Documento PDF - Cuadernos de Arte Rupestre

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Cuadernos de Arte Rupestre • Número 4 • Año 2007 • Páginas 281-312
Ideología de los primeros
agricultores en el sur de Europa:
las más antiguas cronologías del
arte megalítico ibérico
Primitiva Bueno Ramírez
Rodrigo de Balbín Behrmann
Rosa Barroso Bermejo
*
*
*
RESUMEN
Los diversos trabajos sobre la cronología, temática y simbología
del arte megalítico ibérico contribuyen a definir una etapa antigua
en la simbología de los primeros agricultores. Sus fechas en el oeste
peninsular, entre el VI y el V milenio cal BC, y su contexto en
amplias secuencias gráficas, sustentan la necesidad de replanteamientos de las hipótesis tradicionales mediterráneo-atlántico, para
el origen del Neolítico.
Si la ergología es un factor asumido para valorar interacciones a
mayor o menor distancia, las grafías, en tanto que expresiones de un
pensamiento organizado, son el mejor de los argumentos para proponer reconstrucciones acerca de la ideología de los primeros productores. Y ello dentro de una larga tradición que sitúa los territorios
del oeste como los más poblados de Europa desde el Paleolítico
superior en adelante.
PALABRAS CLAVE
Megalitismo, C14, pinturas, grabados.
* Área de Prehistoria. Universidad de Alcalá de Henares
C/ Colegios, nº 2. 28801 Alcalá de Henares
p.bueno@uah.es; rodrigo.balbin@uah.es; rosa.barroso@uah.es
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ABSTRACT
The different papers on chronology, themes and symbolism of
the Iberian megalithic art, contribute to define an ancient phase
within the symbolic world of the first farmers. The dates in the
peninsular west, between the VI and the V millennium cal BC, and
their contextualization in wider graphic sequences, indicate the
necessity of reconsidering the traditional “Mediterranean-Atlantic”
hypothesis for the origin of the Neolithic.
If ergology is assumed to serve as a valid factor for calibrating the
long or short distance interactions between human groups, the graphic phenomenon, understood as an expression of an organized
thinking, is the best argument for proposing reconstructions of the
ideology of the first producers. Furthermore, this situation has to be
related to a long tradition of settlement in Western Europe, being
these territories the most populated ones from the Upper
Palaeolithic onwards.
KEY WORDS
Megalithism, C14, paints, engravings.
1. Introducción
La ocasión que nos proporciona el homenaje a la última generación
de especialistas en Arte Rupestre que tuvo relación personal o intelectual con H. Breuil, nos parece una de las más oportunas para
reflexionar sobre los cambios acaecidos en la comprensión y valoración del arte postpaleolítico peninsular en las últimas décadas
(Bueno y Balbín, e. p.).
Dos aspectos, el geográfico y el cronológico, primaron de modo
importante en las perspectivas interpretativas del arte postglaciar
ibérico. La posición del arte paleolítico al norte de la Península
Ibérica, del levantino en el este y del esquemático en el sur, definían
un mapa de grafías prehistóricas que, a modo del movimiento de las
agujas del reloj, reflejaba una evolución estilística, geográfica y temporal. El arte levantino habría recibido el testigo del arte paleolítico
(Ripoll, 1965), en las sierras de Tarragona, mientras que el Arte
Esquemático sería una consecuencia de la evolución al estatismo del
Levantino (Beltrán, 1968).
Los drásticos cambios que empezó a visualizar el estudio del arte
paleolítico al aire libre en los años noventa (Balbín et alii, 1996) acabaron por demostrar una asentada población en el oeste que, con
fechas similares a las del Paleolítico Cantábrico (Aubry y Sampaio,
e. p.), pone sobre la mesa una variabilidad de contextos decorados
entre los grupos de cazadores que aún habrá de generar reflexiones
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Figura 1. Representación de la posición de las diversas versiones del arte prehistórico ibérico, según Bueno et alii, 2007.
más amplias, aplicadas a otros lugares de la Península Ibérica. Lo
cierto es que nadie mantendría a la altura de los conocimientos de
los que disponemos, que aire libre significa cronologías recientes y,
por tanto, las asociaciones tradicionales que encerraban al arte paleolítico en las cuevas han desaparecido.
Junto con estas novedosas premisas, los yacimientos gráficos del
oeste valoran una perspectiva de continuidad poblacional que incluye figuras grabadas o pintadas a lo largo del Epipaleolítico (Bueno et
alii, 2007), y del Neolítico, Calcolítico y Bronce (Bueno et alii, 2004,
2006). Por tanto, la constatación de un extenso ciclo gráfico asociado a sistemas recurrentes de uso del territorio de larga tradición
(Bueno, e. p.).
La perspectiva más asumida definía el oeste como un sector muy
poco poblado hasta la llegada del Neolítico a partir del Levante
(Arnaud, 1978). Cuando los mesolíticos costeros reciben las formas
e ideas de los productores llegados por vía marítima, se atreven a
penetrar al interior en busca de nuevas tierras y, para señalar la posesión de éstas, erigen los megalitos.
Los datos de los que disponemos, especialmente a partir de los
noventa, descartan los vacíos de población al interior. Más aún, confirman la presencia de grupos que desarrollaron cultura y que marP. Bueno • R. de Balbín • R. Barroso
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caron con sus símbolos, los lugares en los que habitaban. Por cierto
lugares tan poco costeros como las proximidades de Badajoz
(Collado, 2004), las Portas de Rodâo (Baptista, 2004), o los tan
conocidos yacimientos del Côa (Baptista, 1999).
Todas estas novedades proponen un punto de inflexión en las
perspectivas heredadas acerca de la interpretación del arte esquemático. En general éste se entendió como el compendio de abrigos pintados con un desarrollo muy amplio en el sur de la Península
Ibérica, ejemplos en Levante y algunas incursiones hacia la Meseta
(Acosta, 1968), que aparecían en territorios poco habitados con
anterioridad. En la actualidad un mapa exhaustivo dejaría pocos
lugares sin rellenar, a excepción de la zona occidental, que incluso
en los más recientes trabajos (Martínez, 2006), se entiende como
escasa en manifestaciones pintadas.
La asunción de la poca representatividad de pinturas en el oeste
tiene sus raíces más profundas en la idea de que es en esta zona
donde se asientan preferentemente los megalitos y, por tanto, ideologías de carácter atlántico más propicias a la realización de grabados, mientras que la pintura expresaría una ideología de raíces mediterráneas (Acosta, 1984).
Nuestro equipo ha venido trabajando en los últimos años en el
oeste, y más intensamente, en la cuenca interior del Tajo. Una de
nuestras líneas de investigación ha sido la de integrar los marcadores gráficos en el marco del territorio de los constructores de megalitos (Bueno et alii, 2004, 2006), en la hipótesis de que no existe ninguna diferencia entre la presencia de pintura y la de grabado, sino
una investigación que ha asumido sin crítica estas percepciones.
Hemos propuesto un modelo de implantación específico (Bueno y
Balbín, 2000, 2000a; Bueno et alii, 2004, e. p.), y en lo que ahora
nos ocupa, hemos argumentado la esencial contemporaneidad entre
grabados y pinturas al aire libre, y grabados y pinturas en megalitos,
desde nuestros primeros trabajos hasta los más recientes (Bueno y
Balbín, 1992, 2003, 2006; Bueno et alii, 2007a).
En la actualidad, nuestra perspectiva ha quedado ampliamente ratificada con las cronologías directas sobre pintura megalítica (Carrera y
Fábregas, 2002, 2006). Éstas se constituyen en punto de partida de percepciones más complejas acerca de la cronología del arte postglaciar
ibérico. Por primera vez estamos en disposición de ofrecer fechas directas extensibles al arte postglaciar y de cubrir un vacío en la investigación
de las grafías prehistóricas peninsulares que hacía de las expresiones al
aire libre, elementos muy poco arqueológicos, en tanto que difíciles de
integrar en cronologías o contextos culturales concretos.
Esta confirmación de la variabilidad de técnicas y contextos en
momentos contemporáneos dispone de nuevos datos en la docu284
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Figura 2. Representación de la frontera entre pintura y grabado en el arte postglaciar de la Península Ibérica, según Bueno et alii, e. p.
mentación de piezas pétreas de gran calado, con figuraciones antropomorfas que comenzaron a documentarse arqueológicamente a
finales de los años setenta (Gomes et alii, 1978), asociadas a niveles
de habitación neolíticos. Tras años de recelos sobre la cronología de
los menhires, la documentación en el oeste ha permitido consolidar
la asociación de éstos con cerámicas impresas (Gomes, 1997), además de cronologías radiocarbónicas (Calado, 2004).
Menhires, grabados y pinturas al aire libre, en cuevas y abrigos,
y en megalitos, proporcionan cronologías del VI y V milenio cal BC
en adelante, aportando una reflexión del mayor interés para valorar
las raíces de las simbologías de los primeros productores en el occidente peninsular, en el marco de la evolución simbólica y social de
los cazadores.
2. De norte a sur. Cronologías para las más antiguas
figuraciones antropomorfas megalíticas
Hace ya algunos años que las diversas demostraciones empíricas de
la cronología del megalitismo peninsular han venido a corroborar
su profunda raíz en los primeros productores. El V milenio y, sobre
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todo la segunda mitad de éste, constituyen el momento mejor documentado para el levantamiento de los grandes monumentos, que en
la Península, y en el resto de la Europa atlántica, componen la evidencia más antigua de la necesidad de control fáctico sobre los elementos de producción (Bueno et alii, 2006a).
La espectacularidad de muchas de las construcciones corre pareja a un diseño gráfico, plenamente configurado, planteado y realizado paralelamente a los monumentos, lo que no obsta a repintados
o reelaboraciones varias, de un programa iconográfico que posee
una base muy similar a lo largo de casi tres milenios (Bueno y
Balbín, 1992, 1997, 1998, 2000, 2003, 2006; Bueno et alii, 2007a).
Como en las cuevas de arte paleolítico, habrá que estudiar minuciosamente cada uno de los monumentos para documentar su historia
particular, tanto en lo que se refiere a la forma, cantidad y cronología de los depósitos, como a su decoración.
Las refacturas de los espacios funerarios tienen, a día de hoy,
interesantes constataciones a partir del estudio del Arte Megalítico.
Por un lado, la hipótesis de repintados que argumentó D. da Cruz
(1995) acerca de la datación directa de Antelas, posee en las cronologías obtenidas sobre pinturas en dólmenes gallegos (Carrera y
Fábregas, 2006) cumplida constatación. Por otro, la verificación de
piezas reutilizadas (Bueno et alii, 2007a) posee certezas cada vez más
abundantes.
El estado actual de la cuestión (Bueno et alii, 2007a) centra el
análisis de la cronología del megalitismo ibérico en las posibilidades de datación directa de las pinturas, y en la realidad de las dataciones indirectas obtenidas a partir de los usos constatados del
megalito (Bueno y Balbín, 1992, 1997, 1998, 2003). Como hemos
venido defendiendo desde nuestros primeros trabajos, las cronologías conocidas argumentaban que construcción y decoración formaban parte de un mismo programa, realizado contemporáneamente y
que éste funcionaba de modo similar a lo largo de todo el decurso
de las construcciones megalíticas. El contraste entre las cronologías
directas e indirectas, que es así como hemos denominado a las obtenidas en los depósitos (Bueno y Balbín, 1992, 2006), con las evidencias de reutilizaciones, aporta innegables referencias de cronología relativa.
Sólo la Península Ibérica, en el estado actual de nuestros conocimientos, está en disposición de aunar ambos rangos de datos (cronologías directas /indirectas y reutilizaciones) para sostener una cronología larga del arte megalítico en el sur de Europa. Precisamente
esta faceta de reintegraciones de piezas más antiguas a nuevas construcciones es la que sostuvo la antigua cronología de las decoraciones atlánticas (Cassen, 2007: 60; L’Helgouach, 1996).
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Tabla 1. Monumentos decorados con cronología indirecta, según Bueno et alii,
2007a.
Con todos los datos obtenidos, hemos argumentado una secuencia
de grafías en menhires, en contenedores funerarios y al aire libre (Bueno
et alii, 2007a). Podemos situar las manifestaciones más antiguas (menhires, pinturas y grabados al aire libre) en el VI milenio cal BC y más
ampliamente a lo largo del V milenio cal BC, donde los megalitos tienen
su eclosión más notable. Se trata, pues, de cronologías francamente
semejantes a las conectadas con los primeros agricultores.
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Dado que las evidencias que justifican nuestra hipótesis han
sido recientemente detalladas (Bueno et alii, 2007a), esbozaremos
de modo breve algunas de las más notables.
En el norte de la Península Ibérica –Galicia, Cántábrico y norte
de Portugal– a las fechas directas (Carrera y Fábregas, 2002, 2006),
se suman reutilizaciones de piezas antropomorfas, tanto en las losas
de cabecera, como en los soportes del monumento.
Las estelas reutilizadas de Orca do Tanque y Orca dos Padrôes
(Gomes y Carvalho,1995), en Portugal, las incorporadas al dolmen
de Os Muiños (Carrera, 2007), y la estela decorada por las dos
caras de Os Campiños (Fábregas y Vilaseco, 2006), en Galicia, o la
estela antropomorfa con grabados y pintura del dolmen del Baradal
(Jordá, 1977: 182), en Asturias, demuestran una secuencia de estelas
y menhires anterior a la erección de monumentos, en todo el noroeste, para los que las fechas de la pintura confirman cronologías
Figura 3. Cronologías directas e indirectas para el Arte Megalítico ibérico, según
Bueno et alii, 2007a.
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de la segunda mitad del V milenio cal BC. La cronología directa de
Anta do Serramo podría estar fijando el uso más antiguo de esas
estelas premegalíticas (Bueno et alii, 2007a: 640), que además de
grabadas pudieron estar pintadas.
La estela de cobertura del dolmen de Morelles podría ser otra
antigua pieza antropomorfa, al igual que uno de los soportes del
dolmen de la Jonquera (Carreras et alii, 2005: 161; Tarrús, 2002:
fig.84; Tarrús y Vilardell, 1982), apuntando a fenómenos semejantes
en la zona nororiental, que el reciente descubrimiento de una estela
Figura 4. Planta y losa antropomorfa de Orca dos Padroes, según Gomes y
Carvalho, 1995; planta y alzado del dolmen del Baradal, según Jordá, 1977; planta y alzado con la losa de cobertura del dolmen de Morelles, según Tarrús et alii,
1982.
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Figura 5. Ubicación de los megalitos con fechas directas AMS de sus decoraciones pintadas, a partir de
Carrera y Fábregas, 2006, según Bueno et alii, 2007a.
reutilizada en el dolmen de Katillotxu V, en Guipúzcoa (Lopez
Quintana et alii, e.p.), viene a apuntalar.
Como decíamos, no vamos a desarrollar exhaustivamente los
datos conocidos, pues la tabla adjunta los explicita claramente.
Talla de las piezas, grabado y pintura, poseen confirmaciones en
el norte de la Península Ibérica para afianzar un sólido recorrido con
fechas antiguas de origen. Y lo que es más interesante, las reutilizaciones de piezas no sólo se verifican en los más antiguos monumentos, sino que parecen una constante. Ya R. Bradley (2004) mencionó la hipótesis de que algunas cistas decoradas gallegas estuviesen compuestas por piezas reutilizadas. La verificación de estelas
reutilizadas en una cista del Reguers del Seró, en Lleida (Lopez et alii,
e. p.), confirma posibilidades inéditas para valorar el decurso ideológico en los megalitos de toda la franja norte, situando en la acaparación de las representaciones ancestrales uno de los parámetros
más sólidos para documentar el profundo calado cronológico de
estas mitologías funerarias.
Por tanto, confirmación de fechas antiguas para la pintura
mediante cronologías directas y para el grabado, mediante los mismos argumentos de reutilizaciones que sirvieron para justificar la
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Figura 6. Estela del dolmen de Os Muiños. (Fotografía de F.
Carrera).
antigüedad del arte megalítico bretón (L’Helgouach, 1996). El arte
megalítico del norte de la Península Ibérica se presenta, a día de hoy,
como profundamente anclado en referencias de mayor antigüedad
que la de los primeros megalitos, revelando una fase anterior de
erección de referencias antropomorfas asociadas, muy probablemente, a las figuraciones de los ancestros (Bueno et alii, 2007a).
También al sur los datos se acumulan en el mismo sentido. Si
bien no disponemos aún de cronologías directas sobre las pinturas,
sí es posible ajustar la presencia de pintura y grabado, a partir de las
cronologías C14 obtenidas en recientes excavaciones, además de
consolidar la imagen de un momento de erección de estelas y
menhires que se incorporan a los megalitos más antiguos.
Desde el primero de nuestros trabajos globales (Bueno y Balbín,
1992) señalamos los grabados en trasera de los soportes del Anta
Grande de Zambujeiro, en Évora, y del de Huerta de las Monjas, en
Valencia de Alcántara (Bueno, 1988). Pronto añadimos la trasera 20 del
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Tabla 2. Piezas reutilizadas en megalitos de la Península Ibérica, según Bueno et
alii, 2007a.
dolmen de Alberite I (Bueno et alii, 1999) y ahora podemos sumar más
evidencias en el mismo sentido. La necrópolis de Alberite posee otro
monumento decorado, Alberite II, una de cuyas piezas posee grabados
muy similares en el anverso y en el reverso. Esta peculiaridad, además
de la tipología de las hachas enmangadas, nos conduce de nuevo al arte
megalítico atlántico, donde se han realizado documentaciones semejantes. Le Roux (1984) demostró la presencia de decoraciones casi
idénticas en algunos soportes del dolmen de Gavrinis, en su cara vista
y en su cara oculta, abogando por refacturas de piezas anteriores, en las
que se diseña lo mismo, pero por parte de los nuevos usuarios.
La evidencia de pintura hasta la zona oculta en las fosas de
implantación de los ortostatos del dolmen de Alberite I permite utilizar las fechas C14 de su depósito, como referencia post quem, para
confirmar la antigüedad de la pintura y, desde luego, del grabado,
pues, como decimos, la trasera del ortostato 20 de este dolmen
muestra una figura circular en bajorrelieve, que hubo de colocarse
antes de la colmatación del túmulo del monumento.
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Figura 7. Trasera de uno de los ortostatos de Anta Grande de Zambujeiro, Evora.
Calco y foto de la trasera del ortostato frontal de la cámara del dolmen de Huerta
de las Monjas, Valencia de Alcántara, según Bueno et alii, 2007a. (Fotografías de R.
de Balbín).
La interesante coincidencia de que los menhires del Sur, para los que
estamos empezando a disponer de cronologías de referencia (Tabla 3) sí
están decorados, tienden notablemente a la técnica del bajorrelieve, es
otro argumento a tener en cuenta para corroborar la fase antigua de erección de menhires y estatuas, que queremos destacar en este trabajo.
La presencia de piezas reutilizadas tenía en Andalucía un ejemplo destacado en uno de los soportes del dolmen de Soto, en
Huelva, la figuración antropomorfa en relieve colocada hacia abajo
(Shee, 1981). Efectivamente este caso es ineludiblemente producto
de una reinterpretación de una pieza, que dispuso de una funcionalidad anterior y que, de nuevo, incide en la técnica de bajorrelieve.
Algo parecido debió suceder con la estela decorada del dolmen
del Toconal, en Olvera (Rodríguez, 1990), una gran galería que
forma parte de una necrópolis que recientemente tuvimos oportunidad de valorar, junto con J. M. Gutierrez, y L. Perdigones. Su contorno antropomorfo, con cabeza destacada y hombros suavizados,
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Figura 8. Anverso y reverso del ortostato de Alberite II,
Villamartín, Cádiz, según Bueno et alii, 2007a. (Fotografías de
R. de Balbín).
se completa con decoraciones acanaladas y en relieve, que apuntan
interesantes concomitancias con estelas del sur de Francia.
Precisamente contornos antropomorfos marcados son los que sustentarían una valoración semejante para piezas incluidas en megalitos. Por ejemplo, la estela de cabecera del dolmen de Cabeço da
Forca, en Rosmaninhal (Cardoso et alii, 1997).
No hay que olvidar que otra de las ubicaciones de piezas reutilizadas es el propio suelo de los monumentos, como ya observó
L’Helgouach (1996: 113) en el pavimento de las sepulturas de Mane
Lud y Petit Mont II. En la Península, la posición de la estela con
cazoletas de la base de la estructura del lateral sur de Azután (Bueno
et alii, 2005) sustenta una propuesta en ese sentido. Y, sin lugar a
dudas, la posición en el suelo del recinto delimitado con el enterramiento de la estela de Moreno 3, en la necrópolis de Fonelas, en
Granada (Ferrer, 1976), valora un uso anterior de la misma.
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Tabla 3. Cronologías para los grabados del sur de la Península Ibérica, según
Bueno et alii, 2007a.
Otras piezas se incluyeron entre los materiales del túmulo, lo
que avala un posible uso anterior. Así interpreta V. O. Jorge (1986)
una losa con cazoletas de Châ de Santinhos 1, al norte de Portugal.
La cronología del monumento ofrece una referencia post quem.
También al norte, M. R. Serna (1997) señala otra laja con cazoletas
incluida en el túmulo del dolmen de Pozobal, Cantabria, y nosotros
podemos aportar un caso semejante en el ya mencionado dolmen
de Katillotxu, en Gernika (López Quintana et alii, e. p.).
Las más recientes incorporaciones al listado que adjuntamos
proceden del proyecto que realizamos en la necrópolis de
Antequera: la losa de cobertura de la cámara del dolmen del Menga,
una de las cubiertas del corredor de Viera, y un fragmento de menhir con indicios de grabado, del corredor intratumular del Romeral.
Figura 9. Calco y foto de la estela reutilizada en el dolmen
de Soto, Huelva, según Bueno et alii, 2007a. (Fotografía de
R. de Balbín).
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Figura 10. Estela del frontal de la cámara del dolmen de Cabeço da Forca.
Rosmaninhal. Estela del dolmen del Toconal, Olvera, Cádiz. (Fotografías de R. de
Balbín).
En el primer caso, Menga, el hallazgo es el resultado de un proyecto de documentación de arte megalítico, apoyado por el conjunto monumental. La losa de cobertura de la cámara muestra grabados
de carácter antropomorfo, parte de cuyas líneas se insertan en los
soportes de la cámara. Por tanto, la losa se grabó antes de ser utilizada como cobertura.
En Viera, una de las coberturas del corredor está tallada en forma
apuntada, sugiriendo que una antigua estela fue reutilizada en este
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Figura 11. Estelas reutilizadas en el pavimento del dolmen de Azután,
Toledo, según Bueno et alii, 2005, y del monumento de Fonelas,
Granada, según Ferrer, 1976.
monumento para el que, como se documenta en la tabla correspondiente, disponemos de una fecha C14 que sirve como referencia post
quem. El fragmento de menhir detectado en el corredor intratumular de
El Romeral (Bueno et alii, e. p. a), se suma a estas recuperaciones del
pasado en la construcción de los famosos dólmenes antequeranos.
Los tres monumentos insisten, de nuevo, en una perspectiva más
compleja de la construcción de los monumentos megalíticos, y en
otra faceta que creemos merece un tratamiento específico.
Nos referimos a la incorporación de menhires en la construcción
de los megalitos. En párrafos anteriores hemos aludido a las cronologías y asociaciones que acercan la cronología de los menhires de la
Península Ibérica a los más antiguos de la Europa atlántica. Las evidencias que queremos destacar sugieren que esta cuestión no estriba
únicamente en la mayor o menor antigüedad de estos sistemas de
visibilización de los grupos humanos en un determinado territorio,
sino en cuestiones ideológicas de mayor calado. Los menhires se
incorporaron a los megalitos e, incluso, en algún caso, es demostrable que fueron el núcleo original de una construcción funeraria. Así
es en el monumento de Casas de D. Pedro, en Córdoba (Gavilán y
Vera, 2005). Y parece lo mismo en el monumento de los Llanos de
la Belleza, en Huelva (García San Juan et alii, 2003).
La hipótesis de que también hubiese sucedido lo mismo en la
construcción del dolmen de Navalcán, Toledo (Bueno et alii, 1999a),
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Figura 12. Losa de cobertura de la cámara del dolmen de Menga. (Restitución fotográfica de R. de Balbín).
Figura 13. Menhir reutilizado como soporte en el dolmen de los Llanos de la
Belleza, Huelva. (Fotografía de R. de Balbín).
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es muy interesante. Pues no sólo estaríamos refiriéndonos a la estatua-menhir más conocida, sino al menhir que se le asocia a la entrada de la cámara y a uno de los soportes de la cámara (Bueno et alii,
2007a).
3. Los ancestros en movimiento. Figuras exentas
La perspectiva que valoramos no puede dejar de lado la presencia de
figuras de menor envergadura, que no poseen ningún papel estructural al interior de los megalitos. Nos referimos a las estatuas, estatuillas, cantos, betilos... etc. A todas aquellas piezas que presentan
una cierta capacidad de traslación y cuyo papel en las distintas áreas
del monumento incluye las zonas externas.
Desde luego que el mero hecho de sus posibilidades de movilidad no las hace objeto de reutilizaciones, más aún cuando sabemos
del alto grado de normativismo de su ubicación (Bueno y Balbín,
1994, 1996, 1997). Pero algunos indicios apuntan a que fueron
objeto de reutilizaciones, incluso de emulaciones, y muy posiblemente de diversas agregaciones y reposiciones, que hacen necesario
reflexiones específicas.
Para algunos de los depósitos externos con figuras antropomorfas disponemos de cronologías C14, que son base convincente para
Figura 14. Menhires del dolmen de Navalcán, calco y fotos, según Bueno et alii,
2007. (Fotografías de R. de Balbín).
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Figura 15. Cantos y figurillas antropomorfas en la Península Ibérica, con referencias C14, según Bueno
et alii, 2007a.
proponer su realización a todo lo largo de la secuencia megalítica, la
variabilidad de las figuras depositadas y el hecho de que estas disposiciones visibles de ancestros se realizaron en todas las áreas
megalíticas de la Península Ibérica, no sólo en el norte como en
algún momento se llegó a plantear.
La coincidencia de sus más antiguas cronologías con el primer
megalitismo y su figura en ocasiones francamente geométrica sostiene sus raíces en los cantos azilienses, como hemos argumentado
en más de una ocasión (Bueno y Balbín, 1994, 1997).
Pero la variedad es amplia e incluye estelas de mayor tamaño,
menhires mayores o menores, betilos, etc... (Bueno et alii, 2007a). No
pretendemos desarrollar un exhaustivo listado, como decíamos, sino
subrayar algunas de las líneas de fuerza que avalan un panorama
antiguo de representaciones antropomorfas, que conecta la ideología
de los primeros agricultores con la de los primeros constructores de
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megalitos. Destaca el inventario de estas piezas en el sur, cuestión que
no podemos obviar, está relacionada con proyectos concretos de
investigación, por lo que resulta esperable que el inventario de piezas
exentas de carácter antropomorfo se incremente a medida que se desarrollen proyectos específicos en otras áreas.
El proyecto de la Dehesa Palacio, en Sevilla (García Sanjuan y
Wheatley, 2006), ha dado a conocer el túmulo de Palacio III, una
auténtica agregación de edificios funerarios, el más antiguo un dolmen, con posterioridad un sepulcro de falsa cúpula y, por último, una
incineración del Bronce Final con encachado y depósito de objetos. La
interesante percepción de que la materia prima de la estela que preside de modo visible la entrada al segundo monumento es la misma
que la del dolmen más antiguo es una de las evidencias que conduce
a corroborar la complejidad ritual de esta necrópolis, que incluye la
decoración pictórica de la cámara de este sepulcro.
A ello podemos sumar que al interior del tholos se localizó una
estructura más antigua presidida por una estela fragmentada en caliza, con restos de una decoración pictórica. Dicha estela es de la
misma materia prima y decoración que la que presidió el túmulo de
esta sepultura de falsa cúpula. Por tanto, si no una reutilización, que
no podemos confirmar plenamente porque los dos fragmentos no
casan de modo estricto, sí podemos valorar un auténtico fenómeno
de emulación que asocia indefectiblemente el sistema de representación de ambas estelas antropomorfas (Bueno et alii, 2007a).
El incremento de datos aconseja realizar un esfuerzo específico
para definir argumentos arqueológicos respecto a las piezas exentas.
Si bien la opción de su reutilización es francamente factible, más
aún en el panorama que hoy conocemos bien, de las estrategias de
refacturas de los espacios funerarios, también es importante implementar estrategias metodológicas refinadas para evaluaciones específicas, que resulten contrastables. En cualquier caso, estas sistemáticas de investigación están colaborando a perspectivas más minuciosas sobre el desarrollo del uso de los monumentos megalíticos, y
sobre todo, al análisis de sus pautas rituales (Bueno et alii, e. p., b).
4. La reiteración de los gestos simbólicos de carácter
gráfico
Desde nuestros primeros trabajos hemos insistido en el largo decurso cronológico de las grafías megalíticas, con programas iconográficos de una base muy similar desde el V hasta bien avanzado el III
milenio cal BC, asumiendo las implicaciones que ello supone para
la valoración simbólica y cronológica del arte esquemático ibérico
(Bueno y Balbín, 2006).
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Figura 16. Palacio III. Foto de la excavación del sepulcro,
gentileza de L. García Sanjuan y remontaje de las decoraciones del monumento sobre alzados, realizados por D.
Whitley. (Calcos de los autores, según Bueno et alii, 2007a).
Esta propuesta goza ahora de corroboraciones contundentes en
las cronologías directas del norte de la Península (Bueno et alii,
2007a). Por tanto, no sólo se repitieron esquemas decorativos a lo
largo de todo el tiempo de la construcción de arquitecturas diversas
(Bueno y Balbín, 1997), sino que se repintaron y reavivaron decoraciones antiguas, siguiendo la misma pauta. La fecha de Antelas (da
Cruz, 1995), al norte de Portugal, y las obtenidas en las distintas
capas de pintura de Monte dos Marxos o de Coto dos Mouros, en
Galicia (Carrera y Fábregas, 2002, 2006).
Pero también podemos establecer esta realidad del largo decurso simbólico de las grafías funerarias en dos tipos de datos a sumar
a los repintados: la presencia de decoraciones idénticas en el reverso
y el anverso de algunos soportes, y los regrabados.
En el primer caso están piezas ya citadas, así las de los dólmenes
de Alberite I y II. Los temas desarrollados en la cara no vista son los
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mismos que los realizados en la cara vista, insistiendo en la continuación del valor simbólico de los motivos en cuestión, como también se ha observado en otras areas megalíticas de la Europa atlántica (Le Roux, 1984).
Algo similar podemos aplicar a algunas decoraciones especulares
documentadas en menhires. Éste es el caso del menhir de Belhoa,
que tiene idéntica decoración en las dos caras (Bueno et alii, 2007a),
o del menhir de Vale de Rodrigo (Gomes, 1997), ambos en el área
de Reguengos de Monsaraz, en Évora. Este último presenta, además,
regrabados. También tenemos noticia de regrabados en algunos
menhires de Caramujeira (Gomes, 1997), y nosotros detectamos un
fenómeno similar sobre la estatua-menhir de Navalcán (Bueno et
alii, 1999a).
Por tanto, los menhires situados al aire libre fueron también susceptibles de recibir reavivados de su decoración, que al igual que las
de los soportes dolménicos, insistían en las mismas temáticas que
caracterizaban la más antigua decoración del soporte.
Figura 17. Decoración en ambas caras del menhir de Belhoa. Reguengos de
Monsaraz. (Fotografías de R. de Balbín).
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5. Paisajes y grafías megalíticas entre el VI y V milenio
cal BC
La aportación de los yacimientos con grabados al aire libre del occidente peninsular, a una amplia secuencia gráfica que incluye los
momentos más antiguos del arte postpaleolítico (Bueno, e. p.;
Bueno et alii, 2007a), visualiza los paisajes de los primeros agricultores como la evidencia de territorios, en los que las grafías protagonizaban papeles específicos en la delimitación y reconocimiento de
su propiedad.
Ahora podemos añadir los datos procedentes de los menhires
para analizar el largo recorrido de la ideología de los primeros agricultores del área atlántica de la Península Ibérica.
Los trabajos de Gomes (1994, 1997) y de Calado (1997, 2004)
han demostrado la relación de los menhires algarvios y alentejanos
con el poblamiento neolítico más antiguo de la región. Incluso,
recientemente (Bicho et alii, 2000; Bueno, e. p.), se ha propuesto su
relación con asentamientos mesolíticos, como sucede en Bretaña
(Cassen y Vaquero, 2004).
Las fechas de Padrâo (Gomes,1994: 331), las de Quinta da
Queimada (Calado et alii, 2004) o las de Meada (Oliveira, 1997:
234), insisten en cronologías del VI milenio cal BC para la erección
de estas visibles presencias antropomorfas. Cronologías que coinciden plenamente con las que se desprenden de las primeras estelas
del norte. Así la cronología directa de Anta do Serramo (Carrera y
Fábregas, 2006) o las evidencias relativas comentadas en párrafos
anteriores. Ello corrobora la antigüedad de las técnicas de la pintura
y del grabado en las manifestaciones postglaciares (Bueno y Balbín,
1992, 1997, 2003) y avala trayectorias gráficas más complejas que
las admitidas tradicionalmente (Bueno y Balbín, 2002, 2006).
La profunda imbricación entre menhires y áreas de habitación, y
entre dólmenes y áreas de habitación, expresa la continuidad en los
conceptos simbólicos, protagonizados por las grandes piedras desde
sus más antiguas evidencias.
Menhires, megalitos y áreas de habitación formarían un todo
compacto dentro del espacio de los constructores de megalitos a lo
largo de más de tres milenios. Las raíces en el mundo de los antiguos
productores se detectan por igual en los menhires y en los dólmenes
que, en varias ocasiones, se asientan sobre habitaciones del primer
Neolítico, y que recuperan en sus construcciones representaciones
de los ancestros.
Además de confirmar una fase antigua premegalitica con elementos ideológicos que continúan en los primeros megalitos, estamos en disposición también de proponer que éstos se imbrican en
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los sistemas culturales que sustentaron la construcción de megalitos
en toda Europa.
Los menhires de la cabecera de las tumbas K y J de Höedic, en el
VI milenio (Cassen y Vaquero, 2004), o los menhires de madera de
poblados mesolíticos del norte de Europa (Rust, 1943), apuntan en
esa dirección. Por otro lado, conectan las producciones culturales de
los grupos de cazadores y de los productores que, con sus diferencias, que también existen, muestran una continuidad que propone
perspectivas más complejas que las hasta ahora sostenidas para el
origen del arte postglaciar ibérico.
Los menhires de madera del Epipaleolítico transformaron su materia prima hacia elementos menos perecederos y con más ambición de
permanecer en el paisaje. Y, lo que es más interesante, en los mismos
territorios en los que conocemos largas secuencias de grabados al aire
libre que, por tanto, revelan una tradición gráfica de largo recorrido,
sobre la que nos queda mucho por reflexionar (Bueno, e. p.). Lo cierto es
que la organización del Mesolítico occidental, su asociación a enterramientos colectivos, la documentación de menhires de madera, su organización habitacional, su capacidad de almacenamiento…, todo apunta
a rasgos relacionados con la producción incipiente. Si a ello unimos la
explotación sistemática de la dehesa, como hemos constatado en fechas
del V milenio cal BC al interior de la Península Ibérica (Bueno et alii,
2002, 2005), la exclusiva llegada de sistemas de producción foráneos
como arranque de la neolitización no parece sostenible.
Los menhires plantean un concepto de territorio muy diferente
al asumido para los primeros productores levantinos, en el que las
cuevas y su entorno próximo reiteraban patrones más conectados
con el mundo paleolítico, que con asentamientos amplios al aire
libre, como ya manifestaba el mesolítico portugués, y está reiterándose en poblados neolíticos occidentales o en las habitaciones bajo
túmulo del interior peninsular (Bueno et alii, 2002).
Se trataría de territorios marcados por presencias humanas visibles, esencialmente menhires, estelas y estatuas, acompañadas de
símbolos grabados y pintados al aire libre o reproducidos en los
contenedores funerarios. Todo este imaginario tiene en las representaciones humanas el protagonista principal, ya sea en sus versiones
más esquemáticas, ya en sus acepciones más individualizadas
(Bueno y Balbín, 1994, 1996).
La madurez de las grafías del VI y V milenio cal BC, precisamente en el occidente peninsular, propone serias reflexiones a los tradicionales modelos atlántico-mediterráneo, valorando situaciones
más complejas en las que la ideología de los antiguos pobladores
tuviese un papel muy señalado en la generación y evolución de las
mitografías de los primeros productores, en el mismo sentido que
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hoy se analiza la presencia de cerámicas impresas en el atlántico o
de megalitos en cronologías esencialmente contemporáneas en todo
el sur de Europa. Sólo modelos que tengan en cuentan una dinamización y un mayor protagonismo de los cazadores-recolectores
explican el nivel de intensificación simbólica detectado, precisamente en el área supuestamente menos ocupada por los primeros
agricultores (Bueno y Balbín, 2002).
Desde luego que no podemos afirmar que estas secuencias existan exclusivamente en el oeste. Muy al contrario, lo documentado en
el oeste debería servir como reflexión para valorar hipótesis muy
similares en el este de la Península Ibérica. Ya están comenzando a
documentarse grandes poblados con un alto nivel simbólico
(Bernabeu et alii, 2003) y es cuestión de tiempo que se localicen evidencias visibles de presencias humanas en un paisaje, del que conocemos su tendencia a mostrarse como fuertemente antropizado a
partir del VI y, sobre todo, del V milenio cal BC, siempre refiriéndonos a las secuencias postglaciares. Del nivel de ocupación de grupos
de cazadores y cazadores-recolectores en Levante dan buena cuenta
los yacimientos paleolíticos decorados y los numerosos enclaves con
Arte Levantino, que incluyen ineludibles referencias al estilo V del
sur de Europa (Bueno et alii, 2007).
Si la ergología es un factor de análisis necesario para valorar
interacciones a mayor o menor distancia, las grafías en tanto que
expresiones de un pensamiento organizado son el mejor de los argumentos para proponer reconstrucciones acerca de la ideología de los
primeros productores. Y ello dentro de una larga tradición que sitúa
los territorios del oeste como los más poblados de Europa, desde el
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P. Bueno • R. de Balbín • R. Barroso
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ARTE RUPESTRE 4
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CUADERNOS DE ARTE RUPESTRE
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Empordá). Algunes consideraciones sobre els sepulcros megalitics de Les Alberes», Pyrenae 17-18: 103-137. Barcelona.
Agradecimientos
Nuestros trabajos sobre arte megalítico de la Península Ibérica han
tenido el apoyo de consecutivos proyectos DGICYT. En el desarrollo
de las tareas de campo son muchas las instituciones y personas
implicadas. Nuestro agradecimiento a J. M. Gutiérrez, director del
Museo de Villamartín y director de las excavaciones en el dolmen de
Alberite y en los dólmenes de Ubrique, a L. García Sanjuan y D.
Wheatley, directores del trabajo en Palacio III, a B. Ruiz, director del
Conjunto Monumental Dólmenes de Antequera, a J. Tarrús,
del Museo de Banyolas, a L. Perdigones Técnico de la Junta de
Andalucía en Cádiz, a la familia Sevillano y a los hermanos Gómez
de las Cortinas, que nos facilitaron el acceso al Toconal. M. Alcaraz
ha revisado el resumen en inglés.
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