ARCHIVO FACULTAT{:::b:~RTlLL? Indice por órden 1888 /tl /0 .. -:;4 de ntat~rias 111 :SIDDHJIERRTURUM1IIIRR ~ ! ~ ~. ~ O ~ ! ~ 8 +cJERCITO'ESPAAOL t LLi InscrlpcI6n.. .... ... Claslflcac/6n OON ALVARO DE BAZAN . Sala Colocac/6n ESla~i~A(I .4.. Tabla 1/4m. 43$/ --4~-f- y EL ALltIRAN'l'E JURIEN DE LA GRAVIERE I DON ALURO DE RuAN :v. EL ALMIRANTE JU~IEN DE LA G~AVIERE APUNTES PARA LA HISTORIA DE LA llARlliA MILITAR POR D. LUIS VIDART ..:;;: .:gz¡-r y o. RAMIRO BLANCO IMPRENTA DE ENRIQUE RUBIÑOS Plaza de la Paja, 7 duplicado. 1888 l ~K KSl'Af¡A DON ALVARO DE BAZArL j t y EL ALMIRANTE_ , . APUNTES ~ PARA LA HISTORIA DE LA lIAR1!'A MILITAR DI IlSPARA • POR D. LUIS VIDART y O. RAMIRO BLANCO .- -::lIC- MADRID IMPRENTA DE ENRIQUE RUBIÑOS I'hua de}a PaJa, 7 duplicado. 1888 ,/1 t- ~a'~_ J _ ~'u'~'~ / CARTA-PRÓLOGO Excmo. Sr. D. Fernando de Gabriel y Ruiz de Apodaca y Sr. D. Ramón Auñón y Villalón. ¿l'or qué dirijo á ustedes, mis buenos amigos, esta carta, que ha de servir de prólogo á un folleto escrito por nuestro amigo el iniciador del centena· l'io de D. Álvaro de Bazán, y por el autor de estas líneas? Sin duda alguna que así lo hago para dar á ustedes una prueba de la estimación y singular afecto que les profeso, pero también por otra causa que más adelante les diré. Dejando, por ahora, en suspenso este asunto, voy á referir aquí la historia del folleto que antes he mencionado. En el número del periódico La Opinión, corres, pondiente al día II de Marzo del corriente afio, publiqué un artículo que se titulaba: La estatna de D. Alvaro de Bazán; artículo en que procuré refu· tar las razones que había expuesto el conocido es, . critor D. Hermenegildo Giner de los ~íos para de· fender la condu~ta observada por el general Cassola en lo concerniente á la celebración del centenario del héroe de Navarino. Este artículo estaba escrito en forma epistolar, yen sus principales párrafos se decía lo siguiente: .:Elogiando usted, amigo Giner, la disposición gubernativa del sefior ministro de la Guerra, don Manuel Cassola, que había negado á D. Alvaro de - 7 .Se transparenta en su artículo titulado Sin ceno otetl/1rio, cierto desdén hacia las solemnidades con .que acostumbra á conmemorarse la gloria póstu· ma de los varones eminentes, y veo con pena que .se escapa á su agudo ingenio la trascendencia que se encierra en estas conmemoraciones, porque, -como dice el cronista de La Justicia, en el día de hoy (7 de Marzo de 1888), hablando del centenario .de Giordano Bruno: «La conmemoración de estos verdaderos santos -»de la humanidad constituye un culto digno de' -»nuestrotiempo. Alemania, conmemorando á Lu· .tero; Francia, á Voltaire; Portugal, á Camoens y .Pombal; Espafia, al insigne antor de La vida es »BIIe1Io y de El Alcalde de Zalamea, realizan actos .qne son en el fondo profundamente religiosos, -.como todo lo que es real y verdaderamente hu-'mano.» .En sustitución de lo que usted llama mascara· -(las, propone usted que se abran «certámenes para »regalar plumas de oro, escribanías de plata y peno »samientos de topacios ó amatistas, aunque mejor .sería premiar con dinero, cosa que hoy ya no de .nigra á los escritores, antes bien- los enaltece;» y -que se erijan estatuas y se levanten monumentos, -celebrándose al fin, afiade usted, por medios modero nos y enteramente á la moderna, las conmemoracio· nes centenaristas; y sus deseos han quedado cum· plidos por completo en el semifracasado centena-rio de D. Álvaro de Bazán, puesto que en el certa· men abierto para premiar las mejores biografías del caudillo de la expedición á las Azores se con_-ceden premios en dinero (1) como usted con razón 6 Bazán los honores que le correspondían como Capitán general de ejército que muere con mando en plaza, para evitar que por el rigor del frío pudiesen enfermar ó morir alguno ó algunos de los Generales, jefes, oficiales ó soldados que tomasen parte en la formación de las tropas, dijo usted: -no ¡¡ay muérto, por ih!stre que sea, que merezca, no ya el sacrificio de la vida de un liombre, pero ni.siquiera el peligro de la salud de un mortal. Contra este aserto protestamos todos los habitantes de Madrid, sin exceptuar á su autor, que en los días más cru· 110s del invierno no vacilamos ni un instante, cuan· 110 muere alguno de nuestros amigos; casi puede l1ecirse de nuestros conocidos, en acompafiar su ca· l1áver al cementerio y descubrir nuestras cabezas mientras reza el sacerdote, corriendo-el grave peli· gro de adquirir una pulmonía y vol ver como moradores al mismo lugar donde nos hallamos como visitantes. »El hombre ha de exponer su salud y su vida, siempre que así lo exija el cumplimiento de sus <>bligaciones morales; y considerada la cuestión en ~l terreno de la realidad histórica, siempre que lo -E'xijan los usos y costumbres establecidos en el tiempo y pueblo en que vive. »Llama usted mascarada á la procesión histórica que formó parte de las fiestas conmemorativas del centenario de Calderón; también los protestantes llaman mascaradas á las procesiones con que la Iglesia católica solemniza las grandes festividades de sus misterios y santos, y, sin embargo, yo creo que esas procesiones han contribuído más á la popularización de l~s creencias cristianas que la Suma de Santo Tomás de Aquino, con ser la Suma el monumento más grande de la sabiduría católica; y la procesión quizá la menos artística de las ma~i­ festaciones externas del culto religioso. -- (1) Habiéndose declarado desierto en su mayor parte el certamen abierto con fecila 4 de Julio de 1887, se ha convocado otro por la Comisión permanente del centenario de D. Alvaro -de Bazán, en que los principales premios también 'son en me.: .- \:o0. 8 sostiene que han de ser los premios á la modet'na; y respecto á la estatua de nuestro Bazán, verá usted cómo aquí podría yo citar aquel proverbio que· ideó algún empedernido optimista: <No hay mal que por bien no venga.• •EI caso fué como sigue. El 28 de Enero del pre- . sente año recibí un B. L. M. del vicealmirante don· .Manuel de la Pezuela, en que se me citaba para. una junta que había de celebrar la Comisión de invitaciones del Centenario el lunes 30 del dicho mes. Asistí á esta junta, que presidía el menciona-' do .señor vicealmirante Pezuela, y allí supimos que' el Gobierno, de conformidad con lo que opinaba el señor ministro de la Guerra, D. Manuel Cassola, había resuelto no conceder al capitán generai delmar Océano y de la gente de guerra del reino de Portugal los honores de capi.tán general que en plena República se habían concedido al ilustre tío de usted, D. Antonio de los Ríos y Rosas, gran ora· dor parlamentario, insigne patricio, ex ministro" merecedor por todos conceptot de la consideración; de sus conciudadanos, pero que cuando murió sólO' era un dignísimo diputado á Cortes, y que jamás había sido capitán general, pues por su profesión de abogado no podía obtener esta categoría militar. L.ilico. Los .Jurados que se han de constituir son los siguientes: Para las biografías: ·Presidentc, Excmo. Sr. D. Pedro deMadrazo; Vicepresidente, Excmo. Sr. D. Manuel Cafietej Vocales: D. Ramón Aufión, D. José Fernándcz Bremón, D ..Adolfo Herrera, D. Juan de Ma<lariaga, D. Pedro de Novo y Colson y D. Luis Vidart. Secretario, D. Ramiro Blanco. Para las poesías: Presidente, Excmo. Sr. D. Gaspar Núfiez de Arcej Vicepresidente, Excmo. Sr. D. Fernando de Gabriel y Ruiz de Apodac3; Vocales: D. Patricio Aguirrc de Tejada) D. Angel Avilés, Sr. Marqués de Casa-Al'iz6u, D. Isidoro Flórez J D. Ramón de Navarrete, D. Tomás de Reiua y Sr. Coude de Reparsz¡ Secretario, D. Angel Las8Qo éle la Vega. Fernán~ez - 9 .Desde luego resolvimos la mayoría de los que estábamos reunidos que no podíamos consentir en que, tratando de honrarse la merrlOria del primerode nuestros marinos de guerra, se le tributasen ho· nores de menos importancia de los que le corres.. pondían por su alta jerarquía en el ejército y en la. armada; y pensando en qué podríamos emplear los fondos recaudados, ya que no se verificaban las pro·· yectadas solemnidades, propuse yo que se invirtiese en erigir una estatua de D. Álvaro de Bazán que perpetuaría el recuerdo del proyectado Centenario; y esta idea fué sin vacilar muy bien acogida. por el mayor número de los presentes, entre los cuales recuerdo á los Sres. D. Fernando de Gabriel, D. Ramón Auñón, D. Ramiro Blanco, don José Rodríguez Vera, D. Federico liuesea, D. Ignacio Salinas, D. José del Ojo y Gómez, D. Adolfo Carrasco y D. Patricio Aguirre de Tejada. .La Correspondencia de Espafla del jueves 2 de.· Febrero próximo pasado dió cuenta del probable. fracaso de las solemnidades con qu J trataba de conmemorarse eL Centenario del primer marqués de Santa Cruz, y reflejando, las impresiones de la junta celebrada el lunes anterior, dijo lo siguiente: . «En el caso probable, ó, mejor dicho, seguro, de .que no se celebre el Centenario, las sumas recau.dadas como producto de diversos donativos servi»rán de base á una suscrición para erigir una esta.tua á D. Á1varo de Bazán.» .Vea usted, pues. amigo mío, cómo la Junta directiva del centen~rio de D. Álvaro d~ Bazán, asi en el ce~tamen que convocó con fecha 4 de Julio de 1887, como en su acuerdo de erigir una estatua. al héroe de Navarino, tomado en 30 de Enero del afio actual, hacía ya por propio impulso lo que uso ted consideraba en su artículo publicado el 8 del pasado Febrero como lo más justo y convenien~e 10 que debe hacerse para honrar la memoria de los preclaros varones al cumplirse los centenarios de su nacimiento Ó de su muerte. ,La plaza de la Villa es el sitio designado, y, según mis noticias, ya concedido por el Ayuntamiento, para que en su centro se levante la estatua del primero de nuestros marinos de guerra. Así la capital de Espafia, colocando en lugar tan preferente la magen del primer marqués de Santa Cruz, expresará su collvencimiento de que una nación peniíÍsular y que aún conserva valiosos restos de su imperio alleude los mares en Africa, América y Ocea, nía, ha de consagrar asidua atención al fomento <1e su marina de guerra, si quiere defender virilmente la integridad de su territorio y la honra de su bandera.• La carta que en su mayor parte acabo de copiar, fué contestada por el Sr. Giner de los Ríos á quien estaba dirigida, sino por nuestro amigo' el Sr. D. Ramiro Blauco (1) que, como iniciador del Centenario de D. Álvaro de Bazán, salió en defensa <1e su pensamiento, afiImando que yo no había hablado con exactitud al decir que por causa de la oposiciÓn del ministro D. Manuel Cassola había semifracasado aquella conmemoración centenarista. Recordaba el Sr. Blanco que las solemnidadcs pro yectadas para conmemorar la gloria póstuma de nuestro D. Álvaro, consistían en una velada literario musical en el Teatro Real; la traslación, realiza<1a con los honores y pompa correspondientes, de los restos mortales del héroe de Navarino desde la iglesia del Asilo de Huérfanos del Sagrado Cora· 2ón de Jesús, á la del Buen Suceso; las honras fúDO (1) Se titula su articulo: La esta.tua de D. Ál'varo de Bazán, y "id la luz pública en el número de LA IL USTRACIÓIl NACIONAL correspoudieute al 80 de lIarzo de 1888. 11 nebres en esta última iglesia, que habían de ~er costeadas por S. M. la Reina Regente; una velada literaria en el Centro del Ejército y de la Armada, y una retreta militar semejante á las que en otra~ (lcasiones ya se han verificado. De estas solemnidades se llev6 á cabo, con inusitada grandiosidad, la funci6n reliuiosa en la iglesia del Buen Suceso, costeada por S~ M. la Reina Regente, Y se verific6, aunque con proporciones reducidas, la velada ~el Centro Militar en que se repartieron los premIOS obtenidos en ei certamen abierto por la Comisión - oruanizadora del Centenario. Además, el concierto' deolas músicas de Marina y de un I de la guarni ción de Madrid, que tuvo lugar en el teatro de la Zarzuela honrado con la presencia de SS. MM. y SS. AA. ias infantas dofia Isabel y dofia Eulalia, y á que cODCu~6 lo más selecto de nues~ras clases aristocráticas, quizá sustituyó con ventaja á la proyectada función del Teatro Real. Si aún se aflade á todo esto el desfile de las tropas de Marina y de una parte de la guarnici6n de Madrid por delante del carruaje que ocupaba Su Majestad y AA.; los honores de almirante tribut~. dos á D. Álvaro en todos los départamentos mano timos' el modelo del galeón San Martín, construído para formar parte de la procesión histórica y que hoy se conserva en la Sala de pesca del :Museo Naval; la lápida puesta por el Ayuntamiento de GraDada en la manzana de casas en que se halla el solar de la familia de los Bazanes;'la orden en que se dispone que se dé el nombre de Bazán Á un cruceTO de nueva constrncci6n, según propuso en la Junta directiva del Centenario el ~r. D. Fernando de Gabriel; y la estatna de D. Álvaro, que seguramente se levantará el). Madrid (1), no cabe duda, de(1) La Comisión permanente del Cent.enario de D. ~l.val'O de Bazán eacargada de llcn,r ú. cabo el proyecto de erlgu la. 12 cía el Sr. Blanco, que los resultados de nuestra conmemoración centenarista han sido tan grandes como podía esperarse, y que, merced á ellos, la iecha del 9 del Febrero de 1588, en que falleció don Ál varo de Bazán, se ha escrito ya, y aún ha de escribirse, en mármoles y en bronces. El Sr. Blanco callaba pdr modestia.que la proposición que hizo en una reunión de la Junta directiva para que se diese el nombre de calle del Marqués de Santa Cruz á una vía pública de Madrid y _ á otra de Granada, parece que ya ba tenido efecto en la última de las poblaciones que de citar acabo. y aún más que solemnidades que, por grandes que sean, al fin y al cabo pasan y desaparecen co-, mo todos los hechos humanos; y aún más que lá· pidas y estatuas, que el tiempo consigue siempre destruir, quedan los libros, los folletos y hasta los artículos escritos con ocasión del Centenario deJ). Álvaro de Bazán; libros entre los cuales se baIlan algunos tan notables como las Coronas herál. clicas, líricas y épicas en loor de D. Alvaro de Bazán, por D. Eduardo -de Navllscués, y la laureada biografía del gran marino, escrita por D. Ángel de Al· tolaguirrej folletos, entre los que merecen especial recuerdo e~ que contiene el sermón pronunciado en la iglesia del Buen Suceso por el sabio orador , D. Francisco Sánchez Juárez, y el número extraordinario de la Revista general de Marina, bacienest.1.túa de que en el texto se trata, se halla constituida en est;,\< forma: Pre!üdcntc honorario, D ... Antollio Oánovaa del Casti· 110; Presirlente, D. Alejandro Pj<lal y lioDj Vicepresidcptc, D. Juan Anteqneraj Vocales honorarios: D. Emilio Arrieta y D. }'rancisco Asenjo Barbieri; Vocales: D. Ramón Aufió1l 7 _ D. Isidoro Bocio, D. Miguel Carrasco Labadia, D. Fernando de Gabriel y Ruizde Apodaca, D. Angel Lasso de la Vega, D. Juan de Ma<uuiaga, D. JOEé del Ojo y Gómez y el autor de estas lineas; Tesorero l D. Adolfo Herrera; Secretario, D. Ramiro Blanco. 13 • do caso omiso de lo escrito en sus páginas por el antor de estas líneas; yartículos entre los que se hallan tantos y tantos, ya curiosos por sus datos eruditos, ya notables por su forma ó por los pensamientos en ellos expresados, que su enumera· ción sería por demás prolija y enojosa. Las razones expuestas por el Sr. Blanco, que de apuntar acabo, si no me convencieron por completo, cuando menos me bicieron vacilar algún tanto, y spbre todo me pareció baladí la discusión acerca del calificativo que debía aplicarse á lo su· cedido en la conmemoración centenarista de don Alvaro de Bazán, y me propuse utilizar las disposiciones batalladoras de nuestro buen amigo el Sr. Blanco en obra de mayor cuantía qne sus disqui. -siciones acerca del semifracasado ó no fracasado Centenario del primer marq~és de Santa Cruz. Cuando buscaba yo el asunto en que se pudiera emplear el ingenio del Sr. Blanco, llegó á mis manos el libro del vicealmirante M. J urien de la Gra· viere, titulado La guerra de Chipre y"za batalla de Lepanto.-¡Eureka¡ exclamé como el sabio siracusano; yatengoaquí materia á propósito para promover una polémica que pueda servir de algo útil en los momentos presentes. Entre las opiniones del vice· almirante francés y las que expuso en su biografía de D. Álvaro de Bazán nuestro amigo D. Ramiro Blanco, se- advierten algunos puntos de disentimiento, y estos puntos son de tal importancia, que la discusión acerca de ellos puede pr.oducir no pocas ventajas á los que traten de tomar parte en el Certamen literario abierto por la Comisión pero manente del Centenario de D. Álvaro ·de Bazán.-He aquí el origen de-la carta que dirigí al Sr. Blanco, titulada La batalla de Lepanto y la táctica naval; carta que será la primera de 1as coleccionadas á continuación de este prólogo epistolar. 14 Realmente, aun sin los motivos apuntados, elli. bro de M. Jurien de la Graviere es merecedor de un examen detenido por parte de cuantos amen nuestras glorias nacionales, y las cuestiones que en,sus páginas se suscitan alcanzan, no sólo un interés puramente retrospectivo, sino también un interés de actualidad; que la Historia, manejada por quien tiene las dotes de erudición y talento de M. J urien de la Graviere, siempre será la maes. tra de la vida, como Cicerón dijo con verdad, en su época más intuitiva, que razonadamente demostrada. Al tratar la cuestión de las aplicaciones que alÍn puede tener la táctica naval de la antigüedad en los combates de las modernas escuadras. el sefior Blanco ha proclamado una y muchas -veces su incompetencia en el asunto; pero así y todo, me parece A mí que lo que ha dicho acerca de las di. ferencias y semejanzas entre la marina de remos. y la de vapor, es bastante exacto, y sólo difiero d~ su juicio en 'lo tocante á lo que podría llamarse el choque de dos escuadras enemigas. Ya es sabido que las definiciones de estrategia y,de táctica, así naval como terrestre, no son ni fáciles ni claras. El general D. José Almirante, en su Diccionario Militar, transcribe muchísimas de estas dejiniciones, y concluye por decir que nin, - gona le parece buena, porque á su juicio es difícil, si no imposible, sefialar los límites que separan A la, estrategia de la táctica, y se inclina· á creer que esta dificultad nace de que la primera no existe. No es ocasión de dilucidar hasta qué punto se equivoca ó acierta el Sr. Almirante, porque en el momento presente nos basta con aceptar comQ. buena la definición de la táctica naval que se halll\ en el DicCÜlnario Ma)'Ítimo Espailol (Madrid, IEla1), «LlAmase táctica naval el arte que ensefia la posi, 15 ........ ¡ t ción, ataque y defensa de dos ó más buques deguerra que forman cuerpo, división ó escuadra;. i con saber que el fin que se persigue en los mo· vimientos tácticos, así de los ejércitos com'o de lasescuadras, consiste en ser más fuerte que el ene· migo en el punto en que se verifica el combate. Y aquí surge la diferencia importantísima que exísteentre las batallas marítimas y las terrestres. En las terrestres, por la gran extensión que ocupan los ejércitos y por los accidentes del terreno, se presentan medios de conseguir que alguna partedel ejército contrario se halle lejos y no pueda tomar parte en el punto donde se verifica el choque. Mientras lol! buques se movieron por medio de ve· las, aprovechándose de las ventajas ó desventajas que proporcionaba la dirección del viento, pudo cons-eguirse también lo que prescribe M. Lullier en su libro E88ai sur l' histoire de la factique navaltt (París, 1f::67): hacer que alguna parte de la escua· dra enemiga permaneciese sin acudir á su puesto en el momento decisivo del combate; pero,con lO&barcos movidos por remos en la época antigul\, y con los que mueve el vapor en la época modemaf presentando el mar una superficie llana en que no ~ben ocultaciones ni emboscadas, ,y siendo 'bas, tante reducida la extensión en que se verifica e}¡ combate, todas las combinaciones tácticas, por sao bias que sean, no podrán dejar apartado' del como bate ni un solo buque enemigQ, si el capitán quelo manda sabe cumplir cOn su deber. Aun en I&. época de los barcos de vela, la pérdida de las batallas de Abukir y Trafalgar, el mismo M. Lullier la atribuye, más que Ala pericia marítima de Nel· son, á la ineptitud de sus sdversarios y á la falta, que cometieron, ViIleneuve en la primera, y Du.. manoír en la segunda, permáDeciendo eapectado-· res pasivos del combate, no porque se lo inipidi~ 17 del rey Felipe I1, que aparece eBcrito á <'ontinuación de la carta que le dirigió D. Juan de AUBtria, ·dándóle parte de la batalla de Lepanto; autógrafo que es notable por su incorrección y BU insignificancia. Dice así este autógrafo, cambiando su ortografía -en la que actualmente se usa: 16 1!en las sabias combinaciones de su adverBario, sino por motivoB que ni uno- ni otro caudillo han ' podido explicar Batisfactoriamente. ReBulta, pueB, que M. Juriende la Graviere tiene razóñ; la táctica naval, que puede Bervir para adieB' trar en las maniobras maritimaB á 10B buqueB de guerra, para fijar el orden de marcha de laB eBcuadraB, y aun para determinar los movimientoB pre· paratorios del combate, aBí con la marina de re· mos como con la marina de vapor, cuando llega -el momento del choque queda reducida á un Bolo -principio: todo buque debe combatir del mejor modo que le Bea posible, Bin aguardar órdenes ni "Befiales del navío almirante, que pueden no verse, si las cubre el humo de la pólvora, ó que quizá no puedan hacerse por cualquiera circunBtancia que en aquel navío ocurra-impreviBtamente. Los planos que acompañlm al libro de M. Jurien . de la Graviere dan una idea muy exacta de los va· riOB periodoB en que Be puede conBiderar dividida la batalla de Lepanto. El primero de eBtOB planos eB una copia, ó coincide,.como no podía menOB de suceder, con uno que exiBte en el Archivo de Simancas, y fué publicado por el brigadier de ingenieroB D. JOBé Apadci en BU Oolección de documentos inéditos relativos á l~ célebre batalla de Lepanto (Madrid,-1847). En -este plano Be repreBenta el ordén de batalla que adoptó la armada de la Liga antes de comenzar el <lombate, y aparecen en la primera línea las BeiB ga· leazas que habían de Ber como fuerteB avanzados que-evitaBen el choque rápido dé la eBcuadra oto· mana,-y que deBpués resultó que poca ó ningu· -na influencia ejercieron en el reBultado del como bate. . En ésta Colección de documentos inéditos, formada por erSr. Aparici, se halla la copia de uu autógrafo 1, «Esta carta pueden ver ahí los tres y es bien que se escriban luego con este primero las que aquí -dice; y á mi hermano no será bien escribir luego que procure se armen las más galeras de las que se han tomado que se pudiese, y que se avise.Io que allí se hiciese. - También se eBcriba á D. Juan de Zúñiga que lo que se debe de encaminar para el verano es qne haya muchas galeras y muy buena _gente en ellaB, que lo de caballería y naves Bi no .son algunas para vituallas, es cosa de aire y ocasión para que no se haga nada conforme á la que escri· be su hermano que dice muy bien _en ello, ypor si .€I se hallase en Roma Be le pueda eBcribir una pa.}~bra remitiéndose á lo que se escribe á su hermano y dándole las gracias de todo.• Esta minuta de carta ó de decreto, escrita en los momentos en que el Rey Católico recibía la noticia -del glorioso triunfo de Lepanto, más parece la re' ~oluciónde un covachuelista enfrascado entre expe-' d~enteB adminiBtrativos, que la del jefe de una Na-' ción que pesaba con inmensa peBadumbre en los destinoB del mundo civilizado. Sería interminable eBta carta Bi me 'propuBiera . -decir todo lo que se me ocurre acerca de los otros dOB puntos tratados por el Sr. Blanco en su-estu- ( dio crítico sobre Un historiador francés de la batalla' .de. Lepanto; me limitaré á indicar que creo ha-de-' mostrado plenamente .que D. Álvaro de Bazán al- I II ::;=, 18 canzó más gloria en la batalla de Lepanto que laque le concede M. Jurien de la Graviere. Hasta en uno de los planos que acompañan al libro del historiador francés, se halla consignado el hecho del socorro que prestó el marqués de Santa Cruz á labatalla, ó centro, como hoy se dice, que personalmente dirigía D. Juan de Austria; y es !le extrañar que en el texto no se consigne este hecho que está. plenamente demostrado; porque en la carta ó par· te oficial de la batalla de Lepanto, que ahora se diría, que remitió D..Juan de Austria por medio. del célebre maestre de campo D. Lope de Figueroá, y que ha publicado el brigadier Aparici en la Ca· leCciÓI~ de documentos anteriormente citada, se hallan las palabras que textualmente cito en mi carta titulada: La batalla de Lepanto y la táctica naval, que vió la luz en L.~ ILUSTRACIÓN NACIONAL del 10 de Abril del presente afio de 1888, y que se hallará. al finalizar este prólogo epistolar. Respecto á las, ventajas" que pudieron obtenerse del triunfo de Lepanto, creo, como el Sr. Blanco, que el vicealmirante Jurien de la Graviere no ha demostrado la imposibilidad de que fuesen mayores que las que se consiguieron;, porque no basta decir que la escuadra vencedora quedó malparada, qu'e había falta de'víveres y que la mar se presentaba tempestuosa por la proximidad del invierno; era necesario demostrar lo insuperable de estos obstáculos, y esto no lo hace M. Jurien de la Graviere. Falta de víveres y de municiones, quebrantamiento de las fuerzas vencedoras, dificultades en los medios de comunicación, resistencia que aún pued,en oponer los vencidos; cstas-son discul.. Pl\S Ó razones, según.los casos, con que es hacede.. ro justificar la falta de iniciativa, Ó la imposibilidad material-de completar las victorias, alcanzan-do todas las ventajas qne la e~a~;ólI con~iente. 19 Sería altamente i" ¡"RtO, después de haber' indicado los juicios de 111. J urien de la Gra.viere queme parecen de dudosa exactitud, pa~ar en silencio los graudes sciertos de SIl crítica histórica y las bellezas de estilo que avaloran las páginas de su excelente relato de La gltcrJ'rt de Chip"e y la bata. lla de Lepa'!':to. Es notable la imparcialidad con que escribe el vicealmirante de la Marina francesa. Conoce y admira el mérito de D. Juan de Aus-tria, á quien llama héros charmflnt; y al describir su muerte, dice: ce n'estpas Don Juan ,··est la chet'~lerie meme dont no/.ls venons de ,'cc/.l'eillir la d~,'­ mer soupir. No !ls menos notable lo que dice mono sieur Jurien de la Graviere al ensalzar el valor de la infantería española, de aquellos famosos tercios que en tantas y tantas ocasiones midieron sus armas con los soldados franceses; aunque quizá estas alabanzas no sean de todo punto desinteresad~p, porque, recordando á Rocroy, quiera que tambJéu- se recuerde, ,Que tanto el vencedor es más honrado Cuanto más el vencido es reputado.. ' l' ]\[. Jurien (~e la Graviere llega á confessr que er rey de. FranCIa, Carlos LX, siguiendo los consejos, del ObISPO de Dax, no hnbiera vacilado en formar una alianza con el Gran Turco, si por este medio. cr~)'era que se podía conseguir la humillación y la rnlna del poderío espaliol, que parecía acrecp.ntarse con la gloria alcanzada por D. Juan de Austria en el triunfo de Lepanto. Es poco frecuente que el amor á la verdad se so. breponga á los ciegos impulsos del patriotismo'. y el I~istoriador que no cede á las vulgares preo~u­ paClOnes de E:S~ mal enteudido patriotismo, como lo hace 111. J urJen de la Graviere, es merecedor de. grandes, de grandís:mas alabanzas. • 20 No ha muchos años, en 1862, se publicó en Florencia un libro escrito por el P. Alberto Guglielmotti, que se titula: MaJ-cantml'io Colonna alla bataglia di Lepanto; libro en q ne se pretendía demostrar que la política de España había consistido en tratar de aprovecharse de los triunfos de la Liga cristiana en beneficio exclusivamente suyo, y que Marco Antonio Cúlonna era el p"imc,' homb,-e de 8"l' siglo; y aunque nuestrQ erudito amigJ D. Miguel Sánchez ya refutó victoriosamente tan descabelladas aseveraciones en su notable estudio crítico Felipe II y la Liga de 1571 cm¡(m el T~".co (Madrid 1868), esta refutación podrÍ>\ calificarse de interesada atendiendo á la patria de su autor; pero no cabrá oponer tal reparo al vicealmirante francés que f'n su historia de La guerra de Chipre y la batalla de Lepanto ha puesto en punto de evidencia que se equivoca mucho el P. Guglielmotti cuando afirma que al juzgar la política de los venecianos y la de España, en lo concerniente á la Liga contra el Turco, potrá la storia decide,-e in favore dei p,imi, y que nO se equivoca lllenos al suponer que Marco Antonio Colonná ocupa el primer puesto cutre los claros varones que florecieron en el siglo XVI. Es curioso que el mérito de Marco Antonio 00lonnaconsiderado como General, haya sido proclamado por un sacerdote, el P. Alberto Guglielrnott4 Provincial de la Orden de Santo Domingo en Roma, y puesto en duda por otro sacerdote, el padre Sánchez, tan conocido por sus defensas de las doc' trinas católicas en las discnsiones del Ateneo de Madrid. Vea el Sr. Blanco cómo abundan los ejemplos de escritores nO militares de profesión, y que sin embargo se ocupan de asuntos de milicia, no s610 en su parte hist6rica, sino también en sn parte doctrinal, como lo han becho los presbíteros 2l - Guglielmotti y Sánchez al discutir sobre la valía militar de Marco Antonio Colon Da. No dejaré la pluma sin decir algunas palabras y considérese esto como una.digresión-acerca de _ciertas calificaciones que suelen usar los extran jeros al ocuparse de nuestros grandes car.itanes de los siglos XVI y XVII, á quienes siempre censuran por crueles, cuando no por monstruos de inhumanidad. De nuestro D. Alvaro de Bazán dice :\!. Forneron, en su tan celebrada Histofia de Felipe II, que era altivo y cruel, que mandaba degollar á sang"efría á los prisioneros y que tenia el alma de los bárbaros conquistlldo1"Cs de Amé1"ica; pero en el mismo libro donde se muerde COn apasionada crítica en la reputa.cióq del primer marqués de Sauta Crnz, se halla la triaca para curar esta mor· dedura; que si cruel rué el ,-encedor de los frauce· ses en las Azores rnaudando degollar 6 ahorcar á los prisioneros que podían ser considerados como piratas, mayor crueldad filé la de los ingleses, que cuando el desastre de la armada Invencible, según nos cuenta el mismo M. Forneron, degollaron á miles de náufragos que buscaban refugio en las costas de Irlanda, y añade' <que se había tenido buen cuidado de desnudar á los moribun(los antes de'matarlos, para no ensangrentar sus vestidos, ya estropeados por las aguas del mar (1).. Afirma M. Forneron que todos los capitanes ingleses que hacían prisioneros á los náufragos de la In vencible .sin concertarse entre sí, estaban uná- . ' . (1) La gl'andisima. responsabilidad (1110 corresponde á Felipe II en la ruina l1e nuestro 1):>c1cl' marítimo, c3tá })lCIHl.mcnte tlcm3strada. en el libro La Armada In'Vencible: del capitán tIc navio D. CC3áreo }"'ernán<1cz Duro, yen la. n')uble histJria. militar" eh Esp:ui~ del tcaiente de infantería. D. Franciico Barado, .que se titula.: Museo JEilitar, obra aüu no tan estimada como en jUitlcia Jl12reCe serlo. 22 nimes en la opinión de -qne no había que emplear más que un método con aquellos aventureros, y es pasarlos todos al filo de la espada_" Esta unauimidad de los capitanes ingleses. para matar á sangre fría, como dice M. Forneron, á indefensos náufragos, que Han á la vez soldados que hacían la guerra por orden del Goflierno de su patr:a, cir·cunstancia de que cl!recían los franceses vencidos -en las Azores, demuestra hasta qué punto la ·crueldad de que se moteja á D_ Alvaro de Bazán no era mayor que la que consentía la dureza de los caracteres y de las prácticas militares de la época en que vi vio)_ Aún más_ En las páginas de la bistoria de La guerra de CMpre y la batalla de Lepanto, de monsieur Jurien de la Graviere, se refiere que Próspe·ro Colon na, hijo de Marco Antonio, asesinó con premeditación y alevosía al coronel de las tropas venecianas, Pompeyo da CasteJ]o, hecbo que se verificó á la faz del día y fué presenciado por mu.cbas personas; y si bien en los primeros momentos Próspero Colonna se vió obligado á buir para salvarse del enojo de los venecianos, poco tiempo después, en'1573, acompañó á D. Juan' de Austria ·en su expedición á Túnez, sirvió luego á las órdenes del duque de Alba en 1a gnerra de Portugal, llegó á ser general de infantería, y se retiró á pa. ,sar tranquilamente, como propietario rural, los úl· timos afios de su vida. Este becho demuestra la dureza de las costumbres públicas en el siglo XVI, y por ende la injusticia con que se acrimina á los ·caudillos espafioles de aqnella época, que no eran ni más ni menos crueles que los capitanes ingleses ·que mandaban en las costas de Irlanda cuando .arribaron los buques náufragos de la armada invencible, ó que el bijo de Marco Antonio Colonna. cuando asesinaba á su enemigo Castello, alcanzan· 23 ~o la impunidad de su delito, y hasta la disculpa de un .historiador, el monje Sereno, que entiende, como observa M. Jurien de la Graviere, que el perdón de las injurias no es propio de caballeros. .Tales eran las costumbres de la épOCI;L, afiade M. J u.rien de la Graviere; el puñal, sin que na.-die se escandalizase mucbo, era eficaz auxilio de la espada. > Todos estos becbos ban de tenerse en la memoria para rebajar en justa medida las acusaciones de crueldad con que se pretende manchar los laureles que adquirieron en beroicas luchas los ·conquistadores de América y los caudillos espalioles de los siglos XVI y XVII. Basta de digresión ·en prosa, y para amenizar en lo posible estos apuntes históricos, copiaré aquí, por via de digresión E'n verso, un soneto de mi amigo Manuel del Pala. cio, escrito con ocasión del Centenario de D. Ál varo de Bazán=--otro argumento en pro de la realización de dicho Centenario, que puede recoger el se· i'ior Blanco-que vió la: luz pública en el número de La Ilustración ibérica correspondiente al ) 8 de Febrero del presente año de 18.:l8. Dice así el buen 'poeta Manuel del Palacio, recordando la gloria del Jlrjm~r marqués de Santa Cruz: Túnez lE: vió conquistador osado, De laqreles cubriendo sus banderas; y en Malta, y el PeMn, y las Terceras Ejemplo fué del procer y el soldado. ' Al ambicioso Turco no domado, 'Terror dieron sus ínclitas galeras, y aún le cantan endecbas lastimeras Las olas del Corintio ensangrentado. Ya que, aunque tarde para bonrar su gloria, 'Turbamos el reposo de la muerte, Viva desde boy eterna su memoria; Pero en justo tributo al varón fuerte, -Comparando la suya á nuestra historia, Boguemos al Señor que no despierte. 24 He referido, mis buenos amigos, el origen de la colección de cartas que formarán el folleto á queésta sirve de prólogo; folleto que se titulará D. Al· varo de Bazán y el almirante Jurien de la Gravie"e;' porque en estos dos nombres se presenta, como en cifra, In idea que en todas sus páginas se persigue; rendir un tributo de aplauso, siquiera sea débil, á. la memoria del héroe de Navarino, y al primer bis·· toriador técnico de la batalla de Lepanto. Sólo me resta explicar un punto que quedó peno. diente en el comienzo de esta carta. He querido-·reunir los nombres de D. Fernando de Gabriel D. Ramón Aufión, D.-Ramiro Blanco y el mío e~ ·un papel impreso, como se decía á principios de este siglo, por la razón que indiqué al empezar ·esta carta, y por Qtra que ustedes saben y yo noignoro, pero que por ahora callo, diciendo con BaltRaar de Alcázar, aun cuando ni sean las once de· la noche, ni y(} acabe de cena 1', ni tenga suefio; Las onee dan, yo me due,.,no; Quédese pa.-a mañana. Aprovecha esta ocasión par:a repetirse de ustedes amigo afectísimo y compañero, aunque humil· de, en letras' y Mmas, Lt:lS VIDART. lladri~ 26 de lIlayo de 1888. La batalla de Lep~,nto y la táctica naval. S". D. Ramiro Blanco. Por ley de cortesía, mi estimado amigo, me creo.obligado á contestar á la carta que me ha escrito con fecha 2() del recién pasado mes de Marzo, y que ha visto la luz pública en el núm.' 9 de LA ILus· ''I'll.-I.CIÓN NACIOKAL del prese:J.te afio. Comenzaré felicitándome de que halle usted acertadas las ideas que en mi artículo expuse acerca de la natural explicación que tiene el que la estatua del pri. mero de nuestros marinos de guerra se alce en' el centro de la Plaza de la Villa de Madrid; y aprovecho la oportunidad que ahora se me presenta para dar las gracias al Sr. Fernández Bremón, por los ca· lificativos con que me honró en su Crónica de La. ilustración Española y Americana del día 8 de Fe· brero del corriente afio, al dar cuenta del debate ,en que se aprobó la idea de levantar una estatua á D. Álvaro de Bazán, como tributo á su gloria y re· cuerdo de la celebración del tercer centenario de .'Sll muerte. 'l ahora, Imitando lo que usted dice en su carta, .escribiré yo, que aquí no empieza mi disentimiento con usted, sino que continúa la conformidad .de 26 :<1 nuestras ideas; puesto que si D. Hermenegildo Giner'de los Ríos intituló el artículo, origen de esta -correspondencia epistolar, Sin Centenario; y si yo -en mi contestación hablé de un semifracasado Centenario, retiro la palabra, como f e dice en lenguaje parlamentario, acepto como incontestablelj los 1'0"Zonamientos que usted hace, y confieso que se ha -celebrado el Centenario de D "\lvaro de Bazán, aunque un poco disminuído por razones ó sinrazones que no es del caso averiguar. Quedando usted triunfante en la cuestión del -calificativo que ha de aplicarse á lo acontecido en ·el Centenario del primer marqués de Santa Cruz, natural es que yo procure tomar la t'evancha, como dicen nuestros vecinos los franceses, y ocasión se me presenta de hacerlo así, recordando la parte de la biografía de D. Álvaro de Bazán en que usted se -ocupó de táctica naval y de la batalla de Lepanto, y comparando sus apreciaciones con los juicios <:Iue emite acerca de estos mismos asuntos el vice· .almirante Jurien de la Graviere en el libro que acaba de publicar, titulado: La guerra de Chip"e y la batalla de Lepanto (1). En una noticia bibliográfica de este libro que yo recientemente he redactado, me ha parecido oportuno Uam,ar la atención sobre la novedad (al menos para mí la tienen) de algunos de los juicios que emite M. Jurien de la Graviere, y puesto qye con motivo de la celebración del Centenario de D.. Á1varo de Bazán, se ha abierto un certamen en <:Iue se premiarán las mejores biografías que se presenten de aquel insigne caudillo, siendo condi. ción precisa que sus campañas marítímas se juz. gueu con arreglo á los principios técnicos de la táctica naval, bueno es Babel' que el vi('ealmiran.le Jurien'de la üraviere, en la pág. 111 del tomo segundo de su historia de La 9r.rerra de Chip"e y la batalla de Lepanto, añrma, sin ningún rodeo, que seria un loco de ata,' quien creyese lwy que porl"ian (J) Consta esta obra de dos yolúmenes 6n S.o, y su'porla.. -da (lice.l\8í:. La guerre d·. Ohypreet la batail!e iU Lépan- te, par le vice-anii'ral Jurien de la l1ra'Viére, m.mbre de l' Ih:8titut. Ouvrage aconlpa,gné de qUfJtorze cartea et plana. París, 1888. renOVU1'se combates como los de Abuki>' y T"ojalgar; porque en las jutttras gUC1'ras se combati"á contra tIlilchedumb"es, se combati,'(Í-cOlno en 8rLlarnina y m Lepanto. Aliado de esta afirmación dc M. Jurien de la Graviere se balla otra no menos importante, la de que la infantería espaliola embarcada, no sólo en las galeras de su patria, sino también en las galeras venecianas, que lanta gloria alcanzaron en la bal.alla de Lepanto, fué uno de los más poderosos medios que empleó D. Juan de Anstria para conse· guir él triunfo de las armas cristianas; puesto que, á juicio del vicealmirante francés, <nada 'hubiera p.odido evitar la victoria de los turcos más que la solidité (dejo sin traducir la palabra) de los soldados esp.afioles. > Después 'de leer todo lo que dice M. Jurien de la, Graviere en su estudio estratégico y táctico de la batalla de Lepanto, se recuerda lo que escribió acerca de este mismo a~unto el o.Qcial de la marina francesa M. Lollier, en su Ensayo sobre la historia de la táctica naval, cuando,' consi· derándola como una de tantas batallas de la antigüedad, creyó-que no ~erecía estudiarse nada de lo que en ella aconteció, porque no tenía ninguna aplicación posi,ble en los combates de las escuadras modernas. M. Lullier se manifiesta partidario de las que podrían llamarse sabias combinaciones tácticas; y M. J urien de la Graviere. casi ('ue,de decirs~ que reduce la táctica del combate naval á un prin· cipio que enunció el desgmcisl]o caudjllo de Tra, 28 falgar, Yilleneuve, diciendo: «Todo barco .que durante el combate no está en fuego, no cumple con su obligación, > . En I~ ]Jarte que usted consagra en su biogmfia de D. Alvaro de Bazán á exponer algnnas ideas sobre táctic3 naval, se inclina ustcd á considerar verdadera la opinión de M, Lullier, y no la del vicealmirante Jurien de la Graviere; y como la autoridad de este tratadista de arte marítimo.mili. tar me parece superior á la del autor citado primero, es muy de temer que las indicaciones de usted resulten destituídas de fundamento. y si graudes son las diferelllCias que existen res. pecto al juicio de lo gue ha sido y ba de ser la tác. tic" naval entre el vicealmirante Jurien de la Gra. Yiere y su compatriota el oficial de marina 1\1. Lu11 ier, con quien usted se halla de aouerdo, no son menores las que s'e pueden notal' entre la descripción que hacen de la batalla de Lepanto los historiadores españoles, á los que usted sigue, y la que prE'sen ta el autor del libro de que ahora estoy tra. tando. 1 A juicio de 1\1. Jurien de la Gravfere la victoria L . ' epanto ~ué debIda á las dotes de mando' yal '~e sl1lgular arroJo de D. Juaa de Austria, á la sol-idez de la infantería espafíola que se bailaba á bordo <l.e .Ios buques de la escuadra de la Liga, y á la pe. nCla y valor de los marinos venecianos. En el cua. dro de la batalla de Lepanto que ha bosquejado en Sil J¡b:o el ilustre vicealmirante francés, desaparece casI por completo la figura del primer marqués de Santa Cruz, que tan preeminente lugar ocuJ:l8 en I~s relatos de aquel glorioso triunfo que mayor crédlto alcanzan en nuestra historia nacional. Aquí, si usted se equivocase, le acompañarían'en su error escritores tan discretos como D. Cayetano Rosell, laureado en público certamen, y D. Eduar- 2!J do de Navascués, que en su libro CQ1'onas heráldicas, /-iricas y épicas en loOl' de D. Ahara de Bazán, sostiene, COLDO usted hace·al tratar de la batalla de Lepanto, que el primer marqués de Santa Cruz tuvO gran parte en la victoria de las armas cristianas; y así parece confirmarlo Ins palabras que cila ~l Sr. Navascués, copiándolas de la Relación de lo que hizo la aj-rnada de la Liga cristiana desde 30 de Septientb~'e de 1571 hasta ella de Octub~'e después de la victoria; palabras que textualmente dicen así: .El marqués de Santa Cruz socorrió al cuerno diestro (1) con valentía, como lo hizo antes á la Real de S. M" que cllando estaba más ap~'etada de !tna galej'a capitana de tlI~'cos, se lJuso delante de ésta y no la dejó hasta que la entró y la degolló la gente, bao biendo quedado herida mucha de su galera y he· rido el marqués de dos arcabuzazos, de que le de· fendió la rodela,» Propicia ocasión se pI'esenta ahora para que los concurrentes al certamen abierto por la Comisión permanente del Centenario de D. .Alvaro de Bazán dilucideu las cuestiones que se refieren á la aplicación que aún puedan tener I,)s principios de táctica naval que se emplearon en la batalla de Lepanto, y á la parte mayor Ó Dlenor que tuvo en el feliz resultado de dicha batalla el primer marqués de Santa Cruz, que, como es sabido, ejercía el importante mando del socorro, Ó sea, como diríamos aho· ra, de la división de reserva. Otro punto de disentimiento se nota enlre lo que dice el escritor francés acerca de la imposibilidad (1) Ou,e'ntO diest?"o y cueTlIO si'nieBt}"O es lo I}ue hoy se Unma, re3pcctlvamcnte, ala derecha y ata izquierda. Batalla era el nombre que tenía lo que actualmente se llilllla, centro'. En Lepanto D. Juan (le Austria lllan<l'1ba la bntalla, el veneciano Agustín Barbarigo J el euemo izquierdo, y el feUl1080 Jilan Andrea Doda., el cuernO derecho. , 3) de obtener mayores ventajas de las que se obtuvieron después de la victoria de Lepanto y las pa· labras qne usted atribuye, no sé yo con qué fundamento, ,á D. ¡lvaro de Bazán, en que se indica una opinión diametralmente con traria. Resulta, pues, de todo lo expuesto, que su 1iogragrafía del primer marqués de Santa Cruz está en des· acuerdo con la autorizada opinión del vicealmiran· te !l1. J urien de la Graviere en tres puntos de sUllla importañcia, á saber: la aplicación de lú autigua táctica naval á los ("ombates de la marina moderna; la participación de D. Álvaro de Bazán en la batalla de Lepauto; y las ventajas que debieran haberse alcanzado con el triunfo de la escuadra de la Liga cristiana. Supongo que usted mantendrá sus opiniones frente á las de 1\-1. J urien de la Gra· viere con mayor energía que la que yo he cm· pleado en defender 'mi calificación de semif1"aca· sado, aplicada al centenario de D. Álvaro de Bazán; y como adversario leal creo que tendrá que )'econocer que el. libro La gue1-ra de Chipre y la batrllla de Lepanto está escrito con tanta impar. cialidad en sus juicios como elegante concisión en su forma literaria.. Estoy seguro de que, dejando á un lado aquellos puntos en que su criterio no está de acuerdo con las apreciaciones del ilustre marino francés, la lectura de su obra le ha de ser por extremo agradable. Es de sentir que un narrador tan elegante y un crítico tan perspicaz, como es sin duda alguna el vicealmirante Jurien de la Graviere, no haya consultado los documentos referentes á la batalla de Lepanto que se hallan en nues· tro archivo de Simancas, y en el de la casa del marqués de Santa Cruz; porque si así 10 hubiera hecho, es seguro que en Sil relato de aquel memo· rabIe acontecimiento aparecería c<,n todo el esplendor que merece la gran figura histórica y casi 31 legendaria del venturoso y jamás vencido capitán, del rayo de la guerra y padre de los soldados; en suma, del illsigne marino D. Alvaro de Bazán. Pero si nuestro D. AIvaro no alcanza el lugarque le correspondía por derecho propio en las pá. ginas del libro de 1\1. J urien de la Graviere, como compensación de esta falta, en esas mismas pági· nas parece que resuena un cántico de entusiasmo en loor de D. Juan de Austria y de las antiguas. glorias de España; de esas antiguas glorias que los españoles olvidamos ó desconocemos, cuando no las menospreciamos en nombre de absurdos ideaIismoe. Antes de concluir esta carta, que amenaza romper los límites de la conveniente brevedad, he decon6ignar aquí un recuerdo á la proposición queusted hizo, en una reunión de la Junta directiva del Centenario de D. Alvaro de Bazán, para qne se· ~ diese el nombre de calle del Marqués de Santa Cruz to~ á una vía pública de :Madrid y á otra de Granada;. proposición qne fué aprobada por la Junta, y se t.;;;;acordó hacer la necesaria petición á los Ayunta· IIÍientos de la villa y ciudad citadas, que eran loeque podían llevar á cabo lo propuesto por usted. Sin embargo de todos estos satisfactorios resultados de su iniciativa personal, parece que su pro· posición, menos afortunada que la que hizo nues~ro amigo el Sr. De Gabriel para que á un crucero se le diese el nombre de Bazán, ha quedado olvi· dada por completo; olvido que servirá de satisfacción al célebre Dr. Thebussem, acérrimo enemigo· de todo cambio en la nomenclatura callejera, pero olvido lamentable en la ocasión presente, porque el daño no está en que se varíe el nombre de lascalles, sino en que estas vÚiaciones se hagan para satisfacer il}justificadas vanidades, y no para popularizar el nombrol de algún espatlol ilustre, cu- f;t¡ 32 yos altos merecimientos han alcanzado ya la consagración de la Historia. Los contemporáneos ilustres es conveniente que no den su nombre á las eallcs, porque es posible que, andando el tiempo, algunos de ellos se transformen en desconocidos no ilustt-es Ó -en cosa mucho peor, si se recuerdan sus hechos. . He puesto por1título á esta carta: La batalla de Lepanto y la táctica naval, para dar :i enteuder que de los asuntos en ella tratados, el más importante -es la comparación entre lo que dice el vicealmirante Jurien de la Graviere respecto á las enseñanzas tácticas que pueden deducirse del estudio de la batalla de Lepanto, y las opiniones que acerca de este mismo punto corr:an hasta ahora como valederas; opiniones que son las mismas que usted ha in-di· cado brevemente en su biografía de D. Álvaro de' Bazán publicada durante los meses de Julio, Agoe-, to y Septiembre del pasado afio de 18B7, en las co-. l.umnas de I,A ILUSTRACIÓN NACIONAL. Limitándome yo á llamar la atención sobre el juicio que emite acerca de la tác~ica naval de la época.en que se verificó la batalla de Lepanto el. ,:icealmirante Jnrien de la GraviilI'e, he hecho todo cuanto está en mi mano para contl'Íbuil' al escla· recimiento de la cuestión anteriOl'mente enuncia·. da; y así esta contestación á su carta puede justill" -e,arse por la bondad del propósito q\le la ha dictado., si no fuera suficiente el motivo que expuse en au comienzo. • Siempre de usted afectísimo amigo, LUIS VIOAllT. ~Ia<¡rid 1.0 de Abril de 1888. Un historiador francés PE LA BATALLA DE LEPANTO 1 Sr. D. Luis Vidart. Mi distinguido amigo: La carta con que, bajo el -epígrafe de La batalla de '.Lepanto y la táctica naval, .quiso usted honrarme y sorprenderme, y que ha visto la luz pública eJl L\ ILUSTKACIÓN NACIONU, 'me demuestra ya, sin género de duda, el empeño ..que tiene en que 'yo ingrese en el grupo que usted -califica de escritores miljtares de la .clase de paisa· 'nos; intención nobilísima y muy de agradecer,' tIJero que me pone en terrible aprieto cada vez que ,me aventuro en ese para mí casi inexplorado campo de los estudios militares, y en el más dificulto>80 aún de la táctica naval. Confesar ahora que ni por asómo he abrigado el pensamiento, al emprender la espinosa tarea de -trazar estas líneas, de argumentar en contra de la .autorizada opinión que acerca del combate naval ·de Lepanto emite en su últinIo y notabilísimo librO" M. Jnrien de la Graviere, seria impertinente. .Trátase de un ilustre viceaImirante,cuya profe· ..sión, dotes de talento y amor al estudio le han granjeado notoria y justa fama de tratadista mili"tar é historiador concienzudo: pero sí me será per- . s 34 mitido apuntar algunas omisiones que acerca de nuestro D. Álvaro de Bazán se observan en la obra de M. Jurien de la Graviere, titulada La guerra de Chipre y la batalla íle Lepanto, y aun me atreveré á emitir mi humilde opinión, no del todo acorde con la del historiador francés en ciertos pun tOllo .bien entendido que no he de traspasar los prudentes límites que me impone mi escasez de conocimientos en la ciencia naval. Dice usted en su bien esctita carta, refiriéndose á la biografía del primer marqués de Santa Cruz, . que publiqué en LA ILUSTRACIÓ:S- NACIONAL el añopasado, que el vicealmirante M. Jurien de la Gra-' viere está en desacuerdo en tres puntos de suma importancia con lo expuesto por mí en aquel modesto estudio biográfico, á sabe,r: «la aplicación de la antigua táctica naval á los combates. de la man· . na moderna, la participación de D. Ah'aro en la batalla de Lepanto, y las ventajas que debieran haberse alcanzado con el triunfo de la escuadra de la Liga cristiana.~ Estos tres puntos deben ser resueltos cada unO' según su fisonomía propia, digámoslo as~; el ~ri­ ro es puramente teórico, el segundo lo es hIstÓrICO, y el tercero de aprjlCiación, dadas las circunstan-, cías especiales en que se realizó aquel memorab~e­ combate naval, tan glorioso para las armas CrIStianas. . . Comenzaré, mi buen amigo, por el que se refiere al heroico marquét de 'Santa· Cruz, apenas nomo bndo en la obra de M. Jurien de la GravIere, que' lleva por título La guerra de Chipre y la batalla' . de Lepanto; y aumiue reconozco sinceramente q~e una de las condiciones que avaloran este trabaJO hist-6ricO'crítico Y la niás estimable sin duda" es' la imparcialidad con que ha sido escrito, no d~jaré- . por eso de lamentanne, con usted, de que su ilus- 3" f trado autor haya apenas consultado multitud de .Iocumentos hist-6ricos que en los archivos y bib'liotecas de nuestra patria se conservan para atestiguar perennemente que el primer marqués de Santa Cruz, D. Álvaro de Bazán, hizo algo más en la batalla de Lepanto que acudir, casi á la par que D. JUHn de Austria, en defensa de Doria, comprometido por incalificable torpeza en apurado trance con el jefe del cuerno izquierdo de la armada otomana, Uluch-Alí. Si el mismo M. Jurien de la Graviere afirma que, una vez hecho general el combate, fué punto me· nos que imposible, para los que en él pelearon, abarcar el conjunto, ni ver poco más allá del círculo en que cada cnal comb'atía, tal flié la con. fnsión, tal la mezcolanza, tal el caos que se produjo entre la espesísima humareda ocasionada por Jos disparos de las piezas de' artillería, mosquetes y arcabucesl el choque de unas galeras con otras al aferrarse y venir al abordaje, la nube de flechas que al clavarse en los cascos de las naves les daba el aspecto de' mcmst,'UOS08 erizos, los gritos de los combatientes, etc., ¿por qué tomó como pauta para su relación la de Sereno, testigo presencial, es verdad, pero que sólo pudo apreciar de la bao talla aquellos detalles en c]l1e él lomó parte, y que por su nacionalidad itaUana cargó sin -duda el peso de los elogios á favor de su patria? M. Jurien de la Graviere sólo nombra, que yo recuerde. un solo historiador espaiiol, el Sr. D. Ca· yetano Rosell; pero aunque este ilustrado escritor merece toda consideración por su talen to y labo· ¡'i08idad, cuando se trata de disquisiciones hist-6ricas toda legítima autoridad desaparece ante la de los escritores contemporáneos del suceso histórico objeto de estudio. Con todo, M. -J urien de la G.raviere no debió deI 36 37 jar en el tintero, al ocuparse de D. Álvaro de Ba· zán, algunos párrafos bien elocuentes del sefior Rosell en su Historia del combate naval de Lepan/o. En uno de ellos dice: .Acosaban los enemigos á nuestra Real y la tenían ya puesta en terrible apu· ro, cuando el heroico marqués,de Santa Cruz, que no la perdía de vista, arrancando contra una de genízaros que se allegaba á su popa, la deshizo con su artillería; y aferrándose con otra pasó la gente á cuchillo, perdiendo alguna, y recibió dos balazos uno en la rodela del acero y en la escarcela el otr~, bien que sin lastimarle. A su lado cayó herido de muerte el capitán Rutia; pero pasó adelante arrasándolo todo; rindió otras dos galeras, y con la rapidez de un tOrbellino se arrojó. á la derecha de la batalla. > Pueden cil.lm!e además,entre nuestros modernos historíadores, á D. Modesto Lafuente, D. Evaristo San Miguel, D. Cesáreo Fernández Dnro, D. Martín Fernández de Navarrete y otros muchos que pudiéramos nombrar, cuyas apreciaciones confirman en un todo lo dicho por el Sr. Rosell; pero ~eservo el limitado espacio de que puedo disponer en esta carta para poner de manifiesto el testimonio de algunos historiadores del siglo XVI, acerca del auxilio que D. Álvaro de Bazán prestó al Ge· neralísimo de la armada de la Liga, auxilio que quizás evitó un yerdadero conflicto á los cristianos. Dice Luis Cabrera de Córdoba en su Historia de Felipe 11.(1): .Por tener la galera de D. Juan COI" tado el espolón y ser la turca más alta, entró y cal" gó mucho sobre ella, levantando la popa, descubriendo la plaza de armas de AH la mosquetería y arcabucería espafiola, y como á caballero tiraba con mortandad de los ~enízaros. D. Álvaro de Ba· zán, atento al conflicto, vió que Alí tenía siete galeras de refuerzo, y D. Juan dos solamente; acercóse con su escuadra, dió ruciada con muerte de muchos turcos, metió doscientos espalioles en la Real, y volvió á su posta.> Jerónimo Corte-Real, caballero portugués, eir un curioso poema que fué impreso en Lisbon en el afio de 1578 (1), cuyos versos, por ser muy malos, me permito traducir á prosa, dice así en el canto dieimo/ereio: «En medio del furor de aquella horrible batalla, dos galeras atestadas de valientes genízaros vienen á embestir la Real, cO!1fiando rendirla con aquel impetuoso encuentro; pero el fuerte Bazán, anteponiéndose al peligro, boga á toda fu· ria, convirtiendo el agua, al ser cortada por la proa y remos, en vellones de nieve; llega, entra por la popa real, aférrase con la galera enemiga que viene un poco adelantada, recíbense con furor, Bazán maltrata á los genízaros con la tajante espada, revuelve el fuerté brazo, etc. Rinde dos galerap, y el capitán Rutia, mal herido por dos al'cabuzazos, .muere á su lado. > Podría también citar las octavas reales que Ercilla dedica en su AI'UI¿cana (2) al heroico D. Álvaro de Bazán, refiriéndose al socorro que éste prestó á D. Juan de Austria; el documento oficial que usted menciona en su carta (3), en el cual se lee que .el marqués de Santa Cruz socorrió á la Real de S. M., cuando estaba más apretada de una galera capitana de turcos... ;> las frases de Lope de .- -- (1) Titulase: l'eUcisima victmoia concellida del cielo al Sr. D. Juan de Austria en el golfO de Lepanto d la lJodeTosa AT'nJ.ada Oto'mana. (2) Parte segunda-, Oanto XXIV. (3) (1) Tomo 11, pág.1U. Relación de lo que hizo la m"mada de la Liga desde el.10 de Septiembre de 1671 haBta el 10 d~ Octl.b,·e dupuéB (le la ViCt01"ia.. 38 Vega que, ensalzando'con justicia los aftos mere· cimiento de D. Juan de Austria, afiade luego que ninguno eclipsó la fama del'milagroso defensor de Stt divino titulo, refiriéndose al marqués de Santa Cruz; y,en 'fin, si tiempo y espacio me quedaran para ello, no me sería difícil aducir nuevos argumentos y ci· tas no menos autorizadas, para probar que D. Ál· varo de Baián, en el combate de Lepanto, fué en verdad -el"ayo de la glwrra, como le apellida Cervantes, y el que en no pocas ocasiones decidió la victoria á favor'de-la armada de la Liga; sin su oportuno auxilio, vuelvo á repetirlo, quizás aquel memorable triunfo no hubiera sido tan completo. Pero estas consideraciones debo dejarlas á quienes con más autoridad que yo puedan emitirlas. Creo haber señalado, aunque á la ligera, las omi· siones que con respecto á nuestro D. Álvaro se no· tan en el último libro de M. Jurien de la Graviere, y en mi próxima carta diré algo acerca del terce· ro de los puntos controvertibles que usted me hizo el honor de señalar en la suya. Siempré de usted sincero'amigo Q, B. S. M., RAMIRO BL~NCO. Madrid Ll de Abril iLe 1888,. I Il 8.·. D. Luis Vida..t. Mi respetable y querido amigo: En los Apuntes biográficos que acerca del primer marqués de Santa Cruz publiqué en LA ILUSTRACIÓN NACIONAL duo rante los Illolse, de Julio, Agosto y Sept-iembre del año pasado, terminaba el artículo en que había di· señado á la ligera la' batalla de Lepanto, con el si· guiente párrafo: cEs opinión general que tan memorable, triunfl) \ J 39 se aprovechó, como era de esperar, una vez ~estruída la armada. turca.• y más adelante citaba, á propósito de aquella breve consideración, una carta de D. Alvaro de B.a· .zán, dirigida á un personaje de la Corte española, carta que fué escrita á raíz de aquella inolvidable victoria, en laque'afirmaba «que silas naciones coli· gadas no sabían aprovecharse con urgencia de la victoria conseguida, destruyendo en .sus mismos puertos las galeras turcas que quedaban, era seguro que el poderoso imperio otomano repararía .en breve tiempo la-derrota sufrida, sobrándole ele· mentos para ello, y se volvería á hallar en ventajosas condiciones para hacerse de nuevo temible á la armada cristiana.» . y este es otro de los puntos, amigo D. Luis, en· que parece ser que no estoy de acuerdo con el vicealmirante M. Jurien de la Graviere, que en su última obra La guel'ra de Ohipre y la batalla de Le· panto opina que la Liga, al quedar victoriosa en el desde entoncescelebérlimo .golfo de Lepanto, consiguió todas las ventajas que eran posibles al realizar aquel memorable hecho de armas; y si· guiendo siempre el dictamen de Sereno, copia un .párrafo .del piadoso benedictino en el que dice <qu,e los más ignorantes eran los que con más furor cri· ticaban la inercia de los de la Liga, que si hubie· .ran visto en qué estado quedaron las naves después del combate, si hubjeran participado de las inquietudes de los que tuvieron que conducir á Mesina sus maltrechos navíos, si hubieran sufrido -el hambre que se hizo sentir en la flota hasta el momento de arribar á Corfú, hubieran comprendi_ -do que la mar -no tiene miramientos para los vencedores, y seguramente que juzgarían con menos ligereza la conducta de tantos capitanee expertos y valerosos,> !lO 40 Cuestión ha sido ésta muy debatida, y valiosos argumentos han presentado los secuaces de uno y otro bando, y esta misma circunstancia hace creer lógicamente que si los hechos en que funda so, opinión M. J urien de la Graviere fueran de tal modoevidentes, como los presenta el historiador Sereno,. no hubieran dado lugar á tanta y tan empefiada. controversia. Claro es que no se pudo alcanzar, sin lamentables pérdidas para la armada cristiana, triunfo ta~ memorable como el de Lepanto. Pocas veces regis· tra la Historia hechos de armas en que el victo·rioso haya salido ileso del combate, y aun podréafiadir que algunas veces el vencedor ha salidopeor librado que el vencido. No sucedió, por cier· to, esto último en el combate naval de Lepanto, y será bueno reCordar que, según los cálculos másverosímiles, los musulmanes tuvieron 25.000 hombres muertos y 5.000 prisioneros, con proporcionado número de heridos, recobrando la libertad 12.000cautivos encadenados al remo. En cambio, las pér· didas de los aliados fueron comparativamente poco. numerosas, y no llegaron á ¡<.OOO hombres, entreellos 2.000 españoles, 800 romanos y los demás ve· necianos, lo cual se explica (como dice M. Jurien de la Graviere) por la superioridad en las armas. de fuego, sin servirse de arcos ni ilechas, y por la. defensa que les proporcionaba la férrea armadura y las rodelas. cA la armada mahometana, dice IlD historiadorespañol (l), podia considerársela como destruida;. de 2~0 galeras que habían tomado parte en la ac· .ción, 40, á lo más, lograron escaparse; 130 fueron, apresadas y repartidas entre los vencedores, y las. (1) D. Víctor Gebbardt: Historia o.n.ral .di 'u. ItlitiaB, tomo V, pág. 303. a. E8palla 1/1 .41 demás, echadas á pique ó quemadas, fueron presR de lad olas. Los aliados, por el contrario, sólo pero "Ciieron 15 galeras, aunque sin duda fueron en ma· yor número las que sufrieron averías. A bordo de las naves turcas hp.llóse inmenso botín de oro, jo· yas y brocado, y dícese que la galera capitana con. tenía la considerable suma de 70000 cequíes de oro.' Habiendo, pues, quedado tan entera la ilota de la Liga, dado libertad á tal número de cautivos cristianos, poseedora de tan rico botín en naves y oro, quebrantado y hundido el prestigio de las aro mas musulmanas, no es de extrafiar que, reunidoun consejo _de guerra en Petala para tratar de las operaciones ulteriores, opinaran algunos por atacar á Constantinopla, aprovechando aquellos mo· mentos de pánico entre los infieles, que sólo rogaban á su Dios les permitiera el enemigo nnos cuan· tos meses de tregua para rehacerse, contando para ello con poderosos elementos, bien surtidos arse. nales y sobra de hombres y oro para hacerse de nuevo temibles á los cristianos. La victoria no quitó á los vencidos ni un palmode terreno, y el astuto Uluch AJí, para disimular todo lo posible en su patria el descalabro, con las galeras que había podido salvar, y con las que pudo recoger de los puertos del Archipiélago, juntó hasta g-¡ velas, con la~ cuales entró en Constantinopla. Dedicáronse inmediatamente.á la constrnc· -ción de nu~vos buques en los arsenales del Impe. rio, yen un invierno se fabricaron 150 galeras y ocho gabarras. Habiendo hecho observar el Bajé, al Gran Visir que era fácil construir bajeles, pero que no le parecía posible proporcionarse, en tan pocotiempo, 500 áncoras y todos los demSs útiles y ma· terial correspondiente. • Sefior Bajá, le contestó U1uch AJí, que había mudado BU nombre por el de 42 43 Kilich (espada): el poder y los recursos de la Su blime Puerta son tales, qne, 'si fuera menester, les pondríamos jarcia de seda y velamen de damasco (1).» . Tan inmensos recnrsos no eran ignorados de los jefes de la Liga, y ya hubo entre ellos. quien compendióla apremiante necesidad de que sin péFdida de tiempo cayera la armada cristiana sobre los mismos puertos y fondeaderos de los turcos, aprovechando aquellos favorables momentos de entusias'lUO entre los vencedores, y decaimiento moral y material en que debían hallarse los turcos, reputados hasta entonces como invencibles. Hay más; D. Juan d~ Anstria, pesando estas raz.ones, decidióse por fin á dirigirse á la isla de Leucade y poner sitio á la importante plaza de Santa Mal;ra; pero como llegados delante de ella (12 de Octubre de 15'71) pareciese á los aliados que la empresa era más difícil y ardua de lo que habían creído, resolvióse, por lo lldelantado de la estación, que cada jefe se retirara á invernar con sus respectivas naves. Apresuróse el heroico, caudillo á regresar á Ita· Iia, y ya durmite aquel afio nada se hizo, ni en el siguiente se logró IJIás de lo ya alcanzado, ni más adelante se consiguió otra ventaja que la inmensa, eso sí, de que disfrutaron las naciones cristianas del Mediterráneo desde que 18. MediaLuna se hun, dió en las aguas de Lepanto, natural consecuencia del desprestigio en que cayó de entonces la preponderancia militar y marítima del Imperio oto· mano. Pero ¿era imposible dar un paso más? Ni espa cio, ni tiempo me queda, amigo D. Luis, para ocu- parme, ni aun someramente, de las dificultades que Venecia presentó á nuestra patria para llevar á 'cabo obra tan-gigantesca; aquella república apre· Buróse á romper la Liga, firmando con el Imperio turco una paz vergonzosa; Francia, como lealmente confiesa M. Jurien de la Graviere, era enemiga <:le nl1estró engrandecimiento; Portugal miraba impasible equellos sucesos; mnerto más adelante Pio V, sncedióle Gregorio XIII, que carecía de la iniciativa y dotes de su antecesor... Estas y otras muchas razones pudieron impedir el que, ni reciente á la victoria de Lepanto, ni en el transcurso del tiempo, se intentara nada formal y directo contra el Imperio otomano; pero un historiador palaciego, y por lo tanto nadl!- sospechoso, Cabrera de Córdoba, dice así: «Ninguna victoria m.,ayor, más ilustre y clara, abriéndoles camino para una gran fortnna; ninguna má8 infructu08a por el mal (lj Historia general de ES1,",~a, por D. Mod'Hto fuente. La-, uso de ella.» Podría citar muchas autoridades en, favor de mi hl,lmilde opinión, entre ellas á D. Modesto Lllfnen· te; pero terminaré con un razonamiento de carácter genéral. Las tres razones en que apoya su dictamen el almirante Jurien de la Graviere, á saber: el quebrantamiento de las fuerzas vencedoras, la falta de víveres y la dificulta\l de las comunicaciones, son las mismas en que se fundan todos los que pretenden disculpar á los caudillos que no han sabido aprovecharse de las grandes victorias alcarlZadas, ya sean terrestres ó marítimas. y aquí cabe aplicar aquella máxima de los escolásticos: Lo que prueba demasiado, no prueba nada. Seria necesario, en cada caso particular, hacer patente la verdad de los hechos en que se fundan las tres razones antes apuntadas; y como M. Jurien de la Graviere no lo hace así respecto á la batalla de Lepanto, su libro no pone término á la 44 controversia de que he tratado en esta carta. Hasta 'la próxima, en que me ocuparé de la táctica naval, con inminente-peligro de verme compren. dido en la famosa definición del arquitrabe, se despide de usted su amigo afectisimo y seguro ser· vidor . • Q. B. B. M. RAMIRO BLANCO. Madrid 20 ,le Abril de 1888. nI Sr. D. Luis Vidart. Al tomar hoy la pluma, mi amigo y señor don Luis, para redactar esta epístola, no sin motivo puedo decir, usando de una frase vulgar: "¡Aquí empezó Cristo á padecerl~ Porque, en efecto, bien podria ahora repetir por mi cuenta aquel párrafo del doque de Medina Sidonia cuando le encomendó Felipe JI el mando de la Invencible: «No es jus· to que acepte este trabajo quien no tiene ninguna experiencia de ma-r ni de guerra, porque no la ha visto ni tratado... (1).• Comenzar{haciendo constar que en lo someramente que me ocupé del arte naval, en la biografía del primer marqués de Santa Cruz, sólo inten(1) El profesar una. carrera que ningún punto de contacto tiene con el arte naval, no me impedida dedicarme á estos estudios, si. para ello contara con suficientes couocim' cntos én la uiateriaj al Padre Hoste, que rué Profesor en el SenlÍnari(} de Tolón, se le considera, COn justicia, como uno de los primeros trat¿adistas (le la ciencia y arte naval, y dejó á la po'sleridad muaihld de obras mny notables, entre ellas el Traitt des évalutions navalest Recueil des traités de mathématiques qui peuvent étre néceS9aire8 a un gentilhomme pour ,ervir p~r mer ou par terre; L'Art des armées navales; Théorie de la const1'uction des ti~isseauxJ etc. También se 45 té poner de manifiesto la gran diferencia que existe entre los modernos barcos de guerra y los q~e la industria del siglo X VI construía, para deducir de esta verdad la gran pericia que como marino demostró D. Álvaro de Bazán, puesto que con tan pobres elementos supo realizar innúmeras proez8l'1' y acudir en Lepauto al socorro de los comprometi· dos con una rapidez milagrosa. De esto á pretender emitir juicio alguno acerca de las evoluciones técnicas que lp.s armadas de la Liga y Otomana efectuaron en el golfo de I"epanto, y hallar, por ende, puntos de disentimiento entre las apreciaciones de M. Jurien de la Graviere y las mías... media un abismo; pero no importa, recojo el guante que usted me arroja, y me apre· suro á poner en claro la parte en que mi humilde opinión no se halla conforme con la del ilustrado almirante francés. Dice éste en su última obra que «sería un demente quien se figurara que podrían renovarse hoy combates como los de Abulrlr y Trafalgar, y que en las futuras' guerras se combatirá contra muchedumbres, se combatirá como en Salamina y en Lepanto.• Esto, dicho en absoluto, me parece algo dudoso; y para emitir jnicio acerca de las transformaciones que ha ido sufriendo en el transcurso de los tiempos el arte naval, en relación con los elementos de puede eilar _á Mr. J ohu Clerk, ajeno á la profesión de la marina, individuo de la Sociedad de anticuarios de Escocia y de la Real de Edimburgo, que escribió un _libro titulado: En,ayo metódico é histórico acerca de la tdctica naval, obra que fIJé traducida al francés por M. Daniel LlUIeal1ler, e<>rrespondiente de la Sociedad Real de Agricultura de Paris; :y, finalmente, mi ilustre colega. en medicina M. Eugenio Sué publicó buen nAmero de obras en que demostró no escasos conocimientos en táctica naval, si bicn para ello le favoreció su cargo de médico de la marina francesa. 45 qne ha podido hacer uso la marina de guerra, me permitiré echar una ojeada retrospectiva, dividiendo en tres grandes períodos la historia de la táctica naval. El primer ¡>eríodo comprende la época en que los navíos no poseían más medios de impulsión que los remos para procurarse determinada velo,cidad sobre las aguas y acudir á los sitios donde -su presencia era necesaria; el éxito dependía entonces casi siempre del arma blanca, como en las -antiguas batallail de Salamina, Lipari, Accio y otras muchas; hasta terminar este período en el combate de Lepanto. En el segundo, eran las velas el medio necesario y casi único para mover los barcos, y se comprenderá esto fácilmente si se tiene en cuenta que las dimensiones de las naves eran mucho mayores, su peso, por Jo tanto, más considerable, y hubo necesidad de abandonar los remos, cuya excesiva longitud (dadála mayor altura de las bordas), hacíá su manejo muy dificultoso, J' casi nula su potencia impulsiva á favor de tan pesadas moles. Inaugu)'óse este período con 'la destrucción de nuestra desdichada y tristemente famosa Armada Invenci~ ble; comprende también las batallas de Soles·Bay, Palermo y otras en el siglo XVII, la de Málaga en 1704, la de Tolón en 1744, y puede considerarse terminado en Trafalgar. El tercer período comienza con la aplicac~ón del vapor á los barcos como fuerza motriz, el blindaje de los cascos, la mayor perfección en el artillado, las cora~as modernas, los torpedos y otros muchos medios de ataque y defensa con que han ido enri· queciéndose con pasmosa rapidez las armadas na· v/lles; los reCientes combates de Lissa y de chile: nos y peruanos pueden ensefiarnos algo acerca de los primeros albores de este último perIodo. 47 Ahora bien; teniendo presentes estos cambios que han ido efectuá~dose el! ~el ,mal!ejo:dirección y medios defensivos y ofensivos de las naves, si la profecía de M. Jurien de la Graviere, de que en lo futuro se combatirá contra muchedumbres como' en Salamina y en Lepanto, se hace considerando, que sólo en el segundo período arriba mencionado, y que comprende desde la desaparición de los barcos de.jemos hasta la aplicación del vapor, se impusieron como necesarias las evoluciones estratégi. cas, pues por hacerse entonces uso exclusivo de 1lLB' velas, el gra~ problema consistía en ganar el bar· lovento al enemigo (1), ventaja que no sin gran trabajo y pericia se lograba, mientras que en la actualidad, como en la época de I..epanto, entonces con ~emos, -ahora con el vapor, se conducen fácilmentelos barcos allí donde lo reclaman las necesidadeS' del combate; si la profecía antedícha se funda en' estas semejanzas, desdeluégo, amigo D. Luis, estoy'conforme con el autor de La guerra de Chipre y labatalla de Lepanto; creo que, en ~fecto, poseyendo el hombre medios más ó menos rápidos paraconducir los buques á su antojo, los combates navales pueden verificarse sin que las sabias combinacio· nes iácticas intervengan gran cosa en el asunto. El más fuerte destruirá al más dél>il; el más rápido -esquivará el encuentrO'con otro más potente, peromás lento... Sin embargo, ese conflicto ent"e muchedumbres, ¿revestirá en las futuras batallas n~vales, parecido aspecto al de Lepanto? Aunque el conjunto de la acción de guerra sea sustancialmente idéntico, por presentarse la batalla en condiciones análogas, ¿no influirán Jos novísimos medios d,e que: (1) En la batalla naval de la ¡sla de Slm Miguel (1582), tan, gloriosa para D. Áharo de Barán, las esclUlA.!tas enemigas:. estuvieron cuatro días á la y¡sta, verificando evoJuciones para ga lar el bado\'ento. ' 48 ahora se ~isponen, en el ataque y la defensa, para hacllr !lue surjan variantes de que puede depender ~l triuufo ó la derrota? ¿Podrán eu la actualidad, al venir al abordaje dos barcos, aferrarse sólidamen. te para hacer posible el asalto de uno á otro, y por consecuencia el combate cuerpo á cuerpo? No parece probable que así s!lceda. El alcance de las modernas piezas de artillería, la rapidez del fuego, ios destrozos que causan los enormes proyectiles, la acción destructora de los torpedos, constituyen un sistema especial de combate á distancia con pocas probabilidades de choque individual eutre los combatientes. Sin duda que hay semejanza entre los antiguos ~polones á flpr de agua, de las naves de remos, y el ~spolón de los modernos acorazados; ahora, como ~n aquella época, uno de. los más poderosos medios de ataque consiste en poner la proa al barco . ~nemigo y embestirle con la mayor velocidad posi. ble; pero la velocidad que á fuerza de remos se imprimía á las galeras, comparada con la que sapone el vapor, era tan pequefia que no siempre se • lograba romper el casco de la nave enemiga, y era necesario afe~rarse con ella para verificar el indis. pensable asalto, mientras que en la actualidád es casi seguro que bastará el efecto del choque para dar por terminado el combate, porque se irá á pi. que el barco eneIIiigo, ó quizá los dos que choquelL Peró aun después de togo lo que dejo indicado, si,como dice el P. Hoste, los que conocen la malina jlugaran, //in duda, que el arte de las evoluciones navales es absolutamente necesano, porque este arte no ~s otra cosa que la manera de ordenar los movimien tos de :una escuadra, no será cuerdo despojar de to. .da importancia á la táctica naval. Parece que resultaría un monstruoso desorden en el choque de dos armadas enemigas, sin más objetivo que lan· 49 lIlarse la una sobre la otra, derrochar sin concierto las municiones y aguardl\}" luego á ver quién habia salido peor librado de aquel caos. Algo hay Que hacer para procurar la victoria; y parece que el almirante de una escuadr~ habrá de proceder con arreglo á algún plan'previamente detill'lirlnado, y para realizar este plim, será preciio evoiucionar hábilmente, procurándose todas las ventajas posibles sohre el enemigo, que no otra cósa es; en re: sumen, la táctica naval. . De todo lo dicho "deduzco que si en la época de los barcos de vela teníilO gran importancia las evoluciones tácticas, podrán con el vapor haber perdidido esa importancia, pero no han desaparecido poi completo. También puede observarse que en.tre la famosa bataUa de Lepanto y las que' ha)'aD de realizarse.en lo futuro se advierten tales' dife· rencias en lo to'cante á los medios de ataque y defensa, que dismiouyen mucho el valor de la 'parte en que póddn ase!Dejarse por la analogia que existe entre los remos y.la máquina dé vapor. Y para terminar, creo yo que, dados los adelantamientos y los' rápidos' cambios del material flotante en la moderna marina, se ignora aú:q la 'índole de las futuras batallas navales; y hasta taoto que algunas de ellas nos ilustren, sólo podremos formular hi· pótesis más ó menos aproximadas á la probabilidad de los hechos que sirven de base á nuestros razonamientOs. Aún le dirigirá una cuarta y última carta, so amigo afectísimo y seguro senidor Q.B. S. lHIDRO ~fi\(lritl 2 lle :\fRYO de 1888: M., Bu.xco; IV SI'. D. Litis Vidart. Mi distinguidQ. amigo: Explicadas ya, con más 6 menos fortuna, en mis anteriores cartas las causas en que fundo la raz6n de mis disentimientos con M. J urien de la Graviere, en lo referente á ciertas apreciaciones que el ilustre almirante francés emi· te acerca del combate naval de Lepanto, doy por terminado y satisfecho mi compromiso con esta última carta, no sin fundados temores de que mi leal deseo de complacer á usted se interprete toro cidamente, no viendo en mis modestos escritos otro m6vil que el de pretender ¡necia pretensi6n seríal elevar mi criterio á la altura en que brilla el del erudito y glllano autor de La guerra de Ohipre y la batalla de Lepanto. Hecha esta salvedad en descargo de mi concien· cia, no dejaré de consignar que M. Jurien de la Graviere, al dar á luz su última obra, en que con tal lucidez, vastos conocimientos y riqueza de da· tos hace un acabado estudio de la batalla de Le· panto, ha ganado e~ legítima y buena lid el nomo bre de ún,i'co historiador técnico de aquel inolvidable combate; porque si otros le hubieran precedido en ese trabajo, no Qejaría de consigriarlo así en su libro, en el que s610 hace referencia á los autores que al ocuparse de la batall3 de Lepanto se reducen á relatar los hechos allí sucedidos, ai~ detenerse á estudiarlos bajo su aspooto marítimo-militar, deduciendo-enseñanzas para lo futuro y fun· dando sobre bases científicas sus juicios y apre· ciaciones. Usted vi6 ciaramente, Sr. D. Lu:s, la importancia qne para los que se dedican á esta clase de tra- 51 bajos tiene la obra de M. Jurien de la Graviere; y se esforz6 usted en buscar en ella algo que le pudiese servir de pretexto para animarme á tomar la pluma y emprender tarea muy superior á mis fuerzas. Creo con toda sinceridad que en dos de los puntos discutibles de que me he ocupado, es decir, en el referente á las mayores ventajas que pudie· ron haber obtenido las naciones coligadas si después del combate de Lepanto hubieran \lecho un supremo esfuerzo para acabar con el poder otoma· no, y en el que, fundado en principios técnicos na· vales, se hace un paralelo entre la antigua táctica de mar y la presente; creo, vuelvo á repetir, que no habré consegnido mi prop6sito en el grado qué fuera de desear. No así en el referente á la intervenci6n,á la importantísima parte que nuestro don Álvaro de Bazán tomó en la batalla de Lel1.anto. EJi este punto ha incurrido M. J urien de la Graviere en omisiones que me ha sido facilísimo probar, .aun con las dificultades de tener que condensar en breves líneas lo que podía dar materia suficiente para un felleto de razonables dimensiones (1). ,I La falta material (le espacio me impidió entonces insertar los siguientes versos del caballero })ol'tLlgnés JerÓnimo Corte-Real, que, Como dejé dicho, publicó en 1578 un JlOC~ m;\, en (fue describe la ,-¡ctaría. (le Lepauto, versos en que se expresa así acerca de D. Á;haro: (l) "La gente popnhlr, unos al Dorbt, oh'OS al gran Colonnn., otros al Zit.fiign, oh'os al qne allí más, se han inclinado, lIlaban y con prOntos ojos mil"s.u; mas todos al Bazán, experto y fucrtc, marqués de Santa CrlLZ vuclven los ojos. Oyese cUHndo P¿lSlt un ~ebnllic.io, y confnso rumor de variaS voce~. Diccn que ha socorrido la gale'ra Real, 11 la atajó el m01'tal pelifJ1'O, 1/ que á él 8e debía mU1/ gran pa'rle de aquella insign.e y célebre victoTia¡ :r que á muchos bajelcs bclw:lsos, llenos de osada, fuerte, armada gentc, rcndido habia, siemprc peleando con fiero cori\7.ón y animo vivo.,., 52 53 Y es tanto más de lamentar esta omisión, 'por cuanto el último libro de M. J urien de la' Grliviere posee, como una de las cualidades que más le ava, loran, la imparcialidad que exige todo estudio histÓrico, pues él mismo ha dicho;y lo ~abe cumplir, que «la Historia no debe inspirarse en el patriotis-' mo, sino en la verdad.» Es indudable que han existido, en todos los tiemIlos y en todos los países, varones ilustres, dignos por mqchos conceptos de universal y eterno renombre, y que'debido á circunstao.cias descono, cidas, sólo han logrado pasar como meteoros por las páginas de la Historia, sio. conquistar el puesto de honor á que'se hicieron acreedores. No recuerdo en qué libro leí que los antiguos -conceptuaban á Homero inferior á Minuermo, nombre este último que jamás había oído citar hasta entonccs. A D. Álvaro de Bazán le sucedió algo parecido; y aquí encaja como de molde el hacer constar la importancia de los centenarios modernos, home-. naje que', cuando se rinde á genios como Dante, Calderón, Camoens, Colón, etc., sirve'n' para excitar el nobiJísimo afán de hacer importantes dis'quisiciones'acerca de sus vidas y hechos; y cuando se trata de' héroes como el primer marqués de Santa Cruz, logran redimir del olvido á los que,injustamente eú él yacían, siendo entonces aplicable á los centenarios la defiukión de que <son M;SOS á la jgnorancia.» Aunque el de D. Al,varo de Bazán no hubiese' producido más fruto que el de haber dado ocasión á que se publi~ara~ tantos libros, folletos y artículos referentes á su época y á los gombates en que tomó,parte ó dirigió,'publicaciones todas cuya relación acaba usted de dar á la estampa en un interesante folleto que seguram,ente será consultado por todos los que entren ep el. certa~en abiertQ para premiar la mejor biografíll' de. nuestro don Álvaro (1); aunque sólo eso se hubiera conseguido, podemos quedar satisfechos cuantos hemos toma· do parte en el Centenario del héroe d~ Navarino, de quien, como 'usted sabe, dijo Lope de Vega: <El fiero turco, enLepanto; en la Tercera, el francé¡;, y en todo el mar, el inglés, tuvieron de verme espanto. Rey servido, y patria honrada, dirán mejor quién he sido, por la Cruz de mi apellido y con la cruz de mi espada.) Iba á terminar aquí esta carta; pero al transcri. bir-las anteriores redondillas, llamaré á usted la atención hacia una pequeña vll'fiante que observará en el último verso de la segunda: hasta ahora siempre se había puesto: «y por la cruz de mi espada,) con lo cual se desfiguraba el sentido. Debo 'csta advertencia á nuestro ilustrado a~igo, y de usted compañero de armas, D. Fernando de Gabriel y Ruiz de Apodaca, que en su notable- biblioteca conserva un ejemplar de La At'cadia, de Lope de Vega, impreso en el año 1645, donde se hallan los citados versos. Me hizo también notar dicho señor que estas redondillas no son, como se ha dicho por algunos, (l) BibÚog'raf'ia de~ Uentena.1'io de D. Al'va~'o de Ba·zán por Luis Vidart.-lfadl'id, imprenta de }i'ortanet, 1888. TII: folleto en 4.0, que ~sht deflica(lo por su autor á los ClUlitanes de fragata D. Pelayo Alcalá Galia.llo y D. Ramón Aunón. Aun cuando en este foJletb sólo menciona. el Sr. Vidart las l'l'oduccione'l cient.íficas y literarias que han visto la luz púMica en Madrid con ocasión del Centemu:io del invicto dOJl Alvaro, comprende müs de sesenta artículos. También D. Aliguel Carrasco-La-badía se dispone á dar á la cs'tamp~ una Or6nica de _dicho Centenario, con multitud d~ datos y noticia~ bibliogn,fil\M refereil!es al mi~mo. ' -1 54 un epitafio para la tumbli de D. Álvaro, sino una delas muchas inscripciones que el mágico Dardanio (personaje de La A"cadia) muestra al pastor Anfriso, y que se ostentaba grabada .en los pedes· tales que sostenían las estatuas del Gran Capi· tán, Garci·Lasso de la Vega, Felipe TI, D. Juan de Austria, Carlos V, Hernán Cortés y otras más, entre las que, como digo; figuraba el caudillo de la expedición á las Azores. Podrá usted observar ahora, Sr. D. Luis, que su idea de levantar una estatua al primer marqués de Santa Cruz no carece de precedentes históri· cos; porque ya vió esta estatua levantada en Slt ima· ginación el Fénix de los Ingenios, cuando escribía las páginas de su Arcadia, que de mencionar aca· bo. NihilnOIlI!m sub sole, que dijo el sabio. Y con este rasgo final de erudición "ecóndita se despide de usted su afectísimo amigo y seguro servidor Q. B. S. M., RAMillO Madrid 8 de ~Iayo de 1888. Br..~xco. ÍNDICE Páginas CARTA.PRÓLOGO, dirigida al excelentísimo sefior D. Fernando de Gabriel y Ruíz de Apodaca y al Sr. D. Ramón Auñón y ViIlaIón, por Luis Vidart........... 5 LA BATALLA DE LEPANTO y LA TÁCTICA XAVAL: carta dirigida al Sr. D. Ramiro Blanco, por Luis Vidart................ 25 UN HISTORIADOR FRANCÉS DE l.A DATALLA DE LEPANTo:cartas dirigidas al Sr. D. Luis Vidart, por Ramiro Blanco. . . . . . . . . • . .. 33