ventura garcía calderón rey, diplomático

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VENTURA GARCÍA CALDERÓN REY,
DIPLOMÁTICO
Iván Augusto Pinto Román
H
ijo de Francisco García Calderón Landa, Presidente Provisional del
Perú durante la Guerra del Pacífico, y de Carmen Rey Basadre. Su padre había sido apresado por las autoridades de ocupación y desterrado
a Valparaíso en 1881, por negarse a suscribir un tratado de paz con cesión territorial. Hermano de Francisco, nacido durante el exilio sureño de su padre, y
de José y Juan García Calderón Rey, nacidos en Lima.
París, la ciudad a la que por su fortuito nacimiento, el 23 de febrero de
1886, Ventura tempranamente se vinculara; por la que años después transitaría en afanosas y meditabundas estancias, y la que en 1959 sería el lugar de su
final partida, fue el punto cardinal en el que desplegase sus dotes de artista de
la pluma.
El hecho de haber integrado el Servicio Diplomático del Perú, cumpliendo
funciones, la mayor parte de las veces en tierra gala o de habla francesa, le
concedió un bilingüismo pulcro y minucioso, en el que sus trabajos en francés
se equiparasen a los que, en lengua castellana, registrara con garbosa y refinada
expresión.
Ágil narrador y brillante ensayista; entre sus numerosas obras en francés,
una restaba sin traslado a nuestro idioma: Cette France que nous aimons, publicada inicialmente en 1945. Hoy, merced a la tesón del Decano de la Facultad
de Humanidades y Lenguas Modernas de la Universidad Ricardo Palma, doctor
Pedro Díaz Ortiz llega a nosotros una acabada versión castellana, bajo el título
de: La Francia que amamos, trasladada con holgura por la profesora María del
Pilar Zuazo Mantilla.
El lector peruano accede así a la generosa apología de la tierra y las letras
de Francia, por las que el autor sintiera vivo afecto, manifiesto in extenso y sin
ambages en este ensayo. Él compuso tan vigorosa elucidación de su resuelta
declaración de amor, movido por su directa vivencia de la infame ocupación
y el opresivo agravio que el invasor nazi impusiese a la nación francesa, con la
afrentosa colaboración de algunos perjuros a su propio pueblo. En la pormenorizada recordación, que hoy se presenta, traza Ventura García Calderón una
dilatada y meticulosa alabanza de las creaciones del intelecto galo a través de
los tiempos.
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Su familiaridad con las más ilustres mentes de la nación francesa, de tiempos del Renacimiento a la Edad Contemporánea, le permitió glosar y cotejar
opiniones que él contrastase reiteradamente con las de la entonces antagónica nación alemana. Ejercicio en el cual quizá excediera el celo, atribuyendo
más sombras y vacilaciones a los pensadores germanos que a los galos. Esto
se torna comprensible al atender a la circunstancia histórica en que concibiera
tal parangón. La Alemania de aquellos años, avasallada y cautiva del aberrante Nacional-Socialismo, se había precipitado en una profunda fosa de oscura
perversión; degeneración colectiva en la que una ideología racista, irracional,
hiciera presa primero de su propia gente, para luego extenderse como peste
medieval por toda la atribulada Europa, amenazando al mundo entero.
Pero, el propio Ventura García-Calderón reconoce seguidamente que déspotas sanguinarios, narcisistas, no eran exclusivo corolario germano, pues la
misma Francia y Europa habían padecido bajo Napoleón, cuya egolatría llevase
al Viejo Mundo a sobrellevar más de tres lustros de tiránico belicismo. O, en
la Antigüedad, lo sufrieran la República de Roma bajo el poder del conquistador de la Galia, Julio César; y Grecia, bajo el meteórico dominio de Alejandro
Magno, destructor del imperio aqueménida y arrasador de Persépolis.
Lo peculiarmente loable del impar estudio en que el escritor peruano expone su pasión por Francia, es la erudita, sumaria relación de los inapreciables aportes de una sucesión de grandes pensadores que escribieran en lengua
francesa, y contribuyeran al avance del pensamiento, las artes y las letras, en
número tal que pocas otras naciones han podido emular.
¿Qué tornó factible esta ostensible, docta, francofilia del hijo de Francisco
García Calderón Landa, el Presidente peruano cautivo? La respuesta a esta interrogante se vislumbra al repasar la vida y el oficio diplomático del autor que
comentamos.
Seis meses después de su casual nacimiento en la capital francesa, la familia
del Presidente exiliado por la fuerza ocupadora foránea, pudo al fin retornar al
Perú. Párvulo aún, la compañía de una nodriza alsaciana le infiltró la lengua de
Francia desde la cuna. Luego de casi tres lustros en la tierra de sus padres, tras
la muerte del presidente cautivo, en 1905, emigró con su madre y hermanos, al
París de su casual natalicio.
En primaria y secundaria, había sido alumno del colegio limeño de La Recoleta, regentado por religiosos franceses; los estudios superiores empezados en
San Marcos en 1903, no los concluyó; ni los prosiguió luego en París, por lo
que el formidable saber que alcanzara más tarde sería resultado de su apego a
la acuciosa lectura, que en su hogar le inculcaran.
Su incorporación al servicio exterior del Perú no fue inicialmente en calidad
de funcionario, sino como servidor administrativo de la misión peruana en la
capital francesa, donde ya su hermano Francisco había comenzado oficialmente
la carrera. Demostrada su suficiencia personal en tanto que cultivado, diestro
escribiente y hablante bilingüe, el Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú
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decidió tornarlo funcionario, destinándolo al cargo de canciller del Consulado
del Perú en Londres, el 4 de enero de 1911, dando así comienzo Ventura a su
función diplomática, en el primer peldaño del jerárquico oficio, entonces no
profesionalizado aún.
Volvió brevemente al Perú, al año siguiente, y en aquella estancia renunció
al flamante puesto logrado en el Servicio Exterior, tras ponerse a la cabeza de
la primera manifestación estudiantil pro democracia, en repudio al encarcelamiento el 13 de septiembre de 1912, del joven catedrático José de la Riva Agüero, compañero de colegio y conmilitón sanmarquino, el cual había fustigado
periodísticamente el torpe y arbitrario actuar del primer gobierno de Augusto
B. Leguía. Sacó provecho Ventura a su corta permanencia en el Perú para viajar
a la sierra de Áncash, en busca de minas de plata, experiencia abundante en
episodios que tiempo después le servirían para forjar algunos de sus Cuentos
Peruanos.
A su regreso a Francia, en dicho año 12, se consagró en París a la actividad
independiente, literaria y periodística. Mas, en marzo de 1914 reactivó su vínculo con nuestro servicio exterior al ser nombrado (9.3.1914) por el régimen
del coronel Óscar Benavides, como Segundo Secretario de la Legación del Perú
en España adonde se dirigió, sirviendo allí durante el primer año y medio de
estallada la I Guerra Mundial.
Iniciado el segundo gobierno de José Pardo, fue asignado como Cónsul ad
honorem en El Havre (27.1.1916), y luego, el 23 de marzo del mismo año, se
le destinó a la legación peruana en París como Segundo Secretario ad honorem;
se hallaba cumpliendo dicho cargo cuando acaeció la muerte de su hermano
José, caído en el frente de batalla, bajo las banderas de Francia, durante la Gran
Guerra.
Tras la conflagración mundial, recibió, en el año penúltimo del gobierno de
José Pardo, el nombramiento de Cónsul del Perú en El Havre, el 23 de enero de
1919. Tras más de un año de experiencia consular portuaria el 13 de mayo de
1920 fue investido como ‘Jefe de Propaganda’ del Perú en París.
Sin embargo, acontecida la deposición del presidente José Pardo, el 4 de
julio, y la autodesignación de Augusto B. Leguía como Presidente Provisorio,
Ventura y su hermano mayor Francisco, renunciaron altivamente a los cargos
oficiales que ocupaban en la capital francesa en repulsa a la actitud autoritaria
de Leguía.
Liberado de funciones oficiales, se dedicó en París, otra vez a quehaceres periodísticos y literarios como redactor de la página extranjera del diario Comædia, luego, director de la editorial Excelsior, así como constante colaborador de
numerosas publicaciones de la Argentina, Cuba, México y Venezuela.
La prolongada dictadura de Leguía finiquitó con su derrocamiento en agosto
de 1930. Ventura García Calderón regresó a la actividad diplomática cuando, el
12 de enero de 1932, fue nombrado por el flamante gobierno del general Sánchez Cerro, Jefe de la Oficina Permanente del Perú ante la Liga de las Naciones
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en la mayor ciudad suiza de habla francesa, Ginebra, cargo que desempeñaría
hasta 1938 con transitorias interrupciones. Pues ocupó además las funciones de
Ministro Plenipotenciario del Perú en el Brasil (1932-33).
En 1934 el gobierno del general Benavides lo destinó nuevamente a Ginebra como Delegado del Perú ante la Liga de las Naciones; dicho mismo año
fue acreditado como Ministro Plenipotenciario en Bélgica, y al año siguiente
cumplió brevemente igual función en Polonia (1935), reasumiendo el cargo de
Delegado ante la Asamblea de la Liga de las Naciones, y luego Delegado ante el
Consejo de la Liga (13.1.38) para ser, más tarde (2.9.38), una vez más, Delegado ante la Asamblea de la Liga en la apacible ciudad del lago Lemán.
Desencadenada la II Guerra Mundial, el gobierno de Manuel Prado lo destinó a Berna, como Ministro Plenipotenciario ante la Confederación Helvética
(1940), el mismo año en que a su hermano Francisco, se le designaba Embajador en París. En plena conflagración, de visita a su hermano, en París, atribulado presenció la ocupación de la ciudad por las huestes nazis, retornó a la
capital helvética y permaneció en funciones en Suiza hasta el término de la II
Guerra Mundial. A poco de su retorno a Berna, su hermano Francisco, fue
arrestado por el régimen colaboracionista de Vichy, y entregado a manos de los
ocupadores nazis, que lo destinaran al centro de detención de diplomáticos de
“países beligerantes” en la estación de aguas de Bad Godesberg, al sur de Bonn,
en Renania. Fue durante aquellos aciagos años de la II Guerra Mundial que, a
salvo, en su misión en la neutral nación alpina, consternado escribiera Ventura
el ensayo que comentamos.
En él, a poco de empezar se confiesa “Discípulo en Lima de sacerdotes franceses” pasando de inmediato a revelar que al tiempo que escribe el ensayo ya
ha perdido la fe de su infancia. Añade, unas líneas más abajo que “Treinta años
de convivencia con esta Francia de múltiples rostros”, hacen para él “muy difícil pintarla con honestidad en gris y negro”, descubriendo que no obstante
su esfuerzo, le resultará casi impracticable mostrar a aquel país con imparcial
objetividad.
Recuerda luego el lugar de su estancia francesa previo a la infausta circunstancia que tan dolorosamente concluyera para su hermano, al indicar “mi villa,
ubicada a unos kilómetros de Poitiers”. Anota su vuelta a París, bajo la bota
extranjera, un 1º de julio de 1940… dieciséis días después de ocurrida la Ocupación. Refiere que su condición de diplomático de un país que había roto
relaciones con la Alemania nazi, le generó dificultades con el consabido salvoconducto para retornar a la sede de su misión en Suiza.
Expone su testimonio personal, y comienza a evocar lo vivido, lo soñado,
lo imaginado en aquel país amado, entonces ya sometido. Rememora que en
1920, recién nombrado jefe de propaganda del Perú en París, había organizado
el viaje a nuestro país del General Charles Mangin, oficial de la fuerza colonial francesa, que con sus tropas senegalesas había participado, con extrema
temeridad en diversas batallas de la I Guerra Mundial al punto que recibió el
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sobrenombre de “carnicero”, pues llevó a muchos de sus hombres a la muerte
en sus osados ataques. Ventura menciona que le confió que su hermano José,
que se inscribiera en la Legión Extranjera francesa, había muerto como teniente
aviador de Francia en dicha conflagración.
A continuación, el ensayo se explaya en la rememoración de los pensadores
de Francia, en cotejo con los de Alemania. Sólo volverá a mencionar su origen
peruano, comenzada la segunda parte del abundoso ensayo, al puntualizar que
“en 1906”, siendo un hombre muy joven, recién “desembarcado de su lejano
Perú”, no pudo estimar los hechos y trances de Francia, que décadas después,
con precisión referiría.
Capítulos después, valiéndose de una cita del filósofo e historiador Hippolyte Taine, nuestro autor alude por última vez a su origen nacional al mencionar
“El peruano…” y otros extranjeros “vienen a establecerse” en París, estimulados por la vida allí”, y algo azorado concluye, que tal profética alusión a su
caso, lo incomodaba un poco…
Su extensa reflexión sobre aquella Francia amada, termina con un comentario a una cita del historiador Numa Fustel de Coulanges, que definiera a su país
como “mezcla informe de razas, de clases, de leyes, de lenguas, de costumbres”,
mezcla que no había aún terminado de cuajar, y cuyas discordancias quedaran
al descubierto durante la espantosa vivencia de la II Guerra Mundial. Cierra su
admirativo, pero revelador ensayo, con una frase anhelante, aplicable al país
que amara como al de su proveniencia, y a toda sociedad humana en verdad,
deseando la llegada de un nuevo día, que a la esperanza se asemeje.
En 1946 el gobierno de José Luis Bustamante designó a Ventura García
Calderón Delegado del Perú a la Conferencia General de la Organización de
las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura en París, con
retención del cargo en Berna. En 1947, a casi dos años de publicada la primera
edición del ensayo, en momentos en que, tras su nefasto cautiverio y posterior
estancia como liberado bajo la protección del autor –que consiguió lo designaran ‘ministro consejero’ de la legación en Suiza– enviaba a su hermano Francisco enfermo, desquiciado, de retorno al Perú; Ventura, de breve visita en la
ciudad de sus sueños, se dio el tiempo para ajustar y ampliar su ensayo, en una
segunda edición, que ha sido el texto base para la traducción que nos entrega
la profesora Zuazo.
La carrera diplomática de Ventura prosiguió. El 24 de noviembre de 1948
el régimen de facto del general Odría dio por terminada su misión de Enviado
Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Berna, ante el Gobierno de la
Confederación Helvética. Ello le permitió planear y efectuar un, varias veces
postergado, viaje al Perú. En febrero de 1949 por última vez se halló nuevamente en suelo peruano, quizás visitó a Francisco, internado ya en el hospital
mental “Larco Herrera”, al no haber podido curar la inenarrable angustia que
le causara el largo período de insoportable cautiverio hasta la derrota de los
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nazis, en un hotel –tornado prisión de “diplomáticos enemigos”– del otrora
elegante balneario de Bad Godesberg.
Ventura, en diciembre del mismo año retornó a Europa nombrado por el
régimen de Odría Delegado Permanente del Perú ante la UNESCO, en París.
Cargo que, a partir del 1º de enero de 1955, se diera bruscamente por terminado, debido a la supresión de la partida.
Empero, con fecha 27 de abril de 1955, se le comisionó oficialmente para
que atendiera en Europa, textualmente “los asuntos que le encomendase la
Cancillería del Perú”, prorrogándose dicha comisión durante el año 1956.
Asumido el segundo gobierno de Manuel Prado, el 7 de septiembre de 1956
fue designado Encargado de la Representación Permanente del Perú ante la
UNESCO, finalmente, con el rango de Embajador. Cargo que en 1957 le fuera
ratificado. Se hallaba ejerciendo esta misión cuando, tras sufrir un ataque de
hemiplejia en 1959, terminó sus días en la exaltada urbe de tantas de sus jornadas, París.
Don Jorge Basadre, en su monumental Historia de la República del Perú,
dedicó a Ventura García Calderón este encomio:
Ventura obtuvo en vida un gran reconocimiento y fue probablemente, fuera del
Perú, el escritor peruano más famoso de su tiempo. Un grupo de escritores peruanos, franceses, belgas y españoles presentó su candidatura para el Premio Nobel
de Literatura en 1934, aunque no logró ganarlo. Quiso la Academia Francesa
incorporarlo como miembro, pero el escritor no aceptó cumplir el requisito previo
de renunciar a su nacionalidad peruana; no obstante, dicha Academia le otorgó
la medalla de oro en 1948. Por su parte, la Real Academia de Lengua y Literatura
Francesa de Bélgica lo había incorporado como miembro de número, el 10 de
junio de 1939.
De otro lado, don Luis Alberto Sánchez, en su Literatura Peruana comentó
acerca de nuestro autor, calificándolo como el narrador, cronista y ensayista
más difundido y famoso de aquella promoción (del 900). Añade luego que Prácticamente, de sus sesenta y dos años de vida, no más de veintiuno transcurrieron
en el Perú, más un par en el Brasil. Su adultez se resuelve en cinco años de América por casi cuarenta de Francia, Suiza y Bélgica.
Ventura García Calderón Rey, notable literato, magistral en el manejo de
nuestro idioma, hizo de sus escritos objeto de admiración tanto por la vastedad de los temas que tratara, como por la hondura de su criterio. Hombre
reflexivo, aficionado desde pequeño a la lectura, gustó tempranamente, y en
la lengua original, de los frutos y gozos del copioso caudal literario de Francia,
sin soslayar la literatura del Perú, de la América hispana y de la Península. Hoy,
con la versión castellana que nos regala la profesora María del Pilar Zuazo, el
relegado gran autor peruano Ventura García Calderón se nos presenta en uno
de sus más sesudos y versados trabajos ensayísticos, a cuya iluminadora lectura
a todos invito.
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