HOMILÍA Funeral por Mª Victoria Arraiza Zorzano Q.e.p.d. Queridos hermanas y queridos hermanos: La muerte de un ser querido resulta siempre una experiencia que nos conmueve hondamente. Más aún cuando afecta a una persona todavía joven. No tenemos palabras. A los que tenemos fe nos queda el acudir a Jesús haciendo nuestra la exclamación de San Pedro: “Señor a quién vamos a acudir?. Tú tienes palabras de vida eterna”. Es el mismo Jesús quien nos ha dicho: El que crea en mí no morirá para siempre. Yo soy la resurrección y la vida. Y no solo lo ha dicho, sino que ha Él mismo ha resucitado para que la muerte no tenga la última palabra, y podamos seguir viviendo junto a Él. Somos seres limitados y caducos. Nuestra vida tiene un límite: unos cuantos años más, unos cuantos años menos, pero nuestra vida presente terminará. Para saberlo nos basta con la luz de la razón. Pero la luz de Dios es más larga, llega más lejos, y nos abre nuevos horizontes. Dios nos revela que, aunque nuestra vida presente es forzosamente limitada, Él puede asociarnos a la suya, que es eterna. Lo puede y lo quiere: porque nos ama; y hasta el extremo. No va a ser como la gota de agua que se funde en el mar…; sino como el sarmiento se hace uno con la vid. ¿Recordáis las palabras del Señor? “Yo soy la Vid, vosotros los sarmientos”. Si el sarmiento está unido a la vid, corre por él la misma savia, la misma vida. Si aceptamos unirnos a Jesús su misma vida eterna podrá correr por nosotros. Pero será si nosotros lo queremos. A la fuerza no. Porque Dios es amor; y el amor requiere libertad. Maria Victoria ha querido creer y aceptar el amor de Dios. Para todos sus amigos creyentes es muy consolador el saberlo. Maria Victoria ha luchado hasta para el final para alargar su vida. Así lo debía hacer. Pero el esfuerzo de esa dura batalla no le ha obcecado: a la par que luchaba, ha sabido acoger al Señor que le tendía su mano ofreciéndole su amistad y una nueva vida. Y ha recibido los sacramentos con tiempo, con lucidez, para abrirse a la paz que da el perdón de Dios y fortalecerse con la esperanza a la que Cristo nos invita. Una vez más nuestra amiga ha sido muy inteligente. Hoy damos gracias a Dios por ello. Hoy damos gracias a Dios por Maria Victoria. Creo que todo lo que se ha publicado en los medio de comunicación de su valía humana y de su espíritu abierto y solidario es verdadero. No son cumplidos funerarios de última hora. Inteligente, trabajadora, responsable, leal, lo fue siempre. Desde niña. (“Cabezona”, también: como buena navarra). Todo lo que se diga de su pasión por aprender y enseñar, de su tesón y de su incombustible vitalidad, se quedará corto. Mª Victoria era “todo un carácter”. A veces, hasta demasiado. Ésta era su fuerza y su punto débil. Pero se hacía querer tal y como era. Y así la queríamos: “el pack completo”. Creo que de su padre, Ramón, y de su tío cura, Jesús Mª, aprendió el amor a Navarra, a la cultura; la vivencia religiosa. Ramón era muy querido por los monjes en Leyre, donde gustaba retirarse. En su madre tuvo una estupenda escuela de amor, entrega y tesón. Mª Victoria fue haciéndose cada vez más consciente de ello. Recuerdo que hablábamos un día de nuestra juventud, y, aludiendo a su madre, Mª Pilar, siempre “al pie del cañón”, exclamó Mª Victoria: “Es que mi madre… Chapó”. Mª Victoria, además de sociable, alegre y vital, tenía también una interioridad, una dimensión espiritual-religiosa. Creo que buscó dar un sentido último y verdadero a su vida. Fue una persona religiosa: a su estilo; a su paso; pero sinceramente. Por eso lo fue encontrando gradualmente: en la fe y los valores cristianos, en la amistad, en el estudio y el trabajo, en el Camino de Santiago que recorrió y promovió con entusiasmo, en su actividad política que desempeñó con honradez, y, finalmente, en su experiencia solidaria en Benín (PP. Salesianos), que caló hondo en su espíritu y lo orientó definitivamente. Una vez más, “dando, se recibe”. Las fotos que nos enviaba desde Benín lo decían todo… Hace unos pocos días (la última vez que hablamos), me comentó Maria Victoria lo agradecida que estaba: -a su madre y hermanos, -y a tantos buenos amigos en los que había encontrado tanto afecto humano y apoyo espiritual Me conmovió su tono. Se que se refería a muchos de vosotros. Seguro a que muchos de los presentes os hubiera gustado despediros de ella, y expresarle vuestro sincero afecto con una palabra, un apretón de manos o un beso. Y tal vez os habéis quedado con esa pena. Pero no tengamos pena. Lo más importante no es lo que nosotros le hubiéramos querido dar o expresar a Mª Victoria, sino lo que nuestra amiga necesitaba recibir. Su necesidad era más importante que nuestro deseo. María Victoria necesitaba un clima de gran intimidad para asumir y afrontar su batalla. Tomar ese aliento que solo se respira en la intimidad o incluso en la soledad. Porque la prueba era muy dura, durísma. Y esto, no solo lo debemos respetar, lo debemos comprender. Dos días antes de morir Mª Victoria me envió un mensaje. Era el último. Aún lo guardo. No es solo para mí. Sé que a todos sus amigos os hubiera querido decir lo mismo, si hubiera tenido tiempo y fuerzas. Dice: Gracias por todo. Un beso Hoy con esta celebración, damos gracias a Dios por su vida, por su entrega, por su amistad, por ella. Y le pedimos confiados, apoyados en la maternal intercesión de María: - que se compadezca benigno de sus faltas y pecados; - que de valor reparador y meritorio a los sufrimientos de su enfermedad; - y que esta Eucaristía, le abra el paso al Reino del gozo, de la luz y de la paz. Que Cristo ha prometido a los que creen en su amor y aceptan su perdón y salvación. A 19 de enero de 2015, en la Parroquia de San Miguel de Pamplona P. Juan Manuel Apesteguía, Abad del Monasterio de Leyre