Alejandro Yáñez-Arancibia1, John W. Day2, Charles A. S. Hall3 Resumen Ningún sustituto del petróleo ha sido desarrollado, de hecho, ni a la escala de demanda energética requerida. La mayoría de las “energías alternativas” experimentadas son de desempeño y eficiencia pobre. La ecuación: recursos exhaustos/crisis energética/crisis económica/ cambio climático es muy delicada. Y es aquí donde radica el gran problema de articular piezas de una ecuación –energía, economía, cambio climático– que nos parece sin solución, porque no es simplemente una ecuación de piezas en relación numérica, sino de piezas en interrelación humanística y de comportamiento social. Por el escenario que se vislumbra, es muy probable que nos enfrentemos en el siglo XXI a lo peor de dos alternativas y en efecto sinérgico. La dependencia continuada de los carburantes fósiles –con graves consecuencias geopolíticas– y la acumulación acelerada de gases de efecto invernadero, que producirán desastres climáticos cada vez más graves en escala mundial. Abstract No substitute for petroleum has been developed that can deliver energy at the scale or within the time frame required. The majorities of alternative energy sources provides much less energy than petroleum and are generally much less efficient. The equation non-renewable resources/energy crisis/economic crisis/climate change is very difficult. The great problem is to articulate different aspects of an equation of energy, economics, and climate change that seems to us without a solution, at least within the context of society as it is presently structured. This is not simply a problem of physical dimensions but involves deep social aspects. From what we can see, society is going to confront in the 21st century is a synergistic interaction of these problems with the worst possible outcome. The continued use of fossil fuels leads to increasing concentrations of greenhouse gases in the atmosphere that will lead to more and more climatic disasters. Palabras clave Crisis energética, exhaustos. Keywords Energy crisis, climate change, exhausted resources. 1 cambio climático, recursos Investigador Titular y Profesor en el Instituto de Ecología A. C., Xalapa, Ver., México (CPI-CONACYT), Red Temática Medio Ambiente y Sustentabilidad, Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias desde 1983, Doctorado en Ciencias del Mar por el Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM, Potdoctorado en Ecología Costera por el Center for Wetland Resources Louisiana State University, Alejandro.yanez@inecol.edu. mx. 2 3 InvestigaciónSección: ambientalEnsayos 2010 • 2 (1): 75-82 Energía, economía y cambio climático: ecuación insoluble Distinguished and Emeritus Professor in the Department of Oceanography and Coastal Sciences at Louisiana State University in Baton Rouge, Doctorado en Ecología y Análisis de Sistemas por University of North Carolina, johnday@lsu.edu. Professor and Research Scientist in the College of Environmental Science and Forestry at the State University of New York at Syracuse, Doctorado en Ecología y Análisis de Sistemas por University of North Carolina, chall@esf. edu. Investigación 2010insoluble Energía, economía y cambioambiental climático:2(1), ecuación 75 Investigación ambiental 2010 • 2 (1): 75-82 76 Introducción En el siglo XXI la crisis energética se acerca peligrosamente a un escenario de gran incertidumbre y desesperación, como ya ocurrió en el pasado reciente (Hall y Day, 2009). Durante el siglo XIX las potencias industriales emergentes se entrelazaron en una pugna por controlar las reservas de carbón y de hierro que, por aquella época, eran los recursos más buscados. Después de la Primera Guerra Mundial, el petróleo aparecía como la “zanahoria” del anzuelo y las angustias disminuyeron con la aparición de nuevos recursos. La escasez de carbón se volvió menos importante cuando el petróleo empezó a inundar el mercado, y las esperadas carestías de petróleo se evaporaron tras la Segunda Guerra Mundial cuando se descubrieron los yacimientos –aparentemente infinitos– de Oriente Próximo. Pero el tiempo pasa. La explosión demográfica del siglo XX se hizo temeraria, el desborde del “capital económico” rebasó por mucho el “capital natural” del planeta (Hall et al., 2001, 2003; Hall y Day, 2009; Pimentel, 2001; Day et al., 2009a; Turner, 2008;Yáñez-Arancibia et al., 2009), y el siglo XXI sorprendió a la humanidad prácticamente descobijada de energía no renovable, biomasa útil de recursos naturales explotables en franco declive, y esto entrelazado con un escenario ambiental altamente degradado y recursos petrolíferos exhaustos (Figura 1). Desde los últimos 25 años ha habido considerable discusión acerca del impacto ambiental de las actividades humanas, especialmente lo relativo al cambio climático y a la biodiversidad, pero se ha puesto mucho menos atención sobre la disminución de los recursos básico para el sostenimiento de la humanidad, p. ej., agua, alimentos, energía. Entre esto último, el “pico del petróleo” muestra con claridad que la producción mundial ya alcanzó su máximo en la primera década del 2000 y ha comenzado el declive. Esto se correlaciona dramáticamente con el “pico de todos” los recursos finitos, lo cual coloca el desarrollo sustentable en tela de juicio (Hall, 2004). La demanda mundial de energía primaria se espera que aumente en 57% entre 2004 y 2030, un requerimiento extraordinario en el uso de la energía para un lapso de tiempo tan breve, que rebasa por mucho el reacomodo (resiliencia) ecosistémico del planeta. Se sigue pensando que los combustibles fósiles no renovables –petróleo, gas natural, carbón–, podrían satisfacer un impresionante 87% de las necesidades mundiales de energía. Pero como la demanda mundial de energía en 2030 será Alejandro Yánez-Aráncibia et al. muy superior, las cantidades de estos combustibles tendrán que aumentar en proporción aritmética; esto es, la producción de petróleo tendrá que aumentar un 42%, el gas natural un 65% y el carbón un 74%. Y es aquí donde radica el gran problema de articular piezas de una ecuación –energía, economía, cambio climático– que desde ya se antoja sin solución, porque no es simplemente una ecuación de piezas en relación numérica, sino de piezas en interrelación humanística y de comportamiento social. Ninguno de estos tres combustibles energéticos, ni siquiera el carbón –el más abundante de los tres– puede cumplir para la primera mitad del siglo XXI con las expectativas asignadas por la política económica internacional del planeta. Pero hay más todavía. Si la sola búsqueda de recursos energéticos es una empresa titánica para la humanidad, por otra parte los recursos de alimento y agua en franco retroceso complican mucho la ecuación. Toda la política internacional tendrá que enfrentarse –más temprano que tarde– a los graves efectos del calentamiento global y sus impactos al cambio climático. Piezas de una ecuación, desde ya, insoluble al tenor de las políticas nacionales e internacionales vigentes. Luces rojas ya encendidas! Análisis Si los Estados Unidos como primera economía mundial se enfrenta a un horizonte nebuloso, ¿qué podemos esperar para las economías emergentes, o aún países más rezagados? Nuestra realidad es que México vivirá un drama mucho mayor. Según Oil & Gas Journal, del 26 de marzo de 2007, y el BP Statistical Review of World Energy, de junio de 2007, México figuraba en 2006 muy cerca del último lugar del total de 15 países que producen actualmente el 80% del petróleo mundial. México ya no figura entre los 15 principales productores mundiales de petróleo previsto para el año 2030 (según Department of Energy of United States, International Energy Outlook 2007, tabla G2 pp. 188189). Y México ya no figura entre los 15 máximos poseedores mundiales de reservas de gas natural (según el BP Statistical Review of World Energy, Junio de 2007, pp. 22, 24). Más aún, sus yacimientos de carbón son insignificantes al igual que los de uranio, y las represas no pueden proveer la disponibilidad de agua ante lo errático del comportamiento de las lluvias debido al cambio climático global. En estas circunstancias, no se Sección: Ensayos Figura 1. Diagrama de las proyecciones del modelo límites-del-crecimiento, examinado en relación con la contaminación y los recursos menguantes. La marca del año 2000 en la mitad del camino muestra las proyecciones puntuales y un panorama incierto para fines del siglo XXI, según Hall y Day (2009). Después del año 2000 el consumo de petróleo rebasa por mucho las reservas disponibles [5:1]; los descubrimientos proyectados son pesimistas; los grandes descubrimientos fueron hechos antes de 1980, según Day et al. (2009a). La gráfica inferior señala la declinación de la producción mundial de petróleo en correspondencia entre IEA (International Energy Agency) y EIA (Energy Information Administration, Official Energy Statistics from the U. S. Government). Según Department of Energy of United States, DOE/EIA-0484 (2009). www.eia.doe.gov/oiaf-/ieo/index.html puede hablar siquiera de “independencia energética”, sino tan sólo de lo contrario: la dependencia cada vez mayor de energía importada (Klare, 2008). Pero, ¿cómo es que la energía, la economía y el cambio climático se van entremezclando desde fines del siglo XX para volverse piezas de una ecuación a todas luces insoluble? Hall y Cleveland (1981), Hall y Day (2009), Day et al. (2009a, 2009b) han expresado con énfasis que el dilema al que se enfrentan los responsables políticos estadounidenses se ha vuelto más formidable debido a la aceptación de que el calentamiento global supone una amenaza sustancial para el bienestar futuro de los Estados Unidos y del mundo en general, y que la fuente Energía, economía y cambio climático: ecuación insoluble 77 Investigación ambiental 2010 • 2 (1): 75-82 78 principal de los gases que causan el “efecto invernadero” y que atrapa el calor, es el dióxido de carbono liberado durante la combustión de los combustibles fósiles. Un peligro sin precedentes que para abordarlo y evitar sus efectos catastróficos, sería necesario invertir una suma descomunal en el desarrollo de alternativas a estos carburantes, imponiendo estrictas limitaciones al consumo del petróleo para automóviles y otros aparatos que funcionan con gasolina. Este es un paso que ningún político o ningún partido importante están dispuestos a dar todavía. Si bien el público es consciente de los peligros que supone para el mundo el ascenso del nivel del mar, la desertificación creciente, y las tormentas cada vez más intensas; el público no tiene tanta conciencia de los peligros que supone el cambio climático para la explotación de los recursos energéticos, producción de alimentos o disponibilidad de agua dulce. Eclipsando todas estas inquietudes alimentarias (Pimentel, 2001), energéticas (Hall, 2004, Hall et al. 2008), integración ecológica (Yáñez-Arancibia et al. 2009), desintegración ambiental y recursos menguantes (Day et al. 2005, 2007, 2008, 2009a, 2009b), tenemos el cambio climático global (IPCC, 2007). El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, que la comunidad científica internacional considera como “el referente”, ha afirmado: “El calentamiento del sistema mundial es inequívoco, como es evidente hoy día sobre la base de las observaciones, los aumentos de la temperatura del aire y del mar por todo el planeta, el derretimiento de la nieve y el hielo en cualquier latitud, así como el aumento generalizado del nivel medio del mar”. Este mismo informe sostiene que la actividad humana es responsable, en gran medida, de la acumulación reciente en la atmósfera de gases de efecto invernadero, y que el dióxido de carbono –liberado cuando se queman combustibles fósiles– “es el gas de efecto invernadero generado por el hombre más importante”. Aun cuando el informe (IPCC, 2007) ha inducido agendas en los políticos nacionales e internacionales, todavía no se aprecian señales de que los líderes mundiales estén preparados para abordar los esfuerzos institucionales enormes y onerosos requeridos para invertir la acumulación en ascenso de los gases de efecto invernadero que amenazan con producir un “menú” completo de eventos catastróficos, desde sequías extremas y desertificación rápida de enormes regiones del planeta, pasando por represas casi secas o rellenas de sedimentos, ríos desbordados, erosión severa de las cuencas hidrológicas y las playas, hasta el aumenAlejandro Yánez-Aráncibia et al. to del nivel medio del mar y la consiguiente inundación de zonas costeras, densamente pobladas y tradicionales destinos turísticos en escala mundial (Yáñez-Arancibia, 2009). Siguiendo el ritmo de crecimiento actual, las emisiones internacionales a la atmósfera de dióxido de carbono pasarán de 27,000 millones de toneladas métricas en 2004 a 43,000 millones en 2030 (Klare, 2008). Entonces hablamos de un aumento impresionante de 60% suficiente como para “freír” al planeta (Department of Energy of United States, International Energy Outlook 2007, tablas A10, p. 93, tablas A1, A5, A7, pp. 83, 88, 90). Dado que los combustibles basados en el carbono –el petróleo, el gas natural y el carbón– representan hoy el 85% del suministro energético primario del mundo (y esto tiende a aumentar según el Department of Energy of United States, International Energy Outlook 2007), el problema del cambio climático es, en su esencia, un problema de “energía”. En consecuencia, su solución exigirá una transformación radical del modo en que la humanidad obtiene y utiliza las reservas energéticas (OCDE, 2009). Durante este siglo XXI en todo el mundo se está observando un ascenso del nivel del mar entre 60 y 90 centímetros –o mucho más– sequías más frecuentes en zonas generalmente áridas, lluvias catastróficas en períodos cortos de tiempo, y huracanes y tifones más intensos de lo habitual (Hoyos et al., 2006, Rahmstorf, 2007, Pfeffer et al., 2008, Day et al., 2007, 2008; YáñezArancibia, 2009). Estos efectos del cambio climático afectaran a todas las actividades de la vida humana, pero tienen un impacto especialmente directo y significativo en la búsqueda mundial de energía y de la seguridad alimentaria y del agua. A medida que se intensifiquen los efectos catastróficos del cambio climático, sin duda habrá que destinar enormes cantidades de energía a labores tan costosas como construir presa o reservorios, malecones, reconstruir pueblos anegados, puentes, carreteras, obras de infraestructura industrial, reubicar a cientos de miles de damnificados o refugiados transnacionales, reactivar la actividad agropecuaria y pesquera, y mitigar el impacto al turismo, entre otras muchas actividades asociadas (John Heinz III Center, 2000). Por efecto del calentamiento global, el aumento de la frecuencia e intensidad de tormentas tropicales será de fuerte impacto. Es probable que los ciclones, tifones y huracanes se vuelvan más intensos, con vientos y lluvias que alcancen magnitudes sin precedente, fenómeno asociado con el aumento de combustibles y sistemas de energía nuevos que sean onerosos, complejos y experimentales (Klare, 2008, Pimentel et al., 2008). Y la creciente acumulación de sistemas energéticos antiguos –dentro de un contexto de fricciones y conflictos entre las grandes y pequeñas potencias– lanzará a la atmósfera más gases de efecto invernadero, calentando aún más al planeta. No obstante, el mayor efecto del calentamiento global sobre la ecuación energética será, probablemente, que obligará a los líderes políticos a poner más énfasis en el desarrollo de combustibles alternativos, lo cual sin duda, generará numerosos problemas y peligros que hasta el momento ni siquiera se han previsto. Por ejemplo, en Estados Unidos –donde se espera que el petróleo proporcione en torno a dos quintos del suministro energético del país para el año 2030–, el combustible líquido favorito, que no emite dióxido de carbono, es el etanol derivado del maíz. Pero el aumento sustancial en el uso del etanol planteará una serie de cuestiones importantes (Hall et al., 2003, Pimentel et al., 2008). En la actualidad la mayor parte del etanol consumido en Estados Unidos se elabora cociendo las mazorcas de maíz y haciendo fermentar la pulpa resultante, pero este método consume considerables cantidades de energía, dado que hay que cultivar y cosechar el maíz, y luego transformarlo en combustible (Hall et al., 2008, Pimentel et al., 2008). Si realmente el etanol se afianza –lo que parece poco probable– conllevaría el uso de una parte considerable de las tierras destinadas al cultivo. En otras palabras, que contribuiría poco al equilibrio energético neto de cualquier país mientras induce un desequilibrio para cultivar alimentos básicos, lo cual dispararía los precios en todo el mundo y, potencialmente, provocaría hambruna generalizada (Klare, 2008). Los responsables gubernamentales intentan superar estos escollos fomentando el desarrollo de nuevas formas de producción, como el uso de enzimas químicas para descomponer la celulosa de las plantas (el etanol de celulosa), y la sustitución de los pastos de las praderas, las astillas de madera y otra biomasa en vez del maíz como materia prima para obtener combustible. Sin embargo, dado el índice actual de desarrollo, pasarán muchos decenios antes de que el etanol de celulosa esté disponible a una escala suficiente como para sustituir al petróleo líquido de una forma eficiente; y siempre y cuando la demografía mundial se estanque del ritmo que lleva actualmente y que nos colocará en cerca de 10 mil millones de seres humanos para mediados del siglo XXI. Si bien es posible que las iniciativas políticas fuEnergía, economía y cambio climático: ecuación insoluble Sección: Ensayos constante de la temperatura de la superficie marina en zonas tropicales. Esto es especialmente preocupante para los productores de petróleo y gas natural en el Golfo de México (México y Estados Unidos), dado que gran parte de la producción, el procesamiento y la distribución de ambos combustibles se concentra en las zonas costeras del Golfo. Recientemente huracanes letales como Ivan y Jeanne en 2004; Katrina y Rita en 2005 (en las costas de los Estados Unidos); Wilma y Emily en 2005; además de Stan y Felix en 2007 (en las costas de México), causaron los mayores daños recientes en las costas de ambos países. Se ha estimado que la temporada 2004-2005 de huracanes significó un impacto económico superior a los 23 billones de dólares en la región tropical de América. Estos eventos demostraron hasta qué punto son vulnerables a estas tormentas el turismo, las carreteras, las plantas petrolíferas, petroquímicas, y de gas natural, valoradas en miles de millones de dólares, y motivó la caída de la ocupación hotelera, la atención a damnificados, y la suspensión de un tercio de la producción petrolífera doméstica en ambos países (PEMEX-PEP, 2006, Klare, 2008). Estos impactos negativos también se producen en el Mar del Norte, en el Sudeste Asiático y en el Golfo Pérsico, que están acusando las consecuencias de un aumento de los eventos de tormentas severas. A pesar de todo, algunos expertos han pronosticado que el calentamiento global podría permitir la obtención de energía al derretirse el casquete polar Ártico, permitiendo así una explotación constante de lo que se considera son grandes depósitos de petróleo y de gas sepultados bajo el Océano Ártico (magnitudes no comprobadas). Pero incluso si pasamos por alto el hecho que un clima lo bastante cálido como para fundir el casquete ártico podría muy bien amenazar con convertir las latitudes australes en regiones inhabitables, es probable que las tormentas violentas que acompañen este proceso hiciera que la actividad extractiva en las frías aguas de las latitudes boreales fuera un proceso demasiado peligroso, enormemente costoso y lento. Por el escenario que se vislumbra, es muy probable que nos enfrentemos a lo peor de dos alternativas y en efecto sinérgico. La dependencia continuada de los carburantes fósiles –con todas las consecuencias geopolíticas mencionadas– y la acumulación acelerada de gases de efecto invernadero que producirán desastres climáticos cada vez más graves. Visto de manera más directa; el aumento de tensiones geopolíticas y sociales disuadirá a los políticos de destinar fondos y atención al desarrollo 79 Investigación ambiental 2010 • 2 (1): 75-82 80 turas alteren estas previsiones, todo cambio fundamental requerirá una rápida aceleración del proceso de comercialización de alternativas energéticas que siguen estando en un estadio primario de experimentación. ¡Luces rojas ya encendidas! Esto hace pensar, sin demasiado análisis, que la presión sobre el carbón cuyos principales yacimientos mundiales se encuentran en China y en los Estados Unidos, se intensificará en este siglo XXI, puesto que tanto el gas natural como el uranio también están a la baja en disponibilidad. En otras palabras, por mucho que se esfuercen en resolver el problema energético frente a los efectos del cambio climático –cada vez más intensos–, los líderes mundiales tendrán que enfrentarse a una batería de retos interconectados: geopolíticos, económicos y ambientales que deberán resolver aprisa en las próximas décadas. No hace falta decir que el cambio climático también afectará a la lucha mundial por otros recursos vitales: el agua y las tierras cultivables. La temperatura mundial que irá en aumento, y el cambio en los patrones del clima incrementará la pluviosidad en determinadas zonas del mundo, sobre todo en las latitudes boreales, pero la reducirá en otras, incluyendo muchas áreas importantes donde hay cultivos actualmente, situadas en los trópicos y en zonas templadas. Las grandes áreas interiores de Norteamérica, norte de México, Sudamérica, el norte de África, y el este, centro y sur de Asia podrían convertirse en desiertos o en precarias zonas semidesérticas, apenas capaces de permitir la vida humana. El aumento del nivel del mar inundará y salinizará valiosas tierras fértiles de cultivos en las planicies costeras, sobre todo los arrozales del sudeste asiático en Filipinas e Indonesia, y de América latina. Desde ya, es posible imaginar los miles de refugiados y migrantes de estas zonas, que requerirán ser rescatados, alimentados y dispuestos en áreas para vivir trasladándolos a otras comunidades. Todo este panorama exigirá el consumo de tremendas cantidades de energía. Si la conducta mundial en el terreno de la energía sigue la trayectoria actual, aumentará el riesgo de padecer una crisis severa, un trauma económico muchísimo mayor que lo ya vivido, y una serie de conflictos a una escala inimaginable. Incluso aunque no se produzca una conflagración bélica, la mayoría de los habitantes del mundo padecerá un progresivo deterioro de sus circunstancias, sobre todo a medida que se vayan haciendo notar los efectos más graves de la escasez de recursos (alimento, agua), deterioro ambiental (colapso de biodiversidad) y del cambio climático (eventos extremos). En esencia, Alejandro Yánez-Aráncibia et al. esta misión supone repudiar los impulsos de suma cero, ultranacionalista (ningún país es ya autosuficiente en nada), que amenazan con dominar la política energética en la mayoría de los principales países industrializados, y sustituirlos por un enfoque colaborador para resolver los retos energéticos a los que se enfrenta –ningún país en específico– sino el mundo en su totalidad. Mientras los políticos transnacionales crean que la mejor manera de defender los intereses nacionales vitales es utilizar métodos arriesgados y provocativos para dominar los depósitos de petróleo y gas, el escenario está dispuesto para que se produzca una competencia incesante y se fomente la desconfianza internacional mutua. En semejante atmósfera geopolítica, es improbable que se avance hacia la meta de solventar el problema del calentamiento global emitiendo menos gases de efecto invernadero. Para ser más concretos. La cooperación internacional no sólo debe procurar una reducción de la crisis y de los conflictos reales o potenciales, sino hacer que aumente la disponibilidad de opciones de nuevas energías, que sustituyan a las reservas que van menguando, y que disminuya la acumulación de gases de efecto invernadero. El diseño de una estrategia de este calibre debe ser una prioridad básica para los políticos, científicos, empresarios industriales, expertos en energía y en cambio climático, y ciudadanos comunes de todos los países del mundo. Existen muchas maneras en que las instituciones multinacionales y los países puedan trabajar en conjunto en torno a esta ecuación. Pero, como ha sostenido Klare (2008) de todas las asociaciones concebibles, ninguna será más importante o esencial en este siglo XXI que la que exista entre los Estados Unidos y la Republica Popular China. Ambos países consumirán más del 39% de los miles de billones de BTU (British Termal Units) del planeta, más del 34% de los millones de barriles de petróleo por día, más del 65% de los miles de billones de BTU producidos por consumo de carbón, más del 35% de los miles de millones de kw/h producidos por energía nuclear, y emitirán más del 45% de todas las emisiones de millones de toneladas métricas de dióxido de carbono a la atmósfera. Previsiones para 2030 según el Department of Energy of United States, International Energy Outlook 2007. Más sorprendente aún es que ambos países no producirán más que el 13% de los miles de millones de barriles diarios de petróleo. ¡Luces rojas ya encendidas! Habrá que modificar los impulsos competitivos que hoy se dedican a la búsqueda de recursos vitales y ca- Conclusión Jamás, en ningún otro momento de la historia, los líderes políticos nacionales e internacionales se habían enfrentado a tantos desafíos relacionados con la obtención, distribución y uso de los recursos naturales clave como energía, alimentos y agua. Para algunos, el sólo hecho de obtener suficientes materiales como para mantener el ritmo del crecimiento económico desbocado ya será una misión titánica y compleja en extremo. Para otros, la verdadera labor consistirá en perpetuar los estándares de vida acostumbrados frente a una intensa competencia por parte de las grandes potencias desarrolladas y las nuevas economías “emergentes”. Sin embargo, en última instancia, todos y cada uno de ellos tendrán que enfrentarse a los dilemas que plantean, por una parte, el crecimiento negativo, y por otra, los recursos menguantes del planeta y los efectos cada vez más nefastos del cambio climático mundial. Para una distinguida minoría de científicos (véanse Referencias), nunca ha existido la duda de que la “victoria del debate económico” fue ilusoria en el siglo XX, y los modelos fueron basados en información incompleta y desconocimiento de la dinámica natural de los ecosistemas. Aunado a que la definición económica de “eficiencia” no ha sido consistente. Nuestra academia ha encontrado que el uso de la energía –un factor que no ha sido utilizado en las ecuaciones de producción económica–, es mucho más importante que el capital, el trabajo, o la tecnología, al explicar el incremento en la producción industrial de Estados Unidos, Japón o Alemania. En todas estas economías la eficiencia energética ha descendido actualmente 10%. Diversos análisis han mostrado que la tecnología agroindustrial, por ejemplo, es extremadamente intensa en uso de energía, lo que muestra que ra- ramente la tecnología trabaja de manera autónoma, sino que requiere intenso uso de recursos energéticos, previo y durante la producción de alimentos. ¡Luces rojas ya encendidas! No nos equivoquemos. Ningún sustituto del petróleo ha sido desarrollado, ni de hecho, ni a la escala de demanda energética requerida; y la mayoría de las “energías alternativas” experimentadas son de desempeño y eficiencia pobre. La economía futura deberá ser enseñada en las universidades desde una perspectiva biofísica y social; porque los límites del crecimiento los impone la Naturaleza y no los modelos económicos neoclásicos teóricos soportados por tecnología y economía de mercado. La ecuación: recursos exhaustos/crisis energética/crisis económica/cambio climático, es muy delicada. Abordar los desafíos interrelacionados de la competición por los recursos alimentarios y energéticos –cada vez más escasos y caros–, y el embate del cambio climático con su implicancia socioeconómica y energética, será uno de los mayores problemas a los que se enfrente la humanidad en el transcurso de este siglo XXI. Si seguimos extrayendo y consumiendo los recursos vitales del planeta de la misma forma irracional que se ha hecho siempre, el planeta se transformará –más temprano que tarde– en una región global inhabitable. Y si los actuales líderes de las grandes potencias secundados por los “nuevos” países con “economías emergentes”, se comportan como los de épocas anteriores, apoyándose en instrumentos de desarrollo que ya no aplican frente a un planeta enfermo, o incluso apoyándose en instrumentos militares para alcanzar objetivos primarios de subsistencia; seremos testigos presenciales de una crisis y conflicto de escala global inacabable, con insospechadas consecuencias. ¡Luces rojas ya encendidas! Sección: Ensayos nalizarlos en un esfuerzo cooperativo para desarrollar nuevas fuentes de energía y procesos industriales respetuosos con el medio ambiente. Si tiene éxito una transición así, será necesariamente lenta y asociado a la mayor depresión económica que el mundo haya tenido. Pero permitirá a los principales países competidores (los de siempre y los “nuevos”) enfrentarse al futuro con la confianza de que podrían satisfacer sus necesidades básicas sin recurrir a vasallaje (ya existen guerras no declaradas) o sin provocar catástrofes ecológicas (ya existen colapsos de degradación ambiental irreversible). Este es el camino que deberemos de elegir, y urgente, por amor a la humanidad. Referencias Day, J. W., J. Barras, E. Clairain, J. Johnston, D. Justic, G. P. Kemp, J. Y. Ko, R. Lane, W. J. Mitsch, G. Steyer, P. H. Templet y A. Yáñez-Arancibia, 2005. Implications of global climatic change and energy cost and availability for the restoration of the Mississippi River. Ecological Engineering, 24: 253-265. Day, J. W, D. F. Boesch, E. Clairain, G. P. Kemp, S. B. Laska, W. J. Mitsch, K. Orth, H. Mashriqui, D. J. Read, L. Shabman, C. A. Simenstad, B. J. Streever, R. R. Twilley, C. C. Watson, J. T. Wells y D. F. Whigham, 2007. 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