ESTUDIOS. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales. Año 8, N" 16. Caracas, jul-dic, 2000, pp 65 - 72 RETRATOS DE VIAJE DE JUAN MONTALVO. DEL "PEREGRINAJE PATRIÓTICO" "AL PLACER DE EMPRENDER EL CAMINO'' CBcrr,n RornÍcunz Caracas-Venezucla Gran parfe {e los viajeros latinoamericanos del siglo XIX parecen h¿rbet estado signados por dos gran¿es pglsiones: el deseo civilizatorio de recorrer los paisajes de las ciudades modernas en busca cle todo aquello que fuera imitable y provechosamente adaptable a las tierras americanas: y ese otro cleseo clc deambular con paso errante por los paisajes románticos de la espiritualidad. dejando de lado lección alguna. salvo aquellas que pertenecen a los ámbitos del alma. Juan Montalvo (18321889), figura escurridiza, suele moverse entre estas dos aguas: si bien sus deseos voluntariosos parecen querer llevarlo hacia los pasos firmes del viaje como "peregrinaje patriótico", su deambul¿r parece traicionado y sus gustos por los desvaríos romhnticos suelen conducirlo a[ viaje como un placer del espíritu, más que como una lección útil que es necesario aprender. Palabras clave: deseo civilizatorio, peregrinaje, patria, espíritu, romanticismo. JUAN MONTALVOS TRAVEL PORTRAITS: FROM PATRIOTIC PILGRIMAGE TO THE PLEASURE OF THE JOURNEY. The majority of nineteenth-century Latin American travelers appear to have been moved by two basic motives: the desire to better themselves on the basis of an experience of the modern cities of the world, whích offered rhe key to a civilization which could be imitated or adapted at home; and the other was a ciesire to travel with a flexible plan and to have no other destiny than that of a romantic dream of spiritual enrichment. Juan Montalvo, a man difficult to classify, moves between these two worlds: although he apparently conceived his voyage in terms of a patriotic pilgrimage, on the way he is constantly tempted by the romantic dreams of spiritual pleasure and forgets the original objective of learning the lessons which European civilization apparently off'ered. Key Words: The Search for Civilization, Pilgrimage' Homeland, Spirit. 65 El viajero es un intermediario que pone en cornunicación lugares que se encuentran sepalados por la distancia y los hábitos culturrlcs, lugares que nada interliga, a no set el movimiento de un viaje realizado por un¿l motivación ajena l su propia lógica. Frente a la discontinuidad de los luglrcs. el viajero se comport¿l como alguien que aproxima unidades heterogénets. su itinerario interliga puntos desconexos. Ocurre, así, una nítida separación entle el que se muevc y los lugares El viajero se nutre de este contraste: él rrs Ia fuente de la expr'rieneia y del saber que le permiten interpretar su posición originalia a la luz de la diversidad con la cual entra en contacto. Renato Ortiz. visitados. l i i i i I ,1 I como lo señala Ortiz (1996)- como aquél que Si pensamos en el viajero -tal pone en contacto culturas disímiles, permitiendo que este contraste Ie dé una nueva perspectiva del lugar desde el cual inicia su travesía, cabría preguntarse: ¿,a la iuz de qué contactos y contrastes está interpretando "su posición originaria" el viajero- literato de las prineras décadas del siglo XIX?, (,cuáles son esos lugares "desconexos" que nuestros viajeros interligan?, ¿cuáles son los contactos que permiten reinterpretar la realidad? Podríamos afirmar, sin mayores incertidumbres, que los desplazaniic¡nlos que elnprenden los viajeros decimonónicos en busca de una relectura de su "posición originaria", tienen como finalidad los paisajes de Ia civilización y la modernidad. Europa, y en su det-ecto los E,stados Unidos, se transforman en aquellos lugares que encalnan los ideales del progreso y el desarrollo. Nuestros viajeros del siglo XIX, sobre todo de su primera mitad, hicieron de los paisajes de lo moderno, no sólo un espacio propicio para la elucidación y reinterpretación de la realidad latinoamericana, sino también un lugar de aprendizaje y de conocimiento. Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, en su "Prólogo" a las Obras escogidas de Esteban Echet,erríu,nos describen el viaje emprendido por los escritores de las primeras décadas del siglo pasado, como un "peregrinaie patriótico" (1991: X). Se viajaba en busca de una verdad de utiliclad para la nación y sus proccsos de modernización; se trataba de un acto emprendido en nombre del bienestar social: el viaje "deberá servir a Ia nación y desbordar las dinrensiones individuales" (lbid). Este despiazamiento hacia las naciones mr¡dernas distaba mucho de la noción de viaje como placer y goce estético; se viajaba en busca de modelos y soluciones, de propuestas para la cambiante realidad latinoamericana; de una respuesta que, en última instancia, podía ser suministrada por lcls modelos de aquellos países que habían logrado encontrar un cierto grado de progreso y bienestar. Algunas miradas se dirigieron a Europa, especílicamente a Francia, lugar de la libertad y el espíritu moderno; otras, las rnenos fiecuentes, se aproximaron a nuevos territorios como los Estados Unidos, en busca de ese progreso material que no tenía la gloria de Francia, pero que tenían el mérito de haber logrado un rápido desarrollo económico y democratizador. 66 David Viñas en su libro Literatura argentina v política, utiliza el término "viaies utilitarios" para definir estas travesías del conocimiento emprendidas por los viajeros de los albores del siglo XIX. Para Viñas, escritores como Alberdi hacen del viaje un instrumento con el cual leer la realidad latinoamericana a la luz de las grandes civilizaciones europeas: En la coyuntura en la que se articula el viaje europeo de Alberdi: la relación súbdito-corte ha quedado atrás, él pasa a ser un "espectador americano", "un hijo del desierto" que erige su juventud en privilegio romántico y al que Europa en tanto gran aprendizaje se le convierte en la universidad, la academia y el pensamiento sistemático. Por eso, tres cosas: la escenografía de pasillos, aulas principescas y deterioradas, bufetes y tribunales; el tono de cuchicheo de algún comentario, manos enrojecidas que se frotan o la voz lejana y solemne del magister en el anfiteatro; y el empecinado esfuerzo por lograr un método: "...es lo que me propuse conocer visitando algunas naciones de Europa". Otras alternativas están ahí, lo acechan y lo tientan; Alberdi las presiente y rechaza: "Si yo hubiera venido en busca de placeres [...]". Pero no; él ha ido a Europa a aprender y a comprobar cosas útiles, de ahí que se empeñe en atenerse a los hechos (1995:22). En autores como Alberdi o como Sarmiento el viaje parece ser por una parte, una actividad placentera y estética y por el otro, un "peregrinaje patriótico". No obstante, si bien el placer aparece como esa suerte de seductora atracción, la idea de lo útil predomina como un elemento que se impone sobre el deseo de dejarse llevar por las tentaciones del viaje romántico. Viñas encuentra que esta tensión tiende a disolverse a medida que el siglo avanzacon la paulatina sustitución del viaje útíl de un Alberdi o de un Sarmiento por el viaje estético de un Daniel García Mansilla o de un Lucio Y.López. 1880- 1900: el período de apogeo de la oligarquía liberal coincide con la acentuada estetización del viaje europeo. Sin duda que sobreviven pautas utilitarias de franca entonación positivista como en la experiencia viajera de Ramón J.Carcano [...] o rezagos de la avidez balzaciana en el itinerario de Pellegrini [...]. Pero el tono dominante es otro (Ibid: 43). Juan Montalvo ( 1832- 1889), al igual que muchos otros viajeros latinoamericanos, hizo la travesía hacia la ciudad-luz, buscando algunas respuestas; sin embargo, sus oscilaciones entre el viaje como un instrumento de rediseño de la nación, y el viaje como placer parecen resolverse de otra manera. En sus primeros relatos de viaje publicados en El Cosmopolita (1866) encontramos una definición del viaje como el lugar del conocimiento: 6'7 No di yo la vuelta al globo como sabio navegante descubriendo tierras desconocidas, rompiendo los témpanos eternos que obstruyen el paso de los polos; no encontré islas desiertas en donde serpenteasen deleitosos y fecundos ríos, en donde se alzasen sobre escarpadas florestas encantados palacios de Armidas y Reynaldos; no penetré las selvas de Africa ni las hube con leones y panteras, como esos viaieros cazadores que allá rompen las puertas que la naturaleza quiso mantener cerradas y van a sorprender los misterios en el corazón del Sahara o en las impenetrables bosques de las vírgenes montañas. Pero recorrí casi todas las naciones cultas de Europa estudiando su política, observando sus costumbres, abominando sus vicios, admirando sus buenas cualidades; y como los hombres ilustres suelen ser en todas partes el resumen de los progresos de su patria, procuré verlos y conversar con ellos entrándome por sus puertas a título de extranjero y de acatador del ingenio y las virtudes (1923: l11). No obstante, rnás allá de esta suerte de buenas intenciones, Montalvo en su paso por París y por otras ciudades de Europa, parece distraerse rnás que en los hombres ilustres, en el paisaje y en la arquitectura, en el arreglo de las mujeres, en el teatro, en la ópera, olviclando por momentos cualquier noción de travesía patriótica, acercándose a una noción de viaje más semejante a las frivolidadcs de un Mansilla, que a los viajes utilitarios de un Alberdi. Los relatos de viaje de Montalvo suelen ser tan dispersos y deshilvanados como sus ensayos: el mismcl deambular errabundo, la misma mixtura entre la realidad y la ficción, el mismo deleite por la clescripción de la naturaleza y el paisaje, y ese detenerse en los detalles más pequeños y triviales que acompañan a sus divagaciones sobre viejas civilizaciones deruidas. Cuando Montalvo recorre las ciudades le gusta con- templar su arquitectura, demorarse en sus edificios, sus iglesias, sus ruinas, sus jardines, y se complace en explayarse en la descripción de sus fecovecos, desde las esquinas sucias y pobt'es hasta los ediflcios colosales. La importancia que le da a Ia arquitectura nos muestra su pasión por lo construido por el hombre: un edificio no es sólo una pieza de implacable belleza, es también muestra del espíritu de una civilización capaz de edificar con sus manos los aposentos de la belleza. En sus paseos por ciudades un tanto menos céntricas que París, como Córdoba, se deleita en describir lo majestuoso de ciertas construcciones: En la arquitectura árabe todo es delicado. todo fino, todo leve: sus fbrmas parece que están volando, algo hay de paloma en un edificio morisco: blandura, convexidad de miembros, vivacidad. brillantez, gran riqueza de colores: una alcoba de sultana es un cuello de paloma; el iris está arrollado allí, dando vueltas y revueltas collto una culcbra, celeste, dorado, tornasolado, cambiante 68 de los más vívidos y al mismo tiempo los más suaves matices. La arquitectura morisca es un madrigal armonioso, grato al oído: sus pilastres de jaspe, sus capiteles de oro, el mármol de su pavimento, y la arqueada voluptuosa de sus partes, todo es cosa de amor ("Viaje. Poesía de los Moros",186'7) (Ibid: I l4). Como si se tratase de un juego, una vez que Montalvo nos describe estos csplendorosos edificios, nos confiesa que son obra de su imaginación; son la arquirectura del deseo, los edificios que él imagina sobre el perfil de las ruinas y del abandono. En un esquema que se repite de manera muy similar de una ciudad a otra, Montalvo contrasta la ciudad de sus sueños, las ciudades con pasados gloriosos, con esa ciudad real, mucho menos hermosa que las soñadas por é1. Córdoba ha dejado de ser el lugar de estos edificios alados para transfbrmarse en una ciudad de callejuelas inmundas; lo mismo sucede con Roma, que ha pasado de ser el lugar de una civilización grandiosa, a ser un espacio de ruinas y escombros. La mayoría de las descripciones que Montalvo hace de las ciudades europeas están marcadas por la decepción, porque éstas han perdido su belleza y no corresponden a cómo él las imaginaba. El autor nos confiesa en "Viaje. Poesía de los Moros" que su incapacidad par el clisfrute de la ciudad real, viene dada por su profundo conocimiento de la ciudad ideal: "Era yo semejante a ese retórico a quien el demasiado conocimiento del bello ideal no le permitía gozar de ninguna composición poética" ( l2 I ). Estableciendo un sírnil entre la ciudad y la poesía, Montalvo siente que las ciudades que visita en Europa han perdido su esplendor y se han transformado en ciudades sombras de sí rnismas. especies de retratos deformados cuya belleza original ha desaparecido. Al llegar a Roma, Montalvo exclama: "¿Esta es Roma? Rttma eran ambas: la una, La Roma de los prodigios, la Roma de las virtudes, la Roma de los grandes hombres y de las grandes cosas, la Roma de ahora veinte siglos. La otra, la Roma de los vicios, la Roma del hambre y la miseria, la Roma de la nada, la Roma de nuestros días" ( I 16). La Europa que nos describe Montalvtt es una Europa que ha comenzado a descomponerse, que ha perdido su brillo y su grandeza y se interna cadavez más en el vicio. No se trata ya de Europa como el lugar del aprendizaje, el modelo a seguir, sino, por el contrario, el lugar de las contradicciones. Ni siquiera París se salva de esta suerte de proceso degenerativo, ella sigue siendo una ciudad terriblemente hermosa, pero al mismo tiempo su belleza tiene la ponzoña dcl vicio: París es una como sirena: dice mucho a los ojos; mas su aliento emponzoña y acarrea la muerte. Figuraos una mu.ier bella de alma corompida, una mujer hirviendo en ardides, filtros diabólicos y misterios de amor y brujería; una Circe a cuyos palacios se puede llegar con el juicio sano, pero de los cuales no se sale jamás, o se sale dif'erente de lo que en él se entró. Tal es esa ciudad extraordinaria: todo es gozar; pero sus goces tienen amargos dejos; todo es placer, mas 69 sus placeres son seguidos de desdicha. En el aire respiramos un principio insano, en el agua que bebemos bebemos el fastidio ("El Luxemburgo. Bosquejos de Francia",1866) (15). París es el lugar de las paradojas, ciudad donde conviven el placer y el fastidio, la belleza y el vicio, la locura y lo extraordinario. Es una visión que no obvia esos lados opuestos que constituyen a los llamados países civilizados. Para Montalvo, Europa es el hogar del espíritu, pero es también el albergue del vicio, de la miseria, de la barbarie, un territorio extremadamente heterogéneo y complejo. Este retrato de Europa, no sólo nos muestra los contrarios, sino que en ese develar lo paradójico hace que ciertas categorías como la de civilización y barbarie características de nuestro -tanen entredicho la noción del siglo pasado-, de alguna manera se relativicen, poniendo viaje como "peregrinaje patriótico". La idea del viaje a Europa como un proceso de aprendizaje, se origina, en cierta medida, de la concepción de la confrontación de un territorio bárbaro con un territorio civilizado; confrontación que permitirá la reconstrucción de los territorios de la barbarie. Mary Louise Pratt en Ojos imperiales da cuenta de las relaciones que se establecen entre los relatos de viaje y la manera como funcionan las nociones de civilización y barbarie en un continente que debe repensar no sólo su futuro, sino también su pasado: Civilización y barbarie es un caso más en el que la reinvención humboldtiana de América brinda el punto de partida para un proyecto discursivo claramente criollo, que "deja atrás las huellas de Humboldt". En este caso el proyecto implica una confrontación, no con las incertidumbres del futuro sino con las ambiguedades del pasado [...] Civilización y barbarie se apoya en los Ensayos políticos de Humboldt! como también en sus escritos estéticos, en un intento por confrontar la "oscura y bastarda herencia" que aparecía como un obstáculo a las aspiraciones de los criollos "europeizantes". La "barbarie" a la cual, según ellos, se oponía la "civilización", estaba constituida por: las sociedades indígenas (aún mayoría en muchas regiones); las poblaciones esclavas y ex esclavas; 1a sociedad colonial española tradicional, autocrática, conservadora y religiosa; y la mezcla de las tres (.1997 321). Montalvo al describirnos, con la minuciosidad de un explorador, los paisajes paradójicos de una Europa ligada al vicio y a la decadencia, no sólo está repensando el futuro de América y sus posibles caminos, sino que también está rediseñando su presente y su pasado. El autor pone en entredicho la civilización europea y al mismo tiempo hace del "bárbaro" americano una especie de buen salvaje rousseauniano, destacando sus virtudes primarias en medio de la soledad y de la ingenuidad. Este 10 buen salvaje antericano se relaciona directamente con una visión idealizada y romántica de la naturaleza. La ciudad moderna no permite el ejercicio de la soledad y del pensamiento ensimismado, sólo los tenenos de la naturaleza hacen posible que el hombre vuelt,a e encontrarse en su esencia menos mundana y más espiritual. Montalvo establece una suerte de dicotomía ciudad-natur¿rleza, en la que la ciudad es el espacio del vicio y la naturaleza es el lugar de la pureza y la salud. En oposición a ese París enfermo de place¡ se nos describe una América bañada por los dones de la naturaleza: "Bajo este lirnpio cielo de América ¿,sentimos por ventura esa enf'ermedad honible que el alegre fiancés tiene en el alma? El ennu.i nos es descor.locido; los puros aires de nuestros grandes montes conservan la pureza en nuestro espíritlr" ("EI Luxernburgo. Bosque jos de Francia", I 866') (.1 923 : 7 5 ). Los jardines--suerte de naturaleza civilizada- se transforman en el único escenario urbano donde es posible encontrar el sosiego, el misterio y el recogimiento ensi- mismado. Dentro de la sirena seductora que es París, en los jardines de Luxemburgo, Montalvo encuentra un lugar de romántica comunión con la naturaleza: El Luxemburgo tiene eso más de bueno: reina en él una melancolíir, un espíritu incierto, una cosa triste y vaga que le hace por todo extremo grato a quien en algo tiene esa influencia de lo misterioso. Complacíame yo en aquel jardín: buscábale como sitio de descanso, le tení¿r por consuelo. Sus dos cisnes fueron mis amigos; miréles mucho, y rnucho me gustaba verlos surcar la fuente con sus cuellos blancos y estirados (Ibid: 76). Es en los bordes de la ciudad, en los jardines, en esos espacios donde la naturaleza se tocan, donde Montalvo se explaya y deja aflorar una prosa llena de rom¿rnticismo y melancolía. Es el espacio que le permite deambular entre el sueño y la y la ciudad realidad. entre la nostalgia y el desvarío. En el "Prospecto" de El Cosmo¡tolitu, al referirse a sus paseos por las ruinas romanas, nos habla de sus "sublimes desvaríos" ( 1 16), de su soledad entre "las sombras de la noche" ( 1 14), "extranjero tan solitario y taciturno" (l l6), y clescribe sus travesías como "viajes sentirnentales" (Ibid), desplazamientos del espíritu que sólo encuentr¿r regocijo en los territorios de la soledad: "La soledad en medio del siglo es lo que más nos vale; pues si la compañía y concurso de gente nos enseñ¿rn a vivir, el aislamiento y la conversación consigo mismo nos enseñan las cosas de que más nos conviene estar actuados" (115). Estos "viajes sentimentales" en medio del desamparo, de la nostalgia y del desvarío, esta búsqueda de la naturaleza, de las ruinas y Iosjardines, distan rnucho del viaje patriótico . No se trata de encontrar en Europa aquellos elementos írtiles para la construcción de las nacientes repúblicas, se trata, por el contlario, del viaje con.ro placer individual, donde no se sacrifica el goce en aras del bien de la polis. Si seguirnos las premisas de Viñas, que afinna que el placer funciona como tentación en rnuchos de los 11 tii lil i autores de las primeras décadas del siglo, podríamos decir que Montalvo no sólo es tentado por el place¡ sino que gustosamente se deja seducir por é1. Si bien los relatos de sus viaje están surcados por disertaciones sobre la civilización y la barbarie, el progreso y el vicio, lo americano y lo europeo, no por ello deja de lado el placer del viaje por el viaje mismo, el deleite en los paisajes, en la arquitectura, en las mujeres y en la experiencia casi mística en que se transforma la errancia por los parajes de las ruinas y la naturaleza. Hombre que se pierde entre los escombros, que hace del paisaje su interlocutor y de la soledad el valor más preciado; escritor que desvaría, que construye ciudades a partir de las piedras, como una arquitectura de lo imaginario, que se detiene en los paisajes, que deambula sin rumbo, que hace del viaje, a fin de cuentas, no un ensayo dels,polis y sus caminos, sino un ensayo de los laberintos del espíritu. BIBLIOGRAFÍA Altamirano, Carlos y Sarlo, Beatriz (199 1). "Prólogo" a Esteban Echeverría. Obras escogidas. Caracas: Biblioteca Ayacucho, pp. IX-LL ( I 923). El Cosmopolita. 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