunión de intereses:
[L]os jefes [que] dejando a un lado el hacha con que destruyen lentamente
los bosques para labrarse un campo y crear su propiedad, se reúnen en
asamblea deliberante, ‘con el objeto de fijar los principios de libertad civil
y religiosa, como la base de todas las leyes y constituciones que puedan
en adelante adoptarse’ y estatuyen: [...] 3º [Que] siendo necesarias para el
buen gobierno y felicidad de la especie humana, la religión, moralidad e
instrucción, serán fomentadas las escuelas siempre y todos los medios de
educación.88.
Ese parece ser el punto de partida.
“En los Estados Unidos la civilización se ejerce sobre una masa tan
grande, que la depuración se hace lentamente, reaccionando la influencia
de la masa grosera sobre el individuo”89. Sin embargo, termina por imponerse de tal modo que tanto “la educación como el bienestar están por todas
partes”90. Comienzan por estar presentes en la uniformidad de las nimiedades más simples de la comunidad, pues así “se educa el sentimiento de la
Ibidem, p. 266.
Ibidem, p. 289 y 290.
88
Ibidem, p. 288 y 289.
89
Ibidem, p. 274.
90
Ibidem, p. 275
86
87
66
PABLO FERRARA
igualdad, por el respeto al hombre”91. Desde allí, avanzan sobre el espíritu
político haciendo que las realidades democrática y liberal se conviertan en
las características definitorias del sistema. Asimismo, el ámbito moral no
escapa a los efectos de esta labor instructiva y cívica que se interrelaciona y
retro-alimenta92 sobre las personas cooptando cada uno de sus rincones hasta por fin desplegarse en toda su magnitud sobre el último de sus ambientes
consagrables: el económico. La evolución y la dinámica son claras:
[…] un hombre no llega a la plenitud de su desenvolvimiento moral e inteligente sino por la educación; luego la sociedad debe completar al padre en
la crianza de su hijo. Las escuelas gratuitas son coetáneas y a veces anteriores a la fundación de una villa. La sociedad necesita tener una voz suya,
como cada individuo tiene la que le sirve para expresar sus sentimientos,
opiniones y deseos; luego habrá meetings y Cámara de Representantes que
enacte todos los quereres, y prensa diaria que se ocupe de los intereses,
pasiones e ideas de las grandes masas. Como la sociedad, aunque naciendo
en el seno de los bosques, es hija y heredera de todas las adquisiciones de
la civilización del mundo, y aspirará a tener desde luego o lo más pronto
posta diaria, caminos, puertos, ferrocarriles, telégrafos, etc. Y de pieza en
pieza llega usted hasta el arado, el vestido, los utensilios de cocina perfeccionados, de patente, el último resultado de la ciencia humana para todos,
para cada uno.93
En definitiva, ese es el modelo a seguir para Sarmiento y para llevarlo a
cabo hay que orientar los esfuerzos y promover las reformas. De manera que
sólo resta trasladarse de nuevo a casa y dar comienzo al trabajo.
III
La empresa gloriosa de nuestro siglo es la de difundir en toda la masa de los
habitantes de un país cierto grado de instrucción, para que cada uno pueda
abrirse honorablemente acceso a la participación de las ventajas sociales y
Ibidem, p. 279.
En este sentido ver: para la relación entre la educación y la moral, Domingo F. Sarmiento, OC, T. V, p. 295; para la relación entre la moral y la democracia, Ibidem, p. 295; para
la relación entre la moral y la política, Ibidem, p. 290 y 291; para la relación entre la economía y la política, Ibidem, p. 292.
93
Ibidem, p. 292.
91
92
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
67
tomar su parte en el gobierno de todos y para todos; no hay república –añadió- sino bajo esta condición, y la palabra democracia es una burla donde
el gobierno que en ella se funda pospone o descuida formar el ciudadano
moral e inteligente.94
La revolución por fin ha concluido en Argentina95. Se ha dejado de lado
el tiempo de las urbes aristocráticas, de la tensión montonera96, y de la tiranía del colorado leviatán y ha llegado la hora de tratar de plantar fin las semillas de un proyecto nacional 97. Un proyecto “[...] que se avizoraba desde
el desierto bárbaro” dejar en claro en qué consistía98.
La respuesta, según Sarmiento, por fin está dada. Y lo está, ciertamente,
en la forma republicana de gobierno. Aquí se vuelve nítido el sentido de
alternativa posible que Sarmiento le da a la realidad de los Estados Unidos.
Sin embargo, no es la solución de llano al problema político lo que parece
interesarle más cuando piensa en ese país, sino el “rastrear el surgimiento
de una nueva sociedad y una nueva civilización basadas en la plena integración del mercado nacional”99. Y al hacerlo, la “importancia de la palabra
escrita [...] se le aparece de inmediato como decisiva”100. Lo es por detalles
tales como el valor comercial del aviso frente a la masa de consumidores,
94
Apertura de las sesiones del Honorable Congreso de la Nación, 1870 En: Domingo F.
Sarmiento, Obras Completas. Mi defensa. Recuerdos de provincia. Necrologías. Biografías,
T. III, p. 311.
95
En relación al vínculo entre Sarmiento y la revolución, ver: Félix Weinberg, Las
ideas sociales de Sarmiento, Eudeba, Buenos Aires, 1988, p. 14 y ss.
96
“Y sin embargo de todo esto, Facundo no es cruel, no es sanguinario: es el bárbaro,
no más, que no sabe contener sus pasiones, y que, una vez irritadas, no conocen freno ni medida; es el terrorista que a la entrada de una ciudad fusila a uno y azota a otra; pero con economía, muchas veces con discernimiento; el fusilado es un ciego, un paralítico o un sacristán;
cuando más, el infeliz azotado es un ciudadano ilustre, un joven de las primeras familias. Sus
brutalidades con las señoras vienen de que no tiene conciencia de las delicadas atenciones
que la debilidad merece; las humillaciones afrentosas impuestas a los ciudadanos provienen
de que es campesino grosero y gusta por ello de maltratar y herir en el amor propio y el decoro a aquellos que sabe que lo desprecian. No es otro el motivo que hace del terror un sistema
de gobierno.” En: Domingo F. Sarmiento, Obras Completas. Facundo., T. VII, p. 158)
97
Ver, en este sentido, Domingo F. Sarmiento, OC, T. VII, p. 200 y ss.
98
Natalio R. Botana, op. cit., p. 284.
99
Tulio Halperín Donghi, op. cit., p. 36.
100
Ibidem, p. 37.
68
PABLO FERRARA
masa que debe ser letrada en un sentido amplio, es decir, no simplemente
con un conocimiento del alfabeto sino con un correcto estado de bienestar
permitido por una correcta distribución de la propiedad de la tierra y una
permanente aspiración a la mejora económica101.
De esta manera, para Sarmiento la educación conformaba el medio de
sugerir la ambición de mejora y de indicar las opciones para su satisfacción102. Todo esto en un marco dentro del cual la distribución de bienestar
no configuraba el resultado final y la concreción del proyecto, sino su punto
de partida y condición necesaria103. A ella seguirá el rediseño del mercado a
través de la modernización de la agricultura104, la redistribución de la población y de la tierra en pro de una creciente urbanización105, el establecimiento
de los roles y papeles generales dentro de los cuales se destaca el magíster
opera -a ser interpretado por la élite letrada a la que dice pertenece.
Ahora bien, para todo aquello “la difusión de la instrucción es todavía
más imprescindible.”106. La pregunta que resta es, ¿Quién se ocupará de
difundirla? Y la respuesta, sencilla como se presenta, es una vez más: la
República107.
Tulio Halperín Donghi, op. cit., p. 37.
“No hace cuarenta años que empezó a comprenderse que en una República fundada
en la elección popular, si el votante era del todo ignorante, el juego de las instituciones libres
traería a la superficie pasiones en lugar de consejos útiles, hombres en lugar de principios.
Desde entonces la educación se encamina a hacerse preparación indispensable del ciudadano,
y esta idea ha estimulado su difusión [...]. En la obligación que nuestra Constitución impone
a las provincias de dar educación, está ya en rudimento establecida aquella condición, y en
ese punto nos habíamos anticipado en el buen camino.” En: Domingo F. Sarmiento, Obras
Completas. Ambas Américas, T. XXIX, p. 222 y ss.
103
Tulio Halperín Donghi, op. cit., p. 37. En sentido contrario, Félix Weinberg aduce,
al referirse al producto de la estadía de Sarmiento en Estados Unidos, que el “reconocimiento
de los altos niveles allí alcanzados no lo conduce a postular su mecánico traslado a estas tierras, sino como método y herramienta para entender los procesos y como una meta a alcanzar
una vez transformadas nuestras estructuras socioeconómicas.” En: Félix Weinberg, op. cit.,
p. 88.
104
Tulio Halperín Donghi, op. cit., p. 38.
105
Natalio Botana recalca que “la tierra y la propiedad rural eran para Sarmiento una
maldición histórica. [...] la distribución de la tierra es concomitante con el modo de ser de la
sociedad bárbara: grandes extensiones vacías de sociabilidad.” En: Natalio R. Botana, op.
cit., p. 325. Ver asimismo, Natalio R. Botana, op. cit., p. 326 y ss.
106
Tulio Halperín Donghi, op. cit., p. 39.
107
“Para Alberdi, la forma de gobierno era un límite, el marco que aguardaba confiado
101
102
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
69
IV
“La educación del pueblo es hoy la preocupación de la humanidad; este
sentimiento es la expresión de lo que antes se llamó religión, nobleza, cultura; educarse es simplemente ser hombre libre.”108
“La esfera de la educación abraza toda la vida, y no hay género de ideas
que esté vedado al pueblo.”109
Sarmiento ha llegado del viaje exterior y está a punto de emprender el
nuevo viaje en busca de la virtud –de la moderna virtud110. Ha conformado
las visiones de Benjamín Franklin, de Thomas Paine y de Horace Mann,
quienes le han señalado tácitamente el camino:
Una fuerte unidad nacional sin tradiciones, sin historia, y entre individuos
venidos de todos los puntos de la tierra, no puede formarse sino por una
fuerte educación común que amalgame las razas, las tradiciones de esos
pueblos en el sentimiento de los intereses, del porvenir y de la gloria de
nuestra patria111.
el contenido que le infundirían el individuo y sus cosas. Sarmiento era más ambicioso. En
1842 escribió que ‘difundir las luces en todas las clases de la sociedad es la empresa de nuestro siglo’. Alberdi no habría vacilado en compartir este juicio, siempre que esa faena quedase
reservada a la acción espontánea de la sociedad. Sarmiento, en cambio, imaginaba esas luces
emanando de la cosa pública y de quienes participaban en ella. La república era una forma de
gobierno que educaba.” En: Natalio R. Botana, op. cit., p. 318. Sarmiento fue más que claro
en este sentido: “La enseñanza primaria constituye un ramo de la administración pública. El
estado preside a la educación, la dirige e inspecciona.” En: Domingo F. Sarmiento, OC, T.
XI, p. 83.
108
Apertura de las sesiones del Honorable Congreso de la Nación, 1869. En: Domingo
F. Sarmiento, OC, T. III, p. 296.
109
Ibidem, T. XI, p. 25.
110
Natalio R. Botana, op. cit., p. 319.
111
Domingo F. Sarmiento, “Estado de las repúblicas sudamericanas a mediados de siglo...”, en: Natalio R. Botana, op. cit., p. 320. A fin de avizorar la comparación en los
procesos y efectos de la colonización en Norteamérica y las colonias españolas, ver: D. F.
Sarmiento, OC, T. XI, p. 36 y 37.
70
PABLO FERRARA
Si bien su influencia es omnipresente112 y su efecto, omnímodo, la función principal de la educación es formar ciudadanos113. Para eso hacen falta
una voluntad y un plan114. Un sistema creado a través de una ley que fije sus
instituciones y contenidos, haciendo primar lo público por sobre lo privado
y consagrando finalmente la igualdad real de la ciudadanía. Y es que:
[...] en un gobierno como el nuestro, donde el pueblo es el poder soberano,
donde la voluntad del pueblo es la ley de la tierra, cuya voluntad es abierta
y directamente expresada, y donde cada acto de gobierno puede llamarse
con propiedad un acto del pueblo, es esencial que el pueblo sea ilustrado.
Debe poseer inteligencia y virtud; inteligencia para recibir lo que es justo;
virtud para hacer lo que es justo. Nuestra República puede decirse, por lo
tanto, que está fundada en la inteligencia y la virtud. Por esta razón dijo
con mucha propiedad el ilustrado Montesquieu que en una República se
requiere toda la fuerza de la educación.115
En esas condiciones, el sistema permitirá no sólo formar ciudadanos,
Para la influencia de la educación sobre la moral, ver Sarmiento, OC, T. XI, p. 48;
para la influencia de la educación sobre las costumbres, ver Ibidem, p. 232 y ss. Para una
detallada descripción de la acción de la educación simultáneamente sobre la moral y las costumbres, ver: Domingo F. Sarmiento, Obras Completas. Educación Común, T. XII, p. 27 y ss.
113
Cabe destacar que “cuando Sarmiento formula una política educacional, la misma
se acuerda con otros datos necesarios para el cambio; no se retrasa con respecto a ellos sino
que, antes bien, quizá se anticipa. Fue aquí como en otros muchos respectos, un adelantado.
La educación, por tanto, como la política demográfica, económica y social no pueden ser
abordadas en forma aislada.” En: Félix Weinberg, op. cit., p. 87.
114
Una opinión versada sobre el tema destaca que del “análisis pormenorizado que
se desprende de la lectura cuidadosa de los escritos sarmientinos pueden señalarse algunas
ideas vertebrales en punto ala educación, que podrían ser la modernización, la secularización, la popularización y la democratización. Ver: Félix Weinberg, op. cit., p. 93. En lo que
a los detalles de la implementación del plan respecta, menciona el citado autor que cuando
“Sarmiento formula premisas para fijar problemas básicos relativos a la educación, enumera
condiciones sociales, propiedad territorial y movimiento de población. El grado de bienestar
o nivel de vida de la comunidad; la proporción en que se halla distribuida la tierra entre los
habitantes del país, y el crecimiento demográfico y sentido de las migraciones internas, constituyen elementos de juicio que deben analizarse con sumo cuidado previa cuantificación de
esos datos. Propugna la estadística como instrumento de conocimiento de la realidad.” En:
Félix Weinberg, op. cit., p. 90.
115
“Párrafo del informe de la comisión del estado de Nueva York en 1812.”, ubicado en
Sarmiento: Educación Común. Ver: Natalio R. Botana, op. cit., p. 323.
112
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
71
sino también abandonar una realidad anclada en un pasado económicamente colonial116 y avanzar hacia el moderno desarrollo industrial117 y la consecuente prosperidad general118. Hay que “difundir en la masa del pueblo
conocimientos generales por medio de la enseñanza secundaria y desarrollar las aptitudes técnicas de todos mediante el funcionamiento de escuelas
industriales, de minería, comerciales y de agricultura, y por medio de la
difusión de gabinetes, laboratorios y museos.”119. Hace falta un “indefinido
desarrollo de las bibliotecas populares y una ilimitada difusión del libro.”120.
Hay que “fundar institutos especiales que” prepararán “a miles de jóvenes,
hombres y mujeres, para ocuparse de las tareas educativas.”121. Muchas
otras medidas adicionales son posibles en favor de una adecuada educación
elemental y cultura popular:
la práctica de la gimnasia en los colegios; […] la inspección técnica de
las escuelas; [...] las conmemoraciones patrióticas escolares; […] el censo
escolar nacional; […] muchos edificios para establecimientos docentes; ‘El
Monitor de la Educación Común’, publicación pedagógica; […] los jardines de infantes; […] la buena letra y para eso […] el uso de los cuadernos
llamados de Appleton; y […] el canje de libros escolares122.
Por último, queda claro que una “de las mayores preocupaciones de la
administración nacional...” para Sarmiento es “difundir la escuela primaria
oficial, con el fin de combatir el analfabetismo.”123. El medio que permite el
acceso a todos estos objetivos es la dotación de maestros y maestras, y para
ello hace falta un sistema de educación normal124.
Así, la educación conforma la manera de consagrar los objetivos plan-
Ver, en este sentido, Félix Weinberg, op. cit., p. 90.
Ver Sarmiento, Obras Completas. Discursos Populares., T. XII, p. 43 y ss. En este
sentido, Félix Weinberg, op. cit., p. 91.
118
Natalio R. Botana, op. cit., p. 322.
119
José S. Campobassi, Sarmiento y su época, Losada, Buenos Aires, 1975, p. 152.
120
Ibidem, p. 152.
121
Ibidem, p. 152.
122
Ibidem, p. 153.
123
Ver: Ibidem, p. 152. En el mismo sentido, Félix Weinberg, op. cit., p. 91 y ss.
124
José S. Campobassi, op. cit., p. 154 y ss.
116
117
72
PABLO FERRARA
teados desde el espacio público. Específicamente: desde arriba y mediante
la descentralización125. De hecho, es la única capaz de contener la virtud
a medida que opera sobre las masas existentes e ingresantes, y de dar por
tierra al mismo tiempo con su más profundo problema: la corrupción126.
Resulta claro, entonces, que la “reforma del habitante” debe “correr paralela con la reforma de la sociedad”127, a las que parece agregarse una tercera y última128, conformando de esta manera un tríptico de la virtud. Sin embargo, la ciudadanía es una institución que tradicionalmente se presenta compleja en su sustancia, y no es una excepción la concepción que
Sarmiento tiene de ella.
El contexto de paz posterior a Caseros abrió las puertas de la urbe de
Rosas, otorgando
al extranjero seguridad civil al precio de su libertad política. También -aunque Sarmiento no podía reconocerlo- esas garantías habían permitido que
crecieran escuelas y con ellas la instrucción. ¿Por qué no avanzar entonces
un paso más y recrear en esa ciudad una comunidad política mediante la
‘amalgama íntima entre los descendientes de los colonos antiguos y los
nuevos arribantes’?129.
La argamasa que unirá a criollos e inmigrantes es la libertad política:
“presente en el punto de partida, esa intuición de la ciudadanía –mezcla,
según las épocas, de esperanza y padecimiento- acompañará a Sarmiento
hasta su tumba”. No es suficiente ser “agricultor y habitante instruido”. Por
encima está “la república, patria de todos, ámbito público” de los que participan “para elegir gobernantes y armarse en su defensa. El deber cívico, el
voto y las armas [...] hacen un ciudadano”. Y esos principios son exigibles
125
Ver Natalio R. Botana, op. cit., p. 324. Sarmiento se refirió asimismo reiteradas
veces al sustento de la educación, ver: D. F. Sarmiento, Obras Completas. Discursos Parlamentarios., T. XX, p.67. Para completar la línea argumentativa del coste económico de la
educación, ver D. F. Sarmiento, Obras Completas. Educar al soberano., T. XLVII, p. 81.
126
Ver Natalio R. Botana, op. cit., p. 466.
127
Ibidem, p. 324.
128
“A la educación y la democracia agraria se sumaba la reconstrucción de la ciudad.”
En: Natalio R. Botana, op. cit., p. 328.
129
Ibidem, p. 330.
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
73
al nativo y al extranjero130.
Estamos parados aquí ante un destino dividido en su esperanza: “la
creación de una nueva sociedad gracias a la libertad civil” o “la redención
del habitante a través de la virtud131”. ¿Qué cosa podrá traducir en acto estas
conjeturas? Indudablemente, el orden político.
V
La década de 1880 se abría como una década de consolidaciones y de
cambios132. Pacificada la república nuevamente133, parecía estar encaminado el proyecto alberdiano134; para muchos, incluso podían observarse en
plenitud algunas de las más destacadas variables que conformaban los puntos de partida135. De todas, una en particular llamó la atención de Sarmiento: “esa fusión de los inmigrantes con su nueva patria, a quienes recibe la
educación pública consagrada a formar ciudadanos era, en los umbrales de
la Argentina moderna, una esperanza de difícil concreción [...]. En ausencia
de una ley que uniese los fragmentos del progreso en una ‘civitas’ orgánica,
el interés del habitante debería necesariamente escindirse de la virtud del
ciudadano. Se formaría entonces un híbrido”136. Para entonces, Sarmiento
ya había dejado en claro su opinión respecto a esta potencialidad:
con esos enjambres de inmigrantes de todas las nacionalidades, vienen
oleadas de barbarie no menos poderosas que las que en sentido opuesto
Ibidem, p. 330.
Ibidem, p. 331.
132
Ver Tulio Halperín Donghi, op.cit., p. 95 y ss. Destaca Botana las resultantes de los
acontecimientos definitorios y configurativos del punto de inflexión: “El resultado de estos
acontecimientos se tradujo en dos leyes nacionales; una federalizó la ciudad de Buenos Aires
que, desde el 8 de diciembre de 1880, quedó sometida a la jurisdicción exclusiva del gobierno
nacional; el otro instrumento legal prohibió a las provincias la formación de cuerpos militares
bajo cualquier denominación que fuera.” En: Natalio R. Botana, El orden conservador,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1998, p. 35.
133
Ibidem, p. 32.
134
Ver Juan B. Alberdi, Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de
la República Argentina, Ciudad Argentina, Buenos Aires, 2000. También, Tulio Halperín
Donghi, op.cit., p. 30. Muy en particular, ver Natalio R. Botana, op. cit., p. 40 y ss.
135
Tulio Halperín Donghi, op.cit., p. 42 y ss.
136
Natalio R. Botana, op.cit., p. 453.
130
131
74
PABLO FERRARA
agitan a la Pampa [...] Los obreros y trabajadores que sirven por enormes
salarios a las múltiples necesidades de una gran población, no se toman
ya el trabajo de aprender el castellano, porque siempre hallarán empresarios, mayordomos comerciantes, artesanos de su propia lengua para entenderse con ellos. Buenos Aires no es una ciudad sino una agregación
de ciudades con sus lenguas, sus diarios, sus nacionalidades distintas [...]
Era aquí, pues, donde debía organizarse un poderoso sistema de educación
para salvar la lengua y crear la República, apoderándose de los que nacen y
levantando a los naturales para que no queden sepultados bajo los gruesos
aluviones humanos que por la mayor industria y la laboriosidad, se les van
depositando encima137.
A fin de evitar la concreción de aquella imagen rastrera, alguien debía
tomar la dirección del espacio público.
La primera concepción directiva del proyecto sarmientino ofrece como
principal característica en el aspecto político esa “relativa indefinición”, que
“se continúa en una indefinición por lo menos igualmente marcada acerca
de la articulación del grupo políticamente dirigente que tendrá a su cargo
guiar la construcción de una nueva nación y la sociedad argentina en su
conjunto”138. Pero si aquel delineamiento se muestra aún borroso, hay otros
que se manifestaban ciertos: “Sarmiento no cree [...] que las consecuencias
del avance de la nueva economía sobre las áreas marginales [...] sean siempre benéficas”, y en consecuencia postula:
un poder político con suficiente independencia de ese grupo dominante
[la élite económica] para imponer por sí rumbos y límites a ese aluvión de
nuevas energías económicas que había contribuido a desencadenar sobre el
país. ¿Quiénes han de ejercer ese poder político, y en qué se apoyarán para
ejercerlo? Sarmiento nunca se planteó la segunda pregunta; en cuanto a la
primera, en el momento de retorno del destino su respuesta es contraria a
la de Alberdi: es desde luego la élite letrada, de la que se declara orgulloso
integrante, [...] la que tendrá a su cargo la función directiva139.
Ibidem, p. 453 y 454.
Tulio Halperín Donghi, op.cit., p. 40.
139
Ibidem, p. 41. Asimismo, Sarmiento, Obras Completas. Instituciones Sudamericanas., T. IX, p. 52.
137
138
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
75
Sin embargo, el tiempo lo decepcionará una y otra vez hasta convencerlo finalmente de que:
en el presente esa élite letrada no estaba más interesada que otros sectores
de la sociedad en favorecer el interés de la nación o el Estado; deplorablemente carente de espíritu público, usaba su superior ilustración como
justificativo para ver realizado su ideal de ‘otium cum dignitate’ a costa del
erario público140.
Es entonces cuando nace la segunda concepción directiva:
Sarmiento no descubre ningún otro sector mejor habilitado para asumir esa
tarea, y desde entonces se resigna a que su carrera política se transforme
en una aventura estrictamente individual; sólo puede contar sobre sí mismo
para realizar una cierta idea de la Argentina, y puede aproximarse a realizarla a través de una disposición constante a explorar todas las opciones
para él abiertas en un panorama de fuerzas sociales y políticas cuyo complejo abigarramiento contrasta con ese orden de líneas simples y austeras
que había postulado Alberdi141.
¿Y cuál es la opción más conveniente? Claramente, educar a las masas,
para lograr por fin de esta manera el tan anhelado orden político.
Sin embargo, se ha llegado a un punto en el discurso en el que no se
habla ya solamente de una educación formativa que al ejercer su influencia
dé lugar a un “...número de hombres adultos [...] todos educados, leyendo
escribiendo...”142, sino de una educación cívica que a través de su carga
Ibidem, p. 41.
En los hechos, Sarmiento no estuvo solo ni en lo que respecta a la creencia de la
importancia educativa ni en la implementación del proyecto de ella derivado. Dos de las
figuras más destacables que lo acompañaron a la par fáctica o espiritualmente fueron Juana
P. Manso, en el primer sentido, y Mary Mann, en el segundo. Para un acercamiento al primer
acompañamiento, ver Myriam Southwell, “Juana P. Manso (1819 – 1875): transgresión y
debates sobre la emancipación”, en: Thinkers on Education, Oficina Internacional de Educación, UNESCO, Ginebra, para ser publicado en http://www.ibe.unesco.org/International/
Publications/Thinkers/thinhome.htm. Para un abordaje del segundo acompañamiento, ver
Barry L. Velleman, Mi estimado señor. Cartas de Mary Mann a Sarmiento (1865 – 1881),
Ediciones Fundación Victoria Ocampo – ICANA, Buenos Aires, 2005.
142
Domingo F. Sarmiento, OC, T. V, p. 276.
140
141
76
PABLO FERRARA
moral haga posible una convivencia en armonía143. Educación que permitirá
esta vez con certeza la configuración de “una mayoría de votantes respetable
y respetada’, capaz de imponer ‘ideas de orden, honradez y economía en el
manejo de los caudales públicos”, logrando así “un régimen electoral menos
sistemáticamente falseado”144 y desde allí una concientización de los deberes
y derechos de la ciudadanía. De lo contrario, el peligro que se cierne sobre el
Estado y sus habitantes es mucho mayor de lo que pudieron haber concebido
sus ideólogos y ejecutores, ya que sin “libertad política, la libertad civil no
sobreviviría en una república”145. Pues no hay que olvidar que “la república
es un aprendizaje político mediante la paulatina incorporación de un número
creciente de individuos al ejercicio del gobierno representativo.”146. Corresponde, entonces, dedicarse de lleno a la formación de los representados147.
VI
“¿Por qué se aprovecharían del sudor de cien protestantes los cien
mil católicos restantes?”148
“La ‘ley de Educación Común para la República’ -así la llamó en su último informe de 1881149, cuando desempeñaba el cargo de superintendente
general de educación- ‘y la vida de millares consagrada a ejecutarla’, era
para Sarmiento un programa pendiente.”150.
La década de 1880 terminó por decantar la tendencia liberal, progresista e innovadora, emplazada en la cúpula dirigente nacional desde Urquiza.
Los resultados se vieron concretados en la secularización de los registros de
los nacimientos, matrimonios y fallecimientos, hasta entonces en manos de
la Iglesia Católica; en el establecimiento del matrimonio civil; y, finalmente,
Ver nota 127, ut supra.
Tulio Halperín Donghi, op.cit., p. 100; Natalio R. Botana, op.cit., p. 464. En relación al funcionamiento del sistema electoral, ver Ibidem, Capítulos III y IV.
145
Ver Ibidem, p. 463 y 464.
146
Ibidem, p. 465.
147
Ver D. F. Sarmiento, Obras Completas. Educar al Soberano., T. XLVII, p. 16 y ss.
148
D. F. Sarmiento, Obras Completas. La escuela ultrapampeana., T. XLVIII, p. 115.
149
Ver José S. Campobassi, op.cit., p. 369.
150
Natalio R. Botana, op.cit., p. 454.
143
144
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
77
en el debate, proyecto y concreción de la educación laica, pública, común y
oficial151. Para ello, el Poder Ejecutivo convocó a un congreso pedagógico
el 2 de diciembre de 1881 con el fin claro:
conocer `el estado de la educación común en la República y las causas que
obstan a su desarrollo, independientemente de la extensión del territorio y
de la densidad de la población’, así como ‘los medios prácticos y eficaces
de remover las causas retardatrices’, con el objeto de impulsar ‘el progreso
de la educación’; asimismo, debía ocuparse de ‘la acción e influencia de los
poderes políticos’ en el desenvolvimiento de la educación pública y el ‘rol
que en la educación les corresponde constitucionalmente152.
El congreso funcionó durante los meses de abril y mayo de 1882. Si bien
Sarmiento no participó oficialmente en el mismo, contribuyó a través de su
tarea previa, de su rol de presidente honorario y de tu producción periodística en el diario El Nacional, donde sostuvo que “el mal de las democracias
era la ignorancia popular y el falso saber de las oligarquías gobernantes”,
pues la “atención de la educación pública [...] era un deber del Estado y una
función social, y tenía que ser, por lo tanto, una cuestión política”153. Para
ello definió, a la par del congreso, el camino más conveniente:
la creación de recursos especiales para el sostenimiento de la educación
pública; la implantación de los principios básicos fundamentales de la organización docente, tales como la obligatoriedad y la gratuidad de la enseñanza pública primaria, así como el laicismo; la construcción de edificios
escolares; la modernización pedagógica de la enseñanza; los métodos ; los
métodos y sistemas didácticos; los materiales docentes; la higiene escolar; la graduación de la enseñanza; la educación de la mujer; los textos
escolares; los planes y programas de estudio; la supresión de los castigos
disciplinarios y los premios en las escuelas públicas; las técnicas docentes;
etcétera154.
Para un detalle del debate y del rol particular de Sarmiento en el mismo, ver José S.
Campobassi, op.cit., p. 372 y ss..
152
Ibidem, p. 378.
153
Ibidem, p. 379.
154
Ibidem, p. 379.
151
78
PABLO FERRARA
Todo quedó plasmado en la “ley de educación” que “con los defectos de
que adolece como obra humana, ha dado los resultados que son conocidos
hoy por todos aquellos que han mandado sus hijos a la escuela.155.
Puntualmente, en lo que al debate laico respecta156, la opinión de Sarmiento sobre la religiosidad existente en la Argentina de esa época se puede
resumir en las palabras que pronunció “admirando el profundo sentido religioso que mantiene en actividad la mente y el corazón de este pueblo”157,
en ocasión de su visita a diversas iglesias cristianas libres en los Estados
Unidos en 1865: “Nosotros ni cristianos somos; convenido como está que
hemos nacido católicos y que fuera del jirón de la Iglesia no hay salvación,
descansamos en la dulce y consoladora esperanza de que todos los demás se
condenarán.”158.
Las obras de Sarmiento dejan claro que existe para él una confrontación
entre el Estado y la Iglesia:
El lento progreso de las sociedades humanas ha creado en estos últimos
tiempos una institución desconocida a los siglos pasados. La instrucción
pública, que tiene por objeto preparar las nuevas generaciones en masa
para el uso de la inteligencia individual, por el conocimiento aunque rudimental de las ciencias y hechos necesarios para formar la razón, es una
institución puramente moderna nacida de las disensiones del cristianismo y
convertida en derecho por el espíritu democrático de la asociación actual159.
Aquella circunstancia exigió que Sarmiento tomara una postura, que
terminó por inclinarse hacia una inconmensurable labor cívica, dentro de la
que se destacan particularmente dos hitos ilustrativos. El primero de ellos
es el artículo titulado En el congreso pedagógico, del 13 de abril de 1882,
donde volcó su opinión de que “las escuelas comunes oficiales no podían ser
católicas porque ‘las rentas públicas, contribuidas por todos los habitantes,
D. F. Sarmiento, Obras Completas. Condición del Extranjero en América., T. XXXVI, p. 64.
156
Para una interesante aproximación sociológica al laicismo de Sarmiento, ver Leonardo Paso, La Idea del Cambio Social, C.E.A.L., Buenos Aires, 1993, p. 96.
157
D. F. Sarmiento, Obras Completas. Memorias., T. XLIX, p. 282.
158
D. F. Sarmiento, OC, T. XLIX, p. 282.
159
Ver D. F. Sarmiento, OC, T. XI, p. 33.
155
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
79
no son católicas, y es simplemente dar a cada uno lo que le pertenece hacer
que se empleen en beneficio de todos y cada uno de los contribuyentes’”160.
Para él era más que claro: “La declaración propuesta por los demagogos
ultramontanos es, pues, una violación flagrante de la Constitución Nacional y de las leyes, un retroceso a los tiempos anteriores a la misma, un
robo en provecho propio de las rentas pagadas por todos para el beneficio
y provecho de todos, y un acto de tiranía disimulado con las formas de la
religión”161. Sobre esta línea volvería en su segundo hito, esta vez ya durante los debates parlamentarios de la ley de educación común, dejando claro
que los principios fundamentales de la Constitución Nacional “gobernaban
a los habitantes de la Argentina y obligaban por igual a todos”, siendo sus
“disposiciones sobre prohibición de adoptar el Estado una creencia religiosa determinada, según su artículo 2, y sobre implantación de la libertad de
cultos, de acuerdo con su artículo 14, eran [...] las que daban fundamento al
laicismo escolar”162.
A modo de cierre, tal vez sea necesario aclarar que Sarmiento nunca
dejó de mostrarse sensible a la fe religiosa, aún si se apartara por razones
filosóficas y razonamientos jurídicos de la política clerical. La “conducta, al
variar las circunstancias, impónele deberes en campos que no pertenecen a
las instituciones religiosas sino a las instituciones políticas, sobre todo cuando desempeña una magistratura y unas y otras se rozan o interfieren.”163. Es
por estos motivos que polemizó a favor de la escuela laica y de las ciencias
físicas, sin denostar el sentido de la fe religiosa, dando eventualmente como
resultado la Ley de Educación 1820.
José S. Campobassi, op.cit., p. 380.
Ibidem, p. 380.
162
Ibidem, p. 382. Ver asimismo José S. Campobassi, Ley 1420: antecedentes históricos
(1810-1884), debates parlamentarios (1881-1884), enseñanza neutral, religiosa o laica, texto y opiniones sobre los artículos de la ley, aplicación, resultados, vicisitudes y actualidad de
la ley, GURE, Buenos Aires, 1956.
163
Ricardo Rojas, El Profeta de la Pampa. Vida de Sarmiento., Editorial Losada, Buenos Aires, 1945, p. 595.
160
161
80
PABLO FERRARA
Tercera parte: realidades
Y abriendo los ojos ardientes
yo vi el horror de mi tugurio,
y sentí que mi alma volvían
a punzar cuidados malditos;
el reloj con acentos fúnebres
las doce daba brutalmente,
y el cielo sombras derramaba
al mundo triste y embotado.”
Rêve Parisien164
“Era la tarde, y la hora
en que el sol la cresta dora
de los Andes. El Desierto
inconmensurable, abierto
y misterioso a sus pies
se extiende, triste el semblante,
solitario y taciturno
como el mar, cuando un instante
el crepúsculo nocturno
pone rienda a su altivez.”
El Desierto165
I
Los contextos históricos en los que tocó a Tocqueville y a Sarmiento insertarse a través de una labor política fueron por demás extraños. El
primero de ellos debió confrontar un país donde la clase media era la más
desarrollada y donde el elemento más común era un pequeño propietario
164
165
Charles Baudelaire, Las flores del mal, Cátedra, Madrid, 2000, p. 393.
Esteban Echeverría, La Cautiva. El Matadero, Losada, Buenos Aires, 1984, p. 33.
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
81
atemorizado por cualquier indicio revolucionario que lo pudiese alejar de su
propiedad, sentimiento que habría de imponerse a cualquier remanente de
aquel amor por la libertad plasmado en 1789166. Asimismo, puede decirse
que “A diferencia de la monarquía prusiana con su administración centralizada; a diferencia de Inglaterra, con su sistema descentralizado y representativo, centralizada; el sistema francés era una especie de híbrido [...]
entre la centralización heredada del absolutismo monárquico y un sistema
representativo” 167. Sarmiento, por su parte, debió enfrentar la realidad emergente del régimen rosista, una realidad signada por la mala administración
y por el derroche producto de la labor de esos aventureros que conforman
la clase política, aspirantes que buscan abrirse camino cómo y por donde se
pueda168.
Fue en el ilustrado contexto Francés donde Alexis de Tocqueville debió
insertarse hacia el año 1830, en una vida política que lo hizo transitar por
los tres poderes del Estado dentro y fuera de su país169. Durante su permanencia en ellos, y muy en particular durante su labor desde 1842 hasta
1846 en la Cámara de Representantes, buscó la concreción de ese detalle
que terminaría por coronar la proyección de su doctrina, es decir, la elevación a la jerarquía de ley de las convicciones morales y virtudes civiles del
conjunto del electorado (clases no privilegiadas, en su enorme mayoría)170.
Esta tendencia puede verse sin duda insinuada a lo largo de su postura en
el tratamiento de distintos núcleos temáticos que surgieron a lo largo de su
mandato, fundamentalmente al tratarse la supresión del régimen de trata de
esclavos171, la cuestión jurisdiccional de las islas del Pacífico172, los problemas del liberalismo español heredados de la primera Guerra Carlista173, y
los conflictos internacionales surgidos en relación a la anexión de Texas y
A. Jardin, op.cit., p. 351.
Ibidem, p. 352.
168
Tulio Halperín Donghi, op.cit., p. 100.
169
Ver A. Jardin, op.cit., p. 279 y ss.
170
Ver páginas 24 y 25, ut supra.
171
A. Jardin, op.cit., p. 353.
172
Ibidem., p. 353 y ss.
173
Ibidem, p. 357 y ss.
166
167
82
PABLO FERRARA
Oregon por parte de los Estados Unidos174.
Sin embargo, el núcleo duro de la disquisición gubernativa de Tocqueville siempre terminaron por ser las instituciones -como ya se ha dicho, en
Francia por demás centralizadas-, fuente inquebrantable de la triste apatía
del pueblo175. En ésta línea, la escena tal vez más ilustrativa en su labor
política es el tratamiento que una disputa sobre el ejercicio de la libertad de
enseñanza desarrollada entre 1844 y 1846. Durante ese episodio, Tocqueville defendió su clara postura concebida durante la redacción de La Democracia en América: “la religión, una fuerza moral independiente del Estado
que podía elevar las preocupaciones de la gran masa de gente por encima
de sus patéticos intereses, era indispensable para el funcionamiento de una
sociedad democrática.”176. Pues, “¿Qué es la democracia sino el constante
y poderoso esfuerzo hecho por la sociedad para mejorar, elevar y dar sustancia moral a la vida de cada uno de sus miembros, para venir a la ayuda
de los desafortunados, para echar mano a todas las formas de miseria?”177.
En el mismo sentido, ya desde una perspectiva más pragmática, la posición
de Tocqueville en relación a la enseñanza –sobre todo secundaria- era que
debía ser un puente hacia el mundo moderno y que sus elementos -la diversidad o complejidad como uno de los más característicos- eran una conditio
sine qua non para evitar el estancamiento propio del monopolio estatal. Esa
fue la postura que tomó en su reporte de 1842 a favor de la pluralidad, de la
participación de diversas congregaciones religiosas con un plan de estudio
alternativo al de la Universidad pública. Sin embargo, la cuestión se diluyó
tanto en las discusiones del grupo formado ad hoc para tratar el tema como
por la eventual conformación años después de un nuevo grupo y su alejamiento del mismo en 1846.
Precisamente, fue esa posición de infranqueable voluntad ante los temas que más importancia concebía para la correcta configuración de la
sociedad178 la que le valió más disgustos. “Más a menudo que raramente,
lograría alcanzar la correcta visión teórica pero no la satisfacción personal
Ibidem, p. 358 y ss.
Ibidem, p. 360.
176
Ibidem, p. 364.
177
Ibidem, p. 365.
178
Sheldon S. Wolin, op.cit. p. 102 y 103.
174
175
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
83
o política.”179. Eventualmente llegó a creer que la teorización y la práctica
eran alternativas, e incluso excluyentes. Dudó incluso acerca de cuál debía
ser su camino definitivo: el teórico o el político:
[...] lo teórico había llegado a simbolizar la defensa de un ideal político, el
plano donde la política era transfigurada y hecha el vehículo de la verdad y
el bien, donde adquiría un significado definitivo, y donde el teórico asía su
voluntad a la desinteresada y pura pasión por la libertad y el bien común.
Teorizar implicaba la esperanza de que lo político podría ser redimida de la
lucha por el poder y los intereses materiales180.
La teoría se convertía de esa manera para Tocqueville en la defensora de lo político frente a la política e impedía su separación definitiva. Al
mismo tiempo, en la medida en que no pudiera develar lo político a través
de los esfuerzos del teórico, no terminaría por abandonar el ejercicio de
la política; tendría que adentrarse “no en esa política Plutarqueana de hechos memorables”181 sino en la “política de la modernidad: burguesa, liberal, parlamentaria, organizada alrededor de partidos y elecciones, definida
por intereses materiales, peleada por coaliciones y alianzas, y acordada por
negociaciones.”182. Fue ese el modo en que Tocqueville no pudo hacer otra
cosa que dejarse llevar por la desafiante, dicotómica y contradictoria cruzada del disgusto y la gratificación183.
II
La persona de Domingo Faustino Sarmiento terminó por mostrarse incapaz de lograr una moderación en las opiniones y por lo tanto, cualquiera
fuera el motivo, su postura era de amor u odio. El segundo de esos sentimientos le valió la imputación de innumerables defectos y falencias, tanto
en sus concepciones teóricas como prácticas. Se lo ha acusado de ser sim-
Ibidem, p. 294.
Ibidem, p. 298.
181
Ibidem, p. 300.
182
Ibidem, p. 300.
183
Ibidem, p. 298 y 299.
179
180
84
PABLO FERRARA
plista, de carecer de un plan, de un sistema, de un método, en su esfuerzo
por implantar esa panacea correctora conformada por la instrucción general
del ciudadano; de equivocarse siempre que hace concesiones y de acertar
mejor vaticinando; de errar en la perspectiva al concebir al país como una
escuela y al gobernante como un educador, configurando una sobreestimación nostálgica, propia del desterrado; de haber sido un desacomodado en
un contexto al cual sin duda pertenecía y del cual para muchos era el representante más genuino184.
Es posible afirmar, sin embargo, que “Sarmiento no era un improvisado
en los estudios sociales. Durante años, pacientemente, indagó con alguna
amplitud y profundidad las características vertebrales de la estructura de la
sociedad, su tendencia a la evolución y la resistencia al cambio, todo dentro
de un contexto histórico.”185. De allí concluyó que “es muy seguro que no
educando a las generaciones nuevas, todos los defectos de que nuestra organización actual adolece continuarán existiendo, y tomando proporciones
más colosales, a medida que la vida política desenvuelve mayores estímulos
de acción, sin que se mejore en un ápice la situación moral y racional de los
espíritus.”186. A pesar de la diversidad de funciones que ejerció y de cargos
que ocupó, siempre “[s]iguió siendo maestro y periodista en el resto de su
existencia, porque estos son esencias de un destino e instrumentos de una
misión.”187. Asimismo, es posible agregar como nota distintiva de su labor el
hecho de haber tenido siempre resortes intelectuales más que habilidad política, aptitud que terminó por granjearle la simpatía de las masas de la gran
Este no es el lugar para debatir acerca de los numerosos opositores que tuvo que enfrentar Sarmiento a lo largo de su vida. Entre ellos, destaca el análisis realizado por Ezequiel
Martínez Estada, motivo por el cual remitimos a su obra (Ezequiel Martínez Estrada, Sarmiento, Argos, Buenos Aires, 1946) para un desarrollo pormenorizado. Para un detalle de la
posición y del desenvolvimiento de otros de sus opositores, ver José S. Campobassi, op.cit., p.
477 y ss. Asimismo, para un análisis genérico menos faccioso acerca de la labor sarmientina,
ver A. Puiggrós, R. Gagliano, M. Southwell, “Complejidades de una educación a la americana: liberalismo, neoliberalismo y modelos socioeducativos”, en Entrepasados (Revista de
Historia) Nº 24-25, Buenos Aires, 2003, p. 211.
185
Félix Weinberg, op. cit., p.12. Para una ponderación de las cualidades sociológicas
sarmientinas, ver Ibidem, p. 16.
186
D. F. Sarmiento, OC, T. XI, p. 39.
187
Ricardo Rojas, Op. cit., p. 134.
184
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
85
aldea y la confianza de sus correligionarios188. Esta última se vio alimentada
por su laboriosa e informada condición de político así como por un profundo
sentido estético de la vida pública, mostrada en la originalidad de su oratoria189. Por supuesto que su transitar político no fue un camino de rosas, pues
también se vio signado en numerosas oportunidades por la fatalidad y la
espalda de muchos que lo abandonaron ante su decisión de quebrar rutinas,
herir intereses y remover obstáculos190.
El hecho es que en su primer tramo político, las cualidades de Sarmiento lo llevaron a la Legislatura de Buenos Aires, y de allí a presidir el
Departamento de Escuelas:
cargo que hizo crear para aplicar sus ideas, apartando de la enseñanza primaria a la Universidad y a la Sociedad de Beneficencia. No creía en la
capacidad de esos doctores y matronas para estos asuntos; y trabajo costóle
obtener autoridad, recursos y leyes adecuadas, según los planes expuestos en su libro ‘Educación Popular’. Estrellábase contra la ignorancia de
muchos, la presunción de algunos, la rutina de los más. [...] Para crear
ese nuevo mundo escolar, gastó paciencia y elocuencia en conversaciones
y debates. Proyectó leyes sobre rentas propias, edificación y preceptores,
aunque sólo obtuvo parte de lo que pedía. Sólo treinta años después sus
ideas entraron en la legislación y en la opinión pública. Las prácticas del
sistema de educación popular que ahora vemos, obra es de su predicación
y de su apostolado191.
Retomaría la labor de educación masiva al volver de Estados Unidos
como Presidente de la República, proponiéndose “concluir con todos los
elementos de desorden que retardaban la evolución legal del país y convertir
en programa gubernativo el ideario de Civilización y Barbarie (1845), de
Ibidem, p. 405.
Ibidem, p. 404 y ss..
190
Se destaca en este sentido la muerte de su hijo Domingo en el asalto de Curupaytí,
en la Guerra del Paraguay, mientras él se desempeñaba como embajador ante los Estados
Unidos de América. “’En Washington –dice él mismo- recibieron los oficiales de la Legación
la infausta nueva, que comunicaron con delicados intervalos y a dosis preventivas primero,
hasta vaciar el amargo cáliz y mostrar las heces’. (XLV, 259)” En: Ricardo Rojas, op. cit, p.
479. Así también, Ibidem, p. 426.
191
Ibidem, p. 409.
188
189
86
PABLO FERRARA
Educación Popular (1849), de Viajes (1849), de Argirópolis, de Comentarios a la Constitución (1854), los libros que escribió en el destierro”192.
Ese propósito dio como resultado una presidencia aborrascada en sus aspectos políticos193, pero luminosa en sus aspectos intelectuales, lo que se pudo
apreciar en el celoso Patronato Nacional que ejerció194.
Por último, resulta imprescindible reiterar la contribución de Sarmiento
a la consecución de la Ley 1820, que permitió la centralización educativa
en el centralizado Estado y produjo una transición en la alfabetización que
partió de menos de un quinto del país para llegar a casi tres cuartos195. Y sin
embargo, no alcanzó.
III
En cierto modo cabe pensar que los esfuerzos de Tocqueville y Sarmiento no fueron suficientes para consumar el objetivo final de sus concepciones.
La realidad explícita en la Argentina en la república fuerte no pudo
evitar una evolución que terminó alejándose paso a paso del deseo de Sarmiento196. El espíritu faccioso y la consiguiente ocupación exclusiva en los
intereses propios parecieron demasiado enraizados en la sociedad, la que
no tardaría finalmente “en percibir, entre viejos hábitos criollos y el solitario aprendizaje del inmigrante, que más allá de aquella escisión de partida
entre lo público y lo privado se abría el horizonte de reconciliación de la
democracia.”197.
Para Tocqueville, por su parte, el final vino de la mano del Segundo
Imperio. Entonces, dos acciones muy distintas entre sí signaron el adiós a su
Ibidem, p. 521.
Ibidem, p. 508 y ss..
194
Ibidem. p. 524 y 525. Para más información acerca de su obra presidencial, ver los
Tomos L y LI de sus Obras Completas, dedicadas exclusivamente a los papeles del presidente y precedidas por un índice cronológico de su labor en ese cargo.
195
Para una evolución detallada de la alfabetización en la República Argentina durante
el siglo XIX, ver Juan P. Ramos, Historia de la instrucción primaria en la República Argentina 1810-1910: atlas escolar, Consejo Nacional de Educación, Buenos Aires, 1910.
196
Para una amplia descripción de la evolución del cambio argentino desde la perspectiva sarmientina, ver Félix Weinberg, op.cit., p. 17 y ss.
197
Natalio R. Botana, op.cit., p. 491.
192
193
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
87
carrera política. Una fue la adopción de una postura a largo plazo, algo así
como un compromiso provisional con el futuro: la única alternativa posible
al despotismo imperial era una monarquía liberal con sus libertades, su representatividad, su libre y público debate parlamentario, y por sobre todas
las cosas, su libertad de prensa. El otro motivo de su alejamiento del ágora
fue una reflexión en retrospectiva que lo mantuvo displicentemente errático
intentando conciliar la política teórica y práctica198.
Conclusiones
El primer balance del presente trabajo destaca la profunda similitud de
espíritu que enhebrara el planteo de Alexis de Tocqueville y de Domingo
Faustino Sarmiento, producto tanto del eventual contacto que ambos tuvieron con la obra del otro como de otras razones más circunstanciales199.
El origen de la semejanza puede remontarse en parte a la semblanza histórica de sus países de origen. Tanto Francia como la República Argentina se
veían necesitadas de una reforma en el sustrato humano capaz de sustentar
una inevitable democracia preservando el espacio de individualidad de todas las personas afectadas.
Tanto Tocqueville como Sarmiento transitaban una penumbra de inquietudes cuando parecieron encontrar una respuesta a sus planteos en los
Estados Unidos de América200. Allí fueron testigos de un sistema en funcionamiento que les permitió teorizar, proyectar más allá de su respectivo regreso a casa y analizar variables en juego para ejecuciones que permitieran
terminar la configuración de un modelo. Los respectivos paradigmas coincidieron en la percepción del origen y de la forma que parecía configurar el
espacio público estadounidense: desde los particulares hacia el Estado. La
disensión se dio en la proyección del dogma.
Por un lado, Tocqueville quiso ver en Francia un fenómeno similar al
existente en los orígenes de Estados Unidos, posibilitado por una educación
en el llano del estrato humano destinado a gobernar el Estado -la burguesía- y a partir de allí la consecuente configuración del espacio público -y
A. Jardin, op.cit., p. 471.
Natalio R. Botana, op.cit., p. 270.
200
Ver Introducción, p. 4 ut supra.
198
199
88
PABLO FERRARA
democrático- liberal. Contrariamente, Sarmiento era consciente de la imposibilidad de repetir en la Argentina ese elemento del modelo estadounidense,
por lo que pretendió que fuera un Estado consolidado el que educara y diera
forma a la masa en todas las áreas posibles de la vida, obteniendo de ese
modo como resultado esa sociedad democrática y liberal que tanto ansiaba.
A pesar de la citada diferencia en los proyectos, un nuevo acercamiento
a sus puntos de partida permite destacar que para ambos el elemento determinante y definitorio que los configura es la moral –en el sentido de aquellos preceptos que tornan posible la convivencia armoniosa de la sociedad-.
Precisamente, la moral se muestra en cada caso como la fuente primaria de
un proceso educativo que se muestra para ambos como definitorio para la
correcta configuración de sus sociedades, dando respuesta a otra de nuestras
disyuntivas201.
Sin embargo, un paso más allá en la lectura de los modelos vuelve a situarlos en extremos opuestos, pues cada autor decide definir de manera distinta los elementos determinantes de su educación, terminando por marcar
una irreconciliable disidencia. La referencia es por supuesto a la religión.
En efecto, como se ha podido apreciar a lo largo del trabajo, es nítida la
oposición de las dialécticas de Tocqueville y Sarmiento en lo que respecta a
la recepción política de la religión en sus modelos. Para el primero, el lugar
ocupado por la ella en la sociedad era y debía seguir siéndolo protagónico.
Para el segundo, en cambio, el depósito de la formación social en el Estado
debía significar el fin del ejercicio de la competencia educativa por parte
del aparato religioso y su relego a un lugar secundario. Esto debido a la necesidad de salvar las desavenencias del sentimiento religioso a través de la
razón y de la libertad de conciencia, elementos ambos imprescindibles en la
configuración del Estado y de la sociedad202.
Es preciso dejar bien en claro que el origen de la postura de Tocqueville
y de Sarmiento frente a la religión es producto de sus vivencias personales
y de su análisis acerca del rol que ella desempeñó en la configuración de las
realidades históricas francesa y argentina, matizadas sin duda por el balance
que cada uno arrojó de su experiencia en los Estados Unidos de América.
Ello, por un lado, derivaría en la aceptación teórica por parte de uno y en el
201
202
Ver Introducción, p. 4 ut supra.
Ver Ricardo Rojas, op. cit., p. 590.
EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA. TOCQUEVILLE Y SARMIENTO
89
repudio teórico de parte del otro. Pero más importante aún significaría la implementación en sus vidas políticas de una conducta consecuente con esas
concepciones teóricas y su traducción a la prosecución de sus objetivos, particularmente contrapuestos en este punto a las realidades de sus países. El
último detalle mencionado se sumó a la generalidad del caso, dando como
resultante una posición de permanente extranjería en espacio y tiempo203.
Para finalizar, se debe hacer mención a un hecho tan sencillo en su
enunciado como fundamental en su concepción, y es que tanto Sarmiento como Tocqueville tuvieron como motor de su obra teórica y política la
consecución de la libertad. En este sentido, resultan tan determinantes las
palabras del primero que sólo con ellas es posible dar por concluida la presente labor:
La educación del pueblo es hoy la preocupación de la humanidad; este sentimiento es la expresión de lo que antes se llamó religión, nobleza, cultura;
educarse es simplemente ser hombre libre.204.
La libertad, como todos los beneficios sociales, requiere larga preparación.
No nos basta que hayamos sacudido un yugo extraño y proclamado las
formas de la democracia o la igualdad de derechos entre los asociados.
Lo primero importa tanto como el rescate de una propiedad, largo tiempo
usurpada, y lo segundo como el plan que para su cultivo se propusiera el
que logró apoderarse de ella; mas es preciso en seguida desembarazar el
terreno de las malezas que consumen su sustancia, y diseminar la buena
simiente que ha de dar al fin los apetecidos frutos. Esta es nuestra misión
y la difícil tarea que nos impone la época. Prepararnos para la libertad,
allanar los caminos que conducen a la perfecta asociación, cuyo prospecto
encierran nuestras instituciones, realizar el programa de la revolución ésta
es la ocupación primordial del momento presente y a la que deben dirigir
sus conatos el pueblo y el gobierno, las cámaras y la prensa.205.
Para Sarmiento se recogió en el adagio de provinciano en Buenos Aires y porteño
en las provincias, mientras que para Tocqueville, claramente se podría adaptar al sentido de
aristócrata en la Modernidad y moderno en la Aristocracia.
204
D. F. Sarmiento, OC, T. III, p. 39.
205
D. F. Sarmiento, OC, T. IX, p. 41 y 42.
203
Sarmiento y su visión militar1
Guillermo Andrés Oyarzábal
Universidad Católica Argentina
Departamento de Estudios Históricos Navales
gaoyarzabal@yahoo.com.ar
Resumen
Las grandes naciones se construyen a partir de la visión alentadora de
un grupo de hombres, que en la comprensión cabal de la realidad son capaces de encontrar las soluciones necesarias. Para el estadista ningún asunto
puede reconocerse sin su relación con el otro y todos adquieren importancia
en tanto puedan contribuir al desarrollo nacional y el bienestar ciudadano.
En Sarmiento, la educación habría de ser el origen, y su realización, el instrumento inapelable en la construcción de un estado moderno.
En este esquema las instituciones aparecen como los pilares sobre los
que se apoya la verdadera esencia del espíritu nacional, y el único sostén
legítimo del Estado; de allí la preocupación por su consolidación. A la organización de la política, de la justicia y de la administración en general,
Sarmiento sumó un interés medular en torno al fortalecimiento del Ejército
y la Armada, que tuvo como punto de partida las guerras civiles argentinas,
continuidad con la experiencia adquirida en los Estados Unidos y su afirmación tras las consecuencias de la guerra con el Paraguay.
Esta investigación aborda los aspectos más profundos de su pensamiento castrense, materializado en obra a partir de un agudo trabajo de organización desarrollado a lo largo de sus servicios militares, y en la presidencia de
la Nación con la adquisición de modernos armamentos y la creación de las
primeras escuelas para oficiales.
1
Este trabajo fue presentado en el Congreso Extraordinario de Historia en Homenaje
a Domingo Faustino Sarmiento en el Bicentenario de su Natalicio (1811-2011), San Juan,
12,13,14 de abril de 2011, organizado por la Academia Nacional de la Historia, La Junta de
Estudios Históricos de San Juan y el Gobierno de San Juan.
92
GUILLERMO A. OYARZÁBAL
Palabras clave
Sarmiento – ejército y marina – poder militar
Abstract
Great Nations are the result of the encouraging vision of a group of
men, who with a thorough understanding of reality are capable of finding
the necessary solutions. For Sarmiento, education was the ultimate instrument for the making of a modern state, but he was also concerned about the
strengthening of the Army and the Navy after his experiences in the Argentine and American civil wars and the war of the Triple Alliance.
This paper focuses on Sarmiento’s military thoughts, which materialized during his different appointments, and especially during his presidency
with the acquisition of modern military equipment and the creation of the
first military academies.
Key Words
Sarmiento – Army - Navy – Military strength.
Introducción
Extraña, aunque no alcance a sorprender, la escasa trascendencia que
la vasta bibliografía le ha otorgado al pensamiento y a la actuación militar
de Sarmiento. Es cierto que no faltan obras de relevancia, pero estas son
muy pocas y en general del conocimiento de círculos reducidos de corte
netamente profesional. Se cargan tintas sobre sus dos grandes creaciones,
el Colegio Militar y la Escuela Naval, lo que tiene sentido por estar entroncadas en esa visión medular que tomaba a la educación como eje de todos
los proyectos, pero que desatiende en su comprensión, la experiencia del
sanjuanino transformada en conciencia. Una experiencia que se va materializando en su adolescencia al servicio de los ejércitos que operaban en el
interior del país y que crece a lo largo de su vida, forjando en torno suyo la
conciencia sobre la importancia y dimensión de fuerzas armadas nacionales.
Origen e influencias en su pensamiento militar
Por su edad Sarmiento no hubo de participar en los ejércitos de la Independencia y por eso, desde la temprana adolescencia, fueron las guerras
SARMIENTO Y SU VISIÓN MILITAR
93
civiles las que lo tuvieron como protagonista. Indudablemente forjó su carácter con el dramático testimonio de los enfrentamientos entre hermanos y
en el cuadro turbulento de los cuerpos de milicias, que como haciendo un
culto de la indisciplina se mostraban fieros e irrefrenables: “veíamos los espectadores avanzar una nube de denso polvo, preñada de rumores, de gritos,
de blasfemias y carcajadas, apareciendo de vez en cuando caras empolvadas
aún, entre greñas y harapos y casi sin cuerpo” La escena recrea su primer
contacto con los militares argentinos de entonces, y refleja su impresión de
las montoneras de Facundo: “He aquí mi visión del Camino de Damasco, de
la libertad, de la civilización. Todo el mal de mi país se reveló de improviso
entonces: ¡la barbarie!”2
Más allá de la influencia que en lo político tuvo en su espíritu el acontecimiento, que según él mismo lo decidió en contra del partido federal,
trasciende su aversión al caos y la impresión de que fuera de los principios
regidos por el orden ninguna construcción sería posible. Desde el principio
las guerras civiles lo ubican como un observador secundario y en ellas advierte los males que en todos los ámbitos aquejan al país.
Por cierto hacia el final de la década de 1810 se dibujaba el carácter de
las facciones que terminarían por romper la unidad, y la atomización provocada por los caudillos de las principales ciudades iría gestando la nueva
fisonomía del país. Las Provincias Unidas que precisamente en unidad se
habían enfrentado a la trascendente decisión de declarar la Independencia,
no se mostraban, más allá de lo formal, tan unidas como antes. La Nación,
que desde la Revolución de Mayo se había mostrado inconmovible, ahora
cedía a la presión de las provincias que renegaban de su tradición con, hasta
entonces, novedosos criterios de autonomía. El Congreso General Constituyente de 1824, apenas había logrado detener ese proceso, pero al definir
en su seno las divisiones entre federales y unitarios, no había hecho más
que alimentar con argumentos para las dos facciones la guerra civil que
se mostraba irrefrenable. El fracaso de Bernardino Rivadavia en la guerra
con el Brasil, su incapacidad para conciliar posiciones con el interior y el
crecimiento de los federales porteños conducidos por Manuel Dorrego, cerraron la posibilidad de mantener la unidad abriendo paso a una violenta y
extendida guerra civil.
2
Domingo Faustino Sarmiento, Obras Completas, tomo XXII, p. 224.
94
GUILLERMO A. OYARZÁBAL
En junio de aquel año, un incidente ocurrido mientras prestaba servicios con el grado de subteniente en el Batallón de Infantería de la provincia
de San Juan, lo había alejado del ejército provincial. Según la interpretación
de Augusto G. Rodríguez, Sarmiento no concebía la milicia tal como aparecía en la montonera, en tanto representaba la barbarie contra la civilización,
pero desde mi perspectiva, su alejamiento tiene más que ver con su visión de
país y la idea de que los ejércitos locales, producto del federalismo impuesto
por los caudillos, contribuía al mantenimiento de un sistema anárquico para
la Nación.
La revolución encabezada por Juan Lavalle el 1 de diciembre de 1828 y
las acciones de José María Paz en el interior fueron el origen de la actuación
militar de Sarmiento, quien se alistó a las órdenes del coronel Nicolás Vega
contra los federales de José Félix Aldao, Facundo Quiroga y Juan Manuel
de Rosas.
No es mi intención detenerme en el entramado político que acuñaba
la guerra, sino en la íntima composición de esos ejércitos, que por encima
de cualquier filiación mostraban siempre su caótica esencia, donde residía
el germen de la indisciplina, la ausencia de técnica y doctrina y la subordinación a líderes circunstanciales, que anunciaban la descomposición de
cualquier organización militar.
Sucede, que aún cuando Sarmiento hace hincapié en los extravíos federales, no puede desconocer por evidentes los mismos males en la facción
unitaria y por eso, se mostrará dispuesto a imponer los cambios necesarios.
Estimulado por las circunstancias inicia entonces una tarea formativa proveyendo instrucción básica al soldado y táctica a los oficiales, en el marco
de una administración minuciosa para lograr un sistema eficiente en la conducción de los hombres y en el manejo de los medios.
Esta misión autoimpuesta comienza a desarrollarse a partir de su nombramiento como ayudante del Escuadrón de Dragones de la Escolta del gobernador y capitán general de la provincia de San Juan en 18303. Convencido de que era imperativa la imposición de orden y disciplina como
fundamento para la constitución de los ejércitos, se abocó a esa tarea con
singular dedicación. A las actividades rutinarias como pasar lista, cubrir
3
Nombramiento en el empleo de ayudante del Escuadrón de Dragones de la Escolta
del teniente Domingo Faustino Sarmiento, Museo Histórico Sarmiento; citado por Augusto
G. Rodríguez, en Sarmiento Militar, Editorial Peuser, Buenos Aires, 1950, p. 43.
SARMIENTO Y SU VISIÓN MILITAR
95
guardias y distribuir el racionamiento, integró otras ligadas directamente
a la formación profesional técnica del soldado y táctica del oficial. Y en su
afán por la eficiencia impuso también una estricta administración que hacía
hincapié en una minuciosa aplicación de los gastos. Por encima de todo, su
acción no tendría otro objetivo que la dignificación del soldado, en oposición a aquellos milicianos que advertía en las montoneras de Quiroga y que
retratara en la ocasión “medio desnudos, desgreñados y sucios”; factor de
inspiración –según sus propias palabras- en la medida que le trajeron “la
idea de la educación popular como institución política”4.
Por estos tiempos crece y se apuntala la admiración de Sarmiento por
José María Paz, a cuyo Ejército de Línea sirve en el regimiento de Coraceros
comandado por el coronel Santiago Albarracín. Escribirá luego en Facundo:
“Paz es el militar a la europea; no cree en el valor si no se subordina a la táctica, a la estrategia y a la disciplina […] Es el espíritu guerrero de la Europa
hasta en el arma en que ha servido; es artillero y por lo tanto matemático,
científico, calculador […] es un militar hábil, y un administrador honrado,
que ha sabido conservar las tradiciones europeas y civiles, y que espera de
la ciencia lo que otros aguardan de la fuerza bruta”5.
La idea del militar se integra y crece junto con el proyecto político. El
modelo europeo de soldado, que aparece en su criterio a la vanguardia de la
civilización, se compone dentro del sistema republicano de Nación; que rechaza el atomizado esquema de ejércitos regionales y promueve la existencia del ejército único. De esta manera y desde muy temprano va madurando
la idea del ejército profesional.
En efecto, durante las guerras civiles fue desarrollando su concepción
respecto de las fuerzas armadas y el papel que habrían de sobrellevar en la
República. Desde Chile su labor periodística y formadora también se ocupó de la virtud del soldado, para cuyo ejemplo señalaba las acciones de
los generales de la Independencia, particularmente de José de San Martín y
Gregorio Las Heras. Resulta oportuno reparar en esta mirada, pues las dos
figuras representan algo más que mero espíritu guerrero, en tanto son protagonistas principales en la guerra de emancipación americana. En ellos, y en
el uso estricto del papel militar, Sarmiento advierte el sentido nacional y la
4
5
Ibídem, p. 44.
Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Calpe, Madrid, 1924, p. 191.
96
GUILLERMO A. OYARZÁBAL
proyección continental del pensamiento sanmartiniano, y ennoblece el papel
de los ejércitos sobre el mismo ideal de una Nación organizada.
Si en Paz ve al táctico, en San Martín reconoce al estratega. Las positivas referencias del sanjuanino a los ejércitos de la Independencia responden
precisamente a la visión integradora que lo anima; al tiempo que reniega de
los ejércitos populares, de la milicia ligada a sus jefes por lazos clientelares,
rescata aquellos, en los que ve un proyecto de aliento, que apoyado en el
sentir nacional es capaz también de trascender por su ideario las propias
fronteras.
Sarmiento, el Ejército Grande y Urquiza
Con la esperanza de mayores libertades y convencido que la caída de
Rosas traería consigo la unión del país sirvió en el ejército de Urquiza con el
grado de teniente coronel. Escribiría en 1849: “En las edades más bárbaras
de la Europa […] los señores feudales tenían sus tropas de siervos armados para arrancar contribuciones a los pasantes y quitarles parte de lo que
llevaban…”6 La apelación, que tiene por objetivo condenar las aduanas
interiores impuestas por las provincias sujetas a la estructura trazada por la
confederación, permite percibir el carácter que le otorgaba a sus ejércitos,
ligados a intereses regionales y distantes por su esencia de cualquier aspiración conciliadora. En 1850, Sarmiento, como siempre enfrentado al sistema
de pactos interprovinciales trazado por Rosas idealiza en Argirópolis una
organización federal:
Terminar la guerra, constituir el país, acabar con las animosidades, conciliar intereses de suyo divergentes, conservar las autoridades actuales, echar
las bases de desarrollo de la riqueza, y dar a cada provincia y a cada Estado
comprometido lo que le pertenece7
Para ese propósito fija la mirada en el poder político, económico y militar del gobernador de Entre Ríos. Hacia junio de 1851 Justo José de Urquiza
parecía materializar en su pensamiento los ideales de la oposición a Rosas
Domingo Faustino Sarmiento, Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud América, Fondo de Cultura Económica, México – Buenos Aires, 1958, p. 5.
7
Domingo Faustino Sarmiento, Argirópolis o capital de los Estados Confederados
del Río de la Plata, Imprenta de Julio Belin, Santiago de Chile, 1850, introducción, p. 4.
6
SARMIENTO Y SU VISIÓN MILITAR
97
con expresiones contundentes y reveladoras, donde afirmaba su resolución
de atacar “el miserable” espíritu provincialista, respetar el principio bajo el
cual debemos constituirnos y la integridad del territorio “a todo trance”8.
Sarmiento no puede menos que adherir a estas ideas y seguirlo en la campaña. Pero las decisiones políticas adoptadas por Urquiza inmediatamente
después de la victoria exigieron su alejamiento y ahondaron las diferencias
entre ellos. Hacia 1852 el vencedor de Caseros aparecía ante sus ojos como
aquél caudillo caprichoso indisciplinado y salvaje, aquél monstruo de “libertinaje, de petulancia, de grosería y de egoísmo que produjeron nuestras
guerras civiles”9. Sarmiento se muestra entonces como un apasionado federal, desestimando de hecho la confusión que los identificaba con Rosas.
Ciertamente en este país distinto, el unitarismo desde su interpretación
más pura se había extinguido desde la derrota de la coalición del Norte y la
muerte de Juan Lavalle en 1841; ya nadie podía pensar seriamente en una
organización semejante. En realidad el federalismo más puro, el doctrinario
y moderado poco tenía que ver con el que se había impuesto desde Buenos
Aires y de alguna manera era aquel pensamiento el que con sus características habría de imponerse. Esto fue reconocido pragmáticamente por los
tradicionales opositores y Sarmiento escribía en el epílogo de aquella obra
que su pasión era llegar a los “santos fines de organizar el país bajo la forma
federal, que –señalaba- he explicado, ennoblecido y justificado”10.
Me he extendido en este punto para demostrar que su convicción en
torno de la organización nacional estaba directamente implicada en la concepción de los ejércitos, cuyo servicio debía concentrarse únicamente en la
Nación. Esto atenúa la idea que la organización que sostiene para las fuerzas
armadas tiene que ver solamente con la nefasta opinión de las montoneras;
va más allá, pues no sólo son condenadas por el sanjuanino en virtud de su
ferocidad sino por la figura del caudillo a quien responden y la parcialidad
de sus objetivos. Sarmiento necesariamente habría de alejarse de Urquiza en
quien advierte la continuación de las políticas de Rosas:
Domingo Faustino Sarmiento, Campaña en el Ejército Grande…, cit., p. 22.
Ibídem, p. 315.
10
Ibídem.
8
9
98
GUILLERMO A. OYARZÁBAL
El caudillismo –dice Tulio Halperín Donghi- adaptado a las nuevas exigencias del comercio con las metrópolis europeas lo conoció Sarmiento en Entre Ríos; monopolios comerciales del gobernador y sus amigos; producción
orientada hacia los pingues negocios de exportación, trabajo esclavo de los
rehenes de las pasadas guerras… Sarmiento se negó a ver en ello el fruto
largamente soñado de veinte años de lucha11.
La organización nacional implicaba un salto hacia adelante que mayoritariamente fue interpretado en favor de la consolidación institucional. El
relativo fracaso de Urquiza en este sentido había distanciado nuevamente a
Sarmiento, quien desde Chile se mantuvo políticamente activo, pero alejado
de cualquier vinculación con lo castrense. Recién en marzo de 1855 retornó
al país y esta vez como oficial jefe del Ejército de Buenos Aires. Me detengo en la visión de Sarmiento de este tiempo, para quien la cuestión militar,
como muchos otros aspectos, ya no aceptaba aplazamientos.
En 1857, y tras ser elegido senador por San Nicolás en la provincia de
Buenos Aires, se centró en la organización del ejército con sólidos argumentos, envueltos en un discurso de significativos alcances, donde comparaba la
dignidad alcanzada por los soldados de San Martín, con la desaprensiva actitud de los militares de su época. A aquellos opuso la distorsionada flojedad
del oficial contemporáneo que, sin distinguir clases, había visto “tendido de
barriga jugando con el soldado”12.
Más allá del éxito o no de las propuestas e iniciativas, lo señalado muestra la naturaleza de su pensamiento en la materia, en tanto las instituciones
castrenses, según las concibe, debían estar regidas por la disciplina y señaladas por el prestigio. La mirada profesional que se centra en ellas iría materializando entonces el perfil de su tratamiento y obviamente las acciones
conducentes a obtener el ejército ideal.
Esta etapa lo muestra debatiendo por fuerzas armadas profesionales ceñidas estrictamente al servicio de las necesidades del Estado, al tiempo que
categóricamente reniega de la tradición sudamericana que a diferencia de la
europea –explica- hace jefes de sus ejércitos a hombres públicos de influencia política y económica. Sostiene que deben promoverse pocos generales y
Ibídem, Introducción Tulio Halperín Donghi, p. XXVIII.
Domingo Faustino Sarmiento, Discursos Parlamentarios, Augusto Belín Sarmiento,
Buenos Aires, 1898.
11
12
SARMIENTO Y SU VISIÓN MILITAR
99
todos ellos laureados por sus méritos y servicios en el campo de la guerra,
para que no puedan convertirse en la ocasión en caudillos del pueblo: “Yo
entiendo –decía- que para enaltecer la carrera militar […] lo que se debe
hacer es hacerles conquistar por servicios brillantes los grados”13
Pero mientras en el parlamento porteño se debatían esta y otras cuestiones la relación con la Confederación se tensaba. El 31 de marzo de 1859 Urquiza exigió la unión de Buenos Aires mediante un documento que además
del de Entre Ríos tuvo el consenso generalizado de las provincias de Corrientes y Santa Fe. El manifiesto conocido como Segundo Pronunciamiento
de Urquiza y apoyado por resoluciones del gobierno de Derqui, marcaba de
hecho un nuevo enfrentamiento en el campo de batalla.
Sarmiento volvió a enrolarse y fue destinado como jefe del Estado Mayor del Ejército de Reserva de Buenos Aires, funciones que conocía bien y
que por otra parte se adecuaban perfectamente a su temperamento militar.
Resulta casi redundante a esta altura de la exposición decir que este es el
ámbito militar donde se siente más cómodo, pues lo ubica en el núcleo desde donde surgirán las decisiones logísticas y estratégicas para las que por
su formación está más preparado. Desde Palermo y hacia fines de agosto,
escribe una enfática e instructiva nota a Pastor Obligado, ministro de Guerra
y Marina, donde exhibe no sólo su empeño por la organización y el control
administrativo, sino una legítima preocupación por contar con medios suficientes, adecuados y modernos para llevar adelante el conflicto.
Pide la renovación y adquisición de armamento moderno para reemplazar el existente que considera obsoleto, y premura para lograr una distribución acertada, que permita a su vez el adiestramiento necesario. Sarmiento
compara la eficiencia de los viejos fusiles a chispa e insiste en dotar a todos
de los nuevos a percusión, bregando así por ponerse también a la vanguardia
de la tecnología. Así, juzga que aún el ejército de Reserva, por la posibilidad de entrar en campaña, debe ser dotado de “medios eficaces de acción”
creándole “prestigios” que lo eleven ante sus propios ojos y los del enemigo; “eso no se obtendrá –dice- si por un constante fogueo el soldado no ha
adquirido completa confianza en su arma, y la idea de su superioridad”14
13
Ibídem.
Sarmiento al ministro de Guerra y Marina Pastor Obligado, Campamento en Palermo, 31 de agosto de 1859. Citado por Augusto G. Rodríguez, op. cit., pág 144.
14
100
GUILLERMO A. OYARZÁBAL
Por eso, aconseja también la provisión de la mayor cantidad de cartuchos de
fogueo y a bala que “sin reparar en gastos” permitan tanto el adiestramiento
como una efectiva capacidad de acción15.
Al ser derrotado en Cepeda (23 de octubre) el ejército de Buenos Aires,
e imponerse entonces la acción militar de la Reserva, fue nombrado segundo
jefe de la Línea de Fortificaciones, acompañando al coronel Wenceslao Paunero en el Comando General. Frente a las escasas posibilidades de victoria
parte de la ciudadanía se inclinaba por la rendición, el resto en cambio se
mostraba dispuesta a sostener la resistencia. Sarmiento que coincide con
los últimos, pretende combatir hasta el final y en un dialogo con Rawson
desnuda la racionalidad de su pensamiento: “Para ser vencido es necesario
ponerse en el campo de batalla. Así se conserva el carácter de los hombres”.
Augusto G. Rodríguez, en la documentada biografía del Sarmiento militar
señala:
Tenía la seguridad de que en la guerra ningún acto heroico puede resultar
estéril. El de menor trascendencia siempre constituye un ejemplo que ejercerá, tarde o temprano, su eficaz influencia sobre el espíritu de los soldados
y el pueblo del futuro16.
Por esa y otras razones concurrentes Sarmiento se mostró categóricamente contrariado con el Senado cuando sin lucha terminó aceptando las
condiciones de Urquiza; pero por encima de los acontecimientos y la visión
política de aquel momento lo que interesa en este estudio es la mirada que
sobre lo militar tiene el sanjuanino, incapaz de claudicar frente a la convicción de cada acto debe también ejercer una función formativa sobre el
ciudadano.
Tiempos de organización
La victoria de Mitre sobre Urquiza en Pavón fue despejando el escenario político, y Sarmiento tras cubrir fugaces cargos en el Ejército es desig-
15
16
Ibídem.
Ibidem, p. 149.
SARMIENTO Y SU VISIÓN MILITAR
101
nado gobernador interino de San Juan. Tanto en el Norte como en Cuyo, la
amenaza de la guerra se mantiene, y el gobernador sanjuanino comprende
que no es momento de dilaciones, compra armas y uniformes en Chile, forma dos escuadrones de caballería, una escolta de gobierno y consigue el
apoyo del Regimiento 1 de Caballería para la provincia, poco después crearía la legión de extranjeros de San Juan.
Cree firmemente en la importancia de una sólida estructura militar, que
además trascienda los designios locales, y en ese sentido le escribe a Mitre mientras lleva adelante sus proyectos: “Un escuadrón o un regimiento
de caballería creado bajo mi inspección, donde hay alfalfa, caballos y mulas, y posibilidad de civilizar la caballería, daría a la República un modelo,
créamelo”17. En otra carta le diría: “algún punto de esta parte de la República debe ser estación de tropas nacionales y desde Catamarca a San Luis,
San Juan me parece más adecuado. Ha de crearse caballería de línea. ¿Por
qué no hacerlo aquí?”18
La profesionalización y organización militar, la adecuada ilustración
de la tropa y consolidación de fuerzas armadas nacionales eran su obsesión:
“Voy, pues, marchando a fuerza de coraje, y en cuanto a ilusiones tengo a
mi público embaucado y boquiabierto, sobre todo en materia militar, pues
no se imagina usted cuanta sorpresa ha causado ver un ejército equipado a la
porteña, y guardadas las formas en todo”19.
Por exceder los propósitos de este trabajo no me detengo en la esforzada, consistente y exitosa actividad de Sarmiento en la guerra contra Peñaloza, ni en el acompañamiento militar que ya con el grado de coronel
desarrolló al lado del Ejército Nacional.
Establecido Mitre en la presidencia, cumpliría misiones diplomáticas
en Chile y Perú, hasta recalar en mayo de 1865 como ministro plenipotenciario en los Estados Unidos. Llegaba al país apenas un mes después de
terminada la larga guerra civil y se sorprende ante aquel despliegue que
pueden mostrar los vencedores por la magnitud de las fuerzas, la aplicación
de los recursos, la simplicidad de los equipos y arneses para la artillería y
Sarmiento a Mitre, San Juan, 22 de enero de 1862, Archivo del General Mitre, Tomo
XII, Buenos Aires, 1913.
18
Sarmiento a Mitre, Buenos Aires, 12 de marzo de 1862, Archivo del General Mitre,
op. cit.
19
Sarmiento a Mitre, sin fecha, Páginas Confidenciales, Buenos Aires, Elevación, 1944.
17
102
GUILLERMO A. OYARZÁBAL
caballada y los avances en la tecnología militar tanto terrestre como naval. Junto a su preocupación por la tecnología en armamentos se manifiesta
igualmente preocupado por lograr sistemas de abastecimiento eficientes. En
los Estados Unidos toma contacto con un significativo informe “Las raciones del Ejército. Cómo disminuir su peso y volumen, seguridad y economía
en su administración, evitar la escasez y aumentar el bienestar, la eficiencia
y la movilidad de las tropas”20. Según sus propias afirmaciones el problema lo había preocupado durante su gestión en el ejército de Reserva de
Buenos Aires, donde había aplicado un procedimiento de administración y
distribución de raciones que evaluaba como “económico y nutritivo”; pero
evidentemente el que se le presentaba era superador, sobre todo porque en
el Paraguay donde había que proveer a ejércitos con más de cincuenta mil
hombres y en territorios donde no abundaba el ganado era necesario adoptar
procedimientos que reemplazaran a los anteriores. Como en otras oportunidades Sarmiento volvía sobre el ejército de los Andes, que en su campaña,
según cita, había preparado “carnes secas asadas y molidas, mezclándola
con galleta y los necesarios condimentos, a fin de que estuviesen en estado
de comerlas, con sólo echarles agua caliente, lo que hacía un alimento sabrosísimo. Esta carne seca se prepara en Chile con el nombre de charqui, y
en nuestros ejércitos sería de útil aplicación”21.
Al análisis sistematizado de las novedades existentes en la materia,
agregaba Sarmiento una ansiedad asombrosa por incorporarlas en la Argentina.
Se venden por millares objetos de material de guerra, en remates y a precios ínfimos, y se me va el alma de no poderlos asegurar22.
20
Título original en inglés: Army Rations. How to diminish its weight and bulk, secure
economy in its administration, avoid vast, and, increase the comforts, efficiency, and, mobility of the troops.
21
Domingo F. Sarmiento a D. B. N. Horsford, Nueva York, 22 de octubre de 1865. En:
Las escuelas: base de la prosperidad y de la República en los Estados Unidos. Informe al ministro de Instrucción Pública de la República Argentina de Domingo F. Sarmiento, Ministro
Plenipotenciario y Enviado Extraordinario cerca de los gobiernos de Chile, Perú y Estados
Unidos, Nueva York, 1966.
22
D. F. Sarmiento, B. Mitre, Correspondencia 1846-1868, Museo Mitre, Ed. Coni,
1911.
SARMIENTO Y SU VISIÓN MILITAR
103
Desde su comisión, inició una activa campaña para convencer al gobierno, y en especial a Mitre, de los beneficios de adquirir los equipos y
armamentos de los que se desprendía el gobierno del presidente Andrew
Johnson.
Al tiempo que piensa en la compleja e integral modernización del ejército atiende también al desarrollo de los medios navales. Y mientras reclamaba la adquisición de pertrechos y armas, mostrándose particularmente
sensible frente a los desarrollos de la tecnología naval, se lamentaba por la
oportunidad perdida de adquirir los modernos buques que se rematan a un
quinto de su valor23.
En efecto había mantenido sólidos contactos con oficiales de los dos
ejércitos. En el Norte le llamaron particularmente la atención un nuevo tipo
de buque, el monitor, cuya actuación fue determinante en los combates navales de la Guerra de Secesión, y del Sur rescató otro original sistema de
armas basado en la acción de un proyectil de gran poder destructivo, el torpedo, que apoyaba su eficacia en la sorpresa. Sus características, además
de disminuir el grado de vulnerabilidad ante el fuego enemigo, permitían el
movimiento de los cañones en los 360º independizándolos de las limitaciones impuestas a la maniobra por las condiciones del teatro de operaciones,
lo que representaba una ventaja particularmente apreciable en aguas restringidas. Los torpedos, en cambio, eran un arma de remotos antecedentes, cuya
consideración había crecido extraordinariamente durante los últimos años.
Sarmiento, centrado en la visión de los hombres de la generación del
37´ consideraba el Río de la Plata como centro y eje de los esenciales intereses argentinos y fue precisamente sobre estos principios y tras los conocimientos y la experiencia adquirida en los Estados Unidos que maduró el
proyecto de la Marina que quería para el país. Forjaba así la idea de contar
con una modesta escuadrilla de acorazados de río y se sintió particularmente
inclinado a ver en el torpedo la solución más pronta y viable para resolver el
problema de la defensa naval argentina.
Con respecto a los medios navales que por sus características técnicas y
de vanguardia representaban lo más interesante escribía:
Vide nota de Sarmiento al ministro de Relaciones Exteriores, Nueva York, 16 de junio
de 1865. En: Sarmiento, Obras Completas, tomo XXXIV, op. cit.
23
104
GUILLERMO A. OYARZÁBAL
Se están vendiendo en pública subasta los buques de vapor de guerra que
formaron las escuadras fluviales [...] se han rematado algunos por el quinto
de su costo y están anunciados otros para la semana entrante24.
No perdía el tiempo y extremando el mandato de sus instrucciones antes de finalizar la comisión había adquirido y remitido armas, junto con la
contratación de ingenieros militares y hasta de un jefe del sur con conocimientos en la aplicación técnica y táctica de los torpedos25.
Pero la guerra con Paraguay ocupaba demasiado al presidente argentino
como para que pudiera concentrarse en proyectos de aliento. Todo aquel bagaje adquirido en el extranjero habría de aplicarlo luego, muy pronto desde
la primera magistratura.
En la presidencia
La elección de Sarmiento, con una significativa mayoría de votos del
colegio electoral para la presidencia, lo obligó a volver precipitadamente al
país. La Nación estaba empeñada en la sangrienta guerra que había requerido el sacrificio de sus hombres más jóvenes y a él, que en ella había perdido
un hijo, le tocaría darle fin. En el orden que apuntamos, la guerra de la Triple
Alianza no podía menos que dejar la amarga sensación de que el país había
sido sorprendido por el conflicto sin la preparación necesaria. Mitre había
movilizado a las guardias nacionales provinciales y al reducido aunque mejor organizado Ejército de Línea, para combatir en un teatro de operaciones
lejano y que ofrecía las peores condiciones de vida, en el contexto de un país
que no había podido erradicar el flagelo de las divisiones internas y donde
la guerra civil todavía dificultaba tristemente la posibilidad de consolidar la
organización nacional. La Armada era poco menos que un proyecto, pocos
buques mal pertrechados, peor armados y sin la necesaria cantidad de hombres adiestrados para llevar adelante operaciones de la magnitud reclamada.
Mientras los primeros a costa de ingentes sacrificios se habían mantenido
al frente en los campos de batalla, la Marina había conformado un mal dis-
Domingo Faustino Sarmiento, Cuestiones Americanas, tomo XXXIV, Ed. Luz del
Día, Buenos Aires, 1952.
25
D. F. Sarmiento, B. Mitre, Correspondencia 1846-1868, Museo Mitre, Ed. Coni,
1911.
24
SARMIENTO Y SU VISIÓN MILITAR
105
puesto conjunto de barcos contribuyendo sólo con acciones aisladas y más
concretamente operaciones logísticas y de abastecimiento. Sarmiento que
a lo largo de toda su vida había bregado por la ilustración, equipamiento y
organización de los ejércitos tanto de mar como de tierra, indudablemente
no podía estar conforme con el papel de la Argentina que salvando el honor
del soldado, no había estado a la altura de las circunstancias debido a la falta
de medios. Si esto había sido percibido por el sanjuanino al concentrarse
en el esfuerzo de guerra ni bien asumió la presidencia, mucho más habrían
de movilizarlo las consecuencias inmediatas de la paz que enfrentó a la Argentina en la mesa de negociaciones con su aliado más poderoso, el Brasil.
La relevancia del poder naval brasileño se convirtió en un factor predominante al dirimirse los intereses de las distintas naciones que participaron
en el conflicto, con proyecciones que permitieron la franca influencia del
Brasil en los tratados de límites que la Argentina libró con el Paraguay.
La herencia que había recibido en lo militar era abrumadora. A la guerra
y sus consecuencias se sumaban las fatigas del conflicto de fronteras con el
indio y las réplicas revolucionarias y desestabilizadoras del caudillo entrerriano López Jordán.
La lucha interna había señalado un tono aún más dramático a la contienda internacional, que tras sus derivaciones señalaba con evidencia incuestionable la necesidad de formar por fin y definitivamente fuerzas armadas
nacionales, comprometidas con los intereses de todos y sostenidas por el
espíritu de cuerpo que se alcanza con la profesionalización en escuelas propias. Este ejército nacional es el que en la mente de Sarmiento se materializaba casi con naturalidad, ante la visión de un país cercado por minorías
locales aferradas al poder de las armas. Así lo revelaba en su circular a los
gobernadores de abril de 1870 en ocasión del asesinato de Urquiza, donde
sostenía la omnipresente figura del presidente de la República, en tanto jefe
único de las fuerzas de mar y tierra y la indiscutible autoridad militar sobre
los gobernadores de provincia26.
El perfil que habría de darle tendría que ver necesariamente con lo que
él había visto y aprehendido en el extranjero. La evolución de las armas y
la necesidad de conocimientos técnicos, es decir de una sólida formación
Sarmiento a los gobernadores, Buenos Aires, 25 de abril de 1870. En: Domingo
Faustino Sarmiento, Obras Completas, tomo XXII, op. cit.
26
106
GUILLERMO A. OYARZÁBAL
del soldado, para la utilización eficiente de los sistemas de armas simples y
complejos, aparece con claridad entre sus cavilaciones; a esto uniría la suma
de conocimientos científicos que contribuyeran a proyectar el pensamiento
de nuestros militares donde no podían faltar, junto a los estudios tácticos,
una comprensión geopolítica y una visión estratégica. De esta manera advertía que la guerra científica reemplazaba sin solución de continuidad a la
guerra intuitiva, diluyéndose necesariamente aquel soldado en la medida
que se materializaba otro de mayor preparación.
El militar de conocimientos complejos e integrales surge en el pensamiento de Sarmiento antes que en ningún otro estadista argentino de la
época. A esos objetivos responde la creación del Colegio Militar en octubre
de 1869: “Me prometo contraerme a preparar a la carrera militar nuevo prestigio con mayor contingente e instrucción científica”27.
En mayo de 1872 a un año de funcionamiento del instituto ratificaba
con juicios precisos el camino señalado por sus decisiones, al reafirmar en
la labor de los profesores la misión de dotar al ejército de “oficiales científicos” indicando entonces que el arte de la guerra, por el material y sus medios
poderosos de destrucción, ponían el valor al servicio de la ciencia y del genio y donde el saber –decía- “era una guía hasta en los campos de batalla”28.
A la acción concreta aplicada en la organización, alistamiento e instrucción del Ejército sumó una labor aún más significativa en lo naval, pues por
sus condiciones se hallaba en una mucho más desmerecida posición. No hay
exageración al decir que Sarmiento fue el creador de la marina moderna. La
ley de armamentos sancionada en mayo de 1872, y que estimaba la inversión
de 2.600.000 pesos fuertes para la compra de armas portátiles de precisión
y de “tres buques de guerra encorazados, del sistema más adelantado y más
adecuado al servicio en las aguas de la República”29, abría un camino de
realizaciones impensado, desde las guerras de la Independencia la Argentina
había suplido sus necesidades navales con buque mercantes adaptados para
Augusto G. Rodríguez, op. cit., p. 345.
Mensaje al Congreso al abrir las sesiones parlamentarias, mayo 1872. En: H. Mabragaña, Los Mensajes, tomo III, Guerra, Buenos Aires, 1910.
29
Congreso de la Nación Argentina. Actas de las Sesiones de la Cámara de Senadores,
Ley n° 498 del 27 de mayo de 1872, autorizando la inversión de 2.6000.00 pesos fuertes en
la compra de buques y armas. Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires,
1894.
27
28
SARMIENTO Y SU VISIÓN MILITAR
107
la guerra, adquiridos por medio de requisas circunstanciales y sin ninguna
proyección. Los que la ley contemplaba eran buques de guerra concebidos
como tales y a la vanguardia de los adelantos tecnológicos de la época.
La influencia de su paso por los Estados Unidos se advertía no sólo por
el tipo de unidades que luego se adquirieron, dos monitores con aquellas
características que desde su comisión tanto había valorado, sino también por
la designación de ingenieros militares norteamericanos confederados para
desenvolver luego los primeros desarrollos sobre torpedos en la Argentina.
El proyecto inicial fue modificado y ampliado poco después con la adquisición de cuatro bombarderas y dos cañoneras que acompañarían a los dos
únicos monitores que se compraron.
Ese mismo año y sobre la base del ejemplo del Colegio Militar fue creada la creada la Escuela Naval Militar, el consenso alrededor de la necesidad
de organizar la Marina y la adquisición de los primeros buques de guerra
daban sentido a la iniciativa. La escuela comenzaría funcionar en un viejo
vapor el General Brown, de pobres condiciones y sin ninguna aptitud para
el combate, pero que en su modestia se mostraba adecuado para el aprendizaje de los primeros conocimientos marineros. La cuestión, sintetizaba, sin
embargo, la impronta del presidente argentino, para quien la educación y la
cultura eran el punto de partida de cualquier aspiración.
Sobre el rumbo dispuesto y en coincidencia con aquel espíritu, también
se estableció en Zárate el primer Arsenal de Marina30. La elección del lugar
respondió naturalmente a la defensa del Río de la Plata, y todas las consideraciones giraron alrededor del apoyo que podría brindar a las unidades de río
dispuestas en las embocaduras del Paraná, del Uruguay y en Martín García.
Las creaciones del Colegio Militar en 1869 y de la Escuela Naval en
1872 responden a este pensamiento sobre el carácter, función y papel de los
ejércitos en los estados contemporáneos. Una idea que se fue materializando
en la conciliación de la experiencia con la teoría y que cobró definitivamente forma en el ejercicio de la presidencia. En la visión de Sarmiento las
instituciones se entroncaban con objetivos similares: “dotar al ejército –dice
en relación con el Colegio Militar - de oficiales científicos ya que el arte de
Ley nº 1425, del 4 de octubre de 1873, autorizando al Poder Ejecutivo la inversión
de hasta trescientos mil pesos fuertes en la construcción de arsenales y depósitos de marina.
Colección de Leyes y Decretos Militares, tomo II, Compañía Sudamericana de Billetes de
Banco, Buenos Aires, 1898.
30
108
GUILLERMO A. OYARZÁBAL
la guerra, por el material que requiere y sus medios poderosos de destrucción, pone el valor al servicio de la ciencia y del genio”; para la Marina,
cuya escuela comenzó funcionando a bordo del viejo vapor General Brown
se apuntaba a la formación teórico practica que a bordo de los buques imprimiera la preparación necesaria para el arte de la guerra marítima junto al
conocimiento de las costas de la larga extensión del mar argentino.
Conclusiones
La historia impone sobre los hechos un análisis complejo, dinámico y
reflexivo, que en última instancia permite comprender al hombre por sus
intencionalidades en acción. Sarmiento no ofrece al historiador grandes dificultades en este sentido, pues debido a su protagonismo vital ha dejado notables testimonios materiales, al tiempo que, consciente de su responsabilidad
formadora quedan en nuestros archivos las notables páginas que ilustran su
pensamiento.
Como todos los hombres de su tiempo transitó entre la inacabable guerra civil y los esporádicos conflictos nacionales. En efecto, entraba a la adolescencia cuando se desató en el Río de la Plata la guerra con el Brasil y fue
testigo entonces de una violencia entre hermanos que no menguaba ni aún
en presencia del enemigo extranjero.
Determinado por la ferocidad que advertía irracional en las montoneras
renegó de ellas tanto por las formas como por los propósitos que defendían y
a sus manifestaciones opuso la necesidad de dotar a los ejércitos no sólo del
vestuario y armamento adecuados sino de una sólida administración regida
por la más férrea disciplina, técnica y doctrina. En su azarosa carrera militar
Sarmiento trabajaría por la imposición de estos pilares al tiempo que en la
medida que la Nación se organizaba diseñaba el perfil de las fuerzas armadas que quería para la patria.
Por eso y aunque probablemente haya querido destacarse con la espada
sólo encontró su verdadero lugar en los estados mayores donde por su temperamento, inteligencia y aptitudes pudo dar aún más de lo que se esperaba
de él.
Al entender el estado nacional como la única forma viable de organización política, advirtió en las fuerzas armadas un factor de orden que apoyado
en la disciplina interna, el respeto por las jerarquías y la división de funciones contribuiría a establecer la supremacía de la sociedad sobre el individuo.
SARMIENTO Y SU VISIÓN MILITAR
109
Esta visión de ejército profesional sobre la que empezó a trabajar en
San Juan cuando era gobernador fue la que pudo plasmar luego al ocupar
la primera magistratura. Sarmiento, entonces dotado con la madurez de su
larga experiencia y enfrentado a una dura y nueva realidad tomó el camino
por el que había trabajado siempre, la necesidad de imponer el orden en la
Nación.
Las consecuencias de la guerra del Paraguay sirvieron como catalizadores en la toma de decisiones. No era la primera vez que el país se enfrentaba
al enemigo extranjero haciendo gala de una improvisación irresponsable.
Había ocurrido frente al Brasil en 1825 y en la guerra que Rosas mantuvo
junto a Manuel Oribe en contra de Fructuoso Rivera en la década de 1840.
Pero lo sucedido antes, en el marco de un país cercado por guerras intestinas, y donde prevalecían los localismos sobre las aspiraciones nacionales,
no habría de ser admisible en los nuevos tiempos donde la organización
mostraba sus beneficios.
Desde la presidencia Sarmiento tuvo la oportunidad de animar con acciones y hechos todo lo aprehendido en el extranjero, adaptando a la propia
realidad la experiencia de los más adelantados. Su obra en el orden militar
fue sin duda la más trascendente, pues quebró la práctica anterior mediante
la cual el país -enfrentado al conflicto- arbitraba la constitución y alistamiento de sus ejércitos apelando a medios no probados, a veces obsoletos
o forzadamente adaptados, por un sistema iluminado por pautas de previsibilidad.
En efecto, su obra, al apoyarse en los desarrollos bélicos de vanguardia
y crear instituciones educativas forjó una tradición basada en principios de
estricta profesionalidad; criterios a los que por otra parte se abreva, cada vez
que por distintas razones la Nación sufre la tentación de apartarse de aquella
senda, trazada en la huella fundadora del pensamiento de Sarmiento.
Investigaciones
Política y religión en la ayuda social
del peronismo1
Carolina Barry
UNTREF/ CONICET
cbarry@fibertel.com.ar
Resumen
La laicidad de las instituciones de ayuda social durante el peronismo,
pretende ser revisada, a partir de las características de los hogares de tránsito
de la Fundación Eva Perón. Se ha hecho hincapié en la entrega o facilitación
de bienes materiales pero poco o nada se ha dicho, de la labor netamente
religiosa que se llevó adelante en ellos y de la impronta moral que tuvieron
estas instituciones. Este trabajo propone repensar algunos aspectos y capturar algunos matices de la relación entre el peronismo y la Iglesia Católica. También, describir y analizar la manera en que se impartió la actividad
religiosa en la institución benefactora por excelencia del gobierno, la FEP.
Palabras Clave
Peronismo- Fundación Eva Perón- Iglesia Católica- Ayuda Social- Hogares de TránsitoAbstract
The secularization of institutions of social help during the peronist decade, intended to be revised based on the characteristics of temporay homes
in the Eva Peron´s Foundation. Emphasis has been placed in the delivery
Este trabajo es una derivación de uno anterior: Carolina Barry: “Mujeres en Tránsito”, en: Carolina Barry, Karina Ramacciotti y Adriana Valobra (compiladoras) La Fundación Eva Perón y las mujeres: entre la provocación y la inclusión, Buenos Aires, Biblos,
2008, 77 – 117.
1
114
CAROLINA BARRY
or facilitation of material goods but little or nothing has been said, the distinctly religious work was carried out on them and the moral stamp that
had these institutions. This paper proposes to rethink some aspects, capture some nuances of the relationship between Peronism and the Catholic
Church. Also, describe and analyze how religious activity was held at the
Eva Perón´s Foundation.
Key Words
Peronism - Eva Peron´s Foundation - Catholic Church - Social assistance - Temporary Homes
La laicidad de las instituciones de ayuda social durante el peronismo
pretende ser revisada, a partir de la evidencia de lo sucedido en los hogares
de tránsito de la Fundación Eva Perón (FEP). Esta asistencia ha sido descripta como la entrega o facilitación de bienes materiales de distinto tipo
y valor a toda persona careciente que lo solicitara. Pero poco o nada se
ha dicho, respecto de la labor netamente religiosa que se llevó adelante en
ellos y de la impronta moral que tuvieron sus instituciones. Hay un primer
interrogante del que surgen otros: en qué tipo de instituciones se incluyeron
dichas prácticas; dicho de otra manera, qué sector social buscaban alcanzar.
Por otra parte, cabría preguntarse por qué se eligió a la congregación de las
Hermanas del Huerto, y si ellas consumaron una religiosidad formal o un
“cristianismo peronista” apartado de las prácticas religiosas tradicionales
como lo define Lila Caimari2.
Este trabajo persigue el propósito de repensar algunos aspectos y capturar los matices de la relación entre el peronismo y la Iglesia Católica.
Al tiempo que propone describir y analizar la manera en que se impartió la
actividad religiosa en la institución benefactora por excelencia del gobierno,
la FEP. Esta intervención social procuraba, también, consolidar las bases de
la constitución política del gobierno. No podemos dejar de tener en cuenta que estas políticas se aplicaban mientras se movilizaba a la mitad de la
2
Lila Caimari, Perón y la Iglesia Católica. Religión, Estado y sociedad en la Argentina (1943-1955), Buenos Aires, Ariel, 2002, 444.
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
115
ciudadanía en pos de un fin electoral con la creación del Partido Peronista
Femenino (1949) y la preparación de las mujeres para la primera elección
en la que participarían (1951). En ese sentido, trataremos de analizar si existieron posibles puntos de imbricación. A su vez, observar si se entreveraba
la religión y la política en dichas instituciones y cuál fue el papel asumido
por las religiosas. Este trabajo también, es una excusa para analizar la Congregación de las Hermanas del Huerto (HH) y su relación con el peronismo.
La Fundación
La Fundación de Ayuda Social María Eva Duarte de Perón se creó,
formalmente, el 8 de julio de 1948; en septiembre de 1950 pasó a llamarse
FEP. En poco tiempo se formó una estructura administrativa y burocrática
centrada en la ciudad de Buenos Aires que permitió llegar a los lugares más
aislados del país. Esta institución tuvo una notoria función social de la que
se desprende, también, un contenido netamente político. Su definición se
torna compleja, pues si bien su estatus era privado, actuaba en forma paralela, por encima o valiéndose del Estado. Esto planteaba una rica, compleja
y no exenta de conflictos relación entre la FEP y otras áreas de la
administración estatal, y también, con la Iglesia Católica con quien
se disputaban las poblaciones a asistir. Loris Zanatta, en una reciente
publicación, advierte que el sacerdote jesuita, Hernán Benítez, habría
sido el inspirador de la FEP. Según el mismo Benítez, él sugirió a Eva
remediar los fracasos del comunismo y del individualismo por medio
de la creación una organismo capaz de dar ayuda monetaria y puestos
de trabajo a los sectores más necesitados de la sociedad. También,
que edificase hospitales, escuelas, centros recreativos y otras obras
sociales y asistenciales3. De alguna manera, el abordaje de las políticas
de la FEP concentró ansiedades vigentes que se remontaban a períodos anteriores.
El análisis del alcance, funciones y potestades que tuvo la FEP no puede
ser entendido sin considerar cuál fue el papel que cumplió Eva Perón dentro
del gobierno peronista. Ella ejerció un marcado liderazgo carismático a partir de una serie de roles informales y fuera de toda estructura política, pues
Loris Zanatta; Eva Perón. Una biografía política; 1º edición, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, 222.
3
116
CAROLINA BARRY
no llegó a ocupar ningún cargo oficial en el gobierno. Sin embargo, su poder
provenía de la presidencia que ejerció en dicha estructura de ayuda social y
del Partido Peronista Femenino. Su presencia generó un reacomodamiento
dentro de la estructura administrativa y política del Estado, ya que en ciertas, y no pocas oportunidades, sus decisiones pesaban muchísimo más que
las emanadas de ministros o gobernadores.
Las políticas sociales han adoptado formas específicas según las distintas sociedades y los regímenes políticos; su valor está conformado por su
capacidad de asegurar el orden público y de preservar el equilibrio social de
una porción importante de la población imposibilitada de dominar el desamparo, y que vive en un estado de inseguridad social. La FEP implementó
políticas sociales destinadas a diferentes sectores, siendo los más beneficiados las mujeres y los niños, en definitiva la familia en conjunto. Dentro de
sus instituciones se encontraban los hogares de tránsito.
Los hogares
La Fundación abrió tres hogares de tránsito, y solo en la ciudad de Buenos Aires. Todos, en 1948 y en un radio cercano a la residencia presidencial.
Los tres tuvieron ceremonias inaugurales muy similares y fueron bendecidos por el arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Santiago L. Copello. El
proyecto de los hogares generaba muchas expectativas, esas “hermosas y
cristianas” realidades4, eran obras “muy peronistas”. Por esto se entendía
“amparar a las desamparadas” al punto tal que sus inauguraciones se transformaron en un hecho político, a las que concurrieron no sólo Evita, sino
también el Presidente de la nación, el gabinete completo, legisladores e incluso integrantes del cuerpo diplomático.
Los hogares de tránsito de la FEP buscaron incluir a un sector doblemente excluido: las mujeres, que en su mayoría se encontraban en grado
de pobreza extrema o en riesgo de desafiliación –utilizando las palabras de
Castel–. El autor define la desafiliación como una ruptura en las redes de
integración primaria, cuando el conjunto de las relaciones de proximidad
que mantiene un individuo sobre la base de su inscripción territorial, que
es también una inscripción familiar y social, sufre una falla que le impide
4
Zanatta, op.cit., p. 221.
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
117
reproducir su existencia y asegurar su protección5.
Las alternativas al trabajo asistencial han tomado formas particulares en
distintas sociedades y la FEP constituyó una de estas. Es probable que, en la
medida en que fuera tomando cuerpo el abanico de necesidades a cubrir, las
políticas sociales fueran reacomodándose a nuevas circunstancias. Desde
un inicio, los hogares procuraban llegar a la franja de mujeres en vías de
socialización. La respuesta fue un conjunto de medidas destinadas a promover su integración y protección. Las nuevas respuestas permitieron también
redefinir los propósitos y poblaciones de los hogares. De acuerdo con los
estatutos de la FEP, nacieron con el fin de proteger a la mujer que, con o
sin hijos, estuviera privada accidentalmente de vivienda. Al poco tiempo, y
teniendo más conciencia de la población a tratar se agregó un elemento por
demás significativo: asistencia espiritual y moral; una suerte de educación
para que la mujer aplicase en la familia y el hogar a cargo de las HH. Los
hogares estaban destinados sólo a mujeres y sus hijos, aunque si estos eran
varones, serían admitidos únicamente hasta los 14 años de edad. Los maridos, parejas e hijos mayores se alojaban en el Instituto Municipal Moreno,
donde solo podían pasar la noche y en el cual recibían un subsidio temporario. Ellos tenían prohibida la entrada a los hogares, excepto en situaciones
extraordinarias.
Los varones no contaron con un sistema de protección equivalente al de
los hogares de tránsito femeninos, lo que produjo como consecuencia una
discriminación etária, por sexos, por necesidades sociales y sobre quiénes
era perentorio asistir. Toda acción social requiere una toma de decisiones
respecto de aquellas poblaciones sobre las cuales se ha de intervenir. Una
vez establecido quiénes serían los beneficiarios de las políticas sociales de
la FEP, se definió sobre qué perfil social específico se llevarían a cabo estas
políticas. No sólo se tenía en cuenta la ausencia de recursos económicos que
imposibilitaran la subsistencia, sino también la privación de medios, de capacidades, de posibilidades de revertir sus propias situaciones personales y
familiares. Las condiciones de las mujeres alojadas en los hogares de tránsito eran pobreza extrema o indigencia, junto con escasos niveles de sociabilidad y de instrucción, desnutrición, falta de empleo, de vivienda, de acceso a
Robert Castel, Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado,
Buenos Aires, Paidós, 1997, p. 43.
5
118
CAROLINA BARRY
la salud y dificultad de ocuparse de la supervivencia de sus propias familias.
La tipificación realizada por las asistentes sociales era la siguiente: madre
soltera, madre abandonada, familia ilegalmente constituida, prole numerosa, niños anormales, ancianidad, invalidez, enfermedad crónica, tratamiento
médico, desocupación, tránsito justificado e inmigrantes, falta de vivienda.
Se trataba de sectores socialmente excluidos que se constituían, tal como
los define Pierre Rosanvallon, como la sombra proyectada de los disfuncionamientos de la sociedad, producto de un proceso de desagregación6. En su
mayoría provenían de las provincias del norte, especialmente de Tucumán,
Jujuy, Santiago del Estero, Misiones, Chaco, Formosa, Buenos Aires; también de Capital Federal. Asimismo, de países limítrofes, como por ejemplo
de Paraguay, Bolivia, Uruguay y Brasil. La heterogeneidad de situaciones
permite apreciar la diversidad de las problemáticas de los pobres en una sociedad de migración donde había trabajo pero también gran vulnerabilidad,
sobre todo entre las mujeres. En ese sentido, los hogares se presentan como
una institución muy flexible en términos de la población a la que pueden
captar, lo cual da cierta eficacia al asistencialismo de la manera en que éste
era concebido por Evita.
Los fines de los hogares eran protección, amparo, rehabilitación social,
inclusión, integración. Una de las características de lo social – asistencial
es la localización de las prácticas. Esto representa una línea de fuerza importante para el desarrollo de lo social asistencial que se dio de una manera
singular en la FEP, dadas las características internas que ostentaban los hogares comenzando con su misma denominación. El hogar implica calidez, y
ésta fue pregonada tanto desde el discurso como por la estética que a estas
instituciones se les imprimió. La armonía, la ambientación, la decoración,
exteriorizaban una apariencia agradable a la vista y formaban parte de los
puntales estratégicos de las políticas de inclusión y protección de las mujeres y de la ideología que el peronismo les imprimió a las instituciones
sociales. Las imágenes de la época refrendan un estilo refinadísimo que se
presentaba como provocativo e incitante; lejos estaba de ser una institución
“fría y desalmada”; todo en el hogar era bello, pulcro, armonioso.
La decoración no estaba librada al azar: los muebles y los adornos eran
Pierre Rosanvallon, La nueva cuestión social. Repensar el Estado providencia,
Buenos Aires, Manantial, 1995, p. 195.
6
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
119
de una calidad superlativa para los estándares de entonces, y de hoy, también. La estética era subversiva en todo el significado de la palabra; buscaba
provocar en quienes allí se hospedaban una reacción, una respuesta; es decir, una acción conducente a desear cambiar sus existencias. Ballent plantea
que la arquitectura del exceso era deliberada, cuanto más convencional y
poco innovadora mejor cumpliría con su objetivo político: la reapropiación
y resignificación de lo existente a quienes antes estaban excluidos de su
goce7. El lujo era entendido como reivindicación siendo una manera de
politización de la acción social. Esta estética implicaba también un choque,
y es probable que haya generado cierta perturbación en las mujeres; quizás
el lujo las inhibiera, en especial porque en la mayoría de los casos no hacía
más que dejar en evidencia sus infortunios.
El modelo ideal a imitar o a “ocupar” se asemejan al de los sectores
medios y medio altos y el estilo de vida recreado en los hogares buscaba
confrontar con realidades muy diversas, por no decir con su extremo opuesto. Las imágenes dan cuenta de un estilo de vida de mujeres muy diferentes
a las amas de casa o trabajadoras de las clases populares que debían desempeñar tareas múltiples en el hogar y fuera de él. El hogar de tránsito las presume sentadas en bellos sillones, cómodas, rodeadas de sus hijos, leyendo o
haciendo labores femeninas como tejido o bordados. Despreocupadas. Sin
embargo, el hecho de confrontar y la ansiedad de ocupar realidades culturales tan diversas implicaban la apropiación de una cultura que se presentaba
como alternativa, la de los sectores dominantes, que sin duda no era el reflejo de su propio estilo de vida. En el peronismo, y en especial en la FEP,
las imágenes ofrecen un aspecto alegre, gozoso, de bienestar y felicidad. La
estética, la sonrisa y la alegría cobran una suerte de valor político. Lo feo
deshonra y marca a quien lo recibe: “es lo merecido”. Por el contrario, lo lindo, lo agradable, considera y dignifica a quien lo acoge. Esto era considerado “justicia social”. Había un cuidado exhaustivo de los detalles, por medio
de los cuales se buscaba recrear el clima de una familia de clase media y no
precisamente el de una perteneciente a los sectores obreros, y menos aún de
mujeres en estado de indigencia o de pobreza extrema.
Los hogares de tránsito pronto se transformaron en un símbolo de la
Anahi Ballent, Las huellas de la política. Vivienda, ciudad, peronismo en Buenos
Aires, 1945-1955, Buenos Aires, Prometeo-Universidad Nacional de Quilmes, 2005, p. 67.
7
120
CAROLINA BARRY
revolución peronista, “la plasmación más real de la justicia social” y de
esa manera se presentaban y exhibían a numerosos visitantes nacionales y
extranjeros. En estos casos las religiosas ordenaban el Hogar hasta en sus
mínimos detalles, para mostrar “con orgullo” lo que la “Nueva Argentina”
ofrecía a los más necesitados. El hogar más visitado era el Nº 2: presidentes,
príncipes, princesas, nobles, altos mandatarios de la Iglesia, representantes
de distintos credos, políticos, embajadores, ministros, jeques árabes, empresarios, deportistas, actores, actrices. Todos dejaban, junto a su firma, unas
palabras halagadoras hacia la obra que estaban apreciando.8 De más está
decir que, dentro de la visita, la impronta católica no pasaba desapercibida.
Los hogares se convirtieron en una suerte de espectáculo en vivo donde las
protagonistas principales, más allá de la novedad de conocer a importantes
personajes, siempre en compañía de Evita, exponían sus escenarios de vida
a un público que se maravillaba al apreciar los alcances de la obra. Durante
las visitas, Eva Perón comentaba con orgullo a quienes la acompañaban
que “[…] la manera de conservar el orden en mis Hogares es confiarlo a las
religiosas […] pues tengo el orgullo de tenerlas en mis hogares […]”9. La
madre Eufemia redactó un informe sobre las visitas diciendo que desde la
apertura del hogar hasta el 17 de marzo de 1951, “la Excelentísima señora
de Perón concurrió al hogar sesenta y seis veces; siete veces lo hizo acompañada del Excelentísimo Señor Presidente y otras veces acompañada de
grandes personalidades… este Hogar es visitado continuamente, especialmente por personas extranjeras, quienes quedan admiradas de la higiene y
el orden que reina dentro de él. Parte de esto, se debe a que el personal es
dirigido exclusivamente por las Religiosas, a las que son adictas y dóciles a
su mandato”. De más está decir que, dentro de la visita, la impronta católica
no pasaba ni buscaba pasar, desapercibida.
Estas firmas se encuentran en los dos Libros de Oro del Hogar de Tránsito Nº 2 que
fueron donados a la autora por una ex directora y una ex empleada del Hogar. Hoy forman
parte del Patrimonio del Museo Evita.
9
Hermanas del Huerto, Cuadernos Internos Congregación, Hogar de Tránsito n° 2.
11 de octubre de 1948. Archivo Hermanas del Huerto, en adelante Archivo HH. (Todos los
Cuadernos Internos pertenecen al Archivo HH).
8
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
121
La profesionalización de la ayuda social
Una vez delimitada la esfera de intervención social surge la necesidad
de personal específico para instrumentarla. Es decir, quien se hace cargo de
este tipo de problemas no es cualquiera, ni lo hace de cualquier manera ni
en cualquier lugar, se trata de individuos o grupos que tienen por lo menos
un mandato parcial, y son identificados como tales10. Cada hogar de tránsito
funcionaba con una triple estructura y cada una con su debida jerarquía: las
empleadas administrativas, las religiosas y las asistentes sociales.
Las religiosas eran las Hermanas del Huerto, una congregación dedicada a la caridad y la educación, que formaban una comunidad por hogar,
es decir, cuatro religiosas en cada uno. No era una novedad que un centro
asistencial incorporara religiosas para la atención de los “menesterosos”, de
hecho, las principales y primeras prácticas asistenciales se realizaron en los
conventos y las instituciones religiosas. La Iglesia fue durante mucho tiempo la primordial administradora de asistencia, y dejó el paso luego a manos
laicas; un pasaje que se realizó sin rupturas. El trabajo apostólico destinado
a ayudar a los enfermos o los más necesitados fue desarrollado por congregaciones como las HH. Las hermanas comenzaron a trabajar en la Fundación desde su inauguración, en 1948. Eva Perón, conjuntamente con la Casa
Provincial, nombró a las religiosas. Una serie de reglas debían respetarse
para que la Congregación aceptase formar parte de una institución como la
FEP: el respeto de la moral, la práctica de la religión y el tiempo necesario
para que las hermanas practicasen su vida consagrada. Ellas se ocupaban del
economato y de la instrucción religiosa y estaban en relación directa con las
mujeres alojadas. Tanto las asistentes sociales como las administrativas trabajaban en dos turnos, mientras las religiosas lo hacían a tiempo completo,
de hecho, vivían dentro de los hogares en un lugar apartado conocido como
“la clausura”.
Las Hermanas del Huerto
La Congregación de las Hermanas de la Caridad Hijas de María del
Huerto fue fundada por el padre Antonio María Gianelli en Chiavari, Italia,
en 1829. En 1859 llegaron a Argentina solicitadas por las damas de la So-
10
Castel, op. cit., p. 41.
122
CAROLINA BARRY
ciedad de Beneficencia para ocuparse de la vigilancia de los asilos y hospitales11. Cuando comenzaron su labor en la Fundación, Eva Perón, conjuntamente con la Casa Provincial de las Hermanas del Huerto nombró a las
religiosas12. En un primer momento, dependían laboralmente de la Sociedad
de Beneficencia Intervenida; luego, y en coincidencia con el cambio de estatus, de la Dirección Nacional de Asistencia Social, y recién en 1952, de la
FEP. Sin embargo, estaban exceptuadas del cumplimiento del Reglamento
del Personal de la FEP normalizado en 195513. Los sueldos y aguinaldos de
las religiosas eran abonados por la Fundación y entregados a la vicaría provincial. Para pertenecer a la FEP, era necesario no solo estar comprometido
con “la justicia social y el asistencialismo”, sino también, con los postulados
justicialistas. El consejo de administración, puso en la letra en 1952, lo que
en verdad regía en vida de su fundadora; al punto que estableció separar
de los puestos clave a quienes no hayan cumplido con los preceptos profesionales y justicialistas14. Las Hermanas no fueron alcanzadas por estas
resoluciones.
La Congregación establecía que para formar parte de una entidad como
la FEP debía respetarse la moral, la práctica de la religión, y el tiempo necesario para que las hermanas practicasen su vida consagrada. Antes de incorporarlas a la FEP, escrutó pormenorizadamente sus antecedentes, como lo
hacía con toda persona que ingresaba, amén de la rigurosa y aparentemente
informal entrevista personal, indispensable para olfatear a las candidatas en
cuestión. Eva Perón quedó muy bien impresionada con ellas, sobre todo con
sus postulados de atención a los pobres que “desconocía el cansancio y los
límites” como también con la vida y milagro de la joven fallecida hermana
11
Carlos Correa Luna, Historia de la sociedad de beneficencia: 1823-1852,
Buenos Aires, Sociedad de Beneficencia de la Capital, 1923, p. 57.
12
Hogar de Tránsito n°1 la Hermana Superiora era María Pía Biasutti y formaba comunidad junto con las hermanas María del Buen Pastor Faccin, María Esther Abba y Angela
Allegrezza, María del Nazareno Corvati, María Antonia Fernández y María Vicenta Landri.
En el Hogar n° 2 la Hermana Superiora era María Eufemia Petraglia junto con las hermanas
María Isabel Rubini, sor María López, más tarde ingresarían María Bernardita Servidia, Dominga Arias y María Anunciación Rausch. En el Hogar n° 3 la Hermana Superiora era María
G. Basualdo, junto con las hermanas María Teresa Gallo, María Querubina Bolla.
13
FEP, Reglamento de Personal, Artículo 2. Buenos Aires, 1955.
14
Martín Stawski, Asistencia social y buenos negocios. La política de la Fundación
Eva Perón,1948-1955, Buenos Aires, Imago Mundi, 2009, p. 68.
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
123
Crescencia Pérez, que había entregado su vida a los más desfavorecidos y
necesitados. Además porque no era una congregación relacionada con los
“bienudos” como recuerda una de las directoras de los hogares, aunque habían trabajado para las damas de la Sociedad de Beneficencia. El sacrificio
era parte de su apostolado. Según consta en los reglamentos de creación,
fueron “instituidas para hacerse santas, haciendo bien a sus prójimos, sobretodo a los pobres y a los enfermos,[...] procurando el bien espiritual y
corporal del prójimo, no sirven a los hombres sino verdaderamente a Dios.
El cual, cómo dice el Evangelio, se esconde en los pobres”15. Gianelli dejó
también, directivas expresas: “se ocuparán, con mayor caridad de las personas angustiadas y no omitirán nada para consolarlas…en especial para
quien ha de cuidar enfermos, es necesario una caridad que no conozca ni
cansancio ni limites... tendrán siempre presente que cuanto más pobres sean
[...]. Abandonadas, indisciplinadas y aún malas [...] tanto más dignas son
de su caridad, recordando que Jesús vino a salvar a los pecadores [...]. No
desesperarse por las más indisciplinadas [...] deben vivir como pobres [...]
que sirven a los pobres”16.
Evita tenía una especial confianza en ellas de quienes decía “ [...] es
una de las congregaciones que más aprecio pues han sabido comprenderme
y mis deseos son confiar a esta institución, la parte espiritual de mis obras y
agradezco a las religiosas todo lo que han hecho y hacen a favor de mi obra
[...]”17. Se entabló entre las hermanas y la pareja presidencial una relación
muy estrecha sobre todo con la madre superiora Eufemia Petraglia, quien
era capaz de cualquier sacrificio en pos de la causa peronista. Muchas anécdotas refieren a dicha relación, por ejemplo el único lugar donde el Presidente Perón y Eva Perón aceptaban tomar o comer algo era en el Hogar de
tránsito N° 2 a cargo de ella18. Si llegaban de visita al Hogar en horario en
15
Antonio María Gianelli, Reglamento de las Hijas de María del Huerto, 1829. Archivo HH.
16
Gianelli, op. cit.
17
Hermanas del Huerto, op. cit., 26 de agosto de 1950.
18
La madre Eufemia, según cuentan sus compañeras, era tal el grado de identificación
que sentía con ellos, que cuando enfermó gravemente de cáncer y tiempo antes de fallecer,
ya caído el gobierno peronista, ofreció todo su sufrimiento y dolor por la conversión de Perón
al catolicismo. Entrevista de la autora a la hermana María Magdalena. Buenos Aires, 28 de
junio de 2000.
124
CAROLINA BARRY
que estaban dedicadas a la oración, no permitían bajo ninguna circunstancia
que las interrumpieran para atenderlos, es más, esperaban a que ellas terminasen para ser recibidos19. Los elogios se multiplicaban de ambos lados. La
Reverenda Madre General agradeció a Eva Perón, en varias oportunidades,
por la distinción con que las trataba a quien denominaba como la “Dignísima Señora” 20. Perón, por su parte, decía que las hermanas eran lo mejor
que tenía la Argentina21. Las HH pronto fueron tildadas como las “monjas
peronistas”.
La relación con las religiosas parecía mantener un camino propio, independiente de las dificultosas relaciones que comenzaban a vislumbrarse
entre la Iglesia y el Estado. Desde 1947 el gobierno había facilitado un considerable número de prerrogativas a la Iglesia como la duplicación del número de puestos eclesiásticos mantenidos con fondos oficiales, el aumento
de salarios y aguinaldos (entre un 50 y 100%) de la misma manera que se
aplicaban en el estado nacional, además de solventar los gastos de peregrinaciones a Europa, entrega subsidios para la compra y reparación de edificios eclesiásticos, entre otras cosas22. Sin embargo, el personal religioso
de los Hogares de tránsito estaba regido por convenios que en la mayoría
de sus disposiciones, se ajustaba al Reglamento del Personal de la FEP y
no del estado nacional y por supuesto contaban también con sus salarios y
aguinaldos, además de otras prerrogativas. Debido a la naturaleza del servicio que prestaban en los hogares, no gozaban de licencias reglamentarias
por descanso u otros beneficios propios de los agentes de la administración
pública. Sin embargo, recibían ciertas dispensas, como por ejemplo cuando
en 1951 se canonizó al fundador de la Orden Religiosa. Algunas hermanas
fueron a Roma y se ausentaron por un par de meses. Eva Perón, por medio
de la Dirección Nacional de Asistencia Social, autorizó la licencia con goce
de haberes, además de hacerse cargo del costo viaje y de todos los gastos
que éste pudiera ocasionar23. Este “privilegio” tuvo lugar cuando el Estado
19
Entrevista de la autora a la hermana María del Huerto. Buenos Aires, 10 de mayo
de 2000.
20
Hermanas del Huerto, op. cit. 27 de septiembre de 1950.
21
Ibidem, 1949.
22
Caimari, op. cit., p. 452.
23
Dirección Nacional de Asistencia Social. Resolución 2986. Buenos Aires, 13 de
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
125
había iniciado un proceso de reducción de los fondos públicos destinados a
las partidas del ítem “Culto” en el presupuesto nacional, lo que da la pauta
de la autonomía con que se manejaba la FEP y de la independencia que
mantenían las religiosas y Eva Perón, más allá de las políticas de gobierno.
Entre el cielo y la tierra
La inclusión de religiosas no era una novedad, como ya señalamos anteriormente, la mayoría de los hospitales, asilos e instituciones dedicadas
a la beneficencia contaba con su colaboración, debido, entre otras cosas, a
su honestidad, organización, pulcritud, manejo de las internas, experiencia
pero también la enseñanza del catecismo católico. Aunque se podría inferir
que estaba relacionada con el grupo social a proteger. Las asistentes sociales
estaban a cargo de solucionar las múltiples necesidades de las mujeres; no
obstante, las HH eran las que mantenían un contacto cotidiano y permanente con ellas. Cumplían una suerte de tarea educativa y evangelizadora; la
primera implicaba la enseñanza de “normas de conducta” aceptables para
la época, que abarcaban desde aprender a tender una cama (aunque las mucamas se ocupaban de la limpieza de los dormitorios) hasta cómo sentarse
a comer en un la mesa. También instruían en puericultura, cocina, costura,
limpieza, planchado y pautas generales sobre el cuidado y la salud de la
familia. No eran éstas actividades muy diferentes de las que la revista católica Criterio indicaba que debía desempeñar una joven casadera de “familia
sana” para ser buena ama de casa, esposa y madre: “no hay que olvidarse
de adiestrar a la joven en los quehaceres propios de su sexo que no se sienta disminuida por manejar la aguja o el sartén”24. Sería difícil creer que
la autora estuviera pensando en las moradoras de los hogares de tránsito,
sino en las jóvenes casaderas católicas. Incluso, estos aspectos tienen varios
puntos en común con los descriptos por Marcela Nari sobre la acción de la
educación maternal aplicada en la década del ‘30, que buscaba prevenir y
curar enfermedades, supervisar y controlar todo proceso de reproducción
biológica y moralizar a la población con los casamientos y reconocimiento
agosto de 1951.
24
Susana Bianchi, Catolicismo y peronismo. Religión y política en la Argentina 19431955, Tandil, Instituto de Estudios Histórico-Sociales “Prof. Juan Carlos Grosso”, 2001, p.
208.
126
CAROLINA BARRY
de hijos25.
Todas vestían un hábito negro con un pulcro delantal blanco. El economato comprendía el manejo de la despensa, cocina, ropería, lavadero, inventarios y la formación del personal de servicio. Era una tarea muy ardua
y delicada que estaba directamente relacionada con el abastecimiento de la
casa y la atención de todas las internadas, donde una hermana se hacía cargo
de cada sector. La comida que se servía en los hogares era un tema en sí
mismo y mantenía las características de atención individualizada, teniendo
en cuenta que la mayoría de las alojadas arrastraba generaciones de alimentación deficitaria. La comida que se daba en los hogares no escapaba a toda
la ideología impresa por la FEP para el cuidado de las mujeres alojadas. El
plan nutricional lo confeccionaba la sor de la cocina con la supervisión de la
médica del hogar que sobrepasaba las indicaciones calóricas sugeridas por
el ministro de Salud Ramón Carrillo. Nada era más importante que la alimentación de las mujeres y los niños: la mujer, perpetuadora de la especie;
los niños, el futuro.
Las hermanas también se ocupaban del depósito de ropa y blanquería,
que entregaban a las mujeres y niños tanto mientras estaban alojados en el
hogar como cuando se retiraban. El manejo de estos espacios estaba relacionado con la simbología de la llamada justicia social del peronismo. La
vestimenta formaba parte de los símbolos de cambio para las mujeres. La
indumentaria guardaba una estética muy especial propia de la época, parecía
sacada de los figurines de moda. Los vestidos estaban diseñados y realizados con gusto, con el fin de “realzar todo lo posible la belleza femenina”,
y para evitar que, al usarlos, la mujer “se sienta disminuida o humillada”.
La exaltación o la búsqueda de la “belleza femenina” y de la familia en
conjunto se puede rozar con las reflexiones de Lobato acerca de las “Reinas
del Trabajo”, donde señala que la relación entre rituales, belleza femenina
y política conformó una densa malla que le dio forma a la cultura de masas durante el primer peronismo26. No era un tema menor estar a cargo de
los depósitos de ropa provenientes de la FEP, pues implicaba manejar a su
25
Marcela Nari, Políticas de maternidad y maternalismo político. Buenos Aires, 18901940, Buenos Aires, Biblos, 2004, p. 202.
26
Mirta Lobato, María Damilakou y Lizel Tornay, “Las reinas del trabajo bajo el
peronismo”, en: Mirta Zaida Lobato (ed.), Cuando las mujeres reinaban. Belleza, virtud y
poder en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Biblos, 2005, p.181.
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
127
arbitrio y ponderación un dispositivo que, más allá de paliar necesidades
puntuales, implicaba también una suerte de manejo de poder. La pregunta
que surge es por qué las religiosas se ocupaban de esta tarea siendo que las
asistentes sociales eran las que llevaban el registro de las necesidades de
cada interna. Las repuestas pueden ser varias, se podría inferir que había
una relación estrecha entre ambos sectores. Por otra parte, quizás Eva Perón
tenía una mayor confianza en la “honestidad” de las monjas y en que no
utilizarían esta ocupación en beneficio político propio.
La religión, un servicio social
La especialización, la profesionalización, la institucionalización y la
discriminación de las poblaciones a intervenir estructuran la organización
del campo social asistencial, señala Castel. A este principio básico, la FEP
le incorporó otros elementos, como residencias lujosas con características
singulares y novedosas y una relación particular y especial con la beneficiada. Los tres hogares en conjunto efectuaban unos 30.000 servicios sociales
anuales. Por “servicio social” se entendía cualquier tipo de tramitación: desde una operación médica, la entrega de una vivienda, un pasaje o un bautismo27. No era necesario estar alojada en el hogar para obtener un servicio
social. Una mujer podía instalarse sólo por un día para realizar una práctica
médica y dejar a sus hijos en él, donde eran alimentados y cuidados por las
HH.
El fin del hogar se transformó en una manera singular de “ordenar” u
“organizar” a la familia, empezando por la madre, a quien se le otorgaba un
papel transformador. Si se lograba cierto equilibrio entre las necesidades
de la mujer y la solución a algunas de éstas, y que tuviera los medios básicos de reinserción, eso fortalecería a la familia en su conjunto. Es decir,
la mujer, sujeto de intervención, actuaba como un motor de cambio, y por
su intermedio se intentaba dar inicio a una nueva etapa de la vida familiar.
Consolidar la vida familiar aparece como la estrategia más económica de la
supervivencia de los sectores más pobres, entre quienes los lazos de solidaridad y ayuda mutua permiten aliviar la carga del Estado28; de allí el énfasis
27
28
FEP, Memoria, op. cit.
Castel, op. cit., p. 41.
128
CAROLINA BARRY
por normalizar las situaciones de hecho. Los hogares de tránsito no dejaban
de ser una alternativa más de ayuda o protección social, sin embargo, se presentaban como una suerte de pasaporte a una “segunda oportunidad” que era
insuficiente si no se alternaba con otro servicio social más: inculcar valores
morales y religiosos, indispensables para encauzar la vida de una mujer y
cumplir con su misión sagrada: la maternidad.
La tarea evangelizadora o la “ayuda espiritual” intentaba corregir aquellas situaciones que se consideraban “anormales”, como por ejemplo que
una mujer no estuviera casada por Iglesia, que los niños no estuvieran bautizados o que no hubiesen recibido la Primera Comunión. No sólo se impartían sacramentos, sino que también se otorgaba, dentro de las posibilidades,
algún tipo de enseñanza religiosa y de buenas costumbres y, por supuesto,
de principios morales. La asistencia de las HH buscó ayudar a estas mujeres
a las que “la vida no les había sido muy grata dándoles el alivio de la palabra
divina”29. Las apreciaciones de Criterio, sin embargo, parecieran desconocer lo que sucedía en los hogares, pues denunciaban la falta de contenidos
cristianos en el asistencialismo del Estado, así lo manifestaba un artículo
que decía: “o todo se resuelve con sentido materialista y entonces caemos
en la esclavitud del hombre o se reconoce y acepta el sentido espiritual de la
vida y los fines superiores del hombre”30.
El recambio era ágil, haciendo honor a su denominación “de tránsito”.
La función de los hogares no se circunscribía sólo a dar alojamiento temporal y alimentación a las mujeres sino que se trabajaba sobre las cuestiones
particulares de cada una de ellas, de sus hijos menores y, en definitiva, de
la familia. Esta atención personalizada que buscaba responder a las necesidades individuales implicaba acaso una intromisión en la vida privada y
en escenarios de la intimidad de las mujeres. En ese sentido se aprecia una
ruptura con formas anteriores de ayuda social. No se trataba de una intervención pasiva, sino que se apuntaba a superar las barreras que genera la
pobreza estructural íntimamente ligada a carencias de infraestructura básica,
salud, educación, y también a realidades particulares. Una suerte de imbricación entre lo macro y lo micro. Una persona que requiere asistencia debe
estar dispuesta, como señala Estela Grassi, a ventilar sus intimidades que
29
30
Hermanas del Huerto, op. cit., 17 de marzo de 1951.
Citado en Bianchi, op. cit., p. 219.
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
129
quedaban asentadas en fichas, informes y expedientes31.
Los estatutos de la FEP indicaban que la ayuda que se brindaba en los
hogares era material, y nada decían de la actividad religiosa implementada
en ellos aunque dentro de los servicios figuran los sacramentos religiosos.
Las prácticas religiosas se presentaban como un servicio social más que
brindaba la FEP, y eran cuantificadas y categorizadas como el resto de los
servicios prestados en los hogares. De esta manera, compartían la misma
jerarquía una operación médica, la entrega de una vivienda, un pasaje o un
bautismo32. Todas las instituciones de la FEP, especialmente las dedicadas a
los niños y a las mujeres, promovían las prácticas religiosas formales; pero
el caso de los hogares de tránsito fue distinto, pues fueron las únicas obras
de la Fundación donde existió una clausura (área exclusiva de las religiosas), una capilla y la asistencia permanente de las religiosas. La imagen de
la Virgen de Luján entronizaban los altares; los retratos oficiales de Perón y
Evita presidían todos los salones y dormitorios.
En un principio los hogares iban a tener solamente un oratorio y, eventualmente, se oficiaría una Misa. Pero un hecho originó la necesidad de
instalar en cada hogar de tránsito una capilla permanente. Antes de la inauguración del hogar de la calle Lafinur y ya habiendo algunas internas
alojadas, una tarde Eva Perón pasó por su hogar preferido. Ante su sorpresa,
las hermanas no se encontraban y azorada preguntó a dónde se habían ido.
Le contestaron que a escuchar la Misa diaria en la Parroquia Santa Elena.
Inmediatamente partió con su chofer a buscarlas, pero al llegar a la puerta
de la Iglesia decidió esperar. Las hermanas al salir de la Misa se encontraron
con tamaña sorpresa y una Eva que les reprochaba haber abandonado los
hogares33.
Al día siguiente comenzaron las obras de la capilla en el Hogar. Un mes
después, el vicario general autorizaba a abrir un oratorio semipúblico con
el debido permiso de la reserva habitual del Santísimo Sacramento siempre
que por lo menos se celebre una Misa semanal y se observen los cánones
correspondientes. El Arzobispo concedió al padre Hernán Benítez, confe-
Estela Grassi, La mujer y la profesión de asistente social. El control de la vida
cotidiana, Buenos Aires, Editorial Humanitas, 1989, p. 22.
32
FEP, Memoria, cit.
33
Entrevista de la autora a Julia Viglioglia, Jefa de Asistentes Sociales de La Fundación
Eva Perón. Buenos Aires, 17 de julio de 2000.
31
130
CAROLINA BARRY
sor de Evita, licencias generales para “ejercer el sagrado ministerio”.34Las
prácticas religiosas debían ajustarse a un cronograma de celebraciones35. A
la capilla no sólo concurrían las hermanas, sino que también se invitaba a
las empleadas del hogar y a las mujeres alojadas, aunque su asistencia no
era obligatoria. Los domingos explicaban los misterios de la religión y los
deberes y obligaciones que debían asumir como cristianas. Según la madre
Eufemia: “la señora de Perón dio a las religiosas amplia libertad para ejercer
su apostolado a favor de las almas,… aunque las personas que se alojan será
por poco tiempo, y por consiguiente a aquellas que poseen escasa noción de
religión, será difícil prepararlas”36.
La intención de brindarles apoyo espiritual y pautas morales a las mujeres era darles la posibilidad de reiniciarse “dignamente”, elemento indispensable para ser una buena mujer y madre, pero también era una forma de
brindarles una red de contención. La valoración era de época y no privativa
del peronismo, que la aplicó en todas las instituciones que involucraban a
las mujeres, como el Partido Peronista Femenino (PPF). Se podría inferir
que cuando se pensaba en las políticas destinadas a proteger e integrar a las
mujeres, la moral no era un tema menor: una mujer debía ser preservada en
tanto ella maneja el don de ser madre: un deber sagrado y única fuente de
gratificación femenina. Al reconocer estas capacidades, consideradas “esencialmente femeninas”, el peronismo logra distinguir a las mujeres como sujetos fortalecidos que ganan visibilidad sobre la base de un reconocimiento
de sus virtudes y capacidades. Aunque, a la par que las fortalece, les establece –en una instancia discursiva- límites, tanto para su actuación en el ámbito
público como para su posición en el ámbito privado, ya que se legitima
la división sexual del trabajo hombre trabajador /mujer administradora del
hogar.
Ellas se ocupaban de brindarles ayuda moral y religiosa y procuraban
por todos los medios “ordenar y reorganizar” sus vidas. En ese sentido la religión generaba límites, en especial gracias a una valoración sobre lo “bueno
y lo malo” muy estricta que implicaba, por ejemplo, que si la mujer no esta-
El Arzobispado de Buenos Aires a la Hermana Superiora Provincial, Buenos Aires,
24 de agosto de 1948. Archivo HH.
35
Vicario General Mons. Antonio Rocca a la Madre Superiora, Buenos Aires, 8 de
Mayo de 1948. Archivo HH.
36
Madre Eufemia Petraglia, Informes, 1948, Archivo HH.
34
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
131
ba casada por Iglesia se encontraba en “pecado mortal”. Según los registros
de las hermanas, en muchas ocasiones las mismas mujeres les pedían ayuda
para “arreglar sus vidas”. Las religiosas, acostumbradas a tratar problemáticas muy delicadas y, en algunos casos, tabú para la época, no las juzgaban
ni discriminaban por sus comportamientos morales, al menos no se traduce
esto en los cuadernos internos. En ese sentido, por ejemplo, hubo una mujer
que estuvo meses internada y luego largo tiempo alojada en el hogar por
intentar autopracticarse un aborto que derivó en una profunda infección que
casi la llevó a la muerte. Ella y sus hijos pequeños permanecieron al cuidado
y servicio de todo el personal del hogar. Es decir, por mucho que las acciones contradijesen los postulados religiosos, no se discriminaba a una mujer,
por el contrario, era un desafío intentar hacerla cambiar de conducta.
Podría cuestionarse cuál era la preparación de las religiosas para manejarse con mujeres con el tipo de problemática planteada. En general, su labor
había estado circunscripta al trato con enfermos, sin embargo, las religiosas,
en general, no tenían mayor experiencia de vida, muchas habían entrado al
convento siendo apenas adolescentes; además, la rígida educación recibida
y el encierro que implicaba la clausura como parte de su formación acarreaba una falta de conocimiento y quizás también de comprensión de la
vida extramuros, más allá de la buena voluntad que pudieran manifestar. De
alguna manera, esta situación quedó reflejada en el Primer Congreso de los
Estados de Perfección, celebrado en Buenos Aires en 1954, cuando la Congregación de las Hermanitas de la Asunción puso en la mira la vida de las
religiosas encerradas en sus obras y manifestaron la necesidad de que aquellas que enseñasen religión y moral deberían conocer la miseria de cerca, en
sus realidades tristísimas y saber cómo se vive fuera de los conventos para
poder orientar verdaderamente una conducta37. Sin duda podían dar lecciones de catecismo, pero qué tanto podían entender u orientar, descartando la
buena voluntad, situaciones de la vida íntima de estas mujeres cuando ellas
mismas carecían de una perspectiva más integral del mundo. Su concepción
las llevaba a pensar que estas mujeres eran como “ovejas descarriadas” a
quienes era necesario traer al redil, y para las religiosas la forma de hacerlo
era a través de los sacramentos, y por ello su empeño en contabilizarlos.
37
Ana Quiñones, Del “estado de perfección” a “seguir a Jesús con el pueblo pobre”.
El comienzo de la vida religiosa inserta en medios populares en Argentina. (1954-1976),
Buenos Aires, CONFAR, 1999, p. 21.
132
CAROLINA BARRY
Las hermanas llevaban un registro diario de quienes se acercaban a la
capilla, donde se cuantificaba hasta el número de comuniones impartidas
durante el año. En el hogar Nº 2, desde septiembre de 1948 hasta el 31 de
diciembre de 1951, se realizaron “treinta matrimonios, ochenta Primeras
Comuniones y ciento ochenta y seis Bautismos. De estos Bautismos, 23
eran externos enviados por Eva Perón, siendo ella y el presidente de la Nación padrinos; en catorce oportunidades estuvieron ambos presentes”. Un
incendio en Isla Maciel destruyó gran cantidad de viviendas y las Hermanas,
luego de darles alojamiento, comenzaron con su tarea evangelizadora y, en
el término de tres semanas, lograron Primeras Comuniones, Bautismos y
que se “normalicen cuatro matrimonios”. Según los registros de las hermanas, el 16 de mayo “las personas que vinieron de la Isla Maciel se fueron
muy contentas y agradecidas a ocupar las casitas mandadas a construir por
la Dignísima Señora de Perón. En acción de gracias, todas asistieron a la
santa Misa, damos gracias a nuestro Señor por el bien espiritual que nos ha
permitido hacer…”.38 No solo se ocupaban de “normalizar” las situaciones de las internas sino también las de los empleados, como por ejemplo
la del jardinero Juan Piccirelli y su concubina quienes, a instancias de las
hermanas, fueron casados por el Padre Benítez en una ceremonia a la que
asistieron Perón y Evita39.
Los niños de la Ciudad Infantil también recibían allí su Primera Comunión, ocasión en que la Fundación les entregaba a las nenas un vestidito
blanco y a los varones, bermudas de color azul, camisa blanca y el correspondiente moño para el brazo. Estas ceremonias terminaban transformándose en hechos políticos ampliamente graficados en los medios, pues era
habitual que Evita asistiese y que fuera ella quien condujera a las niñas al
comulgatorio. Luego les regalaba una medalla con la imagen de la Virgen
y compartía con ellas un refrigerio en el comedor, que estaba adornado con
flores blancas y amarillas. La conocida “debilidad” y orgullo de Eva Perón
por el hogar Nº 2 generó que funcionarios y adeptos al gobierno quisieran
bautizar a sus niños pequeños en la capilla del Hogar como una manera de
lograr bendiciones religiosas y de las otras. En la mayoría de los casos Perón
38
39
Hermanas del Huerto, op. cit., 16 de mayo de 1950.
Democracia, Buenos Aires, 4 de septiembre de 1949.
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
133
y Evita eran los padrinos, aunque no siempre concurrían a la ceremonia.40
También procuraban casarse allí empleadas y enfermeras de la FEP, obreros
y sindicalistas. Las capillas de los hogares se transformaron en los lugares
preferidos para pedir oraciones y Misas por la salud de Evita. Nada mejor
que hacer las súplicas en un lugar tan apegado al peronismo y tan apreciado
por ella41. Se transformaron en un símbolo del peronismo, un lugar donde la
religión católica no era el único factor aglutinante.
Las festividades católicas como Navidad o las Pascuas eran celebradas
luego de importantes preparativos en los hogares de tránsito. Los niños preparaban cánticos y villancicos y los familiares de las internas eran recibidos
para cenar en el hogar. Era una de las escasas ocasiones en que los hombres
podían ingresar, aunque debían retirarse inmediatamente luego del festejo.
Esta prohibición de ingreso para los hombres, salvo en ocasiones especiales, era equivalente a las políticas implementadas en las unidades básicas
del Partido Peronista Femenino42. Las Navidades adquirían connotaciones
políticas y religiosas: las internas aguardaban primero las palabras alusivas
de Eva Perón por radio y luego asistían a la Misa de Gallo, y al culminar realizaban una procesión hasta el pesebre, donde colocaban la imagen del niño
Jesús. Todos recibían un regalo de parte de Evita, generalmente un corte de
género, juguetes y una canasta con productos navideños.
El cultivo de prácticas religiosas formales que contaban con el aval de
Perón y el estímulo de Evita tenía lugar mientras las relaciones con la Iglesia
comenzaban a enfriarse y algunos cuadros católicos del peronismo iniciaban su migración del gobierno. Estas prácticas llevarían a pensar que habría
una intención de mantener los hábitos de la religiosidad formal mientras el
mismo Perón criticaba a los católicos que profesaban una religión formal y
Los más renombrados fueron los de Eva Gatica, la hija del famoso boxeador; un hijo
del presidente de la Cámara de Diputados, Héctor Cámpora, fue bautizado, y otro tomó la
Primera Comunión; el hijo del ministro de Salud Pública, Ramón Carrillo, el hijo del secretario general de la Confederación General del Trabajo, José Espejo. Incluso dos sobrinos de
Evita, los mellizos Juan y Blanca, hijos de Blanca Duarte de Álvarez Rodríguez. Hermanas
del Huerto, Fundación de la Comunidad del Hogar de tránsito Nº 2, Archivo HH.
41
Los pedidos llegaban de todos lados: los gremios, el partido, los funcionarios, diputados, gobernadores, todos solicitaban que celebrasen misas en la capilla del Hogar N° 2 “por
la salud de la Señora”.
42
Carolina Barry, Evita Capitana, El Partido Peronista Femenino 1949-1955, Buenos Aires, Editorial Universidad Nacional de Tres de Febrero, 2009, p. 76.
40
134
CAROLINA BARRY
superficial. Es probable que los hábitos mantenidos en los hogares entraran
en conflicto con lo que Lila Caimari dio en llamar el “cristianismo peronista”, definido como una religión popular desinteresada de las formas pero fiel
a la esencia social del mensaje cristiano43. De acuerdo con los análisis de la
documentación de las HH, las prácticas religiosas efectuadas en los hogares
eran las mismas que desde hacía años llevaban a cabo otras instituciones
católicas, como ser los colegios o los internados. La tarea evangelizadora
logró que reclutaran a una monja y un sacerdote: una de las empleadas del
hogar de tránsito Nº 2, María Angélica Savoy, que se ocupaba con “sumo
profesionalismo” de la ropería y patrimonio, adoptó los hábitos44, y Rafael
Sánchez, hijo de una interna, ingresó en el Pre Seminario de San Isidro. La
FEP le obsequió el ajuar reglamentario.45
Muerta Evita, y en pleno conflicto del gobierno con la Iglesia, se produjeron algunos hechos que perturbaron la vida en los Hogares: una orden
firmada por Alberto Bolaños, gerente de la FEP, indicaba que debían quitar
todos los crucifijos de las oficinas y las habitaciones. Dócilmente, los retiraron y guardaron envueltos en paños blancos esperando una respuesta,
ante el desesperado lamento de la madre Eufemia diciendo a todo el que
se le cruzaba: -“¿A usted le parece, María?”. Según consta en el registro
del año 1955 firmado por la Madre Eufemia, “En la persecución contra la
religión en que por permisión de Dios Nuestro Señor nos hemos visto sometidos este año, en que hemos tenido que sufrir, fue en tener que ejecutar
la orden recibida de retirar de los dormitorios los Crucifijos... En cuanto a
lo demás hemos seguido como siempre haciendo el bien espiritual, sin ser
molestadas por alguien,... los días que tuvieron lugar las dos revoluciones,
los Señores Jefes de nuestra repartición se presentaron al Hogar diciéndonos
que estuviéramos tranquilas que nada nos sucedería... y ordenaron que las
empleadas administrativas permanecieran constantemente en el hogar para
hacernos compañía, durante los días trágicos no teníamos Santa Misa en
casa, [...] y salíamos para poder oírla y recibir la Sagrada Comunión46. Los
Caimari, op. cit., p. 460.
En la actualidad, la hermana Magdalena es directora del Colegio del Huerto de la
ciudad de Buenos Aires.
45
Hermanas del Huerto, op. cit., 21 mayo de 1953.
46
Hermanas del Huerto, Informe Movimiento Espiritual del año 1955, Hogar de tránsito n º2. Archivo HH.
43
44
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
135
informes de las monjas muestran cierta ingenuidad y poco conocimiento de
los acontecimientos que estaban en ciernes. La Madre Eufemia increpó a
Perón por el tema de los crucifijos, quien como no podía ser de otra manera,
le dijo: -“No puede ser Hermanita, acá debe haber un error. Usted no descuelgue ningún crucifijo, porque eso no puede ser!”. La hermana volvió al
hogar y dijo a la directora: -“María, hablé con el presidente: deje todo como
está”47. Ese día la Madre Eufemia escribió en el cuaderno: “Hoy gracias a
Dios los crucifijos han sido colocados nuevamente en los dormitorios”48.
Este fue el único episodio de conflicto real que mantuvieron las religiosas con el gobierno, pues respecto de otros temas se manejaban por carriles
independientes de lo que sucedía con la Jerarquía eclesiástica; incluso, ellas
nunca dejaron de usar sus hábitos, como sí sucedió con la mayoría del clero.
Más allá de las razones reales del conflicto, la situación que se vivía era de
suma tensión, al punto que los Jefes de Servicio y de Departamento de la
FEP entregaron a cada directora de los hogares un revolver Colt 45 (pertenecientes a la Policía Federal), para defender el hogar en caso de ataque;
incluso, tomaron clases de tiro49 mientras cada hogar estaba custodiado por
policías de civil”.50 Los informes internos de las monjas muestran cierta ingenuidad y poco conocimiento de los acontecimientos que estaban en
ciernes. Es probable entonces, que el punto del conflicto no fuese la religión
en sí misma, aunque muchas veces se encontró atacada y cuestionada en
sus formas hasta por el mismo Perón. Una de las de las claves quizás para
comprenderlo, es como concluye Caimari, el del conflicto político general
de la Argentina en los últimos años peronistas.
La disolución de los hogares
Los hogares sufrieron dos estocadas fatales. La primera, la muerte de
Evita, un parteaguas del peronismo y en especial, en sus áreas de injerencia
directa. La segunda, el golpe de estado de 1955, donde la suerte de los Hogares se vio ligada a la del gobierno. La FEP fue disuelta por decreto el 23
Entrevista de la autora a Adela Magistrelli. Buenos Aires, 3 y 20 de julio de 2000.
Hermanas del Huerto, op .cit.
49
Entrevista de la autora a Adela Magistrelli y Nelly Magistrelli, Buenos Aires, 3 de
julio de 2000.
50
Hermanas del Huerto, op. cit.
47
48
136
CAROLINA BARRY
de diciembre de 1955, y sus inmuebles, transferidos al Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública. La llamada Revolución Libertadora en su fase
primera autorizó a que terminasen de atender y solucionar los problemas de
las mujeres alojadas, pero no permitieron el ingreso de otras, a fin de poder
cerrar los hogares. No era fácil conseguir la comida, los puestos de trabajo,
los tratamientos médicos. De manera llamativa, el registro confeccionado
por las HH no hace mención alguna a estos “cambios” de gobierno, y los
cuadernos, si bien ya no se detallan tan pormenorizadamente, mantuvieron
el registro del Bautismos y Comuniones. El último Bautismo fue asentado el
21 de enero de 1956, cuatro meses después del golpe de Estado.
Mientras se iniciaba la “desperonización del país”, algunas empleadas
y hermanas se hicieron eco de la Revolución Libertadora y declararon en las
comisiones investigadoras, como lo hizo la Superiora del hogar Nº 3, que
testificó acerca de “situaciones y personas que vieron por la ventana que
daba atrás del Palacio Unzué que conectaba con el hogar Nº 3”51. Mientras
otras siguieron fieles a la súplica de Evita, que les había pedido en su lecho
de muerte que no abandonasen nunca los hogares, y permanecieron hasta su
liquidación final. Fueron cerca de seis meses en los que fueron invadidas por
la angustia, la resignación, algo de miedo y muchos recuerdos. En los que
vivieron muy sugestionadas y proclives a sentir, oír y ver cosas extrañas:
ruidos, luces que se prendían y se apagaban inexplicablemente. La ocurrencia de alguna que hablaba de la existencia de un fantasma las hacía pasar
de la risa nerviosa a lágrimas de profunda tristeza. La madre Eufemia había
instalado en lo que era el jardín de invierno un pequeño altar con la foto de
Evita y una cinta argentina alrededor. No faltaban ni las flores ni los rezos.
Eufemia Petraglia fue la religiosa más apegada al gobierno peronista y, según los testimonios recogidos, se hizo eco del culto que se dispuso alrededor
de Eva Perón en esa suerte de religión política en que se había transformado
el peronismo52. Las Hermanas se retiraron de los hogares en diferentes fechas y con distintos destinos. Las últimas en retirarse lo hicieron en marzo
de 1956, porque fueron “instigadas a hacerlo”53, de lo que se desprende que
Las entrevistadas pidieron que no se las mencione. Según sus testimonios, la declaración versó sobre el caso de la adolescente Nelly Rivas.
52
Barry, op.cit., p. 198.
53
La Vicaría Provincial de las Hermanas de Caridad Hijas de María Santísima del
Huerto al Jefe de la Dirección del Personal del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pú51
POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LA AYUDA SOCIAL DEL PERONISMO
137
no se retiraron por su propia voluntad sino obligadas por el nuevo gobierno.
Consideraciones finales
Los hogares de tránsito constituyeron un enclave social, político y religioso. La política estaba presente de diversas maneras, en estas instituciones
organizadas y manejadas por mujeres y para mujeres. El peronismo alberga
una caracterización muy singular en su relación con la Iglesia Católica: formar parte de la tradición política más católica de nuestro país y también la
más hereje. El punto de mayor acercamiento entre la Iglesia y el Estado y
también el de más violento enfrentamiento54. Desde los inicios del gobierno
de Perón, si bien la relación era idílica en ese entonces, comenzaron a definirse las áreas potenciales de conflicto entre la Iglesia y el Estado peronista:
familia, educación, asistencia social. De cualquier manera no era la misma
impronta religiosa que movilizaba a las organizaciones católicas dedicadas
a la caridad. El conflicto se localizaba en el control de aquellos espacios
considerados claves para la reproducción de la sociedad55.
El sentido de las políticas sociales es asegurar el orden público y preservar el equilibrio social. No hay una forma única de intervención social
y en ese sentido, la FEP, tal como hemos señalado a lo largo del presente
trabajo, constituyó una alternativa coyuntural, si se quiere. En los hogares se entrecruzaron no solo las estrategias implementadas por la FEP sino
también la valoración política que tuvieron, y fueron de una importancia
sustantiva en el imaginario peronista. Los hogares de tránsito apuntaban a
desarrollar estrategias de protección e inclusión social a partir de la solución
a necesidades sanitarias, habitacionales y laborales pero también, religiosas
de mujeres y niños desafiliados o en riesgo de desafiliación. Las estrategias
utilizadas fueron peculiares, y sus características, distintivas. Los objetos de
lujo, la decoración, la indumentaria, la nutrición, la relación entre benefactora y beneficiada, la individualización de cada caso y la religión, formaron
parte de las estrategias de protección e igualación social femenina. También,
respecto de varios puntos significaron una ruptura con otras políticas de
blica, 13 de septiembre de 1957. Archivo HH.
54
Caimari op. cit., p. 444.
55
Ibidem.
138
CAROLINA BARRY
protección social implementadas por la Sociedad de Beneficencia, aunque
se pueden apreciar algunas superposiciones entre ambas esferas que no implicarían una continuidad.
Si bien las mujeres se presentaban como receptoras pasivas de la ayuda destinada a “mejorar sus vidas”, el hecho de que se pusiera el énfasis
en ellas las colocaba como potenciales operadoras del cambio en el hogar,
como promotoras de dinámicas transformaciones sociales, pues indirectamente modificaban también la situación de sus hijos y las de sus maridos.
Estas mujeres recibieron ayuda en dos planos: el material y el religioso. Del
primero, se ocupaba la Fundación a través del cuerpo de asistentes sociales.
Del segundo, las Hermanas del Huerto, en quienes Evita confió la asistencia
espiritual.
¿Por qué fue elegida esta congregación? Es probable que por su experiencia anterior en la Sociedad de Beneficencia, dando la pauta de una
cierta continuidad con algunas de las estrategias implementadas en períodos anteriores, aunque el peronismo buscó deliberadamente separarse de las
mismas. Aunque también, los fundamentos de creación de la Congregación
hicieron lo suyo. La estrecha relación con Perón y Evita, y la identificación
de ayuda a los pobres postuladas por la FEP, le valieron a las religiosas la
denominación despectiva, “las monjas peronistas”. Algunas prácticas analizadas a lo largo del artículo, llevarían a pensar en alguna tensión, aunque
imprevista, entre Eva y María.
El ejercicio del poder
en la República de los notables:
Notas sobre relaciones clientelares y legitimidad
Luis María Caterina
Universidad Católica Argentina
providencia1995@hotmail.com
Resumen
La vinculación entre la elite dirigente –principalmente rural en el interior de la Argentina- y los sectores dependientes, durante la república de
los notables en la Argentina (1880-1916), ha sido vista como una relación
clientelar. El objeto de este trabajo es explorar algunas pautas culturales que
aparecen como el fundamento de esas relaciones y que permiten profundizar
en el funcionamiento del sistema político durante esos años
Palabras claves
República de los notables – clientelismo político – gobierno – sistema
político – liderazgo carismático.
Abstract
The entailment between the elite leader - mainly rural inside the dependent Argentina- and sectors, during the republic of the notables in Argentina
(1880-1916), it has been seen like a relation to clientelar. The object of this
work is to explore some cultural guidelines that appear like the foundation
of those relations and that allow to deepen in the operation of the political
system during those years.
Keys Words
Republics of the notables – political clientelism - gobernorship - politic
system - charismatic political Leadership
140
LUIS MARÍA CATERINA
1.- La “repùblica de los notables”: de la legitimidad de los caudillos a
la legitimidad democrática
Entre 1880 y 1916, el gobierno de la Argentina –tanto a nivel nacional como provincial- estuvo conformado por un grupo de personas, que se
veían a sí mismo, y se nombraban como los notables: hombres que por su
origen, educación, fortuna o posición social, se consideraban naturalmente
llamados a protagonizar la vida política. Particularmente en las provincias
–y en algunas más pronunciadamente que en otras-, un grupo relativamente
reducido de familias principales –en general emparentadas entre sí- ejercieron el poder. Por ello se ha hablado de “aristocracias”, “oligarquías”,
“gobiernos de familia”, de “redes familiares”.
Si bien no cabe duda que las familias fueron las piezas fundamentales,
- y por lógica la manera de relacionarse era formar grupos más o menos
poderosos, más o menos estables, que podían mantener incluso enemistades prolongadas con otros miembros de las elites-, se observa también una
cierta participación popular. Por más acotadas y controladas que estuvieran,
siempre hubo elecciones y electores, cumpliéndose como un rito establecido a intervalos regulares, que solo las intervenciones del gobierno nacional
podían demorar, pero nunca eliminaron. La relación entre esos sectores de
elite que gobernaron en forma permanente y los sectores dependientes, ha
sido visto como una relación “clientelar”, algo común a toda la América
contemporánea. Los hombres principales, grandes propietarios rurales en
la mayoría de los casos, podían no tener grandes riquezas, pero ejercían
una influencia importante –en muchos casos decisiva- sobre sectores que
dependían económicamente de ellos, constituyéndose al mismo tiempo en
hombres a quienes se podía recurrir en búsqueda de consejo y ayuda ante
las continencias más variadas –particularmente cuando el estado se hacía
presente a través de algún requerimiento arbitrario. Esa posibilidad de recurrencia, tenía un correlato político al momento de las elecciones, pues había
una lealtad que estaba prevista y esperada por ambos extremos de relación.1
1
Un buen ejemplo de estos análisis, es el trabajo de Tulia Gabriela Falleti, “Redes
familiares y clientelismo político en el noroeste argentino, 1880-1930” p. 10-103, en: Tulia
G. Falleti – Fabian E. Sislian, Dominación política, redes familiares y clientelismo, Buenos
Aires, Grupo Editor Universitario, 1997, prólogo de Waldo Ansaldi. La brevedad de estas
notas nos impide extendernos en el concepto de legitimidad; una síntesis en Artemio Luis
Melo, Compendio de Ciencia Política, Buenos Aires, Ediciones Depalma, 1979, p. 239-258.
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
141
Esa relación clientelar ha sido objeto de reiterados estudios en los tiempos previos a la república de los notables. Luego, la relativamente pronta
aparición –ya en 1890- de serios cuestionamientos a la libertad del sufragio,
ha menguado el interés respecto a esas relaciones, que de todas maneras
habrían disminuído hasta cesar con la ley Sáenz Peña, que en 1912 consagra
impulsa una libertad electoral sin precedentes.
Nos ha parecido sin embargo, que más allá de la confluencia de intereses que se buscaban satisfacer a través de esa relación clientelar, podría haber algunas pautas de comportamiento –comunes en algunos casos, reconocidos en otros- que llevaban a robustecer o debilitar la misma, que podrían
servir de explicación de la pervivencia de determinadas prácticas políticas
que las vivificaban. El propósito de estas notas apunta a poner de relieve
algunas de esas pautas, que nos parece un camino que merece ser explorado
con más detenimiento, no solo en busca de las pautas de legitimidad contemporáneas, sino de su transformación ulterior.
2.- “… el primero de sus gauchos …”
El tema de las relaciones entre caudillos y sus seguidores, puede rastrearse desde los albores de nuestra organización política independiente.
Mata ha sintetizado las opiniones contradictorias sobre Martín Miguel
de Güemes; para algunos autores (Bernardo Frías por ejemplo), sus usos
y habla, era una mera afectación para ganar el favor de los gauchos, algo
suficientemente importante como para –con una masiva movilización popular- salvar la revolución de Mayo, a despecho de las reiteradas derrotas en
el Alto Perú.
Sin embargo, esas relaciones no iban en una sola dirección –la causa
revolucionaria-. Así lo expresa también Mata:
Las relaciones de compadrazgo o clientelares adquieren relevancia en el
contexto de una sociedad en la cual las vinculaciones personales son determinantes. Solo así se explica que aún en 1820, las fuerzas realistas lograsen
reclutar hombres cuando invadieron nuevamente a Salta. Las redes sociales, aún cuando maltrechas por los años de guerras eran capaces todavía de
responder positivamente. 2
2
Sara Emilia Mata, Los Gauchos de Güemes – Guerras de independencia y conflicto
social. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008, p. 162.
142
LUIS MARÍA CATERINA
Tanto en uno como en otro caso, tanto a favor de la revolución como en
contra, nos encontramos en presencia de modos de comportamiento compartidos por los distintos actores sociales; así, los modos de Güemes, no
serían no serían tan extraños y forzados como lo presentaba Frías.
Los patrones de estancias conocían y compartían costumbres y modo de
comportamiento y habla con sus peones. Quizá las ventajas de Gûemes
sobre otros propietarios que comandaban milicias residieran en su inquebrantable decisión de autonomía frente al ejército porteño. Lo cual, además significaba sostener la guerra contra las incursiones españolas con los
únicos medios que brindaba la provincia, es decir, organizando milicias
rurales y alentando una guerra de recursos que habría de afectar en primer
lugar a los comerciales y propietarios de la jurisdicción”. 3
No nos parece aventurado extender esa relación entre Güemes y sus
gauchos, al resto de los caudillos del período de la organización nacional, en
una larga enumeración que puede iniciarse con Estanislao López en Santa
Fe, Juan Bautista Bustos, y continua con muchos otros, incluído el mismo
Juan Manuel de Rosas. Del profundo conocimiento de la psicología del criollo y de las habilidades ecuestres de los caudillos hay sobrados testimonios.
Luego de la sanción de la constitución nacional de 1853, si bien hay
cambios profundos en el régimen institucional, las prácticas políticas no
cambiaron tan drásticamente. Quienes han profundizado el estudio en distintas provincias, advierten siempre la estrecha identificación de los sectores –principalmente rurales- con determinados hombres que los representan.
Había nuevos comportamientos (como los clubes políticos que empiezan a
aparecer en las ciudades), pero los antiguos perduraban con firmeza. Así se
ha señalado para Corrientes:
La participación desinteresada y numerosa del correntino,… se exteriorizaba en la acción del os movimientos políticos violentos, en los cambios
revolucionarios, en la formación de los batallones de combates, en accio-
3
Mata, op. cit., p. 93. Esta misma autora relata la decidida protección de Güemes respecto a sus gauchos, exhortando incluso a un oficial del Ejército Auxiliar del Norte – Martín
Rodríguez- que había apresado a algunos salteños exhortándolo a que “no los incomodara”.
Esa firme defensa tenía que ver con la relación personal y clientelística.
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
143
nes de valentía y de culto al coraje, antigua y esencial herencia hispánica
de manifestación valorativa del hombre criollo [...]” 4
Sin embargo, son múltiples los testimonios respecto a que la transición
se produjo en todas las provincias, pivoteando sobre esos hombres que tenían mando militar y poder económico, pero también una afinidad sobre los
sectores populares. Y ello valía tanto para una provincia importante como
Córdoba, o de escaso desarrollo económico –La Rioja- o una que estaba
iniciándose vertiginosamente en el camino del progreso alberdiano –Santa
Fe-. 5
c)
“… Eran verdaderos gauchos en el campo …”
Como decíamos al principio, entre 1880 y 1912, la estructura estatal en
las provincias fue ocupada por una elite que era básicamente homogénea.
Usualmente se repetía el esquema nacional: los hombres que la ocupaban,
concentraban toda forma de poder –político, económico, social, cultural-.
Nadie que lo tuviera estaba fuera del esquema existente. Nadie que aspirara
seriamente a tenerlo –y demostrara capacidad para ello- quedaba definitivamente afuera, a menos que mantuviera –el radicalismo lo haría- una intransigencia absoluta y permanente. En las elites provinciales –probablemente
más todavía que en la nacional- convivían las familias que hundían sus raíces en los fundadores con los llegados a lo largo del período hispánico o los
Dardo Ramirez Braschi, , Origen de las agrupaciones electorales en la provincia de
Corrientes – de Caseros a las presidencias liberales, Corrientes, Moglia Ediciones. 2004,
p. 116.
5
Puede verse al respecto, en relación a provincias muy distintas los trabajos de Norma
L. Pavoni para Córdoba, Marta Bonaudo sobre Santa F, Norma Pavoni sobre Córdoba y de
Ariel de la Fuente sobre La Rioja. Marta Bonaudo, “Las elites santafecinas entre el control
y las garantías: el espacio de la jefatura politica”, Hilda Sabato y Alterto Lettieri, La
vida política en la Argentina del siglo XIX – Armas, votos y voces, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2003. p. 259. Norma L. Pavoni “Las jefaturas políticas y su incidencia
sobre el clientelismo político: Córdoba, 1870-1890”, Cuadernos de Historia III, Serie de
Economia y Sociedad, Córdoba, Area de Historia del Ciff y H-Unc, 2000, p. 113 y ss. Ariel
De La Fuente, Los hijos de Facundo – Caudillos y Montoneras en la Provincia de La Rioja
durante el proceso de formación del estado nacional argentino (1853-1870), Buenos Aires,
Prometeo Libros, 2007.
4
144
LUIS MARÍA CATERINA
exitosos inmigrantes que a su prestigio por el hecho de ser originarios de
naciones poderosas –franceses o ingleses-, sumaban su empuje económico,
que les había forjado riquezas sólidas a ellos y por extensión a las provincias
que los habían cobijado.
Hombres que tenían “casa” en la ciudad, y en las zonas rurales eran
grandes propietarios, ejercían una influencia decisiva. Eran señores patriarcales, pero en general –y con la excepción notoria de los hombres de Buenos
Aires- de costumbres tradicionales y sencillas. Si bien sus riquezas –en la
dimensión provincial o regional- podían ser importantes, eran más que nada
hombres de influencia y prestigio para ser designados o hacer designar a
las personas que ellos desearan en los cargos electivos. Su lealtad con muchas de las personas que directa o indirectamente les dependían, su ayuda
económica, las mismas relaciones de “compadrazgo” con algunos de ellos,
la común adscripción a prácticas religiosas y más aún a patrones culturales
esenciales, era respondida por una equivalente lealtad de muchas personas
que se traducía en apoyos políticos, sin necesidad en muchos casos, de coacción al menos explícita.
Los hombres de las elites provinciales -lo tenían absolutamente claroestaban en la cima de un orden social que consideraban justo -, aunque los
más lúcidos tenían conciencia que no era inmutable y los cambios que ellos
mismos estaban generando, terminarían por destruirlo, o al menos alterarlo
profundamente. Igualmente claro tenían lo que consideraban sus deberes de
clase. Sin embargo, no solo tenían afinidades –muy grandes por cierto- con
los sectores dependientes, especialmente los rurales, sino que apreciaban
hacer gala de las mismas.
Eran conscientes que los tiempos habían cambiado y lo seguirían haciendo de manera acelerada. Lo expresaría de manera nostálgica Joaquín V.
González al escribir en 1894, en su obra Mis Montañas
¡Oh, ya se extinguieron estos tipos de la lealtad a muerte, nacida de la comunidad del sufrimiento entre señores y criados, en cuyas relaciones más
parecía el vínculo del amor que el de la servidumbre¡ Alli se conserva la
tradición del negro Joaquín, esclavo de mi bisabuelo, que se ponía quejoso
cuando se le prohibía servir la brasas en la palma de la mano, donde la sostenía sin el menor dolor, porque las faenas del campo le habían encallecido
la piel. Y era, sin embargo, un hombre libre que pagaba con abnegación el
cariño acendrado de sus amos, quienes le llamaban “Tata”. En sus brazos
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
145
se criaron mi abuelo, mi padre y mis tíos; él les enseñó a montar a caballo,
enjaezado primorosamente con monturitas a la moda criolla; él los entretenía por las tardes, en los paseos por las faldas pintorescas ó por los arroyos
silenciosos de las sierras cercanas; él les trenzaba lacitos para que aprendieran a pealar en la yerra como verdaderos gauchos, asimilándolos a la vida
campesina, y se los prendía al costado del apero, mostrándoles también el
arte difícil de enlazar de a caballo en el plano y en el cerro empinado, él les
enseñó a no tener miedo a los difuntos ni a los vivos; llevándolos a largas
expediciones a pasar la noche al raso, durmiendo sobre el suelo en el fondo
de una quebrada oscura, donde se decía que bajaba el diablo y donde las
brujas celebraban sus fiestas espeluznantes.
Era el negro Joaquín el maestro de una educación vigorosa, sana y varonil, de que era el mismo la mejor pruebas con su estatura gigantesca, sus
brazos como un gajo de algarrobo, sus manos con enguantadas de acero
y sus piernas como columnas de granito; y así también aquella armadura
inquebrantable se animaba con un alma pura, llena de virtudes y capaz de
las emociones más suaves. [...] El negro transmitía de hijos a nietos la tradición de la familia; y en sus lecciones experimentales, solía sellar, con el
ejemplo de los antepasados, la moral de sus sencillas pero santas doctrinas.
Era el geógrafo que tiene el mapa en la retina, el historiador de buena fe
que conserva con amor los anales caseros, el filósofo de observación y de
creencias sincera. En aquella aldea no había más escuela en las familias
que la de la tía o la de la hermana mayor, provistas de omnímodos poderes
sobre todos los niños de la casa y de los ranchos vecinos. Joaquín no sabía
leer, pero poseía la ciencia de la vida y la educación adquirida en el trato
prolongado con las gentes cultas; su inteligencia destellaba claridades de
relámpago y esparcía influencias vivificantes, [...]. Patriarca de la aldea y
de algunas leguas alrededor, era al mismo tiempo consejero y juez de las
pendencias familiares de sus paisanos, quienes lo revistieron de una autoridad de la cual nunca hubieron de arrepentirse. 6
Observemos las funciones complejas que el negro Joaquín cumplía en
el ámbito de una familia de la elite provinciana: era el depositario de la historia, ocupándose nada menos que de la transmisión de la tradición familiar,
enseñaba a montar y enlazar “[...] como verdaderos gauchos[...]”, como parte
de una educación no formal, pero no por ella menos valorada. El hombre,
Joaquin V. Gonzalez, Mis Montañas. Buenos Aires, W.M. Jackson Inc. Editores,
1953, pp. 37-38. (La primera edición es de 1893).
6
146
LUIS MARÍA CATERINA
que desarrollaría un largo cursum honorum, con distintas funciones políticas –diputado nacional, gobernador, senador nacional-, que era considerado
un intelectual relevante, recordaba al negro Joaquín, en una rememoración
que no puede considerarse un mera expresión de afecto, sino la valoración
de una educación “vigorosa, sana y varonil”, que había sido la base sobre
la cual había construído su carrrera política e intelectual. González expresaba así una vinculación –estrecha, profunda, visceral-, con los hombres de
pueblo (un ex esclavo), sobre la cual había construído su propia identidad.
En el universo en transformación, y pese a la exhortación alberdiana a
favor de la paz y que el heroísmo era en un mal en nuestro país, el coraje
físico podía constituir todavía una carta de presentación muy importante,
al menos para iniciar una carrera política. El caso de Julio Argentino Roca
–que obtiene todos sus ascensos militares hasta coronel en el campo de batalla- es quizá el más evidente, pero no el único. El hombre más influyente
de la política correntina durante todo el período –José Ramón Vidal-, recibe un impulso formidable en su carrera política, en un medio que como
vimos el culto al coraje era fundamental- cuando enfrenta decididamente a
un tal coronel Toledo, conocido como “El Bravo”. Ese episodio –en el cual
es dificil distinguir lo real de lo legendario-, lo posiciona como candidato
a gobernador que culminará con una senaduría nacional casi perpetua. El
coraje debía impresionar a sus contemporáneos –no solo a los ilustrados-,
pero a ello sumaba nuevas aptitudes –estudios universitarios y una capacidad negociadora que fue altamente valorada-. El coraje gaucho, no era una
credencial para la guerra, sino el pasaporte a una nueva modalidad de hacer
política; era la base a partir de la cual construir un punto de identificación
vital con los hombres, a los que conduciría paulatinamente a nuevas formas
de hacer política. 7
Solis Carnicer, María del Mar, Liderazgo y politica en Corrientes, - Juan Ramón
Vidal (1883-1940), Corrientes, Moglia Ediciones, 2005, p. 71 y ss. La autora transcribe uno
de los relatos que se hicieron del incidente: Vidal “[...] llama al segundo jefe y le intima la
entrega del Batallón a uno de sus compañeros. Por toda respuesta el jefe lo lleva a su lado
y mostrándole unos oficiales que allí cerca estaban le advierten tenían órdenes de matarlo.
Vidal repite la orden en alta voz y sube en su caballo. Fue en ese momento cuando los oficiales lo atacaron desnudando su espadas y Vidal sacando su revólver hirió a uno de ellos en la
cara. Media docena de amigos habían seguido a Vidal a pie y llegaron [...] en el momento en
que la compañía salía [...] Pero la conducta heroica del Dr. Vidal se había impuesto y la tropa
remolineó a la voz de fuego.” (p. 72).
7
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
147
Son pocas las biografías de los notables, que nos hagan ver cómo manejaban las relaciones con sectores dependientes, y muy especialmente,
cuáles eran sus comportamientos al respecto. Un caso paradigmático
es Luciano Leiva –caudillo roquista cuyo cargo más importante fue el de
gobernador en Santa Fe-. Sus opositores le nombraban como el “hombre de
los bosques”, en alusión a su caracter hosco y su profunda vinculación con
el trabajo rural que desarrollaba en el ámbito bravío de montes del norte
provincial. De Marco (h), afirma:
Disponía de su propia “mesnada”, que no era más que los peones de y
establecimientos y gauchos correntinos con los que estaba vinculado. En
momentos políticamente críticos no tenía más que mandar a bajar (desdel
norte) hasta la capital su legión de paisanos a caballo. Se le atribuía hablar
en guaraní como ellos, conocer sus modalidades y gestos. Había adquirido
hábitos que algunos políticos opositores de Rosario consideraban “salvajes” o “incivilizados”. Los más destacados, entre todos, eran el uso de la
fuerza, el autoritarismo y la falta de estudio y lectura.8
Con esos prejuicios sin duda se acerca un periodista, que comprueba
una realidad distinta:
[...] me lo representaba como un Júpiter tonante, altanero y brusco. La sorpresa fue enorme. El señor Leiva es un hombre de manera cultas y finas, de
un trato ameno y simpático que revela que posee una regular instrucción y
mucho conocimiento social.9
Leiva se preocupaba por concurrir a asado con cuero, para asegurarse
la inscripción en los padrones electorales de los criollos de los suburbios de
Santa Fe y Rosario, pero también era capaz de organizar banquetes para más
de doscientas personas, “…no vestidas de chiripá y alpargatas, sino de frac
y guantes blancos…”, tal como subrayó el ministro de guerra de la nación
al agradecerlo, una aclaración que aparecía conveniente para enaltecer a
Miguel Angel De Marco (h), Santa Fe en la transformación argentina – El poder
Central y los condicionamientos políticos, constitucionales y administrativos en el desarrollo
de la provincia. 1880-1912. Rosario, Museo Histórico Provincial Rosario, 2001, p. 209-210.
9
Ibídem, p. 210
8
148
LUIS MARÍA CATERINA
una personalidad que podía ser confundida con caudillo de segundo orden,
precisamente por su capacidad de alternar cómodamente en ambientes populares [...] y movilizar en ellos voluntades.10
Creemos que esos dirigentes que servían de lazo de unión entre hombres de distinta condición social eran frecuentes en distintas partes del país.
Un militar –de origen anglosajón pero profundamente acriollado- como Ignacio Fotheringham recordaría al escribir sus memorias a la familia González -en la provincia de Mendoza, que lo recibiera en sus fincas y haciendas
al momento de grandes maniobras que se realizaron durante la paz armada
con Chile en 1898:
No parece que aquellos campesinos alegres y bulliciosos de camiseta y botas sean los mismos que vimos anoche de smoking o de frac en los lujosos
salones, conduciendo del brazo a damas elegantes y deslizándose suaves”,
con sus zapatos de charol. El pialador era el banquero don Daniel y los
gauchos profesionales de la montaña no les ganaban en destreza con el lazo
o las boleadoras a don Carlos y sus robustos mocetones 11
En años posteriores (no podemos precisar exactamente pero alrededor de las dos primeras décadas del siglo veinte), un miembro de la clase
alta salteña, Roberto Luis Patrón Costa, se expresaría en términos parecidos
respecto a los dueños de estancias de esa provincia, más precisamente en la
zona de Anta:
En la provincia de Salta los dueños de las estancias y fincas eran reales
señores que sabían adaptarse con amo y decisión al difícil medio en el que
les tocaba actuar.
Así como eran capaces de sentarse en un redomón, tirar el lazo tanto a
caballo como a pie, tampoco tenían complejo para tomar una pala o un
hacha; dormir y matear con sus hombres en medio del monte, a la luz de las
estrellas o con temporal, compartiendo el asado y la amable charla.
Esos desvelos y cuidados en los momentos bravíos eran correspondidos
Ibídem, p. 211 y p. 225.
Ignacio H. Fotheringham, La vida de un soldado – reminiscencia de las fronteras.
Buenos Aires, Editorial Ciudad Argentina, 1998. Presentación y arreglo de la edición a
cargo de Isidoro J. Ruiz Moreno, p. 632. La primera edición es de 1909.
10
11
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
149
por parte de aquellos con singular afecto y medido respeto hacia la figura
del patrón.
Eran verdaderos gauchos en el campo como señores en todas sus actitudes,
y tanto sabían conducirse en la selva o en el descampado como cuando,
vestidos de frac, bailaban el vals en los engalanados salones de la ciudad12
Liberado de las precisiones históricas, un escritor como Juan Carlos
Dávalos –pariente del anterior-, en un cuento breve, completará las cualidades ideales que se presumía debía tener un patrón, delineándolo con caracteres casi legendarios:
[...] El patrón era tan apuesto gaucho como el capataz [...] Lucía don Santiago en su estancia la misma indumentaria que el capataz. Pero lo distinguían del gaucho de medio pelo, su altivo gesto hecho a mandar, su persona
y barba más aliñado, sus sillones de estima que solo él montaba, su rico
tirador con piezas de oro, su indiscutible pericia en las cosas de a caballo.
Nadie lo superaba en elegante destreza cuando en las yerras dábase a pialar
por pasatiempo; nadie como él era capaz de largarse monte adentro como
flecha por detrás de algún toro arisco para ir a pialarlo de las patas y tumbarlo de costillas en el primer descampado.13
Como puede advertirse, el patrón reunía todas las cualidades de un
hombre de pueblo, y podía expresarlas cuando quisiera “por pasatiempo”.
Tenía sin embargo un plus indiscutido: la aptitud para el mando, algo innato
Roberto Luis Patron Costas, Estancia El Rey, Salta, Equestri Editores, 1980, p. 27
Juan Carlos Davalos, “De hombre a hombre”, en “El viento blanco y otros relatos”,
Buenos Aires, Eudeba. 1963. Introducción de Augusto Raúl Cortazar, p. 64. En este largo
cuento, contrastan nítidamente el gaucho leal y el desleal. Este, desafía a un duelo criollo
al patrón que lo ha despedido. Derrotado y herido, en el final reconoce la superioridad de
su contrincante “Quiero pedirle perdón, patrón [...] Usté ha sido más hombre [...]”, p. 83.
Dávalos (1887-1959), publica este relato en 1922, por lo cual podemos asignarle contemporaneidad al momento institucional que estamos analizando. La prosa no es solo un magnífico
relato costumbrista, sino una acabada expresión del pensamiento de la clase alta salteña, de
la cual Dávalos era un conspicuo representante: el subordinado desleal ha sido derrotado
en un duelo entre iguales, en el que ha vencido el más diestro, precisamente el patrón. En el
relato no hay referencias a la actuación política del personaje principal –el patrón-, aunque sí
se recuerda su “coronelato en las guardias cívicas”.
12
13
150
LUIS MARÍA CATERINA
(estaba “hecho para mandar”), que elegancia y riqueza acompañaban, pero
de ninguna manera reemplazaban.
c)
“… como señores
en todas sus actitudes
…”
Sarmiento –uno de los intelectuales propulsores de los cambios profundos del siglo XIX y que haría gala permanentemente de su desprecio
al elemento nativo-, había advertido con sagacidad que un criollo –por humilde que fuere su condición social y económica- exhibía ciertos rasgos
distintivos.
[...] Este hábito de triunfar de las resistencias, de mostrarse siempre superior a la naturaleza, desafiarla y vencerla, desenvuelve prodigiosamente el
sentimiento de importancia individual y de la superioridad. Los argentinos, de cualquier clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen una alta
conciencia de su valer como nación; todos los demás pueblos americanos
les echan en cara esa vanidad y se muestran ofendidos de su presunción y
arrogancia [...]
[...] arrogancia de estos gauchos argentinos que nada han visto bajo el sol
mejor que ellos, ni el hombre sabio ni el poderoso. El europeo es para ellos
el último de todos, porque no resiste a un par de corcovos del caballo.
Y añadía un poco más adelante, una nota preciosa para encontrar el
sentido y origen de ese orgullo:
[...] La vida del campo, pues, ha desenvuelto, en el gaucho las facultades
físicas, sin ninguna de las de la inteligencia. Su carácter moral se resiente
de su hábito de triunfar de los obstáculos y del poder de la naturaleza: es
fuerte, altivo, enérgico. Sin ninguna instrucción, sin necesitarla tampoco,
sin medios de subsistencia, como sin necesidades, es feliz en medio de su
pobreza y de sus privaciones, que no son tales para el que nunca conoció
mayores goces ni extendió más alto sus deseos.14
No muy diferente es la semblanza que hace José Hernández de Martín
Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Ediciones Peuser. Buenos Aires, 1955. Fijación del texto, prólogo y apéndices de Raúl Moglia, p. 32-33. La primera edición es de
1845. La referencia a la altivez o arrogancia del gaucho es un lugar común en los relatos del
siglo XIX.
14
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
151
Fierro; en el primer canto, para definir claramente a su personaje:
Yo soy toro en mi rodeo
Y toraso en rodeo ajeno
…………………………….
No me hago al lao de la huella
Aunque vengan degollando
Con los blandos yo soy blando
Y soy duro con los duros
Y ninguno en un apuro
Me ha visto andar tutubiando
En el peligro ¡que Cristos!
El corazón se me ensancha
Pues toda la tierra es cancha
Y de estos nadies se asombre:
El que se tiene por hombre
Donde quiera hace pata ancha
Soy gaucho y entiéndalo
Como lo lengua lo explica
Para mí la tierra es chica
Y pudiera ser mayor
Ni la víbora me pica
Ni quema mi frente el sol15
Ambos escritos, separados por treinta años –además de la sanción de
la constitución, y el abismo ideológico de sus autores-, permite vislumbrar
–solo vislumbrar porque el tema es muy amplio- las razones del comportamiento político de las elites provinciales, y de sus búsquedas esenciales
de legitimidad. En medios rurales, ser “tan gauchos como los gauchos”,
dominar la recia tarea campestre, era la manera de ser reconocido como un
“primus inter pares”. Era el primer escalón de un reconocimiento social. Un
Jose Hernández, Martín Fierro, Madrid, Edimat Libros, , s/f., p. 15. La primera
edición es de 1872.
15
152
LUIS MARÍA CATERINA
hombre que no fuera capaz de entender esos comportamientos, respetarlos
y a su vez, lograr el respeto de esos hombres, no podía pretender sin más,
reconocimiento alguno.
De los fragmentos que antes hemos transcripto puede observarse que
los “notables”, reconocían –y subrayaban complacidos- no solo su identificación con formas de vida rurales, sino su pertenencia a ellas. No era un
comportamiento adquirido, sino una vivencia compartida con los sectores
populares. Pero algo había algo más, que surge –implícita o explícitamenteen todos los testimonios y que expresa cabalmente Patrón Costa: se veían a
sí mismo y a los de clase como “señores en todas sus actitudes”; el cartabón
para distinguir y distinguirse, era precisamente ese señorío, que la condición
social o económica, contribuían a manifestar más acabadamente. La arrogancia del gaucho que señalaba Sarmiento y que también describe Hernández, no podía ser objeto –al menos no exclusivamente- de una dominación
basada en una cuestión económica; debía haber siempre –aunque en grados
variables- una dominación carismática, que para los contemporáneos se expresaba en ese señorío.
El señorío era una actitud de vida, un ethos propio, con características particulares. Una característica liminar, era la posibilidad de alternar
en distintos ambientes sin desentonar en ninguno (recuérdese el caso del
santafecino Leiva y la aclaración sobre los asistentes a un banquete); era
“saber conducirse”, como decía Patrón Costas, lo que descartaba actitudes
meramente complacientes, chabacanas o demagógicas para mantener o adquirir lealtades. Esto significaba una sutil diferencia con los inmigrantes,
señalados siempre como la antítesis. 16
Señorío era no dejarse presionar por nadie, ni enemigos políticos ni
un subordinado o dependiente levantisco; o de vencerlo llegado el caso; era
“morir matando”, o “no apartarse de la huella aunque vinieran degollando”.
Señorío era no ver cuestionada su autoridad ni por los opositores políticos
ni por quienes invocaran derechos de sus trabajadores. La relación con éstos
era directa, de una lealtad recíproca. No había mediaciones posibles que
16
El inmigrante –particularmente el italiano-, aunque reconocido por su laboriosidad,
era visto como la sumatoria de las torpezas en cuanto actividad emprendiera, la antítesis de
la elegancia más elemental. Curiosamente, se confiaba en las circunstancias redentoras de
la vida social argentina. V. Jose Maria Ramos Mejia, Las multitudes argentinas –. Buenos
Aires, La Cultura Popular, 1934, p. 247. La edición original es de 1899.
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
153
incluso podían ser vistas como desdorosas. El señorío precisamente, era no
necesitar de tales mediaciones, porque la autoridad no se discutía sino con
los iguales, nunca con quienes no eran considerados como tales. La aparición de las organizaciones obreras –inicialmente en muchos casos “sociedades de resistencia”-, fue cuestionada no solo por cuestiones económicas,
sino también, porque aparecía como una mediación nacida de una elección
que le era ajena, originada en una representación que le era también ajena
y por tanto, desconocida, dirigida por gentes a los que no se reconocía el
mérito del trabajo, atribuyéndoles solo vivir del trabajo ajeno.
Dos situaciones –con cierta distancia en el tiempo y los protagonistasnos servirán para ilustrar el concepto, cuando era aplicado a las cuestiones
políticas, incluso a las de dimensión nacional.
Juan Ramón Cárcano relata lo que ocurre luego del mitin del Frontón,
prolegómeno de la revolución de 1890. Un grupo de manifestantes se dirige
a la residencia del presidente.
Cuando la columna popular llega a la esquina de Lavalle, a sesenta metros
de la residencia presidencial, aparece el coronel Capdevila, jefe de policía
seguido de un oficial auxiliar, montado en un caballo negro, botas relucientes, pantalón de paño blanco, casaca militar azul oscuro, un rebenque de
plata en sus manos de guantes claros, algunas medallas militares sobre su
pecho erguido.
Apenas la multitud advierte su presencia ralean los gritos, y a una señal
del coronel con su látigo de plata, dobla silenciosamente por Lavalle para
disolverse en las calles centrales sin el menor incidente. 17
Que una manifestación se pierda en las calles sin mayores disturbios –
es un hecho contingente-, pero sin duda lo que impresionó al observador es
precisamente el gesto de autoridad, reflejado en las pinceladas con las que
describe la escena. El relato es preciso: nada sobra; todo subraya el gesto,
que para ser más teatral –¿y por qué no más imperioso?- es acompañado por
un rebenque de plata. ¿Hay algo más jerárquico, que señalar a una muchedumbre la dirección que debe recorrer con un látigo? El gesto de autoridad
–y el éxito obtenido-, contrastan con las actitudes de otros hombres que el
Ramon J. Carcano, Mis primeros ochenta años. Buenos Aires, Ediciones Pampa y
Cielo, 1965, p. 104.
17
154
LUIS MARÍA CATERINA
mismo Cárcano relata momentos antes: entre quienes están en la residencia
“cunde la alarma” e incluso “algunos preparan sus armas”. No cabe duda
que para el autor, la conducta correcta era la del jefe de policía, quizá precisamente por la forma en que fue ejecutada. No olvidemos que Cárcano,
será uno de los pocos gobernadores que podrán superar –y en dos oportunidades- al pujante radicalismo como gobernador conservador de la provincia
de Córdoba.
Otro hecho de características exteriores absolutamente disímiles ocurrirá más de treinta años después. Ya no gobiernan los “notables”, pero es presidente Marcelo T. de Alvear, un hombre –por origen y formación- bastante
cercano. Un hombre –que a diferencia de su antecesor y correligionario- no
fomentará las huelgas, pero tampoco las reprimirá.
En 1923, el congreso ha sancionado la ley 11.289 de jubilaciones para
empleados y obreros. En el empresariado nacional crece el descontento,
Quien encabeza la oposición es Joaquín de Anchorena, que durante tres años
impulsará la derogación de la ley. Una de las tantas medidas de lucha, es un
lock-out patronal, una forma de expresar al titular del poder ejecutivo, la
pretensión que suspenda los efectos de la ley, ínterin el Congreso se expide sobre las reformas propuestas por el propio poder ejecutivo. Alvear sin
embargo, contesta no solo institucionalmente a Anchorena –un hombre que
aunque no sea de su partido puede ser reconocido como un igual- , sino que
hace de la cuestión, algo personal:
[...] aún cuando se encontrare facultado constitucionalmente par hacerlo, no
lo haría, ante la situación de fuerza que ha determinado el paro, pues sería
un desmedro para sí mismo y para su investidura de primer magistrado…18
Quizá la circunstancia que la pertenencia de ambos interlocutores a la
misma clase social, haya hecho más directa la contestación de Alvear: un
hombre de su clase no podía siquiera hacerle mención a una actitud tal; una
medida de fuerzas para presionar a las autoridades, podía ser entendida propiciada por los sindicatos –compuesto por gentes de otra condición social-,
pero nunca por un igual.
18
“El locaut patronal”, La Vanguardia, , 6 de mayo de 1924, p. 2, col. 3, Buenos Aires,
1924. El marco general del conflicto puede verse en Luis Maria Caterina, Los empresario
y el obrerismo en tiempos radicales (1916-1930), Buenos Aires, Educa, 2008, p. 223 y ss.
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
155
Señorío era “mandar”, cuando las circunstancias lo exigían. El ejercicio
de la autoridad implicaba el mando, cualquiera fuera el nivel en que se desarrollara. Obsérvese la crítica que realiza Matienzo a los gobernadores de
la república de los notables:
[...] la preocupación principal de los gobernadores de provincia, salvo escasas excepciones, no es gobernar, sino mandar. La manera usual de expresar que un gobernador ha tomado posesión de su cargo es decir que ha
asumido el mando… Y por mando entienden en primer término el derecho
de imponer su propia voluntad a los demás en todos las asuntos en que las
facultades legales o la influencia del gobernador puedan intervenir, y muy
especialmente, en los asuntos políticos y electorales [...] 19
El gobernador era el máximo referente institucional en el ámbito local,
con una autoridad que le venía de los tiempos coloniales y que el nuevo
orden constitucional instaurado a partir de 1853, no había hecho sino reconocer, consolidando y aumentando su legitimidad No parece demasiado
aventurado suponer que el ejercicio del mando era precisamente la actitud
política que la sociedad provincial esperaba; toda en su conjunto, todos sus
miembros, cualquiera fuera su ubicación en ella, y aunque discrepara en el
quién. Si se reconocía que algunos hombres estaban “hechos para mandar”
(como el personaje de Dávalos), era difícil que esa sociedad provinciana
reconociera autoridad a quien no lo ejerciera.
d)
“… muestra a través de sus ropas su opinión politica …”
Joaquín V. González se lamentaba que se hubieran extinguido “esos
tipos de lealtad a muerte”, pero quizá fuera nostalgia de un caso que le
resultaba paradigmático como el negro Joaquín. Sin embargo, todos los relatos más o menos contemporáneos hacen hincapié en esa forma de fidelidad, nacida por la “comunidad de sufrimiento” (para González), pero que en
otros casos, insisten en la comunidad de trabajos compartidos y de afectos
recíprocos nacidos de la convivencia. Así, en un relato sobre la estancia El
Cachiyuyo (cercana a Tinogasta en la provincia de Catamarca), realizado
Jose Nicolas Matienzo, El gobierno representativo federal en la República Argentina, 2ª. Edición. Madrid, Editorial América, 1917, p. 198. (La primera edición es de 1910).
19
156
LUIS MARÍA CATERINA
por uno de sus propietarios, manifiesta:
No citar en estos antecedentes a los abnegados, sufridos y fieles servidores
radicados en el Cachiyuyo, de abuelos a nietos, que acompañaron a sus
patrones a labrar la noble tierra desde su fundación, sería una ingratitud.20
Esa lealtad tenía fechas ciertas de expresión en las elecciones. El presidente de comité electoral de Orán le comunicaba al candidato conservador
en 1912, los esfuerzos que debía hacer para convencer a los hombres claves
de la –administradores y dueños de finca-, porque era sabido que los peones
y empleados votaban al candidato que aquellos les indicaban. 21
El ya citado Roberto Luis Patrón Costa nos ha dejado su visión de la
elección en el que aparece la Unión Cívica Radical. Los peones eran invitados a las reuniones políticas.
En aquel entonces si un empleado concurría al invitación del patrón era
seguro que votaría por la inclinación política de éste. El gaucho era leal,
no solo en los actos diarios de la vida en común, sino también en las ideas
políticas de su empleado.
Todos los que estaban presentes habían sido invitados por sus respectivos
patrones y muchos de éstos acompañaban a su personal, con su presencia,
en la reunión de ese comité.
Interesa el relato del mensaje que transmitió el principal referente de la
zona:
El discurso fue corto, con frases sencillas y sin falsas promesas electorales.
Les habló de la importancia del orden en la provincia y de los progresos
que se hacían en todos los ámbitos, sin fines demagógicos, aspirando el
partido a gobernar para todos, sin distinción, estando a las órdenes de los
20
Carlos Emilio Garnica, Mi Tinogasta de Cuanta …!, Tinogasta, Ediciones Artesanales Capac-Ñan, 2010, p. 20. El autor recoge unos recuerdos del general de Brigada Guillermo
Ramón Brizuela, que fue gobernador durante el gobierno militar de 1966-1971, Senador
nacional durante los años 1973-1976 y diputado nacional 1985-1987 (en ambos casos dentro del justicialismo). El relato enumeras las familias y los hombres más señalados en sus
respectivos oficios; en ningún caso hace referencia a alguna forma de participación política.
21
Ernest S. Sweeney, Robustiano Patrón Costas – Una Leyenda Argentina, Buenos
Aires, Emece, 1998, p. 66.
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
157
allí reunidos para zanjarles cuantas necesidades se les pudieran presentar.22
Puede apreciarse que la pieza oratoria –que fue recibida con calurosos
aplausos según el mismo relato- ilustra de manera clara y precisa relaciones clientelares. A esos hombres –que difícilmente salían de su comarca,
apegados incluso emocionalmente a una ganadería tradicional- la palabras
“orden” y especialmente “progreso”, les podían resultar lejanas, o un tanto vagas; pero saber que los hombres para los cuales trabajaban, que eran
“tan gauchos como ellos”, y de los que solo se diferenciaban porque tenían
mayor poder y riqueza les decían que estaban a su disposición por “cuantas
necesidades” tuvieran, era bastante para decidirles el voto.
Estos ejemplos de Salta –y en una de las postreras elecciones del orden
conservador-, puede ser extendido a la mayoría de las provincias, especialmente a las zonas más tradicionales, menos expuestas a la urbanización y
a la inmigración. Si los sectores dependientes adscribían a esas formas, no
era solamente por sumisión o necesidad; sino también porque reconocían en
el “patrón” o en el propietario principal que se desenvolvía como caudillo
regional, una forma de autoridad tradicional, con algunos rasgos carismáticos. Que la relación de dominación fuera asimétrica, no significa que careciera de profundo significado: el sector “notable”, podía considerar que
continuaba ejerciendo “[...] a pesar de las ideas republicanas y democráticas
que fueron la bandera de la Revolución, su predominio natural y legítimo
en la dirección de la cosa pública y en la cultura nacional [...]”23; debía sin
embargo, actualizarlo permanentemente a través del ejercicio de ese señorío
sobre quienes ejercían los niveles intermedios de “mando”, que a su vez lo
transmitirían a los sectores dependientes; y además, validarlo frente a los
iguales, para no ser reemplazado por uno de éstos.
En ese universo, las tareas rurales, las fiestas y celebraciones religiosas
compartidas eran una forma de fraternización, en las cuales las jerarquías
sociales no se fundían, sino que por el contrario, se afianzaban24 y posibili-
Patron Costas, op. cit., p. 212.
Joaquin V. Gonzalez, La tradición nacional, Librería Hachette,. Buenos Aires, 1957,
p. 213. La primera edición es de 1889.
24
En la ya mencionada estancia “El Cachiyuyo” en la provincia de Catamarca había
cuatro festejos importantes: el 25 de mayo, el 9 de Julio, San Ramón y el día del santo del
dueño de casa. En esos días, “[...] se reunían los familiares ya amigos, con la participación
22
23
158
LUIS MARÍA CATERINA
taban su explicitación política en tiempos de elecciones. Ese ejercicio del
señorío no excluía el fraude, el comicio violento, ni tampoco la asonada
revolucionaria, pues en definitiva eran entendidos como formas de astucia
o valentía política. El caso extremo –y más permanente en el tiempo-, lo
ha señalado la provincia de Corrientes, con su tradicional división entre liberales y autonomistas, unidos en el ocaso del predominio conservador en
el Pacto Autonomista Liberal, para hacer frente a los enemigos extraños,
con una perdurabilidad que llega a finales del siglo XX. Un protagonista lo
expondrá con inocultable orgullo:
En nuestra familia, siempre fuimos políticos. Consideramos que serlo es
una obligación [...] Años de lucha solitaria no amilanan en su espíritu, aún
hoy vemos como el paisano, que es quien no ha sido influenciado y preserva sus tradiciones, en una actitud que confirma su manera de ser, franco,
leal, valiente y altivo, muestra a través de sus ropas su opinión política y lo
hace con el orgullo de quien no tiene nada que ocultar y que hará respetar
sus ideas, ante todos.
…los colores tradicionales en Corrientes, el celeste y el colorado, no agotaban el demostrar la militancia, también el tuce del caballo los distinguía.
Y a continuación, el autor expresa su credo político, actualizado, pero
en el que se alcanza a percibir en la forma de asumir esa “obligación”, ecos
del pensamiento de Joaquín V. González respecto al “predominio natural y
legítimo”:
El político sano se preocupa y sirve a su patria por vocación, excluyendo
de este concepto a quien la ejerce como medio de encumbrarse y lograr
enriquecimiento personal. A nosotros, la política siempre nos ha costado
empobrecimiento.
Dentro de este compromiso existe uno que la estancia lo vive en forma
especial y es el “Día de elecciones” que en la zona rural tiene ribetes propios. La movilización de aquellos que viven alejados de las mesas corre
de la peonada bajo el histórico algarrobo, [...] ello hacía las delicias de aquellas gentes tan
apegada a la tierra, respetuosa y leal hacia sus patrones, por lo que sentían verdadero cariño y
les prestaban tan inestimable colaboración”. Como se puede apreciar hay fiestas compartidas
en la cual sin embargo, las jerarquías se mantienen incólumes, a punto de equipararse el día
del santo del patrón con las fechas patrias. Garnica, op. cit., p. 31.
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
159
poscuenta de los partidos políticos, los cuales proveen vehículos y también
la comida, ya que mucha gente sale de madrugada y vuelve depuse del mediodía. [...] Todo retorna a su lugar por la noche en los depósitos y el lunes
la estancia vuelve a su natural rutina, hasta dentro de dos años, en que esta
tradición del “día de las elecciones”, como una verdadera responsabilidad,
vuelve a aceitar su mecanismo”. 25
e)
La política de “los notables” ¿final,
mutación,
Transición?
La Argentina criolla –tradicional y patriarcal- estaba tocando a su fin
hacia 1880. Prácticas y comportamientos políticos cambiaron de manera
importante, porque la sanción de la constitución implicaba un hecho político y jurídico que conmocionaba de manera estructural la realidad social
argentina.
La constitución puso al país en un rumbo de progreso, tal cual lo reclamaba la generación del 37. Alberdi impulsó un diseño institucional para solucionar los problemas organizacionales que hasta el momento la sociedad
argentina no había podido superar. Sin embargo, la lectura de Las Bases,
permite advertir dos cuestiones sobre las que lanzó una rápida mirada, sin
profundizar las propuestas, aunque advirtiendo con claridad los peligros y
señalando rumbos que debían seguirse.
Uno de ellas fue el de los grupos dirigentes del interior.
Las dos constituciones unitarias de la República Argentina, de 1819 y
1826, han sucumbido casi al ver la luz, ¿Por qué? Porque contrariaban los
intereses locales. ¿Del país? No precisamente, de gobernantes, de influencias personales, si se quiere, pero con ellos se tropezará siempre, mientras
que no se consulten esos influjos en el plan constitucional.26
El buen criterio práctico que siempre acompañó a Alberdi, le hacía recomendar la aceptación de los grupos dirigentes provinciales; era una condición esencial para que la constitución funcionara.
Por el otro lado, Alberdi señalaba la necesidad de la representación indirecta,
25
Diego Mantilla, Historia de una Estancia Correntina – Carta a mis hijos, Corrientes, Moglia Ediciones, 2005, pp. 109-110.
26
Juan Bautista Alberdi, Bases y puntos de partida para la organización política de
la República Argentina, París, Benzason, 1856, p. 135 (Capítulo XXIX).
160
LUIS MARÍA CATERINA
La inteligencia y la fortuna en cierto grado no son condiciones que excluyan la universalidad del sufragio, desde que ellas son asequibles para todos
mediante la educación y la industria. Sin una alteración grave en el sistema
electoral de la República Argentina, habrá que renunciar a la esperanza de
obtener gobiernos dignos por la obra del sufragio.
Para obviar los inconvenientes de una supresión brusca de los derechos
que ha estado en posesión la multitud podrá emplearse el sistema de elección doble y triple, que es el mejor medio de purificar el sufragio universal,
pero sin reducirlo ni suprimirlo, y de preparar las masas para el ejercicio
futuro del sufragio directo. 27
El diseño institucional de Alberdi ¿no estaba apostando a las potencialidades dominadoras y a la vez transformadoras de las elites, a las cualidades
de dominio de las familias tradicionales, pero también a su capacidad de
adaptaciòn? ¿no estaba jugando con los tiempos, previendo la dinámica
transformadora de la constitución y la nueva estructura de poder nacional?
Sabía más que de sobra –la historia se lo había enseñado- que los grupos
provinciales habían consolidado una cierta institucionalidad, y que ahora
restaban insuflarles nuevos objetivos y direccionar su función de dominación de los sectores populares –que habían cumplido acabadamente- en el
sentido del progreso.
A esos grupos dirigentes, les quedaba por resolver una cuestión que Alberdi había abordado de manera casi marginal: el problema de la representación: ¿cuál debía ser la relación con los sectores populares, tradicionalmente
subordinados? En la mentalidad de los sectores dirigentes, era impensable
que abdicaran del manejo de la cosa pública. No entraba en su universo
mental, y muy probablemente tampoco en el de los sectores dependientes
hasta la década de 1890 y en algunos lugares, aún mucho después. El régimen institucional, sin embargo, planteaba nuevas y continuas exigencias,
fundamentalmente un ritmo de elecciones y renovación de autoridades, que
excluían los simples continuismos; por de pronto debía haber elecciones
periódicas y renovación de autoridades. En suma, un nuevo y complejo universo de situaciones.
Lo original fue que las oligarquías provinciales asumieron el nuevo
27
Ibidem, p. 91 (capítulo XXII).
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
161
desafío. Se reacomodaron frente al cambio y se adaptaron a ese ritmo de
elecciones y renovaciones periódicas, sin abdicar en ningún momento de su
predominio. Paulatinamente los caudillajes de larga duración y las revoluciones violentas fueron desapareciendo. Es cierto que el gobierno nacional
jugo un nuevo papel –a través de diversos medios-. Pero el hecho más importante, que se fue consolidando progresivamente, era que la renovación
de autoridades, debía pasar siempre por el filtro de continuas elecciones,
que por espúreas y fraudulentas que fueran, debían ser superadas en forma
periódica. Las elites respondieron a las nuevas exigencias con el esquema
tradicional: mantener la relación habitual con los sectores dependientes,
adaptándolo a la nueva institucionalidad vigente, y buscando privilegiar de
entre sus miembros, a quienes eran capaces de alternar en ambientes diversos, observando tanto las pautas y comportamientos tradicionales que los
hacían creíbles a los dependientes, como los objetivos políticos y económicos del progreso que buscaban los notables.
Esos hombres de provincia estaban realizando los grandes cambios que
había soñado la generación de 1837, y que había propuesto como norte de la
nueva constitución Alberdi. Eran esas oligarquías provinciales (¿por qué no
hablar de “viejas” oligarquías?), las que superaban los grandes temores de
aquellos ideólogos: el temor al igualitarismo plebeyo que había sembrado
la Revolución de Mayo, y que Sarmiento señalaba al iniciar el Facundo;
el temor a las masas rurales indomables que seguían caudillos bárbaros –
Facundo o Rosas-; el temor al peso retrógado del interior, que mencionaba
Alberdi, ansioso para que el puerto penetrara profundamente donde se encontraban la tradición colonial, el atraso. Eran esas oligarquías –más allá de
los profundos reacomodamientos políticos que se sucedieron hasta 1880-,
las que estaban realizando en cada provincia y a través de su participación
en la estructura nacional, los cambios que habían soñado generaciones de
ilustrados argentinos.
Sus integrantes no tenían ninguna duda que eran ellas las que debían dirigir esta etapa de la vida nacional –como lo habían hecho antes-, porque era
“natural” su predominio (no la había tenido tampoco Alberdi al redactar la
constitución). No se ponía en riesgo la dirección correcta de la cosa pública,
porque enmarcaban la cuestión en una democracia restringida, recurriendo
a la manipulación del sufragio cuando era necesario para garantizar la continuidad política.
En ese contexto de participación popular acotada y reducida, las re-
162
LUIS MARÍA CATERINA
laciones clientelares constituían uno de los pilares fundamentales del entramado político. Al análisis de sus contenidos y modalidades, nos parece
importante sumarle la indagación de las afinidades que le daban forma y
sustento, cuestión sobre la que tenemos la visión de los sectores dominantes, que aún así es menester profundizar. De todas maneras, a partir de los
ejemplos que hemos traído –de las provincias de Salta, Catamarca, La Rioja,
Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Corrientes-, podemos advertir pautas culturales que –especialmente en las regiones rurales del interior- eran vistos
como puntos de unión entre los diferentes sectores sociales y permitían la
estabilidad del sistema.28 En algunas personas se reconocía un señorío que
posibilitaba el mando, porque a partir de algunos valores ampliamente compartidos –desde el más elemental de la pericia ecuestre, hasta la valentía o la
lealtad-, sumaban otras cualidades o condiciones –posición social o económica y las ventajas de ellas derivadas-, y podían unir todas ellas, superando
diferencias, acortando distancias, dispuestos a cubrir “cuantas necesidades”
pudieran. Eran ellos los grandes mediadores de una sociedad que muchas
veces podía estar escindida (recordemos el ejemplo de los asados con cuero
y los banquetes del santafecino Leiva), pero que advertía como valor la vinculación entre los que aparecían como opuestos.
Por eso, se apoyaba a unos notables y no a otros. Por eso era apreciada la capacidad de alternar en todos los ambientes, lo que implicaba la
posibilidad de unión entre los distintos sectores sociales. Recién a medida
que cambiaron las condiciones sociales, fueron cambiando las cualidades
requeridas para el ejercicio del mando. Santa Fe y Tucumán, por distintas
razones fácilmente perceptibles son buenos ejemplos de ello. En un caso,
los hijos de inmigrantes no tenían lazos con la elite tradicional y por eso integraron las filas de los revolucionarios radicales en 1893; en el otro, la explotación capitalista de los ingenios reducía la relación clientelar a la mera
dependencia de los sectores asalariados, controlados durante mucho tiempo
a través de las rigurosas leyes de conchabo.
28
Pavoni ha señalado “Teóricamente, puede aceptarse que el tradicional comportamiento paternalista del patrón y el reconocimiento y respeto que despierte en el peón generen en
este –sobre todo si la relación es estable- una transferencia natural de la identidad de aquel,
que se incorpora al juego clientelar y tiene su traducción política”. Señala sin embargo, con
mucho acierto, las dificultades para conocer la visión del cliente, a partir de las fuentes en el
período analizado en su trabajo. Pavoni, op. cit., p. 131.
EL EJERCICIO DE PODER EN LA REPÚBLICA DE LOS NOTABLES
163
La sanción de la constitución fue un paso gigantesco. Ella sola implicó
un mandato formal de organizar un régimen republicano, que tardó en ser
cumplido, pero que actuó como causa ejemplar del rumbo que debía seguir
la vida institucional. La práctica rutinaria de las elecciones, la necesidad
de contar con la participación popular –por acotada que fuera-, impulsó la
presencia de hombres que podían unir y salvar las diferencias, porque eran
reconocidos por sus habilidades en distintos ambientes; representaban la
transición entre formas puras de caudillismo y liderazgos carismáticos, que
se insinuaban entre las prácticas clientelares que formaban un trasfondo de
continuidad. Quedaba así abierto el camino hacia una participación más
real y efectiva, que se traduciría en la Ley Sáenz Peña, de voto universal, secreto, libre y obligatorio, sancionada por diputados y senadores de la nación,
la mayoría de ellos originados en los grupos dominantes de las provincias.
La idea de “Nación” en el lenguaje político
hispanoamericano, 1808-1814:
Los límites monárquicos de la imaginación liberal
Lucas Codesido1
UNGS-CONICET
lcodesid@ungs.edu.ar
Resumen
Este trabajo aborda el concepto de Nación y otros relacionados con la
noción de soberanía en el lenguaje político hispanoamericano para el período 1808-1814. Se analizan algunos trabajos que dan cuenta de los diversos significados asociados a este concepto en los procesos revolucionarios
americano y español. Las distintas concepciones sostenidas por los actores
sociales del período señalado se vinculan luego en perspectiva con su posible derivación como proyección de la Nación en la cultura constituyente
de Cádiz.
Palabras claves
Independencias hispanoamericanas - Concepto de Nación - Estado Soberanía política - Lenguajes políticos
Abstract
This work it aproaches the concept of nation and related others to the
notion of sovereignty in the political Spanish-American language for the
1
Este artículo forma parte de un trabajo mayor desarrollado como tesis de maestría en
el IV Master de Historia del Mundo Hispánico (Centro de Humanidades, Consejo Superior
de Investigaciones Científicas, CSIC y Universidad San Pablo CEU, España): “Apuntes para
la Nación: La conformación político-pactista de los reinos americano y español y su posible
derivación como proyección de la Nación en la cultura constituyente de Cádiz, 1808-1814”,
dirigido por el doctor José Andrés Gallego.
166
LUCAS CODESIDO
period 1808-1814. There are analyzed some works that realize of the diverse
meanings associated with this concept in the revolutionary processes American and Spanish. The different conceptions supported by the social actors
of the notable period link themselves then in perspective with his possible
derivation as projection of the Nation in the constituent culture of Cadiz.
Key words
Spanish-American independences - Concept of nation - State - Political
sovereignty- Political languages
Objetivos
La intención de este trabajo es reflejar como trató la historiografía algunas diferencias notables, conceptuales e ideológicas entre el lenguaje político de los revolucionarios españoles y de los revolucionarios americanos
en torno de la idea de nación y otros ideas relacionadas a partir de 1808, y
hasta la restauración absolutista de 1814. Analizando esas nociones en principio, desde una visión comparada acerca de las características atribuidas al
organismo político sobre el que debería residir la soberanía. Al comenzar a
examinar por separado algunos trabajos acerca de lo ocurrido en España y
otros sobre la situación Americana expresada en los movimientos juntistas
nos fuimos haciendo una cierta idea de lo que se puede comprender en uno
y otro continente sobre las características que en cada lugar se atribuye a la
entidad política en la que se deposita la soberanía, llámese nación, patria,
pueblo/s. Haciendo ese intento fue como llegamos al proceso constituyente
de las cortes de Cádiz. Tratamos de encontrar en esos trabajos que desde diferentes perspectivas abordan los procesos independentistas cómo se reflejaron ideas, conceptos y definiciones de nación y a qué tipo de proyecto de
nación podía apuntar aquel que lo postule, si es que alguien lo hacía. Y más
importante todavía era intentar encontrar otros tipos de referencias, coordenadas mentales, políticas, jurídicas, étnicas, religiosas, que se enlazaran con
el imaginario cultural de una determinada concepción.
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
167
Introducción: La nación como profecía autocumplida
En un trabajo de análisis conceptual José Chiaramonte2 sostiene que no
tiene sentido preguntarse por el término nación, o por situarse en los límites
de alguna definición del término y luego hacer el intento de buscar esa dentro de las referencias del período a estudiar. Asegura que es más conveniente
para la labor del historiador concentrarse en el organismo que pudo llamarse
según lugar y tiempo nación, provincia, ciudad, pueblo3. Entonces, y siguiendo aquel planteo, porqué habría de preguntarse por el sentido del concepto de nación cuando cabe la duda de la trampa o el juego de asumir una
pregunta cuya respuesta es conocida por decantación. El triunfo y ascenso
del Estado asociado a la nación en el transcurso del siglo XIX condiciona la
labor historiadora al riesgo de intentar encontrar unas causas determinantes
para unas consecuencias conocidas; el triunfo del estado nacional. Este riesgo representaría el problema de buscar los orígenes de la nación tal y como
la conocemos, buceando en los archivos, las ideas y el imaginario de unos
actores que tal vez escapen a esas representaciones.
La “invención” de la nación, tan comentada en la historiografía de los
últimos años, consiste básicamente en la creación de una imagen del pasado
histórico que concluye en la consecuente afirmación de la propia existencia de naciones diferentes con unos rasgos culturales determinados compartidos e interiorizados por la mayoría de los ciudadanos de la misma.
Hacer el análisis de la nación sin tener en cuenta estas prevenciones puede
ser considerado hoy como un ejercicio de pura tautología, que conllevaría de forma implícita alguna concepción ideológica de tipo determinista,
fatalista, providencialista, o esencialista, y que no aportaría mayor luz al
descubrimiento de la riqueza histórica del período analizado. Compartimos
estas premisas, por ello consideramos que el camino a recorrer no debería
conducir a intentar encontrar los gérmenes de la nación o el encuentro con
alguna que otra estructura protonacional que nos guíe por algún sendero
seguro hasta la justificación del Estado/Nación.
El carácter artificial de la construcción nacional, el invento, que supone
la introducción de la modernidad en sociedades de antiguo régimen se sitúa
2
José Carlos Chiaramonte, Nación y Estado en Iberoamericana, Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
3
Ibídem, p. 55.
168
LUCAS CODESIDO
en la necesidad de construir estructuras políticas secularizadas cuya legitimidad aparece asociada a la idea de un pacto voluntario entre individuos
libres para dotar de legitimidad a las instituciones del estado.
Tal como lo señaló Eric Hobsbawn, el fracaso del liberalismo como
ideología de constitución política estuvo marcado por el hecho de que no
pudo asegurar los vínculos sociales de lealtad y lazos de autoridad de sociedades anteriores. Y tuvo que llenar este vacío con prácticas inventadas.
Prácticas que consisten básicamente en un proceso de ritualización y formalización por referencia al pasado de, por ejemplo, el simbolismo de cohesión
social o pertenencia al grupo; otras establecen o legitiman instituciones, estatus o relaciones de autoridad; otras simplemente tienen como fin inculcar
creencias o sistemas de valores. De esta manera, la tradición desarrollada
por el liberalismo para llenar el vacío que sembró su propia ideología individualista, fue la recurrencia a un pasado mítico de la nación, en la que esta
aparecía ya dotada de los rasgos característicos o en estado embrionario de
una comunidad política liberal4.
En otro texto del mismo autor se lee: “el nacionalismo antecede a las
naciones. Las naciones no construyen estados y nacionalismos, sino que
ocurre al revés”5 , Hobsbawn sostiene que la nación adquiere una entidad
social únicamente en la medida en que se refiere a “cierta clase de estado
territorial moderno”, el “estado nación”6, o a la aspiración a crearlo -entonces puede haber nación antes de la creación del estado-, y cuyo itinerario
traza a partir de la irrupción del estado ciudadano de la revolución francesa
y dentro del contexto de una determinada etapa del desarrollo tecnológico
y económico. Estas ideas podrían considerarse hoy en día casi como parte
del sentido común historiográfico a la hora de pensar en el surgimiento de
los Estados nacionales.
Concepto de nación. Su historia cultural y política
El concepto étnico proveniente de la antigüedad correspondiente al término latino natio-nationis tuvo una importante difusión en tiempos medie-
Eric Hobsbawm y Terence Ranger, La invención de la tradición, Barcelona, Crítica,
2001, p. 21.
5
Eric Hobsbawm, Naciones y Nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 2004, p.
18.
6
Ibídem., pp. 18-19.
4
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
169
vales y modernos, y seguía siendo de uso frecuente durante los siglos XVIII
y XIX, paralelamente al uso político del término proveniente del contractualismo.
Este uso del concepto de Nación en el Imperio Romano incluía diferentes sentidos. Podía designar a una tribu extranjera, un pueblo, una clase.
Y era intercambiable con otros términos como gens, populus, civitas y res
pública, algunos de ellos comúnmente utilizados por los romanos para referirse a los pueblos y tribus no romanos7. Gentes por ejemplo tenia esta
aplicación y en este sentido surge la denominación del derecho de gentes en
contraposición con el derecho romano. Como decíamos, el vocablo nación
durante la edad media fue utilizado de manera bastante frecuente; y en nuevas circunstancias se adaptaba su utilización para designar, por ejemplo, a
las naciones de alumnos en las universidades o en las votaciones de los concilios de la Iglesia donde sus miembros se dividían en naciones identificadas
por una lengua en común a la hora de votar8.
Encarar un estudio del concepto en sus diferentes usos en torno del
período abierto por la crisis de las llamadas revoluciones hispánicas, supone encontrar en los lenguajes políticos unos conceptos resemantizados,
con una fluctuación deliberadamente cargada de ideología si la coyuntura lo
requiere, y otros no tanto; arraigados en concepciones naturalizadas por una
tradición. Habría que tener presente tres modalidades básicas de la utilización del vocablo nación a lo largo de la historia: El primer uso es el de la
tradición grecorromana que acabamos de resumir, concebido para designar
a conjuntos humanos en función de rasgos culturales comunes, sin alusión
a una existencia como comunidad separada en función de un componente
de soberanía. El segundo uso, que surge sin que el anterior desaparezca, es
estrictamente político. Surge con los teóricos del iusnaturalismo del siglo
XVII y es materializado y difundido por la revolución francesa. Este sentido
hace referencia a una voluntad individual de los miembros de una comunidad territorial de constituirse a través de un pacto consentido en una sociedad política que hace uso de la soberanía. Excluye el componente étnico. El
tercer uso viene de una conjunción de los dos anteriores y se constituye en
Chiaramonte, op. cit., p. 41. Para este tema ver también: José Andrés Gallego, Diez
años de reflexión sobre el nacionalismo, el Estado, la Nación, la Soberanía y lo Hispánico,
Valencia, Tirant lo Blanch, 2008.
8
Federico Chabod, La idea de Nación, México, FCE, p. 24.
7
170
LUCAS CODESIDO
función de que postula a la etnicidad como fundamento de la legitimidad
política. Cada etnicidad sería desde este punto de vista portadora de una
Nación-Estado potencial. Este uso comienza a hacerse generalizado junto
con la difusión del romanticismo, y en el llamado principio de las nacionalidades.
Ya existen abundantes estudios dentro de la historiografía moderna que
demuestran que, efectivamente, respecto de la nación-estado contemporánea
la definición étnico-lingüística, la propagada por el principio de las nacionalidades, es posterior a la solamente política proveniente del siglo XVIII.
Aclaremos, es posterior porque en el transcurso de la conformación de los
estados nacionales comienza a utilizarse un concepto cultural de nación,
que ya existía, en un sentido político que atribuía a la nación el componente
de soberanía y la idea de que cada conjunto cultural nacional podía aspirar
legítimamente a constituirse en estado soberano.
Nación española. Nación imaginada
En su “Mater dolorosa” J. Álvarez Junco9 utiliza la palabra nación para
definir a “aquellos grupos humanos que creen compartir unas características culturales comunes –lengua, raza, historia, religión- y que basándose en
ellas, consideran legitimo poseer un poder político propio, sea un Estado
plenamente independiente o un gobierno relativamente autónomo dentro
de una estructura política más amplia”10. Esta definición incluye todos los
componentes atribuidos a la nación tradicionalmente, los rasgos culturales que definen el sentimiento de pertenencia; que Junco menciona como
datos objetivos, y por otro lado el aspecto subjetivo de la voluntad de los
miembros de esa comunidad de mantenerse unidos bajo unas mismas leyes
e instituciones. Definición que recuerda bastante al principio de las nacionalidades de contenido étnico-político, pero matizada por nuevos enfoques,
o ya no tanto, en los estudios introducidos por las no tan nuevas corrientes
historiográficas modernistas11. Ya no se postula la existencia real de los
José Álvarez Junco, Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid,
Taurus, 2001.
10
Ibídem, p.10.
11
Hay que recordar también que algunos de los planteos mas significativos de los
modernistas ya habían sido enunciados por Renán en una conferencia dictada en la Sorbona
9
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
171
rasgos culturales que definen a una comunidad, sino solo la creencia que
tienen los miembros de la misma de que esos rasgos son decisivos a la hora
de reclamar que su “comunidad imaginada”12 ejerza la soberanía sobre un
territorio determinado.
El dominio del territorio aparece como requisito para el paso de la
etnia a la nación. El problema de las etnias con características muy definidas (Ej. gitanos en España, hispanos en Estados Unidos) es que no están
agrupadas en un territorio común. Álvarez junco adhiere explícitamente a
los enfoques modernistas o instrumentalistas del fenómeno nación (Hobsbawm, Anderson, Gellner, Kedourie) y en este marco teórico inscribe su
trabajo sobre España. A la vez que reconoce los límites de los enfoques puramente instrumentalistas, sobre todo para dar cuenta de un resurgimiento
del problema de los nacionalismos y de fuertes conflictos que parten de la
reafirmación de identidades nacionales. Fenómenos que no cuadran bien
con las visiones meramente voluntaristas del pacto social que establece
una soberanía y postulan que el factor étnico se introduce a posteriori de
la decisión política, para justificar y sostener una legitimidad que disimule
el carácter artificial de esta construcción. De todas maneras al referirse a la
independencia lo hace en los términos de la “invención” de la guerra de independencia, en un registro en el que acentúa la mitificación que la historia
tradicional española hizo del proceso abierto en 1808. Historia nacional que
situaría en la lucha contra el invasor francés un florecimiento de la unidad y
el carácter español, sumado a los componentes identitarios que desembocaran en la moderna nacionalidad española.
en 1882. Bajo el influjo del positivismo intenta extirpar de la política las abstracciones
metafísicas y teológicas, concluyendo que el único vínculo por el que una Nación permanece
unida es por el deseo, la necesidad y la voluntad de sus miembros: “la existencia de una
nación es un plebiscito de todos los días”. Y su mas que interesante profecía antiesencialista
de la Nación: “Las naciones no son algo eterno. Han comenzado y concluirán. Probablemente las reemplazará la confederación europea. Pero no es esta la ley del siglo en que vivimos”.
Ernesto Renán, ¿Qué es una Nación?, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983,
pp. 38-39.
12
Denominación exitosamente introducida por B. Anderson para caracterizar a las
naciones. En Benedict Anderson, Imagined Communities. Reflections on the Origins and
Spread of Nationalism, Verso, Londres-Nueva York, 1983.
172
LUCAS CODESIDO
Nación pactada. La alteración de la costumbre
Ubicándonos en una región dada, la rioplatense por ejemplo, podemos observar que se era español frente al resto del mundo, español americano
frente a lo español peninsular, rioplatense frente a lo peruano, provinciano
frente a lo capitalino, porteño frente a lo cordobés [...] El dominio español
no deja otra cosa que un mosaico de sentimientos de pertenencias grupales,
con frecuencia manifestados como colisión de identidades cuya relación
con los sentimientos de identidad política construidos luego de la independencia será variada y pocas veces armónica13.
Así de variado aparece señalado por Chiaramonte el entorno de América, como una multitud de identidades superpuestas que no son incompatibles entre sí; que coexistieron durante varios siglos y ninguna de ellas por
sí misma podía haber provocado la ruptura con la monarquía, y a la vez,
tampoco podía proporcionar una base de sustento para la formación de un
Estado nación moderno14.
Dentro de una variedad de grupos que constituyen a la sociedad de antiguo régimen, las identidades territoriales ocupan un lugar preponderante,
en la medida en que en general tienden a englobar a las demás. En primer
lugar aparece la identidad local como el referente más elemental e inmediato. Los pueblos, villas o ciudades son el primer reflejo del apego por el
suelo y la impregnación de la costumbre. La cultura entendida como aquella
idiosincrasia colectiva sostenida en hábitos de comportamiento asentados en
la costumbre, tiene un alto grado de referencia local; por ser este el primer
gran marco de producción de la sociabilidad15.
Para describir las pequeñas comunidades, y las múltiples referencias
identitarias antes mencionadas, habría que mencionar como era la estructura
de la monarquía en la época de los austrias. Esta aparecía como un conjunto
José Carlos chiaramonte, “Modificaciones del pacto imperial”, en Antonio Annino
y Francois Xavier Guerra (eds), Inventando la Nación. Iberoamérica. Siglo XIX, México,
FCE, 2003, p.111.
14
Para este tema: Francois Xavier Guerra, Modernidad e Independencias, México,
FCE, 2000.
15
El desarrollo de este concepto de cultura se puede revisar en: José Andrés Gallego,
“De la cultura animi a la cultura como hábito: Estado de la cuestión”, Revista Rocinante, en
prensa.
13
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
173
plural, conformado por la agregación de reinos y provincias, en la península
como en América, unidos por la referencia a un monarca como soberano en
común para todos. Ese rey era la cabeza de un conjunto de comunidades
políticas relativamente autónomas. Si bien, hay un aparato administrativo
central, cada reino cuenta con representantes del rey e instituciones propias.
Hay bastante ya dicho pero cabría mencionar que los principios que
rigen a la monarquía son de tipo pactista, devienen de un pacto entre el rey
y sus estados y entre el monarca y sus súbditos16. Y comprometen a ambas
partes en una relación hecha de deberes y derechos recíprocos que obliga a
unos y otros. Tal es así que el incumplimiento por parte del rey de sus deberes para con sus súbditos, desde el punto de vista de éstos, justificaba toda
una serie de reacciones, que se canalizan por diferentes medios. O bien, reclamando a través de los cuerpos o individuos agraviados, ante la autoridad,
en negociaciones, o se expresa en revueltas. Y que podía llegar en ocasiones
a la suspensión de aquella decisión real que desde el punto de vista del agraviado contradice sus derechos, el “se obedece pero no se cumple”17.
En ese sentido Andrés Gallego apunta la idea de que la posibilidad de
la independencia ya estaba inscripta en la propia composición del imperio
español18. Sostiene que la alteración de la costumbre era una razón reiterada
de protesta y que para constatar este hecho no hay que recurrir a la “cultura
libresca” o a unas teorías determinadas sino a una tradición históricamente
conformada por prácticas cotidianas basadas en el consensus, el consentimiento, que el reformismo borbónico vino a trastocar. Agrega, que el estudio del punto de partida de los movimientos precursores de la Independencia
que comenzaron a surgir con la entronización de Carlos III y la imposición
de su estilo –despótico- de gobierno, desde 1762 ante todo, permite concluir
el hecho de que no hace demasiada falta que se busque en Suárez la inspira-
16
Un balance historiográfico acerca de las doctrinas populistas de la soberanía y, en
especial, la influencia del pensamiento de Francisco Suarez en el período independentista
puede verse en Dario Dawyd, “Las independencias hispanoamericanas y la tesis de la influencia de las doctrinas populistas”, revista Temas de Historia Argentina y Americana, XVI
(Enero-Junio de 2010), pp. 99-128.
17
Francois Xavier Guerra, “Identidades e independencia”: Cuadernos de Historia Latinoamericana, Nº2, 1994, pp. 93-99.
18
José Andrés Gallego, “La pluralidad de referencias políticas”, en F. X. Guerra, Revoluciones Hispánicas. Independencias americanas y liberalismo español, Madrid, Complutense, 1995, p. 129.
174
LUCAS CODESIDO
ción para los precursores; porque el pactismo estaba en la esencia de la propia constitución política de América, y en cotidiana vigencia hasta los días
en que el reformismo borbónico comenzó a quebrantarlo sistemáticamente,
dando lugar así a una infinidad de protestas19.
Si descartamos la idea de una nacionalidad, en el sentido con el que fue
comprendida luego de la construcción de los estados-nación, inexistente
para el período abierto por las independencias lo que habría que proponerse
evaluar para la etapa borbónica según Andrés Gallego es “la colisión entre
las tendencias centralizadoras de la monarquía y las tendencias autonómicas
de sus súbditos”20, y estas ultimas que desembocaron en la “soberanía de los
pueblos”. Andrés Gallego y Chiaramonte coinciden en sugerir que deben
vincularse con unos antecedentes y una tradición que las reformas borbónicas no solo no pudieron interrumpir sino que a la vez habrían contribuido a
reforzar.
La organización política de las indias americanas que sobrevivió al intento centralizador de las reformas borbónicas está relacionada como dijimos con una tradición monárquica de tipo representativa y descentralizada
en donde las leyes firmadas por el rey reflejaban las diversas aspiraciones
de algunos grupos de la sociedad corporativa. En América no existieron las
asambleas o las cortes de manera formal como en la península. Pero cada
una de las corporaciones principales, tales como los cabildos, universidades,
gremios de artesanos, los distintos grupos eclesiásticos o las repúblicas de
indios gozaban en gran medida de gobierno autónomo para los suyos, y
podían llegar a hacer oír sus demandas e influir en las decisiones finales, a
través de sus representantes acreditados ante el consejo de Indias y el Rey.
O también por intermedio de los virreyes y audiencias, de una forma menos
directa21.
La crisis abierta en 1808. Dueños o depositarios de la soberanía
Chiaramonte sostiene que hay dos tendencias que pueden observarse
claramente en los procesos iniciales de la independencia de América. Por
19
José Andrés Gallego, 15 revoluciones y algunas cosas más, Madrid, Mapfre, 1992,
p. 230.
Chiaramonte, “Modificaciones del pacto imperial.”, cit., p. 87.
Ver: John Leddy Phelan, The people and the King: The Comunero Revolution in
Colombia, 1781, University of Wisconsin Press, Madison, 1978, Introduction.
20
21
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
175
un lado aparece la doctrina de la “reasunción”del poder por los pueblos, según antigua tradiciones pactistas, expresadas en pequeñas unidades políticas
con pretensiones de autonomía, que al darse cuenta de su propia debilidad
para salvaguardar el ejercicio de la soberanía generan diversos proyectos
de unidades políticas mayores, que resultan de la reunión de varias de ellas.
Situación que desemboca en formas de unión confederales.
Por otro lado surgen también otros proyectos derivados de la posición
privilegiada que la administración borbónica otorgo a las ciudades sede
de las autoridades principales, cabeceras de alguna gran división política
–Virreinato, capitanía general, intendencia- y apuntan a la forma de Estado
centralizado sustentado en la preeminencia de la ciudad principal22. A estas
dos tendencias mencionadas se corresponderían dos usos diferentes de la
palabra pueblo. Que a su vez refieren a dos significados distintos de la
soberanía. El primero de ellos tiene que ver con el uso del vocablo en plural, que en referencia a los términos políticos de la organización virreinal,
menciona a las ciudades en las que ha revertido la soberanía anteriormente
ejercida por el monarca. En cambio, el uso de pueblo en singular, suele
utilizarse, aunque no siempre, para referir al pueblo soberano en el sentido
de la doctrina moderna de la soberanía popular23. Para clarificar estos dos
usos posibles de la soberanía también hay que tener en cuenta la particular
estructura política de los reinos americanos; con una sociedad conformada
en una organización territorial jerarquizada, centrada en las ciudades principales, capitales o cabeceras de toda una región, que ejercen su jurisdicción
sobre un conjunto de villas y pueblos. Esta estructura aparece con fuerza
a pesar de los intentos borbónicos por neutralizarlas y uniformizarlas sobre
todo con la introducción de la figura del intendente24.
Igualdad decretada por la junta central. “Se cumple, ergo, no es
necesario obedecer”
Una muy interesante reflexión sobre la historia constitucional en el
Chiaramonte, “Modificaciones del pacto imperial.”, cit., p. 86.
Para este tema: José Carlos Chiaramonte, “¿Provincias o Estados? Los orígenes del
federalismo rioplatense”, en F. X. Guerra, Revoluciones Hispánicas. Independencias americanas y liberalismo español, Madrid, Complutense, 1995, p. 169 y ss.
24
Francois Xavier Guerra, Revoluciones Hispánicas, cit., p. 38.
22
23
176
LUCAS CODESIDO
mundo hispánico, es realizada por José M. Portillo Valdés. Este autor señala que en el período abierto por el vacío del poder en la corona española, al
que denomina “momento provincial de la crisis hispánica”25 lo que sucede
en los territorios americanos no es un proceso de “retroversión” de la soberanía del monarca en el pueblo sino simplemente un depósito de la misma.
Que podría traducirse en que no se trataba de una asunción activa y literal
de la soberanía por parte de las juntas, concebida como capacidad para crear
un nuevo orden, tal y como, por ejemplo, había proclamado el tercer estado
al constituirse en asamblea nacional en Francia, o harán luego las cortes
hispanas en su momento. Añade además que esta constatación puede verse
en los nombres adoptados por las juntas mismas:
Junta conservadora de los Derechos de Fernando VII, Junta Suprema, Junta
superior, Junta Gubernativa, Junta Tuitiva, etc. Aludían mas a su carácter
de administradoras, tutoras y curadoras de un legado que a una condición
de asambleas prestas a ejercer un poder revolucionario26.
De esta manera el autor expresa la idea de que los territorios americanos no reclamaban un derecho a existir políticamente al margen de la monarquía sino la necesidad de administrar autónomamente el depósito de la
soberanía producido tras la ausencia de la figura del monarca. A contramano
de la historiografía tradicional que interpretó la formación de juntas como
una resolución heroica que condujo poco después hacia la formación de repúblicas. Portillo encuentra que toda la documentación producida por esos
cuerpos esta enmarcada legalmente en los fundamentos constitucionales de
la monarquía tradicional. Esto explica desde su punto de vista que las juntas
hicieran uso de la soberanía –formaron ejércitos, hicieron la guerra, circularon moneda, enviaron ministros con plenos poderes, nombraron autoridades
y magistrados- pero que no dispusieran de la misma, es decir, que nunca
derivaran su actuación hacia la formación de un poder constituyente27.
25
José María Portillo, “La federación imposible: los territorios europeos y americanos
ante la crisis de la Monarquía Hispana”, en Jaime Rodríguez (ed), Revolución, independencia y las nuevas naciones de América, Madrid, MAPFRE-Tavera, 2005, p. 100.
26
Ibídem, p. 113.
27
Sobre la aplicación del principio de “retroversión” de la soberanía véase Noemí Goldman, El pueblo quiere saber de qué se trata, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
177
Otro aspecto importante que retoma este historiador es la idea de que
los americanos debían demostrar que la crisis afectaba de igual manera a
territorios americanos y peninsulares. Aunque no haya habido invasión militar en América. Para esto debían afirmar que la ausencia del príncipe significaba también una pérdida de legitimidad de las autoridades que debían
su capacidad a un encargo del rey. Además debían dejar en claro que los
territorios americanos estaban unidos directamente a la corona y no al reino
de Castilla. Por lo tanto, una posible reunión de reinos para un gobierno
colectivo debía contar con su participación en igualdad de representación y
para ello se debía reconocer desde la península la legitimidad de las juntas
americanas28. Algunas juntas habrían de tomarse demasiado en serio la idea
de la igualdad en las dos partes de la monarquía -Buenos Aires y Caracas- y
siendo consecuentes con esta actitud optaron por no reconocer el llamado
desde la península para formar parte de un proceso constituyente convocado
sin su aprobación y por un poder central que no reconocieron.
España, 1808-09. Patria y Nación
Cuando la junta central se dirige la Nación española en octubre de
1808, insiste en que “la patria no debe ser un nombre vago”29. El discurso
liberal se construye en el marco de una coyuntura que deja entrever en la
lucha por la independencia de España además de un conflicto internacional,
también una “guerra de opiniones” en la que se debe recurrir a discursos
claros y convincentes. Estos deben servir para movilizar voluntades y para
desacreditar a los adversarios. De esta manera se impone la necesidad de
poner en claro las expresiones y definiciones de conceptos que eran objeto de polémicas prolongadas, tales como <constitución>, <democracia>,
<pueblo>, <Nación>, y otros. Esta necesidad de poner en claro los diferentes conceptos que se barajan aparece reflejada con tono humorístico en
un famoso diccionario crítico burlesco de Bartolomé J. Gallardo, escrito en
aquella época. También en la misma situación, los llamados afrancesados y
Ibídem, p. 112.
Jean René Aymes, “La literatura liberal en la guerra de la independencia: Fluctuaciones y divergencias ideológico-semánticas en el empleo de los vocablos pueblo, patria
y nación-“, en Alberto Ramos Santana (ed.), La ilusión Constitucional: pueblo, patria,
nación: de la Ilustración al Romanticismo : Cádiz, América y Europa ante la Modernidad,
1750-1850, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1997, p. 13.
28
29
178
LUCAS CODESIDO
los absolutistas se ven incluidos en la necesidad de pulir su bagaje léxicopolítico.
En su estudio de las juntas catalanas, A. Moliner Prada30 constata que
“patria” en su sentido más inmediato y concreto refiere a la tierra o el pueblo donde uno a nacido. Marcelo Capmany al referirse a los franceses sitúa
al vocablo en el mismo sentido y escribe:
No hay patria señalada para los franceses, porque ni tiene nombre la tierra
que les vio nacer, ni la del padre que los engendró31.
El uso que dan al término patria, -patriotas liberales, absolutistas y
“afrancesados”- no percibe una contradicción entre la patria-provincia y la
patria-España, no se las confunde, aparecen a veces con cierta ambigüedad
y otras en superposición. Pero hay una creciente politización del sentido
de “patria” que J. R. Aymes verifica en el Catecismo católico-político de
1808:
P-¿Qué es nuestra patria?
R- El conjunto o agregación de muchos pueblos regidos por el Rey y por
unas mismas leyes32.
La “patria” es identificada en todos los casos con una fuerte carga afectiva, con expresiones comunes como la “madre patria”, “madre España”.
Los liberales son más propensos a introducir matices en la definición de patria; tanto para absolutistas como liberales, “la patria está en peligro”, pero
la patria de los absolutistas no puede desaparecer porque es una esencia que
existe eternamente, por eso no insisten tanto en definirla, por su carácter de
realidad evidente. Así, la lealtad a la patria será más identificable y localizada, en primer lugar como lealtad a la tierra donde se ha nacido. En cambio
la nación un término polivalente, es difícil de ser asimilado en ese entorno
Antonio Moliner Prada, “El concepto de patria y nación en la Junta Superior de Cataluña (1808-1812)”, en Historia i els joves historiadors catalans, Ediciones de la Malgrana/
Institut Municipal d´Historia de l´Ayuntament de Barcelona, 1984, pp. 340-341.
31
Capmany es citado en Aymes, La literatura liberal, cit., p. 23.
32
Ibídem, p. 23.
30
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
179
de lo conocido y corporizable que suscita una adhesión afectiva inmediata33.
La politización del concepto de patria en el lenguaje liberal y en los requerimientos de todos los bandos para “salvar la patria” la aproxima al de
nación, que comienza a ser de uso frecuente y es esta convivencia de ambos
conceptos la que en realidad contagia al concepto tradicional y afectivo de
patria de ribetes políticos34.
“La patria es una proyección ideal de la nación para los liberales de 18081813”35.
Vilar plantea esta fórmula a partir de la constatación de que se vuelve
cada vez mas frecuente en el lenguaje liberal, la necesidad de introducir una
suerte de ideal para la noción de patria en relación con el derecho civil y
público que crea ciudadanos libres. Lo que se hace cada vez más común en
este contexto es, como dijimos, afirmar que la patria es algo más que el lugar
en donde uno nació. Será también, desde la interpretación que hace Vilar,
el lugar en donde uno se hizo ciudadano. Donde hay una libertad amparada
en leyes consentidas por todos en su condición de ciudadanos. Este uso es
común en los liberales como Argüelles, Quintana o Capmani. Aymes corrige
esta fórmula de Vilar. La da vuelta afirmando que para los liberales en realidad “la nación viene a ser la proyección ideal o en vías de configuración,
de la patria”36. Pues la fórmula de Vilar daría a entender que la existencia
de la nación seria anterior a la de la patria, siendo que tanto liberales como
absolutistas postulaban la larguísima existencia anterior de la patria. Pero
serian los liberales quienes buscarían en el modelo ideal de la nación, la
plasmación institucional de la patria.
Luego de su conocida afirmación inspirada en un trabajo de M.C. Seoane37, Vilar asegura que en torno de los debates y sesiones de las cortes de
33
Monica Quijada, “¿Qué Nación? Dinámicas y dicotomías de la Nación en el imaginario Hispanoamericano”, en Antonio Annino y Francois Xavier Guerra (eds.), Inventando
la Nación. Iberoamérica. Siglo XIX, México, FCE, 2003, p. 291.
34
Ibídem, p. 25.
35
Pierre Vilar, Hidalgos, amotinados y guerrilleros, Barcelona, Crítica, 1982, p. 219.
36
Aymes, La literatura liberal, cit., pág. 35.
37
Ver Maria Cruz Seoane, El primer lenguaje constitucional, Madrid, Moneda y
crédito, 1968.
180
LUCAS CODESIDO
Cádiz, se intentaba librar al concepto de patria de toda vinculación territorial
porque “el territorio no debe contar, al ser preciso que el indio más lejano
se sienta español”38. También constata que la palabra nación no forma parte del vocabulario de la resistencia popular espontánea contra el invasor
francés, porque asegura que en España como en otros sitios lo que suena a
“jacobino” no es “patria” sino “nación”. Así, se verificarían diferencias conceptuales no solo ideológicas, sino también de acuerdo al contexto de enunciación en el que circulan los conceptos. Vilar concluye afirmando que en
los debates de las cortes es lógico que se maneje más el concepto de nación
que el de patria debido a la antes mencionada plasmación Constitucional. En
las canciones y proclamas es más común la referencia al pueblo o la patria,
porque en su mayoría están destinadas a provocar una reacción emocional
concreta, y para este fin se apela a voces familiares.
Cádiz. La plasmación constitucional de la nación
La lógica de la reconquista devenía constituyente, fundadora de una situación nueva que, mediante el proceso catártico de la crisis de la independencia, permitía a la nación recuperar entidad política e iniciativa para la
reformulación del pacto político39.
El proceso constitucional se abrió en Cádiz con el juramento expreso y
de reconocimiento a la obediencia hacia Fernando VII y en su nombre a la
institución del monarca. Pero a la vez significó la posibilidad de ejercitar
un rechazo formal de las cesiones realizadas en Bayona por él mismo y por
su padre a favor de Napoleón por haberle faltado el consentimiento de la
Nación.
Portillo Valdés presenta la labor de Cádiz como una lucha entre los
partidarios de la “libertad” y los de la “obligación”. Una lucha del grupo
católico conservador y monárquico contra el de los liberales que pretendían
replantear el status político de la monarquía sobre la base de un pacto social
que no era nuevo. Con victoria transitoria de estos últimos.
Vilar, Hidalgos, cit., p. 220.
José María Portillo Valdés, Revolución de Nación. Orígenes de la cultura constitucional en España. 1780-1812, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,
2000, p. 350.
38
39
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
181
La postulación de la soberanía nacional fue uno de los ejes de la polémica. Y del malestar mayor de los absolutistas. La atribución de la soberanía
en la nación se presentaba en una coyuntura específica en la que su objetivo
era justamente la defensa de la monarquía. Pues se entendía (los liberales)
que la crisis abierta en 1808 no se había generado en la nación sino en la
monarquía que procedió arbitrariamente a ceder la soberanía en un príncipe
extraño40. Entonces, desde esta lógica, asegura Portillo Valdés, correspondía a la Nación crear un orden constitucional que instituyera de nuevo el orden monárquico y dinástico en la persona de Fernando VII. La constitución
se contemplaba entonces como el vínculo nuevo que relacionaba nación,
soberanía y monarquía. A la vez, era un conjunto de leyes fundamentales
que permitía diferenciar rey y nación. Importante esto último, desde el punto de vista de la historia conceptual para romper con la visión tradicional
que asociaba el término Nación con el “conjunto de la monarquía”41.
La importancia de lo que Portillo Valdés denomina como “liberalismo católico” de Cádiz es la fusión entre filosofía política moderna y tradición cultural católica. Cita como ejemplo ilustrativo de esta hibridación a
Francisco Martínez Marina con su Teoría de las Cortes42. Marina discrimina
entre los principios naturales esenciales y las realizaciones políticas. Los
primeros de origen natural, -verdad, orden, justicia y libertad-, nacían de
Dios. El orden político en cambio es lo contingente, una creación puramente humana, y por eso, fuente de errores y aciertos. La sintonía entre
ambos órdenes debía encontrarse en la perfección constitucional. La libertad
humana está conectada con el carácter natural de las asociaciones. El orden
social emana esencialmente de la naturaleza, pero su forma es variable y
depende de pactos y convenciones arbitrarias43. Lo que deja claro Marina es
que el despotismo y dominio absoluto no eran connaturales a las sociedades
humanas.
Portillo Valdés hace referencia entonces al proceso constitucional en los
términos de esta la lucha por obtener consenso y legitimidad por parte de los
liberales. Para unas cortes que buscaban posicionar a la Nación española por
Ibídem, p. 323.
Francois Xavier Guerra, Modernidad e Independencias, cit., p. 321.
42
Portillo, Revolución de Nación, cit., pp. 329-330.
43
Ibídem, p. 331.
40
41
182
LUCAS CODESIDO
encima de las arbitrariedades de Bayona y el despotismo que desemboco en
una cesión cuasi patrimonial de la corona española hacia el enemigo francés. No hay en este análisis una referencia explícita a la contribución de los
diputados americanos en el proceso.
Nación y nacionalidad. América en las cortes
Manuel Chust44 intenta recuperar la trascendencia que tanto para la historia de España y la historia de América tuvo la participación de los diputados americanos en las cortes de Cádiz. Para este autor la fase iniciada en
1808 constituye el comienzo del proceso revolucionario de la burguesía
liberal española entendido como un movimiento antifeudal. Asegura que
para los americanos, Cádiz representaba en primer lugar la reivindicación
de propuestas anticoloniales, que tuvieron su plasmación en las conocidas
11 propuestas; que contenían aspiraciones autonomistas en lo económico,
en lo político y en lo social, y estaban destinadas a mantener tanto la alianza
con la península como con los sectores autonomistas americanos.
Según Chust, la unión entre liberales españoles y americanos tiene
como objetivo cambiar el Estado sin modificar su forma de legitimidad –la
monarquía-; hacer compatibles monarquía y constitución. Pues las referencias mentales y culturales del período eran tradicionales y ancestrales; la
legitimidad estaba encarnada en la figura del rey.45 Propone que el recurso
de recurrir a la legitimidad de la religión y la monarquía no es una concesión liberal como a veces se afirma sino una necesidad imprescindible del
liberalismo hispano46.
Si bien las posturas de los diputados americanos no constituían un bloque común y homogéneo –no todos eran liberales por Ej.47, Chust encuentra
diferencias entre las concepciones de los liberales peninsulares y los americanos, en los debates en torno de los tres primeros artículos de la consti-
44
Manuel Chust Calero, La cuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz,
1810-1814. Valencia, Fundación Instituto Historia Social, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1999.
45
Manuel Chust, “El rey para el pueblo, la constitución para la Nación”, en Manuel
Chust, Víctor Minguez (eds), El imperio sublevado, Madrid, CSIC, 2004, p. 230.
46
Ibidem, p. 238.
47
Sobre el grupo absolutista americano: María Teresa Berruezo León, “Los ultraconservadores americanos en las Cortes de Cádiz”, en Revista de Indias, XLVI, núm. 177, 1986.
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
183
tución en los que se define la Nación, sus componentes y en donde reside
la soberanía. Encuentra ejemplificada en las propuestas del diputado por la
Nueva España José Miguel Guridi y Alcocer una diferencia no muy trascendente en términos lingüísticos sobre la definición propuesta de Nación, pero
importante en cuanto a las concepciones latentes, las verdaderas intenciones
y las implicancias contenidas.
Cuando se postuló el artículo 1 que definía a la nación como la “reunión
de los españoles de ambos hemisferios” Guridi planteó su desacuerdo con
los términos <reunión> y <españoles>. Sostuvo que si se tomaba físicamente a la nación española esta se correspondía solo con los habitantes de la
península, y que:
La unión del Estado consiste en el gobierno o en la sujeción a una autoridad soberana, y no requiere otra unidad. Es compatible con la diversidad
de religiones, como se ve en Alemania, Inglaterra y otros países; con la
de territorios, como en los nuestros, separados por un océano; con la de
idiomas y colores, como entre nosotros mismos, y aun con la de naciones
distintas, como lo son los españoles, indios y negros. ¿Porqué, pues, no se
ha de expresar en medio de tantas diversidades en lo que consiste nuestra
unión, que es en el gobierno?48.
La definición que proponía de Nación:
La colección de vecinos de la península y demás territorios de la monarquía unidos en un gobierno, o sujetos a una autoridad soberana49.
Para Chust estas palabras de Guridi tienen la intención de plantear una
Nación hispana que incluya diferentes nacionalidades y que a la vez contenga el ejercicio de diferentes soberanías, lo cual se encamina a la creación
de un Estado-Nación federado. Propuesta demasiado atrevida para obtener
consenso y sobretodo la legitimidad que para este momento se daba a través
de la religión y la monarquía. Nadie apoyó públicamente a Guridi y Alcocer
tal vez por hacer demasiado explícitas las pretensiones autonomistas del
48
49
Chust, “El Rey para el Pueblo”, cit., p. 242
Ibídem, p. 243.
184
LUCAS CODESIDO
liberalismo americano50. Aquí convendría introducir una aclaración en la intervención de Guridi. En la primera cita se refiere a las “naciones distintas”
con relación a distinguir a españoles, indios y negros en donde, desde nuestro entender y también lo señala Chust, este diputado utiliza una definición
cultural del término que relaciona la cuestión étnica de “idiomas y colores”
con la existencia de la nacionalidad. Por otro lado, el diputado novohispano
ante esta evidencia de constatar diferentes nacionalidades se pregunta cuál
será la unión entre los habitantes de ambos hemisferios, y concluye que es
en el gobierno. Este hecho de identificar a un conjunto humano como unido
en un gobierno, también incluye de manera sutil la equivalencia entre Nación y Estado, teniendo en cuenta que para este período el estado era todavía
comúnmente pensado como conjunto de personas y no de instituciones51.
Chust concluye que la propuesta de Alcocer, que reflejaba el consenso
liberal americano constituía un intento de formar un “Estado-nación con
parámetros plurinacionales” 52. Podemos estar de acuerdo con esta afirmación si concedemos que las diferentes nacionalidades que constituyen a este
estado no incluyen necesariamente el ejercicio de una soberanía por parte
de cada una. El primer uso que da Guridi al término nación también podría
referirse a la necesidad de construir un Estado-Nación con parámetros pluriétnicos; porque se trata de un uso del vocablo nación, en este caso las naciones comprendido en un sentido premoderno, o pre-contractualista, y que
luego es retomada en otro sentido por el mismo diputado, esta vez político
que si incluye la soberanía. Aquí hacemos presente la primera y segunda
definición del concepto de nación, de las tres que distinguimos al comienzo.
La transición entre las épocas, también es una transformación semántica de
los discursos, que no es lineal, y refleja a veces una yuxtaposición de diferentes sentidos en un mismo agente discursivo. Lo cual no hace tan sencillo
reflejar este proceso desde esquemas excesivamente lineales, como pude
resultar de asociar inmediatamente la cuestión de la nacionalidad con el
ejercicio de la soberanía política.
Otro punto de vista sobre la participación americana en la construcción
Ibídem, pp. 243-244
Chiaramonte, Nación y Estado, cit., p. 35.
52
Chust, La cuestión americana, cit., p 57.
50
51
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
185
constitucional de 1812 es apuntado por Rafael Estrada Michel53. Este autor
sostiene que si bien en muchos temas los diputados americanos actuaron en
conjunto hubo una clara división con respecto a otros no menos importantes.
En especial con respecto a la definitiva conformación político-institucional
que debía conformarse en los territorios americanos. Alude a una división
entre los “regnícolas” y los “provincialistas”. El autor considera que la
América española participó de un regnicolísmo semejante al que sucedió en
Europa durante el período pre-estatal, solidamente fundado en la presencia
de figuras que, a manera de personalidades alternas a la del Rey, expandían el poder y la influencia de los grandes territorios multiprovinciales y
en ocasiones multirregnícolas. Y que ni siquiera con la introducción de las
reformas borbónicas que superpusieron la figura intendencial a fines del
siglo XVIII perdieron totalmente sus sellos de identidad y pertenencia54.
Menciona, por ejemplo, al reino de México, que continuó identificándose
confusamente con las fronteras de un extensísimo Virreinato, el de la Nueva
España. Por otro lado señala que esta situación no se debería a una supuesta
“tradición austracista” que el reformismo borbónico no habría podido romper. Sino que las figuras del superior gobierno -Virreyes y Capitanes generales- resultaron bastante atractivas para el reformismo español. Y que en
ocasiones la historiografía no ha estado dispuesta a admitirlo. Advierte que
en México, con la crisis abierta en 1808 habría que poner énfasis en el hecho
de que lo que los mexicanos proponían una Junta-Congreso de todo el reino
para evitar en la Nueva España las divisiones “provinciales” que por todos
lados aparecían en la Península. La capital del reino en la exposición del 3
de agosto se declara “cabeza de todas las provincias y reinos de la Nueva
España”55.
Modelos de nación. Referentes constitucionales en el proceso de Cádiz
Joaquín Varela Suanzes insinúa una tipología sobre los modelos cons-
53
Rafael Estrada Michel, “Regnícolas contra provincialistas. Un nuevo acercamiento
a Cádiz con especial referencia al caso de la Nueva España”, Historia Constitucional. Revista electrónica, número 6, septiembre de 2005, http://constitucion.rediris.es/revista/hc/uno/
dario2.html, párrafo 1.
54
Ibídem, Párrafo 2.
55
Ibídem, Párrafo 15.
186
LUCAS CODESIDO
titucionales que estaban presentes en el proceso de Cádiz56. Estos serían el
modelo republicano de los Estados Unidos, la monarquía francesa sancionada en 1791, y el modelo constitucional inglés. A grandes rasgos sitúa a
los diputados americanos como simpatizantes del primero, a los liberales
españoles en el segundo, y a los diputados realistas en el tercero. El mayor
peso y triunfo de los liberales españoles en las sesiones de Cádiz significarían entonces que de los tres modelos, el que mayor influjo representó fue
el constituyente francés de1791, que introdujo una monarquía con poderes
limitados. Los liberales de Cádiz, como el conde de Toreno o Agustín Argüelles veían en el modelo estadounidense un “federalismo” que atentaba
contra la idea de una sola nación. Situación que alentaba el temor de que
las provincias de ultramar siguieran su camino y desembocaran en estados
separados57.
Varela Suanzes también recalca la inexistencia en Cádiz de algún grupo
anglófilo liberal. La imagen que llegaba a España del constitucionalismo
inglés era la de un monarca con un predominio importante sobre el poder
del senado y la cámara de los comunes. En alguna discusión en sesiones,
el liberal Argüelles advirtió sobre los peligros del veto regio que se ejercía
en Inglaterra, sobre los males que podría acarrear a la nación el traslado de
esta disposición58. También era común asociar la imagen de esta monarquía
con la corrupción, sobre todo a partir de mediados del siglo XVIII. Y con un
sistema que permitía compatibilizar el cargo de ministro u otro cargo de la
corona con la condición de miembro de las cámaras legislativas. Además el
Joaquin Varela Suanzes, “Los modelos constitucionales en las Cortes de Cádiz”, en
revoluciones Hispánicas, cit., pp. 243-268.
57
Según Toreno: “Lo dilatado de la nación la impele baxo un sistema liberal al federalismo; si no lo evitamos se vendría a formar, sobre todo con las provincias de ultramar, una
federación como la de Estados unidos....y acabaría por constituir estados separados”. Diarios
de las discusiones y Actas de las Cortes (DDAC), t.11, p.212. Citado por Varela Suanzes,
“Los modelos constitucionales.”, cit., p.245. En un análisis reciente, B. Clavero ha hablado
de las posibilidades republicanas que abrió la Carta de 1812, a pesar de las constantes referencias que líderes del grupo liberal metropolitano, como Argüelles o el Conde de Toreno,
hicieron respecto un cierto sistema federal como el peor de los fantasmas que enfrentaba la
acéfala Nación española. Bartolomé Clavero, “Cádiz como Constitución”, en Constitución
política de la Monarquía española, promulgada en Cádiz a 19 de marzo de 1812. Estudios,
vol. II, (Universidad de Cádiz, Ayuntamiento de Cádiz, Sevilla, 2000), p. 234.
58
Ibídem, p. 253.
56
f. x. guerra,
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
187
contexto histórico en el que se producía Cádiz era el de un pueblo protagonista de la resistencia, que contrastaba con la ausencia del rey y la deserción
de buena parte de la nobleza, que había decidido colaborar con las autoridades francesas. Monarca y cámara aristocrática; dos componentes fundamentales del sistema inglés; ausentes o pasados al bando enemigo en España59 .
Este autor insiste al fin en señalar algunas semejanzas y diferencias
entre el liberalismo doceañista y el francés de 1791. La monarquía perfilada
en la constitución francesa de 1791, disponía al monarca como servidor de
un parlamento de carácter netamente nacional. Situación que encajaba perfectamente con las aspiraciones del liberalismo revolucionario peninsular y
también con el contexto popular creado a consecuencia de la guerra de independencia. También prevaleció el criterio individualista o “democrático”
según el cual las cortes no debían componerse de más de una cámara.
Aquel criterio triunfó sobre la propuesta de Jovellanos, quien sostuvo
en la junta central que las cortes debían convocarse de acuerdo con la antigua representación estamental y territorial y dividirse en dos cámaras60. Una
forma compleja, como lo era la estructura política de la monarquía. Si ésta
se componía de diferentes clases de personas y cuerpos con distintos estados
o modos de pertenecer a la monarquía, tal hecho debía quedar reflejado en
la representación del reino. Por ello, según Jovellanos, se debería de formar
unas Cortes en las que nobleza, clero, ciudades, provincias manejaran fuero
propio (las vascas, Navarra y Asturias), y otras personas y cuerpos estuvieran representadas por sí mismas, es decir, no diluidas en una representación
conjunta de la nación, sino con pie propio. De este modo, los conservadores
ansiaban unas Cortes que, dada su compleja estructura de representación de
privilegios y estados diferenciados, no pudieran ser constituyentes, es decir,
no fueran a variar la antigua constitución del reino.
Otra semejanza importante señalada por Varela Suanzes entre el liberalismo francés y español tiene que ver con el recelo con el que los liberales
de ambos países veían al poder ejecutivo. En España este se vinculaba
al desprestigio sufrido por la monarquía durante el reinado de Carlos IV.
Con respecto a aquellas diferencias que encuentra Varela Suanzes entre
los dos modelos constitucionales, la más notable a simple vista está dada en
59
60
Ibídem, p. 261.
Ibídem, pp. 261-262.
188
LUCAS CODESIDO
el carácter mucho más conservador del producido en Cádiz con relación a
la religión. Significó en la práctica la adopción de la religión católica como
religión de la Nación española61. Paralelamente a ello se aunaba defensa de
la libertad con la exaltación de la edad media y la introducción de doctrinas
revolucionarias con la apelación a una supuesta tradición nacional.
Constitución republicana
Varela Suanzes señala que una de las virtudes del texto gaditano fue que
estableció las bases para un régimen de monarquía republicana. El principio
de división de poderes se instituyó distinguiendo tres “potestades”, la de
“hacer las leyes”, la de “hacer ejecutar las leyes” y la de “aplicar las leyes
en las causas civiles y criminales”. La primera potestad la compartían las
Cortes y el rey, de la segunda gozaba en exclusiva el monarca mientras la
tercera se asignaba a los tribunales. Agustín de Argüelles, uno de los críticos
de la república en la constitución, decía que esta división debía entenderse
como un complicado mecanismo en el que cada ruedecilla conducía movimiento a otra que le daba sentido. Este diputado junto con el conde de
Toreno fue uno de los más acérrimos críticos de toda propuesta por parte
de los americanos que se inspirara en el federalismo norteamericano, o
peor aún en el republicanismo francés. Sin embargo, hay que situar a esta
retórica en un contexto en el que seguir los ejemplos de Estados Unidos o
de Francia significaba mucho más que adoptar un modelo constitucional.
Seguir a Estados Unidos era lo mismo que resignarse a perder a América,
porque esta seguiría inexorablemente su ejemplo; y proclamar una república
era además de “antipatriótico” por hacer referencia a lo francés, un suicidio
político para el grupo que lo mencionara en la búsqueda de una legitimidad
que solo se situaba en la monarquía y la religión.
Consideraciones finales
La historiografía sobre los llamados procesos independentistas ha planteado que la crisis abierta en 1808 fue una crisis de disolución de la monarquía. Visto este período en relación con la situación de Brasil, allí el tránsito
hacia un cambio de régimen fue menos traumático debido al traslado de la
familia real a la colonia. En Francia unos años antes, el triunfo del tercer
61
Ibídem, pp. 267-268.
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
189
estado y la asamblea nacional desembocó en el triunfo de la Nación y la guillotina que descoronó a Luis XVI. En la monarquía hispánica se fue el rey,
pero el trono vacío siguió siendo una referencia legítima. Como la ausencia
real fue un hecho no provocado por disensiones internas hay que insistir en
el carácter inaudito que dio comienzo al proceso. Si la modernidad hizo una
aparición forzada en este contexto, tiene que ver con el carácter excepcional
de la situación. Teniendo en cuenta esa coyuntura creemos que no tiene demasiada trascendencia realizar la valoración de si es más o menos moderno
el proceso a nivel del análisis discursivo o en el resultado constitucional de
esa crisis.
A partir de lo analizado en este trabajo sobre las características del lenguaje político de la época retomamos para coincidir con Varela Suanzes,
una constatación en las palabras de Martínez Marina y en las discusiones en
las cortes de un aspecto relevante para comprender ese contexto discursivo:
La facilidad con que es posible trabar ciertos axiomas de procedencia
tradicional con otros de claro origen democrático-radical, inspirados en el
dogma de soberanía popular62.
Hay bastantes estudios dedicados a comprender cómo se produce esa
inflexión por la cual habrán de generarse en el interior de los lenguajes tradicionales principios que eran ya, sin embargo, extraños a ellos en procedencia, pero no inasimilables, como se podría sostener desde una historia dura
de los conceptos o de una historia intelectual relativamente autónoma de los
procesos políticos. Leído según la perspectiva de una rígida dicotomía entre
tradición y modernidad, es decir, como orientado simplemente a precisar el
momento exacto en que un ideal social de corte “moderno” vino finalmente
a desplazar a otro “tradicional”, esta cuestión no alcanzaría a desarrollar
todo su sentido.
A partir de lo analizado en este trabajo creemos preciso señalar que
el hecho de eludir la dicotomía tradición-modernidad en su versión esquemática, no quiere decir dejar de explorar la relación entre ciertas formas de
vida social y unas formas de ejercicio de la soberanía y de representación
62
Joaquín Varela Suanzes, La teoría del Estado en los orígenes del Constitucionalismo Hispánico: Las Cortes de Cádiz, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983,
p. 428.
190
LUCAS CODESIDO
política. Es útil por ejemplo estudiar para el caso de los diputados presentes
en Cádiz, la posible correspondencia entre una representación corporativa
con un mandato imperativo y ciertas formas de vida social, y por otro lado
la representación individual y el mandato libre, que podrían corresponderse
con otras. Si bien es importante que los estudios históricos hayan hecho
abandono en los últimos años de un uso estructurado de la historia social y
económica esto no conduce, por el mismo motivo, a derivar en una historia
intelectual autónoma. Sería buena la mayor articulación de estas diferentes
perspectivas. En este sentido, y teniendo en cuenta que la idea de la “parte
esencial” que un determinado reino ocupaba en la monarquía era una expresión muy habitual en los debates sobre la relación entre monarquía y territorios en la edad moderna. Aragoneses, navarros o asturianos, entre otros
muchos, habían usado de este lenguaje y de las consecuencias que planteaba
para componer un discurso “foral” en sus relaciones con la monarquía. A
partir de esta situación, también rescatamos la sugerencia de Portillo quien
sostiene que una cuestión pendiente es estudiar la “foralidad” americana, en
la relación de estos territorios con la monarquía. En el movimiento juntísta,
y también tener presente la idea de reivindicación de fueros en las pretensiones autonómicas o federalizantes como comúnmente se entiende, de la
participación de los diputados americanos en las cortes. Es decir que habría
que estudiar además, esta cultura constitucional no solo en relación con los
modelos escritos en Francia, Estados Unidos o Inglaterra, y su posible inspiración, sino además, con las particularidades del modo de vida, la organización político-jurídica previa, la circulación de ideas, las divisiones económicas regionales, la costumbre, su alteración y la necesidad de recuperarla,
y los tipos de representación o tutelaje derivados de estos componentes.
Las tendencias preborbónicas mencionadas al principio no solo podrían
apreciarse en la crisis abierta en 1808, en la formación de juntas provinciales o en los debates de las sesiones en las cortes. También en el resultado
constitucional de la crisis. En el texto de la constitución de Cádiz. En lo que
dice y en lo que no dice. El texto de la constitución no definía claramente
la capacidad y las competencias políticas de los nuevos cuerpos representativos –diputaciones, ayuntamiento, jefe político- y esta situación hizo que
algunos de estos cuerpos se consideraran a sí mismos como gobiernos territoriales. Se puede invocar en este sentido, lo sucedido en Cataluña donde la
institución de la diputación se entendió prácticamente como una abolición
de los decretos de Nueva Planta que a comienzos del XVIII habían liqui-
LA IDEA DE “NACIÓN” EN EL LENGUAJE POLÍTICO HISPANOAMERICANO, 1808-1814
191
dado las instituciones políticas de los territorios de la corona de Aragón63.
La aplicación en México donde el texto de Cádiz tuvo más vigencia que en
España también es una muestra de la variedad de lecturas a que podía dar
lugar. Antonio Annino habla en este sentido de una “revolución silenciosa”
en el momento en que se difundió la cultura representativa abierta por las
interpretaciones al texto de Cádiz. Cuando los ayuntamientos en Nueva España se adjudicaron funciones judiciales y civiles, adquiriendo poderes que
el texto constitucional dejaba huecos o no destinaba a la figura del jefe político. Situación que se tradujo en la transferencia de una parte significativa
de los poderes del Estado a los ayuntamientos64.
En la historiografía española al hablar de la participación americana en
las cortes, se introduce por lo general un capítulo dedicado a las propuestas
autonomistas de los americanos65. Una nueva historia del constitucionalismo moderno intenta deliberadamente alejarse de los pasos de la historia
constitucional de tipo nacional e inició una perspectiva más general. La dimensión hispana del proceso constituyente en Cádiz todavía está por alcanzarse, según mi entender cuando se integre la visión de la descomposición
de la monarquía junto con los efectos de la cultura constitucional abierta en
Cádiz, y sus alcances en América. Los efectos del proceso de Cádiz no han
sido reflejados de manera suficiente sobre todo en la historiografía americana. Y no menos importante también, es que todavía queda por reconstruir el
papel abierto por esta cultura constitucional incluso en aquellos lugares en
donde no se reconoció el proceso constituyente. Caracas o Buenos Aires; los
que cumplieron con la declaración de igualdad de todos los reinos decretada
por la Junta Central y no obedecieron, por lo mismo, al llamado del poder
central.
63
Marta Friera, “Notas sobre la constitución histórica asturiana: el fin de la Junta General del principado de Asturias”, Historia Constitucional. Revista Electrónica de Historia
Constitucional, núm. 4, 2003, párrafo 12.
64
Antonio Annino, “Soberanías en lucha”, cit., p. 175-176.
65
Así lo hace Varela Suanzes en “La Teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo...” o Rieu-Millán en “Los diputados americanos en las cortes...”. Manuel Chust en
“La cuestión americana...” intenta reflejar el carácter hispano del proceso constitucional aunque parece demasiado preocupado por discutir con la historiografía españolista que ensalzó
al liberalismo peninsular, y en demostrar como el centralismo de los liberales españoles se
mostró condicionado por las pretensiones federalizantes de los americanos.
192
LUCAS CODESIDO
Es interesante también la propuesta que hace Portillo Valdés de que
durante la crisis de la monarquía, lo que se produjo con la ausencia del
soberano debiera considerarse como la formación de “un depósito de la
soberanía” más que como una “revolución en la misma”. Esto explicaría
que las juntas hicieran uso de la soberanía pero no que dispusieran de ella,
pues de su actuación no se derivó la formación de un poder constituyente.
Es relevante además, por ser contraria a la idea de revolución y su consecuente teleología interpretativa. Y permitiría concentrar la atención en el
proceso en sí mismo sin referencia a los resultados, cuestión que abriría
el descubrimiento de distintas potencialidades y horizontes de expectativas
distintos por parte de los actores del período. De este modo se podrían analizar también los posibles cambios en esta percepción de un depósito de la
soberanía no constituyente luego del proceso abierto por la crisis de 1808.
Más allá de que esta idea de depósito transitorio de la soberanía tal vez no
sea universalizable para todo el proceso juntísta americano66.
66
En este sentido, Noemí Golman, constata que en la primera junta de la llamada Revolución de Mayo se alude explícitamente a que la retroversión de la soberanía retorna a su
detentador original el pueblo, en una circular emitida en un oficio de la junta conservadora al
gobierno ejecutivo. Situación que habilitaría una posible derivación constituyente. En Noemí
Goldman, Historia y lenguaje, los discursos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Espasa
Calpe, 2000. Susana Bandieri, también en el caso del Río de la Plata, sostiene que la preocupación más visible en algunos se relacionaba con la idea de incrementar la autonomía por
sobre la independencia, al menos en la etapa más próxima a los sucesos de 1810; para otros,
como es el caso de los masones, asegura que la idea de independencia estaba más firmemente
instalada, al menos desde 1808, mientras el régimen político más aceptado era la monarquía
atemperada al estilo británico. En Susana Bandieri, “La historiografía y los fundamentos
ideológicos del movimiento revolucionario en el Río de la Plata”, en Revista Pilquén, Dossier Bicentenario, Año XII, Nº 12, 2010.
Notas sobre un jurista olvidado: Julio Herrera
y su intervención parlamentaria con motivo
de la reforma del código penal en la República
Argentina (1902-1903)1
Jorge Núñez
Universidad Autónoma de Madrid
Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho
jorgealber75@yahoo.com.ar
Resumen
Este trabajo pretende contribuir a una producción historiográfica en desarrollo en los últimos años cuyo objetivo es el estudio de los discursos y
prácticas de un conjunto de juristas argentinos adherentes al positivismo
penal que desde fines del siglo XIX impulsaron una serie de iniciativas de
reforma penal y penitenciaria (creación y dirección de instituciones carcelarias y post penitenciarias; renovación de la producción científica y universitaria; elaboración de propuestas legislativas; etc.).
En esta ocasión, analizaremos la figura de Julio Herrera, uno de los
más distinguidos penalistas argentinos, aunque paradójicamente ignorado
por los estudios históricos e histórico-jurídicos, centrándonos en su intervención parlamentaria con motivo del proyecto de reforma del código penal
presentado en la Cámara de Senadores en 1903.
Palabras clave
Julio Herrera - Derecho Penal - Libertad Condicional - Reincidencia
Criminal.
Agradezco los comentarios realizados por el Dr. José Daniel Cesano a una versión
anterior de este trabajo.
1
194
JORGE NÚÑEZ
Abstract
This work is a contribution to a line of historiographic production in
development since the last few years. Its objective is the study of the `speeches’ and `practice’ of a set of argentinian jurists who adhered to `penal
positivism’, that since the 1930’s proposed some modifications on penal
reform (creation of new carcelary institutes, renovation of scientific production, elaboration of new law proposals, etc.).
In this work, we will analyze a project for a reform of penal code presented in 1903 by Julio Herrera, one of the most distinguished argentinian
penalists, though paradoxically ignored by historical studies.
Key words
Julio Herrera- Penal Law- Release on Parole- Criminal Reincidence.
Introducción
Mí estimado amigo: Le devuelvo los discursos pronunciados por el Senador Herrera en el Senado, los que he leído con el mayor interés. Ud. tenía
razón: es un estudio notable de las escuelas penales y una refutación concienzuda y concluyente de nuestro Código… El autor de estos discursos
ha probado un intelecto vigoroso y una amplia preparación en la materia.
Quiera Vd. felicitarlo, porque su estudio hace honor a nuestro Parlamento2.
Provisto de una sólida erudición, de un saber concienzudo, de un preciso
don de análisis, de una alta conciencia científica, de un criterio muy moderno en el derecho penal en formación, [Julio Herrera] se ha propuesto darnos
su opinión tan autorizada cada vez que el país ha tenido que considerar los
grandes problemas penales3.
Este trabajo intenta contribuir a una producción historiográfica en desarrollo en los últimos años que tiene en el centro de sus preocupaciones el
conocimiento y análisis de un conjunto de ideas y prácticas (así como los
Carta del Dr. Roque Sáenz Peña al Dr. Narciso Rodríguez Bustamante. Citado en
Cornelio sánchez oviedo “Apuntes biográficos del Dr. Julio Herrera”, Boletín de la Junta de
Estudios Históricos de Catamarca, Catamarca, 1944, p. 35.
3
Juan P. Ramos prólogo a Julio Herrera Anarquismo y Defensa social. Estudio de la
Ley de Defensa Social Nº 7029, precedido de una exposición general sobre el anarquismo,
Buenos Aires, M. A Rosas, 1917, p.25.
2
NOTAS SOBRE UN JURISTA OLVIDADO
195
alcances y los límites) impulsadas por un grupo de juristas argentinos adherentes al positivismo penal, en el período que va desde fines del siglo XIX
hasta los años treinta de la pasada centuria.
Dichas ideas y prácticas pueden observarse en el manejo por parte de
estos juristas de las principales instituciones carcelarias y post-penitenciarias, la reformulación de los contenidos dictados por las cátedras de Derecho
Penal, la producción de congresos, reuniones científicas y revistas especializadas y la labor desempeñada en los recintos parlamentarios.
En esta oportunidad, abordaremos la figura de Julio Herrera, uno de
los más distinguidos penalistas argentinos que, paradójicamente, ha sido
objeto de escasa atención por parte de los estudiosos de la Historia y del
Derecho. En 1903, Herrera, desde su banca en el Senado, planteó la necesidad de sancionar un nuevo código penal para la República Argentina. Si
bien la intervención parlamentaria de Herrera -en la que señaló la necesidad
de reemplazar al vetusto corpus jurídico de Carlos Tejedor, sancionado en
los años ‘80 del siglo XIX- no fue apoyada, pocos años después, ejerció una
considerable influencia sobre Rodolfo Moreno (h), artífice del código penal
sancionado en 1922.
El trabajo está organizado de la siguiente manera: en primer lugar, haremos una breve presentación de Julio Herrera, deteniéndonos en su desempeño como gobernador de Catamarca y en su actuación como senador.
A continuación, analizaremos los principales aspectos del código penal que
estaban siendo discutidos en ese entonces y presentaremos los puntos más
importantes de la intervención parlamentaria del jurista catamarqueño en
1903. Finalmente, señalaremos algunas cuestiones sobre el desconocimiento que aún hoy existe en la historiografía sobre la figura de Julio Herrera.
Breve semblanza de Julio Herrera
Hijo de Próspero Andrés Herrera y Azucena González, Julio Herrera
nació en Catamarca el 28 de junio de 1856 en el seno de una familia tradicional de la sociedad criolla4. Cursó sus estudios secundarios en el Colegio
4
Sobre la genealogía de la familia de Julio Herrera, véase Marcelo Gershani Oviedo
“Notas sobre la ascendencia del Gobernador Julio Herrera” (conferencia inédita, obtenida
por gentileza del autor).
196
JORGE NÚÑEZ
Nacional de Catamarca de donde egresó a los quince años de edad5. Debido
a circunstancias familiares (a edad muy temprana perdió a su padre) no pudo
iniciar estudios superiores en la Facultad de Derecho de la provincia de Córdoba. Esta situación llevó a Herrera, aislado de los principales centros de
cultura, pero dotado de una férrea disciplina, a convertirse en un estudioso
autodidacta.
En 1874, con 18 años de edad, fue designado secretario del Juzgado
Federal de Joaquín Quiroga, un notable jurista del noroeste argentino con
quien cosechó una larga amistad. Algunos autores señalan que el ejercicio
de esta función despertó en Herrera su temprana afición a las Ciencias Jurídicas y Sociales6.
Pocos años después, debido a sus capacidades intelectuales fue impulsado a formar parte en la política provincial: la administración de José Dulce
(1888-1891) lo designó ministro de Hacienda. En 1890, contando con 34
años de edad, fue elegido diputado nacional por la provincia de Catamarca,
cargo que desempeñó durante cuatro años. Una vez finalizado su mandato
en la Cámara Baja, Julio Herrera fue designado -previa intervención federal
a la provincia- gobernador de Catamarca por un período de tres años7.
Armando Bazán señala que en el Colegio Nacional de Catamarca se formaron importantes nombres de la elite argentina tales como Fray Mamerto Esquiú, Marco Avellaneda,
Ramón S. Castillo, etc. Véase, Armando Raúl Bazán “Gobernador Julio Herrera: el hombre
y su tiempo”, Revista de la Junta de Estudios Históricos de Catamarca, Año XV, 2005-2006,
p.44.
6
Armando Bazán señala “dice con fundamento el P. Olmos que la relación laboral del
joven Julio Herrera con el juez Quiroga influyó para definir su vocación intelectual por el
estudio del Derecho. Impedido de hacer estudios sistemáticos en la universidad se benefició
con el magisterio del juez Quiroga, quien lo encauzó en la ciencia jurídica donde llegaría a
ser una autoridad en la especialidad del derecho penal”. Armando Raúl Bazán, op.cit. p, 44.
7
Para conocer aspectos biográficos de Julio Herrera pueden consultarse los siguientes
trabajos: Cornelio Sánchez Oviedo op.cit; manuel soria Fechas catamarqueñas, Catamarca,
Propaganda, 1920; Ricardo Piccirilli y Francisco L. Romay Diccionario Histórico Argentino, Buenos Aires, Ediciones Históricas Argentinas, 1953; Vicente Cutolo Nuevo Diccionario biográfico argentino (1750-1930), Buenos Aires, Ediciones Elche, 1978. Trabajos recientes podemos mencionar: Armando Luis Bazán “Julio Herrera…”, op.cit y Diego Monllau,
Josefa Batallán, Luis Alvero, Carlos H. Ibáñez y Miriam Coronel “La ley es el resorte
del progreso de los pueblos”: Julio Herrera: un hombre de convicción y principios”, La generación del Centenario y su proyección en el Noroeste argentino (1900-1950), Tucumán,
Fundación Miguel Lillo, 2000, pp.240-252 (Agradezco la gentileza de Luis Horacio Navarro
Santa Ana y Armando Bazán en la orientación bibliográfica sobre Julio Herrera).
5
NOTAS SOBRE UN JURISTA OLVIDADO
197
Julio Herrera Gobernador de Catamarca
Los pocos especialistas que se han ocupado de la figura de Julio Herrera destacaron la importancia de su labor como gobernador de Catamarca8.
Aquí, nos detendremos brevemente en tres aspectos de su gestión: a) Su administración progresista; b) La centralidad otorgada a la educación y c) Las
transformaciones operadas en la codificación y la constitución provincial.
En lo que respecta a la administración, Julio Herrera impulsó el suministro de energía eléctrica, alumbrado público y agua corriente para amplios
sectores de la población (priorizando la situación de los más desfavorecidos)
y dictó una ley de expropiación de tierras para utilidad pública. Asimismo,
creó el Registro Civil, determinó el libre acceso a los cargos públicos -sin
otro requisito que la buena conducta y capacidad- y estableció la responsabilidad de los empleados y funcionarios públicos9. El gobernador Herrera
también atendió la situación de la población reclusa mejorando los presidios
y construyendo nuevas instalaciones, al tiempo que encargó a una congregación religiosa (Hermanas del Buen Pastor) el manejo del Correccional de
Mujeres.
Respecto a la cuestión educativa, la labor de Herrera fue muy destacada. No obstante la escasez de recursos de la provincia y gracias al aporte de
los empleados estatales, pudo crearse la Biblioteca Pública de la ciudad de
Catamarca, reconocida por la riqueza de sus colecciones10. Herrera también
impulsó la creación del Consejo General de Educación que tenía a su cargo
8
Cabe señalar que Julio Herrera gobernó una provincia asolada por una profunda crisis económica, social y política, marginada del plan de desarrollo nacional. Como señala
Bazán “el plan del progreso simbolizado por el ferrocarril, el flujo inmigratorio masivo y
la revolución agropecuaria de la Pampa Húmeda, había relegado a nuestra provincia a una
situación de marginalidad que tuvo grave impacto en su aparato productivo. La minería del
cobre desarrollada por empresas de capitales locales. Padecía decadencia por falta de una
política minera. El gobierno nacional apostaba a la expansión agropecuaria de la Pampa y
a la creación de polos complementarios de desarrollo agro-industrial en Tucumán y Cuyo”.
Más adelante, Bazán señala “…cereales y carne en la Pampa Húmeda, azúcar en Tucumán,
vitivinicultura en Cuyo. La minería catamarqueña quedó desahuciada por falta de medios
modernos de transporte y ausencia de crédito”. Armando Raúl Bazán op.cit. 45-46.
9
Véase, Cornelio Sánchez Oviedo, op.cit, p. 23.
10
Julio Herrera Discurso pronunciado en la inauguración de la Biblioteca Provincial
por el Gobernador Julio Herrera y el Presidente de la comisión de la misma Doctor Joaquín
Quiroga (25 de mayo de 1895), Catamarca, Publicación oficial, 1895, p.2.
198
JORGE NÚÑEZ
la dirección de todas las escuelas ya que la “educación común -señaló- es un
deber supremo de los gobiernos y de los argentinos todos que están obligados a colaborar en esa tarea”11.
Preocupado por el afán materialista que atravesaba a la Argentina de
fines del siglo XIX, Herrera bregó contra el cierre de establecimientos educativos en la provincia y la indiferencia existente hacia la educación. “Sin
civilización y sin libertad -solía decir- sólo existe el populacho brutal, servil
y corrompido, agobiado bajo el peso de las miserias sociales”12.
En el trienio durante el cual gobernó Catamarca, Julio Herrera llevó a
cabo reformas constitucionales y jurídicas que perduraron durante casi medio siglo. En primer lugar, reformó la constitución provincial que tuvo vigencia (exceptuando el período peronista de 1949-1955) hasta 1965, siendo
la de mayor duración en la historia catamarqueña. También amplió a cuatro
años la duración del cargo de gobernador; creó el cargo de vicegobernador
e impulsó la centralización administrativa y el sometimiento del régimen
municipal al poder ejecutivo provincial, quedando bajo la órbita de ese poder el nombramiento de los intendentes municipales, los jueces de paz y de
distrito. Respecto a las reformas de índole jurídica, Herrera fundó la Escuela
Provincial de Derecho y dictó los Códigos de Procedimiento en lo Civil, el
Código Rural y el Código de Policía.
En 1897, tras finalizar su gestión como gobernador, rindió examen ante
un tribunal -integrado por un juez federal, el presidente del Superior Tribunal de Catamarca y otros magistrados- y se recibió de abogado. Ese mismo
año, el gobierno de la provincia lo designó miembro de la Suprema Corte.
En 1898, fue elegido senador nacional y desde allí presentó sus distinguidos
trabajos en los que rechazó el proyecto de reformas al Código Penal que
se discutía en ese momento y propuso la elaboración de un nuevo corpus
jurídico.
Ibídem, p. 5.
Julio Herrera op.cit., p. 7. Fue prioritaria la atención otorgada a la educación por
la administración de Julio Herrera. Como señala Bazán “[…] funcionaban en la provincia
112 escuelas fiscales, 2 departamentos de aplicación anexos a las escuelas normales y 6
particulares. La matrícula registraba un total de 9500 alumnos, que duplicaba la del gobierno
anterior”. Armando Raúl Bazán, op.cit., p.47.
11
12
NOTAS SOBRE UN JURISTA OLVIDADO
199
Julio Herrera y su actuación en el Senado
Como señalamos, Herrera fue senador por la provincia de Catamarca en
el período 1898-1907. Fue en ese período (en el año 1903) cuando tuvo lugar su intervención en la Cámara Alta para rechazar el proyecto de reformas
al código penal que estaba en discusión. Antes de abordar esta cuestión, nos
detendremos, de manera necesariamente breve, en una alocución anterior
del senador catamarqueño, que creemos, nos permitirá conocer, en parte, su
pensamiento político y tradiciones intelectuales.
La primera intervención destacada de Julio Herrera tuvo lugar en el año
1899 en ocasión de la presentación de un proyecto enviado por la Cámara de
Diputados al Senado, cuya finalidad era intervenir la provincia de Catamarca por los episodios revolucionarios que se estaban produciendo13.
Ante la crítica situación política, el Poder Ejecutivo Nacional había enviado a Catamarca a Miguel Cané y a Valentín Virasoro (ambos miembros
de la Cámara Alta) para que dieran cuenta del estado de la provincia y aconsejaran soluciones posibles. La misión de los senadores fue la de ponerse
en contacto con los distintos espacios políticos y procurar una conciliación
entre las partes.
A su regreso de Catamarca, Cané y Virasoro presentaron un informe
ante el Senado en el que, entre otros puntos, señalaron: a) Que existía un
profundo odio en la provincia ya que era gobernada hacía largo tiempo por
una oligarquía estrecha e impenetrable (recordemos que Julio Herrera había
dejado el gobierno hacía sólo dos años); b) Que la oposición era “infinitamente” superior, no sólo numéricamente, sino también en “calidad moral”
y que estaba conformada por personas cultas e ilustradas; c) Que no había
libertades políticas de ninguna índole, las elecciones eran fraguadas sistemáticamente y la Legislatura estaba conformada por un grupo de parientes
que controlaba todos los cargos de la administración pública; d) Que en
Catamarca no existía libertad de opinión ya que la ley vigente -promulgada
en tiempos de la administración de Herrera- dejaba a criterio del Jefe de
Policía la aplicación de las penas que el código estipulaba para los redactores o escritores que criticasen al gobierno; por último, e) Cané y Virasoro
propusieron la “autodisolución” de los tres poderes y el nombramiento de
Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores. Período de 1899, Buenos Aires,
Establecimiento Tipográfico El Comercio, 1900.
13
200
JORGE NÚÑEZ
dos ciudadanos virtuosos que llevasen a cabo una profunda reforma en la
provincia14.
Una vez presentado el informe, Julio Herrera pidió la palabra procurando refutar los argumentos del tándem Cané-Virasoro. Herrera señaló
que la situación en Catamarca era de absoluta normalidad y que no debía
plantearse como una cuestión menor el allanamiento de la soberanía de una
provincia. También arguyó que la situación vivida en Catamarca (igual que
en otras provincias argentinas) era producto de la falta de educación cívica y
la carencia de partidos en la “verdadera y sana acepción de la palabra”. Para
el jurista catamarqueño, los dirigentes de los principales partidos políticos
argentinos creían que el camino más sencillo para acceder al poder era la
violencia y la revolución y que, paradójicamente, esos movimientos solían
encontrar buena acogida en los medios metropolitanos. Herrera, sirviéndose
del ejemplo de las transiciones pacíficas de Inglaterra y Estados Unidos (a
diferencia del caso español y sus colonias) y contrariando los argumentos
spencerianos sobre la “incapacidad congénita” de los sudamericanos a gobernarse, sostuvo que los males de la nación argentina (principalmente la
anarquía y la revolución) debían ser desterrados a través del progreso de la
razón pública y de la educación.
Citando a Domingo Faustino Sarmiento y a los constitucionalistas norteamericanos Hamilton y Madison, Herrera argumentó que en Catamarca
no había tenido lugar una alteración del orden constitucional y que la forma
republicana de gobierno y sus tres poderes funcionaban regularmente. En la
misma dirección, criticó el argumento de Virasoro y Cané respecto a que la
provincia era gobernada por una oligarquía. “Esa oligarquía -señaló Herrera- la constituye el gran partido que luchó y triunfó en las elecciones de 1893
bajo los auspicios de la intervención nacional…elecciones que fueron una
de las más reñidas y más libres que hayan tenido lugar en la República”15.
Desde ese año, prosiguió Herrera, la oposición no se había presentado nunca
más a los comicios. Finalmente, Herrera sostuvo que era preciso ampliar la
mirada ya que lo que ocurría en la ciudad de Catamarca no reflejaba la situación del conjunto de la provincia (en especial del interior) donde el partido
de gobierno contaba con gran apoyo.
14
15
Diario de Sesiones op.cit, p. 420.
Diario de Sesiones, op.cit, p. 847.
NOTAS SOBRE UN JURISTA OLVIDADO
201
No obstante, el encendido discurso de Herrera contrariando la intervención, no encontró el apoyo necesario en la Cámara Alta. El Poder Ejecutivo
Nacional realizó finalmente la intervención federal a la provincia.
Pasemos ahora a analizar el accionar de Julio Herrera en la discusión
sobre la reforma del código penal argentino.
La reforma del código penal en 1903. Antecedentes y proyectos
El primer proyecto de código penal de la República Argentina fue elaborado a comienzos de la década del sesenta del siglo XIX por el jurista
“clásico” Carlos Tejedor. Sin embargo, tuvo que esperar más de veinte años
para ser aprobado por el Parlamento y poco después comenzó a ser severamente cuestionado16.
Para 1890, a instancias del Presidente Miguel Juárez Celman, se conformó una comisión que propuso reformas al código. Integrada por tres destacados juristas (Norberto Piñero, Rodolfo Rivarola y José Nicolás Matienzo) la comisión no elaboró reformas parciales sino que directamente redactó
un nuevo proyecto de código.
El proyecto, luego de una larga peregrinación por las instituciones legislativas, fue tratado y aprobado en septiembre del año 1900 en la Cámara
de Diputados. Una vez enviado al Senado, la Comisión de Legislación, integrada por Carlos Pellegrini (Senador por Buenos Aires), Dámaso Palacio
(Senador por Santiago del Estero) y Manuel Mantilla (Senador por Corrientes), argumentó que era urgente aprobar el mismo.
Entre los fundamentos esgrimidos por la Comisión de Legislación se
destacó que el acelerado proceso que atravesaba la nación (crecimiento poblacional y de la riqueza), los vacíos legales que existían y la frecuencia de
delitos que la ley no había logrado contener o limitar, hacían imprescindible
la aprobación del proyecto. También señalaron que el proyecto tomaba casi
en su totalidad al elaborado en 1890 por Piñero, Rivarola y Matienzo y que
su prestigio ya había quedado demostrado.
16
Zaffaroni y Arnedo argumentan que es incorrecto referirse al “proyecto Tejedor” y
que es preciso hablar del “código Tejedor”, ya que éste fue gradual y sucesivamente aprobado
por la mayor parte de las provincias -a excepción de Córdoba- antes de su sanción por parte
del Congreso Nacional. Véase Eugenio Zaffaroni y Miguel A. Arnedo Digesto de codificación penal argentina, Buenos Aires, tomo I, AZ Editora, 1996, p.123.
202
JORGE NÚÑEZ
Entre otros puntos, la Comisión de Legislación de la Cámara Alta había
argumentado que era preciso: a) Aumentar la represión de los actos punibles: debido a la frecuencia con que se repetían hechos delictuosos, la represión sancionada por el código no bastaba para impedirlos o aminorarlos, por
lo que era preciso dejar a los jueces suficiente amplitud para graduar la duración de la pena o el tiempo de condena en cada infracción. De esta manera,
la proporción de las penas debía ser eficaz a la conservación del orden, al
restablecimiento del derecho perturbado por el delito y al imperio de la justicia en la colectividad social; b) Eliminar la figura de grados de complicidad
y diferente escala penal: para la Comisión, era preciso -sin equiparar a los
cómplices con los autores- agravar las penas para los primeros; c) Reprimir
la “asociación”, forma más eficaz y peligrosa de delinquir en aquel entonces; d) Instalar la figura de la deportación para los reincidentes segregando
de los centros poblados a aquellos que mostraran una tendencia invencible
al crimen17; e) Eliminar lo estipulado en el Código Tejedor respecto a que
para determinar la reincidencia debía tratarse de delitos de la misma especie18; y finalmente, f) Proponía endurecer la represión contra los excesos de
los huelguistas: para la Comisión era preciso reprimir a los agitadores que
atacaban a los obreros que no tomaban parte en sus propósitos y también
a aquellos que atentaban contra las reuniones públicas o celebraciones de
ceremonias religiosas de cualquier culto.
Una vez presentados los principales argumentos, la Comisión de Legislación solicitó la aprobación inmediata del proyecto.
Así las cosas, el senador Julio Herrera pidió la palabra para realizar
algunas observaciones al proyecto en discusión y durante las sesiones del
2, 4 y 11 de julio de 1903, desplegó una artillería de autores, estadísticas y
legislación extranjera con la finalidad de demostrar que el proyecto en tratamiento debía ser rechazado y que el código penal debía ser transformado
17
Sobre la cuestión de la deportación, la Comisión señaló que la impulsaba sin ocultar
las vacilaciones y temores que le generaba su aplicación, pero que había debido aceptarla en
presencia de la estadística de la delincuencia que tenía la República Argentina y los antecedentes exitosos que su aplicación había mostrado en Francia. Véase Diario de Sesiones de
la Cámara de Senadores. Período de 1903. Buenos Aires. Establecimiento Tipográfico El
Comercio. 1904.
18
Por otro lado, el proyecto presentado por la Comisión de Legislación proponía derogar la Ley 2755 que regulaba sobre las penas redimibles por dinero.
NOTAS SOBRE UN JURISTA OLVIDADO
203
por completo, “desde el concepto del delito hasta el concepto de la pena”.
También, Herrera argumentó que debido a las numerosas reformas que había sufrido el código penal, había perdido su unidad primitiva, convirtiéndose en una colección de artículos que obedecían a los criterios más dispares.
Conocemos el fin de esta historia: la larga y erudita exposición de Julio
Herrera no encontró eco ni apoyo político entre los senadores y el proyecto
de la Comisión de Legislación fue finalmente aprobado bajo la Ley nº 4189.
No obstante, como creemos que la historia también la escriben los “perdedores” pasemos al análisis de los principales argumentos elaborados por
Herrera sobre la necesidad de la reforma del código penal.
La propuesta de reforma penal de Julio Herrera
Julio Herrera señaló que la reforma del código debía ser total para contribuir a solucionar el problema penal y transformarse en una herramienta
eficaz que permitiera contener la ola creciente de criminalidad que asolaba
a la República Argentina.
Las críticas de Herrera al código se orientaron en dos direcciones: por
un lado, cuestionó las concepciones que sostenía la “Escuela Clásica” en
torno a la pena y al delito y presentó el análisis superador elaborado por la
escuela positivista. Por el otro, realizó un trabajo de disección del proyecto
de código penal en discusión para demostrar que éste no podía ser sancionado por la ausencia de un concepto general y científico y por vicios de detalle.
En lo que respecta al primer punto, Herrera dio por tierra con los postulados “clásicos” que partiendo de la noción de libre albedrío centraban su
atención en el delito (en su objetividad y materialidad) prescindiendo del
agente que lo cometía. Para Herrera, esta concepción aparecía nítidamente
plasmada en el código de Tejedor y señaló que en este corpus jurídico:
La materialidad del hecho es todo, el delincuente es dejado de lado como
un factor extraño a su propio hecho, y tan extraño que de antemano y sin
conocerlo se sabe cuál será la pena que le será impuesta. El juez abre el código y fija la pena. Tiene todos los elementos de juicio: no necesita conocer
al criminal, ni su pasado, ni las causas que lo han impulsado al hecho. Es
verdad que la pena así aplicada, hará de un delincuente primario un reincidente, corromperá al delincuente de ocasión y entregará a la sociedad indefensa en manos de los incorregibles. Pero, ¡la pena es justa y basta! [...].!la
204
JORGE NÚÑEZ
ley, que pretende ser igual para todos, en nombre de esa mentida igualdad,
de esa igualdad de etiqueta, sanciona la más bárbara injusticia19!
Para Herrera era preciso considerar las subjetividades que rodeaban al
agente que caía en el delito: su historia personal, su temperamento moral,
su mayor o menor corrupción, las tendencias más o menos peligrosas de su
alma y los motivos que lo habían impulsado a cometer dicho delito, etc.
Respecto al segundo punto mencionado, nos detendremos en los cuestionamientos y planteos que Herrera dirigió a la Comisión de Legislación de
la Cámara Alta que elaboró el proyecto. Recordemos brevemente que dicho
proyecto planteaba la necesidad de imponer penas más duras en el código;
fijar la misma pena para cómplices y autores; la deportación para los reincidentes y la necesidad de otorgarle una mayor arbitrariedad a los jueces a la
hora de determinar el castigo.
El agravamiento de las penas
Con respecto a la imposición de penas más duras, Julio Herrera señaló
que la criminalidad no habría de descender por aumentar algunos años las
penas de penitenciaría, sino que esto sucedería si se orientaba en otros rumbos la legislación represiva, poniéndola a tono con los avances de la ciencia
penal en el mundo desarrollado. Esta nueva orientación era la política criminal y había encontrado su consagración definitiva en las legislaciones de
las naciones más avanzadas (Holanda, Italia, Hungría, etc.). A juicio de Herrera, en el nuevo código penal era preciso implementar tres figuras claves:
a) la individualización de la pena; b) la condena condicional y c) la libertad
condicional. Veamos brevemente estos tres tópicos.
Individualización de la pena, libertad y condena condicional
Como señalamos anteriormente, Herrera argumentó que durante el
predominio de los postulados “clásicos” había tenido lugar una aplicación
abstracta e injusta de las penas por medio de la cual se juzgaba a todos por
igual, sin tener en consideración la naturaleza y el carácter del agente que
19
Julio Herrera Discurso pronunciado por el Senador Don Julio Herrera en la discusión del proyecto sobre reforma al Código Penal, Buenos Aires, Imprenta El Comercio,
1903, p. 6.
NOTAS SOBRE UN JURISTA OLVIDADO
205
había caído en el delito. Por el contrario, para Herrera, la pena no podía tener
por objeto contraponer al mal que había producido el delito otro mal, sino
que su misión debía ser más noble y elevada, debía ser un instrumento para
el bien, para la regeneración del delincuente (en los casos en que fuera posible) y para la preservación de la sociedad siempre. Por eso, Herrera abogó
por la individualización de la pena, ya que una pena aplicada en abstracto
sólo podía producir consecuencias negativas, no solamente dando lugar a los
abusos de quienes imponían la pena sin otro objeto que causar sufrimiento
al delincuente, sino que esto no beneficiaba en nada a la sociedad. Por ello,
Herrera sostuvo que si no se producían reformas de fondo la pena seguiría
siendo un instrumento de injusticia, de corrupción y de reincidencia.
Respecto a la condena condicional, ésta consistía en la aplicación de la
condena a aquellos sujetos que infringían la ley pero con suspensión de su
ejecución por un término llamado de prueba20. Si durante este período aquellos mantenían buena conducta, la pena era descontada como si realmente
la hubieran sufrido, si por el contrario, recaían en el delito, sufrían ambas
penas juntas. Para Herrera, la condena condicional representaba el más alto
grado de individualización de la pena.
En lo referente a la libertad condicional -figura jurídica que había demostrado su éxito en las naciones desarrolladas21. Herrera argumentó que
era preciso implementarla de manera inmediata ya que la posibilidad de
20
La condena condicional (probation) fue inventada en los Estados Unidos y se aplicó
por primera vez en Boston en 1878, extendiéndose luego a Nueva York, Pensilvania y otros
estados. A través de la probation se procuraba evitar el ingreso a prisión de aquellos que habían cometido delitos leves. Para ello se instaló un sistema a través del cual altos miembros
de la policía (probation officers) se informaban detalladamente de cada preso que pasaba a
los tribunales. Si aquellos creían que no iba a delinquir, le pedían a los jueces que el sentenciado quedara libre en situación de prueba (on probation). Así, si la probation se le concedía,
debía vigilar al condenado condicional para que no reincida. Cumplido el tiempo de la pena,
el probation officers pedía que el condenado condicional fuese descargado de la pena que aún
pesaba sobre él (discharged). Los especialistas señalan que en Europa la condena condicional
perdió su carácter originario, transformándose en sustituto de las penas cortas de prisión al
aplicarse a delitos leves y a delincuentes no reincidentes.
21
Inglaterra fue el primer país que puso en práctica la libertad condicional, en sus
colonias penales de Australia, en el año de 1791. Debido al éxito obtenido, muchos países
-adaptándola a su realidad- comenzaron a aplicarla. Esta figura jurídica estipulaba que los
presidiarios que habían cumplido 2/3 de su condena y mostrado una buena conducta en la
cárcel, podrían obtener su libertad y cumplir el resto de la pena fuera de los establecimientos
carcelarios.
206
JORGE NÚÑEZ
obtener la libertad anticipada para los que purgaban condenas en los establecimientos carcelarios funcionaría como un aliciente para la reforma del
delincuente. A diferencia del carácter irrevocable de la gracia que estipulaba
el código de Tejedor, la libertad condicional se otorgaría bajo la condición
de que si se cometía un nuevo delito, se habría de sufrir la pena íntegra
sin descontar el tiempo pasado en libertad. Por el contrario, si se mantenía
buena conducta se podría adquirir el derecho a la liberación definitiva. De
esta manera, Herrera argumentaba que no habría nadie más interesado que
el propio preso en mantener una buena conducta, lo que permitiría reducir
los niveles de reincidencia delictiva, que solía tener lugar en los primeros
meses de libertad, ante la dificultad de encontrar un trabajo u ocupación (a
lo que debía sumarse la ausencia de eficaces sociedades de patronatos de
liberados).
Similar castigo a cómplices y autores
En este punto, Julio Herrera comenzó argumentando que:
Si hay algún instituto en Derecho Penal que haya resistido triunfante durante siglos, que haya perdurado a través de las civilizaciones más diversas,
resistiendo la profunda revolución que el genio de Beccaria iniciara y que
hoy continúa la escuela positivista, es precisamente la diferente penalidad
de los autores y de los cómplices. Si hay algún hecho que haya echado hondas raíces en la conciencia humana -y ya se sabe que no arraiga profundamente en el corazón de los pueblos sino lo que es conforme a la verdad y a
la justicia- es precisamente la diferencia de punibilidad de los participantes
de un delito22.
Para Herrera, este inciso -repudiado tanto por los “clásicos” como por
los positivistas- no sólo contrariaba la ley penal, sino que también era impolítico. El jurista catamarqueño argumentó que parecía una disposición sugerida por los propios criminales ya que se daba aliciente al delito realizando
el propósito de todos los criminales que obran en común: que el peligro sea
igual para todos. Por ello, para Herrera era preciso diferenciar a los autores
de los cómplices, ya que ambos estaban profundamente separados los unos
de los otros por su naturaleza física y moral, por sus caracteres y pasiones
22
Julio Herrera Discurso, op.cit. p. 54.
NOTAS SOBRE UN JURISTA OLVIDADO
207
y por el peligro desigual y desemejante que su impunidad presentaría. Respecto a lo señalado por la Comisión de Legislación -castigar la tentativa de
complicidad aunque hubiera sido ineficaz a la ejecución del delito-, Herrera,
argumentó, por el contrario, que era preciso penar la complicidad cuando
ésta había ejercido una eficacia real en la ejecución de un hecho, alegando
que castigar la tentativa de complicidad era una “monstruosidad jurídica”.
La deportación de los reincidentes
Julio Herrera también criticó la utilización de la deportación como un
elemento para combatir la reincidencia. Para Herrera, la deportación era una
“pena nueva, exótica, sin antecedentes en nuestra legislación y costosísima”, que había fracasado en todas partes donde se había procurado implementar e incluso había sido suprimida por el despotismo moscovita. El proyecto de 1890 (Rivarola, Piñero, Matienzo) la había adoptado cuando aún
no existían estudios sobre su efectividad, sin embargo, quince años después
ya no se podía seguir sosteniendo su utilidad.
Herrera señaló que los deportados eran generalmente personas ociosas,
libertinas, incapaces para el trabajo y que preferían cualquier castigo antes
que doblegarse a aquel. Además, la deportación implicaba alimentar, vestir,
alojar y custodiar por tierra y agua a los penados. Herrera también cuestionó
la eficacia geográfica de Tierra del Fuego -en Ushuaia, se estaba construyendo un penal para los deportados- ya que se encontraba a un paso de la
región poblada del país y de la nación vecina de Chile.
Más allá de los argumentos planteados sobre los costos e ineficacia de
la deportación, a juicio de Herrera, era necesario atacar el mal de raíz, en sus
causas y no en sus efectos. Para el jurista, la principal causa de reincidencia
era provocada por el mal sistema carcelario, acompañado de la existencia de
una multiplicidad de penas (arresto, penitenciaría, prisión, presidio), que debido a la pobreza material del conjunto de las provincias, terminaban cumpliéndose en los mismos establecimientos, yendo a parar allí, indistintamente -argumentaba Herrera- “…el ladrón, el asesino, el condenado político, el
contraventor, el detenido y hasta el niño”23. Para el jurista catamarqueño,
las cárceles eran escuelas del crimen, de la corrupción y del vicio, adonde
se ingresaba tal vez honrado, pero se salía fatalmente reincidente, para no
23
Julio Herrera Discurso, op.cit. p 85.
208
JORGE NÚÑEZ
abandonar nunca más la carrera del delito.
Por último, respecto a las penas, Herrera había señalado que:
¿[…] no es verdad que es mejor no castigar, que castigar de este modo,
imponiendo una pena depravadora, veneno en vez de remedio, medio de
aumentar el mal en vez de restringirlo, iniquidad para aquel a quien ha sido
impuesta, calamitosa para el interés común, una verdadera monstruosidad
en derecho penal […]?24.
La arbitrariedad del juez
El último punto tratado por Julio Herrera está referido al rol que debía
cumplir el juez a la hora de fijar la sentencia. El proyecto de código penal
en discusión otorgaba a los jueces una importante amplitud para graduar la
duración de la pena o el tiempo de condena en cada infracción, utilizando la
figura de los atenuantes y agravantes del delito. Para Herrera esta interpretación presentaba dos problemas: por un lado, era necesario eliminar la categoría de atenuantes y agravantes, ya que era imposible detallar todos. Además, éstos se aplicaban bajo un punto de vista puramente objetivo a todos
aquellos que eran juzgados y se terminaba cayendo en el arbitrio del juez del
que pretendidamente se había procurado escapar. Finalmente, Herrera apuntó que en muchas ocasiones los tribunales letrados argentinos caían en la
individualización arbitraria dictando absoluciones totalmente injustificadas
o dejando sin castigo delitos que verdaderamente se lo merecían.
Como señalamos, los argumentos presentados por el jurista catamarqueño no lograron convencer a los legisladores (abogados y políticos) quienes influenciados por la situación político-social atravesada en esos años
por la República Argentina (hegemonía del anarquismo en el movimiento
obrero, huelgas generales, etc.) votaron en abrumadora mayoría el proyecto
de fuerte carácter represivo presentado por la Comisión de Legislación.
Algunas Razones para explicar un olvido
Como señalamos al comienzo de estas breves líneas, la figura de Julio
Herrera no ha sido objeto de atención prioritaria por parte de los estudiosos
Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores. Período de 1903, Buenos Aires,
Establecimiento Tipográfico El Comercio, 1904, p.283.
24
NOTAS SOBRE UN JURISTA OLVIDADO
209
de la Historia y del Derecho25. Es por eso que consideramos necesario un
análisis más profundo del jurista catamarqueño (de su producción intelectual, su participación en la política penal y penitenciaria, su labor legislativa
y en los Tribunales, etc.)26, quien, a nuestro entender, merece un sitial de
privilegio en la historia del derecho penal argentino.
Si en la actualidad Herrera es prácticamente ignorado, paradójicamente, entre sus contemporáneos, fueron muchas -y muy destacadas- las voces
que reconocieron su importancia en el ámbito universitario y jurídico de la
República Argentina y, como dijimos, el código penal sancionado en 1922,
por obra de Rodolfo Moreno (h), incorporó muchos elementos propuestos
años antes por el propio Julio Herrera.
Escuchemos algunas testimonios sobre Julio Herrera: acerca de su obra
La Reforma Penal, escrita en 1907, el prestigioso jurista Juan P. Ramos
señaló que “era la mejor y más completa sistematización de los más fundamentales problemas de la ciencia penal publicado en la Argentina”, mientras que Carlos Octavio Bunge argumentó que “el más eminente y autorizado representante de la escuela intermedia del derecho penal en la Argentina
es el Dr. Julio Herrera autor de la erudita y concienzuda obra La Reforma
Penal”27.
En las últimas décadas asistimos a un creciente interés de la historiografía argentina
por la problemática del delito y el castigo implementado por el Estado desde fines del siglo
XIX y primeras décadas del XX. Sin embargo, aún no se ha profundizado en el estudio de
figuras del sistema penal-penitenciario, juristas, etc. Por su parte, los historiadores del Derecho, con escasas excepciones, se han mostrado poco proclives al estudio de las cuestiones
penales y penitenciarias en el mismo período. Han sido los penalistas quienes más interés
mostraron en el análisis de estas cuestiones.
26
En 1907, luego de finalizar su mandato senatorial, el Presidente José Figueroa Alcorta
lo designó al frente de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal, pero Herrera no aceptó la
propuesta ya que su designación habría significado un privilegio al carecer éste del título
universitario. Alejado de la escena política, Herrera se dedicó al estudio en forma sistemática
y fue en esta etapa en la cual publicó sus trabajos más renombrados. Entre ellos es preciso
mencionar sus Conferencias dictadas en la Universidad de Buenos Aires y Córdoba sobre
el nuevo Código Penal de 1922; Anarquismo y Defensa Social; Educación y criminalidad,
Sistemas carcelarios y Admisibilidad de los penados provinciales en las cárceles nacionales.
Asimismo, Herrera también participó en una importante cantidad de eventos científicos (entre otros podemos señalar que fue miembro delegado del Congreso Americano de Ciencias
Sociales de 1910 y relator oficial del Congreso Penitenciario de 1914, ambos realizados en
la República Argentina).
27
Cornelio Sánchez Oviedo, op.cit, p.33.
25
210
JORGE NÚÑEZ
Los más importantes penalistas argentinos (Sebastián Soler, Eusebio
Gómez, Osvaldo Magnasco) como extranjeros (Jiménez de Asúa, Enrico
Ferri) no ahorraron elogios para la figura de Julio Herrera. Tampoco faltaron
las loas a Herrera por parte de la elite política vernácula: los presidentes Julio Argentino Roca y Roque Sáenz Peña, así como los pensadores Estanislao
Zeballos, Manuel Laínez y Rafael Castillo, entre tantos otros, destacaron la
labor del jurista catamarqueño. Así las cosas, no sería ocioso preguntarse
a qué debemos atribuir el desconocimiento que todavía hoy pesa sobre la
prominente figura de Julio Herrera. Una carta del procesalista Tomás Jofré,
dirigida en aquellos años a una autoridad catamarqueña, puede aportarnos
algunas pistas. Allí, Jofré señalaba que “…no conozco personalmente al
doctor Herrera pero lo tengo por el primer penalista del país por más que
vive en Catamarca. Si viviera en Buenos Aires sería un sabio…los provincianos tenemos el inconveniente de no usar el bombo y los platillos y de ahí
viene que valgamos menos en el concepto de los gacetilleros que hacen la
opinión pública”28.
Más de diez años después de su muerte, Herrera seguía cosechando
elogios. En 1939, al tratarse en la Cámara Alta un proyecto para otorgarle
un aumento en la pensión a la viuda de Herrera -proyecto impulsado en la
Cámara Baja por José P. Tamborini, José Peco y Leónidas Anastasi, entre
otros-, Alfredo Palacios, histórico senador del Partido Socialista Argentino,
apoyó el proyecto argumentando que Herrera “ha sido uno de los hombres
más eminentes del país por su talento y sus virtudes. Fue el precursor en
este Senado de las nuevas corrientes del derecho penal que cristalizaron en
nuestro país”29.
Finalmente, en la exposición de motivos para otorgarle la mencionada
pensión a la viuda del jurista catamarqueño se señaló que “Herrera perteneció pues a una generación de varones constructivos que no tuvieron
otro norte que el bienestar de la nación, menospreciando el sensualismo del
mando y la sugestión de la fortuna…[Herrera] consagró su vida a la patria y
a la ciencia del derecho y en este momento tenemos el deber de rendirle un
homenaje diciendo que después de Carlos Tejedor, es el jurisconsulto argentino que ha cavado más hondo en la osatura del derecho penal, empleando
28
29
Cornelio Sánchez Oviedo, op.cit. p. 38.
Vicente Cutolo, op.cit.
NOTAS SOBRE UN JURISTA OLVIDADO
211
en su honor esta frase feliz de Von Ihering: gobernador, diputado, senador,
magistrado, profesor, publicista, murió en medio de la dignidad de su pobreza y el respeto de sus conciudadanos”30.
Diego Monllau, Josefa Batallán, Luis Alvero, Carlos H. Ibáñez y Miriam Coronel
“La ley es el resorte del progreso de los pueblos”: Julio Herrera: un hombre de convicción y
principios”, La generación del Centenario y su proyección en el Noroeste argentino (19001950), Tucumán, Fundación Miguel Lillo, 2000, p.247.
30
Las configuraciones de sentido en el Museo
Histórico Provincial de Rosario a principios
del siglo XX: memorias visibilizadas, actores
negados y pasados en pugna1
Horacio Miguel Hernán Zapata y Leonardo C. Simonetta
Escuela de Historia - CIESo - UNR
horazapatajotinsky@hotmail.com; leosimonetta@hotmail.com Resumen
El artículo aborda los discursos e imágenes del pasado en el Museo
Histórico Provincial de Rosario en las primeras décadas del siglo XX. En
principio, se reseña cómo la creación de este museo fue una de las tantas
estrategias que generó la burguesía rosarina para estimular ciertos procesos
identitarios en el ambiente cultural e intelectual local y legitimar su preeminencia como clase social. Luego analiza de qué forma dichos imaginarios
se expresaron en los modos de exposición museográfica, discutiendo las
configuraciones de sentido que se construyeron a partir de la delimitación
de agencias político-territoriales (Nación, provincia, ciudad), la escenificación de ciertos actores con sus memorias y, finalmente, la invisibilización
de otros agentes de la trama social, operaciones en la cual se hacían jugar
de forma polémica sujetos e identidades, espacios e imaginarios, algunas
veces compartidos y otras enfrentados, pero siempre vinculados a asuntos
importantes para la sociedad rosarina.
1
Versiones anteriores de este trabajo fueron expuestas como ponencias en dos ocasiones: la primera, en el Congreso “El Bicentenario desde una mirada interdisciplinaria: Legados, conflictos y desafíos” (Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 27-29 de mayo de
2010); y la segunda, en las Terceras Jornadas Rosarinas de Arqueología “Año del Bicenterio
de la Revolución de Mayo” (Universidad Nacional de Rosario, Rosario, 18 y 19 de noviembre de 2010). Asimismo, se han atendido a los valiosos comentarios y sugerencias recibidas
en ambas oportunidades, especialmente los vertidos por los comentaristas que permitieron
realizar una revisión general, hacer algunas ampliaciones y las correspondientes modificaciones de estilo.
214
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
Palabras claves
Museo histórico – discursos del pasado – configuraciones de sentido –
memorias – Rosario – siglo XX
Abstract
The article approaches the discourses and images about past in the Provincial Museum of History of the city of Rosario in the first decades of the
XX century. In principle, it points out how the creation of this museum was
one of the many strategies that generated the local bourgeoisie to stimulate certain identity processes in the cultural and intellectual atmosphere of
the city and to legitimate his hegemony as social class. Then it analyzes
in which ways this social imaginaries were expressed in the museographic
exhibitions, discussing the configurations of sense that were built from the
delimitation of political-territorial agencies (Nation, county, city), the representation of certain actors with their memoirs and finally, the invisibilisation
of other agents of the social plot. In this ideological operations social subjects and identities or spaces and imaginary, sometimes shared and others
faced but always linked to important matters for the society of Rosario, played a relevant and polemic role.
Key words
Museum of History – discourses about past – configurations of sense –
memories – Rosario – XX century
Introducción
[…] la historia en su forma tradicional, se dedica a “memorizar” los monumentos del pasado, a transformarlos en documentos y a hacer hablar a esos
rastros que, por sí mismos, no son verbales a menudo, o bien dicen en silencio algo distinto de lo que en realidad dicen. En nuestros días, la historia
es lo que transforma los documentos en monumentos, y que, allí donde se
trataba de reconocer por su vaciado lo que había sido, despliega una masa
de elementos que hay que aislar, agrupar, hacer pertinentes, disponer en
relaciones, constituir en conjuntos […] en nuestros días la historia tiende a
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
215
la arqueología, a la descripción intrínseca del monumento2.
Es una imagen común, repetida y bastante consensuada en las diferentes investigaciones sobre el surgimiento de los primeros museos de historia
aseverar que tal proceso institucional y social ocurrió, con sus derroteros y
desafíos, a la luz de la consolidación de los Estados Nacionales a fines del
siglo XIX3. Precisamente, la Argentina presenció la apertura de las puertas
de los inaugurales museos históricos conforme a los designios de una clase
de dirigentes políticos e intelectuales preocupada por construir una sociedad
nacional y culturalmente homogénea según el ideal de la Europa moderna,
a la vez que necesitada de instrumentos idóneos para la reproducción del
orden hegemónico. En esta lógica explicativa, la revisión de las políticas
culturales y la constitución de un modelo de arte/historia/cultura nacional
se volvieron tareas urgentes y vitales al punto de motorizar un considerable
movimiento de creación de museos a escala nacional4.
Michel Foucault, La arqueología del saber, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 11.
Las itálicas pertenecen al autor.
3
Cf. George W. Stocking (comp.), Objects and Others. Essays on Museums and Material Culture. Madison, University of Wisconsin Press, 1985; Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Buenos Aires, Sudamericana, 1992; Eilean Hooper-Greenhill, Museums and the Shaping of Knowledge, Londres,
Routledge, 1992; Flora S. Kaplan (comp.), Museums and the Making of “Ourselves”: The
Role of Objects in National Identity, Londres, Leicester University Press, 1994; Tony Bennet, The Birth of the Museum, Londres, Routledge, 1995; David Boswell y Jessica Evans
(comps.), Representating the Nation: A Reader. Histories, Heritage and Museums, Londres,
Routledge, 1999 y Carol Duncan, “Art museums and the ritual of citizenship”, en Susan
Pearce (Ed.), Interpretating Objects and Collections, New York, Routledge, 2005, pp. 279286.
4
Cf. Antonio Castro, “Museos Históricos Nacionales Argentinos. La Creación de
la Comisión Nacional de Museos”, en Argentina en Marcha, t. I, Buenos Aires, 1947, pp.
141-171; Tomás Diego Benard, Experiencias en Museografía Histórica, Buenos Aires, Anaconda, 1957; Alfonso Enrique Rodríguez, Museología Argentina. Guía de Instituciones y
Museos, Colegio de Museólogos de la Argentina, Instituto Argentino de Museología, 1978;
Alfonso Enrique Rodríguez, “Museología histórica en la Argentina. Diálogo con el arquitecto Rodolfo J. Berbery”, Revista Summa, nº 1, 1983, pp. 38-39; Isabel Laumonier (ed.),
Museo y sociedad, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1993; Marta Dujovne,
Entre musas y musarañas. Una visita al Museo, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,
1995; Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1993; Beatriz González
2
216
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
El otro punto central de estos análisis es la periodización y la cadena
causal en que se inscriben y motorizan estos procesos. En tanto tales instituciones dispensaban múltiples acciones y elementos clave en la formación
de una identidad colectiva, la mayoría de los estudios no dudan en ubicar
los primeros pasos de los museos de toda Argentina a partir de los últimos
años de la década de 1870, o bien, en la coyuntura abierta por la conmemoración del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910 o en la década
inmediatamente posterior. Los análisis al respecto trazan un vínculo entre
la emergencia de tales entidades y el rol pedagógico que desempeñan al intentar forjar imágenes de una Nación homogénea en el imaginario social de
los argentinos. Este aspecto no resulta problemático. Pero el dilema central
radica en el presupuesto empírico desde donde entender los logros observados en la manifestación de una conciencia argentina frente a la amenaza de
un cosmopolitismo que imperaba en la sociedad5.
Stephan Y Jens Andermann (eds.), Galerías del progreso. Museos, exposiciones y cultura
visual en América Latina, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2006; Laura Malosetti Costa,
“Arte e Historia. La formación de las colecciones públicas en Buenos Aires”, en Américo
Castilla (comp.), El museo en escena. Política y cultura en América Latina, Buenos Aires,
Paidós/Fundación TyPA, 2010.
5
El caso más paradigmático de este tipo de lógica omnicomprensiva es el del Museo
Histórico Nacional, creado por el gobierno argentino en 1888 y abierto al público en 1890,
fue la institución que por varios años monopolizó la tarea de recolectar, mostrar y construir
discursos históricos sin contar con otros espacios similares en el resto de Argentina, por lo
que más tarde operaría como el ejemplo para la conformación de otras instituciones similares
en diversos puntos del país. El Museo Histórico Nacional tenía una colección exclusivamente
compuesta por objetos coloniales y de la época de la Independencia. Su fundación misma
tuvo el propósito de conservar “las tradiciones de la Revolución de Mayo y de la guerra de la
Independencia”, acontecimientos declarados de “trascendental interés nacional”. El museo se
dedicaba a exponer, por lo tanto, los muebles y otros objetos domésticos de los antepasados de
la misma elite porteña que estableció el museo. Como ha sugerido Jens Andermann así como
otros autores, este museo “nacional” era, en efecto, un relicario del hogar criollo y porteño.
Para los arquitectos del museo, la historia argentina verdadera era ésta, o por lo menos, la que
se quería que fuera. Los partidarios del Museo opinaban, por ende, que éste contenía “todo el
pasado argentino”. Cf. Jens Andermann, “Reshaping the Creole past”, Journal of the History
of Collections, v. 13, nº 2, Buenos Aires, Oxford University Press, 2001, pp. 145-162; Andermann, “Evidencias y ensueños: el gabinete del Dr. Moreno”, Filología, v. 31, nº 1-2, Buenos
Aires, Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”, Universidad de
Buenos Aires, 1998, pp. 57-66 y Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas.
La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX, 2º edición, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 101. Aún cuando el pasado allí expuesto fuera tilda-
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
217
Sin embargo, este diagnóstico debe ponerse a prueba en los planos regionales y locales. Si bien el Centenario de la Revolución de Mayo de 1810
se vislumbraba como una fecha propicia para despertar un interés notable
por la identidad nacional, concibiendo a la historia como uno de los elementos fundamentales en los discursos legitimadores y fundacionales, las
acciones emprendidas desde Buenos Aires no fueron necesariamente imitadas en el resto del país o –al menos– no con la misma intensidad aparente.
En principio, como un hecho que salta rápidamente a la vista, no hablamos
de museos surgidos a partir de la primera década del siglo XX, sino en la
segunda y tercera con recursos privados y el impulso de grupos intelectuales
liberales. Entre ellos, se cuentan algunos personajes que por su holgada situación económica, podían desempeñar prácticas coleccionistas y contribuir
en pos de la edificación de este tipo de instituciones. En muchos casos, la
legitimación por parte de los gobiernos municipales y provinciales se formulaba a través de la fundación institucional cuando los museos ya habían
adquirido cierta notoriedad. Un punto significativo que cuestiona esta serie
de generalizaciones concierne, entonces, al surgimiento de estos museos en
contextos históricos, políticos, sociales y económicos singulares, englobados en un mismo Estado central pero diferentes entre sí, marcados por escenarios y actores específicos que les dan su impronta e identidad.
En el cuadro de estas discusiones, el presente artículo examina los tem-
do de “nacional”, ello no implicaba necesariamente que estuvieran representados todas las
regiones y todos los actores de la historia argentina. El patriotismo, el amor al pasado, pero
sobretodo la necesidad de encontrar un lugar particular en la escritura de esa historia nacional
actuaron en buena medida como catalizadores y disparadores de nuevas experiencias museísticas. Así vieron la luz el Museo Colonial e Histórico de la Provincia de Buenos Aires (1918),
el Museo Municipal de Buenos Aires (1921), el Museo Colonial e Histórico de la Provincia
de Buenos Aires (Lujan, 1923), el Museo Histórico Sarmiento (1938), el Museo Histórico
Nacional del Cabildo de Buenos Aires y de la Revolución de Mayo (1939), a los que se irán
sumando otros de carácter regional. Cf. María Élida Blasco, “Los museos históricos en
la Argentina entre 1889 y 1943”, Historiapolítica.com [en línea], Buenos Aires, Programa
de Historia Política del Siglo XX, 2008: http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/blasco1.
pdf; Blasco, “Iniciativas privadas, intereses políticos y del Estado en la reorganización de
los museos de historia entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX”, Historiapolítica.com [en línea], Buenos Aires, Programa de Historia Política del Siglo XX, 2008: http://
historiapolitica.com/datos/biblioteca/blasco3.pdf; Blasco, “Comerciantes, coleccionistas e
historiadores en el proceso de gestación y funcionamiento del Museo Histórico Nacional”,
Entrepasados. Revista de Historia, nº 35, Buenos Aires, 2009.
218
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
pranos procesos de constitución, organización y puesta en funcionamiento
del Museo Histórico Provincial de Rosario (hoy Museo Histórico Provincial
“Dr. Julio Marc) que tuvieron lugar desde las década de 1920 hasta la de
1950. La elección de dicho recorte temporal no es aleatoria, sino que responde a una de las principales premisas del trabajo: durante esa coyuntura
se conformó un horizonte compartido de necesidades y concepciones que
terminó por definir el conjunto de orientaciones museográficas que habrían
de dejar una impronta imborrable en el desarrollo posterior de las políticas
culturales del mencionado museo. En efecto, el Museo Histórico Provincial
de Rosario (de ahora en más: MHP) se perfiló como una de las primeras
instituciones públicas de la región que albergó aquellas colecciones de objetos y documentos con las cuales la burguesía rosarina6 se identificaba y
con las que se produjo una particular retórica de la memoria histórica local
y nacional. Se intenta repensar críticamente la compleja relación establecida
en la Rosario de principios del siglo pasado entre las políticas museológicas
6
Entenderemos por burguesía al conjunto de sujetos que se constituyen, desde fines
del siglo XIX y principios del XX, como la clase dominante a nivel local y regional a partir de
sus estrategias específicas de acumulación económica (vinculadas con los procesos de producción y circulación del modo de producción capitalista) y a sus modalidades de intervención en los ámbitos de decisiones y de participación en la esfera pública (auspiciados por una
cultura política liberal y un imaginario republicano). En Rosario y su región, tal actor social
se hallaba conformado por un grupo de propietarios rurales a los que se incorporó sucesivamente un número importante de comerciantes extranjeros y profesionales liberales, fundiéndose todos en un sujeto colectivo que desarrollaba sus actividades en distintos sectores
de la economía y que además –a pesar de la diversidad de los orígenes étnicos–, trataron de
apropiarse de las convenciones sociales y representaciones culturales para legitimarse frente
a las elites patricias con mayor raigambre colonial y tradición, como son los casos de Santa
Fe y Buenos Aires. En este proceso de ascenso social y conformación de una clase dominante, estos grupos burgueses participaron en diferentes dependencias gubernamentales, órganos
de autoridad, asociaciones civiles e instituciones privadas. Acerca de la discusión sobre la
aplicación de las categoría conceptual burguesía en el ámbito historiográfico y en la perspectiva regional, cf. Sandra R. Fernández, “El escenario y sus actores: burgueses, burguesía y
región en el cambio de siglo (XIX-XX). La búsqueda de un modelo de interpretación para la
historiografía regional”, en Belín Vázquez Y Gabriela Dalla Corte (Comps.), Empresarios
y Empresas en América Latina (Siglos XVIII-XX), Maracaibo, Universidad del Zulía, 2005,
pp. 223-242 y Horacio Miguel Hernán Zapata, Leonardo Simonetta Y Misael Esquivel,
“De las fruiciones privadas a las políticas públicas: colecciones, exhibiciones y museos en
la configuración de la burguesía. Rosario, primera mitad del siglo XX. Recapitulando una
experiencia investigativa”, en Elena Achilli et al (coords.), Vivir en la ciudad: tendencias
estructurales y procesos emergentes, Rosario, CEACU / Laborde Editor, 2010, pp. 447-461.
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
219
y una cultura urbana local con características propias y significativas. A tal
fin, se abren dos expectativas principales.
Como primer eje, se analizan brevemente los factores que posibilitaron
la edificación de esta institución en la ciudad de Rosario en las primeras décadas del siglo XX y no antes. Con ello se pretende poner en tensión algunos
presupuestos de carácter general en torno a la emergencia de los museos de
carácter histórico en la Argentina y remarcando la especificidad regional
de la coexistencia y/o yuxtaposición de decisiones oficiales y de intereses
públicos con proyectos personales e intereses privados que, asentados en un
entramado de relaciones sociales locales, permitieron vehiculizar y aglutinar recursos materiales, sociales y simbólicos disponibles en una coyuntura
histórica determinada. En este sentido, para dilucidar cuáles fueron las matrices a las cuales apeló la burguesía rosarina para promover y estimular la
fundación del museo histórico, nos centramos en dos momentos temporales
decisivos.
Por un lado, las conmemoraciones del Centenario trajeron consigo una
miríada de iniciativas impulsadas desde el Estado a los fines de configurar
una memoria histórica a escala nacional. Sin embargo, y como lo muestra claramente el caso rosarino, dichas iniciativas evidenciaron límites muy
marcados, en especial en una Rosario que continuaba siendo atravesada por
procesos de cambios políticos, sociales y económicos abiertos en épocas
anteriores mas no acabados aún. Tal es el caso de la lenta consolidación
como clase de los sectores burgueses, quienes se hallaban abocados por estas fechas en generar oportunidades propicias de intervención en el espacio
público con el objetivo preciso de adjudicarse mayores cuotas de legitimidad social y simbólica así como justificar su preeminencia no sólo económica sino también cultural en la arena local. A continuación, otro momento
clave se ubica en las décadas de 1920 y 1930, décadas signadas por las
mutaciones sociales, políticas y económicas –deparadas a partir de la clausura del ciclo democrático con el golpe de Estado de 1930, los síntomas de
agotamiento del modelo agroexportador a partir de la crisis de 1929 y los
intentos de releer al pasado y al presente bajo las directrices de un revisitado
nacionalismo cultural– así como por las cada vez más fuertes y constantes
intervenciones de los poderes públicos en concordancia con los proyectos
de la cultura burguesa rosarina.
Como segundo eje de análisis, se propone repensar las caracterizaciones más simplistas que oscilan en torno a la noción del museo como un mero
220
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
“agente de la ideología hegemónica” para sostener una mirada que, si bien
no se aparta diametralmente de este postulado en la medida en que retoma
algunos de sus elementos fundantes, sí demarca una senda alternativa para
complejizarlo. Siguiendo a Fernández Bravo, se plantea la posibilidad de
considerar a las instituciones museales como “teatros de memoria”, en otras
palabras, como espacios de encuentro y confrontación entre distintas versiones de la identidad, en un intento por dotar de cierto sentido y direccionalidad a la cultura material que se decide preservar en tanto legado patrimonial7. En el caso particular del MHP, trabajar con la categoría acuñada por
Fernández nos permite atender simultáneamente dos frentes: por un lado,
ponderar al museo como un continente integral cuya colección sustantiva y
existente es de contenido histórico; por otro, el hecho de que este proyecto
museal buscó librar a Rosario de las visiones negativas gestadas en relación
a la misma y que resaltaban solamente su faceta comercial, lo que a su vez
suponía que la burguesía local era el único actor social capaz de invertir los
términos de esta “condena” simbólica pero sólo por medio de su intervención directa en la esfera pública.
Como se observará, la edificación de una conciencia histórica en Rosario, una urbe caracterizada por su carencia de un pasado colonial prestigio, la ausencia de una elite capaz de refrendar credenciales patricias y la
preeminencia de inmigrantes españoles e italianos, no impidió que la institución rindiera tributo a esa prosapia colonial que no había existido en
Rosario o que entronizara la etapa moderna y cosmopolita que comenzaba
tras los procesos de organización nacional y de inserción capitalista del espacio provincial, puesto que en esas configuraciones se encontraban no sólo
las claves de la historia patria y regional, sino de la propia invención de la
tradición8 de la burguesía local. En la lucha por este sentido, cierta noción
de “cultura” y de “historia” –vinculadas a un conjunto de valores eruditos,
cultos, propios de la sociedad capitalista y occidental– cumplieron una función estratégica para la sanción de un corpus de saberes, para la delimitación
Álvaro Fernández Bravo, “Memorias materiales: tradición y amnesia en dos museos
argentinos”, Anclajes, v. VI, nº 6, Santa Rosa, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad
Nacional de La Pampa, 2002, pp. 329-358.
8
Eric Hobsbawm Y Terence Ranger (ed.), The Invention of the Tradition, Cambridge,
Cambridge University Press, 1983; Hobsbawm, “Inventando tradiciones”, Historia Social, nº
40, Valencia, Universidad de Educación a Distancia, 2001, pp. 203-214.
7
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
221
de diferentes colectivos sociales (indígenas, inmigrantes, negros, mujeres,
héroes patrios) y político-territoriales (Nación, provincia, ciudad); y, por
ende, para la elaboración de propuestas de representación del pasado, en las
cuales se hacían jugar de forma polémica sujetos e identidades, espacios e
imaginarios, algunas veces compartidos y otras enfrentados, pero siempre
vinculados a asuntos importantes para tal sociedad.
Si nos avocamos con mayor detenimiento a una descripción de la organización del MHP, es porque los desarrollos que se dieron allí involucraron
intercambios materiales e ideales que, entre otras cuestiones, pretendían fijar el sentido de la memoria en una dirección y no en otra. A través de su
estudio, podremos dilucidar cómo operaron las construcciones y reconstrucciones de sentido que tuvieron por objeto representar las voces propias de
las clases dominantes, escenificar la memoria y posibilitar el olvido de otros
actores sociales de la trama social.
Un “templo de la historia” para la ciudad “sin pasado”
Construir la Nación Argentina significa, entre otras cuestiones, la constitución de una ciudadanía que respetara y aceptara la idea de estar unida
por algo que trascendiera los lazos familiares, los vínculos étnicos y las
lealtades particulares; era necesaria la creación de una cultura argentina,
pero sobre todo de una memoria común. Esa tarea suponía, además de la organización territorial y productiva, la sumisión de diferentes grupos étnicos
y regionales a la potestad de esa nueva entidad política, la creación de un
pasado común y la aceptación de un cuerpo legal que rigiera la vida civil del
país. De esta manera, la ciencia, la educación y la cultura jurídica sentarían
las bases de la estructura nacional.
Así, tanto la década de 1890 como la coyuntura abierta por la conmemoración del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910 fueron testigos
de numerosos programas educativos, culturales y políticos que se pusieron
en marcha, para despertar un interés notable por la identidad nacional, en un
contexto social y político que se pensaba amenazado por el cosmopolitismo
que imperaba en la sociedad.9 Los programas, llevados a cabo en Buenos
9
Cf. Fernando Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia. Buenos Aires, 2º edición, Siglo XXI Editores, 2005 y Bertoni, Patriotas, op. cit.
222
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
Aires y repetidos en el resto del país (con disímil alcance e intensidad según
las posibilidades), incluían la construcción de escuelas, la realización de
actos, certámenes y concursos, la publicación de documentos históricos, la
erección de monumentos a los héroes patrios y la inauguración de bibliotecas, archivos e institutos. No resulta ocioso señalar que en todos estos actos
la Historia –como relato, saber y hacer– era tenida por un elemento cardinal
de los discursos legitimadores y fundacionales de la conciencia argentina10.
En la ciudad de Rosario, los proyectos ligados a la pedagogía nacionalizante, llevados a la práctica con un éxito más o menos inmediato, fueron relativamente pocos. Ciertamente se diagramaron algunos planes para
esa coyuntura, pero debieron esperar por años hasta tener una concreción
definitiva, sorteando los escollos de los avatares políticos y, en ocasiones,
valiéndose de los cambios en los grupos de poder. La puesta a punto de
una Biblioteca Pública Municipal hacia 1910 (hoy Biblioteca Argentina “Dr.
Juan Álvarez”) y de la asociación cultural El Círculo de la Biblioteca (que
hacia 1912 pasaría a ser conocido como El Círculo de Rosario) contrastó
con la demora en la creación de un museo cívico y etnográfico relacionado
con la historia local, que quedó solamente expresado en el papel.
Dichos emprendimientos se inauguraron como coaliciones culturales
donde se reunían letrados, profesionales, comerciantes, artistas y demás
miembros conspicuos de la burguesía rosarina en respuesta a lo que se percibía como una amenaza al afianzamiento tanto a nivel económico como
simbólico de un grupo de notables que paulatinamente comenzaba a cerrar
10
Cf. Pablo Buchbinder, “Vínculos privados, instituciones públicas y reglas profesionales en los orígenes de la historiografía argentina”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, nº 13, Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y
Americana “Dr. E. Ravignani”, Universidad de Buenos Aires, 1996, pp. 59-82; Devoto, “Entre ciencia, pedagogía patriótica y mito de los orígenes. El momento de surgimiento de la historiografía profesional”, en Devoto et al., Estudios de historiografía argentina, t. II, Buenos
Aires, Biblos, 1999, pp. 11-36; Nora Pagano Y Marta Rodríguez, “Las polémicas historiográficas en el marco de la profesionalización de la disciplina en Argentina”, Estudios Sociales, nº 17, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1999, pp. 35-48; Alejandro Eujanian,
“Método, objetividad y estilo en el proceso de institucionalización, 1910-1920”, en Alejandro Cattaruzza Y Alejandro Eujanian, Políticas de la historia. Argentina 1860/1960, Buenos Aires, Alianza editorial, 2003, pp. 69-99; Fernando Devoto Y Nora Pagano, Historia de
la Historiografía Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, pp. 53-188.
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
223
filas y a perfilarse en el espacio público como la elite11. De hecho, fue tal la
impronta de El Círculo en esta materia que varios de los directores y contribuyentes de los museos que se fundarían en los años siguientes formaron
parte del distinguido cenáculo e intervinieron en las prácticas que desde allí
se emprendieron. Ello posibilitó la configuración de rol claramente definido: una clase letrada administradora del capital simbólico, abocada a organizar y acrecentar un patrimonio cultural percibido como escaso, caótico,
disperso y necesitado de estímulo estatal.
En efecto, la burguesía que se abroquelaba en aquella asociación cultural se dedicó a motorizar la estructuración de entidades museológicas de carácter público y a asignar funciones específicas a los mismos, en la mayoría
de los casos asociados a la historia y al arte, que sirvieran para difundir los
valores nacionales y espirituales en un medio que era mentado como un lugar dominado por el afán de riqueza12. Por otro lado, esta discusión también
11
Las polémicas en torno a la trascendencia que se daba –aunque más no fuera en el
terreno simbólico y discursivo– a la instalación de una serie de instituciones y mecanismos
aptos para neutralizar los estigmas fenicios y mercantiles que recaían sobre Rosario, su elite
advenediza y sus habitantes ya han sido estudiados, por lo que no nos detendremos en este
aspecto. Para ello, cf. Fernández, “La arena pública de las ambiciones privadas. Relaciones
sociales y asociacionismo en la difusión de la cultura burguesa: Juan Álvarez y El Círculo
de Rosario (1912-1920)”, Tierra Firme. Revista de Historia y Ciencias Sociales, v. 20, nº
78, Caracas, Fundación Tierra Firme, 2002, pp. 229-247; Fernández, “La negación del ocio.
El ‘negocio’ cultural en la ciudad de Rosario a través de la asociación ‘El Círculo’ (19121920)”, Andes. Revista de Historia y Antropología, nº 14, Salta, Centro Promocional de Investigaciones en Historia y Antropología “Dr. Guillermo Madrazo”, Universidad Nacional
de Salta, 2003, pp. 247-274; Fernández, “Poder local y virtud. Legitimación burguesa en el
espacio local. Rosario -Argentina- en las primeras décadas del siglo XX”, en Pilar García
Jordán (ed.), Estado, región y poder local en América Latina, siglos XIX-XX, Barcelona, Publicacions i Edicions Universitat de Barcelona, 2007, pp. 229-250 y Fernández, La revista El
Círculo o el arte de papel. Una experiencia editorial en la Argentina del Centenario, Murcia,
EDITUM/Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, 2009.
12
García Canclini plantea que la misión conservadora de los museos se para frente
a la mercantilización y al impacto de la cultura de masas. Tenidos por “templos o parques
nacionales del espíritu”, se opondrían, en concordancia con esta matriz, a la obra de arte
reproducida mecánicamente. Esta posición implica concebir a los museos como reservorios
estáticos de un pasado inmutable e implica una fetichización de los objetos exhibidos, lo que
García Canclini denomina el tradicionalismo sustancialista. Según veremos, uno de los pilares del Museo Histórico Provincial de Rosario estuvo centrado en torno a una política cultural
que privilegió una pedagogía nacionalista inclusiva sobre valorizaciones esencialistas de lo
auténtico. Cf. Néstor García Canclini, “El patrimonio cultural de México y la construcción
224
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
supuso el diseño de un público que sería imaginado de diversas maneras,
aunque en general como un sujeto pasible de ser civilizado y al que se le
asignó la posición de simple observador y consumidor de la cultura material
exhibida en los museos.
Los primeros pasos siguieron la senda del fomento de las bellas artes.
La continuada realización de los Salones patrocinados por El Círculo permitió la adquisición de las primeras obras de arte que, junto a donaciones
de particulares y a compras, funcionarían como el acervo inicial del museo
municipal de artes plásticas (hoy Museo Municipal de Bellas Artes “Juan
B. Castagnino”). Si la faceta “artística” de la ciudad había sido en parte cubierta tras la creación de la Comisión Municipal de Bellas Artes por decreto
y ordenanza de la Municipalidad, por la ejecución de salones, exhibiciones
y muestras y la inauguración de este museo13, la faceta histórica estaba aún
un poco rezagada. No obstante, la exhibición de una memoria nacional y
imaginaria de lo nacional”, en Enrique Florescano (ed.), El patrimonio nacional de México,
México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 83.
13
Fueron numerosos los sucesos que dieron origen al Museo de Bellas Artes de Rosario pero la mayoría de ellos resultaron conflictivos y burocráticos, llevando incluso hasta el
borde del abismo todos los esfuerzos por concretarlo. Todo se inició con la creación de la
Comisión Municipal de Bellas Artes que data de 1917 (Decreto Municipal y Ordenanza, 27XI-1917 – nº 24), integrada por Ortiz Grognet, Juan B. Castagnino, Nicolás Amuchástegui,
Ricardo Caballero, Jorge Rodríguez, Antonio Cafferata, Augusto Flondrois y Magin Anglade. En ese mimo año, se inaugura también el Primer Salón de Otoño que abarcó diferentes
disciplinas de las artes plásticas y que fuera organizado por la asociación El Círculo. Luego
de agotadoras negociaciones con el municipio que duraron años, la iniciativa filantrópica
de la Sra. Tiscornia de Castagnino en nombre de su fallecido hijo Juan Bautista Castagnino
(1884-1925), fue la acción que finalmente sentó las bases para la concreción del proyecto,
quien presentó la propuesta de donar un edificio para el museo que fue aceptada por un decreto de la intendencia en abril del año 1937, denominándose finalmente Museo Municipal de
Bellas Artes “Juan B. Castagnino”. El hecho de colocar el nombre del hijo fallecido obedecía
al acto de ponderar la memoria de quien fuera un notable coleccionista de arte en el espacio
local de comienzos del siglo XX y que, en tanto burgués preocupado por el fomento de la cultura y las artes, participó activamente como miembro de la primera Comisión de Bellas Artes
de Rosario. Cf. Nicolás Amuchástegui, Álbum. Al Museo Municipal de Bellas Artes Juan B.
Castagnino, Rosario. Su origen. Compilación donada por el autor. Repositorio documental
del Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino”. Hemos abordado esta problemática en Simonetta, Zapata Y Esquivel, “En busca del arte. La cultura asociativa burguesa y
las prácticas sociales de la exhibición en Rosario, 1912-1940”, Cambios y Continuidades, nº
7, Concepción del Uruguay, Instituto de Historia, Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias
Sociales, Universidad Autónoma de Entre Ríos, pp. 11-46.
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
225
la puesta en escena de la cultura material como un terreno de disputa por
el control de los sentidos adquiriría condiciones de posibilidad recién en la
segunda década del siglo XX, cuando se conjugaron un programa de educación cívica y estética y un proyecto para forjar un planteo político. Sería en
1925, un momento clave dado que en ese año la ciudad conmemoraba por
decreto su Bicentenario, cuando las iniciativas de creación de un museo histórico se retomaron con ímpetu renovado. La ocasión no parece accidental.
Los rosarinos ocupaban un rango menor e insuficiente en los estandartes del
discurso oficial de la historia de la Nación del que consideraban que debían
detentar en la construcción de esta memoria patria. Tanto más necesaria se
tornaba aquí la afirmación de la propia identidad local cuanto más elevado y
significativo era el número de inmigrantes –fundamentalmente españoles e
italianos– con sus propias celebraciones laico-nacionales y tradiciones culturales y étnicas14.
En esta coyuntura, el olvido de la historia local buscaba ser replicado
mediante la celebración de la memoria misma de la ciudad. Rosario había transitado su mejor período de esplendor carente absolutamente de credenciales sobre su origen, escollo que permanentemente se salvaba con el
argumento consistente en afirmar que esta ciudad era “hija de su propio
esfuerzo”15. No obstante, las autoridades nunca perdieron esperanzas de poder localizar un hecho concreto o un personaje sobresaliente, susceptibles de
ser ubicados en fecha precisa que posibilitara instalar una conmemoración
14
Cf. Devoto, “Idea de nación, inmigración y cuestión social en la historiografía académica y en los libros de texto de Argentina, 1912- 1974”, Estudios Sociales, nº 3, Santa Fe,
Universidad Nacional del Litoral, 1992, pp. 9-30; Devoto, “La construcción de la identidad
nacional en un país de inmigrantes. El caso argentino”, en Historia y presente en América
Latina, Valencia, Fundaciò Bancaixa, 1996, pp. 95-126; Devoto, “Relatos históricos, pedagogías cívicas e identidad nacional”, en Margarita Gutman (ed.), Construir bicentenarios:
Argentina, Buenos Aires, New School-Caras y Caretas, 2005, pp. 65-78; María Gabriela
Micheletti, “Las conmemoraciones cívicas a fines del siglo XIX en Santa Fe, en épocas
de inmigración masiva y exaltación nacional”, Investigaciones y Ensayos, v. 57, Buenos
Aires, Academia Nacional de la Historia, 2008, pp. 171-210 y Micheletti, “Entre gauchos y
gringos. Costumbres nacionales y extranjeras en Santa Fe (1880-1900)”, Temas de Historia
Argentina y Americana, nº 16, Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana,
Universidad Católica Argentina, 2010, pp. 227-257.
15
Cf. Mario Glück, “Juan Álvarez y la consagración historiográfica de un mito de
orígenes para Rosario: la hija de su propio esfuerzo”, en Alicia Megías et al, Los desafíos de
la modernización. Rosario 1890-1930, Rosario, UNR Editora, 2010.
226
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
digna de actos, inauguraciones, discursos y publicaciones. De este modo, la
teoría de la existencia de una aldea en los albores del siglo XVIII como antecedente directo de la ciudad de Rosario, que desde hacía tiempo sostenían
varios historiadores locales, adquirió fuerza institucional y fue adoptada por
el gobierno municipal que la plasmó a través de un decreto16.
Dentro del clima festivo imperante, un grupo de hombres de la ciudad,
designados por el Intendente Manuel Pignetto, se nuclearon en torno a la
Junta Ejecutiva Pro Festejos del Segundo Centenario de la Fundación del
Rosario, dedicada a la organización de los respectivos actos, homenajes,
concursos públicos y muestras artísticas. Dicha Junta, encabezada por el
Dr. Calixto Lassaga y por sus secretarios Antonio Cafferata y Ángel Ortiz
Grognet, elaboró como número central un proyecto de construcción de un
complejo museográfico que aunara a la ciencia y las artes comprendiendo
diversas secciones, especificadas en la carta que se enviara a la Intendencia
comunicando la resolución de creación del museo, la elección del solar y
pidiendo colaboración pecuniaria:
El Museo cuya piedra fundamental se colocaría el 4 de octubre tendrá un
carácter artístico y científico, y debe constar del número de edificios necesarios para instalar por lo menos las siguientes sesiones: a) Local para
el gran Museo Municipal de Bellas Artes, b) Local para el gran Museo
En el camino de construir este consenso en torno a la fecha precisa, se generaron una
serie de debates entre los estudiosos de la ciudad. Cabe mencionar la carencia absoluta de
instituciones que albergaran el accionar como historiadores de estos profesionales, en su mayoría abogados. Jefes de archivos, académicos de la Junta de Historia y Numismática, eclesiásticos, estudiosos (de la ciudad y del exterior), todos fueron convocados a participar del
debate que se desarrolló principalmente en la prensa, emitiendo su opinión a favor o en contra
de la versión oficial, por lo cual se ponía en discusión no sólo el día exacto, sino el año, el
nombre del fundador y hasta la existencia misma de una fundación. La falta de instituciones
de producción histórica legitimadas permitió que todas las voces fuesen válidas al momento
de determinar la veracidad histórica sobre los orígenes de Rosario. Entre todas las versiones,
sin embargo, existía un consenso general en la necesidad de encontrar un origen y un relato
coherente que lo explicara. Cf. Natalia Milanesio, “Del poblado precario a la ciudad opulenta: representaciones del pasado urbano y debate historiográfico en la década de 1920 en torno
al surgimiento de Rosario”, en Beatriz Dávilo et al (coords.), Territorio, memoria y relato en
la construcción de las identidades colectivas, t. III, Rosario, UNR Editora, 2001, pp. 293-303
y Diego P. Roldán, “Inventar el pasado: el bicentenario de Rosario”, en Diego Roldán (dir.),
Historia del Concejo Municipal de Rosario. Ciudad, política, planificación y gobierno local
(1930 a 1976), Rosario, Editorial del Concejo Municipal de Rosario, 2010.
16
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
227
Zoológico, Étnico, Arqueológico, Colonial Histórico; c) Local de amplias
dimensiones para conferencias y actos públicos con bibliotecas artísticas
y científicas; d) Locales auxiliares necesarios, talleres, dependencias administrativas, etc. El sitio más a propósito para estas construcciones sería
la primera manzana de entrada al Parque Independencia, limitada por las
calles Bv. Oroño, Balcarce, Avenida Pellegrini y Montevideo, a la que se
debe destinar por la Municipalidad del Rosario para el fin indicado17.
De semejante tenor, es la nota que Lassaga y Cafferata procuraron hacer
llegar a manos del gobierno provincial:
Anticipándome a la presentación del programa definitivo de festejos, que
oportunamente me será grato someter a la aprobación del señor Intendente,
envío el proyecto de creación de un museo científico por requerir previamente los trámites administrativos necesarios a la creación de todo edificio
público en terrenos de propiedad de la Comuna18.
Desde la intendencia y la provincia llegaron respuestas positivas y de
aliento a la iniciativa. El gobierno municipal aseveraba que dotar a la ciudad de un museo de este tipo era una aspiración que el poder público debía
auspiciar, más aún cuando obedecía al propósito de dejar testimonio a las
futuras generaciones no sólo del rol que la ciudad desempeñara en la historia
del país sino de la capacidad de organización y de consecución de iniciativas
públicas que evidenciaran el “grado de progreso” del espíritu de la ciudad
“en las más elevadas manifestaciones”19. Al mismo tiempo, la provincia decidía la adjudicación de una suma de dinero que ayudara a la puesta en mar-
Carta al Intendente Municipal de Rosario, Rosario, 7-VIII-1925, en Oscar Luis EnArchivos y Museos de Rosario, Separata del t. V, 1ra parte, de la Historia de las Instituciones de la Provincia de Santa Fe, Santa Fe, Comisión Redactora, s/f. ed., p. 401 y Nota
del Intendente Manuel Pignetto al Presidente de la Junta Ejecutiva Pro festejos del Segundo
Centenario de Rosario, Dr. Calixto Lassaga, Rosario, 8-VIII-1925, en Municipalidad De Rosario, Segundo Centenario de la Ciudad (1725-1925) Correspondencia, t. I, pp. 190-191.
18
Carta de Calixto Lassaga y Antonio Cafferata al Sr. Gobernador de la Provincia D.
Ricardo Aldao, Rosario, 20-VII-1925, en Ensinck, Archivos y Museos de Rosario, op. cit.,
p. 402.
19
Carta de la Intendencia al Sr. Presidente de la Junta Ejecutiva Pro festejos del Segundo Centenario de la Fundación del Rosario, 8-VIII-1925” en Ensinck, Archivos y Museos de
Rosario, op. cit., p. 401-402.
17
sinck,
228
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
cha del proyecto y se determinaba la donación por parte de la misma de la
bandera que se encontraba en le Ministerio de Gobierno, Justicia y Culto y
que había pertenecido al batallón “Centeno” que debería lucirse en la novel
institución rosarina. Desde el punto de vista de la gobernación, la empresa
era fundamental para la elevación cultural del pueblo y para plasmar el interés que la provincia y Rosario demostraban por el pasado y la patria:
[…] el propósito de la Junta Ejecutiva al crear un gran Museo Histórico,
Artístico y Científico para lo cual se cuenta ya con recursos efectivos par
asegurar su realización merece por otra parte el apoyo del Estado, desde
que representa la exteriorización de un anhelo de alta cultura pública que
honra a quien sabe cultivarla y constituye un complemento necesario para
elevar el nivel intelectual del pueblo en concordancia con los progresos
generales manifestados en todos los otros géneros de actividad. La obra
proyectada tiene así caracteres amplios y será como el reflejo de la cultura
de la Provincia20.
Más allá de los buenos augurios y de la predisposición de la Junta para
materializar el proyecto, la creación del museo no pudo ser realizada por
diferentes cuestiones. En primer lugar, se encuentra la reacción de la Comisión Municipal de Bellas Artes motivadas por estas presentaciones. Es así
que la Comisión envía una nota al Intendente, exigiendo explicaciones sobre
su apoyo a un proyecto de construcción de los edificios necesarios para un
museo general sobre el que no ha sido consultada, sobre todo teniendo en
cuenta que tal proyecto comprenderá un museo de Bellas Artes y sobre el
cual dicha Comisión entendía que poseía las atribuciones, acordadas por
ordenanza municipal, para intervenir21. Ante tal situación, Cafferata en su
doble rol de representante del Consejo Deliberante de Rosario y miembro
de la Junta del Segundo Centenario, argumenta que en ningún momento fue
puesta en entredicho la autoridad de la Comisión Municipal de Bellas Artes. El debate se llevó adelante durante varias sesiones del Concejo, donde
Cafferata expuso los fundamentos para su proyecto y la mala interpretación
20
Carta de la Gobernación, Santa Fe, 10-VIII-1925, en Ensinck, Archivos y Museos de
Rosario, op. cit., p. pp. 403-404
21
Nota al Intendente Manuel Pignetto, Rosario, 11-VIII-1925, en Comisión Municipal
De Bellas Artes, Libro Copiador, t. 5, Rosario, 1928-1935, p. 176-177. Repositorio Documental del Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino”.
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
229
que del mismo hizo la Comisión22.
El debate continuará durante meses, sin resolverse, ya que a la discusión sobre el carácter del futuro museo se sumará el de su ubicación. En
efecto, distintos actores discuten en torno a la conveniencia de uno u otro
sitio, y en el caso de aquellos inclinados por su emplazamiento en una de
las manzanas aledañas al Parque Independencia (frente a la que finalmente será su ubicación definitiva) nos habla sobre una intención pedagógica
que incluía argumentos higienistas, ya que “[…] estándolo en un parque el
pueblo aprovecha la oportunidad de tomar aire con la de visitar el museo,
utilizando de esta manera sus enseñanzas”23. Así, el proyecto se estancaba
en los vericuetos burocráticos generados por cuestiones económicas y por el
recelo del Consejo Municipal a la cesión de una parcela en el parque Independencia, lo cual va tornando cada vez más dificultosa la disponibilidad de
los fondos votados tanto por la Municipalidad como la Nación y el gobierno
provincial, que pronto caducarían en sus plazos24. La suma de todos estos
factores –enfrentamiento entre los miembros, dificultad para gestionar la
construcción del museo definitivo, roces con otras instituciones que actúan
en un terreno similar, además de los apremios económicos sufridos durante
todos esos años– hizo que el proyecto perdiera fuerza.
Recién en 1936, el interventor de la provincia, el Dr. Carlos Bruschman, dio nuevamente curso a la iniciativa a través del dictado de un decreto que habilitaba la creación de una Comisión Honoraria, en la que recaía
la responsabilidad de hacer las gestiones pertinentes para la obtención de
un solar y para la creación de un Museo Científico que debía contener las
secciones de historia natural, etnografía e historia. Para la gobernación, la
iniciativa del Museo estaba más que justificada a partir de la cantidad de
Intervención del Concejal Antonio F. Cafferata, Rosario, 20-X-1925, en Honorable
Concejo Deliberante, Diario de Sesiones, p. 556. Es interesante en este sentido seguir las
argumentaciones esbozadas a lo largo de la discusión, en donde la pertenencia institucional
de Cafferata como represente ante el Concejo Deliberante y en su rol de miembro de la Comisión Municipal de Bellas Artes simultáneamente se habría tornado insostenible. A fines
de Octubre presenta su renuncia a la Comisión, y en su lugar es designado el Dr. Rubén Vila
Ortiz.
23
Intervención del Concejal Antonio F. Cafferata, op. cit., p. 557.
24
Nota de la Junta Ejecutiva Pro Festejos del Segundo Centenario de Rosario al Intendente Municipal Dr. Manuel Pignetto, Rosario, 25-VIII-1925 Archivo del Museo Histórico
Provincial “Dr. Julio Marc”.
22
230
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
habitante e importancia de la ciudad a nivel nacional, por la existencia de un
número importante de instituciones de enseñanza de diversos niveles, por
la necesidad de reforzar los estudios científicos que ya se desarrollaban en
las mismas y propender a la difusión de la cultura pública25. No obstante, se
decidió que el museo científico quedara circunscripto solamente al ámbito
de la historia, cuya nueva denominación “Museo Histórico Provincial” era
justificada desde varios flancos: en primer lugar, la necesidad de albergar la
donación de un conjunto de cerámicas del grupo chaco-santiagueña efectuada por el gobierno de Santiago del Estero26; en segundo lugar, los propios
límites señalados por la ley de presupuesto de 193827; y, en tercer lugar,
el tipo de discurso histórico que pesaba sobre dos de los principales hombres consagrados “a la digna labor de ‘hacer’ el museo”28: el Dr. Julio Marc
(1884-1965)29 y el Ing. y Arq. Ángel Guido (1896-1960)30.
25
Decreto de IP - nº 479, Rosario, 20-VII-1936, en Ensinck, Archivos y Museos de
Rosario, op. cit., p. 405. Como era de esperarse, la Comisión Honoraria estuvo integrada por
personalidades reputadas del ámbito local, entre las que sobresalían las figuras de los doctores Julio Marc, Clemente Álvarez, Carlos J. Díaz Guerra, Alberto Baldrich, Silvio Francesio,
el ingeniero Juan Devoto y el arquitecto y urbanista Ángel Guido.
26
Nancy Genoves et al, “Las colecciones arqueológicas del Museo Histórico Provincial
Dr. Julio Marc”, CD Actas de las I Jornadas sobre Rosario y su región, Rosario, Facultad de
Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, 2003.
27
Juan Mantovani, Los museos y la realidad histórica, Santa Fe, Publicación del Ministerio de Instrucción Pública y Fomento, Imprenta de la Universidad Nacional del Litoral,
1939, pp. 13-14.
28
[Anónimo] “Rosario tendrá un Museo Histórico digno de su importancia”, en La
Tribuna, Rosario, 7 de julio de 1939, p. 12.
29
Hijo de Eugenia Dusarrat y Augusto Marc, Julio Marc realizó sus primeros estudios
en Rosario para trasladarse luego a Buenos Aires donde cursó el colegio secundario y la
universidad, graduándose de abogado. Mostró fervor por la numismática y la heráldica. []Una
vez que retornó a Rosario se dedicó a la educación. Fue profesor de Filosofía y Geografía
en el Colegio Nacional Nº 1, vicedecano de la Facultad de Ciencias Comerciales, Políticas y
Económicas de la Universidad Nacional del Litoral, profesor de política comercial y régimen
aduanero comparado y profesor de historia en la Escuela Nacional Superior de Comercio.[]
Dentro de su profesión se desempeñó como Secretario de la Cámaras de Apelaciones de la
Provincia de Santa Fe y de la Cámara de Apelaciones Federal de Rosario, de la que luego
fue Presidente.[] También fue miembro de la Academia Nacional de la Historia, del Instituto
Bonaerense de Numismática y Antigüedades, de la Sociedad Argentina de Antropología, del
Instituto de Derecho de Gentes, del Instituto Argentino de Monumentos y de Cultura Histórica y del Instituto Argentino de Derecho Internacional.
30
Ángel F. Guido nació en Rosario. Cursó sus estudios en la Universidad Nacional
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
231
De acuerdo a lo expresado por el mismo Cafferata en su defensa del
proyecto ante el Concejo Deliberante, el modelo a seguir era el del Museo Colonial e Histórico de Luján, no sólo por su organización sino por el
hecho de que la colección del museo había ido formándose gracias a las
donaciones de los vecinos, que deseaban contribuir con la formación de la
memoria pública31. No es casualidad, entonces, que haya sido este museo el
que sirviera como ejemplo, porque si bien no cumplía con la diversificación
de secciones propias de un museo general, su guión de fuerte impronta colonial, hispana y católica coincide en gran medida tanto con las coordenadas
históricas de lo que se pretendería resaltar como con las características de
las propias colecciones artísticas existentes en Rosario, muchas de las cuales
fueron el origen de los objetos donados al Museo Histórico Provincial.
Finalmente, el 8 de julio de 1939 se inauguró el Museo Histórico Provincial. El carácter y el sentido que una empresa de tal índole revestía se
pusieron de manifiesto a través de las palabras de Juan Mantovani, representante del gobierno provincial en la inauguración del Museo. Éste político
fue el encargado de poner en palabras la concepción que desde el poder
provincial se tenía sobre la historia y sobre el surgimiento de los museos
en particular. Inauguraba su discurso afirmando que la creación del Museo
Histórico representaba no sólo un signo de apego y apoyo a la patria sino
de Córdoba, graduándose como ingeniero civil en 1920 y como arquitecto en 1921. Fue el
creador del proyecto del Monumento Nacional a la Bandera y del Plan Regulador de Rosario
de 1935, que concebía a esa obra unida con el Parque Nacional a la Bandera y el ingreso a
Rosario desde el río. En arquitectura, Guido es considerado como un referente del movimiento neocolonial. Además, fue un poeta marginal de la generación del ‘22, historiador y autor
de ensayos sobre historia, arte y arquitectura influenciados por las ideas de Ricardo Rojas.
31
Intervención del Concejal Antonio F. Cafferata, op. cit., p. 556. Como ha mostrado
María Elida Blasco, la pedagogía de los objetos sumada a una buena disposición de las salas,
organizadas de modo tal que el visitante recorriera los nudos temáticos previamente dispuestos en un discurso histórico que recuperaba la herencia colonial, la figura del gaucho como
baluarte de la nacionalidad y el rol de la fe en la defensa contra el indio, eran algunas de las
características principales del museo lujanense, cuyo director, Enrique Udaondo, llevó adelante empleando novedosas técnicas de exhibición. Cf. BLASCO, “La fundación del Museo
Colonial e Histórico de la Provincia de Buenos Aires. Cultura y política en Luján, 1918”,
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, nº 25, Buenos
Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Universidad de
Buenos Aires, 2004, pp. 89-119 y BLASCO, “Política, hispanismo y catolicismo a través del
Museo Histórico y Colonial de la Provincia de Buenos Aires (Luján), entre 1930 y 1932”,
Prohistoria, nº 8, Rosario, 2004, pp. 39-58.
232
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
también un mirador hacia los valores del pasado que deberían guiar los pasos de la joven ciudad.
[…] una nueva actitud afirmativa de nacionalidad y patriotismo, por son
sentimientos de esa índole los que mueven al conocimiento del pasado para
comprender los orígenes del país, y apoyar sobre ellos sucesivas construcciones materiales y morales que contribuyan a la creciente grandeza de
la Nación. […] Un pueblo como este, impulsado enérgicamente hacia el
futuro, no puede temer el paso de los valores del pasado y necesita acaso
de ellos para mirar hacia delante32.
A ello sumaba una concepción particular de la disciplina histórica que,
según su vocero, había llevado al Poder Ejecutivo a apoyar de manera decisiva la creación del museo, pero considerando pertinente recortar las atribuciones del mismo sólo a la historia dado que esta necesitaba un tratamiento
especial que la dotaba de una especificidad innegable. De hecho, “la realidad histórica es muy diversa de la realidad natural, y por lógica consecuencia, profundamente diferente es la ciencia de la historia de la ciencia de la
naturaleza”33. Por otro lado, al provecho especificado en base a la historia,
se sumaba la utilidad del Museo no sólo intelectual sino también para la
formación de valores y dotación de sentido a la vida de la juventud:
Es importante para el hombre joven conocer el pasado. […] uno de los
ejes mayores de la formación humana es el estudio de la historia. Es una
de las humanidades más influyentes en la vida juvenil. Muestra los valores
específicos del hombre a través de su actividad en el curso del tiempo; da
el sentido de la continuidad del esfuerzo humano; entabla contacto con diversas formas e instituciones de la sociedad, aviva el entusiasmo por acontecimientos de trascendencia y la admiración por los grandes hombres. […]
El adolescente necesita del saber histórico para reconocer en él los valores
que alientan su vida34.
Centrando su atención en el museo histórico, le atribuía al menos dos
Mantovani, Los museos, op. cit., pp. 7-8.
Mantovani, Los museos, op. cit., p. 15.
34
Mantovani, Los museos, op. cit., p. 23.
32
33
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
233
funciones que, afirmaba, debía desplegar. Por un lado, la de reunir y ordenar una cantidad de objetos que se hallaban dispersos en la provincia y
cuyo valor residía no en la exterioridad de los mismos (su belleza, su antigüedad, etc.) sino en tanto podían concebirse como “puertas” para penetrar
“objetivamente” en los acontecimientos del pasado. Pero por otra parte, los
objetos reunidos eran portadores de “significaciones”, de un “lenguaje” de
otros tiempos que debía ser comprendido para poder “tomar contacto con la
historia.”. Por ello, el museo también cumplía una “función cultual” invalorable ya que “facilita el saber del pasado, que es un saber indispensable en
al formación del hombre. […]” dado que “La vida de un hombre es un lapso
de tiempo lleno, concreto, es historia”35.
A principios de la década de 1940, el periodista César Carrizo, quien se
hallaba en aquel momento visitando la ciudad, no dejaba de impresionarse
por el desarrollo que la misma evidenciaba en diversos aspectos. Afirmaba
que Rosario no se encontraba entre los “pueblos materialistas” sólo abocados a la producción de riquezas, sino que era un ejemplo claro de ciudad en
“estado de madura plenitud”. Entre sus notas, la reciente inauguración del
Museo Histórico Provincial ocupa un lugar importante y venía a dar por
tierra con la imagen de una urbe movida solo por el afán de lucro. En todo
caso:
Un desconocimiento de los orígenes, del desenvolvimiento y de la hora
actual de Rosario difundió la versión apriorística de que la ciudad carecía
de “sentido histórico”. Pero ya en el curso de estas notásemos ido descubriendo y reuniendo las pruebas objetivas de todo lo contrario. Nos faltaba
entrar en la casa de la historia para acabarnos de convencer. Y no es aventurada esta afirmación: Rosario mismo, al acudir en romería al museo, y al
frecuentarlo, está descubriendo uno de los mejores atributos de su personalidad36.
Son justamente estas ideas esbozadas por Carrizo de las que se hacen
eco los principales impulsores rosarinos del proyecto, muchos de los cuales
eran destacados profesionales de la ciudad con fuertes inquietudes culturales, intelectuales e históricas, y para quienes afrontar la tarea de construir un
Mantovani, Los museos, op. cit., pp. 9-10
César Carrizo, Imagen y jerarquía de Rosario, Rosario, Publicación de El Círculo,
1940, p. 121.
35
36
234
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
museo de carácter histórico en Rosario significaba poner en marcha significativos esfuerzos por inscribir a la ciudad en el devenir histórico de la Nación. Si Rosario podía jactarse del rápido y sostenido desarrollo económico
y de haber alcanzado un lugar de relevancia y notoriedad a nivel nacional,
no podía quedar relegada del gran relato histórico general así como de las
gestas de los grandes hombres. De esta manera, la creación del Museo Histórico Provincial, que se unía a otras experiencias anteriores como el establecimiento de la Junta de Historia y Numismática-Filial Rosario en 1929,
estaba a tono tanto con la postura que el gobierno de Agustín P. Justo había
puesto en marcha desde 1932 como con la empresa de expansión historiográfica dirigida desde Buenos Aires por el historiador Ricardo Levene:
ambos pivotes trasformaban a la memoria histórica en una de las preocupaciones de la época37. Entonces, si se afirmaba que Rosario era más que
37
En la Argentina que se embarca en la vía autoritaria posterior a la crisis política y
económica de 1930, comenzaban a campear en el clima de ideas imperantes las exaltaciones
del nacionalismo explícitamente antiliberal y las apelaciones a un hispanismo antimoderno
que intentaban establecer en el imaginario social nuevas representaciones del pasado. Cf.
Alejandro Cattaruzza, “Descifrando pasados: debates y representaciones de la historia nacional”, en Cattaruzza (dir.), Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política
(1930-1943), Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2001, pp. 431-466. Por su parte, la presencia en 1934 de Ricardo Levene en la presidencia de la Junta de Historia y Numismática
Americana por segunda vez comportó, entre otras medidas, la organización de filiales en
el interior del país (Rosario, Entre Ríos, San Juan, Santa Fe, Tucumán, y Salta) en las que
se fueron nucleando estudiosos del pasado nacional provenientes del clero, el periodismo
y la abogacía. Cf. Nora Pagano Y Miguel Ángel Galante, “La Nueva Escuela Histórica:
Una aproximación institucional del Centenario a la década del ’40”, en Devoto (comp.),
La Historiografía Argentina en el siglo XX, 2º edición, Buenos Aires, Editores de América
Latina, 2006, pp. 65-108; Maria Cristina De Pompert De Valenzuela, “La Nueva Escuela Histórica (1905-1947). Su proyección e influencia e la historiografía argentina”, Folia
Histórica del Nordeste, nº 10, Resistencia, Instituto de Historia, Facultad de Humanidades,
Universidad Nacional del Nordeste / Instituto de Investigaciones Geohistóricas – CONICET, 1991; Noemí Girbal, “Renovación y proyección nacional e internacional de la Junta.
Ricardo Levene (1927-1931-1934-1938) y la gestión Carlos Correa Luna (1931-1934)”, en
La Junta de Historia y Numismática Americana y el movimiento historiográfico en la Argentina, 1893-1938, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1995; Eduardo Alberto
Escudero, “Ricardo Levene: un historiador-orador y su modus operandi”, Modernidades. La
Historia en diálogo con las ciencias sociales [En línea], año V, nº 9, Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba, 2009:
http://www.ffyh.unc.edu.ar/archivos/modernidades_a/IX/DEFINITIVOS/articuloescudero.htm; Devoto y PAGANO, Historia de la Historiografía Argentina, op. cit., pp.
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
235
comercio y negocios, resultaba imprescindible desarrollar estrategias que
rescataran a los prohombres locales del olvido:
Observando los monumentos que adornan nuestras plazas y paseos, se pregunta uno cómo es posible que aquí no haya nacido jamás un hombre cuyo
recuerdo mereciera perpetuarse en el mármol o en el bronce, un guerrero,
un estadista, un escritor [...] pero, ¿es que aquí no se distinguió nadie? Sí, se
distinguieron muchos, pero la ciudad ha olvidado sus nombres, y con ellos
el prestigio que debiera, en otra época, a esos hijos preclaros38.
Sin embargo, la apuesta del Museo Histórico Provincial era un poco más
amplia que la de una institución dedicada meramente a la contemplación del
pasado de la localidad. Diferenciándose del Museo Histórico Nacional, para
el que sólo tenían valor los acontecimientos acaecidos a partir de las gestas
de Mayo y de la Independencia, el museo rosarino reunía piezas de “culturas
y sucesos bien alejados de nuestro medio”. La relativamente poca participación de la ciudad en los acontecimientos tenidos como “los más importan-
139-200 y Escudero, Ricardo Levene: Políticas de la Historia y de la Cultura, 1930-1945,
Córdoba, Ferreyra Editor, 2010. En este cuadro, la fundación de la Filial Rosario de la Junta de Historia y Numismática se produjo luego de un intensivo intercambio epistolar entre
Nicolás Amuchástegui y Levene, acto que se concretó el 11 de octubre de 1929, en la Biblioteca Argentina (hoy Biblioteca Argentina “Juan Álvarez”). Quedó así fundada la primera
institución en Rosario dedicada al estudio de la historia, cuya tarea principal consistía en
la organización de conferencias y discursos, así como la edición de algunas publicaciones,
pero con el objetivo fundamental de erigirse como el referente indiscutido y legitimador de
la práctica historiográfica. Cf. Valeria Príncipe y Pablo Montini, “El Museo Sanmartiniano
y la Junta de Historia y Numismática, Filial Rosario”, Actas de las V Jornadas Nacionales
Espacio, Memoria e Identidad [CD-ROM], Rosario, Centro de Estudios Espacio, Memoria e
Identidad, Universidad Nacional de Rosario, 2008. En tren de promocionar a los intelectuales locales con el objetivo de crear la filial, Amuchastégui presenta a Antonio Cafferata ante
Levene como “actual presidente de la Comisión Municipal de Bellas Artes, numismático e
historiólogo”, a Juan Álvarez, Alejandro Carrasco, Julio Marc (“Numismático, coleccionista
de plata americana”), Camilo Muniagurria (Director de la Biblioteca Argentina) y Antonio
Caggiano (futuro obispo de la ciudad) de los cuales quedaron Álvarez, Cafferata, Marc y
Amuchástegui, hombres que tendrían una actuación decisiva en la formación del Museo
Histórico Provincial. Cf. Nicolás Amuchástegui, Granos de arena, Buenos Aires, [s. n.],
1941, p. 57.
38
Juan Álvarez Y Nicolás Amuchástegui, “Apéndice: Instalación de la Filial en Rosario de Santa Fe”, Boletín de la Junta de Historia y Numismática Americana, v. VI, Buenos
Aires, Junta de Historia y Numismática Americana, 1929, p. 326.
236
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
tes” llevó a los creadores del museo a dar un giro interesante al incorporar
objetos de variadas épocas y procedencias. De este modo, a dos años de su
apertura oficial, después de haber acrecentado su patrimonio, de haber logrado juicios laudatorios por parte de la Academia Nacional de la Historia y
de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos, y Lugares Históricos, de
mantener una concurrencia constante de público y de visitas cotidianas de
escuelas e institutos de estudios superiores de toda la provincia, Julio Marc
afirma, en el marco de la Exposición de Arte Religioso Retrospectivo que
adhería a los actos de Coronación de la Virgen del Rosario39, lo siguiente:
Hasta ayer, todavía, hemos vivido como si no tuviéramos un pasado propio;
como si todo, en nosotros, fuera improvisado, desde el rumbo de las líneas
férreas y el emplazamiento de los pueblos, hasta nuestras ideas, filtradas
siempre con anterioridad por otros países y otras civilizaciones. Después,
sin alardes de prosapia, sin otro orgullo que el que nos había comunicado
la tierra en que luchamos, hemos buscado y descubierto nuestro origen, y
hemos atesorado las obras plásticas que nos unen a nuestra historia, con
un noble afán de mirarla en ellas y de ennoblecerla, como ha exaltado el
bronce la memoria de nuestros próceres, en las plazas de todas nuestras ciudades. Por eso, el Museo Histórico Provincial aprecia tanto sus colecciones
de pinturas, telas, estofas, tallas, y orfebrerías del arte colonial y del arte
indígena; las ha exhibido como un tesoro de excepcional valor desde el día
de su inauguración40.
Ello no sólo evitaba que la institución pudiera ser etiquetada como “museo regional” sino que trazaba una línea histórica a través de sus objetos que
se remontaba, incluso, a las sociedades prehispánicas y al período colonial,
insertando a la ciudad que los albergaba en una historia que no se correspondía solamente con “lo local” sino que rompía las fronteras regionales.
39
Acerca de este evento, cf. Montini, “El gusto por lo religioso: La Exposición de Arte
Religioso Retrospectivo en el Museo Histórico Provincial de Rosario, 1941”, en Patricia
Artundo Y Carina Frid (eds.), El coleccionismo de arte en Rosario. Colecciones, mercados
y exhibiciones, 1880-1970, 1º edición, Buenos Aires, Fundación Espigas / Centro de Estudios
Históricos e Información Parque España, 2008, pp. 201-237.
40
Julio Marc, “Introducción”, en Museo Histórico Provincial, Exposición de arte
religioso retrospectivo. Coronación de la Virgen del Rosario, Rosario, 4 al 19 de octubre de
1941, p. 18.
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
237
Superaba incluso a los acontecimientos de la historia argentina o rioplatense, para inscribirse en el devenir histórico de Latinoamérica en su conjunto.
Pasiones privadas, gestos públicos y cultura material
Ahora bien, la propuesta sólo podía volverse acto mediante la posesión
de una profusión de objetos diversos que, divididos y dispuestos en distintas
salas, trazaran y narraran con su materialidad la línea histórica imaginaria
que justificaba y legitimaba en cierto modo las pretensiones de un pasado
más o menos amplio y “relevante” según los cánones que regían a la historiografía de la época. Si bien las donaciones señalan, en la historia de
cualquier museo, un momento bisagra en que la mayor parte de los objetos
cedidos pasan del ámbito privado al público, en el caso del Museo Histórico
Provincial de Rosario es posible advertir una continuidad de ese movimiento: muchas de las prominentes familias de la ciudad, que poseían el mobiliario y los retratos típicos de aquellas épocas, o las armas, los uniformes y
otras reliquias de las gestas revolucionarias en sus residencias particulares,
podrían ahora compartirla con el resto de los ciudadanos en el ámbito público del museo.
Por otra parte, también los eruditos coleccionistas que hicieron donaciones estuvieron implicados en el proyecto de formación del museo y en
algunos casos también en la escritura del guión museográfico. En este sentido, la figura de Julio Marc es paradigmática: autor de los grandes relatos
que dieron forma al diseño historiográfico del Museo Histórico Provincial,
formó junto con parte de la comisión encargada de organizarlo y fue uno de
los primeros en donar una importante colección de objetos.
Su mirada de experto fue ampliamente reconocida por sus colegas y por
las autoridades que le dieron amplias facultades para tomar todo tipo de decisiones. Una vez nombrado director del Museo Histórico Provincial, Julio
Marc solicitó continuamente mayores partidas presupuestarias al gobierno y
apeló con insistencia a sus relaciones de amistad con personas de la ciudad
de holgada posición económica que podían permitirse hacer donativos importantes en dinero para solventar los emprendimientos del museo. Por otra
parte, buscó contactarse con todos aquellos que, en su carácter de eruditos,
anticuarios, coleccionistas e ilustres, tenían importantes acervos y recuerdos y que habrían comprometido previamente su participación en todas las
actividades que tuvieron por finalidad el crecimiento de la institución en
238
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
cuestión. Buena parte de esos varones y mujeres que se interconectaron, a
través de redes de sociabilidad firmes y muy bien articuladas, para aparecer
como benefactores de la causa del museo, terminaron consagrando su papel
de mecenas al formar la Asociación “Amigos del Museo Histórico de Rosario” en 1950.
Por su puesto que no fueron esos los únicos medios para hacerse con los
bienes. Marc deseaba ciertos objetos a toda costa, aún cuando las estrategias
puestas en juego implicaran la inversión de mucho esfuerzo, paciencia y
tiempo. Así, según se lee en la crónica Oliveira César, ciertas donaciones
fueron objeto de largas negociaciones; y en los casos en que las palabras,
solicitudes y cartas no valían, Marc debió recurrir a prácticas no del todo
legales como el hurto41. Sus decisiones deben juzgarse como las de un intelectual de época, empeñado en reunir artefactos representativos de todos
los tiempos y orígenes, aun cuando la mayor parte del patrimonio fueron
objetos de historia americana y argentina.
Por su parte, Ángel Guido aparece como el hombre que funcionó como
nexo entre el Museo Histórico Provincial y el proyecto del “primer nacionalismo cultural”. Se trataba de un programa que planteaba la restitución
del “espíritu del Centenario”, rehabilitabando lo prehispánico y lo colonial
para dar respuestas a los orígenes de nuestra nacionalidad. La operación,
que comportaba la extensión de la “argentinidad” a todo lo americano, era
deudora de los lineamientos lanzados por Ricardo Rojas en sus obras La
Restauración Nacionalista (1909) y Eurindia (1924). Desde temprano, Guido publicó sus ideas acerca de la necesidad de fundar un museo histórico
para Rosario, las políticas a favor de las actividades artísticas y culturales
en la ciudad, su interpretación y periodización de la historia argentina y sus
impresiones acerca del arte nacional y americano42. Si los promotores del
desarrollo del campo cultural local –nucleados en torno a la experiencia de
la asociación El Círculo– podían ver una estética verdaderamente america-
41
Eduardo Oliveira Cézar, Julio Marc y sus amigos del Museo, Rosario, Talleres Gráficos de Ami Impresos, 1999.
42
Adriana Armando, “Ángel Guido: conquistas europeas, reconquistas americanas”,
en Dávilo et al (coords.), Territorio, memoria y relato en la construcción de las identidades
colectivas, t. I, Rosario, UNR Editora, 2001, pp. 259-265.
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
239
nista en la amalgama de lo indígena y lo colonial43, el modelo historiográfico y los aspectos museográficos de la naciente institución también debían
responder a estos ribetes. Es por ello que Ángel Guido desempeñó el cargo
de secretario del museo, política que no sólo ratificaba el estrecho vínculo
con la institución en su rol de consejero y consultor permanente, sino que
conjuntamente confirmaba su papel de intelectual orgánico.
El patrimonio inicial del Museo Histórico Provincial de Rosario fue
entonces parcialmente construido con compras directas y con reliquias donadas por algunas de las principales familias rosarinas, muchas de las cuales
por aquel entonces poseían reputadas colecciones de arte e historia44, desplazadas ahora hacia el sitio público de la memoria que había sido recientemente establecido por el Estado provincial. Una vez en el museo, la cultura
material ya no estaría bajo el control familiar, e incluso aquellos sectores
burgueses que antes poseían esos objetos tendrían ahora que observarlos
43
Armando, “Entre los Andes y el Paraná: La Revista de ‘El Círculo’ de Rosario”,
Cuadernos del Ciesal, año IV, nº 5, Rosario, Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones
Internacionales, Universidad Nacional de Rosario, 1998, pp. 79-88.
44
Como hemos comprobado en otros trabajos, la práctica cultural de coleccionismo de
objetos artísticos e históricos que desarrolló la burguesía rosarina en las primeras décadas
del siglo XX gozó de un “uso social” particular que incubaron sobre las obras. Este uso particular transformaba al objeto coleccionado en un espejo del sujeto poseedor que no refleja
la imagen real de este sino las “imágenes deseadas” por aquel. Por lo cual, la constitución
de los primeros coleccionismos en Rosario estuvo guiada por la voluntad de trascendencia
pública que se vincularía más tarde a un rol pedagógico y edificante en función de una idea
no muchas veces explicitada de “museo”, cuya materialidad residiría en la posterior donación a instituciones gubernamentales de ese acervo patrimonial para el deleite y goce del
gran público, pensando a ese ingreso de las obras privadas en los museos públicos como una
instancia de restitución de la obra de arte en tanto “neutralización” de la misma como bien
económico, favoreciendo la “aprehensión pura” que había sido solapada en su oferta como
artículo a la venta; pero también como una forma de participación en aquellas luchas por el
capital simbólico y por los procesos de legitimidad. Acerca de la cuestión, cf. Simonetta y
Zapata, “Las caras del burgués. Un ejercicio de reflexión acerca del coleccionismo, arte y
cultura asociativa en Rosario, 1907-1930”, en CD Actas de las II Jornadas Nacionales de
Historia Social, Córdoba, Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti” y Centro de Estudios de Historia Americana Colonial, Universidad Nacional de La Plata, 2009 y
Simonetta. Y Zapata, “Alta cultura, distinción pública y memorias burguesas en el prisma de
la modernidad. Repensando la relación entre coleccionismo y museos en un espacio local.
Rosario, primera mitad del siglo XX”, en CD Recordando a Walter Benjamin “Justicia, Historia y Verdad. Escrituras de la Memoria” Actas del III Seminario Internacional Políticas de
la Memoria, Buenos Aires, Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, 2010.
240
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
desde la distancia: la misma burguesía se volvía una audiencia frente a la
memoria de la Nación y de la ciudad, aunque con el privilegio de verse reflejada en los anaqueles de las distintas exhibiciones como la orgullosa clase
que aportó sus bienes para dignificar la empresa histórica.
Las colecciones y su puesta en escena
El Museo Histórico Provincial fue, ante todo, una colección patrimonial venerable, un relicario, un santuario de la patria y, en particular, de las
diferentes tradiciones de esa patria. En estrecha relación con la importancia
simbólica de los retratos y reliquias, el museo fue concebido como un “templo de la historia”45. En efecto, el Museo Histórico Provincial proponía un
recorrido que atravesaba desde algunas antiguas culturas americanas hasta
el legado hispanoamericano colonial, para llegar y detenerse en determinados hitos y personajes de la historia argentina. Las luchas de independencia,
las acciones del General José de San Martín y de Manuel Belgrano, los
derroteros de los caudillos del interior –con especial atención a Estanislao
López– se entroncaban en una línea de continuidad con la historia local,
vinculándola a la creación de la bandera, a la figura del General Justo José
de Urquiza y al desarrollo económico de la región. Esto también se inmortalizó a partir de la colocación de tres estatuas en el frontispicio del edificio
–hechas por el escultor italiano Troiano Troiani– con las leyendas “América
Indígena”, “América Colonial” e “Historia Patria”– que representaban a
cada una de las culturas y elementos que se conjugaban en una historia no
sólo rosarina sino también americana46.
45
Cf. Zapata y Simonetta, “Un ‘templo de la historia’ para la ciudad ‘sin pasado’. Las
memorias de la Nación y las tradiciones hispano-colonial y criolla en los primeros derroteros
del Museo Histórico Provincial ‘Dr. Julio Marc’ (Rosario, 1912-1950)”, en CD Actas del
XXX Encuentro de Geohistoria Regional (Resistencia – Chaco, del 19 al 21 de agosto de
2010), Resistencia, IIGHI – CONICET / Universidad Nacional del Nordeste, 2010.
46
Dicha lógica de organización y de percepción interna prosiguió, con ínfimas modificaciones, a lo largo de las siguientes décadas. Esta forma de pensar la distribución de las
salas y el montaje de las exhibiciones será la línea de continuidad que observemos con mayor
claridad desde una perspectiva de larga duración. Se trató de una imagen que perduró muchos
años, atravesando –a pesar de las continuas pujas por imponer otras visiones políticas no menos controvertidas y pergeñadas desde otros códigos– todo el siglo XX y mostrando algunas
señales, quizás menos fuertes pero ciertamente claras, en los inicios de la nueva centuria que
nos toca vivir. Pero sólo será marcada, en términos de mutaciones, por los nuevos ritmos
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
241
Es por ello que, desde sus orígenes, las salas de Arte Americano estaban integradas por una colección de tejidos, cerámica y alfarería en la
que se hacía presente el arte de diversos pueblos peruanos. El criterio que
daba orden a la colección agrupaba los objetos en función de la clásica
división en grandes áreas culturales, y a partir de la tafonomía que seguían diversos estilos cerámicos, como por ejemplo, Estilo Nazca, Estilo
Mochica, Estilo Tiwanaku, Estilo Chimú, Estilo Paracas y Estilo Chancay. La inclusión de la cultura material de los pueblos prehispánicos al
museo desplazaba aquellos horizontes interpretativos y con las retóricas
museológicas que organizaban las colecciones arqueológicas de las poblaciones indígenas dentro del viejo precepto positivista de una historia natural, la antecámara del pasado nacional y del verdadero episodio
de la dinámica humana y cultural. Corriéndose de esta concepción, las
poblaciones originarias ya no fueron mentadas, como sucedía en otras
instituciones museísticas a lo largo del país, como simples elementos
dados per se e integrantes del ambiente al igual que los gliptodontes,
los pájaros o, en un sentido más amplio, el paisaje. No obstante esta salvedad gnoseológica de los fundadores del Museo Histórico Provincial,
se caía en otro prejuicio no menos difundido que el primero: si bien la
entrada en los museos históricos argentinos del arte indígena se hallaba muy
ligada a la arqueología y, para el caso del Museo Histórico, se engarzaba
con las concepciones de Ángel Guido sobre el arte y la estética hispanoamericanos –generado a partir de la fusión original de elementos indígenas e
hispanos–, tales objetos eran valorados no tanto por las significaciones sino
por sus características de “exotismo” y “rareza estética”. Así, la mirada que
prima sobre estas colecciones es la de su valoración estética, el uso de co-
institucionales y administrativos propios de esta entidad (cambios de direcciones, ingreso de
nuevo personal, etc.), por aquellas semánticas que nutren los criterios museológicos, museográficos y de conservación –muchas veces esquivas a ser detectadas de forma rápida, pero
que con seguridad patentizan un cambio más profundo en la manera de gestionar las colecciones y en el significado de la misma– y por determinadas actividades de extensión que se
desarrollan en paralelo a las muestras permanentes, modelando la vida del Museo Histórico
Provincial. Cf. Zapata y Simonetta, “Dos formas de recordar, una forma de valorar. Las experiencias del Museo Histórico Provincial ‘Dr. Julio Marc’ y del Museo Municipal de Arte
Decorativo ‘Firma y Odilo Estévez’ de la ciudad de Rosario (Argentina)”, en Juan Andrés
Bresciano (comp.), Las dimensiones de la Memoria Histórica en un Mundo Globalizado.
Una aproximación interdisciplinaria, Montevideo, Tradinco Editorial, 2011.
242
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
lores y formas llamativas y su rareza. Eran, en el mejor de los casos, piezas
de arte extrañas que reforzaban una visión particularmente sesgada de sus
creadores47.
El espacio dedicado al arte y al pasado colonial era uno de los más
relevantes del museo. Desde la Dirección se procuró obtener obras representativas de todas las escuelas que podían hallarse en América del Sur y
exponerlas a través de la pintura, la platería y la escultura, marcadas en su
mayoría por una notable impronta religiosa. La importancia de la colección
era innegable tanto para la prensa rosarina, cuyo caso más ejemplar era la
alocución del diario local La Tribuna acerca de lo magnífico de “la primera
colección del país, por la cantidad de piezas reunidas y por su alto valor
artístico e histórico”48, como también lo era para Julio Marc, quien indicaba que tales colecciones de arte hispanoamericano “podían ser estudiadas,
como en ningún otro museo del país, todas las escuelas, fundadas en las
expresiones de un arte primitivo y cálido, impregnado de religiosidad, como
se fundieron las razas y los hombres”49.
El recorrido cronológico de aquel pasado nacional del Museo Histórico
Provincial, que comenzaba a andar su camino en la mencionada síntesis
del espíritu y la magnificencia de las civilizaciones prehispánicas con la
“grandiosa epopeya española”50 en estos orbes, se cerraba con éxito en la
Sala Patria, dedicada a la historia del país y especialmente a la provincia
de Santa Fe y a la ciudad de Rosario. En ella, la epifanía nacional, la Independencia, el gobierno de Juan Manuel de Rosas y el proceso abierto por
la Organización Nacional a partir de 1852 se concretizaban en diferentes
elementos y materialidades. A pesar de no conceder la preponderancia central a los sucesos revolucionarios de Mayo de 1810 como lo hacía el Museo
Histórico Nacional, éstos tuvieron un espacio a través de la iconografía que
47
Hemos abordado este aspecto en Zapata, “¿Galerías del progreso o vitrinas del olvido? Discursos e imágenes del pasado indígena en el Museo Histórico Provincial ‘Dr. Julio
Marc’ de Rosario: ayer y hoy”, en I Congreso Internacional de Arqueología de la Cuenca
del Plata, Buenos Aires, Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano,
2011.
48
La Tribuna, Rosario, 8 de julio de 1939.
49
Discurso dado por el Dr. Julio Marc en la inauguración del Museo Histórico Provincial, Rosario, 8-VII-1939. Archivo del Museo Histórico Provincial “Dr. Julio Marc”.
50
Discurso dado por el Dr. Julio Marc, op. cit.
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
243
el mismo proceso histórico tendió a inaugurar. La misma fue rescatada a través de los bienes de la vida cotidiana característicos de un período en donde
una nueva organización política cobraba vida, enumerándose “…moblaje,
objetos de adorno, instrumentos musicales, objetos de uso personal y todo
aquello que contribuye a evocar el ambiente de una época y su vida interior
y exterior…”51.
Muchos de estos elementos observaban referencias directas e indirectas
de los hombres que integraban el panteón histórico que se estaba formalizando desde el momento del Centenario. Los próceres no se hacían presentes solamente a partir de cuadros, imágenes u objetos vinculados a su vida
sino también a través de fuentes originales o reproducciones fotográficas de
las mismas (documentos, planos, litografías, grabados) y libros que dieron
forma al archivo y la biblioteca del museo. Para hacerse de estos bienes de
diferente procedencia y origen, tanto el gobierno central como las dependencias provinciales y municipales cargaron con los gastos de las compras
que se efectuaban bajo los categóricos mandatos de Julio Marc por conseguir “… todos los objetos, trofeos y documentos que se hallaban dispersos
en las oficinas públicas o en manos de particulares”, teniendo Marc a éstos
últimos como personas que debían habituarse a “…entregar a los archivos
y museos públicos, los documentos y objetos que puedan establecer la verdad sobre la vida y también sobre los errores de los hombres públicos, que
cuando han de entrar en la historia, se deben a la Nación como las obras
intelectuales y artísticas”52.
Un elemento caro a esta galería de figuras en el museo era la del General José de San Martín, prócer que mereció contar con dos salas nutridas de
majestuosos cuadros sobre la vida y la muerte de “nuestro héroe máximo”,
la “más importante colección de medallas sanmartinianas”, litografías, documentos, grabados y los facsímiles de los retratos más celebrados y consu-
La Tribuna, Rosario, 8 de julio de 1939.
Discurso dado por el Dr. Julio Marc, op. cit. El éxito de la empresa podía corrobarse
al momento de la inauguración del museo, instancia en la cual ya contaba con más de 200
documentos. Sólo para indicar la magnitud de los logros, en esta documentación estaban los
papeles de Oribe en su campaña contra Lavalle (compuesta por 500 proclamas), partes de
batallas y otra serie de corpus bibliográficos que reunía folletos, bandos y proclamas editadas
por la Imprenta del Río de la Plata antes de 1826 y que sumaban una cantidad de 600 ejemplares. También se constata la presencia de una riquísima colección de mapas. La Capital,
Rosario, 16 de julio de 1939.
51
52
244
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
midos por toda la cultura escolar53. No es accidental la reseña de la persona
de San Martín. El Museo Histórico Provincial aprovechó para insertarse
más decididamente en el proceso estatal de la conciencia histórica que por
entonces podía definirse como “sanmartinismo”54 y posicionarse, de manera
más o menos solvente, en una sociedad que pareció entrar en una serie de
disputas porque la figura simbólica de San Martín, una y muchas a la vez,
había llegado a reemplazar a su figura real. Este fenómeno, sin duda singular, concernía a dilemas de corte historiográfico y, más que nada, a controversias políticas de la contemporaneidad. Para todos, San Martín expresaba
un sentimiento general de tipo nacionalista e identitario. En la cultura histórica de la época podían reconocerse dos grandes concepciones. Una de
ellas se apoyaba en la tradición militarista, alimentada por la retórica de las
Fuerzas Armadas en el gobierno y con la cual se vanagloriaba la genialidad
a la hora de las tácticas de la guerra y el ahínco en la batalla. La otra incorporó la mirada del político y del abnegado padre de la patria, el líder nato que
condujo a la liberación, nacional o social, potenciando las posibilidades de
su pueblo, capaz de realizar la reconstrucción y encaminar al país.
Los cuadros del San Martín guerrero se enfrentaban a los del San Martín
anciano, resaltando tanto su habilidad militar como su constante preocupación por el destino –bastante incierto– de las zonas independientes de América. De manera que frente a los conflictos provocados en un campo donde
pugnaban diferentes grupos por imponer su visión a través de la donación
de objetos que conmutaran los sentidos del guión museográfico establecido,
el Museo Histórico, que aspiraba a encarnar ambas vertientes, terminó por
montar una muestra que no se desprendía de ninguno de los dos polos. Este
aspecto sorprende por su capacidad de sacar a la luz tantos anhelos y trazas
encarnadas en el hombre que cruzó los Andes y libertó a Argentina, Chile
y Perú.
A la imagen casi indiscutida del “Santo de la Espada”, le seguía la controvertida figura de Juan Manuel de Rosas. La sala dedicada a este problemático momento del pasado argentino en que tal individuo gobernó el Río
de la Plata trataba de no incurrir en aspectos lacerantes o polémicos del
La Tribuna, Rosario, 8 de julio de 1939.
Eduardo Hourcade, “Ricardo Rojas hagiógrafo (A propósito del Santo de la Espada)”, Estudios Sociales, año VIII, nº 15, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1998,
pp. 71-89.
53
54
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
245
campo historiográfico del momento: para unos, Rosas era el restaurador de
las leyes, signo por antonomasia de la defensa de la soberanía nacional y de
las causas federales; mientras que para otros era un cruel tirano y representaba el principal obstáculo para la organización nacional55. Dejando de lado
cualquier consideración sobre los aspectos políticos, sociales y económicos
de la gestión del gran federal, la muestra ofrecía un arsenal de bienes artísticos e históricos cuyos signos más notables fueron las recurrentes estampas,
rótulos, efigies y sellos de Rosas presentes en los peinetones diseñados por
Manuel Masculino, los chalecos federales, guantes, cuatro impresos en raso
con elogios al gobernador, como así también en los retratos del pintor oficial
de la confederación Fernando García del Molino, en los grabados de Bacle
y Morel y en las acuarelas de D’Astrel56.
Finalmente, el Museo Histórico Provincial “Dr. Julio Marc”, además de
diseñar y producir una interpretación del pasado tanto nacional como ame-
55
Cf. Tulio Halperín Donghi, El revisionismo histórico argentino, Buenos Aires, Siglo
XXI Editores, 1970; Halperín Donghi, “El revisionismo histórico argentino como visión
decadentista de la historia nacional”, en Ensayos de historiografía, Buenos Aires, Ediciones
El Cielo por Asalto, 1996, pp. 107-126; Diana Quattrocchi-Woison, “Historia y Contra-historia en Argentina, 1916-1930”, Cuadernos de Historia Regional, nº 9, Luján, Universidad
Nacional de Luján, 1987, pp. 34-60; Quattrocchi-Woison, “El revisionismo de los años 30 y
40. Rosistas y revisionistas: ¿los rivales de la historia académica?”, en La Junta de Historia,
op. cit., pp. 295-316; Cattaruzza, “El revisionismo: itinerarios de cuatro décadas”, en Cattaruzza Y Eujanián, Políticas de la historia, op. cit., pp. 143-182; Julio Stortini, “Polémicas
y crisis en el revisionismo argentino: el caso del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan
Manuel de Rosas”, en Devoto Y Pagano (eds.), La Historiografía Académica y la Historiografía Militante en Argentina y Uruguay, Buenos Aires, Biblos, 2004, pp. 81-106; Stortini,
“Historia y política. Producción y propaganda revisionista durante el primer peronismo”,
Prohistoria, nº 8, Rosario, 2004, pp. 229-250; Stortini, “Los orígenes de una empresa historiográfica: El Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, 1938-1943”, en
Devoto, La Historiografía Argentina, op. cit., pp. 153-194; Eduardo Zimmermann, “Ernesto
Quesada, la Época de Rosas y el Reformismo Institucional del cambio de siglo” en Devoto,
La Historiografía Argentina, op. cit., pp. 37-63.
56
La Tribuna, Rosario, 8 de julio de 1939. Es necesario destacar que aquella tarea de
montar una prolífica colección de piezas, documentos, imágenes y medallas tanto de Juan
Manuel de Rosas como de todos los caudillos federales convirtió al Museo Histórico Provincial “Dr. Julio Marc”, hasta la actualidad, en uno de los reservorios más importantes del país
sobre la materia. Sin embargo, hoy en día no es posible observar en la sala actual dedicada a
la etapa rosista muchos de estos objetos que mencionamos debido a la falta de una infraestructura y de condiciones adecuadas tanto para la conservación como para la exhibición de
los mismos.
246
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
ricano, producía su referente territorial y tramaba un dispositivo identitario,
proyectando imágenes exclusivas y concretas sobre cierta región y localidad
del país. Es así que, y como era de esperarse, la bandera nacional y su creador, Manuel Belgrano, tenían un lugar destacado en la escena museográfica
dado que implicaba un rol directo de la ciudad tanto en el acontecimiento
del primer enarbolamiento a orillas del río Paraná como en los repetidos
intentos de inmortalizar el hecho con un monumento57. Lógicamente ello
llevaba a sobredimensionar la importancia del suceso a través de múltiples
maniobras: la presentación de un nutrido corpus de imágenes que representaban tanto el acto de la jura como el de la bendición (como la obra “La jura
de la bandera” de Pedro Blanqué, por citar el ejemplo más representativo)
y de las diferentes experiencias históricas que tuvieron lugar en la ciudad
para evocar tal efeméride patria (como por ejemplo, el dibujo del primer
monumento a la bandera ejecutado por Nicolás Grondona en 1872, la piedra
fundamental de lo que debió ser el segundo homenaje y que fue colocada
finalmente bajo el gobierno municipal de Luis Lamas en 1898 y la litografía
que exponía el monumento de la Plaza 25 de Mayo realizado por Alejandro
Biggi). A ello se sumaban algunas medallas acuñadas en Génova en ocasión
de la inauguración de un monumento al General Belgrano en esa ciudad
italiana (1927) y cientos de banderas argentinas que, habiendo pertenecido a
distintos batallones rosarinos que operaron en la guerra del Paraguay y en la
etapa de las luchas civiles, ahora engalanaban las paredes de la sala a modo
de lienzos testigos de la historia.
Una segunda escena de la historia local tenida por importante para su
representación fue la elevación de la vieja villa al rango de ciudad en 1852,
exteriorizada en una línea cronológica que tenía por elementos matrices un
cofre de cristal y bronce en el que se exhibía un documento que certificaba
esta decisión, cuatro escritos vinculados a las gestiones pioneras realizadas
por el cura Dr. Pascual Silva Braga para dotar con el título de “villa” al pueblo del Rosario en 1823 y un llamativo mueble que tenía por misión conservar un corpus documental referente a los actos del segundo centenario de la
57
Acerca del Monumento Nacional a la Bandera, cf. Leticia Rovira; Diego Pablo Rol-
dán e Ignacio M. Martínez, “La Patria a su Bandera. Discusiones en torno a la erección de un
Monumento a la Bandera en la ciudad de Rosario”, Prohistoria, nº 3, Rosario, 1999, pp. 299310 y Hourcade, “Rosario, cuna de la bandera”, en Pagano Y Rodriguez, La historiografía
rioplatense, op. cit., pp. 139-155.
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
247
ciudad así como la bandera confeccionada con tal motivo. Al igual que estas
problemáticas de índole política, la sala recalcó a los personajes y a los espacios conectados al desarrollo capitalista experimentado por la urbe a partir
de la segunda mitad del siglo XIX, adquiriendo un rol protagónico el Genera
Justo José de Urquiza, cuyos ardides posibilitaron los futuros horizontes de
expectativas y crecimiento en la Rosario decimonónica. Mientras que los
dibujos de León Palliere coloreaban con maestría la vitalidad del puerto
rosarino, las fotografías, litografías e impresos eran seleccionadas como los
soportes visuales adecuados a los fines de exhibir los espacios regionales y
locales de actividades productivas y económicas de la época58.
Por otro lado, la historia de la localidad se unía a los desarrollos pretéritos del espacio regional en su conjunto. Lo hacía en una sala que giraba
en torno a dos pilastras principales: una primera pilastra era la “versión”
santafesina del caudillismo, encarnada en la figura del Brigadier Estanislao
López59, y en los múltiples objetos del caudillo que hablaban sobre su lucha
en pos de la autonomía provincial, estableciendo una relación causal que
conectaba a los miembros de su familia y a los gobernadores de la provincia
con el dictado de la Constitución Nacional sancionada en la ciudad Santa
Fe, es decir, con el segundo pilar de ese espacio museal en particular. La
sala procuraba asimismo la legitimación del orden político conservador que
había nacido en la provincia con la gobernación de Simón de Iriondo, régimen político que –para el momento en que el Museo Histórico Provincial
abrió sus puertas– era sostenido por su nieto, el gobernador antipersonalista
Manuel de Iriondo60.
La Tribuna, Rosario, 8 de julio de 1939.
Micheletti, “Ramón Lassaga y la recurrente ‘historia del gaucho López’ como expresión de un intelectual comprometido con la reivindicación provincial”, Res Gesta, nº 46, Rosario, Instituto de Historia, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Rosario, Pontificia
Universidad Católica Argentina, 2008, pp.127-163 y Micheletti, “Primeros esfuerzos historiográficos en defensa de las provincias y sus caudillos: la “Historia de López” de Ramón
Lassaga”, Revista de la Escuela de Historia, nº 10, Salta, Escuela de Historia, Universidad
Nacional de Salta, 2010.
60
[Anónimo] “La donación de José María Iriondo al Museo Histórico Provincial”, La
Capital, Rosario, 21 de julio de 1939. Simón de Iriondo nació en Santa Fe en 1836 y falleció
en Buenos Aires en noviembre de 1883. Fue abogado. Como político, se desempeñó como
gobernador de la Provincia de Santa Fe en dos oportunidades (1871-1874 y 1878-1882),
senador, ministro y líder del Partido Autonomista de la provincia durante dos décadas. Su
58
59
248
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
De ese modo, la provincia de Santa Fe y la ciudad de Rosario quedaron
elegantemente registradas como “regiones representables” en la escena nacional y americana. Las salas describen el relato de una provincia en plena
consolidación en el marco de la construcción de una nación y la postulación
de la historia local como equivalente a los logros demostrados por la burguesía rosarina en política, cultura y economía. El Museo Histórico Provincial desplegaba así un mapa hermenéutico en una doble dirección: a la vez
que era un instrumento de territorialización de las relaciones históricas también se construía como un canal a través del cual se podía fijar la identidad
de aquellos que buscaban hacer oír su voz desde el ámbito local y regional.
A modo de cierre: Destejiendo configuraciones de sentido
Es un hecho conocido que el museo se configura como una institución a
partir de una práctica social específica. Tal práctica consiste en la actitud de
disponer cosas en un lugar y de una manera deliberada con diferentes propósitos: crear la posibilidad de comprender un todo más grande y complejo,
construir un cuadro semántico-pedagógico-moralizante y/o mostrar las similitudes y diferencias entre lo antiguo y lo moderno, entre la sociedad que
elige rememorar determinadas pautas culturales y aquella sociedad que es
representada en esos productos socialmente elaborados y selectivamente escogidos/negados. Así es como dentro del proceso de negociaciones simbólicas que va constituyendo una cultura nacional determinada, las exposiciones
de los museos cumplen no pocos roles: o bien diseñan una audiencia a la que
buscaban interpelar en tanto ciudadanía, definiendo los valores culturales
que contribuyen a la consolidación de una “comunidad imaginada”61, o bien
–y al mismo tiempo– participan de los llamados fenómenos de construcción
de tradiciones.
En el marco del proceso de consolidación de la nacionalidad argentina
nieto, Manuel María de Iriondo, nacido en Santa Fe en 1873 y fallecido en Buenos Aires el
4 de diciembre de 1958, fue abogado y ejerció el cargo gobernador de la Provincia de Santa
Fe entre los años 1937 y 1941. Perteneció a la Unión Cívica Radical y desde 1924 a la Unión
Cívica Radical Antipersonalista.
61
Anderson, Comunidades imaginadas, op. cit.; Sharon Macdonald Y Gordon Fyfe
(comps.), Theorizing Museums: Representating Identity and Diversity in a Changing World,
Oxford, Blackwell Publishers, 1996, p. 32.
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
249
que fue iniciado a fines del siglo XIX y que se extendió hasta las primeras
décadas de la siguiente centuria, el proyecto político cultural de la clase burguesa de la ciudad de Rosario dialogó sin lugar a dudas con las estrategias
emanadas de los círculos dirigentes del Estado Central, pero también debió
priorizar y sujetarse a las necesidades y urgencias de la localidad. Es por
ello que, dentro del abanico de posibilidades, la burguesía local encontró en
la creación de un museo histórico un resquicio para consolidar su prestigio
en el espacio regional y para definir una historia y una identidad para la
ciudad. A la sazón, se procuró conservar en la institución aquellos objetos
con que los elencos dominantes de Rosario mayormente se identificaban. El
Museo Histórico Provincial exhibió entonces una muestra cultural, histórica, y artística incompleta, pues priorizaba determinadas voces sobre otras
que no eran tenidas por legitimas o que carecían de aquellos valores como
la civilidad, la cultura, el progreso, la educación y el orden. Tal tratamiento
convertía al museo de Rosario, por un lado, en el reservorio inclusivo de
aquella parte de la cultura material y simbólica de una sociedad reconocida
oficialmente como el mejor baluarte de la misma; mientras que, por otro
lado, lo instituía como una entidad que excluía otros productos materiales e
inmateriales que contradecían el sistema de valores vigente
El Museo Histórico Provincial operaba a través de formas de accionar
propias de una actitud conservadora y elitista, como por ejemplo, el enciclopedismo, la conservación y la exhibición, manteniendo una posición
más bien alejada respecto al gran público y atendiendo a las necesidades de
un reducido elenco de notables. La práctica conllevaba la tarea de recortar,
discriminar, recordar y exhibir el pasado en función de los dictados que cada
proyecto. No es de extrañar que se privilegiaran las gestas de los grandes
hombres mientras se condenaba a la oscuridad a numerosos actores sociales (mujeres, indígenas, afrodescendientes, inmigrantes, etc.). La apuesta
consistía en erigir una institución museal cuyos objetivos y razón misma
de existencia giraran en torno a la recolección, conservación y exhibición
pública de piezas, documentos y demás materiales del pasado que proponían
una perspectiva cronológica identitaria. Se trataba de una colección de objetos presentados al selecto auditorio bajo la forma de exhibiciones permanentes, por lo general ligadas por su origen a la definición de una ciencia, una
historia y un arte nacionales en el marco del Estado Nacional que se estaba
consolidando.
En este clima, el Museo Histórico Provincial venía a responder a la pre-
250
HORACIO MIGUEL HERNÁN ZAPATA - LEONARDO C. SIMONETTA
gunta por la identidad mediante objetos y representaciones del patrimonio
cultural que tuvieran una materialidad tangible y en donde la Nación (como
el cuerpo cívico homogéneo en el cual todos se sentían referenciados) y
la ciudad (como la plataforma simbólica del poder de la burguesía local)
pudieran ser observadas alejadas de toda inestabilidad. La memoria y los
objetos que suponían condensarla serán los instrumentos para controlar una
movilidad percibida con inquietud. Los “lugares de la memoria” eran establecidos, por tanto, como un reaseguro estable donde quedaran exhibidas,
inmóviles, las memorias materiales de un grupo determinado de la sociedad.
En este sentido, el museo se oponía a un tipo específico de producción escrita altamente polémica y vacilante, que es la historiografía, no tanto por
lo que ella comenzaba a decir, sino ante la percepción de una sociedad que
cambiaba rápidamente y en la que los vestigios del pasado corrían peligro.
Según lo caracteriza Andreas Huyssen, podríamos denominar a esta práctica
del museo como “anclaje temporal”, es decir, una voluntad por detener la
proliferación del sentido,62 dar un significado fijo a la historia nacional y
local y construir una versión unívoca del pasado, alejado de las conflictivas
memorias de facción. En definitiva, la práctica del anclaje temporal trataba
de despolitizar tanto al pasado patrio como a sus héroes, preservarlos de
las disputas historiográficas del contexto, intervenir sobre la inestabilidad
hermenéutica y acoplar en la trayectoria de la historia nacional aquellos
acontecimientos que robustecieran el significado histórico de la ciudad de
Rosario; todo ello dentro del espacio inmóvil del museo.
Lo cierto es que los llamados procesos de invención de tradiciones patrias, consciente o inconcientemente, plantean la edificación de un orden
simbólico a partir de ciertos olvidos. En un museo histórico, la clasificación
y la selección de “lo museable” responde a la confección de un relato y de
una puesta en escena de diversos “actos del pasado” calificados como “nacionales, provinciales y locales” que, mientras dan forma a determinadas
memorias, generan una cuota análoga de olvidos. Ocurre esto porque en el
museo opera como un espacio donde se construyen, deconstruyen e interactúan formas de recuerdo y formas de omisión, porque la identidad y la
Andreas Huyssen, En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de
globalización, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 13-40.
62
LAS CONFIGURACIONES DE SENTIDO EN EL MUSEO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO
251
alienación, en las palabras de Slavoj Žižek, son precisamente correlativas63.
En esta línea, Pompeyo Audivert sostiene que “los museos siempre son más
por lo que callan que por lo que dicen”64 y, por extensión, son más por el
patrimonio que excluyen que por el que exhiben. En principio, este hecho
puede parecer paradójico si se acuerda que es una de las principales moradas
que lucha contra el devenir y la superación constante del tiempo.
En efecto, hay una porción significativa del cuerpo social de la localidad que nunca atravesó las puertas del museo para hablar por sí mismo:
indígenas, mujeres, afrodescendientes, trabajadores, etc. Ellos son el componente olvidado que por regla acompaña la invención de las tradiciones,
dado que el recuerdo y la amnesia son movimientos paralelos en el tejido de
la memoria65. Y la memoria de los rosarinos no es la excepción. Todos estos
actores fueron raramente invitados al podio principal del museo estudiado
en este trabajo, y si lo hicieron fue de manera reducida y estereotipada.
Esos “otros” pueden ser objeto de las representaciones presentes en las exhibiciones permanentes, pero no ingresaron enunciando un discurso donde
se pueda escuchar su propia voz, donde aparezcan como sujetos con saberes, experiencias e identidades disímiles, aunque legítimamente propias. No
obstante, estos actores nos muestran constantemente su lucha por obtener
un reconocimiento material y simbólico en el imaginario nacional, pero más
que nada un lugar justo en la construcción ciudadana, abriendo espacios
para otras reflexiones, desde otros parámetros y para dar cabida a las memorias contrahegemónicas que pugnan día a día.
Slavoj Zizek, El sublime objeto de la Ideología, México, Siglo XXI Editores, 1992.
Pompeyo Audivert, “Museo ocultismo”, Funámbulos. Revista bimestral de teatro y
danza alterativos, año IV, nº 15, Buenos Aires, 2001, pp. 18-19.
65
Cf. Irina Podgorny, “Historia, minorías y control del pasado”, Boletín del Centro
Dirección de Museos de la Provincia de Buenos Aires, v. 2, Buenos Aires, 1991, pp. 154-159;
Tzvetan Todorov, Los abusos de la memoria, Barcelona, Paidós, 2000 y Helenice Rodrígues Da Silva, “’Rememoração’/Comemoração: as utilizações sociais da memória”, Revista
Brasileira de História, vol. 22, nº 44, São Paulo, Associação Nacional de História, 2002, pp.
425-438.
63
64
Estudios y Reseñas
Bibliográficas
Santo Domingo, cuna de América
Comentario sobre la obra Historia de la República Dominicana1.
María Victoria Carsen
Universidad Católica Argentina
carsenvictoria@gmail.com
Historia de la República Dominicana forma parte de una colección de
historias del Caribe que desde el año 2009 ha publicado trabajos sobre Cuba,
las Antillas no hispanas y Puerto Rico, entre otros. A través de este breve
comentario no nos proponemos realizar una reproducción parcial del contenido del libro ni hacer una injusta síntesis, sino destacar algunas cuestiones
que contextualizan el desarrollo específico del país.
El espacio geográfico elegido, forma parte de un conjunto considerado
“escenario privilegiado para el intercambio y la convivencia de diferentes
culturas y poblaciones”, enlace, además, entre el Viejo y el Nuevo Mundo.
Pero a pesar de la relevancia que objetivamente tiene en términos históricos y culturales, se puede constatar que el Caribe ha sido muchas veces relegado
en las historias generales del continente americano. Por lo tanto, la atención
puesta sobre este escenario es el primer gran logro de la obra.
En segundo lugar la vasta documentación que avala las investigaciones
con material de archivo procedente de República Dominicana, España y
Estados Unidos, ha permitido reunir las miradas de especialistas en la economía, la historia y las letras. Esta obra colectiva contó con la coordinación
del actual presidente de la Academia Dominicana de la Historia, Dr. Frank
Moya Pons. Desde Cristóbal Colón a Rafael Leónidas Trujillo y aún hasta tiempos
más recientes, se desenvuelve la historia de la isla habitada por la población taína, posteriormente elegida por la compañía norteamericana United
Fruit, por diversos motivos ampliamente conocida. Los colaboradores de
este volumen logran condensar su historia en poco más de 700 páginas que
Frank Moya Pons (coord.), Historia de la República Dominicana, Santo Domingo,
Ediciones Doce Calles, 2010.
1
256
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
convencen al lector sobre la excepcionalidad de La Española como primer
territorio americano en implantar la cultura europea, y el primero, además,
en tener escuelas, conventos, sedes epistolares, y Real Audiencia. El tercer
gran logro del libro es sin lugar a dudas la capacidad de síntesis de tan vasta
historia. El lector no encontrará en sus páginas un desarrollo cronológico sino
temático, donde se abordaron las principales cuestiones vinculadas a la población, la economía, la sociedad, la política, y la cultura dominicanas. La
última sección es particularmente interesante ya que nos aproxima a la historia reciente con un capítulo titulado La lucha por la democracia 19612004. Es un trabajo equilibrado que combina la historia colonial con la contemporánea.
El punto de partida del libro no podía ser otro que la catástrofe demográfica que ocurrió como consecuencia del choque entre la población nativa
y los europeos que arribaron en 1492. Como explica Moya Pons este impacto fue de tal magnitud que llevó al colapso de la sociedad taína. Si bien
es verdad que la mayoría de las historias dominicanas comienzan con este
relato, el libro analiza la situación demográfica de la isla también más allá
del primer encuentro entre Colón y la población taína hasta la actualidad,
cuando el país cuenta con una sociedad urbanizada y con clara tendencia a
la mulatización global2.
Diferentes autores abordaron la estructura económica de la isla con una
detallada sucesión de la extracción y producción de variados bienes, entre
ellos metales preciosos, azúcar, café, tabaco y cacao, así como la explotación de la madera y el desarrollo de la ganadería, principal riqueza de Santo
Domingo. También se analiza la decadencia de la colonia, en particular durante el siglo XVII conocido como el siglo de la miseria por una sucesión
de epidemias, plagas, catástrofes naturales y las “despoblaciones de Osorio”
ordenadas por la Corona3. Estos episodios son destacados en el texto ya que
2
El panorama actual del cuadro poblacional dominicano nos aleja de la composición de
comienzos del siglo XX cuando la raza blanca y la negra constituían la mitad de la población.
Las últimas mediciones indican que el 82% se autodenomina “indio”, término descriptor del
mulato dominicano.
3
Las llamadas “despoblaciones de Osorio” se refieren al notable episodio por el cual la
Corona buscó poner fin al elevado tráfico ilícito a través del decreto de 1603 de la Real Audiencia que ordenaba destruir todo el occidente insular, demoler las ciudades allí asentadas
y dejar la región completamente deshabitada al trasladar a la población a la región oriental.
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
257
generaron una igualdad de la población en la pobreza y provocaron la ocupación francesa del territorio occidental.
Especialistas comentan, a su vez, la notable revolución económica y
demográfica que ocurrió en la década de 1870 cambiando el panorama dominicano. Hasta entonces la región oriental de la isla tenía ciudades cosmopolitas pero más allá de Santo Domingo, Santiago y Puerto Plata, el territorio estaba mayormente deshabitado y sin explotar. En el último tercio del
siglo XIX, con la llegada de capitalistas de Cuba, Estados Unidos, Italia y
Alemania, además de obreros agrícolas y nuevos métodos de trabajo ligados
a la industria azucarera, aparecen cambios a todo nivel: el desarrollo de una
red básica de infraestructura vial, que estuvo estrechamente ligado al crecimiento de las grandes plantaciones de azúcar y banano, e innovaciones en el
sector comercial, traídas por inmigrantes árabes. A estas transformaciones
se sumó la expansión de las letras y de la vida cultural gracias a la labor de
destacados hombres y mujeres.
El objeto de estudio, República Dominicana, ha sido sin duda un territorio anhelado por sus riquezas y posición geográfica que a lo largo de
más de 500 años de historia, frecuentemente se vio amenazado u ocupado
por diferentes naciones; españoles, franceses, haitianos y norteamericanos
ansiaron el dominio parcial o total de la isla.
Durante los primeros 300 años los dominicanos conocieron el poder del
monarca español y aprendieron a reverenciar su figura, aunque muchas de
las normas que emitiera no tuvieran real cumplimento en estas tierras, como
ocurrió frecuentemente en el extenso territorio americano. Fue la primera
fase de una intensa vinculación con España que se quebraría en 1795 con el
traspaso de la “siempre fiel” colonia a Francia a causa de la guerra europea
desatada por la Revolución Francesa.
No es posible hablar de la historia dominicana sin considerar la evolución política de la parte occidental de la isla, actualmente Haití, porque
de muchos modos sus historias están enlazadas y a su vez atadas al devenir
político europeo. La Revolución Francesa llegó a la isla La Española y allí
estremeció las bases del sistema de plantación. En agosto de 1791 una rebelión de esclavos haitianos reclamó Libertad e Igualdad Universal. En una
de sus proclamas los líderes Jean Francois, Biassou y Toussaint Louverture,
afirmaron:
Nosotros somos negros, es verdad, pero dígannos, caballeros, ustedes que
son sabios, ¿cuál es la ley que dice que el hombre negro debe pertenecer al
258
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
hombre blanco? […] no podrán mostrarnos donde ella existe, si no es en
otro lugar que su imaginación, […]. Sí, caballeros, somos tan libres como
ustedes […]. Somos sus iguales, por derecho natural, y si la naturaleza se
congratula asimismo dando una diversidad de colores a la raza humana,
no es un crimen haber nacido negro, ni una ventaja haber nacido blanco4.
La primera república negra del mundo nacería el 1 de enero de 1804, y
sería, además, la primera nación americana independiente al sur de Estados
Unidos. Por estos años los haitianos provocarían el sufrimiento de los dominicanos con sucesivas invasiones, intentando extender la revolución. Estas
incursiones ayudarían a consolidar un criollismo colonial que más tarde daría lugar a una cruzada nacionalista por la independencia basada en valores
hispánicos.
Paralelamente, gran parte de la obra es recorrida por el desarrollo del
concepto de nación que se forjó en la sociedad criolla desde el siglo XVIII.
En palabras del colaborador Orlando Inoa esta identidad se pudo ver en el
apego a la tierra, a la lengua, al refranero, a la comida y a la religión así
como en la mezcla racial entre negros esclavos y mulatos. Todo esto contribuyó a dar unidad y sentido de pertenencia a un mismo territorio y a una
misma comunidad.
La tensión entre los habitantes de la isla aumentaría hacia 1937 con el
asesinato de 20.000 haitianos que cortaban caña en territorio dominicano, a
manos del ejército de Trujillo5. Sin lugar a dudas, los vínculos que unen a
la Republica Dominicana con Haití trascienden los lazos de su historia y se
entrelazan con el presente en la especial colaboración brindada con motivo
del terremoto que asoló a la parte occidental de la isla en enero de 2010.
Como mencionamos anteriormente también la relación de los dominicanos con España ha sido especial. Uno de los episodios distintivos del
proceso de independencia del país, al compararlo con otras colonias españolas en América, ha sido su voluntad de regresar al dominio ibérico en 1861.
Como se recordará, mientras España atravesaba un siglo de retroceso a nivel
internacional, el “Gobierno Largo” de la Unión Liberal aspiró a revitalizar
“Carta a la Asamblea General de Jean Francois, Biassou y Belair (Toussaint Louverture ), Julio 1792” Compilada por Jean Bertrand Aristide y Nick Nesbitt en Toussaint Louverture and The Haitian Revolution, Verso, 2009.
5
Un acuerdo de resarcimiento comprometió a este último a pagar 750.000 dólares como
indemnización, o en otras palabras, la sorprendente suma de 30 dólares por persona.
4
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
259
la política exterior con la intención de que “las potencias europeas tuviesen
que contar con España y para que los españoles se desviaran un poco de sus
endémicas querellas internas”6. La acción dominicana vino de este modo a
acompañar las ambiciones del líder liberal Leopoldo O´Donnell.
La anexión fue recibida con simpatía por la población dominicana por lo
menos en un primer momento, porque se sentían a resguardo de invasiones
haitianas, amenaza que quizás pueda resultarnos insólita con los parámetros
actuales, ya que Haití es la nación americana más pobre. Probablemente los
dominicanos también hayan especulado con las ventajas de recibir el apoyo
de una nación europea si se unían a la Corona. Pronto el entusiasmo, sin
embargo, dio lugar a la irritación y se disipó cuando España envío tropas
desde Cuba.
A diferencia de la anexión a España la ocupación militar norteamericana que se extendió entre 1916 y 1924 fue resistida desde un primer momento, de acuerdo al relato del volumen que comentamos. Estados Unidos
ha sido sin lugar a dudas otro de los actores fundamentales en la historia
dominicana, con gran influencia en el desarrollo político y económico de
la isla. La intervención directa se repetiría más recientemente hacia 1964.
Un capítulo aparte merece la llamada Era Trujillo (1930-1961), caracterizada por Frank Moya Pons como un “régimen de rapiña” que buscó
“controlar todos los negocios existentes en el país”. “El Jefe” es uno de los
personajes de mayor impacto en la isla; el autor destaca que entre otros objetivos se propuso controlar la vida económica de todo el territorio para lo
cual usó ilimitados fondos personales y estatales que le permitieron comprar
la mayoría de los ingenios. Buscó en esta tarea, el respaldo de empresarios
extranjeros con el objetivo de crear una planta industrial de sustitución de
importaciones en la República Dominicana.
Además, Trujillo realizó diversos esfuerzos por presentar al mundo una
renovada imagen del país como “nación blanca” para que fuera percibida
como un estado “avanzado”. Una anécdota relata que se instruyó a los empadronadores del censo de 1960 a registrar menor cantidad de población
negra que la real con la advertencia de la entrenadora censal de que “después de todo lo que ha hecho el Jefe por el país la República Dominicana no
6
1999.
José Luis Comellas, Historia de España Moderna y Contemporánea, Madrid, Rialp
260
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
puede presentarte con una población mayoritariamente negra como si fuera
una nación africana”.
Así como la vida de Trujillo marcó tres décadas de la historia contemporánea dominicana también su muerte en 1961 dio paso a una nueva era
que desató “todas las energías de la nación” y le permitió iniciar un proceso
de democratización que continúa al día de hoy y que probablemente este
libro contribuye a fortalecer dando a conocer la historia de la nación.
En síntesis, el relato didáctico de la obra la convierte en un libro de consulta para el estudiante y el público en general, pero a su vez, la contribución
de los mayores referentes del ámbito intelectual del presente, la transforman
en un profundo estudio que atrae al lector erudito. Con impecable edición,
redacción clara, y numerosas ilustraciones, cuadros comparativos y gráficos, el lector podrá acercarse a la historia dominicana escuchando las voces
de diferentes escuelas historiográficas, instituciones y disciplinas.
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
261
Armando Raúl Bazán y Luis Navarro Santa Ana (eds.), Historia y
Geografía de Catamarca, San Fernando del Valle de Catamarca, Junta de
Estudios Históricos de Catamarca-Editorial Sarquis, 2010.
Un calificado grupo de autores locales, pertenecientes a la Junta de Estudios Históricos de Catamarca, han confluido en la concreción de una obra
integradora que aborda un fárrago de temáticas tales como la arqueología,
geografía, arquitectura, urbanismo, historia regional, eclesiástica e institucional. Las plumas de Bazán, Azurmendi de Blanco, Bazán de Blas, Caro,
Correa de Garriga, Oviedo, Kriscautzky, Vera, Navarro, Orden de Peracca,
Seco, Trettell de Varela y Navarro Santa Ana son las artífices de estos dos
tomos que, además de ofrecer la ya anticipada eximia académica, posee una
estupenda puesta en escena a cargo de la editorial catamarqueña Sarquis.
El primer volumen, coordinado por Armando Bazán, cuenta con 20
capítulos. En ellos se exponen artículos sobre arqueología, geografía, poblamiento, demografía, urbanismo, la Constitución y autonomía provincial.
Sus intérpretes son los profesionales Kriscautzky, Seco, Azurmendi de
Blanco, Correa de Garriga, Orden de Peracca, Bazán y Navarro. En ellos
se advierte que sus temáticas exceden largamente y con méritos los límites
provinciales, articulando la problemática con la del vasto noroeste argentino
en el cual Catamarca es virtualmente su epicentro geográfico.
Más puntuales son los aportes a cargo de Orden de Peracca, Santa Ana,
Correa de Garriga y Bazán sobre la fundación de la ciudad capital, su cabildo, el papel de la iglesia como institución y la historia familiar de los Nieva
y Castilla. Por su parte Azurmendi de Blanco aborda el espinoso tema de
la trata de esclavos y la conformación de la sociedad criolla catamarqueña.
El segundo tomo contiene diecinueve capítulos bajo la coordinación
de Luis Navarro Santa Ana quien, a su vez, firma tres artículos donde trata
sobre los gobernadores, el rol jurídico de la mujer catamarqueña y el origen
y evolución de la prensa local. Inicia el tomo Armando Bazán, imposible no
pensar que debía ser este autor quien rinde tributo su acostumbrada precisión
historiográfica a su alter ego el legendario caudillo federal Felipe Varela.
El nepotismo en la elite dirigente tiene lo suyo en la pluma de Oviedo,
por su parte Correa de Garriga trata sobre la evolución del sistema educativo
provincial y el geógrafo Seco aborda el tema del nacimiento y decadencia de
los ferrocarriles regionales. Un análisis sobre la evolución demográfica de
la provincia entre 1947 y 1970 tiene en Azurmendi de Blanco su intérprete.
262
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
Correa de Garriga vierte pincelazos sobre la labor parlamentaria de Ramón
Gil Navarro y en torno a los conceptos de “regionalización y globalización”.
La inmigración europea es abordada por Trettel de Varela y Bazán de Blas.
Finalmente el tomo es concluido por reflexiones sobre el derrotero político
de Catamarca a cargo de Raúl Caro.
No debe sorprendernos este producto científico regional: Catamarca
fue la primera provincia que sancionó la ley de educación obligatoria y gratuita de la Argentina (1871). Su Junta de Estudios Históricos es la segunda
en antigüedad, creada un año después de la de Mendoza (1936). Lleva realizados tres congresos de Historia de Catamarca (1958, 1971 y 2006) además de reuniones de carácter nacional asistida por los mejores historiadores
del país. En sus legajos sobresalen los homenaje a los caudillos Vicente
(Chacho) Peñaloza y Felipe Valera. Asimismo su Boletín cuenta con una
continuidad permanente además de varias ediciones de libros dedicados a
temáticas regionales.
En definitiva esta obra Historia y Geografía de Catamarca trasmite sin
tapujos un espíritu francamente federal, respira y transpira la vieja causa
de los Peñaloza, los Esquiú y los Varela. Es además un verdadero antídoto
científico y cultural para quienes históricamente han sostenido que lo que
solamente se edita en Buenos Aires tiene dimensión nacional. Mientras que
los productos científicos y literarios que surgen en las provincias son apenas
un producto encajonado en los regionalismos.
A propósito de esta última reflexión concluyo esta breve nota recordando lo que alguna vez sostuvo el historiador Pérez Amuchástegui: “La
Historia se hacía y se escribía en Buenos Aires, desde Buenos Aires y para
Buenos Aires, islote civilizado al borde de las llanuras y serranías salvajes
[…] Era el resabio de la vieja antinomia planteada por Sarmiento sobre civilización y barbarie”. Fue el prólogo que este destacado historiador dedicó al
libro La Rioja y sus Historiadores de Armando R. Bazán.
Este producto de la Junta catamarqueña confirma la sentencia de Pérez
Amuchástegui, aunque en mi opinión debemos excluir al gran Sarmiento
de la cuestión.
Rodolfo Adelio Raffino
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
263
Fernando Enrique Barba, José Camilo Crotto: Un gobierno en medio
de la borrasca, La Plata, Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires,
2010, pp. 131.
La obra integra la serie Estudios sobre la Historia y la Geografía histórica de la Provincia de Buenos Aires, desarrollada por el Archivo Histórico
“Dr. Ricardo Levene”, y es una continuación del trabajo Los tiempos perdidos: La política de Buenos Aires entre 1880 y la intervención federal de
1917, publicada en 2004.
En este libro se analiza la acción de los primeros gobernadores radicales bonaerenses del siglo XX, es decir, se desarrollan los gobiernos que se
sucedieron desde el interventor José Luis Cantilo y Luis Monteverde (19171921). El eje principal de la investigación son los conflictos políticos ocurridos durante el gobierno de José Camilo Crotto.
Este tema, poco estudiado pero de notable interés para la historia política nacional y provincial, es abordado por el doctor Fernando Enrique
Barba en el contexto de conflictividad y tensión política del período. Los
acontecimientos son comprendidos dentro del marco de división entre los
grupos provincianos y metropolitanos que dominaban la política bonaerense desde los gobiernos del PAN y que permanecieron vigentes durante las
presidencias radicales.
El análisis se realiza con un fuerte respaldo documental. Su sustento
incluye importantes periódicos provinciales y nacionales entre los que se
destacan La Nación, La Prensa, El Argentino, El Día y La Unión entre otros
medios periodísticos también citados. La investigación además incorpora
referencias a los diarios de sesiones de las cámaras de Diputados y de Senadores de la provincia de Buenos Aires junto con el Registro Oficial de
la misma, en donde se reproduce la lista de diputados electos durante el
período en cuestión.
El elaborado estudio contiene además un apéndice documental conformado por cinco documentos que permiten enriquecer la investigación gracias a la explicación del autor sobre los aspectos que desea destacar de cada
fuente.
El trabajo se completa con una cronología de la vida de Crotto y una
importante bibliografía general. Ello permite especificar el contexto propio
del momento político estudiado, donde se abarcan sus antecedentes y consecuencias más directas.
264
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
En síntesis, la obra constituye un aporte completo y muy bien documentado sobre un período importante de la política bonaerense y nacional,
expresado en forma clara y precisa.
Ariel Alberto Eiris
Miguel Angel De Marco, La guerra de la Frontera. Luchas entre indios y blancos 1536-1917. Buenos Aires, Emecé, 2010, 558 pp.
El conflicto plurisecular que enfrentó a los europeos y a sus descendientes criollos con las sociedades indígenas de la pampa argentina constituye uno de los rasgos distintivos de la historia nacional que atravesó todas
sus etapas. Esta centralidad histórica de una guerra a la vez étnica y cultural
es la que rescata la reciente obra de Miguel Ángel De Marco La guerra
de la Frontera. Luchas entre indios y blancos 1536-1917, donde el autor
documenta, a la vez con detalle y un gran esfuerzo de síntesis, sus etapas,
episodios y características más relevantes.
Los primeros capítulos del libro están dedicados a presentar una visión general de los antecedentes coloniales del conflicto: la llegada de los
españoles al Río de la Plata, el proceso de colonización en el litoral y en el
interior, las experiencias jesuíticas en las fronteras y la legislación indiana
relativa al tratamiento de los naturales. Las transformaciones sociopolíticas
y económicas originadas en la creación del Virreinato y la aparición en la
región pampeana del proceso conocido como “araucanización” procedente
de los indígenas de Chile son los procesos que, como se advierte en el desarrollo del libro, comienzan a otorgar a los enfrentamientos entre cristianos
e infieles un nivel cada vez mayor de continuidad y de violencia. De Marco
detalla durante el siglo XVIII –que, sin embargo, concluye con una relativa
calma instalada por el virrey Juan José de Vértiz (1778-1784)- episodios
de memorable crueldad, como la campaña punitiva del mariscal de campo
Juan de San Martín y la matanza de indios y cristianos ocurrida en Sierra de
la Ventana, en la que pereció el brillante piloto español y explorador de las
costas patagónicas, Basilio Villarino.
Las invasiones inglesas, la Revolución de Mayo y las guerras revolucionarias y civiles parecieron abrir una nueva etapa en las relaciones blancoindias tal como se las describe en La guerra de la Frontera. El autor expone
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
265
cada una de estos ciclos a través de algunas de sus acciones más célebres:
la participación de los indígenas en la defensa de Buenos Aires (1807), la
excursión del capitán Pedro Andrés García a los indios pampas luego de la
formación del gobierno revolucionario, las negociaciones de José de San
Martín con los indígenas del sur mendocino previas a sus operaciones para
el cruce de los Andes (1816) y el feroz e injustificado ataque al pueblo de
Salto por un contingente de indios y montoneros al mando del militar y político chileno José Miguel Carrera durante las guerras civiles entre Buenos
Aires y el litoral (1820).
El de Salto, se advierte, fue apenas una de las acciones más violentas
de una zaga que se repetía y extendía a todas las regiones fronterizas de
las Provincias Unidas en camino a conformarse como la nueva nación argentina: la guerra revolucionaria y la descomposición de la administración
colonial española acarreó la multiplicación de los enfrentamientos con los
indígenas en los bordes del Chaco –Salta, Santiago del Estero- en Santa Fe y
en las provincias cuyanas. Ese incremento de las luchas se originaba, como
se desprende de la lectura del libro de De Marco, tanto en la incapacidad de
las nuevas autoridades para reunir los hombres y los medios necesarios para
enfrentar a los indígenas –recursos empleados, primero, en la guerra contra
las autoridades españolas, y poco después en los conflictos interprovinciales- como así también en la avidez creciente de los blancos por extender
su control sobre tierras y ganados, recursos cada vez más necesarios y disputados por la angustiosa situación del comercio y de la producción en las
anárquicas provincias argentinas.
Ello explica que todos los intentos de consolidación de un poder más
centralizado y eficaz por parte de los dirigentes criollos se hayan visto
acompañados, a su vez, de un esfuerzo paralelo por consolidar la frontera
con los indios y, en lo posible, por someterlos al control definitivo de las
nuevas autoridades. Con profusión de detalles y precisiones, el autor señala
y describe los períodos de acentuación de la lucha en la década de 1820 –correspondiente a la organización de los poderes provinciales tras la crisis de
ese año- durante la Campaña al Desierto de Rosas (1833) –primer intento
preconstitucional de conformar una laxa autoridad central-, a lo largo de las
décadas de l850 y 1860 -decisivas para la organización definitiva del Estado
nacional- y, por último, en el transcurso de las cruciales acciones militares
que terminarían de configurar el territorio argentino con la incorporación de
los territorios pampeanos, patagónicos y chaqueños, impulsadas en mayor
266
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
media por la actuación de Julio Argentino Roca, primero como ministro de
guerra de Nicolás Avellaneda (1878-1880) y luego como presidente de la
Nación durante su primer período de mandato (1880-1886).
El relato de La guerra de la frontera se ciñe muy estrictamente y con
detalles de espléndido rigor a los episodios tanto militares como políticos
de las relaciones entre blancos e indios como de las cambiantes coyunturas
del naciente Estado nacional argentino;: se adentra menos en sus contextos
socioeconómicos y culturales pero presenta una extensa lista bibliográfica
al final de cada uno de los capítulos que ayuda a consolidar una mirada más
amplia y, a la vez, más precisa, si cabe, sobre los episodios de armas y sobre
los –cada vez efímeros- tratados de paz entre indios y cristianos.
Las penosas incidencias cotidianas de las fuerzas en pugna, en particular las de los milicianos y soldados de línea criollos, constituyen otro de los
aspectos muy enfatizados por La guerra de las Fronteras. Desperdigadas en
enormes extensiones, libradas a su sola suerte sin refuerzos, sin alimentos
ni agua y sin instrumentos de guerra, las expediciones y las guarniciones
cristianas se estrellaban con la inflexible superioridad de los indios, que
conocían sus movimientos, el terreno de operaciones y, sobre todo, las cambiantes luchas intestinas entre sus enemigos, que debilitaban o anulaban todos sus esfuerzos –del mismo modo que la convocatoria a un congreso en
Buenos Aires puso fin inesperado a los esfuerzos de Martín Rodríguez por
aniquilar a las parcialidades que asolaban las estancias del sur bonaerense-.
Sólo la modernización irresistible del Estado argentino después de 1860 –
que proporcionó armas y tácticas nuevas, comunicaciones y ferrocarriles- y,
sobre todo, la gradual supresión de las tensiones político-militares internas
que venía sufriendo desde su gradual conformación luego de las guerras
civiles, permitieron poner fin a la lucha que tan eficazmente sostuvieron,
durante siglos, los nativos pampeano-patagónicos y chaqueños.
Esa eficaz resistencia de las sociedades indígenas alumbró en ellas liderazgos políticos y miliares descollantes: Painé, Mariano Rosas, Catriel,
Coliquei, Pincén y, por sobre todo, Calfucurá –a cuya figura el autor dedica
un capítulo entero- que jugaron un papel decisivo en del desarrollo de las
luchas de frontera, equivalentes al de verdaderos jefes de Estado. Este encumbramiento de los jefes nativos invita a pensar que la enorme gravitación
que tuvieron las relaciones políticas y culturales entre blancos e indios en la
nueva configuración de sus sociedades no podría comprenderse sin considerar, además, el aporte material y organizativo de los cristianos, y el efecto
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
267
que el mismo tuvo en el intenso y continuo proceso de mestizaje recíproco
Por su rigor histórico, su abundante información –que recopila, sintetiza y agrega nuevos datos- y, sobre todo, por el sugerente aporte realizado a
otras formas de interpretación de las relaciones socio-culturales entre blancos e indios, La guerra de la Frontera. Luchas entre indios y blancos, de
Miguel Ángel De Marco, constituye una obra enriquecedora para la investigación histórica y para el público lector en general.
Rogelio C. Paredes
Dardo Pérez Guilhou, Los enemigos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 2010, pp. 92.
En el presente trabajo, el doctor Dardo Pérez Guilhou, miembro de
las academias nacionales de la Historia y de Ciencias Morales y Políticas,
se propone enriquecer la interpretación sobre el proceso revolucionario de
1810, al estudiarlo desde la perspectiva contrarrevolucionaria de la época a
través del análisis de testimonios de diversos personajes contrarios al proceso revolucionario.
La obra está organizada en tres capítulos, pues radica en el origen de los
testimonios que presentan. El primero, “Los funcionarios peninsulares en el
Río de la Plata”, analiza la revolución desde testimonios de los mandatarios
peninsulares, tanto civiles como militares, que se encontraban en el Río de
la Plata. Entre ellos se destacan el comandante del Apostadero Naval de
Montevideo, José María Salazar, y los virreyes Baltasar Hidalgo de Cisneros, del Río de la Plata, y José Fernando de Abascal, del Perú. También se
incluyen misivas o informes procedentes de la Real Audiencia.
A través de ellos el autor ilumina sobre distintos temas ampliamente
discutidos en la historiografía argentina: la teoría de la “máscara de Fernando VII”, el origen de las ideas revolucionarias, el carácter independentista y
popular de la revolución, los actores socio-políticos involucrados en el movimiento, los episodios de “terror” acaecidos, y el fenómeno de criollofobia entre los peninsulares. Sobre todos estos tópicos, Pérez Guilhou alcanza
conclusiones muy interesantes y reveladoras.
En el segundo capítulo “Los anónimos realistas”, el autor desarrolla
otros temas como las probables causas del movimiento revolucionario, la
268
ESTUDIOS Y RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
importancia del regimiento de Patricios en su gestación y el papel de los
ingleses, no ignorado por los funcionarios peninsulares.
El tercer capítulo, “Los americanos fidelistas”, se aboca específicamente al análisis de tres testimonios de criollos fidelistas o pro-españoles: el
oidor Manuel José de Reyes, el brigadier José Manuel de Goyeneche, y el
jurista Pedro Vicente Cañete. De los dos últimos se desprenden lineamientos
muy semejantes en relación con sus críticas a la revolución y sus líderes. El
caso de Goyeneche es muy interesante ya que se incluye su correspondencia
con los generales patriotas Juan Martín de Pueyrredón y Manuel Belgrano,
en la que se pueden apreciar el diálogo entre actores de la revolución y la
contrarrevolución.
Finalmente, la obra incluye como anexo el “Catecismo Real Patriótico”, escrito por el ya mencionado Cañete, que resulta notable ya que demuestra argumentos históricos e ideológicos realistas para contrarrestar el
avance de los principios revolucionarios.
Otro aspecto tan relevante como revelador que resulta de la lectura de
los testimonios pro-españoles, es el de las ideas que estos personajes tenían
sobre distintos temas políticos, sociales, culturales y económicos, lo cual,
indudablemente, permite comprender mejor la época en cuestión.
La obra constituye, pues, un aporte significativo a los estudios sobre la
Revolución de Mayo y brinda una perspectiva enriquecedora acerca de ese
momento crucial de la historia argentina.
Federico Miguel Oneto
Roberto Russell (ed.), Argentina 1910-2010. Balance del siglo, Buenos Aires, Aguilar- Altea- Taurus- Alfaguara, 2010, pp. 398.
Pocas veces se encuentran libros compilados que presenten tanta cohesión interna como el que ofrece Roberto Russell. No sólo pesa la talla de
los colaboradores del libro en el resultado final: Carlos Altamirano, Pablo
Gerchunoff, Luis Alberto Romero y Juan Carlos Torre. Es tanto o más significativo el hecho de que el editor de este libro invitara a colaborar a sus
autores con una clara idea de lo que aspiraba a lograr como resultado final:
un balance del siglo transcurrido entre el primer y el segundo centenario de
la Argentina. El libro puede ser leído de muchas maneras. Una de ellas es
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como si se tratara de un análisis de la historia argentina, desde las vísperas
de la Ley Sáenz Peña, hasta la actualidad. Un balance historiográfico, y no
un juicio, de un siglo XX que llevó a la Argentina del optimismo de 1910,
con su inagotable promesa de progreso, al desencanto actual, signado por un
amenazador nubarrón que sugiere una profunda decadencia En un siglo, el
país atravesó un camino, sin duda sinuoso, en el que por momentos se dejó
invadir por la sensación derrotista —y algo exagerada— de que se avecinaba una catástrofe inminente. Y ello a pesar de que Argentina, al menos, tuvo
la suerte de no sufrir en su propio territorio ninguna de las devastadoras guerras, algunas de ellas mundiales, que destrozaron países y sociedades enteras en Europa y otras partes. En pleno siglo XX, con sus guerras totales y sus
genocidios de millones y millones de personas, Argentina no sufrió, pese a
todo, ninguna catástrofe de comparable envergadura a las que, por ejemplo,
padeció Europa entre las dos guerras mundiales. Por ejemplo, cuando Stefan
Zweig visitó la Argentina en 1936 tuvo la sensación de que aquí las cosas
estaban muchísimo mejor que en Europa, a la que creía ya en crisis terminal, y eso que el nazismo no había desplegado todavía toda su potencial
agresividad. No hay nada más poderoso que la sensación subjetiva de fracaso, decadencia y desazón para distorsionar la comprensión histórica. En
este sentido, pues, nada más atinado que el modo en que este libro plantea
este problema, con la intención de deshacer lugares comunes y abordar con
ecuanimidad la historia argentina del siglo XX, con todos sus claroscuros.
Los autores de los diversos ensayos abordan la evolución histórica de la
Argentina en el siglo XX atendiendo a distintos ejes: la política (Romero), la
economía (Gerchunoff), la sociedad (Torre), las relaciones internacionales
(Russell) y los intelectuales (Altamirano). La política argentina en el siglo
XX estuvo atravesada, en un sentido u otro, por la cuestión de la democracia que, en las últimas décadas, despertó intensos entusiasmos, así como
también hondas desilusiones que jaquean día a día —todavía hoy— la estabilidad republicana. La economía, con sus marchas y contramarchas, osciló
entre el crecimiento, la inflación endémica y la ilusión de haber sido alguna
vez, en un pasado devenido mítico, un país que nadaba en la abundancia.
La sociedad fue capaz de alentar durante mucho tiempo la movilidad social
ascendente, aunque en las últimas décadas esto se haya vuelto por demás
discutible. El universo de las relaciones internacionales fue testigo de cómo
la Argentina tuvo en los últimos años una serie de intervenciones no del todo
felices en la política exterior pero, no obstante ello, se ha exagerado mucho
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la idea de que el país carece de rumbo y se halla casi a la deriva. Los intelectuales por su parte han tendido a enfatizar más de una vez la “excepcionalidad argentina” como si fuera un misterio casi imposible de explicar el hecho
de que un país “tan” rico en sus recursos naturales y su geografía atravesara
hondas crisis y conflictos —muy similares, en el fondo, a los de todos los
demás países, aunque resulte difícil darse cuenta de ello a primera vista—,
de ahí que esta cuestión se haya convertido en una especie de lugar común
ineludible entre los intelectuales que se dedicaron a “pensar la Argentina”.
Si hay algo que enseña la perspectiva histórica al abordar el desarrollo
de un país, sea cual fuere, es a desdramatizar los problemas: no hay necesidad de exagerar las penurias o las crisis padecidas, por más graves que hayan sido. En este sentido, cabe destacar que a pesar de lo dispar de los enfoques de los autores de este libro, todos ellos parecen coincidir en lo infausta
que resultó la experiencia que se inauguró en 1976 con la dictadura militar,
experiencia cuyas consecuencias no sólo fueron negativas en lo social y en
lo político, dada la puesta en marcha del terrorismo de Estado y, años después, la esquizofrénica guerra de Malvinas, sino además en las relaciones
internacionales, la economía y la vida cultural en su conjunto. Sus rasgos
—se insiste en este libro— fueron más persistentes de lo que se dio en creer
luego de 1983 cuando, con un espíritu refundacional, se pretendió, al menos
por un momento, borrar de un plumazo el pasado. Pero ese pasado volvió de
una y otra forma, ya sea a través de la propia experiencia democrática que
no pudo evitar construirse sobre la forzosa retirada de los militares; de las
transformaciones económicas iniciadas en los setenta, que tendrán continuidad en políticas neoliberales implementadas años después; de la cerrazón en
las posibilidades de ascenso social, que desde la década de 1970 han venido
obstaculizándose progresivamente en un país que, hasta esa fecha, a grosso
modo, se había caracterizado por una intensa movilidad; de la necesidad de
reposicionar a la Argentina en el plano internacional, donde perdió credibilidad no siempre bien recuperada en tiempos posteriores, debido a la falta
de brillo de la mayor parte de los que lideraron la clase política en la nueva
era democrática; de la necesidad de superar la encrucijada que supuso la
herencia de los años setenta cuyo legado se transmitió a la vida cultural e
intelectual de la democracia, tiñendo buena parte de los debates políticos e
intelectuales que vinieron después.
Sin duda, para los que hemos vivido la mayor parte de nuestras vidas
bajo la democracia fundada en 1983, que ya lleva —si bien con altibajos—
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más de veinticinco años de existencia, y tenemos algún recuerdo, aunque
fuere lejano, de la dictadura de 1976, los “años de plomo” representan todo
aquello a lo que no quisiéramos nunca más volver. No obstante ello, los historiadores sabemos cuánto puede distorsionarse —sin querer— la comprensión de la historia reciente por obra de la cercanía histórica con la coyuntura
que analizamos. Porque, más tarde o más temprano, ya llegarán historiadores que, en clave revisionista, mostrarán que la dictadura de 1976 no fue una
discontinuidad radical, desquiciada y patológica, en la historia argentina que
echó por tierra todo lo bueno que el país había logrado construir hasta esa
fecha; quién sabe cuánto tardemos en contar con una historia del Proceso
más matizada, en una escala de grises. Cuando la historiografía de la época
de la dictadura logre “enfriarse” un poco, quizás redescubramos —como le
ocurrió a la interpretación de la década de 1930 o a la de la época peronista,
demonizados hace no mucho tiempo atrás en la historiografía— que hay
todavía mucha tela que cortar. Desdramatizar la historia, incluida la más
reciente, como propone este libro, parece ser el mejor punto de partida.
Miranda Lida
Política editorial
Temas de Historia Argentina y Americana es la publicación periódica
del Instituto de Historia Argentina y Americana (Departamento de Historia,
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Católica Argentina). Se considerarán para su edición trabajos originales relacionados con la historia argentina y americana. Esta revista se publica con una frecuencia semestral.
Las colaboraciones se reciben para el primer número (Enero–Junio) hasta
el 15 de Marzo, y para el segundo número (Julio-Diciembre) hasta el 30 de
Agosto de cada año.
Los autores de los artículos publicados en el presente número
ceden sus derechos a la editorial, en forma no exclusiva, para que
incorpore la versión digital de los mismos al Repositorio Institucional de la Universidad Católica Argentina como así también a otras
bases de datos que considere de relevancia académica.
Normas sobre la presentación de originales para las
Publicaciones del Instituto de Historia Argentina y Americana
Facultad de Filosofía y Letras
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1- Extensión
La extensión máxima del trabajo –incluido el aparato erudito- es de
alrededor de 96.000 caracteres con espacios incluidos. El artículo debe ser
presentado con la tipografía Times New Roman, tamaño 12, con interlineado de 1,5. El margen superior e inferior debe medir 2,5 cm. y el derecho e
izquierdo debe ser de 3 cm.
2- Subtítulos y citas en el texto
Los subtítulos serán en Versalita.
Las citas, si son breves, se incluyen entrecomilladas; si pasan de las tres
líneas, se las separa del cuerpo del texto (en Times New Roman, tamaño 10,
interlineado 1,5) y se las destaca mediante una sangría de cinco espacios,
sin poner comillas.
3- Aparato erudito
3.1- Citas
bibliográficas
a) De libros
Autor (en versalita); título (en bastardilla); edición, desde la segunda
en adelante; tomo o volumen si la obra comprende más de uno; lugar, editor
y año de edición; número de página o de las páginas extremas.
Ricardo Levene, Investigaciones acerca de la historia económica del
Virreinato del Plata, 2º edición, t.2, Buenos Aires, El Ateneo, 1952, pp.114116.
b) De artículos
Autor (versalita); título del artículo (entrecomillado); título de la revista o diario (o en bastardilla); número del volumen, año y otras subdivisiones
si las hubiese; lugar, editor y año efectivo de edición, número de página (s).
Julio César González, “La misión Guido-Luzuriaga a Guayaquil
(1820)”, Boletín del Instituto de Historia Argentina “Doctor Emilio Ravignani”, 2º serie, t.13, año 13, nº 22-23, 1970, Buenos Aires, Facultad de
Filosofía y Letras, 1971, p. 10.
c) Cita segunda y sucesivas de una misma obra
Después de la primera cita, solo se pone el apellido del autor, seguido
de op.cit. y del número de página. Si se cita consecutivamente la misma
obra, se consigna Ibidem, seguido del número de página. Si la obra tiene
más de un volumen, se consigna también el número de éste.
Carbia, op.cit., p. 41.
Levene, op.cit., t.23, p.120.
Ibidem, p. 124.
Si se cita más de una obra del mismo autor, se conservan las primeras
palabras del título para individualizarla.
Levene, Investigaciones, cit., t. 1, p. 24.
Levene, Historia del Derecho, cit, t. 1, p.99.
Si hay dos autores del mismo apellido se conserva el nombre de pila.
Ricardo Levene, op.cit, p. 29.
Gustavo Gabriel Levene, op.cit, p.66.
En el caso de los artículos, se procede de la misma manera.
González, op.cit., p.11.
Si hay citadas otras obras del mismo autor, se agrega parcialmente el
título.
González, “La misión Guido” cit., p. 11.
3.2 - Citas de documentos
a) Inéditos
Tipo, autor y destinatario –si corresponde-, lugar y fecha; repositorio y
signatura topográfica.
Francisco de Paula Sanz al virrey Loreto, Buenos Aires, 23-VIII-1788,
Archivo General de la Nación IX-45-6-6.
b) Editados
Tipo, autor y destinatario –si corresponde-, lugar y fecha; autor (en versalita); título (bastardilla); edición, de la 2ª. en adelante; tomo o volumen si
es más de uno; lugar, editor y año de edición; número de página.
El deán Funes a Daniel Florencio O`Leary, Buenos Aires, 16-X-1824,
en Biblioteca Nacional, Archivo del doctor Gregorio Funes, t. 3, Buenos
Aires, 1949, pp. 304-305.
c) Cita segunda y sucesivas de un mismo documento
Se ponen los apellidos del autor y del destinatario y se conserva íntegra
la fecha; en caso de ser un documento editado se agrega la página.
Sanz a Loreto, 23-VIII-1788 cit.
Funes a O`Leary, 16-X-1824 cit., p.304.
4.1 Abstract y palabras clave
Todos los trabajos deberán hallarse acompañados de un resumen en
castellano y de un abstract en inglés, de no más de diez líneas cada uno, en
que se formule con precisión la síntesis del artículo, y de cinco “palabras
claves” en ambos idiomas, que permitan su utilización informática.
Nota: el no cumplimiento de las normas arriba expresadas implicará la
devolución del artículo remitido para su publicación.
Se terminó de imprimir en Amerian S.R.L.
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Telefax: 4815-6031 / 4815-0448
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Septiembre de 2011
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